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integración posible
Publicado en la revista nº022
Introducción
Podemos guiarnos por otro constructo teórico bipolar definido en uno de sus
extremos por una lógica lineal, determinista, y en el otro por una concepción
dialéctica de la causalidad. Sirva como ejemplo la concepción distinta del
complejo de Edipo que encontramos en Freud (1921) y en Lacan (1953-54) Si
el primero plantea una teoría sobre la concatenación de esquemas
representacionales del niño respecto a sus progenitores (pudiendo discriminar
siempre causas y efectos), el segundo nos muestra más bien una serie de
posiciones que van tomando alternativamente los miembros de la familia
respecto a cierto significante (sólo abarcable desde una óptica dialéctica).
Obtenemos así un segundo eje que podríamos llamar causalidad lineal-
causalidad dialéctica.
Aunque fue Bowlby el primer teórico del apego, fue Ainsworth (citada en
Marrone, 2001) en su célebre experimento de 1978 quien llegó a formular la
primera clasificación de sus diversos tipos. En función de la conducta
observable del niño en un procedimiento estandarizado que ellos denominaron
la “situación extraña”.
-Actitud positiva hacia el bebé: sin referirse a acciones concretas, los padres
manifiestan emociones positivas al hablar o pensar en el niño.
También resulta interesante la relación mostrada por los Cowan (2001) entre el
tipo de vínculo que existe entre la pareja y el desarrollo posterior de los
patrones de apego en el niño, pudiendo utilizarse la primera como predictora de
la segunda.
Por el contrario, Marrone sostiene que una de las variables que más frena el
uso de la empatía es la presencia de mecanismos de defensa en los padres,
especialmente aquellos que influyen en la comunicación de experiencias
emocionales negativas y en los propios sentimientos de vulnerabilidad.
Neuropsicoanálisis y apego
Pretendo mostrar aquí una reciente línea de investigación que aúna los datos
obtenidos en la neurociencia con algunas tesis psicoanalíticas. De los muchos
autores que colaboran, en éste apartado se tratarán principalmente las ideas
de Allan Schore (2001, 2002) sobre los efectos del apego seguro. Los aportes
de este autor apuntan hacia una corriente que se ha venido a denominar
“construcción social del cerebro”, pues enfatiza la importancia del entorno del
niño a la hora de marcar el desarrollo de ciertas zonas neuronales y, por tanto,
de las funciones sostenidas por ellas.
Schore aborda el fenómeno del apego y la regulación afectiva del niño desde
varios puntos de vista. Los más destacados para tratar en este espacio son el
neurológico y el de la conducta manifiesta.
Las interacciones con el adulto en las que se da esta regulación afectiva son
los precursores del patrón de apego en los siguientes años de vida. Se piensa
que al estar expuesto el bebé a emociones negativas que son calmadas por un
adulto, se está fraguando un esquema interno de regulación afectiva que
supone la base de la autorregulación emocional. Fonagy (1997, 1999) muestra
evidencias que apuntan a una relación entre el trato empático insuficiente
recibido por parte de los progenitores (debido a sus propias limitaciones), la
insuficiente capacidad de regulación emocional del niño y los trastornos límites
de personalidad en el adulto. Es lo que se ha venido a llamar persistencia
transgeneracional del apego, según la cual, un progenitor que no controle bien
sus propios estados emocionales será incapaz de calmar los de su bebé,
haciéndole propenso a padecer el mismo déficit. Es en este punto donde más
claramente convergen los datos conductuales y neurológicos.
Mary Main (1991) demostró cómo un niño que no tuviera desarrolladas las
funciones de “mentalización” era vulnerable a los posibles fallos en los
cuidados por parte de sus padres, lo que hacía más probable que se diera el
patrón de apego inseguro. Por mentalización hemos de entender lo que
tradicionalmente se ha denominado “teoría de la mente”; la posibilidad de
reconocer en otros estados mentales que le son propios y no tienen por que
coincidir con el de uno mismo. Los estudios de Main, reelaborados por Fonagy,
apuntan a que la capacidad de mentalizar del niño (que pueda reconocer en el
cuidador un estado mental distinto del suyo) es lo que le protege de un posible
daño cuando los padres no le dan respuestas adecuadas (ver los artículos de
Fonagy publicados en Aperturas Psicoanalíticas).
