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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN ANTONIO ABAD DEL CUSCO

FACULTAD DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN

ESCUELA PROFESIONAL DE EDUCACIÓN

TEMA:

CURSO: AXIOLOGIA Y ÉTICA

DOCENTE: AMACHI AMEZQUITA MIGUEL

INTEGRANTES:

 Lisbeth Pazo García


 Fanny Ancco Llasa
 Miryan Mejido Delgado
 Vanesa Morales Carrillo
 Suri Herlinda Velasquez Puma
 Amanda Crispin Guerra
INDICE

INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................... 1

ESENCIA DE LA ÉTICA: ÉTICA FORMAL Y ÉTICA MATERIAL. ................................... 3

1. ESENCIA DE LA ÉTICA ................................................................................................. 3

2. ÉTICA FORMAL .............................................................................................................. 3

2.1 La ética kantiana .......................................................................................................... 4

2.1.1 El formalismo de Kant .............................................................................................. 5

2.2 Las cuatro formulaciones del imperativo categórico ................................................... 7

3. ÉTICA MATERIAL .......................................................................................................... 8

3.1 Aristóteles .................................................................................................................... 9

3.2 Epicureísmo................................................................................................................ 12

3.3 Estoicismo .................................................................................................................. 13

3.4 ética de bienes o de fines. ........................................................................................... 13

3.5 Ética de los valores (axiología) .................................................................................. 15

4. CONCLUSIÓN ................................................................................................................ 17

Bibliografía .......................................................................................................................... 18
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INTRODUCCIÓN

En lo que toca a la cuestión de la esencia, hay dos concepciones que pueden designarse con el

nombre de ética formal y ética material.

Ninguna de ellas aparece, naturalmente, en toda su pureza y puede decirse, por lo contrario,

que toda doctrina ética, es un compuesto de formalismo y materialismo, los cuales se han

mantenido como constantes a lo largo de toda la historia de las teorías y actitudes morales.

Sin embargo, el predominio del elemento formal en la filosofía práctica de Kant y del

elemento material en casi todos los demás tipos de ética, han llevado a contraponer

el kantismo al resto de las doctrinas morales y a presentarlo como uno de los primeros intentos,

relativamente logrado, para establecer lo a priori en la moral.

Para Kant, en efecto, los principios éticos superiores, los imperativos, son absolutamente

válidos a priori y tienen con respecto a la experiencia moral la misma función que las categorías

con respecto a la experiencia científica.

El resultado de semejante inversión de las tesis morales conduce, por lo pronto, al trastorno de

todas las teorías existentes con respecto al origen de los principios éticos.

Dios, libertad e inmortalidad no son ya, en efecto, los fundamentos de la razón práctica, sino

sus postulados, De ahí, que el formalismo moral kantiano exija, al propio tiempo la autonomía

ética, el hecho de que la ley moral no sea ajena a la misma personalidad que la ejecuta. Opuestas

a este formalismo se presentan todas las doctrinas éticas materiales de las cuales cabe distinguir,

como ha hecho A. Müller, entre la ética de los bienes y la de los valores.

La de los bienes comprende todas las doctrinas que, fundadas en el hedonismo o consecución

de la felicidad, comienzan por plantearse un fin. Según este fin, la moral se llama utilitaria,
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perfeccionista, evolucionista, religiosa, individual, social, etc. Su carácter común es el hecho de

que la bondad o maldad de todo acto dependa de la adecuación o inadecuación con el fin

propuesto, a diferencia del rigorismo kantiano donde las nociones de deber, intención, buena

voluntad y moralidad interna anulan todo posible eudemonismo (libertad, uso del libre albedrío)

en la conducta moral.

En una dirección parecida, pero con distintos fundamentos, se halla la ética de los valores, la

cual representa, por un lado, una síntesis del formalismo y del materialismo, y por otro, una

conciliación entre el empirismo y el apriorismo moral. El mayor sistematizado de este tipo de

ética, Max Scheler, la ha definido, de hecho, como un apriorismo moral material pues en él

empieza por excluirse todo relativismo, aunque al mismo tiempo, se reconoce la imposibilidad

de fundar las normas afectivas de la ética en un imperativo vacío y abstracto.

