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FUENTES Y VALIDEZ
Este estudio es extraído en parte desde suposiciones estadísticamente validadas
considerando la prevalencia, la relación de edad y la característica del rol del abuso sexual
infantil; y en parte de las correlaciones y observaciones que han emergido como evidentes
dentro de una red extendida de programas de tratamiento del abuso infantil y las
organizaciones de auto-ayuda. La validez del síndrome de acomodación, como ha sido
definido aquí, ha sido probada dentro de un período de cuatro años en la práctica del autor,
la cual se ha especializado en consulta comunitaria para diversos programas y
profesionales clínicos que tratan el abuso sexual. El síndrome ha producido intensas
aprobaciones tanto de profesionales experimentados como de las víctimas, ofensores y
otros miembros familiares.
Cientos de simposios de adiestramiento compartidos con especialistas por todos los
Estados Unidos y Canadá han llegado a miles de individuos quienes han tenido
implicación personal y/o profesional en abuso sexual. La discusión del síndrome
típicamente abre las compuertas del reconocimiento de observaciones previamente no
consideradas. Los adultos quienes han guardado un secreto avergonzado por toda una
vida encuentran autorización para recordar y discutir su victimización de infancia. Los
miembros de la familia quienes han desconocido a las víctimas identificadas encuentran
una base para la compasión y la reunificación. Los niños aún atrapados en el secreto y en
la auto-culpabilidad encuentran esperanza para su protección. Y los profesionales quienes
han desestimado las indicaciones de abuso sexual descubren una nueva capacidad para el
reconocimiento y el compromiso.
Un síndrome no debería ser visto como un diagnóstico que define y dicta una estrecha
percepción de algo tan complejo como es el abuso sexual infantil. Cuando la elección de
sexualizar la relación con un niño incluye un amplio espectro de adultos actuando bajo
motivaciones y racionalizaciones ampliamente diversas (43), las opciones para el niño
son también variables. Un niño que busca ayuda inmediatamente o quien logra
intervención efectiva no debería ser descartado como contradictorio, nada más que el
síndrome podría ser descartado si éste fracasa en incluir cualquier variante posible. El
síndrome representa un denominador común de las conductas más frecuentemente
observadas en las víctimas.
En el estado actual del arte la mayoría de las víctimas disponibles para estudio son niñas
jóvenes molestadas por adultos hombres confiadas a su cuidado. Las víctimas varones
jóvenes son menos frecuentes, al momento de ser más desamparados y aún más
estigmatizados que las niñas jóvenes (9, 44, 45).
Debido al rechazo extremo de los hombres para admitir las experiencias de victimización
sexual y debido a la mayor probabilidad de un niño de ser molestado por alguien ajeno al
núcleo familiar, menos se sabe acerca de posibles variaciones en los mecanismos de
acomodación de los varones sexualmente abusados. Parecen reaccionar más
exageradamente en varios aspectos del secreto, desamparo, y auto-alienación, lo que lleva
a un aislamiento aún mayor de la validación y la aprobación de parte de padres incrédulos
y de otros adultos. Existe una suposición casi universal de que un hombre que molesta a
un niño debe ser homosexual. Ya que el molestador habitual de niños es raramente atraído
por adultos varones (46), él encuentra una rápida disculpa en el examen clínico y en los
respaldos de sus conocidos. En tanto que hay alguna capacidad pública para creer que las
niñas pueden ser víctimas desamparadas de abuso sexual, existe un repudio casi universal
de la víctima niño-varón.
Por razones de brevedad y claridad el síndrome de acomodación al abuso sexual infantil
es presentado en este artículo como éste se aplica a la víctima más típica femenina. No
hay intento de minimizar ni de excluir las privaciones substanciales de las víctimas
masculinas, ni de ignorar la minoría visiblemente pequeña de ofensoras que son mujeres.
Una discusión más comprensiva de las variantes del rol dentro de un síndrome extendido
es presentada en otra parte (47). En la siguiente discusión el pronombre femenino es usado
genéricamente para el niño más bien que el más incómodo él/ella. Esta convención no
significa desanimar la aplicación del síndrome de acomodación a las víctimas masculinas.
2. Desamparo
La expectativa adulta de la auto-protección del niño y la revelación inmediata ignora la
subordinación y el desamparo básico de los niños dentro de relaciones autoritarias. Los
niños pueden ser autorizados para evitar las atenciones de extraños, pero se les requiere
que sean obedientes y cariñosos con cualquier adulto de confianza que los tenga a cargo.
