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Viviendo por el

poder de
la fe
Esto es una copia de seguridad de mi libro
original en papel, para mi uso personal. Si ha
llegado a tus manos, es en calidad de
préstamo, de amigo a amigo, y deberás
destruirlo una vez lo hayas leído, no pudiendo
hacer, en ningún caso, difusión ni uso
comercial del mismo.

Gene R. CooK
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Dedicado a mi esposa y familia,
que han sido instrumentos en
ayudarme a vivir mejor por la fe

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Créditos

Que mis padres, hermanos, hermana y abuelos sepan de mi gran


deuda hacia ellos por haberme enseñado sobre el Señor y sobre la
verdadera senda hacia la vida eterna.

Que mi esposa y mis hijos sepan de mi deuda hacia ellos por pro-
veer en mi vida experiencias para ejercer la fe.

Al Señor le doy gracias y también a sus muchos hijos en el mundo,


quienes me han inspirado con su ejemplo sobre cómo vivir por la fe.

Debe quedar muy claro aquí que yo soy el único responsable por los
errores en este libro. Este libro de ninguna manera es una publica-
ción oficial de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días, y las ideas aquí representadas son personales.

Gene R. Cook

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Contenido

Créditos 7

1. El Poder de la fe 13
Propósito de este libro 18
Contenido de este libro. 19
Cómo leer este libro 19
Preguntas para meditar 20

2. Qué es la fe 23
La fe es la certeza de lo que se espera 25
La fe es el principio de acción en todos los seres inteligentes. . . 28
La fe es poder 30
Preguntas para meditar 32

3. Características de la fe 35
La fe está relacionada con la creencia 35
La fe está relacionada con la esperanza 37
La fe no se asocia con la duda y el temor 38
La fe da seguridad y firmeza 40
La fe no viene por las señales 40
La fe no es conocimiento perfecto 42
Preguntas para meditar 43

4. El fundamento de la fe 45
La ¡dea de que Dios existe verdaderamente 46
Una idea correcta del carácter, perfecciones y atributos de Dios. . . 52
Un conocimiento de que la dirección que lleva nuestra vida
está de acuerdo con la voluntad de Dios 56

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Preguntas para meditar 69

5. Cómo se obtiene la fe 71
Un deseo de creer 73
Creer en la palabra del Señor 73
Experimentar y recibir evidencias espirituales 74
La fe aumenta y se fortalece 77
Se obtiene un conocimiento perfecto en esa cosa 77
Nutriendo la palabra 78
La fe es un don de Dios 79
El Proceso de creer en la Palabra del Señor 80
Centrando nuestra fe en el Señor Jesucristo 81
Usando el poder del Espíritu Santo 83
Reconociendo la fe que ya tenemos 85
Preguntas para meditar 88

ó. Cómo se aumenta la fe 89
Aumentemos nuestra esperanza 92
Demos oído a la palabra de Dios 93
Leamos fervientemente la palabra de Dios 94
Actuemos en armonía con nuestra comprensión presente 95
Guardemos los mandamientos 97
Sacrifiquemos en las pruebas y tribulaciones 98
Preguntas para meditar 101

7. Cómo se ejerce la Fe 103


La fe se ejerce por medio de la palabra 106
Debemos ser dignos 108
El poder de la fe es espiritual, y está dentro de nosotros 110
No se debe ejercer la fe en forma contraria a la voluntad del
Señor 114
Entreguemos todo nuestro corazón al Señor 114
Avancemos sin temor a lo desconocido 115
Seamos específicos al comunicarle nuestros justos deseos al Señor 1 1 7
Procuremos ser totalmente disciplinados 118

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Estemos dispuestos a ofrecer sacrificios 120


Reconozcamos y utilicemos las evidencias espirituales para
edificar nuestra fe 121
Usemos lo que aparentemente son fracasos, para fortalecer
nuestra fe 121
Tengamos la seguridad de que Dios obrará de acuerdo con
nuestra fe 123
Preguntas para meditar 124

Conclusión 126

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C A P Í T U L O 1

El poder de la fe

E l 29 de julio de 1977, mi esposa y yo terminábamos nuestra visita


a la Misión de Santa Cruz, en Bolivia, y tuvimos que esperar en
el aeropuerto de Cochabamba, por unas cinco horas. Recuerdo
que estábamos muy cansados, pues la noche anterior habíamos
dormido muy poco, así que estábamos encantados de disponer de
unas horas de descanso en el aeropuerto. Mientras trataba de dor-
mir, tuve el fuerte sentimiento de que debía despertarme y anotar
unas ideas. Mis deseos de dormir eran intensos, mas los susurros
del Espíritu lo eran más; así que me puse a escribir. Escribí por casi
tres horas, resolviendo algunos problemas de organización con los
que había estado batallando por varios años. Ese día sentí que el
Espíritu se derramaba grandemente sobre mí, y escribí con gran
emoción cada pensamiento inspirado. Esa experiencia se llevó la
mayor parte del tiempo que estuvimos en el aeropuerto.
Tomamos el avión para la Paz, Bolivia. Nos recibieron amable-
mente en el aeropuerto el Presidente Chase Alfred y su esposa, y en
su camioneta nos llevaron a la oficina de la misión. En la camioneta
cerrada con llave dejamos nuestro equipaje y portafolios.
Al llegar a la oficina, se le presentó al presidente el difícil caso de
una mujer cuyo esposo estaba moribundo. Mientras que el Presi-
dente Alfred y yo atendíamos a sus necesidades, nuestras esposas
salieron en auto para la casa de misión.
Cuando el presidente y yo regresamos a la camioneta, de inme-
diato me di cuenta de que nuestras cosas no estaban ahí, pero supu-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

se que mi esposa se las había llevado a la casa de misión. Mientras


nos dirigíamos allá, descubrí que la pequeña ventanilla del lado
derecho de la camioneta estaba dañada, y empecé a temer que nos
habían robado.
Llegando a la casa de misión comprobamos que, efectivamente,
nuestro equipaje había sido robado. La pérdida de una suma consi-
derable de dinero y de toda nuestra ropa nos acarreó instantánea-
mente un problema, aunque sólo temporal. Más terrible era el hecho
de que en el portafolios iban mis escrituras, junto con las ideas inspira-
das que acababa de recibir en Cochabamba. Era abrumadora la
sensación de desaliento, enojo e impotencia para remediar la situa-
ción.
Mi esposa y yo oramos a solas. También oramos con nuestros
anfitriones. Procuramos disfrutar de la comida, pero no pudimos.
Nadie podía imaginar la inmensa pérdida que yo sentía. Las escritu-
ras habían sido un regalo de mis padres en mi juventud. Uno de los
libros llevaba una dedicatoria sagrada para mí, escrita por mi ma-
dre, y el otro, una anotada por mi padre ya fallecido. Yo había
pasado literalmente miles de horas marcando y anotando referen-
cias —y gozando cada momento— en las únicas posesiones terre-
nales que había considerado de valor incalculable. En muchas oca-
siones le había dicho a mi esposa que si alguna vez llegaba a haber
un incendio en nuestra casa, primeramente debía sacara los niños y
luego, si había tiempo, sacara mis escrituras, y que no se preocupa-
ra de nada más.
El presidente y yo teníamos muchas cosas de qué hablar, pues
estaríamos juntos solamente esa noche. No obstante, sentí la fuerte
impresión de que debíamos hacer todo lo que estuviera a nuestro
alcance para recobrar las escrituras. Después de la comida, todos
los presentes nos arrodillamos en oración una vez más. Decidimos
buscar en el área que circundaba la oficina de la misión, y en un
campo cercano, con la esperanza de que tal vez los ladrones se

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habrían llevado lo que pudieran vender fácilmente y podrían haber


desechado los libros, por estar en inglés.
En la oración, suplicamos que las escrituras nos fueran devueltas;
que las personas que las habían tomado fueran motivadas a recono-
cer su acto injusto, y se arrepintieran; y que la devolución de los
libros fuera el medio para traer a alguien a la iglesia verdadera.
Eramos unos ocho o diez los que subimos a la camioneta, con
linternas, bien abrigados, y nos dirigimos a la oficina de la misión en
el centro de la ciudad. Registramos los terrenos vacíos que estaban
al otro lado de la calle, y las calles contiguas; hablamos con los
vigilantes; agotamos todas las posibilidades. Nadie había oído ni
visto nada.
Finalmente, regresamos a casa, desanimados. Ahora sólo nos
quedaba orar personalmente, y esperar. El Presidente Alfred y yo
trabajamos esa noche muy tarde para terminar nuestros asuntos, y
al día siguiente, mi esposa y yo tomamos el avión de regreso a
Quito, donde vivíamos.
Durante las semanas siguientes, los misioneros buscaron otra vez
en los terrenos; buscaron detrás de matorrales y en botes de basura;
buscaron en un parque cercano; pusieron un letrero en una barda,
cerca de donde ocurrió el robo, solicitando que los libros fueran
devueltos; y estuvieron muy al tanto, para ver si aparecían en algún
sitio inesperado. Llegando al extremo, tratando de hacer todo lo
que estaba a su alcance, decidieron poner un aviso clasificado en
dos periódicos, ofreciendo una recompensa y dando información
detallada sobre los libros.
En Quito, Ecuador, yo libraba una lucha espiritual excesivamente
difícil para mí. Por casi tres semanas no había estudiado las escritu-
ras en lo absoluto. Lo había intentado en numerosas ocasiones,
pero cada vez que leía un versículo, recordaba sólo unas cuantas de
las muchas concordancias que había anotado durante los últimos
veinte años. Estaba desalentado, deprimido, y no tenía absoluta-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

mente ningún deseo de leer. Oré muchas veces, expresándole al


Padre que nunca había procurado usar mis escrituras para ningún
otro propósito que el de glorificar su nombre y el de tratar de ense-
ñar a otros las verdades que El me había enseñado a mí. Le supli-
qué que hiciera lo que fuera necesario para que me fueran devuel-
tas. Mi esposa y mis pequeños hijos oraban incesantemente por la
misma bendición. Aun después de dos o tres semanas, seguían
orando cada día: "Padre Celestial, devuélvele a papá sus escritu-
ras .
Luego de como tres semanas, sentí una fuerte impresión espiri-
tual; "Eider Cook, ¿cuánto tiempo vas a seguir sin leer y estudiar?"
Me parecía que era una prueba que tenía algo que ver con el "pre-
cio" de la bendición que yo deseaba. Esas palabras me quemaban,
y tomé la determinación de ser lo suficientemente humilde y sumiso
para empezar todo desde el principio. Con el permiso de mi esposa
para usar sus escrituras, comencé a leer Génesis en el Antiguo Testa-
mento, marcando y relacionando otra vez.
El 18 de agosto, nuestro amigo, el hermano Ebbie Davis, llegó
de Bolivia a Ecuador, y puso mis escrituras sobre mi escritorio, junto
con un legajo que contenía los papeles que yo había escrito en
Cochabamba, y unos presupuestos misionales recién preparados
que también habían sido robados. Dijo que eso era lo único que se
había recobrado; que se lo había entregado el Presidente de la Mi-
sión en La Paz, al abordar el avión, y que no sabía cómo se habían
encontrado los libros, pero que me lo dirían cuando yo llegara allá
dentro de unos días, para recorrer la misión.
Es indescriptible el gozo que experimenté ese día. Ver que mi
Padre Celestial podía, en manera milagrosa, quitar esos libros de las
manos de los ladrones en una ciudad como La Paz, y devolverlos
intactos, sin que les faltara una sola página, ni rotos, ni sucios, es un
milagro para mí.
¡Cómo fue recompensada la fe de nuestra familia, y de muchos

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

misioneros bolivianos! Ese día le prometí a mi Padre que haría me-


jor uso de mis escrituras y de mi tiempo, como medios en sus manos
para enseñar el evangelio.
El domingo 21 de agosto tomé el avión hacia Guayaquil, Ecua-
dor, y de ahí a La Paz, Bolivia, llegando allá el día 22. A mi llegada
oí el siguiente relato:
Estando en uno de los muchos mercados de La Paz, una mujer
vio a un borracho sacudiendo un libro negro. Sintió la fuerte impre-
sión espiritual de que se estaba profanando algo sagrado. Se acer-
có al hombre y le preguntó qué libro era ése. El no lo supo, pero se
lo mostró. Ella preguntó si eso era todo lo que tenía, y él sacó otro
libro negro. Ella volvió a preguntar si no había más, y él sacó un
legajo de papeles que dijo que iba a quemar. La mujer ofreció
comprarle los objetos en cincuenta pesos —aproximadamente $2.50
en moneda norteamericana—, y él aceptó.
Luego de haber cerrado el trato, ella se sintió descontrolada por
lo que acababa de hacer, pues se dio cuenta que los libros y papeles
estaban en inglés, y ella no hablaba, ni leía ni entendía el inglés, y no
quería libros en inglés. Había pagado casi el diez por ciento de su
ingreso mensual por unos libros en un idioma que no podía leer. De
inmediato empezó a buscar la iglesia que se mencionaba en las
primeras páginas de los libros. Tras haberse dirigido a diversas igle-
sias, llegó por último a la oficina de la misión en La Paz, guiada por
la mano del Señor. No sabía nada de la recompensa ni del anuncio
en el periódico que iba a aparecer ese mismo día. No pidió dinero,
ni siquiera para reponer los cincuenta pesos que había pagado en
los libros y papeles. Los élderes recibieron con regocijo los libros y el
legajo, y le entregaron la recompensa de todos modos.
Ella les dijo a los misioneros que pertenecía a una secta Pentecos-
tés, pero escuchó con mucho interés mientras le exponían el evan-
gelio. Recordó haber leído algo sobre José Smith en un folleto que
había recogido en la calle dos o tres años antes. Después de la

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA PE

primera charla, los misioneros se dieron cuenta de que ella era "un
contacto de oro". En la segunda plática, aceptó el desafío bautis-
mal.
Dos semanas más tarde, el 11 de septiembre de 1977, un do-
mingo por la tarde, en La paz, Bolivia, la hermana María Cleofas
Cárdenas Terrazas y su hijo, Marco Fernando Miranda Cárdenas,
de doce años, eran bautizados en la verdadera Iglesia de Jesucristo,
por el eider Douglas Reeder.
¿Cómo se podrían describir nuestros profundos sentimientos de
impotencia, desánimo y desaliento abrumadores cuando se perdie-
ron las escrituras? ¿Cómo podría yo describir el inmenso sentimien-
to de gozo y regocijo al ver revelarse el poder del cielo de una
manera milagrosa como ésa? Nuestro Padre Celestial sí escucho y
contesto las oraciones de sus hijos e hijas si ellos ejercen la fe en el
Señor Jesucristo. El Señor dijo:

"Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate
y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho
lo que dice, lo que diga le será hecho.
Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo reci-
biréis, y os vendrá" (Marcos 1 1:23, 24).

Propósito de este libro

El propósito de este libro es ayudar a saber qué es la fe, cómo se


obtiene, y cómo ejercerla para hacer que sucedan grandes cosas en
nuestra vida y en las vidas de otras personas. ¿Puede acaso el Señor
guiarnos en la escuela, en el trabajo, en el matrimonio, en la fami-
lia? Sí, por supuesto que puede. El Señor posee toda misericordia,
perdón, paciencia y longanimidad, y desea darnos la abundancia
de sus bendiciones si tenemos plena fe en El, porque es en El que
debe fundarse nuestra fe.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Contenido de este libro

Expresamente, este libro trata sobre:


1 .Qué es la fe.
2.Las características de la fe.
3. El fundamento de la fe.
4. Cómo se obtiene la fe.
5. Cómo se aumenta la fe.
6. Cómo se ejerce la fe.
Al final de cada capítulo se encuentran algunas preguntas para
meditar. Espero que este libro y esas preguntas sirvan para aumen-
tar verdaderamente la fe, y ayudarnos a mejorar nuestra vida y resol-
ver nuestros problemas.

Cómo leer este libro

Al leer, tómese un tiempo para reflexionar en las preguntas de


cada capítulo, y léanse las escrituras para tener mejor perspectiva al
contestar las preguntas. Es posible que el lector desee comentar con
su cónyuge, compañero o amigo, las preguntas y las cosas que está
aprendiendo, o quizá, enseñarle a alguien más los principios que se
discuten en este libro, para que ellos puedan beneficiarse de sus
reflexiones, y se puedan comprender mejor los principios de la fe.
Por último, antes de seguir leyendo, sería bueno pensar en un pro-
blema específico que nos gustaría resolver, o una meta que nos
gustaría alcanzar. Entonces, al ir leyendo, el lector pueda pensar en
ideas que le ayuden en su problema o meta, y puede escuchar los
susurros del Espíritu del Señor. Obedezcamos esos susurros, y el
Señor nos dará mayor luz y conocimiento, y aprenderemos lo que
significa ejercer la fe en el Señor Jesucristo.
El aprender a ejercer la fe no es un proceso físico, sino espiritual.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

El rey Benjamín dijo: "El hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha


sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos
que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre
natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor" (Mosíah
3:19).
Hemos oído mucho de lo que el mundo enseña en cuanto a
tener una actitud positiva, pero la fe es mucho más que eso: es la
fuerza que nos puede convertir en verdaderos santos de los últimos
días, llenos de fe en el Señor Jesucristo.
Portal razón, me gustaría hacer una sugerencia más sobre cómo
leer este libro. Creo con todo mi corazón que el Señor es nuestro
Maestro e Instructor. Al ir leyendo y meditando los principios que se
tratan en este libro, ore repetidas veces en su corazón: "Podre Ce-
lestial, bendíceme pora que pueda entender el principio de la fe. Tú
me conoces. Sabes mis necesidades actuales. Ayúdame a com-
prender estos principios y cómo puedo aplicarlos en mi vida".
Doy testimonio humildemente, en el nombre de Jesucristo, de
que si hace eso, si ora resueltamente al ir leyendo, el Señor hablará
a su corazón, porque El, y no este libro, es nuestro verdadero Maes-
tro. Si continúa orando, El lo cambiará internamente; e iluminará su
mente en cuanto a lo que debe hacer con un hijo obstinado, un
amigo perturbado, o un investigador al que esté enseñando. El le
ayudará a resolver sus problemas en el hogar, en la Iglesia, en el
trabajo, o en la escuela. El le ayudará a aprender a vivir por el poder
de la fe.

Preguntas para meditar

1.¿Cuál fue el primer paso en la búsqueda de las escrituras perdi-


das? ¿Podemos dar ese paso para realizar otros deseos justos?

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

2. ¿Qué otros pasos se dieron para encontrar las escrituras? ¿Qué


otros pasos podemos dar?

3. ¿Cuál fue el "precio" que el Señor requirió para devolver las


escrituras perdidas? ¿Siente usted en su corazón que acaso no ha
pagado todavía el "precio" de las bendiciones que desea? ¿Qué
debe hacer para pagarlo?

4. ¿Qué bendiciones espirituales y temporales surgieron de la expe-


riencia de las escrituras perdidas? ¿Qué bendiciones puede ver
usted como resultado de las cosas que está haciendo para ejercer su
fe?

5. ¿Qué dice el Señor que debemos hacer para lograr nuestros


deseos justos?

6. ¿Qué sugerencias se dan en la introducción sobre cómo aprove-


char al máximo este libro? ¿Cuál de las sugerencias siente usted
que le ayudaría más?

7. Escoja un desafío en el que le gustaría concentrar su fe mientras


lee, medita y practica los principios de fe que va a leer en este libro.

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C A P Í T U L O 2

Qué es la fe

C uando yo era Presidente de la Misión Uruguay-Paraguay, cono-


cí a un gran misionero, un joven lleno de fe. Era uruguayo.
Había servido en la misión unos tres o cuatro meses cuando llegué yo
como presidente de misión. Dondequiera que iban él y su compañe-
ro, bautizaban. Al principio pensé que eso se debía a su compañero
mayor; pensé que ese élder en particular era demasiado inexperto
para tener tanto éxito.
Pensando así, yo estaba en un error.
Tiempo después, este élder fue llamado a ser compañero mayor
y líder de distrito, y fue enviado a una ciudad que tenía la reputación
de ser un lugar muy difícil. Los misioneros no habían bautizado ahí
a una sola persona durante casi un año. Cuando enviamos ahí a
ese élder ¡unto con su compañero y dos élderes más, sólo asistían a
la rama diez o doce miembros. Yo no le dije nada; únicamente le
envié el aviso de su cambio de área. Después de sólo tres semanas,
empezaron los bautismos. Bautizó a cuatro o cinco personas en
esas tres semanas. Cuando llevaba ahí unas diez semanas, todos
los misioneros comenzaron a bautizar.
Luego fue llamado como líder de zona, por su gran habilidad
para enseñar a otros, y lo enviamos a una zona muy extensa. Esa
zona comprendía toda la región norte del país, y ahí había varias
ciudades difíciles. Pensamos que eso sería un desafío para él, por-
que ahora tendría que enseñar a todos los misiones a hacer lo que él
hacía, y tendría que lograrlo por medio de los líderes de distrito, lo

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

cual sería un nuevo desafío para él. Lo dejamos ahí dos o tres
meses, y bautizaron multitudes. El y su compañero, y el Espíritu, por
supuesto, convirtieron a toda la zona, a todos los miembros líderes,
y a todos los demás, en "una gente diferente".
Entonces, en noviembre, comenzó mi inquietud: el Señor quería
decirme algo. Empecé a tener un sentimiento de desasosiego sobre
este élder, y ese sentimiento era: "Envíalo a Paraguay". En Paraguay
los élderes estaban teniendo muy poco éxito; casi no bautizaban. En
todo el país había un promedio de sólo veinte o veinticinco bautis-
mos al mes. Me llegó el sentimiento de cambiar a este élder a Para-
guay, y traté de resistirlo, pensando: "Ya ha pasado bien la prueba
aquí, y ponerlo en Paraguay podría arruinar su reputación. Tal vez
allá le sea difícil mantener el ánimo". Tuve que luchar para conven-
cerme a mí mismo que en verdad ese élder tenía que ir allá. Pero
cuando vienen esos sentimientos, tenemos que seguirlos. Al fin le
enviamos un telegrama diciéndole que sería cambiado a Asunción,
Paraguay, como líder de zona, y que debía partir al día siguiente.
El llegó de pasada por la casa de misión el día primero de di-
ciembre, y salió hacia Paraguay sin que yo lo viera, pero me dejó
una carta que decía:

Estimado Presidente Cook; Hoy recibí un telegrama en el que se me


dice que vaya a Paraguay, y pensé que debía usted enterarse de
ciertas cosas:
1.En Paraguay no se puede bautizar. Cuando menos diez o quince
élderes me han contado sus experiencias ahí.
2.Los miembros no ayudan en nada.
3.Hay muchos problemas con la castidad...