El hecho de que semejante ética se funde en los valores demuestra ya el “objetivismo” que la

guía, sobre todo si se tiene en cuenta que en la teoría de Scheler el valor moral se halla ausente

de la tabla de valores superiores y de completo acuerdo con el carácter de cada personalidad.


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ESENCIA DE LA ÉTICA: ÉTICA FORMAL Y ÉTICA MATERIAL.

1. ESENCIA DE LA ÉTICA

La Ética busca descubrir y comprender las relaciones que se establecen entre el actuar

humano, los valores y las normas morales que se gestan y desarrollan en la vida social.

Es posible establecer que la conciencia moral, la libertad y la responsabilidad se transforman

en el fundamento básico y necesario de la vida humana. Todo ello, por supuesto en un ambiente

social, que es el único propicio para la realización del hombre. Se hace imprescindible entonces

conocer y comprender los fundamentos de la vinculación que surge entre vida humana, valores y

sociedad.

La Ética nos ilustra acerca del porqué de la conducta moral. Los problemas que la Ética

estudia son aquellos que se suscitan todos los días, en la vida cotidiana, en la vida escolar, en la

actividad profesional, etc. Problemas como: ¿qué comportamiento es bueno y cuál malo?, ¿se es

libre para realizar tal o cual acción?, ¿quién nos obliga a realizar esta acción?, entre estas dos

acciones, ¿cuál se debe elegir?, etc.

2. ÉTICA FORMAL

Las éticas formales tratan de eludir cualquier contenido moral. Lo que importa es la “forma”

misma de la moralidad. Las éticas formales no se interesan ni por los fines ni por las

consecuencias de los actos morales (no son teleológicos), sino que fundan la moralidad de un

acto en el hecho moral de que se percibe su obligación (es deontológico). La moral de Kant, para

quien el único motivo de actuación moral es la voluntad buena, aquella que se decide a obrar por

fuerza del imperativo categórico, o simplemente por deber, es una ética formal clásica;
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2.1 La ética kantiana

La moral tiene que ser independiente de lo que sucede en el mundo. Kant da por supuesta la

existencia de una conciencia moral ordinaria. La moralidad es lo que es. ¿Qué forma tiene que

tener un precepto para que sea reconocido como precepto moral? Kant examina esta cuestión

partiendo de que no hay nada incondicionalmente bueno, excepto una buena voluntad. La

atención se centra desde el comienzo en la voluntad del agente, en sus móviles e intenciones, y

no en lo que realmente hace. El único móvil de la buena voluntad es el cumplimiento de su deber

por amor al cumplimiento de su deber. Por ello, establece un contraste entre el deber y la

inclinación de cualquier tipo. Pues la inclinación pertenece a una determinada naturaleza física y

psicológica, y no podemos, según Kant, elegir nuestras inclinaciones. Podemos elegir entre

nuestras inclinaciones y nuestro deber.

El deber se presenta como la obediencia a una ley que es universalmente válida para todos los

seres racionales. ¿Cuál es el contenido de esta ley? ¿Cómo tomo conciencia de ella? Tomo

conciencia de ella como un conjunto de preceptos que puedo establecer para mí mismo y querer

que sean obedecidos por todos los seres racionales. La prueba de su auténtico imperativo es que

puedo universalizarlo.

Según Kant, el ser racional se da a sí mismo los mandatos de la moralidad. Cada uno de

nosotros es su propia autoridad moral – autonomía del agente moral. Por tanto, la autoridad

externa, aun si es divina, no puede proporcionar un criterio para la moralidad.

La ley moral debe ser completamente invariable. Cuando he descubierto un imperativo

categórico, he descubierto una regla que no tiene excepciones.