Los extraños, los “raros”, los raptores y otros monstruos proporcionan un conveniente
contraste tanto para el niño como para los padres contra un riesgo mucho más espantoso
e inmediato: la traición de las relaciones vitales, el abandono por parte de los cuidadores
confiables y la aniquilación de la seguridad familiar básica. Toda la investigación
disponible es notablemente consecuente con una estadística inconfortable: es tres veces
más probable que un niño sea molestado por un adulto conocido, de confianza, que por
un extraño (9, 42, 44, 50). El riesgo no es del todo remoto. Aún la más conservadora de
las encuestas implica que cerca del l0% de todas las mujeres han sido sexualmente
victimizadas como niñas por un pariente adulto, incluyendo casi un 2% en que había un
hombre comprometido en el rol de padre (42). La última encuesta, y la más representativa,
informan una prevalencia de l6% de acoso de parte de parientes. Un total de 4.6% de las
930 mujeres entrevistadas informaron de una relación incestuosa con su padre o una
figura paterna (50).
Un corolario para la expectativa de auto- protección es la suposición general que si los
niños no se quejan, están actuando dentro de una relación que consienten. Esta expectativa
es dudosa aún para la mítica adolescente seductora. Dado la suposición que una
adolescente pueda ser sexualmente atractiva, seductora y aún deliberadamente
provocativa, debería quedar claro que ningún niño tiene igual poder para decir no a una
figura parental o para anticipar las consecuencias del compromiso sexual con un adulto
cuidador. Las éticas comunes demandan que el adulto en tal desigualdad, soporte la
exclusiva responsabilidad por cualquier actividad sexual clandestina con un menor (51).
En realidad, no obstante, el compañero infantil a menudo no es ni sexualmente atractivo
ni seductor en ningún sentido convencional. El estereotipo de la adolescente seductora es
un artefacto tanto de la revelación tardía como del adulto predominante que desea definir
el abuso sexual infantil dentro de un modelo que se aproxima a la lógica de la conducta
adulta.
Nosotros podemos creer que un hombre puede ser normalmente atraído por una niña-
mujer en edad casadera. Solo la perversión podría explicar la atracción hacia una niña o
un niño no desarrollado, y los hombres involucrados en la mayoría de los acosos sexuales
a niños no desarrollados obviamente no están completamente pervertidos. Ellos tienden
a ser buenos trabajadores, hombres dedicados a la familia. Ellos pueden ser mucho mejor
educados, más respetuosos de la ley y más religiosos que el promedio.
En la medida en que la experiencia clínica se ha incrementado en la intervención sexual
infantil, se descubre que la edad de iniciación es aún menor.
En 1979, la edad promedio típica era, sorprendentemente, los prepúberes de nueve años.
En 1981, los modelos de entrenamiento financiados federalmente informaron la edad
promedio de iniciación como de siete años (52). En el Harborview Rape Crisis Center de
Seattle, 25% de los niños presentados para tratamiento tenían cinco años de edad y menos
(53).
La realidad predominante para la víctima más frecuente de abuso sexual no es la
experiencia de la calle o el patio del colegio, ni tampoco alguna vulnerabilidad a las
tentaciones edípicas, sino la intrusión implacablemente progresiva, sin precedente, en
actos sexuales por parte de un adulto dominante en una relación unilateral de víctima-
perpetrador. El hecho que el perpetrador es a menudo alguien en una posición de
confianza y aparentemente cariñosa sólo aumenta el desequilibrio de poder y subraya el
desamparo del niño.
Los niños a menudo describen sus primeras experiencias como el despertarse para
encontrar a su padre (o padrastro, o compañero de su madre) explorando sus cuerpos con
manos o boca. Menos frecuentemente, los niños pueden descubrirse con un pene en su
boca o sintiéndolo entre sus piernas. La sociedad le permite al niño un aceptable conjunto
de reacciones ante tal experiencia. Al igual que la víctima adulta de violación, la víctima
niño se espera que resista por la fuerza, que llore pidiendo ayuda y que intente escapar
del acoso. Bajo tales medidas, todo niño falla.
La reacción normal es “jugar al dormido”, esto es fingirse dormido, cambiar de posición
o tirar las frazadas. Las criaturas pequeñas simplemente no recurren a la fuerza para
manejar una amenaza tan abrumadora. Cuando no tienen donde arrancar, ellos no tienen
otra opción que tratar de esconderse. Generalmente, los niños aprenden a enfrentarse
silenciosamente con terrores en la noche. Las frazadas de la cama adquieren poderes
mágicos contra los monstruos, pero ellas no logran igualar a los vejadores humanos.
