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Pablo Palacio e Icaza PDF
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sará de la oportuna autorización, que será concedida por cedro.»
Prólogo 5
Contenido
Esta cita pone el dedo en la herida: esa que deja abierta la «huida de los
orígenes». Moreano ha subrayado que hacia finales de los 90, y cuando se
pensaba que el debate en torno a la literatura del 30 había sido superado,
el discurso antirrealismo social vuelve a aparecer, «convirtiéndose en una
especie de rito de pasaje que toda generación tiene que cumplir».18 Como
ejemplo, señala «El síndrome de Falcón»,19 de Leonardo Valencia, que re-
toma la reiterada condena de la generación del 30 y la exaltación de Pala-
cio. En este texto, Valencia afirma que el «síndrome de Falcón» ha sido el
problema fundamental de la novela para muchos escritores ecuatorianos.
El nombre de Falcón alude a Juan Falcón Sandoval, el hombre que cargó
a Gallegos Lara, a falta de sillas de rueda, durante doce años. Con esta
imagen, Valencia quiere dar cuenta de la carga que, en el orden de lo sim-
bólico –el peso de la representación del país, del alegato, de la denuncia, de
los propósitos políticos–, los escritores, a manera de minusvalía o impedi-
mento, cargarían en desmedro de la libertad artística. Hacia donde apunta
Valencia, en el desarrollo de esta propuesta, es a la necesidad de crear desde
un sano «distanciamiento del país», en favor de la autonomía de la obra
literaria. Las limitaciones que tiene este tipo de reflexión es que se asientan
sobre una mirada dicotómica que trabaja las categorías en términos de ex-
clusiones: lo propio versus lo ajeno, referente versus autonomía, localismo
versus cosmopolitismo, tradición versus modernidad. Acogerse a una de
las dos categorías, como perspectiva de enunciación creadora, no hace que
una novela sea necesariamente buena. Ese distanciamiento, del que habla
Valencia, con respecto al país, a la «parcela de tierra llamada Ecuador», no
es una fórmula que garantice el camino para «abrir nuevas posibilidades a
una novelística que entienda la condición primera del trabajo formal».20
Porque, además, el lenguaje no es un espectro desenraizado; el lenguaje
está múltiplemente conectado al mundo. A propósito del lenguaje, y en
diálogo con la teoría del «matricidio», Moreano rememora una de las clases
Alicia Ortega Caicedo • Prólogo
11
parte del archivo biográfico o del álbum familiar– a las mujeres de Icaza y de
Palacio. Al contrario. Se trata de mujeres que, desde el teatro y desde las artes
plásticas, respectivamente, asumieron roles protagónicos en la escena cultu-
ral ecuatoriana de comienzos del siglo xx –en una época poco amable para
jóvenes mujeres de clase media. César Chávez le dedica un estudio-semblan-
za, a manera de crónica, a la vida de Marina Moncayo: la ciudad, las costum-
bres, la moda; primeras incursiones en las tablas y la vida teatral en Quito;
trabajo conjunto Moncayo-Icaza, la pareja; la Compañía Marina Moncayo,
viajes y vida familiar. Raúl Serrano ensaya una suerte de crónica biográfica de
Carmen Palacios. A manera de motivo organizador del discurso, Serrano lee
una fotografía de Carmen (de los años 30), recoge los testimonios de muchos
intelectuales y artistas de la época e hilvana diferentes momentos de la vida
de la escultora: los primeros estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes,
la filiación liberal de su familia, el matrimonio con Palacio y la enfermedad
de nuestro escritor, la relevancia de su obra escultórica (sobre todo, cabezas y
bustos de personajes históricos).
En suma, este libro es el resultado de un esfuerzo colectivo, en el que, des-
de varias miradas y diferentes países, hemos releído la obra de Pablo Palacio
y Jorge Icaza en diálogo con otros escritores de la vanguardia latinoamerica-
na, y en el esfuerzo por resaltar, aún en la disonancia, los elementos que los
acerca en el mismo esfuerzo por inventar nuevos lenguajes y, sobre todo, por
construir un lugar de enunciación diferente e innovador.
Notas
1
Ese mismo año, el 15 de noviembre, una insurrección popular de artesanos y obreros fue cruel-
mente reprimida en las calles de Guayaquil, hecho que marcó la memoria de los escritores de la
Generación del 30. La novela Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, da cuenta de esa
movilización y de la imagen de una isla de cruces flotando sobre el río Guayas luego del bautizo
de sangre, con el que la clase obrera entró a la historia. En esta año clave salen a la luz Estanque
inefable, de Jorge Carrera Andrade y Parábolas olímpicas, de Gonzalo Escudero; es también el
año cuando Hugo Mayo funda en Guayaquil la revista Síngulus. Cfr. Juan Valdano, Identidad y
formas de lo ecuatoriano, Quito, Eskeletra, 2005, pp. 377-378. Asimismo, 1922 ha sido en varias
ocasiones destacado como un año clave para la literatura de vanguardia: «es fecha de publicación de
obras magistrales de muy diversas latitudes, como Trilce, The Waste land o Ulysses, así como el año
de la fundación de la revista argentina Proa y del primer movimiento de vanguardia mexicano, el
estridentismo; y cuando se realiza la «semana de Arte Moderna» en Sao Paulo, abriéndose con ello
la edad dorada del modernismo o vanguardismo brasileño.» Yanna Hadatty, Autofagia y narración,
Iberoamericana/Vervuert, Madrid/Frankfurt an Main, 2003, p. 22. 1922 también es un año que
la crítica española Trinidad Barrera destaca como punto de referencia clave, por ser una fecha en la
Alicia Ortega Caicedo • Prólogo
15
que confluyen varias publicaciones de relieve: además de las ya mencionadas, Veinte poemas para ser
leídos en el tranvía, de Oliverio Girondo o Andamios interiores, del mexicano Manuel Maples Arce.
Cfr. Trinidad Barrera, Las vanguardias hispanoamericanas, Madrid, Síntesis, 2006.
2
Humberto E. Robles, La noción de vanguardia en el Ecuador. Recepción, trayectoria y docu-
mentos 1918-1934, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacio-
nal, 2006 [1989], p. 45.
3
Ibíd., p. 11.
4
El realismo abierto de Pablo Palacio, en la encrucijada de los 30, de María del Carmen Fer-
nández, publicado en 1991 por Ediciones Libri Mundi, en Quito, significó un valioso aporte
para los estudios y la crítica palaciana. Fernández indagó en la génesis de la obra de Palacio,
en el contexto socio-cultural ecuatoriano, de los años 20 y 30 y atendiendo a la recepción
crítica de sus contemporáneos. Así, Fernández se preocupó por desmontar algunos juicios
que alimentaron el mito de Palacio, en relación a una supuesta incomprensión. Así mismo,
Fernández se interesó por trazar una línea de precedentes y continuadores; sobre todo, a partir
de los estudios, por ejemplo, de la narrativa de Humberto Salvador. Ver también, María del
Carmen Fernández, «Estudio introductorio», en Obras completas de Pablo Palacio, Quito,
Libresa/Universidad Andina Simón Bolívar, Edición Conmemorativa, 2006.
5
Miguel Donoso recopiló una importante selección crítica de textos sobre Pablo Palacio, en
la Serie Valoración Múltiple, de Casa de las Américas en 1987, con el título Recopilación de
textos sobre Pablo Palacio.
6
En 1964, bajo la iniciativa de Benjamín Carrión y de Jorge E. Adoum, se publicaron por
primera vez las Obras completas de Pablo Palacio, por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En
este libro, precedía a la obra palaciana cinco estudios y varios artículos, que luego fueron edi-
tados bajo el título Cinco estudios y dieciséis notas sobre Pablo Palacio, en 1976, por la Casa de
la Cultura, Núcleo del Guayas. Resulta fundamental el prólogo que escribió Jorge E. Adoum,
en Narradores ecuatorianos del 30, Caracas, Ayacucho, 1980.
7
Nelson Osorio ha insistido en la necesidad de estudiar el fenómeno de la vanguardia latinoa-
mericana como una producción de «conjunto continental», para, así, evitar lecturas estrechas
que han tendido a pensar a los narradores de vanguardia como «raros», o ínsulas solitarias, al
interior de sus respectivos países. Osorio habla de «consanguinidad continental», «vertebración
subterránea», de un impulso y una actitud comunes, en el esfuerzo de construir, desde las mani-
festaciones de las vanguardias, un «espacio literario supranacional», como expresión de «renova-
ción juvenil»: «En los hechos, los mismos escritores de la vanguardia hispanoamericana sentían
su quehacer funcionando en un espacio distinto al nacional, ya que si bien a ese nivel eran expre-
sión de un proyecto minoritario no lo eran tanto en función de un impulso continental del que
se sentían partícipes». Nelson Osorio, Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria
hispanoamericana, Caracas, Biblioteca Ayacuho, p. xxxi. Así, Osorio ha llamado la atención
sobre los curiosos parentescos que enlazan, por ejemplo, a Pablo Palacio con Julio Garmendia.
El espíritu continental que provoca ese «aire de familia» entre los narradores vanguardistas es una
afirmación que la crítica hoy en día asume como punto de partida, a la hora de proponer diálo-
gos y acercamientos entre nuestros narradores. Rose Corral da cuenta de esta «tradición soterra-
da y descuidada», en la búsqueda de filiaciones y nuevas conexiones historiográficas: menciona
como precursores de la nueva novela hispanoamericana a Palacio en Ecuador, Arlt en Argentina,
Martín Adán en Perú, la prosa de los Estridentistas y de los Contemporáneos en México, Juan
GUARAGUAO
16
Emar o Rosamel del Valle en Chile. Cfr. Rose Corral, editora, Ficciones limítrofes. Seis estudios
sobre narrativa hispanoamericana de vanguardia, México, El Colegio de México, 2006.
8
Celina Manzoni ha establecido una valoración crítica de los modos cómo Palacio ha sido
leído: las lecturas contemporáneas a las primeras ediciones (1927-1933), su ingreso a las his-
torias de la literatura (1948-1958), la crítica en los años de la primera publicación de las obras
completas (1964-1974) y las lecturas contemporáneas hasta la década del noventa. C. Manzo-
ni, El mordisco imaginario. Crítica de la crítica de Pablo Palacio, Buenos Aires, Biblos, 1994.
9
Wilfrido Corral tuvo a su cargo la coordinación de las Obras completas de Pablo Palacio, de
la prestigiosa Colección Archivos de la unesco, publicada en Madrid, en 2000.
10
Raúl Vallejo fue el responsable de la compilación, el prólogo, cronología y bibliografía de
Un hombre muerto a puntapiés y otros textos, de Pablo Palacio, editado por Biblioteca Ayacu-
cho, en 2005. Este texto ha sido incluido en esta publicación.
11
Ibíd., p.
12
Alejandro Moreano, «Entre la permanencia y el éxodo», en La palabra vecina. Encuentro de escri-
tores Perú-Ecuador, Lima, Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de San Andrés, 2008.
13
Ibíd., p. 90.
14
Ibíd., pp. 90-91.
15
Como testimonio de este gesto, valga la oportunidad de citar un fragmento del texto que Raúl
Pérez Torres leyó en el mismo encuentro binacional, en el que participara Moreano junto con
otros escritores: «Pienso que ya no se trataba de matar a nuestros inmediatos padres del cincuen-
ta, padres que no merecían la muerte de manos nuestras, porque ya la llevaban implícita en un
porfiado realismo social a ultranza […]. Se trataba de mirar a nuestros abuelos de los años treinta
con mayor detenimiento, de saldar cuentas, de acumular y decantar su experiencia, su empuje, su
vigor, retomar los rasgos espirituales del paisito, y seguir adelante, contemporanizando más bien
con los tíos de más allá del charco, es decir, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Julio
Cortázar, Alejo Carpentier y Juan Rulfo, quienes filtraban para ellos y para nosotros las sabias en-
señanzas de Maupassant, Poe, Faulkner, Hemingway y Quiroga, en una dialéctica de circulación
sanguínea.», en «Breves apuntes sobre la literatura ecuatoriana», La palabra vecina…, p. 60.
16
Se pueden mencionar algunos nombres y obras que bien pueden leerse como un es-
fuerzo por tender puentes con la tradición indígena y el impacto de esa matriz en nuestra
cultura. En narrativa: Bruna, soroche y los tíos, de Alicia Yánez Cossío; Entre Marx y una
mujer desnuda, de Jorge E. Adoum; Tratado del amor clandestino, de Francisco Proaño. Los
poemarios Los códices de Lorenzo Trinidad y A espaldas de otros lenguajes, de Javier Ponce;
Crónica el mestizo, de Raúl Vallejo; Guamán Poma de Ayala, de Paúl Puma. Con estos nom-
bres no pretendo afirmar la existencia de una portentosa «literatura andina» en Ecuador,
cuya ausencia lamenta Moreano. Lo que me interesa es matizar las contundentes, y válidas,
afirmaciones de Alejandro Moreano, pues existen esfuerzos, pocos ciertamente, por pensar
desde la literatura la «herencia andina», bajo el impacto de los últimos sucesos históricos y,
asimismo, desde una sensibilidad cotidiana expuesta a múltiples códigos y lenguajes.
17
A. Moreano, «Entre la permanencia…», pp. 107, 108.
18
Ibíd., p. 97.
19
Cfr. Leonardo Valencia, «El síndrome de Falcón», en Wilfredo Corral, ed., Obras completas
de Pablo Palacio, Madrid, Colección Archivo, 2000, pp. 331-345.
20
Ibíd., p. 340.
21
A. Moreano, «Entre la permanencia…», p. 108.
Paradigmas ecuatorianos (1920-1930):
discordias, teorías, función de la literatura
y práctica narrativa
Humberto E. Robles
Northwestern University
[E]ntiendo que hay dos literaturas que siguen el criterio materialístico: una
de lucha, de combate, y otra que puede ser simplemente expositiva. Respecto
a la primera está bien lo que [Gallegos Lara] dice: pero respecto a la segunda,
rotundamente, no. Si la literatura es un fenómeno real, reflejo fiel [...] de las
condiciones económicas de un momento histórico, es preciso que en la obra
literaria se refleje fielmente lo que es y no el concepto romántico o aspira-
tivo del autor. [...] Dos actitudes, pues, existen para mí en el escritor: la del
encauzador, la del conductor y reformador –no en el sentido acomodaticio y
oportunista– y la del expositor simplemente, y este último punto de vista es
Humberto E. Robles • Paradigmas ecuatorianos (1920-1930)...
21
pertenecen a la nueva técnica teatral: como en las comedias de Azorín, los per-
sonajes han aprendido a tutearse con sus propios pensamientos, desdoblando
el antiguo monólogo en diálogos atormentados, de aquellos que el ciudadano
de todos los tiempos ha mantenido a todas horas consigo mismo. [...]
Icaza se está dando el trabajo de incorporar en el teatro nacional un nuevo
aliento y de presentarnos en su idioma las tendencias modernas de reforma.
Por lo demás, de nadie podemos exigir obra perfecta. Debemos exigir, eso sí,
obra nueva, porque un caballero que se encuentra demasiado a gusto con solo
lo que le rodea es indudablemente un caballero tonto. (s.p.)
Ese acto de «gran guiñol» fue ¿Cuál es?, «un retazo de drama» en que «la
respuesta, la solución, la dará el espectador con el cual el autor colabora».
Icaza procede a referir que la obra obtuvo aplausos insistentes, pero «la
crítica no fue nada afirmativa [...].
Humberto E. Robles • Paradigmas ecuatorianos (1920-1930)...
25
Notas
1
César Vallejo, «Vladimiro Maiakovski», Obra poética completa, Caracas, Biblioteca Ayacu-
cho, 1979, lvix-lxxi.
2
LeónTrotsky, Literature and Revolution, edit., William Keach, trad., Rose Strunsky, Chi-
cago, Haymarket Books [1925], 2005, p. 107 (Las traducciones del inglés al español me
corresponden).
3
Ibíd., p. 172.
4
Ibíd., p. 188.
5
José Carlos Mariátegui, Trotsky, León, Literature and Revolution, edit., William Keach,
trad. Rose Strunsky, Chicago, Haymarket Books [1925], 2005, p. 1 (Las traducciones del
inglés al español me corresponden).
6
Luis Alberto Sánchez, «Literatura-Perú-1929», revista de avance, No. 42, diciembre, 1930,
p. 26.
7
Joaquín Gallegos Lara, Semana Gráfica, No. 2, Guayaquil, junio, 1931.
8
Ibíd.
GUARAGUAO
28
9
Pablo Palacio, «Carta a Carlos Manuel Espinosa», Quito, enero 5, 1933. Cfr., Carlos Ma-
nuel Espinosa, «Epistolario Parvo de Pablo Palacio» [1947], reproducido en Obras completas
de Pablo Palacio, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1964, pp. 77-78.
10
José de la Cuadra, «Advenimiento literario del montuvio» [1933], Obras completas, Qui-
to, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, p. 963.
11
«Poemas ecuatorianos. Publio Falconí. (Prólogo a un libro)», recuperado por Alfredo
Alzugarat. Cfr., «Un texto desconocido de José de la Cuadra», Kipus, revista andina de letras,
No. 4, Quito, 1995-1996, p. 149.
12
Pablo Palacio, Débora, Quito, s.e., 1927, p. 48.
13
Gerardo Gallegos, Savia, No. 31, 1927, s. p.
14
Jorge Icaza, Atrapados, vol. II, Buenos Aires, Losada, 1972, pp. 13-55.
15
J. Icaza, Atrapados, p. 14.
16
Ibíd., pp. 34-35.
17
Renato Poggioli, The Theory of the Avant-Garde, trad. por Gerald Fitzgerald, Cambridge,
Harvard University Press, 1968, p. 96.
18
Luis Alberto Sánchez, «Literatura-Perú-1929», revista de avance, No. 42, diciembre,
1930, p. 27.
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¿Vanguardia andina en Ecuador?
Yanna Hadatty Mora
Instituto de Investigaciones Filológicas
Universidad Nacional Autónoma de México
En los países donde existen aún considerables masas indígenas –Ecuador, Perú,
Bolivia– apareció el Indigenismo como una vuelta hacia la sencillez y una
protesta por las condiciones actuales de los primitivos dueños de la tierra. Ya
no era la pintura del «buen salvaje» sino el grito reivindicador por el hombre
oprimido […] Tanto el indigenismo como el Nativismo son formas de inter-
pretación de la realidad, o, más bien, de contacto directo con la tierra. Natu-
ralmente, el vocabulario en que se han estructurado no siempre está hecho
de materiales transparentes y necesita de una clave auxiliar; pero sus valores
expresivos –o subversivos– son de una intensa y palpitante eficacia.14
Otra de las líneas que buscan aglutinar este corpus azaroso y arbitrario
–quizá también representativo– se encuentra más cerca del «tronar épico»
que del «llanto elegíaco» –en postulación de Regina Harrison– como las
GUARAGUAO
36
dos actitudes extremas entre las que oscilan las imágenes que surgen en la
simbología indígena de la poesía ecuatoriana de los últimos dos siglos.24
Más caínico que abélico, diríamos, retomando a Mistral; o bien, más Ca-
libán que Ariel, en terminología más cercana a América. En este sentido,
queremos pasar a la revisión de la militancia más radical que encontramos.
Se trata de «Mi amenaza quichua» (1932), de G. H. Mata:
Soy una fuerza dinámica insuflada en las sollamas de las madrugadas andinas;
tengo en mis pulmones una médula de cóndores y una garra de jaguar me
atraviesa la garganta
[…] en mis poros se hunde un aletazo del Ande frotado de sudor en mis palabras
aradoras de los huachos genésicos sembrando protestas en cada bocanada de
indio acometido.
[…] mascándome el alma me bullen las sienes de llamarme indio oceánico a
la altura
[…] Me nutro con el choclo desgranado en el rebozo que las noches de luna
pusieron a orearse en los aucalos;
rebanadas de nubes se retuestan en mis dientes voraces de pulverizar las injusticias
haciendo que los indios boten sus ajos en brazadas de machetes contra el amo.
[…] Con el pecho hincado en el campo alargo mis brazos en ríos de músculos
fecundos;
todo el impulso jadeante desde los tobillos hasta el cuello
viola la madrugada en la greda dolorosa a hembra urgida,
así espasmada la mañana abrilean los cantos en el tórax de ceibo de los pájaros.
al cosecharse producen rebelión contra los amos); que al final del poema
insemina la tierra andina con violencia, en espera de la nueva edad, el nue-
vo sol, que será quichua.
Este complejo personaje de la literatura ecuatoriana (1904-1988) se
encuentra para entonces en su primera faceta. Ensayista y poeta, Mata se
ubica dentro del que más adelante sería denominado «grupo del austro»,
entendido para entonces como núcleo de la protesta social indigenista y
mestiza en Loja y Azuay, constituido por G. Humberto Mata, Ángel
Felicísimo Rojas y Alfonso Cuesta y Cuesta; algunos de cuyos integrantes
se consideran más que escritores de vanguardia, narradores del medio siglo,
en un realismo reformulado, no exento de subjetividad.27
El libro que a nuestro parecer descubre lo mejor del Mata indigenista,
2 corazones atravesados por la distancia (publicado en 1934, pero que reco-
ge poemas datados desde 1928), está centrado en la exaltación de la vida
del campo y del pueblo, serrano y andino, y en la advertencia contra la
modernidad identificada con la ciudad (en sus páginas se llama «espantar
el mal urbano», pues éste mina la situación idílica originaria del campo al
producir la aculturación que causa la muerte de sus nativos, que han sido
obligados a migrar en busca de mejores oportunidades económicas a la ciu-
dad. Así se entiende, por ejemplo, el poema «Si era su culpa, comadre»:28 el
hijo de la comadre, un joven mecánico originario de un pueblo indígena,
ha muerto en la ciudad («ya el Grabiel está tieso, sin poderse rascar los
gusanos; / bien extendido sus piernas, igual a cuando se quedaba jumo al
pie del cerco;» p. 88). Su muerte es consecuencia de haberse asentado en
el mundo de los blancos, ajeno a los usos de la comunidad; no casualmen-
te, la muerte se debe a un accidente con un automóvil: «Si tenía que ser,
comadre, su huahua debía morir hecho cecina por el auto», «de por vida, /
estaba inflando de viento las ruedas de los carros, / y moviéndoles las pie-
zas, a ver si encontraba los caballos que decían». Quien toma la palabra es
el compadre, hablante lírico en primera persona, miembro de la comuni-
dad, quien responsabiliza a la madre del mecánico fallecido de esta muerte,
como señala el título: «Ud. sabía servirse pastas y helados, hasta cantar los
tangos, / y por eso el Grabiel, gustaba de los laichus29 / renegando los jugos
de su quichua».
