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Lucía Eilbaum
07-139-044 - 141
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Índice
Prefacio ........................................................ 7
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
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Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
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Prefacio
A mediados de los años 90 fui invitado a participar de una reunión en una uni-
versidad pública, en Río de Janeiro, con el propósito de discutir sobre algunas
cuestiones relativas a la seguridad pública. Allí encontré a varios colegas bra-
sileños, pero, para mi sorpresa, también a una investigadora argentina, Sofía
Tiscornia, con quien mantuve en la ocasión, también para mi asombro, prolí-
feras interacciones académicas. La razón de esa sorpresa y de esa empatía fue
muy simple: de todos los presentes, y de todos los colegas que en esa época
se interesaban por los temas de las instituciones de justicia penal y seguridad
pública, sólo nosotros dos éramos antropólogos que habíamos realizado largas
etnografías respecto de aspectos del sistema de justicia penal, en especial, de
la policía. La coincidencia de esta perspectiva teórica-empírica-metodológica
permitió el rápido establecimiento de un terreno común que, sin excluir a otras
perspectivas y metodologías, rápidamente nos acercó.
Enseguida quedó claro que había significativas semejanzas y también dife-
rencias expresivas entre los dos objetos empíricos de nuestras investigaciones.
Las diferencias se debían, en gran parte, a las representaciones de la isonomía
jurídica, de la igualdad ante la ley, de la necesaria y públicamente exigible
universalidad de los derechos civiles, fuertes en la sociedad argentina, muy
ambiguas en Brasil. En relación a las semejanzas, instituciones policiales y ju-
diciales distantes de la sociedad, volcadas a sí mismas, más próximas al Estado
que a la sociedad, con modelos jurídicos que están cerrados epistemológicamen-
te a la crítica y distantes de la postura teórica y metodológica de las ciencias
sociales. En ambos países, la ausencia de buenas etnografías sobre el sistema
de justicia penal ha impedido el desarrollo de un conocimiento más profundo
del sistema, laguna que nuestros grupos tenían la pretensión de llenar parcial-
mente.
Otra semejanza también nos unía como cientistas sociales y antropólogos:
cierta ambición de que el conocimiento obtenido con las investigaciones acadé-
micas pudiera tener efectos prácticos, sea en la crítica a los saberes judiciales
y policiales, sea en el perfeccionamiento de las relaciones entre las institucio-
nes y la sociedad y sus grupos organizados. Aquí también ciertas diferencias
nos distinguían: había, por la fuerza de las peculiaridades históricas nacionales,
diferencias entre la forma en que nuestros saberes académicos podrían ser apro-
vechados. En Brasil, cierto interés que la antropología despierta en la sociedad
en general y en las instituciones del Estado y sus funcionarios, comprobado
por las dimensiones y el peso institucional de nuestra Asociación Brasileña de
Antropología, por ejemplo, que se opone, en Argentina, a un gran distancia-
miento y desconfianza que ese saber produce, en especial, ante las instituciones
represivas del Estado.
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1 Tiscornia, Sofía (org.) 2004. Burocracias y violencia: estudios de antropología jurídica, Equipo
de Antropología Política y Jurídica, Buenos Aires: Editorial Antropofagia.
2 Tiscornia, Sofía. 2004. “Detenciones Policiales y muertes administrativas”, En: Revista Antro-
politica, ICHF-PPGA/UFF, N◦ 16, Niterói, p. 55-63.
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3 Eilbaum, Lucía. 2006. O Corpo do acusado: escrita, oralidade e direitos na Justiça Federal
Argentina na cidade de Buenos Aires. En: Grossi, M.; Heilborn, M.L. y Zanotta Machado, L.
(orgs.) Antropologia e Direitos Humanos, Ed. Florianópolis: Nova Letra, v.4, p. 243-302.
4 Eilbaum, Lucía. 2006. “Quando o peixe morre pela boca. Os casos de polícia na Justiça Federal
na cidade de Buenos Aires”, Tesis de Maestría, Programa de Pós-graduação em Antropologia,
Universidade Federal Fluminense.
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Agradecimientos
Este texto es resultado del apoyo, dedicación y cariño de muchas personas. A
todas ellas, les agradezco haberlo hecho posible.
A todas las personas –jueces, secretarios, fiscales, defensores, abogados, em-
pleados, imputados y sus familiares– que se dispusieron a conversar conmigo
y a ser acompañados en sus actividades durante esta investigación. A todos
ellos por la dedicación de tiempo y, sobre todo, por la disposición para el in-
tercambio de ideas y opiniones. Agradezco especialmente a Daniel Rafecas, por
su generosidad y dedicación.
A mis padres, Marily y Roberto, por el apoyo incondicional y la infinita
confianza para incentivarme a emprender aventuras con toda la libertad del
mundo, siempre sabiendo que estarían a mi lado. A mi hermano, Nicolás, por
ser mi incondicional compañero de esas iniciativas. Saber que cuento con su
apoyo de forma ilimitada, en cualquier lugar y momento, es todo lo que necesito
en los momentos difíciles.
A Lenin Pires, porque, sin su incondicional apoyo, incluyendo las innumeras
lecturas, este trabajo hubiera sido imposible. Su generosidad y entusiasmo fue-
ron y son infinitos, así como lo es el amor y la pasión con los que compartimos
todos nuestros momentos.
A Sofía Tiscornia, por haberme iniciado en el mundo de la Antropología,
con generosidad y cariño infinitos. Su orientación y compañerismo son dos
incentivos permanentes para desarrollar este “oficio”. A su estímulo constante
debo todo mi trabajo.
A Roberto Kant de Lima, mi querido director, por el apoyo y confianza
demostrados, otorgando de forma constante oportunidades para desarrollarme
profesionalmente. No tengo palabras para expresar el valor de todo lo aprendi-
do, profesional y humanamente con él.
A todos mis grandes amigos, que desde Buenos Aires u otras ciudades, me
apoyaron a la distancia. A Marina, Andrea, Dahlia, Pilar y Verónica por los
infinitos e incondicionales años de amistad. A Natalia, María, María José, Lau-
ri, Alejandro, Felipe y Julián, por el enorme cariño, la diversión y el apoyo. A
Vero, por la confianza y el entusiasmo permanentes. A todos, por aguantar mis
ausencias en la comunicación a distancia. A Roxi, porque con su generosidad
y amistad, fue, es y será mi familia en Río de Janeiro. A mis amigos de ese
nuevo mundo carioca, por apoyarme siempre en ese emprendimiento lleno de
emociones y desafíos. Agradezco especialmente a Fabio Reis Mota, Lúcio Pin-
ho Duarte, Vivian Ferreira Paes, Brígida Renoldi, Gabriela Escotto, Rosy de
Oliveira y su familia.
Al Equipo de Antropología Política y Jurídica, por brindar un espacio de
discusión y crecimiento intelectual y profesional, que siempre será para mí un
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Introducción
En este trabajo, propongo describir y analizar el tratamiento otorgado por la
Justicia Federal Penal, en la ciudad de Buenos Aires, a las causas que ingresan
por la actuación preventiva de la Policía Federal Argentina (PFA). Para ello,
describo las rutinas llevadas a cabo por los funcionarios de esa Justicia para
realizar tal actividad. A su vez, para entender mejor esas rutinas, desarrolladas
en un campo altamente regulado, exploro las tramas de relaciones sociales
establecidas entre los agentes judiciales (jueces, fiscales, secretarios, defensores)
y entre éstos y los policías.
Para abordar estos objetivos, el trabajo acompaña casos y relatos con el obje-
tivo de describir la secuencia a través de la cual los distintos actores del sistema
dan cuerpo al proceso jurídico. La metodología utilizada incluyó observaciones
de actos judiciales (en especial, audiencias de juicio oral y declaraciones), la
realización de entrevistas formales, charlas informales y la lectura y análisis de
causas judiciales.
Subsidiariamente, describo el proceso de creación e intervención de una co-
misión de fiscales. Ésta fue creada para investigar la organización, por determi-
nados grupos de la PFA, de intervenciones que resultaban en la fabricación de
flagrancias 1, con ingreso al Poder Judicial. Ese tipo de procedimiento policial
fue denominado por la Comisión como “procedimientos policiales fraguados”.
El trabajo de la Comisión y el mío sobre ésta permitieron focalizar en un uni-
verso de casos que pude seguir de forma sistemática. Además, la intervención
de la Comisión en las causas judiciales presentó algunas particularidades inte-
resantes para este análisis. Entre otras, la opinión unánime de los agentes de
que la introducción de la oralidad facilitó el descubrimiento y la investigación
de ese tipo de procedimiento policial. Partiendo de esta opinión de los agentes
en relación al trabajo de la Comisión, trabajé sobre sus diferentes percepciones
sobre la lógica escrita y oral de producción de una verdad jurídica.
Entretanto, la cuestión propuesta para esta etnografía no se centra exclusi-
vamente en los casos trabajados por la Comisión, sino en una serie de rutinas,
prácticas y relatos de los agentes judiciales, relativos a su trabajo con las causas
que ingresan en la Justicia Federal Penal, a través de la actuación policial.
Las preocupaciones relativas a estas cuestiones son deudoras de un conjunto
de orientaciones teóricas y de experiencias etnográficas de antropólogos que
1 La flagrancia es una categoría legal. Según el Código Procesal Penal Argentino (CPPA), hay
“flagrancia cuando el autor del hecho es sorprendido en el momento de cometerlo o inmediatamente
después; o mientras es perseguido por la fuerza pública, por el ofendido o el clamor público; o
mientras tiene objetos o presenta rastros que hagan presumir vehementemente que acaba de
participar en un delito.” (Artículo 285 del CPPA).
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1 Los resultados de estas investigaciones se encuentran publicados en Tiscornia, Sofia (org.), 2004.
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una entrevista con uno de los integrantes de la Comisión que había adjuntado
su tarjeta profesional. En esa ocasión, este funcionario, que aquí llamaré Rai-
mundo Silva, 2 nos brindó gran cantidad de datos sobre el asunto que estaba
investigando. Esta situación se repitió a través de numerosos encuentros. De
alguna forma, el objeto de una posible investigación se presentaba frente a mí,
con un universo de casos ya delimitado –los fraguados, tal como los definía la
Comisión–, y con un informante clave interesado en compartir y difundir su
trabajo.
Durante esa entrevista, escuché la primera historia entre los casi cien casos
que conocería más tarde. Se trataba de la historia de un señor, de sobrenombre
Poca Vida. El relato comenzaba un día en que Poca Vida estaba con dos
hermanos bolivianos, en la plaza San Cayetano. Aquel día apareció un hombre
que les ofreció como changa un trabajo de mudanza. Los tres amigos aceptaron
la propuesta. Subieron al auto de aquel hombre y fueron hasta el centro de
la ciudad. El hombre estacionó enfrente de un banco y les pidió que esperaran
mientras él llamaba por teléfono al dueño de las cosas que había que mudar. Los
tres esperaron en el auto, sentados en la parte trasera, cuando de repente llegó
la policía. Tras requisar el auto, los policías secuestraron tres armas de guerra,
una media de mujer y un plano para asaltar el banco. Enseguida, se inició una
causa por tentativa de asalto y tenencia de armas de guerra. Los imputados
pasaron seis meses en la cárcel, hasta una intervención informal de la Comisión
que llamó la atención del fiscal de la causa sobre los “hechos”, resultando en el
pedido de libertad de los tres. Con la declaración de inocencia de los acusados, se
inició, en otro juzgado, una causa para investigar a los policías que, finalmente,
fue archivada. El operativo fue publicado en dos diarios bajo el título “Robo
Frustrado” y “Caen antes de asaltar un banco” 3.
Dos noticias en los diarios informando sobre la tentativa de robo a un banco,
tres personas presas durante seis meses sin entender muy bien por qué, dos
familias presentándose permanentemente ante el juzgado para reclamar por la
inocencia de los acusados, integrantes de la Comisión que decidieron presen-
tarse ante el fiscal de la causa, un fiscal que revirtió su postura en la causa y,
finalmente, la absolución de los acusados y el pedido de investigación de los po-
licías. Todos esos elementos de la historia fueron registrados en mis anotaciones
de campo.
De alguna forma, esas notas de campo funcionaron más tarde como la me-
moria de mi sensación inicial de sorpresa. Ésta surgía, sobretodo, en relación al
2 Raimundo Silva es el personaje de la novela Historia del Cerco de Lisboa de José Saramago. El
señor Raimundo Silva es un corrector de pruebas de una editorial, que comete un pequeño error
voluntario durante la corrección de un texto sobre la historia de la conquista portuguesa sobre
Lisboa. El error, un simple “no” en medio de una frase, establece una cuña en el sentido de los
hechos consagrados en la Historia.
3 Diarios La Nación y Crónica, 5/02/1999.
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4 Aproximadamente desde fines de 1997, emergió, en las grandes ciudades argentinas, un discurso
mediático y político alarmado con el aumento de la delincuencia y centrado no sólo en la cantidad
de delitos registrados, sino, y sobretodo, en el aumento de la “sensación de inseguridad ciudadana”,
distinguiendo entre “seguridad objetiva y subjetiva”, respectivamente (Eilbaum, 2002).
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vida diferentes. Como sugiere Appadurai, “desde fines del siglo XIX, la teo-
ría antropológica se apoyó en la práctica de ir a algún lugar, preferentemente,
geográfica, moral y socialmente distante del centro teórico y cultural del antro-
pólogo” (1986:356).
En ese sentido, la antropología se fue constituyendo como una disciplina
que requería el traslado, el movimiento y la distancia a otro lugar, pues era
la distancia geográfica la que justificaba la distancia cultural. El viaje pasó
a formar parte del método de investigación etnográfica. Ello no quiere decir
que el viaje literal sea una condición indispensable para la producción de co-
nocimiento antropológico. De la misma forma que el distanciamiento con el
objeto de investigación es un artificio metodológico, porque el propio objeto es
una construcción del investigador, la distancia social y cultural no se consigue
exclusivamente a través de la distancia geográfica.
Es curioso porque cuando pensaba esta cuestión siempre la relacionaba con
la práctica de hacer “antropología en casa”, ya que nunca había experimentado
los efectos de un viaje teórico y académico, junto a una distancia geográfica y
cultural del campo. Quiero decir: siempre viví la distancia que “separaba” la
etapa del trabajo de campo de la fase de la reflexión y de la escritura como una
distancia fundamentalmente simbólica y metodológica del campo a la universi-
dad, pero sin las implicancias de salir de la cultura más amplia. La experiencia
de salir del país de origen, pero manteniendo el campo empírico en éste, me
ofreció la posibilidad de una distancia cultural cualitativamente diferente en
diversos ámbitos. No sólo en la propia cotidianeidad en otra sociedad y cultura
académica, sino también en las formas en que se pensaban, en las diferentes
sociedades, instituciones como la Policía y la Justicia.
Desde el punto de vista teórico, estar en otra cultura académica me posibilitó
el acceso a diversas lecturas y perspectivas conceptuales y metodológicas, que
me permitieron una nueva relación con el material recolectado hasta ese mo-
mento. Una perspectiva que me ayudó mucho, característica de la antropología
brasileña, fue el fuerte énfasis en el trabajo etnográfico. Así, esa perspectiva fue
sugerente para empezar a descentrar la mirada focalizada en los procedimientos
fraguados como una especificidad y a preguntarme por las formas de trabajo
de los agentes judiciales en las causas ingresadas por la actuación policial de
modo general. A través de ello, eventualmente, conseguiría entender cómo los
fraguados eran posibles dentro de la rutina judicial.
En este contexto, ya había abandonado una orientación de la investigación
dirigida a entender cómo los fraguados funcionaban dentro de la policía. La
decisión final por las formas de trabajo de y en la Justicia fue una opción que
se debió al interés etnográfico surgido durante el mismo trabajo de campo. Lo
que me interesaba era indagar cómo se desarrollaba el proceso de construcción
de una versión jurídica a través de la rutina de trabajo de los funcionarios
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5 Una de las etnografías más acabadas en relación a las prácticas policiales en esa institución es
el trabajo de Mariana Sirimarco (2006). Su investigación empírica refiere a la etapa de ingreso y
formación de los policías.
