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BEITZ La Idea de Derechos Humanos PDF
BEITZ La Idea de Derechos Humanos PDF
Filosofía y Derecho
LA IDEA DE LOS
DERECHOS HUMANOS
Traducción de
Hugo Omar Seleme
Cristián A. Fatauros
Marcial Pons
madrid | barcelona | buenos aires
2012
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© Charles R. Beitz
© MARCIAL PONS
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MADRID, 2012
ÍNDICE
Pág.
ABREVIATURAS..................................................................................................
PRÓLOGO.............................................................................................................
1. ORÍGENES.......................................................................................................
2. DOCTRINA......................................................................................................
3. IMPLEMENTACIÓN.......................................................................................
4. UNA PRÁCTICA EMERGENTE....................................................................
5. PROBLEMAS..................................................................................................
8 ÍNDICE
Pág.
Pág.
1. RESIDUOS DE ESCEPTICISMO...................................................................
2. PATOLOGÍAS..................................................................................................
3. ORDEN NORMATIVO GLOBAL Y DERECHOS HUMANOS....................
BIBLIOGRAFÍA...................................................................................................
ESTUDIO PRELIMINAR
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS
DE CHARLES BEITZ
Hugo O. Seleme *
Cristián A. Fatauros **
1
Los dos libros más importantes de Beitz, junto con numerosos artículos, son Political Theory and
International Relations (1979-1999) y Political Equality: An Essay in Democratic Theory (1990). También
ha sido editor de Peace and War (1973) junto con Theodore Herman, International Ethics (1985) y Punish-
ment (1994) junto con Marshall Cohen, Thomas Scanlon y John Simmons, y Global Basic Rights (2009)
junto con Robert Goodin.
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 13
2
Sobre las ventajas que tiene el enfoque institucional sobre el enfoque interaccional, véase la explica-
ción que Pogge brinda sobre la preocupación rawlsiana por la estructura básica. (Pogge, 1989: 31-34).
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 15
3
No es pacífica la doctrina sobre si la promoción de estos objetivos es compatible. Se afirma que cen-
trarse en la perspectiva de los intereses de los Estados y promover el mantenimiento de la paz, podría exigir
prohibir la injerencia internacional. Incluso Beitz tiene dudas respecto a cómo se solucionaría el caso de
conflicto entre estos dos objetivos, pero esto no obstaculiza la conceptualizacion de una práctica con múlti-
ples objetivos (Beitz, 2009: 131-132)
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 17
De modo que puede decirse que el éxito que ha tenido la empresa de los
derechos humanos a la hora de convertirse en el lenguaje por excelencia de la
política global, ha ido acompañado de una creciente ola de escepticismo teóri-
co ―fundado en consideraciones conceptuales y normativas― y suspicacia
política. Es este marco el que hace que clarificar el concepto de derechos hu-
manos, evaluar su contenido y argumentar por su justificación, sea una tarea
importante y necesaria. Su importancia deriva del papel preponderante que los
derechos humanos han alcanzado en el discurso político global. Tanto los Esta-
dos, los organismos no gubernamentales y las organizaciones internacionales y
supranacionales, utilizan a los derechos humanos para justificar sus acciones.
La necesidad de acometer la tarea viene dada por los embates escépticos a los
que se encuentra actualmente sometida la práctica de los derechos humanos. Es
este carácter dual que tiene la práctica de los derechos humanos ―exitosa y a
la vez bajo sospecha― lo que explica la importancia y la necesidad de la tarea
que se propone llevar adelante La idea de derechos humanos.
En consecuencia, los principales interlocutores con los cuales Beitz discute
son aquellos que defienden posiciones escépticas en el debate contemporáneo
sobre los derechos humanos. La idea de derechos humanos es un texto de ca-
rácter apologético, que pretende defender la práctica contemporánea de los
derechos humanos frente aquellos que la atacan. Es esta finalidad apologética
lo que explica el carácter práctico de la concepción de derechos humanos de-
fendida por Beitz. Si el objetivo es defender la práctica de los derechos huma-
nos actualmente existente, el primer paso es interpretar a los derechos humanos
tal como son concebidos en el seno de esta práctica. Esto explica por qué Beitz
a la hora de elaborar el concepto de derechos humanos presta atención al modo
en que éstos son concebidos en el seno de la práctica. Sin este paso previo,
ningún argumento justificatorio que se ofreciese luego serviría para respaldar
la práctica actualmente existente.
Al adoptar este enfoque práctico La idea de los derechos humanos se acerca
a la concepción de los derechos humanos propuesta por John Rawls en The Law
of Peoples (1999). Efectivamente, Rawls ha sido el primero en proponer un
modo semejante de abordar el problema. Lo que Beitz toma de Rawls es la idea
de que los derechos humanos son una «doctrina política» elaborada para alcan-
zar ciertos fines y cumplir ciertas funciones. La función que cumplen los dere-
chos humanos en el discurso político público global determina cual es el modo
correcto de concebirlos y permite determinar cuáles son las exigencias aptas para
ser consideradas derechos humanos y cuáles no lo son. Sin embargo, el carácter
apologético de la obra de Beitz, hace que su concepción se aparte de la de Rawls.
Los diferentes objetivos que persiguen Rawls en The Law of Peoples y
Beitz en La idea de derechos humanos permiten explicar la diferencia. El
objetivo de Rawls es elaborar una teoría ideal del orden internacional justo.
Los derechos humanos forman parte de su teoría ideal de justicia internacional
20 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS
5
Las concepciones contractualistas que Beitz tiene en mente son, entre otras, las propuestas por Alison
Dundes Renteln (1990), Rex Martin (1993), Bernard Williams (2006) y Joshua Cohen (2004).
22 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS
6
La explicación de la concepción de justicia internacional defendida por Beitz que se ofrece en este
apartado sigue con pequeñas modificaciones lo que se señala en Seleme, 2011.
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 23
7
Este embrionario Law of Nations se encuentra en el parágrafo 58 de A Theory of Justice
8
El otro fue el de Thomas Pogge en Realizing Rawls (Pogge, 1989).
9
Este es el nombre de la concepción de justicia doméstica propuesta por Rawls. Esta concepción con-
tenía dos principios según los cuales debían organizarse las instituciones: el principio de la igual libertad y el
principio de la diferencia que sostenía que las únicas desigualdades de recursos justificadas eran aquellas que
funcionaban en beneficio de quien se encontraba en la posición menos aventajada.
24 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS
10
En Political Theory and International Relations Beitz presenta dos principios de justicia distributiva
internacional. El primero es un principio de redistribución de los recursos y se aplica con total independencia
de que existan o no vínculos económicos entre los Estados. El segundo principio de Beitz se aplica en el
supuesto de que existan vínculos económicos entre Estados. Si este es el caso, y Beitz cree que lo es, al
ámbito internacional deben aplicarse las mismas exigencias de justicia distributivas que al ámbito doméstico.
El producto de la cooperación económica internacional debe distribuirse entonces de acuerdo a un principio
global de la diferencia (Beitz, 1979-1999: 144).
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 25
11
La concepción de justicia internacional elaborada por Rawls contiene otras exigencias que hemos
omitido por no ser relevantes para elaborar el contraste con Beitz.
12
Los principios prioritaristas o igualitaristas se caracterizan por otorgar relevancia moral al hecho de
que algunos individuos posean menos recursos y derechos que otros. Prescriben que la distribución debe
beneficiar al que menos posee, bien porque esto es intrínsecamente bueno, tal como sostiene el prioritarismo,
bien porque éste es un modo de acercarse a la distribución igualitaria que es lo que en última instancia posee
valor moral, tal como sostiene el igualitarismo (Parfit, 2000).
13
Otras visiones cosmopolitas han sido defendidas por Peter Singer (1972, 2002), Brian Barry (1982,
1989), James Moellendorf (2002) y Kok-Chor Tan (2004).
14
Los principios suficientistas sólo consideran moralmente relevante el hecho de que la porción distri-
butiva que recibe cada individuo no se encuentre por debajo de un determinado nivel medido en términos
absolutos. Por esta razón no importa que alguien tenga menos o más siempre y cuando se ubique por encima
de dicho nivel. Lo característico de los principios suficientistas es que establecen un punto de corte en la
distribución, a saber, cuando se ha alcanzado el nivel de suficiencia.
Entre quienes han defendido posiciones suficientistas a nivel internacional se encuentran Michael
Blake (2002) y Thomas Nagel (2005).
26 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS
4. CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
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ABREVIATURAS
algunas partes de este libro están basadas en dichos artículos, el libro también
revisa algunas cosas que en ellos se señalaban. Esto es así especialmente en lo
que respecta al carácter de las prácticas discursivas, los tipos de normatividad
que los derechos humanos son capaces de poseer, la relevancia de la conver-
gencia real y potencial entre los códigos morales culturales, y la relación entre
los derechos humanos y las ideas diferentes de justicia social y global. Espero
que la concepción de derechos humanos presentada en este libro sea más plau-
sible que la que se encontraba en los artículos anteriores.
La larga y dispersa historia de este proyecto implica que he acumulado in-
usualmente muchas deudas, de hecho más de las que puedo recordar y recono-
cer con agradecimiento. Agradezco por los comentarios, críticas y conversacio-
nes instructivas a Elizabeth Ashford, Brian Barry, Allen Buchanan, Joshua
Cohen, Heather Collister, Ryan Davis, Michael Doyle, Kristen Hessler, James
Griffin, Amy Gutmann, George Kateb, Benedict Kingsbury, Stephen Macedo,
Jamie Mayerfeld, Liam Murphy, Hans Oberdiek, Susan Moller Okin, Thomas
Pogge, John Rawls, Joseph Raz, Nancy Rosenblum, Rahul Sagar, Thomas
Scanlon, Samuel Scheffler, Henry Shue, Lawrence Simon, Marion Smiley,
John Tasioulas, Robert Taylor, Dennis Thompson, Thomas Weiss and Deborah
Yashar. David Miller, Mathias Risse, Leif Wenar y dos lectores anónimos de
Oxford University Press, brindaron comentarios excepcionalmente detallados y
útiles de una versión preliminar del manuscrito. Risse y Wenar colaboraron de
nuevo posteriormente. Dominic Byatt ha sido la clase de editor que todo autor
desearía: él capturó las aspiraciones de este libro de modo más claro que yo y
sus gentiles sugerencias con respecto a la edición han mejorado el manuscrito
en su totalidad. También estoy agradecido por la atención y los cuestionamien-
tos que me brindaron los miembros de los auditorios académicos a quienes
presenté mis ideas sobre los derechos humanos en distintas etapas de gestación.
Aunque no podría ser más consciente de los puntos débiles del libro, sé que es
mucho mejor de lo que hubiese sido sin esta invaluable y generosa ayuda.
El primer período de licencia de mis obligaciones académicas, cuando co-
mencé a trabajar en este tema, fue posible gracias a la Fundación Rockefeller y
al Swarthmore College/Universidad de Swarthmore. Ninguna otra inversión
podría haber tomado más tiempo en dar fruto. Desde el momento en que retomé
el tema, he recibido el apoyo de la Fundación Guggenheim, la Universidad de
Bowdoin y la Universidad de Princeton. También gocé la hospitalidad del direc-
tor y los profesores del Merton College, Oxford; del Departamento de Política y
Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford; y del Instituto de De-
recho Internacional y Justicia de la Facultad de Derecho de la Universidad de
Nueva York durante un período sabático en el que bosquejé gran parte del libro.
Culminé la mayor parte de la revisión final durante una licencia posterior en la
Universidad de Stanford, donde estuve como invitado del Programa de Justicia
Global. Agradezco a todas estas instituciones por su generosidad.
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
variedad de propósitos prácticos por los cuales se apela a los derechos huma-
nos, más difícil es asimilarlos a alguna idea moral familiar. Incluso un defensor
de los derechos humanos podría terminar preguntándose si la práctica repre-
senta algo moralmente coherente. En cambio, uno podría verse tentado a con-
siderarla como nada más que una construcción inestable, explicable sólo histó-
ricamente.
1
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), art. 11(1).
2
Geuss continúa: «Tal vez si repetimos las afirmaciones referidas a los derechos naturales por el tiempo
suficiente, en un tono suficientemente alto, y aprobamos suficientes resoluciones, las personas cesarán de
hacerse cosas horribles unas a otras. De hecho, quizás puedan hacerlo, quizás no».
40 CHARLES R. BEITZ
el deber de satisfacerlo. Si uno acepta esta idea, así como alguna versión de la
creencia que la satisfacción de, al menos ciertos derechos, no es posible, o sería
irrazonablemente costosa, entonces uno podría concluir que al menos ciertos
derechos humanos reconocidos en la doctrina internacional no pueden ser real-
mente derechos. Los valores de este tipo expresan aspiraciones para el futuro
pero no generan razones para la acción en el presente 3. Su estatus es análogo al
de las leyes naturales de Hobbes en el estado de naturaleza: ellas «obligan a
tener un deseo de verlas realizadas» pero no necesariamente obligan «a realizar
los actos que prescriben» (Hobbes, 1651: cap. 15, par. 36).
Otras dos formas de escepticismo surgen al poner en cuestión la idea de
que los derechos humanos pueden ser «universales» de algún modo significa-
tivo. La interpretación más sencilla de esta idea es que los derechos humanos
se aplican a cualquier persona o que pueden ser reclamados por cualquier
persona. El escepticismo surge cuando consideramos por qué esto podría ser
cierto. Frecuentemente se dice que los derechos humanos pertenecen a las
personas «como tales» o «sólo en virtud de su humanidad». Como veremos,
no está claro que es lo que significa esto, sin embargo por el momento podría-
mos decir que un derecho le pertenece a las personas «como tales» si el funda-
mento o justificación del derecho hace referencia a características que las
personas poseen independientemente de sus relaciones y de su entorno social
contingentes. El escéptico sostiene que ninguna interpretación plausible de
esta idea dará como resultado una concepción de la naturaleza humana que sea
lo suficientemente robusta como para justificar un catálogo de derechos que
sea interesante a los fines prácticos. Una versión extrema de este escepticismo
afirma que «nada de lo que denominamos como un derecho humano puede
derivarse de la naturaleza humana», ya que las disposiciones conductuales que
actualmente observamos en los seres humanos es muy diversa y conflictiva
como para permitir realizar alguna generalización coherente (Nelson, 1990:
345). Una posición más moderada sostiene que los intereses que de hecho son
compartidos por todos los seres humanos son muy pocos como para servir de
sustento para algo que exceda las prohibiciones más elementales, por ejemplo,
del asesinato, la tortura, la privación material. La referencia a los «intereses»
es esencial: la idea escéptica no es que las personas no acuerdan sobre los
derechos humanos (ésta también es una idea escéptica, pero es una idea dife-
rente). La idea es, más bien, que los seres humanos abstraídos de las contin-
gencias de sus circunstancias históricas o sociales, no comparten los suficien-
tes deseos o necesidades como para justificar algo más que una muy breve
lista de estándares normativos 4. El resultado de aceptar esta idea no es un
3
Muchas personas han sostenido posiciones de este tipo. Uno de los primeros ejemplos puede encon-
trarse en la crítica incisiva de Arthur Holcombe a la versión preliminar de la Declaración Universal en Hu-
man Rights in the Modern World (Holcombe, 1948). Una fuente común es Cranston, 1973: cap. 8.
4
Esta idea se encuentra en el análisis de H. L. A. Hart de «El contenido mínimo del derecho natural»,
en The Concept of Law (Hart, 1961: cap. 9. 2), aunque no se hace referencia a los derechos humanos.
INTRODUCCIÓN 41
completo escepticismo sobre los derechos humanos sino más bien un escepti-
cismo sobre la doctrina internacional de los derechos humanos tal como existe
en la actualidad: su alcance parece extenderse mucho más allá de lo que razo-
nablemente podrían percibirse como derechos que pertenecen a los seres hu-
manos «como tales».
Obtenemos otro tipo de escepticismo a partir de la idea de que los derechos
humanos pueden ser «universales», en un sentido moralmente relevante, sólo
si ellos son aceptables desde todos los puntos de vista morales y culturales.
Ésta es una idea diferente de la que afirma que los derechos humanos genuinos
deben pertenecer a los seres humanos «como tales»: cualquier relación entre
los catálogos de derechos que satisface este estándar y aquellos que son acep-
tables alrededor del mundo sería contingente. Uno podría sentirse atraído hacia
esta última idea al reconocer que las violaciones a los derechos humanos pue-
den servir como desencadenante de la interferencia internacional en la sociedad
en donde dichas violaciones suceden, junto con la creencia de que sería inacep-
tablemente paternalista interferir en defensa de valores que, de hecho, no son
compartidos dentro de la cultura de esa sociedad 5. Es común que algunas de las
normas que se encuentran en los tratados internacionales más importantes estén
en conflicto con elementos de algunos de los principales códigos de moral so-
cial que encontramos alrededor del mundo (consideremos, por ejemplo, las
disposiciones que prescriben el trato equitativo entre hombres y mujeres o las
que exigen iguales derechos individuales para participar en política). Si se su-
pone que los derechos humanos describen una base de acuerdo entre sociedades
o entre culturas, entonces nuevamente parecerá que la doctrina internacional es
demasiado ambiciosa. De esta manera arribamos por otro camino a la idea de
que los derechos humanos genuinamente «universales» son relativamente po-
cos (Brown, 1999: 119) 6.
Una quinta forma de escepticismo surge de la combinación de esta última
idea con una concepción sobre la influencia que las disparidades de poder que
existen en la política global tienen sobre la doctrina y la práctica de los dere-
chos humanos. La doctrina moderna de los derechos humanos se originó en
Europa y Estados Unidos, y aunque a veces se pasa por alto que Estados más
pequeños, mayormente fuera de Europa, jugaron un papel muy importante en
la génesis del régimen de posguerra de los derechos humanos, es poco probable
que hubiese existido una declaración o tratados sin la participación activa de
las grandes potencias que intervinieron en la guerra. En el período histórico que
5
La expresión canónica de esta idea es el «Statement on Human Rights» del Comité Ejecutivo de la
American Anthropological Association (American Anthropological Association, Comité Ejecutivo, 1947).
La declaración ya no representa la posición de la Asociación (American Anthropological Association, Co-
mité de Derechos Humanos, 1999).
6
Por supuesto, alguien podría compartir la idea de que los derechos humanos representan valores par-
ticularistas sin convertirse en un escéptico como se lo caracteriza aquí. La posición de Richard Rorty es un
ejemplo (Rorty, 1993: 117-119).
42 CHARLES R. BEITZ
7
Para otras versiones de esta opinión véanse Evans, 2005: cap. 2; Mutua, 2002, y Kennedy, 2004. Es-
tos autores no son todos igualmente escépticos respecto de los derechos humanos.
8
Eg. (Goldsmith et al., 2005: cap 4; y Hafner-Burton y Tsutsui, 2007).
INTRODUCCIÓN 43
3. ENFOQUE
10
Sobre la comprensión de conceptos normativos en las prácticas discursivas, véanse Brandom, 2000:
cap. 2; y Angle, 2002: 27-39. También es instructiva la explicación de John R. Searle sobre la progresión
desde el «hecho social» hasta el «hecho institucional» en The Construction of Social Reality (Searle, 1995:
88 ss.). Los breves comentarios de Searle sobre los derechos humanos (ibid.: 93) son abstractos y no consi-
deran la amplitud normativa de la práctica contemporánea.
INTRODUCCIÓN 45
Mencionaré algo más sobre los detalles de la práctica de los derechos hu-
manos más adelante. Aquí sólo hago dos precisiones. Primero, al sostener que
la práctica consiste en normas que son ampliamente reconocidas dentro de una
comunidad discursiva, no me refiero a que dentro de la comunidad exista un
acuerdo sobre el alcance y contenido del sistema de normas tomado como un
todo, sobre el peso que debería ser adjudicado a las razones para la acción
provistas por estas normas, o sobre cómo los conflictos entre los derechos hu-
manos, o entre los derechos humanos y otros valores, deberían resolverse. De
hecho, como veremos, no sólo es un aspecto inevitable sino también un aspec-
to funcionalmente importante de la práctica de los derechos humanos, que sus
normas sirvan tanto para enmarcar acuerdos como desacuerdos. La práctica
está constituida como tal no porque exista acuerdo sobre el contenido de las
normas o sobre las conclusiones prácticas a las que uno se encuentra compro-
metido por aceptar dichas normas, sino más bien por la aceptación de una
clase específica de normas como fuentes de razones ―aunque no necesaria-
mente como razones concluyentes― para un conjunto de modos de acción.
Dependemos de la práctica para comprender las funciones discursivas de los
derechos humanos, no (o al menos no directamente) para delinear su alcance o
contenido.
La otra precisión es que la práctica de los derechos humanos es emergente.
Es distinta de prácticas normativas más establecidas y de larga data como las
que podrían encontrarse, digamos, en un sistema jurídico maduro. En las prác-
ticas sociales maduras, existe un acuerdo bastante amplio dentro de la comuni-
dad sobre qué acciones son apropiadas como respuesta a la falta de adhesión a
las normas de las prácticas. Este acuerdo se sostiene en el tiempo por las tradi-
ciones de evaluación acerca de lo apropiado de estas respuestas (Brandom,
1985: 178). Pero la práctica de los derechos humanos no es una práctica social
madura. Existe desacuerdo sobre todos sus principales elementos ―por ejem-
plo, sobre el contenido de sus normas, los medios idóneos para su aplicación y
para hacerlas cumplir, la distribución de responsabilidades para sostenerlas, y
el peso que debe darse a las consideraciones sobre los derechos humanos cuan-
do entran en conflicto con otros valores—. Las instituciones internacionales de
derechos humanos carecen de competencia para decidir autoritativamente las
disputas y para hacer cumplir de modo coactivo las normas de la práctica. La
división de tareas entre las instituciones públicas de derechos humanos y las
organizaciones no gubernamentales que participan en procesos institucionales
internacionales, es inestable. Lo que es más importante para nuestro propósito,
no hay una base inequívoca para establecer los límites de la comunidad discur-
siva dentro de la cual la práctica se desarrolla. He señalado que el significado
de la idea de derecho humano puede ser inferido del papel que estos derechos
cumplen en una práctica discursiva, pero si los límites de la comunidad discur-
siva son difusos ―por ejemplo, si no existen fundamentos dotados de autoridad
para incluir o excluir participantes― entonces puede que nuestra comprensión
46 CHARLES R. BEITZ
1
Filártiga v. Peña- Irala, 630 F. 2d 876 (1980), 881. El tribunal sostuvo que la Alien Tort Claims Act
de 1789 (28 U.S.C- S 1350) autoriza a los tribunales federales a juzgar casos interpuestos por extranjeros que
aleguen violaciones atroces a los derechos humanos, dondequiera que se hayan cometido, por agentes que se
encuentren dentro de Estados Unidos.
50 CHARLES R. BEITZ
1. ORÍGENES
religiosas, durante la última parte del siglo xix. El Congreso de Berlín de 1878
adoptó el principio de libertad religiosa como una condición previa para el re-
conocimiento de nuevos estados (Finch, 1941: 662-665) 4. El Pacto de la Liga
de las Naciones llamativamente omitió cualquier referencia a los derechos
humanos: se sabe que fracasó un intento apoyado por los japoneses de incluir
una garantía de no discriminación en razón de la raza y la religión, a pesar del
voto mayoritario de la comisión redactora 5. No obstante, la idea puede encon-
trarse en la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, también
establecida en la Conferencia de Paz de París, la cual se había comprometido a
establecer estándares internacionales para la eliminación del trabajo forzado, el
desarrollo de prácticas laborales justas, la disminución de la pobreza y la pro-
tección de la libertad de expresión y asociación (Burgers, 1992: 449; Lauren,
2003: 97-102, III ss.). Así mismo la noción de derecho humano puede encon-
trarse en los «tratados de las minorías» de posguerra que brindaron garantías
internacionales para diversos derechos civiles, políticos y sociales de minorías
nacionales en Europa Central y del Este y en los países balcánicos (Burgers,
1992: 450) 6. Todas éstas fueron medidas a través de las cuales los estados limi-
taron su autoridad soberana y se comprometieron a proteger ciertos intereses
de los individuos, colocando de manera efectiva, aspectos que habían sido
tratados como jurisdicción de los Estados, bajo alguna forma de supervisión
internacional.
Después de la guerra, se desarrolló un movimiento transnacional de dere-
chos humanos que en parte estuvo estimulado por la no inclusión de proteccio-
nes a los derechos humanos en el Pacto de la Liga. Por toda Europa proliferaron
«Ligas para los derechos del hombre». En París, en 1922, se estableció la Fédé-
ration Internationale des Droits de l’Homme y comenzó una campaña a favor de
elaborar una carta o declaración internacional de derechos humanos dotada de
autoridad. También en París, la Académie Diplomatique Internationale, fundada
en 1926 por un grupo internacional de abogados, creó una comisión para redac-
tar una declaración internacional de derechos humanos cuyo informe se convir-
tió en la base de la Declaración de los Derechos Internacionales del Hombre
publicada en 1929 por el Institute of International Law en Nueva York. Esta
declaración tuvo una amplia influencia entre los juristas durante la década de
1930 y en la composición de la declaración de 1948 (Burgers, 1992: 450-454) 7.
4
Información más general puede encontrarse en Brownlie, 1998: 568-573.
5
El Reino Unido y los Estados Unidos se opusieron a la propuesta (Miller, D. H., 1928: i. 268-269,
461-465). A excepción de una disposición relacionada con el tráfico de mujeres y niños, la comisión redac-
tora también declinó incluir garantías relacionadas con derechos de la mujer recomendadas por representan-
tes de agrupaciones de mujeres (Woodrow Wilson, quien presidió la conferencia, dijo: «simplemente fue
porque la Liga no podía comenzar a solucionar todos los problemas de la humanidad, no porque la Comisión
no estuviera de acuerdo con que los reclamos fueran excelentes») (Miller, D. H., 1928: ii. 362).
6
También puede cotejarse el confiable estudio contemporáneo de Julius Stone, International Guaran-
tees of Minority Rights (Stone, 1934).
7
Un editor describió la declaración del Institute of International Law como un «documento revolucio-
nario [que] marca una nueva era que está más interesada en los intereses y derechos de los individuos sobe-
52 CHARLES R. BEITZ
ranos que en los derechos de los Estados soberanos» (Brown, 1930: 127). Sobre la influencia de este docu-
mento véase Sohn, 1995.
8
Sobre las actividades e influencia de Wells, véanse Burgers, 1992: 464-468, y Simpson, 2001: 160-167.
9
La «declaración» circuló ampliamente en forma de panfleto. Para cotejar el texto, véase Annals of the
American Academy of Political and Social Science, 243 (enero de 1946), 18-26. También fue de gran influen-
cia el «International Safeguard of Human Rights» (Comisión para Estudiar la Organización de la Paz,
1944).
LA PRÁCTICA 53
12
Los estudios más completos del proceso de preparación son el de Morsink (1999) y el de Mary Ann
Glendon (2001).
13
Para consultar el texto véase Brownlie y Goodwin-Gill, 2006: 23-28. Los documentos básicos
también están disponibles en http://www2.ohchr.org/english/law/index.htm#core (consultado el 3 de marzo
de 2008).
LA PRÁCTICA 55
ción del mismo que ofrece Mary Ann Glendon como una «declaración de inter-
dependencia […] de personas, naciones y derechos» (Glendon, 2001: 174) 14.
En líneas generales, hay dos motivaciones que se pueden distinguir en la
caracterización dada en el preámbulo de los objetivos que justificaban la decla-
ración: que el reconocimiento internacional de los derechos humanos es nece-
sario para proteger la igual dignidad de todas las personas, y que el respeto por
los derechos humanos es una condición para las relaciones amistosas entre los
Estados. Al final de la guerra, esta última preocupación, aunque raramente re-
gistrada en los documentos de la Comisión de Derechos Humanos o en los in-
formes de los participantes, se encontraba de manera indudable en los antece-
dentes. La perspectiva de los que redactaron la declaración parece haber sido
que los regímenes que se involucran en graves violaciones de derechos huma-
nos también son proclives a ser amenazas para la paz y la seguridad internacio-
nal. De hecho, el ejemplo de la Alemania nazi sugirió que ambos tipos de
comportamiento podrían surgir de las mismas propiedades generales de un ré-
gimen― en el ejemplo alemán, de una ideología de supremacía racial propaga-
da de manera sistemática y reforzada por un aparato estatal represivo 15. Estas
dos motivaciones representan dos clases distintas de consideraciones y no
existe una razón para creer ex ante que cualquiera de las dos, tomadas por sí
mismas, arrojarán el mismo catalogo de protecciones que la otra, o para el caso
la misma clase de práctica normativa. La tensión que a veces se ha observado
en la práctica de los derechos humanos entre la meta de proteger intereses indi-
viduales fundamentales y el objetivo de proteger la estabilidad y paz interna-
cional, por ende, tiene una base en la misma declaración (aunque la posibilidad
de conflicto no parece haber preocupado a los que la redactaron) 16.
En relación con esto, debería observarse que el preámbulo no busca asentar
la universalidad o relevancia del valor de la igual dignidad humana sobre otras
consideraciones acerca de la naturaleza humana o la gracia divina; simplemen-
te es reivindicada como un valor fundamental por derecho propio. Esto con-
trasta con pasajes análogos de la Declaración de Independencia de los Estados
14
Todos los cometarios de Glendon sobre el texto son esclarecedores; véase Glendon, 2001: 174-191.
Sobre la aspiración de los artífices de producir un documento que pudiese ser leído como un todo integrado,
véase Morsink, 1999: 232-238.
15
Tal como observa Michael Ignatieff, «[f]ue Hitler el belicista, no Hitler el arquitecto de la extermi-
nación europea, quien preocupó a los que redactaron» la carta (Ignatieff, 2002: 53). Sobre la relevancia que
tuvo la guerra para la declaración, véase Morsink, 1999: cap. 2.