Según Kant, la razón práctica presupone una creencia en Dios, en la libertad y en la

inmortalidad. Se necesita a Dios como un poder capaz de coronar la virtud con la felicidad; se
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necesita de la inmortalidad porque la virtud y la felicidad no coinciden en esta vida. La libertad

es el supuesto previo del imperativo categórico. El deber del imperativo categórico sólo puede

aplicarse a un agente capaz de obedecer. En este sentido, debes implica puedes. Y ser capaz de

obedecer implica que uno se ha liberado de la determinación de sus propias acciones por las

inclinaciones, simplemente porque el imperativo que guía la acción determinada por la

inclinación es siempre un imperativo hipotético. Ese es el contenido de la libertad moral.

La palabra deber se define en términos de la obediencia a los imperativos morales categóricos,

es decir, en términos de mandatos que contienen los nuevos debes.

2.1.1 El formalismo de Kant

La ética de Kant se plantea como una ética del deber puro. No puede haber ningún móvil,

distinto del puro deber, que justifique una acción moral. Si actuamos en virtud de alguna mira

egoísta, de la índole que sea, actuamos obedeciendo lo que Kant denomina “imperativos

hipotéticos”. Un imperativo hipotético es el que se ajusta a la fórmula general: “si quieres A, haz

B”. Se trata de establecer nuestra acción como medio para conseguir un fin. Pero Kant entiende

que este fin es egoísta.

Distingue tres clases de principios prácticos: las máximas, los imperativos hipotéticos y los

imperativos categóricos:

las máximas son principios prácticos, pero de valor subjetivo. No son imperativos ni leyes. La

máxima es un principio conforme al cual obra un sujeto.

los imperativos hipotéticos son reglas de determinación de la voluntad que mandan algo con

vistas a un fin, es decir, una acción que es buena como medio para otra cosa, no como acción

buena en sí. Son preceptos prácticos o normas imperativas y en esto se distinguen de las

máximas; pero no son leyes porque carecen de universalidad.


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los imperativos categóricos deben ser absolutos o incondicionados, que obliguen a la voluntad

en cuanto voluntad, es decir, a toda voluntad. Y serán, por tanto, imperativos universales que

obliguen a todo ser racional, independientemente de todo motivo, finalidad o condición, no sólo

a las personas que deseen ciertos fines. Un principio general de la filosofía kantiana es que la

universalidad y necesidad no pueden provenir de la experiencia ni de los objetos reales; la

universalidad y la necesidad provienen sólo de la razón, son a priori. De igual suerte, en el orden

moral, una ley universal y necesaria tiene que derivar de la razón, ha de ser a priori: no puede

proceder de fuera, de fines y objetos deseados.

¿Cómo hallar entonces esta ley moral? Para determinarla, Kant procede a la distinción entre la

materia y la forma de la ley. Para ello, sienta la siguiente afirmación: “Todos los principios

prácticos que suponen un objeto (materia) de la facultad de desear, como fundamento de la

determinación de la voluntad, son empíricos y no pueden proporcionar ley práctica alguna o ‘ley

moral’”.

Por consiguiente, la verdadera ley práctica universal del obrar moral que contenga el propio

fundamento de determinación de la voluntad no ha de tomarse por parte de la materia, que son

los objetos de deseo, principios de obrar subjetivos que determinen la voluntad por el placer o la

felicidad. La forma de legislación universal es lo único que puede constituir un fundamento de

determinación de la voluntad libre.

Esta ley moral será un imperativo categórico que exprese la mera forma de la ley, como

suprema condición de todas las máximas y con independencia de las condiciones empíricas o de

los móviles de obrar materiales, reducibles al placer subjetivo y egoísta. Sólo es posible,

admitiendo en la razón práctica una forma a priori, paralela a las formas aprióricas de la razón

teórica. Es el imperativo categórico del deber que se expresa como proposición sintética a priori.
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2.2 Las cuatro formulaciones del imperativo categórico

Kant ofrece cuatro formulaciones del imperativo categórico; de ellas, la principal es la

primera, mientras que las otras tres son una derivación de la formulación principal.