6 Me refiero al “Curso de Especialização em Políticas Públicas em Segurança Pública e Justiça
Criminal”, realizado en la Universidad Federal Fluminense.
7 Las delegacias son las sedes descentralizadas de la Policía Civil o Judicial, donde se reciben
las denuncias de los ciudadanos y las flagrancias llevadas por la Policía Militar. La investigación
mencionada se llamó “Práticas policiais, ‘direitos humanos’ e os processos de construção de cida-
dania: Um estudo sobre o Programa Delegacia Legal”, fue coordinada por Roberto Kant de Lima
y contó con apoyo financiero de la FAPERJ.
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El Campo
En la antropología clásica, el campo fue definido a través de delimitaciones
espaciales –las Islas Trobriand o Nuerlandia–. Los territorios de los pueblos
estudiados se tornaban lugares empíricos privilegiados para el trabajo de cam-
po. Éste era definido por el traslado físico del antropólogo hacia esos espacios
de fronteras definidas, la permanencia por un período prolongado, aislado de
la sociedad de origen, el dominio de la lengua nativa, la interlocución con in-
formantes claves, entre otros preceptos metodológicos (Evans-Prtichard, 1978;
Malinowski, 1984).
Con la incorporación progresiva de nuevos campos de investigación, las for-
mas metodológicas de abordar esos campos se fueron transformando. De esta
forma, el campo pasó a definirse, ya no como un espacio, sino como producto
del contacto entre diferentes relaciones, prácticas sociales y narraciones que
lo constituyen como tal. Así, éste podía, no sólo ser un lugar, sino también
un objeto (Bonnot 2002), un texto (Comaroff 1992), o una situación social
(Gluckman 1980).
En el caso de esta investigación, el campo se fue definiendo por un conjunto
de relaciones y prácticas de la Policía y de la Justicia Penal, que podían ar-
ticularse a través de diversos procedimientos, en las causas judiciales y en las
decisiones formuladas en ellas. Fue por eso que mi trabajo de campo incluyó es-
pacios y fuentes diversas: los textos jurídicos –expedientes, leyes, reglamentos–,
los organigramas institucionales, los pasillos y despachos de Tribunales, los chis-
mes judiciales, las entrevistas formales y las charlas informales con jueces, de-
fensores, fiscales, secretarios, abogados penalistas e instructores, la observación
de ceremonias jurídicas, que, a su vez, posibilitaron conversaciones informales
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con acusados, sus familiares y con los actores judiciales que participaban en
esas situaciones.
Todas estas fuentes empíricas me proveyeron informaciones sobre el proble-
ma de investigación, pues constituían formas materiales y simbólicas de hablar
sobre los modos de operar y de concebir el funcionamiento de la Policía y de
la Justicia Penal. Leer causas judiciales, por ejemplo, se mostró una buena vía
para entender las formas en que se expresaban las interpretaciones y decisiones
jurídicas sobre los acontecimientos que ingresaban al sistema penal. Las catego-
rías y el lenguaje, así como el modo de construir los argumentos, evidenciaron
una lógica formal y técnica de construcción de los acontecimientos y clasifica-
ción de los actores del proceso. Este abordaje también mostró la predominancia
de la escritura sobre las formas orales incorporadas al sistema a partir de la
reforma procesal nacional de 1992 (Capítulos 2 y 6).
Por su parte, la lectura de los textos jurídicos resultó insuficiente, por ejem-
plo, a la hora de identificar las tramas de relaciones sociales entre los funciona-
rios judiciales y entre éstos y los policías. En ese punto, fueron más productivas
las charlas en los pasillos entre una audiencia y otra, o incluso las entrevistas
con los agentes. Éstas también se revelaron como una fuente interesante gra-
cias a la interacción con interlocutores reflexivos y, muchas veces, críticos del
sistema. En gran medida, este texto es una organización y sistematización de
los diversos relatos escuchados durante el trabajo de campo, resaltando las
múltiples perspectivas presentadas por los actores.
La combinación de esas diversas técnicas metodológicas (lecturas, observa-
ciones, charlas) me permitió un abordaje más integral del problema de inves-
tigación. Esta cuestión, que puede parecer una obviedad metodológica, tuvo
una relevancia mayor en el caso de la Justicia, cuyo funcionamiento se articula
sobre una fuerte base normativa. Es decir, el campo judicial se mostró como un
espacio estructurado a partir de normas que regulan las formas de proceder de
los agentes, así como de un cuerpo de “doctrina”, tal como se denominan las
opiniones de los juristas. Evidentemente, eso no quiere decir que las prácticas
de los funcionarios coincidieran con esas normas, pero sí que éstas funciona-
ban como marcos de referencia para las acciones y discursos de aquellos que,
cotidianamente, decidían sobre situaciones específicas.
De esta forma, adoptar diferentes estrategias de abordaje permitió visualizar
diversas dimensiones de las formas de operar de la Justicia Penal, evitando una
perspectiva presa del contraste entre lo que las normas dicen y lo que sucede
en la práctica. Por eso, mi intención al leer leyes y textos jurídicos, al revisar
reglamentos y traducir normas, no fue establecer contrastes con las prácticas,
sino considerar esos objetos como parte del material de campo a ser analizado.
En ese sentido, mi objetivo fue entender las formas en que, localmente, se
operaba y se representaba el derecho.
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8 En este nivel podrían entenderse como “categorías de experiencia cercana” (Geetz, 1997:89).
9 De acuerdo con el Código Penal Argentino, el artículo 79 penaliza el homicidio.
10 El manyamento se refiere a una práctica policial, o una “ley no escrita”, como decían los
policías, que consiste en identificar a los delincuentes a través de su aspecto personal.
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1 Ulpiano fue un jurista romano de la época Clásica famoso por su definición de justicia: “Justicia
es dar a cada uno lo que es suyo”.
2 Hammurabi fue el rey babilónico conocido por la producción de un código de leyes escrito. La
característica más conocida del Código de Hammurabi fue el establecimiento de la pena del talión,
reconocida popularmente por el “ojo por ojo, diente por diente”.
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6 También incluye a tres juzgados de Ejecución Penal, que tramitan las causas ligadas a las
personas presas en cárceles del Servicio Penitenciario Federal.
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El juzgado de instrucción
Los juzgados de instrucción federales están dirigidos por un juez titular. El car-
go que le sigue en jerarquía es el de secretario, siendo que cada juzgado tiene
dos Secretarías. Continuando en orden decreciente, siguen el pro-secretario ad-
ministrativo, el oficial mayor, el escribiente, el escribiente auxiliar y el auxiliar.
Este último conjunto es agrupado comúnmente bajo el nombre de “los emplea-
dos del juzgado”, a quienes no se les exige el título de abogados. También hay
una figura por fuera de la estructura formal: el “meritorio”. En su gran mayo-
ría, los meritorios son estudiantes de derecho y se caracterizan por trabajar en
forma voluntaria y gratuita. Al mismo tiempo que el “meritorio” representa el
último grado de la jerarquía, constituye el primer paso en la carrera judicial 8.
El secretario apareció como una de las figuras centrales del juzgado. Tratar
con él parecía fundamental para entender lo que pasaba al interior del mismo.
Cada secretario trabajaba con la delegación informal del juez. Esa delegación
de funciones era percibida como una transmisión de confianza. La confianza,
como base de la delegación, era vinculada también con las responsabilidades
trasmitidas. Era el secretario el que conocía las causas y coordinaba y dirigía
las actividades de los empleados; distribuía las causas entre éstos y establecía
los criterios de actuación. Además, supervisaba o preparaba las sentencias para
la posterior revisión del juez y, en muchos actos procesales, refrendaba la firma
del titular del juzgado. En todos los oficios incluidos en un expediente, debajo
de la firma del juez, aparecía la firma del secretario precedida de la frase “Ante
mí”. Ésta otorgaba validez formal al acto procesal.
El grado de delegación variaba según el estilo de cada juez. Sin embargo,
era siempre el secretario quien, conversando con los empleados, estaba infor-
mado sobre las causas. El juez, en tal caso, imprimía las orientaciones generales
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El Tribunal Oral
Los Tribunales Orales Federales están compuestos por tres jueces, uno de ellos
designado presidente del Tribunal. Cada Tribunal tiene una secretaría y un
cuerpo de empleados. En este caso, también era el secretario quien conocía las
causas y recibía los expedientes provenientes de los juzgados de instrucción,
los leía y los encaminaba para los jueces o directamente les contaba el caso,
dependiendo del estilo de cada Tribunal. En esa lectura previa, analizaba si
el caso presentaba alguna nulidad debida a un error procesal proveniente de
instrucción (Capítulo 3). Si descubría algún error de ese tipo, elaboraba una
“declaración de nulidad” que discutía con el Tribunal. Si, al contrario, estaba
todo correcto, con el auxilio de los empleados, hacía las notificaciones para las
partes y los testigos. También tenía la responsabilidad de llevar la agenda del
Tribunal con las fechas de las audiencias.
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9 Esta situación generaba muchas confusiones, porque las personas que declaraban parecían acos-
tumbradas a responder mirando directamente para la persona que preguntaba. A pesar de que
observé Tribunales más flexibles, esta situación suscitó sinnúmero de retos por parte del presiden-
te: “diríjase al Tribunal”, “responda al Tribunal”, “mire para el Tribunal”.
10 Artículo 375 del CPPA.
11 Los jueces también tienen la facultad de poner multas y días de arresto (artículo 375 del
CPPA). Una regla para evitar eso ordena que todo el mundo debe “permanecer en silencio y de
forma respetuosa”, sin provocar “disturbios o manifestar opiniones o sentimientos” (artículos 364
del CPPA). A pesar de haber presenciado pedidos enfáticos de orden, nunca los jueces aplicaron
sanciones formales.
12 Los intervalos de las audiencias son llamados “cuartos intermedios”. Pueden durar pocos mi-
nutos (20 o 30) y también pasar para otro día.
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Una vez finalizado el debate oral, el Tribunal se reunía en sesión secreta para
decidir sobre el caso. La única persona autorizada para estar presente, además
de los tres jueces, era el secretario. En la sesión, se decidía por la absolución
o condena del acusado y, en el último caso, por la pena. Tiempo más tarde,
se realizaba una nueva audiencia para leer la sentencia públicamente. Para
la elaboración de la sentencia, las anotaciones del secretario eran importantes
porque era el único registro escrito de lo sucedido durante el debate oral.
En la sentencia, cada juez emitía su voto. O sea, expresaba su decisión sobre
el caso. Para eso, cada uno de ellos podía trabajar con un relator de sentencia,
cuya función principal era escribir el voto de su juez. En general, esto sucedía
cuando uno de los jueces votaba en disidencia de los otros. Cuando había una-
nimidad, el secretario presentaba un “proyecto de sentencia” único para lectura
y eventuales correcciones de los jueces.
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acusado 16. En muchas de las audiencias, observé también una relación amigable
en las conversaciones entre ellos, comentando, por ejemplo, la dirección del
juicio durante los intervalos.
En el ámbito penal federal, la estructura de cada uno de los dos Ministerios
aparece como un espejo de la estructura de los juzgados. Es decir, hay fiscalías y
defensorías que intervienen ante el fuero en lo Correccional y Criminal Federal,
algunas que actúan ante los juzgados de instrucción, otras ante los Tribunales
Orales Federales, y así sucesivamente. Cuando un caso pasa de la etapa de
instrucción para la etapa de juicio, no sólo cambia de juez, sino también de
fiscal y defensor.
En esa estructura, sin embargo, me llamó la atención una diferencia impor-
tante, también reproducida en otros fueros. Mientras que el número de fiscalías
se corresponde uno a uno con el número de juzgados y Tribunales, las defen-
sorías guardan una proporción inferior. A los doce juzgados de instrucción del
fuero penal federal, corresponden cuatro defensorías y sólo una para los seis
Tribunales Orales Federales. Desproporción ésta reconocida por secretarios,
jueces, fiscales y defensores, como una evidencia de la gran desigualdad en la
distribución de los recursos y también del papel menos activo de la defensa en
relación a la acusación, esto es, a las fiscalías.
Un argumento expuesto para explicar esa desigualdad estructural fue el de
que, mientras las fiscalías intervienen en todos los casos, representando la per-
secución y acusación del Estado, la defensoría oficial sólo lo hace en casos en
que el acusado no designa defensor particular. Sin embargo, esa explicación se
debilitaba al considerar el alto porcentaje de actuación de la Defensoría Oficial
en la Justicia penal. Estadísticas del año 2002 mostraban que la proporción de
causas con actuación del defensor oficial era de nueve a una.
Esa distribución desigual del número de defensorías se reproduce en el in-
terior de cada una de ellas. Mientras que todas las fiscalías tienen dos fiscales
(un titular y un adjunto), las defensorías ante los juzgados de instrucción tie-
nen sólo un defensor titular. La única defensoría con un defensor titular y un
adjunto es la que actúa ante los seis Tribunales Orales. Conocí también a otros
defensores que dependían directamente de la Defensoría General y que, oca-
sionalmente, podían ser designados para actuar en el fuero federal, debido al
exceso de trabajo de los defensores fijos. Probablemente, por todas estas ra-
zones los funcionarios bromeaban diciendo que los defensores oficiales son “los
primos pobres del sistema”.
16 Sobre una amplia jurisprudencia, algunos Tribunales entendían que cuando el fiscal retiraba
la acusación, el Tribunal debía acatar la solicitación de absolución.
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El espacio y la estructura
Conocer la estructura de la Justicia Federal fue fundamental para comprender
el movimiento de las causas y la jerarquía entre las etapas de un caso. Por eso,
es importante aquí retomar la descripción del edificio de la Justicia Federal,
pues la lógica espacial organizaba, muchas veces, el discurso de sus agentes.
Como mencioné, para ubicar una dependencia específica fue importante pa-
ra mí saber el piso de la misma, pues el edificio muestra una distribución y
señalización predominantemente verticales. Los juzgados de instrucción, por
ejemplo, están en el tercer piso y los Tribunales Orales en el séptimo. Esa ubi-
cación señalaba también el pasaje de una instancia para la otra. Formalmente
ese pasaje desde instrucción a juicio se denomina elevación a juicio. También
era frecuente escuchar, en los Tribunales Orales, que las causas “subieron” pa-
ra la segunda instancia o “bajaron” para la primera. En este caso, el espacio
representaba la jerarquía y secuencia del proceso.
Esta lógica espacial se reproducía con las defensorías y fiscalías, pues, a
diferencia de la Justicia “ordinaria”, ambas están reunidas en el mismo edificio
junto con los Tribunales de primera y segunda instancia. Así, cuando el fiscal
pedía un expediente o el juzgado necesitaba la firma del fiscal, en el juzgado
decían que la causa “subió” o “bajó” dependiendo de la ubicación de la fiscalía
en relación al juzgado.
Según esta descripción, a diferencia de otros fueros, en el Federal Penal, la
distribución espacial centraliza a la mayor parte de sus actividades y relaciones
en un mismo espacio. Los jueces de primera y segunda instancia, los jueces
de Cámara, los fiscales y los defensores trabajan en un espacio común, pero
separados y representados de acuerdo con la estructura vertical del edificio. Ese
espacio fue creado a partir de 1992, cuando la Justicia Federal fue separada del
área de Tribunales y de la cotidianeidad de la ciudad. Esa mudanza se debió
a la creación de los nuevos tribunales, resultado de la reforma procesal penal
nacional de ese año.
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El sistema procesal penal argentino es considerado por los juristas y los agen-
tes judiciales como un “sistema mixto” o “inquisitivo reformado”. La reforma
de 1992 introdujo elementos propios de los modelos procesales de tradición acu-
satoria, en un sistema definido anteriormente como “inquisitivo puro”. El más
importante de ellos fue el juicio oral, público y contradictorio (Sarrabayrouse,
1998; Renoldi, 2003). A partir de ese cambio, se crearon los Tribunales Orales
para actuar en la etapa de juicio, permaneciendo los juzgados de instrucción
como la primera instancia para la investigación del caso y para la decisión sobre
la elevación, o no, a juicio oral.
