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La palabra roble viene del latin “robur” y significa tanto fuerza física como
moral. El roble tiene una raíz central gruesa que crece sola y después de 8 años
aproximadamente, crecen otras raíces secundarias. El tronco del roble crece unos
15 metros antes de ramificarse y tener su copa. Un árbol joven tiene el tronco
fuerte pero liso. Un árbol maduro presenta grandes grietas en su tronco, esas
grietas a veces son profundas.
Raíz central profunda: Así debe ser nuestra relación con Cristo Jesus.
Tronco: Los años de crecimiento en el evangelio.
Ramificaciones y hojas: Son nuestros frutos y la labor de servicio.
Grietas en el tronco: Simbolizan las heridas que recibimos a través de los años,
algunas de ellas profundas.
Terreno húmedo: Agua viva de la palabra de Dios
Cabe señalar, que el roble no se debilita con las grietas, porque su fuerza mayor
no proviene del tronco sino de sus raíces.
Una antigua parábola conservada en el libro bíblico de Jueces cuenta que “una vez los
árboles fueron a ungir sobre sí un rey”. ¿Qué árbol del bosque escogieron en primer lugar?
Ni más ni menos que el resistente y pródigo olivo (Jueces 9:8).
Hace más de tres mil quinientos años, el profeta Moisés dijo que Israel era ‘una buena
tierra, tierra de olivas’ (Deuteronomio 8:7, 8). Aún hay olivares esparcidos por el paisaje del
país, desde las faldas del monte Hermón, al norte, hasta las afueras de Beer-seba, al sur. Y
continúan adornando la llanura costera de Sarón, las rocosas laderas de Samaria y los
fértiles valles de Galilea.
Los escritores de la Biblia utilizaron muchas veces el olivo en sentido figurado. Algunas
características de este árbol sirvieron para ilustrar la misericordia de Dios, la promesa de la
resurrección y una vida familiar feliz. Conocer mejor el olivo nos ayudará a comprender
estas referencias de las Escrituras y profundizará nuestro aprecio por este árbol singular
que alaba a su Hacedor junto con el resto de la creación (Salmo 148:7, 9).
El resistente olivo
A primera vista, el olivo no llama particularmente la atención. No se eleva hasta los cielos
como algunos majestuosos cedros del Líbano. Su madera no es tan preciada como la del
enebro, y sus flores no deleitan la vista como las del almendro (El Cantar de los Cantares
1:17; Amós 2:9). La parte más importante de este árbol no se ve: está bajo tierra. Sus
extensas raíces, que pueden profundizar en el suelo hasta 6 metros y extenderse en
sentido horizontal muchos más, son la clave de su prodigalidad y supervivencia.
Las raíces permiten a los olivos que crecen en laderas pedregosas sobrevivir a una sequía
cuando los árboles del valle ya han muerto por falta de agua. También hacen posible que
el olivo produzca aceitunas durante siglos, aunque el retorcido tronco no parezca servir
más que para leña. Todo lo que este resistente árbol necesita es espacio para crecer y una
tierra aireada que le permita respirar, sin malas hierbas u otra vegetación que pueda
albergar plagas dañinas. Si se dan estas sencillas condiciones, un solo olivo puede
suministrar hasta 57 litros de aceite al año.
Sin duda, los israelitas apreciaban el olivo por su valioso aceite. Para iluminar las casas,
usaban lámparas con mechas que absorbían aceite de oliva (Levítico 24:2). El aceite era
esencial en la cocina. Además, protegía la piel contra el sol, y los israelitas lo usaban en la
elaboración de jabón para lavar. Los principales productos agrícolas del país eran los
cereales, el vino y las aceitunas, por lo que una mala cosecha de olivas era un desastre para
las familias israelitas (Deuteronomio 7:13; Habacuc 3:17).
Sin embargo, por lo general abundaba el aceite de oliva. Moisés dijo que la Tierra
Prometida era ‘tierra de olivas’, probablemente porque el olivo era el árbol que más se
cultivaba en la zona. El naturalista del siglo XIX H. B. Tristram dijo que este era “el árbol
característico del país”. Debido a su valor y abundancia, el aceite de oliva fue incluso una
buena moneda de cambio internacional por toda la región mediterránea. Jesucristo mismo
hizo referencia a una deuda calculada en “cien medidas de bato de aceite de oliva” (Lucas
16:5, 6).
El olivo simbólico
La misericordia de Dios se manifiesta en su imparcialidad y en que proveerá la
resurrección. El apóstol Pablo se valió del olivo para ilustrar cómo muestra Jehová
misericordia a la gente, sin tomar en cuenta su raza u origen. Los judíos se habían
enorgullecido durante siglos de ser el pueblo escogido de Dios, ‘la prole de Abrahán’ (Juan
8:33; Lucas 3:8).
Nacer dentro de la nación judía no era en sí un requisito para obtener el favor de Dios.
No obstante, los primeros discípulos de Jesús fueron judíos, y tuvieron el privilegio de ser
los primeros seres humanos a quienes Dios escogió para constituir la prometida
descendencia de Abrahán (Génesis 22:18; Gálatas 3:29). Pablo comparó a los discípulos
judíos con las ramas de un olivo simbólico.
La mayoría de los judíos de nacimiento rechazaron a Jesús, y de ese modo ellos mismos se
incapacitaron para ser futuros miembros del “rebaño pequeño”, o “Israel de Dios” (Lucas
12:32; Gálatas 6:16). Así, se asemejaron a ramas de olivo simbólicas que hubiesen sido
cortadas. ¿Quiénes ocuparían su lugar? En el año 36 E.C. se escogió a gentiles para que
formaran parte de la descendencia de Abrahán. Fue como si Jehová hubiese injertado
ramas de acebuche en un olivo cultivado. Entre los que compondrían la descendencia
prometida de Abrahán habría gente de las naciones. Los cristianos gentiles llegarían a ser
entonces ‘partícipes de la raíz de grosura del olivo’ (Romanos 11:17).
Para un agricultor sería inconcebible y “contrario a la naturaleza” injertar una rama de
acebuche en un olivo cultivado (Romanos 11:24). “Injerta lo bueno en lo silvestre y, como
dicen los árabes, vencerá a lo silvestre —explica la obra The Land and the Book—, pero
no se puede invertir el proceso con buenos resultados.” Los cristianos de procedencia judía
se asombraron así mismo cuando Jehová “por primera vez dirigió su atención a las
naciones para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre” (Hechos 10:44-48; 15:14).
Esa fue una señal clara de que la realización del propósito de Dios no dependía de ningún
país. No, pues “en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hechos 10:35).
Pablo indicó que tal como las “ramas” judías infieles del olivo habían sido desgajadas,
podría serlo todo aquel que no permaneciera en el favor de Dios debido al orgullo y la
desobediencia (Romanos 11:19, 20). Esto sin duda ilustra que nunca debe darse por
sentada la bondad inmerecida de Dios (2 Corintios 6:1).