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ACOMPAÑAR, TRANSITAR, AMAR

Cuando desgastarse vale la pena

Soy el último de la cola de siete hermanas y hermanos en cumplir 50 años. Es una edad
significativa para cualquiera, ya que suena como mucho y a pasar a otra etapa, aunque uno
sienta que no pasó tanto y que todavía sigue en danza.

Para mi familia es una cifra muy significativa y, atravesarla es signo de que aún nos queda mucho
para dar en este mundo.

Como familia, compartimos algunas condiciones fisiológicas o clínicas que, en este tiempo, me
ayudan a reflexionar. Un poco es la cercanía del cumpleaños, pero sobre todo la fragilidad de mi
madre de 92 años y de mi hermana mayor. Estos tres eventos me ayudan a repensar mi vida y
opción misionera revelando tres actitudes que, a mi entender, describen lo que es la misión hoy.

En primer lugar, y por eso tan significativa la edad de 50 años, mi padre murió a esa edad de un
infarto masivo. Yo era muy pequeño, pero me contaron sobre su generosidad y cariño para con
todos. En mi caso, entre las expresiones de cariño, él era el que me acompañaba al Jardín de
Infantes tanto para llevarme como para traerme hasta el día en que fue mi hermana Batty a
buscarme. Ese día, cuando llegamos a la casa no entramos, sino que fuimos hacia el fondo del
patio donde mi hermana mayor me explicó tiernamente que papá había muerto.

Mi madre, en cambio, todavía vive con 92 años y sobreponiéndose a cualquier problema de


salud o emocional que pudiera aparecer. Con la misma fortaleza con que asumió la muerte de
su compañero y padre de sus hijos e hijas, enfrenta los achaques de su vejes y, aunque cansada
sigue adelante.

También mi madre fue la que me acompañó en diferentes momentos de mi vida. Recuerdo


cuando era el único que quedaba en la escuela primaria, ella me llevaba hasta la parada del
colectivo. Ante una enfermedad, por la cual necesité un tratamiento de un año, todas las
semanas me llevaba hasta el hospital recorriendo toda la ciudad dos horas de transporte de ida
y dos horas de vuelta más una hora del tratamiento. De distintas maneras y a su manera me ha
acompañado en decisiones y opciones tomadas. Hoy es ella la que necesita ser acompañada.

También he experimentado y experimento el hermoso y, al mismo tiempo sufrido arte de


acompañar y ser acompañado. Acompañar familias, personas, amistades, procesos en
diferentes lugares y situaciones, al igual que dejarme acompañar. Siento que es más fácil
acompañar a otros/as que dejarme acompañar. Cuando uno acompaña, siente cierto placer al
hacerlo porque puede estar al lado de los demás en un momento necesario. En cambio, cuando
uno se deja acompañar, se siente vulnerable, frágil y no siempre nos es fácil.

Un primer dato, entonces, que compartimos es la vida transitada entre lo intenso pero efímero
y la longevidad sabia. Danzando entre estas dos posibilidades, intentamos vivirla con intensidad
y sabiduría. Estas cualidades se forjan en el arte de acompañar a otros/as y en la hermosa y difícil
experiencia de dejarse acompañar.

Otra característica clínica, que arrastramos a lo largo de las generaciones, son problemas en el
área digestiva e intestinal. Cinco personas de mi familia son celíacos declarados, otras
experimentan como su zona frágil y caja de resonancia de la somatización todo lo que implica el
tránsito digestivo, a cuatro de los hermanos nos han detectado y quitado quirúrgicamente
pólipos y uno de los casos fue previniendo un cáncer, mi madre ha sufrido de hemorragias
gástricas, u contamos con el antecedente de mi abuela paterna que murió de cáncer de colon.

Muchas veces recurrimos a la imagen de la digestión para hablar de diferentes situaciones: “Este
tipo no me lo trago”, “estas situaciones son difíciles de digerir”, “actitudes como estas me dan
ganas de vomitar”, “uno se traga cada sapo”, “me revuelve el estómago cada vez que hacen
esto”. También lo utilizamos para insultar cuando queremos indicar que alguien nos traicionó y
que algo o alguien nos importa poco. Hablamos de digerir la historia, las injusticias. Lo decimos
cuando algo debe ser pensado o discernido y expresamos que debemos rumiar un poco más. Lo
que no nos queda claro es algo que debemos masticar.

Sentimos que nos atraviesan muchas cosas cada día, y muchas de nuestras emociones acusan
recibo físicamente en el trayecto que va de la garganta a los intestinos. La boca del estómago es
capaz de expresar tanto angustia como alegría. “Me duele el estómago de reírme” decimos. La
acidez acompaña muchas veces lo nervios que nos hacen atravesar ciertas situaciones.

Esta condición me hace pensar en el “transitar”. Transitar situaciones, angustias, luchas,


alegrías, procesos, etc. No siempre es fácil dejar que las cosas fluyan. Se presentan obstáculos,
no logramos asimilar lo que nos nutre, nos desangramos en la cotidianidad, nos debilitamos, nos
vaciamos quedando muchas veces sin fuerzas. Otras veces lo que nos atraviesa nos fortalece y
nos hace sentir que vale la pena nutrirse con lo que la vida nos presenta.

