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Boletín de la AVEPSO. 1986. Volumen IX. Número 1.

La función de la psicología política


Pablo Fernández Christlieb
El Laboratorio de Psicología Social
UNAM

I
Cualquier acontecimiento de la realidad, sea objetivo o subjetivo, conductual,
cognoscitivo, intelectual o vivencial, pasa a formar parte de la experiencia
social sólo cuando es capaz de encarnar en una palabra, gesto, marca, objeto,
etc., mediante el cual se preserva y generaliza, esto, es cuando se estabiliza en
un símbolo y, por lo tanto, forma parte de la comunicación de una colectividad.
Por acontecimiento se entiende: todo objeto de experiencia posible.
Los acontecimientos que por sus propiedades inherentes, así como por las
propiedades de los símbolos en uso, son susceptibles de comunicación, se
pueden considerar –atendiendo a su potencial- como comunicables.
Concretamente, el sentido común, los contenidos de la conciencia cotidiana,
representan el acumulado de acontecimientos que son perfectamente
comunicables, es decir perfectamente expresables, comprensibles,
interpretables, reconstruibles.
En principio, por lógica, se puede hablar, asimismo, de una serie de
acontecimientos que son, por el contrario, incomunicables: son todos aquellos
para los cuales no hay símbolos que lo identifiquen, o incluso símbolos que los
recreen, o más aún, símbolos que los provoquen. En general, son
incomunicables todos los acontecimientos que no caben dentro del sentido
común, por “extraños, ilógicos, irrealistas” o cualquier otro esoterismo.

II
En todo caso, y a todos los niveles, el desarrollo de las relaciones humanas,
desde la aparición del lenguaje y la conciencia, pasando por los sistemas
normativos diversos, hasta las grandes creaciones de la ilustración como, por
ejemplo, la universalidad, la libertad o la individualidad, son actos simbólicos,
frutos de la comunicación, que en sí mismo se hicieron comunicables.
El axioma que se desprende es: lo que es comunicable enriquece a la sociedad,
la desarrolla. Por lo opuesto, puede argumentarse que la preservación del
poder y sus derivaciones, por ejemplo el consenso conformista, se basan en la
ocultación (v. gr. Canetti, 1961; Textos Situacionistas, 1963), o sea, en el
manejo de lo incomunicable.

III
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La subjetividad social, o intersubjetividad, en general, es el resultado del


equilibrio entre lo comunicable y lo incomunicable.
La sociedad contemporánea, tendencialmente, ha restringido selectivamente la
comunicación, de forma que los símbolos sirven, cada vez más sólo para la
transmisión de informaciones, según un modelo cibernético, y para la
manipulación de objetos; y cada vez menos para expresar acontecimientos
propios del universo de la convivencia humana y sus problemáticas
existenciales.
Así, pues, en una primera aproximación muy genérica, la función de la
psicología política es analizar las condiciones y propiedades de la tensión entre
lo comunicable y lo incomunicable, así como el análisis de los procesos de
conversión o tránsito entre lo uno y lo otro. Goldmann (1980) hablaba de un
encogimiento de la conciencia, es decir, que actualmente la conciencia sólo
alcanza para entender demasiadas pocas cosas; a la psicología política le
corresponde investigar cómo se encoge y, sobre todo, cómo se puede ampliar
esta conciencia.

IV
Dentro de la realidad social, se pueden reconocer tres niveles (o
probablemente cuatro) de situaciones de acontecimientos comunicables e
incomunicables; llamémosles niveles de comunicabilidad.
Teóricamente, todos forman un continuo, cuyos polos son, por un lado, lo más
íntimo de lo incomunicable, y por el otro, lo más público de lo comunicable. A
continuación se describirán los tres niveles, a manera de secuencia (v.
esquema anexo).
Al primer nivele se le puede denominar personal. Aquí, lo incomunicable se
refiere a aquellos acontecimientos o experiencias de los individuos que, por
razones de la dinámica social, no pueden ser ni creados –en el caso de no
existir- ni construidos –en el caso de haber tenido lugar- por el sujeto en
cuestión; es, como puede advertirse, similar a lo que comúnmente se le llama
inconsciente, pero que cabria mejor llamar inobjetivable (v. Heller, 1977).
De cualquier manera, dichos acontecimientos son desconocidos totalmente,
incluso por el sujeto que los anida, debido a que carece de símbolos con qué
catalogarlos; al no poderle dar nombre o imagen a una experiencia, ésta no
puede ser puesta frente al sujeto, por así decirlo, para reconocerla y dominarla.
El hecho de que una persona requiera de símbolos para reconocer su propia
intimidad, se debe a que la conciencia está hecha principalmente de lenguaje,
de que el lenguaje sólo exista por la comunicación, y por lo tanto la conciencia
puede ser considerada como la comunicación de un individuo consigo mismo.
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En el caso de acontecimientos incomunicables, dicha comunicación no existe;


