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EL COMIENZO ORIGINAL

POR RICHELLE MEAD

Nota del Editor: Cuando Richelle se sentó por


primera vez a escribir Bloodlines, cada capítulo era
narrado por un personaje diferente.
Esta es la historia perdida de Adrian.
Bloodlines Richelle Mead

Capítulo Uno
Traducido por CyeLyDiviNNa

Corregido por Niii

A
drian Ivashkov no estaba teniendo un buen vigésimo primer
cumpleaños.

Alcanzar la edad legal para beber no era gran cosa para él, ya que
había estado sustrayendo a escondidas alcohol del mueble bar de
sus padres desde que tenía trece años. En poco tiempo, esconderse,
no era necesario. Encanto y prestigio podían darle un trago en cualquier bar…
vampiro o humano. Eso había demostrado ser cierto ayer por la noche, a juzgar por
la resaca que tenía hoy. Había tenido una ayer también. Y el día antes de ese. De
hecho, Adrian estaba bastante seguro de que había estado en una dieta líquida
durante las últimas semanas. Se estaba haciendo difícil decir dónde terminaba una
resaca y comenzaba otra.

Parte de la "dieta líquida", era la sangre, por supuesto. La necesitaba para su


supervivencia normal, y eso en realidad ayudaba con la resaca. Bueno, algo así.
Saliendo de la casa de sus padres, ahora, hizo una mueca cuando la última luz del
sol poniente le golpeó los muy sensibles ojos, provocando rápidamente un dolor de
cabeza en la parte trasera de su cráneo. ¿Qué hora era? ¿Siete? ¿Ocho? Fuera lo que
fuese, se había acostado tarde, lo que estaba bien para él. La luz debería haberse ido
mucho antes, y habría pocas personas más en los alimentadores, Adrian había
dejado de preocuparse de lo que los demás pensaran de él, pero eso no significa que
él quisiera hacer frente a la mezcla de miradas de desprecio y lástima que tanto
había recibido últimamente.

Levantarse tarde también significaba que no había tenido que ver a sus padres antes
de que se hubieran ido. Tenía poco interés en hablar con ellos la mayoría del
tiempo de todos modos—particularmente su padre—y ciertamente no en el día que
su madre estaba siendo sentenciada por perjurio y robo. No es que Adrian estuviera
demasiado preocupado por ella. Lady Daniella Ivashkov no se vería en el interior
de una celda. Ella tendría una multa, quizás tendría que otorgar algo de servicios a
la comunidad. Su posición la protegería de cualquier cosa más que eso, y

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realmente, con el asesinato y otras violaciones a la ley pasando por aquí
últimamente, sus crímenes eran la menor de las preocupaciones de cualquiera.

Mientras caminaba a través de uno de los muy bien cuidados y anchos jardines, que
componían el corazón de la Corte Real Moroi, Adrian no podía dejar de
preguntarse si su madre todavía recordaba que era su cumpleaños. Por lo general lo
hacía (siendo muy meticulosa acerca de escribir fechas importantes en su agenda) y
magnánimamente le diría que "eligiera algo agradable” para sí mismo. Entonces
siempre se lo recordaría a su padre, quien le daría a Adrian unos hoscos buenos
deseos, rápidamente seguidos por un sermón sobre cómo Adrian debería averiguar
lo que iba a hacer con su vida.

Tía Tatiana nunca le había dado un sermón, pensó. Ella se había acordado de su
cumpleaños cada año, sin preguntar, y siempre le había dado un regalo escogido
por su mano. Como reina de los Moroi, ella nunca había comprado los regalos
personalmente, por supuesto, pero siempre había dado a sus sirvientes instrucciones
muy específicas sobre lo que quería darle. Sus regalos eran siempre extravagantes y
bonitos, con poca utilidad práctica.

—Al igual que tú —había bromeado con él una vez. El año pasado, ella le había
dado unos gemelos con incrustaciones de rubíes. Recordando aquel día, Adrian
frunció el ceño y se preguntó dónde estaban los gemelos. Nunca había esperado
usarlos mucho y había sido descuidado. Pero entonces nunca había esperado que
ella muriera tampoco.

Los encontraría más tarde, decidió. Luego de conseguir sangre de los


alimentadores. Y después un trago, por supuesto. Él no podía empezar su
cumpleaños sin un trago, y además, le debía un brindis a la única persona que, si
todavía estuviera viva, hubiera sabido que era un día especial.

