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“El deseo inconsciente de procrear está siempre presente para el narcisismo de la mujer y forma parte

de su goce, esté ella conscientemente de acuerdo o no con ese deseo y su posible realización en una
concepción”. (Francoise Dolto, El deseo icc de procrear - cap 10 de Lo Femenino, Paidós 227)

Dice Francoise Dolto, acerca del aborto: “Para una mujer embarazada que no puede soportar su estado,
que quiere interrumpit el proceso vivo cuyo desarrollo natural desembocaría en el nacimiento de un
niño, hay un rechazo de las leyes biológicas naturales, pero hay también un sentimiento profundo,
inconsciente, o consciente, de culpabilidad, que se añade a un sentimiento de responsabilidad confusa
ante su impotencia social. La mujer se avergüenza de haber sido deseada por el genitor de ese feto ,
cuyo cuerpo ha traicionado a su confianza. Frente a los otros también, se avergüenza de transgredir la
ley natural , de ir en sentido inverso a las leyes sociales en general, que hacen de cualquier maternidad
una virtud. Lo que hay que saber es que, detrás de su demanda explícita, hay siempre un sentimiento
muy grande del culpabilidad, tanto por estar embarazada como por rechazar su embarazo (…) ¿No hay
también, en muchos casos , una culpabilidad mayor aún, consciente esta, por no abortar? Esta
culpabilidad se borra, se eclipsa cuando hay leyes que prohibem el aborto. Muchas madres que no
pueden asumir esta culpabilidad apuntalada por las leyes pierden su sentido de la responsabilidad.

Habría que dar muestras de una pusilanimidad masoquista para dejar las cosas seguir su curso, cuando
eta mujer embarazada se sabe incapaz de asumir a su hijo en las condiciones psíquicas y materiales en
las que se encuentra. No solamente incapaz de llevar su embarazo hasta el nacimiento del niño, sino,
más aún, incapaz de criar a ese niño en los 5 o 6 primeros años, que requieren tanta atención y
disponibilidad psíquica y material por parte de la madre y del padre, de todo el grupo social circundante.
(…) Hay que escuchar y entender a esta mujer que pide abortar, pues es un “otro” que no está solo; es
un “otro” en un gupo, cuyo personaje más importante –tanto para el ser en gestación como para ella- es
su amante (…). Si la gestación se sufre para obedecer a la ley, pero en un rechazo profundo , doloroso y
reivindicativo de la genitora y del genitor del niño, ese embrión, ese feto, se desarrollará carnalmente, de
corazón a corazón con su madre y su entorno inmediato, como un tercero excluído, rechazado
simbólicamente. Y la madre genitora será el primer anfitrión que lo rechace, sin lenguaje de amor, y lo
inicie en su estatuto de huésped enemigo. UNA MADRE NO ES MADRE , EN EL SENTIDO DE LA
INICIACION AL AMOR, MAS QUE SI EL GERMEN QUE LLEVA TIENE PARA ELLA EL SENTIDO DE REFERENCIA
A AQUEL QUE ASUME CON ELLA LA HUMANIZACION DEL NIÑO POR SUS DESEOS PARENTALES
ASUMIDOS Y ARMONIZADOS, EN UNA ESPERANZA CONJUNTA QUE EL NIÑO SOSTIENE Y ENRIQUECE
CADA DIA. No se habla suficientemente del papel del padre que es sumamente importante. El amor
maternal, en cualquier cultura, está en función de imágenes. En nuestra civilización cristiana, la
maternidad se refiere a imágenes de la Virgen” que tantos pintores célebres han representado. El que
contemple estas pinturas no debe olvidar que, mirando con amor a su hijo y recibiendo la miarad de él,
es Dios el que se encuentra entre ellos. No un Dios abstracto, sino un Dios “vivo”. “El niño Jesús y su
madre” no forman una díada, sino una relación simbólica a la vez humana y sobrehumana, una relación
triangular, como ocurre, por otra parte, en toda concepción, toda gestación, todo nacimiento, toda
educación. Ninguna teoría biológica (Alejandra Ferreiro inserta un guiño a Alfredo Pais) puede explicar
por entero la fecundidad que da al mundo un ser humano inteligente, sensible y dotado de palabra. Esto
lo saben bien los ginecólogos, cuyas investigaciones se orientan al estudio de la esterilidad de las parejas
cuyo amor no puede encarnarse en un niño de carne(…). Un hombre o una mujer no se pueden
desarrollar en el orden simbólico más que si aman a una madre que ama en él/ella al hijo de un hombre,
de un hombre que en su realidad actual, centra su deseo, y no de un hombre de su pasado –su adre, su
hermano- ni de uno imaginario; un hombre que la ama realmente, al que ese niño conoce y por el que
se siente amado paternalmente. En esta pareja se consytuyen –por proceso sutiles que el psicoanálisis
ha sacado a la luz en la vida icc- como figura de humanización de las pulsiones del deseo del niño, el
complejo de Edipo y su corolario, la renuncia inevitable al primer objeto de amor y de deseo genital
conjunto. Esta renuncia, impuesta por una triangulación sana, concede al ser humano su estatuto de
mujer o varón y le manifiesta su valor creativo y fecundo, por la encarnación en el corazón de su ser de la
prohibición del incesto.

(…)

El deseo de muerte produce muchos efectos diferentes: deseo de muerte simbólica, deseo de muerte
afectiva, deseo de muerte psíquica, deseo de muerte fisiológica, por odio a sí mismo en este cuerpo aquí
presente. Por desgracia –o afortunadamente, el curso de nuestra civilización lo dirá-, es casi imposible
para un feto, para un recién nacido, llevar a cabo ese deseo de muerte que sus dos padres que no se
amaban que no deseaban tampoco su vida , no han tenido el valor de realizar no trayéndolo al mundo

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