Me enumeró diez o doce cosas de las más negativas que yo


hubiera oído jamás, y pensé: "¡Oh, no!, ya lo ha influido la gente
negativa" Pero al terminar la lista, me decía: "Solamente quiero

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

que sepa, Presidente, que no creo una sola de esas cosas". ¡Eso es
tener fe! Y añadía: "Quiero que sepa que el día de Navidad vamos
a bautizar veinticinco personas". La Navidad llegaría en tan sólo
veinticinco días más, y al leer eso, pensé: "El Señor lo bendiga. Si
puede lograr eso, tiene usted una fe inmensa. No conoce el país; ni
siquiera ha estado ahí. No sabe dónde va a vivir. No conoce a su
compañero, a los líderes, ni a los miembros. No conoce nada, y
todavía me dice que va a bautizar veinticinco personas en veinticinco
dias .
Este ¡oven sí tenía una fe inmensa, y era un ejemplo excelente de
un verdadero líder latino. El veinticinco de diciembre bautizó a die-
ciocho personas; no había logrado los veinticinco; bautizaron die-
ciocho, que era aproximadamente la cantidad que se bautizaba en
todo el país en un mes. Dos semanas después, cuando estuve en
Paraguay, fue un gran privilegio para mí participar en un servicio
bautismal en el que él y su compañero bautizaron a otras once per-
sonas. Su distrito, en el que él había enseñado a los élderes cómo
trabajar, bautizó treinta ese mismo día.
¿Cómo fue que este élder logró resultados tan maravillosos? ¿Ha-
brá sido gracias a su carisma? ¿Usó acaso técnicas mundanas de
persuasión? ¿O fue simplemente mediante una actitud positiva?
No. Lo logró por medio de su fe en Jesucristo.
El Salvador dijo: "Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer
cualquiera cosa que me sea conveniente" (Moroni 7:33).
Por medio de las Escrituras, vamos entonces a definir qué es la fe,
pues eso nos dará el fundamento para comprender y desarrollar la
clase de fe que ese élder tenía.

La fe es la certeza de lo que se espera

En Hebreos, capítulo 11 dice:

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que


no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos.
Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la pala-
bra de Dios... Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio
que Caín... Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte... Pero
sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:1-6).

Ese capítulo nos proporciona muchos grandes ejemplos de fe, y


varios milagros grandiosos que ocurrieron como resultado directo
de la fe de los hombres. Lea y medite ese capítulo cuidadosamente;
eso será muy provechoso para quien esté estudiando el principio de
la fe.
Consideremos la fe de Abraham, tal como se haya en el capítulo
cuatro de Romanos. Observe cuidadosamente el proceso por el
que pasó Abraham:

Por tanto, (la promesa de vida eterna) es por fe, para que sea por
gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia...

En otras palabras, la promesa de vida eterna viene por la fe.

... no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es


de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está
escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes)...

Abraham había recibido la promesa de que iba a ser padre de


muchas naciones. Pero fue envejeciendo más y más, y parecía que
para él y su esposa había pasado el tiempo en que podían tener
hijos. ¿Comenzó Abraham a titubear en su fe? No, siguió creyendo
en la promesa que se le había dado, que sería padre de muchas
gentes, sin tener ninguna evidencia de que su esposa fuera a tener
un hijo.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

... delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y


llama las cosas que no son, como si fuesen (versículos 16, 17).

Esa es una manera interesante de referirse al hombre natural. Las


cosas que no parecen ser, son. Y las cosas que parecen ser, no son.
Todo depende de si las vemos con los ojos espirituales, o con los ojos
naturales.

El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de


muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu
descendencia.
Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya
como muerto (siendo de casi cien años)...

Es fácil leer esto y seguir adelante, pero tomemos en cuenta que,


si tuviéramos cien años de edad, se necesitaría algo de fe para creer
que después de tanto tiempo todavía íbamos a tener un hijo. Pero
Abraham lo creyó.

... o la esterilidad de la matriz de Sara...

Para complicar más el problema, Sara tenía noventa años de


edad. La promesa hubiera sido más fácil de creer si Sara hubiera
tenido treinta y tantos años, pero no era así. Para el hombre natural
eso hubiera parecido algo imposible.

Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios...

El hombre, Abraham, es un gran ejemplo. A pesar de que todas


las probabilidades estaban en su contra, creyó en las promesas de
Dios.
... sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios...

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Siempre debemos asegurarnos de no atribuirnos la gloria a no-


sotros mismos.

... plenamente convencido de que era también poderoso para ha-


cer todo lo que había prometido... (versículos 18-21).

En otras palabras, Abraham creyó que el Señor podía cumplir, y


que lo haría. También nosotros debemos creer eso. Si vamos ade-
lante con fe, haciendo nuestra parte, el Señor proveerá.

... por lo cual también su fe le fue contada por justicia (versículo 22).

El niño nació, desde luego, pero aun después de eso, Abraham


enfrentó otro desafío. Cuando llegó la hora de sacrificar a su hijo,
Abraham creyó, aun hasta el último momento en que iba a segar la
vida de su hijo. Abraham tenía una seguridad interior inconmovible,
en cuanto a la promesa que esperaba, de posteridad infinita.

La fe es el principio de acción en todos


los seres inteligentes

La definición de la fe que se da en Discursos sobre lo Fe, se centra


en dos descripciones fundamentales de la fe, que en realidad son
una sola. Primero que nada, se centra en el hecho de que la fe es la
causa motriz de toda acción en los seres inteligentes. Las palabras
exactas son: 'Al ser la fe la causa motriz de toda acción en cosas
temporales, lo es también en lo espiritual" (Discursos sobre la Fe:l 2).
Los Discursos también dicen que todos los seres inteligentes obran de
esa manera.

La fe es la certeza que los hombres tienen de la existencia de cosas


que no han visto, y el principio de acción en todos los seres inteli-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

gentes. Si los hombres se consideraran a sí mismos, y tornaran su


pensamiento y su reflexión a la operación de su propia mente, des-
cubrirían al momento que es la fe, y solamente la fe, lo que causa
toda acción en ellos; que sin ella, tanto el cuerpo como la mente
estarían en un estado inactivo, y todo esfuerzo en ellos, físico y men-
tal, cesaría. (Discursos sobre la Fe 1:9, 10).

Permítaseme mencionar uno o dos ejemplos para mostrar el ca-


rácter literal de ese principio, y cómo está presente en cada acto que
realizan los hombres —los hombres buenos, los hombres malos, las
mujeres y los niños, y en suma, todo ser inteligente— aquí en la
Tierra. ¿Supone alguien que yo habría escrito este libro si hubiera
pensado que jamás nadie lo leería? ¿Pensaríamos que si un peatón
no estuviera seguro de que podría llegar al otro lado de la calle,
intentaría jamás cruzarla? Pensemos en cada una de las cosas que
hacemos, y llegaremos a la conclusión de que no hay acción huma-
na que no nazca de la fe. Esa acción producirá el fruto que se
desea, para bien o para mal. Si una persona desea algo malo, y
cree que lo puede obtener (y no nos estamos refiriendo a la fe en el
Señor, sino a la fe en sentido general), lo obtendrá, por su fe o
creencia de que puede. Muchos lo han hecho.
Así que antes que todo, recordemos que la fe es verdaderamente
la causa motriz de toda acción en los seres inteligentes. Citemos
otro párrafo más de Discursos sobre la Fe:

¿Habrían sembrado, acaso, si no hubieran creído que podían cose-


char? ¿Habrían plantado, si no hubieran creído que podían levan-
tar? ¿Habrían jamás pedido, si no hubieran creído que podían reci-
bir? ¿Habrían jamás buscado, si no hubieran creído que podían
encontrar? O, ¿habrían jamás llamado, si no hubieran creído que se
les abriría? En una palabra, ¿hay algo que ustedes hubieran hecho,
físico o mental, si no hubieran creído previamente? ¿Acaso no todos
nuestros esfuerzos, de cualquier tipo, dependen de nuestra fe? O

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podríannos preguntar: ¿qué tenemos, o qué poseemos que no haya-


mos obtenido en razón de la fe? (Discursos sobre la Fe 1:1 1).

Más adelante, los Discursos dicen que nuestra comida, vestido,


aposento, y todo lo que tenemos, es el resultado de esa clase de fe.
Tal como yo lo entiendo, se aplica a toda la gente, buena o mala,
que tiene fe en que si hace "esto", ocurrirá "aquello". Hay muchos
que se han vuelto muy ricos, hasta millonarios, porque han aprendi-
do algunas de las cosas que se relacionan levemente con la fe. Han
aplicado algunos de esos principios, que han comprobado ser ver-
daderos, y los han hecho funcionar para ellos, y han obtenido un
éxito temporal.
Recuerdo haber oído a varios misioneros decir que la fe es tener
una actitud positiva. Eso es verdadero y falso a la vez. Es verdadero
en el sentido que un hombre lleno de fe mostrará una actitud positi-
va, pero eso no quiere decir que quien tenga una actitud positiva
esté lleno de fe (la fe a que nos referimos ahora, que es la fe en el
Señor). No obstante, la fe en una forma u otra es el principio de
acción en todos los seres inteligentes. Debemos preguntarnos:
"¿Nuestras acciones diarias se basan en la fe en el Señor, o en otra
cosa?"

La fe es poder

La fe en el Señor es diferente a cualquier otra clase de fe. La fe es


poder. En Discursos sobre la Fe leemos que la fe es poder:

Y al ser la fe la causa motriz de toda acción en cosas temporales, lo


es también en lo espiritual, porque el Salvador ha dicho en verdad
que: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo" (Marcos 16:16).

Tal como obtenemos, por la fe todas las bendiciones temporales

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

que recibimos, de igual manera obtenemos, por la fe, todas las


bendiciones espirituales que recibimos. Pero la fe no es solamente
el principio de acción; la fe también es el poder principal en todos
los seres inteligentes, ya sea en el cielo o en la tierra. Así lo dice el
autor de la Epístola de los Hebreos, en 1 1:3:
"Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la pala-
bra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se
veía" (Discursos sobre la Fe 1:12-14).

Al hablar de fe, a veces pensamos únicamente en la creencia, o


en esforzar nuestra mente para creer en algo. Sin embargo, los
Discursos sobre la Fe hablan de la fe como de un poder literal.
Encontramos esa definición en estas palabras:

La fe, entonces, es el primer gran principio gobernante que tiene po-


der, dominio y autoridad sobre todas las cosas; por ella existen, por
ella se sostienen, por ella son cambiadas, y por ella permanecen, de
acuerdo a la voluntad de Dios. Sin ella no hay poder y sin poder no
podría haber creación ni existencia (Discursos sobre la Fe 1:24).

También leemos:

De no haber sido por el principio de la fe los mundos nunca hubieran


sido formados, ni tampoco hubiera sido el hombre formado del pol-
vo. La fe es el principio por medio del cual obra Jehová, y por medio
del cual ejerce poder sobre todas las cosas, tanto temporales como
eternas. Si se le quitara este principio o atributo —porque es un
atributo— a Dios, El dejaría de existir (Discursos sobre la Fe 1:16).

Ahora pensemos en la fe en ese sentido amplio: que es literal-


mente el poder por el cual obra Dios mismo. Entonces, cuando
alguien dice: 'Ahora debo estudiar otras cosas, porque ya he estu-
diado los primeros principios del evangelio", puede estar seguro

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

que todavía le falta mucho para empezar siquiera a comprender


una pequeña porción del primer principio del evangelio: la fe en el
Señor Jesucristo.
La fe es mucho más que sólo una actitud positiva o cualquiera de
las muchas técnicas que el hombre ha aprendido a usar para consu-
mar sus deseos. La verdadera fe para vida y salvación está en el
Señor Jesucristo. En el mundo hay muchos que han puesto su fe, su
actitud positiva, en las cosas terrenales, pero eso nunca los llevará a
ninguna parte. Nunca han llegado a comprender que la fe tiene
poder, dominio y autoridad sobre todas las cosas; que es el poder
por el que obra Dios mismo.

Preguntas pora meditar

1 .¿Cómo pudo el joven misionero bautizar a tantas personas?

2. ¿Cómo reaccionó el misionero ante las cosas negativas que ha-


bía oído sobre Paraguay?

3. ¿Qué hizo mentalmente el misionero para poder ejercer la fe?


¿Qué podemos hacer nosotros?

4. ¿Cuáles son las tres definiciones de la fe que se dan en este capítu-


lo?

5. ¿Cómo pudo creer Abraham la promesa del Señor, a pesar de las


probabilidades aparentemente tan grandes de que la promesa no
podría cumplirse?

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

6. ¿Qué obstáculos aparentemente insuperables enfrentamos noso-


tros? ¿Qué podemos hacer para salir adelante a pesar de esos obs-
táculos?

7. Si es por la fe que Dios organiza y sostiene sus creaciones, ¿cómo


podemos hacer lo mismo en nuestra propia esfera?

8. ¿En qué cosas podemos comenzar a ejercer la fe como padres,


esposos, empleados, maestros, líderes o misioneros?

9. ¿Puede ayudarnos el saber qué es la fe, a vivir por fe? ¿Cómo?

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C A P Í T U L O 3

Características de la fe

U na mañana, nuestra familia se encontraba charlando durante el


desayuno. Habíamos terminado nuestra lectura de las Escritu-
ras, y yo deseaba enseñarles algo a los niños. Había planeado las
cosas de manera que ellos me preguntaran algo y luego dijeran:
"Papá, habíanos sobre eso". Y así sucedió exactamente. Por lo que
respondí: "Bueno, me da gusto que hayan preguntado sobre eso",
y enseguida les pregunté: "¿Me creerán lo que les voy a enseñar?"
Y entonces, uno de los niños mayores, que entonces tenía nueve
años, dijo: "Papá, nosotros creemos todo lo que nos dices". Para un
padre, no hay cosa más grande que pueda escuchar de su hijo.
El Señor le dijo a Alma: "Bendito eres tú, Alma... por causa de tu
extremada fe en tan sólo las palabras de mi siervo Abinadí" (Mosíah
26:15). ¿Se le había aparecido a Alma algún ángel en ese tiempo?
No. Sólo creyó las palabras de Abinadí.

La fe está relacionada con la creencia

Una característica importante de la fe en el Señores la creencia pura


y sencilla. En Mateo 21:22, el Señor dice: "Todo lo que pidiereis en
oración, creyendo, lo recibiréis".
Las palabras de Alma pueden ayudarnos a comprender mejor el
poder de creer:

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Dios es misericordioso para con todos los que creen en su nombre;


por tanto, él desea ante todo que creáis, sí, en su palabra... Mas he
aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar
con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más
que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí,
hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis
palabras (Alma 32:22, 27)

Por las palabras: "aunque no sea más que un deseo de creer", es


aparente que la creencia es el comienzo del proceso de obtener la
fe.
El Maestro nos enseñó el gran poder de creer, con el ejemplo del
hombre de cuyo hijo echó fuera un espíritu inmundo.

Uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un


espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa
espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discí-
pulos que lo echasen fuera, y no pudieron.
Y respondiendo El, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo
he de estar con vosotros?... Traédmelo.
Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violen-
cia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando
espumarajos.
Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?
Y él dijo: Desde niño: Y muchas veces le echa en el fuego y en el
agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de
nosotros, y ayúdanos.
Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E
inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda
mi incredulidad.
Y cuando Jesús vio que la multitud de agolpaba, reprendió al espí-
ritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal
de él, y no entres más en él.
Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto.


Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó (Mar-
cos 9:1 7-27).

En ese relato podemos ver que la creencia sencilla es parte inte-


gral del tener fe.

La fe está relacionada con la esperanza

M o r o n i nos dejó una buena explicación de la relación entre la fe y la


esperanza:

Quisiera hablaros concerniente a la esperanza. ¿Cómo podéis lo-


grar la fe, a menos que tengáis esperanza? (Moroni 7:40).

Esto nos enseña que primero debemos tener esperanza y después


viene la fe. Si seguimos la lectura en Moroni, en el versículo 42
vemos que el Señor invierte el orden y dice que primero debemos
tener fe, o no podemos tener esperanza. Esto nos ayuda a com-
prender que la fe y la esperanza están íntimamente relacionadas. En
el versículo 41 se nos dice en qué debemos tener esperanza, y de
nuevo se vuelve interesante, pues todo tiene que ver con el Señor.

Y ¿qué es lo que habéis de esperar?

Esa es una buena pregunta. ¿En qué debemos tener fe? ¿En qué
debemos tener esperanza?

He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la ex-


piación de Cristo y el poder de su resurrección, en que seréis
resucitados a vida eterna, y esto por causa de vuestra fe en él, de
acuerdo con la promesa. De manera que si un hombre tiene fe, es
necesario que tenga esperanza; porque sin fe no puede haber es-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

peranza (Moroni 7 : 4 1 , 42).

La fe y la esperanza están en verdad vinculadas estrechamente,


como se sugiere en la bien conocida declaración de Hebreos 1 1 : 1 :
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que
no se ve.

Lo mismo se menciona en Éter 12:4:

Los que creen en Dios pueden tener la firme esperanza de un mun-


do mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y esta esperanza
viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los hombres y
los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras,
siendo impulsados a glorificar a Dios.

La fe no se asocia con la duda y el temor

La fe en el Señor no puede asociarse con la duda y el temor. Los


Discursos sobre la Fe declaran:

Tal es la flaqueza del hombre y tal su debilidad, que continuamente


está en riesgo de pecar. Y si Dios no fuera paciente y lleno de
compasión, clemente y misericordioso, y pronto para perdonar, el
hombre sería cortado de su presencia, y como consecuencia anda-
ría en duda continua y no podría tener fe, porque donde hay duda
la fe no tiene poder. Pero creyendo el hombre que Dios es compa-
sivo y misericordioso, y que es paciente y tardo para la ira, el hom-
bre puede tener fe en El y vencer la duda y crecer en fuerza grande-
mente (Preguntas y respuestas del Tercer Discurso).

Es evidente que un hombre que duda continuamente no puede


ejercer la fe, porque donde hay duda la fe no tiene poder. El Señor
declaró lo siguiente en Doctrina y Convenios 6:34, 36:

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Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen


en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados
sobre mi roca, no pueden prevalecer... Elevad hacia mí todo pensa-
miento; no dudéis; no temáis.

Podemos ver que para no temer, debemos elevar al Señor todo


pensamiento. El Señor nos sostendrá en las cosas que con justicia
nos estamos esforzando por lograr.
Observamos este principio en acción en el relato de Cristo cuan-
do caminó sobre el mar y el Apóstol Pedro intentó, hacer lo mismo.
Las Escrituras dicen:

A la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el


mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron,
diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida
Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo
vaya a ti sobre las aguas. Y dijo El: Ven. Y descendiendo Pedro de
la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el
fuerte viento, tuvo miedo: y comenzando a hundirse, dio voces, di-
ciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano,
asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Porqué dudaste? (Mateo
14:25-31).

Notemos que Pedro, en el momento que vio que estaba realmen-


te caminando sobre el agua, tuvo miedo. Y una vez que tuvo miedo,
empezó a hundirse y perdió el poder que ejerció temporalmente.
La duda y la fe no pueden existir en la misma persona al mismo
tiempo. Santiago también nos enseña esa gran lección:

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el


cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es seme-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE ,

jante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de


una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa
alguna del Señor (Santiago 1:5-7).

Leemos en Marcos 11:23, 24:

De cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y


échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será
hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.
Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo
recibiréis, y os vendrá.

Si una persona no duda en su corazón, sino cree que se cumplirá


lo que dice, se cumplirá verdaderamente. Si creemos, recibiremos.
¿Nos esforzamos por creer en Dios y desechar las dudas, temores y
pensamientos negativos?

La fe da seguridad y firmeza

M o r o n i escribió:

De modo que los que creen en Dios pueden tener la firme esperan-
za de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y esta
esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los
hombres y los hace seguros y firmes (Éter 12:4).

Moroni está describiendo los efectos de la fe: la fe nos hará segu-


ros y firmes. No se está refiriendo a la seguridad del mundo, sino a
la seguridad espiritual.

La fe no viene por las señales


Hay otra característica de la fe que necesitamos comprender an-

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tes de tratar de aplicarla. La fe no se basa en las señales. El Señor


ha dicho:

...el evangelio ha de ser predicado a toda criatura, y las señales


seguirán a los que crean (D. y C. 58:64).
Y el que creyere y fuere bautizado, será salvo; y el que no creyere,
será condenado.
Y el que creyere será bendecido con señales que le acompañarán,
tal como está escrito (D. y C. 68:9, 10).

Las señales vienen por la fe, pero deben venir en la manera del
Señor. A José Smith le dijo:

Y aquél que buscare señales verá señales, mas no para salvación.


En verdad os digo que hay entre vosotros quienes buscan señales, y
los ha habido aun desde el principio.

Yo diría que cada uno de nosotros es culpable de eso hasta cierto


punto. Puede ser que estemos buscando una señal y ni siquiera nos
demos cuenta de ello. La diferencia se sabe sólo por el Espíritu. El
Señor continúa:

Pero he aquí, la fe no viene por las señales, mas las señales siguen
a los que creen.
Sí, las señales vienen por la fe, no por la voluntad de los hombres, ni
como les plazca, sino por la voluntad de Dios (D. y C. 63:7-1 0).

Recordemos bien que las señales no producen fe. Hay personas


que piensan que si se les apareciera un ángel, creerían y tendrían fe,
y cuando éste se fuera guardarían todos los mandamientos. Esas
son enseñanzas del hombre natural, y no son verdaderas. La fe nace
de adentro. La fe viene por el Espíritu de Dios, no por señales.
Recordemos no confundir las señales con los dones del Espíritu.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

El Señor nos ha aconsejado: "Buscad diligentemente los mejores


dones" (D. y C. 46:8). En Doctrina y Convenios están enumerados
muchos de esos dones (D. y C. 46:9-33). Los dones espirituales
pueden venir por la voluntad de Dios mediante la fe. Las señales
vienen por la voluntad de Dios, y son consecuencia de la fe.

La fe no es conocimiento perfecto

Cuando José Smith salió de la arboleda, ¿pensamos que su fe en


la existencia de Dios era débil? Esto es ridículo, ¿verdad? El salió
con un conocimiento seguro de la existencia del Padre y del Hijo. Si
él lo sabía, ya no tenía fe en eso. Tenía fe en muchas otras cosas,
pero tenía un conocimiento seguro de que Dios vive. Alma explicó
ese principio de esta manera:

...La fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; de modo


que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son
verdaderas (Alma 32:21).

Luego sigue diciendo:

Pues como dije acerca de la fe, que no era un conocimiento perfec-


to, así es con mis palabras. No podéis, al principio, saber a la
perfección acerca de su veracidad, así como tampoco la fe es un
conocimiento perfecto... Compararemos, pues, la palabra a una
semilla. Ahora bien, si dais lugar para que sea sembrada una semi-
lla en vuestro corazón, he aquí, si es una semilla verdadera, o semi-
lla buena, y no la echáis fuera por vuestra incredulidad, resistiendo
al Espíritu del Señor, he aquí, empezará a hincharse en vuestro pe-
cho; y al sentir esta sensación de crecimiento, empezaréis a decir
dentro de vosotros: Debe ser que ésta es una semilla buena, o que
la palabra es buena porque (l)empieza a ensanchar mi alma; si,
(2)empieza a iluminar mi entendimiento; si, (3) empieza a ser deli-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

ciosa para mí.