—Feliz cumpleaños.

Adrian se detuvo repentinamente. Las palabras eran suaves y pequeñas, habladas


tentativamente, pero fácilmente discernible para oídos vampiros. Lentamente, se
dio la vuelta y encontró a Jill Mastrano de pie delante de él con timidez. Ella era
alta para su edad—quince, si recordaba correctamente—y manejaba sus largas
piernas con una gracia incierta que la hacía parecer aún más alta y juguetona. Su
cabello era una masa de largos, rizos color castaño claro, y sus ojos, mirándolo con
nerviosismo, eran del color del jade pulido.

—Pequeña Jill —dijo, poniendo una sonrisa que venía como una segunda
naturaleza para él, sin importar cómo de irritable se sintiera o lo mucho que su
cabeza doliera. Se arrastró hacia ella, entrando en la sombra de un manzano que
bloqueaba la mayor parte del cielo del oeste—. ¿De quién en la tierra estás
hablando?

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—Tú —dijo ella. Una pequeña sonrisa se deslizó en su rostro, y algo de su timidez
bajó—. No lo ocultes. Sé qué día es hoy.

—¿Qué te hace estar tan segura? ¿Me veo más viejo? Eso es cruel, una cosa cruel
para decir. Luego, me dirás que voy gris. Eres una rompecorazones, Mastrano. Una
real rompecorazones.

Adrian ardía en deseos de irse. Los alimentadores lo llamaron, su cuerpo


mendigando por el cálido y salado sabor de la sangre humana. Después… whisky.
Sí. Eso era lo que quería después. Pero Jill era una de las pocas—muy pocas—
personas con las que no se había enojado últimamente, y tenía curiosidad acerca de
cómo sabía ella que era su cumpleaños, cuando nadie más lo hacía. Metiendo la
mano en el bolsillo, sacó un paquete de cigarrillos y su encendedor, con la
esperanza de que un vicio pudiera quitar el ansía de otro.

Con la palabra "rompecorazones", las pálidas mejillas de Jill se habían vuelto de


brillante color rosa. No debería haber dicho eso, se dio cuenta. No fue consciente.
Sabía que Jill estuvo enamorada de él por un tiempo, esperaba que lo hubiera
superado, ya que nada podría venir de eso jamás. Había sólo unas pocas líneas que
Adrian no cruzaría. Las chicas de quince-años-de-edad, eran una de ellas. No
debería animarla. Él incluso había tratadode dejar de usar su viejo apodo: Jailbait.
Aun así, el coqueteo era un hábito inconsciente para él, y a menudo se deslizaba
fuera sin que lo notara.

—Tú me dijiste —explicó—. Nos dijiste a un grupo de nosotros. Hace mucho


tiempo. En San Vladimir. Estábamos saliendo un día, y yo tenía un libro de
horóscopos y estaba buscando a todo el mundo. Eres un Leo. Extrovertido.
Ostentoso. Confiable. Arro…

Ella se mordió el labio abruptamente, y él se rió.

—Puedes terminarlo. Arrogante. Un bastardo arrogante.

—¡No! No creo que lo seas —dijo firmemente, los ojos muy abiertos—. No, en
absoluto. Quiero decir, son sólo un montón de estrellas.

Sus palabras despertaron una extraña mezcla de sentimientos en él, tanto buenos
como malos. Era agradable verla de esta manera, la forma en que ella solía ser: una
inocente, chica tímida dada a explosiones de entusiasmo y divagación. Él había
visto muy poco de eso en ella últimamente. Más notable aún, podía adivinar quién
había estado en ese "grupo de nosotros", y de todos ellos, sólo ella había tomado
nota de su cumpleaños. Halagador. Triste.

—Bueno —le dijo, después de una larga calada a su cigarrillo —, las estrellas están
en lo cierto, y también tú, es mi cumpleaños.

Sonrió.

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—¿Vas a tener una fiesta?

Él cuidadosamente mantuvo su expresión, exactamente igual, casual e irónica.

—Nah, ¿Qué hay de especial acerca de eso? Cada día es una fiesta para mí. No hay
ningún punto en arrastrar a la gente fuera en una noche de semana.