Los alimentos que nos brinda la naturaleza necesitan nutrirse del agua, la tierra, el aire, el sol
para poder ofrecerse como alimentos a otros seres. Deben asimilar los minerales, hacer su
fotosíntesis, y vivir el proceso de dar fruto para, luego entregarse. En este proceso, se encentran
muchas veces con el sufrimiento que provoca la contaminación del agua, del aire o de la tierra,
pero siguen luchando por crecer para poder ser alimento de otros. Se dejan empapar por la
lluvia, fecundan la misma tierra que las cobija, no resisten al viento o u otros seres que llevan
sus semillas para fecundar otras tierras y alimentar a otros compañeros de la creación. Para
poder convertirse en alimento nutritivo, aceptan desprenderse de su tallo, aquel que los
sostenía y alimentaba. Se dejan comer, masticar, triturar y transitan el largo camino de
convertirse en vitaminas, minerales y nutrientes para la vida que los recibe. Aquel que los recibe
necesita asimilar sus propiedades y dejar ir todo aquello de lo que necesitamos desprendernos.

Este proceso vivido por los alimentos me hace pensar en nuestro compromiso de formadores y
nuestra opción de vida misionera. Queremos nutrirnos de la historia, los encuentros, los afectos,
y todo aquello que nos ayuda a crecer para entregarnos como alimento a los demás. Muchas
veces sentimos el peso de la contaminación manifestada en la destrucción de la tierra, las
injusticias, la violencia, relaciones que dañan y matan, el consumismo que nos consume, etc. Sin
embargo, seguimos luchando por crecer y entregarnos. Nos animamos a dejarnos llevar por el
viento del Espíritu hasta donde podamos darnos como alimento. Deseamos transitar por la vida
de los pueblos y las personas dejándonos llevar, masticar, ofreciendo nuestros nutrientes a
quienes nos reciben. Aceptamos con alegría que tomen de nosotros/as aquellos que les da vida
y dejen ir lo que no necesitan. También nosotros/as nos dejamos alimentar por las vidas de los
otros/as.

Miro a mi hermana mayor, hoy débil por años de celiaquía sin ser diagnosticada, su interior no
logra asimilar los alimentos, su corazón se enferma por falta de nutrientes, su peso bajo no logra
sostener todo el funcionamiento del organismo. Sin embargo, sigue luchando como toda su vida.
Quizá su enfermedad sea signo de una vida entregada totalmente a ayudar a otros/as a transitar
la vida. Ha acompañado el transitar de 10 hijos, hoy ya hombres y mujeres adultos; ha
acompañado el transitar de comunidades con su testimonio misionero y compromiso social; ha
acompañado a muchos/as en procesos educativos ayudando a salir del analfabetismo; ha
acompañado a su marido a transitar sus locuras y a cada uno de sus hijos e hijas en sus proyectos.
Muchos años de entrega a los otros/as, ofreciéndose como alimento, y olvidándose de sí misma.

Al igual que todos nosotros, hoy necesita aprender a dejarse acompañar, cuidar y ser alimentada
por otros/as. No me refiero a que esté impedida, porque gracias a Dios se va recuperando, pero
si a que necesitamos aprender a dejarnos cuidar, a que otros nos guíen en el transitar la vida, a
dejarnos mimar por los demás. Esto es esencial en quienes dedican su vida al servicio de los
demás, balancear la entrega con la capacidad de dejarse apapachar.

Una tercera condición clínica que arrastramos es el hecho y también fantasma que papá murió
joven de un infarto masivo, es decir su corazón explotó o colapsó de repente mientras dormía
la siesta. Mamá, en cambio, goza de un corazón muy sano y fuerte, seguramente signo de su
fortaleza para enfrentar la vida y las vicisitudes por las que tuvo que transitar a lo largo de los
años. Mi hermana mayor hoy tiene su corazón enfermo, ya que su cuerpo desgastado
necesitaría un corazón más fuerte para sostenerlo y lucha para lograrlo. Mi otra hermana
convive con un prolapso de válvula mitral desde hace varios años. A mí me han descubierto
cierta arritmia desde que sufro de la tiroides.

El corazón es la máquina que nos mueve, es el motor que nos permite transitar. No es eterno,
se gasta tarde o temprano. Es también la sede de nuestras emociones y de la capacidad de amar.
Es símbolo de la entrega y de la energía que ponemos a las cosas.

Solemos recurrir al corazón para expresar muchas actitudes: “poner el corazón”, “me tiene con
el corazón en la boca”, “tiene buen corazón”, “casi me infarta con lo que hizo”, “me late el
corazón cuando tú estás”, “no tienes corazón”. Muchas son las expresiones “cardíacas” para
hablar de aquellos/as que aman, como así también de quienes no tienen buenos sentimientos
para con los demás.

Así como vivir, amar desgasta. Gastar la vida amando es algo que nos enorgullece, aun cuando
el cansancio se haga presente. No creo que mi padre se haya arrepentido de formar la familia
que logró, aun cuando su corazón le haya dicho basta muy temprano. Tampoco mi madre se
arrepiente de haber sido fuerte, aun cuando el dolor la haya atravesado a lo largo de los años.
Mi hermana mayor no reniega de haber sido la madre que es, aun cuando el descuidarse a sí
misma hoy le pase factura. Tampoco mi hermana Batty reniega de estar todo el tiempo
preocupada por cada uno/una de la familia y de tender lazos de comunicación entre unos y
otros. Yo tampoco me quejo de elegir un camino de entrega, aun cuando caiga en arritmia, es
decir, cuando los ritmos de lo que uno da y lo que uno necesita vayan desparejos, por momentos
se aceleren y por momentos se hagan lentos, pero en constante movimiento.

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