así, una serie de ideas, percepciones, o afectos posibles, no aparecen.
En el mismo nivel personal, en cambio, se da otra serie de acontecimientos,
igualmente íntimos, pero que el sujeto si reconoce, esto es, que en el
monologo -ese dialogo hacia adentro- son sabidos, tematizados, elaborados.
Estos sí son conscientes, objetivables, comunicables al interior del individuo.
Los acontecimientos están simbolizados, pero se les conserva en la intimidad y
no le son comunicados a nadie. Esto es lo comunicable en el nivel personal, y
lo conforman los afectos, temores, ideas íntimas que no se exteriorizan.
Ahora bien, lo que es comunicable en el nivel personal, constituye,
precisamente, lo incomunicable del nivel posterior, al cual podemos llamar
nivel interactivo. Aquí, lo incomunicable es lo intraindividual, y lo forman
aquellos acontecimientos interiores que el individuo reconoce pero no
exterioriza, por considerarlos incomprensibles o inconfesables para su
interlocutor: son éstos, los secretos que todos se llevan hasta la tumba, y que
resultan ser casi los mismos, puesto que son productos de normas, tabúes o
formas de lenguaje, propios de sociedades específicas.
Los sentimientos de inferioridad o las necesidades de aceptación, son ejemplos
de esta intraindividualidad.
Opuestamente, lo que sí es comunicable en el nivel interactivo es lo que tienen
contenidos transpersonales.
Esto es, aquellos acontecimientos que son validos de ser expuestos en las
relaciones interpersonales, que son comprensibles por los participantes de la
interacción y adecuados a la situación. Ejemplificarlos es sencillo, a saber: la
generalidad de las conversaciones que se suscitan en los grupos pequeños y
primarios, las que tienen lugar en las reuniones de familia, de café, de
esquinas, etc.
Ahora bien, estos acontecimientos que son comunicables en el nivel
interactivo, resultan de la mayor importancia en el tercer nivel, que podemos
llamar cultural, y que es donde resultan incomunicables, son justamente, los
acontecimientos que pertenecen al mundo de la vida privada.
En la vida privada se manejan a todo lo largo y ancho de la sociedad, aunque
atomizados en pequeños grupos, los temas fundamentales del drama de la
existencia: el problema de la vida y de la muerte, la preocupación por el
sentido del mundo y del genero, y la cuestión de las formas de convivencia
entre los seres humanos y la organización de la sociedad.
A fin de cuentas, como diría Moscovici (1984), lo que ocupa a la gente son
asuntos de corte metafísico, cuya solución se encuentra y recae,
concretamente, en una determinada organización de la sociedad. Lo que se
comunica en la vida privada es, de hecho, lo que atañe al problema de la
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comunicación misma, incluso, uno de los objetivos fundamentales de la


comunicación es, exactamente, preservar esa comunicación (v. Abravanel y
Ackermann, 1973).
Sin embargo, los acontecimientos de la esfera privada aparecen, a la luz de
ella misma, como imprácticos o fútiles para ser expuestos a la luz pública, en la
cual se vuelven incomunicables.
Lo que cabe pues, dentro de la vida pública, o sea, que es comunicable en el
nivel cultural consiste, sobre todo, en transmisión de información e intercambio
de mensajes, cuyo objetivo primordial es el de manipular la realidad objetiva,
dominar la naturaleza, con la mayor eficiencia posible; casos de esto son la
economía, la administración o la planificación.
Esto puede apreciarse en los grandes temas nacionales e internacionales
situados en las primeras planas, parlamentos y discursos oficiales, que definen
cuales han de ser los problemas, las crisis, las prioridades, los programas y las
soluciones de la sociedad: de esa misma sociedad que, a su vez –y en privado-,
tiene otras preocupaciones y alternativas tan distintas.
El nivel publico/privado aparece con la sociedad industrial, en un principio
como ámbito de discusión pública y política entre los diversos sujetos sociales,
y es sólo hacia finales del siglo pasado, merced a la intervención estatal en la
economía y la cultura, así como a la ideologización de la ciencia y la tecnología,
que dicha discusión se repliega a la esfera de la vida privada, dejándole a lo
público el inocuo carácter de “publicidad” que ahora tiene, (v. Habermas,
1968).
La oposición público/privado es, pues, de la mayor importancia para el curso
que siga la sociedad, y es una oposición presente en todos los ámbitos de la
vida social; expresiones de ella las podemos encontrar en las dicotomías de
moralidad y legalidad, espacio público y propiedad privada, tiempo libre y
trabajo asalariado.