1. Fórmula de la ley universal. La primera es la fórmula general, y dice así: Obra sólo según

una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.

Cuando pienso un imperativo hipotético en general no sé lo que contiene hasta que me es

dada su condición, pero si pienso un imperativo categórico en seguida sé qué contiene. En efecto,

puesto que el imperativo no contiene, aparte de la ley, más que la necesidad de la máxima de

adecuarse a esa ley, y ésta no se encuentra limitada por ninguna condición, no queda entonces

nada más que la universalidad de una ley general a la que ha de adecuarse la máxima de la

acción, y esa adecuación es lo único que propiamente representa el imperativo como necesario.

Por consiguiente, sólo hay un imperativo categórico, y dice así: obra sólo según aquella

máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal (Fundamentación

de la metafísica de las costumbres, Madrid, Espasa-Calpe, 1994, pp. 91-92)

2. Fórmula de la ley de la naturaleza: la segunda fórmula, muy parecida a la anterior, reza

así: Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la

naturaleza.

Puesto que la universalidad de la ley por la que suceden determinados efectos constituye lo

que se llama naturaleza en su sentido más amplio (atendiendo a su forma), es decir, la existencia

de las cosas en cuanto están determinadas por leyes universales, resulta que el imperativo

universal del deber acepta esta otra formulación: obra como si la máxima de tu acción debiera

convertirse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza (ibid., p. 92)


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3. Fórmula del fin en sí mismo: la tercera formulación es la siguiente: Obra de tal modo que

uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un

fin al mismo tiempo, y nunca solamente como un medio.

La naturaleza racional existe como fin en sí misma. Así se representa necesariamente el

hombre su propia existencia, y en este sentido dicha existencia es un principio subjetivo de las

acciones humanas. Pero también se representa así su existencia todo ser racional, justamente a

consecuencia del mismo fundamento racional que tiene valor para mí, por lo que es, pues, al

mismo tiempo, un principio objetivo del cual, como fundamento práctico supremo que es, han de

poder derivarse todas las leyes de la voluntad. El imperativo práctico será entonces como sigue:

obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier

otro, siempre como un fin, y nunca solamente como un medio (ibid., pp. 103-104)

4. Fórmula del legislador universal: «Obra siguiendo las máximas de un miembro legislador

universal en un posible reino de fines» (ibid., pp. 117-118). De este modo el ser racional puede

otorgarse a sí mismo una ley que no es la de la naturaleza, y en esto estriba su grandeza y su

dignidad. Y en esto consiste también la autonomía de la voluntad, que radica, según Kant, en

actuar por principios que puedan convertirse en leyes universales. La conclusión de la

explicación de Kant lleva a aclarar el principio: sólo una buena voluntad es algo

incondicionalmente bueno. Y así, la voluntad es buena porque se impone a sí misma la única ley

que puede compartir todo ser racional: la de actuar de acuerdo con el imperativo categórico que

no es más que una forma de querer, una forma sin un contenido moral concreto. El fundamento

de este imperativo categórico sólo lo puede analizar una crítica de la razón pura (práctica)

3. ÉTICA MATERIAL
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La ética material es aquella en la que la bondad o maldad de la conducta humana depende de

algo que se considera bien supremo para el hombre. O sea:

1) Hay cosas buenas para el hombre: el bien supremo (placer, felicidad, dios)

2) Hay unos medios o normas para conseguir su fin.

La ética material tiene un contenido, y unas normas.

3.1 Aristóteles

En el libro I de la Ética a Nicómaco plantea Aristóteles un problema clave para la ética: cada

actividad humana persigue un bien que es, por tanto, su fin, como ocurre con la medicina, que

tiene por fin la salud, o con la construcción, que tiene por meta la casa; pero los distintos fines

tiene a su vez otros, porque siempre cabe preguntas: “salud, ¿para qué?”, “edificios, ¿para qué?”.