Frente a la denuncia, en éste como en varios de los poemas del libro sur-
ge la petición de la forja de una nueva raza (recordemos que el hablante lí-
rico de «Mi amenaza quichua» decía haber engendrado en la tierra andina).
GUARAGUAO
38
Sin embargo, la forma misma del texto no escapa a la del poema con-
versacional, de verso libre, ajeno a la rima, propio de la modernidad. Y la
temática moderna (el ferrocarril, y el automóvil, en este poema) se ve con
temor no exento de admiración, lo que explica que se le dediquen diecio-
cho largos versos.32
Es necesario reconocer que el libro no es un manifiesto, que en él no
prevalece una sola actitud, y que los poemas más logrados del mismo –«La
novia agobiada de tisis», «Chocha María», «Longa pastora»– correspon-
den al repertorio amoroso, a la nostalgia de la amada que se aleja, y no a
la militancia indigenista. Los 2 corazones atravesados por la distancia sólo
eventualmente son los del indio y su tierra. En ellos las incursiones en
neologismos propios de la vanguardia (espasmado, abrilear, verdeaguas, ayu-
nero) se combinan con abundantes quichuismos acomodados al español y
sus declinaciones –propios de hablas regionales del austro azuayo– (caynar,
tipidor, quipar, chalar, achagnar, chumales); y con la calca de la pronun-
ciación y uso populares e indígenas del castellano (cashi, Grabiel, ele pes,
toditicu); e imágenes de profunda modernidad y vanguardia (un parpadeo
veloz, igual a los machetes cayendo en el vacío).
Yanna Hadatty Mora • ¿Vanguardia andina en Ecuador?
39
Cuatro botellas…, tres copas. Nos hemos bebido el tres de copas veinte veces.
Intoxicados de copas de baraja nos dedicamos a las copas del alcohol. Se me
empiezan a duplicar las cosas: dos mesas, ja… ja… ja…; dos bujías, ja… ja…
ja… Se duplican las personas. ¿Uno por uno? No estoy bien si son dos o tres
tenientes políticos.
Uno de los frailes, cada vez que se acerca a una de las dos Rosas le mete una
de las dos manos debajo de uno de los dos trajes; tal vez buscándole una de las
dos pulgas… je… je… je…[…]
Sobre la cama de las dos Rosas, veo cuatro pies, cuatro piernas, –quizás haya
llegado a la beodez completa– ya no se duplican, se cuadriplican… ja… ja…
ja…37
Este abrevar del tema indio por el literato mestizo, ajeno a su sufrimien-
to y explotación, y que más bien se aprovecha de esta realidad de manera
mezquina, para tener un objeto literario de interés, se comenta en un tono
de notoria culpa: «Yo soy un hombre que recorre el camino labrando hojas,
flores y pajaritas inútiles sobre el polvo reseco de la tierra». 41
***
Notas
1
Por otra parte, representaciones plásticas anuncian, para los mismos años –sobre todo las
que corresponden a la figura señera de Camilo Egas, quien hacia 1926 convoca en Quito
una serie de inquietudes de intelectuales y artistas en torno a la idea de vanguardia estética
en la revista Hélice– una coincidencia y una derivación posibles. Gonzalo Escudero comen-
ta sobre las figuras indias de la obra de Egas:
Sus figuras apopléticas, corroídas por una elefantiasis orgánica y espiritual pesan mil
toneladas inverosímiles que yo les traduciría en cinco siglos de tortura, de latigazo y de
crujir de dientes. La raza se ha petrificado en la obra de Egas con una verticalidad mo-
numental. Sus hombres y sus mujeres, crecen desde la cabeza apretada como un puño,
que se expande en el cuello, hasta el tronco donde se desprenden las extremidades bru-
tales, a la manera de torrentes de cobre, copiando casi la línea, la gravidez perezosa y el
giro bestial del protocéfalo antediluviano. Hélice, 1-3, 23 de mayo de 1926, p. 10.
El mismo Escudero, dice acerca de una segunda exposición de Egas en Quito, de septiem-
bre de 1926:
El espíritu de Egas se levanta sobre la vorágine del arte babélico de París y transpor-
ta su modelo autóctono –el indio perezoso y casi bestial– a la inmensa usina de las
transformaciones contemporáneas de la pintura. Y entonces emergen aquellas figuras
volumétricas de cobre oscuro, pesadas, monumentales y zoológicas. Y Egas, desde aquel
instante, es en mi concepto, un Egas universalizado y creador [Hélice, 1-5, 27 de sep-
tiembre de 1926, p. 8].
2
Librada sobre todo entre Luis Alberto Sánchez y José Carlos Mariátegui, se puede revisar
la compilación de los artículos aparecidos en Lima en 1927, mayormente en la revista Mun-
dial. Cfr. Manuel Aquézolo Castro, compilador, La polémica del indigenismo. José Carlos
Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Lima, Mosca Azul Editores, 1975.
3
A decir de Antonio Cornejo Polar, para esos años existirían tres vertientes narrativas: prosa
de vanguardia, relato criollista y narrativa indigenista. Cfr. «Historia de la literatura del
Perú Republicano», en Historia del Perú, t. viii, pp. 9-188; glosado por Jorge Kisihimoto
Yoshimura, Narrativa peruana de vanguardia. Documentos de literatura 2/3, Trimestres de
abril-diciembre de 1993.
4
En palabras del mismo Kishimoto, que abunda:
El esfuerzo más notable lo encontramos en ese bello híbrido El pez de oro de Gamaliel
Churata. Algo semejante procuró hacer Mario Chabes con su Coca y, sobre todo, Adal-
berto Varallanos con sus relatos experimentales de aliento andino. En poesía detecta-
mos magníficos frutos en alguno de los poemas que conforman los 5 metros de poemas
de Oquendo, en los textos de Alejandro Peralta autor de Ande, en Falo de Emilio
Armaza o en El hombre del Ande que asesinó su esperanza de José Varallanos.
5
Lo mismo puede decirse de la propia revista Hélice: a pesar de las portadas de los cuatro
primeros números de Camilo Egas, se trata de un espacio abierto a la difusión de la mo-
dernidad artística, y a la experimentación libre en lo plástico, literario y musical, que no
responde a un programa ideológico o estético; y que no por casualidad sostiene de manera
explícita en una nota de las «Páginas de la Redacción»: «Es natural que se nos ataque. No
Yanna Hadatty Mora • ¿Vanguardia andina en Ecuador?
45
hacemos arte para los Toapanta ni para los Chiluiza». [«Páginas de la Redacción. Marinetti
y la pazguatería». Hélice, 1-4, 4 de julio de 1926, p. 22].
Esta exclusión explícita del indígena como destinatario de la obra de arte, por otro lado, por
extraña que resulte vista con ojos de nuestros días, comparte en mucho la actitud elitista
de la que se jactan varias otras vanguardias hispánicas (Martín Fierro, o el texto rector La
deshumanización en el arte de José Ortega y Gasset): su público es minoritario, iniciado,
elitista. No escriben para todos. Desde un nivel de la realidad, es absolutamente cierto: no
era el indígena campesino, mayoritariamente quichuahablante y analfabeto, el receptor de
las páginas de nuestra vanguardia.
6
Según Cynthia Vich, Mariátegui «fue el primero en hablar de indigenismo vanguardista
en el ‘Intermezzo polémico’ de su discusión con Sánchez sobre el tema del indigenismo»;
y este concepto de indigenismo vanguardista es justamente el eje del Boletín Titikaka. Cfr.
Cynthia Vich, Indigenismo de vanguardia en el Perú: Un estudio sobre el Boletín Titikaka,
Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2000. Nota 12, p. 52.
7
Cfr. Vicky Unruh, «Peru also produced the most lasting vanguardist magazine, Puno’s
Boletín Titikaka (1926-30), dedicated, like its Lima counterpart, to an indigenist agenda»,
Latin American Vanguards. The Art of Contentious Encounters, Berkeley, University of Cali-
fornia Press, 1994, p. 17.
8
Jorge Reyes, Treinta poemas de mi tierra, Quito, s/e, 1926.
9
El poema 3 presenta un tono menos idílico sobre el tema: «En todas las cantinas / hay un
indio que canta, / rasgueando la guitarra sucia / y con voz deshilachada. // Apretados por
las manos que alientan / y los ojos que hurgan / y por el zarandeo de las palabras, / entre
gritos cortados, / los indios bailan».
10
Boletín Titikaka, mayo de 1927, p. 45.
11
Luis E. Valcárcel, Tempestad en los Andes. Lima, Minerva, 1927, Biblioteca Amauta, p. 108.
Luis Alberto Sánchez recalca en el epílogo a la obra: «Sin ser indios… dice Valcárcel en
alguna página. Y es así. Él no es indio. Ciudadano adoptivo del Cuzco, nació en Moque-
gua y su cultura ha sido española según se transparente en el tono de su obra» (Cfr. L. E.
Valcárcel, p. 182).
Federico More publica en ese mismo año la proclama «Andinismo» en Boletín Titikaka,
que concluye en la total exaltación del habitante andino: «La raza más fuerte, la iniciativa
más clara, el paisaje más bello, el agua más limpia, la tierra más longánima, la industria
más activa, la inteligencia más seria, las costumbres más sobrias, la voluntad más alta, todo
lo encuentran los suramericanos en los Andes […]. Los que quieran respirar en los Andes,
necesitan riqueza de glóbulos rojos: nunca los linfáticos pusieron las manos sobre las nieves
eternas» [Boletín Titikaka, abril de 2007, p. 39].
12
«Libros y revistas». Amauta: revista mensual de doctrina, literatura, arte, polémica. Año II, 7,
marzo de 1927, p. 3.
Dos años después Alfonso Cuesta y Cuesta definiría a otro poeta ecuatoriano, el cuencano
G. H. Mata, como autor nativista, cfr. «G. H. Mata y su obra», Mañana, 289; citado por
Harrison, 198.
13
Una definición de «Andinismo» aparece en el libro del peruano Luis E. Valcárcel, Tem-
pestad en los Andes: «El andinismo es mucho más que una bandera política, es, sobre todo,
GUARAGUAO
46
una doctrina plena de mística unción. Sólo con la fe de los iniciados, con el ardor de los
prosélitos, surgirá para encerrar en su órbita todo lo que los Andes dominan desde su alti-
tud majestuosa», p. 107.
14
Jorge Carrera Andrade, «Clave de lo nativo», Rostros y climas: crónicas de viaje, hombres y
sucesos de nuestro tiempo, Paris, Maison de l’Amérique Latine, 1948, pp. 104-105.
El tránsito de esta preocupación resulta común a toda Latinoamérica; que dirige la mirada
hacia lo «primitivo» local desde la renovación de las vanguardias. Dice el crítico cubano
Juan Marinello en 1937:
...hace diez años coinciden en nuestras islas, dos interesantísimos fenómenos: la boga
mundial de lo negro y el despertar político del afroantillano. Nuestra inveterada incli-
nación a corear el último grito literario de Francia o de Alemania determinó en los es-
critores isleños una expectación alborozada por lo africano. Por primera vez el impulso
extranjerizante nos jugó una buena partida. El camino hacia París o hacia Berlín, –ha-
cia Blas Cendrars o hacia León Frobenius, nos condujo a nuestra propia casa. Buscando
lo extraño dimos con lo propio. Nos asaltó entonces una rica sospecha. Algún tesoro
oculto debía esconderse bajo la piel oscura cuando el mundo todo se daba a su hallazgo;
alguna porción del preciado metal debía andar en el negro desconocido y maltratado
de nuestros cañaverales. […] Este libro, decíamos, resuelve un gran problema: el de la
acertada expresión lírica de lo político.
Cfr. Juan Marinello, «Hazaña y triunfo americanos de Nicolás Guillén», prólogo a Ni-
colás Guillén, Cantos para soldados y sones para turistas, México, Editorial Masas, 1937,
pp. 12-18.
15
Cierra ese mismo artículo Carrera Andrade diciendo que en comparación con la españo-
la, «en general, la poesía sudamericana de vanguardia persigue más amplios derroteros, bus-
ca un acento más humano y más libre y se orienta hacia una estética de contenido social».
Cfr., hontanar- revista, No. 7, Loja, grupo a.l.b.a., diciembre de 1931, pp.166-167.
16
En comparación con Estanque inefable de 1922, y hay que recordar que es el mismo año
en que aparece el determinante estudio sociológico El indio ecuatoriano de Pío Jaramillo
Alvarado.
17
Jorge Carrera Andrade, Boletines de Mar y Tierra, Barcelona, Cervantes, 1930, pp. 75-94.
El libro se divide en cuatro partes: «Cuaderno de mar», «Cuaderno de tierra», «Microgra-
mas» y el mencionado «Cuaderno de poemas indios». Este último está conformado por
los poemas «Domingo», «Sierra», «Indiada», «Fiesta de San Pedro», «Caracol», «Tierras,
bosques», «Corte de cebada» y «Levantamiento», y por su extensión constituye casi un
tercio del total del libro.
18
Ibíd., «Sierra», p. 79.
19
Ibíd., «Tierras, bosques», p. 87.
20
Ibíd., «Levantamiento», pp. 93-94.
21
Ibíd., Gabriela Mistral, «Explicación de Carrera Andrade por Gabriela Mistral», pp. 8-9.
22
Por su parte, la discusión sobre lo «indoamericano» trasciende como parte del debate de la
época, en Ecuador y en otras latitudes. Benjamín Carrión se siente obligado a pronunciarse
en su libro de ensayos por el total rechazo respecto a la utilización del término Indoamérica
en la obra de José Carlos Mariátegui:
Yanna Hadatty Mora • ¿Vanguardia andina en Ecuador?
47
27
Jorge Icaza considera que se dieron tres grupos literarios de protesta hacia los años 30:
Cuando he tratado de explicar la literatura ecuatoriana de mi generación, he visto que
los tres grupos que se formaron entonces correspondían a las tres regiones geográficas
del país. El grupo de la costa, que publica en el año 30 el libro Los que se van y cuyos
autores son Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert y Demetrio Aguilera Malta.
El grupo de la sierra o del altiplano, que surge por esos mismo años con libros como
mi Barro de la sierra, Taza de té de Humberto Salvador, Agua de Jorge Fernández, y el
grupo del austro, constituido por G. Humberto Mata, Ángel Feliciano [sic] Rojas y Al-
fonso Cuesta. Estos tres grupos, sin ponerse de acuerdo, hacen una obra que tiene un
espíritu común, a pesar de que cada obra de cada grupo es trabajada con los diferentes
materiales que den el paisaje, el hombre, la economía y las mil y una circunstancias que
dividen a estas regiones. La costa es el montuvio, es la casa zancuda, es el pantano, es
la fiebre de la manigua y es el monte que acecha en la víbora y en el animal salvaje; es
también el olor a cacao, a banano, a piña, a exuberancia tropical y a violencia sexual.
En la sierra es el indio, es la choza, es el valle retacado por las sementeras de maíz, de
cebada, de patatas, es el olor, el frío del páramo que silba por las noches. En el austro
son las mismas circunstancias que determinan las cosas y la gente del altiplano… Pero
a pesar de estas diferencias, a pesar de estos materiales, todos descubrieron que en el
fondo de las obras de estos tres grupos había un mensaje igual, había una rebeldía pro-
funda, un espíritu que las hermanaba e identificaba a la vez, anunciando así la unidad
de la tierra ecuatoriana.
Cfr. Couffon, «Conversación con Jorge Icaza», Cuadernos del Congreso por la Libertad de la
Cultura, No. 51, agosto de 1961, p. 53.
28
G. Humberto Mata, 2 corazones atravesados de distancia, Cuenca, e/autor, 1934 (incluye
poemas escritos desde 1928). Ibíd., pp. 88-90. En este segundo libro de poesía de temática
indígena y estilo indigenista, Mata compone un ex libris (pintado por Luis Toro Moreno)
ceñido a una propuesta de un indigenismo revolucionario, y lo explica:
Sobre del PONCHO insurrecto / en actitud de Andes bravos, / levanta el brazo la raza
/ de los indios vuelta PUÑO. / A su izquierda: la KIPA, teta del huelguerío, / hundido
el pezón de sones en el tope de esas cumbres. / A la derecha: el MACHETE, / colmillo,
reja que punza los cielos / Fuerza, Revolución. Trabajo, / y la mano cerrada exprimien-
do venganzas, / tuétano de infinito / y de mi fe / MATA
29
Quichuismo. Insulto del indio al blanco o mestizo.
30
Cuencanismo. Especie de budín de choclo molido, con sal, al que se le cuece al vapor,
envuelta la masa en sus propias hojas de la mazorca llamada pucón. Chogllotanda, choclo-
tanda. Ecuatorianismos, t. I, pp. 382-383.
31
¡Quisha! Quichuismo. Exclamación para espantar a las gallinas y otras aves domésticas.
Ecuatorianismos, t. II, p. 782.
32
Los versos dedicados al ferrocarril son:
Aura, figúrese, comadre, cómo será el ferrocarril en otras tierras;
yo ya había pensado que sería un perro grande cimentado entre carriles;
pero el Julio, que ha venido de la costa, me notició la verdad, y sin llullarme.
Dice que es una casa alta, angosta y larga, como 50 yuntas puestas en ringlera;
Yanna Hadatty Mora • ¿Vanguardia andina en Ecuador?
49
sus cuartos son hondos, con muchas vidrieras, con sillones, y el suelo de cemento,
todo va sobre ruedas brillantes, tersos como las hachas luego de afilarlas a conciencia;
en la punta de la casa hay un animalón, con jorobas que bota agua hervida y que ronquea;
tiene un horno como si a una cueva le hubiesen atascado de rocotos y de polleras
serranas;
una escoba le cae de la frente para peinar los rieles
que a la carrera de la sierra pulsan las distancias tragándose palos numerados;
y dice que tiene un ojo como esos monstruos feroces de los cuentos del Jishu;
anda ligero con un parpadeo veloz, igual a los machetes cayendo en el vacío,
y la montaña que jala los furgones hace un ruido
aserrador, de cuajo, los paisajes.
Ele, pes, comadre, la gente vive no sé cómo junto al bestia, y hasta se montan en él,
y dicen más: que hacia algún día nosotros también tendremos trenes estuprando las
florestas.
Oh, entonces los sembríos tiritarán en pataletas
y las manzanas pintan ojeras de negrumo.
33
Icaza para entonces era reconocido como director teatral, actor y dramaturgo.
34
Así se muestra, por ejemplo, cuando la Casa de la Cultura del Ecuador edita Viejos cuen-
tos. Antología de la obra cuentística de Jorge Icaza. Esta edición (Quito, 1960) consta de los
tres primeros cuentos de Barro de la sierra, e incluye además cinco textos de su otro libro
de cuentos, Seis relatos –de 1952– que fuera de Ecuador apareciera publicado bajo el título
Seis veces la muerte, en 1954.
35
Lo mismo ocurre cuando editorial Aguilar publica las Obras escogidas (México, 1961): los
tres primeros textos de ese volumen aparecen en ambas compilaciones, mientras los otros
tres se omiten, decisión que, en el caso de Aguilar, el prologuista español Ferrándiz Alborz
justifica rotundamente: «De la serie de cuentos Barro de la sierra se insertan en este volumen
Cachorros, Sed y Éxodo. En ellos se inicia definitivo el estilo de Icaza» (F. Fernández Alborz,
«El novelista hispanoamericano Jorge Icaza», en Jorge Icaza, Obras escogidas, México, Agui-
lar, 1961, p. 20). Mis cursivas.
36
Situación que de manera reciente se modifica con la tan nueva como afortunada edición
conmemorativa de los cuentos completos que con ocasión del centenario del nacimiento
de Icaza aparece finalmente en 2006: Jorge Icaza, Cuentos completos. Estudio introductorio,
cronología y notas de Alicia Ortega, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Ministerio
de Educación/Libresa, 2006.
37
Ibíd., pp. 52-53.
38
Jorge Icaza, «Sed», Barro de la sierra, Quito, Labor, 1933, p. 39.
39
Ibíd., p. 40. Y añade: «Rechazo la idea de hacer el cuento con los rapaces palúdicos, me
saldría la narración seca, consumida de sed» (p. 43).
40
Como es usual en Icaza, el final de la primera edición se modifica más adelante, siendo
este último el que aparece en la edición conmemorativa por el centenario: «¡No! No soy
indio… no soy chagra… No soy cholo pobre… ¡Soy señor! … ¡Señor de buena familia, de
buen vestir, de buen comer, de … Así, Así…[…] La felicidad de creerme salvado, seguro,
me despierta. […] ‘He vivido un cuento que no buscaba’, me digo. Un cuento que mi
GUARAGUAO
50
cobardía –como la cobardía de todos aquellos que no se sienten indios, chagras, cholos,
pobres– me obliga a olvidar. El cuento del paisaje y de las gentes que mueren de sed».
41
P. 59. Hay que recordar que al año siguiente aparece Huasipungo (1934), que determina
el derrotero indigenista de Icaza.