V
Cabe subrayar que todos los niveles (en tanto estén descritos
comunicativamente) son sociales en el mismo grado, tal como lo destaco el
feminismo al declarar que “lo personal es político”. Evidentemente, el ciclo
concreto de este proceso de comunicabilidad se realiza con la conversión de lo
“inconsciente” –inobjetivable- en público. Sin embargo, la polaridad real, ahí
donde se sitúa el papel de la psicología política, está entre lo público y lo
privado, toda vez que la esfera de lo privado comprende a los niveles
anteriores; asimismo, es específicamente en el nivel cultural, donde se puede
tener incidencia en las instituciones y estructuras sociales (el probable cuarto
nivel) y, por lo tanto, aquí residen las posibilidades de acción humana en la
transformación social.
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El nivel público/privado aparece con la sociedad industrial, en un principio


como ámbito de discusión pública y política entre los diversos sujetos sociales,
y es sólo hacia finales del siglo pasado, merced a la intervención estatal, en la
economía y la cultura, así como a la ideologización de la ciencia y la tecnología,
que dicha discusión se repliega a la esfera de la vida privada, dejándole a lo
público el inocuo carácter de “publicidad” que ahora tiene (v. Habermas, 1968)
En este sentido cabe reaproximar la función de la psicología política (en forma
paralela, no sustitutiva de la anterior) cómo el análisis de los procesos de
conversión de lo público en privado, y viceversa, particularmente –dada la
premisa de la sociedad comunicativa- en el sentido del enriquecimiento de la
esfera pública.

VI
Desde el punto de vista psicosocial, la frontera entre la vida pública y la vida
privada, como toda distinción entre comunicable e incomunicable, está dada
por la existencia y calidad de los símbolos y significados en la cultura, es decir,
los diversos acontecimientos están marcados con símbolos y significados tales,
que sólo son transmisibles y comprensibles en una esfera, y no pueden ser
expresados ni entendidos en la otra: las cosas públicas no caben en la esfera
privada y las cosas privadas no caben en la esfera pública. El paso –o puente-
de una esfera a la otra, está determinado por un específico procesamiento
simbólico.
El proceso que convierte lo público en privado puede denominarse
ideologización; éste consiste en retirar del ámbito de la vida pública ciertos
acontecimientos y, por ende, en hacer que cada vez menos cosas sean
comunicables ahí. En rigor, consiste en el proceso mediante el cual los
símbolos (v. gr.: palabras, emblemas, sucesos, ideas) van perdiendo su
significado, y así mismo acontecimientos que pudieran tener un significado
relevante carecen de símbolos a través de los cuales expresarse. La dinámica
ideológica es la del desgaste de los símbolos de la vida pública; esto se logra
por la confusión y saturación de todos los símbolos disponibles para designar
cualquier significado incluso los incompatibles, por ejemplo: llamando
solidaridad a la sumisión, sumisión a la disidencia, disidencia a la solidaridad, y
así sucesivamente.
Este proceso de empobrecimiento cualitativo de la comunicación, de
desimbolización de la realidad social, es constatable empíricamente en la
publicidad comercial o la propaganda gubernamental, en las burocracias de
todo tipo y en la institucionalización administrativa de actividades de cualquier
índole (deportes, festejos, etc.
La demagogia, los clises, los slogans, o sea, las frases vacías, son el resultado.
Actualmente, y en general, el bagaje simbólico de la vida pública sólo alcanza
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para operaciones de tipo instrumental, propio más de una máquina de tomar