En esta jerarquía de fines, los subordinados tienen menor importancia porque no se buscan por sí

mismos, sino por el fin superior.

El pensamiento griego no podía soportar la idea de que una serie de elementos subordinados

entre sí fuera infinita. Por eso, según Aristóteles, todas las actividades humanas tienden a un fin,

y todos los fines son a su vez medios para un fin último, que da razón de los restantes.

Estudiamos para obtener un título, y queremos el título para conseguir un puesto de trabajo; y, si

seguimos preguntando ¿para qué?, acabaremos reconociendo un fin último de nuestros actos:

queremos ser felices.

El fin último natural de las acciones humanas es, pues, la felicidad, porque mientras tiene

sentido preguntar “construir casas, ¿para qué?”, y responder “para ser felices”, carece de sentido

preguntar, “felicidad, ¿para qué?”. Sin embargo, hay discrepancias a la hora de determinar en

qué consiste la felicidad, ya que unos la cifran en el dinero, otros, en recibir honores. Por eso es
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preciso trazar los rasgos que ha de tener una actividad para que la identifiquemos con la felicidad

y después buscar cuál de nuestras actividades los posee. La felicidad será, pues,

un bien perfecto, es decir, que se busca por sí mismo y no por otro superior a él, a diferencia

de los bienes útiles, que se buscan por otra cosa;

un bien suficiente por sí mismo, o sea, que hace deseable la vida por sí mismo, de manera que

quien lo posee ya no desea otra cosa, aunque no es incompatible con gozar de otros bienes;

el bien que se consigue con el ejercicio de la actividad más propia del ser humano, según la

virtud más excelente;

el bien que se consigue con una actividad continua.

Para aclarar estas dos últimas características intentará Aristóteles dilucidar cuál es la función

más propia del ser humano, y distinguir entre las acciones que tienen un fin en sí mismas y las

que se realizan por un fin externo a ellas.

Con el recurso a la función más propia del hombre enlazamos con la moral del mundo

homérico: cada ser humano tiene una función (ser soldado, gobernante) y sus obligaciones

morales consisten en desempeñarla bien y en intentar adquirir las virtudes adecuadas para ello.

Pero Aristóteles va más allá del mundo de una comunidad y se pregunta si hay una función

propia, no del soldado, del músico o del deportista, sino una función propia del ser humano

como tal. Si existiera una actividad en la que se expresara esa función, en el desempeño de esa

actividad a lo largo de la vida entera consistiría la felicidad, y la virtud que preparara para su

ejercicio sería la más perfecta.

Por otra parte, las acciones que tienen el fin en sí mismas son más perfectas que aquellas

cuyos fines son distintos de ellas. Por ejemplo, charlar o pasear con los amigos son acciones que
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se realizan por el disfrute mismo que proporcionan; mientras que ir a un lugar determinado no se

hace por disfrutar yendo, sino por llegar á él.

Las acciones más perfectas ni necesitan de algo más, ni hace falta que terminen, porque lo que

queremos conseguir con ellas en ellas mismas se contiene; por eso, si existe una actividad propia

del ser humano, que tiene que ser un bien perfecto y autosuficiente, será del tipo de acciones que

tiene el fin en sí misma.

Todos esos caracteres se encuentran en el ejercicio de la inteligencia teórica, que es lo más

propio del ser humano, se desea por sí mismo y puede ejercerse con continuidad, ya que la

satisfacción que proporciona se encuentra en su mismo ejercicio. De ahí concluirá Aristóteles

que el ejercicio de la actividad teórica, de la actividad contemplativa, constituye la felicidad.

Sin embargo, el ejercicio continuo de la vida contemplativa es imposible para los seres

humanos, por eso se realizará también moralmente quien viva según su intelecto práctico, es

decir, dominando sus pasiones para lograr la felicidad. Y en esta tarea nos ayudarán las virtudes,

que pueden ser dianoéticas, o de la inteligencia, y éticas, o del carácter.