Es muy triste escuchar a los niños siendo atacados por abogados defensores y siendo
desacreditados por los jurados debido a que ellos han denunciado ser molestados aún
admitiendo que ellos no han protestado ni llorado en voz alta. El punto a enfatizar aquí
no es tanto el error judicial como lo es el asalto continuo sobre el niño. Si el testimonio
del niño es rechazado en tribunales, hay probablemente también un rechazo por parte de
la madre y otros parientes que pueden estar ansiosos de restablecer la confianza en el
adulto acusado y de etiquetar al niño como malicioso. La experiencia clínica y el
testimonio experto pueden proporcionar defensoría para el niño. Los niños son fácilmente
avergonzables e intimidados por su desamparo y por su incomodidad de comunicar sus
sentimientos hacia los incomprensivos adultos. Ellos necesitan un defensor clínico adulto
para traducir el mundo infantil hacia un lenguaje aceptable para el adulto.
El desamparo intrínseco de un niño desentona con el adorado sentido adulto de libre
voluntad. Los adultos necesitan una guía cuidadosa para arriesgarse a empatizar con la
indefensión absoluta del niño; los adultos han pasado años reprimiendo y distanciándose
ellos mismos del horror de la indefensión infantil. Los adultos tienden a menospreciar el
desamparo y a condenar quienquiera que se someta muy fácilmente ante la intimidación.
Una víctima será juzgada como un cómplice complaciente a menos que la conformidad
se haya logrado a través de una fuerza abrumadora o la amenaza de violencia. Se les debe
recordar a los adultos que la acción sin palabras o el gesto de un padre es una fuerza
absolutamente irresistible para un niño dependiente, y la amenaza de perder el amor o la
seguridad familiar es más atemorizante para el niño que cualquier amenaza de violencia.
Los asuntos de voluntad libre y la conformidad no son sólo retórica legal. Es necesario
para la sobrevivencia emocional del niño que los cuidadores adultos le den permiso y
aprobación ante el desamparo y la no complicidad del abuso. El prejuicio adulto es
contagioso. Sin una afirmación terapéutica consistente de inocencia, la víctima tiende a
llenarse de auto-alienación y auto-odio. El terapeuta que no insiste en la protección del
niño, invita y permite las vejaciones sexuales.
Tanto en terapia como en tribunales, es necesario que un abogado por el niño reconozca
que sin importar las circunstancias, el niño no tiene elección más que someterse
pasivamente y mantener el secreto. No importa si la madre estaba en la pieza del lado o
si los hermanos estaban dormidos en la misma cama. Mientras más ilógica e increíble
pudiera ser para los adultos la escena de abuso, es más probable que la descripción penosa
del niño sea válida. Un padre cariñoso no podría actuar lógicamente como el niño lo
describe; si no hay nadie más, parece increíble que él pudiera asumir tan llamativos
riesgos. Este análisis lógico contiene al menos dos ingenuas suposiciones: (1) el acoso es
sensato y (2) es riesgoso. El acoso hacia un niño no es un gesto sensato de cariño, sino
una búsqueda desesperada, compulsiva de aceptación y sumisión (54). El riesgo de ser
descubierto es muy pequeño si el niño es lo suficientemente chico y si hay una relación
establecida de autoridad y afecto. Los hombres quienes buscan a niños como compañeros
sexuales descubren rápidamente algo que resulta increíble para los adultos menos
impulsivos: los niños dependientes son impotentes para resistir o quejarse.
Una carta a Ann Landers (célebre consejera en los diarios americanos) ilustra muy bien
el secreto continuamente desamparado y penetrante asociado con el abuso incestuoso:
Querida Ann:
La semana pasada mi hermana mayor de 32 años me contó que ella había sido molestada
sexualmente por nuestro padre desde los 6 a los 16 años. Yo quedé aturdida debido a que
por 20 años yo había mantenido el mismo secreto. Ahora tengo 30 años. Nosotras
decidimos contarlo a nuestras tres hermanas, todas en los 20 años. Resultó que nuestro
padre había molestado sexualmente a todas y cada una de nosotras. Todas pensamos que
habíamos sido la única en sufrir esta humillación, una fea experiencia, y estábamos
demasiado avergonzadas y atemorizadas para contarlo a alguien, así es que todas
mantuvimos la boca cerrada.
Papá tiene ahora 53 años. Al mirarlo, tú podrías pensar que es el papá de todos los
norteamericanos. Mamá tiene 51 años. Ella podría haber muerto si hubiese tenido alguna
idea de lo que él estaba haciendo con sus hijas todos estos años (55).