He aquí, ¿no aumentaría esto vuestra fe? Os digo que sí; sin em-
bargo, no ha llegado a ser un conocimiento perfecto (Alma 32:26-
29).

Ese capítulo continúa hablando acerca de la semilla y su creci-


miento. En el versículo 34 leemos:
Y ahora, he aquí, ¿es perfecto vuestro conocimiento? Sí, vuestro
conocimiento es perfecto en esta cosa, y vuestra fe queda inactiva; y
esto porque sabéis, pues sabéis que la palabra ha enchido vuestras
almas, y también sabéis que ha brotado, que vuestro entendimiento
empieza a iluminarse y vuestra mente comienza a ensancharse.

Alma explica magistralmente algunas de las características de la


fe. Al estudiar estas características, debemos recordar que la fe es
algo sobre lo que sabemos muy poco. El Señor dice que si tenemos
fe como un grano de mostaza, podremos decir "a este monte: Pása-
te de aquí allá, y se pasará (Mateo 1 7:29). Por ello me doy cuenta
de que usualmente tenemos algo menos que eso, y que sabemos
muy poco sobre ello. Por eso sigo esforzándome por comprender lo
que significa tener fe en el Señor Jesucristo. Espero que todos noso-
tros consideremos esto como el comienzo de un mayor estudio,
meditación y oración para entender la fe en el Señor Jesucristo. Al
hacerlo, el Señor nos revelará conocimiento adicional sobre estos
importantes principios, pues El ha prometido: "Si pides, recibirás
revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin
de que puedas conocer los misterios y las cosas apacibles, aquello
que trae gozo, aquello qué trae la vida eterna" (D. y C. 42:61).

Preguntas para meditar

1 .¿Qué relación hay entre tener fe y creer?

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2. ¿Qué relación hay entre la fe y la esperanza?

3. ¿Qué relación hay entre la fe y las señales?

4. ¿Qué relación hay entre la fe y los dones espirituales?

5. ¿Qué relación hay entre la fe y el conocimiento?

6. ¿De qué manera afectan a la fe la duda y el temor?

7. ¿Qué podemos hacer para aumentar nuestra creencia y esperan-


za de que se cumplirán nuestros justos deseos?

8. Si la fe aumenta mediante el conocimiento, ¿qué puede hacer


usted para aumentar su fe?

9. ¿Qué puede hacer usted para desechar sus dudas y temores?

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C A P Í T U L O 4

El fundamento de la fe

M ientras me hallaba en Venezuela, hace unos años, un grupo de


santos de los últimos días, junto con muchos no-miembros,
hablaban sobre una profecía dicha por una mujer en Europa. Ella
había profetizado que Caracas, que en ese tiempo era una ciudad
de más de tres millones de habitantes, sería destruida al día siguien-
te. Mucha gente lo creyó, y miles salieron de Caracas el día que yo
llegué. Al día siguiente no hubo ninguna destrucción, y entre los
miembros de la Iglesia escuché cosas tales como: "Yo sabía que no
pasaría nada, por eso no abandonamos la ciudad". Quedándose
en Caracas, habían ejercido la fe en que esa mujer estaba equivo-
cada. Pero lo que me preocupaba era su razonamiento: "Sabíamos
que el Señor no haría nada como eso en Caracas, porque tenemos
una estaca aquí". Una persona dijo:" Sé que si la ciudad fuera a ser
destruida verdaderamente, el Señor se lo habría revelado al Elder
Cook, o a los presidentes de estaca o de misión, para que los santos
pudieran evacuarla ciudad". Otro dijo: "Si el Señor no se lo hubie-
ra revelado a uno de los líderes locales, se lo hubiera revelado al
Presidente Kimball". Ahí tenemos un argumento muy débil, porque
cualquiera que haya leído las Escrituras, sabe que el Señor permite
que el mal venga sobre los buenos así como sobre los malvados.
Hemos de tener cuidado de no interpretar la mente del Señor.
En Colombia teníamos problemas tremendos para obtener visas
para que los misioneros pudieran entrar al país. Una mujer dijo: Sé
que ésa no es la voluntad del Señor. El quiere que la obra misional

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

siga adelante, y si tuviéramos suficiente fe, no permitiríamos que el


Gobierno negara las visas. Si tuviéramos suficiente fe, podríamos
resolver este problema". Eso sí que suena razonable, ¿verdad?
Pero también es posible que no fuera cierto.
Una de las mayores bendiciones que ha tenido México, fue cuan-
do su Gobierno no quiso permitir que entraran misioneros norte-
americanos por un tiempo. Los jóvenes mexicanos comenzaron a
cumplir misiones en su propio país, pues no había alternativa. Y
mientras los misioneros norteamericanos llamados a servir en Méxi-
co, esperaban sin poder entrar, se inició la capacitación de idiomas.
Fue entonces que nació la ¡dea de un centro de capacitación de
idiomas que poco después se hizo realidad. Luego se llamó Centro
de Capacitación Misional. El Señor tiene sus propios propósitos. El
hace las cosas a su manera. Puede realizar milagros a partir de un
incidente aparentemente sin importancia, o de la adversidad.
Los Discursos sobre ¡a Fe hacen la observación de que la verda-
dera fe en el Señor se basa en tres elementos:

Señalemos aquí que hay tres cosas necesarias para que cualquier ser
racional e inteligente pueda ejercer fe en Dios para vida y salvación.
Primero, la idea de que El existe verdaderamente.
Segundo, una idea correcta de su carácter, perfección y atributos.
Tercero, un conocimiento verdadero de que la dirección que lleva
su vida está de acuerdo con la voluntad de Dios (Discursos sobre la
Fe 3:2-5).

Si nuestra fe se basa en estos elementos, entonces podemos ejer-


cer una fe verdadera en el Señor para vida y salvación.

1 .La idea de que Dios existe verdaderamente

El hombre natural, al pensar en el primer elemento de la fe, dirá

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enseguida: "Pasemos al siguiente principio, porque yo ya sé que


Dios existe". Pero el hombre espiritual entiende que sabe muy poco,
aun de cosas tan fundamentales. Es de muchas maneras y en diver-
sos grados que sabemos que Dios existe, pero aquí se nos está ense-
ñando algo que no es común.

Las creaciones de Dios testifican de El

El llegar a saber que Dios existe, tiene su base en dos principios o


ideas principales: el primero, que las creaciones de Dios testifican
que El existe. El Señor dijo:

La Tierra rueda sobre sus alas, y el sol da su luz de día, y la luna da


su luz de noche, y las estrellas también dan su luz, a medida que
ruedan sobre sus alas en su gloria, en medio del poder de Dios.
¿A qué compararé estos reinos para que comprendáis?
He aquí, todos éstos son reinos, y el hombre que ha visto a cual-
quiera o al menor de ellos, ha visto a Dios obrando en su majestad
y poder (D. y C. 88:45-47).

El Señor nos ha bendecido con suficiente entendimiento para


reconocer que sus creaciones testifican que El vive, de modo que
todos puedan tener fe y creer en su nombre. Los hombres y mujeres
en todo el mundo creen en alguna clase de Ser Supremo que ha
creado los cielos y la Tierra. Ignoran qué o quién es, pero cuando
menos creen en El. Eso para mí es un gran testimonio de que el
Señor preparó todo para que, tan sólo por sus creaciones, pudiéra-
mos tener fe en que El existe.

El Señor le dijo a Adán:

Se han creado y hecho todas las cosas para que den testimonio de

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

mí; tanto las que son temporales, como las que son espirituales;
cosas que hay arriba en los cielos, cosas que están sobre la tierra,
cosas que están en la tierra y cosas que están debajo de la tierra,
tanto arriba como abajo; todas las cosas testifican de mí (Moisés
6:63).

Y Alma le dijo a Korihor:

...todas las cosas indican que hay un Dios, si, aun la tierra y todo
cuanto hay sobre ella, sí, y su movimiento, sí, y también todos los
. planetas que se mueven en su orden regular testifican que hay un
Creador Supremo (Alma 30:44).

Alma testificó que el Señor organizó los elementos de tal manera


que todas las cosas dan testimonio de Dios a sus hijos.

Otros también testifican de Dios

En segundo lugar, el Señor usa el testimonio de otros para que el


género humano pueda creer en El. Cuando José Smith salió de la
Arboleda Sagrada, ese día hubo un hombre sobre la Tierra que
había visto por sí mismo que Dios vive verdaderamente. La fe lo
había motivado a ir a la arboleda para orar, pero cuando salió de
ahí, tenía un conocimiento perfecto de que Dios vive. Esa experien-
cia le dio el poder para decir:

...Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos


Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me
odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstan-
te, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y de-
cían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo
pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad?
En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE.

Dios?, o ¿porqué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente


he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios
lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía
que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación (José
Smith-Historia, versículo 25).

El testimonio de José Smith se ha convertido en el cimiento de la


fe de millones de personas en todo el mundo. El dice, en los Discur-
sos sobre la Fe:

Hemos delineado claramente cómo es, y cómo ha sido, que Dios


vino a ser objeto de fe en los seres racionales; y también en qué
fundamento se basó el testimonio de los antiguos al grado de mo-
verlos a inquirir diligentemente, y buscar y obtener un conocimiento
de la gloria de Dios; y hemos visto que fue solamente ese testimonio
humano lo que originalmente motivó en sus mentes la búsqueda.
Nos damos cuenta de que fue la creencia que tuvieron en el testi-
monio de sus padres, ese testimonio habiendo motivado sus mentes
para inquirir por un conocimiento de Dios. La búsqueda frecuente-
mente terminó, en verdad, cuando estuvo bien dirigida siempre ter-
minó, en los más gloriosos descubrimientos y en eterna certidumbre
(Discursos sobre la Fe 2:56).

Después de la Primera Visión, los hombres comenzaron a creer


en las palabras del profeta José Smith, y una vez más empezó a
esparcirse la fe sobre la Tierra. El Señor inició ese proceso exacta-
mente de la misma manera con Adán. Leemos en Moisés 5:58, 59:

Y así se empezó a predicar el evangelio desde el principio, siendo


declarado por santos ángeles enviados de la presencia de Dios, y
por su propia voz, y por el don del Espíritu Santo.
Y así se le confirmaron todas las cosas a Adán mediante una santa
ordenanza; y se predicó el evangelio, y se proclamó un decreto de
estaría en el mundo hasta su fin; y así fue. Amén.

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Adán vio a Dios. Caminó y habló con El, y oyó su voz. Y de Adán
y Eva llegó a otros el testimonio de Dios:

Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas


las cosas a sus hijos e hijas (Moisés 5:12).

Mormón declaró:
Ahora llegamos a esa fe de la cual dije que hablaría; y os indicaré la
forma en que podéis aferraras a todo lo bueno.
Porque he aquí, sabiendo Dios todas las cosas, dado que existe de
eternidad en eternidad, he aquí, él envió ángeles para ministrar a
los hijos de los hombres, para manifestar concerniente a la venida
de Cristo; y que en Cristo habría de venir todo lo bueno (Moroni
7:21,22).

En otras palabras, el Señor envió ángeles para testificar de El,


para que los hombres pudieran ver con sus ojos y ser testigos de que
Dios vive realmente.

Y Dios también declaró a los profetas, por su propia boca, que


Cristo vendría.
Y he aquí, de diversos modos manifestó cosas que eran buenas a
los hijos de los hombres; y todas las cosas que son buenas vienen
de Cristo; de lo contrario, los hombres se hallaban caídos, y ningu-
na cosa buena podía llegar a ellos.
De modo que por la ministración de ángeles, y por toda palabra
que salía de la boca de Dios, empezaron los hombres a ejercitar la
fe en Cristo; y así, por medio de la fe, se aferraron a todo lo bueno;
y así fue hasta la venida de Cristo.
Y después que vino, los hombres también fueron salvos por la fe en su
nombre; y por la fe llegan a ser hijos de Dios. Y tan ciertamente como
Cristo vive, habló estas palabras a nuestros padres, diciendo: Cuan-
to le pidáis al Padre en mi nombre, que sea bueno, con fe creyendo
que recibiréis, he aquí os será concedido (Moroni 7:23-26).

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Más adelante, Mormón declara:

...ni han cesado los ángeles de ministrara los hijos de los hombres.
Porque he aquí, se sujetan a él para ejercer su ministerio de acuerdo
con la palabra de su mandato, manifestándose a los que tienen una
fe fuerte y una mente firme en toda forma de santidad.
Y el oficio de su ministerio es llamar a los hombres al arrepentimien-
to; y cumplir y llevar a efecto la obra de los convenios del Padre, los
cuales él ha hecho a los hijos de los hombres; y preparar la vía entre
los hijos de los hombres, declarando la palabra de Cristo a los
vasos escogidos del Señor, para que den testimonio de él.
Y obrando de este modo, el Señor Dios prepara la senda para que
el resto de los hombres tengan fe en Cristo, a fin de que el Espíritu
Santo tenga cabida en sus corazones, según su poder, y de este
modo el Padre lleva a efecto los convenios que ha hecho con los
hijos de los hombres.
Y Cristo ha dicho: Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer
cualquier cosa que me sea conveniente (Moroni 7:29-33).

Nuestra fe tiene la oportunidad de aumentar cuando escucha-


mos el testimonio de alguien más. Nuestra fe en que Dios vive
empieza a crecer y desarrollarse. Pensemos en las palabras de Pa-
blo: "La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios: (Romanos
10:1 7). Algunas personas dicen "¿Necesitamos en realidad asistir
a las reuniones de la Iglesia? ¿Necesitamos ir a escuchar las
predicaciones de los siervos del Señor?" Yo respondería: "Si quie-
ren aumentar su fe, sí necesitan ir".
Pensemos un rato en esta pregunta: "¿Quién es Dios?", o "¿qué
representa Dios para mí?" Ahora mismo tomemos unos minutos y
reflexionemos en eso antes de seguir leyendo. Ante esa pregunta, el
hombre natural que hay en nosotros tiende a nombrar las cosas
mayormente físicas. Átales preguntas nosotros contestaríamos: "Dios
es un hombre perfeccionado. Resucitó como lo hizo Jesús. Es un

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Ser glorificado. Es un Ser aparte del Espíritu Santo, pues éste último
es únicamente un espíritu". Puede ser que mencionáramos esas
cosas. Pero ésas sólo son cosas acerca de Dios. Mas si nos pone-
mos a reflexionar más profundamente, podríamos pensar algo como:
"Recuerdo una experiencia de cuando yo era más ¡oven, que me
enseñó que Dios nos ama a todos y no hace acepción de personas.
Y sé que me ama, porque ha contestado mis oraciones". Al pensar
en cosas como ésas, llegaríamos a un mejor entendimiento sobre
quién es Dios, y cuánto sabemos o no sobre El. Una cosa es que
digamos que sabemos que Jesús es el Cristo, y otra muy diferente es
que lo conozcamos.

2. Una idea correcta del carácter, perfecciones y


atributos de Dios

El segundo elemento de la fe consiste en tener una idea correcta


sobre las características, perfecciones y atributos de Dios.
En ocasiones algunas personas han venido a mí para confesar
alguna transgresión, y han dicho algo así: "Sé que el Señor no
podrá perdonarme". Cuando esas personas me dicen lo que el
Señor hará o no hará, me he dado cuenta de que todavía no cono-
cen a su Padre Celestial. Y sé que también yo sé muy poco sobre mi
Padre Celestial. Al pensar en eso, me he preguntado: "¿Cómo
puedo aprender más?" Sobre eso quiero compartir algunas suge-
rencias:

Conozca a Dios por medio de la oración

La oración es una de las mejores maneras de conocer al Señor;


pero no sólo el decir las oraciones, sino el orar verdaderamente,

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conversando con el Señor. Si una persona hace esto, puede llegar a


conocer al Señor, pues el Señor le revelará conocimiento en cuanto
a sus vías. Jacob dijo:

¡He aquí, grandes y maravillosas son las obras del Señor! iCuán
inescrutables son las profundidades de sus misterios; y es imposible
que el hombre descubra todos sus caminos! Y nadie hay que co-
nozca sus sendas a menos que le sean reveladas; por tanto, no
despreciéis, hermanos, las revelaciones de Dios (Jacob 4:8).

Esa es la única manera en que podemos ganar ese conocimien-


to: por revelación de El.

Conozca a Dios por medio de las Escrituras

Quisiera sugerir otra manera de conocer mejor al Señor: una


búsqueda intensa, continua y fervorosa por conocerlo a través de las
Escrituras. En ellas, el Señor ha revelado mucho de lo que necesita-
mos saber sobre sus características, perfecciones y atributos.
El Señor le dijo a Martín Harris, por medio del profeta José Smith:
"Aprende de mí y escucha mis palabras; camina en la mansedumbre
de mi Espíritu, y en mí tendrás paz" (D. y C. 19:23). Samuel el
Lamanita advirtió que muchos de los lamanitas eran "conducidos a
creer las Santas Escrituras... que los llevan a la fe en el Señor"
(Helamán 1 5:7). Estudiar las Escrituras es un poderoso medio para
conocer al Señor y desarrollar la fe en El.

Conozca a Dios por medio de una observación


profunda

Me gustaría añadir que otra manera de conocer a Dios es obser-

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var detenidamente lo que sucede a nuestro alrededor, buscando y


procurando alguna revelación. Brigham Young dijo una vez que las
revelaciones vienen de muchas fuentes: el Señor, los siervos del Se-
ñor, otros hombres, las creaciones del Señor, y muchas otras cosas.
Las revelaciones no se limitan a una sola persona. Cierto es que las
revelaciones del Señor sobre la dirección de la Iglesia están limita-
das a los líderes de la misma, pero las demás revelaciones están
disponibles para todos. Parte del mejor conocimiento con que el
Señor me ha bendecido, ha venido por observar detenidamente a
otros, viendo cómo actúan y reaccionan. Eso a veces me enseña lo
que es el Señor, y otras, lo que no es. En toda persona y en todas las
cosas hay una chispa de divinidad, la luz de Cristo, y si observamos
atentamente las creaciones de Dios, aprenderemos más sobre El.

Características de Dios

Los Discursos sobre la Fe nos enseñan lo siguiente en cuanto a


Dios:

Notaremos aquí que Dios es el único gobernador supremo y Ser


independiente en quien reside toda plenitud y perfección; que El es
omnipotente, omnipresente y omnisciente; sin principio de días o fin
de vida; y que en El existe todo buen don y todo buen principio; y
que El es el Padre de toda luz; en El reside independientemente el
principio de la fe, y El es el objeto en el que se centra la fe de todos
los demás seres racionales y responsables, para obtener vida y sal-
vación (Discursos sobre la Fe 2:2).

A partir de las Escrituras, los Discursos enseñan lo siguiente sobre


el carácter de Dios:

Primero, que El fue Dios antes que el mundo fuera creado, y es el

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mismo Dios después de la creación.


Segundo, que El es misericordioso y lleno de gracia, tardo para la
ira, grande en bondad, y que ha sido así desde la eternidad y lo será
hasta la eternidad.
Tercero, que El no cambia, ni hay en El variación, sino que es el
mismo de eternidad en eternidad, siendo el mismo ayer, hoy y para
siempre, cuyo curso es un giro eterno, sin variación.
Cuarto, que El es Dios de verdad y no puede mentir.
Quinto, que no hace acepción de personas, sino que de cada na-
ción, el que teme a Dios y obra rectitud es aceptado por El.
Sexto, que El es amor (Discursos sobre la Fe 3:13-18).

Atributos y perfecciones de Dios

Los Discursos sobre la Fe también hablan de seis atributos espe-


cíficos de Dios, y todos están relacionados entre sí:

Primero, conocimiento...
Segundo, fe o poder...

Algunas personas piensan que el Señor no obra por fe, puesto


que El tiene todo conocimiento. En cierto sentido eso es verdad. No
obstante, aquí José Smith está hablando de la fe como poder. Si
Dios dejara de tener fe, dejaría de tener poder. La fe, o poder, es un
atributo eterno de Dios.

Tercero, justicia...
Cuarto, juicio...
Quinto, misericordia...
Sexto, verdad... (Discursos sobre la Fe 4:4-10).

Podríamos relacionar estos seis atributos con las características


de Dios mencionadas anteriormente, recordando que las perfeccio-

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nes de Dios son el refinamiento de sus atributos y características, y que


nosotros podemos refinaresas características en nosotros mismos para
poder llegar a ser como El.
Siempre he atesorado estas palabras de Juan:

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le cono-
ció a Él.
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando El se manifieste, sere-
mos semejantes a El, porque le veremos tal como El es.
Y todo aquel que tiene esta esperanza en El, se purifica a sí mismo,
así como Él es puro (1 Juan 3:1 -3).

Eso no solamente nos enseña que veremos a Dios como El es y


sabremos que físicamente fuimos creados a su imagen (cuando era
más joven, yo pensaba que eso era todo lo que significaba), sino
también enseña que si seguimos perfeccionándonos y
santificándonos, podemos llegar a ser espiritualmente como El es.
Jesús dijo: "Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 1 7:3).
Para mí, eso es tanto como decir que nuestra vida eterna depende
de que lleguemos a conocer a Dios y saber cómo es El en realidad.

3. Un conocimiento de que la dirección que


lleva nuestra vida está de acuerdo con la
voluntad de Dios

Un ejemplo magnífico del tercer elemento de la fe que se men-


ciona en los Discursos, se encuentra en la historia de Nefi, pues Nefi
sabía que el curso de su vida estaba en armonía con la voluntad de

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Dios. Analicemos su historia para ver si podemos determinar, al


menos en parte, cómo sabe una persona si su vida lleva o no el
rumbo que el Señor desea.
Y aconteció que después de hablar con el Señor, yo, Nefi, volví a la
tienda de mi padre (I Nefi 3:1).

Nefi había estado orando. Ese es un buen comienzo para poder


conocer la voluntad del Señor. Después fue a hablar con Lehi, su
padre.

Y sucedió que me habló, diciendo: He aquí, he soñado un sueño,


en el que el Señor me ha mandado que tú y tus hermanos volváis a
Jerusalén.
Pues he aquí, Labán tiene los anales de los judíos, así como una
genealogía de mis antepasados; y están grabados sobre planchas
de bronce (versículos 2, 3).

Hasta ese punto vemos únicamente que dos hombres, padre e


hijo, sin ángeles, manifestaciones o evidencias físicas aparte de que
el padre le dice a su hijo: ''He soñado que tú y tus hermanos deben
volver a Jerusalén". En ese momento Nefi tuvo que decidir si seguir
las inclinaciones del hombre natural, o las del hombre espiritual, es
decir, si dudar o creer.

Por lo que el Señor me ha mandado que tú y tus hermanos vayáis a la


casa de Labán, y procuréis los anales y los traigáis aquí al desierto.
Y he aquí, tus hermanos murmuran, diciendo que lo que yo les he
requerido es cosa difícil,; pero no soy yo quien se lo requiere, sino
que es un mandamiento del Señor (versículos 4,5).