La virtud dianoética es la prudencia, que constituye la “sabiduría práctica” porque nos ayuda a

deliberar bien, sobre lo que nos conviene en el conjunto de nuestra vida; a discernir, a tomar

decisiones, entre el defecto y el exceso, orientado a las demás virtudes: el valor, por ejemplo,

será el término medio entre la cobardía y la temeridad.

Un hombre que vive según las virtudes es un hombre feliz, pero para serlo necesita vivir en

una ciudad regida por leyes buenas, porque el logosque nos capacita para la vida contemplativa y

para tomar decisiones individuales prudentes también nos habilita para vivir en sociedad. Por eso

la ética exige la política; el bien supremo individual (la felicidad) requiere una poliscon leyes

justas.
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3.2 Epicureísmo

Para los epicúreos, el principio supremo moral es la búsqueda del placer (hedonismo). Pero

estos placeres deben procurar tranquilidad de espíritu. De ahí que Epicuro se incline por placeres

de tipo espiritual, que son los que pueden procurar la ataraxia o ánimo sereno.

El primitivo significado de la palabra «bueno» no expresa una consonancia con cierto orden

de carácter ideal o real, sino que traduce en el fondo una relación con nuestras potencias

apetitivas. Por agradarnos una cosa y traernos placer, la llamamos buena; porque otra nos

desagrada y nos acarrea molestias, la llamamos mala.. No es el principio ético un bien objetivo

en sí, sino que el placer subjetivo se convierte en principio del bien. “El placer es el principio y

el fin de la vida feliz». “Una teoría no errónea de los deseos acierta a dirigir toda elección nuestra

y toda aversión hacia la salud del cuerpo y la imperturbabilidad del alma, pues éste es el fin de

una vida feliz; y todo lo que hacemos, lo hacemos para evitar el dolor del cuerpo y la turbación

del alma”.

Por placer se entiende la ausencia de dolor y la liberación de perturbaciones en el alma, la paz

y el sosiego del espíritu.

No ha de entregarse el hombre ciega y codiciosamente a los deleites que primero se ofrecen y

solicitan el apetito, sino que había que aplicar una regla de razón y cálculo que tuviera en cuenta

la vida entera y todo lo sopesara razonadamente, para no decidirse por un momentáneo placer,

que después acarrea dolor, o por un placer pequeño, avariciosamente abrazado, que venga a

aguar uno mayor en perspectiva. Son imprescindibles la razón y la prudencia; sin ellas y sin la

virtud no hay placer. “Principio de toda vida dichosa y, por ello, el sumo bien es la prudencia; es

superior a la misma filosofía; de ella se desprenden las demás virtudes, pues sin prudencia, sin

moralidad y sin justicia, no es posible vivir dichoso, como viceversa, sin placer tampoco se
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puede vivir racional, moral y justamente. Las virtudes, en efecto, se desarrollan a la par con el

vivir agradable y dichoso, y de éstas, a su vez, nos es dable separar la vida dichosa” (Carta a

Meneceo, 132)

3.3 Estoicismo

Los estoicos propugnan un hombre virtuoso que actúe de acuerdo con su razón y que domine

sus pasiones. La apatía.

¿En qué consiste el bien moral? Cleantes acuñó el concepto básico de “vivir conforme a la

naturaleza”. Se expresaba comúnmente con esta norma un fin y orientación de la vida. Otra

fórmula rezaba así: bueno es lo conveniente, o lo que es justo y debido. Por ser el hombre un ser

racional, lo debido viene a concretarse en “una conducta a tono con la naturaleza racional del

hombre y fundada en ella”.

La ataraxia y la apatía sólo se pueden conseguir desentendiéndose del mundo y sus

problemas, encerrándose en uno mismo.

3.4 ética de bienes o de fines.

3.4.1 Ética de Bienes o de Fines. Definición y caracterización.