42
Contrastando los libros publicados por José de la Cuadra hasta entonces, al parecer la
poética montuvia apenas se definía como constante temática y estética del autor. Para esos
años de profusa publicación del autor, encontramos su firma bajo narraciones que oscilan
entre un romanticismo tardío a mediados de los años veinte (cfr. «Olga Catalina», 1925;
«La burla», 1926), un posmodernismo rural (por ejemplo, el cuento dedicado a Valle: «El
maestro de escuela», 1929) y un indigenismo de corte de realismo social, a principio de los
treinta (continuando con «Chichería», «Merienda de perro», «Ayoras falsas»; el primero de
El amor que dormía, 1930; y los tres últimos de Horno, 1932), pasando por alguna historia
de voluntad moderna y vanguardista. Así leemos el inicio de «Chichería», casi un poema
visual; o la sorprendente construcción fragmentaria de «Malos recuerdos», en un libro por
lo demás nada vanguardista, el mismo Horno. Con timidez asoman eventualmente el perso-
naje y el entorno montuvios en esta etapa («Olor de cacao», «Colimes jótel»; Horno).
43
José de la Cuadra, «Merienda de perro», en Revista de Revistas, Año 22, No. 1161, México,
14 de agosto de 1932, p.12. La correspondencia entre el guayaquileño y Rafael Heliodoro
Valle se ha revisado con mayor detalle en mi artículo «José de la Cuadra y Rafael Heliodoro
Valle: cartas hispanoamericanas», Kipus, revista andina de letras, No. 16, Monográfico en el
centenario de José de la Cuadra, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, 2004.
44
Joaquín Gallegos Lara, «Vanguardismo y comunismo en literatura», en hontanar, ii (No.
10), diciembre de 1932, p. 91.
45
La identificación de México como paradigma de las reivindicaciones indigenistas en
todos los ámbitos es general desde la Revolución. Sin embargo, también en esos mismos
años aparecen duras críticas al privilegio de la iconografía indígena sin más como mar-
cadora de la identidad estética de época. Salvador Novo dice en su relato Return Ticket
(1928): «Voy viendo, Hawai, que no [...] me extrañarás con tus mujeres si todas ellas son
como tus postales lo dicen: exactos duplicados de las sufridas criadas de mi casa y de las
oaxaqueñas que tan en boga ha puesto el programa educativo de redención del indio y
la escarlatina mural de Diego Rivera» (Cfr., Juan Coronado, La novela lírica de los Con-
temporáneos, p. 295).
Sobre la relación México y Ecuador a raíz de la propuesta cultural revolucionaria, ver Yanna
Hadatty Mora, «De hermanos y utopías, diálogo entre Ecuador y México (1928-1938)»,
Latinoamérica. Revistas de estudios latinoamericanos, No. 41, 2005/2.
46
Pío Jaramillo Alvarado mira la situación de México, comparativamente, en cuanto al
problema del indio, en El indio ecuatoriano:
Donde el problema del indio tiene una actualidad que exige contemplación y estudio
atento, es en México. Siempre creí que las revoluciones mexicanas tenían una profunda
complicación socialista, y los libros que han publicado historiando el proceso de las
administraciones de Porfirio Díaz hasta Carranza y Obregón, confirman que la revolu-
ción mejicana entraña una dolorosa cuestión social, que con mayor o menor gravedad
palpita en varios países suramericanos: la reivindicación agraria del indio (p. 75).
Yanna Hadatty Mora • ¿Vanguardia andina en Ecuador?
51
47
José de la Cuadra, «Merienda de perro», en Revista de Revistas. Diario Excélsior, Año 22,
No. 1161, México, 14 de agosto de 1932, p.12.
48
Universidad Andina Simón Bolívar, Congreso Internacional «Jorge Icaza, Pablo Palacio y
las vanguardias», Quito, 18-21 de septiembre de 2006.
49
Y debería realizarse a partir de las nuevas nociones de lo andino, pensadas desde lo an-
tropológico:
La identidad andina no se basa de manera privativa en una identidad prehispánica o
en una identidad del reino de los Incas. Lo Andino es un concepto amplio en tiempo y
espacio. La identidad andina no se determina de modo alguno por reducción cultural
como un grupo étnico único, ni por el aislamiento o rechazo de la modernidad, de
nuevas formas tecnológicas, de desarrollo y de progreso. La identidad andina se halla
mucho más en transformación permanente y debe redefinirse de manera constante en
el contacto y en la polémica entre la tradición y lo moderno, entre distintas filosofías
y formas de vida.
Christoph Stadel, “Lo Andino: andine Umwelt, Philosophie und Weisheit”, en Innsbrucker
Geographische Studien. Lateinamerika im Umbruch, vol. 32, Innsbruck, 2001. Mi traduc-
ción.
50
Hace falta matizar también quizá con mayor cuidado las diferencias entre los núcleos de
la sierra y de la costa, en cuanto a la problemática indigenista. Los costeños –aún desde
posturas de extrema izquierda– ven como necesaria una cierta «superación moderna» de los
indígenas. Joaquín Gallegos Lara opina sobre Loja: «Está escondida en los Andes –último
rincón del mundo la dicen sus hijos– culta y pequeña, esta rara ciudad. […] Loja es un
refugio hispánico y por ende americanísimo. […] Loja, pequeña ciudad de los Andes tiene
algo que decirle al mundo ecuatoriano. Tiene que mostrarle el ejemplo de cómo se liberta
de la servidumbre al Indio y se le hace superarse occidentalmente». Cfr., Joaquín Gallegos
Lara, «Ubicación de Loja en la ecuatorianidad», hontanar, No. 7, diciembre de 1931, pp.
173-174.
51
Dice en este sentido un reciente estudio peruano:
Efraín Kristal (1988), en su estudio sobre la literatura peruana entre 1848 y 1930,
demuestra que la narrativa indigenista es una parte integral de los debates políticos y
antropológicos sobre el indígena. Sostiene que la crítica se equivoca si valora la narra-
tiva indigenista según la precisión de la descripción del mundo indígena […] En vez
de disputar la autenticidad de la descripción en una o más obras, [se] propone estudiar
la relación de la narrativa indigenista con debates políticos y antropológicos sobre el
indígena.
El comentario de Cox se refiere al estudio de Efraín Kristal, The Andes Viewed from the City:
Literary and Political Discourse on the Indian in Peru: 1848-1930, Nueva York, Peter Lang,
1988. Cfr., Mark R. Cox, «La narrativa andina peruana», Lhymen, IV, No. 3, Lima, mayo
de 2005, p. 98.
GUARAGUAO
52
Bibliografía
Me gusta el arte de hoy porque me gusta la luz sobre las cosas como a todos los
hombres, inventores del fuego.
Guillaume Apollinaire
E l azar, que otros llaman destino, quiso que hace muchos años me
convirtiera en la última lectora de Pablo Palacio. En una breve edición
de tapas anaranjadas que todavía conservo y sentada en un banco de El
Ejido de Quito, leí por primera vez en 1980 y casi sin respirar, algunos de
los relatos de un autor para mí desconocido entonces, los mismos relatos
que me siguen asombrando pese al tiempo transcurrido, a una frecuenta-
ción que va más allá del oficio, a la bibliografía acumulada, a la gloria de la
edición de sus Obras completas en la colección Archivos.1
Si empiezo esta reflexión por la escena de la lectura, es porque me iden-
tifico con la intuición que la sitúa en el origen de la escritura; parecería que
muchos escritores sólo pueden constituir una escritura de sí mismos cuan-
do conforman la escena original de la lectura que los tiene como protago-
nistas, dice Sylvia Molloy: «La evocación del pasado está condicionada por
la autofiguración del sujeto en el presente: la imagen que el autobiógrafo
tiene de sí, la que desea proyectar o la que el público exige». Una intuición
crítica que ha vuelto notorios esos momentos privilegiados en los que el
yo se encuentra con el libro, sea en las autobiografías de Victoria Ocampo,
Domingo F. Sarmiento, Lucio V. Mansilla en Argentina, o en la de José
Vasconcelos en México.2
Desde una perspectiva diferente, o eventualmente complementaria, si
se quiere, otros textos de nuestra literatura también relacionados con la
Y era él. Él mismo. Un sujeto que no podía llamarse sino Pablo Palacio. Un
hombre bidimensional, hombre sin volumen ni profundidad. Un hombre
vertebrado como pocos, que posee dos ojos de habitante acuático, una nariz
de halcón, una epidermis de excelente pergamino para encuadernar toda una
biblioteca prohibida, una quijada protuberante a manera de proa de su sonrisa
de azufre –amarilla pálida– que tiende desde la nariz hasta las comisuras de la
boca, siete arrugas parecidas a siete líneas telegráficas perfectamente paralelas.
la imitación y por la autonomía del arte refuta las formas gregarias y me-
diocres que identifica con las mayorías que cubren en su imaginario un
amplio espectro que va desde los burgueses a los mozos de hotel. La esté-
tica de Hélice se propone como elitista y excluyente, pero también como
luminosa, cosmopolita y con capacidad para dominar la naturaleza: «Sólo
el artista crea, multiplica y destruye». Renuncia al servilismo de la tierra
autóctona y propone la posibilidad de una creación criolla con capacidad
de asimilación de lo universal. Con la convocatoria al diluvio que ahogue
al viejo arte, Escudero aspira a consolidar un nuevo pacto que, «en un
arca de Noé diáfana, de arquitectura estilizada y de volumen impecable»,
flotaría sobre todos los océanos. Aspiración de universalidad, utopía de
la invención, apuesta al futuro: «proclamamos la destrucción de la natu-
raleza, para crearla de nuevo. Entonces haremos la luz». Bajo consignas
inspiradas por la poética de Huidobro, propone la divinidad creacionista
del arte y el nuevo acuerdo de la modernidad: «Nunca la naturaleza en
nosotros, sino nosotros en la naturaleza. Nómades torturados de la belleza,
tenemos sed».
Con estos antecedentes, su lectura de los primeros cuentos de Pablo
Palacio es congruente con la idea de que esa sintaxis narrativa realiza, en
1927, las aspiraciones que el manifiesto de 1926 declara como una pura
utopía. Lo cual no quiere decir que Palacio se haya propuesto cumplir con
esos postulados; el gesto más bien parece ratificar que en el campo cultural
existían quienes no sólo no estaban al margen de una voluntad de ruptura
frente a modelos que percibían como «lo gastado», en términos de Adorno,
sino que se acompasaban con los vanguardistas de México, Lima, Buenos
Aires y La Habana.
Mientras que el texto de Escudero se escribe en la tensión de los debates
que atraviesan la cultura y la sociedad ecuatorianas, la breve presentación
que precede la publicación de «Las mujeres miran las estrellas», en la revista
de avance, además de profetizar que la obra de Palacio dejará «una huella
indeleble en las letras hispánicas», alude a «la poderosa y violenta revela-
ción» de su escritura y al humorismo, que llama «de honda veta trágica».
Una percepción que llegaría a constituirse después, y con diversas varian-
tes, casi en una marca de identidad de la escritura palaciana. Quince días
más tarde, la misma revista habanera reseña Un hombre muerto a puntapiés.
Una breve lectura cruzada por una admiración sin condiciones capaz de
advertir, sin embargo, que la capacidad del autor «de desdoblarse» hace
GUARAGUAO
62
que esas narraciones, sin serlo, compartan algunos rasgos propios de las
autobiografías:
Pablo Palacio, para no pasar por tosco o escaso de refinamiento, alude y elude
a la realidad, frena la imaginación, ahorca su lirismo, como observa el crítico
Celina Manzoni • Lectores y lecturas de Pablo Palacio
65
aprista Luis Alberto Sánchez, y nos da éstos sus inteligentes libros subjetivos, el
último de los cuales publicado, la Vida del ahorcado, me ha llegado hace poco.
Notas
1
Pablo Palacio, Obras Completas, Wilfrido H. Corral, coordinador, Madrid, Colección
Archivos vol. 41, allca xx, 2000.
2
Sylvia Molloy, Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, México, El
Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 1996, p.19.
3
Para un desarrollo de estos conceptos, cfr., «Escritos con el cuerpo. Textos testimoniales
de Martí», en Celina Manzoni, José Martí. El presidio político en Cuba. Último diario y otros
textos, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1995.
4
Roberto Bolaño, Amuleto, Barcelona, Anagrama, 1999.
5
Para un desarrollo de esta hipótesis, cfr., «Ficción de futuro y lucha por el canon en la
narrativa de Roberto Bolaño», en Jornadas Homenaje Roberto Bolaño (1953-2003). Simposio
Internacional, Barcelona, Casa América a Catalunya, 2005, pp. 25-47.
6
Ricardo Piglia, El último lector, Barcelona, Anagrama, 2005.
7
Gonzalo Escudero, «Pablo Palacio y su primer libro», Llamarada, No. 3, Quito, 28 de ene-
ro de 1927. En Recopilación de textos sobre Pablo Palacio, La Habana, Casa de las Américas,
Serie Valoración Múltiple, 1987, pp. 449-452.
8
Mientras que la breve presentación no lleva firma, la reseña es firmada por M. C., iniciales
que atribuyo a Martí Casanovas. Publicadas respectivamente en 1927. revista de avance,
Celina Manzoni • Lectores y lecturas de Pablo Palacio
67
año I, No. 3, La Habana, 15 de abril de 1927 y en 1927. revista de avance, Año I, No. 4,
La Habana, 30 de abril de 1927, fueron reproducidas por primera vez en Celina Manzoni,
El mordisco imaginario. Crítica de la crítica de Pablo Palacio, Buenos Aires, Editorial Biblos,
1994. La misma revista cubana acogió pocos meses después lo que se puede considerar una
primera versión de «Novela guillotinada» (revista de avance, Año I, No. 11, La Habana, 15
de septiembre de 1927). Versiones posteriores fueron publicadas en Savia, No. 36, Guaya-
quil, 10 de diciembre de 1927 y en El Espectador (Guayaquil), 18 de noviembre de 1930.
Humberto E. Robles reproduce el texto de Savia en La noción de vanguardia en el Ecuador.
Recepción y trayectoria. 1918-1934 [1989], Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Cor-
poración Editora Nacional, 2006, 2a. ed.
9
Publicado en Hélice, No.1, Quito, abril de 1926. Reproducido en H. E. Robles, La no-
ción..., pp. 105-106.
10
Benjamín Carrión, «Pablo Palacio», en Mapa de América, Madrid, Sociedad General
Española de Librería, 1930. En, Pablo Palacio, Obras completas, Quito, Casa de la Cultura
Ecuatoriana, 1964, pp. 5-20. Con el título «La literatura más atrevida que se ha hecho en
Ecuador» encabeza la Recopilación de textos sobre Pablo Palacio, pp. 29-45.
11
Todavía no ha comenzado a publicar los anticipos que en 1932 confluirán en Vida del
ahorcado, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1932.
12
Benjamín Carrión, «Pablo Palacio», en El nuevo relato ecuatoriano, Quito, Casa de la
Cultura Ecuatoriana, 1951. Reproducido en Pablo Palacio, Obras completas, Quito, Casa
de la Cultura Ecuatoriana, 1964, p. 24.
13
B. Carrión, «Pablo Palacio» [1930], en Pablo Palacio, Obras completas, p.13.
14
En ambas citas el énfasis se encuentra en el original.
15
Joaquín Gallegos Lara, «Hechos, ideas y palabras: La vida del ahorcado», en El Telégrafo
(Guayaquil), 11 de diciembre de 1933. En Pablo Palacio, Obras Completas, pp. 59-61.
16
La reproducción de este texto en Recopilación de textos sobre Pablo Palacio, tuvo como
título «Izquierdismo confusionista».
17
Carta del 5 de enero de 1933 recogida en «Epistolario parvo de Pablo Palacio», Letras
del Ecuador, No. 24-25, Quito, junio-julio de 1947. Reproducida en Pablo Palacio, Obras
completas, pp. 77-78.
Jorge Icaza en el contexto de la vanguardia
Teodosio Fernández
capaz de crear sobre el escenario un universo con leyes propias, ajenas a las
del mundo exterior, y sin embargo útiles para referirse a él. Los ejemplos
de esta orientación fueron de calidad y factura variadas, y tal vez merecen
recordarse la «comedia de fantoches» Mundial Pantomim (1919) y Un loco
escribió este drama o La odisea de Melitón Lamprocles (1923), de Moock, o
las «farsas pirotécnicas» Cimbelina en 1900 y pico y Polixena y la cocinerita
(1931), de Alfonsina Storni. Los abstracciones a las que Icaza daba vida
sobre el escenario guardan una estrecha relación con esos planteamientos:
Humberto Salvador supo detectar en Como ellos quieren... «un problema
de profunda trascendencia: la lucha entre el imperativo del deseo –estéti-
camente simbolizado por un personaje suprarreal–, y el fatídico muñeco
creado por la mentalidad conservadora»,15 muñeco cuya imagen configu-
ran los distintos miembros de esa familia burguesa que resume distintos
aspectos de una civilización «pretérita» y de una mentalidad gris.
En Sin sentido, pieza editada en 1932 y que tampoco llegó a estrenarse,
Icaza insistiría por momentos en escenificar los pensamientos de sus per-
sonajes, pero dejaba aún más patente que no le interesaba la verosimilitud
ni buscaba un teatro realista o psicológico. Además, por esta vez parecía no
tener claro –o lo pretendía ambiguo– el mensaje que habían de portar los
símbolos que debían actuar como personajes, representativos básicamente
de dos categorías: la de los viejos, a los que desde el lujoso despacho de su
castillo dirige don Claudio y que controlan el poder, y la de los jóvenes,
que ese mismo don Claudio ha reclutado entre los locos «verdaderos» de
un manicomio –los de «la cueva donde se hunden los últimos restos de
la locura y de la vida. Piltrafas humanas; restos con tara de generaciones
anormales; trozos de carne; existencias que viven su muerte»–16 con el fin
de moldear su carácter, hasta hacerlos dignos herederos de su autoridad y
de su grandeza, como antes moldeaba las siluetas de los muñecos de cartón
que solía recortar. El desarrollo de la obra supone la puesta en escena de
esos proyectos y también del fracaso que de algún modo el propio don
Claudio anticipa: «He soñado, y esto que les digo es un sueño, crear seres
ciegos a las pasiones, potentes en su indiferencia, que desconozcan el pa-
sado y el futuro y, sobre todo, que no sepan amar. Ese amor vulgar que les
vuelve tímidos, enfermizos, volubles. Ese amor indómito que se levanta
ante mi autoridad, tenaz, rebelde, efervescente».17 En efecto, sus creaciones
–«el cerebro más potente, el corazón más sensible, la astucia más fina, el
músculo más fuerte»–18 no pueden dejar de entregarse al amor o al deseo,
Teodosio Fernández • Jorge Icaza en el contexto de la vanguardia
73
arrostrando la expulsión de la casa, algo así como una pérdida del paraíso
que los obliga a enfrentarse con la dureza de la vida y sobre todo con el
hambre, que determina el robo, la violencia e incluso la rebelión. Carlos,
«el cerebro más potente», resume una actitud que en buena medida com-
parten los jóvenes: «Cuando veo esta estupidez de reglas, prejuicios y con-
vencionalismos que van contra nuestra propia existencia, contra nuestra
propia organización biológica, que están hechos para hacernos creer que
somos seres perfectos sin tomar en cuenta el dolor que esas prohibiciones
siembran en nuestras almas, me rebelo, siento furia, despecho».19 Los jó-
venes se alejan así definitivamente del buen camino que se les exigía seguir
para que pudieran volver al seno paterno, y su derrota final puede identifi-
carse con el triunfo de la represión, represión de los instintos concentrada
en la convicción de que el amor «sexual» es la más grande de las maldi-
ciones, en perjuicio de algo tan fundamental como el propio instinto de
conservación de la especie; tan fundamental y tan verdadero, como Carlos
señala: «[...] Una mujer no es más que eso: la madre, el ser que dispara la
flecha, la hembra que busca el macho para juntos saciar una energía fatal
que devora y destruye por el estómago y construye la eternidad por el sexo.
Todo lo demás es mentira..., farsa..., cuento!».20
La rebelión resulta aplastada, pero la obra trasmite la impresión de que
con ello llega también la derrota del viejo, incapaz de controlar los impulsos
de la vida que los jóvenes han pretendido hacer aflorar. El «sin sentido» que
da título a la pieza se refiere sobre todo a esos proyectos fracasados, aunque
el espectáculo parezca imaginado por un espectador neutral que observa el
conflicto entre la civilización represiva y los instintos que luchan por su libe-
ración sin tomar partido claramente por ninguno de los dos bandos. Desde
luego, Sin sentido, drama simbólico, no agota en este conflicto la riqueza de
sus matices: de algún modo convierte a don Claudio en un padre, en un nue-
vo Pigmalión e incluso en una divinidad torturada por su fracaso al realizar
una obra que pretende perfecta a la vez que la destruye, dimensión metafí-
sica o mítica21 que parece descartar la posibilidad en interpretar el conflicto
planteado en términos estrictos de lucha de clases, y sin embargo no olvida
las debilidades y contradicciones morales de los revolucionarios, debilidades
y contradicciones que son sobre todo un producto del orgullo y de los deseos
de venganza de Carlos, el ideólogo, responsable de la rebelión y también de
su fracaso. No todo el mundo intelectual ecuatoriano vería en esos últimos
términos «la tiranía del viejo»,22 ni aceptaría esa visión de los protagonistas
GUARAGUAO
74
que los abusos del hacendado y de sus cómplices –«zancudo don Panchito,
zancudo Cura, zancudo Teniente político»–24 desencadenan sobre indios y
chagras. Se explicaba así la irrupción decidida de las preocupaciones sociales,
que se extendían a los sectores obreros representados en «Desorientación»
por Juan Taco, con su rabia pero sobre todo –«si todos los de su clase cerra-
ran los puños, entonces sería un bosque de manos amenazantes», siente en
alguna ocasión–25 con su incapacidad para unirse contra la burguesía que les
vende el patriotismo y tantas otras patrañas religiosas, políticas y culturales
(Dios, la libertad, la civilización). También «Éxodo» deja esas preocupacio-
nes de manifiesto al denunciar la alianza opresora que los liberales y el clero
habían sellado en un pasado aún reciente, alianza que se extendería a todo el
país para frustrar las esperanzas que el hijo de José Quishpe había depositado
en la costa ecuatoriana, haciéndole pensar en la necesidad de buscar «una
reivindicación propia y urgente».26
Las posiciones radicales del realismo social o socialista parecían haber ga-
nado la batalla cuando en 1934 apareció Huasipungo,27 y cabría concluir que
con su obra más famosa Icaza entraba plenamente en otra etapa, ajena por
completo a ese pasado literario en buena medida olvidado que he revisado
aquí. Pero nada impide suponer que alguna huella de la vanguardia hubo de
quedar en su novela, al menos si se tiene en cuenta la primera versión, de
la que Icaza había de alejarse con las sucesivas revisiones que elaboraron el
texto hoy considerado como definitivo. Así se limaron en gran medida las
aristas más agresivas de la denuncia que en los años treinta el autor conju-
gaba reiteradamente con alusiones a la inminencia de un cataclismo revo-
lucionario, conjunción que alcanzaba su momento culminante en ese final
de la novela en que una «gran sementera de brazos flacos» aún murmura su
«Ñucanchic huasipungo» tras la represión violenta de la rebelión indígena,
«poniendo a la burguesía los pelos de punta».28 También se atenuaron hasta
casi desaparecer los rasgos inequívocamente vanguardistas de una prosa que
a veces –como antes en numerosos pasajes de los relatos incluidos en Barro
de la sierra– demostraba una indudable voluntad lírica,29 con resultados que
podrían relacionarse con la insistencia de los poetas vanguardistas en la po-
tenciación de la imagen como elemento esencial de la poesía, potenciación
que los escritores podían intentar también en la prosa narrativa y ensayística.