Ahora pensemos en nuestra condición espiritual. ¿Qué habría-


mos hecho nosotros? Laman y Lemuel murmuraron, diciendo quizá
cosas tales como: "Papá siempre ha sido un visionario. Siempre

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sueña cosas. Este sueño puede deberse a que cenó tarde anoche".
Imaginemos las cosas que pueden haber dicho, murmurando de su
padre. De hecho, se negaron a creer la voluntad revelada del Señor.
A continuación, consideremos a Nefi. El estaba en la misma
situación y oyó las mismas palabras de su padre pero, ¿cuál fue su
actitud?

Por lo tanto, ve tú, hijo mío, y el Señor te favorecerá porque no has


murmurado (versículo ó).

Nefi oyó lo mismo que sus hermanos, pero creyó y no habló mal
de su padre.

Y sucedió que yo, Nefi, dije a mi padre: Iré y haré lo que el Señor ha
mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de
los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha
mandado (versículo 7).

¿Podemos ver cómo fue que Nefi puso el asunto en la perspectiva


correcta? No era Lehi quien le estaba pidiendo que fuera a Jerusalén;
era el Señor, por medio de Lehi. Había una gran diferencia, y Nefi la
reconoció.

Y aconteció que mi padre quedó altamente complacido al oír estas


palabras, porque comprendió que el Señor me había bendecido (ver-
sículo 8).

La relación entre ellos era armoniosa, y Lehi supo que el Señor


había bendecido a su hijo. Nefi comprendió espiñtualmente la ver-
dad de las palabras de su padre. Conocía la voluntad del Señor; lo
que le restaba era ir y hacerla.

Y yo, Nefi, y mis hermanos emprendimos la marcha por el desierto,

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con nuestras tiendas, para subir a la tierra de Jerusalén (versículo 9).

Es fácil saltarse un versículo como éste. Pero ¿podemos imagi-


narnos en esa posición? El viaje a Jerusalén era largo, y sospecho
que había muchos problemas en el camino. No creo que el Señor le
dijera a Nefi dónde plantar su tienda por la noche. Dudo que un
ángel lo hiciera por él. Nefi mismo lo hacía. Posiblemente careció
de agua en ocasiones, o batalló para conseguir comida. Ignoramos
los detalles sobre ese breve versículo, pero el viaje no debe haber
sido fácil, y el Señor no hizo todo el trabajo. Nefi mismo lo hizo. Y
sucede lo mismo con nosotros.

Y aconteció que cuando hubimos subido a la tierra de Jerusalén,


yo y mis hermanos deliberamos unos con otros (versículo 10).

Siempre me ha parecido interesante el hecho de que se pusieron


a deliberar, preguntándose tal vez: "Qué vamos a hacer? ¿Cómo
vamos a obtener las planchas?" Por lo que se les había dicho hasta
ese momento, parecía que sería una tarea fácil. La tendencia del
hombre natural podría haber sido pensar: "Si el Señor prepara la
vía, probablemente Labán tuvo el mismo sueño que nuestro padre.
Ya ha de tener las planchas en un saco, listas para que las recoja-
mos. Todo lo que tenemos que hacer es tocar a su puerta y pedírse-
las". Nefi y sus hermanos podían haber tenido toda la razón en
creer eso, ¡no es así?
Es posible que hayan llegado a considerar varias opciones. Qui-
zá se les ocurrió algo como: "Yo podría trabajar para Labán varios
meses, para ganar la mano de su hija, y entonces nos permitirá
tomar las planchas". Esa es una posibilidad, ¿verdad? Ese peque-
ño versículo que dice que se pusieron a deliberar me indica que
carecían de un plan fácil, detallado, para obtener las planchas de
Labán. Todo lo que tenían es lo que nosotros tenemos ahora en

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nuestra vida, o sea, la palabra del Señor a través de su siervo. El


Señor les dijo que obtuvieran las planchas. No les dijo específicamente
cómo obtenerlas. Así que se pusieron a deliberar.

Y echamos suertes para ver cuál de nosotros iría a la casa de Labán.


Y sucedió que la suerte cayó sobre Laman, y fue y entró en la casa
de Labán, y habló con él mientras estaba sentado en su casa (versí-
culo 11).

Una vez más, sospecho que Laman, como cualquier otro que
siguiera las inclinaciones del hombre natural, tal vez pensaba que
sería fácil pedirle las planchas a Labán, y que él se las daría.

Y le pidió a Labán los anales que estaban grabados sobre las plan-
chas de bronce que contenían la genealogía de mi padre.
Y he aquí, aconteció que Labán se llenó de ira y lo echó de su
presencia; y no quiso que él tuviera los anales. Por tanto, le dijo: He
aquí, tú eres un ladrón, y te voy a matar.
Pero Laman huyó de su presencia, y nos contó lo que Labán había
hecho (versículos 12-14).

Sospecho que sus hermanos se sorprendieron un poco. Habían


hecho exactamente lo que se les había dicho, pero en lugar de tener
éxito, por poco pierden la vida. Es interesante notar que Nefi dice:

Y empezamos a afligirnos en extremo...

Me imagino que estaban algo desanimados, igual que todos no-


sotros cuando nos fijamos una meta y no logramos alanzarla.

... y mis hermanos estaban a punto de volver a mi padre en el de-


sierto (versículo 1 4).

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Al llegar la adversidad, redoble su fe en el Señor

Laman y Lemuel no eran perseverantes. Ai entrar el primer con-


tratiempo querían darse por vencidos. Posiblemente siguieron mur-
murando de Nefi tanto como lo habían hecho de su padre.
Pensemos detenidamente sobre lo que le pasó a Nefi y sus her-
manos, pues tiene que ver con nosotros. Sufrieron un serio revés. Lo
habían intentado, con fe, de la mejor manera que sabían. ¿Hubie-
ran ido jamás a la casa de Labán si no hubieran tenido fe en que
podrían obtener las planchas? No. Creyeron que lo lograrían, o de
lo contrario no habrían ido. Pero su intento fracasó. Ahora pasaban
por tribulación, algo que casi todos nosotros enfrentamos todos los
días. Tenían que tomar una decisión. ¿Seguirían adelante, creyen-
do en las palabras del Señor con una fe mayor que la que tenían
previamente, o se darían por vencidos? Laman y Lemuel querían
volver a la tienda de su padre. Pero escuchemos a Nefi, lleno de
gran fe.

Pero he aquí, yo les dije: Así como el Señor vive, y como nosotros
vivimos no descenderemos hasta nuestro padre en el desierto hasta
que hayamos cumplido lo que el Señor nos ha mandado (versículo
15).

Eso era algo serio. En esencia, Nefi estaba usando una antigua
y solemne expresión hebrea, que expresa certidumbre, aseverando
que Dios vive, y que tan ciertamente como El vive y ellos vivían, no
regresarían hasta haber logrado aquello que se les había mandado.
En ese momento en particular, ¿tenía Nefi el conocimiento de que la
tarea iba a ser fácil, o sabía lo que tenía qué hacer? No lo creo;
todavía estaba obrando por fe. ¿Sabía él cómo iba a obtener las
planchas? No, pero creía que lo haría. Creía con tanta fuerza, que
es seguro que entendía el gran principio entretejido en toda esa

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

experiencia: cuando vienen las tribulaciones y los problemas, no


podemos dejar que nuestra fe se debilite, sino debemos fortalecer
nuestra fe en el Señor. Son situaciones como ésa a las que José
Smith se estaba refiriendo al decir que cuando el Señor ve que esta-
mos dispuestos a servirle a toda costa, a cualquier precio, o bajo
cualquier circunstancia, entonces, y no antes, podremos tener la fe
suficiente para alcanzar la vida eterna. Nefi estaba atravesando por
ese proceso.
Nefi continúa:

Por tanto, seamos fieles en guardar los mandamientos del Señor. Des-
cendamos, pues, a la tierra de la herencia de nuestro padre, pues he
aquí, él dejó oro y plata y toda clase de riquezas; y ha hecho todo esto
a causa de los mandamientos del Señor (versículo 1ó).

En los versículos 1 7 al 20 vemos a Nefi razonando con sus her-


manos y enfatizando la importancia de su misión y de las planchas.
Luego dice:

Y aconteció que, hablando de este modo, persuadí a mis hermanos


a que fueran fieles en guardar los mandamientos de Dios (versículo
21).

Nefi los convenció de regresar e intentar obtener las planchas otra


vez. Se les ocurrió la ¡dea de comprarle las planchas a Labán, y pudo
haberles dicho a sus hermanos algo así: "Si le ofrecemos a Labán
todas nuestras riquezas, seguramente nos dará las planchas". Imagi-
no que Nefi les dio a sus hermanos un discurso que los persuadió de
que esta vez tendrían éxito. ¿Estaba Nefi ejerciendo la fe en su plan?
Ciertamente, pues de otra manera no lo hubiera seguido. Sin embar-
go, aunque su fe en ese método específico fracasaría, su fe en la
voluntad del Señor (que obtuvieran las planchas) triunfaría finalmente.

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Y sucedió que descendimos a la tierra de nuestra herencia y recogi-


mos nuestro oro, nuestra plata y todos nuestros objetos preciosos.
Y después de haber recogido estas cosas, volvimos a la casa de
Labán.
Y acaeció que entramos donde estaba Labán, y le pedimos que nos
diera los anales que estaban grabados sobre las planchas de bron-
ce, a cambio de las cuales le entregaríamos nuestro oro, y nuestra
plata, y todas nuestras cosas preciosas (versículos 22-24).

¿Se impresionó Labán? Parece haberse impresionado con el


oro, pero no con tener que entregar las planchas.

Y aconteció que cuando Labán vio nuestros bienes, y que eran gran-
des en extremo, él los codició; por lo que nos echó fuera y mandó a
sus siervos que nos mataran, a fin de apoderarse de nuestros bienes.
Sucedió, pues, que huimos delante de los siervos de Labán, y nos
vimos obligados a abandonar nuestros bienes, que cayeron en manos
de Labán.
Y huimos al desierto sin que nos alcanzaran los siervos de Labán, y
nos escondimos en la oquedad de una roca (versículos 25-27).

Había fallado por segunda vez en lograr su objetivo. Me pregun-


to cuán fuerte sería nuestra fe si pasáramos por la misma situación.
Dos veces habían sido obedientes e ¡do a la casa de Labán para
conseguir las planchas. Lo habían perdido casi todo, y ahora esta-
ban escondidos para salvar sus vidas Mas Nefi, sabiendo que la
voluntad del Señor era que tuvieran éxito, seguía creyendo.

Conozca el horario del Señor

Y aconteció que Laman se irritó conmigo y también con mi padre; y


lo mismo hizo Lemuel, porque se dejó llevar por las palabras de
Laman (nótese que uno puede seguir constantemente lo que es malo,

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

tanto como lo que es bueno). Por tanto, Laman y Lemuel nos habla-
ron muchas palabras ásperas a nosotros, sus hermanos menores, y
hasta nos golpeaban con una vara.
Y sucedió que mientras nos golpeaban con la vara, he aquí, vino un
ángel del Señor y se puso ante ellos, y les habló, diciendo: ¿Por qué
golpeáis a vuestro hermano menor con una vara? ¿No sabéis que
el Señor lo ha escogido para que ser gobemantesobre vosotros, y
esto a causa de vuestras iniquidades? He aquí, subiréis de nuevo a
Jerusalén y el Señor entregará a Labán en vuestras manos (versículos
28,29).

Hay aquí dos puntos importantes que debemos recordar. Prime-


ro, tras dos intentos fallidos, Nefi permanecía fuerte en la fe. A pesar
de que Laman y Lemuel lo estaban golpeando, él creía. Podríamos
preguntar: ¿Seguimos nosotros creyendo cuando la vida nos gol-
pea? ¿Le decimos al Señor: "Padre, no sé cómo voy a lograrlo, pero
con tu ayuda voy a cumplir tu voluntad". ¿O seguimos acaso el
ejemplo de Laman y Lemuel, que dudaron, murmuraron, temieron y
se dieron por vencidos?
El segundo punto es que Nefi, después de dos grandes fracasos,
recibió la recompensa de su fe. ¡Del cielo vino un ángel para defen-
derlo de sus hermanos! A esas alturas Nefi debe haber necesitado
algo de apoyo, y me imagino que eso le ayudó. Pero, ¿qué supo en
ese momento que antes no sabía? El ángel dijo: "He aquí, subiréis de
nuevo a Jerusalén y el Señor entregará a Labán en vuestras manos"
(versículo 29). Nefi supo entonces el horario del Señor, cosa que es
muy importante saber. Hay muchas cosas que son la voluntad del
Señor, pero sus horarios son desconocidos para el hombre. Hay que
tener eso presente cuando intentamos cumplir la voluntad del Señor.

Y luego que nos hubo hablado, el ángel se fue.


Y después que el ángel hubu partido, Laman y Lemuel empezaron
otra vez a murmurar (versículos 30, 31).

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Aquí podemos ver el impacto que puede tener un ángel en la fe


de un incrédulo: prácticamente ninguno. Laman y lemuel eran "hom-
bres naturales", y luego que el ángel se fue, hicieron una pregunta
"de hombre natural". Cierto es que el Señor nos permite hacer esa
pregunta, pero debemos hacerla con una actitud de fe. Laman y
Lemuel preguntaron con dudas "¿cómo?": "¿Cómo es posible que
el Señor entregue a Labán en nuestras manos?" (versículo 31). Nefi
no sabía la respuesta. Todo lo que sabía era que tenía que ir y
hacerlo, y el Señor proveería. Por el contrario, lo único en que
Laman.y Lemuel podían pensar era la dificultad de la tarea.
Lo que ellos esperaban era un plan detallado para hacer la vo-
luntad del Señor, quizás algo así: 1. Llegar a Jerusalén a las 4:00
p.m. 2. No entrar por la puerta, sino trepar por la muralla en la
parte trasera de la ciudad. 3. Tomar la calle Fulana. 4. Caminar
cuatro cuadras y luego doblar a la derecha, etc. Puede parecer
ridículo tal vez, pero en esencia eso es lo que estaban esperando
para poder creer. Con evidencias como ésa casi cualquiera podría
creer, pero el Señor no opera de esa manera. El Señor revela su
voluntad en general para permitirnos tener fe en El y ver si estamos
dispuestos a probar esa fe a través de nuestras propias acciones, a
pesar de que no sepamos específicamente cómo hacer su voluntad.
El nos revela la luz, y espera que caminemos en terreno desconoci-
do, y sólo entonces revelará más luz y verdad.
Eso me recuerda unas grandes palabras en el libro de Abraham.
AAbraham se le mostraron las inteligencias que fueron organizadas
antes que el mundo fuese, y se le dijo que él era una de ellas. Enton-
ces se le enseñó uno de los grandes propósitos de esta vida:

Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que
se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y toma-
remos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos
puedan morar; y con esto los probaremos, para ver si harán todas

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las cosas que el Señor su Dios les mandare (Abraham 3:24, 25).

El Señor nos da sus mandamientos a través de las Escrituras, los


profetas y los susurros del Espíritu Santo, pero El espera que nosotros
encontremos, por medio de nuestra fe, las maneras específicas de
guardar sus mandamientos. ¿Cómo podríamos llegar a ser como
El si tomara las decisiones por nosotros, si nos llevara de la mano
todo el tiempo?
En general, no se conocen los detalles específicos sobre cómo
cumplir la voluntad del Señor
Volvamos a Nefi, que se hallaba en medio de la prueba de su fe.
Laman y Lemuel seguían murmurando (1 Nefi 3):

¿Cómo es posible que el Señor entregue a Labán en nuestras ma-


nos? He aquí, es un hombre poderoso, y puede mandara cincuen-
ta, sí, y aún puede matar a cincuenta; luego, ¿por qué no a noso-
tros? (versículo 31).

Laman y Lemuel se dejaban impresionar por el poder del mundo.


Imagino que cuando huyeron la segunda vez, vieron las espadas y
percibieron que apenas si habían escapado con vida. Tratemos de
imaginar esa situación tal como la veían Laman y Lemuel. Habían
visto un ángel, y hacían el contraste entre él y cincuenta hombres
armados de espadas. En la mente de un hombre natural, la compa-
ración podría ser más o menos así: "Vi un ángel, es cierto. De eso
estoy seguro. Pero más seguro estoy de haber visto cincuenta hom-
bres armados". Nefi también hizo la comparación, mas cuando
enfrentó los argumentos de sus hermanos, les contestó lleno de fe:

Subamos de nuevo a Jerusalén, y seamos fieles en guardar los man-


damientos del Señor...

Observemos que casi siempre que hablaba, Nefi mencionaba

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los mandamientos del Señor. No decía: "Hagamos lo que nos dijo


nuestro padre que hiciéramos", sino: "Vayamos y hagamos lo que
el Señor dijo". Estoy seguro que al Señor le complace cuando da-
mos nuestro testimonio de que El vive. Pero lo verdaderamente im-
portante es nuestro amor por el Señor y el que hagamos su voluntad
y guardemos sus mandamientos. Escuchemos a Nefi, y conocere-
mos la fuerza de su fe en el Señor.

... pues he aquí, él es más poderoso que toda la tierra. ¿Por qué,
pues, no ha de ser más poderoso que Labán con sus cincuenta, o
aun con sus decenas de millares? (1 Nefi 4:1).

Me gustaría añadir que si mantenemos esa misma actitud en me-


dio de las tribulaciones, al final veremos recompensada nuestra fe.

Subamos pues, y seamos fuertes como Moisés; porque él de cierto


habló a las aguas del mar Rojo y se apartaron a uno y otro lado, y
nuestros padres salieron de su cautividad sobre tierra seca, y los
ejércitos de Faraón los persiguieron y se ahogaron en las aguas del
Mar Rojo.
He aquí, a vosotros os consta la certeza de esto, y también sabéis
que un ángel os ha hablado; ¿cómo, pues, podéis dudar? Vaya-
mos allá; el Señor puede librarnos como a nuestros padres, y des-
truir a Labán como a los egipcios (1 Nefi 4:2).

Nefi les enseñó a sus hermanos que el Señor actuaría con ellos
como lo hizo con Moisés. El Señor puede actuar con nosotros de
igual manera hoy día.

El Señor da libertad de acción al razonamiento


humano

Nefi continúa:

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Y cuando hube hablado estas palabras, todavía estaban irritados, y


continuaron murmurando; sin embargo, me siguieron hasta que
llegamos a los muros de Jerusalén.
Y era ya de noche; e hice que se ocultaran fuera del muro (versículos
4, 5).

Si con anticipación Nefi hubiera sabido exactamente lo que iba a


suceder, si hubiera sabido que serían protegidos y que todo iba a
salir bien, ¿hubiera dejado a sus hermanos escondidos fuera del
muro? Lo dudo. Pero lo hizo, pues ignoraba lo que iba a pasar, y
pro eso tomó esa precaución extra. El Señor le estaba permitiendo
que ejerciera su juicio personal, lo cual lo ayudaría a crecer.

Y cuando se hubieron escondido, yo, Nefi, entré furtivamente en la


ciudad y me dirigí a la casa de Labán (versículo 5).

En el siguiente versículo encontramos el desenlace de todo lo que


hemos estado hablando:

E iba guiado por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría


que hacer. No obstante, seguí adelante (versículos ó, 7).

Nefi seguía adelante, decidido a cumplir la voluntad del Señor, a


pesar de no saber exactamente cómo cumplirla. Fue después de
esto que el Señor empezó a revelarle casi exactamente lo que tenía
que hacerse. Y finalmente pudo obtener las planchas. No obstante,
eso no sucedió sino hasta después de la prueba de su fe. Sólo hasta
después que el Señor supo que Nefi le serviría a toda costa, le reveló
específicamente su voluntad. Fue entonces que bendijo a Nefi con
su Espíritu, para que lo instruyera.
Nosotros nos hallamos en la misma posición que Nefi. Al ir
adelante con fe, el Señor nos revelará su voluntad para que sepa-
mos qué debemos hacer. Me he conmovido grandemente al ver

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cuánta revelación ha derramado el Señor sobre los miembros de su


Iglesia sobre cómo hacer su obra y resolver los problemas, así como
la derramó sobre Nefi. Cuando le digamos sinceramente al Señor:
"Padre, creo en tu voluntad, y quiero cumplirla; haré todo lo que sea
necesario para hacerla", y luego respetemos nuestra promesa, el
Señor nos revelará cómo cumplirla. Entonces sabremos que la di-
rección que lleva nuestra vida va de acuerdo con la voluntad de El,
y podremos ejercer la fe en El, no únicamente para guardar sus
mandamientos, sino para alcanzar la vida y salvación.

Preguntas para meditar

1 .¿En qué debe basarse la fe?

2. ¿Cuáles son las tres cosas que los Discursos sobre la Fe mencio-
nan que son necesarias para tener fe en Dios para vida y salvación?
3. ¿En qué manera sabemos de la existencia de Dios?

4. ¿Por qué desea Dios que sepamos de su existencia?

5. ¿En que manera podemos conocer los atributos de Dios?

6. El conocer los atributos de Dios, ¿cómo nos puede ayudar a tener


fe en El?

7.¿Cuáles son algunos de los atributos y características de Dios?

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

8. ¿Cómo podemos llegar a saber que el curso que lleva nuestra


vida está de acuerdo con la voluntad de Dios?

9. Leamos otra vez la historia de Nefi que se menciona en este capí-


tulo. ¿Qué principios podemos aprender de esta historia que nos
puedan ayudar a solucionar cualquier problema que tengamos ac-
tualmente?