La ética de Bienes, refiere el mérito de las acciones, a la relación que las mismas guarden con

el último fin de la vida, frente al cual los demás actos sólo son medios.

La Ética de Bienes, defiende la existencia de un valor fundamental, al que se denomina bien

supremo, que se considera como la finalidad más alta de la existencia del hombre, los defensores

de ésta doctrina examinan la estructura teleológica de la actividad humana, es decir, que el

hombre se propone fines y elige los medios que pondrá en práctica para lograr sus fines u

objetivos. Pero este planteamiento supone la existencia de una jerarquía de los fines para saber
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que fines tienen un valor relativo y cuales tienen un valor absoluto. Su principal defensor,

Aristóteles, enseña que el bien de cada actividad es el fin a que la misma tiende. Todos los actos

del individuo, persiguen una finalidad determinada y en la consecución de esta estriba su propio

bien; por ejemplo el bien de la medicina es la salud del enfermo; el de la ingeniería es la

fortaleza de las estructuras, el de la guerra, la victoria.

Entre las principales variantes de la ética de bienes, tenemos:

El eudemonismo,

El idealismo ético

El hedonismo

La más común de las variantes es el eudemonismo, en la voz griega significa felicidad. Según

Aristóteles la ventura es el bien supremo porque constituye un fin, es lo eternamente apetecible,

pues no tendría sentido desearla para un fin ulterior.

Según el idealismo, la finalidad última no es el logro de la dicha, sino la práctica del bien. El

estoico por ejemplo, no aspira a ser feliz, sino a ser bueno.

El Hedonismo, sus seguidores piensan que la felicidad reside en el placer. Los placeres más

altos son los de la sensibilidad; otros prefieren los goces serenos que provienen de la actividad

intelectual y artística.

3.4.2 La Ética Cristiana.

Considerada como Eudemonismo del más allá.

Las doctrinas que hemos mencionado representan la “ética terrestre.” Porque busca la

felicidad en este mundo. El cristianismo considera la vida terrenal como un simple tránsito hacia
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la dicha celestial. Lo que la persona siembra acá en la tierra lo cosechara en el cielo. El premio y

el castigo eternos resultan ser las consecuencias ultraterrenas de su conducta mundana.

3.5 Ética de los valores (axiología)

Según la ética material de los valores, no toda ética material ha de estar sujeta a lo concreto y

empírico de este mundo; no toda ética material ha de ser de bienes y de fines. Los seres humanos

no sólo poseemos razón y sensibilidad, sino también una intuición emocional por la que

captamos el contenido de los valores –su materia–, sin necesidad de extraerla de la experiencia:

la ética puede ser material sin ser empirista.

3.5.1 Scheler

Scheler expone su teoría como contrapuesta a la “ética formal” de Kant, aunque acepta

diversos supuestos de la misma. Pretende probar que su teoría no incurre en los errores que la de

Kant atribuye a las éticas materiales. Ante todo, viene el reproche de que toda ética material ha

de ser ética de los bienes y de los fines. Scheler establece su ética material de los valores

arrancando de la fenomenología de Husserl, que establece la posibilidad de una objetividad

puramente ideal.

¿Qué son estos valores? Los valores no son cosas, no son realidades que podamos encontrar

en el mundo: simplemente valen. Los valores son inespaciales e intemporales, aunque para

realizarse necesitan de seres espaciales y temporales. Pero los valores en sí mismo gozan de una

cierta idealidad, que los hace sustraerse a las condiciones del espacio y del tiempo. De ahí que

los valores tampoco sean relativos a las distintas épocas. Los valores son inalterables. Lo único

que puede considerarse relativo es la captación humana de determinados valores. Ha habido

épocas en las que no se han captado valores que ahora se captan y, posiblemente, en un futuro se

captarán otros valores que ahora no vemos.


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Los valores son también bipolares: poseen un polo bueno o positivo y uno malo o negativo.