Las imágenes de Icaza sobresalían frecuentemente por su concreción y por
su eficacia visual, y servían como antídoto contra la abundancia verbal que
también muchos vanguardistas trataban de suprimir. Por otra parte, el ingenuo
GUARAGUAO
76
intelectual que en otros países contó con las aportaciones de escritores nu-
merosos y de prestigio a veces indiscutido: inesperada riqueza, pues, la de
algunas facetas de la producción literaria de Icaza con demasiada frecuen-
cia ignoradas, ocultas tras el realismo social atribuido a alguna imprecisa
redacción tardía de Huasipungo.
Notas
1
Como «altas» comedias y como estrenadas por la Compañía Dramática Nacional –los días 28
de septiembre de 1928 y 23 de mayo y 20 de julio de 1929, respectivamente– constan en Jorge
Icaza, Como ellos quieren... ¿Cuál es?, Quito, Editorial Bolívar, 1931, página final que informa
sobre las obras del autor. La recuperación de aquellas experiencias incluida en Atrapados puede
resultar útil para imaginar lo que fueron: «Escenas en molde español como la primera de la obra.
Tema del triángulo amoroso a la francesa –la mujer, el marido, el amante–. Desenlace de tru-
culencia de un Echegaray venido a menos», pudieron ser los ingredientes fundamentales de El
intruso. La sátira social probablemente se acentuó en La comedia sin nombre y Por el viejo, aunque
la voluntad de encontrar una expresión escénica renovada no se manifestaría hasta el «acto de
gran guiñol» ¿Cuál es?, fruto de una «diabólica gana de terminar con los moldes occidentales,
viejos y nuevos, venerados hasta la ridícula copia donde caían todos, y de los que aprovechaban
hábilmente para lograr el aplauso». Cfr., Jorge Icaza, Atrapados. Tríptico (cuadro segundo). En la
ficción, Buenos Aires, Editorial Losada, 1972, pp. 7-14 (11 y 14).
2
Cfr., Como ellos quieren... ¿Cuál es?, p. 50.
3
Ibíd., p. 75.
4
Ibíd., p. 62.
5
Ibíd., pp. 7-8.
6
Ibíd., pp. 12-13.
7
Ibíd., p. 65.
8
Ibíd., p. 22.
9
Ibíd.
10
Ibíd., p. 9.
11
Ibíd., p. 12.
12
Ibíd., p. 8.
13
Ibíd., p. 10.
14
Cabe recordar –si no lo impiden las discusiones de la crítica relativas al género a que per-
tenece– la breve farsa que Pablo Palacio tituló «Comedia inmortal», publicada en febrero de
1926 en la revista Esfinge. Tras las aportaciones de Icaza, merece mención especial Paralelo-
gramo, comedia antirrealista en seis cuadros que Gonzalo Escudero editó en 1935.
15
J. Icaza, Como ellos quieren... ¿Cuál es?, p. 10.
16
Cfr., Jorge Icaza, Sin sentido, Quito, Editorial Labor, 1932, p. 13.
17
Ibíd., p. 9.
18
Ibíd., p. 13.
19
Ibíd., p. 71.
20
Ibíd., p. 100.
Teodosio Fernández • Jorge Icaza en el contexto de la vanguardia
81
21
Esa dimensión está presente con frecuencia en el teatro de la época, que con preferencia
recurrió a la tradición grecolatina para enriquecer la significación de obras de asunto contempo-
ráneo, como Proteo, que el mexicano Francisco Monterde escribió hacia 1930, o como Cuando
tengas un hijo, donde Eichelbaum recuperó el tema de Fedra e Hipólito en apoyo del caso freu-
diano que pretendía plantear. A veces esos ingredientes míticos se llevaron a creaciones próximas
a la tradición realista: la referencia al amor de Fedra por Hipólito permitió relegar a un segundo
término la ambientación costumbrista y el lenguaje campesino del drama rural La viuda de
Apablaza (1928), del chileno Germán Luco Cruchaga, centrando el interés en la pasión que
conducía al suicidio de la protagonista. Pronto abundarían las creaciones teatrales de este signo,
y la inspiración no fue inevitablemente clásica: Fausto, don Juan, mitos cristianos e indígenas
permitieron también dotar de alcance universal a los conflictos planteados, pretensión que se
difundió a la vez que las teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo y sus relaciones con los
sueños y con la literatura, aunque se recurriese a ellos no sólo para abordar temas psicopatológi-
cos, sino también para enriquecer la evasión poética o la recreación histórica.
22
J. Icaza, Sin sentido, p. 72.
23
Cfr., Antonio Lorente Medina, «Barro de la sierra y las tensiones de la modernidad en el
Ecuador de los años 30», Ensayos de literatura andina, Roma, Bulzoni, 1993, pp. 73-90.
24
Barro de la sierra, Quito, Editorial Labor, 1933, pp. 39, 41 y 59.
25
Ibíd., p. 115.
26
Ibíd., p. 89.
27
Cfr., María del Carmen Fernández, «Controversia ‘realismo abierto’-‘realismo social’», El
realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los 30, Quito, Ediciones Libri Mundi,
1991, pp. 114-123.
28
Jorge Icaza, Huasipungo, Quito, Imprenta Nacional, 1934, p. 214.
29
Cfr., la descripción del avance de los soldados que reprimen la rebelión: «El glorioso bata-
llón trepa abriendo filas y pisando en la defensa de los peldaños que ponen las ametralladoras
con su vomitar constante de puntos suspensivos [...]. Aúlla el dolor por todas las bocas. Los
ayes se revuelcan formando nidos de lodo sanguinolento [...] De improviso, a la mandíbula
inferior de la zanja le brotan dientes de bayonetas; el refugio se convierte en hocico carnívoro
que se goza en triturar a la indefensa indiada con sus caninos de acero» (p. 211).
30
J. Icaza, Huasipungo, p. 139.
31
«Chasquido saturado de espanto, chasquido que anima a todos los muñecos de la co-
media en locura de gritos descoyuntados, de cantos enfermos, de bailes, de mordiscos, de
gestos alelados de imbéciles». Cfr., Jorge Icaza, Flagelo, con estudio preliminar de Francisco
Ferrándiz Alborz, Quito, Imprenta Nacional, 1936 (página sin numerar).
32
En El Chulla Romero y Flores «los personajes viven una continua farsa por ‘parecerse a’.
Icaza satiriza con la caricatura –el guiñol y el esperpento son dos medios de llevarla a cabo– la
alienación y la inautenticidad en que se instalan todos sus personajes», según Antonio Lo-
rente Medina, «Lectura intratextual de El Chulla Romero y Flores», en Jorge Icaza, El Chulla
Romero y Flores, edición crítica coordinada por Ricardo Descalzi y Renaud Richard, Madrid,
Colección Archivos, 1988, pp. 273-297 (275). En nota 11 fue aún más preciso: «Lo teatral
stricto sensu tiene un gran peso específico en la novela. Ello se percibe desde el capítulo I, en el
que se puede observar: lo teatral-guiñolesco en la presentación de los personajes; lo teatral de
los diálogos y monólogos interiores, que constituye uno de los mayores aciertos poéticos en
GUARAGUAO
82
La finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no como
reconocimiento; los procedimientos del arte son el de la singularización de los objetos,
y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de
la percepción. El acto de percepción es en arte un fin en sí y debe ser prolongado. El
arte es un medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está «realizado» no
interesa para el arte.
V. Shklovski, «El arte como artificio», 1917.
los aspectos más importantes de su obra, aunque haya sido una novedad
la elección del tipo de personajes marginales que hizo y, sobre todo, el
punto de vista que desarrolló acerca de ellos, ni la preferencia por ubicar
sus narraciones en espacios urbanos. Después de todo, deslumbrados por
el futurismo, los vanguardistas radicalizan una visión de lo urbano que los
modernistas de principios del siglo xx ya habían integrado a la literatura.
Medardo Ángel Silva, el emblemático modernista ecuatoriano, localiza la
mayoría de sus cuentos y escenarios poéticos en espacios urbanos y se con-
virtió, ficcionalizado él mismo en el cronista Jean d’Agreve, en un paseante
que observaba la ciudad nocturna, esa ciudad de seres marginales que los
«burgueses tímidos como liebres» no querían contemplar, y nos entregó
una Guayaquil no tanto como la ciudad que fue cuanto como la ciudad
como fue sentida por la mirada del poeta.
Lo más interesante en la obra de Pablo Palacio –sin desdeñar sus perso-
najes marginales, su humorismo deshumanizado, su libertad creativa, o su
despiadada crítica social– parecería ser, ante todo, la lucidez y contempo-
raneidad teórica frente al hecho literario. Desde su sintonía de espíritu con
la vanguardia latinoamericana, Palacio coincide, sin que se sepa que los
conociera, con los postulados de los formalistas que consideran a la obra de
arte como un artificio, es decir una construcción con autonomía frente a la
realidad: para Palacio, el arte es un problema de traslados en concordancia
con Shklovski para quien «[…] es un medio de experimentar el devenir
del objeto».4
En ese constante evidenciar la construcción de la obra literaria, Palacio
devela sus mecanismos y de paso cuestiona los problemas de la originali-
dad en el arte: «Descomposición y ordenación de formas, de sonidos y de
pensamiento. Las cosas y las ideas se van volviendo viejas. Te queda sólo
el poder de babosearlas».5 Así, si para Palacio, el arte es «descomposición
y ordenación de formas, de sonidos y de pensamiento», el arte sería bási-
camente un problema formal por lo que, en vano, se pretende plasmar en
él la ilusión realista. En esta formulación también coincide con Shklovski:
«Todo el trabajo de las escuelas poéticas no es otra cosa que la acumulación
y revelación de nuevos procedimientos para disponer y elaborar el material
verbal, y consiste mucho más en la disposición de las imágenes que en su
creación».6
Palacio exacerbó la función paródica en sus narraciones como si hubie-
se estado buscando una forma expresiva que finalmente pudo realizar ple-
Raúl Vallejo • Lucidez teórica y exclusiones mutuas
85
A esa opinión, más bien marginal en dicho ensayo, Cueva añadió una
nota al pie de página con la que, al parecer, pretendía abrir el paraguas
antes de que lloviera:
Lo digo sin el menor prejuicio contra la obra de Palacio y con el exclusivo objeto
de establecer ciertas proporciones. Recuérdese, por lo demás, que el único libro
de este autor editado fuera de nuestro país va precedido de un elogioso prólogo
mío: Un hombre muerto a puntapiés y Débora, Santiago de Chile, Editorial Uni-
versitaria, 1971 [se refiere a «El mundo alucinante de Pablo Palacio»].16
Años más tarde, montado en el debate sobre el realismo social, al que
caracteriza como la cumbre de la literatura ecuatoriana hasta los 70, Cueva
no sólo se ratificó en lo que había escrito en su artículo de 1978 sino que
dedicó todo su nuevo ensayo para sostenerlo. En el nuevo texto, Cueva
señala que Palacio no es un escritor de los años treinta sino de los veinte
toda vez que el paradigma literario en el que se mueve es el del vanguardis-
mo, y concluye que no es ningún «precursor» ya que ese vanguardismo en
Latinoamérica comienza en la primera década y está terminando cuando
Palacio empieza a publicar. Hasta aquí más bien estoy de acuerdo con una
parte de los señalamientos de Cueva; no obstante, éste no percibió que el
carácter de «precursor» de Palacio no reside ni en los temas ni el estilo sino
en la concepción de la literatura, entendida como un espacio autónomo y
de construcción artificiosa, que se desprende de su narrativa y que el hecho
de estar ubicado en el paradigma del vanguardismo no lo desmerecía sino
que enriquecía la tradición literaria del Ecuador.
En el otro artículo, Valencia sostiene que la mayoría de los novelistas
ecuatorianos ha padecido el «síndrome de Falcón», refiriéndose a la exis-
tencia de Juan Falcón Sandoval –que fue el hombre que cargó sobre sus
hombros a Gallegos Lara que era inválido–, al supuestamente no haberse
liberado de la tradición de la literatura del realismo social. Estoy de acuerdo
con la casi totalidad de la caracterización que hace Valencia sobre Palacio
en este artículo y también con la mayoría de sus opiniones acerca del uni-
verso de la novela que el novelista contemporáneo tiene que contemplar
–aunque no comparto su formulación sobre la existencia del síndrome más
que en los epígonos del realismo social sobre todo porque, ya en los seten-
ta, la figura de Palacio fue recuperada por los escritores jóvenes de entonces–.
Mas lo que remarcaré es que la opinión de Valencia sobre Gallegos Lara, dicha
GUARAGUAO
88
[…] Escribió varios cuentos folklóricos17 y una novela plagada [sic] de her-
mosas imágenes, como las cruces flotantes sobre las aguas del río Guayas, que
le dan el título de Las cruces sobre el agua (1946). Pero lamentablemente des-
pedazó la novela18 [cuyo acontecimiento climático, y no su tema como suele
decirse, es la matanza de cientos de obreros el 15 de noviembre de 1922 en
Guayaquil] volviéndola un alegato de denuncia.19
De esta incomprensión sobre un periodo histórico en la que se ha enre-
dado la crítica ecuatoriana, se generan juicios desinformados y arrogantes
como el del novelista español Enrique Vila-Matas, que entra a participar
de la polémica como «un toro ciego en el ruedo», según la canción de Víctor
Manuel, y se da el gusto de insultar a Jorge Icaza trayendo a cuento una
expresión de Nabokov dicha en un contexto diferente:
Me confieso fascinado ante este extraño vanguardista que tuvo que luchar
con la incomprensión casi total de sus contemporáneos ecuatorianos, reacios
a aceptar el experimentalismo radical de sus propuestas literarias, tan opuestas
a lo que entonces en Ecuador estaba en boga: la corriente indigenista de Jorge
Icaza, escritor comprometido («papanatas comprometido», le habría llamado
Nabokov) y sin misterios.20
Como es obvio, comparto su fascinación por Pablo Palacio. Lo que no
comparto es su contribución al mito romántico del «escritor incomprendi-
do». Ni Pablo Palacio ni los demás vanguardistas fueron «incomprendidos»
en su momento, salvo –igual que sucede con todo movimiento literario
que irrumpe en la escena pública planteando lo nuevo– por aquellos que
defendían el gusto oficial de la época que era el gusto por el modernismo
y sus epígonos y no por el realismo social que, en todo caso, fue en su mo-
mento un movimiento de total ruptura. Los vanguardistas pertenecieron
a un movimiento literario que se expresó a nivel latinoamericano, que se
consideró a sí mismo parte de la vanguardia europea, que construyó redes
de revistas literarias y escritores sintonizados en igual frecuencia, conti-
nuando la visión cosmopolita del arte asumida por los modernistas, y que
se planteó caminos propios en sus formas expresivas. En todo caso, fue la
Raúl Vallejo • Lucidez teórica y exclusiones mutuas
89
Notas
1
Este texto reproduce en gran parte lo que fue el prólogo de la edición de Un hombre muer-
to a puntapiés y otros textos de Pablo Palacio, Biblioteca Ayacucho, vol. 231, Caracas, 2005,
cuya compilación, presentación, cronología y bibliografía estuvo a mi cargo.
2
Debemos a Miguel Donoso Pareja, que fue el editor de la Recopilación de textos sobre Pablo
Palacio, publicada en 1987 por Casa de las Américas de La Habana, en su serie Valoración
Múltiple, la primera organización contemporánea de los estudios críticos más significativos
sobre Palacio y a María del Carmen Fernández y su libro El realismo abierto de Pablo Pala-
cio en la encrucijada de los 30, de 1992, la más rigurosa de las investigaciones y el primer
estudio sistemático y extenso que se haya publicado hasta el presente. A ella también le
debemos, sin duda alguna, la edición mejor cuidada y anotada, a pesar de la sencillez de
su presentación editorial, de las Obras completas de Palacio (Colección Antares, vol. 141,
Quito, Libresa, 1997) publicada hasta hoy.
3
Cit. por B. Eichenbaum, «La teoría del ‘método formal’», en Teoría de la literatura de los
formalistas rusos, Tzvetan Todorov, edit., en español, México, Siglo Veintiuno, 1980, 4a.
ed., p. 49.
4
Víktor Shklovski, «El arte como artificio», en Teoría de la literatura …, p. 60.
5
Pablo Palacio, Vida del ahorcado, Quito, Talleres Nacionales, 1932, p. 27.
6
V. Shklovski, p. 56.
7
B. Tomashevski, «Temática», en Teoría de la literatura…, p. 227.
8
Pablo Palacio, Débora, Quito, s.e., 1927, p. 14.
9
B. Tomashevski, p. 227.
10
Galo René Pérez (en «Pablo Palacio», Varios autores, Novelistas y narradores, Puebla,
México, Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960, pp. 563-568) sostiene que «lo des-
concertante constituye el signo» de los textos de Palacio y que sólo su personalidad «–par-
tida entre la sombra y la luz– podía haberlos creado. No tuvieron que correr sino pocos
años para que esa sombra, invasora, lo sustrajera para ella sola, apagando todo destello de
razón en aquel extraño escritor. […] Habría necesidad de que comparecieran las mismas
circunstancias desventuradas, seguramente mórbidas, que obraron en su alma, para que se
diera un caso parejo al suyo». (pp. 563-564)
11
B. Eichenbaum, p. 38.
12
Agustín Cueva, «Collage tardío en torno de l’affaire Palacio», Literatura y conciencia histó-
rica en América Latina, Fernando Tinajero, edit., Quito, Planeta, 1993, pp. 143-167.
13
Leonardo Valencia, «El síndrome de Falcón», Pablo Palacio, Obras completas, Wilfrido H.
Corral, coord. Ligugé, Colección Archivos, No. 41, 2000, pp. 331-345.
14
Como contrapunto a esta opinión de Cueva, este trabajo demostrará que Pablo Palacio es
un escritor imprescindible en la construcción de la tradición literaria de Nuestra América.
15
Agustín Cueva, «En pos de la historicidad perdida. (Contribución al debate sobre la lite-
ratura indigenista del Ecuador)», Lecturas y rupturas, Quito, Planeta, 1986, p. 161.
16
Ibíd., p. 161-162.
17
Seguramente se refiere a los cuentos de Gallegos Lara en el libro Los que se van (1930)
cuya autoría comparte con Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. Su afirmación
GUARAGUAO
92
resulta tendenciosa puesto que Gallegos Lara siempre estuvo en contra de quienes consi-
deraban al cholo y al montuvio como elementos del folclor y justamente ese libro rompe
con los elementos folklóricos de la literatura costumbrista. Jorge Enrique Adoum dice: «Y
es ese lenguaje nuevo, descarado, insolente, incluso terrorista –con esa juguetona y a veces
gratuita deformación ortográfica en la que no volvieron a insistir sus autores–, contra la
forma académica y el colonialismo lingüístico, lo que Los que se van aporta al nuevo relato».
(La gran literatura ecuatoriana del 30, Quito, El Conejo, 1984, p. 40).
18
Para proporcionar el contraste necesario sobre esta opinión, citaré nuevamente a Adoum
que también analiza la novela de Gallegos Lara: «Pese al tema y a la culminación dramática
de la acción, pocas obras de la literatura ecuatoriana del período realista son menos ‘ma-
niqueístas’ que la de Gallegos Lara (sus personajes populares tienen debilidades y errores,
a veces son injustos, a veces grandes: en la escena de la matanza hay un capitán a quien
su superior asesina por negarse a disparar) y menos ‘propagandísticos’ desde el punto de
vista del texto (más lo serían, por ejemplo, las novelas voluntariamente políticas de Vera o
Salvador). Pero hay quienes se empeñan en juzgar la obra por el autor, y si algunos hacen
depender la historia literaria del ‘psicologismo individualista’ –por lo que Tinianov con-
sideraba que aquella conservaba ‘un estatuto de territorio colonial’–, otros la someten a la
‘filiación política’. Eso se ha hecho con Gallegos Lara.» (Ibíd., pp. 47-48)
19
L. Valencia, p. 332.
20
Enrique Vila-Matas, «Carta de Barcelona: El Antonin Artaud ecuatoriano», Letras Libres,
Madrid, mayo 2001.