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C A P Í T U L O 5

Cómo se obtiene la fe

H ace algunos años visité Machu Picchu, las famosas ruinas incas,
cerca de Cuzco, Perú. Antes de regresar a Cuzco, arriba en la
montaña conocí a un hombre que, según supe, era un arqueólogo
bastante erudito. El estaba fascinado por las ruinas; era la primera
vez que visitaba Machu Picchu, aunque había estado en muchas
otras ruinas. Me citó lugares de los que yo nunca había oído -y
creía yo haber visitado bastantes. El había estado en "ruinas de
ruinas". Hablamos un poco sobre Machu Picchu, y luego lo fui
introduciendo en una charla sobre el evangelio. Le pregunté: "¿Quié-
nes eran los de este pueblo, y qué hacían aquí?" Sin embargo, en
cuanto mencioné el Libro de Mormón, endureció su corazón. Dijo:
"Sr. Cook, no quiero que me hable sobre iglesias o religión". Un
rechazo tan claro como ése requiere abordar el tema desde un án-
gulo diferente, por lo que le dije: "Sé que usted es un científico, así
que no le hablaré acerca de las formas espirituales de conocer la
verdad. Pero quisiera que me contestara sólo dos o tres preguntas".
Y dije para mis adentros: "¿Cuáles preguntas, hermano Cook?
Que el Espíritu me ayude, pues de otra manera, ¿cuáles son las dos
o tres preguntas que le voy a hacer a este hombre?" Y una de ellas
fue: "El libro Lo que eí viento se llevó está lleno de anacronismos o
errores históricos. Escribirlo le llevó al autor diez años. ¿Cómo se
explica el hecho de que José Smith tradujera el Libro de Mormón en
sólo sesenta días?" Entonces guardé silencio, y me dispuse a escu-

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char. "Pues", dijo él, "no lo sé. Primero que nada, tendría yo que
suponer que es cierto lo que usted dice". Y le dije: "Lo es. Está
históricamente comprobado". Y añadió: "Pues no sé la respuesta".
Entonces dije: "Veamos la siguiente pregunta: Usted sabe tan bien
como yo que hace unos diez o quince años los arqueólogos decían
que el cemento fue descubierto únicamente en Europa, y que los
antiguos americanos no conocían el cobre. El mundo rió cuando
José Smith publicó el Libro de Mormón, que dice que en las Améri-
cas había caminos de cemento, utensilios de cobre, caballos y ele-
fantes. Hoy, como usted sabe, ya los arqueólogos han encontrado
todas esas cosas en este continente. Yo he andado en caminos de
cemento, y he visto cientos de cuchillos de cobre, y los huesos de
caballos y elefantes. Cortés trajo caballos cuando vino, pero ya
había habido caballos aquí mucho tiempo antes de Cortés. ¿Cómo
supo José Smith, en el año 1839, que estaba bien poner esas cosas
en Libro de Mormón?" ¿Qué podría decir este hombre? Y como
Alma le dijo a Korihor, le dije: "La única evidencia que usted tiene de
que no hay Dios, es su propia palabra" (véase Alma 30:40). ¿Pode-
mos ver el poder de tal argumento? Entonces el hombre emprendió
la retirada, pues la presión era mucha. Mas en la retirada llegó
nada más hasta donde acostumbran llegar los agnósticos, así que
me dijo: "Sr. Cook, no puedo afirmar que haya un Dios, o que no lo
haya; no lo sé". ¿Se dan cuenta en qué posición estaba?. Estaba
exactamente en el punto medio, y eso no sirve para nada. Una
persona tiene que moverse de ese punto. Tiene que tener al menos
el deseo de creer. Si tan sólo cuenta con eso, puede empezar a tener
fe. Si no, no llegará a ninguna parte.
Al analizar cómo se obtiene la fe, debemos estudiar los principios
que podemos aprender de las Escrituras. Discutiremos aquí algunos
de esos principios bajo los siguientes subtemas. Al ir leyendo estas
seis secciones, debemos referirnos continuamente al diagrama de la
página 80.

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1 .Un deseo de creer


Alma explicó la manera de obtener la fe:

Pues como dije acerca de la fe, que no era un conocimiento perfec-


to, así es con mis palabras. No podéis, al principio, saber a la
perfección acerca de su veracidad, así como tampoco la fe es un
conocimiento perfecto.
Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experi-
mentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no
sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en voso-
tros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de
mis palabras (Alma 32:26, 27).

El Señor no espera que creamos sin contar con alguna evidencia".


Eso puede cambiar después, pero al principio El proporciona la evi-
dencia. Al aparecerse a José Smith, el Señor proporcionó la eviden-
cia más grande de que El existe. Y en el Libro de Mormón tenemos
grandes evidencias, por millares. Tenemos los testimonios de los
profetas y de otros. Y tenemos los susurros del Espíritu Santo. Al ir
creciendo espiritualmente, necesitaremos cada vez menos evidencia
para creer, pero al principio requerimos de alguna. Sin embargo,
aun con evidencia, debemos tener el deseo de creer. Sin ese deseo
no creeríamos aun con mucha evidencia. Pero teniendo el deseo,
hemos iniciado el proceso de obtener la fe, y el Espíritu Santo nos
ayuda a llegar al punto en que podemos creer las palabras del Se-
ñor.

2. Creer en la palabra del Señor

Compararemos, pues, la palabra a una semilla. Ahora bien, si dais


lugar para que sea sembrada una semilla en vuestro corazón, he
aquí, si es una semilla verdadera, o semilla buena, y no la echáis
fuera por vuestra incredulidad, resistiendo al Espíritu del Señor, he

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aquí, empezará a hincharse en vuestro pecho...(Alma 32:28).

Si damos lugar a que una semilla buena (una porción de la pala-


bra del Señor) sea plantada en nuestro corazón, debemos tener cui-
dado de no echarla fuera por incredulidad. Esto se aplica no sólo a
la obtención de un testimonio; se aplica también al ejercer la fe
como padre, como madre, como líder del sacerdocio, o como mi-
sionero, o en cualquier otro aspecto de la vida. Por causa de nuestra
incredulidad todos los días desechamos grandes cosas. Mas si no
arrojamos de nuestro corazón esa porción de la palabra del Señor,
empezará a crecer dentro de nosotros, ensanchándose en nuestro
pecho. Es así como describe Alma el fuego en nuestro pecho, o el
testimonio del Espíritu de la veracidad de la palabra del Señor.

... y al sentir esta sensación de crecimiento, empezaréis a decir den-


tro de vosotros: Debe ser que ésta es una semilla buena, o que la
palabra es buena, porque (1) empieza a ensanchar mi alma; sí, (2)
empieza a iluminar mi entendimiento ; sí, (3) empieza a ser deliciosa
para mí (versículo 28).

3. Experimentar y recibir evidencias espirituales


A esas alturas ya disponemos de evidencias: sabemos que senti-
mos algo, pues hemos tenido esa "sensación de crecimiento". Sin
embargo, en forma inspirada, Alma no terminó ahí su explicación, y
estoy agradecido por eso, ya que es posible que diferentes personas
tengan ideas diferentes sobre lo que es un sentimiento espiritual y lo
que significa. De modo que, ¿cómo podemos reconocer correcta-
mente ese sentimiento, y saber que la semilla (la palabra) es de
Dios? Alma proporciona tres evidencias definitivas que nos indican
que la semilla viene del Señor:

1 .Empieza a ensanchar nuestra alma.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

2.Empieza a ¡luminar nuestra inteligencia.


3. Empieza a ser deliciosa para nosotros.
Hace varios años, unos misioneros de estaca estaban enseñando
en nuestro barrio a un hombre que ya entendía el evangelio, pero
que por alguna razón no deseaba ingresar a la Iglesia. Vino a
verme uno de los misioneros, y me dijo: "Eider Cook, estoy seguro
de que si usted fuera con nosotros a visitar a este hombre, podría-
mos persuadirlo a que se bautizara". Yo me sentía fuera de práctica,
pues había terminado mi misión hacía ya algunos años. ¿Qué po-
día hacer?. Es evidente que había algo de incredulidad en mi cora-
zón. Pero el misionero manifestó fe en mí, diciendo una vez más:
"Eider Cook, estoy seguro de que si usted visita a ese hombre, podrá
persuadirlo para que se bautice". El tenía fe en que el Señor podía
obrar por medio de nosotros para ayudar a este hombre a entrar a
la Iglesia; ¿qué me restaba? Oramos pidiendo que se hiciera la
voluntad del Señor, y salimos a visitar al hombre. El ya había escu-
chado las charlas misionales tantas veces, que probablemente las
sabía mejor que yo. En los primeros quince minutos de nuestra
plática, supe que no estaba evitando el bautismo por falta de cono-
cimiento o comprensión. También me di cuenta que estaba guar-
dando los mandamientos. Por lo que rápidamente llegamos al fon-
do del asunto. El hombre dijo: "Eider Cook, creo que lo que pasa
es que no sé que la Iglesia es verdadera. Si supiera que es verdade-
ra, me uniría a ella, pero no lo sé".
Yo ya había sentido que él sí lo sabía, pero no sabía que lo sabía.
Y le dije: "Hermano, quisiera pedirle algo. Tome esta hoja de pa-
pel, y anote todas las razones que se le ocurran por las que no deba
bautizarse. Nosotros le ayudaremos a pensar". Su esposa, que era
miembro de la Iglesia, estaba ahí sentada, y también le dije: "Ayú-
denos usted. Vamos a tratar de pensar en toda razón imaginable
por la que su esposo no deba bautizarse".

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

El hombre procuró pensaren algunas razones, pero la única que


se le ocurría era que no estaba seguro de que la Iglesia fuera verda-
dera. No podía decir que no se ajustaría a esa clase de vida, pues
ya la estaba viviendo. Por lo tanto, le dije: "Si le ayudáramos a
eliminar esa razón, ¿se bautizaría? Contestó que sí, así que quedó
comprometido. Entonces sentí que a mi mente venían unas pala-
bras del Señor, y le dije: "Hermano, ¿quisiera usted contarnos algu-
na experiencia que haya tenido con los misioneros, en la que haya
sentido que su alma se ensanchaba?" Nunca antes había yo dicho
esas palabras; brotaron de mí automáticamente. El dijo: "Bien,
cuando estos eideres comenzaron a venir, yo tenía la costumbre de
maldecir, no tiene idea cuánto. Era algo terrible. Pero siento que mi
alma ha crecido porque me enseñaron a no maldecir, y desde en-
tonces no lo he hecho". Luego nos dio otros ejemplos de cómo
había crecido su alma, y le dije: "Ahora, ¿quiere contarnos de las
veces que haya sentido que se le ha iluminado la mente?" Desde
luego que estábamos escribiendo sus respuestas, conforme las de-
cía. Y nos contó de cuando se iluminó su mente: "¿Saben?, yo
tenía un problema que me había estado preocupando por mucho
tiempo, y cuando los eideres vinieron a enseñarme, desapareció por
completo". Y otra vez vinieron a mí las palabras, y dije: "¿Le parece
el evangelio como algo delicioso? ¿Lo disfruta? ¿Le parece que
tiene algo así como un sabor agradable?" "Sí, efectivamente", dijo
él. Y nos relató unas cuantas experiencias que indicaban que le era
delicioso. Sólo entonces recordé el pasaje sobre la fe, que está en
Alma 32. Yo ni siquiera sabía exactamente lo que decía; a grandes
rasgos sí, pero no palabra por palabra. Abrí el Libro de Mormón en
ese pasaje, y dije: "Vamos a leer", y empezamos a leer; y cuando
llegamos a las tres pruebas de la verdad, ese buen hermano no sola-
mente supo que el evangelio era verdadero, sino supo que lo sabía.
El sábado siguiente se bautizó como miembro de La Iglesia de Jesu-

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cristo de los Santos de los Últimos Días.


Comparto este relato para ejemplificar un poquito cómo obtener
la fe en la palabra del Señor. Ya sea que la palabra venga por medio
de las Escrituras, el obispo, el presidente de estaca, o el profeta, el
procedimiento es el mismo. Por ejemplo: el Presidente Kimball nos
pidió que realizáramos la Noche de Hogar -bueno, ya recibimos la
palabra del Señor. Si la experimentamos, haciendo lo que el profeta
ha pedido, recibiremos las tres evidencias mencionadas por Alma,
de que la petición del Presidente Kimball viene del Señor. Y, como
dijo Alma: "¿No aumentaría esto vuestra fe?" (Alma 32:29). Por
supuesto que sí.

4. La fe aumenta y se fortalece

Alma sigue diciendo:


Os digo que sí; sin embargo, no ha llegado a ser un conocimiento
perfecto.
Mas he aquí, al paso que la semilla se hincha y brota y empieza a
crecer, entonces no podéis menos que decir que la semilla es bue-
na; pues he aquí, se hincha y brota y empieza a crecer...
Y he aquí, ¿estáis seguros ahora de que es una semilla buena? Os
digo que sí; porque toda semilla produce según su propia especie.
Por tanto, si una semilla crece, es semilla buena; pero si no crece, he
aquí que no es buena; por lo tanto, es desechada.
Y he aquí, por haber probado el experimento y sembrado la semilla,
y porque ésta se hincha, y brota, y empieza a crecer, sabéis por
fuerza que la semilla es buena.

5. Se obtiene un conocimiento perfecto en esa cosa

Y ahorabien, he aquí, ¿es perfecto vuestro conocimiento? Sí, vues-


tro conocimiento es perfecto en esta cosa, y vuestra fe queda inacti-
va; y esto porque sabéis, pues sabéis que la palabra ha henchido

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vuestras almas, y también sabéis que ha brotado, que vuestro en-


tendimiento empieza a iluminarse y vuestra mente comienza a en-
sancharse.
Luego, ¿no es esto verdadero? Os digo que sí, porque es luz; y lo
que es luz, es bueno, porque se puede discernir; por tanto, debéis
saber que es bueno (versículos 29-35).

6. Nutriendo la palabra
Tras haber obtenido esta fe y este conocimiento, no debemos
detenernos, sino que debemos seguir nutriendo la palabra hasta
que podamos alcanzar la vida eterna. Alma dice:

Y ahora bien, he aquí, ¿es perfecto vuestro conocimiento después


de haber gustado esta luz?
He aquí, os digo que no; ni tampoco debéis dejar a un lado vuestra
fe, porque tan sólo habéis ejercitado vuestra fe para sembrar la
semilla, a fin de llevar a cabo el experimento para saber si la semilla
era buena.
Y he aquí, a media que el árbol empiece a crecer, diréis: Nutrámos-
lo con gran cuidado para que eche raíz, crezca y nos produzca
fruto. Y he aquí, si lo cultiváis con mucho cuidado, echará raíz, y
crecerá, y dará fruto.
Mas si desatendéis el árbol, y sois negligentes en nutrirlo, he aquí,
no echará raíz; y cuando el calor del sol llegue y lo abrase, se secará
porque no tiene raíz, y lo arrancaréis y lo echáis fuera.
Y esto no es porque la semilla no haya sido buena, ni tampoco es
porque su fruto no sea deseable; sino porque vuestro terreno es
estéril y no queréis nutrir el árbol; por tanto, no podréis obtener su
fruto.
Y por lo mismo, si no cultiváis la palabra, mirando adelante con el
ojo de la fe a su fruto, nunca podréis recoger el fruto del árbol de la
vida.
Pero si cultiváis la palabra, sí, y nutrís el árbol mientras empiece a
crecer, mediante vuestra fe, con gran diligencia y con paciencia,

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mirando adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol


que brotará para vida eterna.
Y a causa de vuestra diligencia, y vuestra fe y vuestra paciencia al
nutrir la palabra, para que eche raíz en vosotros, he aquí que con el
tiempo recogeréis su fruto, el cual es sumamente precioso, y el cual
es más dulce que todo lo dulce, y más blanco que todo lo blanco, sí,
y más puro que todo lo puro; y comeréis de este fruto hasta quedar
satisfechos, de modo que no tendréis hambre ni tendréis sed.
Entonces, hermanos míos, segaréis el galardón de vuestra fe, y vuestra
diligencia, y paciencia, y longanimidad, esperando que el árbol os
dé fruto (versículos 35-43).

Al llegar a este punto, ya hemos pasado por un proceso muy


importante. Hemos oído la palabra del Señor. Hemos tenido el
deseo de creer. Hemos experimentado con la palabra. Y por últi-
mo, hemos obtenido no sólo la fe en la palabra, sino un conoci-
miento sobre ella y sobre cómo nutrirla (véase el diagrama en la
página 80). No obstante, en el proceso de obtener la fe hay otros
factores que hay que tener en mente.
Además de los seis elementos que acabamos de considerar, debe-
mos tener presente que la fe es un don de Dios; que debemos centrar
nuestra fe en Jesucristo; que debemos usar el poder del Espíritu Santo; y
que debemos reconocer y agradecer por la fe que ya hemos logrado.

La fe es un don de Dios

La fe es verdaderamente un don de Dios. Y podemos obtener


este don de El, si lo buscamos. Moroni dijo:

...A uno le es dado por el Espíritu de Dios enseñar la palabra de


sabiduría;
y a otro, enseñar la palabra de conocimiento por el mismo Espíritu;

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El proceso de creer en la Palabra del Señor
(Alma 32)
1 . Deseo de 2. Creer en las 3. Experimentar y 4. La fe aumenta 5. Se obtiene un 6. Nutrir la
creer palabras obtener y se forttalece conocim iento palabra
evidencias perfecto en esa
espirituales cosa

Fuerzas de la Tribulación Fuerte oposición


incredulidad

"La mente de los Una persona Esta evidencia La persona debe La persona sabe "...mediante
hombres tiene tal debe creer más empieza a guardar sus por experiencia vuestra fe, con
disposición, que allá de los ensanchar el convenios propia que gran diligencia y
ellos no creen sin sentidos, debe a l m a ; empieza a mediante el determinada cosa con paciencia...
un testimonio de estar dispuesta a iluminar mi sacrificio. Ya es verdadera. brotará para vida

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la vista o el pagar cualquier entendimiento; antes ha visto eterna" (Alma
oído" (Oliverio precio para empieza a ser recompensada su 32:41).
Cowdery) poder saber. deliciosa para fe y sabe que
mí- hace que la fe volverá a
crezca y ayuda a suceder.
que la persona
distinga el bien
del mal.
VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

y a otro, una fe sumamente grande... Y todos estos dones vienen


por el Espíritu de Cristo; y vienen a todo hombre, respectivamente,
de acuerdo con su voluntad (Moroni 10:9-1 1, 17).

De Moroni aprendemos que una forma de obtener la fe es procu-


rar ese don del Señor. Eso me indica que si en verdad queremos tener
más fe, sería provechoso orar con todo nuestro corazón, para obte-
nerla, y luego estar dispuestos a recibir lo que el Señor desee darnos
para que la desarrollemos. No debemos esperar que la fe nos caiga
del cielo. Nunca sucede así. La fe viene conforme el Señor nos
proporciona experiencias y desafíos que nos fortalecen, si vivimos rec-
tamente. La fe viene a través de mucho trabajo, mucha paciencia, y
mucho tiempo. Al orar por el don de la fe, recordemos que debemos
prepararnos para recibir lo que el Señor nos mande.

Centrando nuestra fe en el Señor Jesucristo

Otro principio fundamental que tiene que ver con la fe y cómo


obtenerla, es la necesidad de centrar nuestra fe en alguien. Debe-
mos centrar nuestra fe en el Señor Jesucristo, de la manera que El ha
indicado.
Nefi nos dijo:

Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de


Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras propias
profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir
para la remisión de sus pecados.
Y ahora bien, he aquí, os digo que la senda verdadera es creer en
Cristo y no negarlo; y Cristo es el Santo de Israel; por tanto, debéis
inclinaros ante él y adorarlo con todo vuestro poder, mente y fuerza,
y con toda vuestra alma; y si hacéis esto, de ninguna manera seréis
desechados (2 Nefi 25:26, 29).

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Recuerdo una entrevista que tuve en una ocasión, con un joven


que había quebrantado la ley de castidad, siendo militar en el Ja-
pón. En el proceso de sacar las cosas a la luz y aclarar todo, le
pregunté porqué lo hizo. Su contestación fue interesante, y en con-
traste directo con el consejo dado en las Escrituras. Dijo: "La razón
por la que he guardado la ley de castidad toda mi vida hasta ahora,
es mi madre. Nunca hubiera podido hacer nada que la ofendiera a
ella, ni a su bondad y pureza. Por ella guardé la ley de castidad. Y
cuando me encontré a doce mil kilómetros de ella, mi fe flaqueó
porque estaba centrada en un ser mortal. Por eso caí". Al oír esas
palabra, supe que yo nunca podría permitirme el basar mi fe en nada
ni en nadie que no fuera el Señor Jesucristo. El es la roca de nuestra
salvación. El es inmutable. Su curso es un giro eterno, y podemos
depender de El dondequiera que nos encontremos, en cualquier mo-
mento de nuestra vida, por toda la eternidad. El siempre será el mis-
mo.
El profeta Alma hizo una serie de preguntas profundas, en las que
haríamos bien en reflexionar:

Y ahora os pregunto, hermanos míos de la iglesia: ¿Habéis nacido


espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros
rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros co-
razones?
¿Ejercéis la fe en la redención de aquél que os creó? ¿Miráis hacia
adelante con el ojo de la fe y veis este cuerpo mortal levantado en
inmortalidad, y esta corrupción levantada en incorrupción, para
presentaros ante Dios, y ser juzgados de acuerdo con las obras que
se han hecho en el cuerpo mortal? (Alma 5:14, 15).

Alma nos enseñó que todo lo debemos centrar en el Señor. Me-


diante el Señor debemos tener esperanza, y mediante El debemos
esperar el tiempo de la resurrección de nuestros cuerpos, pues, como

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dijo Mormón: "En Cristo habría de venir toda cosa buena" (Moroni
7:22).

Usando el poder del Espíritu Santo

El poder del Espíritu Santo es otro elemento clave para obtener la


fe. El Espíritu Santo es un revelador; revela todas las cosas, incluso
los atributos de Dios, sobre los que se basa la fe. Las verdades que
recibiremos espiritualmente, como miembros de la Iglesia, vendrán
a través del Espíritu Santo. El Señor le dijo a Adán:

De manera que se da para que permanezca en vosotros; el testimo-


nio del cielo; el Consolador; las cosas pacíficas de la gloria inmor-
tal; la verdad de todas las cosas; lo que vivifica todas las cosas; lo
que conoce todas las cosas y tiene todo poder de acuerdo con la
sabiduría, la misericordia, verdad, justicia y juicio (Moisés 6:61).

Ese versículo menciona algunos de los atributos de Dios que son


revelados por medio del Espíritu Santo para que podamos tener fe
en Dios.
El Elder Bruce R. McConkie declaró lo siguiente:

La fe se basa en la verdad, y es precedida por el conocimiento:


hasta que una persona adquiera el conocimiento de la verdad, no
puede tener fe... La fe y la verdad son inseparables; si ha de haber
fe, fe salvadora, fe para vida y salvación, la fe que conduce al mun-
do celestial, primero debe tenerse la verdad.
No únicamente es el conocimiento verdadero de Dios un prerrequisito
para tener fe, sino que la fe sólo pueden ejercerla aquellos que se
sujetan a los principios de verdad procedentes del Dios verdadero
(Mormón Doctrine, p. 262).

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Tal como yo lo entiendo, lo que el Eider McConkie está diciendo


es que la fe se fundamenta en la verdad. Si una persona tiene un
falso concepto de Dios, aunque puede realizar algunos cambios en
su vida, por su fe o creencia, y puede recibir respuesta a sus oracio-
nes, no obstante, no tiene una fe salvadora, la fe que lo llevará al
reino celestial. La única manera en que puede ejercerse esa clase de
fe es basándose en un conocimiento verdadero de Dios, y no hay
otra. Y el conocimiento verdadero de Dios viene por el ministerio del
Espíritu Santo.
Los Discursos sobre la Fe establecen:

¿Cómo reciben los hombres el conocimiento de la gloria de Dios,


sus perfecciones y atributos? Consagrándose a su servicio, fortale-
ciendo su fe en El mediante la oración y súplica incesantes hasta
que, como a Enoc, el hermano de Jared y Moisés, Dios se les mani-
fiesta (Preguntas y respuestas del Segundo Discurso).