Así, a partir de la reforma, el proceso se dividió en dos etapas: la etapa de
instrucción (o preparatoria) y la etapa de juicio, una consecutiva a la otra.
Contrariamente a la segunda etapa, pública, oral y contradictoria, la primera
es caracterizada como secreta y escrita. Por eso, se dice que el sistema es mixto:
una primera etapa inquisitorial –herencia del sistema anterior–, seguida de una
etapa de corte acusatorio. También se dice que es mixto porque, inclusive en
la etapa acusatoria, predominan prácticas inquisitivas.
Bajo esta perspectiva, en las entrevistas, la reforma y sus resultados fueron
representados en términos evolucionistas. Los argumentos destacaban las ca-
racterísticas inquisitivas como aún perdurando –“un resabio”–, en un sistema
que todavía no llegó a ser acusatorio, resultando en un sistema “híbrido”. Se-
gún esta argumentación, la reforma parecía haber fracasado en su objetivo de
conducir al sistema hacia “formas más racionales y modernas”. Frente a ello,
los “resabios inquisitivos” eran interpretados como una regresión a formas me-
dievales caracterizadas por “el secreto, la escritura (. . .) y la monolítica verdad
inquisitiva” (Bovino, 2000).
De esa forma, la caracterización como un sistema “mixto” no se presentó
tanto como una combinación de formas, sino como un punto intermedio en el
camino entre lo inquisitivo y lo acusatorio. Según esta visión crítica, algunos
agentes resaltaron los varios momentos del funcionamiento del sistema en que
el primero predomina sobre el segundo. Especialmente, en relación a los papeles
del juez, del fiscal y del defensor, en el proceso penal.
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17 Artículo 204 del CPPA. El mismo artículo establece que las causas sean públicas para las
partes (fiscal, acusado, querellante y defensores) y “siempre secretas para los extraños”.
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19 La proporción es menor que en el fuero de instrucción (11% en 1997 y 18% en 2000) y que en
el fuero correccional (10% en 1997 y 20% en 2000). Fuente: Estadísticas del Ministerio Público.
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por algunos como una pérdida que muchos jueces no estaban dispuestos a so-
brellevar. Según esta percepción, la posesión de la investigación era considerada
como un espacio de poder.
Al mismo tiempo, la variedad de razones y circunstancias que llevaba a un
juzgado a decidir sobre la delegación de la investigación reforzaba la imagen
de discrecionalidad de los jueces en esta etapa del proceso. En el fuero federal,
esa discrecionalidad no respondía a normas impersonales. Al contrario, se des-
arrollaba en un mundo de relaciones personalizadas, donde los jueces conocían
a los fiscales y viceversa. En este sentido, el cambio estructural en relación a
la delegación, más que haber alterado una tendencia acusatoria o inquisitiva,
parecía haber ofrecido una vía para activar las relaciones personales sobre las
que funciona el sistema (Capítulo 4).
Otros momentos
Algunos agentes identificaron otros momentos en la relación entre jueces y fis-
cales como muestras del énfasis inquisitivo del sistema. Decíamos que el sistema
es considerado mixto porque la etapa inquisitiva es seguida de una etapa acu-
satoria. Sin embargo, algunos agentes consideraron que ese mosaico temporal
entre modelos es más complejo, porque, inclusive, la etapa acusatoria presenta
características de tradición inquisitiva. En gran parte, porque los jueces del
Tribunal Oral tienen la atribución de solicitar medidas de prueba. Esta otra di-
mensión de un sistema mixto me fue explicada por un secretario de un Tribunal
Oral, con el siguiente ejemplo:
“Supongamos un caso de un padre que mata al hijo y que a fojas 100 del
expediente está la partida de nacimiento que acredita el vínculo. Ahora, si no
es el fiscal quien la incorporó como prueba, un juez de tradición acusatoria
no considera el vínculo comprobado. Por lo tanto, absolución. Así también
se valoran, o no, los dichos de un testigo dependiendo de si éste fue traído
por un fiscal o por el juez. En este sistema la interpretación de esa decisión
es que se trata de un juez que no busca la verdad. Por eso, la mayoría de los
Tribunales pide pruebas porque entienden que el conocimiento de la verdad
los autoriza a hacer eso. Y la verdad es que se trata de un padre y de un
hijo, no importa quien pidió la prueba.”
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quería decir sólo para que no le pregunten nada más. Preguntas minuciosas,
inquisitivas”. De esta forma, en el escenario de la audiencia oral, se reproducía
la tensión de una figura que concentraba el poder de investigar e inquirir y, al
mismo tiempo, de decidir y juzgar.
En esta dinámica, el control de la audiencia quedaba en las manos del Tribu-
nal. No sólo para cuidar de las reglas de procedimiento, aprobando o rechazando
la solicitación de prueba y las preguntas realizadas. En ese papel, el Tribunal
cuidaba de la buena conducción del proceso y de las garantías del acusado. Sino
también, y sobretodo, porque le fue atribuida la posibilidad de ofrecer prueba
e interrogar al acusado y a los testigos.
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a pesar de que en esa etapa la defensa tuviera más espacio para ofrecer prueba e
interrogar testigos, lo ya “hecho” en instrucción tenía un gran peso en el juicio
oral. Por un lado, porque los dichos de los testigos estaban siempre siendo
enfrentados con lo que ya habían manifestado en el juzgado de instrucción. Por
otro, porque las pruebas producidas en la primera etapa eran (re)incorporadas
en este “nuevo” momento. La consideración directa de éstas en el juicio oral es
lo que se llama “incorporación por lectura”.
23 Esa práctica dio origen a la categoría pinche para llamar a los empleados de baja jerarquía,
que, entre otras tareas, se dedican a pinchar, coser y foliar expedientes.
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La escrituración de lo oral
Secretario de juzgado federal: el juicio oral debiera tener, idealmente, la
lógica de un partido de fútbol: el juez observando, las dos partes jugando.
No importa el entrenamiento que tuvieron, cuánto entrenaron, con quién.
Son ellos dos en el partido. Y el juez debería ir al juicio de la misma manera
que vas a ver un Boca vs. River, sin saber nada. Pero acá es una cultura
escrita, los jueces leen el expediente antes, necesitan tener el expediente ahí
y haberlo leído. Por eso el juicio oral, la mayor parte de las veces, es vacío,
es una reproducción de instrucción. Tienen que tener todo escrito.
L: ¿eso está formalmente permitido?
24 Los escritos se presentaban siempre en la “Mesa de Entradas” de los juzgados o fiscalías. Una
vez entró en la sala de una fiscalía, una mujer con algunos papeles en la mano. Como la empleada
estaba ocupada, le avisó: “ya te recibo”. Creí que estuviese refiriéndose a atender y conversar con
la mujer. Sin embargo, se refería a la recepción de losescritos.
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Cuando un caso llegaba a la etapa de juicio oral, era porque el juez de instruc-
ción había considerado que la prueba producida en esa instancia era suficiente
para elevar el caso a juicio. En esa etapa, el objetivo de la reforma del proce-
so penal fue que toda la prueba de la fase de instrucción fuera re-producida
durante el debate oral. Eso me ayudó a entender las palabras de aquella defen-
sora que decía que, en esa etapa, se produce la inmediación de la prueba, “el
enfrentamiento y la dialéctica de los contrarios”, porque el defensor y el fiscal
tienen la oportunidad de argumentar acerca de la prueba a su favor, bien como
de contra-argumentar por la prueba desfavorable, posibilidad que no tuvieron
durante la etapa escrita de instrucción.
Sin embargo, en las audiencias, no siempre la prueba era reproducida de
forma oral y contradictoria. Porque, con el acuerdo del fiscal y de la defensa,
se incorporaban al debate declaraciones, pericias u otras pruebas que habían
sido producidas durante la instrucción. Esas pruebas llegaban inscriptas en los
cuerpos del expediente. La incorporación de las mismas se realizaba a través
de su lectura.
Claro que en pocos casos se leían las declaraciones. La mayoría de las veces
que asistí a esta solicitud de las partes, quien pedía la incorporación por lectura
mencionaba el número de foja en el expediente de instrucción y, tras oír el ruido
del pasar de las páginas, el presidente del Tribunal aprobaba la incorporación.
Eso sucedía así porque se hacía con el acuerdo de las partes y porque se presu-
ponía que todos conocían el expediente. Por lo tanto, era mejor para ahorrar
tiempo en la audiencia. Esta forma leída de reiterar la prueba producida en la
instrucción se oponía a una de las pocas ventajas que los agentes reconocieron
en la introducción de la oralidad: ver, oír y sentir las declaraciones (Capítulo
6).
Observé también otra forma en que la prueba de instrucción se inmiscuía
en el debate. Revisando mi cuaderno de campo de audiencias orales, percibí
cuán común era que el Tribunal o las partes se refiriesen, en los interrogatorios
orales, a las declaraciones que constaban en el expediente.
Buenos Aires, 9 de octubre de 2003. Primera audiencia del juicio oral contra
C&B, acusados de “tenencia de estupefacientes con fines de comercializa-
ción”. Se trata de paquetes de marihuana encontrados en una caja de choco-
lates, dentro de la cartera de una mujer, en el auto en que fueron detenidos.
Las pruebas producidas en instrucción son declaraciones testimoniales y la
pericia química sobre la droga. El secretario anuncia la entrada del Tribu-
nal: “Todos de pie”. El mismo funcionario lee el requerimiento de elevación
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En mis notas de campo sobre otras audiencias orales, registré varias situa-
ciones en que, cuando surgían contradicciones, lo primero que hacía el Tribunal
era remitirse a la declaración de instrucción. Aparecía una fuerte insistencia en
confirmar lo que ya había sido manifestado y escrito en la etapa anterior. Así,
durante la audiencia, se leían fragmentos de declaraciones de los acusados o de
testigos de la etapa anterior. Casos, por ejemplo, en que durante la declaración
de un testigo, el Tribunal preguntaba nuevamente sobre lo que persona estaba
diciendo en ese momento: “Usted está diciendo que cuando llegó al lugar la
droga estaba encima del baúl del auto. Sin embargo, en su declaración en la
sede policial, Usted dijo que vio al policía sacando la droga de la cartera. En
definitiva, ¿qué es lo que Usted vio?”. 25
Tiempo después de ese registro de campo, leyendo sentencias de Tribunales
Orales también vi que aparecía constantemente la referencia a la lectura de la
declaración del imputado en instrucción: “Ante este Tribunal Oral, XX hace uso
de su derecho a negarse a declarar, por lo tanto, se dio lectura a las declaraciones
25 Los testigos del procedimiento policial declaraban en sede policial, pudiendo también poste-
riormente declarar en el juzgado. Al contrario, como la policía no puede tomar declaración al
acusado, las declaraciones del acusado eran siempre en sede judicial. Otra diferencia entre el acu-
sado y los testigos es que, en su declaración, el acusado tiene derecho a mentir. Entonces, las
contradicciones o incoherencias no implican sanciones. Como los testigos están obligados a “decir
la verdad”, si mienten, podrían ser acusados porfalso testimonio.
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que prestara ante el juez de instrucción a fojas 100, 101, 102. En aquella ocasión,
manifestó que . . ..”.
En muchos casos, esa dinámica de retomar las declaraciones anteriores me
fue explicada como una estrategia de trabajo de las partes. Como el juicio oral
sucedía varios meses después del hecho juzgado, muchos testigos respondían
que no se acordaban de lo ocurrido. Esto sucedía sistemáticamente con las
declaraciones de los policías, que argumentaban que en todos esos meses habían
participado de millares de hechos semejantes (Capítulo 6). Ante esa situación,
los defensores leían las actas de las declaraciones previas como una forma de
“refrescar la memoria”. 26 Un segundo motivo de la defensa para leer las pruebas
de instrucción eran los problemas surgidos en relación a la “forma” en que se
habían tomado las declaraciones anteriores. En el caso de los testigos, en sede
policial y en el caso del acusado, en el juzgado. Cosas escritas que no fueron
dichas, actas que no fueron leídas antes de firmar, falta de consulta con un
abogado, amenazas explícitas y miedos implícitos de contradecir la versión
policial, fueron todos problemas atribuidos a la forma escrita de producción de
la prueba de instrucción. De esa forma, en algunos casos, la constante mención
a esas pruebas era, en realidad, una intención de la defensa por impugnarla.
Frente a esas características, lo que sucedía en las audiencias, más que el
“contradictorio entre las partes”, parecía un enfrentamiento entre las dos eta-
pas: instrucción y juicio, escritura y oralidad 27. Interesada en esta cuestión,
indagué sobre ella en varias entrevistas. Algunos funcionarios se refirieron a
la representación ya citada de “un partido de fútbol”: los jueces del Tribunal
deberían ir a la audiencia sin leer el expediente. El argumento se sustentaba en
que, leyendo la prueba de la acusación, los jueces se formaban una “convicción
previa” sobre el caso y, así, la finalidad de la audiencia oral era “sólo corroborar
lo que viene en el expediente”. De esta forma, se prescindía del objetivo teórico
del juicio oral, esto es, la construcción de una “verdad”, producto del debate.
Otros funcionarios discordaron de ese punto. Argumentaron que los jueces
debían conocer el expediente porque “uno tiene que poder confrontar lo que se
declara con lo que ya fue dicho; tiene que buscar las contradicciones. Si uno no
leyó lo que las personas dijeron antes, llega a la audiencia y te cuentan cualquier
historia. El juez no puede llegar virgen”. Según esa representación, la lectura y
conocimiento del expediente escrito se vinculaban con la capacidad del Tribunal
para hacer preguntas. Si el Tribunal leyó la causa, iba a poder interrogar. Si
no conocía el expediente, era un Tribunal que dejaba hablar y cedía mayor
espacio para que preguntara el fiscal. Según me explicaba un secretario de un
26 En el caso del relato de campo, el hecho había ocurrido en mayo del 2002 y la audiencia fue,
debido a un pedido de urgencia de la defensa, en octubre del 2004.
27 En el caso del imputado, incluso está contemplado en el CPPA que, caso se contradiga con
lo que consta en el expediente, el Tribunal debe llamar la atención sobre las contradicciones y
ordenar la lectura de la declaración anterior (artículo 375).
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TOF, esta última actitud no tenía que ver con un perfil acusatorio de los jueces,
sino simplemente con que no habían leído el expediente. De esta forma, en mi
opinión, la escritura y el rol inquisitivo, explícitamente característicos de la
etapa de instrucción, aparecían también asociados en la etapa oral.
Estas diferentes opiniones sobre la lectura previa del expediente se articularon
en un punto común. Todos afirmaron que esa suerte de contradictorio entre
la etapa de instrucción y la etapa de juicio era un enfrentamiento desigual
entre escritura y oralidad. Lo que se producía en la etapa de instrucción era el
puntapié a partir del cual se basaba “la búsqueda de las contradicciones”, bien
como “la convicción en la verdad del expediente”. La instrucción era el punto
de partida. El juicio oral podía revertir lo que ya había sido hecho (Capítulos 5
y 6), pero era siempre la instrucción, escrita, la etapa que formaba la opinión
y guiaba los interrogatorios y el desarrollo del juicio 28.
La metáfora reiteradamente usada para explicarme esto fue la de un “pa-
quetito atado”. Cuando, en el juzgado de instrucción, se elevaba el caso para
el juicio oral, los cuerpos del expediente subían al Tribunal Oral. La informa-
ción en ellos contenida guardaba los datos que dieron inicio al caso, la prueba
producida a través de la investigación y la interpretación de la misma en la
decisión del juez o del fiscal. De esa forma, ese “paquetito” presentaba una
versión coherente y cerrada del proceso, conforme la información producida en
la policía y en el juzgado de instrucción. Versión esa que quedaba inscripta en
los cuerpos del expediente.
Como las etapas anteriores al juicio eran escritas, lo que las personas decla-
raban se fijaba en el papel. No obstante, eso no se realizaba de forma textual,
pues no era una versión taquigráfica del discurso del declarante. El empleado
que tomaba la declaración transcribía y/o resumía lo que la persona decía 29. A
través de esa función intermediaria, posicionada entre el discurso de la persona
y el papel, lo que era dicho sobre los hechos se trasformaba en un relato; una
versión posible entre otras, pero autorizada por su inscripción en el expediente.