3. Entrampamiento y Acomodación
Para el niño que está dentro de una relación de dependencia en la relación sexual, el acoso
no es típicamente de una sola ocurrencia. El adulto puede estar atormentado por los
remordimientos, la culpa, el temor y las resoluciones de detenerse, pero la cualidad
prohibida de la experiencia y la inesperada facilidad de realización parecen invitar a la
repetición. Tiende a desarrollase un patrón compulsivo, adictivo el cual continúa ya sea
hasta que el niño alcanza autonomía o hasta que el descubrimiento o la prohibición
forzada se impone sobre el secreto.
Si el niño no busca o si no recibe una intervención protectiva inmediata, no hay otra
opción para detener el abuso. La única opción saludable que le queda al niño es aprender
a aceptar la situación y sobrevivir. No hay camino, ni lugar para arrancar. El niño
saludable, normal, emocionalmente resiliente aprenderá a acomodarse a la realidad de
abuso sexual que continúa. Existe el desafío de acomodación no sólo ante las demandas
sexuales que van escalando, sino ante una creciente consciencia del engaño y la
objetificación por parte de alguien quien es ordinariamente idealizado como una figura
parental querida, protectiva, altruista. Mucho de lo que es eventualmente denominado
como psicopatología adolescente o adulta puede ser rastreada desde las reacciones
naturales de un niño saludable a un medio ambiente parental profundamente anormal e
insano. La dependencia patológica, el auto-castigo, la auto-mutilación, la reestructuración
selectiva de la realidad y las personalidades múltiples para nombrar unos pocos,
representan los vestigios habituales de las habilidades de sobrevivencia dolorosamente
aprendidas durante la infancia. Al tratar con los mecanismos de acomodación del niño o
con las cicatrices vestigiales del sobreviviente adulto, el terapeuta debe tener cuidado en
evitar el reforzamiento de un sentimiento de maldad, inadecuación o de locura al condenar
o estigmatizar los síntomas.
El niño enfrentado ante una continua victimización por desamparo debe aprender de
alguna forma a lograr un sentimiento de poder y control. El niño no puede conceptualizar
con seguridad que un padre puede ser despiadado y autosirviente: una conclusión de este
tipo es equivalente al abandono y la aniquilación. La única alternativa aceptable para la
niña es creer que ella ha provocado los encuentros penosos, y esperar que aprendiendo a
ser buena, ella puede ganar el amor y la aceptación. La suposición desesperada de
responsabilidad y el fracaso inevitable de obtener alivio establece el fundamento para
auto-odiarse y lo que Shengold describe como un corte vertical en la prueba de realidad.
Si el mismo padre es quien abusa y es experienciado como malo debe ser transformado
para aliviar la desdicha que él ha ocasionado, entonces la niña debe, como una necesidad
desesperada, registrar al padre –ilusoriamente- como bueno. Solo la imagen mental de un
buen padre puede ayudar a la niña a tratar con la intensidad aterradora de temor y rabia,
el efecto de las experiencias atormentantes. La alternativa -la mantención de estimulación
abrumadora y de una mala imagen del padre - significa la aniquilación de la identidad,
del sentimiento de sí misma. De manera que lo malo deber ser registrado como bueno.
Esta es una defensa emocional y una operación de fragmentación de la mente (56).
El uso de Shengold de la palabra “ilusoriamente” no supone un proceso psicótico o un
defecto en la percepción, sino más bien la habilidad práctica para reconciliar realidades
contradictorias. Como él continúa más tarde en la misma página:
Yo no estoy describiendo la esquizofrenia… pero el establecimiento de divisiones
aisladas de la mente que proporcionan el mecanismo para un patrón en el cual imágenes
contradictorias del yo y de los padres no se les permite unirse (Esta división vertical
comportamentalizada trasciende las categorías diagnósticas; Estoy deliberadamente
evitando meterme en las formaciones patológicas correlacionables de Winnicott, Kohut
y Kernberg) (56).
El padre sexualmente abusivo proporciona ejemplo gráfico e instrucción en cómo ser
buena, esto es, la niña debe estar disponible sin queja para las demandas del padre. Hay
una promesa explícita o implícita de recompensa. Si ella es buena y si guarda el secreto,
ella puede proteger a sus hermanos del compromiso sexual (“Es buena cosa que yo pueda
contar contigo para amarte; de otra manera tendría que recurrir a tu hermana chica”),
proteger a su madre de la desgracia (“Si tu madre lo descubre, podría matarla”), proteger
a su padre de la tentación (“Si yo no pudiera contar contigo, tendría que frecuentar los
bares y buscar otras mujeres”), y más vitalmente, preservar la seguridad del hogar (“Si
alguna vez lo cuentas, ellos podrían enviarme a la cárcel o poner a todos los chicos en un
orfanato”).