Como resultado de nuestro servicio, paciencia y oración cons-


tante, el Señor se nos revelará, y obtendremos la clase de fe necesa-
ria para alcanzar la vida eterna. Tales manifestaciones y revelacio-
nes vienen por medio del Espíritu Santo. Al examinar nuestra vida
debemos preguntarnos: ¿Estamos obrando consciente y diligente-
mente con la ayuda del Señor para ser dignos de la compañía del
Espíritu Santo?

Los Discursos sobre la Fe nos dicen también:

El grado de entendimiento sobre el carácter y la gloria de Dios que


puede obtener cualquier parte del género humano, después de sa-
ber que Dios existe y que ha creado y que sostiene todas las cosas,
ese grado de entendimiento depende del empeño y fidelidad en
buscarlo a El, hasta que, como Enoc y el hermano de Jared, y Moi-

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sés, obtengan fe en Dios y el poder de verlo cara a cara (Discursos


sobre la Fe 2:55).

Esa es una invitación justa y abierta para seguir purificándonos y


santificándonos hasta que, buscando al Señor fiel y diligentemente,
podamos verlo cara a cara.

Reconociendo la fe que ya tenemos

¿Tiene usted fe, o no la tiene? Yo diría que sí la tiene, o de lo


contrario no estaría leyendo este libro. Hemos de cuidarnos de no
ser demasiado duros con nosotros mismos, y pensar que no tene-
mos fe. Puede que tengamos muy poca, en comparación con el
Señor, pero tenemos algo, cuando menos en forma elemental.
Los anti-nefi-lehitas, convertidos por Ammón, Aarón y sus herma-
nos, eran lamanitas excepcionales que fueron bautizados por agua y
por el Espíritu. Cuando el Señor visitó a los nefitas, dijo las siguientes
palabras en cuanto a esos lamanitas:

...Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu


contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo, así como los
lamanitas fueron bautizados con fuego y con el Espíritu Santo al
tiempo de su conversión, por motivo de su fe en mí, y no lo supieron
(3 Nefi 9:20).

Interesante, ¿verdad? Fueron bautizados con fuego y con el Es-


píritu Santo, pero no lo supieron, posiblemente porque todavía no
estaban completamente a tono espiritualmente. En igual manera
quisiera preguntar: ¿Tenemos fe? Sí, pero quizás "no lo sabemos".
¿Hemos sido bautizados por fuego y por el Espíritu Santo? Estoy
seguro que sí, en cierto grado, pero quizás "no lo sabemos". Al
volvernos más sensibles espiritualmente, comenzamos a darnos cuenta

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

que espiritualménte nos están sucediendo grandes cosas, las cuales


no se perciben con el ojo natural.
Cuando era yo más joven y dudaba ciertas cosas porque todavía
no había recibido un testimonio por mí mismo, las palabras de
Mormón me mantuvieron firme en el evangelio, pues no podía ne-
garlas. Dijo Mormón:

Ahora llegamos a esa fe de la cual dije que hablaría; y os indicaré la


forma en que podéis aferraros a todo lo bueno (Moroni 7:21).

Eso suena como algo digno de aprenderse, ¿verdad? A mí me


gustaría saber cómo puedo recoger toda cosa buena.

Porque he aquí, sabiendo Dios todas las cosas, dado que existe de
eternidad en eternidad, he aquí, él envió ángeles para ministrar a
los hijos de los hombres, para manifestar concerniente a la venida
de Cristo; y que en Cristo habría de venir todo lo bueno (Moroni
7:22).

En otras palabras, todo lo que es bueno viene a través de Jesucris-


to.

Porque El ha cumplido los fines de la ley, y reclama a todos los que


tienen fe en él... (Moroni 7:28).

El nos reclamará si tenemos fe en El. Si no la tenemos, nos


reclamará alguien que no nos va a gustar.

... y los que tienen fe en El se allegarán a todo lo bueno...

¡He ahí una gran clave espiritual!

Por consiguiente, todo lo que es bueno viene de Dios, y lo que es

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE.

malo viene del diablo; porque el diablo es enemigo de Dios, y lucha


contra él continuamente, e invita e induce a pecar y a hacer lo que
es malo sin cesar (Moroni 7: 12).

Cuando yo era ¡oven, y examinaba los principios que se enseñan


en el Libro de Mormón, o que oía que se enseñaban en la Iglesia,
supe que todos ellos me encaminaban a hacer el bien. No había
nada que me incitara a hacer el mal. Las enseñanzas siempre ten-
dían a convertirme en una mejor persona. Si algo me incita a hacer
el bien, debe ser del Señor, porque todas las cosas buenas vienen de
Él.
Mormón añadió:

Pues he aquí, mis hermanos, os es concedido juzgar, a fin de que


podáis discernir el bien del mal; y la manera de juzgar es tan clara,
a fin de que sepáis con un perfecto conocimiento, como la luz del
día lo es de la obscuridad de la noche.
Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que
sepa discernir el bien del mal; por tanto, os muestro la manera de
juzgar; porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a
creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo
que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios.
Pero cualquier cosa que persuade a los hombres a hacer lo malo, y
a no creer en Cristo, y a negarlo, y a no servir a Dios, entonces
sabréis, con un conocimiento perfecto, que es del diablo, porque de
este modoobra el diablo, porque él no persuade a ningún hombre
a hacer lo bueno, no, ni a uno solo; ni lo hacen sus ángeles; ni los
que a él se sujetan (Moroni 7:15-1 7).

Necesitamos tener cuidado de no juzgarnos mal a nosotros mis-


mos. Tenemos fe en el Señor. En ocasiones no es tan fácil saber
cuánta. Nos acongojamos muchas veces al ver cuánta fe parecen
tener otras personas, o la que el Señor, en su perfección, tiene; y nos

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

sentimos muy humildes al percibir que tenemos muy poca. Pero


podemos obtener la fe que deseamos al paso que oramos continua-
mente, estudiamos las Escrituras, y aplicamos las enseñanzas del
Señor en nuestras vidas.
El Salvador dijo: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno
oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmi-
go" (Apocalipsis 3:20).

Preguntas para meditar

1 .¿Cuál es el punto de partida para desarrollar la fe?

2.¿Qué relación hay entre la fe y la evidencia?

3.¿Cuáles son las tres evidencias de que algo viene de Dios, que
menciona Alma?

4.¿Qué evidencias da Mormón de que algo viene de Dios?

5.¿Qué podemos hacer para obtener el don de la fe?

6.¿En quién debemos centrar nuestra fe? ¿Qué podemos hacer


para ello?

7.¿Cómo puede ayudarnos el Espíritu Santo a obtener la fe? ¿Qué


podemos hacer hoy para atraer al Espíritu Santo más plenamente a
nuestra vida?

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C A P Í T U L O 6

Cómo se aumenta la fe

S iendo yo Presidente de la Misión Uruguay-Paraguay, en febrero


de 1 977, vino para hablar conmigo y mis dos consejeros el
Eider James E. Faust, que era mi Supervisor de Área. La colocación
de la piedra angular del Templo de Sao Paulo estaba programada
para el 9 de marzo, para lo que faltaban sólo tres semanas y media.
Pero la Estaca y Misión de Uruguay-Paraguay habían reunido sólo
como la mitad de su asignación para el fondo del templo. Juntar ese
dinero había llevado un año y medio. El Eider Faust nos dijo: "Her-
manos, sería algo muy bueno si el 8 de marzo pudieran decirle al
Presidente Kimball que ya se reunieron todos los fondos del templo
correspondientes a su misión". No nos dijo que reuniéramos los fon-
dos. Ni siquiera nos lo pidió. Tal como casi siempre lo hacen las
autoridades generales, meramente nos hizo una sugerencia, con la
esperanza de que escucharíamos la voz del Espíritu diciéndonos: "Há-
ganloi "
.
El primer pensamiento que vino a mi mente fue la dificultad de la
situación. Yo sabía cuántos miles de dólares nos faltaban, y también
que el pueblo uruguayo no tenía mucho dinero. Recuerdo haber
pensado: "¿Sabe lo que está pidiendo? Nos está hablando de
apenas tres semanas y media" Entonces el Espíritu venció esos pen-
samientos negativos rápidamente, y dije: "Eider Faust, lo vamos a
hacer". Les pregunté a mis consejeros si estaban de acuerdo, y sí lo
estuvieron.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

El Elder Faust se fue muy contento ese día, pero nosotros queda-
mos con una carga muy pesada. ¿Qué íbamos a hacer? Oramos
sobre el asunto y decidimos que la sugerencia del Eider Faust era la
voluntad del Señor, y que como tal la aceptaríamos. Estuvimos ha-
blando, y supe que antes que nada tendríamos que comprometer-
nos. Yo ya había aportado dinero al fondo, y mis consejeros habían
aportado dos veces. Les dije: "Hermanos, ¿en realidad creen que
podemos hacer esto en tres semanas? Seamos francos. ¿Lo creen
en verdad?" Y esos buenos hombres sintieron el Espíritu, y dijeron:
"Sí, lo creemos". Para mostrar nuestra fe, cada uno de nosotros
tomamos una hoja de papel y escribimos nuestra creencia, en dóla-
res. Era difícil para esos hermanos comprometerse una vez más, y
además, en comparación con la cantidad total, era como una gota
de agua en el mar. Pero yo sabía que si estábamos a tono espiritual-
mente como presidencia, las cosas saldrían bien.
Después de hacer eso, les dije: "Hermanos, si ustedes están
dispuestos -y ustedes juzgarán si lo están o no- me gustaría que nos
comprometiéramos a que, de una u otra manera, ese dinero se
pagará el 8 de marzo, aunque ello signifique que nosotros tres lo
paguemos todo". Con eso, la cosa sí que se puso interesante, pero
yo quería saber hasta dónde llegaba nuestra fe. Esos dos buenos
hermanos, sin parpadear, dijeron: "Nos comprometemos con usted
y con el Señor a que ese dinero se pagará. Tenemos fe en que los
santos pagarán, pero si ellos no lo hacen, nosotros lo haremos".
Ahora, al salir esos hermanos para hablar con los presidentes de
distrito y de rama sobre la fe en el Señor, y sobre cómo reunir el
dinero, podrían testificarles desde lo más profundo de sus almas que
eso sí podía realizarse. Cuando el dinero empezó a llegar en abun-
dancia, nos llenamos de alegría por la respuesta de los santos, y en
unas dos semanas teníamos todo lo que necesitábamos, y más.
Hubiera sido fácil juntar el dinero si cada uno de nosotros hubiera
podido donar cinco mil dólares, y diez mil cada presidente de distri-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

to. Pero eso era imposible, y me enteré que para reunir los fondos
necesarios, varias personas dieron sus anillos, relojes y, en algunos
casos, el oro de sus dientes. Pero a causa de que se les requirió a
ellos, y a nosotros, hacer un esfuerzo, se aumentó la fe de todos los
que estábamos involucrados, y pudimos tener en dos semanas la
cantidad que previamente nos había llevado un año y medio para
¡untar.
Si deseamos aumentar nuestra fe, debemos programar experien-
cias que nos hagan esforzarnos, y debemos orar al Señor con todo
nuestro corazón, para poder cumplir su voluntad en las tareas que
nos imponemos. Esas son las ocasiones en que crecemos en ver-
dad. Esas son las ocasiones en que en verdad aumentamos nuestra
fe. Un misionero que se fija la meta —que logra sin dificultad— de
memorizar cinco conceptos de las charlas misionales, es insensato,
pues ya sabe que lo puede lograr. Debe fijarse una meta de diez, o
más, una meta que en realidad le cueste algo. Entonces dirá, en las
profundidades de la humildad: "No tengo alternativa sino volverme
al Señor, porque no puedo hacer esto yo solo". Mientras tratemos
de hacer únicamente lo que ya sabemos que podemos hacer, no
vamos a crecer mucho. Debemos ver más allá de donde estamos, y
más allá de la capacidad que tenemos, para que el poder del cielo
nos ayude a lograrlo. Entonces se aumentará nuestra fe.
Al analizar cómo podemos aumentar nuestra fe, debemos escu-
char los susurros del Espíritu y estudiar los principios de fe bosqueja-
dos en las Escrituras. El resto de este capítulo discute seis de esos
importantes principios bajo los siguientes temas:

• Aumentemos nuestra esperanza.


• Demos oído a la palabra de Dios.
• Leamos fervientemente la palabra de Dios.
• Actuemos en armonía con nuestra comprensión presente.
• Guardemos los mandamientos.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

• Sacrifiquemos mediante las pruebas y tribulaciones.

Aumentemos nuestra esperanza

Una forma de aumentar nuestra fe es aumentar nuestra esperan-


za, pues la fe y la esperanza están íntimamente relacionadas. En
Éter 1 2:4 leemos:

De modo que los que creen en Dios pueden tener la firme esperan-
za de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y esta
esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los
hombres y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas
obras, siendo impulsados a glorificar a Dios.

Esto nos sugiere que al ir ejerciendo nuestra fe, tendremos más


esperanza. Pero lo inverso también es cierto. Como dijo Mormón:
"¿Cómo podéis lograr la fe, a menos que tengáis esperanza?"
(Moroni 7:40). Con todo nuestro corazón debemos tener esperanza
en una causa buena, en que se realizará, y si ejercemos la fe en ella,
y si es justa, se realizará.
El Apóstol Pablo escribió:

En esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es


esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?
Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos
(Romanos 8:24, 25).

En estos versículos Pablo indica que si vemos algo que ya existe,


no necesitamos tener esperanza en ello, pues ya es. Lo que debe-
mos hacer es percibir espiritualmente algo que el mundo no puede
ver. Lo vemos espiritualmente en nuestra mente, y entonces con
paciencia lo esperamos. Tenemos entonces esperanza en algo. Eso

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VlVIENDO POR EL PODER DE LA FE

es lo que sucedió en la recaudación de los fondos del templo. El


milagro se percibió espiritualmente, y eso nos dio algo en qué tener
esperanza con todo nuestro corazón. Luego fortalecimos nuestra fe
y salimos a trabajar, y el Señor empezó a cumplir sus propósitos.
Pero no lo hizo sino hasta que lo percibimos espiritualmente.

Demos oído a la palabra de Dios

Otra forma de aumentar nuestra fe es dando oído a la palabra


de Dios. Pablo dijo:

¿Cómo, pues, invocarán a aquél en el cual no han creído?

En otras palabras, ¿cómo podemos invocar al Señor si ni siquiera


creemos en El todavía?

¿Y cómo creerán en aquél de quien no han oído?

No podemos creer en el Señor si nunca hemos oído o aprendido


de El.

¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?


¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito:
¡Cuan hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que
anuncian buenas nuevas!...

Aquí Pablo está hablando de la autoridad del sacerdocio.

Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Romanos


10:14-17).

Eso nos enseña que una forma en que podemos aumentar nues-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE ,

tra fe es oyendo la palabra de Dios. También nos enseña algo en


cuanto a las reuniones -sacramentales y demás- en que podemos
escuchar a los miembros de la Iglesia predicar la palabra de Dios.
Siempre que tenemos la oportunidad de oír la palabra de Dios pre-
dicada por el Espíritu, tenemos la oportunidad de aumentar nuestra
fe. Así lo ha dicho el Señor.
Veamos cómo las palabras del rey Benjamín fortalecieron la fe de
su pueblo:

...Cuando el rey Benjamín hubo hablado así a su pueblo, mandó


indagar entre ellos, deseando saber si creían las palabras que les
había hablado.
Y todos clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las pala-
bras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y ver-
dad por el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado un
potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo
que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo
bueno continuamente.
Y también nosotros mismos, por medio de la infinita bondad de
Dios y las manifestaciones de su Espíritu, tenemos grandes visiones
de aquello que está por venir; y si fuere necesario, podríamos profe-
tizar de todas las cosas.
Y es la fe que hemos tenido en las cosas que nuestro rey nos ha
hablado lo que nos ha llevado a este gran conocimiento, por lo que
nos regocijamos con un gozo tan sumamente grande (Mosíah 5:1-4).

Leamos fervientemente la palabra de Dios

Estrechamente relacionado con el oír la palabra de Dios está el


leer la palabra de Dios. Las dos cosas nos ayudarán a aumentar
nuestra fe. Nefi dijo:

...escuchad las palabras del profeta, que fueron escritas a toda la

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

casa de Israel, y aplicáoslas a vosotros mismos, para que podáis


tener esperanza, así como vuestros hermanos... (I Nefi 1 9:24).

Ello indica que si aplicamos las Escrituras a nosotros mismos, nos


darán esperanza. Una de las grandes fortalezas en mi vida ha sido
el estudio de las Escrituras y el esfuerzo por incorporarlas a mi vida.
Me han dado la esperanza de que el Señor proveerá. He vivido
circunstancias difíciles, cuando parecía difícil cumplir lo que el Señor
deseaba que yo hiciera. Pero por saber lo que El había hecho con
los pueblos de las Escrituras, y sabiendo que no hace acepción de
personas, obtuve la esperanza y la fe de que me ayudaría en igual
manera. Y me ha ayudado. Y nos ayudará a todos.
Jacob, el hermano de Nefi, dijo:

...Escudriñamos los profetas (las Escrituras), y tenemos muchas re-


velaciones y el espíritu de profecía; y teniendo todos estos testimo-
nios logramos una esperanza y nuestra fe se vuelve inquebrantable,
al grado de que verdaderamente podemos mandar en el nombre
de Jesús, y los árboles mismos nos obedecen, o los montes, o las
olas del mar (Jacob 4:6).

Ese pasaje nos enseña que al estudiar las profecías y la palabras


del Señor, nuestra esperanza y fe en el Señor se vuelven verdadera-
mente inflexibles.

Actuemos en armonía con nuestra comprensión


presente

Otra forma de aumentar nuestra fe es actuar de acuerdo con lo


que comprendemos en el presente. Esto en verdad es un elemento
clave para desarrollar la fe. Debemos actuar conforme a nuestro
conocimiento y comprensión presentes del evangelio. En su discur-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

so "La Verdadera Fe", O r s o n Pratt declaró:

La única manera de recibir fe adicional es vivir de acuerdo con la luz


que ya tenemos. Si hacemos eso, tenemos la promesa de Dios de
que nuestra fe brillará más y más hasta el día perfecto (A Compilation
Containing the Lectures on Faith, p. 84).

Esto nos indica —cosa que he notado en mi propia vida— que


si una persona recibe el entendimiento de un principio del evange-
lio, y vive según ese entendimiento, corrigiendo su vida y ordenán-
dola de acuerdo con ese principio, el Señor lo bendecirá con más
entendimiento y conocimiento. Pero el Señor no seguirá bendicién-
donos si no obedecemos los principios que ya entendemos. Si de-
seamos aumentar nuestra fe, debemos analizar bien los principios
que ya comprendemos, y asegurarnos de ponerlos en orden antes
de que podamos esperar que el Señor nos dé más. Siendo que el
Señores misericordioso, nunca nos revela grandes cantidades de la
verdad, que podrían abrumamos, porque una vez que comprende-
mos un principio, somos responsables de él.
El Presidente Brigham Young dijo algo muy interesante sobre la fe:

La creencia y la incredulidad se hallan independientes en el hombre,


igual que otros atributos. El hombre puede reconocer o rechazar,
volverse a la derecha o a la izquierda, levantase o permanecer sen-
tado; puede decir que el Señor y su evangelio no valen la pena, o
puede inclinarse ante ellos... Nuestra propia experiencia puede sa-
tisfacernos de que no es necesario requerir la fe ni con hechos ni
con falsedades presentadas ya sea a los sentidos o a las percepcio-
nes de la mente.

En otras palabras, ni los hechos ni las mentiras afectan necesaria-


mente a la fe de una u otra manera. En última instancia, la fe viene
de adentro.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Si hablamos de la fe, es el poder de Dios mediante el cual los mun-


dos son y fueron hechos, y es un don de Dios para aquellos que
creen y obedecen sus mandamientos. Por otra parque, ningún ser
inteligente, ya sea que sirva o no a Dios, actúa sin creer. Lo mismo
podría intentar vivir sin respirar que vivir sin el principio de la fe. Pero
debemos creer la verdad, obedecer la verdad y practicar la verdad
para poder obtener el poder de Dios que se llama fe (Discourses of
Brigham Young, p. 153).

Si vamos a practicar las verdades que ya conocemos, debemos


tener sumo cuidado de escuchar los susurros del Espíritu. Estoy con-
vencido de que recibimos muchos susurros pero sólo obedecemos
unos cuantos. No obedecemos los susurros porque a veces no sa-
bemos que estamos siendo inspirados, o porque pensamos que los
susurros vienen de alguna otra parte dentro de nosotros mismos.
Dentro de mi limitada experiencia, he aprendido que al ir creciendo
y madurando espiritualmente, encontramos que recibimos más y
más inspiración para ayudarnos a vivir en armonía con lo que ya
sabemos.

Guardemos los mandamientos

En cierta manera, guardar los mandamientos es lo mismo que


vivir de acuerdo con lo que ya comprendemos, pero incluye la idea
de seguir buscando el conocimiento de todos los mandamientos, y
vivirlos. José Smith dijo:

Los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los


poderes del cielo, y... éstos no pueden ser gobernados ni maneja-
dos sino conforme a los principios de la rectitud (D. y C. 121:3ó).

Probablemente el mejor consejo que podemos recibir, si quere-


mos aumentar la fe, es que la fe vendrá de acuerdo con nuestra

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rectitud personal. Enfatizo la palabra personal porque a veces hay


individuos que piensan que podrán ser exaltados gracias a un buen
compañero o una buena familia. La verdad es que cada quien debe
ser digno en forma personal.
Hay una relación poderosa entre la dignidad y la fe. Juan el
Amado lo explicó así:

No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.


Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nues-
tros corazones delante, de El; pues si nuestro corazón nos reprende,
mayor que nuestro corazón es Dios, y El sabe todas las cosas.
Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en
Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de El, porque
guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agra-
dables delante de El (1 Juan 3:18-22).

Este gran apóstol nos enseña que si podemos orar con la con-
fianza de que estamos esforzándonos por guardarnos del pecado,
no que seamos perfectos, sino que estamos procurando vivir a la
altura de lo que sabemos que es bueno, entonces tendremos la
seguridad de que el Señor nos concederá lo que le pedimos. Por
otro lado, si nuestro corazón nos reprende, es muy difícil que tenga-
mos la confianza suficiente para pedirle una bendición al Señor.
Cuando nuestro corazón nos reprende no podemos tener la fe y
seguridad necesarias. ¿Sentimos que nuestro corazón es recto de-
lante de Dios? Confío y oro que sí, y que si no lo es, estemos
procurando que lo sea.

Sacrifiquemos mediante las pruebas y tribulaciones

Podemos incrementar grandemente nuestra fe a través de sacrifi-


cios, pruebas y tribulaciones. El Señor dijo:

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

De cierto os digo, que todos los que de entre ellos saben que su
corazón es sincero y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y
están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier
sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí (D.
y C 97:8).