16
Por ejemplo, en un artículo que describe la redacción de la declaración, Eleonor Roosevelt, presi-
dente del comité de redacción, expresa que «muchos de nosotros pensamos que esa falta de estándares de
derechos humanos […] fue una de las principales causas de fricción entre las naciones, y que el reconoci-
miento de los derechos humanos podría convertirse en uno de los pilares en el cual la paz podría finalmente
basarse». Aun así, sus comentarios sobre los fundamentos de diferentes derechos individuales, y de la decla-
ración como un todo, se refieren exclusivamente a la necesidad de «cierta protección que el individuo debe
tener si es que va a adquirir un sentido de seguridad y dignidad en su propia persona». No hay ninguna re-
flexión acerca de que estas metas, en la doctrina o en la práctica, podrían no coincidir (Roosevelt, E., 1948:
471, 477).
56 CHARLES R. BEITZ
El problema fue diseñar una doctrina pública que fuese capaz de ser acepta-
da desde diversos puntos de vista morales y culturales pero que no presupusiera
nada más que una sencilla justificación teórica aceptada de manera común, que
pudiera ser extraída de una apelación abstracta al valor de la dignidad humana.
Jacques Maritain, uno de los miembros del Comité de la UNESCO sobre las
Bases Teóricas de los Derechos Humanos, daba cuenta del siguiente comentario
de un colega: «estamos de acuerdo sobre los derechos pero con la condición de
que nadie nos pregunte por qué». Su intención no era únicamente tomarse una
licencia humorística: a continuación, el describía a los derechos humanos como
«conclusiones prácticas que, aunque son justificadas de distinto modo por per-
sonas diferentes, son principios para actuar con un fundamento común de simi-
litud para todos» 18. Esta concepción de los derechos humanos internacionales
como una doctrina pública abierta a una variedad de justificaciones es indispen-
sable para llegar a una adecuada apreciación de su singularidad histórica 19.
17
Consultar también las memorias de John Humphrey (Humphrey, 1984: 37-49, 63-77). Humphrey fue
un funcionario canadiense que trabajó como parte de la comisión.
18
La cita corresponde a la «Introducción» de Jacques Maritain a Human Rights: Comments and Inter-
pretations (UNESCO, 1949 9, 10) (cursiva original). Creo que esto describe la perspectiva de la mayoría de
los miembros de la Comisión de Derechos Humanos así también como la de los expertos de la UNESCO,
pese a que algunos de los miembros de la comisión consideraron el estudio de la UNESCO como contrapues-
to a la perspectiva de la Comisión (ONU, Consejo Económico y Social, Comisión de Derechos Humanos,
1947a: 11-17).
19
El informe final del comité de la UNESCO señala que «[E]l problema filosófico involucrado en la
declaración de derechos humanos no es alcanzar el consenso doctrinal sino más bien alcanzar un acuerdo en
lo concerniente a derechos, y también en lo concerniente a la acción para la realización y defensa de los de-
LA PRÁCTICA 57
Como he observado anteriormente, una razón por la que los gobiernos con-
sideraron aceptable el principio de que los derechos humanos conciernen a la
comunidad internacional, fue la expectativa de que la ONU respetaría la juris-
dicción nacional de los Estados absteniéndose de intervenir en sus asuntos in-
ternos 20. La declaración, que no posee disposiciones para su implementación, y
en ningún caso tiene la fuerza jurídica de un tratado, era compatible con esta
expectativa: ella pretende establecer «un estándar común de aspiración», y no
un conjunto de compromisos que se harán cumplir. Por lo tanto, uno podría
pensar que la declaración representa una solución de compromiso entre los
valores en competencia de los derechos humanos globales, por un lado, y los
derechos soberanos de los Estados, por el otro. Debemos retomar la pregunta
acerca de cómo debe considerarse este hecho en la interpretación de la práctica
de los derechos humanos tal como se ha desarrollado posteriormente. Lo que se
podría decir en relación con la historia es lo siguiente. La redacción y promul-
gación de la declaración fue parte de un proyecto más extenso que había pre-
visto desde sus inicios la adopción eventual de un acuerdo internacional vincu-
lante que definiría de manera más precisa las obligaciones de los Estados
relacionadas con los derechos humanos y establecería una competencia inter-
nacional para su implementación. De hecho, la elaboración de un pacto inter-
nacional había comenzado aun antes de que la declaración fuera adoptada.
Debería recordarse que la idea de la jurisdicción nacional de un Estado es, en
sí misma, una creación del derecho internacional: su alcance está limitado por
las obligaciones jurídicas internacionales de un Estado, y la inmunidad de un
Estado frente a la interferencia funciona sólo dentro de estos límites. Si los
derechos humanos se reconocieran en el derecho internacional, entonces ellos
limitarían el alcance de la jurisdicción nacional de un Estado; no entrarían en
conflicto con ella 21. Aunque la carta no exige tal desarrollo, tampoco lo descar-
ta: el asunto simplemente se deja para el futuro. En esta perspectiva, la relevan-
cia de la declaración al momento de su adopción no fue tanto desafiar el prin-
cipio de la jurisdicción nacional, sino más bien promover un proyecto más
ambicioso con el fin de redefinirlo.
Finalmente, un comentario sobre la inclusión de los derechos económicos
y sociales. A menudo se ha pensado que la inclusión fue fruto de un acuerdo
político requerido para asegurar el apoyo del bloque soviético. De esto se infie-
re que la declaración incluye una combinación inestable de concepciones in-
compatibles de justicia social 22. Dejando de lado el interrogante relacionado
con la coherencia de la visión política de la declaración, lo que debe señalarse
rechos, lo que puede justificarse en fundamentos doctrinales altamente divergentes» (UNESCO, 1949:
apéndice II, 263).
20
Como lo expresó Geoffrey Best, pese a que cada estado se comprometió a cumplir con los estándares
internacionales, el compromiso estuvo acompañado de la salvedad de que «cómo lo hacemos es nuestro
asunto, no el suyo» (Best, 1995: 787).
21
Para un debate, véase Brownlie, 1998: 293-297.
22
Por ejemplo, Cranston, 1973: 54.
58 CHARLES R. BEITZ
es que la inferencia se basa en una premisa histórica falsa. Los derechos econó-
micos fueron incluidos en la versión de la declaración desde el comienzo ya
que su importancia fue ampliamente aceptada, por ejemplo en las «cuatro liber-
tades» de las que habló Franklin Roosevelt en su mensaje del Estado de la
Unión de 1941 («la libertad de verse libre de necesidad […] traducido a térmi-
nos mundiales»), en la Carta del Atlántico, y en algunas versiones de declara-
ciones preparadas por organizaciones no gubernamentales antes y durante la
guerra. La defensa de los derechos económicos por parte de los delegados lati-
noamericanos en el transcurso de las deliberaciones que condujeron a la adop-
ción de la declaración por la Asamblea General fue particularmente importante
(Glendon, 2003: 35-36 y Waltz, 2001: 65). Es cierto que el delegado soviético
defendió la inclusión de derechos económicos y sociales, y que el Departamen-
to de Estado de Estados Unidos inicialmente se opuso. Sin embargo, la mayoría
de los miembros de la Comisión de Derechos Humanos compartían la visión
soviética, y eventualmente el mismo Estados Unidos propuso una versión de la
declaración que incluía derechos económicos (a «un estándar de vida decente;
a trabajar […] a la salud, educación y seguridad social») (ONU, Consejo Eco-
nómico y Social, Comisión de Derechos Humanos, 1947: art. 9) 23. Nunca exis-
tió la posibilidad de que los derechos sociales o económicos no estuviesen in-
cluidos en la declaración (Glendon, 2001: 42-43, 115-117, 185-190; Morsink,
1999: 222-230).
La promulgación de una declaración de derechos humanos fue la primera
de las tres tareas que se propuso realizar la Comisión de Derechos Humanos.
Las otras dos fueron: redactar una convención internacional vinculante e idear
un mecanismo para su implementación. Mis comentarios sobre estas dos tareas
comienzan por la última debido a que la discusión relacionada con la imple-
mentación comenzó simultáneamente con la redacción de la declaración.
La comisión estableció un equipo de trabajo para idear los mecanismos
internacionales para difundir y hacer cumplir los derechos humanos. El equipo
de trabajo asumió que los derechos humanos finalmente serían incorporados en
una convención internacional que sería vinculante (únicamente) para los Esta-
dos signatarios y que incluiría disposiciones para su implementación. Desarro-
lló lo que podría ser descrito como un paradigma «jurídico» que se conceptua-
liza mejor si se lo piensa como dotado de dos niveles. El primer nivel era
nacional: los gobiernos de los Estados tendrían la responsabilidad primaria de
tratar de lograr la adhesión a los derechos humanos dentro de sus fronteras y se
esperaba que lo hicieran principalmente por medio de la incorporación de pro-
tecciones de derechos humanos en sus constituciones y leyes. La idea era que
los individuos deberían tener la posibilidad de obtener una compensación por
la violación de derechos humanos a través de los sistemas jurídicos nacionales.
23
Sin embargo, no hay un artículo paralelo en la propuesta de Estados Unidos para una convención de
derechos humanos presentada el mismo día (E/CN.4/37).
LA PRÁCTICA 59
24
Nolde asistió a las reuniones del Comité de Derechos Humanos como observador de una organiza-
ción religiosa de los Estados Unidos.
25
Para propuestas relacionadas con la «supervisión y ejecución» internacional, consultar pp. 9-33. El
grupo imaginó que un régimen de implementación basado en la convención funcionaría de manera paralela
con un «sistema de comunicación» entre gobiernos y el Consejo Económico y Social establecido bajo la
autoridad de la propia Carta. Véase también Humphrey, 1984: 48-49).
60 CHARLES R. BEITZ
nios. Como veremos, estos instrumentos, junto con las convenciones, incorpo-
raron de diversas maneras elementos del esquema de implementación del grupo
de trabajo, tales como los informes y el control. Sin embargo, no hay disposi-
ciones para la investigación independiente de las quejas por violación de los
derechos humanos, ni sistema de sanciones para el incumplimiento, y por su-
puesto, tampoco hay corte de derechos humanos. Los Estados Unidos, el Reino
Unido y la Unión Soviética se opusieron a estos mecanismos. El fracaso en
lograr un acuerdo sobre los mecanismos efectivos para ejecutar los compromi-
sos de los estados de cumplir con los derechos humanos debe ser considerado
como una de las decepciones más importantes con respecto a las aspiraciones
que albergaban los artífices de los derechos humanos 26.
La última de las tareas de la comisión fue preparar una convención o «pac-
to» internacional vinculante. La redacción comenzó aun antes de que la decla-
ración estuviese finalizada y continuó hasta 1954. En contraste con la prepa-
ración de la declaración, la redacción del pacto estuvo cargada de conflictos
ideológicos y fue interrumpida por cambios en las políticas de derechos hu-
manos de los Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido, quienes
en distintos momentos se opusieron al desarrollo de un tratado comprehensivo
y procuraron evitar el establecimiento de un régimen efectivo de implementa-
ción internacional. La intervención de la Asamblea General, a instancia de
una mayoría compuesta de países socialistas y países menos desarrollados,
fue necesaria para asegurar la inclusión de derechos sociales y económicos, a
los cuales los Estados Unidos y el Reino Unido se oponían (aunque estos
países los habían apoyado en la declaración) (ONU, Asamblea General,
1950). En el medio de la redacción se decidió dividir el documento en dos
partes, lo que se convertiría en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos (PIDCP) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales (PIDESC). Esto sucedió en respuesta a la presión ejercida por
Estados Unidos y sus aliados, y es interpretado a veces como la expresión de
una jerarquía de importancia entre derechos. Ciertamente, ésta fue la posición
estadounidense, pero, debido a que la decisión era un compromiso político, es
difícil considerarla como el resultado de una única opinión 27. La justificación,
que no parece presuponer ninguna opinión sobre la importancia intrínseca de
cualquiera de las dos categorías de derechos, fue que los derechos políticos y
civiles podrían ser implementados inmediatamente, mientras que los derechos
sociales y económicos sólo podrían ser llevados a cabo «progresivamente»
por cada Estado «tanto por separado como mediante la asistencia y la coope-
26
La propia evaluación del equipo de trabajo fue profética: «O se busca una adhesión total y eficaz a los
derechos humanos o no. Si se busca esta adhesión, entonces la consecuencia de este principio debe ser admi-
tido y se debe aceptar la idea de decisiones judiciales obligatorias». (ONU, Consejo Económico y Social,
Comisión de Derechos Humanos, 1947b: 28). Consultar también (Lauterpacht, 1950: cap. 17). Sobre el pa-
pel de las principales potencias en el bloqueo de medidas de implementación más efectivas, véase Norman y
Zaidi, 2008: 235-240.
27
Para la interpretación jerárquica, véase Norman y Zaidi, 2008: 204-208.
LA PRÁCTICA 61
28
El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales posteriormente sostuvo que «la frase “al
máximo de sus recursos disponibles” fue expresada por quienes redactaron el Pacto con la intención de refe-
rirse tanto a los recursos existentes dentro de un Estado como para aquellos recursos disponibles por parte de
la comunidad internacional a través de la asistencia y cooperación internacional». (ONU, Comité de Dere-
chos Económicos, Sociales y Culturales, 1991: 86).
29
Ni Estados Unidos ni el Reino Unido se han adherido al protocolo. La Federación Rusa adhirió al
mismo en 1991 (ONU, Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos).
30
Se puede encontrar un confiable inventario y compilación de estos documentos en Brownlie y
Goodwin-Gill, 2006. Para cotejar los países signatarios, véase ONU, Oficina del Alto Comisionado para los
Derechos Humanos. Para la importancia del Acta Final de Helsinki, consultar Thomas, 2001, especialmente
el capítulo 5.
62 CHARLES R. BEITZ
5. DOCTRINA
gunas políticas que no pueden fácilmente ser vistas como protegiendo derechos
individuales, tales como, políticas para «alentar la producción y difusión de
libros para niños» y la adopción de medidas políticas que tengan por objetivo
educar a los padres acerca de la «la salud y la nutrición de los niños, las venta-
jas de la lactancia materna, la higiene y la sanidad ambiental» [arts. 17 (c), 24
(2) (e)] 34.
Formulo a continuación algunos comentarios sobre diferentes característi-
cas generales de la doctrina de los derechos humanos. La primera y más impor-
tante característica es su amplio alcance normativo. Los derechos humanos a
veces se conciben como exigencias mínimas ―«condiciones mínimas para
absolutamente cualquier modo de vida» o como protecciones contra las formas
más «inequívocas» de «abuso de poder» (Ignatieff, 2001: 56; Williams, 2006:
19). Quizás existe un sentido en el cual estas frases describen anteriores decla-
raciones de derechos, pero ninguna se aplica de manera directa a los derechos
humanos de los documentos de posguerra, los cuales difieren significativamen-
te de sus predecesores en el rango de sus disposiciones. Los derechos humanos
internacionales buscan no sólo proteger a los individuos de las amenazas contra
la libertad y seguridad personal y garantizar algún recurso frente al uso arbitra-
rio del poder estatal, sino también proteger a las personas de diversos peligros
económicos y sociales, y garantizar cierto grado de participación en la vida
cultural y política.
Una segunda característica, relacionada con la anterior, es la heterogenei-
dad de estas exigencias. Diferentes derechos están abiertos a distintas estrate-
gias de implementación: algunos describen características estructurales de
instituciones aceptables, mientras que otros son estándares para la acción y la
política que pueden ser satisfechos por una variada clases de instituciones.
Entre estos últimos, algunos prescriben políticas relativamente específicas
mientras que otros enuncian metas políticas más generales. Esto significa que
para ciertos derechos, y bajo ciertas circunstancias, los derechos humanos pue-
den no servir como fundamento para que un agente individual que se vea pri-
vado del contenido de un derecho esté facultado para insistir, frente a otro
agente identificable, en reclamar la satisfacción del derecho.
Tercero, debido a su variedad y heterogeneidad, no es plausible considerar
a todos los derechos humanos de la doctrina contemporánea como perentorios.
En las condiciones sociales y económicas vigentes en algunas sociedades,
puede no ser posible satisfacer de manera inmediata todos estos derechos, y
aun si es posible satisfacer un derecho, puede que sea únicamente al costo de
no satisfacer otro o de sacrificar algún otro objetivo importante de política
34
La posibilidad de ampliaciones posteriores se sugiere por los esfuerzos por promulgar declaraciones
en otras áreas, con la esperanza de que prosigan los tratados. Considerar, por ejemplo, la Declaración sobre
el Derecho al Desarrollo (1986) y el Borrador de la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indíge-
nas (1994).
LA PRÁCTICA 65
35
En las disposiciones que rigen la derogabilidad en el PIDCP, art. 4, se reconocen estos hechos aunque
de manera incompleta.
36
Esto es de acuerdo con una observación de H. G. Wells en sus escritos panfletarios de tiempos de
guerra abogando por una declaración internacional de derechos: tal declaración «debe ser, debido a la com-
plejidad en aumento de la nueva estructura social, más generosa, detallada y explícita que cualquiera de sus
otras predecesoras» (Wells, 1940: 19).
37
CIEDR, art. 4(a).
38
CEDCM, art. 5.
66 CHARLES R. BEITZ
derechos del niño sostiene que «una consideración primordial» que se debe
tener en cuenta en las políticas públicas que afecten a los niños debe ser «el
interés superior del niño» 39. Estas disposiciones muestran tanto la expansión
sustancial de la doctrina de derechos humanos como la extensión de su alcance,
desde la constitución y las leyes fundamentales de una sociedad hasta sus cos-
tumbres y políticas públicas. La expansión evolutiva de la doctrina de los dere-
chos humanos a veces se desacredita como un hecho contrario a la efectividad
de los derechos humanos. Si esto es cierto, y en qué sentido podría serlo, son
preguntas complicadas. Lo que debería observarse aquí es que otra perspectiva
es posible. La evolución de la doctrina de los derechos humanos podría ser
considerada como un rasgo propio de la práctica normativa más amplia, un
rasgo que podría ser importante para hacernos una idea adecuada de cuál es la
finalidad que persigue la práctica misma.
3. IMPLEMENTACIÓN
El PIDCP exige a las partes «adoptar, con arreglo a sus procedimientos constitucionales y a las dis-
40
posiciones del presente Pacto, las medidas oportunas para dictar las disposiciones legislativas o de otro ca-
rácter que fueren necesarias para hacer efectivos los derechos reconocidos en el presente Pacto» (art. 2). La
disposición paralela en el PIDESC exige a los Estados «adoptar medidas, tanto por separado como mediante
la asistencia y la cooperación internacionales, especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los
recursos de que disponga, para lograr progresivamente, por todos los medios apropiados, inclusive en parti-
cular la adopción de medidas legislativas, la plena efectividad de los derechos aquí reconocidos» (art. 2).
LA PRÁCTICA 67
chos humanos, que pudiera resolver los desacuerdos entre los Estados y los
supervisores internacionales, y estableciera sanciones cuando no se pudiera
llegar a un arreglo. Sin embargo, tal autoridad no se estableció, y las acciones
disponibles para los organismos de supervisión se limitaron al asesoramiento,
la elaboración de informes y la censura pública. Lo que se esperaba era que,
con el correr del tiempo, estos elementos que formaban parte de un sistema de
rendición de cuentas, establecerían incentivos para el cumplimiento de los de-
rechos humanos a nivel doméstico.
Lo que de hecho ha surgido a nivel global es considerablemente más com-
plejo 41. El paradigma jurídico se ha hecho realidad en algunas partes de la
práctica de derechos humanos, tal vez de manera más completa en los sistemas
de derechos humanos regionales, particularmente los de Europa, en los que se
incluye un tribunal de derechos humanos con competencia para exigir (aunque
no siempre de manera efectiva) el cumplimiento de sus decisiones por parte de
los estados 42. También puede encontrarse, aunque de forma atenuada, en el
sistema de derechos humanos de la ONU. Sin embargo, a medida que la prác-
tica de los derechos humanos se ha desarrollado y las limitaciones de este pa-
radigma se han vuelto patentes, las formas de acción para las cuales tiende a
buscarse justificación en consideraciones sobre los derechos humanos han
proliferado mucho más allá de lo que imaginaron los artífices del proyecto de
los derechos humanos. Esto es particularmente cierto con respecto a la política
global de los derechos humanos a partir del Acta Final de Helsinki de 1975.
Una manera de comprender esta complejidad sería distinguir entre las di-
versas clases de agentes internacionales y transnacionales que participan en la
práctica de los derechos humanos, por ejemplo: los organismos de derechos
humanos de la ONU dedicados a controlar e informar, otras organizaciones
internacionales con capacidad de influir en la conducta de los actores domésti-
cos, los Estados individuales y coaliciones de Estados y un grupo heterogéneo
de agentes no gubernamentales (por ejemplo ONG, organizaciones de movi-
mientos sociales, organizaciones comerciales). No obstante, la mayoría de es-
tos agentes se enfrentan a una pluralidad de cursos de acción, y creo que será
más esclarecedor para nuestros propósitos distinguir estos diversos mecanis-
mos sobre la base de sus características funcionales. Visto desde esta perspec-
tiva, una tipología elemental distinguiría al menos seis paradigmas de acción a
través de los cuales diversos agentes podrían tratar de prevenir o corregir el
incumplimiento de los gobiernos de los Estados, a la hora de respetar y hacer
cumplir los derechos humanos. Me referiré a estos paradigmas como «paradig-
mas de implementación» o «ejecución», a pesar de que estos términos conven-
41
Para una descripción breve, véanse Foot, 2000: capítulo 2, y Donnelly, 2003: caps. 8-9, especial-
mente la explicación esquemática y perspicua de la evolución de la práctica de los derechos humanos en pp.
129-138.
42
Sobre el desarrollo y deficiencias del sistema europeo, que incluye un análisis de los problemas rela-
cionados con el cumplimiento, véase Greer, 2006.
68 CHARLES R. BEITZ
43
Además, la Carta estableció una Comisión de Derechos Humanos, ahora sucedida por un Consejo de
Derechos Humanos. Al momento de escribir este libro los procedimientos de control y revisión del Consejo
estaban cambiando. Para un debate sobre las deficiencias de la antigua comisión y la posibilidad de éxito de
su reforma, véase Alston, 2006.
44
El PIDCP es una excepción parcial del último punto; bajo un protocolo opcional el organismo del
tratado ha desarrollado un procedimiento cuasi judicial para las audiencias y la resolución de reclamos. Se
pueden encontrar detalles sobre estos procedimientos en Nowak, 2003: cap. 4.3. Sobre el papel de las ONG
véase Clapham, 2000: 183-194.
45
Digo que las relaciones de responsabilidad «típicamente» incluyen una amenaza de sanciones
porque no creo que esto sea una parte esencial de la idea de responsabilidad. Para una discusión instructiva,
véase Philp, 2009: 34-36.
LA PRÁCTICA 69
tardía e incompleta, los órganos establecidos por los tratados no poseen los
recursos suficientes para auditar estos informes, y las sanciones disponibles en
caso de incumplimiento se limitan mayormente a «señalar y avergonzar», es
decir, a informar públicamente de las infracciones, y tal vez, a censurar (Als-
ton, 1996: § 10-12 y passim) 46. Por lo tanto, uno podría pensar que es engaño-
so describir estos procesos como modos de generar responsabilidad.
Esto puede ser cierto en el sentido en que estos mecanismos probablemen-
te sean relativamente ineficaces 47. Sin embargo, una cosa es juzgar la eficacia
de los mecanismos de informe y supervisión, y otra es clasificarlos como siste-
mas de responsabilidad. Los mecanismos, de hecho, satisfacen las condiciones
mencionadas anteriormente. Por cierto, esto es especialmente verdad si los
mecanismos son vistos en relación con los otros paradigmas de aplicación con-
siderados aquí: únicamente los sistemas de supervisión de tratados procuran
influir en el comportamiento de los Estados mediante la exigencia de que brin-
den una explicación pública de su conducta.
2) Estímulo. Los sistemas de responsabilidad podrían ser entendidos
como estructuras de incentivos definidas por procesos reglados cuyo objetivo
es estimular el respeto de las exigencias de derechos humanos a través de ame-
nazas de sanciones ante el caso de incumplimiento. Pero por supuesto también
existen maneras menos estructuradas de estimular el cumplimiento. Las más
comunes en la práctica de derechos humanos son diversas políticas a disposi-
ción de los gobiernos nacionales y organizaciones internacionales que genera-
rían incentivos y desincentivos para otros gobiernos.
Dejando de lado las amenazas coercitivas, a las que luego volveremos, los
principales medios a disposición de los gobiernos nacionales son los ofreci-
mientos de incentivos diplomáticos, el manejo del acceso a recursos económi-
cos, sociales y culturales, el trato preferencial en las relaciones económicas, y
el establecimiento de condiciones a la asistencia bilateral (Luard, 1981: 26-
27) 48. El uso de incentivos para alentar el respeto por los derechos humanos se
ha vuelto más común a partir de la década de 1970, cuando Estados Unidos,
seguido por algunos Estados europeos, Japón y finalmente la Unión Europea,
adoptaron la protección de los derechos humanos como un objetivo de su polí-
tica exterior. En Estados Unidos, por ejemplo, se impusieron condiciones míni-
mas de derechos humanos a los programas de asistencia extranjera y de venta
de armas, y se exigió que el Departamento de Estado publicara informes anua-
les sobre las prácticas de derechos humanos de otros gobiernos 49. Los medios
disponibles para las organizaciones internacionales son análogos aunque más
46
Para estudios críticos sobre el desempeño del sistema de control del tratado, véanse Bayefsky, 2000,
y Alston y Crawford, 2000.
47
Hay muy poca evidencia sistemática para citar sobre la eficacia de estos procesos. Para una opinión
escéptica que hace referencia a las incertidumbres, véase Hafner-Burton y Tsutsui, 2005.
48
Compárese con Baehr, 1996: 31-47; Foot, 2000: 42-51; Donnelly, 2003: cap. 9.
49
Código USA 22 Sec. 2304. Véase también Mower, 1987: cap. 4.
70 CHARLES R. BEITZ
54
Para un estudio de las opiniones sobre los fines y los medios de la asistencia para el desarrollo de la
capacidad jurídica, véase Carothers, 2006. Sobre la asistencia relacionada con los actos electorales, véase
Bjornlund, 2004.
55
Para una breve discusión, véase Tarrow, 2005, y la sugerente monografía de Hans Peter Schmitz
«When Networks Blind: Human Rights and politics in Kenya» (Schmitz, 2001: 149-172).
56
Éste es el «patrón boomerang» descrito por Margaret E. Keck y Kathryn Sikkink (Keck y Sikkink,
1998: 12-13). Se puede encontrar una variante de este patrón en el «Efecto Helsinki», el proceso por el cual
las disposiciones de derechos humanos del Acta Final de Helsinki (1975) estimularon el desarrollo de redes
transnacionales que alentaron y legitimaron la resistencia local a los regímenes comunistas de Europa del
Este. El estudio más detallado es el de Thomas, The Helsinki Effect (2001).
57
Ver la discusión de los esfuerzos realizados por ONG para darle fin a las prácticas de vendaje de pies
en China y mutilación genital femenina en África, en Talbott, 2005: 107-111. Como señala Talbott, ya que
72 CHARLES R. BEITZ
Por supuesto que los derechos humanos pueden influenciar el debate a ni-
vel doméstico aun sin que agentes externos se involucren directamente. Los
propios actores locales pueden estar empoderados, y su actividad política pue-
de estar legitimada, por el reconocimiento de que sus reivindicaciones se fun-
dan en la doctrina de los derechos humanos, en especial cuando su gobierno es
parte en los tratados correspondientes. Por ejemplo, las estrategias de litigación
pueden ejercer presión para que se realicen cambios en la legislación y la polí-
tica gubernamental, y la protesta social puede hacer que determinados aspectos
relacionados con el cumplimiento de los derechos humanos por parte del go-
bierno se introduzcan en la agenda política pública. Aunque tal vez no haya un
agente externo activo que pueda decirse que interfiera, existe una clara ruta
causal a través de la cual las apelaciones a una norma cuya fuerza deriva de su
lugar dentro de la doctrina internacional pública, influye en los procesos políti-
cos domésticos (Simmons, 2009: cap. 4).
Estos procesos de involucramiento en los asuntos domésticos de cada Esta-
do tienen una importancia creciente y sustancial como mecanismos para imple-
mentar los derechos humanos, pero a veces se los pasa por alto porque, al igual
que algunas formas de asistencia, no encajan dentro de las categorías conven-
cionales de coacción y estímulo. Aunque estos mecanismos pueden incluir un
importante componente transnacional, no son entendidos de modo adecuado
como esfuerzos externos para imponer o intervenir en una cultura local recal-
citrante. Como observa Sally Merry, al reflexionar sobre un estudio referido al
activismo por los derechos humanos en Asia, «[e]n vez de mirar a los derechos
humanos como una forma de derecho global que impone reglas, es mejor ima-
ginarlos como una práctica cultural, como un modo de producir nuevas accio-
nes y entendimientos culturales» (Merry, 2006: 228-229) 58. En este sentido el
paradigma del debate es la desviación más importante de la concepción de
implementación que tuvieron en mente los artífices del proyecto de los dere-
chos humanos modernos.
5) Coerción. La forma más drástica de implementación de los derechos
humanos a través de la acción externa es la interferencia utilizando medios
coercitivos. Éstos pueden ir desde sanciones económicas hasta la intervención
(«humanitaria») utilizando la fuerza armada. Las metas pueden ir, desde provo-
car un cambio en el comportamiento del gobierno establecido, hasta forzar un
cambio de régimen. Ante la ausencia de una institución internacional con com-
petencia para actuar, la intervención ha sido llevada cabo por Estados o coali-
ciones de Estados, a veces actuando con autorización internacional. Así, por
ejemplo, las intervenciones en Bosnia, Haití, Somalia, Kosovo y Timor del
Este fueron todas justificadas como esfuerzos por detener las infracciones co-
estas maneras de influir operan mediante la provisión de información en lugar del ejercicio de presión, es
posible evitar la objeción de que la interferencia es paternalista.
58
Para cotejar casos de estudio relacionados con el impacto local de las normas de derechos humanos
internacionales, véase Goodale y Merry, 2007.
LA PRÁCTICA 73
los Estados y son responsables ante los mismos Estados que las establecieron.
Dentro del paradigma jurídico, los derechos humanos proveen razones para la
acción de estos agentes legalmente constituidos de la comunidad internacional.