Esa inscripción en el papel también permitía que los registros de esas de-
claraciones fueran retomados durante las etapas posteriores. En función de esa
posibilidad que ofrece la escritura, en las audiencias orales, las partes y el Tribu-
nal consultaban sus copias del expediente y confrontaban la versión escrita con
la versión oral. Sin embargo, se trataba de un juego desigual. En ese confronto,
lo inscripto estaba dotado de un valor mayor. Uno de los motivos era que el
soporte de esa inscripción no era cualquier papel. Todo escrito jurídico que sale
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de una oficina judicial, al ser producido dentro del sistema público, cuenta con
lo que se llama fe pública. Es decir, presunción de verdad (Capítulo 3).
En las entrevistas, cuando conversaba sobre la introducción del juicio oral
y público, los agentes me decían que, en nuestro sistema, lo que efectivamente
acabó sucediendo no fue un juicio oral. Fue un “debate cero”, un “juicio leído”
o una “parodia de juicio oral”. Las cosas se hacían como si fuesen orales, pero en
la práctica se transformaban en otra cosa (escrita). Fueron varias las situaciones
en que, en las audiencias orales, se recurrió a la técnica de lectura. El secretario
leía el requerimiento de elevación a juicio, leía partes de las declaraciones de
instrucción, leía las pruebas incorporadas por lectura y también, al final del
juicio, la sentencia del Tribunal 30. También era insistente la referencia a las
pruebas escritas de la etapa de instrucción, el enfrentamiento de lo inscripto
con lo dicho, la búsqueda de las contradicciones y la convicción del Tribunal
en las informaciones que llegaban a través de un “paquetito atado”. Con esos
ejemplos, las críticas al juicio oral siempre fueron atribuidas al predominio de
la escritura sobre la oralidad.
En este sentido, el monopolio de la investigación y de la decisión en manos del
juez de instrucción, la reproducción de esa doble función en algunas atribuciones
del Tribunal Oral, la desigualdad estructural y la poca presencia de la defensa,
junto a la predominancia física y valorativa de la técnica escrita sobre la oral,
fueron las explicaciones que obtuve por parte de los agentes, al preguntar sobre
por qué caracterizaban nuestro sistema como un sistema mixto. En la visión
de ellos, todos esos elementos eran “resabios inquisitivos que todavía perduran
(. . .) en un sistema que no llega a ser acusatorio”.
En el caso de la Justicia Federal Penal, en la ciudad de Buenos Aires, esa
estructura mixta se desarrolla en un espacio diferenciado de las otras ramas
del derecho y del fuero penal “ordinario”. El edificio destinado a ella concen-
tra en sí mismo los diferentes actores que dan vida a esa estructura: jueces,
secretarios, fiscales, defensores, empleados. En ese espacio, éstos se distribuyen
verticalmente, muchas veces de acuerdo con la jerarquía de sus funciones. Como
describí, esas funciones responden a una estructura de normas que atribuye a
cada uno su papel. Sin embargo, esa distribución también responde a criterios
de relaciones personalizadas, que, como veremos más adelante, muchas veces
pueden modificar los papeles institucionales (Capítulo 5).
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30 En las audiencias que asistí, ni el fiscal, ni la defensa leyeron los alegatos finales.
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31 Según la definición de Harold Berman, una cultura jurídica abarca a “los procedimientos, las
reglas y los valores jurídicos que orientan las prácticas de las instituciones y de las personas que
legislan, administran, negocian, deciden y efectúan otras actividades y que tienen como referencia
principal al sistema legal” (1996:14).
32 La distinción entre sistema y tradición jurídica se basa en Merryman (1969:1-2). Según ese
autor, el sistema legal es un set de instituciones legales, procedimientos y reglas, y una tradición
legal es un set de actitudes arraigadas e históricamente condicionadas sobre la naturaleza del
derecho, la rule of law, la organización y operatividad adecuadas al sistema y al modo en que la
ley es o debería ser aplicada, estudiada, perfeccionada y enseñada (1969:1). Según él, la tradición
legal es el lazo entre el sistema legal y la cultura de la cual es una expresión; “ella pone al sistema
legal en perspectiva cultural” (1969:2).
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Mi mirada sobre la Justicia Federal nació a partir del interés previo sobre las
flagrancias que la policía lleva a la Justicia Penal. Por eso, haciendo trabajo
de campo en la Justicia Federal me centré en el trabajo desarrollado en ese
tipo de causas 1. Sin embargo, algunas de las personas que entrevisté insistieron
en que el fuero federal era más conocido por otro tipo de causas. Comentaban
que “a ese fuero todo el mundo le da importancia por el manejo que tienen las
causas políticas y no por el manejo que tienen las causas de policía” (Capítulo
4). Las causas de policía, como las definieron los agentes, aparecieron como un
universo específico de casos. El tipo de delito, la vía de ingreso, el tratamiento
y la posición que ocupaban en el trabajo del juzgado los distinguían de otras
causas; las políticas, aquellas que daban trascendencia al fuero federal.
Estadísticas disponibles indicaban que, en 1999 y 2000, del total de causas con
autor identificado, el 77 % ingresaron por prevención policial y el resto por otras
1 También acompañé casos tramitados ante el fuero de instrucción y correccional.
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2 Nuevamente era diferente del foro ordinario, donde las causas ingresadas por esa vía represen-
taban el 40 % y las ingresadas por otras vías el 60 %.
3 Formalmente los criterios están regulados en el CPPA. Sin embargo, los mismos son motivo de
debate jurídico (Parenti y Pellegrini, 2005).
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salen más o menos”. O sea que obtenían algún tipo de tramitación relativamen-
te rápida. ¿Quién es esa policía que, en la ciudad de Buenos Aires, alimenta de
casos a la Justicia Penal?
5 Cuando la ciudad ganó su autonomía, en 1994, se debatió mucho sobre las posibilidades de
traspasar las funciones de la PFA en la ciudad para una institución bajo el dominio municipal.
Después de más de diez años y cambios de gobierno a nivel nacional y municipal, ni gobernantes,
ni legisladores ni jefes de la Policía llegaron a un acuerdo acerca de cómo sería ese traspaso de
poderes.
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Fueron muchas las veces que los empleados de los juzgados insistieron en
que ellos procesaban lo que la policía “les llevaba” desde la calle al juzgado.
La distinción entre estos dos espacios fue representada como una separación
de instituciones, funciones y dominios diferentes. Desde esa perspectiva, los
empleados del juzgado y de la fiscalía tenían control sobre las acciones de la
policía desde el despacho del Poder Judicial, pero no podían y, en la opinión
de muchos, no debían, trabajar en la calle. Ese era dominio policial. Los “judi-
ciales” no andaban en patrullero y no salían a buscar casos. Trabajaban en el
juzgado para, desde allí, dar las órdenes necesarias.
Como veremos, la verificación de la consulta telefónica de la policía por parte
del juzgado y el expediente escrito eran las principales armas judiciales para
controlar a la policía. Una secretaria de un juzgado me explicaba que, de hecho,
los casos que presentaba la policía a la Justicia Federal eran tan parecidos entre
sí que los años de experiencia te iban enseñando cada una de las modalidades.
6 Raúl Eugenio Zaffaroni es un famoso jurista que escribió Tratados y Manuales de Derecho Penal
y Procesal Penal. Actualmente, es juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Muchos de
sus artículos presentan una visión crítica de la actuación de la policía.
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Y, así, aunque no siempre las distinciones entre la calle y el juzgado fueran muy
claras, se reconocía unánimemente que el dominio de la calle era de la policía.
A diferencia de los Tribunales, centralizados en el centro de la ciudad, la poli-
cía organiza su dominio de forma descentralizada, abarcando todos los barrios
de la cuidad. Ese dominio se ejerce a partir de una estructura verticalizada.
La PFA está comandada por una Jefatura y Sub-Jefatura, ambos cargos de-
signados por el presidente de la Nación. A éstos, le sigue el nivel de Super-
intendencias. A partir del 2004, hubo una reformulación de los nombres y de
la estructura de estas últimas, reduciéndolas de doce para cinco: Seguridad
Metropolitana, Investigaciones Federales, Federal de Bomberos, Interior y Bie-
nestar y Administración. La mayoría de estas Superintendencias funciona en
el Departamento Central de Policía, cerca del centro de la ciudad. Después,
siguen las Direcciones 7, las Divisiones y los Departamentos.
A partir de ese nivel comienza la descentralización geográfica. El nivel más
bajo de la estructura policial es la comisaría. En Buenos Aires, hay 53 comisa-
rías. Cada una de ellas, identificada con un número, cubre un área que incluye
diferentes barrios de la ciudad. A su vez, las comisarías se distribuyen en siete
Circunscripciones, coordinadas por la División General de Comisarías, vincu-
lada a la Superintendencia de Seguridad Metropolitana. Las comisarías están
comandadas por un comisario titular y dos subcomisarios, uno jefe operativo y
el otro jefe administrativo. El tercer nivel está integrado por los llamados “servi-
cios”, formados por cuatro oficinas: Administración, Policía Judicial, Asistencia
Social y Servicios. El jefe de Servicios coordina los Servicios Interno, Externo,
de Brigadas, de Guardia, de Comunicaciones y Generales. Los únicos servicios
que ejercen actividades en la calle son los Servicios de Brigadas y Externo.
La diferencia entre estos dos es que, en el Externo, los policías usan uniforme
y andan en patrullero; son los policías que se pueden identificar en la calle.
Los de Brigadas están vestidos de civil y andan en autos no identificados; o
sea, no son visiblemente reconocibles como policías. Con esa caracterización,
se dedican especialmente a tareas de investigación, aunque también realizan
actividades de prevención. De hecho, una de las principales funciones de las
brigadas es el control local de la llamada población marginal del barrio. A
través del cobro de cánones, en dinero o en especie (sexo, droga, información,
entradas gratis), mantienen el control sobre prostitutas, quinieleros, dueños de
hoteles y prostíbulos, vendedores ambulantes, distribuidores de droga. Con ese
intercambio, esos grupos se aseguran no ser detenidos y un desarrollo de sus
actividades, no siempre legales (Eilbaum, 2004).
Por su parte, las Superintendencias de Investigaciones y de Drogas Peligro-
sas también ejercen un dominio espacial sobre toda la ciudad. Sus actividades
7 Hay dos Direcciones autónomas de las Superintendencias: Asuntos Jurídicos y Asuntos Internos.
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10 Este sistema era diferente del fuero “ordinario”, en el que, a cada juzgado, le correspondía un
conjunto fijo de comisarías y dependencias de la PFA.
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hayas estado en la calle, diez años de lectura de expedientes revela que no son
muy diferentes unos de otros”, decía.
El segundo diálogo representaría una forma más incisiva de tomar conoci-
miento e instruir la actuación de la policía. Primero, a través de preguntas
más detalladas sobre la situación de la detención: hora, circunstancia, edad,
nacionalidad del(os) detenido(s). Enseguida, a través de la enumeración de
los procedimientos, marcando claramente, no sólo lo que debía realizarse, sino
también lo que se exigiría a la hora de enviar las informaciones policiales al
juzgado. Algunos secretarios, inclusive, me mostraron un cuaderno –o “libro de
consultas”– donde anotaban los datos básicos sobre cada llamada para poder
llevar un registro escrito de las mismas.
Esos cuidados (pedir el detalle de las informaciones o llevar un cuaderno de
control) eran presentados como herramientas útiles a la hora de confrontar lo
que la policía había dicho con lo que escribía. Ese material escrito, por ella
producido, llegaba al juzgado a través del denominado “sumario policial”.
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detenidos “acompañaron” a los inspectores a la comisaría. Una vez allí, los pri-
meros declararon sobre el procedimiento y firmaron las actas correspondientes.
Los segundos firmaron la lectura de derechos y fueron alojados en la celda de
la comisaría. Mucho más tarde, uno de los policías llamó al juzgado de turno,
produciéndose el diálogo citado anteriormente.
Según las instrucciones del secretario, el oficial de servicio de la comisaría sacó
las fotografías de los acusados y del material, pidió el examen del médico legista
de la comisaría y sacó las huellas dactilares de ambos. Solicitó el prontuario al
Departamento de Documentación Personal de la PFA y la ficha de reincidencia
a la Dirección Nacional de Reincidencia del Ministerio de Justicia. Después de
esperar seis horas, llegaron esas informaciones, constatando que JP ya tenía
un “pasaje” por la misma comisaría que había hecho la detención. Ninguno de
los detenidos tenía antecedentes penales en la Justicia. El policía envió para
pericia un sobre con la cocaína que tenía JP (la vendida) y otro con la droga
en posesión de MG (la comprada). Todos esos actos se registraron en diferentas
actas, con el sello de la PFA y la firma y sello del inspector responsable y del
comisario de la seccional. El material escrito fue reunido, formando el sumario
de prevención o, como llamado informalmente, sumario policial.
El inspector llamó nuevamente al secretario del juzgado para obtener nue-
vas instrucciones. El funcionario pidió que llevasen a los presos al juzgado a la
mañana del día siguiente, para tomarles la declaración indagatoria. Hasta en-
tonces, dispuso que permanecieran sin comunicación. Con esa decisión, ordenó
el cierre del sumario y pidió que “se elevaran las actuaciones”. A las ocho de
la mañana del día siguiente, después de pasar la noche en la comisaría, los dos
detenidos fueron conducidos al edificio de la Justicia Federal.
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por la policía en el sumario. Segundo, como decía aquel fiscal, “las pruebas
de la policía y las judiciales tienen el mismo valor y así se las toma”. Una
vez incorporadas al expediente, todas las informaciones del sumario policial
actuaban como pruebas del caso. De esta forma, en la causa se introducían
pruebas producidas por un órgano administrativo, de forma escrita y sin que
hayan podido ser contra-argumentadas.
Tiempo atrás, como atenuante de este rasgo inquisitivo, se había prohibido,
con gran resistencia de la corporación policial, que se interrogara al acusado en
la sede policial 12. Así, la versión del acusado sólo aparecía en el momento del
interrogatorio judicial, cuando ya había sido construida la primera hipótesis
de culpabilidad. El acusado debía, entonces, defenderse de ella y revertir las
acusaciones promovidas por la policía, siempre con la intermediación de quien
instruyera la causa.
En las flagrancias, el valor probatorio del sumario policial era aún mayor
porque difícilmente sería producida más prueba por parte de la Justicia. “Sólo
cuando hay cosas que merecen ser traídas al juzgado se estudian más fino, pero
sino nosotros trabajamos mucho con la versión de la policía, eso es verdad”,
me decía un secretario. Según éste, el resguardo para ello era que la versión
policial era controlada por las instrucciones previas del juzgado.
Básicamente, lo que se pretendía controlar desde el juzgado eran las diferen-
tes versiones entre lo que el policía describía en la consulta y lo que llegaba
informado en el sumario. En los casos que acompañé, por ejemplo, faltó canti-
dad de droga u otro tipo de objetos secuestrados, o incluso la policía informó
telefónicamente que había tres personas detenidas, siendo que después una de
ellas figuraba como testigo. También en las actas de detención y de secuestro
podía haber errores o podían faltar datos.
Ahora, los secretarios que trabajaban de esa forma reconocían también las
dificultades de ejercer un control estricto sobre la actividad de la policía. Por
un lado, porque siete días de la semana, 24 horas por día, atendiendo cerca de
400 consulta, “al quinto día ya no querés saber nada más de control”. Por otro,
porque siguiendo la oposición entre la calle y el juzgado, reconocían que “el
verdadero control sería ir a la comisaría”. Como entendían que eso era física y
materialmente imposible, buscaban otras maneras de ejercer el control.