Hacer un convenio es muy fácil. Como miembros de la Iglesia,


hacemos muchos convenios. Pero el Señor pide más que eso. Ha-
cer un convenio es solamente el principio. Después debemos guar-
dar ese convenio mediante el sacrificio. En otras palabras, el Señor
nos probará para ver si mediante el sacrificio guardamos los conve-
nios que hemos hecho. Estoy convencido de que debemos colocar
sobre el altar del Señor un sacrificio espiritual que sea aceptable
ante Éll.
Necesitamos examinar nuestra vida para saber las cosas que el
Señor quiere que sacrifiquemos. Lo más usual es que El quiera que
abandonemos nuestros pecados. El Señor requiere el sacrificio de
un corazón quebrantado y un espíritu contrito (véase 3 Nefi 9:20). Y
cuando sacrifiquemos lo que el Señor requiere, veremos que nuestra
fe aumenta.

Los Discursos sobre la Fe afirman:

Una religión que no demanda el sacrificio absoluto de todas las


cosas, tampoco tiene el poder para producir la fe necesaria para
vida y salvación. Porque desde la primera etapa del hombre, la fe
necesaria para gozar de vida y salvación jamás pudo obtenerse sin
el sacrificio absoluto de todo lo terrenal.

Debemos estar dispuestos a sacrificar todo lo terrenal. Esto no


quiere decir que el Señor requerirá que lo hagamos, sino que debe-
mos estar dispuestos a hacerlo. Debemos estar dispuestos a sacrificar
cualquier cosa que el Señor requiera, hasta nuestra propia vida, si es

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

necesario. Si estamos dispuestos a hacer eso, entonces podemos


demandar el gran don déla fe. Los Discursos sobre ¡a Fe siguen di-
ciendo:

Es por medio de ese sacrificio, y de ninguna otra manera, que Dios


ha ordenado que los hombres gocen de vida eterna. Y es por me-
dio del sacrificio de todo lo terrenal que los hombres llegan a saber
que están haciendo lo que es aceptable a la vista de Dios. Cuando
el hombre ha sacrificado todo lo que posee en pos de la verdad, ni
siquiera escatimando su vida misma, y creyendo ante Dios que se le
ha llamado a hacer tal sacrificio porque busca hacer la voluntad de
Dios, ese hombre sabe de seguro que Dios acepta, y aceptará, su
sacrificio y ofrenda, y que su búsqueda de Dios no ha sido en vano.
Entonces, bajo tales circunstancias, ese hombre puede obtener la fe
necesaria para obtener la vida eterna.
Fue por su ofrenda, con sacrificio, que Abel, el primer mártir, obtuvo
el conocimiento de que Dios lo aceptaba. Y desde los días del justo
Abel hasta el presente, el conocimiento que los hombres tienen de
que son aceptados por Dios, se puede obtener solamente mediante
el sacrificio. Y en los últimos días, antes que el Señor venga va a
juntar a los santos que han hecho convenio con El por medio del
sacrificio.
Entonces, aquellos que sacrifican todo, tendrán el testimonio de que
la dirección que lleva su vida es aceptable a la vista de Dios. Y los
que tienen ese testimonio tendrán la fe para obtener vida eterna. Y
por la fe podrán también perseverar hasta el fin y recibir la corona
que está reservada para los que aman la venida de nuestro Señor
Jesucristo (Discursos sobre la Fe 6:7, 9, 10).

El Señor les habló a los nefitas sobre el sacrificio que El requiere:

...Vosotros ya no me ofreceréis más el derramamiento de sangre; sí,


vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no acep-
taré ninguno de vuestros sacrificios ni vuestros holocaustos.

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espí-


ritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un
espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo... (3
Nefi 9:19,20).

Testifico que la fe es poder. Es un poder espiritual que trasciende


todo lo que nos podamos imaginar: es el poder mismo mediante el
cual obra Dios. Es un poder que vendrá a través del tiempo, pacien-
cia, tribulación y mucho sufrimiento. Pero vendrá a los fieles que lo
desean y lo buscan.
Es mi oración que cada uno de nosotros continúe la búsqueda,
tal vez eterna, por tener más fe y ser más como nuestro Padre Celes-
tial y su Hijo Jesucristo; y adorarlos por el poder del Espíritu Santo en
todo lo que hagamos.

Preguntas para meditar

1 .¿Por qué respondieron con fe los presidentes de distrito y los miem-


bros de la Iglesia, al grado de poder recaudar los fondos del templo?

2.¿Por qué tenían tanta fe los consejeros de la misión?

3.¿Cuáles son las seis formas de aumentar la fe, que se mencionan


en este capítulo?

4.¿Cuáles de ellas está usted dispuesto a comenzar a practicar hoy?

5.¿Cómo va a hacerlo?

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

6.AI leer este capítulo, posiblemente sintió los susurros del Espíritu en
ciertas secciones. ¿Cuáles secciones fueron? ¿Qué estaba el Espí-
ritu inspirándolo a hacer, específicamente? ¿Hará usted esas cosas?

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C A P I T U L O 7

Cómo se ejerce la fe

U no o dos años después de mi misión, di un discurso en una re-


unión sacramental, en un barrio que no era el mío. Siempre
había pensado que yo era un discursante relativamente bueno (¿ no
pensamos todos lo mismo a veces?). Cuando terminé el discurso,
un buen amigo mío, hombre de edad lleno de sabiduría, vino y me
dijo: "Hermano Cook, ¿por qué no cree usted en predicar por el
Espíritu?". Ese hermano echó por tierra mi opinión de mí mismo
como discursante. Y le dije: "¿Qué quiere decir con que no creo en
predicar por el Espíritu?" Y entonces me leyó un pasaje de Doctrina
y Convenios:

Ni os preocupéis tampoco de antemano por lo que habéis de decir;


mas atesorad constantemente en vuestras mentes las palabras de
vida, y os será dado en la hora precisa la porción que le será medi-
da a cada hombre (D. y C. 84:85).

Luego, el mismo hermano me dijo: "Hermano Cook, noté que


usted hizo un bosquejo de su discurso. Usted sabía de qué iba a
hablar primero y qué ejemplo usaría para ¡lustrarlo, etcétera. Quizá
el Espíritu quería que usted dijera alguna otra cosa, pero batalló
para comunicárselo porque usted ya había determinado qué iba a
decir". Esas palabras me quemaban. Y pensé: "Pero, ¿qué las
autoridades generales no leen sus discursos en las conferencias ge-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

nerales?" Pues sí, lo hacen para que los traductores puedan seguir
el discurso con fluidez. Cuando el hombre se fue, comencé a pen-
sar seriamente en eso. El era un gran maestro, pues me había
dejado con una gran inquietud. ¿Acaso tenía razón? ¿De veras
quería que subiera yo al pulpito sin notas ni bosquejo? Todo el
asunto era un desafío para mío. Escudriñando las Escrituras encon-
tré estas palabras:

Por tanto, de cierto os digo, alzad vuestra voz a este pueblo; expre-
sad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis
confundidos delante de los hombres...

¡Qué promesa tan grande! "Si hablan mis palabras nunca serán
confundidos delante de los hombres". Luego dice:

... porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que


habéis de decir.

Está diciendo que nos dará en el momento preciso lo que quiere


que la congregación sepa. ¡Qué emocionante! Pero hay ciertas
condiciones:

Mas os doy el mandamiento de que cualquier cosa que declaréis en


mi nombre se declare con solemnidad de corazón, con el espíritu de
mansedumbre, en todas las cosas.

Entonces nos hace una promesa:

Y os prometo que si hacéis esto, se derramará el Espíritu Santo para


testificar de todas las cosas que habléis (D. y C. 100:5-8).

Empecé a darme cuenta de que en vez de planear qué decir,


debía darle al Señor la oportunidad de poner pensamientos en mi

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mente, y que debía ejercer la fe en que El me diría qué decir. Unas


dos semanas después de esa experiencia con mi amigo, el obispo
de mi barrio vino y me dijo: "Hermano Cook, nos gustaría que diera
un discurso en la reunión sacramental". Recuerdo que me tembla-
ron las rodillas, pero acepté.
Mientras se iba, me dije: "¡Ayayay! Hermano Cook, aquí está el
desafío para tu fe. Mis padres piensan que yo soy el mejor discursante
del mundo, pero si solamente subo al pulpito e improviso por veinte
minutos, ¿qué pensarán?" En mi familia siempre bromeábamos
sobre quién de mis hermanos era el mejor discursante. Ya era como
una tradición que se había convertido en algo indebido cuando nos
pedían que discursáramos —espero que por buenas razones. Pero
yo me preocupaba por impresionar a mis padres y a toda la familia.
Luego pensé: "El obispo piensa que voy a hacer un buen papel.
¿Qué tal si me paro ahí y no me sale nada?" Todas esas dudas me
empezaron a venir.
Desafortunadamente, mi fe se hallaba en esa condición en esos
tiempos, y uno tiene que comenzar desde donde esté. Pero estaba
preocupado, y oré en cuanto a lo que iba a hacer. Pensé en sólo
bosquejar un discurso para dejarlo en casa el domingo, pues así
tendría una ¡dea general de lo que diría. Traté de escoger un tema,
pero no pude. Pensaba en una idea, y luego en otra, y no me sentía
bien con ninguna. Seguían pasando los días, hasta que llegó el
sábado y yo todavía no podía pensar en nada. Descendí al punto
más bajo de mi fe durante esa experiencia, pues me dije: "Muy bien,
voy a pararme al frente e intentarlo, pero por si acaso, voy a llevaren
mi bolsillo un discurso de emergencia "Entonces oía la voz del Espí-
ritu, me decía: "Hermano Cook, ¿crees o no crees? Así de simple".
En mi corazón tuve que contestar que sí creía.
De modo que no preparé ningún discurso. Nada más leí las Es-
crituras. Fue todo lo que pude hacer, para no estar pensando du-
rante la Santa Cena: "Oye, tienes que decidirte por algo. Cuando

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menos piensa en un tema y unas cuantas ideas, un par de relatos, o


algo. Sólo te quedan cinco minutos". Necesité mucha disciplina
para no hacerlo. Nunca olvidaré haber subido al pulpito sabiendo
que mi mente estaba vacía. Verdaderamente estaba ejerciendo mi
fe, y oré: "Padre Celestial, si no me ayudas ahora, estoy acabado".
En verdad oré con todo mi corazón.
Entonces, al ponerme de pie ahí, sentí que sobre mí venía algo
que me dominó, y hablé por el Espíritu del Señor. Hasta este día no
sé de qué se trató el discurso, pero para mí fue un gran testimonio
espiritual de que el Señor quiere obrar con nosotros, si lo dejamos.
Me sentí bien en cuanto al discurso porque sentí que el Señor me
había dado lo que habría de decir, y después varias personas fueron
motivadas a arrepentirse por el Espíritu, que obró a través de mí en
esa ocasión. Varios hermanos dijeron: "Hermano Cook, ¿qué le
pasó? Sentí algo que me ha hecho cambiar. Nunca volveré a ser el
mismo" Para mí fue un gran testimonio de que si ejercemos nuestra
fe en el Señor, El cumplirá sus palabras. El nos ha dicho:

Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas


cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis (D. y C.
82:10).

La fe se ejerce por medio de la palabra

A veces he ido con otros hermanos para dar una bendición a


alguna persona, y alguien dice: "Hermanos, ejerzamos nuestra fe",
y algunos de los hermanos aprietan los puños y tensan sus múscu-
los, como si de alguna manera al hacer eso pudieran ejercer su fe.
Sin embargo, el ejercicio de la fe es un proceso espiritual, no físico,
e incluye el uso de la palabra.
Los Discursos sobre lo Fe nos dicen:

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

¿Qué debemos entender cuando se dice que el hombre obra por


fe?... Debemos entender que cuando el hombre obra por fe, obra
con esfuerzo mental y no físico. Es por la palabra, en lugar del uso
de poderes físicos, que obra todo ser cuando obra por fe. Dios dijo:
"Sea la luz; y fue la luz". Josué habló, y se detuvieron los grandes
astros que Dios creó. Elias mandó, y los cielos se sellaron por tres
años y medio, y no llovió. Mandó otra vez, y los cielos dieron la
lluvia. Todo eso se hizo por fe. El Salvador dice: "...si tuviereis fe
como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí
allá, y se pasará..." La fe, entonces, obra por la palabra, y con la
palabra se han llevado a cabo, y se llevarán a cabo, sus más pode-
rosas obras (Discursos sobre la Fe 7:3).

Hay muchos pasajes en las Escrituras que indican que la fe obra


no por esfuerzo físico, sino por la palabra. El profeta Jacob, del
Libro de Mormón, exclamó:

¡He aquí, grandes y maravillosas son las obras del Señor! ¡Cuan
inescrutables son las profundidades de sus misterios; y es imposible
que el hombre descubra todos sus caminos! Y nadie hay que co-
nozca sus sendas a menos que le sean reveladas; por tanto, no
despreciéis, hermanos, las revelaciones de Dios.
Pues he aquí, por el poder de su palabra el hombre apareció sobre
la faz de la tierra, la cual fue creada por el poder de su palabra
(Jacob 4:8, 9).

Consideremos estos pasajes que enseñan que la fe se ejerce por


medio de la palabra:

Y tan grande fue la fe de Enoc, que dirigió al pueblo de Dios, y sus


enemigos salieron a la batalla contra ellos; y él habló la palabra del
Señor, y tembló la tierra, y huyeron las montañas, de acuerdo con su
mandato; y los ríos de agua se desviaron de su cauce, y se oyó el
rugido de los leones en el desierto; y todas las naciones temieron en

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

gran manera, por ser tan poderosa la palabra de Enoc, y tan gran-
de el poder de la palabra que Dios le había dado (Moisés 7:13).

Porque el hermano de Jared dijo al monte de Zerín: ¡Apártate!; y se


apartó. Y si él no hubiera tenido fe, el monte no se habría movido;
por tanto, tú obras después que los hombres tienen fe.
Pues así te manifestaste a tus discípulos; porque después que tuvie-
ron fe y hablaron en tu nombre, te mostraste a ellos con gran poder
(Éter 12:30-31).

Mas recordad que no todos mis juicios son dados a los hombres; y
tal como las palabras han salido de mi boca, así se cumplirán, para
que lo primero sea postrero, y lo postrero sea primero en todas las
cosas que he creado por la palabra de mi poder, que es el poder de
mi Espíritu.
Porque por el poder de mi Espíritu las he creado; sí, todas las cosas,
tanto espirituales como temporales (D. y C. 29:30, 31).
Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo, será
Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor,
será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios
para salvación (D. y C. 68:4).

Aveces cuando he observado a los misioneros, miembros, u otras


personas, intentando ejercer su fe, resuenan en mi mente las pala-
bras de José Smith de que el medio para ejercer la fe es la palabra.

Debemos ser dignos

El profeta José Smith enseñó: "La fe es el fundamento de toda


justicia. No obtendréis nada del Señor a menos que estéis guardan-
do los mandamientos, y al grado que estéis guardando los manda-
mientos, a ese grado recibiréis las bendiciones".
Me impresioné al observar al Apóstol Harold B. Lee cuando se

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convirtió en el Presidente de la Iglesia. Se reunieron a su derredor


muchos reporteros en esa primera conferencia de prensa en la ciu-
dad de Lago Salado, y dijeron: "Presidente Lee, ¿cuál es el consejo
más importante que tiene para los santos de los últimos días?" Pro-
bablemente la mayoría de ellos pensaba que iba a anunciar alguna
nueva doctrina o política; mas todo lo que dijo fue: "Sí, tengo un
consejo para lo santos de los últimos días. Les digo sólo una cosa:
Guardad los mandamientos". Cuando el Presidente Spencer W.
Kimball fue llamado a ser el Presidente de la Iglesia, dijo la mismísima
cosa. Y Adán y Eva, y Moisés, y todos los demás siervos del Señor,
han dicho la misma cosa. Todo el libro de Deuteronomio parece
tener un solo mensaje principal: Guardad los mandamientos. ¡Cuan
simples son esas tres palabras! Y son el cimiento del ejercicio de la
fe. Nunca recibiremos ninguna bendición del Señor a no ser por
nuestra propia rectitud personal.
Hablamos mucho sobre autoridad y poder en el sacerdocio, por-
que son dos cosas distintas. Darle a alguien la autoridad es razona-
blemente sencillo: le imponemos las manos y se la conferimos. Pero
el poder es otra cosa aparte. El poder del sacerdocio depende de
nuestra propia rectitud. El Señor dijo:

He aquí, muchos son los llamados, y pocos los escogidos.

¿Y por qué no son escogidos?

Porque a tal grado han puesto su corazón...

No dijo "sus mentes"; no dijo "su atención"; dijo "su corazón", y


eso abarca todo.

... en las cosas de este mundo, y aspiran tanto a los honores de los
hombres, que no aprenden esta lección única:

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No hay ningún otro lugar en las Escrituras en que el Señor hable


sobre una "lección única". Ha de ser muy importante. Y ésta es la
lección:

Que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a


los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni
manejados sino conforme a los principios de rectitud (D. y C. 121:34-
36).

Si queremos aprender a ejercer la fe, debemos empezar con no-


sotros mismos; debemos estar en orden. El Señor no requiere que
nos pongamos en orden en todo de una sola vez, pues nadie podrá
hacerlo. Nos ponemos en orden poco a poco, al irse expandiendo
nuestro entendimiento. Al volvernos más sabios y aprender más de
las Escrituras y del Señor, adquirimos más capacidad para ponernos
en orden. Empezamos a ver que hay muchas cosas que no están
bien; nos arrepentimos; el Espíritu Santo puede estar con nosotros
más abundantemente, y enseñarnos más; y se aumenta nuestra fe.
Finalmente, llegamos al punto en que nuestros pecados son peca-
dos de omisión y no de comisión, y el proceso continúa.

El poder de la fe es espiritual, y está dentro de


nosotros

La fe es espiritual; viene del Señor; pero nosotros lo hacemos


trabajar. Supongamos que deseamos que el Señor ayude a alguien
que conocemos (un investigador, por ejemplo). A veces decimos;
"Padre Celestial, bendice al hermano X. Es mi compañero en la
orientación familiar, y está teniendo dificultades con su testimonio.
Envía tu Espíritu y cambia su corazón". En ocasiones el Señor con-
testa esas oraciones, pero para que suceda algo bueno, con fre-

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE

cuencia se requiere un mayor ejercicio de nuestra fe.


Alma y los demás miembros de la Iglesia oraron para que el
Señor cambiara el corazón de Alma, hijo. Tenían tanta fe que literal-
mente hicieron bajar a un ángel del cielo.
Cuando el hermano de Jared vio al Señor, ¿fue acaso porque el
Señor dijo: "El es un hombre muy bueno. Creo que me le voy a
mostrar"? No; el hermano de Jared aprendió una ley y la obedeció.
Consideremos estas palabras del libro de Éter:

Y le dijo el Señor: ¿Creerás las palabras que hable?


Y él le respondió: Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres un
Dios de verdad, y no puedes mentir.
Y cuando hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró,
y dijo: Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída; por
tanto, eres traído de nuevo a mi presencia; por consiguiente yo me
manifiesto a ti.
Y debido al conocimiento de este hombre, no se le pudo impedir
que viera dentro del velo; y vio el dedo de Jesús, y cuando vio, cayó
de temor, porque sabía que era el dedo del Señor; y para él dejó de
ser fe, porque supo sin ninguna duda.
Por lo que, teniendo este conocimiento perfecto de Dios, fue impo-
sible impedirle ver dentro del velo; por tanto, vio a Jesús, y él le
ministró (Éter 3:11-13, 19,20).

El Señor actúa según su voluntad, desde luego, pero a menudo


decide actuar de acuerdo con nuestra fe. Las Escrituras dicen en
muchos lugares: "Yo estoy contigo, y tú estás conmigo". El Espíritu
del Señor está con nosotros. El Espíritu de Cristo está en todo ser
viviente. Pienso que muchas veces el Señor dice: "No me pidas que
lo haga, hazlo tú". A Satanás le gustaría que las cosas fueran de otra
manera. Si dependiéramos de que el Señor hiciera todo el trabajo,
que es lo que Satanás quería y todavía quiere, seríamos unos títeres.
Pero por razón del gran amor del Señor, nos dice: "Te daré algo de mi

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poder hasta que aprendas a actuar en forma independiente, como yo,


si haces mi voluntad. Y si haces mi voluntad, al final te daré todo mi
poder".
Estoy convencido de que Alma entendía este concepto completa-
mente. Leemos en Alma 29:

No debería, en mis deseos, perturbar los firmes decretos de un Dios


justo, porque sé que El concede a los hombres según lo que deseen,
ya sea para muerte o para vida; sí, sé que El concede a los hom-
bres, sí, les decreta decretos que son inalterables, según la voluntad
de ellos, ya sea para salvación o destrucción (Alma 29:4).

Alma no dice que Dios nos concede según las circunstancias,


tales como si hace frío o calor, si otras personas nos ayudan o no, o
si es el tiempo justo. El nos concede de acuerdo con nuestros de-
seos. O en otras palabras, depende de nosotros.
La carga está donde debe estar. El Eider James E. Talmage dijo:
"Por alguna razón hay santos de los últimos días con la idea equivo-
cada de que al final, cuando venga el día, el Señor los volverá dioses
odiosas cuando alguien les imponga las manos y les diga: A partir
de ahora tienes todo lo que necesitas para ser un dios'. Eso no es
verdad. Todo lo que necesitamos para ser un dios está en nosotros
ahora mismo. Nuestra tarea es tomar esos elementos que están
dentro de nosotros y refinados".
Cuando yo era presidente de misión, ocasionalmente venía a
verme algún misionero y decía: "Eider Cook, me voy a casa. No
puedo hacer esto; es demasiado difícil". Examinando eso, ¿se le
habría ocurrido a ese misionero que no podía hacerlo si hubiera
sabido plenamente quién era? Estaba desperdiciando su tiempo
hablando conmigo, pues yo no creería eso ni en un millón de años,
porque sé que el poder para cumplir la voluntad del Señor, está en
nosotros. El Señor ha dicho:

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VIVIENDO POR EL PODER DE LA FE .

Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas;


porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no
sabio; por tanto, no recibe galardón alguno.

En otras palabras, el Señor dice: "Toma tú las riendas. Hazte


cargo, bajo la dirección de mi Espíritu. No esperes que alguien te
diga todo lo que hay que hacer".

De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consa-


grados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia
voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y
en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hom-
bres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa
(D. y C 58:26-28).

Orson Pratt dijo lo siguiente:

(La mente) es el agente del Todopoderoso, vestida con un taberná-


culo mortal, y debemos aprender a disciplinarla, y no permitir que el
diablo interfiera en ella o la confunda, ni la distraiga de nuestro
gran objetivo.
Si una persona educa su mente para que ande con el Espíritu, y
dirige su mente para que funcione bajo el principio de la fe, el poder
de Dios la acompañará constantemente, y sus facultades para obte-
ner conocimiento no tendrán límites.