En la práctica, sin embargo, con el desarrollo de paradigmas de implementa-
ción políticos en vez de jurídicos, las violaciones de derechos humanos también
han comenzado a proveer razones para la acción para otros tipos de agentes,
que actúan frecuentemente sin poseer ninguna específica autoridad jurídica.
Los más importantes de éstos agentes son los Estados que actúan de manera
individual o en coaliciones, las organizaciones internacionales que no son par-
te del sistema constituido por los tratados de derechos humanos, y los actores
no gubernamentales locales y transnacionales.
Para terminar, es importante recordar que el paradigma jurídico es «jurídi-
co» en dos aspectos diferentes. En su aspiración de que existiesen institucio-
nes jurídicas de derechos humanos a nivel global y en su expectativa de que,
en la medida de lo posible, los Estados individuales cumplirían sus obligacio-
nes contraídas dentro de los acuerdos de derechos humanos mediante la incor-
poración, en sus leyes y constituciones, de protecciones de los derechos hu-
manos que siguiesen el modelo de una «declaración de derechos». La práctica
se ha separado de las expectativas tanto en el primer aspecto como en el se-
gundo. Los cambios a nivel doméstico para los cuales los derechos humanos
son considerados como razones, no se limitan a cambios en el derecho consti-
tucional. Los derechos humanos también pesan a la hora de establecer políti-
cas por medio de leyes o acciones ejecutivas y hasta a la hora de dirigir las
instituciones de la vida cultural (por ejemplo, en el caso de los derechos de las
mujeres contra la discriminación). La expansión de la doctrina internacional
junto con el desarrollo de los procesos transnacionales de debate político im-
plica que no es claramente esencial a la idea de derecho humano el que todas
las protecciones de derechos humanos sean provistas por las leyes y constitu-
ciones estatales.
Al enfatizar el rol que desempeñan los derechos humanos como fuentes de
razones para la acción política transnacional, no es mi intención sostener, como
una cuestión descriptiva, que dentro de la práctica las infracciones, aun de los
derechos humanos más urgentes, den razones para que de modo necesario los
agentes externos interfieran en los asuntos de las sociedades domesticas. En la
doctrina de los derechos humanos no existe una opinión definida sobre las
condiciones en las que puede considerarse que los agentes externos están obli-
gados a actuar. Tampoco es el caso que las infracciones dentro de una sociedad
sirvan sólo para justificar la acción por parte de agentes externos a esa sociedad.
Obviamente las infracciones también pueden justificar la acción de agentes
domésticos. Sin embargo, ninguno de los puntos mencionados puede negar el
rol central que, en el discurso de los derechos humanos, tiene la idea de que las
amenazas o infracciones dentro de una sociedad, no sólo son asuntos que con-
ciernen a nivel local, sino también a nivel global. Cuando estas infracciones o
76 CHARLES R. BEITZ
62
Sobre la naturaleza de los derechos humanos, véanse Donnelly, 1986, y Nickel, 2002.
LA PRÁCTICA 77
cionales más comunes. Por ejemplo, la mayoría de estos regímenes (por nom-
brar algunos, aquellos vinculados con el comercio y las finanzas) poseen insti-
tuciones con competencia para la resolución oficial de disputas con respecto a
la aplicación de las normas a casos individuales y para la aplicación de sancio-
nes a aquellos agentes que no cumplen con la interpretación oficial de dichas
normas. Por el contrario, el sistema de derechos humanos es conocido por la
debilidad e irregularidad de sus competencias para la resolución de conflictos y
la aplicación de sanciones. Además, y vinculado con lo anterior, la mayoría de
los regímenes pueden ser descritos de modo apropiado como acuerdos coope-
rativos en un sentido cuasitécnico: están organizados con el propósito de con-
ferir beneficios mutuos y sus miembros participan en ellos con ese propósito.
Cada parte considera ventajosa la participación de acuerdo con las reglas, con
la condición de que otros participen bajo las mismas condiciones. Sin embargo,
aunque puede haber casos en los que la participación de un Estado en el sistema
de derechos humanos es ventajosa para el Estado, en general esto no es necesa-
riamente verdad. Al igual que sucede con los regímenes más comunes, los de-
rechos humanos constituyen un sistema de autorregulación colectiva, pero los
beneficiarios primarios ―es decir aquellos cuyos intereses son promovidos por
la cooperación― no son los propios agentes que cooperan, sino más bien sus
miembros individuales 63.
Existe, también, otro sentido en el que sería confuso describir a los dere-
chos humanos como a un «régimen». La idea de un régimen centra la atención
en reglas explícitas y procedimientos formales para su aplicación. En cierta
medida estos elementos están presentes en los derechos humanos, sin embargo
una concentración exclusiva en ellos no abarcaría las maneras en que los dere-
chos humanos funcionan como estándares de aspiración ―por ejemplo, como
fundamentos para la crítica política, como elementos de un lenguaje moral
compartido, y como ideales que guían los esfuerzos de individuos y organiza-
ciones no gubernamentales para alcanzar el cambio político. La idea, en térmi-
nos generales, es que los derechos humanos no sólo funcionan como estándares
respecto de los cuales la comunidad internacional puede responsabilizar a las
instituciones de cada país. Los derechos humanos también operan como metas
del cambio político para actores no gubernamentales y como un equivalente a
nivel global de la concepción pública de justicia encontrada en sociedades do-
mésticas bien ordenadas. No es mi intención afirmar que las exigencias norma-
tivas de los derechos humanos describen o constituyen una concepción com-
pleta de justicia. Más bien, al igual que una concepción pública de justicia, los
derechos humanos aspiran a funcionar, y en ocasiones funcionan, como un
criterio moral compartido o un punto de referencia común en la deliberación
sobre la acción política y la crítica social. Cualquier análisis de los derechos
humanos que no capturase este aspecto aspiracional no sería fiel a las esperan-
63
No sería inconsistente creer que los gobiernos también pueden tener razones para imponerse restric-
ciones a sí mismos, como sostiene Andrew Moravcsik (2000) que ha sido el caso en Europa.
78 CHARLES R. BEITZ
zas que tenían los artífices de la doctrina moderna de los derechos humanos o a
los roles que los derechos humanos han llegado a desempeñar en el discurso de
la política global actual.
5. PROBLEMAS
65
De este modo, por ejemplo, Onora O’Neill (2000: 97-8) objeta que la «retórica de los derechos» es
«evasiva» porque no respeta la regla que señala que todo derecho válido debe estar asociado con una obliga-
ción por parte de algún agente identificable.
80 CHARLES R. BEITZ
de gran ayuda decir, a modo de respuesta, que los derechos humanos (o al me-
nos algunos de ellos) son derechos en un sentido especial de «derecho», inde-
pendiente de la idea de exigencia. La dificultad inicial surge de la suposición
plausible de que cualquier derecho genuino debe ser capaz de guiar la acción en
las circunstancias típicas en las que es posible que su cumplimiento sea exigido.
Si, en tales circunstancias, la reivindicación del derecho no produce razones
para la acción de ningún agente, entonces el derecho parece carecer de sentido.
Sin embargo, no se supone que los derechos sean carentes de sentido; se supone
que ellos deben proporcionar razones para la acción. El interrogante es si existe
una concepción de los derechos humanos que sea coherente y atractiva, y que
al mismo tiempo preserve su capacidad para guiar la acción sin forzar una dis-
minución radical en su alcance sustantivo.
Finalmente, está el problema de la importancia que tiene la diversidad mo-
ral intercultural para una práctica internacional de los derechos humanos. El
amplio alcance normativo de la doctrina contemporánea junto con su carácter
moderno trae aparejado que no sea probable que los derechos humanos sean
neutrales con relación a las principales concepciones morales presentes en las
distintas sociedades y culturas del mundo. Como resultado, la defensa de los
derechos puede aparecer como una forma de parcialidad, irrespetuosa de aque-
llas culturas en las que las normas ampliamente aceptadas están en conflicto con
sus exigencias. Esto puede parecer inaceptablemente intolerante. Desde otro
punto de vista, sin embargo, una vez que hemos considerado todas las razones
relevantes, sean las que sean, y hemos concluido que existe un fundamento
correcto para cierta exigencia en particular, no está claro por qué las considera-
ciones de tolerancia en la política global deberían contar en contra de dicha
exigencia. Permitir que el desacuerdo que de hecho existe, cuente en contra de
una exigencia normativa, que por otra parte está bien fundada, parece privar al
discurso normativo de su fuerza crítica. Estas perspectivas no son fácilmente
reconciliables. Necesitamos mayor claridad sobre los fundamentos de nuestra
preocupación por la tolerancia y las maneras en las que esta preocupación debe-
ría influir a la hora de pensar cuál debería ser el contenido de una doctrina de los
derechos humanos apropiada para un mundo culturalmente plural.
Aunque ésta no es una lista exhaustiva, creo que incluye los problemas
generales más preocupantes que enfrentamos al pensar sobre la práctica de los
derechos humanos tal como la encontramos en la actualidad. Propongo comen-
zar con el primer problema, es decir, el de la naturaleza de los derechos huma-
nos considerada como una categoría de idea normativa. No sugiero que una
comprensión satisfactoria de esta idea proporcione soluciones para los otros
problemas, pero creo que ayudará a formularlos de manera tal que las solucio-
nes puedan ser alcanzadas más fácilmente.
CAPÍTULO III
TEORÍAS NATURALISTAS
«Los derechos naturales […] son aquellos derechos que pueden ser poseídos
por las personas en un «estado de naturaleza» (i. e., independiente de cualquier
institución política o legal, reconocimiento, o ejecución) […] Los derechos hu-
manos son aquellos derechos naturales que son innatos y que no pueden perderse
(i. e., que no pueden ser abandonados, confiscados o quitados). Los derechos
humanos, por ende, tendrán las propiedades de universalidad, independencia (del
reconocimiento legal o social), naturalidad, inalienabilidad, inmunidad a la con-
fiscación e imprescriptibilidad. Sólo entendida de este modo una explicación de
los derechos humanos capturará la idea central de derechos que siempre pueden
ser reclamados por cualquier ser humano».
En síntesis, los derechos humanos «son derechos poseídos por todos los
seres humanos (en todo tiempo y en todo lugar), simplemente en virtud de su
humanidad» (Simmons, 2001: 185) (cursiva original; el orden de los pasajes ha
sido invertido).
Esta idea está abierta a varias interpretaciones. Éstas tienen, al menos, dos
elementos en común. Primero, los derechos humanos son distintos de los dere-
chos positivos ―esto es, derechos que están reconocidos de hecho en una so-
ciedad, o de algún modo promulgados jurídicamente—. Los derechos humanos
son estándares morales críticos, que pueden ser invocados como base para la
crítica de leyes o prácticas sociales existentes. La noción de un derecho que
existe en un estado de naturaleza es una manera de concebir tal tipo de derecho,
aunque no es la única. Segundo, los derechos humanos le pertenecen a los seres
humanos «como tales» o «simplemente en virtud de su humanidad». Esto sig-
nifica, mínimamente, que todos los seres humanos tienen el derecho a reclamar
derechos humanos. También puede significar que los fundamentos sobre los
TEORÍAS NATURALISTAS 83
1
La gama de variación es amplia. Comparar, por ejemplo, la posición sobria de Cranston en What Are
Human Rights? (1973) con la posición más amplia acerca de los derechos humanos tomada por James
Griffin en On Human Rights (2008).
84 CHARLES R. BEITZ
rica 2. Ofreceré un argumento con el objetivo de rebatir esta tesis: nuestro enten-
dimiento de los derechos humanos internacionales se ve distorsionado más que
ayudado por el hecho de concebirlos de acuerdo al modelo de los derechos
naturales. Además, la distorsión no es simplemente una falla en el análisis.
Adoptar una concepción de los derechos humanos modelada sobre los derechos
naturales trae aparejadas consecuencias que producen confusión con respecto a
todas las preguntas importantes sobre las que una teoría de los derechos huma-
nos debería arrojar luz, sobre sus fundamentos, su alcance y la manera en que
las reivindicaciones válidas de derechos humanos deberían guiar la acción.
Existe una extraordinaria dificultad inicial que uno debe sortear para for-
mular el argumento que tiene por objeto rebatir la tesis. Hablar de «un modelo
de los derechos naturales» podría sugerir más precisión de la que podemos es-
perar alcanzar. La idea de un derecho natural tiene una larga historia. Sus orí-
genes son un tema de controversia, aunque los detalles de esta controversia no
interesan para nuestros propósitos 3. Lo que es claro, de todos modos, es que las
concepciones sobre los derechos naturales han cambiado con el tiempo, por lo
que ninguna explicación filosófica de los derechos humanos como derechos
naturales sería instructiva sin una indicación de con cuál de las versiones que
existen dentro de la familia de las concepciones de derechos naturales encon-
tradas en la historia del pensamiento, los derechos humanos son comparados.
La dificultad inicial yace en el hecho de que el argumento parece no contar con
un blanco inequívoco.
Ni siquiera está claro en qué sentido puede decirse que los derechos natu-
rales sean «naturales» 4. Existen al menos dos concepciones históricamente in-
fluyentes. Un derecho podría ser «natural» en el sentido de que lo poseemos
independientemente de nuestros compromisos y relaciones sociales, y de ma-
nera más general, de cualquier estatus o posición establecida convencional-
mente. Este sentido de «natural» ―una interpretación de la idea de un derecho
que pertenece «por naturaleza» a todos los seres humanos― es común en el
pensamiento moderno a partir de Grocio, Pufendorf y Locke. Pero también
existe otra concepción de lo «natural» como aquello que sería exigido o permi-
tido por el derecho idealmente considerado como el mejor para la situación en
que uno se encuentra ―esto es, el derecho que uno descubriría a través del uso
de la razón natural si uno fuera perfectamente razonable y tuviera conocimien-
to de todos los hechos relevantes, incluyendo posiblemente hechos sobre los
fines inmutables que comparten todos los seres humanos—. Esta concepción
data de la tradición premoderna del derecho natural. Aunque éstas podrían
2
Existen discusiones instructivas sobre la relación entre los derechos naturales y los derechos humanos
en Nickel, 2007: 12-14, y Jones, 1994: cap. 4.
3
Para cotejar tres posiciones distintas, véanse Tuck, 1978: cap. 1; Tierney, 1997: cap. 1, y Brett, 1997:
cap. 4.
4
Como observa Tierney (1997: 133), la ambigüedad puede percibirse en reflexiones sobre los derechos
naturales tan tempranas como las realizadas por los glosadores.
TEORÍAS NATURALISTAS 85
5
Como tal vez lo hacen en Locke (Simmons, 1992: 95-102).
6
Véase también Pagden, 2003: 176-181.
7
No quiero decir que la segunda concepción esté totalmente ausente. Puede encontrarse, por ejemplo,
en Jacques Maritain, 1951: cap. 4, y John Finnis, 1980.
86 CHARLES R. BEITZ
ne que el contenido de los derechos naturales no está determinado por las reglas
morales y jurídicas que de hecho prevalecen en alguna sociedad particular ac-
tualmente existente. Los derechos naturales tienen una fundamentación que no
es la creencia convencional o la promulgación legal. Esto es esencial si se es-
pera que los derechos naturales funcionen como estándares críticos: debe ser
posible decir, por ejemplo, que una sociedad en la que se ejerce la esclavitud
viola los derechos naturales de aquellos a quienes sus leyes clasifican como
esclavos, y además que la violación ocurre aun cuando las leyes de la sociedad
estén en sintonía con el contenido de sus convenciones morales. Los derechos
humanos contemporáneos claramente comparten esta característica de los de-
rechos naturales.
Dentro de la tradición de los derechos naturales, a veces, el rasgo de ser
independiente del derecho positivo y de las convenciones ha sido combinado
con otro rasgo de los derechos naturales. Esto es usualmente formulado como
una propiedad ontológica, como cuando se dice, por ejemplo, que los derechos
naturales «existen» independientemente del derecho positivo. Esta última idea,
que los derechos naturales tienen cierto tipo de existencia permanente en un
orden normativo separado, es difícil de representar de manera clara. Tal vez es
una manera elíptica de expresar una postura sobre la justificación de los dere-
chos naturales ―por ejemplo, que ellos se basan o derivan del derecho natural
concebido como la ley de Dios, cognoscible por los seres humanos a través del
uso correcto de la razón— 8. Si consideramos a esta idea como parte del modelo
de los derechos naturales, entonces hemos arribado a un punto en el cual el
modelo difiere de la práctica contemporánea de los derechos humanos, porque
se hizo explícito en los orígenes de esta práctica que la doctrina de los derechos
humanos no incorpora ninguna idea acerca de la justificación de los derechos
humanos en un orden independiente de derechos naturales, en el derecho natu-
ral, o en los mandamientos de Dios. Para reiterar la caracterización de Maritain
sobre los derechos humanos internacionales, ellos son «conclusiones prácticas
que, aunque son justificadas de distinto modo por personas diferentes, son prin-
cipios para actuar con un fundamento común de similitud para todos» 9. Los
derechos humanos se asemejan a los derechos naturales en que ambos son es-
tándares críticos cuyo contenido no está determinado por las convenciones
morales y las reglas jurídicas de una sociedad en particular; no obstante se dife-
rencian en que los derechos humanos no presuponen ninguna posición particu-
lar sobre sus fundamentos o su justificación. En ese sentido no se puede decir
―y en cualquier caso no es parte de la doctrina internacional― que los derechos
humanos estén «ahí afuera», existiendo en cierto orden normativo separado 10.
8
Véase, por ejemplo, Maritain, 1951: 99-102.
9
Véase la «Introducción» de Jacques Maritain en UNESCO, 1949: 9, 10 (cursiva original). Véase
apdo. II.1 supra
10
La cuestión no es que los tratados de derechos humanos simplemente no incorporan ningún aparato
justificador. Pocos tratados lo hacen (aunque no se puede decir lo mismo de las declaraciones históricas de
88 CHARLES R. BEITZ
derechos). Maritain, en este sentido estaba hablando por los artífices de los derechos humanos (pese a que él
no era un miembro de la comisión redactora): ellos deseaban articular una doctrina pública cuya aceptación
no exigiera también aceptar alguna visión en particular acerca de su justificación.
11
Como señala Quentin Skinner, en estas teorías la idea de un estado de naturaleza está presente porque
debe estarlo, aun si el término no lo está (Skinner, 1978: ii. 155). Cfr. pp. 155-166 para una discusión sobre
las funciones que cumple la idea de un estado de naturaleza en el pensamiento de tomistas como Vitoria,
Suárez y Molina.
12
Locke raramente utiliza la frase «derecho natural» y, como señala Simmons (1992: 90 ss.), cuando lo
hace no está claro cómo la interpreta.
TEORÍAS NATURALISTAS 89
13
Sin embargo, Locke no menciona específicamente que las personas cuentan con un derecho natural
a una judicatura independiente.
90 CHARLES R. BEITZ
humanos del mismo modo. Las teorías de los derechos naturales, al menos en
las variantes modernas como la de Locke, constituyeron los primeros intentos
de formular restricciones al poder coercitivo de un gobierno en circunstancias
de diversidad moral y religiosa. Ellas fueron herramientas teóricas por medio
de las que se podían distinguir los usos legítimos e ilegítimos del poder político
para limitar la libertad, y la gran importancia atribuida a los derechos identifi-
cados como «naturales» tiene sentido sólo si se presupone que la protección de
la libertad y seguridad personal, ante las amenazas predecibles por parte de un
gobierno opresivo o tiránico, es un problema central de la vida política. Pero el
interés que motiva a los derechos humanos internacionales es evidentemente
más amplio que (aunque ciertamente incluye) la protección de la libertad per-
sonal frente a la violación por parte del Estado: los derechos humanos de la
doctrina internacional, tomados como un conjunto, constituyen, en sus propios
términos, un esfuerzo por identificar las condiciones sociales necesarias para
vivir una vida humana digna. Como dijo Charles Malik, uno de los que elabo-
ró el proyecto de los derechos humanos contemporáneos, en referencia a algu-
nos de los derechos económicos, éstos son «derechos del individuo como
miembro de la sociedad» más que derechos «del individuo como tal» 14. Éstos
representan la asunción por parte de la esfera pública de una responsabilidad
más exigente de la que era requerida por las preocupaciones que motivaron a
las teorías clásicas de los derechos naturales. Uno tiene derecho a creer que
esto es un error, pero tal pensamiento sería una posición sustantiva de teoría
política, y no una deducción a partir de una comprensión apropiada del concep-
to de derecho humano.
La tercera característica de los derechos naturales es que sus exigencias son
invariables a lo largo del tiempo y el espacio. Los derechos naturales de la
tradición se suponía que eran atemporales en este sentido, sin embargo como
mencioné anteriormente (apdo. II.2 supra), es difícil ver cómo algunos de los
derechos de la declaración podrían calificar como tales: consideremos, por
ejemplo, los derechos a la seguridad social o, nuevamente, a la educación ele-
mental gratuita (arts. 22, 26). Frente a ejemplos como éstos, queda razonable-
mente claro que quienes elaboraron estos derechos no pudieron haber tenido la
intención de que la doctrina de los derechos humanos se aplicara, por ejemplo,
a los griegos antiguos o a la China de la dinastía Ch’in o a las sociedades euro-
peas de la Edad Media. Los derechos humanos internacionales, a juzgar por los
contenidos de la doctrina, son adecuados para desempeñar un rol en un conjun-
to específico de sociedades. En general, éstas son sociedades que tienen al
menos algunos de los rasgos definitorios de la modernización: por ejemplo, un
sistema jurídico mínimo (que incluye la capacidad para hacerlo cumplir), una
economía que incluya alguna forma de trabajo remunerado para al menos algu-
nos trabajadores, algún tipo de participación en la vida económica y cultural
15
Algunas sociedades contemporáneas, aquellas con instituciones políticas y legales precarias o defec-
tuosas, por ejemplo, pueden tener un parecido más cercano a sociedades feudales que a sociedades modernas.
Cualquier explicación sobre la normatividad de la doctrina contemporánea de los derechos humanos debe
considerar este hecho, tal vez como un caso excepcional.
16
En relación con la idea de «amenazas normales», véase Shue, 1996: 29 ss., y las fuentes citadas infra
en el apdo. V.3. Con respecto a la conexión con las condiciones sociales distintivamente modernas, véase
Donnelly, 2003: cap. 4.
17
Introduzco la salvedad porque alguien que comprende los derechos humanos como una expresión de
los requerimientos del derecho natural no está comprometido a pensar que una doctrina pública de derechos
humanos debería representarlos como «atemporales». Véanse Maritain, 1951: 101-105, y Tierney, 1997:
133-134.
92 CHARLES R. BEITZ
chos humanos pueden ser reclamados por las personas «simplemente en virtud
de su humanidad», podría inferirse que los destinatarios de la reclamación de-
berían tener una razón «natural» para respetar el derecho ―esto es, una que
exista independientemente de cualquier rasgo contingente de la relación que
tengan con quien reclama—. Estos dos puntos de vista requieren ser considera-
dos por separado.
Comencemos con «el lado de la demanda». La idea es que los derechos
humanos son protecciones de intereses o bienes que son valiosos para todos los
seres humanos, independientemente de su cultura, el nivel de desarrollo de su
sociedad, o de sus vínculos sociales particulares. ¿Cómo podría entenderse esta
idea?
Describiré dos modos posibles de entenderla y luego haré un comentario
sobre la conveniencia de utilizarla como fundamento para comprender el con-
cepto de derecho humano que se encuentra en la práctica internacional. Po-
dríamos tomar a la teoría de los derechos humanos propuesta por James
Griffin como ejemplo del primer modo posible de interpretación. Al mirar
retrospectivamente la historia del pensamiento occidental sobre los derechos,
Griffin percibe el surgimiento de la idea de un «carácter humano» a fines de
la Edad Media. Este es el estatus de un ser con capacidad para «representarse
una imagen de lo que sería una buena vida» y para «tratar de volver realidad
esa imagen». Griffin cree que la idea se encuentra en el comentario de Pico
sobre que al hombre les es dado «tener lo que él elija y ser lo que él desea». La
sugerencia de Griffin es que los derechos humanos, aquellos que los seres
humanos poseen «como tales», deberían «ser vistos como protecciones de
nuestro carácter humano o, como lo diría yo, de nuestra personalidad» (Griffin,
2008: 31-33) 18.
La «personalidad», tal como lo presenta Griffin, es una interpretación de
la idea de dignidad humana. Él identifica a esa idea con «la agencia normati-
va», a la que a su vez describe como poseyendo tres componentes. Éstos son:
«autonomía» (la capacidad de «elegir el propio camino en la vida, es decir, no
ser dominado o controlado»), «provisión mínima» (uno debe tener la educa-
ción, información, capacidades y recursos para elegir y actuar eficazmente), y
«libertad» (uno no debería verse impedido de actuar debido a la intervención
violenta de otros). La idea intuitiva es que debido a que consideramos que el
ejercicio de nuestra «personalidad» tiene un valor especialmente alto, «vemos
su ámbito como privilegiado y protegido». La importancia y el contenido de
los derechos humanos tienen que ser entendidos en términos de su papel estra-
tégico en la protección de estos valores. Griffin describe esta perspectiva como
a un «naturalismo expansivo», «expansivo» porque incluye tanto los intereses
18
Éste es el esfuerzo más reciente y abarcador de crear una teoría de los derechos humanos a partir de
fundamentos naturalistas. Con relación a Pico, véase Pico della Mirandola, 1486: 5.
94 CHARLES R. BEITZ
Griffin señala que los hechos requeridos deben ser «universales» en este sentido para justificar dere-
20
chos «que uno posee simplemente en virtud de ser humano» (Griffin, 2008: 38).
21
Los derechos presentes en la doctrina internacional que son inaceptables según la teoría de la per-
sonalidad incluyen la prohibición de la propaganda de guerra [PIDCP, art. 20(I)], el derecho contra los
ataques al honor y a la reputación del individuo (DUDH art. 12), la protección de la libertad de desplaza-
miento y residencia dentro de las fronteras nacionales, el derecho al trabajo (DUDH, arts. 12, 13, 23), y el
derecho al «estándar de salud física y mental más alto que pueda ser alcanzado» [PIDESC, art. 12(I)]
(Griffin, 2008: 194-196, 206-208). Griffin no concede importancia al derecho a «vacaciones periódicas y
pagadas» (quizás entendido de modo más instructivo como el derecho al «descanso y al ocio», el cual si se
lo interpreta de este modo no aparece como algo obviamente insignificante) (DUDH, art. 24). Él también
argumenta que no existe un «derecho a heredar», aunque cabe mencionar que el estado de este derecho en
la doctrina internacional es en el mejor de los casos incierto. El «derecho a heredar» es mencionado en la
Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial en una lista de «otros
derechos civiles» [CEDR, art. 5(d)(vi)] en el contexto de una garantía frente a la discriminación. Esta
disposición no afirma que exista tal derecho humano. No hay referencias a un derecho a heredar en ningu-
no de los dos pactos, los cuales fueron adoptados por la Asamblea General de la ONU un año después de
la CEDR.
TEORÍAS NATURALISTAS 95
22
Nussbaum, 1997, y 2000: 96-101, donde se resumen partes del artículo anterior, y 2002. Con relación
a Sen, véase Sen, 2004: 315-356.
23
La ausencia de un elemento análogo a la lista de capacidades humanas centrales de Nussbaum en la
posición de Sen significa que la perspectiva de Sen es más pluralista y pragmática; tal vez no debería ser
clasificada como una teoría naturalista en absoluto.
24
La idea de un estado de cosas configurado por ciertas consecuencias «de hecho alcanzable como re-
sultado de las elecciones disponibles para la persona» obviamente necesita una ulterior clarificación. La ca-
pacidad de ser alcanzable es una idea contrafáctica y será ambigua hasta que se especifique qué característi-
cas del mundo se consideran constantes y cuáles se dejan abiertas a la variación cuando se afirma que algún
resultado es alcanzable.
96 CHARLES R. BEITZ
dades o establecer un orden de prioridades entre ellas. Sin embargo, podría ser
posible identificar un subgrupo de capacidades, cuya posesión las personas
generalmente tienen alguna razón para considerar altamente valiosa. Si tal idea
pudiese ser elaborada, tendría una afinidad con la concepción naturalista de
derecho humano, ya que los derechos que protegen esas capacidades podrían
ser vistos como pertenecientes a los seres humanos «como tales».
Nussbaum ha propuesto una lista semejante de «capacidades humanas fun-
damentales», las cuales son ―según argumenta ella ― «de central importancia
en cualquier vida humana, más allá de lo que la persona busque o elija». Estas
capacidades, sostiene, son los fundamentos de los derechos humanos
(Nussbaum, 1997: 286) 25. Esta idea sigue una sugerencia de Bernard Williams:
«La noción de un derecho humano básico me parece bastante oscura, y prefe-
riría, en cambio, abordarla desde la perspectiva de las capacidades humanas
básicas. Preferiría que las capacidades hiciesen el trabajo, y si vamos a tener un
lenguaje o una retórica de los derechos, que éstos provengan de ellas, en vez de
que sea a la inversa» (Williams, 1987: 100).
De acuerdo con la explicación de Nussbaum, podría decirse que los dere-
chos humanos «son obtenidos a partir de» las capacidades en al menos tres
modos diferentes. El término capacidad se utiliza como un recurso analítico
para especificar los bienes y oportunidades protegidos por los derechos huma-
nos, como un fundamento para definir el alcance apropiado de los derechos
humanos, y como una explicación de las razones para la acción a las cuales dan
surgimiento las reivindicaciones válidas de derechos humanos 26. En lo que
concierne a nuestro propósito, la segunda y tercera clase de dependencia es de
especial interés. Nussbaum describe a un derecho humano como «una reivindi-
cación especialmente urgente y moralmente justificada que una persona posee
simplemente en virtud de ser un humano adulto, e independientemente de su
pertenencia a una nación en particular, o de su clase, de su sexo, o de su grupo
étnico, religioso o sexual» (Nussbaum, 1997: 292). La lista de «capacidades
humanas fundamentales» sirve para identificar los tipos de reivindicaciones que
satisfacen esta condición. El carácter central de estas capacidades como compo-
nentes de un amplio conjunto de formas de vida, junto con (lo que Nussbaum
sostiene que es) su valor intrínseco, también explica por qué nos debería impor-
tar que las personas disfruten de los derechos humanos que las protegen.