21
Todas las formas expresivas de la vanguardia –desde el dadaísmo hasta el indigenismo– y
más tarde también el realismo social estaban tan lejos de ser «literatura oficial» que, en el
famoso texto de 1947, Dieciocho clases de literatura, de nuestro célebre Aurelio Espinosa Pó-
lit S. J., escrito en el marco de una reforma educativa y producto de un curso de formación
docente, no son mencionadas ni siquiera para oponerse a ellas.
22
«Entrevista a Pablo Palacio», en Obras completas, edición de María del Carmen Fernán-
dez, p. 385.
23
Me refiero a Ajedrez (cuentos, 1929), En la ciudad he perdido una novela (novela, 1930),
y Taza de té (cuentos, 1932).
24
José Carlos Mariátegui, «La realidad y la ficción», en Obras, Selección de Francisco Baeza,
La Habana, Casa de las Américas, s.f., tomo 2, p. 416.
25
J. C. Mariátegui, «Nacionalismo y vanguardismo…», en Obras, p. 306.
La narrativa de Juan Emar y la novela
Vida del ahorcado de Pablo Palacio:
Una teoría geométrica del ser en el mundo
Cecilia Rubio
Universidad de Concepción
Introducción
Totalidad y unidad
Tendré que hacer un verdadero esfuerzo para mantenerme ahora sobre una
misma línea, una línea recta en lo posible, recta cuanto se pueda a lo largo de
este relato. Verdadero esfuerzo para no escaparme a derecha o izquierda. Porque
GUARAGUAO
98
la esencia misma del relato es la escapada permanente hacia todos lados, todos
los puntos, todo lo que es. Y la voluntad mía: reunir cuantas escapadas haya
sobre una línea de continuidad lógica y –¡ojalá!– dentro de un solo globo que
todo lo encierre en unidad.20
Esto nos lleva a otras premisas implícitas que se juegan entre los abso-
lutos de las teorías y los relativismos que ellas promueven si enfocan, como
lo hacen, el delicado problema de la totalidad y la unidad, uno de los temas
emarianos por excelencia. En última instancia, la figura que se forma por
medio de tres factores se resuelve en el círculo, que es en el hermetismo la
imagen de Dios en tanto unidad- totalidad, es decir, «el círculo cuyo centro
está en todas partes y la circunferencia en ninguna» (Corpus hermeticum).25
Si de imitar a Dios se trata, la figura debe incorporar un mecanismo que lo
haga vibrar, de allí la idea de la circulación que completa la construcción en
una dinamia que se asemeja a la vida, tal como lo percibe el protagonista de
«Maldito gato»: «ya entonces pudo la vida, no sólo llegar, no sólo pasar, sino
que circular, circular así: yo, él, ella; él, ella, yo; ella, yo, él... circular, circular
siempre, circular definitivamente, al lado, al espejo de la otra».26
Recordemos ahora otra cita de la novela Ayer que permite, más clara-
mente que ninguna, vincular la cuestión del equilibrio al problema de la
poética emariana. Es el momento en que el protagonista conversa con el
pintor Rubén de Loa:
[. . .] Pero ello no quita que parte de los rojos al ser sacados de aquí, quede ocio-
sa. Tú dirás, pequeña parte; yo, gran parte. Como sea, estamos de acuerdo con
la existencia de esa parte. Y esa parte ociosa, colgadas ya las telas en un muro
de exposición, empezará a buscar un objetivo, a rondar, a tratar de emplearse,
a mortificar a cuantos ojos se posen sobre ella, a crear el yerro, a implantar el
malentendido, a tender un velo de desconcierto entre los espectadores y las
doce telas. Y va a resultar, mi buen amigo, que nadie va a entender palabra y
que todos van a salir de allí con una engorrosa sensación de sin sentido.
[. . .]
–¿Qué espectadores?
[. . .]
[. . .] Tú quieres decir que saldrán con los ojos desorbitados por el sin senti-
do..., ¿sabes quiénes?
Esperé. Rubén de Loa exclamó:
–¡Los burgueses!27
GUARAGUAO
100
los correspondientes verdes que los sosegaran, que los metieran dentro de
un plácido equilibrio. Eso era. Y por eso yo, al verlas alejarse, sentía cómo
me desequilibraba y me caía a los infiernos».
En esta novela, la primera mención al «desparramo» se produce cuando
el pintor Rubén de Loa discute con el protagonista la forma en que armo-
nizarían el rojo y el verde. Recuérdese que el gran temor de éste es que el
rojo ‘caiga’ y que la «ociosidad» del verde pueda ocasionar otro derrame de
color. Específicamente, el narrador, que reflexiona sobre la relación entre
la gente y las vidrieras, sostiene que de no existir éstas, «la humanidad en-
tera se desparramaría hacia los cuatro puntos cardinales».30 Por cierto que
este pensamiento hiperbólico, lo es más al tratarse de referentes mínimos.
Ya se ha visto que la pretensión emariana de alcanzar la unidad, aunque
ambiciosa, se representa siempre a través de precarios elementos: el león, la
única nota que entonan los monos, la panza del gordo, las vidrieras.31
La imagen final de la novela, del hombre que intenta apresar su propio
cuerpo en el dibujo de su silueta se explica por el mismo temor a la dilu-
ción.32 Cito: «[. . .] el cuerpo se me aflojó. Temí luego que llegara a hacerse
semisólido y que pudiera, con la misma consistencia y la implacabilidad
de un río de lava, desparramarse por ambos lados sobre las sábanas hacia
los bordes de la cama».33 Pero la mejor expresión de este temor al «despa-
rramo» y la consiguiente necesidad de cerrar las figuras se encuentra en
«Maldito gato», momentos antes de trazar el triángulo, como se ve en la
siguiente cita:
¿Pasan? ¡Aún no! Porque, de pasar por ellas se irían, se irían para siempre, se
desvanecerían en el infinito, pues la figura no ha sido cerrada todavía y, al no
haberlo sido, deja en cada uno de sus extremos dos puertas, dos bocas abiertas
hacia la infinitamente nada. Y la vida hay que cerrarla, encerrarla, limitarla,
dibujarla. De lo contrario, el mundo todo, el cosmos, convergería precipitán-
dose hacia el imán de estas dos líneas, y una mitad se pulverizaría de la pulga
para allá y de la otra de mi punto para acá. Y nada subsistiría en nada.34
No debe olvidarse aquí que una de las divisas fundamentales del ocul-
tismo es reproducir en el iniciado la cosmogonía por la cual el universo ha
pasado de las tinieblas a la luz o, lo que es lo mismo, del caos al cosmos. En
este contexto, no es extraño, entonces, que el proyecto emariano consista en
restablecer en su universo narrativo el proceso por el cual un personaje logra
GUARAGUAO
102
La obra de arte debe ser Eurítmica; es decir que cada uno de sus elementos debe
estar ligado al todo por una relación constante que satisfaga ciertas leyes.
Esta armonía viviente podría llamarse: equilibrio de relaciones, pues así el
equilibrio no es como hoy día se comprende: un resultado de igualdades o
de simetrías, sino que resulta de una relación de números o de proporciones
geométricas que constituyen una simetría por equivalentes.
Cecilia Rubio • La narrativa de Juan Emar y la novela Vida del ahorcado de Pablo Palacio...
103
Esta estética está de acuerdo con las leyes con que nuestro espíritu ha com-
prendido y explicado el universo desde Pitágoras y Platón. Por ello, sabemos
que todo en la creación es rítmico según las leyes del número, y gracias a estas
leyes únicamente, nos es permitido volver a crear, reconstruir equivalentes del
equilibrio y de la armonía universales.
El fin de las artes puede ser definido así: reconstruir el universo según las mis-
mas leyes que lo rigen.35
Es cierto que no es difícil verse inducido por esta nota a pensar, como
Patricio Varetto,36 que Emar habría intentado «dar forma en la prosa, [...]
narrativizar quizá, la teoría cubista de la obra de arte».37 No obstante, pre-
fiero ver el aspecto de la obra eurítmica en Emar como un hecho que tiene
su desarrollo propio y particular, dado que, por un lado, es uno de los
aspectos de naturaleza conceptual y práctica que forma parte del sistema
narrativo emariano. De hecho, en la nota de arte del 16 de julio de 1924,
titulada «Moi, je pensé», Emar se refiere a la literatura en términos pareci-
dos a los que usan los teóricos del cubismo para referirse a la pintura. En
esta nota, Emar está tratando el problema de la función de la literatura,
respecto de la cual señala que en lugar de usar la literatura, el escritor se
doblega a un ideal de medida, de proporción y de ritmo, lo que en defi-
nitiva «eleva» el espíritu de los lectores. Lo que Emar llama «un arte de las
palabras» debe regirse por sus propias leyes, las que consisten en una «justa
proporción, justa construcción».38 Más adelante, en la nota del 6 de agosto
de 1924, «Al arte lo que es del arte», Emar reclama que el arte sea juzgado
como se juzga una obra científica, por su «serenidad y exactitud», alegando
que éstas son las «razones del arte».39
Por otro lado, Emar veía y vivía el arte como una disciplina que incluía
diversas prácticas, entre las cuales existía continuidad. Véase en la siguiente
cita de «Pilogramas», nota de arte del 9 de octubre de 1924, cómo se refiere
Emar al cubismo y al arte:
Decir esto del cubismo, es limitar la cuestión. Así es toda la pintura, toda la
escultura.
GUARAGUAO
104
Ya sé muy bien, Moroña, lo que usted me dice del despego de cuanto nos ro-
dea. Cada día progreso un poco más en este sentido. ¿La publicación de lo que
escribo? No pienso jamás en ella. ¿Lo que se diría y lo que alegarían todos al
leerme? Tampoco pienso pues yo tengo un sentido muy diferente del trabajo:
el trabajo es de por sí y es totalmente ajeno a nosotros; uno lo que hace es ir
acercándose a él y traducir lo que ve a su lado.43
En una y otra cita lo que se observa es una concepción del arte como
un oficio por el cual uno se acerca a algo (¿el mundo? ¿las ideas? ¿una expe-
riencia?) que requiere ser expresado en un lenguaje que descifre sus claves,
pero que a la vez lo vuelva a cifrar. Extraña tarea la de este «traductor» que
lejos de poner a nuestro alcance su saber, de hablar en una ‘lengua común’,
confiesa que lo que ha hecho es deformar y que, por lo tanto, debemos
traducirlo a él.
Cecilia Rubio • La narrativa de Juan Emar y la novela Vida del ahorcado de Pablo Palacio...
105
Por eso yo también estoy lleno, con la tranquilidad del mueble fino que tiene
todas sus superficies lisas y sus junturas cabales, justas y completas.
Dimensión metanovelesca
que la voz ordenadora del texto invita a los señores burgueses y a los seño-
res proletarios, no puede ser más decisiva en relación a realizar un precario
gesto humano de poner luz, es decir, una línea de corte, en las tinieblas del
caos: «Anda, levántate, enciende algo, que estás retardando el equilibrio
definitivo del mundo».63
Entre cubo y campana, se escoge ser el péndulo, un hombre ahorcado.
Una última cita de la novela nos permitirá percibir con patente clari-
dad la concordancia en la concepción artístico-novelesca de nuestros dos
autores:
Notas
1
Las vanguardias chilena y ecuatoriana siguen un itinerario similar, a mi parecer, aunque
un poco desplazado en las fechas. La chilena empieza a instaurarse polémicamente desde
los años 1910 hasta inicios de 1920, alcanza plena vigencia desde 1922, aproximadamente,
y hasta la primera mitad de 1930 (1935 especialmente), vigencia no exenta de polémica,
y sufre un repliegue más o menos forzado frente a la arremetida de la tendencia realista
en la segunda mitad de 1930, específicamente en 1938. Como se observa, en términos de
fechas coincido sobre todo con Schwartz (1991), quien propone los años 1914-1938 como
demarcadores de la vanguardia latinoamericana. Para la periodización de la vanguardia
ecuatoriana, sigo a Humberto E. Robles (2006), quien determina las fechas de 1918-1934,
pasando por tres etapas: 1918-1924: «Presencia y recepción polémica de la noción de van-
guardia»; 1925-1929: «Descrédito y desplazamiento de la noción de vanguardia»; y 1930-
1934: «Rezago y descarte de la noción de vanguardia».
Cecilia Rubio • La narrativa de Juan Emar y la novela Vida del ahorcado de Pablo Palacio...
111
19
Ibíd., p. 52.
20
Ibíd., p. 1130.
21
Ibíd., p. 53.
22
Ibíd., p. 84.
23
Ibíd., p. 86.
24
Cfr., G. Bachelard, 1991.
25
Esta expresión es comúnmente atribuida a Pascal, como lo hace, por ejemplo, Edgar Alan
Poe en su Eureka. Para su genealogía, puede consultarse Borges, «La esfera de Pascal» y «Pas-
cal» (Otras inquisiciones), así como el Diccionario de filosofía de Ferrater Mora, art. esfera.
26
J. Emar, Diez, Santiago, Editorial Universitaria, 1997, p. 52.
27
J. Emar, Ayer, p. 79.
28
El número cuatro y su equivalente geométrico, el cuadrado, así como el número diez y
su equivalente, el círculo, no son nunca expresados literalmente en los textos de Emar. No
obstante, los protagonistas suelen tener preferencia por la cifra catorce, como se manifiesta
en la novela Un año y en el cuento «El unicornio». Recuérdese que en Ayer, las leonas del
zoológico son 14. Dentro de mi lectura, esta preferencia podría explicarse por ser el catorce
la suma de cuatro más diez. El cuatro y el diez son las dos cifras claves de la tétrada pitagó-
rica, donde 1+2+3+4 =10.
29
Ibíd., p. 38.
30
Ibíd., p. 57.
31
Como se observa, al poner estos factores en conjunto, la enumeración recuerda el con-
cepto de heterotopía tal como lo explica Michel Foucault (1966) en el prefacio a su Las
palabras y las cosas (Les mots et les choses).
32
Ibíd.
33
Ibíd., p. 97.
34
J. Emar, Diez, p. 52.
35
Juan Emar, Notas de Arte: (Jean Emar en La Nación: 1923-1927), Estudio y recopilación
de Patricio Lizama, Santiago, Ril editores/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,
2003, p. 55.
36
Patricio Varetto, «Emar, la tradición literaria y los otros a través de ‘Un Año’», Pluma y
Pincel No. 165, 1996.
37
Ibíd., p. 37.
38
J. Emar, Notas de arte…, 2003, p. 121.
39
Ibíd., p. 127.
Hay que reconocer que no sólo la obra emariana sino también la de Huidobro es suscepti-
ble de ser interpretada a la luz de la teoría cubista, como lo demuestra para el caso de este
último, Estrella Busto Ogden en su El creacionismo de Vicente Huidobro en sus relaciones
con la estética cubista. Se trata de una vía de análisis que tiene su propio rendimiento, sin
embargo, mi interés es investigar el sistema poético emariano en su valor intrínseco, que
aun coincidiendo en algunos aspectos con otros sistemas, explica la singularidad de Emar
en las letras nacionales y continentales, y esto incluso dentro del mismo movimiento van-
guardista.
40
Ibíd., p. 139.
Cecilia Rubio • La narrativa de Juan Emar y la novela Vida del ahorcado de Pablo Palacio...
113
41
Lastra, Pedro, «Nota Preliminar», Umbral por Juan Emar, Santiago, Biblioteca Nacional,
x-xv, 1996.
42
J. Emar, Umbral, p. xiv.
43
P. Brodsky, edit., Cartas a Carmen. Correspondencia entre Juan Emar y Carmen Yánez
(1955-1963), prólogo, selección y notas de Brodsky, Santiago, Cuarto propio, 1998, p.
80.
44
P. Palacio, Obras completas, p. 237.
45
Ibíd., p. 248.
46
Ibíd., p. 258.
47
P. Palacio, Obras completas, p. 235.
48
Ibíd., p. 241.
49
Ibíd., p. 256.
50
Ibíd., p. 259.
51
Ibíd., p. 272.
52
Ibíd., p. 273.
53
Ibíd., p. 213.
54
Ibíd., p. 222.
55
Ibíd., p. 243.
56
Ibíd., p. 237.
57
Ibíd., p. 252.
58
Ibíd., p. 226.
59
Ibíd., p. 229.
60
Ibíd., p. 230.
61
Ibíd., p. 256.
62
Ibíd., p. 258.
63
Ibíd., p. 214.
64
P. Palacio, Obras completas, p. 222.
65
Cfr. Manifiesto «Non Serviam».
Bibliografía
mítico «Owen» del padre al cual parece haber conocido sólo por medio de
un retrato.1 Gilberto Owen (mayo 1904-1952) no padeció de locura como
Pablo Palacio (1906-1947), pero sí cayó en un alcoholismo fulminante
y padeció ceguera en la etapa final de su vida. Ambos escritores vivieron
corta pero intensamente. Otro aspecto común a ambos es el ejercicio de la
labor periodística, la traducción y el pronunciamiento público acerca de
los conflictos políticos y sociales de la época. Ha quedado prácticamente
inédita la prosa periodística de Gilberto Owen en su etapa colombiana.2
Desde el 1 de julio de 1928, Gilberto Owen trabaja para el servicio
exterior de México. En un principio, se desempeña como auxiliar del con-
sulado mexicano en algunas ciudades norteamericanas; el 6 de abril de
1931 recibe el aviso de viajar a Lima, como encargado del consulado co-
rrespondiente, del cual toma posesión el 27 de julio de 1931. Pero, acusada
de intervenir en asuntos internos, la legación de México en Perú se traslada
a Panamá el 12 de mayo de 1932, mientras «el escribiente Gilberto Owen»
fungía como encargado. A partir de estas fechas puede constatarse la fuerte
simpatía que Owen desarrolló por el pensamiento de izquierda (cabe seña-
lar que no se ha valorado hasta el momento la importancia de este hecho
en su obra).3 Owen confiesa que en su juventud se interesó –junto con
Jorge Cuesta– en estos asuntos: «Juntos leímos, por ejemplo, El capital.
A mí me dio un sarampión marxista que me duró algunos años y que fue
álgido durante las jornadas del APRA en Lima, causantes de mi bien ga-
nada destitución».4 Durante ese periodo conoció a su amigo Luis Alberto
Sánchez y al mismo Víctor Raúl Haya de la Torre,5 fundador del APRA.
Sin embargo, las prosas periodísticas bogotanas de El Tiempo comprueban
que el «sarampión marxista» le duró a Owen largo rato.
Por cierto, el mexicano hizo escala en Guayaquil, ciudad a la que fue
destinado a mediados de 1932 y en la cual siguió defendiendo la causa
peruana. Pero las labores institucionales no eran compatibles con las cau-
sas políticas de vanguardia y, por lo tanto, Owen fue destituido en 1932
del cargo consular. Por testimonio del mismo Owen, se puede determinar
que su grado de participación en las causas socialistas fue muy activo; con-
fiesa en una carta a Alfonso Reyes: «Me alegra que quedó perfectamente
establecido, en ideario y plan de acción, el Partido Socialista Ecuatoriano,
que dirige nuestro amigo Benjamín Carrión,6 y agrega que también en
Colombia defendía la causa aprista desde los periódicos.7 En ese mismo
año, Pablo Palacio es nombrado Subsecretario de Educación por Benja-
Celene García Ávila • Pablo Palacio y Gilberto Owen: la novela de vanguardia
117
Me animo a tomarla del brazo, mistificador, para que crean los vecinos que
nos amamos; pero es indudable que aquí nos conocen demasiado y no olvidan
nuestras edades respectivas. Las muchachas de aquellos días pasean ahora su
prole y su grasa, con ese contoneo gallináceo de las matronas, vestidas con un
mal gusto imponderable.16
La «farsa romántica» se desarrolla también en Novela como nube, que
consta de dos partes: «Ixión en la tierra» e «Ixión en el Olimpo», cada
una de trece fragmentos (el número no es accidental, sino que pertenece
a la simbología personal de la obra oweniana); el título está motivado por
el mito clásico. Néfele, la Hera falsa hecha de nubes es, en el texto de
Owen, su propia novela, que se parece a las verdaderas; ésta es la opinión
de Florence Olivier: «El novelista, por su parte, al igual que Zeus reme-
dando a Hera en la nube, remeda una novela en la nube. ¿Todopoderoso?