Esos modos alternativos estaban relacionados con estilos personales de los
secretarios, en su forma de comunicarse con los policías. A veces, con un tono
irónico en la respuesta: “yo trato de poner un control porque yo sé que, al
preguntarle al policía, o al hacer que tenga que contarme el cuentito, por lo
menos se tiene que tomar el esfuerzo de inventarlo, y de inventarlo bien porque
12 Esto era una antigua reivindicación policial. Ya los viejos Manuales institucionales alertaban
que el mayor obstáculo de la ley procesal era que la policía no pudiese interrogar al acusado. El
argumento defendido era que “investigar sin interrogar era ejercer la adivinación” En: Compendio
de Ciencia Policial, 1979.
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Cosiendo versiones
Cuando el sumario policial del caso de JP y de MG llegó al juzgado, fue designa-
do a uno de los empleados. El pinche preparó la carátula con las informaciones
básicas y cosió el sumario. A partir de ahí, comenzó la producción estrictamente
judicial del expediente. Actas certificando las medidas realizadas, solicitación
de medidas, sus resultados, notificaciones al fiscal y a los abogados defensores.
Cada movimiento realizado en la causa generó aproximadamente cinco docu-
mentos diferentes. Entre ellos, durante la tarde de ese día, fue registrada la
presentación del abogado defensor de JP y de un señor que manifestaba ser
el padre de MG. También fue recibida la pericia preliminar de la sustancia
secuestrada, confirmando que se trataba de cocaína.
Al día siguiente, llegaron los dos detenidos para tomarles declaración inda-
gatoria. El empleado llamó a MG, mientras JP esperaba su turno, en otra
sala, bajo custodia policial. Al inicio del acto, el empleado, sentado frente a
la computadora, con el expediente en la mano, leyó a MG los hechos que le
eran imputados, tal como los había registrado la policía: “haber sido detenido
el pasado 25 de agosto a las 18 horas, en la calle Godoy Cruz, intersección con
Paraguay, por parte del personal policial de la comisaría 89◦ de la PFA, oca-
sión en que se encontraba junto con JP. En esa oportunidad, fue secuestrada la
cantidad de cinco ravioles de papel glasé metalizado de diferentes colores, con
cocaína en su interior, los que fueron encontrados en el bolsillo del pantalón
de MG”. El empleado enumeró las pruebas que apoyaban los hechos. Antes de
darle la palabra a MG, y como era parte del ritual, informó sobre su derecho
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de negarse a declarar sin que ello pudiera ser usado en su contra, explicando
que “el silencio no implica presunción de culpabilidad”. 13
MG aceptó declarar. Comenzó su declaración haciendo un relato de su versión
de los hechos 14: “Yo fui a la calle Godoy Cruz porque unos amigos me dijeron
que ahí podía encontrar droga. Por eso, me encontré con JP. Le pedí que me
diera cuatro ravioles, pero él me quiso dar cinco. Me los dio en ese momento y
no me cobró nada. Me dijo que al otro día arreglábamos”. Después del relato
el empleado le hizo algunas preguntas:
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JP: zapatos de trabajo, una toalla, una bandera de Boca, una bufanda y
los CD’s.
E: ¿su billetera estaba en la mochila?
JP: no, creo que estaba en la campera, porque de ahí saqué los sobres para
MG.
E: ¿qué estaba haciendo en el lugar donde fue detenido?
JP: pasaba por ahí, por esa calle, estaba yendo al mecánico. (. . .)
E: ¿de qué marca es su auto?
JP: Renault 19.
E: ¿cual es el número de la patente?
JP: no me acuerdo.
E: ¿cómo era el camión donde encontró la droga?
JP: era un camión viejo, abandonado. Siempre está ahí.
E: ¿cómo sabía que había droga en los sobres que encontró?
JP: abrí el sobre azul y probé. Es que yo también consumo.
E: ¿por qué estaba con su mochila si ya había vuelto del trabajo?
JP: porque quería llevarle los CD’s a mi hermana. Nos íbamos a encontrar
en la pizzería Continental.
E: usted ya dijo que es consumidor de droga, ¿cierto?
JP: sí.
E: ¿está dispuesto a hacer un tratamiento?
JP: sí.
El empleado leyó el acta de la declaración. El defensor y JP acordaron con
la versión inscripta. Con la firma de JP, se cerró la declaración.
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selección, bien como las acciones realizadas durante la instrucción del caso es-
taban orientadas por los hechos presentados por la policía: “JP vendió droga a
MG”. A partir de esa hipótesis, se escuchaban los descargos de los imputados,
guiados por sus posibles aportes en relación a aquella hipótesis.
También me explicó que, a partir de los relatos de los acusados, se podían ve-
rificar nuevos datos por ellos aportados. Cuando JP mencionó que estaba yendo
a buscar el auto de su esposa, estaba incorporando un nuevo dato, ausente en
la versión policial. Por eso, el empleado entendió que era necesario corroborar
esa versión. Llamó al taller mencionado por JP y comprobó que, en realidad,
nadie había dejado un auto Renault 19. A pesar de que ese dato no fuera fun-
damental para la acusación, el secretario me explicó que generó una actitud de
desconfianza general sobre toda la versión de JP. De hecho, fue curioso que,
mientras el secretario me releía los dichos de JP, registrados en el acta de la
indagatoria, los representaba con un tono irónico, como si el acusado estuviera
inventando una historia.
Las otras pruebas producidas desde el juzgado, tales como el informe médico,
el psiquiátrico y el socio-ambiental, además de trazar el perfil personal de los
imputados también ayudaron a verificar las informaciones aportadas por ellos.
Fue el caso del informe médico de JP sobre el grado de adicción a las drogas.
En su declaración, JP había manifestado que consumía cocaína, siendo ese el
motivo por el cual se interesó por levantar del piso la bolsa con la droga. Sin
embargo, el análisis médico verificó que JP no consumía cocaína. El secretario
me explicaba que, de hecho, el análisis no fue pedido “como una prueba de
acusación, sino para ayudarlo, sólo que la prueba le dio para el otro lado.
Porque si yo veo droga en el piso –explicó el secretario– no la levanto. La
versión de ‘ah. . .yo no sabía qué hacer y la guardé en el bolso y vino un amigo
y le di unos sobres’ no es verosímil”.
En fin, el conjunto de esas pruebas sustentó la versión sobre la cual se fun-
damentaría la posterior elevación a la etapa de juicio oral. Esa versión partía
fundamentalmente del sumario policial. A la luz de la lógica de los hechos pre-
sentados en éste, la palabra de los acusados, en sus respectivas declaraciones,
debía ser verosímil. Por eso, como vimos, lo que generalmente se buscaba en
sus dichos era verificar las informaciones policiales. Por medio de preguntas que
“pueden parecer una estupidez”, se buscaba que el propio imputado confirma-
ra la versión de la acusación. Y, como vimos, la oportunidad para ello era la
declaración indagatoria.
La declaración indagatoria
L: cuando en la indagatoria el acusado dice que hay algo que no quieren
poner, ¿cómo se hace?
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Secretaria federal: en general, la verdad es que uno debiera hacer lo que dice
el código que es ponerlo y poner que se niega a firmar.
L: ¿el código dice eso?
S: sí, dice eso (sonríe) 16. En esos casos tratás de ser respetuoso. Si no lo
quiere poner, no lo quiere decir, aunque vos lo escuches, bueno, no lo ponés.
Obviamente hay un límite: si lo que te está diciendo es que la policía le
pegó y desfiguró al otro imputado, no hay ninguna posibilidad de que no lo
diga. Pero cuando es simplemente que la policía lo empujó, vos le preguntás
“¿usted lo quiere decir?” y, si no lo quiere decir, no lo forzamos. En general
le decimos, “bueno, mire, espere, paremos acá y hable con la defensoría”. Y
que el defensor lo aconseje, y sino lo aconsejamos nosotros.
L: ¿vos lo podés usar como prueba?
S: no, si él no lo dice no. Lo que no declara no está en el expediente, lo que
no está en el expediente no existe. (. . .)
L: ¿cuál es el papel o la actitud de los defensores?
S: en general, la gran mayoría no va a las indagatorias. En parte, supongo,
porque, como los sumarios en general no están instruidos de la mejor mane-
ra, a veces la declaración del imputado contribuye a convalidar algo que la
defensa quiere cuestionar. Porque, es cierto que la indagatoria es el primer
acto de defensa material de la persona, es la primera vez que le dicen: “mire
usted está acusada de tal cosa”. Es la primera vez que puede acceder a esa
información y explicarte “no, mire, esta es una mirada distinta porque yo
no tenía esto acá, esto estaba allá”. Te puede dar una serie de explicacio-
nes. Pero, si vas a declarar tenés que tener una buena estrategia porque si
vos vas a inventar o vas a tergiversar la verdad tiene que ser una cosa más
elaborada. Tenés que provocar que, a partir de tu declaración, se produz-
ca prueba que provoque una mirada distinta sobre el expediente y a veces
la defensoría no quiere hacer eso en lo inmediato porque no cuenta con el
tiempo suficiente, porque no ve el expediente sesudamente, porque tienen
poca gente, es un poco y un poco. Por eso, muchas veces, les aconsejan a
los acusados que no declaren.
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contacto con la acusación: “Usted está acusado de tal cosa”. En las flagrancias,
esa “tal cosa” eran los hechos inscriptos en el sumario policial. Era la versión
que existía (en el expediente) y a partir de la cual el imputado podría decir “yo
no tenía esto acá, esto estaba allá”. Desde esa perspectiva, debía convencer al
instructor de que “se produzca prueba que provoque una mirada distinta sobre
el expediente”.
En ocasión de una declaración indagatoria deben estar presentes el acusado,
el juez y el secretario. También pueden estar el defensor y el fiscal. Teóricamente
no puede estar nadie más. Así, a diferencia de la declaración del imputado en el
juicio oral y público, en la etapa de instrucción el acto es secreto. La declaración
indagatoria también debe ser tomada por el juez titular del juzgado.
Sin embargo, siguiendo la cadena de delegación informal, éste transfería esa
tarea al secretario que, a su vez, la transfería a los empleados. Esta delega-
ción informal era reconocida unánimemente por los agentes del sistema. Todos
coincidieron en que era material y físicamente imposible que el juez y/o el
secretario estuvieran presentes en todas las indagatorias. Lo que sucedía en
algunas ocasiones era que el secretario, y poquísimas veces el juez, entraran a
la sala, se presentaran, hicieran alguna pregunta y se retiraran. El objetivo de
ese pasaje era que el acusado conociera al secretario o al juez y que éstos vieran
al acusado, sus gestos y su corporalidad (Capítulo 6).
Ahora bien, cuando yo leía los expedientes, siempre me parecía como si la
declaración efectivamente hubiera sido tomada ante el juez y el secretario. El
formulario del acta se iniciaba con el lugar y la fecha de la declaración, seguida
de la frase: “comparece ante S.S. (Su Señoría) y Secretario Autorizante, una
persona. . .”. Por eso, aunque no hubieran estado presentes y sólo pasaran por
unos instantes, entendí que lo que no podía faltar de ningún modo era la firma
de ambos. Si faltase, la declaración podía declararse nula. De alguna forma, la
falta del requisito formal de la firma tornaba evidente la ausencia que todos
conocían y aceptaban debido a la rutina y dinámica de trabajo. De ese modo,
no importaba si el juez o el secretario estaban presentes, o no, porque lo que
valía en el expediente escrito eran sus firmas. Era como si éstas corporificasen
su presencia.
Durante la declaración, tampoco era obligatorio que el acusado estuviera
acompañado de su abogado defensor y, de hecho, en los casos de flagrancias
que acompañé casi nunca los defensores oficiales estuvieron presentes en ese
acto. Los imputados también podían negarse a declarar. Pero, incluso, en los
casos en que el acusado se negó a declarar, siempre se le leyó el hecho que le
era imputado. Una secretaria me comentaba que, para ella, eso era así porque
el objetivo principal de la indagatoria era justamente que la persona supiese y
entendiese de qué estaba siendo acusada, más allá de lo que tuviera que decir
al respecto.
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La renovación
Los escándalos públicos finalmente resultaron en la destitución y/o renuncia de
algunos jueces federales, dejando cuatro vacantes libres para ese cargo. Después
de cerca de tres años, en el 2004, asumieron tres nuevos jueces. Estas desig-
naciones fueron vistas por algunos funcionarios como una “renovación” de la
Justicia Federal. Percibida por algunos con mayor convicción y por otros con
más esperanza, la incorporación de nuevas figuras pareció trasmitir la imagen
“de que en la Justicia Federal soplan nuevos aires”, tal como me dijo un fiscal
del fuero. Sin embargo, ese tipo de expresión solía finalizar con cierto escepti-
cismo, un sutil “vamos a ver”, fundado en el temor de que el espíritu renovador
fuera “absorbido por la corporación”.
1 Para más informaciones sobre estos casos, consultar en libros de periodismo de investigación
como “La Injusticia federal” (2005) de Juan Gasparini y “Justicia. Era Kirchner. La construcción
de un poder a medida” (2005) de Pablo Abiad y Mariano Thieberger.
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La particularización de la reputación
Abogado penalista, ex-secretario federal: A mí lo poco que me va bien es
porque soy amigo de todo el mundo. La formación me ayuda un montón,
lo poco que pude estudiar y prepararme sin duda que me ayuda, pero en
Argentina no hay un debate jurídico muy fino. No hay espacio para los
grandes virtuosos, bueno, yo tengo esa convicción.
L: ¿qué es ser amigo de todo el mundo para que te vaya bien?
A: que te vaya bien: vos me llamás hoy a la mañana y me querés venir a
ver a la tarde y me decís el tema. Yo voy a Tribunales, y con un dato te
averiguo todo: quien te denunció, porque te denunció, quién es el fiscal, qué
medidas se hicieron, qué medidas se van a hacer, quién lleva la causa, quién
es el primo del que lleva la causa, con quién coge el que lleva la causa. En
fin, vos llegás a la tarde a verme y yo soy Gardel porque ya sé todo. Y
tampoco creas que yo soy famoso, pero Tribunales es un microclima muy
particular. Digamos, yo no soy famoso, pero me conoce todo el mundo y yo
conozco a todo el mundo y no es que sea Luis Miguel. Un tipo conocido,
que no tiene fama de garca, ante la duda le das una mano, porque otro día
lo vas a necesitar. Se va dando una cosa medio amateur digamos. Después
podes ganar o no, pero vos me venís a ver y vos vas a estar mucho más
tranquila, si yo soy el sobrino del juez que si yo no lo conozco, o si soy el
concuñado o si tenemos la misma novia, o si vamos juntos a ver a Huracán.
En Argentina pasa mucho porque es un microclima muy pequeño.
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2 En la etnografía citada anteriormente sobre la Justicia Penal, Maria José Sarrabayrouse describe
la vinculación entre las designaciones de empleados y las nominaciones de funcionarios con las
relaciones de parentesco, los vínculos políticos y el intercambio de favores.
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Orientar el trabajo
Secretaria federal: (. . .) vos como juez tenés que garantizar que la prueba
haya sido recolectada con imparcialidad, no tiene que caber dudas. Mirá,
ahora en este turno entró un chico al que yo creo que la policía le armó el
procedimiento. Lo que es claro es que el pibe tiene mucho ruido y es un
chico que zafó porque a la policía le declararon la nulidad de un procedi-
miento en un caso de un homicidio y es obvio que el chico tiene ruido y
no me cabe la menor duda de que estaba vendiendo droga y todo, pero la
policía recogió la prueba mal. Y la verdad es que es un chico que te provoca
una reacción bastante. . .bastante fea. Es un prepotente, pero bueno son las
reglas del juego. Yo no voy permitir que eso me impida ver que si está mal
la recolección de prueba, si uno efectivamente puede sospechar que está ar-
mada como él dice, y bueno lo lamento, será en otra ocasión. Si las personas
en esas condiciones van a perder ante la ley, que pierdan bien. No les demos
motivos para decir que pierden y que pierden mal. Que pierdan bien. Yo
pienso eso para todas las causas. Pero yo creo que en muchos juzgados, en
los tribunales caneros, no se permiten dudar, le creen a la policía y le creen
a la policía y no les importa nada. Y a mí me parece que no.
L: y el chico ¿qué decía?