Por lo tanto, es importante preguntarse por el modo en que se justifica la
composición de la lista. Nussbaum describe la posición de las capacidades
como a una «forma de aristotelismo» que tiene en su centro un ideal particular
25
Para una versión más reciente de la lista, véase Nussbaum, 2003: 41-42; comparar con Nussbaum,
2000: 78-80.
26
Nussbaum escribe que la justificación para alegar que las personas poseen ciertos derechos humanos
«usualmente sigue señalando a algunos rasgos parecidos a las capacidades de las personas […] Sin tal justi-
ficación la apelación a los derechos es bastante misteriosa» (Nussbaum, 1997: 295).
TEORÍAS NATURALISTAS 97
27
Aunque John Rawls es la fuente de la idea de un «consenso superpuesto», él no lo utiliza para expli-
car la idea de los derechos humanos. (§ 12).
98 CHARLES R. BEITZ
28
No parece que Griffin hiciese esto. Él describe un derecho humano como «un reclamo de todos los
agentes humanos frente a todos los otros agentes humanos» (Griffin, 2008: 187). No tengo claro si Nussbaum
está comprometida con una idea similar; ella caracteriza los derechos humanos como estándares para las
instituciones más que para los agentes individuales, pero su posición es ambigua sobre las razones por las
que los agentes en posición de actuar cuando las instituciones no cumplen con estos estándares, deberían
hacerlo.
100 CHARLES R. BEITZ
razonables. Sería acorde con esta aspiración pensar que una idea de estatus
humano o funciones humanas proveen el fundamento para al menos algunas de
las protecciones incorporadas en la doctrina internacional. Sin embargo, apelar
a estas concepciones para interpretar la idea de derecho humano que se encuen-
tra en el núcleo de la doctrina internacional, de un modo que restringe el alcan-
ce normativo de la doctrina, es hacer más que eso. Es esta fuerza crítica adicio-
nal ―el uso de una concepción filosófica de los derechos humanos para
argumentar a favor de las limitaciones de contenido y la reforma de la doctrina
internacional― lo que exige una justificación. ¿Por qué deberíamos insistir en
que los derechos humanos internacionales se adecuen a una concepción filosó-
fica dada en vez de interpretarlos tal y como ellos mismos se presentan, esto es,
como un sistema normativo distinto construido para desempeñar cierto papel
especial en la vida política global?
Mencioné antes que la idea de que los derechos humanos pertenecen a las
personas «como tales» puede ser entendida desde dos perspectivas. Ya hemos
considerado la perspectiva del beneficiario. Me dedicaré ahora a examinar, más
brevemente, la perspectiva del agente o de los agentes para quienes los dere-
chos humanos se supone que proveen razones para la acción, es decir, los
contribuyentes o suministradores de los derechos humanos.
Ésta es la perspectiva desde la que se realiza la influyente distinción de H.
L. A. Hart entre derechos «generales» y «especiales». Según Hart, los dere-
chos especiales son aquéllos asociados con las promesas y contratos o con la
membresía a sociedades políticas: éstos surgen de «transacciones especiales
[o] algún tipo de relación especial». Los derechos generales, por otro lado,
Hart sugiere que los derechos descritos por los teóricos clásicos de los
derechos naturales tenían estas propiedades, pero él mismo sólo identifica un
único derecho general ―«el igual derecho de todos los hombres a ser libres».
Su posición, para ser precisos, es que «al menos existe» este derecho natural.
Aunque no hace ninguna mención de los derechos humanos, muchos teóricos
han pensado que es obvio que los derechos humanos deben ser también dere-
33
Hart (1983: 17) posteriormente rechazó gran parte del argumento de este artículo.
102 CHARLES R. BEITZ
chos generales 34. Si los derechos humanos se aplican a todas las personas, ¿qué
más podrían ser?
Volveremos a la identificación de los derechos humanos y los derechos
generales en un momento. Primero, es instructivo observar la conexión entre la
distinción de Hart de derechos generales y derechos especiales y su teoría de
los derechos desarrollada en trabajos posteriores. Hart describe esta concep-
ción de derechos como la teoría de la «elección» y la contrapone a la teoría del
«interés» que se encuentra en Bentham y sus sucesores 35. Según la teoría de la
«elección», lo relevante acerca de los derechos es que ellos confieren a una
persona el control sobre las elecciones de otra persona. Si A tiene un derecho
frente a B, entonces A tiene autoridad para limitar algún aspecto de la libertad
de B para elegir cómo actuar. En la posición de Hart, el problema de justificar
los derechos se presenta debido a este rasgo limitador de la libertad que ellos
poseen. El problema se presenta porque existe la creencia subyacente de que
todos tienen un derecho general a ser libres. La teoría de la «elección» dirige su
atención a la situación de aquéllos frente a quienes los derechos se aplican y se
pregunta acerca de si existe una razón suficiente para permitir que se limite su
libertad. La fuerza de la afirmación de que el único derecho general es el igual
derecho de todos a ser libres es que, en ausencia de relaciones o transacciones
especiales, el único fundamento que sirve de base para que A puede reclamar
un derecho frente a B es que B tiene con respecto a A un deber general de res-
petar la libertad de A.
La importancia de la distinción de Hart entre derechos generales y dere-
chos especiales, usualmente se cree que yace en su defensa afirmativa del dere-
cho general a ser libre. Sin embargo, cuando se aplica el análisis a la idea de
derecho humano, su efecto es deflacionario. Si es posible decir que los derechos
humanos pertenecen a las personas «como tales» o «simplemente en virtud de
su humanidad» sólo si son generales en el sentido de Hart, entonces muchos de
los derechos reconocidos en la doctrina internacional pueden parecer dudosos
―en particular los derechos económicos y sociales—. Esto podría no ser obvio
si uno no advierte la ambigüedad de las frases citadas. La declaración sostiene
que todas las personas «nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (art. I)
y que «toda persona tiene todos los derechos» enumerados a continuación
(art. 2). Estos pasajes señalan que cualquiera puede reclamar sobre la base de
los derechos humanos, independientemente de factores tales como su lugar en
la sociedad o el código moral específico de su sociedad; los derechos humanos
son universales en su aplicación. Sin embargo, derechos que son universales en
su aplicación no necesitan ser «generales» en el sentido de Hart. La idea de un
derecho general involucra además otra tesis relacionada con la justificación de
los derechos humanos. Ésta sostiene que los derechos humanos deben generar
34
Por ejemplo, Jones, 1994: 81; Orend, 2002: 91.
35
Véase v. g. Hart, 1982: 162-193.
TEORÍAS NATURALISTAS 103
1
Previamente, Renteln (1990: 71) describe a los derechos humanos como «universales transcultura-
les» que se puede demostrar que son «compartidos por todas las culturas en el mundo».
108 CHARLES R. BEITZ
estos valores fuera reconocida y afirmada por todos los códigos de moralidad
social, o al menos por aquellos que cuentan con un número significativo de
adherentes. No obstante, la idea de tratar las concepciones naturalistas y con-
tractualistas como si fuesen idénticas debe evitarse: las mismas expresan posi-
ciones diametralmente opuestas sobre la autoridad normativa de los derechos
humanos. Las teorías naturalistas apelan a lo que consideran un orden de valo-
res morales cuyas exigencias se aplican con total independencia de que sean
aceptados por alguna sociedad o cultura en particular, o a fortiori, por la socie-
dad internacional. Los derechos humanos de la doctrina internacional son inter-
pretados como un intento de incorporar en la práctica política y legal interna-
cional los valores de este orden normativo independiente, que es la fuente de su
autoridad (moral). Por el contrario, según las concepciones contractualistas, el
hecho de que los derechos humanos sean en cierta forma comunes a los códigos
morales de las sociedades del mundo es en sí mismo la fuente de su autoridad.
Es posible, por supuesto, que las exigencias normativas de la teoría naturalista
mejor justificada y las exigencias normativas de la teoría contractualista mejor
justificada pudiesen coincidir. Sin embargo, una coincidencia de este tipo sería
una cuestión contingente que exigiría alguna explicación.
Al igual que las posiciones naturalistas, las concepciones contractualistas
pueden conducir al escepticismo sobre los derechos humanos internacionales.
Nadie que tome seriamente el contenido de los principales instrumentos de
derechos humanos internacionales podría considerar que éstos enuncian una
doctrina que es compatible con todos los principales códigos morales del mun-
do tal como ellos son comprendidos y practicados por muchos de sus adheren-
tes. A menudo esto se sostiene en relación con los derechos humanos de la
mujer y los derechos del niño, pero lo señalado no se limita a estas proteccio-
nes. Menos aún podemos considerar a la doctrina internacional como de algún
modo efectivamente incluida en las morales sociales actualmente existentes.
La doctrina de los derechos humanos tal como está formulada en los más im-
portantes instrumentos internacionales no representa una posición política o
culturalmente sincretista o ecuménica. Por esta razón, quienes se adhieren a las
posiciones contractualistas sentirán la necesidad de distinguir entre derechos
humanos genuinos, los cuales caen dentro del área de superposición actual o
posible y los valores que quedan fuera de dicha área. Aquí, como antes, la
cuestión es por qué deberíamos adoptar la idea subyacente como base para
concebir a los derechos humanos.
2
Esta es la descripción que Vincent ofrece de una posición que él mismo no suscribe.
3
Por ejemplo, al escribir sobre la mutilación genital femenina, Renteln (1990: 58) remarca: «Que
muchas mujeres en la sociedad perpetúen esta costumbre es un hecho que debe enfrentarse directamente. La
presuposición de universalidad no puede alterar la realidad de que la práctica es aceptada como moral por los
miembros de la cultura».
4
Para este ejemplo, véase Walzer, 1994: 28-29.
110 CHARLES R. BEITZ
es, en sí misma, culturalmente específica—. Por ende, uno podría optar por una
concepción más elaborada, la cual ve a los derechos humanos como si fueran
parte de un «consenso superpuesto» entre morales políticas. Una posición se-
mejante tendría dos elementos esenciales. El primero es una distinción entre
los derechos humanos, concebidos como un conjunto de normas globales co-
munes adoptadas para determinados propósitos políticos, y el diverso espectro
de perspectivas o doctrinas morales, filosóficas y religiosas que se encuentran
entre las culturas del mundo. El segundo es la hipótesis de que, dada una cierta
interpretación de los propósitos de las normas globales, sería razonable para
quienes se adhieren a cualquier cultura aceptar estas normas a partir de sus
propias doctrinas religiosas, filosóficas y morales. En esta posición, no es nece-
sario concebir a los derechos humanos «universales» como parte de un núcleo
común en el sentido de que son de hecho reconocidos por todas las morales
convencionales, o que están contenidos en ellas. En cambio, pensamos en ellos
como normas para la vida política global a las cuales se puede llegar partiendo
desde diversas posiciones fundacionales que es posible que sean incompatibles
entre sí 5.
Para evitar malentendidos, debemos señalar que, aunque la fuente de la
noción de consenso superpuesto es John Rawls, él no la utiliza para describir
los derechos humanos; la idea de que los derechos humanos existen dentro de
un «consenso superpuesto» es una contribución al debate realizada por otros
escritores 6 (volveremos a la posición de Rawls sobre la naturaleza de los dere-
chos humanos en el próximo capítulo). Más aún, como es a menudo señalado,
esta idea utiliza la noción de «consenso superpuesto» de una manera que difie-
re de la que encontramos en la concepción de la justicia en las sociedades do-
mésticas elaborada por Rawls. Existen al menos dos diferencias importantes.
Primero, Rawls describe una concepción política de justicia como aquella que
concita el apoyo de «doctrinas comprehensivas» razonables, no necesariamen-
te de todas las doctrinas comprehensivas que existen en una sociedad. La idea
acerca de los derechos humanos que nos concierne aquí, sin embargo, no está
limitada en ese sentido. La idea es que debería verse a los derechos humanos
como sustentados en un consenso superpuesto de todas las «doctrinas compre-
hensivas» existentes, o bien por todas aquellas que poseen un número signifi-
cativo de adherentes y persisten a través del tiempo. Una segunda diferencia,
más fundamental, es que en la concepción de Rawls, el consenso superpuesto
no desempeña directamente un papel justificador. El hecho de que los princi-
pios de justicia se encuentren dentro de un consenso superpuesto no es, por sí
mismo, una razón para aceptarlos. De igual modo, los contornos de un posible
5
Por ejemplo, Rex Martin (1993: 75) describe a los derechos humanos como principios que «serían
considerados razonables por personas en distintos tiempos o en diferentes culturas. Y tales principios, tam-
bién transculturalmente, se pensaría que están conectados […] con un amplio espectro de distintas morales
convencionales».
6
E. g., Nussbaum, 1997: 286, y Taylor, 1999: 124.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 111
7
Por ejemplo, Ignatieff, 2001: 56.
112 CHARLES R. BEITZ
por la fuerza 9. Sabemos por la experiencia histórica que muchos tipos distintos
de regímenes pueden ser legítimos en este sentido. Aun así, pueden existir
ciertas condiciones que cualquier régimen debe satisfacer para que su propio
pueblo lo considere lo suficientemente legítimo como para motivar la obedien-
cia voluntaria de sus leyes. Williams brinda diversos ejemplos: el régimen no
debe torturar o ejecutar a su población, debe abstenerse de una vigilancia gene-
ralizada, debe respetar la libertad religiosa. Ahora digamos que las normas
públicas que exigen a los regímenes abstenerse de estas formas de conducta
son derechos humanos: ellos estipulan condiciones mínimas para la legitima-
ción de un régimen político, esto es, sirven para distinguir entre esquemas de
cooperación social y sistemas de coordinación sostenidos coercitivamente. El
consenso entre un conjunto de sociedades relativamente estables sirve para
confirmar que los derechos que identificamos como «humanos» son, de hecho,
condiciones para la legitimación, y que nuestra confianza en que poseen este
estatus no se ve distorsionada por nuestra experiencia de vivir en una clase de
sociedad en lugar de otra, con una clase de instituciones en lugar de otras 10.
A primera vista, las posiciones de esta clase general poseen algunos rasgos
atractivos. Ellas son tolerantes respecto de las variaciones en las creencias so-
bre la legitimidad política relacionadas con las diferencias culturales, y tal vez
religiosas, e incluyen una atractiva modestia sobre la capacidad de las personas
ajenas a una cultura para captar y entender las creencias normativas de los
miembros de las culturas con las cuales no están familiarizadas. Aun así, esta
clase de posición no suministra demasiado respaldo a una teoría contractualista
de los derechos humanos. Recordemos que las teorías contractualistas tratan al
hecho de que exista o pueda existir acuerdo intercultural como un criterio para
identificar los auténticos derechos humanos y también como el fundamento
para explicar su normatividad. Ahora, de acuerdo con la posición que sostiene
que los derechos humanos son condiciones para la legitimación, una cosa es
cierta con respecto a la naturaleza de estas condiciones. La importancia del
acuerdo reside en que ayuda a identificar las condiciones o a confirmar las hi-
pótesis, derivadas de otro modo, acerca de cuáles son estas condiciones. El
acuerdo no da cuenta, por sí mismo, ni de la autoridad de los derechos humanos
ni de cuál es su contenido adecuado: las preguntas sobre estos temas deben
remitirse a la premisa de la posición en cuestión, la cual identifica a los dere-
chos humanos con condiciones de legitimación.
Tal vez, sin embargo, la importancia del acuerdo reside, no al nivel de la
identificación de cada derecho humano en particular, sino, en cambio, a un ni-
9
Para la distinción entre coordinación y cooperación social, véase Rawls, 2001: 6.
10
Con respecto a los «derechos humanos más básicos», Williams cita con aprobación el Canon Vicenti-
no, «quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est» (aquello que ha sido creído en cualquier
lugar, siempre, por todas las personas) (Williams, 2006: 63) (él invierte la primera y segunda frase). En la
aplicación de este principio dentro de la doctrina de la Iglesia católica romana, la extensión de «ab omnibus»
ha sido problemática. Esto no es menos problemático en relación con los derechos humanos.
114 CHARLES R. BEITZ
vel más básico, esto es, al nivel de la descripción de su carácter general. Wi-
lliams (2006: 62) escribe que «[n]osotros tenemos una buena idea de lo que
son los derechos humanos». ¿Existe acuerdo en que los derechos humanos son
condiciones mínimas para la legitimación? La respuesta depende de cómo en-
tendamos el alcance de tal acuerdo. ¿Quién es el «nosotros» que acuerda sobre
la naturaleza de los derechos humanos? La referencia podría ser a los filósofos
interesados en los derechos humanos, a los participantes en la empresa de los
derechos humanos internacionales o, tal vez, a aquellos que apoyan alguna
posición popular ampliamente sostenida de los derechos humanos. Pero parece
evidente que ninguna de estas interpretaciones sobre el alcance del acuerdo
sirve para ratificar la posición de las condiciones para la legitimación. La posi-
ción es incompatible con otras posiciones filosóficas disponibles (considere-
mos, por ejemplo, las posiciones descritas en el último capítulo); ésta descarta-
ría gran parte de la doctrina internacional contemporánea por ser demasiado
ambiciosa (como ilustra la crítica de Williams a los llamados «derechos positi-
vos»); y si, de hecho, la posición se asemeja a una concepción popular de los
derechos humanos, se trata sólo de una entre diversas concepciones en conflic-
to. No parece que pueda decirse de manera plausible que la premisa de la posi-
ción sea el objeto de un acuerdo lo suficientemente extendido como para tener
un estatus normativo. Por supuesto que esto no excluye la posibilidad de que
existan consideraciones morales sustantivas que cuenten a favor de la posición
de las condiciones para la legitimación. Todo lo que pretendo decir aquí es que,
sean cuales sean estas consideraciones, éstas no consisten en una apelación al
hecho de que exista o pueda existir acuerdo, ya sea sobre los contenidos de los
derechos humanos o sobre sus objetivos y su carácter general 11.
Una explicación diferente del atractivo de una concepción contractualista
hunde sus raíces en consideraciones pragmáticas. Como sostiene Abdullahi An-
Na’im, la doctrina internacional de los derechos humanos debe ser ampliamente
considerada como aceptable si pretende suscitar el apoyo voluntario de gobier-
nos y otros agentes. «[A] menos que las personas acepten estos derechos como
vinculantes a partir de sus propios puntos de vista culturales, religiosos y/o filo-
sóficos, ellos de hecho no cumplirán voluntariamente, ni exigirán que sus go-
biernos respeten y promuevan los derechos humanos en el funcionamiento ofi-
cial del Estado» (An-Na’im, 1999: 315). Si los derechos humanos son objetos
de acuerdo intercultural, entonces la mayoría de las personas los aceptarán, de
hecho, como vinculantes «a partir de sus propios […] puntos de vista». Este
hecho contribuye a la estabilidad de la práctica. Por otro lado, si los derechos
humanos no pueden considerarse como protectores de valores que caen dentro
del alcance de un posible acuerdo, es improbable, entonces, que la práctica lo-
gre el compromiso y el apoyo que necesita para ser prácticamente efectiva 12.
11
Dejo de lado la cuestión de si los ejemplos de Williams enuncian condiciones que puede plausible-
mente decirse poseen la universalidad que requiere esta explicación de la legitimación.
12
Para cotejar posiciones similares, véanse Ignatieff, 2001: 55-56, y Jones, 2001: 30.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 115
13
Mark Goodale (2006: 25) escribe que, con esta declaración, «la antropología empezó a tratar con los
derechos humanos con el pie izquierdo». Desde entonces los antropólogos han abrazado los derechos huma-
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 117
nos como objeto de estudio y como causa, aunque no sin ambigüedad. De acuerdo a la reciente «Declaración
sobre Antropología y Derechos Humanos», la asociación «apoya su enfoque [sobre los derechos humanos]
sobre principios antropológicos de respeto por las diferencias humanas concretas, tanto colectivas como in-
dividuales, en lugar de la uniformidad legal abstracta de la tradición occidental. En términos prácticos, sin
embargo, su definición operante se construye sobre la Declaración Universal de Derechos Humanos» y los
principales pactos y convenciones de derechos humanos. Véase American Anthropological Association,
Committee on Human Rights, 1999.
14
J. S. Mill tomó esta posición en On Liberty (1859), esp. cap. 3. Para una discusión, véase G. Dwor-
kin, 1972: 64-84.
118 CHARLES R. BEITZ
15
Esto es cierto de la mayoría de interferencias como éstas, pero no de todas. Por ejemplo, bajo ciertas
circunstancias el interferir para evitar que una joven consienta alguna forma de mutilación genital podría ser
genuinamente paternalista. Sin embargo, la reflexión sobre las circunstancias en las cuales esto sería cierto
sólo ilustra lo inusual que es, considerado como un caso de interferencia para proteger los derechos humanos.
16
Por simplicidad yo asumo que «cultura» y «sociedad» son coextensivos. Por supuesto, esto a menudo
no es así.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 119
tura de creencias. Tal vez no haya un único «núcleo común» o un sólo «consen-
so superpuesto» de las morales sociales del mundo. Como un asunto empírico,
esto es un problema ya que parece claro que la imagen del mundo compuesto
por culturas morales integradas es altamente idealizada; cualquiera que sea la
integración que se descubra en las morales sociales es mucho más probable que
haya sido impuesta por un observador imparcial propio de las ciencias sociales
o de la filosofía, y no que se haya manifestado realmente en las creencias de los
miembros individuales de la cultura. Al imaginar que las culturas son moral-
mente unívocas esta descripción también idealiza. Sin embargo, parece obvio
que los individuos probablemente tendrán desacuerdos, de detalle y/o de prin-
cipios, sobre distintos elementos de los sistemas morales que comparten ―por
ejemplo sobre los tipos de acciones que son permitidas o prohibidas, sobre la
importancia de diversos tipos de valores que podría buscarse realizar en la ac-
ción, o sobre los tipos de consideraciones que cuentan como excusas y su res-
pectiva importancia— 17. (Tal vez sería más realista descomponer la idea de una
«cultura moral» en las cosmovisiones filosóficas, morales o espirituales de los
grupos que constituyen una sociedad. Sin embargo, esto no evitaría el proble-
ma ya que estas cosmovisiones tienden a exhibir formas análogas de desacuer-
do interno.)
Estas observaciones muestran que la idea de un acuerdo intercultural es
más compleja de lo que a menudo se reconoce. Bajo algunas suposiciones em-
píricas ésta puede ser indeterminada. En la práctica, es probable que las aseve-
raciones sobre el contenido de un acuerdo como éste hagan referencia a algo
como la comprensión predominante, dentro de cada cultura, de su moral con-
vencional, o tal vez a la comprensión aceptada por la mayoría de sus miembros
escrupulosos y bien informados. Es posible que una construcción como ésta
pueda rescatar la idea de un acuerdo intercultural sobre los derechos humanos
de la amenaza de la indeterminación, pero esto tiene un coste. Una vez que se
reconoce que la misma estructura de creencias puede no ser compartida de
cabo a rabo por una cultura y que la estructura (idealizada) atribuida a la mayo-
ría puede exhibir una mayor integración que la que de hecho existe, ya no es
para nada claro que el supuesto acuerdo pueda soportar el peso del argumento.
Lo primero que hacía atractiva a la idea era pensar que si los propósitos de la
interferencia en defensa de los derechos humanos estuviesen restringidos a
aquellos que promoviesen o protegiesen valores que todos comparten, entonces
el peligro de que las personas afectadas por la interferencia fuesen limitadas
injustificadamente sería minimizado: sería razonable esperar que los pretendi-
dos beneficiarios aprobaran la interferencia si ellos estuvieran en posición de
elegir. Pero si es improbable que las culturas individuales sean unívocas con
respecto a sus propios sistemas de creencias morales entonces esta expectativa
ya no sería razonable.
17
Para una discusión del tema, véase Moody-Adams, 1997: 43-56.
120 CHARLES R. BEITZ
23
Éste es el método propuesto por Ustadh Mohamed Taha y descrito en el trabajo de An-Na’im, Toward
and Islamic Reformation (1990: cap. 3).
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 125
24
Como lo expresa Cohen, «[n]o se deberían poner obstáculos innecesarios en el camino de los adhe-
rentes de tradiciones diferentes que desean aceptar las ideas [de los derechos humanos]» (Cohen, 2004: 199).
25
No quiero decir que alguno de los escritores mencionados anteriormente adopten esta posición sobre
la justificación de la interferencia.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 127
Es decir, esto respondería la pregunta de Cohen que proviene de Kant: «¿Qué puedo esperar?» (Co-
26
* N. de T.: Hemos optado por mantener el título original de la obra de Rawls en inglés reservando la
expresión «el derecho de los pueblos» para referirnos a las normas que regulan a la Sociedad de Pueblos.
Usualmente el título de la obra de Rawls es traducido al castellano como El derecho de gentes, pero esto hace
perder la simetría que existe entre las expresiones «Sociedad de Pueblos» (Society of Peoples) y «El Derecho
de los Pueblos» (The Law of Peoples). Por este motivo hemos mantenido el título en inglés de la obra de
Rawls y hemos optado por la expresión «el derecho de los pueblos».
1
Los comentarios de Rawls sobre los derechos humanos y su importancia política se encuentran
diseminados a lo largo del trabajo. Véase en particular, 36-38, 65-66, 68, 78-81, 80 n. 23, 81 nn. 25-26, 93,
93 n. 6.
130 CHARLES R. BEITZ
y el modo en que son entendidos por las posiciones más familiares que hemos
considerado.
Rawls presenta la posición acerca de los derechos humanos como un ele-
mento de la concepción más amplia de razón pública, elaborada para una socie-
dad internacional de pueblos democráticos y liberales y pueblos «decentes»,
organizados políticamente como Estados. Los pueblos decentes se distinguen,
en parte, por tener una concepción de justicia que, aunque no es liberal, incluye
una idea de bien común y un proceso de consulta para elaborar la legislación
que, aunque no es democrático, brinda oportunidades para que todos los miem-
bros adultos de la sociedad hagan escuchar sus voces. Los pueblos decentes y
liberales constituyen en conjunto una «Sociedad de Pueblos» cuyos asuntos
son regulados por un «Derecho de los Pueblos» que define el contenido de la
razón pública de esta sociedad y que sirve de base común para la justificación
de la acción política internacional.
En esta concepción es indispensable el elemento de la razón pública. La
Sociedad de Pueblos no es simplemente una lista de Estados políticos cuyas
relaciones mutuas consisten en negociaciones basadas en el interés propio.
Rawls sostiene que los pueblos decentes y liberales tienen un «deber de civili-
dad que exige ofrecer a otros pueblos razones públicas para sus acciones, que
sean apropiadas para la Sociedad de Pueblos» (Rawls, 1999: 59). Estas «razo-
nes públicas» hacen referencia a normas y principios compartidos, de los cuales
los derechos humanos son una clase. La disponibilidad de principios y normas
compartidas por todos los miembros de la Sociedad de Pueblos hace posible
que cumplan con sus deberes de civilidad y así promueve la estabilidad de una
paz mutuamente respetuosa.
Los aspectos esenciales de la posición de Rawls sobre los derechos huma-
nos pueden resumirse en cuatro puntos principales:
1) Los derechos humanos son «una clase especial de derechos urgentes»
cuya violación es «condenable igualmente por los pueblos liberales razonables
y por los pueblos jerárquicos decentes». Estos derechos incluyen el derecho a
la vida (incluyendo de manera destacable «los medios de subsistencia»), a la
libertad personal (incluyendo la libertad de conciencia, aunque no la igual li-
bertad), a la propiedad personal, y al trato igualitario bajo la ley. Estos derechos
(«los derechos humanos propiamente dichos») son indispensables para cual-
quier «idea de justicia de bien común» y por lo tanto no son «típicamente libe-
rales o específicos de la tradición occidental» (Rawls, 1999: 79-80, n. 23) 2.
2) «Los derechos humanos propiamente dichos» no incluyen todos los
derechos que encontramos en el derecho internacional de los derechos huma-
nos. Por ejemplo, la lista de Rawls no incluye el derecho a la libertad de expre-
sión y a la libertad de asociación (aunque sí incluye «la libertad de pensamien-
2
Comparar con lo que señala en p. 65.
UN NUEVO COMIENZO 131
3
Véase la explicación de una sociedad decente y su concepción de justicia del «bien común» en 62-75.
Los derechos mencionados en el texto de arriba se encuentran en la Declaración Universal, arts. 2, 19-21;
Rawls los omite de su lista de «derechos humanos propiamente dichos» (p. 80, n. 23).
4
Véase también Rawls, 1999: 93-94, n. 6. Como ejemplos de «intervención mediante el uso de la
fuerza», Rawls menciona «sanciones diplomáticas y económicas» y «en casos graves […] fuerza militar»
(ibid.: 80).
5
Cfr. ibid.: 68.
6
Y el texto que la acompaña.
132 CHARLES R. BEITZ
7
Sobre el modo en que Rawls entiende la tolerancia internacional, véase infra apdo. VI.5.
8
Específicamente los propósitos enumerados supra en el punto 4. Sobre la idea de que los derechos
humanos son una doctrina política, véase la discusión en Jones, 1996. Las reservas de Rawls sobre la inter-
pretación de Jones de la posición no parecen alcanzar a esta caracterización (Rawls, 1999: 81, n. 25).
9
Los comentarios de Rawls, como él observa, están influenciados por la distinción de H. L. A. Hart
entre un concepto y sus concepciones en The Concept of Law (Hart, 1961: 155-159).
UN NUEVO COMIENZO 133
acuerdo con el rol que los derechos humanos cumplen en el razonamiento prác-
tico acerca del modo de conducirse en la vida política global. Este rol define el
concepto de derecho humano. Según entiende Rawls, los derechos humanos
son estándares cuya satisfacción asegura a una sociedad contra la intervención
externa y es necesaria para que esta sociedad sea aceptada como un miembro
cooperativo de la Sociedad de Pueblos. Uno podría decir que las concepciones
sustantivamente diferentes de los derechos humanos son reconocibles como
interpretaciones del mismo concepto en virtud de su aspiración común de des-
empeñar este rol.