Para ejercer la fe debemos disciplinar nuestra mente. Muchas per-


sonas todavía están batallando con su cuerpo; y algunos de nosotros,
que somos ya mayores, ya batallamos para que nuestro cuerpo haga
lo que queremos que haga. Yo hablo mucho conmigo mismo. No sé
si es saludable o no, pero recuerdo a un consejero profesional que me
dijo que las personas creativas siempre hablan consigo mismas, y eso
me hizo sentir un poco mejor. Por lo que seguí haciéndolo. A mi

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cuerpo le digo: "Oye, ¿quién es el que manda aquí?" Pues el verda-


dero Gene Cook es una entidad espiritual, ¿no? Yo soy el que man-
da, y este cuerpo es mi tabernáculo. Cuando mi cuerpo quiere hacer
algo que mi mente no quiere pregunto:
"¿Quién manda aquí, tú o yo?
Mando yo!, así que:
¡Andando!".
Y mi cuerpo obedece. Con nuestra mente podemos hacer lo
mismo. El Señor nos dio el poder para realizarlo. Lo que quiero
decires: Podemos prevalecer sobre otras personas, cosas y situacio-
nes, por medio de nuestra fe.

No se debe ejercer la fe en forma contraria a la


voluntad del Señor

Recordemos que la fe está condicionada a la voluntad del Señor,


así como a la del hombre. Dicho de otra manera, si oro con toda mi
fe a favor de algo que va en contra de la voluntad del Señor, ¿quién
va a prevalecer? El Señor. Prevalecerá su voluntad, no sólo a corto
plazo, sino a la larga también. Estoy seguro de que su voluntad es
que todos los hombres se arrepienta —lo dicen las Escrituras—,
pero no lo hacen. Estoy seguro de que fue la voluntad del Señor que
Nefi obtuviera las planchas. Nefi fracasó dos vces antes de tener
éxito. Al principio no siguió específicamente la voluntad del Señor
sobre cómo obtener las planchas, aunque su persistencia lo hizo
lograr el resultado final de cumplir la voluntad del Señor.

Entreguemos todo nuestro corazón al Señor

Cuando ejerzamos nuestra fe en algo, tenemos que poner en ello


todo nuestro corazón; no se puede hacer a medias. El Señor nos

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ayudará solamente al grado que entreguemos nuestro corazón. Si


hoy le entregamos un poquito, así responderá El. Mientras más
aprendamos a dar, más sentiremos su presencia.
El Señor dijo: "Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no
temáis" (D. y C. 6:36). Este es un mandamiento muy grande. Confor-
me concentremos toda nuestra alma en un propósito justo, se realizará.
Es posible saber la medida de nuestra fe mediante la cantidad de
deseos justos que hemos cumplido. O sea, si yo digo que voy a
hacer algo justo, y lo hago, ésa es una buena medida de mi fe.
Algunas personas van a la deriva por la vida, sin tomar una posición
determinada. Nunca dicen: "Voy a hacer esto", y lo hacen. Más
bien se resignan "a ver qué pasa".
Imaginémonos a un presidente de misión que dice: "¿Cuántas
personas va a bautizar este mes, élder?"
Y el élder dice: "Pues no lo sé; todo depende".
-¿Depende de qué?
-Pues, como usted sabe, por acá los miembros no nos ayudan
mucho.
-Entonces, ¿de qué depende?
Luego el élder dice: "Pues, hace mucho calor", como si su éxito
dependiera de algo más que de sí mismo y del Señor. Cada uno de
nosotros debe comprometerse a hacer algo que requiera ejercer la
fe con toda el alma.

Avancemos sin temor a lo desconocido

Para ejercer la fe, tenemos que entrar en terreno desconocido;


tenemos que arriesgar algo. Recuerdo el relato del hombre que
resbaló de un barranco y quedó colgando de un arbusto, a cien
metros del suelo.. Y empezó a orar, diciendo: "Señor, sálvame,
sálvame. Esta rama está a punto de quebrarse. Sólo me queda un
minuto o dos". Arriba de él se apareció el Señor, y le dijo: "Suéltate,

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y yo te agarraré". Esa era la prueba, ¿verdad? La fe precede al


milagro.
Recuerdo a un individuo que escribió un libro sobre cómo perder
peso. Seis meses antes de que se publicara el libro, él pesaba cien
kilogramos. En su libro escribió: "Ahora peso sesenta y seis kilogra-
mos. Estoy feliz con mi nuevo peso". Y describía cómo se sentía
pesando sesenta y seis kilogramos. Pero cuando lo escribió pesaba
todavía cien kilogramos. ¿Se estaba arriesgando? Cuando el libro
saliera a la luz, tenía que pesar sesenta y seis kilogramos. Y lo logró.
¿Podemos ver cómo concibió la idea anticipadamente, y luego la
hizo realidad? Nosotros debemos decidir lo que queremos hacer
que suceda, y luego hacerlo que suceda. ¿Lo creemos? Es la ver-
dad.
Si permanecemos en la esfera de lo que podemos hacer, no lo-
graremos mucho. Algunas personas dicen, sentándose a un lado de
la estufa: "Dame calor y te daré leña" Ridículo, ¿verdad? No se
puede obtener calor de una estufa a menos que primero le ponga-
mos leña. Mas a nivel espiritual tendemos a hacer eso mismo. De-
cimos: "Señor, permíteme ganar más dinero, y entonces podré pa-
gar los diezmos". Pero el Señor dice: "Paga los diezmos y prospera-
rás". Estamos dispuestos a hacer la voluntad del Señor, pero a veces
decimos en nuestras oraciones: "Muéstrame tu voluntad, y la haré".
El Señor dice: "No, hazla primero, y en el proceso te la mostraré".
Muchas veces el Señor revela su voluntad a medias. Lo hace
para que ejerzamos la fe para recibir el resto. ¿Por qué? Para que
podamos ser independientes, como El. Al entrar con fe en terreno
desconocido, recibimos la luz de la revelación. Pero hasta que tras-
pasemos el límite de lo desconocido, y hagamos todo lo que poda-
mos, el Señor no nos dará más.
Es posible que nos revele sus propósitos generales, pero casi nun-
ca se revelan los detalles hasta que hayamos hecho todo lo que
podamos.

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Seamos específicos al comunicarle nuestros justos


deseos al Señor

Hace algunos años, comí con un Presidente de Misión y un Presi-


dente de Distrito, al que le pregunté: "¿Cuántos misioneros de tiem-
po completo va a enviar antes de que termine el año?" Ese día era
el primero de agosto, por lo que le quedaban cinco meses. Respon-
dió enseguida, lo cual me indicó que ya había fijado una meta, y
dijo: "Voy a enviar a cinco". Le dije: "Muy bien; eso es para agosto,
¿y los otros cuatro meses?" Y dijo: "No. Eider Cook, los cinco
misioneros son para los cinco meses". Su perspectiva se enfocaba
en el pasado, porque de ese distrito nunca habían salido cinco mi-
sioneros al mismo tiempo; nunca. El pensaba que lograr cinco a
partir de cero estaba muy bien. Pero estaba hablando con alguien
que había tenido otras experiencias. Así que le dije: "Cinco está
bien, pero eso debería ser nada más en este mes".
Estuve bromeando con él un poco, tratando de hacer que eleva-
ra su meta; él tenía que ponerse su propia meta, no nosotros. Ento-
nes el Presidente de Misión dijo: "¿Sabe, Presidente?, posiblemente
pueda enviar a veinte en los cinco meses, ¿no?". El Presidente de
Distrito contestó: "¿Veinte misioneros?, no". Y comenzó a enume-
rar todas las razones por las que no se podía. Le pregunté cuántas
ramas tenía en la ciudad, y dijo que cuatro. Le pregunté: "Entonces,
¿podría enviara un misionero de cada rama cada mes?" Contestó:
"Eso sí; si podría mandar un misionero de cada rama". ¿Ven con
cuántos se comprometió? ¡Veinte! Luego le dije: "Presidente, le
prometo que, según su fe y la fe de sus líderes, antes del 31 de
diciembre de este año habrá enviado a veinte misioneros de tiempo
completo". El distrito logró la meta, y más, pues tan sólo en el
siguiente mes enviaron a diez misioneros de tiempo completo.
Para alcanzar una meta debemos saber cuál es; debemos ser

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específicos. Y si somos muy específicos, eso ayuda grandemente a


realizarla. Si hablamos de bautizar a treinta personas por mes, pa-
rece imposible. Pero si hablamos de bautizar una al día, podemos
hacerlo. Se trata de unas seis familias, de cinco personas cada una.
Desde luego que podemos bautizar a seis familias. Lo que estamos
haciendo es volver más pequeña la meta en nuestra mente, para
poder manejarla.
El Presidente Kimball no le permitía a nadie estar con él sin obte-
ner de esa persona un compromiso. Si estaba en una conferencia
de estaca decía al Presidente: "Qué va a hacer con el Sacerdocio
Aarónico durante los próximos tres meses?" "Pues no lo sé; todo
depende". "¿Depende de qué?" "No lo sé". Entones decía el
Presidente Kimball: "¿Por qué no piensa en dos o tres metas?" Si el
Presidente de Estaca podía fijarlas en ese momento, lo hacía; si no, el
Presidente Kimball decía: "La conferencia terminará mañana, y me
reuniré con usted al mediodía. Usted tendrá listas las metas y lo que
va a hacer para lograrlas. Quiero saber específicamente cuáles son y
en qué fecha las logrará; después, espero que me dé un informe sobre
ello". El era muy específico, y amaba a las personas lo suficiente para
ayudarlas a crecer.

Procuremos ser totalmente disciplinados

El Presidente David O. McKay dijo: "La primera y principal victo-


ria es conquistar nuestra tendencia a no tomar acción. Porque ser
conquistados por esa tendencia a no actuar es lo más vergonzoso y
vil. Un solo acto de autonegación, un solo acto de sacrificio, vale
más que todos los buenos pensamientos, todos los tiernos senti-
mientos y todas las oraciones emotivas que caracterizan a los hom-
bres que no hacen nada".
Cuando usted diga que va a hacer algo, hágalo. Cumpla su

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palabra. No se desanime cuando se fije una meta y fracase en


alcanzarla, pues no todo el tiempo puede saber cuál es la voluntad
del Señor. Tan sólo ejerza su fe en el Señor y haga todo lo que pueda
en cuanto a lo que usted piense que es la voluntad de El. A menudo
me pregunto a mí mismo: "¿Cuánto vale tu palabra, Eider Cook?
¿Qué precio puedes ponerle a tu palabra. Si le dices a alguien que
vas a hacer algo, ¿lo haces, o sales con excusas para justificar que
no lo hiciste?" El Señor dijo:

Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando


su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme
a todo lo que salió de su boca (Números 30:2).

En muchos lugares el Señor dice: "Lo que he dicho, yo lo he


dicho, y no me disculpo. Los cielos y la Tierra pasarán, pero mis
palabras se cumplirán todas". En otras palabras, lo que el Señor
dice que va a suceder, sucederá. Estamos procurando adquirir los
atributos del Señor, ¿no es así? Queremos ser como El. Una cosa
que nos ayudará a lograrlo es disciplinar nuestras acciones para que
sean el reflejo de nuestras palabras. Si nuestra fe es débil, al princi-
pio escojamos metas pequeñas, para cuyo logro podamos discipli-
narnos. Nuestras metas deben ser más elevadas de lo que podemos
hacer actualmente, pero no demasiado.
En Eclesiastés leemos:

Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque Él


no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.
Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas
(Eclesiastés 5:4, 5).

A mi juicio, si prometo hacer algo y no cumplo mi promesa, eso


mina mi carácter. Lo que debemos de prometer no es necesaria-

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mente un resultado específico, sino que debemos prometer hacer


todo lo que podamos para cumplir la voluntad del Señor. El resulta-
do depende del Señor. Pero el disciplinarnos depende de nosotros.

Estemos dispuestos a ofrecer sacrificios

El Señor dijo:

De cierto os digo, que todos los que de entre ellos saben que su
corazón es sincero y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y
están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier
sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí (D.
y C 97:8).

En otras palabras, hacer un voto o promesa es bastante fácil;


pero lo que sí cuesta es sacrificar lo que sea necesario para probar
nuestra fe por nuestras obras. El Señor quiere que mediante nuestro
sacrificio le demostremos que verdaderamente creemos; que hare-
mos lo que está, a nuestro alcance para cumplir su voluntad.
Sin embargo}, hay que usar sabiduría. No sé cómo explicarlo
mejor que diciendo que algunas personas—espiritualmente—se
meten, al parecer en un laberinto de problemas suponiendo que
para complacer a Dios tienen que complicarse la vida. Pero no se
requiere que suframos innecesariamente. Si esas personas que se
creen mártires dejaran que el Señor les resolviera sus problemas,
aprenderían la lección sin sufrir tanto y él les diría "Basta, esas penas
no son necesarias". Pero la naturaleza de algunos los lleva a creer
que tienen que padecer y sufrir constantemente. Y si eso quieren, el
Señor se los permite. Pero la desgracia de todo eso es que desper-
dician el tiempo y no avanzan al aprendizaje de otros principios. El
Señor nos deja aprender muchas cosas por la experiencia, pero en
ocasiones podríamos ser librados mucho más pronto si lo dejamos

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que él nos libre. Moisés podía haber dicho: "Lo que hay que hacer
para cruzar este mar Rojo es conseguir todas las cubetas que poda-
mos". Pero no sufrió innecesariamente; sólo hizo todo lo que estaba
razonablemente a su alcance, y luego el Señor desnudó su brazo y
efectuó un gran milagro.

Reconozcamos y utilicemos las evidencias espirituales


para edificar nuestra fe

Aprendamos a buscar y reconocer las evidencias espirituales que


vienen por ejercer la fe; cuando las encontremos, nuestra fe crecerá.
Al ir aumentando nuestra percepción espiritual, aumentarán las evi-
dencias espirituales que notaremos. Y éstas, a su vez, aumentarán
nuestra fe aún más. Entonces recibiremos más evidencias, y final-
mente tendremos un conocimiento perfecto de que el Señor vive y
que recompensa a los que lo buscan.

Usemos lo que aparentemente son fracasos, para


fortalecer nuestra fe

Al enfrentar un fracaso aparente, redoblemos nuestra fe, recor-


dando que al final prevalecerá la voluntad del Señor.
Cuando íbamos a tener nuestro último bebé en Uruguay, mi es-
posa había aumentado de peso más que en veces anteriores. Regu-
larmente, en el embarazo aumentaba nueve kilogramos o algo así,
pero esta vez había aumentado diecinueve; estaba inmensa. En
Uruguay no creen en tener bebés con anestesia, sino en el parto
natural. Mi esposa nunca había tenido un bebé así. Había sufrido
los últimos dos meses cuando vio cuánto peso había ganado, y el
doctor seguía diciéndole que iba a ser el bebé más grande que
había tenido. Ella hizo todo lo que pudo para prepararse para el

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parto, mediante ejercicios y otras técnicas. Cuando se llegó la fecha


en que nacería el bebé, y se pasó una semana, un viernes el doctor
le dijo: "Sra. Cook, si el bebé no ha nacido para el lunes, tendremos
que inducir el trabajo de parto, pues está muy grande".
Mi esposa y yo fuimos a casa y decidimos que ejerceríamos toda
nuestra fe en que el Señor haría que el bebé naciera en forma natu-
ral, porque no queríamos inducir el parto. Queríamos que el Señor
hiciera venir al bebé en su propia manera. Oramos mucho, y ayu-
namos sobre el asunto, y tomamos varias y largas caminatas.
El domingo en la noche —un día antes que se venciera el pla-
zo— el bebé todavía no nacía. Llegó la mañana, y a las nueve nos
fuimos al hospital. Recuerdo haber pensado: "Eider Cook, ¿qué va
a pasar si el bebé no nace por sí solo como resultado del ejercicio de
tu fe? ¿Qué va a ser de tu espiritualidad si las cosas no pasan como
has pedido en oración?".
Es en esos momentos que debemos comprometernos con noso-
tros mismos y con el Señor: "No endureceré mi corazón ni me
enojaré si esto no se cumple. Redoblaré mi fe en el Señor, y no sólo
en el cumplimiento de esta cosa". Como a las diez entró la enfer-
mera, y hasta el mismo momento en que pusieron la aguja en el
brazo de mi esposa, creímos que el bebé nacería por sí solo. Pero
no fue así. A pesar de eso, nos sentimos bien al saber que hasta el
último segundo en que le pincharon la piel con la aguja, creímos.
Cuando nació el bebé, fue uno de los partos con menor dolor que
mi esposa ha tenido. ¡Qué experiencia tan grandiosa y espiritual!
Comparto este relato para mostrar que las cosas no siempre su-
ceden como pensamos que van a suceder. Pero cuando las cosas
no pasan en la forma que pensamos y planeamos, lo importante es
lo que pasa en nuestro corazón. Es fácil creer cuando todo va bien,
pero es difícil cuando las cosas andan mal. Sin embargo, esas prue-
bas son necesarias para saber en qué está enfocada nuestra fe:
¿ejercemos la fe en el Señor, o en lo que nosotros queremos que

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suceda? El Señor nos probará para saberlo. Nuestra actitud debe


ser como la de Job, quien, después de perderlo todo, dijo: "Jehová
dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito" (Job 1:21).
Si deseamos tener una gran fe, preparémonos para las grandes
pruebas que vendrán, porque es seguro que vendrán. Y debemos
aprovecharlas para fortalecer nuestra fe en el Señor. El Apóstol Pa-
blo lo dijo con gran elocuencia:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada
por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en
la esperanza de la gloria de Dios.
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prue-
ba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos fue dado (Romanos 5:1-5).

Tengamos la seguridad de que Dios obrará de


acuerdo con nuestra fe

Luego de haber ejercido nuestra fe, podemos tener la confianza


de que Dios cumplirá sus promesas y hará su voluntad. Así lo hizo
con Adán, con Noé, con Abraham, con Nefi, y con todos sus siervos
a lo largo de la historia, y lo hará con nosotros. El Cumplirá todas
sus palabras, y nos concederá nuestros justos deseos, de acuerdo
con nuestra fe.
Después de escribir a los hebreos sobre la fe de los antiguos
patriarcas, el Apóstol Pablo dijo:

¿Y qué mas digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Ge-


deón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel

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y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia,


alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos
impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de débiles, se
hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan gran-
de nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que
nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el
cual por el gozo puesto delante de El sufrió la cruz, menospreciando
el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
. Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesu-
cristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno,
os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad,
haciendo El en vosotros lo que es agradable delante de El por Jesu-
cristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (He-
breos 11:32-34, 1 2 : 1 , 2 ; 13:20,21).

Pregunta por meditar

1 . ¿ C ó m o es que se ejerce la fe por medio de la palabra?

2 . ¿ Q u é relación hay entre la fe y la dignidad personal?

3.¿Cuál es la parte del Señor cuando ejercemos la fe? ¿Cuál es nuestra


parte?

4 . ¿ C ó m o podemos saber la medida de nuestra fe?

5 . ¿ Q u é relación hay entre la autodisciplina y la fe?

ó . ¿ Q u é relación hay entre el sacrificio y la fe?

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7.¿Cómo podemos ser más específicos al orar sobre nuestras metas


y problemas?

8.¿Cómo podemos saber la voluntad del Señor al tiempo de ejercer


nuestra fe?

9.¿Qué podemos hacer hoy, que nos ayude a entregarle todo nues-
tro corazón al Señor?

10.¿Cómo podemos aprovechar un aparente fracaso en nuestra


vida, para fortalecer nuestra fe?

11 .¿Qué necesitamos hacer en nuestra vida actual para entrar en


terreno desconocido ejerciendo la fe?

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Conclusión

En el capítulo 1 se mencionó que el propósito de este libro era


ayudarnos a aumentar y ejercer nuestra fe para resolver problemas
específicos o lograr metas específicas. También se mencionó que
para ayudarnos a tener éxito deberíamos reflexionar en las pregun-
tas al final de cada capítulo, estudiando las Escrituras, comentando
con otros los principios de la fe y, más que nada, orando constante-
mente, pidiendo ayuda para comprender y ejercer la fe. Espero que
hayamos logrado algún éxito al seguir estas sugerencias, y que siga-
mos adelante hasta comprender más plenamente el poder de la fe y
recibir todas las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene pre-
paradas para nosotros.
La fe solamente se puede comprender por el Espíritu del Señor.
No viene por medio de los hombres, aunque el Señor puede usar a
los hombres para enseñarnos algo sobre ella. Espero que los princi-
pios que se han descrito aquí nos hayan ayudado a aprender y, más
importante, a aplicar los principios de la fe. La mejor manera de
aprender es por medio de nuestra propia experiencia, buscando al
Señor, y tomando la decisión de que queremos aumentar nuestra fe
hasta alcanzar la vida eterna, y diciendo que pagaremos cualquier
precio para lograrlo. Será la aventura de la vida, la aventura que
vinimos a experimentar en este mundo.
En este libro se usaron muchos títulos y subtítulos para tratar de
describir la fe. Al ejercer la fe, uno no podría recordarlos todos. De
manera que, como resumen final de lo que se ha enseñado, pode-
mos sugerir seis pasos que nos ayudarán a recordar fácilmente, y
que pueden ayudarnos a ejercer la fe:

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1. Seamos creyentes, y que nuestros deseos sean con la


única mira de glorificar a Dios.
2. Comprometámonos y disciplinémonos completamente
en palabra y hecho.
3. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para cum-
plir con nuestra parte.
4. Oremos como si todo dependiera del Señor.
5. Preparémonos para las pruebas intensas y constantes
de nuestra fe.
ó. Confiemos en que el Señor obrará de acuerdo con su
santa voluntad, y de acuerdo con nuestra fe.

Ante todos y ante el Señor, reconozco que entiendo muy poco


sobre lo que significa tener fe en el Señor Jesucristo. Pero testifico
que es verdaderamente el poder por el que Jehová obra, y que es el
poder que necesitamos tener, porque a través de él podemos exal-
tarnos, y exaltar a nuestra familia y a todos los que nos rodean. Oro
por que el Señor nos bendiga para que podamos recordar los prin-
cipios verdaderos de este libro, y que estos principios puedan sobre-
salir sobre lo que no pude decir tan claramente como hubiera que-
rido. Oro por que continuemos estudiando y orando sobre el signi-
ficado de vivir por el poder de la fe, y que al hacerlo, podamos
obtener la paz en esta vida, y la vida eterna en el mundo venidero.
Que el Señor nos bendiga en este propósito, oro en el nombre de
Jesucristo. Amén.

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1. Seamos creyentes, y que nuestros deseos sean
con la única mira de glorificara Dios.
2. C o m p r o m e t á m o n o s y d i s c i p l i n é m o n o s
completamente en palabra y hecho.
3. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para
cumplircon nuestra parte.
4. Oremos como si todo dependiera del Señor.
5. Preparémonos para las pruebas intensas y
constantes de nuestra fe.
6. Confiemos en que el Señor obrará de acuerdo
con su santa voluntad, y de acuerdo con nuestra
fe.

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