GUARAGUAO
122
Sí, sólo que para el remedo».17 Ixión, además de quebrantar las normas,
carece de decoro; el personaje se muestra ingrato y soberbio, por eso su
condena es infinita. El texto de Owen es nube porque la mayor parte de
las acciones está sujeta al azar del recuerdo, la memoria o la imaginación,
a la manera de Proust.18 En la lírica epístola que Gilberto Owen dirige a
Benjamín Carrión, se juega con el motivo de la nube, con sus cualidades
sensibles y se subraya su carácter contradictorio de no tener una forma
(«nube monstruosa») o de tenerlas todas (esta capacidad para la metamor-
fosis es el «deber de la nube»): «Se nos repite demasiado nuestro deber de
ser inteligentes. Se nos encarcela en una nube en forma de ciudad […]
Nosotros pensamos y a nuestro tacto nada nuevo se ofrece, porque todos
los senos tienen en una nube el mismo contorno alguna vez, y alguna vez
ningún contorno». Pese a que la carta es posterior a Novela…, considero
que las ideas desarrolladas sobre el motivo de la nube son pertinentes para
relacionarlas con el tema de la metamorfosis, parodiado en Novela al re-
presentar en Ernesto a un Ixión moderno.19 Los atrevimientos de Ernesto
–el personaje principal– fracasan tanto como los de Ixión, pero son menos
audaces porque el héroe del siglo xx es más nimio y abúlico que el de la
antigüedad. Owen inscribe en el título un señalamiento acerca del tipo de
discurso literario que presenta: una novela que se desvanece como nube,
o que se conglomera en fragmentos. También en Novela como nube, hay
una multiplicación de espacios interiores que dejan de coincidir con los
lugares reconocibles en la realidad; Ernesto se obsesiona por recuperar sus
recuerdos y los incorpora con cierta angustia a su situación presente: «al
despertar, queda abrumado por el peso de tantos recuerdos de su sueño,
más grávidos aún por el desorden, que los hace apretarle, desequilibra-
damente, en sólo algunos trechos de su memoria». Si en La llama fría la
trama es intimista –si bien con puntos de vista irónicos que tienen como
finalidad desenfocar los hechos, apartarse de ellos para percibir una mirada
autocrítica– en Novela… se nota, en cambio, que en la trama, intimista
también, hay una necesidad de subversión más fuerte, llevada a cabo en
distintos planos. Por una parte, se multiplica el procedimiento narrativo
de alterar las «tramas mitológicas» tradicionales (se adaptan, se modifican;
se juega con ellas) al cual recurrió anteriormente Owen, pues en La llama
fría, se habla de Ernestina como una sirena envejecida y sin voz, así como
de un Odiseo inútilmente atado al mástil de la balsa, ajeno a la escucha
de cantos inexistentes. Por otra parte, la crítica a la vida provinciana en
Celene García Ávila • Pablo Palacio y Gilberto Owen: la novela de vanguardia
123
Pachuca, donde está la casa del tío de Ernesto, Enrique, es más directa y
ácida.20 Por ejemplo: «En las escuelas de Pachuca, ¡qué fácil será entender
que la tierra es redonda! Pero no cóncava sino convexa, y que la naranja
lo es, vista desde adentro, la otra mitad del cielo».21 O bien: «Los literatos
locales sollozan: –¡Ay, cómo ahoga este ambiente, ay! Y esos señores de
bigote que abundan en las provincias hacen de la plaza municipal la vitrina
de un expendio de postizos–.22
Por último, se manifiesta abiertamente el repudio a la moral provincia-
na, por su hipocresía y excesos. En el segmento «20, la víctima», se habla de
la necesidad de ubicar los hechos de la trama mitológica prestada de Nove-
la… en esa «ciudad agria» como ninguna («Si yo conociera un paisaje más
austero, más aún del cubismo, me habría ido allá a pensar mi novela»).23
Se explica la austeridad recurriendo a la presencia de los cíclopes, «unos
hombres fuertes, alegres y violentos. Vienen del Real. Bajan del monte a
beberse los licores de los de Pachuca, y cargan de paso con sus mujeres».24
La tolerancia frente a esta situación se califica como comprensible por «le-
gal e hipócrita»25 y correspondiente al ambiente y a la época. Se ridiculiza
también el celo en el cuidado de las mujeres; Ernesto cortejaba a Elena con
un balcón de por medio y, por lo tanto, sólo podía platicar con ella, que
tenía un interés enciclopédico: «Pero estaba sumamente alta para hacer
diccionarios con éxito. Cuando iba en la B se casó, y no con el de afuera,
sino con otro que llegó por dentro, como Dios manda».26 Es decir, Elena
se casó con el tío Enrique.
A manera de conclusión acerca de este recorrido en el cual traté de ana-
lizar el tipo de conflictos que viven los personajes de las cuatro novelas –al
enfrentarse como individuos a las exigencias sociales del mundo–, se puede
afirmar que todos los personajes centrales optan por algún tipo de fuga o
refugio: el sueño, el recuerdo, la escritura, la ensoñación, el privilegio de la
subjetividad; todos apuestan por una especie de «renuncia a los datos exac-
tos del mundo por buscar los datos exactos del trasmundo».27 Del Teniente
se dice: «Y la primacía del sueño sobre sus actos le inutilizaba, le debilitaba
como un baño caliente».28 En la obras de Palacio, los temas de contenido
social (la pobreza, la política, la economía) están presentes de manera ex-
plícita. En tanto que Owen se muestra más precavido y solamente discute
por medio de sus personajes el asunto de la moral, tiende a hacer reflexio-
nes más relacionadas con el arte, pero también lleva a cabo una disección
de la vida provinciana que rechaza por estrecha. Sin embargo, a partir de la
GUARAGUAO
124
década de 1930, Owen comparte el ideal de aspirar a una vida más justa y
se vuelve simpatizante del pensamiento de izquierda, tal como se compren-
de al leer la prosa periodística de su etapa colombiana. Palacio también
explora los espacios suburbanos, el barrio, y aprovecha para describir críti-
camente, en Débora, dos bandos de la sociedad ecuatoriana de su ficción:
«los gemebundos son los legítimamente heridos. Viejos fieles a lo viejo»;
«los neogemebundos son los revolucionarios, del lápiz o de la pluma. Han
hecho malabares con las palabras o han torcido las líneas, pero sobre la base
de los recuerdos».29 En cuanto al empleo del lenguaje y de las técnicas na-
rrativas, ambos se preocupan por lograr un estilo poético, unas transiciones
sorpresivas y una visión de conjunto fragmentaria y compleja.
Es por esto que eres vulgar. Uno de esos pocos maniquíes de hombre hechos a
base de papel y letras de molde, que no tienen ideas, que no van sino como una
sombra por la vida: eres teniente y nada más. […] Edgardo, héroe de novela,
martirizado por la perpetuidad de las evocaciones, alguna vez amanecerá col-
gado a la ventana del gregarismo, finalizada por la escala de seda del desprecio.
Sólo quedará el fantoche, huyendo cada vez más, sediento de la revelación.35
Notas
1
Las pruebas acerca de que Owen era hijo ilegítimo salieron a la luz en los años noventa, con
la consulta del expediente de inscripción al Instituto Científico y Literario de Gilberto Owen
en el Archivo de la Universidad Autónoma del Estado de México. Antes de esta fecha, no
se había dado a conocer que Owen no tenía ningún documento oficial en el cual apareciera
registrado con ese apellido, pues tanto en su acta de nacimiento como en su fe de bautismo se
lee «Gilberto Estrada». Owen dijo a algunos de sus amigos que había nacido en 1905 (Véase
Inés Arredondo, «Apuntes para una biografía», Revista de Bellas Artes, No. 8, 1982, pp. 43-
48. En una carta a Xavier Villaurrutia dice haber nacido en 1904 (p. 263). En «Bitácora de
febrero», el poeta asegura: «Todos los días 4 son domingos / porque los Owen nacen ese día»
(Sindbad el varado, «Día cuatro, almanaque», p. 71). En su acta de nacimiento se signa la
fecha: «Queda registrado á fojas 86 [...] el nacimiento del niño Gilberto Estrada, ocurrido en
esta ciudad [Rosario, Sinaloa] el día 13 del corriente mes á las dos de la mañana». El registro
se llevó a cabo el 26 de mayo de 1904. (Archivo de la Universidad Autónoma del Estado de
México, caja 171, 6646, 1919). La fe de bautismo dice: «[...] el Sr. cura D. Felipe de F. Eli-
zondo bautizó solemnemente [...] a Gilberto que nació en esta ciudad [Rosario, Sinaloa] el día
primero de mayo del presente año [1904] hijo natural de Margarita Ayala, abuelos maternos
Jesús Estrada y Matilde Ayala [...]» (Trascripción que reproduce José Hilario Ortega en su tesis
de doctorado, titulada La personalidad poética de Gilberto Owen, University of Texas at Austin,
Austin, 1988, p. 37. Puede confirmarse en el Archivo de la Parroquia de Nuestra Señora del
Rosario, Sinaloa, México, vol. 43, años 1903-1905, libro 8, foja 48.
2
Esperamos que pronto se publique en México un volumen con las prosas periodísticas de
la etapa colombiana de Gilberto Owen, que he recobrado en colaboración con el colega
Antonio Cajero.
3
Pueden consultarse los artículos de Celene García Ávila y Antonio Cajero, «Gilberto
Owen en Bogotá», La Jornada Semanal, suplemento dominical de La Jornada, No. 539,
México, 3 de julio de 2005 (este artículo trata «Filipinas en su víspera», el primer artículo
que Owen publicó en El Tiempo de Bogotá); y de los mismos autores, «Gilberto Owen en
El Tiempo de Bogotá», Este país/cultura, No. 179, febrero de 2006, pp. 3-9 (este artículo
acompaña la reproducción del artículo de Owen, hasta entonces inédito en México, titu-
lado «Sandino y Goliat».
4
«Encuentros con Jorge Cuesta», El Hijo Pródigo, No. 3, 1944. [Cito por la edición facsi-
milar del Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 139].
5
Dato que se desprende de un artículo que Owen publicó dos días después de la muerte
del dictador Sánchez Cerro: «Yo recuerdo haber oído a Víctor Raúl Haya de la Torre, en
una reunión de los jefes de su partido, la recomendación de que se practicara insistente y
fervorosamente entre todos los afiliados al aprismo el más absoluto respeto por la persona
de Sánchez Cerro...» («El sacrificio estéril», El Tiempo, Bogotá, 2 de mayo de 1933, p. 5).
6
Gilberto Owen, Obras, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, 2a. ed., p. 277.
7
Dice Owen enseguida: «imposibilitados los apristas peruanos para venir a defender su
causa a Colombia, por ese conflicto estúpido que me [desuela], he venido a hacerlo en los
periódicos» (Ibíd).
GUARAGUAO
130
8
Agradezco a Raúl Pacheco y a Raúl Serrano Sánchez el haber compartido la correspon-
dencia entre Owen y Carrión, material desconocido en México y no incluido en las Obras
(1979), pues gracias a ellos pude leer el volumen Correspondencia I. Cartas a Benjamín
(selección y notas de Gustavo Salazar, prólogo de Jorge E. Adoum, Quito, Centro Cultural
Benjamín Carrión, 1995).
9
Me apego a la cronología preparada por Wilfrido H. Corral, en Pablo Palacio, Obras com-
pletas, Wilfrido H. Corral, coordinador, París, allca xx, 2000, pp. 257-269.
10
Humberto E. Robles, La noción de vanguardia en Ecuador: recepción, trayectoria y docu-
mentos 1918-1934, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador/Corporación
Editora Nacional, 2006, 2a. ed., p. 11.
11
André Breton, Manifiestos del surrealismo, traducción, prólogo y notas de Aldo Pellegrini,
Buenos Aires, Argonauta, 2001, 2a. ed., p. 51.
12
«Motivos: Nadja, de André Breton», Contemporáneos, No. 5, 1928, (ed. facsimilar, Fondo
de Cultura Económica, México, 1981, vol. 2, pp. 197-199).
13
P. Palacio, Débora, en Obras completas, p. 135.
14
P. Palacio, Vida…, en Obras completas, p. 149.
15
G. Owen, Obras, ed. Josefina Procopio, prólogo de Alí Chumacero, México, Fondo de
Cultura Económica, 1979, 2a. ed., p. 132.
16
G. Owen, La llama fría, en Ibíd., p. 140.
17
«La prosa a tientas o la tentación de la prosa», en Los Contemporáneos en el laberinto de
la crítica, comp. Rafael Olea Franco y Anthony Stanton, México, El Colegio de México,
1994, p. 294.
18
El título tentativo de Novela... era Muchachas, en la misma veta de la novela de Proust, A
la sombra de las muchachas en flor, en la que un joven se debate entre el amor de dos mujeres;
este tema es común a las obras de Owen (Novela...), de Villaurrutia (Dama de corazones)
y de Torres Bodet (Margarita de niebla) (Guillermo Sheridan, Los Contemporáneos ayer,
México, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 307).
19
En Correspondencia I. Cartas a Benjamín, pp. 127-128.
20
Por cierto, podrían alegarse ciertos ecos autobiográficos al elegir Pachuca como la ciudad
de la provincia mexicana donde se ubican algunos personajes de Novela…, puesto que el
nombre es cercano fonéticamente a Toluca, lugar donde pasó Owen algunos años juveniles,
antes de dirigirse a la ciudad de México: «Se siente defraudado; no siente emoción alguna
al encontrarse de nuevo en las calles de su ciudad; luego que Pachuca defrauda un poco
siempre a los habitantes; tienen siempre dos horas menos de sol que los de otras partes».
Ubicar las acciones en Pachuca permite, por otra parte, agregar el motivo de los mineros,
asociado con frecuencia al recuerdo del padre en la obra oweniana.
21
G. Owen, Novela, en Obras completas, p. 171.
22
Ibíd., p. 172.
23
Ibíd., p. 173.
24
Ibíd.
25
Ibíd., 174.
26
Ibíd., 179.
27
Ibíd., p. 165.
Celene García Ávila • Pablo Palacio y Gilberto Owen: la novela de vanguardia
131
28
P. Palacio, Débora, p. 123.
29
Ibíd., p. 129.
30
Ibíd., p. 151.
31
G. Owen, La llama fría, en Obras, p. 142.
32
G. Owen, Novela como nube, en Obras, p. 121.
33
P. Palacio, Vida…, p. 156.
34
Ibíd., p. 161.
35
P. Palacio, Débora, pp. 115-116.
36
G. Owen, Novela, en Obras, p. 171.
37
Pablo Palacio, Un hombre muerto a puntapiés y otros textos, compilación, prólogo y biblio-
grafía de Raúl Vallejo, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2005, pp. 218-220.
38
P. Palacio, Débora, p. 132.
39
G. Owen, Novela, en Obras, p. 152.
40
P. Palacio, Débora, p. 118.
41
P. Palacio, Vida…, pp. 151-152
42
Ibíd., p. 150.
43
Ibíd., p. 153.
44
G. Owen, La llama fría, en Obras, p. 127.
45
Ibíd., p. 138.
46
P. Palacio, Débora, p. 126.
Bibliografía
y «La doble y única mujer» de Palacio. El narrador del cuento «El difunto
yo» ha perdido su alter ego y su escándalo crece al percatarse de que entre
ellos mediaban desavenencias profundas: dos escrituras que se instalan en
los intersticios de subjetividades estalladas. Podemos advertir otro ejemplo
de afinidades entre los escritores de la comunidad vanguardista en los des-
plazamientos del Teniente de Pablo Palacio, en Débora, y los andares del
narrador en el cuento El joven,13 del mexicano Salvador Novo, que narra,
este último, la historia de unas horas en la vida de un hombre que atraviesa
la ciudad de México mientras repara en los cambios e innovaciones opera-
dos en la urbe.
Robles apunta que 1918–1924 son los años de «presencia y recepción
polémica de la noción de vanguardia»: las revistas que circularon en esos
años dan cuenta de «una conciente voluntad de renovación y desavenencia
con las normas estéticas establecidas».14 La identificación con el arte de van-
guardia venía desde la década anterior, pues «antes de 1919, Lautréamont, el
futurismo, Picasso y Apollinaire ya habían sido enunciados en el Ecuador».15
En suma, tras un prolijo y detallado estudio sobre las diferentes revistas que
circularon en el país,16 Robles advierte la rica recepción crítica que artistas
e intelectuales elaboraron a propósito de las expresiones más actuales de la
vanguardia europea: reseña de libros y revistas, publicación de obras y ma-
nifiestos, disputas y controversias en el esfuerzo por encontrar respuestas a
los retos que el nuevo arte (en desafío con los moldes clásicos y los gustos
vigentes) y la convulsión de una época parecían demandar.
En el esfuerzo que Humberto E. Robles hace por periodizar la recep-
ción que tuvo la noción de vanguardia en Ecuador, el crítico señala que
1925-1929 son los años de «descrédito y desplazamiento de la noción de
vanguardia»:
Vemos que dos fuerzas se disputan la dirección de los destinos sociales: la una
sustentada sobre principios individuales; y, la otra, sobre principios colectivos,
¿Cuál de las dos fuerzas triunfará al final de la contienda? […] hay necesidad
de auscultar profundamente el devenir social, poner el oído muy atento al
palpitar de la sangre que afluye por las arterias del organismo humano.
El mundo está dividido en torno de dos sistemas de dos célebres filósofos
alemanes. El de Carl Marx, aunque más economista que filósofo, pero que ha
hecho escuela, y, el del otro, el del terrible Federico Nietzsche, profundamen-
te individualista, el loco poeta filósofo del superhombre. Las dos fuerzas son
necesarias para que exista la lucha, el movimiento, el dinamismo, ya que eso
GUARAGUAO
138
Era un hombre sin amarras familiares. Pero no era amargo. […] Era incisivo,
nítido, pero no amargo. Era intensamente cordial. Pulcro, bien vestido, con
sobria elegancia de gustos y maneras. Delgado, fuerte, de cara perfilada, muy
blanco, con pecas y el cabello rojizo y ondulado. La sonrisa siempre en los
labios delgados y en los ojillos de agudísimo mirar, burlones. Y en la cabeza,
que se movía como si compadeciera a los demás por su inmensa tontera. Y, de
pronto, su estallido de su risa de potrillo tierno, como él mismo la describiera.
Las mujeres se sentían intensamente atraídas por él. Hermosas mujeres quite-
ñas pasaron por su vida. Finalmente, se llevó a la que era entonces la reina del
mundo intelectual capitalino: Carmita Palacios, «escultora y escultura», como
la describió José de la Cuadra.23
Con guantes de operar, hago un pequeño bolo de lodo suburbano. Lo echo a rodar
por esas calles: los que se tapen las narices habrán encontrado carne de su carne.
Pablo Palacio, Un hombre muerto a puntapiés.
Cuando en 1932 apareció Vida del ahorcado. Novela subjetiva, Joaquín
Gallegos Lara acusó a Palacio –en su artículo «Izquierdismo confusionis-
ta», publicado en el diario El Telégrafo en 1933– de eludir la realidad y
de ser autor de «inteligentes libros subjetivos». En este polémico artículo,
Gallegos Lara, por un lado, defiende la vigencia del realismo social no como
una escuela, sino como una manera de interpretar la vida, como un realis-
mo integral capaz de crear una cultura humana que busque reemplazar el
actual régimen esclavista. Por otro lado, considera a Palacio un tirador que
se pasa de inteligente, pero que no sabe contra quién disparar; portador de
un sentido clownesco y desorientado de la vida, propio de las clases medias,
e incapaz de interpretar la realidad americana. En una carta dirigida a su
amigo Carlos Manuel Espinosa el 11 de febrero de 1933, a propósito del
artículo de Gallegos Lara, Palacio comenta:
Yo entiendo que hay dos literaturas que siguen el criterio materialístico: una
de lucha, de combate, y otra que puede ser simplemente expositiva. Respecto
a la primera está bien todo lo que él dice: pero respecto a la segunda, rotunda-
mente, no. Si la literatura es un fenómeno real, reflejo fiel de las condiciones
materiales de vida, de las condiciones económicas de un momento histórico,
es preciso que en la obra literaria se refleje fielmente lo que es y no el concepto
romántico o espirativo del autor. […] Dos actitudes existen, pues, para mí en
el escritor: la del encauzador, la del conductor y reformador –no en el sentido
acomodaticio y oportunista– y la del expositor simplemente, y este último
punto de vista es el que me corresponde: el descrédito de las realidades presen-
tes, descrédito que Gallegos mismo encuentra a medias admirativo, a medias
repelente, porque esto es justamente lo que quería: invitar al asco de nuestra
vida actual.26
Los historiadores, los literatos, los futbolistas, ¡psh!, todos son maniáticos, y el
maniático es hombre muerto. Van por una línea, haciendo equilibrios como el
que va sobre la cuerda, y se aprisionan al aire con el quitasol de la razón.
Sólo los locos exprimen hasta las glándulas de lo absurdo y están en el plano más
alto de las categorías intelectuales. (Palacio, «Las mujeres miran las estrellas»)
escrito bien entre mí– un centro adonde afluyen y de donde refluyen todo el
cúmulo de fenómenos espirituales, o de materiales desconocidos, o anímicos,
o como se quiera. (Palacio, «La doble y única mujer»)
San Juan
La Chilena San Blas
La ciudad vista de San Marcos había sacado a lucir sus casas blancas. Especial-
mente en San Juan había fiesta. La luz de las nueve era una lente que echaba
las casas encima de los ojos. Precisamente, como en esos paisajes nuevos: los
colores claros que aproximan el objeto voluminoso, que tienta a la presión de
las manos. Y como este último barrio subía por la loma, la ascensión le daba
más carácter de suspensibilidad: objetos colgados en las grúas de los puertos.
En verdad, puede ser muy pintoresco el que una calle sea torcida hasta no dar
paso a un ómnibus; puede ser encantadora por su olor a orinas; puede dar la
ilusión de que transitará, de un momento a otro, la ronda de trasnochados.
Pero está más nuevo el asfalto y grita allí la fuerza de miles de hombres que
han bregado por el pan en nuestros días. Y como canta allí, dinámicamente, la
canción del progreso; como hay un torbellino de vida, debemos sentirnos me-
jor en nuestra carrera tras el tranvía que oyendo el eco de las pisadas en el tubo
de la calle. […] Lo malo es que nuestra admiración es improductiva y es que si
nos dedicamos a revocar lo que se cae, a hacer limpieza de lo que construyeron,
seremos ridículos ante nuestros hijos.
Benjamin observa que, en «la concepción surrealista del amor», una ama-
da casi mística ofrece iluminación más que goce sensual. Así, continúa
Benjamin, Breton, por ejemplo, está más cerca de las cosas de las que está
cerca Nadja que de ella misma. Lógicamente, en el centro de este mundo
de cosas irrumpe el más soñado de los objetos: la ciudad misma envuelta
en un rostro surrealista. «Bueno, después de todo, en resumen, se ha ha-
blado de la espera de la mujer única, que conviene a nuestros intereses,
que existe y que no sabemos dónde está». La voz del narrador resume un
coro masculino que, desesperanzado, advierte la inexistencia de esa única y
ansiada mujer, que, tal como ellos la imaginan –en la representación de un
sueño dominical y romántico, «la tendré todas las tardes y mientras fume
me acariciará las manos»–, probablemente no existe, sino solamente agaza-
pada detrás de una ventana entrevista en uno de los recorridos ensayados.