La analogía sugiere dos observaciones, una exegética y la otra crítica. Pri-
mero, aunque Rawls señala, en A Theory of Justice, que la distinción entre el
concepto de justicia y sus concepciones no resuelve ninguna disputa sustancial,
diferentes aspectos del rol de la justicia, de hecho, son introducidos en los ar-
gumentos acerca de los méritos de las concepciones rivales a la suya. Un ejem-
plo claro es la apelación a la exigencia de publicidad en el argumento en contra
del utilitarismo (Rawls, 1971-1999: §§ 1, 29, pp. 5, 154-155). Lo mismo pare-
ce ser cierto respecto de su posición sobre el contenido y el fundamento de los
derechos humanos. Se supone que los derechos humanos son parte de la razón
pública de una sociedad internacional compuesta por pueblos decentes y libe-
rales. El objetivo de esta Sociedad de Pueblos es alcanzar condiciones en las
que diferentes pueblos puedan interactuar entre sí de manera pacífica mientras
determinan sus propios futuros individuales libres de la interferencia de otros.
Con el objetivo de asegurar la estabilidad de la Sociedad de Pueblos, el Dere-
cho de los Pueblos intenta suministrar una base compartida de justificación
política, una base a partir de la cual cada una de las sociedades participantes
pueda esperar la cooperación voluntaria de las otras. Este objetivo ejerce pre-
sión para limitar los principios del Derecho de los Pueblos de modo que las
apelaciones a ellos puedan proveer razones para la acción tanto a los miembros
de pueblos decentes como a los miembros de pueblos liberales. Observamos la
influencia de esto en el alcance limitado de la concepción de los derechos hu-
manos genuinos de Rawls. Por el momento dejo de lado la cuestión referida al
carácter persuasivo de esta posición acerca de los contenidos apropiados de la
doctrina. El punto importante es que, de acuerdo al enfoque sobre los derechos
humanos que se encuentra en The Law of Peoples, las consideraciones sobre su
rol discursivo en la razón pública de la sociedad internacional podría influir lo
que pensamos acerca de su contenido y su naturaleza.
La otra observación está relacionada con la caracterización que Rawls hace
de este rol. Él sostiene que los derechos humanos trazan los límites del plura-
lismo aceptable en los asuntos internacionales: la adhesión a los derechos hu-
manos es necesaria para que una sociedad sea miembro de la Sociedad de
Pueblos y es suficiente para asegurar a una sociedad contra una intervención
dirigida a reformarla. En estos sentidos podríamos decir que los derechos hu-
manos funcionan como un estándar de legitimidad internacional (James, 2005:
134 CHARLES R. BEITZ
311). Pero uno seguramente se preguntará por qué se les debería asignar a los
derechos humanos estos (y sólo estos) roles. En la analogía con la justicia so-
cial, tenemos una tradición de pensamiento bien establecida y un conjunto de
posiciones contemporáneas a partir de las cuales puede inferirse el rol del con-
cepto. En el caso de los derechos humanos, sin embargo, Rawls no hace refe-
rencia a la historia del pensamiento sobre los derechos humanos internaciona-
les, a otras posiciones contemporáneas sobre ellos, o a la naturaleza y
desarrollo de la práctica internacional. El rol de los derechos humanos en la
Sociedad de Pueblos es simplemente estipulado.
El problema es que esta posición sobre el rol práctico de los derechos hu-
manos es mucho más limitada que lo que observamos en la práctica presente
(apdo. II.2 supra). Rawls, por ejemplo, no describe a los derechos humanos
como prerrogativas cuyo cumplimiento puede exigirse en las constituciones
nacionales, tal como a veces se los considera en los tribunales de derechos
humanos regionales y como fueron imaginados por algunos de los redactores
de la declaración. No existe ninguna estipulación que contemple las prácticas
de monitoreo, informe o censura internacional (aunque tal vez podría existir).
Reconoce, pero no incorpora, el amplio conjunto de medidas económicas y
políticas no coercitivas utilizadas por los Estados y organizaciones internacio-
nales para influir en los asuntos internos de sociedades en dónde los derechos
humanos se encuentran amenazados. No presenta a los derechos humanos
como justificaciones para que los individuos y organizaciones no gubernamen-
tales se involucren con la acción política orientada a la reforma. Incluso descri-
bir a los derechos humanos como «imperativos de política exterior» para socie-
dades liberales y decentes (Kelly, 2004: 180-181) podría exagerar su rol
político, tal como lo concibe Rawls: aunque en su opinión, las violaciones
atroces pueden justificar la intervención coercitiva de otros Estados, no es claro
si las violaciones de derechos humanos de menor grado justificarían otros tipos
de acciones (por ejemplo, sanciones económicas o diplomáticas, presión co-
mercial, suspensión de relaciones diplomáticas o suministro de ayuda para ge-
nerar un mayor respeto por los derechos humanos) 10.
En este sentido el modo en que Rawls entiende las funciones de los dere-
chos humanos es más limitado que el que se encuentra en la práctica interna-
cional actual. Las diferencias no son solamente de interés exegético. Señalamos
anteriormente que las consideraciones sobre las funciones discursivas de los
derechos humanos podrían ser relevantes a la hora de juzgar el contenido de la
doctrina. En la medida que los juicios sobre los contenidos de la doctrina de-
10
Rawls sugiere que los pueblos bien ordenados pueden tener que utilizar varios tipos de presión para
inducir «a que los regímenes fuera de la ley cambien sus maneras» (1999: 93). Tal vez esto autorice a la ac-
ción política en respuesta a violaciones de derechos humanos. Él también argumenta que los pueblos bien
ordenados tienen una responsabilidad de asistir a sociedades «constreñidas» para desarrollar la capacidad de
sostener instituciones justas o decentes las que, a su vez, respetarían los derechos humanos de sus habitantes
(Rawls, 1999: 105-13).
UN NUEVO COMIENZO 135
comunes que pueden ser inferidos a partir de estos códigos. En cambio, noso-
tros tomamos el rol funcional de los derechos humanos en la práctica y el dis-
curso internacional como fundamental: éste limita nuestra concepción de dere-
cho humano desde el principio.
No deberíamos confundir la distinción entre concepciones naturalistas o
contractualistas y una concepción práctica con una distinción diferente, sugeri-
da por Richard Rorty (1993: 115-117), entre concepciones fundacionalistas y
no fundacionalistas (o «sentimentalistas»). Es cierto que las posiciones natura-
listas, al menos, son fundacionalistas de manera obvia: ellas interpretan a los
derechos humanos internacionales como la expresión pública y doctrinaria de
un orden subyacente distintivo de valores morales concebidos como derechos.
Las concepciones contractualistas también podrían ser vistas como fundacio-
nalistas, aunque tal vez no de manera tan obvia: éstas sostienen que la fuerza
moral de los derechos humanos, considerados como normas de acción interna-
cional, deriva del hecho del acuerdo intercultural, bajo alguna interpretación de
este hecho. No es necesario decir, sin embargo, que las concepciones prácticas
son no fundacionalistas, si con esto se pretende sostener que tales posiciones
niegan que existan razones para adherir y dar apoyo a los derechos humanos
internacionales. Tal vez esta negación es parte de la concepción («sentimenta-
lista») de Rorty de los derechos humanos, pero esa concepción no es la única
alternativa frente a las concepciones familiares que he descrito.
El contraste que nos interesa es el siguiente. Las teorías naturalistas y con-
tractualistas tratan el problema de la autoridad de los derechos humanos como
interno al problema de su naturaleza: una vez que comprendemos qué son los
derechos humanos, comprendemos la variedad de consideraciones que deter-
minan el contenido de la doctrina de los derechos humanos internacionales y
que explican por qué deberíamos preocuparnos por que se cumpla con ella.
Esto se debe a que estas posiciones interpretan la doctrina internacional como
un intento de incorporar dentro de la práctica y del derecho internacional una
idea moral que es inteligible de manera independiente. Por el contrario, debido
a que una concepción práctica no adopta ninguna posición filosófica sobre la
naturaleza o el fundamento de los derechos humanos, ésta puede distinguir
entre el problema de conceptualizar los derechos humanos y el de entender su
autoridad. Ésta responde al primer problema tomando como básicas las funcio-
nes de los derechos humanos en la práctica internacional. De acuerdo con esta
posición, «derechos humanos internacionales» es el nombre de una empresa
política colectiva ―una práctica― que posee propósitos y modos de acción
distintivos. Entender estos propósitos y modos de acción es esencial para cap-
turar la naturaleza de los derechos humanos. Sin embargo, esto no resuelve los
problemas referidos a su contenido o a sus fundamentos. Tal posición permite
que las personas puedan estar de acuerdo sobre la naturaleza de los derechos
humanos internacionales, pero disentir sobre su contenido o los tipos de consi-
deraciones que los fundamentan. Esto no significa que no necesitemos razones
UN NUEVO COMIENZO 137
11
Al describir un modelo «político» de los derechos humanos, Anthony Langlois caracteriza a los de-
rechos humanos expresando que representan un «acuerdo incompletamente teorizado» que no logra articular
sus propias bases (Langlois, 2001: 102-124). La fuente de la idea de un «acuerdo incompletamente teoriza-
do» es de Sunstein, 1996: cap. 2.
12
La objeción es sugerida por algunos comentarios de Joseph Raz (1975: 57-58). Él no discute los de-
rechos humanos.
138 CHARLES R. BEITZ
Una concepción práctica de los derechos humanos debe contar con alguna
clase de construcción ―un «modelo», como yo lo denominaré― que abstra-
yéndose de los detalles, describa en términos generales los roles que los dere-
chos humanos desempeñan en el discurso normativo público de la política
global. Un modelo de este tipo brindaría una respuesta a la pregunta «¿qué son
los derechos humanos?» si es entendida como un pedido de que se explique el
significado del término dentro de la práctica. Haría explícitos las clases de
compromisos lingüísticos que uno tomaría si fuera a participar de buena fe en
la práctica discursiva.
Propondré un modelo de este tipo, pero primero debería decirse algo sobre
la dificultad que uno enfrenta al hacer una propuesta semejante. Los derechos
humanos, como cualquier práctica, son un fenómeno social cuyo significado
depende del modo en que los participantes toman parte de la práctica. Es poco
probable que los miembros de la comunidad discursiva que mantiene la prácti-
ca tengan una postura unánime respecto de sus elementos más relevantes ―por
ejemplo, la identidad de sus agentes, el carácter de sus normas, el conjunto de
respuestas permitidas por la práctica frente al incumplimiento de sus normas, y
una comprensión general del sentido o propósito de la práctica dentro del con-
texto más amplio en el cual opera—. Aun cuando no exista un desacuerdo
manifiesto, estos elementos, tal como aparecen en los materiales empíricos,
pueden ser ambiguos y, por lo tanto, susceptibles de ser modelados de diferen-
140 CHARLES R. BEITZ
tes maneras. Las ocasiones para que exista ambigüedad y desacuerdo sobre la
estructura y los propósitos de una práctica son claramente mayores cuando la
práctica es emergente. Esto significa que un modelo no puede elaborarse sim-
plemente «leyéndolo» en los registros de los materiales empíricos. Necesita-
mos alguna manera de pasar de los hechos observables a un modelo que iden-
tifique los elementos relevantes de la práctica y los ensamble en una estructura
inteligible.
No conozco ningún buen método sistemático de interpretación para las
prácticas sociales, por lo que tendremos que proceder de manera informal 13. El
objetivo es construir una concepción razonablemente clara y realista de la prác-
tica tal como ésta se presenta a sí misma en el conjunto de materiales primarios
disponibles. Éstos incluyen a los principales textos internacionales y a los me-
canismos de informe y auditoría establecidos por ellos; las observaciones del
discurso crítico público, particularmente cuando éste se da en contextos prácti-
cos que involucran la justificación y la evaluación; la evidencia de la cultura
pública de los derechos humanos internacionales que encontramos en su histo-
ria y en su expresión pública contemporánea; y los ejemplos destacados de
acción política ―como los que son objetos de estudios históricos y etnográfi-
cos― que pueden ser considerados de modo razonable y justificado como es-
fuerzos por defender o proteger los derechos humanos. Analizamos algunos de
estos materiales con anterioridad (§§ 4-6).
Hay diversos tipos de consideraciones que podrían ser relevantes a la hora
de abstraer el modelo a partir de estos materiales. Menciono aquí cuatro. Prime-
ro, al identificar los elementos centrales de la práctica, el modelo debería buscar
representar un consenso entre los participantes competentes, permitiendo que el
significado relevante de «consenso» no necesite exigir unanimidad sobre los
contenidos normativos de la práctica; un consenso en la forma de patrones co-
munes de uso y de una continuidad de la experiencia discursiva puede existir a
pesar de la presencia de desacuerdo sustancial sobre los contenidos de los están-
dares y las reglas de una práctica (Postema, 1987: 315-317). Segundo, el mode-
lo debería contar con una concepción del objetivo o propósito de la práctica a los
fines de optar entre creencias contradictorias sobre la relevancia práctica de sus
términos centrales o para resolver ambigüedades sobre sus significados. Sin
embargo no es necesario, para nuestro propósito, entender a esta concepción
como una justificación general provista desde el punto de vista de un único
participante interesado en decidir cuál sería el mejor modo de construir una re-
gla o un estándar 14. Lo que se necesita es una concepción superficialmente razo-
nable del objetivo de la práctica, formulada de tal modo que le dé sentido a la
13
La idea de interpretación en el derecho es en algunos aspectos una analogía instructiva. Véase Dwor-
kin,1986: cap. 2, y su aplicación a la teoría política de Rawls en James, 2005: 298-308. Sin embargo, no creo
que el método de «interpretación constructiva» sea completamente adecuado para la tarea en cuestión. No
puedo discutir las razones aquí. Véase la discusión esclarecedora en Postema, 1987: 283-319.
14
Como sugiere Dworkin, 1986: 66.
UN NUEVO COMIENZO 141
15
Debo las ideas principales a Shue, 1996: cap. 1 y epílogo, y a Nickel, 2007: caps. 1-4. Para una ca-
racterización de los derechos humanos similar a la que se encuentra en el texto, véase Sen, 2004: 315-356.
Este modelo es compatible con el modo en que la Comisión sobre Intervención y Soberanía Estatal entiende
la responsabilidad internacional respecto de los derechos humanos. Véase International Commission on In-
tervention and State Sovereignty, 2001.
142 CHARLES R. BEITZ
16
Para la distinción tripartita de tareas, véase Shue, 1996: 60.
17
Por lo tanto se podría decir que un gobierno ha violado un derecho humano aun cuando no tuvo in-
tención de hacerlo (por ejemplo, a través de una falta de capacidad o un pobre planeamiento político) y
cuando la causa inmediata de la pobreza extrema es una diferente a la acción del gobierno (por ejemplo,
cuando un gobierno no toma los pasos preventivos o correctivos apropiados).
UN NUEVO COMIENZO 143
urgente, debemos ser capaces de entender por qué sería razonable considerar
importante su satisfacción en un espectro normal de vidas, pero no necesitamos
creer que todas las personas valoran el interés o se preocupan por su satisfac-
ción. En este sentido, la idea de un interés individual «urgente» es distinta de la
idea de un interés humano «universal», entendido como un interés compartido
necesariamente por todos los seres humanos «como tales» (una característica
general, tal vez, de la «naturaleza humana»). Como sostuve con anterioridad,
es difícil entender de qué modo alguna interpretación filosóficamente plausible
de esta última idea puede dar cuenta del amplio alcance normativo de la doctri-
na contemporánea de los derechos humanos.
Al decir que sólo los intereses urgentes califican para recibir la protección
de los derechos humanos, mi intención es hacer una generalización a partir de
los intereses que la mayoría de los derechos humanos reconocidos por la doc-
trina internacional parecen estar diseñados para proteger. Pero seguramente se
advertirá que los intereses pueden variar en su urgencia: la urgencia no es una
propiedad binaria, sino gradual. Una pregunta obvia es si existe un umbral o
límite mínimo de urgencia por debajo del cual un interés no califica para ser
protegido por un derecho humano. No encuentro ninguna respuesta analítica
específica. Parece obvio que debe establecerse un umbral de este tipo porque la
protección de los derechos humanos tiene costes, tanto a nivel doméstico como
a nivel global, y a aquellos a quienes se exige que soporten estos costes se les
debe alguna justificación por dicha imposición. Sin embargo, determinar si un
interés califica, o no, para ser objeto de una protección, o de manera más preci-
sa, si una forma particular de protección de un interés califica, o no, como un
derecho humano, exige una evaluación normativa. Una evaluación de este tipo,
tomaría en cuenta la urgencia del interés, pero también sopesaría otras conside-
raciones, tales como la probabilidad de que, de hecho, se produzca la amenaza
contra la cual se protege, la factibilidad de implementar la protección en cir-
cunstancias típicas, y el costo probable de hacer que la protección sea efectiva.
Es probable que, dentro de la práctica, los juicios de esta naturaleza sean con-
trovertidos, en mayor o en menor medida. Un modelo puede llamar la atención
sobre las consideraciones relevantes, pero no puede determinar de manera de-
finitiva los juicios evaluativos.
Los derechos humanos son protecciones institucionales contra «amenazas
comunes» a intereses urgentes. Una amenaza «común» es una amenaza que es
razonablemente predecible que ocurra bajo las circunstancias sociales en las
que se pretende que el derecho opere (Shue, 1996: párr. 29; Nickel, 2007:
70-74). Los derechos humanos de la doctrina internacional no son, en general,
entendidos correctamente como protecciones ilimitadas o generales de intere-
ses urgentes. Por ejemplo, considerar al derecho a la vida como una protección
contra cualquier amenaza imaginable del interés en la seguridad física, no pa-
rece razonable. De manera similar, el derecho al cuidado de la salud no es una
protección del interés en tener una condición saludable frente a cualquier peli-
144 CHARLES R. BEITZ
otros pueden ser alcanzados por medio de diferentes medidas políticas que no
exigen su promulgación como un derecho legal (un estándar de vida adecua-
do). La concesión de la declaración con respecto a que los derechos económi-
cos, sociales y culturales serán llevados a cabo «habida cuenta de la organiza-
ción y los recursos de cada Estado» (art. 22), parece reconocer este hecho.
Segundo, la idea de «protección efectiva» brinda una mejor interpretación de
la práctica política de los derechos humanos si se toma como base a la decla-
ración. Como hemos visto, tanto dentro como fuera del sistema de derechos
humanos basado en los tratados, el objetivo de la acción internacional ha sido
asegurar el goce sustantivo de los derechos humanos en vez de (solamente) la
promulgación de protecciones en el derecho local. Finalmente, esta idea per-
mite una distinción más nítida entre medios y fines, por lo que el tema de la
deseabilidad e importancia de la protección constitucional puede ser visto
como un asunto de resolución contingente y no como uno de necesidad con-
ceptual.
Algunas personas han adoptado una posición que parece contrastar con la
concepción de los derechos humanos como estándares que se aplican, en pri-
mera instancia, a los Estados. De acuerdo con lo que Thomas Pogge llama una
«comprensión interaccional», los derechos humanos son fundamentos para que
las personas individuales puedan hacer reclamos a otras personas: todas las
personas tienen derechos humanos y todos tienen la responsabilidad de respetar
los derechos humanos. El propio Pogge rechaza esta posición. En lugar de ella
propone una «comprensión institucional» según la cual los derechos humanos
justifican reclamos dirigidos de modo directo a aquellas instituciones y prácti-
cas compartidas de las que es parte la persona que reclama, y de modo indirec-
to a aquellos que apoyan estas instituciones (Pogge, 2002: 44-48, 64-67) 24.
Creo que Pogge tiene razón al considerar a los derechos humanos como
estándares que se aplican, en primera instancia, a las instituciones, y al distin-
guir a esta postura de las concepciones individualistas. El error de no percibir
esta distinción es tal vez otro resultado de tratar a los derechos humanos inter-
nacionales como si fuesen idénticos a la tradición de los derechos naturales. La
concepción de Pogge de una «comprensión institucional», sin embargo, dice
más que esto. Esta concepción combina una posición acerca de cuáles son los
agentes primarios de los derechos humanos con otra tesis sustantiva acerca de
cuáles son los fundamentos en que se funda la preocupación o el interés por los
derechos humanos. Pogge sostiene que apoyar un esquema institucional que,
24
Al describir una «comprensión institucional» escribe: «Los derechos humanos son, entonces, recla-
mos morales referidos a la organización de la propia sociedad. Sin embargo, ya que los ciudadanos son res-
ponsables colectivamente por la organización de su sociedad y como ésta incide en la satisfacción de los
derechos humanos, los derechos humanos en última instancia formulan exigencias a los ciudadanos (espe-
cialmente a los más influyentes). Las personas comparten la responsabilidad por la falta de respeto de los
derechos humanos por parte de los funcionarios dentro de cualquier orden institucional coercitivo en cuyo
sostenimiento ellos estén involucrados» (Pogge, 2002: 64).
148 CHARLES R. BEITZ
pudiendo evitarlo, permite que las personas sufran los tipos de privaciones
frente a las cuales los derechos humanos son una protección, es una forma in-
correcta de actuar. Hacer eso es violar un «deber negativo» ―una especie del
deber más general de no dañar (Pogge, 2002: 66)—. Esto significa que las
responsabilidades de respetar y proteger los derechos humanos de una pobla-
ción, sólo pesan sobre quienes participan junto con esa población «en el mismo
sistema social» (ibid.). Ahora, una cuestión importante es si una posición de
este tipo brinda una explicación adecuada de los fundamentos sobre los que se
apoyan los deberes de respetar los derechos humanos. Más adelante, expreso
ciertas dudas al respecto, pero por el momento dejo de lado esta cuestión 25. Lo
relevante aquí es que una interpretación de la doctrina contemporánea de los
derechos humanos que considere que está compuesta de estándares para insti-
tuciones no necesita comprometerse con una posición adicional con respecto a
la naturaleza o el fundamento de los deberes que los derechos humanos impo-
nen a los agentes individuales.
Cuarto, el modelo de dos niveles no limita la responsabilidad de protección
de los derechos humanos de las personas, a los Estados en los cuales estas
personas residen. El modelo representa a los derechos humanos como asuntos
de preocupación internacional al sostener que los agentes externos capaces y
apropiadamente situados pueden tener razones pro tanto para la acción cuando
los Estados fracasan en cumplir sus responsabilidades de «primer nivel». Como
he recalcado, ésta es una característica distintiva, tal vez la característica más
distintiva, de la práctica contemporánea de los derechos humanos. Aun si nos
limitamos a las expectativas de quienes diseñaron la práctica tal como éstas se
ven representadas en la declaración y en los pactos, es claro que algún rol in-
ternacional fue tenido en mente; de otro modo las referencias hechas a la coo-
peración internacional y las disposiciones acerca de la auditoría internacional,
serían inexplicables. Además, como hemos visto, en la política contemporánea
global las violaciones son usualmente tratadas como razones para la acción por
parte de otros agentes diferentes a las organizaciones internacionales, incluyen-
do a otros Estados y organizaciones no gubernamentales, y son consideradas
como capaces de justificar un conjunto de acciones más amplio que el que está
a disposición de las instituciones internacionales de derechos humanos. Cierta-
mente, estos modos de acción política no están reconocidos o autorizados por
los tratados de derechos humanos, pero son claramente visibles en la práctica
de los Estados, las organizaciones internacionales y las organizaciones no gu-
bernamentales. El modelo busca dar cuenta de estas características de la prác-
tica de los derechos humanos al distinguir el rol primario de los Estados de las
razones pro tanto para la acción generada para agentes externos cuando los
derechos humanos son amenazados debido al fracaso de los Estados a la hora
de cumplir este rol.
25
Para una discusión, véase Patten, 2005: 19-27.
UN NUEVO COMIENZO 149
Diré algo más sobre las razones pro tanto en un momento, pero primero
realizaré una observación adicional sobre los tipos de acción internacional para
las que los derechos humanos podrían proveer razones. He dicho que el rol de
los derechos humanos como justificadores de la interferencia es central para
comprender sus funciones discursivas. Sin embargo vale la pena recordar que
la idea de interferencia por los derechos humanos, aun en su interpretación más
generosa, no agota el espectro de medidas para las que las violaciones de dere-
chos humanos podrían proveer razones. Las estructuras y prácticas de gober-
nanza global se han tornado más complejas e importantes desde el tiempo en
que la declaración fue dictada y éstas pueden entorpecer o aumentar las capa-
cidades de los Estados individuales para proteger los derechos humanos de sus
residentes. Consideremos, por ejemplo, las reglas del comercio internacional
que permiten a los Estados limitar el comercio de bienes con países pobres, las
reglas de propiedad intelectual que aumentan el costo de medicamentos esen-
ciales, y las normas relacionadas con prácticas laborales establecidas por órga-
nos transnacionales no gubernamentales cuya función es establecer estándares.
Para ser realista, una comprensión de los derechos humanos que los entiende
como imponiendo responsabilidades sobre terceros Estados y organizaciones
internacionales debería reconocer que el remedio más eficaz para ciertas viola-
ciones de derechos humanos dentro de los Estados, puede ser la reforma de
reglas y estructuras a nivel global antes que la interferencia en el Estado, en
cualquiera de sus formas conocidas. La idea de la asistencia externa en la ter-
cera parte del modelo debería interpretarse de modo que incluyese el paradigma
de «adaptación externa» junto con a aquellos paradigmas que involucran for-
mas más conocidas de interferencia política (apdo. II.3 infra).
Finalmente, un comentario sobre las razones pro tanto para la acción. El
contraste usual se hace con las razones concluyentes. Las razones concluyentes
nos exigen que actuemos, sin importar las demás consideraciones que estén en
juego. Estas razones superan a otras consideraciones, cualquiera que sea su
contenido. Las razones pro tanto son genuinas razones para la acción, pero no
necesariamente superan a las razones contrapuestas que también pueden estar
en juego. Según el modelo, cuando las instituciones de un Estado no respetan
los derechos humanos, los agentes externos que se encuentran ubicados apro-
piadamente cuentan con razones pro tanto, pero no necesariamente con razones
concluyentes, para actuar. Esto significa que, en general, el incumplimiento de
los derechos humanos en una sociedad no exigirá la acción por parte de agentes
externos. Aunque puede tener algún sentido decir que tales agentes tendrían
deberes prima facie para actuar, no sería necesariamente cierto que ellos tienen
estos deberes, todas las cosas consideradas.
Es cierto que las violaciones de ciertos tipos podrían proveer razones con-
cluyentes para actuar, o tal vez razones pro tanto muy poderosas (unas que
superen a la mayoría de las otras razones en las circunstancias en las cuales
ellas típicamente aparecen). Alguien podría creer que esto es cierto, por ejem-
150 CHARLES R. BEITZ
tora por parte de agentes externos. Los derechos humanos tal como los recons-
truye el modelo pueden parecer que son derechos mutilados.
La objeción se aprovecha de una simplificación excesiva. El modelo esta-
blece una diferencia entre las interferencias prácticas que se siguen de los recla-
mos de derechos humanos con relación a las situaciones deónticas de los go-
biernos de los Estados en los que surgen tales reclamos, y las que se siguen con
respecto a la situación deóntica de los agentes externos que están en posición
de actuar. No existe una indeterminación seria sobre la ubicación de las respon-
sabilidades de primer nivel: éstas recaen sobre los gobiernos de los Estados. No
obstante que el modelo caracteriza a las acciones exigidas de modo relativa-
mente abstracto, su nivel de abstracción no es mayor que el que encontramos
en otras clases diferentes de derechos que usualmente no son considerados
igualmente problemáticos (por ejemplo, derechos constitucionales tales como
el derecho a la libertad de expresión). Es cierto que el modelo da cabida a la
posibilidad de conflictos entre derechos, o de manera más precisa, entre las
obligaciones asociadas con ellos, pero una vez más esto no debería ser más
problemático para los derechos humanos que para otros derechos de categoría
constitucional. Por supuesto, la analogía no debería llevarse demasiado lejos:
como he observado, la práctica de los derechos humanos no se adhiere consis-
tentemente a un paradigma jurídico de implementación, ni siquiera a nivel do-
méstico. No es plausible interpretar cada derecho humano como una exigencia
de que la correspondiente disposición constitucional sea promulgada en cada
Estado. Sin embargo, esto en ningún modo invalida al hecho de que es fácil
identificar quién tiene la responsabilidad primaria de actuar y que no es extraor-
dinariamente difícil de identificar cuál es el contenido de la responsabilidad.
Alguien que objete podría aceptar este punto pero replicaría que lo que se
ha hecho es eludir la objeción en vez de responderla. Se supone que los dere-
chos humanos son «universales» no sólo en su alcance sino también en el ca-
rácter de las obligaciones asociadas a ellos. Como señala Onora O’Neill, no
deberíamos decir que «existen algunos derechos universales» a menos que
podamos especificar las «obligaciones [universales] con las que se correspon-
den» (O’Neill, 2005: 433). En su opinión, esta restricción es violada por cual-
quier concepción en la cual las obligaciones de respetar los derechos humanos
(«universales») de una persona recaen sólo sobre los miembros de la propia
sociedad de esa persona o sobre su gobierno. El modelo de dos niveles parece
ser este tipo de concepción; aunque permite sostener que un gobierno nacional
tiene la obligación de respetar los derechos humanos, lo más que puede decir,
en general, sobre otros agentes, es que ellos pueden tener razones pro tanto
para actuar, las cuales carecen de la fuerza y la especificidad de las obligacio-
nes. Una vez más, el fantasma del derecho mutilado parece haber retornado.
Lo primero que puede decirse a modo de respuesta, es que el modelo busca
describir una práctica discursiva existente, y los aspectos en los que el modelo
152 CHARLES R. BEITZ
caracteriza a los derechos humanos como menos demandantes que los derechos
ordinarios son aspectos en los que los derechos humanos típicamente son trata-
dos de manera diferente que los derechos ordinarios dentro de la práctica. La
doctrina de los derechos humanos no presenta un conjunto de estándares que se
puede esperar que sean satisfechos de manera simultánea en todos los casos, ni
tampoco incluye reglas de prioridad para resolver los conflictos cuando éstos
surgen. No contiene principios claros ni procesos para asignar obligaciones espe-
cíficas a agentes externos específicos cuando los derechos humanos son violados.