También, no había ningún sentido en mencionar que sus amigos estaban


probablemente demasiado ocupados para hacer algo de todos modos. Tía Tatiana,
él pensó. Tía Tatiana me hubiera llevado fuera para cenar. Él suponía, que si realmente
quisiera celebrar, podría encontrar cualquier número de “amigos"—particularmente
las femeninas—más que felices de disfrutar de una improvisada fiesta esta noche,
tal vez no era una mala idea , pero no era apropiado para la delicada susceptibilidad
de Jill.

—Además —añadió con grandilocuencia—, estoy seguro de que no podrías asistir.


Apuesto a que tienes alguna ardiente cita esta noche, ¿eh?

Algo en su cara cambió, la enamorada, ansiosa expresión, obscureciéndose un


poco. Su modo nervioso regresó, y Adrian sintió que sus cejas se alzaban. Esto era
inesperado.

—¡Tú tienes una cita!

Jill sacudió lentamente la cabeza.

—No. No es ese... no de ese tipo. Voy a cenar con... con L-lissa y mi familia. —Sus
labios tenían dificultades para formar el nombre —. Vamos a discutir mí, uhm.
Futuro.

Por un breve momento, Adrian se dejó a si mismo considerar el pensamiento de


que podía haber alguien en el mundo cuya vida era más desordenada que la suya.
La cara de Jill era valiente, pero sus ojos la traicionaron. Hace un mes, Jill había
estado de vacaciones de verano en la casa de sus padres en Michigan, ansiosa por
mudarse a la escuela secundaria en la Academia San Vladimir. Entonces, había
descubierto un secreto profundamente enterrado… el mismo por el que su madre
estaba siendo castigada por esconderlo. El padre biológico de Jill pertenecía a la
realeza, parte de una línea familiar que estaba desapareciendo rápidamente. Él la
tuvo años atrás, y sólo un miembro de la familia se mantenía ahora: la media-
hermana de Jill, LissaDragomir. LissaDragomir… también conocida como la Reina
Vasilisa, primera en su nombre, la recientemente electa gobernante de los Moroi.

Por curiosidad, Adrian convocó algo de la magia que vivía dentro de él con el fin
de ver el aura de Jill, el campo de luz que rodea a todos los seres vivos. La magia
llegó lentamente, un poco retrasada por la borrachera de anoche, pero aun así trajo
el ímpetu y regocijo que siempre traía. Todos los Moroi ejercían algún tipo de
magia elemental, con los cuatro elementos básicos siendo los más comunes: fuego,

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agua, tierra y aire. Sólo unos pocos "afortunados", como Adrian, poseían el quinto,
espíritu, que ofrecía un mayor alcance que cualquier otro elemento. Al mismo
tiempo que guiaba la locura.

Resultó que él no podía conseguir una buena impresión del aura de Jill. Su control
del espíritu, no era grande hoy. Ella lucía una amplia gama de colores, pero estaban
silenciados y parpadeando. Miedo, presumía. Nerviosismo. Nada que no podría
haber leído de su rostro. Sonya Karp, otro usuario de espíritu, probablemente
podría haber descifrado más. Ella seguía tratando de enseñarle, pero él tenía poca
paciencia para aprender últimamente… o incluso para ella, a veces. Su actitud
positiva y de amor renovado por la vida no encajaba bien con su oscuro humor.
Dejó caer la magia, y el aura de Jill se desvaneció de su vista.

—Tal vez tú podrías ir también —dijo de pronto. El deseo iluminaba su rostro de


nuevo, a pesar de que se veía templado con precaución. Estaba preocupada por
exceder sus límites—. Entonces conseguirías un tipo de fiesta de cumpleaños.

Adrian se rió entre dientes y dejó caer la colilla al suelo, moliéndola con la punta de
su zapato.

—No suena como una fiesta. Suena como una reunión familiar.

—Pero otras personas estarán ahí —exclamó Jill—. Y a Lissa no le importará.

No, a Lissa, probablemente no, pero las otras palabras de Jill enviaron alarmas
sonando en su cabeza.

—¿Qué otras personas?

—Bien, como dije. Lissa. Mis padres. Christian. Ro…

Una vez más, Jill se detuvo de terminar una peligrosa palabra, pero ya era
demasiado tarde. Oyó el nombre en su cabeza y en su corazón, donde lo traspasó
como dagas. Rose. Imágenes de ojos oscuros pasaron por su mente, ojos
penetrantes y una melena de igual cabello oscuro. Un cuerpo crepitando con
tensión, hermoso, tanto en su forma como en el peligro que presentaba. Adrian
buscó un cigarrillo, mirando hacia abajo de modo que Jill no viera su tembloroso
consumo de aire o el dolor y la ira que sus ojos, sin duda, mostraban.