La mujer esperada –Débora, Micaela o Rosa Ana– siempre está demasiado
lejos. El lejano sabor de Débora deviene en fuerza que empuja los pasos
del protagonista entre los barrios y calles de la ciudad que parece esconder
una desvaída sombra de ella.
Notas
1
«Hijo de Angelina Palacio y Agustín Costa, Palacio no fue reconocido legalmente cuando
niño –por eso solo llevó el apellido de su madre– y no aceptó el apellido de su padre, que
éste quiso dárselo cuando el escritor ya gozaba de cierto prestigio público.» Raúl Vallejo,
«Cronología», en Un hombre muerto a puntapiés y otros textos, Caracas, Biblioteca Ayacucho,
2005, p. 247. La muerte de su madre acaeció cuando Palacio tenía aproximadamente dos
años de edad. El escritor fue criado por su tía Hortensia Palacio, su tío José Ángel Palacio
le costeó los estudios primarios y secundarios.
2
Al parecer, los síntomas de locura que se precipitaron en 1939, correspondieron a la úl-
tima etapa de la sífilis que Palacio padeció. De ser así, se podría decir que su cuento «Luz
lateral» es una descarnada alusión a sí mismo y a su enfermedad, para esa época, recién
contraída. Sin embargo, su hijo Pablo Palacio Palacios, en «Notas sobre mi padre», pone en
duda la versión de la muerte por sífilis. Cfr. R. Vallejo, «Cronología», Un hombre muerto a
puntapiés y otros textos.
3
La anécdota más conocida de la infancia de Palacio es el accidente que sufrió a los 3 años
de edad, cuando, por descuido de la niñera, cayó en un torrente de agua cercano a Loja,
su ciudad natal. Este accidente ha provocado en los críticos y biógrafos, las más diversas
especulaciones sobre la vida y obra del escritor: «Cuentan de este muchacho que a los tres
años de edad no daba señales de gran inteligencia, ni mucho menos. Un buen día la niñera
lo llevó consigo a lavar ropa blanca en el arroyo. […] Pero cuando comenzó a sanar de sus
GUARAGUAO
152
setenta y siete cicatrices, las palabras, que antes del accidente, eran difíciles, babosas, surgie-
ron llenas de inteligencia». Benjamín Carrión, Mapa de América, Quito, Sociedad General
Española de Librería, 1930, en Celina Manzoni, El mordisco imaginario. Crítica de la critica
de Pablo Palacio, Buenos Aires, Biblos, 1994, pp. 37-38. «Lo sacaron del agua borbullente,
milagrosamente vivo, con el cráneo quebrado. Dios dispuso que se le soldara y, cuando ya
era un gran escritor, el mayor de todos los jóvenes escritores del país, no por edad sino por
la fuerza y la originalidad, se divertía permitiendo que tocaran el hueco que quedó en su
cráneo al soldarse los huesos: cabía en él la falange del dedo índice. La gente de mi pueblo
decía que por esa fractura le entró al cerebro el talento literario. La verdad es que en su fami-
lia nunca había habido un escritor». Ciertamente, Palacio padeció, durante los últimos siete
años de su vida, una locura que lo llevó a la reclusión en clínicas psiquiátricas y, finalmente,
a la muerte. Alejandro Carrión, introducción a las Obras completas de Pablo Palacio, Quito,
Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1964, en Celina Manzoni, El mordisco imaginario, p. 65.
4
En el elogioso estudio que, tempranamente, el maestro Benjamín Carrión le dedicara a
Palacio, afirma que, en esos años «Realmente, diez días a lomo de mula, por entre invero-
símiles senderuelos bordeados de precipicios, separan este pueblo de las más próximas vías
del mar o del ferrocarril». Carrión, en C. Manzoni, El mordisco imaginario, p. 35.
5
El 9 de julio de 1925, la oficialidad progresista derrocó el orden liberal oligárquico, los
protagonistas declararon que su revolución perseguía «la igualdad de todos y la protección
del orden proletario». La Revolución juliana respondió al agotamiento del Estado liberal,
al declive del bipartidismo conservador-liberal, al despertar del reciente movimiento obrero
(carente de los derechos fundamentales), como reacción a la oligarquía; sobre todo ban-
caria, que controlaba el régimen monetario, que ponía presidentes y ministros de Estado.
Algunos críticos han advertido que, en ese horizonte histórico, no es gratuito que Palacio
haya elegido como protagonista de su novela Débora a un teniente.
6
María del Carmen Fernández, «Pablo Palacio y el contexto socio-cultural en el Ecuador
de los años veinte», en Pablo Palacio Obras completas, Wilfredo Corral, coordinador, París,
allca xx, 2000, colección Archivo, pp. 485-86.
7
Humberto E. Robles, La noción de vanguardia en el Ecuador. Recepción, trayectoria y docu-
mentos 1918-1934, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Na-
cional, 2006, 2a. ed., p. 13.
8
El periodo de entre siglos fue un momento de torsión de perspectivas que canalizó un
intenso debate en torno a la «cuestión indígena» y que involucró a las artes, las ciencias
sociales, las humanidades: escritores, pintores, políticos, pedagogos, están discutiendo, cada
cual desde su visión, «qué hacer con los indios». En 1922 se edita El indio ecuatoriano, de
Pío Jaramillo Alvarado, obra pionera de sociología indígena. Como consecuencia de la
crisis cacaotera, Ecuador vivió un intenso periodo de agitación social que culminó el 15
de Noviembre de 1922, cuando una insurrección popular de artesanos y obreros fue cruel-
mente reprimida en las calles de Guayaquil. En 1923 varios levantamientos campesinos
fueron duramente reprimidos; en 1926 se fundó el Partido Socialista, que se dividió cuando
el sector pro-estalinista constituyó el Partido Comunista en 1931.
9
C. Manzoni, El mordisco imaginario, ha periodizado la recepción crítica de la obra pa-
laciana. En ese sentido, ha señalado que entre 1948 y 1958, se consolida el proceso de
Alicia Ortega Caicedo • Pablo Palacio: descrédito de la realidad, bolo suburbano y escritura
153
28
Beatriz Sarlo concibe el espacio de una «modernidad periférica» como aquél que está atra-
vesado por una «cultura de la mezcla»; en que coexisten elementos defensivos y residuales
junto a programas renovadores, rasgos culturales de la formación criolla al mismo tiempo
que un proceso descomunal de importaciones, bienes, discursos y prácticas simbólicas.
Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica, Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva
Visión, 1999.
29
Paúl Aguilar, Arquitectura y modernidad 1850–1950, Quito, Museo Municipal «Alberto
Mena Caamaño», 1995, p. 44.
30
Guillermo Bustos, «Quito en la transición: actores colectivos e identidades culturales
urbanas. 1920–1950», Enfoques y estudios históricos: Quito a través de la historia, Quito,
Municipio de Quito, 1992, p. 176.
31
Walter Benjamin, «El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea»,
Imaginación y sociedad. Iluminaciones I, Madrid, Taurus, 1990, p. 46.
32
Ibíd., p. 50.
Agustín Cueva, lector de Pablo Palacio: apuntes
para una nueva politización de la vanguardia
Álvaro Campuzano Arteta
Una calle iluminada de silencio –por ella se van nuestros ojos de nosotros,
nuestros ojos, niños incautos y curiosos–. Y nosotros nos quedamos ciegos.
Y un aire de yaraví enfría un poco de calle con su aliento de puna. Después
nada, ni siquiera nosotros mismos.3
En éste y varios otros fragmentos, se insinúa el deseo por una vida que
sólo puede ocurrir más allá del mundo tal y como nos fue dado concebirlo
y experimentarlo. Esta negación expectante se manifiesta también, como
ya señalábamos, en la escritura de Palacio. La posibilidad de acoger ahora
toda esta potencia disolvente, como lo hiciera un Mariátegui hacia la dé-
cada de 1920, quizás encuentre su fundamento en ciertas claves de nuestra
contemporaneidad. A la luz de toda la experiencia organizativa acumulada,
de las intervenciones políticas y las prácticas culturales de diversos sectores
populares, pretender hablar en nombre del otro fácilmente aparece ahora
como una impostura. Por otro lado, los proyectos orientados a afirmar
culturas nacional-populares desde la izquierda no pueden dejar de ser re-
planteados, tanto frente al ‘cosmopolitismo por debajo’, o bien, al carácter
crecientemente transnacional de los nuevos movimientos sociales, como
frente a la agresiva apropiación de identidades culturales locales adelantada
por sofisticadas industrias culturales. Bajo tales condiciones, la negatividad
GUARAGUAO
162
Canto a la esperanza
He huido del cubo y he caminado sin rumbo lejos de la ciudad, por el campo
abierto, hasta dejarme envolver por la noche negra.
Todo era la noche negra: el campo y el cielo, las dos cosas juntas, sin límites,
sin rutas.
Yo he estado ahí, en medio de la noche, los ojos abiertos sin ver y el oído aten-
to, oprimida mi alma.
Yo he buscado ahí mi camino sin encontrarlo.
Pero no me he dejado coger por la impaciencia y al cabo se encendió la gran
lámpara, de tal manera que estoy aquí de nuevo, hombre. Cáspita, cáspita.
¡Oh, júbilo, ya sé lo que es la esperanza!4
Notas
1
Agustín Cueva, Entre la ira y la esperanza, Quito, Planeta, 1987 [1967], p. 128.
2
Walter Benjamin, «El surrealismo. Última instantánea de la inteligencia europea», Ilumi-
naciones I. Imaginación y sociedad, Madrid, Taurus, 1999 [1929], p. 59.
3
Martín Adán, La casa de cartón, Colección La Honda, La Habana, Casa de las Américas,
1986 [1928], pp. 47-48.
4
Pablo Palacio, Vida del ahorcado, en Un hombre muerto a puntapiés y otros textos, Colección
Clásica, vol. 231, Compilación, prólogo, cronología y bibliografía, Raúl Vallejo, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 2005, p. 149.
Álvaro Campuzano Arteta • Agustín Cueva, lector de Pablo Palacio....
163
Bibliografía
Adán, Martín, La casa de cartón, La Habana, Casa de las Américas, 1986 [1928].
Benjamin, Walter, «El surrealismo. Última instantánea de la inteligencia europea»
[1929], Iluminaciones I. Imaginación y sociedad, Madrid, Taurus, 1999.
Cueva, Agustín, Entre la ira y la esperanza, Quito, Planeta, 1987 [1967].
––, «Collage tardío en torno de l´affaire Palacio», Literatura y conciencia histórica
en América Latina, Quito, Editorial Planeta, 1993.
–––, «Jorge Icaza» [1968], en Lecturas y rupturas, Quito, Planeta, 1986.
Corral Wilfredo (edición crítica), Pablo Palacio. Obras completas, Madrid, allca
xx / unesco, 2000.
Fernández, María del Carmen, El realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucija-
da de los 30, Quito, Ediciones Libri Mundi, 1991.
Manzoni, Celina, El mordisco imaginario. Crítica de la crítica de Pablo Palacio,
Buenos Aires, Editorial Biblos, 1994.
Pablo Palacio, Vida del ahorcado, en Un hombre muerto a puntapiés y otros textos,
Colección Clásica, vol. 231, Compilación, prólogo, cronología y bibliografía,
Raúl Vallejo, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2005.
Retamar Fernández, Roberto, «Calibán» [1971], en Todo Calibán, Buenos Aires,
clacso, 2005.
Jorge Icaza y Pablo Palacio:
divergencias convergentes
Mauricio Ostria González
Universidad de Concepción
pues, escribe sus textos en contra de lo que él considera los engaños del
realismo, denunciando sus convenciones e imposturas, provocando inten-
cionadamente su desmontaje: «La novela realista –afirma– engaña lasti-
mosamente. Abstrae los hechos y deja el campo lleno de vacíos; les da una
continuidad imposible, porque lo verídico, lo que se callan, no interesaría
a nadie».2 Y esto es lo que hace, precisamente, Palacio: relatos con los des-
perdicios del realismo, con lo insignificante canónico (como la imagen del
teniente, con las medias rotas, cortándose los cayos y acomodándose las
uñas durante veinte minutos). Se trata, como diría Cortázar, de escribir
una novela minuciosamente antinovelística; «la provocación que ocasiona
Palacio –comenta Corral– no cesa: se anulan héroes, desaparecen virtudes,
posesiones, atributos y tributos, perfiles temporales y actuaciones».3
Bien es verdad, que también Icaza, sin salirse del canon, realiza un
proceso creativo que implica, especialmente en El Chulla Romero y Flores,
importantes transformaciones narrativas, por ejemplo, el abandono de las
dicotomías rígidas y de las descripciones y caracterizaciones meramente
exteriores; la incursión exitosa en la interioridad dramática, conflictiva y
fantasmal del protagonista mediante el convincente empleo del estilo in-
directo y, sobre todo, la inclusión de procesos transformativos que hacen
del héroe un verdadero personaje novelesco. Pero Palacio practica un con-
cienzudo proceso de desconstrucción de la novela canónica, desde la con-
tinuidad y lógica de la historia, pasando por las rupturas espaciotempora-
les, la eliminación de las caracterizaciones convencionales de personajes, el
quiebre de las fronteras entre historia y discurso, la infracción continua de
la verosimilitud, la desestabilización y fragmentación de los sujetos hasta
la parodia de géneros y tipos discursivos, y la interrupción paralizante del
proceso diegético a través de continuas intervenciones metanarrativas. De
todo lo cual, es una elocuente síntesis su «Novela guillotinada», de la que
Humberto Robles señala:
[…] una suerte de poética de las coordenadas que asociamos con su produc-
ción literaria. Allí están su práctica metaliteraria, su sentido de lo ridículo y
absurdo, su humor cáustico, su cuestionamiento de principios de retórica y au-
toridad, de normas, de instituciones, de mitos y de fórmulas en vigencia. Ese
texto cumple también con el criterio que Palacio tenía de la literatura como
labor expositiva, reflejo fiel de las condiciones materiales de vida.4
Mauricio Ostria González • Jorge Icaza y Pablo Palacio: divergencias convergentes
167
Como se ve, las visiones urbanas de Icaza y Palacio y, sin duda, de mu-
chos otros escritores ecuatorianos y latinoamericanos, están dominadas,
casi siempre, por el desencanto, por el malestar ante la civilización urbana,
por un cruel sentimiento de incertidumbre. Prevalece una sensación de
extrañamiento y alienación ante la cultura urbana y burguesa, autocom-
placiente y satisfecha. Mediante un conjunto de paisajes urbanos por lo
regular desolados y sombríos, nuestros escritores ponen de manifiesto su
conflictiva relación con el entorno. Curiosamente, sus versiones del paisaje
urbano local dibujan, más que ciudades febriles, energizadas por la indus-
tria y el comercio, el ritmo desmayado y monótono de las viejas ciuda-
des al margen del flujo modernizador.10 Parece tener razón Abdón Ubidia
GUARAGUAO
170
cuando señala que: «la nueva ciudad anula las formas comunitarias más
arcaicas. Y fabrica soledades. Todo esto nos sirve para decir que la ciudad
es la patria de los individuos. Que los hombres, en ella, han sido forzados
a convertirse en individuos, es decir, en pequeñas fortalezas aisladas por la
competencia y la incomunicación».11
Posiblemente, esta coincidencia sólo puede explicarse por cuestiones
extratextuales. Y es que, como hemos dicho, estrictamente coetáneos, Icaza
y Palacio, no obstante las evidentes diferencias de sus trabajos literarios,
viven la misma realidad del Ecuador de los años veinte y treinta, período
marcado por una aguda crisis política, social y económica que, en lo in-
ternacional, coincide con el crack del 29. En efecto, según afirma Benites
Vinueza, «1931 marca el inicio de un periodo de inestabilidad política y
social que incluye una guerra civil, dos dictaduras, y que tiene su corolario
infausto en el conflicto armado del 41 contra el Perú».12 La crisis de 1931
fue verdaderamente pavorosa; «a la confusión primera, siguió un oscuro
período de revueltas, conspiraciones, presidentes interinos».13 Al mismo
tiempo, el país vive un lamentable proceso de enajenación: mientras en la
vida práctica se mantiene la desigualdad social extrema, en las leyes se pos-
tula y decreta la igualdad. Este desacuerdo provoca la coexistencia de dos
países en uno: el de verdad y el de las leyes.14 Surgen, entonces, la evidencia
de un orden político y social que es preciso denunciar. Vienen las protestas
campesinas y los movimientos obreros. En ese entorno, las denuncias de
Icaza sobre las miserias y sufrimientos del indígena y sobre la pobreza y dis-
criminación del mestizo en las ciudades, y también, la reacción de asco de
Pablo Palacio frente a una realidad que se le aparece como absurda forman
parte del estado de ánimo de los intelectuales ecuatorianos de entonces y
son, al parecer, su respuesta a tal coyuntura.
Para entender, entonces, las visiones de Icaza y Palacio –tan distintas y
tan cercanas– es imprescindible situar sus textos en la coyuntura histórica en
que se generan.15 En este sentido, debe reconocerse que los datos históricos
forman parte integrante de la recepción de todo texto. Sin caer en los abusos
del biografismo o del determinismo circunstancial, sigue siendo cierto que
las premisas vitales, temporales, socioeconómicas, ideológicas que constitu-
yen el entorno de una obra son instrumentos necesarios para su adecuada
interpretación. En verdad –como señala Steiner– «el lenguaje mismo, la po-
sibilidad ontológica del discurso ya son extratextuales, cargados de historia,
de conciencia y de inconsciencia ideológica, de localidad».16.
Mauricio Ostria González • Jorge Icaza y Pablo Palacio: divergencias convergentes
171
Algún día te acorralará la rabia, y, no teniendo cosa más brutal que hacer, vo-
mitarás sobre el mundo tus deshechos. Estará bien que devuelva el préstamo
usurario: deyección de una deyección, que es como el monto en las operacio-
nes de contabilidad.25
Notas
1
«Desde la perspectiva ideológica que dominó el horizonte cultural ecuatoriano entre 1930
y 1960, poco más o menos, era oportuno poner a un lado esa confrontación [con la emer-
gente vanguardia]. Lo que se legitimaba y promovía era una literatura de orientación social,
entendida ésta como instrumento para propagar un nuevo orden». Humberto E. Robles,
«La noción de vanguardia en el Ecuador: recepción y trayectoria (1918-1934)», en Gabriela
Pólit Dueñas, Antología crítica literaria ecuatoriana. Hacia un nuevo siglo, Quito, flacso-
Ecuador, 2001, p. 222.
2
Pablo Palacio, Un hombre muerto a puntapiés y Débora, Prólogo de Agustín Cueva, San-
tiago, Universitaria, 1971, p. 72.
3
Wilfrido H. Corral, «Humberto Salvador y Pablo Palacio: política literaria y psicoanálisis
en la Sudamérica de los treinta», en Gabriela Pólit Dueñas, Antología crítica literaria ecua-
toriana. Hacia un nuevo siglo, Quito, flacso–Ecuador, 1997, p. 293.
4
H. E. Robles, p. 247.
5
Jorge Icaza, El chulla Romero y Flores, Ed. crítica de R. Descalzi y R. Richard, Colección
Archivos, Madrid, 1997, p. 113.
6
En el caso de Icaza, la visión negativa se manifiesta también en las representaciones del
mundo andino rural. Véase Ostria 1997.
Mauricio Ostria González • Jorge Icaza y Pablo Palacio: divergencias convergentes
173
7
J. Icaza, El Chulla Romero..., p. 120.
8
P. Palacio, Débora, p. 71.
9
Ibíd., 74.
10
Es muy interesante comprobar cómo las imágenes urbanas de Icaza y Palacio se ciñen
estrictamente a sus proyectos textuales: la ciudad de Icaza es chola (dual, escindida), la de
Palacio colonial y retrógrada; la de Icaza se describe sin mediaciones explícitas, aunque es
evidente el proceso selectivo de su construcción, la de Palacio es imaginada o ensoñada
como una maqueta en que el autor-narrador-personaje va reconociendo símbolos de heren-
cia conventual. Véanse los ejemplos siguientes:
«Mezcla chola —como sus habitantes— de cúpulas y tejas, de humo de fábrica y viento
de páramo, de olor a huasipungo y misa de alba, de arquitectura de choza y campanas,
de grito de arriero y alarido de ferrocarril, de bisbiseo de betas y carajos de latifundistas,
de chaquiñanes lodosos y veredas con cemento, de callejuelas antiguas —donde las pie-
dras, las rejas, las espadañas coloniales han detenido el tiempo en plena aldea— y plazas
y avenidas de amplitud y asfalto ciudadanos». J. Icaza, El Chulla Romero..., p. 31.
«Al través de la vida mental bullente, desordenada, paradójica, se estiraba el barrio de
SAN MARCOS
cuyo nervio céntrico, calle estrecha, había desarrollado con sus pequeños accidentes diver-
sas disposiciones emotivas. De puntillas sobre la ciudad, su plano sería un cuero tendido a
secar. San Marcos: una larga prolongación sobre una inflada rugosidad del suelo. Lo más
curioso es su campanario, bajo una tejadilla de zinc, adosado al muro de la iglesia vieja.
Desde el final de la calle se puede ver parte de la urbe […]
Naturalmente no falta en San Marcos el respectivo cuadro mural. Nadie sabe por qué
en este cuadro mural incrustaron un pequeño espejo: se le puede creer un ojo que mira
a una claraboya que nos trae la mañana del otro lado. Un santo como siempre. En esta
ciudad las murallas son devotas: no puede evitarse el encontrón de un símbolo […]».
P. Palacio, Débora, pp. 56-57.
11
Abdón Ubidia, «Pablo palacio, el individuo y la primera ciudad», 2002, www.editorialel-
conejo.com/textos/palacio.doc
12
Leopoldo Benites Vinueza, Ecuador: drama y paradoja, Estudio introductorio de David
Guzmán Játiva, Quito, Crear Gráfica Editores, 2005, 4a. ed., p. 12.