En la inversión de roles clásica del abuso sexual, a la niña se le da el poder para destruir
la familia y la responsabilidad de mantenerla junta. La niña, no el padre, debe movilizar
el altruismo y auto-control para asegurar la sobrevivencia de los otros. La niña, en
resumen, debe asumir secretamente muchas de las funciones del rol ordinariamente
asignado a la madre.
Hay una división inevitable de los valores morales originales. Sostener una mentira para
mantener el secreto es la virtud última, en tanto que contar la verdad podría ser el más
grande pecado. Una niña así victimizada parecerá aceptar o buscar el contacto sexual sin
quejarse.
Ya que la niña debe estructurar su realidad para proteger al padre, ella también descubre
los medios para construir áreas de sobre vivencia donde pueda encontrar alguna esperanza
de bondad. Ella puede volverse hacia compañeras imaginarias para resguardarse. Ella
puede desarrollar personalidades múltiples, asignando desamparo y sufrimiento a una
personalidad mala, rabia a otra, poder sexual a otra, amor y compasión a otra, etc. Ella
puede descubrir estados alterados de conciencia para cortar el dolor o para disociarse de
su cuerpo como si buscase una distancia. Los mismos mecanismos que permiten la sobre
vivencia psíquica para la niña, se convierten en desventajas para la integración
psicológica efectiva como persona adulta.
Si la niña no puede crear una economía psíquica para reconciliar el ultraje continuo, la
intolerancia del desamparo y el sentimiento creciente de rabia buscarán una expresión
activa. Para la niña esto a menudo conduce a la auto-destrucción y el reforzamiento del
odio a sí misma; típicas son la auto-mutilación, la conducta suicida, la actividad sexual
promiscua y las huidas del hogar repetidas. Ella puede aprender a explotar al padre por
favores, privilegios y recompensas materiales, reforzando su auto-castigada imagen como
“prostituta” en el proceso.
Ella puede pelear con sus padres, pero probablemente su mayor ira se focaliza sobre su
madre, a quien ella culpa por abandonarla a su padre. Ella supone que su madre debe
saber del abuso sexual, y que es demasiado descariñada o demasiado poco afectiva para
intervenir. Por último, la niña tiende a creer que ella está tan intrínsicamente podrida que
nunca ha sido digna de cariño. El fracaso del vínculo madre-hija refuerza la desconfianza
de la jovencita hacia sí misma como una mujer, y la hace completamente dependiente de
la patética esperanza de ganar aceptación y protección con un hombre abusivo.
Para muchas víctimas de abuso sexual, la rabia incubada sobre años de fachada, de
enfrentamiento y de frustración, falsifica los intentos de intimidad, solo para reventar
como un patrón de abuso contra la generación siguiente. La conducta imperfecta no
gratificante de la niñita, y la difusión de los límites del ego entre el padre y la niña, invita
a la proyección de lo malo introyectado y proporciona una salida recta, impulsiva para la
ira expresiva.
La víctima masculina de abuso sexual con mayor probabilidad vuelve su rabia hacia
afuera en conducta agresiva y antisocial. Él es aún más intolerante de su desamparo que
la víctima femenina, y más tendiente a racionalizar que está explotando la relación para
su propio beneficio. Él puede aferrarse tan tenazmente a una relación idealizada con el
adulto que lo mantiene fijado a un nivel preadolescente en su elección de objeto sexual,
como si estuviese tratando de mantener vivo el amor con una interminable sucesión de
muchachitos. Varias mezclas de depresión, violencia contrafóbica, misoginia
(nuevamente, la madre es vista no preocupada y no protectora), acoso infantil y violación
parecen ser el legado de la rabia generada en el muchacho sexualmente abusado (45).
El abuso de substancias es una invitante vía de escape para la víctima de ambos géneros
Como Myers recuerda: “Drogado, yo podría ser cualquier cosa que yo quisiera ser. Podría
construir mi propia realidad: podría ser hermosa, tener una buena familia, un padre
agradable, una madre fuerte, y ser feliz... el beber tiene un efecto opuesto al de las
drogas... la bebida me devuelve a mi dolor; me permite experienciar mi herida y mi rabia”
(57).