Si uno fuese a pensar que los reclamos de derechos transmiten información, en-
tonces uno podría decir que, generalmente, un reclamo válido de un derecho
transmite abundante información. Un reclamo válido transmite información so-
bre la naturaleza e importancia del beneficio que será suministrado o del daño
que será evitado si se cumple con las exigencias del derecho, la identidad de los
agentes cuya conducta está regulada por el derecho, la conducta que se exige de
ellos, la clase de circunstancias ―y la amplitud de las mismas― en las que
puede ser permisible el incumplimiento del derecho. En contraste, dentro de la
práctica de los derechos humanos, un reclamo válido con relación a un derecho
transmite menos información. El reclamo válido transmite información sobre la
naturaleza e importancia del beneficio o del daño, la probabilidad de que los
agentes elegibles tengan razones para actuar, y los objetivos hacia los cuales su
acción debería estar orientada, pero en general dice menos acerca de la identidad
de los agentes cuya conducta está regulada y acerca de las circunstancias en las
que sería permisible el incumplimiento. En comparación con los derechos ordi-
narios, los derechos humanos dejan más extremos para ser resueltos en el mo-
mento de la aplicación. Uno puede imaginar un modelo de derechos humanos
que los aproxime a la idea de un derecho-reclamo, pero un modelo así no sería
fiel a una parte sustancial de la doctrina contemporánea de los derechos humanos.
El objetor puede no sentirse satisfecho con esta réplica. Los derechos hu-
manos tal como son entendidos en la práctica internacional contemporánea, se
supone que guían la acción. Pero si un derecho humano es uno en relación con
el cual no existe un criterio o proceso por el cual se pueda identificar a los
agentes específicos cuya acción será guiada, entonces el derecho no puede
desempeñar este rol. Su pretensión de guiar la acción puede parecer poco más
que una exageración sin ningún sustento. El objetor puede pensar que no pode-
mos satisfacer dos extremos al mismo tiempo: no podemos considerar que los
derechos humanos tienen el tipo de autoridad normativa usualmente reclamada
para ellos y aun así sostener que su violación no es más que una fuente de ra-
zones pro tanto para que agentes que no están especificados actúen. Si debemos
retener la segunda de estas condiciones para ser fieles a la práctica tal como la
observamos, entonces deberíamos abandonar la primera y defender una visión
«aspiracional» de los derechos humanos (O’Neill, 2005: 432-433) 27.
27
Evalúo la posición de O’Neill en el apdo. VII.1 infra.
UN NUEVO COMIENZO 153
Joel Feinberg adopta lo que a veces ha sido entendido como una posición
similar cuando describe los «derechos económicos» ―por ejemplo, el derecho
a un estándar de vida adecuado― como «derechos declarativos» (Feinberg,
1973: 67, 95) 28. Debido a que esta caracterización ha sido influyente (y porque
creo que ha sido erróneamente entendida), vale la pena considerar el modo en
que Feinberg entiende estos derechos. Los derechos declarativos, según el
punto de vista de Feinberg, no están necesariamente correlacionados con los
deberes de ninguna persona a quien puedan ser asignados porque «bajo condi-
ciones ampliamente frecuentes de escasez y conflicto, [ellos pueden] ser impo-
sibles de cumplir para cualquiera» (Feinberg, 1973: 94) 29. Feinberg parece
suponer que no hay una posible asignación de deberes tal que su cumplimiento
resultaría en la satisfacción de ciertos derechos económicos. Cualquiera que
haya sido el caso cuando Feinberg escribió, en la actualidad esto no es cierto de
modo obvio. Para nuestros propósitos, sin embargo, el punto más importante es
que, aun si es imposible o impracticable satisfacer un «derecho declarativo» en
el presente, este derecho podría sin embargo, ser una guía para la acción. Fein-
berg tiene una posición inequívoca frente a esto. Él escribe que deberíamos
entender a los «derechos declarativos» como
reclamos reales, aunque sólo sean reclamos sobre futuros seres hipotéticos que
aún no existen. Acepto el principio de que tener una necesidad insatisfecha es
tener una especie de reclamo frente al mundo […] Tales reclamos, basados sola-
mente en la necesidad, son «posibilidades permanentes de derechos», la semilla
natural de donde nacen los derechos. Quienes escriben declaraciones son fácil-
mente disculpados por hablar de ellos como si ya fueran derechos reales, ya que
esto no es más que una poderosa forma de expresar la convicción de que ellos
deberían ser reconocidos por los Estados como potenciales derechos y por consi-
guiente como factores determinantes de las aspiraciones actuales y como guías
para las políticas actuales (Feinberg, 1973: 67).
tas» son razones para actuar de una manera tal que el éxito produciría el disfru-
te sustancial del derecho para aquellos que han sido privados de él. Las razones
de este tipo pueden exigir diversas clases de acción. Éstas podrían incluir, por
ejemplo, el cese de actividades que provocan o contribuyen a la privación, el
ofrecimiento de protección frente a las amenazas de privación provenientes de
otros agentes o de fuerzas naturales, y la provisión de ayuda que contrarrestaría
o compensaría los efectos de la privación (Shue, 1996: 51-60). (Debería obser-
varse ―un punto que Feinberg omite― que las circunstancias pueden ser tales
que uno tenga razones directas con respecto a algunas personas amenazadas
pero no con respecto a otras, tal vez porque los recursos son tan escasos que
sólo algunos pueden ser ayudados). Las razones «indirectas» son aquellas que
cuentan a favor de acciones por las que un agente puede ayudar a establecer
condiciones en las cuales aquéllos privados de un derecho, o sus sucesores,
pudiesen gozar sustantivamente del derecho en el futuro. Un tipo especialmen-
te importante de razón indirecta es la razón que uno puede tener para contribuir
al establecimiento y operación de esquemas cooperativos diseñados para llevar
a cabo tales acciones. La situación de un agente sería análoga a la situación que
podría presentarse en una sociedad injusta: aunque no habría ninguna obliga-
ción de cumplir con las reglas que se aplicarían si las instituciones de la socie-
dad fueran justas, aun así uno podría tener el deber de ayudar a establecer
arreglos justos con los que uno tendría el deber de cumplir una vez establecidos,
al menos cuando esto se pudiera llevar a cabo sin un sacrificio excesivo 30.
La idea de un «derecho declarativo» muestra que un derecho puede guiar la
acción aun cuando ningún agente se encuentre en posición de realizar una se-
cuencia de acciones que resultaría en el disfrute sustantivo del derecho por
parte de aquellos que están privados de él. Aunque no usaré la frase de Fein-
berg, este hecho cobrará importancia cuando pasemos a las cuestiones referidas
al «lado del suministro» de los derechos humanos (§ 25).
El modelo también puede parecer objetable por el rol prominente que asig-
na a los Estados. Existen dos dimensiones. En primer lugar, según el modelo,
los derechos humanos se aplican en primera instancia a los Estados, en el sen-
tido de que se supone que las protecciones garantizadas por los derechos huma-
nos deben ser alcanzadas por los residentes de un Estado, por medio de las leyes
y políticas del Estado. En segundo lugar, en este modelo, los Estados son los
primeros garantes del desempeño de otros Estados respecto de los derechos
humanos, tanto a través de sus actividades de colaboración con las organizacio-
nes internacionales como a través de la acción unilateral.
30
Adapto la formulación del deber natural de justicia que realiza Rawls, 1971-1999: § 19, 99.
UN NUEVO COMIENZO 155
31
Si la centralidad de los Estados en la organización contemporánea del orden mundial es de alguna
manera indeseable es una cuestión distinta. Para una teoría integral de la justicia global esta cuestión sería
esencial, sin embargo para la concepción de los derechos humanos expuesta aquí dicha cuestión no necesita
ser planteada (apdo. VI.1 infra).
32
La literatura pertinente es extensa. Sobre las empresas, véanse Ratner, 2001: 443-545; Weissbrodt y
Kruger, 2003: 901-922. Sobre el derecho administrativo y redes de gobernanza global, véanse Kingsbury,
Krisch y Stewart, 2005: 15-61; y Slaughter, 2004. Sobre redes transnacionales dedicadas a enfrentar cier-
tos problemas, véase Keck y Sikkink, 1998, especialmente el cap. 1.
156 CHARLES R. BEITZ
33
Para un análisis de la posición del gobierno chino, véase China, Information Office of the State
Council, 1991, y la discusión en el libro de Ann Kent, 1999: 158-159. Para una defensa de una posición si-
milar, véase Buyun, 1995: 447-460.
34
Para otra discusión, véase Donnelly, 1999: 85-88, 91-96.
UN NUEVO COMIENZO 157
bles directamente a las empresas 35, pero hasta ahora estos esfuerzos han careci-
do de la estructura independiente y de la regularidad necesaria para justificar
considerarlos elementos de una práctica global en curso. Por supuesto, una
característica importante de la práctica global de los derechos humanos es su
carácter emergente y evolutivo, por lo tanto, lo que hoy nos parecen esfuerzos
políticos aislados e irregulares en el futuro podrían convertirse en elementos
más estructurados de la práctica. Si eso ocurriera, esto abogaría por una revi-
sión del modelo. Sin embargo, no ha sucedido todavía.
La respuesta a la segunda objeción es similar aunque históricamente más
compleja. Como hemos visto, la cuestión del alcance y los límites de la acción
internacional permisible para proteger a los derechos humanos, ha sido contro-
vertida desde el comienzo. La Carta compromete a la ONU y a sus miembros a
proteger y promover los derechos humanos a la vez que niega autoridad para
interferir en asuntos que se encuentran dentro de la jurisdicción nacional de los
Estados, y los pactos incluyen afirmaciones acerca de los derechos de «todos
los pueblos» a la autodeterminación (apdo. II.1 supra). Sin embargo, ambos
pactos y cada instrumento de derechos humanos posterior ha incluido algún
tipo de mecanismo de implementación, por lo general consistentes en un pro-
cedimiento de auditoría internacional de las prácticas de derechos humanos de
las partes. Una importante corriente de opinión internacional sostiene que la
intervención coercitiva utilizada para proteger a las personas frente a los peores
abusos de derechos humanos por parte de los gobiernos puede ser justificable 36.
(aun el gobierno de China, a la vez que sostiene como un principio general que
«los derechos humanos son esencialmente temas que se encuentran dentro de
la jurisdicción nacional de un país», también sostiene que «para llevar a cabo
la protección internacional de los derechos humanos, la comunidad internacio-
nal debería interferir y detener actos que pusieran en peligro la paz y seguridad
mundial, tales como las graves violaciones de derechos humanos causadas por
el colonialismo, el racismo, la agresión y la ocupación extranjera, así como
también el apartheid, la discriminación racial, el genocidio, la trata de esclavos
y las violaciones serias de derechos humanos por parte de organizaciones terro-
ristas internacionales» 37). Existe un amplio registro de acción política transna-
cional que no llega al uso de la fuerza para proteger los derechos humanos
(apdo. II.3 supra). La idea de que el interés o la preocupación internacional por
los derechos humanos se agota con el dictado autoritativo de estándares de
derechos humanos, dejando la responsabilidad del cumplimiento exclusiva-
mente en manos de los Estados individuales, no es consistente con estos he-
35
Por ejemplo, ONU, Comisión de Derechos Humanos, Subcomisión de Promoción y Protección de los
Derechos Humanos, 2003.
36
Esto está reflejado en el documento elaborado por la Comisión Internacional sobre Intervención y
Soberanía Estatal (2001) y esta afirmada sustancialmente en la Resolución 60/1 de la Sesión 60 de la Asam-
blea General de la ONU, 2005. Ninguna, por supuesto, posee la fuerza del derecho internacional.
37
China, Information Office of the State Council, 1991: pt. X..
158 CHARLES R. BEITZ
ría actuar cuando los derechos humanos son amenazados, y por qué debería
hacerlo?
He diferenciado estas preguntas para lograr mayor claridad pero como es
obvio están estrechamente relacionadas. Los criterios para seleccionar las exi-
gencias sustantivas de los derechos humanos deberían ser compatibles con una
posición convincente acerca de cuáles son los propósitos justificadores de la
práctica. Estos criterios deberían tomar en cuenta las clases de razones para la
acción que probablemente estén disponibles para aquellos agentes que tengan
mayores posibilidades de estar en posición de actuar cuando diversas normas
de la práctica sean infringidas. Además, por supuesto, estas razones depende-
rán de las clases de acciones que probablemente se encuentren disponibles para
estos agentes y de sus perspectivas de éxito, sus costos y sus riesgos.
Abordamos el problema de la normatividad de los derechos humanos en
este capítulo y en el siguiente. En este capítulo comienzo con un bosquejo de
una posición sobre cuál es el valor de una práctica que tenga las características
funcionales que poseen los derechos humanos. Debería recalcarse que en esta
etapa inicial estamos interesados en una práctica de una cierta clase, no nece-
sariamente en la práctica tal como actualmente existe. La idea es comenzar a
trabajar para obtener una comprensión generalizada del valor que este tipo de
práctica podría tener para luego, a partir de esta comprensión, elaborar una
descripción más minuciosa de las consideraciones que son relevantes a la hora
de realizar juicios evaluativos sobre el contenido normativo de la práctica, un
tema que trato más adelante. Presentaré estas consideraciones en forma de un
esquema que busca vincularlas con las características funcionales de los dere-
chos humanos representadas en el modelo de dos niveles y con una posición
acerca de cuáles son los propósitos justificadores de la práctica, así concebida.
Entre otras consideraciones, el esquema sostiene que cualquier valor conside-
rado un derecho humano debería ser tal que la falta de respeto por parte de un
gobierno pudiese dar origen a razones para que agentes externos actúen en su
defensa. Una comprensión de la naturaleza y la diversidad de estas razones es
el comienzo de una explicación de la responsabilidad internacional por la sa-
tisfacción de los derechos humanos (volveremos a este tema en el próximo
capítulo, en donde consideramos algunos casos difíciles respecto de los conte-
nidos de los derechos humanos). Una vez elaborado el esquema, me ocupo
brevemente de la creencia común que sostiene que los derechos humanos son
de alguna manera «minimalistas» y de la posición contraria que sostiene que
ellos son una paráfrasis de las exigencias de justicia social, y explico por qué
ninguna de las posiciones parece correcta. El resto del capítulo está dedicado
a la idea de tolerancia internacional. Muchas personas piensan que esta idea
debería jugar un rol independiente al razonar sobre los contenidos de los dere-
chos humanos. El esquema no hace una referencia explícita a ella, por lo tanto
debo explicar por qué creo que su importancia se ha entendido de una manera
equivocada.
NORMATIVIDAD 161
chos humanos debe ser compatible con el hecho que el Estado constituya la
unidad básica de la organización política del mundo. Una teoría de los derechos
humanos no es una teoría de la justicia global ideal. A nivel más general, la
pregunta relevante no es si una práctica de los derechos humanos tendría un
lugar dentro de la constitución política ideal del mundo. En cambio tomamos
ciertos hechos básicos sobre la estructura política del mundo como dados y
analizamos los propósitos de una práctica de derechos humanos dentro de esa
estructura. Al hacerlo, no necesitamos comprometernos con un juicio más
abarcativo, en un sentido u otro, acerca de la aceptabilidad o legitimidad del
sistema de Estados en sí mismo, considerada como una pregunta de teoría
ideal; para nuestros propósitos, esta pregunta no se presenta.
Los hechos básicos son claros. La estructura política del mundo está com-
puesta por un sistema de unidades políticas definidas territorialmente, cada una
de las cuales pretende ejercer autoridad política legítima dentro de sus fronte-
ras. Estos Estados componen un orden político, una «sociedad de Estados» 1.
Aunque no está organizado siguiendo el modelo de las sociedades domésticas,
el orden global está constituido por un sistema de normas que facilita las inte-
racciones entre los Estados y organiza la cooperación para el suministro de
bienes colectivos. Entre otras cosas, estas normas definen una esfera de autori-
dad doméstica autónoma dentro de la cual cada Estado se ve protegido contra
la interferencia coercitiva externa. Pese a que esta estructura no se sustenta
generalmente en la adhesión de las voluntades de los individuos que son miem-
bros de los Estados, pretende una clase de aceptabilidad: sus normas se presen-
tan a sí mismas como regulativas de los Estados y en algunos supuestos de los
individuos y de los actores que no son Estados, y su incumplimiento, general-
mente se considera como una razón para la crítica y, tal vez, la aplicación de
sanciones.
Históricamente, el argumento para una práctica global con las característi-
cas funcionales de los derechos humanos gira en torno a una tesis empírica
acerca de las patologías de una estructura política global que concentra poder
en puntos dispersos no sujetos a un control superior. Una tesis semejante era
común entre aquellos que diseñaron la doctrina moderna de los derechos huma-
nos y entre sus primeros defensores (apdo. II.1 supra). Consideraban que la
Segunda Guerra Mundial y sus hechos desencadenantes eran prueba de la
existencia de una deficiencia estructural en el sistema de Estados tal como
existía entonces. Al adoptar una amplia esfera de autoridad doméstica autóno-
ma, las normas del sistema proveían un refugio seguro para los gobiernos que
maltrataban o incumplían su tarea de proteger a sus poblaciones en formas que
tuvieron consecuencias devastadoras para los afectados. Además, creían que
las probabilidades de que se diesen comportamientos indebidos por parte de los
Estados podrían reducirse por medio de la cooperación internacional para esta-
1
La frase le pertenece a Hedley Bull. Véase, por ejemplo, Bull, 1966: 35-50.
NORMATIVIDAD 163
2
La ambigüedad está presente en los comentarios que Bull hace sobre los derechos humanos en Bull,
1977: cap. 2. Él trata a los derechos humanos como subversivos de los principios organizadores de la «So-
ciedad de los Estados» debido a la posibilidad de conflicto entre los valores políticos de un Estado y los va-
lores corporizados en los derechos humanos. Él no acepta, sin embargo, a los principios de la «Sociedad de
Estados» como las únicas normas válidas de la vida política global; también reconoce la pertinencia de lo que
describe como la «justicia humana o individual» (Bull, 1977: 79-80), que según su opinión sirve como
fundamento de los derechos humanos, y sostiene que en la práctica un sistema de Estados puede dar cabida
a estos valores (aunque tal vez de una manera distorsionada o incompleta). Véase también Bull, 1984: 13.
164 CHARLES R. BEITZ
7
A menos, por supuesto, que uno adopte la idea de que ninguna sociedad política debería ser conside-
rada democrática si su constitución no protege los derechos humanos de sus ciudadanos. En ese caso la po-
sibilidad de conflicto aún surgiría, pero en una etapa anterior de razonamiento sobre las exigencias de legiti-
midad política (Benhabib, 2006).
NORMATIVIDAD 169
2. UN ESQUEMA
veles explica este rol funcional al mostrar cuáles serían los compromisos que
uno tendría si aceptara la afirmación de que existe un derecho humano a P. Un
argumento para sustentar la afirmación debería ser sensible a los tres elementos
del modelo.
Podríamos, por lo tanto, imaginar un esquema para justificar las afirmacio-
nes sobre el contenido de la doctrina de derechos humanos que tenga tres par-
tes 8. Un argumento para sustentar cualquier afirmación de este tipo debería
mostrar que tres tesis son verdaderas:
1) Que el interés que sería protegido por el derecho es lo suficientemente
importante cuando se lo analiza razonablemente desde la perspectiva
de aquellos a quienes protege como para que sea razonable considerar
su protección como una prioridad política.
2) Que sería ventajoso proteger el interés subyacente por medio de ins-
trumentos políticos o legales disponibles para el Estado.
3) Que en la mayoría de los casos en los que un Estado tal vez pudiese
fracasar en proporcionar la protección, tal fracaso sería un objeto ade-
cuado de preocupación internacional.
Cada uno de estas tesis necesita explicación. Comenzando con la primera:
para dar cuenta de la importancia de un interés, uno debe explicar por qué sería
razonable que el agente de cuyo interés se trata considerara una cosa especial-
mente mala que el interés sea amenazado o que se impida su satisfacción. La
noción exigida de que un impedimento sea «algo malo» es objetiva. No es su-
ficiente y podría no ser necesario establecer que las preferencias del agente se
verían frustradas si se impidiese la satisfacción del interés. El juicio en cuestión
involucra la urgencia del interés, y ésta se explica mejor al pensar por qué un
agente podría razonablemente considerar la satisfacción del interés como un
asunto importante. Al mismo tiempo, para explicar por qué el interés debería
ser hecho una prioridad para otros a la hora de realizar acciones políticas, uno
debe dar cuenta de la importancia del interés de manera tal que aquellos de
quienes podría exigirse que brindasen protección pudiesen razonablemente
reconocer dicha importancia. Ya que los derechos humanos se supone que pro-
veen razones para la acción a agentes externos a las sociedades en las cuales los
derechos humanos podrían ser violados, la explicación no debería depender
exclusivamente de las creencias y normas que son específicas a una única cul-
tura o forma de vida. Este requerimiento puede satisfacerse de diferentes ma-
neras. Por ejemplo, algunos intereses son lo suficientemente genéricos como
para que sea razonable esperar que cualquiera reconozca su importancia (por
ejemplo, los intereses relacionados con la seguridad física y una alimentación
adecuada). En algunos casos, aunque el interés podría no ser ampliamente
8
La forma general de este esquema me fue sugerida por los comentarios de T. M. Scanlon, acerca de
la justificación de los reclamos de derechos, formulados en «Rights, Goals, and Fairness», en Scanlon, 2003:
35. El contenido del esquema brindado aquí es distinto.
NORMATIVIDAD 171
9
Este es el ejemplo de T. M. Scanlon, «Value, Desire, and Quality of Life» (2003: 184). Véase también
«Preference and Urgency» (2003: 74-77).
10
No pretendo sugerir que los valores que a veces son tomados como aquellos que desempeñan un rol
fundacional único no tienen lugar en una explicación de los fundamentos de los derechos humanos indivi-
duales. Si, como algunos filósofos piensan, fuera razonable considerar a cualquiera de estos valores como
suficientemente importante para razonablemente hacer que su protección fuera una prioridad de la acción
política, entonces ese valor podría tener un lugar dentro del esquema.
172 CHARLES R. BEITZ
12
Esto es inexacto, pero es difícil expresarlo de modo más preciso. No se lograría nada con incluir una
protección en la doctrina pública si las circunstancias en las que el incumplimiento de una protección gene-
rasen una razón para que agentes externos actuaran fuesen tan inusuales o excéntricas que en la práctica el
derecho nunca justificase la acción. Por otro lado, sería demasiado fuerte exigir que un incumplimiento
siempre debiese justificar la acción. Necesitamos algo semejante a la idea de razones que serían concluyentes
para algún grupo de agentes externos en algún mundo posible cercano. Agradezco a Ryan Davis por la con-
versación sobre este punto.
13
Esta afirmación es el análogo a nivel internacional de la observación de Sen que he citado en n. 11,
supra.
174 CHARLES R. BEITZ
14
Véanse, por ejemplo, Nickel, 2005: 386 (los derechos humanos intentan asegurar las condiciones
para llevar adelante una «vida mínimamente buena»); Ignatieff, 2001: 56 (los derechos humanos son condi-
ciones mínimas para llevar adelante «cualquier vida en absoluto»).
NORMATIVIDAD 175
adoptado tal posición podría decir, por ejemplo, que existe un derecho humano
a los medios de subsistencia pero no a un salario equitativo; a la protección
contra el arresto arbitrario pero no a la libertad de ocupación; a la autodetermi-
nación colectiva pero no a instituciones democráticas; a una educación prima-
ria cuyo nivel sea suficiente para ser un miembro productivo de la sociedad
pero no a una educación de nivel superior.
Una posición así debería ser desconcertante para cualquiera que tome en
serio la práctica contemporánea (apdo. II.2 supra). Aun si nos limitamos a los
derechos enumerados en la declaración, los derechos humanos no son «mini-
malistas» de esta manera directa. Ellos incluyen estándares que se aplican a las
dimensiones más significativas de la estructura básica de una sociedad, los
cuales van desde protecciones contra el mal uso del poder estatal hasta exigen-
cias referidas al proceso político y al sistema legal, la organización de la eco-
nomía, y el nivel de asistencia pública. Es obvio que estos estándares no pare-
cen significativamente más minimalistas que las exigencias de muchas teorías
de justicia social. De hecho, uno podría verse tentado a sostener que los dere-
chos humanos simplemente son los derechos de justicia social 15.
Esto, sin embargo, no puede ser correcto. La mejor réplica a la objeción
«minimalista» es explicar el porqué. Los derechos humanos son un asunto de
preocupación internacional y no es plausible sostener que la comunidad inter-
nacional debería asumir la responsabilidad por la justicia de las sociedades que
la componen 16. En primer lugar, las exigencias de justicia están basadas en in-
tereses de distintos grados de urgencia y por lo tanto formulan reclamos que
poseen diferente peso. Existe una diferencia, por ejemplo, entre el interés de
tener un estándar de vida adecuado para llevar una vida decente y el interés de
no sentirse avergonzado o humillado por la situación material de uno compara-
da con la situación de los demás. Ambos intereses son urgentes en el sentido de
que su satisfacción sería importante en un amplio espectro de vidas. Pero si
suponemos que los recursos internacionales disponibles para promover los
derechos humanos son escasos, entonces, si el primer interés de todas las per-
sonas pudiera de alguna manera ser satisfecho gracias a la ayuda internacional,
la exigencia de realizar una inversión internacional adicional con el objeto de
satisfacer el segundo interés sería menos apremiante. En segundo lugar, algu-
nas exigencias de justicia pueden no ser alcanzables por medio de las formas de
acción permisibles que están disponibles para los agentes externos. Considére-
se, por ejemplo, la diferencia entre brindar asistencia a una sociedad para que
desarrolle su economía lo suficiente como para eliminar las peores formas de
pobreza y provocar que esta sociedad alcance una distribución del ingreso que
15
Existe cierta resonancia de esta idea en la práctica contemporánea. Un observador sostiene que «El
movimiento de derechos humanos ahora está interesado en la justicia social global» (Clapham, 2007: 162).
En el pasado he expresado alguna simpatía por esta idea (Beitz, 2003: 39).
16
Alguien plausiblemente podría creer que existe un deber general de no obstruir o socavar el funcio-
namiento de las instituciones justas, allí en donde éstas existen. Pero ése es un tema distinto.
176 CHARLES R. BEITZ
Las consideraciones que he sugerido para guiar los juicios sobre los conte-
nidos de los derechos humanos no se refieren al valor de la tolerancia interna-
cional. Muchas personas han pensado que ésta es una consideración indepen-
dientemente importante que limita aquello que los derechos humanos pueden
exigir. Sin embargo, no es claro qué significa la tolerancia internacional o por
qué deberíamos considerarla como un valor independiente.
17
Ésta es la frase de Rawls, 1999: 81. Véase también Cohen, 2004: 210-213.
NORMATIVIDAD 177
18
Vattel, 1758: iii, Introducción, §§ 2, 15; Libro. II, capítulo 4, Ap. 54-55. Véase también Vattel,
1758: libro II, cap. 3, §§. 35, 38. Vattel no niega que cada uno tiene un derecho de conciencia. Él sostiene
que cuando existe más de una religión con un número significativo de seguidores, el Estado tiene el deber de
tolerarlas; cuando existe una religión mayoritaria y uno o más grupos minoritarios, el Estado tiene la obliga-
ción de no obstruir la emigración. Pero ninguna de estas posiciones implica que los agentes externos tengan
derecho a interferir; los ciudadanos de un Estado deben determinar sus propios términos de asociación
(Vattel, 1758: libro I, cap. 12, §§ 128-131, 135; libro II, cap. 4 §§ 7, 58-59).
178 CHARLES R. BEITZ
19
Estoy en deuda en este caso y en otros con Oberdiek, 2001: cap. 8.
NORMATIVIDAD 179
Sin embargo, tal vez el argumento por analogía hace referencia a una con-
cepción más compleja de la personalidad moral de los Estados que confirmaría
la posición de que las consideraciones sobre la autonomía individual, traduci-
das al nivel internacional, brindan sustento a un principio de tolerancia societal.
Mervyn Frost ha propuesto una concepción semejante desarrollada a partir de
una idea tomada de Hegel (Frost, 1996) 23. Según Frost, de la misma forma en
que los individuos reconocen a los otros como personas libres dentro de la so-
ciedad doméstica, así también los Estados en el ámbito de las relaciones inter-
nacionales deberían reconocerse entre sí como entidades que legislativamente
se autodeterminan. Esto es así porque los «estados políticos» son las formas
políticas de las comunidades nacionales: sus instituciones armonizan a los in-
dividuos y a los grupos en sus interacciones y proveen espacios compartidos de
identificación que permiten que las personas se reconozcan unas a otras como
miembros de un todo que se autodetermina. El ser miembro de un Estado se-
mejante, al que otros Estados reconocen como autónomo, es esencial para la
total autorrealización de individuos libres (Frost, 1996: 150-151).
Lo que no está claro es cómo el reconocimiento de un Estado por parte de
otros Estados es relevante para la libertad o la autonomía de los miembros in-
dividuales del Estado. Tal vez esto pueda esclarecerse parcialmente si se consi-
dera la condición que según Frost debe satisfacer un sistema de gobierno para
ser considerado un «estado político»: éste «debe ser un Estado en el que las
personas se reconozcan entre sí como ciudadanos en términos del derecho, al
que por su parte reconocen como siendo a la vez constituido por ellos y consti-
tutivo de ellos en tanto ciudadanos» (Frost, 1996: 150-151) 24. Un Estado polí-
tico es una unidad autogobernante cuyos miembros se reconocen entre sí como
copartícipes en la determinación de las leyes. El hecho de que un Estado no
tolere a otro, por ejemplo negándole reconocimiento o interfiriendo en sus
asuntos, sería una afrenta a los miembros del segundo Estado ya que negaría su
estatus como personas políticamente libres o que se autodirigen. Esto sería, al
menos, un insulto (en el caso de la falta de reconocimiento) y posiblemente
también una violación a sus libertades políticas (en el caso de la interferencia
coercitiva).
El problema es que esto transforma al principio de tolerancia internacional,
de un principio que se aplica de modo general a uno que se aplica de modo
selectivo. La interferencia de un Estado en otro es una afrenta a los miembros
del segundo Estado sólo si la interferencia realmente obstruye o frustra una
capacidad compartida para determinar el contenido del derecho. Pero esto de-
pende de si el segundo Estado se autodetermina de una manera éticamente
significativa. La última frase requiere ser interpretada, pero podemos dejar esto
de lado por el momento. Si solamente suponemos que la idea de autodetermi-
23
Especialmente capítulo 5. Comparar con Hegel, 1821: párrs. 323, 331, 349.
