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TERRENAL?1
Amor y embarazo
¿Qué es lo que había descubierto el autor y que tanto le preocupaba? Había
constatado que ciertas realidades de la vida, que deberían ser motivo de alegría para todos,
eran más bien causa de sufrimiento y de dolor. Tal vez muchos ni se daban cuenta, o las
consideraban como algo natural e inevitable. Él, sin embargo, ya no las soportaba, y se
revelaba ante esta situación.
Empezó a hacer una lista de estos males que iba descubriendo. En primer lugar tenía
una esposa, igual que sus vecinos y amigos. Y vio que algo tan bueno y hermoso como el
matrimonio, en la práctica era un instrumento de dominación. La mujer se sentía atraída por
el marido, pero él la consideraba un ser inferior, la privaba de ciertos derechos, la trataba
como a un objeto. ¿Por qué esa ambigüedad del amor? Y escribió: “Hacia su marido va la
apetencia de ella, pero él la domina” (Gn 3,16).
En segundo lugar, había visto cómo los embarazos de su mujer la esclavizaban y
aumentaban sus sufrimientos. Más aún, había presenciado el parto de sus numerosos hijos,
y en cada uno había visto gemir y padecer a su mujer inexplicablemente. ¿Por qué la
llegada de una nueva vida, motivo de alegría para el hogar, se hacía en medio de tantos
dolores? Y escribió: “Tantas son sus fatigas cuantos son sus embarazos. Con dolor debe
parir los hijos” (Gn 3,16).
El gran descubrimiento
Y el yahvista al llegar a este punto se preguntó: ¿por qué sufrimos todos estos
males? ¿De dónde han salido? Está convencido de que de Dios no pueden venir. Su fe le
enseña que Él es bueno y justo, que quiere el bien de los hombres, y que nunca habría
puesto como parte de la creación estas desgracias.
Quizás oyó muchas veces a amigos y vecinos decir: “¡Paciencia, hay que soportar.
La vida es así. Es la voluntad de Dios!”. Pero él se revelaba ante el hecho de buscar en Dios
y en su religión un justificativo de una falsa paciencia, que pacte con esta situación de
dolor. En esto él discrepa incluso con las otras religiones, que atribuían todos los males a la
acción directa de Dios. Para el yahvista no. Lo que estaban sufriendo todos no podía tener
la aprobación de Dios.
Y entonces, aunque con una mentalidad aún primitiva, llegó a un gran
descubrimiento: la situación en la que el pueblo de Israel y toda la humanidad se
encuentran, es en realidad una situación pasajera de “castigo”, es decir, una consecuencia
de nuestros pecados. Y por lo tanto somos los únicos responsables de lo que nos pasa.
Esta tesis, revolucionaria, tenía una doble ventaja. Por un lado significaba una
visión optimista y esperanzadora de la vida. En efecto, al no ser nada de esto querido
directamente por Dios sino “situación de castigo”, no se trataba de algo definitivo sino
provisorio y pasajero, de lo que se podía salir en cualquier momento. Y por otro, llevaba a
reflexionar sobre la parte de responsabilidad de cada uno en los males que aquejaban a la
sociedad.
Nace el Paraíso
Esta lista de males le sirvió, pues, al escritor sagrado para elaborar un elenco de lo
que serían los “castigos de Dios” a los primeros hombres (Gn 3, 14-19). Ella reflejaría la
situación en la que toda la humanidad vive actualmente.
Pero aún le faltaba resolver otro problema. Si el mundo, tal como estaba, no era
querido por Dios, entonces él no podía seguir consintiendo un mundo así. No era el plan
originario de Dios. ¿Y cuál era la voluntad de Dios para el mundo? Quería saberlo
exactamente, pues de lo contrario, no sabría cómo actuar.
Y ahí estaba el problema: el autor no lo sabía. Ignoraba cómo debía ser un mundo
funcionando según la voluntad de Dios. El sólo conocía este mundo equivocado, y ningún
otro.
Entonces, ¿qué hizo, para responder a semejante interrogante? Inspirado por Dios, tomó la
lista de males que había compuesto (Gn 3,14-19) e imaginó una situación inversa, de
bienestar, en la que no se daba ninguno de ellos. Ese sería el mundo ideal, querido por
Dios, y que nos estábamos perdiendo por culpa de nuestros pecados. El resultado de esta
elaboración imaginaria fue: el Paraíso.
En efecto, el Paraíso del Génesis no es sino la descripción de un estado de vida
exactamente opuesto a lo que el autor conocía y experimentaba todos los días en su vida.
La propuesta atrapaba
La tierra ya no está maldita. Es fértil y produce toda clase de árboles frutales,
exquisitos y llamativos (2,9). Ya no hay sequía, pues el riego está garantizado por un
inmenso río que baña el jardín, y que se divide en cuatro grandes brazos (2,10). ¡Nunca un
israelita había imaginado tanta agua junta!
El trabajo ya no es más motivo de fatigas y frustración. En el Paraíso la tarea es liviana:
cultivar el jardín y cuidarlo (2,15). Teniendo en cuenta la abundancia de agua que había a
mano, resulta un trabajo placentero.
Ya no hay enemistad entre el hombre y los animales. Al contrario, éstos existen para
acompañar al hombre, y son aquello que el hombre quiere que sean. Por eso se dice que él
“puso nombres a todos los animales creados por Dios”.
Por último en el Paraíso, Dios ya no infunde miedo. Es amigo de los hombres, “se
pasea por el jardín a la hora de la tarde” (3,8), y convive con ellos en la mayor intimidad,
sin que su presencia sea motivo de espanto ni los haga esconderse.
Pero Dios no cambió de idea, ni cambiará. Para el autor, el Paraíso no es algo que
pertenece al pasado, sino al futuro. No es una situación perdida que hay que recordar con
nostalgia, sino un proyecto al que hay que mirar con esperanza. Es como el modelo
terminado, la maqueta del mundo, que debe construir el hombre con su esfuerzo y su
sacrificio. Está colocado precisamente al comienzo de la Biblia, no porque haya sucedido al
principio, sino porque antes de proponer nada la Biblia, el hombre debe conocer hacia
dónde se encamina.
Para reflexionar
1) Así como el yahvista descubrió una lista de males que aquejaban a su sociedad,
¿cuál sería la lista de males que podemos descubrir hoy nosotros en la nuestra?
2) El yahvista no quiso atribuirlas directamente a Dios. Nosotros, ¿a quién solemos
atribuir los males que padecemos?
3) El yahvista elaboró un Paraíso, la sociedad ideal que deberían estar viviendo.
¿Cómo sería el Paraíso que deberíamos estar viviendo todos nosotros en nuestra
sociedad actual?
Para continuar la lectura
C. Mesters, Paraíso terrestre, ¿nostalgia o esperanza?, Bonum, Buenos Aires 1972.