Vale la pena restablecer que todos estos mecanismos de acomodación- el martirio
doméstico, la ruptura de la realidad, la consciencia alterada, el fenómeno histérico, la
delincuencia, la sociopatía, la proyección de la rabia, aún la auto-mutilación - son parte
de las habilidades de sobrevivencia de la niña. Ellos pueden ser superados sólo si la niña
puede llegar a confiar en un ambiente seguro, el cual pueda proporcionar consistencia,
aceptación no contingente y cuidado. En el intertanto, cualquiera que trabaje
terapéuticamente con la niña (o la víctima crecida, aún trastornada) puede ser probado y
provocado para mostrar que la confianza es imposible (22) y que la única realidad segura
son las expectativas negativas y el odio hacia sí misma. Es demasiado fácil para el
aspirante a terapeuta unirse a los padres y a toda la sociedad adulta para rechazar a una
niña así, observando los resultados del abuso para suponer que tal “pícara imposible”
debe ser interrogada y que merece cualquier tipo de castigo ocurrido, si en realidad el
problema total no es una fantasía histérica o vengativa.
5. Retractación
Sea lo que fuere que una niña diga acerca del abuso sexual, ella probablemente lo
cambiará totalmente. Por debajo de la rabia, de la revelación impulsiva, permanece la
ambivalencia de culpa y la obligación martirizada de preservar la familia. En la caótica
consecuencia de la develación, la niña descubre que los temores y amenazas que subyacen
al secreto son ciertas. Su padre la abandona y la califica de mentirosa. Su madre no le
cree o se descompensa dentro de la histeria y la ira. La familia es separada y todos los
niños son puestos en custodia. El padre es amenazado con desgracia y prisión. La niña es
culpada por causar esta confusión total, y todos parecen tratarla como una rareza. Ella es
interrogada acerca de todos los detalles indignos, y animada a incriminar a su padre,
aunque éste permanece intocable, manteniéndose en el hogar, en la seguridad de la
familia. Ella es mantenida en custodia con ninguna esperanza aparente de retornar al
hogar, y la petición de dependencia es sustentada.
El mensaje desde la madre es muy claro, a menudo explícito, “¿Por qué insistes en contar
esas horrorosas historias sobre tu padre? Si tú lo mandas a prisión, nunca más seremos
una familia. Nos suspenderán el bienestar y no tendremos donde estar ¿Eso es lo que tú
quieres hacernos?”.
Una vez más, la niña sostiene la responsabilidad ya sea de preservar o de destruir la
familia. La inversión de roles continúa con la “mala” elección de contar la verdad y la
“buena” elección de capitular y restaurar una mentira por el bien de la familia.
A menos que haya un apoyo especial para la niña y una intervención inmediata para forzar
la responsabilidad del padre, la niña seguirá el curso “normal” y se retractará de su
denuncia. La chica “admite” que inventó la historia. “Me volví loca con mi padre por
castigarme. El me golpeó y me dijo que nunca más volvería a ver a mi pololo. Por años
he estado realmente mal y nada parece haberme mantenido fuera de problemas. Mi papá
tenía mucha razón para enojarse conmigo. Pero me volví loca y tenía que buscar la forma
de arrancar de ese lugar. Así es que inventé esta historia de que él se andaba haciendo el
tonto conmigo y todo. Yo no quería meter a nadie en tanto problema”.
Esta simple mentira tiene más credibilidad que las quejas más explícitas de
entrampamiento incestuoso. Ella confirma las expectativas adultas de que no se puede
confiar en las niñas. Ella restaura el equilibro precario de la familia. Los niños aprenden
a no quejarse. Los adultos aprenden a no escuchar, y las autoridades aprenden a no
creerles a los niños rebeldes quienes tratan de utilizar su poder sexual para destruir.
DISCUSION
Debería ser obvio que, dejado sin poner a prueba, el síndrome de acomodación al abuso
sexual tiende a reforzar tanto la victimización de los niños como la complacencia e
indiferencia de la sociedad ante las dimensiones de esa victimización. Debería ser obvio
para los clínicos que el poder de desafiar y de interrumpir el proceso de acomodación
lleva un potencial sin precedente para la prevención primaria del dolor e incapacidad
emocional, incluyendo una interrupción en la cadena intergeneracional del abuso infantil.
Lo que no es tan obvio es que los especialistas en salud mental puedan estar más
escépticos de los informes de abusos sexuales y más vacilantes de comprometerse ellos
mismos como abogados de los niños que muchos otros profesionales menos
específicamente entrenados. Las relaciones aparentes de causa-efecto y el énfasis sobre
las intrusiones unilaterales por adultos poderosos pueden parecer ingenuas y regresivas a
alguien entrenado en dinámicas familiares más sofisticadas, donde los hechos son vistos
como un equilibro de necesidades y provocaciones dentro del sistema como un todo (58).