decisiones que de acuerdos entre ciudadanos.
El proceso opuesto puede denominarse politización, y consiste en que aquello
que es privado, se haga público (v. Moscovici, 1976), como sucedió con la
sexualidad a partir de Freud, o con los problemas de las mujeres a partir del
feminismo.
El objetivo de la politización es el de ampliar la esfera pública, de manera que
sea capaz de aceptar y tematizar los acontecimientos que a la fecha se
encuentran relegados a los privado, esto es, que sea posible, en última
instancia, someter a diálogo político abierto e irrestricto, cualquier propuesta
(v. gr. ideas, sentimientos, necesidades, visiones del mundo) de cualquier
sujeto social individuo, grupo, masa- con el fin de considerarla para su
aceptación o rechazo consensuales (v. gr. Habermas, 1973). Su dinámica es,
contrariamente a la de la ideología, la de la resignificación y resimbolización de
la realidad social, la de darle sentido a los acontecimientos que no lo tienen o
que lo han perdido.
Esta es una dinámica que nunca se ha detenido en la historia, pero cuya
constatación como fenómeno social es más infrecuente, puesto que se hace
notoria sólo por coyuntura, como en el caso de los movimientos
socioculturales.

VII
No obstante, hay reiterados indicadores de este proceso en cuanto tal. El más
representativo de todos parece ser el de la tarea poética, cuya dinámica se
ajusta puntualmente a la de la tarea política arriba nominada, según se puede
intuir a partir de la serie de citas, extraídas de la propia poesía, que a
continuación se acotan.
Ezra Pound define a la poesía como “palabras cargadas de sentido” (citado por
Molina, 1985), para T. S. Eliot (citado por Pacheco, 1980), el acto de hacer
poesía consiste en:

Una incursión en lo inarticulado


es decir, internarse en lo que no tiene símbolo, con el objeto de
recobrar lo que se ha perdido
y encontrado y perdido otra vez.
Por lo tanto, la función del poeta es, a decir de Lucian Biaga (s/f)
andar entre las cosas
y hacerles justicia, diciéndoles
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cuál es más verdadera, cual es más hermosa

En todo caso, según la poesía, lo que mediante la poetización se descubre y se


nombra, solo es posible en la condición y circunstancia de un interlocutor, de
otro protagonista; así, todo poema es, para José Emilio Pacheco (1983)
la mitad del poema
que se completa con otro participante (que no se conoce y puede estar
separado por los siglos –sin firma, probablemente , de manera que se ha de
llamar
poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena
(Pacheco, 1983)
“ y es, por lo tanto, un acto social” (sin firma, 1985). En consecuencia, el
elemento constitutivo de la poesía es, como dice Rosario Castellanos (1984)
el otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía,
comienzan;
es decir, como lo hace Octavio Paz (s/f), finalmente
los otros todos que nosotros somos

En resumen, las funciones de la poesía parecen ser: a) Nombrar el mundo


social y b) Vincular a sus protagonistas. Esto es, conjuntamente, la función de
crear, por la interacción, un sentido de la vida. Esta es, exactamente, la función
dual de la comunicación: acordar colectivamente las formas de definir el
mundo y las formas de organizar la convivencia. Por eso, en palabras de Luis
Eduardo Aute (1967-1968)
la poesía
es la palabra que debe alumbrar

Lo que hace la poesía es darles nombres nuevos a las viejas palabras, es decir,
reconstruye la comunicación social. Se trata, evidentemente, de la dinámica
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inmanente de lo que aquí se ha denominado como proceso de politización.


Entonces, no es excesivo afirmar que el método de la política es poético.
De ello parece haberse dado cuenta, particularmente, el movimiento de la
Internacional Situacionista (Textos Situacionistas, 1963). Para este grupo
artístico político, la poesía es, en sus propios términos prendidos, “la
antimateria de la sociedad de consumo”, y es definida programáticamente
como la “creación simultánea e inseparable, de los acontecimientos y su
lenguaje”, cuya realización cristaliza en la forma radical de comunicación,
aquella que se permite afirmar que “allí donde hay comunicación no hay
Estado”.
Desde este punto de vista, la Internacional Situacionista argumenta que “no se
trata de poner la poesía al servicio de la revolución, sino la revolución al
servicio de la poesía”, puesto que “toda revolución ha nacido de la poesía”.