S: él dice: “a mí la policía ya me conocía porque ya me hizo otros proce-
dimientos, esos policías me tienen bronca. Antes de revisarme y sacarme
afuera en presencia de testigos me llevaron al baño, me apretaron en el ba-
ño y me pusieron falopa, 3 me sacaron afuera y ahí fue cuando vinieron los
testigos”. Y, efectivamente, los testigos dicen que la policía entró primero al
baño con él. A lo mejor, la droga era de él y no es que la policía se la puso,
pero también es cierto que la policía hizo mal el procedimiento. Mirá, un
juez canero, con los que también me ha tocado firmar, te dice: “sí, mirá, no
te preocupes, la cana se la puede haber puesto pero éste tiene ruido y segu-
ramente, si no fue ésta, fue otra”. Bueno a mí me parece que uno no puede
tolerar eso: si el pibe tiene ruido, si tiene efectivamente falopa, entonces no
había ninguna necesidad de hacer las cosas por izquierda, porque haciendo
las cosas por derecha estaba bien hacer el procedimiento.
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del “garantismo”. En este sentido, era una clasificación que comenzaba a cons-
truirse desde el momento de jura en el cargo. Me contaba una secretaria que
cuando un funcionario asumía como secretario uno de los principios de la jura
era que, ante la duda, se optaría por la libertad del imputado. Decía ella que,
a la salida de la ceremonia, los antiguos secretarios bromeaban con los nuevos:
“y, Doctor, ¿qué hace ante la duda?”. Algunos reafirmaban el juramento, otros
confesaban sus temores: “ante la duda, ¡preso!”.
En las flagrancias, vimos que el juzgado orientaba a la policía en las acti-
vidades previas al ingreso formal del caso en la Justicia. En este aspecto, la
clasificación referida también estaba asociada a las formas de trabajar con la
policía. Así, la distinción entre juzgados “caneros” y “garantistas” se vinculaba
con la constitución de lazos entre los funcionarios judiciales y los policías.
“Forum shopping”
Los casos en la Justicia Federal ingresan por tres vías. Cuando se presenta
la denuncia ante la Cámara Nacional de Apelaciones Criminal y Correccional
Federal o ante una fiscalía, o bien cuando entra por vía policial. En este caso,
puede ser por un hecho de flagrancia o por una denuncia hecha en la comisaría.
El sistema de distribución de los casos para su tramitación en el Poder Judicial
es diferente en las dos primeras situaciones y en la última. Cuando una denuncia
ingresa a través de la Cámara o de la fiscalía, el juzgado que trabajará la causa
se sortea. Cuando el caso ingresa por vía policial, el juzgado correspondiente es
el que está de turno, de acuerdo con el cronograma de turnos judiciales previsto
para cada año. Éste se distribuye previamente a través de las Órdenes del Día
de la PFA, que llegan a todas las oficinas policiales 5.
Cuando me explicaron este sistema de distribución de las denuncias, algunos
agentes presentaron críticas en relación a que los hechos que llegaban a través
de la policía no fueran también sorteados, porque, al permanecer en el juzgado
de turno, era posible saber de antemano qué juez tramitaría el caso. Por lo
tanto, en los casos que no requerían una denuncia inmediata, o bien en las
investigaciones que la policía realizaba por un tiempo prolongado, se podía
elegir el momento de presentar el caso para que “caiga en el juzgado del juez
amigo, que uno sabe cómo va a decidir, en fin, que te cae bien”. Esta práctica es
reconocida públicamente en Tribunales y recibe el nombre de “forum shopping”.
En relación a la actividad de la policía, el “forum shopping” presentó dos
aspectos. Uno vinculado a las tareas de investigación; otro a las actividades
de prevención. En ambos casos la posibilidad de elegir se relacionaba con el
5 Las Órdenes del Día de la PFA son comunicados internos diarios donde se informan los pases a
retiro, las altas y bajas, los casamientos de las mujeres (porque ellas cambiaban de apellido), las
festividades y otras novedades administrativas.
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conocimiento policial sobre los estilos de trabajo identificados con cada juzgado.
Si al interior del Poder Judicial era sabido que los juzgados “X” e “Y” eran
“garantistas” y que tales otros eran “caneros”, los policías también trabajaban
con un mapa relacional de las identidades de los juzgados. Las coordenadas de
ese mapa estaban unidas por las tramas de relaciones que los policías construían
en su interacción de trabajo con los agentes de Tribunales. Era, por lo tanto,
un saber empírico constituido a partir de los contactos formales e informales
entre estos actores.
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“Por ejemplo, si hay que pedir un allanamiento, el secretario nos dice que lo
pidamos ‘por favor’ y si la policía está con mucho trabajo y no puede hacerlo,
decir ‘bueno, ¿cuando será que Usted puede hacerlo?’. Dar ese margen para
pedir ayuda de la policía. Él siempre critica a los juzgados que tienen un tono
autoritario, que llaman a la policía y le ordenan hacer los procedimientos en
el momento que ellos necesitan. De alguna forma yo creo que tiene razón,
porque cuando llamás con ese tono de voz están bien dispuestos y terminan
haciendo el allanamiento cuando uno lo necesita. En el otro caso, hay como
mala voluntad”.
El tono podía ser autoritario o gentil. Lo cierto era que en el transcurso de una
causa la solicitación de procedimientos, así como su autorización, se mostraron
como bienes de intercambio entre policías y judiciales. De un lado, la policía
necesitaba la autorización formal del juez para hacer una actividad en el marco
de una investigación en curso. De otro, el juzgado necesitaba a los policías para
realizar procedimientos en sus propias investigaciones. En ese contexto, la forma
y el ritmo en que se desarrollaba la investigación era, en parte, el producto de
la negociación recíproca entre los policías y los funcionarios judiciales.
Por eso, ese saber sobre los estilos de trabajo de los juzgados también era
recíproco. O sea, los funcionarios judiciales conocían los estilos de trabajo de las
reparticiones de la PFA y preferían algunas de ellas sobre otras. En el caso re-
ferido, por ejemplo, el ex-secretario manifestó explícitamente que no le gustaba
trabajar con la brigada de la comisaría y que prefería hacerlo con la Superinten-
dencia de Drogas, porque “era más eficiente”. Otros funcionarios preferían otras
fuerzas de seguridad, como la Gendarmería Nacional. En algunos casos, esas
preferencias se debían a vínculos personales o profesionales, como, por ejemplo,
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dar clases en las escuelas de la institución. Así, junto con la explicación inme-
diata de que la preferencia se debía a un mayor profesionalismo de una fuerza
o repartición en relación a otra, indagando un poco más, en muchos casos,
las preferencias de asociación profesional se mostraron orientadas por los lazos
personales. Éstas eran sugeridas como, al fin de cuentas, la única posibilidad
de ejercer un control sobre el desempeño de los agentes de seguridad.
6 Michel Misse (1999) llama la atención sobre esta distinción. Según él, criminación es la tipi-
ficación de un evento como delito (crime, en portugués). Denomina incriminación cuando esa
tipificación se atribuye a una persona.
7 Datos ofrecidos por el secretario de un juzgado federal.
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los estantes, entre los libros jurídicos, se destacaba la edición verde de ‘La
verdad y las formas jurídicas’ de Michel Foucault. Cuando llegué, el secretario
estaba tomando mate”. Cuaderno de campo, 10/06/05.
Sala 3: “A través de un estrecho pasillo, pasé desde la Mesa de Entradas de
una fiscalía hasta el despacho del fiscal. Era junio, invierno en Buenos Aires, y
el fiscal, fumando su pipa, me recibió, en pulóver. En el perchero, descansaba el
saco del traje. Sólo lo iría a usar cuando lo acompañara a una audiencia. Apro-
vechó una interrupción en la entrevista para poner un CD de música clásica.
En los estantes había más CDs. También libros de derecho, novelas clásicas y
enciclopedias. Había también un banderín de un aniversario de la Gendarmería
Nacional”. Cuaderno de campo, 20/06/05.
A pesar de que los libros y símbolos religiosos me llamaron la atención, la
presencia más-o-menos notable de objetos de la corporación policial fue lo que
más despertó mi interés. La inscripción del logo de la Policía Federal Argentina,
de sus reparticiones o de la Gendarmería Nacional, en platos, ceniceros, gorras,
medallas, cuadros y otros objetos del tipo, como un gallo sentado arriba de una
jeringa, regalo de la División Drogas Peligrosas, apareció gradualmente en los
diferentes despachos. Con una presencia fuerte en los de los fiscales y un poco
más débil en los de los jueces y secretarios. ¿Qué significaba esa presencia?
¿En qué circunstancias se obtenían esos objetos? ¿De qué intercambios eran
producto?
Intercambios y sociabilidad
Fiscal: Cuando estaba en la Secretaría de Seguridad, yo tenía el control de
los estadios. Yo iba a los partidos que me gustaban y me veían la cara y me
dejaban entrar. Lo gracioso es que una vez adentro, te empezás a encon-
trar con jueces, secretarios, fiscales, empleados de Tribunales, una tribuna
entera.
L: ¡la tribuna del Poder Judicial!
F: claro. La policía distribuye entradas para los partidos; es muy normal.
Mire, en una época había jueces que vivían de la policía. Porque cada co-
misario tiene dos o tres restaurantes donde le dan una mesa y les dan todo.
Había jueces que decían: “hoy voy a la 93, ¿hay una mesita?”, –“hay una
mesita, eh, ah, eh, claro”. Cuando el tipo había torturado y necesitaba al-
guien: “hola, Doctor, ¿se acuerda de la mesita? Ahora el problema lo tengo
yo”. Entre eso, que es un extremo, y no ir nunca a comidas oficiales, hay
que encontrar un equilibrio.
L: ¿esas ofertas ocurren con frecuencia?
F: mire, si lo conocen, no le van a venir a ofrecer una mesita o una coima, ni
un favor. Es una cuestión de fama. A mí no me ofrecieron nunca una coima.
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8 En este apartado, me baso en algunas de las formulaciones sobre el intercambio sugeridas por
Marcel Mauss y por Bronislaw Malinowski, en el Ensayo sobre el Don. Motivo y forma del inter-
cambio en las sociedades arcaicas ([1925], 2003) y Los argonautas del Pacífico Occidental ([1922],
1984), respectivamente. En el primer caso, a través de la comparación de diferentes sociedades co-
mo la Roma antigua, Polinesia, Melanesia o el Noroeste de los Estados Unidos, y, en el segundo, a
partir del trabajo de campo del propio Malinowski sobre la institución del kula entre los trobrian-
deses. En estas obras, ambos autores se dedican a reflexionar sobre las relaciones dereciprocidad
establecidas entre los miembros y grupos de una determinada sociedad y los vínculos de obliga-
toriedad y voluntariedad que suponen dichas relaciones, destacando, no sólo el carácter material,
sino sobretodo moral y simbólico involucrado en los intercambios.
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10 En la obra ya citada, Mauss sugiere que el don consta de tres obligaciones: dar, recibir y
retribuir. Godelier reformula esta teoría, incoporando también la obligación de guardar el don
recibido (1998).
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La Comisión
Raimundo Silva: Mi primera señal de alarma sobre los procedimientos fra-
guados fue cuando yo era secretario de una fiscalía ante un Tribunal Oral.
Estaba participando de un juicio oral contra un albañil desocupado, padre
de familia que vivía en la zona oeste del Gran Buenos Aires, que se llamaba
RM. Éste fue detenido en el hall de la estación Constitución con cuarenta
ravioles de cocaína, otros tantos cigarrillos de marihuana y otros elementos
que lo comprometían como una persona que estaba transportando droga
con fines de comercialización. En este caso me llamó la atención el perfil
de la persona, que no tuviera antecedentes, un hombre mayor de cincuenta
años, padre de familia. Y cuando leí la indagatoria me llamó la atención lo
descabellado que era lo que decía con respecto a lo que había hecho.
(. . .) Yo estaba todavía sedado por el manto burocrático y pensaba que
esa era una estrategia de las tantas para eludir la situación procesal. 1 La
cuestión es que no se me prendieron las alarmas hasta el momento del
juicio oral. Llega el día del juicio oral y ahí se produce el cortocircuito con
el statu quo, porque RM cuenta su historia y ahí es absolutamente creíble.
Es una experiencia dramática. La cuenta, desde su drama, desde lo que
sufrió, desde lo que vivió. Cuenta que desesperado por la falta de trabajo
iba a San Cayetano con la esperanza de que alguien lo contratase en la bolsa
de trabajo. La mujer le preparaba con mucho esfuerzo un sándwich, dice
que tenía los dos hijos esperándolo y que cayó en la trampa policial. Que
nunca había tenido antecedentes. Cuando cuenta esto, uno de los jueces del
tribunal oral le pregunta si estaba solo. Y RM le contesta que “no, estaban
mis compañeros: el Uruguayo, el Cordobés y Poca Vida”. El juez le pregunta
si no conoce los nombres: “no, sólo sé que se llaman así”, dice RM. Entonces,
el defensor pidió que se intente localizarlos en la zona de Liniers, en la zona
de San Cayetano. Sólo ubican a Poca Vida, pero ¿por qué? Porque cuando
van a la Iglesia el padre dice que Poca Vida estaba preso por robo con
armas. Entonces, es muy sencillo para un Tribunal ubicar a un detenido y
lo citan para declarar. Al día siguiente, se presenta en el juicio oral. Ese es un
momento cinematográfico, porque en la sala, con toda la ornamentación y
la carga simbólica de una sala de un Tribunal Oral Federal, en un momento
se abre la puerta y entra un sujeto de no más de un metro cincuenta, pesaría
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La creación
En abril del 2000, Raimundo Silva elevó al titular de su fiscalía aquel primer
informe con los trece casos, sistematizando algunas de las modalidades más
comunes. Con el apoyo del fiscal titular, elevaron un oficio a la Fiscalía General
de Política Criminal y Servicios a la Comunidad de la Procuración General de la
Nación. Advirtieron sobre la “constatación incesante de procedimientos falsos
por parte de la PFA”, sugiriendo que la existencia de esa clase de procedimientos
debía ser alertada a todos los fiscales.
La Fiscalía General de Política Criminal y Servicios a la Comunidad era una
creación reciente en la época de los acontecimientos aquí relatados. Durante
la gestión de ese Procurador General, fueron creadas dos Fiscalías Generales
con el objetivo de incentivar un trabajo sistemático e integrado del Ministerio
Público Fiscal. Entre ellas, la Fiscalía General mencionada, desde la cual se
desarrollaron proyectos tendientes a la descentralización espacial del trabajo
de las fiscalías y a la centralización de los datos sobre los casos producidos en
una misma área 5. El objetivo era informatizar, por medio de un sistema único,
las informaciones de las causas y denuncias de cada fiscalía, a fin de institu-
cionalizar y sistematizar la circulación de la información que tradicionalmente
recorría los pasillos de Tribunales de forma personalizada.
En el contexto de esa política, llegó a la Fiscalía de Política Criminal el
oficio sobre los procedimientos fraguados. Dos empleados de esa dependencia
convocaron a Raimundo Silva para una primera reunión. En el encuentro, éste
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contó detalles sobre cómo descubrió esa modalidad en las causas de su fiscalía,
sobre la posterior recopilación de otros casos y sobre la sistematización de los
patrones de armado de ese tipo de procedimiento. La reunión resultó en dos
decisiones. Primero, enviar un oficio a todos los fiscales informando sobre la si-
tuación referida en el informe y solicitando que informaran a la Fiscalía General
sobre la detección de casos con patrones semejantes a los descritos. Esa decisión
también fue informada al Procurador General. Dos días después, el Procurador
envió un oficio a todas las Cámaras del fuero penal y al jefe de la PFA para
que tomasen conocimiento de la situación. La segunda decisión fue crear una
comisión de fiscales destinada a investigar ese tipo de casos, fundamentalmente
a través de la centralización de informaciones sobre los mismos.
La creación de una comisión de fiscales ad hoc con fines de investigación espe-
cíficos era una medida experimentada por la Procuración sólo en dos ocasiones.
La primera destinada a la investigación del robo y adulteración de medicamen-
tos. Fue constituida por un grupo de fiscales conocido como “Los Centauros”.