Freud representó una tendencia a partir del concepto víctima-ofensor hacia un punto de
vista más universal e intelectualmente aceptable en 1897 cuando él renunció a su propia
teoría de seducción infantil de la histeria por la tesis de seducción infantil del complejo
de Edipo (l6, 59-61). Aún si un número substancial de descripciones de victimización
sexual se prueban como válidas, ¿cómo pueden ellas ser distinguidas de aquellas que
deberían ser tratadas como fantasía o engaño? Rosenfeld (62) ha tratado estas cuestiones
en un sentido general pero persiste una incertidumbre molestosa.
La víctima de abuso infantil está en una posición algo análoga a lo que estaba la víctima
adulta de violación en l974. Sin una comprensión clínica consistente del clima
psicológico y los patrones de ajuste de la violación, se presumía que las mujeres eran
provocativas y substancialmente responsables por invitar o exponerse ellas mismas al
riesgo de ataque. El hecho que la mayoría de las mujeres prefieren no informar su propia
victimización solo confirmó la sospecha no puesta a prueba de que ellas tenían algo que
ocultar. Aquellas quienes la informaron a menudo se arrepintieron de su decisión por
cuanto que ellas se encontraron sujetas a repetidos ataques sobre su reputación y
credibilidad.
El cambio para las víctimas adultas vino con la publicación de un artículo famoso en la
literatura clínica durante una época de protesta levantada por el movimiento femenino. El
Síndrome de Trauma de Violación de Burgess y Holmstrom apareció en l974 (63). Este
proporciona guías para el reconocimiento y manejo de las secuelas psicológicas
traumáticas y estableció una secuencia lógica de la vergüenza de la víctima, la propia
culpa y el secreto que típicamente camuflan el ataque. Su publicación inició lo que probó
ser una tendencia hacia una recepción más simpática de las víctimas de violación tanto
en las clínicas como en los tribunales.
Una recepción similar es hace tiempo anhelada para las víctimas juveniles (24).
Irónicamente, el mismo estudio clínico que definió el trauma de violación condujo a los
autores a describir un conjunto relacionado de situaciones observadas en niños tratados
dentro del Programa de Consejería de Víctimas del Hospital de Boston. El Trauma Sexual
de Niños y Adolescentes: Presión, Sexo y Secreto fue publicado en l975 (64). El primer
párrafo concluye: “Las reacciones emocionales de las víctimas resultan de haber sido
presionadas hacia actividad sexual y de la tensión añadida de mantener este secreto”.
La narrativa describe los elementos de desamparo y la presión para mantener el secreto.
El temor del rechazo y la incredulidad está documentado por patéticas viñetas clínicas,
como lo están varios mecanismos de acomodación y los efectos traumáticos de la
develación no apoyada. La discusión desafía estudios anteriores que indicaban una
participación voluntaria o seductora.
Al revisar nuestros datos sobre víctimas infantiles y adolescentes, hemos tratado de evitar
las formas tradicionales de ver el problema y en su lugar describir, desde el punto de vista
de la víctima, las dinámicas implicadas entre el ofensor y la víctima, considerando los
temas de incapacidad para consentir, la conducta adaptativa, el secreto, y la revelación
del secreto.... Nuestros datos claramente indican que un síndrome de reacción de síntoma
es el resultado de presión para mantener el secreto de la actividad así como el resultado
de la revelación… Se puede especular que hay muchas niñas con reacción silenciosa ante
el trauma sexual. La niña que responde a la presión arreglándoselas con la actividad
sexual con adultos puede ser vista como mostrando una respuesta adaptativa para
sobrevivir en su ambiente (65).
Si ha habido una despertada protesta por la protección de niños en 1975, las observaciones
de vanguardia de Burgess y Holmstrom pueden haber marcado un cambio hacia una
recepción más comprensiva de la victimización infantil. Ya que la defensoría infantil
sufre en competencia con los intereses adultos, ha habido una evolución más bien que una
respuesta revolucionaria dentro de los campos clínicos y judiciales. Es, por lo tanto,
apropiado recordar el sindrome de trauma de violación como un modelo para aumentar
la sensibilidad de los consejeros y de los profesionales legales, y para reformular el trauma
sexual en los niños y adolescentes vistos luego de ocho años adicionales de la experiencia
de múltiples agencias a través de la nación.
CONCLUSION
El abuso sexual de niños no es un fenómeno nuevo, aunque sus verdaderas dimensiones
están emergiendo solo a través del conocimiento y estudio recientes. Los niños han estado
sujetos a la vejación, la explotación y la intimidación por supuestos cuidadores a través
de toda la historia (66). Lo que más está cambiando en nuestra generación presente es la
sensibilidad para reconocer la explotación, para identificar las evidentes inequidades en
las calidades parentales de familias aparentemente adecuadas, y para descubrir de que
tales desigualdades tienen un impacto substancial en el desarrollo del carácter, la
integración de la personalidad y el bienestar emocional de los niños abusados.