Rose.

Ella debía estar donde quiera que Lissa estuviera. Y dondequiera que Rose estaba,
él estaría allí también. Rose y Dimitri Belikov estaban apenas separados en la Corte.
Adrian había salido de su camino, evitándolos desde la coronación de Lissa y se
había topado con ellos sólo dos veces. La primera vez, ellos habían estado
cumpliendo su deber de guardianes, acompañando a Lissa a una reunión del
Concejo. Rose y Dimitri se movían casi como una única entidad, como una pareja

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de lobos o leones, ambos cautelosos y mortales mientras estudiaban el entorno, no
dando ningún detalle o persona por sentado.

La segunda vez, Adrian los había visto fuera de servicio. No lo habían notado.
Habían estado demasiado envueltos en el otro, sentados afuera en un día soleado.
Ella se había apoyado contra Dimitri, viéndose contenta de una manera en que
Adrian nunca la había visto, ciertamente no mientras que él salía con ella. Ella
había dicho algo que hizo reír a Dimitri, trayendo una sonrisa a los duros rasgos del
otro hombre, algo que Adrian no había creído posible. Adrian todavía no sabía cuál
de los encuentros lo había molestado más,el formal o el casual.

Quería decirle a Jill que él podía llegar a una lista de un centenar de otras cosas que
preferiría hacer antes que sentarse a través de una cena en la que Rose y Dimitri
estarían presentes. "Estar en un estado de coma" y "pincharme a mí mismo en el
ojo", estaban cerca de la cima en la lista. Una cena como esa no era manera de
pasar su cumpleaños. No era una manera de pasar un día cualquiera. La idea
anterior de encontrar compañía femenina al azar para esta noche parecía volverse
cada vez una mejor idea. Pero primero, la sangre. Después, el trago. Buen Dios, él
necesitaba el trago.

Las palabras estaban en sus labios, el cortes rechazo de la oferta a la cena de Jill.
Podía ver de su cara que ella lo esperaba también. Pero entonces, en un momento
de extraña claridad, se dio cuenta de algo que ella no. Vamos a discutir mi futuro, ella
había dicho. No. Él sabía, sin saber cómo, que iban a contarle a ella su futuro.
Había habido mucha especulación sobre lo que pasaría con Jill, quien ni siquiera
había sido una princesa por un mes, y cuya existencia era lo único que mantenía a
Lissa en su trono.

Alguien finalmente lo ha decidido, él se dio cuenta. El grupo había decidido. O tal


vez sólo algunos de ellos. Adrian no estaba seguro de la logística, pero podía
describir casi a la perfección la escena de esta noche. Lissa comunicaría las noticias
en esa muy entrenada, real manera de ella, mientras que la madre de Jill y su
padrastro—quienes habían indudablemente ganado por ahora, o bien ellos no se
encontrarían en la reunión—asentían en silencio en todo momento. Y Rose... Rose
estaría allí para aliviar la tensión lo mejor que pudiera, sonriendo y bromeando,
diciéndole a Jillque que lo que fuera que ellos hubieran planeado iba a ser genial y
maravilloso.

Jill no podría luchar contra un grupo así. Incluso Adrian no podría luchar contra un
grupo así, pero por razones que no podía entender del todo, decidió que no dejaría
a Jill entrar sola. Tal vez todavía estaba borracho y no se daba cuenta de eso.

—¿A qué hora es la cena? —preguntó.

Jill se quedó atónita al escuchar sus palabras mientras él las pronunciaba.


Tartamudeando, le dio la hora y el lugar, y él se comprometió a estar allí. Ella lo

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dejó entonces, con el rostro radiante, y se preguntó en qué se acababa de meter a sí
mismo. Con un bufido, se marchó, decidiendo que eso no importaba. ¿Qué era una
tonta decisión más en una vida llena de ellas? Él iría ala cena. Ayudaría a Jill por el
hecho de estar más miserable de lo que ella estaba.

Pero primero, la sangre. Después el trago. Y, probablemente, otro trago.

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Purple Rose por:
CyeLy DiviNNa y Nii

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