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MOSTRAR LA EXISTENCIA DE DIOS DESDE LA FE

El misterio de Dios Trino ha padecido de olvido ya desde el siglo pasado frente a las tendencias
modernas y actuales de pensamiento y vida que han puesto en la cima de la jerarquía de prioridades
de nuestra época el progreso, entendido desde el ámbito de lo material, lo positivo, lo técnico y lo
pragmático; a este respecto las intervenciones del Magisterio de la Iglesia en los dos últimos
concilios lo constatan1.
Sin embargo, pese a la tendencia creciente en la actualidad que difumina y relega la
dimensión religiosa y espiritual de la persona, la teología católica, especialmente la antropología
teológica afirma que el hombre es capaz de Dios, aún más, afirma que el hombre no solo es capaz
de Dios, sino que tiene sed de Dios por haber sido credo por Él y para Él, colocando así la
comunión con Dios en el centro de la vida del hombre como la relación crucial que orienta toda su
vida, como su vocación más alta (Cfr. CEC, n. 27).
El hombre es un ser religioso, así lo constata la historia misma en la que de múltiples
maneras los hombres de todos los tiempos han expresado de variadas formas su búsqueda de Dios
y la historia es prueba irrefutable de ello, y aunque el hombre pueda olvidarse o rechazar a Dios,
como de hecho sucede, por diferentes motivos que en último término son confusión, Dios nunca
deja de llamar al hombre (Cfr. CEC, n. 28). En este deseo de Dios por parte del hombre puede
entreverse un doble itinerario complementario, por un lado, está la búsqueda de Dios emprendida
por el hombre, implicando en ello su ser entero, y, por otro lado, y en el principio, un itinerario de
Dios hacia el hombre, pues el hombre no buscaría a Dios si no fuese porque Dios mismo ya le está
buscando2.
Ahora bien, en cuanto a la búsqueda de Dios por parte del hombre, la filosofía y las ciencias
nos habla de múltiples vías de acceso a Dios a través del mundo material, al reflexionar sobre el
movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y la belleza del mundo, así como del origen
y fin del universo; y la misma persona humana es evidencia de ello en su apertura a la verdad y la
belleza, sentido del bien moral, libertad y la voz de su conciencia, pues ahí se perciben signos de
su alma espiritual. En todo ello el hombre y el mundo atestiguan que no tienen en sí su primer
principio o su fin último (Cfr. CEC, n. 33-35), tal y como han sido plasmadas a lo largo de la

1
Cfr. MATEO Seco Lucas Francisco, DIOS UNO Y TRINO, Ed. EUNSA, Navarra 20092, p. 359
2
Cfr. Ibíd. pp. 391-392.

1
historia del cristianismo, ahora bien, la teología no pruebas no en el sentido positivo de las ciencias
modernas que demuestren la existencia de Dios, busca argumentos convergentes que permiten
obtener certezas que muestren su existencia (Cfr. CEC, n. 31).
La Iglesia sostiene, tal como se ha descrito anteriormente, que Dios puede ser conocido por
el hombre a través de la luz natural de la razón (imprescindible para poder acoger la revelación)
pero debido a las dificultades que entraña este camino (Cfr. CEC, n. 36) y a que Dios no puede ser
reducir a un mero objeto, sino que él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en las relaciones
persona a persona (Cfr. Lumen Fidei, n. 36) , el acceso a Dios necesita de la luz de la revelación
que Él hace de sí mismo y que el hombre acoge por la fe (Cfr. CEC, nn. 37-38) para poder tener
un conocimiento superior al que puede proporcionar la razón, pero sin prescindir de la
razonabilidad que esta da al asentimiento de la misma fe.
Se desprende de lo anterior y podemos comprender que la teología, que es propiamente la
ciencia de la fe (don de Dios que se realiza en el pensar con el asentimiento de la voluntad) procede
a la luz de un doble principio metodológico: el auditus fidei y el intellectus fidei, con el primero
asume los contenidos de la Revelación tal y como han sido explicitados en la Tradición, la Escritura
y el Magisterio y con el segundo, la teología quiere responder a las exigencias propias del
pensamiento mediante la reflexión especulativa en donde implica el saber que le proporciona la
filosofía y las mismas ciencias positivas(Cfr. Fides et ratio, n. 65).
El punto de partida de la teología como ciencia de la fe al referirse a Dios es siempre la
Palabra de Dios revelada en la historia (Auditus fidei) (Fides et ratio, n. 73), es por ello que a la
base de toda reflexión teológica de la Iglesia está la conciencia de ser depositaria del mensaje de
Dios, la Iglesia es consciente de que el conocimiento que propone al hombre no proviene de ella
misma, sino de Dios que se nos ha querido dar a conocer, de hecho, nuestro ser como creyentes
tiene su origen en un encuentro único en su género, en la encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo
(Fides et ratio, n. 7). Este es el conocimiento peculiar de fe y se basa en el hecho mismo de que
Dios se revela (Fides et ratio, n. 8).
Así la teología se apoya en la razón y las pruebas que da en torno a la limitación del cosmos
y del mismo hombre y la necesidad de un Ser necesario y encuentra su coherencia y sentido pleno
dentro de la revelación, en sí misma no busca demostrar la existencia de Dios, sino que la acoge y
busca mostrar cómo es precisamente en Dios que el todo encuentra su sentido, su principio y fin y
hace accesible al hombre el misterio al mostrarlo como razonable.
2
Por último hay que decir que la revelación sobrenatural de Dios confirma el conocimiento
natural que de él podemos tener, le da mucha mayor profundidad y hace que todos puedan conocer
la existencia de Dios con facilidad, con firme certidumbre y sin mezcla de error, y la teología, al
partir de la Revelación, al acogerla en la fe con la confianza plena en Aquel de quien procede, sabe
que el misterio de Dios es secreto y grande para el hombre, lo cual no implica que sea una realidad
inaccesible al conocimiento humano, pero sí, que no se puede conocer a Dios conceptualmente en
su misma esencia como podemos conocer las cosas concretas, por tanto, aunque hay una
trascendencia del hombre hacia Dios y puede ser constatado dicho anhelo, a pesar de que Él mismo
se nos da, en sí mismo es un misterio. En sí mismo, dice Rahner, Dios no es demostrable, sino solo
mostrable como el “hacia dónde” del hombre.

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