Freud no podía encontrar precedente en 1897 de algún número de padres respetables que
victimizaban a sus niños. “Entonces existía la cosa asombrosa de que en cada caso, la
culpa descansaba en actos perversos del padre, y la comprensión de la inesperada
frecuencia de histeria, en cada caso de los cuales se aplicaba lo mismo. Resultaba
difícilmente creíble de que los actos perversos en contra de los niños fueran tan
generalizados.” (67)
En los años ochenta (1980) ya no podemos permitirnos ser incrédulos acerca de las
realidades básicas del abuso infantil. El creciente cuerpo de literatura emanado del
artículo ahora clásico, El Síndrome del Niño Golpeado (68), publicado en 1962 por el Dr.
Henry Kempe, da un amplio precedente y una perspectiva de 20 años para el
reconocimiento cierto de que los actos pervertidos contra los niños son, en efecto, tan
generales.
En 1975, Sgroi llamó la ofensa sexual como la última frontera en el abuso infantil. Este
médico estaba ya en una posición para identificar la mala disposición de muchos clínicos
para aceptar el problema (69).
El reconocimiento de la ofensa sexual en un niño es enteramente dependiente de la buena
voluntad inherente del individuo de abrigar la posibilidad de que la condición pueda
existir. Desafortunadamente, la buena voluntad para considerar el diagnóstico de ofensa
sexual sospechada frecuentemente puede variar en una proporción inversa al nivel de
entrenamiento del individuo. Esto es, mientras más avanzado el entrenamiento de alguien,
menos dispuesto se encuentra ante la ofensa sospechada.
Es urgente en los intereses tanto de tratamiento y de defensoría legal y por razones de
prevención primaria, secundaria y terciaria de diversas incapacidades emocionales, que
los clínicos en cada campo de las ciencias conductuales estén más conscientes del abuso
sexual infantil. Es contraterapéutico e injusto exponer a las víctimas legítimas a
evaluaciones o tratamiento por terapeutas que no pueden sospechar o “creer en” la
posibilidad de una victimización unilateral de los niños por adultos aparentemente
normales.
El síndrome de acomodación del abuso sexual es derivado de la experiencia colectiva de
docenas de centros de tratamiento de abuso sexual, al tratar con miles de informes o
denuncias de victimización adulta de niñitos. En la vasta mayoría de esos casos, el adulto
identificado clama una total inocencia o admite solo intentos bien intencionados, triviales
de “educación del sexo”, juego de lucha, o cercanía cariñosa. Después de un tiempo en
tratamiento, los hombres casi invariablemente conceden que la niña había dicho la verdad.
De los niños a los que se consideró haber mal representado sus quejas, la mayoría había
buscado subestimar la frecuencia o duración de las experiencias sexuales, aún cuando los
informes fueron hechos con rabia y en una aparente represalia contra la violencia y la
humillación. Muy pocos niños, no más de dos o tres por mil, han buscado alguna vez
exagerar o inventar denuncias de acoso sexual (70). Ha llegado a ser una máxima entre
los consejeros e investigadores en la intervención de abuso sexual infantil que los niños
nunca fabrican los tipos de manipulación sexual explícita que ellos divulgan en denuncias
o en interrogaciones (8).
El clínico con una comprensión del síndrome de acomodación al abuso sexual infantil
ofrece al niño un derecho de igualdad con los adultos en la lucha por credibilidad o
abogacía. Ni la víctima, el ofensor, la familia, la siguiente generación de niños en esa
familia, ni el bienestar de la sociedad como un todo se pueden beneficiar con la
continuación del secreto y la negación del abuso sexual en curso. El ofensor que protege
una incómoda posición de poder sobre las víctimas silenciosas no aflojará su control a
menos que sea confrontado con un poder externo suficiente para demandarlo y supervisar
un cese total del hostigamiento sexual (13, 22, 25, 32, 71).
El consejero por si solo no puede esperar cooperación y recuperación en un ofensor por
lo demás reacio e inconfeso. El sistema de justicia por si solo raramente puede probar
culpa o imponer sanciones sin preparación y apoyo continuado de todas las partes, sin un
efectivo sistema de tratamiento. Todas las agencias que trabajan como un equipo dan una
promesa máxima de recuperación efectiva para la víctima, la rehabilitación del ofensor y
la sobrevivencia de la familia (24, 71).
El síndrome de acomodación al abuso sexual proporciona un lenguaje común para los
varios puntos de vista del equipo de intervención y un mapa más reconocible de la última
frontera en el abuso infantil.