VIII
Si bien es cierto que la comunicación más representativa es lingüística y, por
ende, la forma de poesía más representativa es literaria, es necesario precisar,
sin embargo, que la dinámica poética no está circunscrita al lenguaje, sino que
se extiende a todas las formas de simbolización y significación que comprende
el sentido etimológico del término “poesía”, es decir, a todas las formas de
poíesís –que significa “hacedor, creador” y anteriormente “yo hago”-
(Corominas, 1983).
Poíesís es, también, poesía del espacio, del color, de la vida en general; así,
pues, como manifestaciones del proceso de politización, es posible considerar
todas las formas de la creatividad, incluyendo la contenida en los modos de
vida.
Las diversas formas de poíesís, y, por lo tanto, de los procesos de politización,
son empíricamente visibles en los grupos y movimientos culturales que han
tenido incidencia transformadora en la sociedad contemporánea. El
surrealismo, la bauhaus, el freudo-marxismo, el boom latinoamericano, el
feminismo, la revuelta juvenil, el movimiento gay, la teología de la liberación,
etc., presentan los rasgos de originalidad (v. Moscovici, 1976) inherentes al
proceso de politización. Estos son, igualmente ejemplos de los sujetos sociales
a los que enfocaría la psicología política, aun cuando por razones del carácter
inédito y novedoso del acto de politización, el análisis debe ser, sobre todo,
programático y atendiendo a sujetos y eventos potenciales.
En todo caso, el factor psicosocial de análisis no radica en el canal de
expresión, sino en su calidad comunicativa. Una tercera aproximación
(paralela, no sustitutiva de las anteriores) a la función de la psicología política,
se describe como el análisis de las condiciones, procesos y posibilidades de
comunicación de la sociedad consigo misma.
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IX
Se ha intentado argumentar teóricamente, la necesidad conceptual y la
configuración de una psicología política. Por ello se presume que no cabe
malinterpretar ni el título ni su tarea, como un mero acto “voluntarista” de
psicólogos en busca de “militantismo” o “activismo”.
Por lo tanto, se hace inadmisible una impugnación que no se base en
argumentos –teóricos o empíricos- compatibles con la razón en ciencias
sociales.

PSICOLOGIA POLITICA
ANALISIS DE LAS CONDICIONES, PROCESOS Y POSIBILIDADES DE CONVERSIÓN
DE LO PRIVADO EN PÚBLICO

NIVELES
DE COMUNICATIVIDAD

INCOMUNICABLE vs COMUNICABLE

NIVEL PERSONAL inobjetivable  objetivable


NIVEL INTERACTIVO intraindividual  transpersonal
NIVEL CULTURAL vida privada  vida pública

IDEOLOGIZACIÓN

POLITIZACIÓN

REFERENCIAS

Abravanel, Ch. y Ackermann, W. (1973): “Lenguaje y comunicación”. Material


mecanografiado. Departamento de Psicología Social. Facultad de Psicología.
UNAM. México.
Aute, L. E. (1967-1968): 24 Canciones Breves. Barcelona. Ariola.
Blaga, L. (s/f): Antología. Material de lectura. Departamento de Humanidades.
Dirección General de Difusión Cultural. UNAM. México.
Boletín de la AVEPSO. 1986. Volumen IX. Número 1.

Canetti, E. (1961): Masa y Poder. Madrid. Alianza Muchnik.


Castellanos, R. (1984): Bella Dama sin Piedad. México. FCE-SEP.
Corominas, J. (1983): Breve Diccionario Etimológico de la Lengua
Castellana. Madrid. Gredos.
Goldmann, L. (1980). La Creación Cultural en la Sociedad. Barcelona.
Fontamara.
Habermas, J. (1968): Ciencia y Técnica como “Ideología”. Madrid. Gredos.
Habermas, J. (1973): Problemas de Legitimación en el Capitalismo
Tardío. Buenos Aires. Amorrortu.
Heller, A. (1977). Teoría de las Necesidades de Marx. Barcelona. Península.
Molina, J. (1985): “Por su afán artístico Pound quiso alcanzar lo inalcanzable”
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__________ (1983): Los Trabajos del Mar. México. Era.
Paz, O. (s/f): Piedra del Sol. Material de lectura. Departamento de
Humanidades. Dirección General de Difusión cultural. UNAM. México.
Sin firma (1985): “¿Qué es la poesía?” en: La Jornada Semanal. México.
Textos Situacionistas. (1963): Crítica de la Vida Cotidiana. Barcelona.
Anagrama.

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