Cabe citar como ejemplos de las ideas clásicas a las que ha contribuido a
ampliar el concepto de “entorno suficientemente bueno” de Winnicott (1971) –
con una madre capaz de empatizar con su hijo, pero sintiéndose diferente de
él, la capacidad de reverie formulada por Bion (1963)– como un sostén
emocional de la madre sobre hacia el hijo, el Self-objet de Kohut (1971)
entendido como el objeto que provee la respuesta sensible y empática a las
necesidades del niño.
El giro que Kohut imprime al psicoanálisis ortodoxo empieza por aceptar que el
narcisismo no es sólo una etapa del desarrollo de la libido (que ha de tender a
buscar el amor objetal), es una vía paralela al desarrollo pulsional que describió
Freud. De hecho, la pulsión narcisista misma tiene que ser distinta a la pulsión
objetal, y ambas coexisten en el adulto (aunque Kohut más tarde se
desmarcaría de la teoría pulsional, en su obra de 1971 recurre a ella para
explicar sus descubrimientos). Kohut resalta que los dos tipos de libido pueden
revestir cualquier tipo de objeto; ni la libido objetal debe volcarse al exterior, ni
la narcisista al interior en exclusiva. Un claro ejemplo de esta particularidad son
las relaciones con objetos de la actividad narcisista o las posesiones
narcisistas (Bleichmar, 1981), en las que el sujeto se relaciona con objetos
distintos de sí mismo en los que se emplea libido narcisista.
La obra de Kohut surge como respuesta a los tres tipos de transferencia que
encuentra en el análisis de estos trastornos en personalidades narcisistas:
Esquemáticamente consisten en esto:
Lo que interesa resaltar sobre las ideas de Kohut en este contexto son las
implicaciones que tiene el trato con adultos durante la infancia a la hora de
constituir la personalidad. En su libro “La Reestructuración del Self” (1977)
aclara una idea sugerida en su estudio sobre las transferencias narcisistas: la
transferencia surge rápidamente en el momento en que el analista pueda
mostrar su empatía con los estados emocionales del paciente. Se puede
entender la transferencia (y una gran cantidad de elementos de la personalidad
del sujeto) como intentos actuales de reorganizar o sostener el self adulto. Lo
que Kohut mostró indirectamente al abordar el análisis de ciertos aspectos del
narcisismo es cómo un adulto con cierto tipo de vínculos en la primera infancia
“arrastra” una motivación (o necesidad) en su vida adulta que determina
aspectos importantes de su personalidad. Si se considera el Self de Kohut
como una organización del psiquismo que aglutina funciones como las
ambiciones, los ideales y el autoconcepto del sujeto, se debe asumir que todo
ello se determina en gran parte por el tipo de apego que se viviera.
Otra función del self descrita por el propio Kohut (1977) es la de mantener una
experiencia continua para el sujeto de ser el mismo en diferentes momentos.
Este tema ha sido ampliamente tratado por Damasio (1996), quien le otorga a
las “emociones de fondo”, percibidas continuamente con baja intensidad, el
papel de crear esa sensación subjetiva de continuidad. El self es visto así como
el receptor continuo de esas emociones, o en otras palabras, el resultado de
haber reconstruido a cada momento una “sensación de uno mismo”.
En el lado opuesto, los Shane enumeran tres situaciones que han de ser
evitadas durante la terapia basada en la teoría del apego. En primer lugar, las
situaciones traumáticas (ya sea la revivificación de experiencias o de vínculos
negativos) pueden tener efecto iatrogénico siempre que no exista la citada
base segura (y aún así no siempre es posible abordarlos con seguridad en la
terapia). Por otro lado, hay que huir que la terapia tenga como un supuesto
básico la concepción de que toda conducta tiene que ser explicada al paciente
en términos de motivación. Según los Shane, no es aconsejable en general, y
es muy perjudicial en pacientes en los que sus síntomas se muestren de un
modo súbito e intenso (estrés post traumático, compulsiones, disociación). Para
los Shane, la memoria procedimental es un elemento que no ha de perderse de
vista por parte del terapeuta, pues muestra cómo es posible no tener
consciencia de las motivaciones que pueden subyacer a dichos aprendizajes.
