cama, tú misma, por mi largo deleite venturosa, cuántas palabras dichas entre tantas velas y un asedio que aumenta ya sin luz; ahora, con sus senos desnudos sobre mí –la túnica abierta con tardanza–, ella combate. Luego, sus labios separan mis párpados casi dormidos y dice, encima, ¿estás cansado?
Qué diversos abrazos de los cuerpos enlazados,
sus besos –cuántos– demorándose en mis labios. “No conviertas a Venus en una ciega que anda –los ojos son guías del amor–, Paris tomó desnuda a Helena al salir de la cama del marido y Diana mordió el anzuelo: el cuerpo desnudo de Endimión.” –así es el cuento.
Mientras nuestros destinos se cruzan: llenemos con amor los ojos,
viene sobre ti una larga noche y un día en que el día ya no llega. Que los dioses nos aten con cadenas irrompibles para el día.
Loco es quien a la locura de amor pone término,
el sol guiará un corcel de sombras, la tierra dará trigo en campo de cebada, las aguas volverán hacia la fuente antes que amor escuche a la prudencia –el pez nadará en un río desierto. No, mientras sea, no dejemos caer el fruto de la vida.
Ya seca, la guirnalda suelta pétalos
y con sus tallos tejen cestas. Hoy respiramos otro hálito, el aliento de los amantes, mañana, cada quien en su celda, habrá de encerrarnos el destino.
Diste todos tus besos
y tan pocos besos diste.
No puedo pasar a otro mis penas
–las que ella me causa traen la muerte, si me regala noches como ésta hace de mis días años, y si me diera otras seré Dios mientras la noche dure.