La tarea moral consiste en realizar los valores positivos y en evitar los negativos.

¿Cómo sabemos cuáles son unos y otros? Aquí podríamos interpretar la captación de los

valores desde un ángulo relativista. Para los distintos individuos los valores pueden ser mejores o

peores según el punto de vista que adopten.

Para Kant, toda ética material es empírica y a posteriori. La ética formal es a priori. Pero

Scheler reclama que el conocimiento de los valores no viene de esta experiencia común, ni es

empírico. La decisión no puede ser nunca fruto de una operación intelectual o racional. Aquí

expone Scheler su teoría de la intuición eidética de los valores, del mismo orden de la intuición

de las esencias lógicas que enseño Husserl. Los valores son percibidos por una intuición

emocional del orden del sentimiento y de la preferencia de su distinta jerarquía axiológica. La

intuición de los valores es a priori; pero este apriorismo es distinto del a priori formal kantiano.

El error de Kant está en haber confundido el a priori con lo formal, y todo lo a posteriori con lo

material y empírico.

Los valores son fruto de una intuición emocional porque los valores no se razonan: se captan.

Ahora bien, para que los valores se nos den, a esta captación intuitiva le hace falta una

preparación intelectual. Un hombre inculto tendrá mucho más disminuida su capacidad para

intuir determinados valores, y sólo captará los más brutos y primarios. En este sentido, la ética de

los valores no es una ética popular: a los elementales criterios de “bien” y “mal” opone una serie

de matizaciones o jerarquías. De ahí la necesidad de una preparación intelectual.

La jerarquía de los valores: de menos valiosos a más valiosos, la establece Scheler así: 1)

valores útiles; 2) valores vitales; 3) valores espirituales; 4) valores religiosos. Los valores

estrictamente morales no figuran en la tabla. La tabla moral consiste en la realización de los


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restantes valores. Bueno será realizar los valores positivos, y malo realizar los valores negativos,

preferir los valores inferiores y no realizar los valores positivos, que se consideran dignos de

realizarse. Porque la tarea moral no se agota en “preferir” unos valores a otros; si no se realizan

de modo efectivo, la vida moral queda incompleta. La ética de los valores tiene en común con las

éticas formales el no desear directamente que los hombres sean “buenos” ni se realicen los

valores por algo: los valores deben ser realizados por ellos mismos, porque son algo superior,

que vale y que debe ponerse en práctica. Los valores son autónomos, atendibles por sí mismos.

Ni son algo que el hombre crea, ni tampoco algo que Dios crea.

Una ética material de los valores no es ni un hedonismo ni un utilitarismo. La valoración

moral deriva de la “preferencia axiológica” de los valores superiores y espirituales. La ética

valorista funda una moral autónoma en donde los valores se dan a la persona humana, y

constituyen normas de acción en cuanto ejercen una atracción emocional y se imponen a la

voluntad libre.

4. CONCLUSIÓN

La distinción entre éticas materiales y éticas formales –distinción propuesta por Max Scheler–

es una distinción de los tipos extremos de fundamentos que cabe atribuir a la moral o la ética. La

distinción propuesta por Scheler era, por lo demás, una generalización de la distinción de Kant

entre la materia y la forma de la “facultad de desear”. Pero Kant entendía la materia en el sentido

subjetivo (inmanente al sujeto deseante) que afecta a cualquier objeto empírico que pueda ser

apetecido por la facultad de desear regulada por el principio del placer, de la felicidad subjetiva

ligada a la consecución del acto. Kant llama imperativos (y no meras máximas o reglas

subjetivas que pueden darse arbitrariamente en la facultad de desear) a las reglas objetivas que

obligan a la acción como deberes.


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Bibliografía

Blackburn, P. (2006) La ética: fundamentación y problemáticas contemporáneos. (1ra


edición) México. Fondo de cultura económica.

Dussel, E. (2014) catorce tesis de ética: (El fundamento esencial del pensamiento
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Editorial Biblós

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