24
Comparar con Hegel, 1821: párr. 349.
NORMATIVIDAD 181
tipo podría producir los valores para terceros que motivan el argumento más
general a favor de la tolerancia que estamos analizando. Si esto es plausible en
el caso doméstico, tal vez la analogía internacional también sea plausible. ¿Por
qué no deberíamos creer que la autonomía personal tendría mejores posibilida-
des en un mundo cuyas prácticas e instituciones globales toleran un conjunto
variado de culturas locales, incluyendo algunas cuyas prácticas internas son
incompatibles con la tolerancia liberal?
La respuesta es que un argumento plausible que parte de consideraciones
referidas a la autonomía personal y llega como conclusión a la tolerancia de
subculturas minoritarias internamente intolerantes en el caso doméstico, debe
dar por sentado como información de trasfondo que diversas condiciones están
satisfechas. Entre ellas, una de las más prominentes es que la intolerancia den-
tro de las subculturas no debería manifestarse de modos que causen daño a
personas individuales sin su consentimiento, y que debería haber una posibili-
dad razonable de salir de la subcultura intolerante para aquellos que deseen
abandonarla. Estas condiciones limitantes son exigidas con el propósito de
asegurar el respeto por la autonomía de las personas (Oberdiek, 2001: 129-
132). Es posible imaginar sociedades domésticas en las que estas condiciones
estén satisfechas. Sin embargo es irreal creer que condiciones análogas proba-
blemente van a ser satisfechas a nivel global sin contar con instituciones globa-
les (tales como una práctica de los derechos humanos) que las hagan cumplir.
A diferencia de las subculturas minoritarias en el interior de un Estado liberal,
una sociedad intolerante que es ella misma un Estado dispone de un aparato
coercitivo con la capacidad de dañar a aquellos que no son tolerados. En la
mayoría de los casos no habrá oportunidad de salida disponible a un costo ra-
zonable ―de hecho, las restricciones a la salida pueden ser una de las formas
en que se expresa la intolerancia— 27. Sean cuales sean los beneficios para ter-
ceros que el tolerar a un régimen intolerante genera en quienes no son sus
miembros, estos beneficios son conseguidos a expensas de los miembros de las
minorías internas a quienes el régimen no tolera o protege. Por ende, el argu-
mento a favor de tolerar subculturas minoritarias intolerantes, cualquiera sea su
atractivo en el caso doméstico, no brindará mucho sustento a la concepción
societal de tolerancia a nivel internacional, a menos que esa concepción sea
restrinja de una manera que la torne prácticamente equivalente a la posición
individualista.
La conclusión general de la que hemos ofrecido ejemplos particulares, es
que las consideraciones referidas a la autonomía que podría pensarse que expli-
can el valor de la tolerancia dentro de una sociedad doméstica no ascienden del
nivel doméstico al internacional para dar sustento a un principio general de
tolerancia entre sociedades. Tanto las consideraciones de primera persona
como de tercera persona producen una posición asimétrica respecto de la tole-
27
Como observa Tan, 2000: 42-44.
184 CHARLES R. BEITZ
Tal vez se pueda decir algo más. La tolerancia societal podría ser justificada
sobre consideraciones distintas de aquellas que son relevantes para el caso de
la tolerancia en una sociedad doméstica ―tal vez los intereses de los pueblos
en la autonomía política o el valor que tiene para sus miembros individuales la
pertenencia a una cultura común, cohesiva—. Algunas de éstas [consideracio-
nes] están sugeridas en la discusión de Rawls sobre la tolerancia internacional,
que se encuentra en The Law of Peoples. En su posición, estas consideraciones
restringen el contenido permisible de una doctrina de los derechos humanos.
¿Qué deberíamos hacer con ellas?
Rawls sostiene que los pueblos liberales deberían tolerar sociedades que
satisfagan ciertas condiciones de «decencia». Entre ellas se encuentran las si-
guientes. Las sociedades decentes no tienen objetivos agresivos. Están gober-
nadas según una concepción comprehensiva y ampliamente compartida de de-
rechos políticos y justicia, concepción que da forma a una idea de bien común.
Poseen instituciones que hacen posible que los individuos participen en la
creación del derecho y proveen oportunidades para el disenso político. Adicio-
nalmente, de modo destacable, estas sociedades respetan ciertos derechos hu-
manos básicos (apdo. V.1 supra). En estos aspectos, las sociedades decentes se
asemejan a las liberales (Rawls, 1999: 60-61, 78-80).
También existen diferencias. Las instituciones políticas de las sociedades
decentes, aunque permiten que todos participen, no necesitan hacerlo sobre la
base de la igualdad política y pueden establecer la representación de los ciuda-
28
Continúo poniendo entre paréntesis la cuestión referida al significado de la autodeterminación; la
abordaremos más adelante (apdo. VII.2 infra).
NORMATIVIDAD 185
danos como miembros de grupos en vez de como individuos. Más aún, estos
grupos participan en la vida política principalmente como organismos de con-
sulta y, aunque se puede esperar que tengan influencia, puede que no ejerzan
ningún control sobre la selección de los funcionarios públicos o la promulga-
ción de leyes. Aunque ninguna religión puede ser perseguida, puede que exista
una iglesia oficial, puede que consideren que la doctrina religiosa tiene una
influencia autoritativa sobre ciertos asuntos políticos, y el acceso a ciertos car-
gos políticos puede estar permitido sólo a los miembros de la fe dominante
(Rawls, 1999: 65 n. 2, 74). En estos aspectos, una sociedad decente es menos
tolerante que una liberal. Las sociedades decentes y liberales también pueden
diferir en el modo en que tratan a las mujeres: aunque las sociedades decentes
respetan los derechos humanos básicos de los hombres y las mujeres por igual,
el estatus de la mujer en otros aspectos se deja para que sea especificado por «la
concepción de la justicia basada en el bien común» de cada sociedad, y no es
intrínseco a una concepción de este tipo que las personas sean tratadas como
individuos libres e iguales 29.
Rawls sostiene que los gobiernos de las sociedades liberales deberían tole-
rar a las sociedades decentes como «participantes en pie de igualdad y miem-
bros plenos de la Sociedad de Pueblos» a pesar de que no satisfacen los están-
dares liberales de justicia (Rawls, 1999: 59). Su concepción de lo que exige la
tolerancia internacional es expansiva. Entre otras cosas, descarta las interferen-
cias militares, económicas y diplomáticas que tengan el objetivo de cambiar las
condiciones de la vida interna de una sociedad y prohíbe el ofrecimiento de
incentivos (ya sea por parte de sociedades liberales u organizaciones interna-
cionales) para inducir la reforma. Los miembros de las sociedades liberales
tienen permitido criticar a las sociedades decentes no liberales, pero la postura
pública de los gobiernos liberales hacia estas sociedades está limitada por el
deber de mostrarles «un debido grado de respeto» y reconocerlos como «miem-
bros bona fide de la Sociedad de Pueblos» con la capacidad de «reformarse por
sí mismos y a su propia manera» (Rawls, 1999: 61, 84).
La exigencia de tolerancia se aplica a las relaciones entre las sociedades
liberales y las decentes. No hay obligación de tolerar sociedades que no son
liberales ni decentes. Esta limitación es esencial para la posición de Rawls y
produce una concepción que, aunque es similar en su forma a la posición tradi-
cional que encontramos en Vattel, es significativamente diferente en su conte-
nido. Como resultado, la posición de Rawls es más progresista de lo que puede
parecer; de hecho, las consecuencias para la conducta internacional podrían ser
similares a las de algunas concepciones individualistas. Sin embargo la conver-
gencia no sería completa ya que el «Derecho de los Pueblos» requiere la tole-
29
Rawls claramente espera que los sistemas políticos de las sociedades decentes sean lo suficientemen-
te abiertos como para provocar con el correr del tiempo una mejora progresiva del estatus de las mujeres
(Rawls, 1999: 75, 78).
186 CHARLES R. BEITZ
30
Para el caso doméstico, véase John Rawls «The Idea of Public Reason Revisited» (Rawls, 1999:
136-137, y 1996: §§ 3.2-3.4).
31
Para una interpretación opuesta, véase Kelly, 2004: 177-192.
32
Para una discusión, véase Tan, 2000: 30-38.
188 CHARLES R. BEITZ
33
Rawls subraya que una sociedad decente debería permitir la protesta política, pero la protesta debería
conservarse «dentro del marco básico de la idea de justicia basada en el bien común» (Rawls, 1999: 72).
¿Pero qué sucede si el objeto de la protesta es un elemento de esta misma idea?
NORMATIVIDAD 189
llama la atención sobre las visiones del mundo que son propias de cada cultura
y que podrían afectar la reflexión sobre la naturaleza y la urgencia de estos in-
tereses subyacentes. O consideremos el problema de decidir cómo actuar cuan-
do los derechos humanos son transgredidos. De acuerdo a nuestro modelo, las
transgresiones a los derechos humanos proveen razones pro tanto para la acción
política. Pero las formas de acción para las cuales las transgresiones proveen
razones y el peso de estas razones frente a otras consideraciones relevantes
dependen del contexto. Las consideraciones asociadas con la tolerancia inter-
nacional podrían influir sobre nuestros juicios sobre ambos puntos. Por ejem-
plo, los medios coercitivos podrían ser descartados como interferencias inacep-
tables en los derechos de autodeterminación colectiva mientras que otros
medios, que no involucran el uso de la coerción (por ejemplo, proveer asisten-
cia política a un grupo disidente), podrían ser permitidos.
Trajimos a colación el tema de la tolerancia internacional porque parecía
que el valor de la tolerancia debía limitar el contenido de una doctrina pública
de los derechos humanos. Pero ahora parece que la tolerancia internacional no
es tanto un valor en sí mismo, como nuestra pregunta inicial parece presuponer,
sino más bien una forma de llamar la atención sobre consideraciones que son
en gran parte independientes del valor de tolerancia tal como lo entendemos en
el caso que nos es más conocido, esto es, el caso doméstico. La idea de toleran-
cia internacional importa principalmente como un recurso heurístico.
CAPÍTULO VII
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL
En los últimos dos capítulos sostuve que los derechos humanos internacio-
nales constituyen una clase específica de normas. No son principios para los
individuos del tipo de los que se podría decir que regulan el comportamiento en
ausencia de instituciones ni tampoco son principios para las instituciones polí-
ticas domésticas, a los que las instituciones tengan que ajustarse, como condi-
ción suficiente, para ser justificables ante sus propios miembros. De modo ca-
racterístico, los derechos humanos son cuestiones de preocupación internacional:
ellos son normas elaboradas para una situación específica de interacción huma-
na entre muchas situaciones posibles, que se presenta en un orden mundial en
el cual la autoridad política está conferida principalmente a Estados territoria-
les. Como he señalado, una de las consecuencias de este hecho es que el alcan-
ce normativo de los derechos humanos es más restringido que el de las exigen-
cias de justicia social. Otra, es que los fundamentos de los derechos humanos
pueden ser pluralistas: no tenemos motivos para dar por sentado ex ante que los
derechos humanos protegen un único valor (del lado de la demanda) o que ellos
cuenten a favor de la acción por una única razón paradigmática (del lado del
suministro).
Estas observaciones son abstractas. En este capítulo pretendo mostrar su
importancia a través del análisis de tres casos difíciles ―el caso de los dere-
chos en contra de la pobreza, el de los derechos a la participación política y el
de los derechos humanos de la mujer—. Cada uno representa una innovación
del siglo xx en la doctrina de los derechos humanos y existe un acuerdo cre-
ciente en el discurso de la práctica, aunque de ningún modo unánime, de que
los tres son tomados de manera adecuada como asuntos de preocupación inter-
nacional. Al mismo tiempo, en cada caso encontramos un problema diferente
claramente definido, cuando tratamos de explicar porque esto debería ser así, si
194 CHARLES R. BEITZ
1
La declaración también sostiene que todas las personas tienen derecho a «la satisfacción» de estos
derechos «mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y
los recursos de cada Estado» (DUDH, art. 22). El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales agrega que los Estados deberían «adoptar medidas, tanto por separado como mediante la asisten-
cia y la cooperación internacionales, especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los recursos
de que disponga, para lograr progresivamente la plena efectividad» de los derechos económicos (PIDESC,
art. 2).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 195
5
El punto no necesitaría ser enfatizado si no fuese por la tendencia, tanto de los defensores como de los
críticos de los derechos en contra de la pobreza, a subestimar la distancia que existe entre principios y polí-
ticas. Para un análisis que reconoce esta distancia a la vez que defiende ciertas formas de acción internacional
para reducir la extrema pobreza, véase Collier, 2007: parte 4.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 197
7
Para un resumen de la evidencia, véase Rodrik, 2007: cap. I, y la profunda discusión presente en
Risse, 2005: 355-359.
8
«De hecho, admitiríamos que la retórica de los derechos humanos universales a bienes o servicios es
engañosa, pero la defenderíamos como una mentira noble que ayuda a movilizar el apoyo para establecer
derechos justificables de gran importancia» O’Neill acepta que se puede decir algo a favor de tal posición
pero sostiene que muchos la verían como «cínica» (O’Neill, 2005: 429-430).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 199
9
Algunas dudas pueden encontrarse en Miller, 2004: 357-383. Para cotejar ideas contrarias, véanse
Singer, 1972: 229-243, y Cullity, 2004.
10
Recordemos nuevamente el principio de derecho natural, encontrado en Locke, que aquellos con
deseos urgentes tienen un «derecho sobre el excedente» de los bienes de otros (§ II, cursiva añadida). Y
véanse los agudos comentarios críticos de Allen Buchanan, 1987: 558-75.
11
Peter Singer propone una posición similar en «Famine, Affluence and Morality», aunque con menos
condiciones restrictivas que las dadas arriba. Comparar con los comentarios de T. M. Scanlon acerca del
«Principio de Rescate» (1998: 224). Elizabeth Ashford propone una interpretación más exigente del «Prin-
cipio de Rescate» (2003: 287-292).
12
Alguien podría pensar que otra condición también es necesaria, referida a que no hay otros agentes
que tengan una relación con quienes están amenazados que genere responsabilidades especiales para ac-
tuar. Creo que esto es demasiado fuerte: podemos tener responsabilidades generales para actuar en respues-
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 201
ta a necesidades urgentes aun cuando estas necesidades resulten del fracaso de otros agentes en satisfacer
sus responsabilidades especiales. Lo difícil es decir bajo qué condiciones las responsabilidades generales
existen.
13
Las posiciones varían con respecto al alcance de estos costos. Jeffrey Sachs informa un rango de es-
timaciones, con diferentes suposiciones sobre el tipo y el alcance de las inversiones requeridas, entre 0,5 por
100 y 0,7 por 100 del PBI de los países ricos (Sachs, 2005: cap. 15). Véase también Collier, 2007: cap. II.
202 CHARLES R. BEITZ
bles para los agentes externos 14. Las posibilidades comienzan con dos casos lí-
mites. Uno es la autarquía; por hipótesis, aquí no existen otras razones en juego
más que aquellas de beneficencia. El otro caso es la interdependencia benigna,
en la cual las sociedades pobres y no pobres cooperan como iguales. En este
caso, las razones más importantes están relacionadas con la equidad de las tran-
sacciones individuales y de cualquier práctica e institución cooperativa que
existan. Sin embargo, estos casos extremos son poco probables. Existen diver-
sas posibilidades intermedias que son en general más probables, cuyas caracte-
rísticas espero que puedan ser sugeridas a través de rótulos descriptivos: por
ejemplo, interacción dañina 15, injusticia histórica 16, explotación sin daño 17, de-
pendencia política 18. Cada patrón suscita una clase distinta de razón para la ac-
ción: por ejemplo, no causar daño, compensar por los resultados del daño cau-
sado con anterioridad, no explotar la ventaja de negociación que uno posee,
respetar el interés en la autodeterminación colectiva. Esto no agota las posibili-
dades pero ilustrará la cuestión. Las relaciones que caracterizan las diferentes
díadas en que interactúan las sociedades pobres y las prósperas son diversas, no
sólo en los patrones de interacción de los cuales son instancias particulares, sino
también en las razones por las cuales estos patrones son moralmente relevantes.
Parece razonable conjeturar ―aunque sólo puedo presentarlo como una conje-
tura― que la mayoría de tales díadas están caracterizadas por uno o más de
estos patrones u otros que son igualmente relevantes. Excepto la autarquía, cada
patrón sugiere una razón diferente para actuar que surgiría para los ciudadanos
del país rico debido a la pobreza del país pobre. Esto significa que los miembros
de las sociedades prósperas probablemente tengan alguna razón para actuar con
el fin de reducir la pobreza o mitigar sus efectos en la mayoría de las sociedades
pobres con las cuales ellos de hecho interactúan, pero estas razones variarán en
fuerza y tal vez en las formas de acción para las cuales ellas son razones.
Dos consideraciones adicionales refuerzan esta conjetura. La primera está
vinculada con la incertidumbre. Existe desacuerdo sobre cuáles son las causas
de la pobreza y la riqueza de las sociedades. El desacuerdo se manifiesta a nivel
14
Uno podría pensar a este ejercicio como un intento de ser más específicos sobre los patrones de inte-
racción que existen en una economía mundial cuya estructura permite diversas formas de interdependencia
entre las sociedades pero que carece de las propiedades de cierre y totalidad que se aplican a un sistema au-
tárquico, internamente interdependiente. Comparar con Julius, 2006: 189-190.
15
Simplificando de modo excesivo: un país rico comercializa con un país pobre e invierte en él. Como
resultado de su participación en estas relaciones las personas en el país pobre se encuentran en una posición
peor que aquélla en la que hubieran estado en ausencia de la relación (el impacto en el país rico no importa).
16
Hubo interacción dañina en el pasado. Hoy existe una interdependencia benigna. Pero como resultado
de las interacciones pasadas la posición del país pobre en la actualidad es peor de lo que hubiera sido si la
interacción dañina no hubiera tenido lugar.
17
Un país rico comercializa con un país pobre e invierte en él. Como resultado, ambos están en mejor
posición de lo que hubieran estado en una situación de autarquía, pero la ganancia del país pobre es menor
que su parte equitativa del producto social de la relación. Alan J. Wertheimer denomina a este patrón de in-
teracción «explotación mutuamente ventajosa» (1996: 14).
18
El cese de sus relaciones económicas sería asimétricamente costosa para el país pobre. La vulnerabi-
lidad que esto produce hace que el país pobre sea incapaz de defender sus intereses de manera efectiva.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 205
19
Una manera de percibir esto es considerar las dificultades que se encuentran al diseñar una teoría del
crecimiento económico capaz de explicar las diferencias al interior de los países en los índices de crecimien-
to en términos lo suficientemente específicos como para guiar la confección de políticas. Existe un examen
instructivo en el trabajo de Rodrik, 2007: cap. I.
20
Agradezco a Thomas Pogge por esta observación.
21
Sobre el último punto, véase Green, 2002: 79-95.
206 CHARLES R. BEITZ
tanto con sistemas electorales no competitivos (esto es, de partido único) como
con sistemas electorales competitivos 24. Puede que en algún momento hayan
parecido demasiado ambiguas como para imponer algún límite significativo 25.
Sin embargo, desde el fin de la Guerra Fría la idea de que el derecho internacio-
nal incluye un derecho a un gobierno democrático ha ganado adeptos (Fox,
1992: 539-608; Franck, 1992: 46-91) 26. El Comité de los Derechos Humanos
interpreta que el pacto establece un «derecho a la democracia» y ha presentado
un análisis detallado de sus exigencias (ONU, Comité de Derechos Humanos,
1996). Actualmente existe un patrón de acciones internacionales que buscan
promover el surgimiento y apoyar el desarrollo de movimientos y regímenes
democráticos, y proteger a los gobiernos democráticos establecidos frente a las
amenazas internas (Rich, 2001: 20-34) 27. Aunque no es una opinión unánime,
actualmente, la idea de que existe un derecho humano a instituciones democrá-
ticas es un lugar común en la doctrina y la práctica internacional.
Un derecho humano a instituciones democráticas sería diferente de los de-
rechos en contra de la pobreza de un modo que explica por qué surgen algunas
dificultades distintivas acerca de su justificación. Los derechos en contra de la
pobreza exigen la protección de una serie de intereses urgentes pero dejan sin
especificar el modo en que deberían ser protegidos. Las principales cuestiones
se refieren a las razones por las que diversos agentes deberían contribuir a
afrontar los costos de la protección de estos intereses y a la disponibilidad de
estrategias potencialmente efectivas de acción internacional. Por el contrario,
un derecho a la democracia política no sólo exige la protección de ciertos inte-
reses subyacentes sino que también prescribe un tipo particular de mecanismo
institucional para dicho propósito. Las dificultades que consideraremos se
ubican en el espacio que existe entre los intereses subyacentes y los principios
institucionales. Estas dificultades muestran que los intereses que un derecho
humano intenta proteger pueden ser adecuadamente generales sin que la forma
de protección incorporada en el derecho sea similar en ese aspecto.
Existen dos dificultades principales. Ellas son formas de un problema más
general que surge al intentar generalizar las posiciones conocidas sobre los
fundamentos morales de las instituciones democráticas para extenderlas a esce-
narios sociales que difieren de los que estas perspectivas presuponen. En el
primer caso, las diferencias conciernen a las condiciones materiales y a los
grados de desarrollo económico de las sociedades. En el segundo caso, las di-
ferencias están relacionadas con las normas de legitimación política imperan-
24
«Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país […] La voluntad del pueblo es la
base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán
de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual» (DUDH, art. 21).
25
«[...] es axiomático, hasta ahora por lo menos, que el derecho internacional no garantiza gobiernos
representativos, y menos aún democráticos» (Steiner, 1998: 55).
26
Para una perspectiva escéptica, véase Roth, 1999: cap. 8.
27
Un estudio ha contado en la década de 1990 trece casos de acción internacional para proteger o res-
taurar regímenes democráticos que enfrentaban amenazas locales (Halperin y Lomasnay, 1998: 134-147).
208 CHARLES R. BEITZ
tes. La reflexión sobre estas dificultades converge en una duda sobre si una
doctrina pública de los derechos humanos debería incorporar en sus exigencias
institucionales, protecciones tan específicas como un derecho a instituciones
democráticas.
La justificación más conocida de las instituciones democráticas tiene una
estructura instrumental 28. Explica el carácter deseable de las instituciones de-
mocráticas en términos de los resultados que, construidos de modo amplio,
probablemente producirán. Esto es así, por ejemplo, en las posiciones de J. S.
Mill y John Rawls. Mill sostiene que las instituciones populares son deseables
porque tienen mayor probabilidad que otras instituciones de proteger los inte-
reses presentes de las personas y porque la actividad de la participación política
alienta en los ciudadanos el desarrollo de un carácter vigoroso y responsable
(Mill, [1861] 1977: cap. 3, 404) 29. La descripción de Rawls de la justicia polí-
tica como un caso de «justicia procedimental imperfecta» es formalmente simi-
lar, aunque adopta una concepción diferente de los resultados a los cuales las
instituciones políticas justas deberían apuntar (Rawls, 1971-1999: § 36) 30.
Quienes consideran a la democracia como un valor universal a menudo se
apoyan en una generalización de este tipo de posición. Amartya Sen, por ejem-
plo, afirma que las instituciones democráticas son preferidas, en parte, porque
ellas posibilitan que las personas actúen eficazmente en la protección de sus
intereses más importantes. Para ilustrar el argumento, se refiere a un estudio
acerca de las causas de las hambrunas que demuestra que ningún país democrá-
tico independiente con una prensa razonablemente libre jamás ha sufrido una
hambruna importante. Él cree que la explicación de esto se encuentra en los
incentivos creados por el mecanismo electoral: «La democracia [extiende] las
consecuencias de la hambruna a los grupos dirigentes y a los líderes políticos
[…]. Esto les brinda el incentivo político para tratar de prevenir cualquier
hambruna de la que exista amenaza, y debido a que la hambruna es de hecho
fácil de prevenir […] las hambrunas que se aproximan se previenen decidida-
mente». No es inconsistente sostener que las instituciones democráticas tienen
también otros tipos de valores y, de nuevo al igual que Mill, Sen sostiene que
la práctica de la democracia, al alentar y recompensar la participación activa y
crítica en la vida pública, promueve un interés más amplio en el desarrollo
(Sen, 1999: 146-159, 178-184) 31.
28
Existen también otras posiciones acerca de los fundamentos morales de las instituciones democráti-
cas incluyendo, de manera importante, posiciones procedimentales que derivan las exigencias democráticas
para las instituciones de una concepción de equidad política. Creo que estas posiciones están sujetas a dudas
similares sobre su carácter generalizable, pero no puedo discutir el tema aquí.
29
Para una exposición véase Thompson, 1976: cap. I.
30
Rawls también sostiene que el razonamiento instrumental sobre los elementos esenciales de la cons-
titución debería estar restringido por consideraciones igualitarias (el «principio de igual libertad»).
31
La cita es de la pagina 180 (cursiva original). Comparar con Dréze y Sen, 1999: 7-8. Un argumento
instrumental similar (aunque diseñado con relación a los «derechos básicos») se puede encontrar en Shue,
1996: 75-77.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 209
32
Con respecto a Mill, véase Mill, 1861: cap. 4, y los comentarios sobre las circunstancias en las
cuales un gobierno despótico podría ser ventajoso, hacia el final del cap. 2. Con respecto a Rawls, véase
Rawls, 1971-1999: §§ 11 y 39.
33
Por ejemplo, por Allen Buchanan, 2004: 143-144, y William J. Talbott, 2005: 150-151.
34
Para una discusión, véase Manin et al., 1999: 42-43.
210 CHARLES R. BEITZ
de una forma política «híbrida», menos conocida, que combina algunas carac-
terísticas de las instituciones democráticas con patrones de gobierno persona-
lista que perpetúan la influencia de elites arraigadas y que son relativamente
indiferentes a las demandas populares de cambios de políticas. Estos tipos de
regímenes pueden exhibir una variedad de patologías políticas, incluyendo
inestabilidad política doméstica, una tendencia a violar los derechos personales
y civiles de sus habitantes, y una tendencia a adoptar políticas externas agresi-
vas que conducen a la guerra 39.
¿Qué se sigue con respecto a la pregunta de si existe un derecho humano a
la democracia? Es menos frecuente que regímenes democráticos estables ten-
gan lugar en sociedades pobres, pero es difícil de distinguir el desempeño
económico de aquellos regímenes democráticos que sí existen, del desempeño
económico de los regímenes autoritarios en sociedades que en otros aspectos
son comparables. Además, si se consideran todos los regímenes democráticos,
éstos tienden a exhibir un nivel más alto de respeto por las libertades civiles y
políticas. De este modo, una posición posible consiste en sostener, todas las
cosas consideradas, que las instituciones democráticas probablemente se des-
empeñan al menos tan bien como otros tipos de instituciones en la mayoría de
las sociedades. Si esto es así, entonces es una razón para generalizar el argu-
mento instrumental a favor de las instituciones democráticas.
Sin embargo, esto puede ser demasiado optimista. Existen dos puntos a
considerar. Primero, las conclusiones sobre el desempeño económico y político
de los regímenes son generalizaciones que se extraen a partir de la suma de
muchos casos. Supongamos que se nos pide elegir, sobre la base de estas con-
clusiones, si sería mejor vivir en un régimen democrático o en uno autoritario,
sabiendo solamente que la sociedad de uno es pobre según los estándares glo-
bales. Sin saber más sobre la distribución de los casos de acuerdo con alguna
medida agregada de expectativas y sobre la distribución de las expectativas
dentro de los casos, uno no sabría cómo elegir. El peor resultado de una elec-
ción por la democracia podría ser significativamente peor que el resultado del
peor de los casos de una elección por el autoritarismo. O la mediana estadística
de las expectativas en el caso de la democracia podría ser más baja que en el
caso del autoritarismo. No sabemos si estas posibilidades son reales o solamen-
te hipotéticas. Pero el hecho de que no puedan ser descartadas significa que las
conclusiones presentadas arriba no resuelven la cuestión del fundamento empí-
rico de la tesis de la generalización. Las incertidumbres empíricas son demasia-
do grandes 40.
39
Hasta el momento ha habido poco estudio sistemático del desempeño de regímenes democráticos
híbridos pero no totalmente consolidados. El trabajo reciente más importante es el de Edward D. Mansfield
y Jack Snyder (2005: cap. 3 passim). Comparar con Carothers, 2007: 12-27. Sobre el desempeño de las
políticas de regímenes democráticos recientemente establecidos, véase Rodrik y Wacziarg, 2005: 50-55.
Sobre el respeto de los derechos humanos, véase Davenport y Armstrong, 2004: 551-552.
40
Agradezco a Robert Taylor por ayudarme a ver esta cuestión.
212 CHARLES R. BEITZ
43
Tomo prestado de Brian Barry, quien escribe que en cualquier procedimiento democrático «las pre-
ferencias de los ciudadanos guardan cierta conexión con el resultado». Como él explica, esto descarta «los
casos en los que el proceso de toma de decisión es de facto afectado por las preferencias de los ciudadanos
pero no en virtud de ninguna regla constitucional» (Barry, 1989: 25-26).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 215
44
Hay dos puntos en una jerarquía consultiva decente rawlsiana en los cuales una conexión así podría
existir: en la selección de los representantes de un grupo y en la elección de políticas públicas. Los comenta-
rios descriptivos de Rawls son vagos en lo que se refiere a detalles institucionales, pero no parece que los
individuos tengan derechos a ejercer una porción de control (aunque tienen derecho a opinar) en la elección
de aquellos que están autorizados a representar a sus grupos en el proceso consultivo. Y aun si existieran
disposiciones para elegir a los representantes de los grupos, allí no parece haber ninguna regla constitucional
que exija que las preferencias expresadas por estos representantes deban determinar las elecciones de las
políticas públicas (aunque, una vez más, pueden influenciarlas) (Rawls, 1999: 71-78).