La segunda experiencia se vinculó a la violencia en el deporte y fue constituida
por la mayoría de los fiscales que habían integrado la comisión anterior. Ambas
respondieron a coyunturas particulares en que esos conflictos habían adquirido
visibilidad pública.
La nueva comisión fue bautizada como “Comisión Investigadora de Proce-
dimientos Policiales Fraguados”. Estuvo integrada por Raimundo Silva, en esa
época secretario de una fiscalía, y por seis fiscales de los fueros federal y ordi-
nario. Los nombres designados surgieron fundamentalmente de las sugerencias
de Raimundo Silva, a partir de su experiencia en Tribunales y de aquella ad-
quirida durante la investigación preliminar a la elaboración del primer informe.
El criterio orientador se basó en la elección de fiscales que fueran, en palabras
de una asesora de la Fiscalía General, “comprometidos y democráticos, pero al
mismo tiempo respetados y con ascendencia en la corporación”.
El objetivo específico de la creación de la Comisión fue sustentar institucio-
nalmente a la investigación iniciada por Raimundo Silva. Sería él quien centra-
lizaría la información e impulsaría la investigación y eventual denuncia sobre
los casos detectados. La Fiscalía General brindaría su apoyo formal dándole
entidad legal a través de la Resolución de creación y abrigando el asunto en el
ámbito institucional. Por su parte, los fiscales de la Comisión legitimarían la
intervención como una acción colectiva de miembros de la corporación.
La Resolución de creación fue aprobada a fines de junio del 2000, en el
ámbito del expediente administrativo iniciado para los asuntos relativos a esa
investigación. En ésta, se informó sobre la centralización de los casos en manos
de la Comisión y los nombres de sus integrantes. También se estableció la
presentación, en el corto plazo, de un informe con los resultados obtenidos.
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Éstos deberían ser enviados a las Cámaras del fuero penal, al Defensor General
de la Nación, al Jefe de la PFA y al Ministerio del Interior.
A lo largo de su existencia, la Comisión sufrió una serie de altas y bajas en
su composición. A partir de su creación en junio del 2000, los fiscales origina-
les fueron desistiendo de participar por diversas circunstancias y razones. En
diciembre de 2002, el Procurador General “re-fundó” la Comisión con cuatro
nuevos integrantes. Hasta esa resolución, en los meses anteriores, sólo contó con
dos miembros.
Durante el transcurso del trabajo, quienes más pudieron dedicarse a esta
investigación fotocopiaron expedientes, registraron y organizaron los casos en
diferentes carpetas y los sistematizaron en cuadros y estadísticas. Esa informa-
ción fue incorporada en los informes periódicos entregados a la Procuración y
divulgados entre las instituciones mencionadas.
El trabajo pasó por momentos de poca visibilidad y por otros de mayor expo-
sición pública. Pero, para octubre de 2004, el asunto había alcanzado bastante
repercusión pública y, sobretodo, gran visibilidad en el ambiente judicial. Fue
durante ese mes que Raimundo Silva asumió un cargo en el Justicia Federal de
la Capital Federal, cubriendo una de las vacantes liberadas por las renuncias
y destituciones anteriores (Capítulo 4). A partir de ese momento, la Comisión
continuó existiendo, pero sin mucha repercusión. Entre otros motivos comen-
tados por sus adherentes, porque, después de cuatro años de trabajo, la mo-
dalidad policial de los procedimientos fraguados investigados por la Comisión
había casi desaparecido o, por lo menos, decían otros, “deben haber cambiado
una truchada por otra”.
El trabajo
A partir de la Resolución de creación, la Comisión adquirió perfil institucional.
El trabajo inicial consistió en la sistematización de las características de los
casos detectados: nombre de los policías y dependencias involucradas, tipo de
delito imputado, cantidad de armas, droga u otros objetos secuestrados, las
decisiones judiciales tomadas (absolución, condena, archivo, elevación a juicio),
la cantidad de personas detenidas, entre otros datos.
Los casos llegaron a las manos de la Comisión a través de fiscales, defenso-
res y también de organizaciones de derechos humanos, así como de personas
que, estando en la cárcel, supieron de la existencia de la Comisión. Otra vía
adoptada fue la búsqueda de casos a través de los diarios. La investigación y
sistematización de casos ya identificados había demostrado que todos ellos eran
publicados en la prensa escrita, especialmente en los diarios especializados en
noticias policiales. Con ese dato, se buscó consultar día a día los diarios de
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La gestión político-administrativa
Esta actividad dependió en gran medida de las coyunturas políticas. Específi-
camente, fue acompañando las diferentes gestiones en la Jefatura de la PFA,
en la Secretaría de Seguridad Interior, en el Ministerio del Interior y en la
Procuración General.
6 Colaboré con esa búsqueda y sistematización, a través de la lectura de los diarios Crónica,
Popular y La Nación correspondientes a los años mencionados.
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presentaron en la Cámara con copias del informe, en ese entonces con cincuenta
y cinco casos sistematizados.
Raimundo Silva y el fiscal general sabían que la situación no los favorecía. La
mayoría de los diputados había manifestado su acuerdo con la ampliación de las
atribuciones policiales, apoyando no sólo la presión de la corporación policial,
sino también la opinión de otro grupo de fiscales, reconocidos por la defensa de
facultades policiales flexibles. En los días previos, los diarios informaban sobre
el consenso alcanzado entre los diputados y daban por segura la aprobación de
la reforma en su conjunto.
Ante ese cuadro, Raimundo Silva y el fiscal acordaron una estrategia mínima.
Sólo reivindicarían que no se modificase el artículo que exigía la presencia
de testigos civiles en las flagrancias. En la reunión, Raimundo Silva hizo una
extensa exposición de los casos de procedimientos fraguados, enfatizando que
la mayoría de ellos habían sido descubiertos a través de las declaraciones de
los testigos del procedimiento. Finalizada la presentación, el presidente de la
Comisión de Diputados les preguntó “¿qué era exactamente lo que querían?”.
La respuesta fue clara: “no al 198” (el artículo que modificaba la exigencia
de los testigos). La réplica no se dejó esperar: “de acuerdo, sacamos el 198 y
seguimos adelante con el resto”.
En los diarios del día siguiente, la reunión fue ampliamente comentada. Las
intervenciones de Raimundo Silva y del fiscal general fueron presentadas en
oposición a la reivindicación de la policía y del otro grupo de fiscales. El líder
de este último alertó a los diarios sobre las dificultades de la policía para con-
seguir testigos y declaró que “a pesar de que parezca esquizofrénico escuchar
fiscales opinando diferente, yo continúo pensando que la policía debe actuar sin
testigos”. 8
Ese mismo día la reforma fue aprobada por amplia mayoría. Las atribuciones
policiales habían sido aumentadas, reduciendo las situaciones en que los policías
precisarían de autorización judicial para intervenir. La publicidad de la reforma
enfatizó la atribución de más poderes a la policía. Sin embargo, en palabras
de Raimundo Silva, la reforma resultó “un cuerpo sin corazón”, ya que la no
presencia de testigos era una cuestión vital para la policía.
A partir de esa intervención de los representantes de la Comisión, su ac-
tividad ganó mayor espacio público, a pesar de no haberse transformado en
un asunto de rutina periodística 9. Hubo otro momento central en la gestión
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“¿Está en el horno?”
En septiembre de 2003, los integrantes de la Comisión acordaron en enviar
una copia del informe, ya con setenta y seis casos, a la Secretaría de Seguri-
dad Interior. Esa versión detallaba al final del informe los nombres de los jefes
policiales responsables por los procedimientos, que continuaban en actividad.
Algunos días después, el fiscal general de Política Criminal y un miembro de
la Comisión tuvieron una entrevista con el Secretario de Seguridad de ese en-
tonces. Con el informe en manos, el Secretario preguntó por la situación de
cada uno de los comisarios involucrados. Parecía que la preocupación por un
posible escándalo mediático en relación a altos jefes policiales había llegado a
los pasillos del Poder Ejecutivo. Al día siguiente de la entrevista, un pequeño
recuadro en un diario de circulación media anunciaba el pase a retiro de cuatro
jefes. Ante esa decisión, el destino de los comisarios quedó en las manos de la
Justicia.
Menos de un año después, la Secretaría volvió a contactar a la Comisión,
pidiendo un nuevo resumen con todos los policías involucrados en los informes,
con detalle de la situación procesal de cada uno. Mientras en la Secretaría
decidían el futuro de los policías, una funcionaria de esa oficina llamó a uno
de los fiscales para preguntar por la situación de un policía: “El comisario
CB, ¿está en el horno?”, preguntó la funcionaria. El fiscal permaneció unos
segundos en silencio: “¿¿¿si está en el horno???”. “Sí –explicó la funcionaria–,
si hay que dejarlo afuera”. El fiscal recordó los cuatro casos en los que intervino
el comisario y rápidamente respondió: “sí, sí, ¡está en el horno!”. A la semana
siguiente, la PFA publicó una Orden del Día anunciando el pase a retiro del
comisario CB y de todos los policías mencionados en la lista del informe.
El pase a retiro de los policías “en el horno” apuntó a excluir a aquellos
involucrados en los delitos denunciados. En cierto sentido, la imagen de la
hoguera remitía a una intención de purificación de la institución. Como el
sistema de sanción de los policías es administrativo, no exige un proceso de
defensa contra las acusaciones. Si estaban en “el horno” ya estaban quemados.
Por lo tanto, debían ser excluidos para que el sistema continuase funcionando.
La lista enviada por los fiscales a la Secretaría de Seguridad fue el resultado
de la iniciativa de impulsar causas judiciales contra los policías involucrados.
Esa estrategia se desarrolló en el marco de la gestión político-judicial adoptada
por los fiscales. Principalmente, a partir de sus intervenciones siguiendo causas
específicas.
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fiscal de derecha, conservadora, que le gusta más el shopping que ejercer el papel
investigativo”. Formalmente, la Comisión envió tres oficios aportando elementos
que contribuyeran para procesar a los policías. Reforzaron esto recordando
que el fiscal del juzgado federal anterior ya había pedido la indagatoria de los
policías.
Paralelamente al envío formal, el fiscal de la primera causa y otro fiscal del
fuero ordinario, ambos integrantes de la Comisión, se reunieron con la fiscal y
manifestaron su apoyo a la investigación. Sin embargo, en diciembre de ese año
la funcionaria pidió al juez el archivo de la causa. Argumentó que las pruebas
que llevaron a sobreseer a los acusados y el pedido de investigación de los
policías eran insuficientes para procesarlos. Los testigos coincidían en que “los
hechos habían sucedido de forma muy rápida” y, según la reconstrucción del
hecho, “la actuación de los policías coincidió básicamente con el relato de los
imputados en relación a la forma en que se desarrolló la detención”. En marzo
de 1999, el juez aceptó la solicitación y la causa fue archivada.
Los fiscales de la Comisión, preocupados con la causa, insistieron por medio
de varios escritos jurídicos para que ésta fuera desarchivada. Dos años después,
tuvieron éxito en su emprendimiento, cuando solicitaron que la causa fuera
derivada a otro juzgado. En éste se estaban reuniendo varios casos en que se
investigaba a policías de la Superintendencia Ferroviaria por los mismos delitos.
Esa estrategia había sido adoptada por los fiscales de la Comisión para avanzar
en las investigaciones contra los policías de forma conjunta y unificada.
El juzgado de esta “causa madre” era el “Z”. El juez titular, tiempo después,
fue denunciado por otro juez e indagado por el Consejo de la Magistratura
por haber beneficiado la situación procesal de dos policías acusados de tortura.
El secretario tenía reputación de “canero”, en el sentido de decidir mayorita-
riamente por la prisión de las personas detenidas por la policía. Sin embargo,
ninguno de ellos se encargó de la causa. A partir del momento en que la pri-
mera denuncia de investigación de policías llegó al juzgado “Z”, el secretario la
delegó a una instructora, con once años de experiencia en el fuero penal. “Esta
causa de policías es para vos”, le dijo el secretario, según su relato.
A partir de esa decisión, la instructora comenzó el trabajo de investigación
en la causa. Inmediatamente, el coordinador de la Comisión de Fiscales en-
tró en contacto con esta funcionaria, aprovechando que ya se conocían de la
Universidad. A través de los oficios de la Comisión, entonces, la instructora
fue reuniendo varias causas donde se investigaba a los mismos policías. Una
vez que juntó pruebas suficientes, citó a los policías para tomarles declaración
indagatoria.
Notificada esta decisión, comenzaron a recibirse en el juzgado llamadas de la
policía cuestionando la medida, aunque sin efectos en la resolución tomada. La
instructora me contaba que los abogados defensores de los policías interfirieron
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La gestión político-judicial
Como fue mencionado, paralelamente a la vía político-administrativa, el princi-
pal trabajo de la Comisión fue la intervención en las causas identificadas como
fraguadas y el impulso de causas contra los policías involucrados. Fue una tarea
delicada. Exigió el conocimiento personal de las relaciones al interior del mundo
judicial y entre éste y la policía. Un mapa de las tramas relacionales entre los
diferentes funcionarios para saber cuándo y cómo intervenir en las causas. Los
años de experiencia en las salas de Tribunales de los integrantes de la Comisión
se mostraron excelentes herramientas para saber conducirse entre esas tramas
de relaciones.
A partir de ese conocimiento adquirido, fue programada la estrategia de in-
tervención en el mundo judicial. En cuáles causas se intervendría, de qué forma,
con quién se presentarían. Todas esas decisiones dependieron en gran medida
de los actores de cada causa. La forma de intervenir adquirió básicamente dos
modalidades, no excluyentes. La intervención en la causa a través de denuncias
formales y el contacto por fuera del expediente. En gran medida, la elección y
la distinción sobre cómo intervenir se organizaron según la clasificación de los
funcionarios a partir de las categorías “garantistas” y “caneros”. A partir de ese
cuadro clasificatorio, se crearon expectativas sobre las posibles reacciones de
los funcionarios en relación a la intervención de la Comisión y a las decisiones
posteriores.
Al mismo tiempo, esa clasificación binaria fue puesta a prueba todas las
veces que los fiscales intervinieron, formal o informalmente, en las causas. El
secretario, me explicó que, seguramente, lo que había sucedido era que el juez se había olvidado
de firmar el acta de la declaración. Como esa firma corporiza la presencia del juez y del secretario,
sin ella sería formalmente imposible pasar por alto la ausencia del funcionario.
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testimonios e investíguese a los canas”. Otros que decían “sólo sumario ad-
ministrativo”. Esto también depende de las reacciones de los operadores.
Ahí podías ver ideológicamente hasta dónde llegaban los jueces. Pero lo que
sí veías era una reacción distinta del Poder Judicial ante algo que debía
suceder desde hace muchos años pero que empezaba a tener visibilidad.
L: ¿pensás que esos jueces que dicen que se investigue a los policías antes
no lo hubieran hecho?
A: no, pero no por principismo. No es que sean ogros, malos, hijos de puta.
Algunos son. A otros les gusta ser Quijotes, hacen quijoteadas, son muy
principistas. Y hay un gran cúmulo de grises, que te dicen: “mire, en la
medida que haya espacio y me lo muestre, está bien, pero no me pidas. . .”.
Es lo mismo: “yo no voy a trabajar 12 horas, voy a trabajar 8”. Hay tipos
que quieren trabajar 4, otros te dicen 8 horas todo bien, 12 no. Bueno, esto
es lo mismo. (. . .) Hay un tema de socialización también: “mire, si yo tengo
que empezar a ir contra la corriente y esto va a significar que no me van
a invitar más a las reuniones, que en la asociación de magistrados voy a
ser minoría, no voy a hacerlo”. Es un tema de reglas, “estamos todos más
o menos para este lado, yo no quiero salirme de eso, si la corriente más
o menos va para acá, yo no quiero perder los privilegios”, no es que sean
privilegios terribles, sino el privilegio de pertenecer.
L: y cuando se hace público y la corriente se mueve para el otro lado como
con la Comisión de fraguados ahí. . .
