Está en la página 1de 2

La inagotable susceptibilidad del Ego- Laura Foletto

Cuando era joven, una mirada o un tono desaprobatorio me podían arruinar el día. Si un
grupo se reía a mi espalda, creía que era por mí. Cuando no me invitaban a algún lado,
era porque yo era mala o no me lo merecía. Tenía que ser perfecta para que me
quisieran. Está de más decir que la mayoría de todo esto estaba en mi imaginación, mejor
dicho, en la imaginación de mi Ego.
La susceptibilidad del Ego es infinita porque, por definición, es incompleto, imperfecto, en
construcción y, por lo tanto, inseguro, desconfiado, en búsqueda de aprobación y
reconocimiento. Por eso, cualquier agravio, cierto o fantaseado, es considerado un
ataque y respondido con una defensa y/o una huida. Requiere una gran dosis de
consciencia y valor comprender esto.
Generalmente, nos identificamos con el Ego y lo protegemos a capa y espada, sin darnos
cuenta de que estamos defendiendo lo que más daño nos hace. Creemos que los demás
nos quieren perjudicar (son solo espejos) pero, en realidad, somos nosotros mismos los
que nos lastimamos una y otra vez, prisioneros de pautas infantiles.
Una paciente me contaba que una compañera de trabajo, en una pausa de café en grupo,
había hecho un comentario insultante (según ella) de una de sus actitudes habituales (es
malhumorada) y había querido responderle con saña (como había hecho antes) pero, esta
vez, había decidido callarse e irse. Todavía estaba un poco enojada y no entendía muy
bien la razón por la que se había retirado. Le pregunté: “¿Por qué supones que todos te
atacan, que la gente está en tu contra?”. Se quedó pensando y me dijo: “No sé si esto es
cierto, es lo que yo creo (de creer y de crear, agrego yo). En el fondo, soy insegura, creo
que no sirvo, que no puedo un montón de cosas, así que, cuando me hacen notar algo
negativo de mí, ataco. Y después le sigo dando vueltas al asunto en mi cabeza,
recriminándome porque se dieron cuenta de mi debilidad. Es un círculo vicioso.”
“¿Y por qué no respondiste esta vez?”. “Me estoy dando cuenta de que vivo defendiendo
lo peor de mí, gastando energía en sostener una imagen que en verdad no me gusta, que
así no crezco. Ahora que digo esto, me viene un recuerdo de la escuela en el que hacía lo
mismo. Me la paso tratando de ocultar lo “malo” y así lo hago más grande, no termina
nunca. El otro día, cuando me fui sin contestar, después me sentí mejor conmigo, como
que me había fortalecido. Lucho para no mostrarme vulnerable y, sin embargo, eso
justamente es lo mejor de mí. ¡Ah, el Ego! Si se pudiera destruir…”. “Error, le contesté, el
Ego se sana, no se elimina”.
El Ego es un instrumento, es una fase que nos permite la conexión con el Ser, teniendo un
nombre, una personalidad, ciertos roles, determinados aprendizajes. Cada vez que
afrontamos las “debilidades”, que encontramos sus enseñanzas y las ayudamos a crecer,
potenciamos ese magnífico diseño original que traemos. Una de las cosas interesantes de
Diseño Humano es que afirma que el Ego es un Centro que motoriza la fuerza de voluntad,
la autoestima, el valor, la supervivencia… y que solamente un 30% de la humanidad lo
tiene Definido. Esto quiere decir que el otro 70% está sujeto a toda clase de
condicionamientos al respecto y que está aprendiendo sobre estos temas. Viendo cómo
estamos, es bastante cierto…
En una sociedad manejada por Egos enfermos, infantiles, inseguros, que aspiran a Tener
para Ser, que venden Perfección para Parecer y Materialismo para Pertenecer, nos
quedamos en la superficie, nos debilitamos al esconder en lugar de aceptar para
evolucionar. Todos traemos un maravilloso potencial de recursos y aprendizajes, del que
generalmente somos inconscientes. Conocernos y actuar de acuerdo a esa matriz, lo hace
más sencillo y pleno. Nadie es perfecto, nadie tiene todo solucionado, nadie lo sabe todo
ni lo puede todo y, sin embargo, en esa imperfecta incompletitud, somos todo, somos una
Unidad. Las paradojas de la Verdad…
Autora: Laura Foletto

También podría gustarte