216 CHARLES R. BEITZ
45
Henry Shue me ha enfatizado este punto.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 217
46
Además, quienes redactaron la declaración hicieron considerables esfuerzos para evitar la terminolo-
gía de «derechos del hombre» y para redactar los derechos humanos como pertenecientes a «cada uno» y a
«todos» en lugar de a «todos los hombres», un esfuerzo inusual en esa época. El delegado indio, Hansa
Mehta, Eleonor Roossvelt y los representantes de la Unión Soviética fueron quienes insistieron más vigoro-
samente sobre el asunto (Glendon, 2001: 90, 111-112).
47
La disposición paralela que se encuentra en la Convención Internacional sobre la Eliminación de
Todas las Formas de Discriminación Racial ―a partir de la cual se dio forma a la CEDCM― culmina con la
frase «o cualquier otra esfera de la vida pública» (CIEDR, art. 1, cursiva añadida).
48
Véase, por ejemplo, Bunch, 1990: 487-492. Existe un intento por remediar la omisión en ONU,
Asamblea General, 1994, la cual por supuesto no tiene la fuerza de derecho internacional.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 219
49
ONU, Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, «Ratifications and Reservations»
(http://www2.ohchr.org/english/bodies/ratification/index.htm) (consultado el 2 de noviembre de 2008).
50
Por ejemplo Charlesworth y Chinkin, 2000: 232; Okin, 1998: 36. Agradezco a Susan Okin las con-
versaciones esclarecedoras sobre este tema.
220 CHARLES R. BEITZ
51
Como por ejemplo, en la descripción dada por Talbott, 2005: cap. 5.
222 CHARLES R. BEITZ
52
Para un análisis de caso de las sociedades musulmanas, véase Mayer, 2007: 1-27 (http://www.be-
press.com/mwjhr/) (consultada el 26 de julio de 2008).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 223
cuales se brinda protección, no tienen que ver con los intereses subyacentes en
sí mismos).
Quizás, sin embargo, la probabilidad de conflicto con las normas tradicio-
nales justifica brindar una garantía limitada a los derechos humanos de la
mujer. Alguien podría creer, por ejemplo, que aunque la protección igualitaria
de intereses «centrales» como los relacionados con la seguridad física, la sub-
sistencia material y la elemental dirección de uno mismo es un objetivo legí-
timo de la práctica de los derechos humanos, no sería legítimo buscar promo-
ver una igualdad de estatus más amplia para las mujeres. Esto se podría
considerar como una aspiración específicamente liberal 53. Pero aun en esta
forma modificada es difícil defender esta posición. La fuerza del argumento
que tiene su origen en la igual importancia de los intereses subyacentes se
extiende considerablemente más allá de estas protecciones «centrales». Con-
sidérese, por ejemplo, el trato que reciben las mujeres en las leyes que regulan
el matrimonio, el divorcio y la herencia. Los intereses en la libertad, que están
involucrados en las leyes de matrimonio y de divorcio y los intereses en la
seguridad y la subsistencia, que están involucrados en las leyes que regulan la
propiedad y la herencia no difieren en naturaleza o urgencia según el género.
Lo mismo se puede decir de los intereses protegidos por los derechos a la
participación política, al acceso a la educación y al empleo. En cada caso, el
peso del argumento está dado por las razones que explican por qué los intere-
ses protegidos deberían ser considerados importantes junto con juicios prag-
máticos sobre los tipos de amenazas ante las cuales estos intereses son nor-
malmente vulnerables. El único rol desempeñado por el valor de la igualdad
es enfatizar que los casos que no son relevantemente diferentes deberían ser
tratados como iguales.
Se podría decir que la urgencia de los intereses protegidos no es la caracte-
rística cuya variación permite que las políticas públicas traten a las mujeres de
manera diferente que a los hombres en (al menos algunos de) los aspectos en
los cuales la doctrina de los derechos humanos exige igual tratamiento. Tal vez
la característica relevante es la deseabilidad de las formas particulares de pro-
tección que podrían ser suministradas para brindar protección frente a las ame-
nazas a estos intereses. Esta, podría decirse, está influida por características
contingentes de una sociedad y su cultura. Así, por ejemplo, aunque se podría
admitir que no existen diferencias de género en la importancia que posee el
interés en dirigirse a uno mismo, las convenciones de una sociedad pueden ser
tales que no sea necesario, digamos, asegurar el igual acceso a hombres y mu-
jeres a (todos los tipos de) empleo con el fin de proteger este interés: tal vez
53
«[L]os derechos humanos de la mujer y la igualdad de la mujer son temas distintos, si bien es cierto
que a veces se superponen, y […] necesitamos considerarlos por separado si queremos evitar transformar a
los derechos humanos en un sinónimo de todos los valores políticos que nosotros los liberales occidentales
atesoramos» (Miller, 2005: 82).
224 CHARLES R. BEITZ
des están relacionadas: sin los correspondientes cambios en las creencias y las
prácticas sociales es improbable que los cambios en el derecho y en la adminis-
tración sean exitosos (Thomas y Levi, 1999: 139-176).
La cuestión sobre la cual estos ejemplos llaman la atención es si, en los
casos de incumplimientos a nivel doméstico, existen estrategias de acción dis-
ponibles para los agentes externos que tengan perspectivas razonables de éxito,
y que no sean objetablemente invasivas. Sería fácil suponer que no. Los cam-
bios en los patrones de creencias que están arraigados en una cultura, o para el
caso, en conductas habituales dentro de la práctica legal y administrativa que
se encuentran culturalmente aprobadas, es un proceso lento y complejo. Este
proceso no está bien comprendido, y las barreras epistémicas que enfrentan los
agentes externos que buscan influenciarlo son importantes. Además, los me-
dios de influencia que están disponibles pueden parecer rudimentarios e inade-
cuados para la tarea. La inferencia es que el incumplimiento por parte de un
gobierno con los elementos de la doctrina de los derechos humanos de las
mujeres que exigen esfuerzos para generar un cambio cultural sustancial, no
provee una razón para que los agentes externos actúen porque no existe una
estrategia de acción plausiblemente eficaz para la cual el incumplimiento po-
dría ser una razón. Pero si esto es correcto, entonces estos elementos no satis-
facen una de las condiciones para justificar los derechos humanos establecidas
en nuestro esquema: ellos no son, de manera apropiada, asuntos de preocupa-
ción internacional.
¿Es correcta la inferencia? No creo que pueda ser descartada. Es difícil
concebir una plausible estrategia eficaz de acción internacional o transnacional
que pudiera inducir a un gobierno recalcitrante a asumir políticas con una razo-
nable posibilidad de modificar «los patrones socioculturales de conducta de
hombres y mujeres […] que estén basados en la idea de la inferioridad o supe-
rioridad de cualquiera de los sexos o en roles estereotipados de hombres y
mujeres» [CEDCM, art. 5(a)]. De hecho, ni siquiera es evidente qué podría
considerarse como una acción de ese tipo. Esto, por supuesto, no equivale a
decir que los cambios sociales y culturales en cuestión no son importantes.
Pero se supone que los derechos humanos son asuntos de preocupación inter-
nacional, y si no existen medios factibles para expresar esta preocupación en la
acción política, entonces tal vez en este sentido la doctrina de los derechos
humanos de las mujeres se ha extralimitado.
Por otro lado, es importante tomar en consideración los aspectos en los
cuales la práctica de los derechos humanos se ha desarrollado más allá del pa-
radigma jurídico que tenían en mente quienes la diseñaron. Como señalé con
anterioridad, los derechos humanos han llegado a funcionar no sólo como es-
tándares legales y como objetivos para la política exterior, sino también como
valores políticos que dan forma y motivan la acción por parte de grupos no
gubernamentales que cuentan con participantes del propio Estado y también
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 227
57
Esto se muestra claramente en el estudio antropológico de Sally Engle Merry (2006), especialmente
en el capítulo 7. Comparar con Talbott, 2005: 108-110. Véase también Keck y Katheryn, 1998: 165-198.
228 CHARLES R. BEITZ
derechos humanos que invitan al escepticismo con una concepción que tenga
una actitud más favorable hacia los objetivos y el comportamiento de la prácti-
ca existente sin sacrificar la capacidad de criticarla. Ahora que contamos con
una concepción como ésa, las principales líneas de respuesta a los escépticos
deberían ser evidentes.
Algunos tipos de escepticismo son básicamente conceptuales. Parten de lo
que consideran que es una idea independientemente plausible de los derechos
humanos universales y sostienen que por una u otra razón, algunos o todos los
derechos humanos de la doctrina internacional no pueden adecuarse a ella. Un
ejemplo es la posición escéptica que se asienta en la creencia de que es inheren-
te al concepto de un derecho que deba existir una institución con competencia
para resolver las disputas y garantizar su cumplimiento efectivo. Otro ejemplo,
es el que surge de suponer que los derechos humanos, al igual que los derechos
naturales, deben ser justificables con relación a las características que poseen
los seres humanos «como tales». En ambos casos nuestra réplica consiste en
mostrar que la práctica existente contiene una concepción diferente que la
adoptada por el escéptico y se encarga de problemas diferentes.
Otros tipos de escepticismo son básicamente normativos. Se expresan a sí
mismos por medio de dudas sobre si los derechos humanos deberían guiar la
acción política, ya sea porque (algunas) violaciones son tales que no pueden ser
evitadas o corregidas por alguna estrategia que de manera realista esté a dispo-
sición de los agentes internacionales o transnacionales, o porque ninguno de
estos agentes tendría una razón suficiente para llevar a cabo ninguna estrategia
que tenga una probabilidad razonable de éxito. Hasta cierto punto estos tipos de
escepticismo pueden ser refutados mostrando que ellos también dependen de
ideas de los derechos humanos recibidas de antemano, que están enfrentadas
con la idea que está implícita en la práctica. Esto es verdad, por ejemplo, con
relación a las posiciones que tratan a los derechos humanos como fundamentos
de reclamos para lograr el disfrute inmediato de la sustancia de un derecho. Es
también verdad en relación con posiciones que sostienen que los derechos hu-
manos deben ser lo suficientemente urgentes como para que sus violaciones
puedan justificar una intervención coercitiva como medida preventiva o correc-
tiva. Concebidos según el modelo de dos niveles, los derechos humanos son más
elásticos en ambas dimensiones. Aquí, al igual que antes, el efecto de mostrar
una concepción de los derechos humanos que está más en armonía con la prác-
tica existente es que se plantee la pregunta de por qué deberíamos aceptar la
posición recibida de antemano como base para criticar el contenido y el alcance
de la práctica. ¿Por qué no considerar dogmática a una crítica de este tipo?
Las formas de escepticismo normativo más desafiantes discuten si los
agentes externos típicamente tienen una razón suficiente para actuar cuando los
derechos humanos son violados por los gobiernos. En algunos casos, por ejem-
plo, puede parecer que las consideraciones acerca de los intereses de los poten-
232 CHARLES R. BEITZ
ciales beneficiarios son insuficientes para explicar por qué algún agente en
particular podría tener una responsabilidad de actuar. Alternativamente, puede
parecer objetable que agentes externos hagan valer los derechos humanos en
sociedades donde sus exigencias son incompatibles con las creencias religiosas
y morales dominantes en la cultura local.
Para comenzar con la primera de estas formas de escepticismo, puede se-
ñalarse que es cierto que el discurso de los derechos humanos a veces está
excesivamente orientado hacia el beneficiario. Usualmente es más fácil expli-
car por qué gozar de un derecho determinado sería algo bueno para los bene-
ficiarios que articular una razón suficientemente plausible para que los agentes
externos actúen cuando un gobierno viola el derecho o fracasa en remover los
obstáculos para su goce. Como he argumentado, en general una respuesta para
la primera pregunta puede no bastar para la segunda. Sin embargo, no es claro
que no sea posible brindar ninguna otra respuesta a la segunda pregunta. En
algunos casos, las condiciones de «beneficencia fuerte» explicarán por qué los
agentes externos tienen razones para actuar particularmente fuertes; en otros
casos la apelación a características de una relación presente o pasada entre el
potencial beneficiario y el potencial contribuyente o suministrador puede ser
lo indicado. Si se considera a los derechos humanos como normas de nivel
medio diseñadas para un cierto tipo de práctica, el hecho de que en diferentes
circunstancias estén disponibles diferentes tipos de razones para proteger un
interés, no da sustento para afirmar que la protección no sea apropiada como
objeto de un derecho humano. La pregunta pertinente es si pueden ofrecerse
razones que sean del tipo apropiado para explicar por qué los agentes externos
deberían actuar para proteger un determinado derecho en las diversas circuns-
tancias en las cuales se podría esperar que los gobiernos lo amenacen u omitan
protegerlo. Sin ofrecer una respuesta exhaustiva, he intentado mostrar por qué
las perspectivas de obtener una descripción satisfactoria son mejores de lo que
podrían parecer si se adoptase alguna de las concepciones recibidas de ante-
mano.
Subsidiariamente, la cuestión es por qué un aparente conflicto con las nor-
mas locales debería desacreditar a un valor como fundamento para la acción
internacional si el valor satisface las condiciones sustantivas que justifican que
sea un derecho humano. El mero hecho de que exista conflicto no es una razón
para que una protección sea descalificada como un derecho humano; los ejem-
plos de una cultura política racista y una sociedad opresivamente patriarcal
ponen este punto en evidencia. Al reflexionar sobre ella, la objeción en contra
de actuar para proteger los derechos humanos en los casos en los que éstos
están en conflicto con las normas locales a menudo parece ser una objeción en
contra de ciertas formas de acción en lugar de una objeción en contra de sus
objetivos genéricos ―por ejemplo, en contra del uso de medios coercitivos
para intentar producir cambios en las normas prevalecientes en una socie-
dad—. Sin embargo, en este tipo de casos también están normalmente dispo-
CONCLUSIÓN 233
2. PATOLOGÍAS
Estos tipos de escepticismo son básicamente teóricos. Existe también un
tipo de escepticismo más político, que surge al reflexionar sobre el hecho de
que la práctica de los derechos humanos se ha desarrollado y opera en un con-
texto global con grandes desigualdades de poder político. La importancia de
este hecho puede ser oscurecida por una excesiva concentración de la atención
sobre los instrumentos jurídicos y las instituciones del sistema de los derechos
humanos, los cuales transmiten la impresión de que la autonomía respecto del
contexto político es mayor de la que realmente existe. Lo que importa, se po-
dría decir, no es la práctica discursiva abstraída de su contexto sino la práctica
como en realidad opera, influida, como seguramente lo está, por la distribución
global de poder. Pero considerada desde esta perspectiva, puede parecer que la
práctica no es progresista o ni siquiera benigna; por el contrario, puede parecer
234 CHARLES R. BEITZ
que funciona principalmente como un mecanismo por el cual los actores pode-
rosos promueven sus intereses estratégicos ―es decir, como un instrumento de
dominación en vez de liberación—. Incluso se podría sostener que los derechos
humanos legitiman una estructura político-económica global que genera fuer-
zas hostiles a los valores que supuestamente son protegidos por los derechos
humanos— 1.
Es tentador responder que lo que provoca la crítica es el mal uso público de
un lenguaje normativo en vez de los principios expresados en ese lenguaje o el
lenguaje en sí mismo. Si esto es así, como frecuentemente lo es, entonces como
un asunto de teoría política la crítica podría parecer tener poco interés. Pero
responder de este modo pasaría por alto el núcleo de la crítica. Los derechos
humanos son debido a su diseño una doctrina pública y el hecho, si es que re-
sultase ser un hecho, de que esta doctrina induzca al mal uso sistemático de
manera tal que se obstruyan los propósitos que la práctica intenta promover,
sería algo que no deberíamos ignorar 2.
La crítica política recuerda lo que a veces se dice sobre las consecuencias
contraintuitivas de la aplicación de doctrinas de derecho internacional progre-
sistas propuestas en la última era imperial. A fines del siglo xix, por supuesto,
existían diversos imperios de hecho existentes o que pretendían serlo, mientras
que hoy existe, por el momento, a lo sumo uno sólo. Además, la forma y la
sustancia del imperio eran diferentes; de hecho, la idea de imperio puede que
ya no sea muy esclarecedora como una caracterización de la estructura del
poder global. Pero sin embargo la analogía puede ser sugerente. En el período
anterior, de manera general se consideraba que el derecho internacional era una
fuerza progresista dentro de una estructura política global en la cual el poder
estaba distribuido de manera desigual. Las normas jurídicas eran, entre otras
cosas, mecanismos por los cuales se podía regular las consecuencias de esta
desigualdad. Muchos de los juristas internacionales de la época eran críticos de
las políticas coloniales de los gobiernos europeos. Ellos sostenían, por ejemplo,
que bajo el principio de soberanía las potencias coloniales tenían que ocupar el
territorio, como cuestión de hecho, para disponer legítimamente de la autoridad
política, y que estaban obligados a hacerlo por el interés de sus habitantes.
Entendían la doctrina del «estándar de la civilización» como un medio a través
del cual estas potencias podrían cumplir con la responsabilidad de promover el
desarrollo del Estado de derecho y de una administración basada en el derecho,
lo que creían era esencial para cualquier sociedad progresista y moderna. Sin
embargo, retrospectivamente, como observa Martti Koskenniemi, los juristas
internacionales progresistas encontraron que sus ideas a menudo «resultaban
1
Véase, por ejemplo, Evans, 2005: cap. 2. Agradezco a Leif Wenar por ayudarme a ver la fuerza de
este tipo de escepticismo.
2
Para una posición similar y un estudio más exhaustivo de las patologías de los derechos humanos,
véase Kennedy, 2004: 3-36.
CONCLUSIÓN 235
3
Y de manera más general el capítulo 2.
4
Especialmente capítulos 1 a 2 y las citas en Mutua, 2002: 15, 10.
236 CHARLES R. BEITZ
normativa de las diferencias que existen entre los puntos de vista morales que
predominan en las diversas culturas, estas diferencias no son tan grandes como
para impugnar toda la empresa de los derechos humanos. La segunda, consiste
en señalar que no es objetablemente arrogante tener el objetivo de proteger
intereses que los supuestos beneficiarios tienen razones para considerar urgen-
tes, incluso si ellos de hecho no lo hacen. Por supuesto, podría ser razonable
poner objeciones a los medios elegidos para proteger los intereses amenazados;
como observé anteriormente, el uso de medios coercitivos debe satisfacer un
umbral particularmente alto de justificación. Pero en estos casos la objeción se
dirigiría a los medios, no a los objetivos, de la acción protectora.
Mientras que, por las razones presentadas con anterioridad, la primera de
estas respuestas me parece correcta, la segunda guarda un paralelo con el «es-
tándar de civilización» del siglo xix que no deberíamos ignorar. En ese momen-
to, los juristas internacionales creían que era obvio que las capacidades de
cualquier sociedad serían aumentadas, y que las vidas individuales tendrían
mejores perspectivas, con la introducción de lo que eran formas institucionales
históricamente específicas ―códigos legales escritos, derechos individuales de
petición, sistemas de administración pública mecanizados y basados en la ley,
etcétera—. Pero el intento de introducir estas formas no produjo de manera
segura los resultados que fueron previstos; a menudo, por ejemplo, generaron
corrupción y crearon oportunidades para la opresión por parte de gobernantes
coloniales y sus clientes locales. Podría decirse que la equivocación no ha sido
filosófica sino práctica: como lo expresa Koskenniemi, fue un fracaso al ver que
las «instituciones no traen adosadas a ellas la buena sociedad. Los mismos ti-
pos de gobiernos crean distintas consecuencias en diferentes contextos» (Kos-
kenniemi, 2001: 176-177).
no necesita negar que los intereses que serían protegidos o promovidos por
estas medidas, si fueran exitosas, sean intereses por los que los supuestos bene-
ficiarios tienen razones para preocuparse por ellos. El peso de la crítica yace en
otras consideraciones: por un lado, en la compatibilidad del remedio institucio-
nal con los valores morales y políticos ampliamente aceptados en la cultura
junto con las dificultades epistémicas que enfrentan los agentes externos al
hacer juicios sobre esto y, por otro lado, en la disponibilidad de estrategias que
sea probable que tengan éxito en la protección del derecho sin ocasionar daños
incidentales inaceptables. Allí donde estas clases de consideraciones precauto-
rias son acertadas, podemos de hecho tener razón para considerar que la doctri-
na de los derechos humanos se ha extralimitado.
Una segunda preocupación tiene que ver con el peligro de una subversión
política de la empresa de los derechos humanos, en un sentido más convencio-
nal. Las apelaciones públicas a los derechos humanos pueden ser usadas para
justificar medidas que en realidad pretenden alcanzar algún objetivo de política
exterior nacional 5. Por supuesto, existe un sentido en el que esto podría ser
tautológicamente cierto: si una de las principales potencias incluyese a la pro-
tección de los derechos humanos entre sus objetivos de política exterior, enton-
ces la acción política justificada sobre la base de los derechos humanos también
promovería los intereses de la potencia actuante. Sin embargo, lo que preocupa
a las personas no es este tipo de caso, sino más bien uno en el cual se invocan
consideraciones de derechos humanos con el fin de lograr apoyo para políticas
exteriores que persiguen un objetivo de seguridad nacional distinto al de la
protección de los derechos humanos.
Aquí, nuevamente, podríamos estar tentados a buscar analogías en el si-
glo xix. Posiblemente la comparación más repugnante es la formación del Es-
tado Libre del Congo por el Rey Belga Leopoldo, justificada meticulosamente
en términos humanitarios pero que, de hecho, fue la ocasión para instalar un
sistema destructivo de extracción de riqueza que puede haber producido
aproximadamente diez millones de muertes (Anstey, 1966: cap. 1) 6. La dificul-
tad que existe con la analogía es que ninguna instancia reciente de acción para
proteger a los derechos humanos se asemeja a este caso en la hipocresía de la
apelación a consideraciones humanitarias o en el carácter inmisericordioso de
la persecución de lo que era de interés para la potencia. Los casos recientes más
prominentes ―por ejemplo, las intervenciones humanitarias en los Balcanes―
son vistos con mayor precisión si se los percibe como motivados por una mez-
cla de objetivos, que incluyen intereses vinculados con la seguridad y también
un deseo de proteger a los derechos humanos. Parece claro que el último deseo
era genuino en al menos algunos de los que participaron y apoyaron las deci-
5
Chris Brown sostiene, por ejemplo, que «el cumplimiento de los derechos humanos está determinado,
en la práctica, por los objetivos de política exterior de las principales potencias» (Brown, 1999: 115).
6
El número de muertos es especulativo; véase Hochschild, 1998: 225-233.
238 CHARLES R. BEITZ
He descrito la práctica de los derechos humanos como parte del orden nor-
mativo global. Concluyo con un comentario sobre la naturaleza de un orden de
este tipo y lo que significa decir que los derechos humanos son parte de él.
El «orden normativo global» es el conjunto de normas que, en mayor o
menor medida, son ampliamente aceptadas como estándares reguladores de la
conducta en diversas partes del espacio político global. Algunas de las normas
son semejantes a leyes ―por ejemplo, aquellas establecidas por tratados y las
incorporadas en patrones muy antiguos de prácticas internacionales consuetu-
dinarias—. A otras normas se las concibe mejor como principios o normas de
trasfondo ―ellas son ampliamente aceptadas, aunque no unánimemente, como
estándares prácticos críticos disponibles públicamente, a los que los agentes
pueden recurrir para justificar y criticar las acciones y las políticas propuestas
o llevadas a cabo (o no llevadas a cabo) por los gobiernos—. Los derechos
humanos, tal como los he caracterizado, son un tipo de norma trasfondo.
Por supuesto, los derechos humanos también están incorporados en el de-
recho internacional de los tratados. Según algunos especialistas, algunos dere-
chos humanos ―tal vez aquellos articulados en la declaración de 1948― tam-
bién se han convertido en parte del derecho internacional consuetudinario en
virtud de su aceptación en la práctica jurídica internacional de los Estados
(Meron, 1989: cap. 2) 13. Entonces ¿por qué describirlos como normas de tras-
fondo en vez de simplemente como reglas jurídicas (o protojurídicas)? Existen
varias razones. Primero, el contenido de las normas ―es decir, las exigencias
13
Jack L. Goldsmith y Eric A. Posner adoptan una posición escéptica en Goldsmith y Posner, 2005:
132-133.
242 CHARLES R. BEITZ
que fijan para los agentes a los cuales se aplican― no es establecido por refe-
rencia a las denominadas «fuentes» del derecho internacional. En la medida en
que estas normas pueden ser vistas como jurídicamente vinculantes, su carácter
jurídico puede influir los juicios sobre su contenido, pero no será dispositivo.
Dada una interpretación de las funciones discursivas de los derechos humanos,
todavía podemos preguntar si existe una justificación para considerar que éste
o aquel valor tiene la fuerza normativa de un derecho humano en el razona-
miento práctico acerca de la conducta en la política global. De manera similar,
la naturaleza y el peso de nuestras razones para cumplir con una norma en
particular no se establecen al determinar si esta norma se considera apropiada-
mente una regla de derecho. Por supuesto, esto mismo sucede con las reglas
jurídicas en los sistemas jurídicos locales, pero el carácter menos desarrollado
del derecho internacional tiene como consecuencia que la cuestión de la obli-
gación de cumplir deba ser decidida de manera más sustancial sobre la base de
consideraciones de trasfondo del tipo discutido anteriormente. Tercero, cual-
quier cosa que se piense sobre el derecho en general o el derecho internacional
en particular, no es plausible, ni siquiera en apariencia, que los principios de un
orden normativo público deberían de algún modo estar disponibles (por ejem-
plo, en un código o ley dotada de autoridad) en una forma lo suficientemente
explícita para permitir que sean aplicados indiscutiblemente a otros casos que
no sean los más simples. Uno debería esperar que existiera espacio para un
desacuerdo razonable entre los miembros de una comunidad discursiva con
relación a los fundamentos y los contenidos detallados de sus normas y con
relación a su aplicación a los casos particulares. De hecho, como he enfatizado,
una de las funciones de estas normas es organizar el desacuerdo. Es una tenta-
ción común pensar en los principios públicos como si fueran reglas privadas de
toma de decisión sobre las que hemos llegado a un acuerdo; esto es una equi-
vocación a nivel nacional y lo es aún más a nivel global. Estos principios son
componentes de la vida pública, elementos de un sistema de discurso crítico en
el cual los agentes esperan que el razonamiento práctico de los demás sea in-
fluido por las consideraciones que ellos formulan y justifican apelando a las
normas, pero en el cual normalmente no esperan que las inferencias extraídas
sean netamente claras o indiscutibles.
Como señalamos en el último apartado, un tipo de escepticismo sobre los
derechos humanos deriva de reconocer que su doctrina y su práctica tienen lu-
gar dentro de un orden global caracterizado por amplias disparidades de poder.
Lo que se podría agregar aquí es que, incluso si el escepticismo puede ser evi-
tado, el modo en que uno entiende la naturaleza y los roles de las normas públi-
cas de la práctica puede ser afectado por este reconocimiento. Al escribir sobre
el derecho internacional en general, Martti Koskenniemi señala que, cuando
combinamos una conciencia de la apertura de las reglas jurídicas a recibir in-
terpretaciones opuestas con una comprensión de las diferencias imperantes en
el poder político entre los Estados, vemos que el participar en la discusión sobre
CONCLUSIÓN 243
las exigencias del derecho internacional puede ser una «técnica hegemónica»
―un proceso que busca «articular las preferencias políticas en forma de recla-
mos jurídicos que no pueden ser separados de las condiciones de disputa polí-
tica en las cuales se realizan» (Koskenniemi, 2004: 198)—. La idea es que los
actores buscan promover sus intereses proponiendo, para la resolución de
conflictos, interpretaciones ventajosas de las reglas jurídicas y de los princi-
pios. En presencia de desigualdades de poder políticamente significativas, los
Estados que tienen una influencia sustancialmente mayor en las instituciones
internacionales y en las prácticas en las cuales tiene lugar el conflicto normati-
vo, tenderán a prevalecer, y al hacer esto darán forma a las interpretaciones
prevalecientes del derecho. De ese modo, el derecho es usado para hacer aque-
llo que beneficia a las potencias más fuertes.
Sin embargo, no se sigue que no exista ningún fundamento para considerar
a algunas interpretaciones de las reglas jurídicas como más razonables que
otras. Al aprovecharse de los recursos que les brinda el derecho, los Estados se
reconocen entre sí como miembros de una comunidad jurídica y se someten a
cierta disciplina normativa. Como señala Koskenniemi, «[a]l participar en el
discurso jurídico, las personas se reconocen entre sí como portadores de dere-
chos y deberes, que tienen derecho a recibir beneficios por parte de otros o que
tienen obligaciones con respecto a otros, no por caridad o por interés sino por-
que tales derechos u obligaciones pertenecen a cada miembro de la comunidad
en esa posición» (Koskenniemi, 2004: 214) 14. Observaciones similares se apli-
can a las normas del orden global en sentido amplio, y particularmente a los
derechos humanos. Lo que es diferente en el caso de las normas globales de
trasfondo es que los escenarios en los que se discute son más diversos. El orden
normativo global encuentra su expresión en muchos contextos distintos con
grados de estructura y formalidad que varían. Los agentes que participan en
estos escenarios también son más diversos, consisten no sólo en representantes
de los Estados y las organizaciones internacionales sino además en individuos,
grupos no gubernamentales y otros actores corporativos. Por lo tanto, la contro-
versia sobre el contenido y la aplicación de las normas, puede parecer incluso
más probable y las perspectivas de alcanzar un acuerdo sobre cuál es el modo
adecuado de resolverla en cualquier caso individual, más remotas. No obstante,
al igual que en el caso del derecho, los agentes aceptan una cierta disciplina
normativa al aprovecharse de los recursos que les ofrece la práctica de los de-
rechos humanos. Advertimos esta disciplina al observar las funciones que la
idea de los derechos humanos cumple dentro de la práctica y los compromisos
que uno asume al participar en ella.
Estas observaciones ayudan a explicar por qué no es adecuado interpretar a
la idea de derecho humano como una idea moral fundamental en el sentido en
que algunas personas conciben a los derechos «naturales» o «fundamentales».
14
Cursiva original.
244 CHARLES R. BEITZ
Alston, P., 1984: «Conjuring up New Human Rights: A Proposal for Quality Control»,
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ÍNDICE ANALÍTICO
Zaidi, Sarah 25 n