A: sin duda, sin duda, ahí es políticamente correcto, estar en un Tribunal
Oral y decir esto me huele a fraguado. Y “no soy un vanguardista, el del
Tribunal de al lado lo hizo, el otro lo hizo, por ahí no llego a pedirle la causa
a los canas pero a absolver llego”. Llegan a eso y eso yo creo que sí se ve.
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La ventaja de la oralidad
L: ¿cómo trabajabas en el juzgado con las nulidades que llegaban de la
policía?
Ex-secretario: con eso el procedimiento por escrito es mucho más tranquilo.
Digamos, el procedimiento oral es mucho más eficaz porque permite repre-
sentarte seriamente qué fue lo que pasó. Hubo un caso que fue escandaloso,
el primer caso de una gran nulidad. El policía hizo tareas de inteligencia
para identificar una familia de colombianos que vivía en un lugar y le pre-
guntaron cómo hizo: “toqué el portero y pregunté si era ahí”. Y era obvio
que. . .si vos sos un narco y te toca el timbre un cana y te dice: “señor, ¿ahí
viven. . .?” Era una cosa burda así, y el tipo lo terminó diciendo en el juicio
oral porque no estaba preparado, nadie le había preguntado nunca cómo
había hecho. Le rompieron el orto, terminaron los narcos absueltos y el tipo
en cana. Y antes en el procedimiento escrito ponías: “discretas tareas de
inteligencia me permitieron saber” y ya está. Y ahora el Tribunal te dice:
¿qué son discretas tareas de inteligencia? Y vos ahí tenés que decir: vino un
vecino, me disfracé de heladero, en fin, tenés que decir algo. . .
L: ¿en el procedimiento escrito no citaban a declarar a los policías?
Ex-S: no, en general entregaban por escrito. Una cosa es interrogar a un
testigo y que después vos alegues por lo que está escrito en el papel y otra
cosa es que el tipo declare y tengas de un lado al fiscal y del otro al abogado
defensor. El abogado defensor te va a tirar a matar en cuanto te contradigas
con algo o no recuerdes algo. Por escrito pones: “hice tareas de inteligencia,
seguimientos” y ya está. En el juicio oral, al contrario: ¿A quién siguió?
¿Cuando lo siguió? ¿Qué vio? Acá te vuelven loco, al Tribunal Oral tenés
que ir muy bien armado. Ese fue el gran cambio de la oralidad, que una
cosa es ver el expediente y otra cosa es tener a los tipos ahí.
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1 Para una descripción de las salas de los Tribunales Orales, ver también Sarrabayrouse (1998),
en la ciudad de Buenos Aires, y Renoldi (2003), en la ciudad de Posadas (Misiones).
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2 En este sentido, ese mecanismo parece oponerse a aquel apuntado por Michel Foucault como
propio de la técnica de la indagación (enquête), en tanto esta última cuenta con una serie de
mecanismos que procuran “saber quién hizo qué cosa, en qué condiciones y en qué momento”
(Foucault, 1995:79).
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La presencia
Abogada penalista: Lo paradójico es que las instrucciones escritas, inquisiti-
vas, tienen por fundamento la idea de que son más seguras, menos fraguadas,
porque está todo escrito, todo refrendado, todo en actas. Y los fraguados
lo que mostraron es cómo vos podés refrendar y poner en acta un hecho
totalmente falso y que nada. . .como todo el mundo está mirando las forma-
lidades y dice “Ante mí”, nadie va a preguntar, ya viene, si está dado en el
expediente, está dado en el mundo, ya existe, no voy a preguntar por eso,
no voy a hacer más averiguaciones. Cuando la policía escribe las actas y
pone testigos que son todos falsos, por qué le crees a eso y no le crees a un
tipo que te viene a hablar.
L: ¿en el juicio oral esa lógica es diferente?
A: sí, la lógica es diferente: vos ponés el cuerpo, además no hay delegación,
están el fiscal, el defensor y el juez jugándose sus cargos, todo el tiem-
po, ponen el cuerpo de una forma distinta a estar escondidos atrás de un
expediente. Hay mucho más compromiso puesto en la interacción, en tus
palabras, en las cosas que estás mostrando. Los acuerdos a los que llegás
son mucho más comprometidos que si no te veo nunca, no te conozco. (. . .)
Que el juez y las partes estén en un lugar distinto para entender cuando
el testigo está diciendo algo y se está poniendo nervioso, tartamudea, se
contradice, es distinto a que se lea un acta del testigo, que la escribió otro
tipo, que tiene otra idea en la cabeza y que por más que te digan algo, yo
escribo más o menos lo que yo quiero.
La presencia física fue el principal aspecto marcado por los agentes para
caracterizar la diferencia entre la lógica escrita y la oral. Por un lado, la pre-
sencia de los agentes judiciales, representando su papel y “poniendo en juego”
su desempeño. Por otro, la presencia del acusado y de los testigos.
En oposición al expediente escrito, la audiencia oral permitió reincorporar
a la persona, anteriormente “escondida atrás del expediente”, sobretodo, de-
trás de la trascripción realizada por un tercero. La presencia personal en las
audiencias implicó una contextualización del discurso. Ofreció la posibilidad de
que ese discurso sea indagado, retrucado o reforzado, en el momento mismo
de su producción. De esa forma, lo que en la producción escrita aparecía como
un producto cerrado y autorizado, en la oral era una construcción que podía
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3 Las afirmaciones aquí expuestas en relación a las diferencias entre las lógicas escrita y oral de
comunicación me fueron sugeridas por la lectura de “La domesticación del pensamiento salvaje”
(1988) del antropólogo británico Jack Goody. En él, Goody analiza los cambios producidos en
las formas de comunicación y de producción del conocimiento a partir de la introducción de
la escritura. Destaca que ese cambio no se trata de un quiebre con la forma oral, sino de un
proceso de coexistencia donde cada técnica de comunicación otorga posibilidades diferenciadas.
Por eso, enfatiza que la escritura no es, ni el simple reflejo del habla, ni la simple transcripción
y fijación en el papel de la palabra oral, sino que la escritura transforma lo que fue hablado, así
como las formas orales. Goody identifica como características propias de la escritura a procesos
tales como abstracción, descontextualización, formalización y despersonalización de la información
transmitida (1988:26). Por eso, para Goody, la escritura posibilita una distancia que favorece una
relación más abstracta y generalizada con el producto creado (1988:160).
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Como vimos a partir de la cita anterior de una secretaria, no todos los agentes
concuerdan con que todos los acusados digan “que son inocentes y que la policía
les armó el procedimiento”. Aunque contrarias en esa apreciación, las opiniones
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4 La entrevista con esa defensora fue realizada después de acompañar el juicio oral del caso
contra C&B, en el cual ella actuó como defensora oficial de ambos. Ese caso integró el informe de
la Comisión de Fiscales Investigadora de Procedimientos Policiales Fraguados.
5 Es el tiempo aproximado de demora para las audiencias del debate.
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El cuerpo de la policía
Ex-fiscal: Cuando empezó a funcionar el juicio oral, los jueces de Tribunal
Oral que venían del Poder Judicial empezaron a descubrir en los juicios
orales a una policía de muchas mentiras. A veces mentiras sin sentido. Por
ejemplo, yo tuve un caso en un juicio oral donde agarraron a dos tipos
que estaban intentando robar un auto. Lo que ocurrió es que los policías
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El oráculo
El proceso penal argentino fue definido como un sistema que busca “descubrir
la verdad”. Una de las tareas para esa misión es individualizar a los autores
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Lo trucho y su técnica
En noviembre del 2005, la Secretaría Nacional de Cultura organizó en Buenos
Aires un “Ciclo de Debates sobre Temas Argentinos”. El primero de ellos estaba
dedicado a “Lo trucho”. La iniciativa de la Secretaría presentaba lo trucho como
un trazo de la cultura argentina. En la presentación, el secretario, un famoso
sociólogo argentino, explicó que “partimos de la hipótesis de que nuestra cultura
se ha deteriorado gravemente en los últimos veinte ó veinticinco años (. . .) El
primer panel sobre lo trucho es un modo de entrar –a través del lenguaje– a
una problemática muy seria, la deslegitimación de la ley. Si yo digo que me
mandé una truchada, la connotación es simpática, de picardía, de viveza. Está
ocultando un problema mucho más serio que es la violación, el no cumplimiento
de la ley. Por eso, la importancia de la palabra que se observa”.
Entre otros dos panelistas, la antropóloga Sofia Tiscornia fue invitada para
hablar sobre lo trucho. En su exposición discutió la perspectiva propuesta por
la Secretaría. Sugirió que “lo trucho es un efecto de la ley, no una desviación
de la ley. Ser trucho y hacer truchadas no es pararse de frente, impugnar
la ley. Antes bien, es enfrentarla agachándose, burlándose, haciendo trampa”
(Tiscornia, 2007) 1.
Trucho es un término popularmente usado en Argentina. Según me consta,
en el año 2004, este término y sus derivados truchada y truchar fueron incor-
porados en una reedición del Diccionario etimológico del lunfardo, de Oscar
Conde. Según ese diccionario, significa “falso, fraudulento”. En este sentido,
trucho se refiere a algo postizo, no genuino, pero que imita las característi-
cas del original. Un CD es trucho cuando es una grabación ilegal del original.
Un billete es trucho cuando es moneda falsa. Una firma es trucha cuando una
persona imita la firma de otra.
En el uso local, la palabra trucho tiene un plus de significado. No es única-
mente falsear o imitar un original. Es hacerlo con astucia. Exige dominar las
reglas de lo que fuera el original para poder imitarlo, para simular con éxito.
Así, no sólo las cosas son truchas. El término puede ser usado también para
referirse a una persona: “Fulano es un trucho” o “¡Que trucho que sos!”.
Cuando llamamos a una persona de trucha queremos decir que hizo una cosa
por otra, que en el fondo debía hacer las cosas de una forma y las hizo de otra.
1 En 2007, la Secretaría de Cultura publicó las exposiciones del panel mencionado.
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Lo trucho y la escritura
Recuerdo que, cuando estaba cursando la carrera de Antropología en la Univer-
sidad de Buenos Aires, un asunto recurrente en las charlas con mis compañeros
era bromear sobre la técnica de evaluación de los profesores. Pensábamos que
cuántas más páginas tuviera un trabajo, mejor sería la nota. Estábamos seguros
que el tamaño del trabajo era un punto a favor, más importante, tal vez, que
el contenido. Inclusive, sospechábamos que algunos profesores ni siquiera leían
los trabajos. Una mirada superficial y el peso eran suficientes para aprobar o
desaprobar el trabajo. Cosas de estudiante.
Sin embargo, esa sospecha fue especialmente comentada durante una disci-
plina en que la profesora exigía la entrega de trabajos semanales. Sistemática-
mente los devolvía sin marcas ni correcciones. Sólo un visto. Un compañero,
atrevidamente, quiso comprobar nuestras sospechas. Escribió un trabajo final
y en el medio del texto insertó el relato de un partido de fútbol: “Siguiendo a
Max Weber, Geertz entiende que el hombre es un animal amarrado a telas de
significado que él mismo tejió. En ese sentido, define la cultura como siendo
esas telas y su análisis (1989:4). El domingo pasado, Boca venció a River por
tres a dos. El partido fue un juego duro. Los jugadores del Azul y Oro hicieron
un buen trabajo, gracias a las orientaciones del nuevo director técnico. Los dos
goles de López fueron coronados por un penal de Batistuta. De esa forma, el
concepto propuesto por Geertz es semiótico. En ese sentido, la etnografía no
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sería una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa
en busca del significado”. El trabajo continuaba con las historias de Cohen, el
jeque árabe y las ovejas. La nota fue diez. Todos pensamos que la trampa había
pasado.
Cuando comencé a investigar temas vinculados a la policía y a la Justicia me
acordé mucho de esta historia. La sensación de impunidad ante cierta descon-
fianza en el funcionamiento del sistema. Las cosas andaban. Tenían una rutina
que las volvía mecánicas, reproducibles por su forma y no por su contenido.
Respetando las formas, el sistema funcionaba.
Al tiempo de investigar en esa área, fui conociendo diferentes modalidades
de lo trucho. En el año 2001, acompañé una investigación judicial contra una
brigada de una comisaría por cobro de cánones. La investigación reunió un
conjunto de Órdenes del Día emitidas por la Jefatura de la Circunscripción
correspondiente a esa comisaría. Buena parte de ellas estaba destinada a in-
centivar la productividad del trabajo de los policías:
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2 A su vez, las dos investigaciones demostraron las posibilidades que existen para el develamiento
de las irregularidades del sistema, cuando se organizan estrategias tendientes a ello, así como
cuando existen coyunturas favorables y personas y/o grupos dispuestos a emprender esa tarea.
3 En este sentido, propongo una lectura diferente a la propuesta por Goody. En el trabajo ya
citado, este autor destaca que la técnica escrita actúa como un instrumento analítico que permite
la crítica y la reflexión analítica posterior. En cambio, en la oralidad –dice– el proceso crítico es in-
hibido y dificultado, a través de la retórica, la locuacidad, los trucos, que facilitan la manipulación
del público (1988:58-62). En mi opinión, en el caso de las formas de comunicación judiciales aquí
analizadas, la técnica escrita demostró más resistencia al análisis crítico y la revisión posterior,
quizás, porque como el propio Goody señala, en la escritura existe una única versión autorizada
(1988:212).
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Lo trucho y la oralidad
Trucha, en su declinación femenina, tiene también otro significado. Es el nombre
de un pez y, en relación a tal, es usado en determinados contextos para referirse
a la boca. Cuando una persona queda pensativa y boquiabierta, o bien cuando
habla mucho se suele decir “¡cerrá la trucha!”.
En el caso analizado en este trabajo, hablar o abrir la boca fueron percibidos
como una forma de control judicial sobre la policía. Lo trucho funcionaba bien
en la etapa escrita, pero fue denunciado cuando se expuso en el juicio oral.
Esa denuncia puso de manifiesto un intersticio del sistema que anteriormente
permitía burlarlo, trampearlo.
De esa forma, la introducción de un cambio en el sistema alteró las rutinas
de los agentes y las formas de procesar las informaciones. La oralidad los obligó
a exponer su cuerpo, sus gestos y su oratoria de forma innovadora en relación
a la lógica escrita. Ese movimiento del sistema permitió, en la visión de los
agentes judiciales, reducir “el espacio para la truchada”.
Lo trucho y la policía
No siempre lo trucho se usa para objetivos considerados ilegales o ilícitos. Es,
más bien, una provocación de las exigencias de un sistema legal que no es fruto
del consenso, sino de una ley impuesta exteriormente, resultado de formulacio-
nes especializadas jurídica y legislativamente (Kant de Lima, 2000). Pero que es
también una fuente de sospecha, de arreglos secretos y excluyentes (Tiscornia,
2007; Kant de Lima, 1995).
Como señala Sally Falk Moore (1977), la Justicia necesita que otras ins-
tituciones la alimenten de casos. La PFA hace ese trabajo en el espacio de
autonomía entre el Poder Ejecutivo, del cual depende, y el Poder Judicial, con
el cual trabaja (Kant de Lima, 1995). Cumple las órdenes políticas del primero
y las exigencias burocráticas y formales del segundo. En este trabajo, vimos
que, en la visión de los agentes judiciales, el dominio por excelencia de la policía
era el espacio de la calle. En él, ésta tenía autonomía suficiente para elegir el
material que presentaría ante el sistema.
En las charlas con muchos agentes judiciales sobre su relación y percepción
sobre la policía, éstos mostraron una posición ambigua. Por un lado, demar-
caron la ocupación de posiciones sociales diferentes. Enfatizaron, no sólo la
distinción de papeles, sino también las diferencias socioeconómicas entre unos
y otros. Desde esa perspectiva, los policías pertenecían a la calle y los “ju-
diciales” al juzgado. Y estos dos espacios fueron presentados como dominios
separados, cada uno con reglas propias. A propósito, un secretario me decía
que ellos sólo procesaban lo que les llegaba de la policía, porque “nosotros no
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Se terminó de imprimir en Udaondo 2646, Lanús, Pcia. de Buenos Aires en julio de 2008.
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