En estos casos, más útil que buscar la motivación es familiarizar al paciente
con las situaciones que desencadenan ciertas respuestas casi automáticas. La
propuesta de los Shane es congruente con las ideas actuales sobre los
patrones de apego (considerando necesario detectarlo y tomarlo en
consideración en cada paciente), y también con las ideas actuales sobre la
génesis del apego en la infancia.
Partiendo de estos datos sobre la terapia, resulta claro cómo los distintos
enfoques llaman la atención sobre lo relacional, como piedra angular del
tratamiento de los trastornos derivados de un patrón de apego. Es así que se
considera el vínculo como una herramienta indispensable para el tratamiento,
cuando no un requisito previo a cualquier tipo de intervención. Parece existir
una convergencia entre los autores que se han dedicado a estudiar el apego
tanto en su génesis como en las posibles vías terapéuticas aceptadas hoy, lo
cual supone un fuerte apoyo para el psicoanálisis como rama epistemológica.
Los avances citados arriba son congruentes con un tipo de concepción que
considera la enfermedad como la obstrucción del desarrollo personal en
momentos determinados de la vida; los llamados en psicoanálisis trastornos
por déficit (puede ser útil aquí pensar en la psicología humanista o en ramas
más existenciales de psicoanálisis como Castilla del Pino (1968a, 1968b,
1978). La curación pasa entonces por reproducir en la terapia una relación que
permita retomar el desarrollo de las facetas que se inhibieron por la relación
con determinado entorno. Es pues el vínculo el principal determinante de los
cambios en la terapia, ya que no se trata sólo de resolver un conflicto o aportar
información que antes era inconsciente, sino también de desarrollar en el
paciente algo que nunca estuvo constituido en ninguno de los niveles del
psiquismo (Bleichmar, 1997). Cierto tipo de terapia puede considerarse de éste
modo como una situación “a medida del paciente” en la que le será posible
actualizar, potenciar las capacidades que hubiera podido desarrollar en un
entorno más adecuado.
La relación terapéutica
Hay que tener claro que ésta óptica intersubjetiva sigue teniendo por objeto de
estudio el mundo intersubjetivo del paciente y del terapeuta. No obstante, al
admitir que éste queda determinado sustancialmente por la interacción con
otros, la relación pasa a tener esta importancia capital, por ser el medio en que
se conoce y se modifica la estructura del paciente.
Transferencia
Reconstrucción histórica
Bien se aborde como interpretación del analista o como tarea conjunta, supone
un rico campo para la obtención de elementos con los que explorar el universo
subjetivo del paciente. Una vez constituida la relación, la reconstrucción hace
aflorar muchos significados, emociones e ideas sobre el pasado y el presente,
las cuales pueden encontrar una aclaración o una puesta en escena desde la
seguridad de la situación terapéutica.
Apego y narcisismo son quizá dos de los puntos que más se relacionan en
psicoanálisis con esta necesidad de interactuar para alcanzar un desarrollo; no
obstante, no es el único campo en el que el ser humano se constituye a partir
de lo que otros le dan (un tema capital en psicoanálisis ortodoxo, como es la
pulsión, también puede tener su origen en la inscripción que hacen los otros en
el deseo del sujeto). Una relectura de los padres de la teoría psicoanalítica
puede mostrarnos cómo lo que podía estar curando a sus pacientes no era
sólo aquello que ellos creían, sino también un modo de relación que entablaron
inconscientemente. En cualquier caso, esa relectura siempre será una
construcción personal.
Apéndice
La Matriz de Cowan
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Se parte del interés por integrar dos líneas teóricas complementarias, aceptada
ya por muchos autores: la obra de John Bowlby y la de Heinz Kohut. Por otro
lado, distintos estudios recientes arrojan datos e ideas que son no sólo
congruentes en el plano teórico con las obras de estos dos autores, sino que
sirven para afianzar las teorías con datos empíricos y con nuevas hipótesis.