13
Ibíd., p. 294.
14
«Tal es la paradoja: La República no ha logrado romper las bases feudales y coloniales.
Económica y espiritualmente, subsisten todavía. Pero la obra depuradora del pensamiento
teórico ha creado sobre este mísero fundamento, una copiosa legislatura calcada sobre los
modelos capitalistas; partidos políticos que actúan como si lo hicieran en mundos de gran
industria fabril; instituciones democráticas que no tienen más existencia que la enunciación
sobre el papel» (L. Benites Vinueza, p. 294).
15
«Los hechos históricos reseñados resultan indispensables para entender la encrucijada
a que hace frente el intelectual ecuatoriano. La bancarrota en la situación sociopolítica y
económica recalca lo consabido, que los ideales del liberalismo promulgados por la Re-
volución de 1895, acaudillada por Eloy Alfaro (1842-1912), no se habían realizado, que
la política del Partido Liberal institucionalizado no iba a resolver los problemas del país.
GUARAGUAO
174
Bibliografía
II
Icaza, quien trabajó por primera ocasión en una comedia Sol de aldea, ha-
ciendo el papel de joven galán.
En el año 1927, Quito contaba con tres compañías de teatro, algo in-
usitado en esta ciudad. En Mayo, la Municipalidad organizó el I Concurso
Artístico Nacional de Teatro en el que participaron las tres compañías: la
Dramática Nacional de Marina Moncayo, con la obra de Carlos Arniches,
En la boca del lobo; la Compañía de Comedias y Variedades, encabezada
por Jorge Araujo con la obra El ideal, y la Compañía de Zarzuelas y Va-
riedades de Victoria Aguilera. La Compañía Dramática Nacional triunfó.
Fueron buenos años para el teatro ecuatoriano.
Ese mismo año, la Compañía Dramática Nacional realizó una gira den-
tro y fuera del país; en cada ciudad triunfaba, sorprendía la voz y el desen-
volvimiento en escena de Marina. Volvieron a Quito, al Teatro Sucre, y al
final de ese año la Compañía cambió de nombre a Moncayo-Barahona.
III
IV
1933. La ciudad sigue siendo pequeña. Hace poco hubo una guerra,
fueron cuatro días en los que la urbe se miró confusa, asustada, irreconoci-
ble. Al pasar por cada esquina y ver los cuerpos exánimes y las señas de la
violencia en los blancos muros pintados de cal, todos recordaban la escasez
y la hambruna; el miedo volvía a refugiarse en su piel, parecía que nunca
se borrarían esas imágenes. Pero la vida vuelve a la ciudad, lenta, morosa-
mente. Se inauguraba el Teatro Bolívar, en donde desfilaban en su pantalla
las divas del cine americano por diez sucres, un sucre y medio o cincuenta
centavos. Las percepciones de la ciudad van cambiando; siempre el cambio
ha sido parsimonioso en Quito, como si tantas iglesias alrededor, tanto
opaco color, tanta lluvia pertinaz ha hecho que la ciudad se arrecolete en sí
misma, se resista a mirarse en otro rostro que no sea el que por décadas ha
tenido. Pero la vida va cambiando...
Se los ve caminando por la Guayaquil, por la Espejo, por la Rocafuerte,
o por La Loma. O sentarse en la Plaza Grande, en la Mama Cuchara, o en
la Plaza Chica. Es una pareja, él, un escritor de teatro y de algunos cuentos,
también ha ejercido como galán en las obras montadas por la Compañía
Dramática Nacional; la gente no lo reconoce aún, es Jorge Icaza. A ella,
en cambio, la conoce todo el que pasa por su lado y que alguna vez fue al
César Chávez Aguilar • Marina Moncayo de Icaza, escenas de una vida
181
VI
1947. Quito ha cambiado. A los ojos de los nativos tal vez no tanto, a
los ojos de un visitante ocasional sí. En los primeros años de la década del
30, la ciudad no miraba hacia el norte más que hasta la Alameda, el Ejido
era sólo un descampado de hórrido recuerdo y más allá sólo se miraba un
húmedo horizonte. No han pasado ni veinte años y ya Quito tiene una
estación del tranvía al final de El Ejido, junto a él hay varias construcciones
imponentes; en una de ellas, de detalles neoclásicos, funciona la Casa de la
Cultura. La vida intelectual desde hace casi tres años es distinta, los poetas,
novelistas, pintores, investigadores, tienen un lugar a donde ir, en donde
César Chávez Aguilar • Marina Moncayo de Icaza, escenas de una vida
183
VII
La vida de Marina se estabilizó en una calma, rota a veces por las acti-
vidades de su famoso esposo. Los viajes de reconocimiento, las condecora-
ciones, las promociones. Así, en 1972, viajaron durante dos meses por los
Estados Unidos, invitados por más de treinta universidades de ese país. En
1974, Jorge Icaza fue designado Embajador ante los gobiernos de la Unión
Soviética, Polonia y Alemania Oriental; vivieron en Moscú y viajaron por
casi toda Europa.
En mayo de 1978 Icaza enfermó, se le detectó un tumor maligno en
el estómago. El 26 de mayo de ese año, en un día lluvioso, murió el nove-
lista. El compañero de Marina Moncayo por más de cuarenta años había
tomado el camino hacia otro escenario, uno más permanente. Ella seguirá
escuchando el sonido de los pasos del esposo, el teclear incesante de la vieja
máquina de escribir, los libros de la biblioteca le seguirán recordando las
conversaciones y pasiones que juntos forjaron. En sus hijas y nietos seguirá
mirando las huellas de él, su compañero, su amigo, su amor.
Marina dedica sus últimos años al cuidado y protección de sus descen-
dientes. Por la casa familiar, mira caminar a sus hijas con sus pequeños
nietos, ellos le dan un nuevo afecto, distinto, que más que hacerle olvidar
los retazos de una vida pretérita, ya eterna, le hablan de un futuro que sólo
existe en su presente.
Doña Marina Moncayo muere así, junto a quienes la aman, y la ama-
ron, rodeada de presencias y de ausencias. De sombras, pero mucho más
de luz.
Anónimo, «Marina Moncayo, abre una nueva era del Teatro Ecuatoriano», en
Letras del Ecuador, No. 26-27, Quito, agosto-septiembre 1947.
Descalzi, Ricardo, Historia crítica del teatro ecuatoriano, t. iii, Quito, Casa de la
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Galárraga, Agustín, «Los precios hace 50 años», en Quito, tradiciones, testimonios y
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Kingman, Nicolás, «La ciudad de los recuerdos», en Quito, tradiciones, testimonios
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Ribadeneira, Jorge, Tiempos idos, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1988.
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Salvador Humberto, «Resurgimiento del teatro nacional: La Compañía ‘Mari-
na Moncayo’», en Letras del Ecuador, No. 28, Quito, noviembre-diciembre
1947.
Carmen Palacios Cevallos:
Más allá del cielo prometido1
Raúl Serrano Sánchez
–La muerte del querido maestro y amigo Luis Casadío –afirma– ha dejado en
mi alma una huella honda y perdurable. Si algún día hago una obra de méri-
to, pensaré en él. Adivinaré entonces en alguna forma la línea de su bondad
paternal.4
¿A quién se dirigen esos ojos de la joven que sabe que la miran? Asis-
timos al rostro de una mujer que no se inmuta ante la cámara, tampoco
finge posar, ni busca desafiar al fotógrafo que, sin duda pasmado ante ese
rostro que, de golpe, piensa le pertenece a una de esas divas que se han
fugado del cinematógrafo (que por entonces ya era un ritual en la ciudad).
El fotógrafo anónimo, con su lente y en silencio habrá reconfirmado lo que
el autor de Los Sangurimas dijera con una precisión propia de un cazador
de metáforas: «Carmela Palacios, escultora y escultura». Por esos tiempos,
a pesar de los combates y debates políticos en los que las proclamas de la
vanguardia literaria y artística iban acompañados por las de la vanguardia
política (el marxismo como el freudismo eran parte de esa revuelta), no era
común que las mujeres integraran la escena contemporánea, de la que una
GUARAGUAO
188
–Yo me sentiría dichosa si algún día pudiera contribuir con mis fervores y mis
ensayos al desarrollo de la escultura y de la pintura nacionales. Quiero crear,
pero no copiar. Quiero hacer una obra mía; no presentar una obra ajena. Las
copias me parecen robos que debieran ser castigados. No concibo cómo se
puede copiar lo que otros sintieron para crear. La obra propia ha de ser algo
que se amase con nuestras manos y con nuestro sentimiento.7
peste bíblica irá tomando el cuerpo del amado de forma lenta, implacable,
como si pretendiera escarnecerse, dejar en «hueso húmero» a aquel hombre
que tuvo una infancia cargada de fantasmas que lo estrellaron contra los
espejos ustorios, que le rasgaron el pellejo de todos los sueños hasta dejarlo
en medio de la ciudad que reinventó, perdido, ausente, temiendo, como
el personaje de su novela Vida del ahorcado, un día dar con quien lo estaba
buscando. Esa niebla irracional que se convierte en un monstruo que todo
lo devora, que todo lo desbarajusta hasta dejar a su víctima en condición
de un sujeto que no tiene yo, que ya no posee voluntad, que no tiene sino
a quien de tanto temer, intuir, llamar desde el grito silencioso y seco de las
palabras y de las ficciones, empezaba a asumir lo que de seguro él, desde
la razón, se hubiera resistido denodadamente porque limitaba su libertad,
la vida del otro.
Los pioneros de la psiquiatría en el país, Julio Endara, Jorge Escudero,
Carlos Ayala Cabanilla, agotaron todos sus arsenales teóricos para darle
luz a quien sin duda era una fuente de alucinamientos incontables. Enton-
ces, y por recomendación del médico Ayala Cabanilla, que no cobraba sus
horarios, la familia se desplazó a Guayaquil en 1940. Cuenta el narrador
Pedro Jorge Vera:
Bien sabes que Pablito se encuentra con una gravísima enfermedad mental.
Imposible hablar con él. Casi no conoce a las personas. Me dirigí a Leonardo
Muñoz, pariente cercano de la esposa de Pablo, y él habló con Carmen. A Mu-
ñoz, ella le prometió mandarte todos los datos, así como el libro Un hombre
muerto a puntapiés. Creo que ya habrá cumplido su oferta, y cuando recibas
esta carta tendrás en tu poder todo lo referente a Icaza y a Palacio.14
GUARAGUAO
192
[...] Carmita tenía que afrontar la subsistencia de sus hijos, batiéndose como
una leona. Por iniciativa de Ángel F. Rojas, varios escritores y artistas organi-
zamos una ayuda económica que entregamos religiosamente todos los meses a
la hermosa escultora, cuya austeridad y honestidad en medio de las asechanzas
de los tenorios de pega es una hermosa página de nuestra historia literaria.
Su devoción a la memoria de Pablo la he narrado en «Un amor más allá de la
muerte» [...].16
Había casado antes con una bella y muy inteligente mujer, Carmita, magnífica
escultora: fue su buena hermana sacrificada hasta 1947. Entonces, él descansó
de su atormentada existencia. Ella ha seguido luchando heroicamente para no
dejarse derrotar por el sufrimiento y las dificultades de la existencia. Poco an-
tes, quizá dos años antes de su muerte, visité a Pablo, en compañía de Enrique
Gil Gilbert, en la casa de salud donde padecía. No nos reconoció, aunque nos
preguntó cómo estábamos. Nos miró fijamente durante largo rato, con sus
ojos dulces y asombrados, mientras pasaba y repasaba el índice por los labios
y movía la cabeza lentamente de un lado a otro. Fue una experiencia doloro-
samente inolvidable.17
Mi obra de mayor dimensión –nos dice la escultora– fue una virgen tallada en
piedra de dos metros y medio de altura, para una carretera de Colombia. Evoca
también a «La viejita», cuya dulzura humana llena de comprensión y de senti-
do vital al patio de la Cruz Roja Ecuatoriana de Quito. Y, no puede menos de
dedicar un recuerdo afectuoso a la magistral cabeza de Juan Montalvo, donde
logra fundir los másculos trazos del rostro del inmortal Cervantes de América,
con el fuego de su alma, que parece saltar por las pupilas que cobran vida,
plasmadas por Carmen Palacios, y la fina sonrisa irónica que se dibuja en los
labios abultados de su cabeza genial.21
Ese retorno la revela con una vitalidad que más es lo que esconde o
pretende ocultar, que lo que muestra. Como si sus cuitas y desasosiegos
privados no fueran suficientes, en 1959 asistirá a la brutal represión (el
saldo fue de más de mil muertos) del gobierno «democrático y cristiano»
de Camilo Ponce Enríquez contra los estudiantes y civiles de Guayaquil.
Años antes se había concentrado en un tributo al general Eloy Alfaro, lo
hace con tal entrega que logra penetrar y capturar lo que ni sus mejores
biógrafos han llegado a decir del «viejo luchador». Así lo reconoció uno de
sus nietos, Eloy Avilés Alfaro, en carta del 21 de febrero de 1962 dirigida
Raúl Serrano Sánchez • Carmen Palacios Cevallos: más allá del cielo prometido
195
a la escultora, a propósito de que por esos días corría «el rumor» de que en
Yaguachi se pretendía erigir un busto a la memoria del líder de la Revolu-
ción liberal de 1895:
[...] Ud. logró en lo referente, no sólo al parecido físico, sino también a la expre-
sión del temperamento de don Eloy, al modelar y luego fundir el busto que se
le ha levantado en Babahoyo. Por este hecho consideramos que nadie mejor que
Ud. debería ser elegida para el busto de Yaguachi, pues Ud. sabe aunar a maravi-
lla la expresión de la personalidad con la modelación artística de la obra.22
Quizás todo lo que quería decir se lo confió a esas formas que en el caso
del busto de Pablo Palacio resultan más que enigmáticas, reveladoras; bus-
to que ilustra la primera edición de sus Obras completas publicadas por ini-
ciativa de Benjamín Carrión y la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1964,
edición que estuvo al cuidado del poeta Jorge Enrique Adoum. Además,
ese retrato del amado es como un ajuste de cuentas contra la soledad, los
duendes malévolos que como algunos mortales no tolera que el amor y la
autenticidad sean posibles. También es el rostro de alguien que ya no espe-
ra, que está como la joven de la fotografía de los años 30 mirando hacia ese
lugar que dicen que no existe, pero que todos sabemos tiene un nombre,
que se torna visible desde los socavones de la pasión que a Frida Kahlo la
llevó a poner colores ahí donde el dolor pintarrajeaba grafittis hostiles; ese
lugar que es el jardín subvertido de los deseos y el amor sin tregua. Por su
parte, el crítico Hernán Rodríguez Castelo, en los años noventa, formula
una valoración bastante escueta de la obra de Carmen Palacios, por cierto
una de las pocas que vuelve a dar cuenta de su combate artístico:
alma. Por esa ciudad, a Carmen, cada vez que podía –dicen–, le gustaba salir
a buscar de tarde en tarde, quizás preguntándole a Anita Bermeo, la alucinada
Torera, dónde habían exiliado esa ciudad que ellas buscaban a palazos ciegos,
con una nostalgia que no tenía nada de pena, sino de rabia; la misma con la
que le cantó su amado en aquellas historias laberínticas, en la que la ciudad
de los Gemebundos y los Neo-Gemebundos no deja de huir de los espejos.
Quizás esa imposibilidad de explicar lo que el amor jamás permite, fue lo que
terminó por doblegar a Carmen Palacios Cevallos el 6 de agosto de 1976, en
medio de una sala gélida del Hospital del Seguro Social en Quito. Tan fría
y olvidada del mundo como el cubo que habitó aquel ahorcado que es el
mismo que no deja de preguntar, ni de preguntarnos, a quién está mirando
aquella criatura de la foto de hace muchos años. Miradas que son parte de una
biografía, que nunca reclamó para sí lo que el amor, desde esa visión estoica
y de divinización, le impedía hacerlo; una vida de mujer que a no dudarlo
desmiente lo que el personaje de Débora, en algún pasaje, deplora:
Ahora sabemos, contra toda probable negación, que esa «mujer única»
existió. Sabemos que fue digna y valerosa, que respiró el aire de este paisaje,
que está ahí mirándonos sin dubitar, más que ausente, siempre presente
dentro de esa vieja, actual y desconcertante fotografía, cuyo silencio es
demasiado ruidoso como para pretender convertirlo en olvido.
Notas
1
Este texto se publicó originalmente con el seudónimo de Xavier Sempértegui en la revista
Encuentros No. 8, Quito, 2006. Dossier de homenaje por el centenario del natalicio del
escritor Pablo Palacio que coordinó el narrador Raúl Vallejo. La presente versión tiene
algunas variantes y ampliaciones
2
«Ojos negros», primer texto literario del que se tenga noticias de Pablo Palacio, se publicó en
Iniciación, revista mensual de la Sociedad de Estudios Literarios del Colegio Bernardo Valdi-
vieso, Loja, No. 3, 1 de febrero de 1920, p. 61. Incluido en Oras completas, edición de María
del Carmen Fernández, Colección Antares, v. 141, Quito, Libresa, 2005, p. 359. Agradezco a
Pablo Palacio Palacios la información proporcionada para elaborar este artículo.
3
Alejandro Carrión, «Pablo Palacio, el fulminado por el rayo», en Galería de retratos, Qui-
to, Banco Central del Ecuador, 1983, p. 89. Este texto es el mismo que se incluye como
GUARAGUAO
198
prólogo a las primeras Obras completas de Palacio, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana,
1964.
4
José de la Cuadra, «Carmela Palacios», en 12 siluetas, incluido en Obras completas, Quito,
Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, p. 851.
5
Pablo Palacio, «La propiedad de la mujer», en Obras completas, pp. 377-382.
6
Enrique Ayala Mora, «Los cuatro días», en Estudios sobre historia ecuatoriana, Quito, Te-
his/Iadap, 1993, p. 22.
7
José de la Cuadra, «Carmela Palacios...», p. 850.
8
Cfr., «Entrevista a Pablo Palacio», El Universo, Guayaquil, 6 de julio, 1934. Incluida en
Obras completas, pp. 383-389.
9
Carrión es uno de los primeros críticos, en la década del 30, en ocuparse de manera amplia
de la obra de Palacio. Cfr., Mapa de América (1930), Colección Básica de Escritores Ecuato-
rianos, vol. 14, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1976, pp. 45-70.
10
A. Carrión, «Pablo Palacio, el fulminado por el rayo» p. 89.
11
«Se ha producido ya en mí aquel elegante fenómeno de alargamiento de los párpados
sobre los ojos como manos curvadas sobre naranjas y que caen con idéntica nebulosidad
dulce que el tiempo sobre los recuerdos […] Por allí va el treponema pálido, a caballo, rom-
piéndome las arterias». P. Palacio, «Luz lateral» en Un hombre muerto a puntapiés, incluido
en Obras completos, pp. 128, 133.
12
A. Carrión, «Pablo Palacio, el fulminado por el rayo», p. 89.
13
Pedro Jorge Vera, «Un amor más allá de la muerte», en Rescoldos de la historia, Colección Bi-
centenaria, Quito, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, 2009, p. 125.
14
Cfr., Pedro Jorge Vera: Los amigos y los años (Correspondencia, 1930-1980), Prólogo, se-
lección y notas de Raúl Serrano Sánchez, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2002,
p. 212. (La carta está fechada en Quito, el 8 de junio de 1940).
15
Rodolfo Pérez Pimentel, «Carmen Palacios Cevallos», en el Diccionario biográfico del
Ecuador, tomo 15, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, 1997, p. 233. Algunos datos se
han tomado de esta fuente.
16
Pedro Jorge Vera, Gracias a la vida, Quito, Corporación Editora Nacional, 1998, 2a. ed.,
p. 125. El texto que cita Vera forma parte del volumen Aventuras de amor en nuestra historia,
Quito, Ediciones Librimundi, 1998.
17
Alfredo Pareja Diezcanseco, «El reino de la libertad en Pablo Palacio», Recopilación de tex-
tos sobre Pablo Palacio, Serie valoración múltiple, Miguel Donoso Pareja, edit., La Habana,
Casa de las Américas, 1987, p. 122.
18
Pablo Palacio, Débora, en Obras completas, pp. 200-201.
19
Cfr., P. J. Vera, «Un amor más allá de la muerte».
20
Cfr., «Carmen Palacio escultora», en Cuadernos del Guayas No. 4, Guayaquil, Año III,
noviembre, 1952, p. 18.
21
Ibíd.
22
Esta carta reposa en los archivos de la familia Palacio Palacios.
23
Hernán Rodríguez Castelo, Diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo xx,
Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1992, p. 259.
24
Pablo Palacio, Débora, en Obras completas, p. 200.
El valor de los derechos de autor
Manifiesto de CEDRO en su vigésimo aniversario
5. El sector del libro y de las publicaciones periódicas tiene en España una relevancia
estratégica: contribuye de forma significativa al producto interior bruto, a la creación de puestos
de trabajo, a la mejora de la balanza comercial y a la generación en el extranjero de una
imagen positiva de nuestro país.
1. Reclamamos a los poderes públicos un decidido apoyo a los creadores de la cultura escrita y
una defensa enérgica y activa de sus derechos de autor, para alcanzar los mismos niveles de
respeto que existen en otros países europeos.
3. Instamos a todos los centros de trabajo y de formación en los que se utilizan reproducciones
de libros y publicaciones periódicas mediante fotocopia o digitalización, a obtener la
autorización previa de los titulares de derechos, tal y como exige la ley, mediante una licencia
de reproducción de CEDRO.
Nombre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Dirección. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
D.P. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Provincia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sírvase tomar nota de atender hasta nuevo aviso, con cargo a mi cuenta, los recibos
que a mi nombre le sean prestados para su cobro por cecal.
Fecha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Atentamente . . . . . . . . . . . . . . . . .
Firma. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .