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Modernidad, tradición y alteridad.

​La ciudad de México en el cambio de siglo (XIX-XX)

Claudia Agostoni, edición

Elisa Speckman Guerra, edición

Primera edición, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001

342 páginas | Historia Moderna y Contemporánea 37

ISBN 968-36-9309-1
PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

Al cambio de siglo, tanto gobernantes como grupos particulares se es-


forzaron por transformar la organización política, la economía, la so-
ciedad, la fisonomía y el espacio de la ciudad de México, así como las
ideas, la sociabilidad, las costumbres, los hábitos e incluso la vesti-
menta de sus habitantes. En otras palabras, la urbe se convirtió en el
blanco de sus anhelos modernizadores o en el sitio que eligieron para
implementar las instituciones, las experiencias y las prácticas que con-
sideraban como modernas, pues deseaban que la capital se convirtie-
ra en escaparate del progreso de la nación.
Para los hombres de la época, modernidad involucraba una serie
de transformaciones. En el plano político, lo moderno eran las institu-
ciones y las ideas propias de la doctrina liberal, tales como el consti-
tucionalismo, la división de poderes, el sistema electoral, la represen-
tación política, la igualdad jurídica y la garantía de los derechos
individuales. Los legisladores porfiristas tomaron en cuenta estas
premisas al momento de expedir leyes, pues éstas no podían entrar
en contradicción con los cuerpos legales que habían sido redactados
durante los gobiernos de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, y
que respondían al espíritu liberal. Lo que no resulta tan claro es si tanto
la legislación heredada como las nuevas medidas fueron realmente
aplicadas o si, por el contrario, no eran respetadas en la práctica. Si
bien no coincidimos con la visión que presenta al porfiriato como una
etapa de sistemática violación de las leyes, pues creemos necesario ma-
tizar esta concepción, es un hecho que, en algunas cuestiones, sobre
todo de índole política, sí se nota un alejamiento. Así, por ejemplo,
cotidianamente se violaban los derechos individuales, o bien, preva-
leció la ficción electoral.
Intelectuales e ideólogos del régimen justificaron la distancia nor-
ma-praxis aduciendo que la legislación liberal, a la que calificaron de
utópica, no respondía a la realidad del momento o a las posibilidades
de los mexicanos; y alegaron que su aplicación debía postergarse o,
en otras palabras, que el respeto de algunos de los derechos del indivi-
duo o la observancia de la democracia debían esperar hasta que la tran-
quilidad social estuviera garantizada y el pueblo estuviera preparado
para la democracia. Así, glorificaron la figura de Porfirio Díaz y justifi-
caron el autoritarismo en aras de los beneficios obtenidos gracias al
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orden. A este fin sirvieron también los festejos, rituales y espacios


cívicos, tema que aborda Arnaldo Moya en el trabajo intitulado Los
festejos cívicos septembrinos durante el porfiriato (1877-1910). El autor
analiza el papel de las elites y de la prensa en la creación, transforma-
ción y exhibición de la imagen del régimen, así como los esfuerzos que
se realizaban para inculcar en la población capitalina una cultura cívica
moderna. En este proceso identifica tres momentos. Entiende el prime-
ro como una continuación de la tradición impuesta por la Junta Patrió-
tica en 1869, cuando las celebraciones eran tuteladas por las autorida-
des capitalinas y estaban restringidas a pequeños sectores de la
sociedad. En el segundo, que se inició en 1883 y concluyó en 1899, los
rituales cívicos se transformaron en espectáculos públicos a los cuales
asistían numerosos grupos y dieron origen a nuevas formas de sociabi-
lidad; además, en estos actos, la figura del presidente se convirtió en
pieza clave y se afianzó el culto a su imagen. Por último, el periodo com-
prendido entre 1900 y 1910, se caracteriza por el énfasis en la prepara-
ción de las fiestas del primer centenario de la independencia de México.
La inobservancia de las leyes por parte del régimen porfirista y la
figura del presidente también se prestaron a críticas, entre otras las sus-
tentadas por los defensores de la tradición liberal, quienes creían en la
necesidad de aplicar al pie de la letra el ideario liberal contenido en las
leyes; por los católicos, quienes, sistemáticamente, denunciaron la farsa
electoral y la política económica del régimen; o por los obreros, quienes
exigieron participación política y mejores condiciones laborales.
De estas denuncias dan cuenta dos de los trabajos incluidos en este
volumen. En el primero, con el propósito de acercarse a los espacios
de crítica política tolerados por el régimen, Nora Pérez-Rayón
Elizundia toma como ejemplo a El Diario del Hogar —periódico de opo-
sición liberal que se consideraba a sí mismo como el vocero del pue-
blo y el verdadero heredero del liberalismo de la Reforma— y lo ana-
liza a lo largo del año de 1900, es decir, justo en el cambio de siglo.
Así, en La crítica política liberal a fines del siglo XIX, la autora reconstru-
ye la visión del rotativo sobre Porfirio Díaz; la conveniencia del
continuismo del poder o la necesidad de la alternancia, la cuestión de
las elecciones, y la política de conciliación con la Iglesia.
En el segundo, intitulado Democracia y representación política. La vi-
sión de dos periódicos católicos de fin de siglo (1880-1910), Erika Pani estu-
dia la visión que los católicos —retirados del escenario político a partir
del fracaso del Segundo Imperio y de su último intento por figurar en
la política nacional, ocurrido en 1877— tenían en torno al Estado liberal
consolidado o al régimen porfirista. Para ello examina la postura de La
Voz de México y de El Tiempo, buscando su interpretación en torno a
PRESENTACIÓN 7

dos principios claves: democracia y representación política. Si bien es-


tos diarios se opusieron a la soberanía popular y optaron por una de-
mocracia restringida, o por el voto censatario, también denunciaron
la farsa electoral y criticaron la forma en que Porfirio Díaz llevaba las
riendas del gobierno. Sin embargo, la autora enuncia que al paso del
tiempo y a raíz de la publicación de la encíclica Rerum Novarum, los
católicos abandonaron la crítica política y se centraron en los proble-
mas de índole social.
Ahora bien, en el ámbito de la economía, lo que en la época se
consideraba como moderno era un sistema productivo basado en el
maquinismo y que privilegiaba la cantidad sobre la calidad. Asimis-
mo, se creía necesario dotar a la industria de la infraestructura nece-
saria, por ejemplo, de bancos para financiar las iniciativas empresa-
riales o de medios de transporte que, como el ferrocarril, fueran
capaces de garantizar una eficiente distribución de productos y con
ello la ampliación de las esferas del mercado. La ciudad de México
fue uno de los sitios en que estas ideas se pusieron en práctica. Acree-
dora tanto del presupuesto público como de inversiones nacionales y
extranjeras, la urbe y sus alrededores se transformaron en una de las
principales regiones industriales del país. Asimismo, la zona se bene-
fició de la construcción de las líneas de ferrocarril, por lo que se con-
virtió en un importante núcleo comercial. Todo ello la hizo sumamente
atractiva para los pobladores vecinos, que se dirigieron a ella en bus-
ca de mejores oportunidades de vida, de trabajo y de educación y,
como resultado, la capital experimentó un crecimiento espacial y de-
mográfico sin precedente.
Los esfuerzos por modernizar la economía en la ciudad de Méxi-
co y las regiones vecinas son tema de los trabajos de Leonor Ludlow y
de Mario Trujillo Bolio. La primera, en el trabajo intitulado El paso a
las instituciones de crédito en la ciudad de México (1850-1890), reconstru-
ye el origen de las instituciones bancarias. Presenta esta historia como
un proceso gradual de diferenciación entre la actividad mercantil, en
general, y el comercio de títulos de pago, de manera más específica.
En este marco, da cuenta del nacimiento de la banca moderna en la
ciudad de México, así como de la proyección nacional de las dos gran-
des instituciones crediticias y de emisión de la época: el Banco Nacio-
nal de México y el Banco de Londres y México.
Por su parte, en El empresariado textil de la ciudad de México y sus
alrededores (1880-1910), Mario Trujillo Bolio estudia a los empresa-
rios que tomaron parte en la transformación de la rama de hilados y
tejidos, y los agrupa en tres categorías: fabricantes-financieros,
empresariado industrial y corporativo asturiano. Los primeros figu-
8 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

raban como socios mayoritarios de las compañías que se formaron


en la década de los setenta, pero se mantuvieron activos como pro-
pietarios de fábricas de hilados y tejidos hasta fines del siglo; los se-
gundos se distinguieron en el negocio de manufacturas y venta de
fibras de lana y algodón, mientras que los últimos poseyeron fábri-
cas de algodón y lana y tuvieron injerencia en actividades agrícolas,
comercio, banca, bienes raíces y transportes.
Por otro lado, dentro del proyecto de las elites porfirianas y de su
interés por convertir a la capital en ejemplo de los beneficios del pro-
greso, ocupó un lugar muy importante el esfuerzo por modernizar la
urbe, lo cual implicaba ordenarla, embellecerla, sanearla, hacerla se-
gura, y dotarla de un aspecto semejante al de los centros extranjeros.
Con este fin, la ciudad de México fue objeto de numerosos cambios.
Se abrieron grandes avenidas, que recordaban los boulevares
parisinos, y se remozaron jardines y paseos. Se crearon nuevas colo-
nias, de arquitectura estilo europeo. Se instaló la iluminación eléctrica
y las calles fueron pavimentadas. Se introdujeron el tranvía eléctrico, el
telégrafo y el teléfono. Las modernas redes de comunicaciones acorta-
ron las distancias reales e imaginarias, transformando la concepción y
la organización del tiempo, y se convirtieron en un vehículo de perso-
nas, bienes e ideas, con lo cual se favorecía la asimilación de influencias
culturales y artísticas llegadas de fuera. Todo ello, aunado a la apertura
de teatros, restaurantes, cafés o bares —de estilo europeo o norteame-
ricano— y de grandes almacenes —que ofrecían ropa y enseres im-
portados— facilitó la cotidiana imitación de formas de vida practica-
das en Europa o en los Estados Unidos.
Como hemos dicho, la imagen de una ciudad moderna incluía no-
ciones como la limpieza, por lo que también se puso gran énfasis en el
problema del saneamiento. Con el fin de reducir los índices de morta-
lidad se buscó terminar con la insalubridad prevaleciente y controlar
la transmisión de enfermedades. Se construyeron obras hidráulicas,
pues era urgente resolver el problema del abasto de agua potable y el
de las inundaciones, ya que las calles anegadas se convertían en in-
mundos lodazales. Paralelamente, se impulsaron proyectos de salud
pública, que incluían programas de atención médica y campañas de
difusión de las normas de higiene. Gracias a la construcción de in-
fraestructura sanitaria, a la introducción de prácticas higiénicas y a
los avances en el campo de la medicina, para algunos sectores de la
población aumentó la esperanza de vida. La importancia otorgada a
la salud se refleja en el trabajo que lleva por título Burócratas y merca-
deres de la salud. Notas sobre política gubernamental e iniciativas empresa-
riales en torno al equipamiento y los servicios hospitalarios (1880-1910) en
PRESENTACIÓN 9

el cual Antonio Santoyo analiza el esfuerzo conjunto del Estado, de mé-


dicos-empresarios y de médicos, para equipar a los hospitales capitali-
nos. Postula que este proceso, además de constituir una pieza clave en
el proyecto para impulsar la salud pública, sirvió a empresarios y mé-
dicos para consolidar su posición en la sociedad y obtener ganancias
económicas. Así, el espacio hospitalario le sirve de marco para estudiar
la intervención estatal en materia de salud pública, las propuestas em-
presariales y las ideas en torno a lo que debía constituir un espacio mo-
delo para otorgar atención médica a fines del siglo diecinueve.
La medicina alcanzó gran prestigio, enmarcada por la enorme fe
en la ciencia que caracterizó las últimas décadas del siglo XIX. Éstas son
algunas de las cuestiones que se tratan en El arte de curar: deberes y prác-
ticas médicas porfirianas. Su autora, Claudia Agostoni, analiza algunas de
las opiniones que los profesionales de la medicina esgrimieron en torno
a lo que debía constituir la base y sustento de sus labores en la ciudad
de México. Argumenta que los médicos porfirianos apelaban tanto a
la historia de la profesión como a escritos médicos de origen clásico
para consolidar su posición al interior de una sociedad que atravesa-
ba por profundas transformaciones demográficas, ocupacionales, y de
costumbres y prácticas médicas.
Llegamos ahora al plano social. Para los hombres de la época, una
sociedad moderna era una comunidad integrada por individuos, en
lugar de por cuerpos, lo cual equivale a pensar en la igualdad jurídica
frente a un conjunto donde existían grupos con derechos y obligacio-
nes especiales. También era novedoso el proyecto de secularización,
que implicaba eximir del plano civil la intervención de elementos o
de instituciones religiosas, cuestión cuya aplicación también se prestó
a polémica y no siempre se llevó a la práctica, pues es bien sabido que
Porfirio Díaz no respetó las Leyes de Reforma y —quizá porque esta-
ba consciente de que el Estado no podía cargar con el peso de la bene-
ficencia, del cuidado de hospitales y de la educación— permitió a la
Iglesia conservar su injerencia en estos campos de la sociedad.
Ahora bien, en el aspecto social se nota también un interés de las
elites mexicanas por moldear la conducta o el perfil de los citadinos.
Las campañas educativas buscaban infundir en los mexicanos valores
cívicos y dotarlos de sentimientos de identidad, además de formar a
las elites capaces de dirigir a la nación de forma “racional” y armados
con las herramientas y los avances de la ciencia, o de dotar a la na-
ciente industria de obreros capacitados. Pero además, paralelamente,
se elaboraron cuerpos legales que buscaban incidir en las costumbres
y hábitos de los individuos, para lograr que estuvieran a la par de los
habitantes de las naciones civilizadas y que no empañaran la imagen
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de la ciudad. Así, al igual que los redactores de manuales de urbani-


dad o de revistas dirigidas a la familia, los legisladores se esforzaron
para que los mexicanos fueran trabajadores, ahorrativos, respetuo-
sos de la propiedad, limpios, moderados en sus hábitos, responsables
de su familia, que vistieran de “forma decente” o que se divirtieran de
forma sana.
La cuestión de las normas de conducta que las elites porfirianas
anhelaban para los citadinos es abordada en varios de los ensayos in-
cluidos en la obra. En el primero de ellos, que lleva por título Etnología
y filantropía: las propuestas de “regeneración” para indios de la Sociedad
Indianista Mexicana (1900-1914), Beatriz Urías Horcasitas retoma la po-
sición de los miembros de la Sociedad Indianista Mexicana en torno a
la población indígena. Postula que en ella se refleja la coexistencia de
dos corrientes de pensamiento en torno al indio: el evolucionismo y las
ideas filantrópicas que se centraron en la creación de instituciones de
ayuda. Así, al estudio “científico” de los indígenas —que concluyó que
se trataba de individuos pertenecientes a un grupo étnico atrasado con
respecto a los otros— se sumó la idea de que sus hábitos podrían trans-
formarse mediante su asistencia a instituciones en las cuales se les in-
culcarían hábitos de trabajo y de higiene y que los transformarían en
los individuos-ciudadanos que exigía la moderna nación mexicana.
En cuanto a las pautas —escritas o no escritas— tendientes a re-
gular el comportamiento del género masculino y femenino, Elisa
Speckman Guerra analiza los cuerpos legales y en general la legisla-
ción de orden civil, penal y comercial vigente en el porfiriato, buscan-
do las normas en torno a la conducta del individuo y el código de va-
lores que se refleja en dichas medidas. En Las tablas de la ley en la era de
la modernidad: normas y valores en la legislación porfiriana, propone que a
través de la legislación el Estado no sólo buscó incidir en la vida social,
sino también en la vida privada, y se interesó por moldear la conducta
de los individuos dentro de la familia y la sociedad. Concluye que los
legisladores anhelaban un individuo que se comportara de forma so-
bria y moderada, y optaron por el modelo que defendía la separación
de esferas y actividades para los miembros de ambos géneros, así como
una doble moral, que era más severa para las mujeres.
Los tres siguientes ensayos se dedican a las pautas de conducta
aplicadas al sexo femenino. En el trabajo titulado Manuales de conduc-
ta, urbanidad y buenos modales durante el porfiriato. Notas sobre el com-
portamiento femenino, Valentina Torres Septién analiza manuales de
urbanidad, moralidad o etiqueta, considerándolos como textos cuya
intención era coadyuvar en el progreso intelectual y moral de la so-
ciedad. Se centra en los más consultados —como el de Manuel Anto-
PRESENTACIÓN 11

nio Carreño y el de D. L. J. Verdollin— buscando los valores, las nor-


mas y los códigos de conducta que las elites consideraban como de-
seables, especialmente para el sexo femenino. Propone que, inscrito
en la idea de educación liberal, este género quiso constituir un medio
de control social, pero también representó, de alguna manera, una for-
ma de resistencia frente al impacto que la modernización tenía en las
relaciones sociales.
En Mujeres positivas: los retos de la modernidad en las relaciones de gé-
nero y la construcción del parámetro femenino en el fin de siglo mexicano
(1880-1910), Carmen Ramos Escandón sostiene que, a finales del siglo
XIX, y como parte del proceso de modernidad, surgió una nueva con-
cepción de la mujer, que si bien presenta muchos aspectos tradiciona-
les también introduce algunas novedades. Esta visión, a la que deno-
mina positivista, estuvo respaldada por la legislación y difundida por
revistas femeninas y por diversos escritos de la época. Sin embargo,
frente a este modelo se levantó una voz discordante, la de Genaro
García —que, en opinión de la autora, abreva del liberalismo clásico,
del positivismo spenceriano, traduce ideas de Stuart Mill y coincide
con algunas ideas de Engels sobre los derechos de las mujeres. El abo-
gado e historiador subraya la importancia de estudiar y analizar las
particularidades educativas y legales de la historia de México, para
con ello entender históricamente el papel subordinado de la mujer en
la sociedad. Así, Carmen Ramos Escandón analiza una visión revolu-
cionaria, feminista, y que da testimonio de la necesidad de reformular
el deber ser femenino.
Por último, en Las mujeres suicidas en la nota roja. Notas sobre la mo-
ral dominante a finales del siglo XIX, Alberto del Castillo estudia en la
prensa la presencia de las mujeres que se quitaron la vida, para lo cual
se centra en dos casos, el suicidio de Sofía Ahumada y el de María
Luisa Nocker, y los revisa en dos periódicos, El Imparcial y El País. El
autor postula que el suicidio femenino ocupó un lugar destacado en la
argumentación de las elites con respecto a la moral de las mujeres y
que éstas utilizaron la prensa como instrumento para difundir sus ideas
y moldear, conformar y orientar una incipiente opinión pública. Así,
los reportajes proporcionan un sugerente espacio de reflexión acerca
de la condición femenina, presentando juicios y prejuicios que respon-
den al ideal de conducta exigido a la mujer, y también denotan la in-
fluencia del pensamiento científico moderno, en sus vertientes médica
y criminológica.
En el mismo contexto que las disposiciones en torno a la conducta,
los legisladores buscaron fomentar las diversiones que consideraban
propias del “mundo culto”, como el teatro, la música o los deportes; y
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prohibieron o sometieron a estrictos reglamentos las que veían como


atrasadas o las que creían que despertaban los más bajos instintos
del hombre, como las peleas de gallos o las corridas de toros. Sin
embargo, estas diversiones siguieron frecuentándose y se convirtie-
ron en un rico ámbito de creación y discusión cultural. Así lo muestra
el trabajo de María del Carmen Vázquez M., en el artículo Charros con-
tra “gentlemen”. Un episodio de identidad en la historia de la tauromaquia
mexicana “moderna” (1886-1905). La autora se refiere a la polémica que
suscitó en la prensa, las plazas, cafés, pulquerías y calles de la ciudad
de México, la tradición del toreo a la mexicana enfrentada a la manera
española. Se trató de un asunto asociado con el patriotismo, que dejó el
honor de la patria en manos de toreros contendientes. Al final el públi-
co se convenció de que era una fiesta española que tenía sus propias
reglas, las que debían ser respetadas. Esta breve historia se propone de-
mostrar, además, que no eran tan accidentales las divisiones de opinión
entre lo mexicano y lo español que el toreo producía y que trascendió a
otros ámbitos sociales.
Por último, en lo tocante a la cultura, lo moderno era la imposi-
ción de la razón y la racionalidad, así como una desmedida confianza
en la ciencia y sus posibilidades. Si bien no todos los sectores de la so-
ciedad hicieron suya la filosofía positivista y además —aun en muchos
de los que adoptaron las ideas de esta doctrina— siguieron presen-
tes otras influencias ideológicas o culturales, entre ellas el liberalismo,
es un hecho que el positivismo estaba bastante difundido. Contra esta
posición reaccionaron diversas corrientes, entre las cuales se cuenta la
defendida por los jóvenes que, a principios del siglo XX, se reunieron
en el Ateneo de la Juventud. De una de estas posturas alternativas trata
el ensayo Positivismo y decadentismo: el doble discurso en Manuel Gutiérrez
Nájera y su Revista Azul, de Adela Pineda Franco, quien estudia la
Revista Azul (1894-1896), enfocándose en la recepción que tuvieron
Justo Sierra y su poema “El beato Calasanz”; Luis G. Urbina, y su poe-
ma “Una juventud”, y la obra y la figura de su principal representan-
te, Manuel Gutiérrez Nájera. Concluye que la propuesta modernista,
entendida como un movimiento que promulgó la universalidad del
arte y privilegió la estética decadentista, representó un discurso poé-
tico alternativo al utilitarismo positivista.
Como puede observarse, el presente volumen reúne ensayos que
abarcan diferentes planos de la vida social, contemplando tanto acto-
res como proyectos, ideas, prácticas, valores e imaginarios. Asimismo,
incluye miradas provenientes de diversas disciplinas, pues los traba-
jos incluidos no sólo son obra de historiadores sino también de estu-
diosos de otras áreas, como sociólogos o literatos. Además, da cuenta
PRESENTACIÓN 13

de los anhelos modernizadores, de los cambios o de las novedades,


pero también de las permanencias, y de las reacciones a los proyectos
de las elites que se propusieron modernizar al país.
Del proyecto modernizador emprendido por gobernantes y gru-
pos particulares, o bien de las transformaciones de la ciudad, las insti-
tuciones y sus habitantes, tratan los trabajos de Leonor Ludlow, Mario
Trujillo Bolio, Arnaldo Moya, Antonio Santoyo, Claudia Agostoni, Bea-
triz Urías Horcasitas, Elisa Speckman Guerra, Valentina Torres Septién,
Carmen Ramos Escandón y Alberto del Castillo Troncoso. Estas imáge-
nes están respaldadas por diversos textos de la época, pues los minis-
tros de Estado en sus memorias, los funcionarios en sus informes ofi-
ciales, los teóricos en sus obras, los estudiantes en sus tesis, los cronistas
en sus dibujos de la ciudad, los viajeros en sus relatos, los propa-
gandistas en sus panfletos, los articulistas en revistas o magazines, los
periodistas en editoriales, reportajes o crónicas, y los autores de alma-
naques o guías para forasteros, plasmaron en sus obras un fin de siglo
vertiginoso, innovador y pleno de promesas.
Pero estos ensayos y los textos primarios, en muchos casos, tam-
bién muestran las dificultades en la aplicación de este proyecto. En este
periodo la ciudad no sólo fue un ámbito de progreso y de bienestar, o
no constituyó exclusivamente un escenario preso de la modernidad.
Subsistían barrios inundados, sin pavimentación, oscuros, insalubres,
peligrosos; grupos marginados de los beneficios de la modernidad,
entre ellos obreros que trabajaban prácticamente el día entero por un
jornal miserable; mendigos que tenían como habitación las calles de la
ciudad. Así, la urbe fue, ante todo, un espacio de contrastes y de dife-
rencias. Además, las instituciones y las ideas modernas, acogidas por
algunos sectores de la sociedad, no terminaron de un día para otro
con el México tradicional. En muchos aspectos de la vida social, las
innovaciones convivieron con ideas, prácticas o valores tradicionales,
como lo muestran los trabajos de Beatriz Urías Horcasitas, Carmen
Ramos Escandón y María del Carmen Vázquez M. Además, no todos
los grupos simpatizaron con la “modernidad” y defendieron o elabo-
raron propuestas paralelas o alternativas. Esto se refleja, entre otros,
en los ensayos de Erika Pani y de Adela Pineda Franco.
Entonces, la obra incluye estudios que tocan tanto a la moder-
nidad, como a la persistencia de la tradición y a la emergencia de la
alteridad.
Para terminar, cabe señalar que gran parte de los trabajos que inte-
gran esta obra fueron presentados en el coloquio Modernidad y
Alteridad en la Ciudad de México al Cambio de Siglo (1880-1910), que se
celebró en el mes de octubre de 1998 en el Instituto de Investigaciones
14 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin em-


bargo, la obra no respeta la organización original de las mesas, no se
incluyen todas las ponencias presentadas y los trabajos publicados fue-
ron revisados o enriquecidos a la luz del propio evento.
Por último, no nos resta más que agradecer a todas las personas
que hicieron posible tanto la celebración del coloquio como la edición
de la presente obra. En primer lugar, a Virginia Guedea —directora del
Instituto de Investigaciones Históricas—, y a Amaya Garritz —secre-
taria académica— el apoyo que nos brindaron desde el momento en
que sugerimos la idea de organizar el evento. Asimismo, a Miriam
Izquierdo, Carlos Rea, Rosa Labra, Francisco Vidal, Paula Graff y,
en general, a los miembros de las secretarías técnica y administrati-
va del instituto, su colaboración en la organización. También quere-
mos manifestar nuestro agradecimiento a Humberto Muñoz García
por sus palabras de inauguración y en forma muy especial a los co-
mentaristas de las mesas: Andrés Lira, Álvaro Matute, Gisela von
Wobeser, María del Refugio González, Solange Alberro, José Rubén
Romero, Nydia Cruz Barrera, Evelia Trejo, Enrique Plasencia y Vicente
Quirarte. Asimismo queremos reconocer a los ponentes sus ricas apor-
taciones, que crearon un fértil ambiente de intercambio de ideas,
metodologías y fuentes. Por último, agradecemos a Leonor Ludlow,
Alicia Salmerón y Alberto del Castillo el haber integrado, junto con
nosotras, el comité editorial que se encargó del dictamen y la revisión
de los ensayos que conforman la obra.
EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO
EN LA CIUDAD DE MÉXICO, 1850-1890

LEONOR LUDLOW
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM

En este trabajo se analizará la formación de la banca en la ciudad de


México, que ocurrió durante las primeras administraciones del régi-
men porfirista y que fue resultado de un proceso histórico. En térmi-
nos de la modernidad de las operaciones, y de las funciones de estos
agentes económicos singulares, puede constatarse que dicha evolución
se aceleró durante la segunda mitad del siglo XIX, al aparecer las pri-
meras instituciones de crédito y crearse los marcos jurídicos necesa-
rios para la regulación de sus operaciones. Por ello, en primer térmi-
no, se tratará el crecimiento del mercado de capitales hacia mediados
del siglo XIX, para después pasar a los cambios ocurridos durante la
década de los cincuenta y por último a la diversificación bancaria re-
gistrada durante el porfiriato.

El crecimiento del mercado de capitales hacia mediados de siglo

Durante el decenio de 1850 se observa un renacimiento de los nego-


cios en la ciudad de México, lo que se tradujo en un aumento en el
número de compañías manufactureras y mercantiles.
Un liberal moderado, Mariano Otero, reconoció estos nuevos sig-
nos al constatar la existencia de una “clase acomodada e instruida de
la sociedad [que] ha aumentado considerablemente y ha adquirido
mayor influencia, mayores conocimientos, y una versación en los ne-
gocios como antes no se tenía”.1
Entre los testimonios del periodo destaca la observación de Miguel
Lerdo de Tejada, quien calculó que en esta plaza se realizaban men-
sualmente operaciones por un monto de ocho y diez millones de pesos
en el ramo de “giro de banco, por préstamos a interés con hipoteca de

1 Otero, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la

República Mexicana, p. 105.


18 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

bienes o sin ella, o por descuentos de libranza o pagaré a corto térmi-


no”. Y añadía que a estas sumas debían aunarse los créditos que otor-
gaba la Iglesia, que formaba “un gran banco nacional, que reconoce la
propiedad raíz en la República por más de ochenta a cien millones de
pesos impuestos a rédito [...] 2
Para ejemplificar el proceso de expansión de los negocios he to-
mado algunos indicios de los registros notariales relativos al registro
de nuevas compañías.3

RAMO 1850 1851 1856 1857


NÚMERO CAPITAL NÚMERO CAPITAL NÚMERO CAPITAL NÚMERO CAPITAL

Agricultura y ganadería 4 26 2 n.d 6 23.8 6 13


Comercio 17 78.7 23 824 24 240.1 27 400.5
Manufactura e industria 13 874 6 128 11 33.7 9 135
Minería y metales 1 n.d 7 155 9 261.7 13 185
Servicios 2 8.6 1 5 x x x x

El reconocimiento del desenvolvimiento comercial de la capital fue


compartido por viajeros. Por ejemplo, el residente alemán Carl
Sartorius hizo referencia al dinamismo de los llamados “almacenes
surtidos”, “donde los comerciantes al menudeo, ya sean de la ciudad
o del campo, encuentran todo lo que desean. De esta manera se reali-
zan muchas transacciones, al mismo tiempo que gran número de tien-
das sirven exclusivamente a la ciudad y a los lugares aledaños por
medio del comercio al menudeo”.4 Algunos observadores también
coincidieron en reconocer que la mayor oferta de bienes de diversa
naturaleza se reflejaba en el hecho de que “en la capital todo está más
barato”.5
Entre los cambios más significativos destaca la mayor especiali-
zación y el crecimiento en el número de los agentes de negocios en
la ciudad de México, según datos proporcionados en diversas guías
y directorios del periodo, como se aprecia en el siguiente cuadro:

2Lerdo de Tejada, México en 1856, p. 56.


3Se refiere al rubro de “compañía en formación”; la fuente no registra el capital en
todos los casos, consultar los listados elaborados bajo la dirección de Josefina Zoraida
Vázquez y de Pilar Gonzalbo Aizpuru, en Guía de protocolos.
4 Sartorius, México hacia 1850, p. 217.
5 Vigneaux, Viaje a México, p. 87.
EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO 19

CATEGORÍA Almonte Maillefert Ruhland Domenach


1852 6 1867 7 1894 8 1898 9
Agente de negocios
o mandatario x x x x
Agente de cobros x
Agentes de bolsa x
Agentes de créditos x
Agencia de préstamos x
Corredores x x x x
Cambios x x x x
Giro de bancos y
comisiones o escritorios x x x x
Seguros de incendio
y de vida x x
Bancos y banqueros x x x

A pesar de esos adelantos, pocos habían sido los cambios en el


derecho mercantil heredado de la etapa colonial. Sólo algunas in-
novaciones en materia de instrumentos de crédito, provenientes de
los códigos españoles y napoleónico, habían sido incorporadas en
las compilaciones mexicanas, como fue el caso de la Curia Filípica
Mexicana.
Las operaciones con documentos de pago emitidos por los par-
ticulares se regulaba con la Curia Filípica Mexicana, compilación legis-
lativa que, a pesar de considerar que el agio y el crédito eran un ramo
del comercio entre los comerciantes o mercaderes, establecía diferen-
cias entre aquellos que se dedicaban al “cambio, venta y compra de
mercaderías”, respecto de los cambistas dedicados a los negocios “con
frutos, artefactos, dinero, letras de cambio u otro papel semejante”, y
de los banqueros que se habían especializado en el “comercio en pa-
pel”, operaciones que se llevaban a cabo “librando, tomando o des-
contando letras u otros papeles semejantes”.10
Los procesos de la multiplicación en las operaciones y el aumento
en la especialización que se registraron en la década de 1850, se en-
frentaron a los problemas que traía consigo la constante depreciación
de los títulos y documentos de la deuda pública. Entre los más utili-
zados estaban los vales de alcance y los vales militares que, por falta

6 Almonte, Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles.


7 Maillefert, Directorio del comercio del Imperio Mexicano.
8 Ruhland, Directorio general de la ciudad de México, año de 1893-1894.
9 Figueroa Domenach, Guía general descriptiva de la República Mexicana.
10 De los comerciantes en general y de los libros que deben tener. Véase Curia Filípica

Mexicana, quinta parte, p. 639-640.


20 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de numerario en la Tesorería, entregaban las administraciones a los


empleados públicos y a los militares. Por el mismo motivo, se entre-
garon también órdenes de aduana a los acreedores que facilitaban los
préstamos urgentes, de los cuales éstos obtenían cuantiosas ganancias.
Pero su reintegro era incierto a causa de los constantes cambios de go-
bierno, por lo que era necesario canjear los documentos de administra-
ciones anteriores por nuevos títulos, práctica que se generalizó desde
la década de los treinta y que llevó a la constante depreciación de tí-
tulos viejos, y a la aceptación de condiciones cada vez más onerosas
para los gobiernos. El mercado de capitales de la ciudad de México
estaba inundado de estos documentos, que entorpecían la libre circu-
lación de los movimientos emitidos por comerciantes y empresarios
fabriles, como era el caso de las libranzas y las órdenes de pago entre
las más comunes, y que circulaban con el fin de agilizar el intercam-
bio de bienes, además de hacer frente a la constante escasez de metá-
lico que se padeció a lo largo del siglo XIX.
Los primeros cambios relevantes en materia de legislación econó-
mica se registraron durante la dictadura vitalicia del general Santa Anna.
Durante el último periodo del santannismo tuvieron gran influencia
política empresarios y agiotistas, quienes delinearon la expansión de
los negocios en terrenos novedosos en esos años, como fueron la aper-
tura de empresas de transportes y la concesión de tierras de coloniza-
ción. Entre las más conocidas se cuentan la firma formada por persona-
jes cercanos a Santa Anna —Antonio Garay y Manuel Escandón— para
la construcción del ferrocarril entre la ciudad de México y el puerto de
Veracruz, así como varios convenios para crear líneas de transporte ur-
bano, como fue el caso de las concesiones otorgadas en 1852 por el pre-
sidente Mariano Arista al conde de la Cortina y Castro, a Manuel
Escandón y a los hermanos Mosso, para establecer líneas de trenes ha-
cia Tlalpan, Tacubaya y en dirección a la villa de Guadalupe.11
Bajo esta administración, en 1853, fue creado el Ministerio de Fo-
mento, con el apoyo de los tribunales de industria y comercio que se
habían fundado en diversas plazas del país. Estos sectores también
animaron, un año más tarde, la formulación del primer Código de Co-
mercio, elaborado por el entonces secretario de Justicia y de Negocios
Eclesiásticos, Teodosio Lares, y en el cual, por falta de numerario en
la Tesorería, se incluyeron cambios importantes tomados de la codifi-
cación francesa y española.12

11 Vidrio, “Sistemas de transporte y expansión urbana: los tranvías”, p. 207-213.


12 Dublán y Lozano, Legislación Mexicana, p. 103-105 y 118.
EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO 21

Ese Código no tuvo vigencia inmediata a causa del derrocamiento


de la dictadura vitalicia de Santa Anna por parte de las filas liberales
que apoyaron el Plan de Ayutla. Una década más tarde, el Imperio de
Maximiliano lo puso en práctica nuevamente, pero durante estos años
el comercio de documentos públicos y privados fue realizado por los
cambistas, que antecedieron a los banqueros en el negocio del “giro o
cambio de letras, descuento de pagarés, préstamos sobre papel del
Estado, etcétera”.13
Los adelantos en materia mercantil y crediticia se vieron acompa-
ñados por la aparición de nuevos campos de inversión; así ocurrió con
la formulación de medidas a favor de la colonización y la moviliza-
ción de la propiedad inmueble. Esta última era un objetivo central de
la ley de Desamortización de los bienes de comunidad y de corporación
(1856), que tres años después fue reformada por la ley de Nacionaliza-
ción de propiedades eclesiásticas (1859), la cual amplió el número de los
potenciales beneficiarios de la adquisición de la propiedad raíz perte-
neciente a las instituciones eclesiásticas, las cuales podían ser adquiri-
das por simple demanda, a diferencia del mecanismo de denuncia que
favorecía, fundamentalmente, a los inquilinos de esas propiedades,
como se precisaba en la primera ley dictada por Miguel Lerdo de Tejada,
en aquel entonces secretario de Hacienda.14 La Ley de nacionalización de
los bienes eclesiásticos benefició a los detentadores de los capitales, —en
su gran mayoría acreedores de los gobiernos liberales y conservado-
res que se alternaron en esos años—, los que aceptaron traspasar esas
propiedades a cambio de títulos de la deuda nacional.15
De tal forma, antes de la extensión del ambiente de anarquía políti-
ca que dominó durante los años de la guerra civil de reforma y de
intervención, se encontraban ya definidos los patrones de crecimiento
económico que serían retomados tres décadas más tarde por los
porfiristas, como la política de ocupación de tierras improductivas, la
extensión de un sistema moderno de transporte, la innovación en ma-
teria económica, y la multiplicación de firmas y empresas, entre las
cuales destacan las bancarias.

13 Busto, Diccionario enciclopédico mexicano del idioma español, p. 283.


14 Véase la diferencia entre ambas leyes en Bazant, “Las leyes de desamortización y
nacionalización.”
15 El primer balance de la aplicación de la ley fue presentado por Miguel Lerdo de

Tejada, quien calculó que, entre junio y diciembre de 1856, se llevaron a cabo en la ciu-
dad de México y el Distrito Federal 2092 operaciones de desamortización por un valor de
$ 8 905 134.00, además de la venta por remate de 570 fincas no denunciadas por un valor
de $ 4 123 961.00 pesos. En Memoria, p. 252-253.
22 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

El reclamo bancario

Sobre el reclamo bancario, importa destacar que en el decenio de 1850,


dominado por el intento de imponer la racionalización económica, des-
tacó la demanda de empresarios e inversionistas para fundar un nue-
vo tipo de establecimiento crediticio, como fueron las bancas comer-
ciales.
Tales firmas diferían de los bancos del Antiguo Régimen, especia-
lizados en el ramo de fomento o dedicados a dar apoyo y solvencia
pecuniaria a la Tesorería. Tal tipo de instituciones se había fundado,
en todos los casos, con fondos especiales otorgados por el poder pú-
blico sobre sus futuros ingresos o sobre la venta de propiedades o mo-
nopolios reales o estatales. En el caso de los bancos de fomento, éstos
se dedicaron a otorgar préstamos a corto y mediano plazo (avío) con
el fin de apoyar la producción manufacturera o agrícola. Tal fue el caso
del Banco de Avío de Minas, promovido por el Tribunal de Minería
hacia fines del periodo colonial o, más tarde, en 1830, del Banco de
Avío, especializado en la promoción del ramo textil, además de otros
tantos proyectos que buscaron la apertura de este tipo de estableci-
mientos para apoyar la actividad de hacendados y rancheros.
Durante la década de 1850 se presentaron diversos proyectos ban-
carios, que se sumaron a los intentos por racionalizar la vida econó-
mica del país por parte de la elite política de la ciudad de México y de
los grupos de poder mercantil radicados en el puerto veracruzano.
Entre estas propuestas destaca, en 1857, la de la casa comercial de Pa-
tricio Cardeña y sucesores, quienes pugnaron por fundar una banca
comercial en la ciudad de México y en el puerto de Veracruz.16
Asimismo, en el ámbito de los negocios, en el gobierno surgieron
diversos proyectos para establecer bancos que manejaran los recursos
del erario nacional. El más conocido lo presentó en 1853 el empresa-
rio Manuel Escandón, quien prometió administrar todas las fuentes
de ingreso del gobierno santannista con el objeto de garantizarle sol-
vencia en el gasto publico.
Al terminar la guerra de reforma estaban definidos los proyectos
alternativos en materia de instituciones de crédito de una parte de la

16 Se trata del “Proyecto dedicado y presentado al Excmo. Señor Presidente, sobre la

fundación de un banco comercial en la ciudad de México y seis sucursales en los puertos de


Veracruz, Tampico y Mazatlán, y en las capitales de los estados de Puebla, Guanajuato y
Jalisco”, que fue presentado por Patricio G. Cardeña. Véase el texto en Leonor Ludlow
y Carlos Marichal (coordinadores), La Banca en México, 1820-1920, p. 93-97.
EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO 23

banca comercial privada, cuya actividad más importante sería la emi-


sión de billetes, con lo cual se buscaba homogeneizar el sistema de
pagos con el fin de dar mayor seguridad y agilidad a estas operacio-
nes, además de disminuir el monto de los descuentos que sufrían las
libranzas o las órdenes de pago, entre una plaza y otra, por parte de
los cambistas o dueños de los llamados escritorios, que estaba deter-
minado por las tasas siguientes 17

Tasas de descuento Con premio Sin indicación


en el mercado de la capital

De 4 a 5 % de 0 a 5 % Hasta 3 % No fija: de 0 a 4 %
Aguascalientes Guadalajara San Luis Córdoba Orizaba Acapulco
Potosí
Celaya Guanajuato Oaxaca Jalapa Tampico Colima
Durango Zacatecas Querétaro Puebla Veracruz Chihuahua
Lagos Pachuca Matamoros
León Cuernavaca San Blas
Mazatlán Toluca San Juan Tabasco
Monterrey Tepic Guaymas
Morelia

En el marco de esas operaciones se fundó, en 1864, la primera ins-


titución de crédito en la ciudad de México, denominada Banco de Lon-
dres, México y Sudamérica, empresa que formaba parte de una red
internacional de bancas establecidas en América Latina y Asia por los
comerciantes y negociantes ingleses, con el objeto de homogeneizar
sus operaciones y garantizar su clientela.18 Este establecimiento logró sus
primeros clientes y ahorradores entre comerciantes ligados al comercio
británico, lo cual le permitió hacer frente a un mercado de capitales que
se encontraba preso en el caos, la especulación y la incertidumbre. Su
capital inicial era muy alto para las costumbres del país (10 millones
de pesos), y en un aviso periodístico anunció que realizaba operacio-
nes de descuento, el giro de letras entre plazas mexicanas y europeas

17 Se trata de las operaciones de descuento por letras giradas en pesos fuertes (excepto

Veracruz), el premio es por plata u oro, mas si los giros se hacen sin aquella expresión o
dicen moneda corriente o plata u oro, el descuento aumentaba y el premio disminuía según
la pérdida que en las respectivas plazas se sufría al cambiar los pesos provisionales o al
menudeo por moneda fuerte del águila. En Maillefert, Directorio del comercio, p. 151.
18 Las bancas de inversión inglesas dirigieron sus operaciones a territorios coloniales y

a diversos países latinoamericanos con el objeto de apoyar la exportación de los productos


y capitales ingleses. Se constituyeron en un sostén eficaz del control británico sobre ultra-
mar. Además, otorgaron préstamos a los gobiernos correspondientes, y fueron intermedia-
rios en la explotación de materias primas.
24 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

y préstamos con garantía; además, ofrecía recibir depósitos con inte-


rés y proporcionar el servicio de cuenta corriente.19
Pero a pesar del éxito de las operaciones de este establecimiento y
del incremento de las actividades comerciales animadas por la intro-
ducción del primer ferrocarril que vinculó la ciudad de México con el
puerto de Veracruz, y del impulso que en el ámbito agrícola y manu-
facturero registró el régimen republicano, volcado fundamentalmen-
te hacia los mercados internos, por largos años las innovaciones no se
tradujeron en cambios institucionales. Durante los años de la Repú-
blica fueron nulos los avances en materia legislativa y material en el
desenvolvimiento de instituciones de crédito; tendrían que pasar va-
rios años, después del fusilamiento de Maximiliano, para lograr
restablecer las alianzas políticas internas, además de las relaciones di-
plomáticas con Europa, lo que afectó, en cierta medida, a la expan-
sión financiera internacional.

La primera etapa de diversificación bancaria del porfiriato

La primera etapa de diversificación bancaria ocurrió después del triun-


fo de la rebelión de Tuxtepec —que llevó al general Porfirio Díaz al
poder. Durante el gobierno de Díaz y el breve periodo del general
Manuel González, en los años ochenta, se sentaron las bases del ulte-
rior crecimiento económico y la paz interna, reconocidos en el lema
positivista de “orden y progreso”.
Este proceso fue animado por tres políticas simultáneas. En pri-
mer lugar, en esa década se llevó a cabo una importante labor de inno-
vación institucional, que se expresó en la creación de un marco jurídico
en materia económica y fiscal, con miras a cimentar la centralización y
otorgar condiciones favorables para la promoción de la riqueza. En
segundo término, se inició el arribo de los capitales norteamericanos
y europeos, destinados fundamentalmente a la apertura de nuevos cen-
tros de extracción y a la modernización de los servicios, tanto en mate-
ria de transportes como en la esfera mercantil y bancaria. Por último, es
importante reconocer que, durante ese decenio, se sentaron las bases
de la “paz social”, que radicó en las alianzas y acuerdos entre el poder
político y los detentadores del poder económico, tanto nacionales como
extranjeros, con el objeto de agilizar la explotación de la riqueza eco-
nómica del país.

19 La Sociedad, 10 de mayo de 1864 (326), p. 3.


EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO 25

Como ocurría en otros países, los ferrocarriles y los bancos fueron


los primeros sectores que se introdujeron en la economía mexicana
durante los primeros años del régimen porfirista. Ello produjo el arri-
bo de cuantiosos capitales destinados a la extensión de las líneas
troncales de ferrocarril que conectarían a la ciudad de México con los
puntos fronterizos del norte, y que animaron el mundo de los negocios
de la ciudad de México durante los últimos años del primer gobierno
porfirista y bajo la administración del general Manuel González. Este
dinamismo se tradujo en la multiplicación de instituciones de emisión
fiduciaria —creadas con el fin de multiplicar la oferta de medios de pago
a través del billete bancario—, además del surgimiento de un nuevo
tipo de empresa bancaria, como fue la banca de gobierno, especializada
en dar servicio de apoyo a la Tesorería de la Federación.
En menos de una década, la ciudad de México contó con una ofer-
ta de instituciones de emisión que fue más allá de las necesidades de
su mercado mercantil y crediticio. Al terminar el gobierno de Manuel
González existían en esta plaza:

1. El Banco de Londres, México y Sudamérica, que se preservó du-


rante la etapa republicana, y al cual se debe la introducción del
billete bancario que, progresivamente, desplazó los viejos títulos
de pago, y que, a principios del periodo porfiriano, se encontraba
firmemente arraigado en la capital del país y en las principales
ciudades de la región central, también entre los comerciantes de
Tampico y los veracruzanos.
2. El Monte de Piedad. El éxito del Banco de Londres, y la escasez
de medios de pago durante el primer gobierno porfirista, animó
al Ayuntamiento de la ciudad de México, en 1879, a concederle al
Monte de Piedad la facultad de emitir certificados de depósito y
billetes.20
3. El Banco Nacional Mexicano. A fines del año de 1880, en el marco
de las negociaciones que entablaron representantes del gobierno
mexicano en Europa con el fin de reestablecer relaciones diplomá-
ticas, se iniciaron acuerdos con financieros franceses. Meses más
tarde, la Secretaría de Hacienda firmó un convenio mediante el cual
se acordó abrir una cuenta corriente con la empresa denominada
Banco Nacional Mexicano, la cual fungiría, además, como inter-
mediario financiero del gobierno, ante los acreedores internos y

20 Leonor Ludlow, “La especialización del crédito: aspectos económicos e institucio-

nales”, p. 23-28.
26 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

externos, y como responsable del manejo de los pagos y giros gu-


bernamentales al exterior, amén de ser autorizado a que sus ofici-
nas fueran receptorías fiscales. Además de estas actividades como
“banca del gobierno”, esta firma fue autorizada para realizar ope-
raciones de emisión, circulación y descuento. 21
4. El Banco Mercantil Mexicano. Frente a estos privilegios reaccionó
un amplio y fuerte grupo de comerciantes, compuesto por resi-
dentes extranjeros, especialmente españoles, que a principios de
1882 abrió las oficinas, matriz y sucursales, de un banco de circu-
lación, emisión y descuento. El mismo se denominó Banco Mer-
cantil Mexicano.
5. El Banco de Empleados. En junio de 1883, la Secretaría de Hacien-
da concedió al comerciante español Francisco Suárez Ibáñez el pri-
vilegio para establecer dicho banco, autorizado para emitir bille-
tes, circular y descontar documentos de pago, además de pretender
conceder a los empleados públicos “préstamos baratos”. En el mes
de septiembre de ese año la concesión fue traspasada a un emi-
nente grupo de políticos, cercanos a Porfirio Díaz, formado por el
general Pedro Baranda y por reconocidos acreedores como Luis
Miranda e Iturbe y Pedro Miranda.22
6. El Banco Hipotecario Mexicano. Surgió unos meses más tarde, con
el contrato firmado en el mes de abril con el representante del Ban-
co Hipotecario Mexicano, señor Eduardo Garay, y la firma de Fran-
cisco de P. Tavera y Cía, autorizado a realizar operaciones en el
Distrito Federal y en el territorio de Baja California. Dadas las cir-
cunstancias de quiebra del erario nacional, cuyos primeros sínto-
mas se presentaron a principios de 1883, las principales operacio-
nes de esta firma se realizaron con el gobierno de Manuel
González, al cual se le concedieron varios préstamos que fueron
respaldados con la hipoteca de varios edificios públicos pertene-
cientes al Gobierno Federal.

La multiplicación de empresas bancarias provocó serias dificulta-


des en el incipiente mercado de la ciudad de México que, no obstante
su importancia creciente, hubo de enfrentar los tropiezos propios de
una oferta fiduciaria que iba más allá de las necesidades del mercado.

21 Leonor Ludlow, “La construcción de un banco: el Banco Nacional de México (1881-

1884)”, y “El Banco Nacional Mexicano y el Banco Mercantil Mexicano: radiografía de sus
primeros accionistas, 1881-1882”.
22 Diario Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, 13 de junio de

1883, VIII (141), p. 3-5.


EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO 27

1882 1883 1884


Banco Nacional Mexicano 2 262 019 1 268 553 3 618 649
Banco Mercantil Mexicano 2 500 000 5 766 660
Banco de Londres, México y Sudamérica 1 462 558
Nacional Monte de Piedad 100 000
Banco de Empleados 90 000
Total 4 762 019 7 219 218

Este exceso se tradujo en una severa crisis de pagos en 1884, des-


pués de reducirse el ritmo en la inversión de la red de ferrocarriles como
resultado de la recesión padecida por la economía inglesa. La situación
se combinó con el excesivo endeudamiento que contrajo la administra-
ción de González en el terreno de los subsidios otorgados a las empre-
sas ferroviarias, lo que ocasionó una severo problema de liquidez para
la Tesorería. Éste se reflejó en la progresiva disminución del número
de bancos, proceso que tardó varios años en llevarse a efecto.
La primera operación se llevó a cabo en 1884, al fusionarse los dos
establecimientos más importantes, el Nacional Mexicano y el Mercan-
til Mexicano. Cuatro años más tarde se consumó la segunda fusión,
cuando el Banco de Londres, México y Sudamérica adquirió la conce-
sión otorgada al Banco de Empleados, con lo cual cambió su denomi-
nación social por la de Banco de Londres y México, operación que va-
rios contemporáneos reconocieron como un paso en la mexicanización
de la empresa.
Ambas empresas, el Banco Nacional de México y el Banco de Lon-
dres y México, se convirtieron en los primeros bancos del país, tanto
por el monto de sus operaciones como porque ambos fueron los úni-
cos establecimientos de crédito posibilitados legalmente para conver-
tirse en bancas nacionales, gracias al trato preferencial que les otorgó
el gobierno porfiriano en materia de emisión; sus billetes fueron auto-
rizados a circular en todo el país, además de que ambas sirvieron de
apoyo a la Tesorería. A pesar de que oficialmente este ramo sería des-
empeñado por el Nacional de México, el de Londres tuvo una impor-
tante participación en el cambio en la circulación de moneda metálica
que se llevó a cabo durante los años ochenta y, posteriormente, en el
crédito público.
Por último, importa destacar que parte importante de la moderni-
dad en materia de crédito, que se logró con el establecimiento de los
bancos, fue la promulgación del Código de Comercio de 1884, primer
cuerpo jurídico que estableció que las operaciones de banco fueran
consideradas como una actividad separada del comercio, además de
reconocer una multiplicidad de operaciones bancarias fundadas en las
28 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

experiencias norteamericanas y europeas acumuladas a lo largo de un


siglo. En esta ley se reconocieron las tareas de la banca en materia de
emisión, de circulación, de descuento, además de la recepción de de-
pósitos; también los diversos tipos de instituciones de crédito que po-
drían establecerse, como fue el caso de las empresas bancarias hipote-
carias, agrícolas, mineras y comerciales. La ley recuperó la tradición
colonial al considerar que la actividad bancaria debía ser considerada
como una actividad “pública”, por lo que el establecimiento de este tipo
de empresas debía ser autorizado por la Secretaría de Hacienda que,
además, debía vigilar por medio de un interventor el buen funciona-
miento de esas firmas. El Código Mercantil estableció que las empresas
bancarias debían estar registradas obligatoriamente bajo el régimen
de sociedades anónimas o de responsabilidad limitada. Además, es-
tableció que tales firmas debían contar con un capital no menor a qui-
nientos mil pesos y, para comenzar sus operaciones, debían tener en
caja el cincuenta por ciento y el resto en acciones para que, al quedar
íntegramente suscrito el valor nominal, al cabo de un año, al menos hu-
biera cinco socios fundadores responsables de suscribir el cinco por
ciento del capital social.23

Consideraciones finales

A manera de conclusión, podemos decir que la aparición de los primeros


bancos y los obligados ajustes que hubieron de sufrir deben juzgarse como
signo de la modernidad porfirista, pues estos agentes económicos se ca-
racterizaron por la creciente especialización de sus funciones, ya que
separaron o abandonaron el comercio de bienes, para concentrar sus
operaciones en el mercadeo de documentos de pago que fueron emiti-
dos por las autoridades políticas nacionales, estatales o locales, o por
empresas de diversa índole que pagaban a sus proveedores con títu-
los. Ello es considerado por Werner Sombart como una de las “fuerzas
motoras” de la economía capitalista.24 Ya que el ordenamiento jurídico
estableció que los bancos debían regirse:

1. Bajo el régimen de las sociedades anónimas, lo cual expresó la di-


sociación entre el empresario y el poseedor del capital.

23 Dublán y Lozano, op. cit., v. XVIII, p. 665-668.


24 “El rasgo especial característico de la época de apogeo del capitalismo es el cambio
de toda la dirección de la vida económica, la cual pasa a manos de los empresarios capita-
listas que, a partir de este momento, transformados en los sujetos económicos de la esencia
profunda de la economía capitalista...”, Sombart, El apogeo del capitalismo, p. 28-29.
EL PASO A LAS INSTITUCIONES DE CRÉDITO 29

2. Reconocer una acentuada especialización por funciones, hasta en-


tonces no aceptada, ya que el crédito quedó separado del comercio
y la banca fue autorizada para realizar una multiplicidad de fun-
ciones.
3. Con ello quedó legitimada la creciente dominación del banque-
ro/financiero en la vida económica, a través del manejo del con-
trol en la oferta y demanda de capitales requeridos por diversos
sectores sociales.25

Tal transformación no tuvo un solo motor de cambio; por el con-


trario, me parece que es necesario reconocer la confluencia de diver-
sos elementos tanto económicos como jurídicos, los cuales, al lado de
la expansión financiera internacional, determinaron la transformación
social y económica de México hacia fines del siglo XIX.

FUENTES

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Dublán y Lozano e hijos, 1882 y 1886.
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Historia, geografía, estadística. El Distrito Federal. México-Barcelona, Ra-
món de S. N. Araluce, 1898.

25 Ibidem, p. 30-32.
30 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

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VÁZQUEZ, Josefina Zoraida y Pilar Gonzalbo Aizpuru, Guía de protocolos.


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1856 y 1857, México, El Colegio de México, 1995-1996.
VIDRIO, Manuel, “Sistemas de transporte y expansión urbana: los tranvías”,
en Alejandra Moreno Toscano (coordinadora), Ciudad de México. Ensa-
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VIGNEAUX, Ernest de, Viaje a México, México, Secretaría de Educación Pú-
blica, 1982.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Y SUS ALREDEDORES, 1880-1910

MARIO TRUJILLO BOLIO


Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social

El propósito de este ensayo es distinguir las peculiaridades que con-


servó el empresariado textil luego de su activa participación en los
ámbitos fabril y mercantil de la ciudad de México y sus alrededores
durante el periodo de 1880-1910, etapa en que se produjo un signifi-
cativo crecimiento y transformación en la rama de hilados y tejidos.1
De acuerdo con la inserción que tuvieron en la producción y comercia-
lización, es posible distinguir a tres tipos de empresarios: fabricantes-
financieros, empresarios-industriales y empresarios-corporativos.
El primer tipo de empresarios se distinguió como socio mayorita-
rio de las compañías que se formaron a lo largo de la década de 1870,
pero se incluye aquí pues logró mantenerse como activo propietario de
fábricas de hilados y tejidos todavía en los últimos años del siglo XIX.
Por otro lado, es de advertirse que, si bien el origen de este empre-
sariado comenzó propiamente en la actividad comercial de la ciudad
de México, más tarde, al interesarse en el negocio de los textiles, ad-
quirió fábricas en la periferia de la capital para manufacturar hilaza,
manta y ropa dirigidas al consumo de los sectores populares. Su par-
ticipación en los negocios mercantiles y en la naciente industria textil
lo llevó, incluso, a lograr una significativa acumulación de capitales,
para ser parte de esa generación de accionistas que aportó los fondos
para darle cabida a las primeras instituciones bancarias que surgieron
durante la década de 1880.2
En segundo término, podríamos mencionar al empresariado-in-
dustrial que, esencialmente, se dedicó a lucrar en el negocio de la
manufactura y venta de fibras de lana y algodón. Para lograr esta espe-
cialización dentro de la industria, este tipo de empresario requirió de
más de un establecimiento para la fabricación variada de textiles, telas
1 Rosenzweig, “La industria” p. 341-343.
2 En nuestro trabajo “Empresario textil en la ciudad de México y su periferia 1830-
1890. Producción manufacturera y entramado social” (en prensa), se hace una definición
más amplia de este tipo de empresario.
34 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

y prendas de vestir; contó también con bienes raíces y otras activida-


des para fortalecer su compañía.
El tercero, que lo diferenciamos como el empresario-corporativo,
es el hombre de negocios que tuvo, a la par de un conglomerado de
fábricas en el ramo de la lana y del algodón, una diversidad de nego-
cios localizados en las actividades agrícolas, en el gran comercio, en el
sector bancario, los bienes raíces y el transporte.
En el presente ensayo se hará la distinción entre estos tres tipos
de empresariado textil. Primero retomaremos los aspectos que permi-
tieron a los empresarios invertir en compañías dedicadas a la fabricación
y comercialización de textiles y tener alguna participación accionaria
en las primeras instituciones bancarias del país. Más adelante, nos de-
tendremos a señalar las características de aquel empresariado que
pudo agrupar, en un solo negocio, algunos establecimientos fabriles
para la manufactura de hilados y tejidos, así como tiendas para la
venta de textiles en el mercado capitalino. Finalmente, nos ocupare-
mos en mostrar la emergencia del último grupo, que logró ampliar
sus actividades hasta manejar un amplio conglomerado de fábricas
y negocios.

Los fabricantes-financieros

Hombres de negocios con experiencia en la producción y comer-


cialización de textiles ya desde la segunda mitad de la década de 1870
mantenían una activa presencia en la ciudad de México y sus alrede-
dores. Los capitales invertidos en el ramo industrial de hilados y te-
jidos lograron una gran actividad después de que en la República
Restaurada no fue tan severa la tasación de impuestos para adquirir
materia prima y maquinaria, y que se dieron condiciones propicias
para la comercialización de manufacturas en el mercado interno del
centro de México.3
Antiguos establecimientos fabriles que surgieron en las décadas
de 1830 y 1840 como La Magdalena Contreras, La Hormiga, San Fer-
nando, Santa Teresa, La Fama Montañesa, Miraflores, San Ildefonso,
Barron y Colmena, sostuvieron su producción de textiles debido a la
formación de compañías dedicadas al negocio de la manufactura y
venta de textiles.
En el transcurso de los gobiernos de Juárez y Sebastián Lerdo de
Tejada, las compañías de hilados y tejidos, establecidas en la capital y

3 Keremitsis, La industria textil mexicana en el siglo XIX, p. 84-85.


EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 35

su periferia, habían sido manejadas por una generación de hombres de


negocios que imprimieron una forma distinta de operar a las empresas
que se dedicaron a producir y comercializar hilos, telas y prendas de
vestir.4 A los mismos podemos diferenciarlos como empresarios fabri-
cantes-financieros luego de que pudieron no sólo sostenerse como ac-
tivos propietarios de las fábricas de hilados y textiles —manteniendo
niveles suficientes en la producción y venta de las manufacturas pro-
ducidas— sino, también, porque hicieron posible la refinanciación de
sus empresas al tener una participación de capital en las primeras ins-
tituciones financieras del país. Esto se evidenció en varias compañías
en donde aquellos accionistas mayoritarios lograron además de un
marcado conocimiento en la fabricación y venta de textiles, la posibi-
lidad de tener una fuente de finaciamiento constante para evitar la
descapitalización de sus compañías. Lo anterior es posible constatarlo
en el recuento de lo sucedido en las distintas zonas de manufactura
textil que existieron en la ciudad de México y sus alrededores.
Con todo, tenemos que en la comarca fabril de San Ángel, la fá-
brica La Hormiga se convirtió en una de las más prósperas de su ramo
una vez que su propietario, Nicolás de Teresa, reinvirtiera suficiente
capital para modernizar sus procesos productivos. Lo mismo habría
que decir de la sociedad que fue dueña, entre los años de 1865 y 1898,
de la fábrica La Magdalena Contreras, pues sus accionistas, Antonio
B. Mendoza y Pío Bermejillo, hicieron que este establecimiento textil
tuviese una capacidad productiva considerable, una vez que se des-
tinó suficiente dinero para adquirir nueva maquinaria para fabricar
una amplia variedad de manufacturas textiles.5 Por su parte, la fábri-
ca de lana El Águila, luego de haber estado paralizada en la década
de 1860, se puso en funcionamiento a partir del año de 1870, una vez
que se constituyó una compañía con los capitales de la firma I. R.
Cerdeña y Cía. y Sucesores, la cual estaba establecida en la ciudad de
México realizando operaciones fiduciarias y actuando como una gran
casa mercantil de exportación e importación.6
En la zona fabril de Tlalpan se advierte también que se modificó
sustancialmente la situación de las compañías textiles. El centro fa-
bril La Fama Montañesa fue adquirido, en 1875, por los empresarios

4 Buena parte de los especuladores y dueños de casas mercantiles que se interesaron

por el negocio de la manufactura de textiles, como Antonio Escandón, Antonio Garay,


Eustaquio Barron y Juan Antonio Béistegui, dejaron de incidir en esta actividad industrial
por haber perecido todos en el transcurso de la década de 1860.
5 Trujillo, “La fábrica La Magdalena Contreras (1836-1910). Una empresa textil precur-

sora en el Valle de México”, p. 264-265.


6 Ver Busto, “Cuadro estadístico de la Industria de lana y algodón”.
36 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Manuel Cordero y Ricardo Sáinz. Ambos empresarios contaron con


fondos suficientes para que este centro textil de tamaño medio tuvie-
se niveles de crecimiento aceptables y una significativa diversificación
productiva y tecnológica. Todo esto luego de dedicarse a producir
manta, hilaza, prendas de vestir de diferentes clases y colores, y des-
pués de modernizado su proceso de estampado de telas.7
Una situación similar, podría decirse, fue la que sucedió a la com-
pañía San Fernando, de Manuel Ibáñez. Este empresario además de
fungir como socio mayoritario de esta fábrica establecida en Tlalpan
mantuvo, junto con otros empresarios textiles, una participación accio-
naria considerable cuando se constituyó el Banco Mercantil Mexicano,
y después continuó participando con capitales cuando se fusionó esta
misma institución crediticia con el Banco Nacional Mexicano.8
En lo referente a los centros fabriles establecidos en el distrito de
Tlalnepantla, durante la década de 1870, las compañías conservaron
aún aquella estructura operativa que los comerciantes de la primera
mitad del siglo XIX dieron a las empresas de hilados y tejidos. Esto se
observa en la fábrica Río Hondo, en donde el principal accionista fue
el especulador Isidoro de la Torre.9 Con respecto al centro fabril San
Ildefonso, que se dedicó a la hechura de casimires de lana, éste pasó a
ser propiedad de una sociedad formada por los hijos de P. Portilla,
firma que, al mismo tiempo, actuaba como una casa mercantil esta-
blecida en la ciudad de México. En cuanto a las fábricas La Colmena y
Barron, éstas pertenecieron a una compañía que constituyeron las he-
rederas —sus hijas Loreto y Juana— del gran comerciante Juan Anto-
nio Béistegui, así como el accionista minoritario Francisco Arzumendi.
La fábrica Miraflores, situada en el Distrito de Chalco, tuvo como
propietarios, durante los primeros años de la década de 1870, a los
ingleses Jacobo H. Robertson, Felipe N. Robertson, José Antonio Sosa
y al vasco José Antonio y Ansoástegui.10 Pero ya para mediados de la
década de 1880, los únicos socios mayoritarios de Miraflores fueron
los Robertson, a quienes su experiencia en el ramo de los hilados y

7 ANCM, Notario Ignacio Burgoa, n. 99, protocolo del 9 de noviembre de 1875.


8 Al respecto véase Banco Mercantil Mexicano. Consejo de Administración, Libros de
Actas de sus Sesiones, año 1, 1881. Exposición de Motivos, Acta de Fundación, Estatutos, y
el libro de Asambleas Anuales y Extraordinarias del Consejo de Administración del Banco
Mercantil Mexicano, de agosto y octubre de 1881, sesiones del 29 de agosto de 1881 al 23 de
marzo de 1882, e inclusive la del 22 de enero de 1883, en el Archivo Histórico Banamex
(AHBM). Archivo Notarías de la ciudad de México (ANCM), notario Fermín González Cosío,
n. 292, protocolo del 3 de febrero de 1875, foja 60.
9 Archivo Notarías de la ciudad de México.
10 (ANCM), notario Fermín González Cosío, n. 292, protocolo del 3 de febrero de 1875,

foja 60.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 37

tejidos los llevó a mantener cierta presencia en la industria textil, cuan-


do adquirieron la moderna fábrica citadina de San Antonio Abad que,
desde 1883, había establecido el empresario español Manuel Ibáñez.11
No obstante, hay que señalar que las fábricas Miraflores y San Anto-
nio Abad, a principios de la década de 1890, pasaron a ser propiedad
de la firma Noriega Hermanos la cual, como veremos más adelante,
destacó por ser una de las más importantes compañías en el ramo tex-
til durante el régimen porfirista.12
En el periodo del porfiriato, la tendencia observada en el empre-
sariado es una cierta continuidad en la operación de algunas compa-
ñías con propietarios provenientes de ese sector que hemos diferen-
ciado como fabricantes-financieros. La fábrica de San Fernando, pese
a que su planta productiva se había quemado en noviembre del año de
1883, logró restaurarse después del siniestro y se mantuvo trabajando
durante la década de 1890, luego de ser adquirida por el industrial y
banquero Benito Arenas quien, dicho sea de paso, ya tenía experiencia
previa en la rama textil, pues había sido propietario de la fábrica
citadina de algodón conocida como Mercado de Guerrero.13
Todavía en la década de 1900, la Fama Montañesa mantuvo como
propietario a Ricardo Sáinz, quien se preocupó por sostener un ni-
vel productivo significativo en su fábrica textil, después de haber
realizado las necesarias transformaciones a nivel tecnológico y de ma-
quinaria para la época. Esto se evidenció en las adecuaciones que le
permitieron incrementar la producción de hilos y tejidos, después de
introducir electricidad que generó la energía para los equipos, telares
y alumbrado de sus instalaciones; en la modernización del mismo pro-
ceso de estampado de telas; en el diversificar la producción para con-
feccionar prendas de vestir, en hacer más dinámica la distribución de
sus mercancías en el mercado. No hay indicios que nos muestren que
la compañía propietaria de La Fama Montañesa tuviese problemas de
capitalización que la llevaran en algún momento a la quiebra o a una
eventual paralización de sus actividades. Esta situación indica, enton-
ces, que dicha compañía se mantuvo sin percances a lo largo del régi-
men de Porfirio Díaz debido, en gran medida, a que Ricardo Sáinz

11 ANCM, notario Eduardo Galán, n. 293, 15 de marzo de 1875, hoja 180 vuelta, y 181.
12 ANCM, notario José Villela, n. 725, año 1886 .
13 Muestra de lo anterior puede advertirse en los nombres, en lo que fue la sesión del
29 de agosto de 1881, de los que se convirtieron en socios fundadores del Banco Mercantil
Mexicano, en donde aparecen los siguientes fabricantes textiles, aportando las siguientes
cantidades: Nicolás de Teresa, $ 200 000.00; Fausto Sobrino, $ 100 000.00; Manuel Ibáñez,
$ 100 000.00; Bermejillo Hermanos, $ 100 000.00; Benito Arena y hermano $ 50 000.00; Ma-
nuel Mendoza Cortina, $ 50 000.00; Francisco Azurmendi, $ 30 000.00; Suniaga hermanos,
$ 25 000.00. Véase Trujillo, “La Fama Montañesa, 1830-1913”, p. 23-24.
38 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

contó con permanente financiamiento para su fábrica al ser, él mismo,


parte de un conjunto de connotados capitalistas —como Manuel
Ibáñez— que tuvieron inversiones en la industria textil del país y que,
también en 1884, fueron los que participaron con caudales en la crea-
ción del Banco Nacional de México.14

El empresariado industrial

En la transformación de la rama de hilados y tejidos, que tuvo cabida


en la ciudad de México y su periferia entre 1880 y 1910,15 ocupó un
papel esencial el empresariado industrial que, como ya se dijo, se de-
dicó a lucrar en el negocio de manufactura y venta de fibras de lana y
algodón; para lograr esta especialización requirió de más de un esta-
blecimiento fabril para la fabricación diversa de textiles, sostuvo uno
o varios establecimientos comerciales para expender toda clase de hi-
los, telas y prendas de vestir, y contó con bienes raíces y otras activi-
dades mercantiles para fortalecer su compañía.
La actuación de este tipo de empresario podemos observarla a par-
tir de la situación de la fábrica La Hormiga, al advertir en la misma
transformaciones interesantes luego de ocurrir un cambio de propie-
tarios, que fueron del empresario-financiero al empresario-industrial.
En este sentido, primeramente, cabe señalar que todavía en la década
de 1890, esta fábrica pertenecía a Nicolás de Teresa quien, mientras la
tuvo bajo su dirección, la dotó de financiamiento constante.16 Sin em-
bargo, ya en el primer decenio del siglo XX se aprecian variaciones
trascendentes en la razón social de la compañía poseedora de esta fá-
brica, una vez que la adquirieron accionistas conocedores del ramo
de hilados y tejidos.
De esta forma, observamos que la renovación de esta empresa
ocurrió a partir del empresario-industrial parisino Sebastián Robert,
quien se encargó de formar una nueva compañía bajo la denomina-
ción social: La Hormiga S. A. fábrica de hilados y tejidos de algodón, blan-
queo, aprestos y artículos de punto. Como socio mayoritario figuró el
propio Robert; intervinieron también otros accionistas franceses:
León Barboux, que ocupó el cargo de consejero delegado, y Emilio
Mayran, quien participó como socio gerente.17 La compañía, junto

14Trujillo, “La Fama Montañesa, 1830-1913”, p. 23-24.


15Rosenzweig, “La industria”, p. 341-343.
16 O’Farril, Reseña histórica estadística y comercial de México y sus estados, p. 45-46.
17 Archivo Histórico del Agua (AHA), Fondo Aprovechamiento Superficial, caja 208,

expediente 4947.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 39

con los citados accionistas franceses expertos en la fabricación de di-


versas clases y tipos de textiles, tuvo una planta hidroeléctrica para el
suministro de la fábrica y para vender el fluido a los habitantes de la
población de Tizapán.18 Asimismo, la sociedad propietaria de La Hor-
miga contó, en la ciudad de México, con almacenes para la venta de sus
manufacturas: El Centro Mercantil y La Valenciana, y otra tienda de
textiles, la Maison d’ Achats, en la ciudad de París. Con este último es-
tablecimiento Robert, y asociados pudieron vender, en el comercio de
la ciudad de México, no sólo manufacturas nacionales sino, incluso, im-
portar de manera directa telas y mercería desde la capital de Francia.
Cabe advertir, al mismo tiempo, que Sebastián Robert formó parte
de las juntas directivas de una de las grandes compañías textiles esta-
blecidas en Veracruz —que en el transcurso del Porfiriato lograron un
gran impulso a partir de la constitución del consorcio CIVSA— así como
ser él mismo uno de los consejeros del Banco Nacional de México.19
Por otra parte, tenemos las adecuaciones que tuvo la razón social
de la empresa propietaria de La Magdalena Contreras. La misma tam-
bién nos permite observar los cambios que tuvieron las empresas tex-
tiles. Así y en la década de 1890, este centro fabril continuó siendo del
fabricante-financiero Pío Bermejillo. Como vimos anteriormente, este
propietario la mantuvo a un nivel considerable en sus finanzas e hizo
que mostrara un buen comportamiento en su capacidad productiva.
Esto último se logró gracias a que se implementó una modernización
en sus procesos de estampado y almidonado, en el entintado de telas
con sustancias químicas alemanas para dar diversos colores a las pren-
das, en la incorporación de máquinas Rabet para la fabricación de
hilatura más fina y resistente y la instalación de telares Northrop, con
husos de alta velocidad para incrementar la productividad. Empero,
hay que advertir que es a partir de 1898 cuando, en La Magdalena
Contreras, se dieron cambios fundamentales. Lo anterior se puso de
manifiesto en la formación de una nueva sociedad con capitalistas fran-
ceses que le dieron un giro diferente a la empresa, pues la propia com-
pañía contó con tres plantas productivas más y otros negocios que le
permitieron una mayor competencia en el mercado.
De tal forma tenemos que estos empresarios franceses, a la par de
la fábrica La Magdalena, lograron adquirir otros centros fabriles como
el de Santa Teresa —especializado en la lana—, uno conocido como Río
Florido —dedicado a fabricar percales y estampados— ubicado en

18 AHA, Fondo Aprovechamiento Superficial, caja 602, expediente 8752.


19 Haber, Industria y subdesarrollo. La industrialización de México, 1890-1940, p. 96.
40 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Tlalnepantla, y una tienda en el centro de la ciudad de México para la


comercialización de sus productos: ésta última fue la Francia Marítima.20
Es interesante hacer el seguimiento de esta sociedad pues, por sí
sola, permite constatar lo que fue, para ese entonces, otro ejemplo más
del empresario-industrioso en la rama de los hilados y tejidos. Para
ello, resulta necesario detenerse y hacer un balance de lo que fue la
escritura de disolución de la sociedad: Donnadieu, Vayan y Compa-
ñía, Sociedad en Comandita que existió de los años de 1903 a 1907 y,
más tarde, la constitución de la Sociedad Vayan, Jean y Compañía,
Sociedad en Comandita que duró de 1908 a 1913.21
Al hacer un análisis de la segunda sociedad, encontramos que la
constituyeron los fabricantes Luis Vayan (senior), Antonio Donnadieu,
León Meyrán, Sebastián Donnadieu, Adrian Jean, Luis Vayan (junior)
y Camilo Jean, todos ellos, de nacionalidad francesa. De entrada, el
acta constitutiva advierte, en su cáusula tercera, que:

El objeto de la Sociedad será: I. El de explotar las fábricas denominadas


“La Magdalena” y “Santa Teresa” ...y el cajón denominado “La Francia
Marítima”, situado en la esquina de las calles de Capuchinas y el Ángel,
de esta capital. En consecuencia, la mencionada sociedad se dedicará a la
fabricación de hilados, tejidos y estampados de algodón e hilados y teji-
dos de lana y a la venta de los citados productos, así como a la compra y
venta de los de lencería y todos los que con estos ramos se relacionen.

Es claro que, por el giro industrial y los propósitos de la sociedad,


el conjunto de sus accionistas estuvieron centrados fundamentalmen-
te en producir y comercializar hilados y tejidos.
Donnadieu Vayan y Companía
Sociedad en Comandita Simple

Fábricas: La Magdalena Contreras


Cajón de ropa La Francia Marítima
Santa Teresa
Casas en las calles de Tlalperos y Ángel
Inmueble y turbinas de la ex fábrica El Águila

Propiedades rurales: Ranchos Anzaldo Generación de energía eléctrica a través de los


y Contreras, Hacienda de la Cañada, negocios: Río Chalma o de la Alameda en el
terrenos cercanos a las fábricas: Edo. de México. Aprovechamiento de fuerza
El Molinito y Sasachlpa motriz de las aguas del Río Magdalena

20
Trujillo, op. cit., p. 266.
21
Véase notario Ignacio Alfaro: Testimonio de la escritura de disolución de la socie-
dad en comandita “Donnadieu, Vayan y Compañía, Sociedad en Comandita” y de consti-
tución de la Sociedad “Vayan Jean y Compañía, Sociedad en Comandita”; señores Luis Va-
yan (senior), León Meyrán, Antonio y Sebastián Donnadieu, Luis Vayan (junior) y Adrian y
Camilo Jean. Fechada en México, marzo 5 de 1908. Archivo Histórico del Agua (AHA) Fon-
do Aprovechamiento Superficial, caja 4299, exp. 57347.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 41

Esto mismo es demostrado no sólo por los distintos negocios de


la empresa —fábricas, tienda, bienes raíces y plantas de energía eléc-
trica— que hemos agrupado en el recuadro de arriba, sino también
por las características de la estructura interna y jerárquica que se dio
en el conjunto de los socios que constituyeron la sociedad y que a con-
tinuación veremos.
En este sentido, cabe decir que desde que funcionaba la sociedad
Donnadieu y Compañía, entre sus principales socios accionistas apa-
recían tres familias francesas como propietarias de la compañía. Al
hacer el recuento del paquete accionario se observa que contaban con
una participación considerable en capitales los accionistas Luis Vayan
y Antonio Donnadieu. Sin embargo, una vez que pasó a constituirse la
sociedad Vayan Jean y Compañía se aprecia que, pese a que los socios
Vayan mantuvieron aún una presencia significativa de $ 650 000.00,
los Jean alcanzaron un terreno considerable en el espacio económico
de la nueva sociedad, dado que entre ambos llegaron a tener un capi-
tal en acciones que sumó los $ 500 000.00. A este respecto, es ilustrativa
la cláusula quinta de la sociedad, pues advierte que tuvo un capital
de un millón quinientos cincuenta mil pesos, en el cual sus socios apor-
taron lo siguiente:

Luis Vayan (senior) $ 400 000.00


León Meyrán $ 400 000.00
Adrian Jean $ 300 000.00
Luis Vayan (junior) $ 250 000.00
Camilo Jean $ 200 000.00

De acuerdo a la organización y administración de la compañía,


fueron establecidos los cargos siguientes:

Socios Comanditarios
Luis Vayan (senior)
León Meyrán

Socios Comanditados
Adrian Jean
Luis Vayan (junior)
Camilo Jean

Es de observarse, en esta perspectiva, que la mayoría accionaria y


de capital que tuvieron los Vayan (senior y junior) les permitió a am-
bos alcanzar una mayoría relativa en el manejo de la empresa y, al mis-
42 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

mo tiempo, tener posiciones claves en la misma sociedad, tanto en la


dirección, en la administración, como en las ganancias. Empero, cabe
mencionar que lo anterior fue relativo en la sociedad, dado que Luis
Vayan (senior) estuvo sujeto a cumplir funciones bien específicas al com-
partir, junto con León Meyrán, su responsabilidad de socio comandita-
rio, cargo que, por cierto, les dio el derecho de:

imponerse en todo tiempo de la contabilidad y papeles de la Socie-


dad, el de visitar los establecimientos, el de presenciar la facción de
inventarios, tomando parte en su formación si así lo deseare, el de que
se les remita, en caso de estar ausentes, un extracto del inventario y
balance general anual y, finalmente, el de hacer a los socios adminis-
tradores las observaciones que se les ocurrieren sobre la marcha gene-
ral de los negocios o sobre los determinados negocios.

En cambio para Luis Vayan (junior) la situación fue diferente al


tener que compartir con Adrian Jean y Camilo Jean las funciones asig-
nadas a los socios comanditados desempeñando estas funciones:

el carácter de administradores y podrían hacer uso separadamente de


la firma social, pero la dirección de los negocios y operaciones de la
sociedad estará forzosamente a cargo de los tres socios quienes en los
negocios y operaciones de bastante importancia o de gran interés, to-
marán resoluciones...

La cláusula décimotercera del acta constitutiva de la compañía


Vayan, Jean y Compañía les permitía a los socios comanditados ir a
Europa con el fin de realizar compras para la empresa. No obstante,
en la cláusula décimosexta de la misma sociedad, y que aparece como
una de las más rigurosas, se advierte lo siguiente:

Queda absolutamente prohibido a los socios comanditados frecuentar


garitos o casas de juego. El socio que falte al cumplimiento de lo pac-
tado en esta cláusula o adquiera el vicio del juego, por ese solo hecho
dejará de pertenecer a la sociedad y quedará inmediatamente segre-
gado de ésta.

Por otro lado, podemos mencionar que pese a que padre e hijo
Vayan mantuvieron todavía una posición destacada en la constitución
de la segunda empresa, hay que anotar que en la forma de dividir las
utilidades, y como se observa en el recuadro, ellos tenían tan sólo po-
sibilidades de obtener un 38 por ciento de las ganancias, mientras que
la familia de los Jean obtenía el 48 por ciento. Esto último era ya sig-
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 43

nificativo en la compañía, pues en años posteriores y en la que, en


1926, se constituyó como la sociedad Vayan, Jean y Compañía, Socie-
dad en Comandita, se especifica que los mismos Camilo, Adrian, Al-
fonso y José Jean adquirieron una posición destacada al tener, juntos,
un capital que sumaba el millón novecientos diez mil pesos, frente al
millón de pesos que todavía conservaba Luis Vayan (junior), ambos
de un capital total de la sociedad de tres millones de pesos.22
Finalmente, resta decir que, en el recuento de los pasivos de la so-
ciedad Vayan Jean y Compañía, se observa toda una serie de réditos
pendientes de la misma compañía con varias instituciones crediticias
establecidas en México y el extranjero, para principios del siglo XX,
y entre las que destacan bancos como el Central Mexicano, de Lon-
dres y México, Nacional Mexicano y Deutsch Sud America Bank. Esta
situación nos indica, en consecuencia, que estos empresarios-indus-
triosos tenían que recurrir al capital financiero para darle vida a los
diferentes negocios que se agruparon en lo que fue la sociedad Vayan,
Jean y Compañía, Sociedad en Comandita.

El empresariado-corporativo

Entre las décadas de 1880 y 1900, y en el escenario del desarrollo de la


industria textil del Valle de México, se distingue también un empre-
sariado-corporativo que tuvo un conglomerado de empresas textiles y
varios negocios en otras tantas actividades productivas. El prototipo de
este empresariado es posible encontrarlo en la trayectoria de negocios
que lograron abarcar los hermanos asturianos Remigio e Íñigo Noriega.
La firma Noriega Hermanos tuvo, entre sus antecedentes forma-
tivos como corporativo empresarial, la experiencia de una casa comer-
cial que se dedicó tanto a la importación de productos europeos, como
a la venta de mayoreo y menudeo de toda clase de productos, luego de
que Íñigo Noriega Mendoza, el tío de Remigio e Íñigo constituyeran la
sociedad mercantil.23 Sin embargo, entre las décadas de 1880 y 1890,
encontramos una activa expansión empresarial que desplegó, particu-
larmente, Íñigo Noriega. Esto se hizo sentir en el ramo textil, lo que le
permitió abarcar el suministro de materia prima, la modernización de
la producción de esta industria y la distribución de sus manufacturas

22 Lo anterior puede constatarse en el testimonio que levantara el notario Bernardo

Cornejo de la escritura de constitución de la Sociedad Vayan, Jean y Compañía, Sociedad


en Comandita en junio de 1926; AHA, Fondo Aprovechamiento Superficial, caja 4299, exp.
57347, f. 36.
23 Pacheco, “Los recursos financieros”, p. 273.
44 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

fabricadas, no tan sólo en el mercado citadino y de sus alrededores,


sino en otras regiones comerciales del país ubicadas más allá del cen-
tro de México.24 Todo lo anterior se logró a través de un conglomerado
de empresas como lo fueron las compañías “Río Bravo” y “La Sultana”
en la región lagunera que se dedicó al cultivo del algodón y fabricación
de máquinas desfibradoras de plantas textiles. También puede cons-
tatarse a través de la compañía Xico, San Rafael y anexas que permitie-
ron la obtención de madera, papel, hortalizas y ganado. En el terreno
industrial, se constituyeron no tan sólo el emporio Compañía Indus-
trial de Hilados, Tejidos y Estampados San Antonio Abad y anexas
Barron, Colmena y Miraflores,25 sino que, al mismo tiempo, lograron
adquirir otros establecimientos fabriles como La Virgen S.A., dedica-
da a la comercialización de productos de lino y algodón, la fábrica
Metepec en Puebla,26 y la fábrica de San Fernando en Tlalpan.
Esto último significó que, fuera de los centros fabriles que adqui-
rieron españoles y franceses en San Ángel y Tlalpan, la firma Noriega
por sí misma pudiera acaparar una parte considerable de la produc-
ción de hilados y tejidos que, entre 1880 y 1910, tuvo cabida en la ciu-
dad de México y su periferia.
Noriega, con la primera compañía, tuvo la posibilidad de produ-
cir toda clase de hilados y tejidos de lana y algodón, ropa y mercería,
a partir de una renovada maquinaria que se incorporó a sus estableci-
mientos fabriles. Igualmente, con La Virgen, S.A. comercializó, fabri-
có y vendió manufacturas hechas con fibras muy demandadas en la
época como lo fueron el lino y el algodón. Y con las fábricas San
Fernado y Metepec tuvo la posibilidad de producir, a mediana y gran
escala, otro tipo de productos textiles para la demanda de los merca-
dos de las ciudades de México y Puebla.
Como podrá distinguirse en el croquis referido al consorcio em-
presarial de la firma Noriega Hermanos S.A., puede encontrarse que, a
la par de las empresas textiles y agroindustriales,27 aparecen dentro de

24 Sobre las primeras actividades de los Noriega en la industria textil, consúltese


AGNCM, notario 725, José Villela, 1886 y 1889.
25 Al respecto Fernando Rosenzweig señala: “en 1892, un grupo de capitalistas hispa-

no-mexicanos: Luis Barroso Arias, Íñigo Noriega y Adolfo Prieto, y el capitalista francés
Agustín Garcin, compraron las fábricas textiles de Miraflores y La Colmena, en el Estado
de México, y la de San Antonio Abad, de la capital. Esta última la había construido, en
1883, el inversionista español Manuel Ibáñez, quien, en 1885, la vendió a Noriega. Así na-
ció la compañía industrial de San Antonio Abad, cuyo capital ascendía, en 1910, a tres y
medio millones de pesos”.
26 Pacheco, op. cit., p. 274-275.
27 Sobre el emporio agrícola de Íñigo Noriega, véase Tortolero, De la coa a la máquina

de vapor. Actividad agrícola e innovación tecnológica en las haciendas mexicanas: 1880-1914,


p. 159.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 45

sus distintas actividades otros giros económicos como el comercio de


importación y exportación; el ferrocarril Río Frío; la fábrica de ladri-
llos; un negocio de bienes raíces que tuvo gran auge durante el
porfiriato; otro en el que se otorgaban créditos y compraban deudas;
una fuerte participación accionaria en la banca, así como respaldo o
asociación con un sector de socios que, por cierto, tuvieron gran pre-
sencia en el sector industrial y financiero del país, como fueron los
casos de los banqueros Manuel Romano Gavito, Antonio Basagoiti,
Luis Barroso Arias, y del industrial-banquero Tomás Braniff.28
Por otro lado podría decirse, en lo que respecta a este empre-
sariado-corporativo, que tenía una gran incidencia en el ramo textil, y
que presenta una diferencia sustancial respecto a lo que hemos apun-
tado en el caso del empresario-fabricante, particularmente en la ma-
nera de llevar el negocio en las fábricas de hilados y tejidos, así como
en sus tiendas comercializadoras de toda clase de textiles. En el caso
específico del empresario-corporativo, lo que atrae la atención es que
su actividad directiva no era de manera personal dentro del centro
fabril y almacenes de ropa. Más bien, lo que resalta en la organización
del consorcio empresarial Noriega es un consejo administrador para
las diferentes empresas textiles —en donde sobresalió destacada-
mente la actuación de Manuel Romano Gavito— y la figura de un
director gerente —en estos años ocupó el cargo el francés Hipólito
Gerard— quienes estaban al tanto de toda la compleja relación in-
dustrial y comercializadora del negocio textil.
Cabe señalar, finalmente, que en la misma región de estudio po-
dría localizarse, aunque de una manera muy colateral, lo que fue la
incidencia de otro empresariado-corporativo en el ramo textil, a tra-
vés de una fábrica de casimires ubicada en Tlalnepantla.29 Esto tiene
que ver con la compañía industrial San Ildefonso que se fundó en 1896
y que tuvo como principal accionista al comerciante e industrial fran-
cés Ernesto Pugibet. Pese a que el empresario Pugibet destacaba en la
industria mexicana como el gran empresario tabacalero, con la compa-
ñía cigarrera El Buen Tono, Fernando Rosenzweig ha señalado que la
fábrica San Ildefonso era una compañía más del gran consorcio textil
Compañía Industrial de Orizaba (CIDOSA) fundada en 1889.30 Dicha
28 Haber, op. cit., p. 103.
29 Durante la década de 1870 la fábrica de casimires San Ildefonso perteneció a una
sociedad formada por los hijos de P. Portilla. Al respecto véase Busto, Estadística de la Repú-
blica Mexicana.
30 Rosenzweig logró definir muy claramente cómo funcionaba dicho consorcio, al se-

ñalar: “En el caso de los inversionistas franceses, se realizaron varios agrupamientos de in-
tereses, uno en México, en torno al Banco Nacional, del que eran accionistas varios de los
más prominentes empresarios de esa nacionalidad, y otro en Suiza, bajo la égida de la Société
46 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

corporación, propiedad de Enrique Tron, Eugenio Roux y J. B. Ebrard,


contó con las fábricas de Cerritos, Cocolapam, San Lorenzo y Río Blanco,

Consorcio Internacional Noriega Hermanos

En la rama textil Otros giros económicos Emporio agroindustrial

Compañía Industrial de
Hilados y Tejidos y Es-
tampados San Antonio Comercio de exportación Compañía agrícola Río
Abad y anexas: Barrón, e importación Bravo y La Sultana
La Colmena y Miraflores
S.A./ (fundación:1892)

Fábrica Textil Metepec, Negociación Xico, San


en Puebla (Socios Fun- Ferrocarril Río Frío Rafael (papelera)
dadores 1892) y anexas

Empresa en Barcelona,
España, dedicada a la Compañía Chichicapan
fabricación y venta de Fábrica de ladrillos o Veta de Córdoba,
máquinas desfibradoras Zoquiapan y Río Frío
de plantas textiles

Empresa La Virgen S.A.,


dedicada a la fabrica- Sitio de ganado mayor
ción y comercialización Bienes raíces en el cantón de Bravo
de productos de lino y y Camargo en
algodón Chihuahua

Fábrica San Fernando Otorgamiento de crédito


en Tlalpan (1900) y compra de deudas

Participación accionaria en
el Banco Mercanil Mexicano

Socios del consorcio:


Manuel Ramos Gavito,
Antonio Basagoiti, Luis
Barroso, Tomás Braniff
y Henry C. Waters

Financière pour l’Industrie au Mexique, creada desde 1890. Con ambos puntos de apoyo,
aquí se contaba con adecuados recursos de financiamiento a corto plazo, y tanto aquí como
en Europa, con medios para captar recursos a largo plazo. Cuando una empresa deseaba
ampliar su capital, podía abrir la suscripción de acciones simultáneamente en México y Gi-
nebra. La Société contaba con oficinas en París y en la ciudad de México; la presidía, en
París, Eduardo Noetzlin, financiero francés, que participó en la fundación del Banco Nacio-
nal de México [...] La Société, cuyo capital social era de cinco millones de francos en 1910,
poseía intereses, entre otras, en las siguientes empresas mexicanas: Buen Tono; Cervecería
Moctezuma; Compañía Nacional de Dinamita y Explosivos; Papelera San Rafael y CIDOSA.”
Rosenzweig, op. cit., p. 460-461.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 47

así como con la Compañía Industrial Veracruzana (CIVISA) 31 y su fá-


brica Santa Rosa, en donde figuraron, como los principales accionis-
tas, Signoret y Honnorat, otros empresarios franceses de la época.32

Conclusiones

Como hemos visto, la proliferación de una industria de la lana y el


algodón en la ciudad de México y su periferia se debió en un principio
a la actividad emprendida por los llamados fabricantes-empresarios,
quienes, desde la década de 1870 le habían dado vida a las compañías
textiles que se fueron formando en la región. Sin embargo, a partir de la
década de 1890 y durante el porfiriato se observan significativos cam-
bios en la composición de las empresas de hilados y tejidos, luego de la
emergencia de hombres de negocios que le dieron un giro renovado a
las manufacturas textiles. Así, y en el transcurso del periodo abordado,
es posible distinguir también la emergencia del empresariado-fabrican-
te, que logra adquirir más de un centro fabril y un establecimiento co-
mercial para la realización de sus mercancías, situación que le permitió
un lugar privilegiado y con cierta competitividad en el mercado de tex-
tiles. Sin embargo, y dentro de este mismo proceso, se advierte, ade-
más, la llegada de un empresario-corporativo español que logró aglu-
tinar y concentrar en una sola firma a varias fábricas textiles no sólo
con gran presencia en la región sino en otros estados de la República.
Aunado a ello, se advierte la activa participación en otros rubros eco-
nómicos, de este último empresariado, lo que le permite gran presencia
con suficiente capital financiero, un privilegio en la producción a través
de varias plantas productoras de hilados y tejidos, y una diversidad
como control en la propia comercialización de las manufacturas texti-
les en distintas regiones del país.

FUENTES

Archivo Histórico del Agua (AHA), Fondo Aprovechamiento Superficial.


Compañías: La Hormiga y La Magdalena Contreras.
Archivo General de Notarías de la Ciudad de México (ANCM).
Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM), Fondo Tlalpan, Ramo
Gobierno.
31 Rosenzweig, op. cit., p. 454; y Haber, op. cit., p.77-78 y 99.
32 Haber, op. cit., p. 99.
48 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Archivo Histórico Banamex (AHBM).


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versidad Autónoma de Nuevo León, 1997.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE
EL PORFIRIATO, 1877-1910

ARNALDO MOYA GUTIÉRREZ


Universidad de Costa Rica

Introducción

Esta investigación tiene por objeto recuperar la memoria de los festejos


cívicos efectuados para celebrar la independencia de México.1 Las festi-
vidades que hemos considerado tuvieron lugar en la ciudad de Méxi-
co, durante el periodo en que ejerció la primera magistratura de la
nación el general Porfirio Díaz.2 Hemos considerado el interregno de
Manuel González dentro del periodo examinado por el fuerte nexo
que sostuvo con el engranaje porfirista. Nuestro interés se concentrará
en los festejos que tuvieron lugar los días 14, 15 y 16 de septiembre.3
Haremos un recorrido por las fiestas cívicas capitalinas que aconte-
cieron entre 1877 y 1910.4 La patria festejó el aniversario de su indepen-
dencia, sin interrupción, a partir de septiembre de 1825, con el patrocinio
del Ayuntamiento de la ciudad de México.5 Desde entonces se consagró
en la tribuna la oración cívica oficial, que la venerable junta patriótica en-
cargaba a algún hombre de letras, militar o notable. Ésta fue la costum-

1 Nos atenemos a la tradición liberal, a la que tiene como numen tutelar de la patria al

Cura de Dolores.
2 Nos referimos a las celebraciones que dependen del Supremo Gobierno y no a las

fiestas de las demás demarcaciones.


3 Hemos considerado también el 14 de septiembre para comprender el desvelo de los

contemporáneos por hacer coincidir el onomástico de Díaz con el aniversario de la nación


independiente. La estructura simbólica de esta coincidencia elevaba al presidente de la repú-
blica al carácter de héroe nacional, al lado de Hidalgo, Morelos y Juárez. Porfirio Díaz en su
advocación de “adalid de la paz” ganó un sitio indiscutible en el panteón heroico nacional.
Véase una alusión directa en el discurso cívico oficial del 16 de septiembre de 1879 pronuncia-
do por el licenciado Agustín Verdugo, donde dice que Díaz merece ser llamado segundo Hi-
dalgo por su participación en la guerra contra la intervención francesa, en Discurso pronunciado
por el Sr. Lic. Agustín Verdugo en la Plaza de la Constitución el día 16 de septiembre de 1879.
4 No consideramos el año de 1876 porque no fue sino en diciembre de ese año que

Díaz asumió la presidencia provisionalmente, ni tampoco el año de 1911 porque el ex-pre-


sidente abandonó el país, definitivamente, en junio de ese año.
5 Connaughton, “Ágape en disputa: Fiesta cívica, cultura política regional y la frágil

urdimbre nacional antes del Plan de Ayutla”.


50 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

bre, salvo en el breve intermedio causado por la ocupación norteameri-


cana de la capital, en 1847. Durante la época de Maximiliano se expidió
el protocolo imperial a seguir en el aniversario de la independencia.6 Ex-
cepto en la época del Segundo Imperio y del gobierno itinerante de Juárez,
que se ausentó de la ciudad de México por la invasión francesa, los feste-
jos patrios fueron, en su totalidad, de carácter republicano.7
En los festejos cívicos porfirianos identificamos tres etapas; la pri-
mera, la fechamos entre 1877 y 1882, y su rasgo más notable consiste
en que la manera de celebrar a la patria no se alejó mucho de la tradi-
ción conmemorativa inaugurada por la “junta patriótica” elegida en
1869. A fines de la década de 1870, los festejos cívicos septembrinos se
reducían a la ceremonia de “el grito” en el Teatro Nacional, la noche
del 15, y a la tribuna oficial del 16 de septiembre. La sobriedad de los
rituales cívicos de esta época contrasta con el gran despliegue conme-
morativo cívico-oficial de los últimos lustros del porfiriato. En 1883,
se abrió una segunda etapa que preparó a la ciudad de México para el
espectáculo moderno, con la irrupción masiva de los ciudadanos. Esta
etapa, que encierra los años medios del porfiriato la clausuramos ha-
cia 1900. El cambio de siglo inauguraría la tercera etapa, 1900-1910. El
rasgo más notable de este periodo fue el de preparar la celebración
del primer escenario de la independencia.
La organización en tres etapas que hemos propuesto es un recur-
so explicativo; no obstante, dicha organización ha revelado los rasgos
propios de un estilo de poder que se inaugura con el porfiriato. La
celebración cívica oficial centrada en el culto a la figura del señor pre-
sidente es uno de los rasgos que adquiere la modernidad mexicana.8
La recreación de los elementos cívicos en la tribuna y en los desfi-
les, así como ofrecer el goce del espectáculo a todos los sectores sociales

6 Ceremonial para la fiesta nacional del 16 de septiembre de 1866, Archivo General de la

Nación, Sección de Folletería, f. 679.


7 A diferencia de lo que hubieran preferido los conservadores, Maximiliano glorificó a

los héroes de la primera insurgencia junto a Iturbide. En cuanto a las celebraciones patrias
en el mundo civilizado, debemos señalar como paradigmáticas las propias del centenario
de la revolución francesa y las del centenario de la independencia americana. Las formas
particulares que asumieron estos festejos republicanos han sido tratados por Maurice
Agulhon, Pierre Nora y Mona Ozouf.
8 Entendiendo en términos muy amplios que la modernidad deparó un nuevo orden

político y económico pero mantuvo al cambio social en compás de espera. En el México


anterior a Díaz el espacio conmemorativo estuvo restringido, el panteón nacional estaba
por definirse y el culto moderno a la figura presidencial estaba por inaugurarse. Además, el
continuo estado de guerra tenía extenuado al tesoro público, por lo tanto el boom edilicio y
las fuentes y monumentos en las avenidas y jardines de la capital mexicana son, en su ma-
yoría, una labor del porfiriato. Nuestra afirmación no desmerece el empeño de Maximiliano
por “europeizar” la ciudad capital, intento de algún modo frustrado por lo efímero de su
mandato.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 51

tiene relación con la intención expresa del régimen de lograr la domi-


nación mediante el consenso y la concertación de todas las clases so-
ciales. El derroche inusual de recursos para agasajar a las legaciones
extranjeras —en especial durante la última etapa que mencionamos—
muestra un México que logró insertarse en el concierto de las nacio-
nes civilizadas y que debió corresponder a sus pares.
Cada una de las etapas propuestas posee sus propios rasgos, pero en
la manera de celebrar a la patria confluyeron nuevas formas de socializar
y de rendir culto a la figura presidencial. El recorrido por los espacios
cívicos de la capital mexicana pone de manifiesto el tránsito del espec-
táculo elitista al del gran público; de este tránsito dieron cuenta los infla-
dos presupuestos que debieron destinarse para el rubro de las celebra-
ciones patrias. El espectáculo de gran calibre estuvo asociado con el
creciente fervor que invadía las almas de los fieles patriotas. La paz dura-
dera y su gestor eran, por ese entonces, los principales trofeos que podía
exhibir la nación. La síntesis del poder porfiriano se expresó a través de
los monumentos y de los edificios convertidos en íconos del culto cívico;
dicho culto no fue otra cosa que fervor patriótico sublimado.
El texto organiza el material de primera mano que hemos consul-
tado y nos permite elaborar un itinerario por los espacios cívicos en
que la capital mexicana convocaba a sus habitantes. Los elementos cí-
vicos y conmemorativos trascendieron el espacio del desfile y la tri-
buna cívica, para culminar en lo que entendemos fue el boom edilicio
del porfiriato, que contempló no sólo la erección de edificios cívicos
sino de monumentos —físicos y tangibles— donde los mexicanos pu-
dieran rendir culto a la patria. Esta dimensión, que descubrimos a tra-
vés de nuestro recorrido, fue propia y única del porfiriato; nunca
antes se celebró ni halagó tanto a la patria como al final de la tercera
etapa que proponemos en esta exposición.
Nuestra preocupación por la parafernalia conmemorativa nos obligó
a observar de cerca las celebraciones patrias efectuadas en la ciudad de
México antes del porfiriato. Un vistazo a los primeros años de la década
de 1870 es la mejor forma de acercarnos a nuestro objeto de estudio.
A principios de la década de 1870 la celebración del 15 y 16 de
septiembre no debió ser muy diferente a la tradición fundada por los
liberales. Para el mes de septiembre de 1872, las celebraciones patrias
eran organizadas por la Junta Patriótica.9 El programa difundido por
la prensa señalaba que:

9 La gestión de la Junta Patriótica se inauguró en 1869 y fungió hasta 1876. No tene-

mos información sobre los organizadores antes de 1869; sin embargo, para 1850, encontra-
mos una “Exposición que la Comisión Permanente de la Junta Patriótica de México dirige al Sobe-
52 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

El día 15, en el Teatro Nacional se entonaría el Himno Nacional, acom-


pañado por la orquesta y banda militar, luego con el mismo acompa-
ñamiento se tocaría la Marcha Triunfal compuesta por el maestro
Cayetano Foschini. De seguido se leería el acta de la Independencia
(el Plan de Iguala), luego un baile de máscaras y por último el discur-
so estaría a cargo del C. Juan de Dios Arias, orador nombrado por la
Junta Patriótica, se leería una poesía del C. José Rosas Moreno, y otro
discurso de un alumno de la Escuela Especial de Bellas Artes, cubrién-
dose los intermedios con piezas de música y canto, en que tomará parte
la Sra. Ángela Peralta de Castera, quien bondadosamente ha compues-
to un vals para esta función. A las once de la noche una salva de arti-
llería, un repique general y un globo aerostático que se elevará en la
Plaza de la Constitución, recordarán la hora en que se proclamó la in-
dependencia en el pueblo de Dolores en el año de 1810 por el heroico
cura Miguel Hidalgo y Costilla. Varios vítores recorrerán la ciudad.10

Al día siguiente, 16 de septiembre:

la aurora de la libertad se anunciaría con una salva de artillería, músicas


militares, que tocarán el Himno Nacional en la Plaza de la Constitución
y recorrerán luego la ciudad tocando dianas. A las 9 de la mañana y
en presencia del C. Presidente de la República, en la glorieta principal
de la Alameda —con el decorado cívico de rigor— el orador oficial,
C. Juan A. Mateos, pronunciará un discurso y la poesía estará a cargo
del C. Joaquín M. Alcalde.11

La junta patriótica recomendada al vecindario de la capital “que


ilumine las fachadas de sus habitaciones las noches del 15 y 16 de sep-
tiembre y las adorne el segundo de esos días”.12 La recomendación de
la junta nos induce a pensar que el 16 de septiembre sería la fecha más
solemne. La ceremonia del “grito” es la de mayor solemnidad en vís-
peras del aniversario de la independencia, y sería inmortalizada, años
después, por Federico Gamboa en Santa.13 Sin embargo, la tribuna ofi-
cial y la presencia de las más altas autoridades de la nación y del dis-
trito federal y los desfiles patrióticos le dieron a los festejos del 16 un
carácter aun más solemne que la ceremonia del grito.

rano Congreso, solicitando se asignen 6 000 pesos anuales para que los habitantes de esta capital
puedan celebrar los Aniversarios de la Independencia”, p. 3-8. Archivo General de la Nación.
Sección de Folletería, c. 11, f. 395.
10 Biblioteca Nacional, Fondo Reservado (en adelante BNFR); El Imparcial, domingo 15

de septiembre de 1872, y El Monitor Republicano, 13 de septiembre de 1872.


11 BNFR, El Imparcial, domingo 15 de septiembre de 1872.
12 Ibidem.
13 La primera edición fue de 1903.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 53

El espacio donde se realizaban los festejos del 15 estaba reducido,


en un primer momento, al Teatro Nacional, en contraste con la cere-
monia del 16 que era al aire libre en la Alameda. En un templete de
utilería erigido en su glorieta central, y de acuerdo a su importancia,
se distribuían asientos para las autoridades, las legaciones extranjeras
y las gentes de buen ver. Alejado de este perímetro se situaba al pú-
blico menos selecto de la capital y de provincia, pueblo llano que ser-
vía de comparsa a los eventos oficiales.
El templete compuesto de cortinajes, columnas, escudos y retra-
tos corría a cargo de la mencionada Junta Patriótica. Parece que dicha
Junta tenía sus detractores, y no sería aventurado suponer que la Jun-
ta estaba constituida por elementos conservadores de cuya gestión se
mofaban los periódicos liberales, pues El Siglo XIX, en septiembre de
1874, hizo gala de su descontento al dar la noticia de que

ya se estaba construyendo, en la Alameda, por la Junta Patriótica aquel


armatoste, de colosales dimensiones, y en que cada año se tiran por lo
menos mil y quinientos pesos en traer y llevar palos viejos y emba-
durnarlos con pinturas lo mismo que los lienzos que los cubren [...]
Increíble parece que desde la época de la independencia no se haya
podido discurrir otra cosa para solemnizar su aniversario, y que los
años transcurridos hasta hoy, lo mismo que el dinero que en esta so-
lemnidad con tanta profusión se gasta, no hayan servido para cons-
truir de una manera sólida y permanente, un templete que sea digno
del acto a que se destina.14

La arquitectura efímera de dimensiones colosales del “ridículo


templete” 15 no fue el único aspecto criticable de la Junta Patriótica. Dos
años después, el 15 de septiembre de 1876, El Monitor Republicano, con
ironía, anunció que “para esta noche ha preparado la famosa Junta Pa-
triótica, una función cívica, que se diferencia de las anteriores única-
mente en que hoy estamos en el año de 1876, y octavo año que lleva de
ofrecernos la misma función esa inútil junta que por sarcasmo se llama
patriótica”.16 “Esta noche —decía el articulista— serán admitidos en el
Teatro Nacional los amigos catrines de la administración y uno que otro
prófugo de cubeta; pero en cuanto al pueblo, a la clase pobre, a los
que derraman su sangre por la patria, a ésos se les tratará a culatazos
como siempre. El pueblo huye de esas festividades oficiales, de tenden-
cias aristocráticas, que no cuadran a los verdaderos republicanos. Éste

14 BNFR, El Siglo XIX, 11 de septiembre de 1874.


15 Ibidem.
16 BNFR, El Monitor Republicano, 15 de septiembre de 1876.
54 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

celebra espontáneamente los días gloriosos de la patria y la función


del teatro lo tendrá sin cuidado.” El articulista advertía “no haber ob-
servado jamás tanta indiferencia entre el pueblo [...] en vísperas de un
aniversario que para todos los mexicanos tiene que ser muy grato y
culpaba sin más ni más a la tiranía más escandalosa que le arrebata
[al pueblo] su bienestar y le produce la miseria y el hambre”.17
El artículo citado salió de la pluma de A. César Díaz y es un ale-
gato que reivindica a los sectores menos favorecidos de la ciudad de
México. La crítica demoledora pretende devolver a los festejos patrios
la impronta de las muchedumbres, marginadas hasta entonces —por
los buenos oficios de la Junta Patriótica— del espectáculo oficial.
Al inaugurarse el régimen de Díaz, los festejos patrios no variaron
sustancialmente; tenían la impronta que les imprimió la Junta Patrió-
tica. No fue sino en las dos últimas etapas cuando los festejos patrios
se convirtieron en “lecciones de civismo” y los sitios donde se rindió
culto a los héroes en “lugares de peregrinación”. Abordemos, enton-
ces, las etapas que hemos propuesto.

Los primeros pasos, 1877-1882

Esta etapa se inaugura con la primera gestión oficial de Díaz. En los pri-
meros tiempos del régimen porfirista el programa de los festejos no deja-
ba espacio a la esfera civil, y las fiestas —aunque concurridas— estaban
sometidas a la tutela oficial, según la tradición fundada por la Junta Pa-
triótica. Ésta —de grata memoria para entonces— sería el precedente in-
mediato en que se inscribieron las primeras celebraciones porfirianas.18
En septiembre de 1877, con Díaz como presidente constitucional
de México, y el primer año en que la Junta Patriótica ha sido disuelta,
el ciudadano J. P. de los Ríos “acusaba a la autoridad de exagerada
intervención, de lo que resultó que el pueblo ha sido espectador y no
actor. Así, pues, en vez de esa Junta Patriótica que, con razón o sin
ella, daba pábulo a tantas murmuraciones; en vez de esas funciones
teatrales que, según se dice, son más para beneficio de los que las
contratan”.19 El sábado 15 de septiembre del mismo año, El Monitor

17 Ibidem, La tiranía a la que se refiere el articulista es a la agonizante gestión presiden-

cial de Lerdo de Tejada.


18 La última Junta Patriótica que inauguró funciones en 1869, fue disuelta en 1876. Los

críticos de la Junta no abundan en la información que condujo a la clausura de sus funciones;


no obstante, no sería desventurado suponer que el favor oficial y el anquilosamiento de
unos miembros reelegidos a perpetuidad dieron al traste con sus funciones.
19 El Monitor Republicano, viernes 14 de septiembre de 1877.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 55

Republicano insistió “en la necesidad de desterrar de esas fiestas todo


lo que parezca presión o tutela oficial”.20 De los Ríos estaba convencido
de que quien debe disponer las solemnidades de esos días son los veci-
nos de los municipios y no el gobierno, en tanto que: “Las autoridades
municipales por medio de excitativas previas deben ceñirse a levantar
el espíritu público a fin de que los habitantes del municipio arreglen las
fiestas populares, contribuyendo espontáneamente con lo que puedan,
ya sea dinero, ya trabajo, ya luces, etc. La autoridad, en caso necesa-
rio, prestará su cooperación a las patrióticas manifestaciones.” 21
A principios de septiembre de 1882, durante la gestión presiden-
cial de Manuel González, Juvenal 22 consideraba como un adelanto que
en México se hubiera acabado la Junta Patriótica

eterna, inamovible, que cada año daba la casualidad que saliera


reelecta, que cada año obsequiaba a la ciudad con castillos y toritos y
con luces y buñuelos siempre al estilo del país. Junta que cobraba la
subvención del Ayuntamiento para la fiesta patriótica y se encargaba
de hacer los regocijos públicos y oficiales que siempre estaban cortados
con el mismo patrón; cohetes, gritos, repiques y muchos discursos [...]
farsa que tenía su filosofía, con ella quería inculcar en el ánimo del
pueblo, que no era la autoridad la que guisaba el regocijo público, que
era el mismo pueblo, el pueblo que recordando y glorificando sus hé-
roes, cantaba en su loor.23

Después de los festejos, el 17 de septiembre de 1882, Juvenal la-


menta que en otros tiempos el 16 de septiembre hubiese sido

una fiesta muy animada, había cierta espontaneidad en la alegría del


pueblo; la ciudad se vestía de gala [...] Hoy nuestra fiesta cívica es
monótona como una de esas zarzuelas del Teatro Nacional [...] Al día
siguiente más discursos en los que campea el más acendrado patrio-
tismo; la libertad, las cadenas de la opresión, la catalepsia de la con-
quista, las glorias de los héroes y la bandera tricolor, hacen el gasto;
sigue después un desfile de guarnición, en presencia de los lagartijas
de Plateros y de las niñas cursis que van a ver la gran parada [...] Poca
parte toma la ciudad en la fiesta, si el Ayuntamiento no le guisa la fies-
ta cívica, la buena ciudad se la come cruda. E insiste Juvenal en que lo
que “ya no tenemos es la junta patriótica de feliz recordación, aquella

20 Ibidem, sábado 15 de septiembre de 1877.


21 Es el seudónimo de Enrique Chaverri, periodista consagrado de El Monitor, gracias
a su aguda pluma y a su acérrima crítica del sistema porfirista.
22 El Monitor Republicano, viernes 14 de septiembre de 1877.
23 BNFR, El Monitor Republicano, martes 5 de septiembre de 1882.
56 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

junta que tenía para cada año guardados en inmensas bodegas sus
morillos de colores, sus templetes, sus columnas dóricas apolilladas,
sus estatuas de tejamanil carcomidas por los ratones, sus escudos
alegóricos, sus cortinas agujereadas; todo ese museo que salía a lucir
cada año, y era la admiración de los buenos habitantes de la ciudad de
México. En este año las fiestas de la patria han estado ratoneras y no
podía ser de otra manera, cuando tenemos un Ayuntamiento tan indo-
lente en su mayoría, cuando los regidores están como perros y gatos”.24

El tono sarcástico de Juvenal al referirse a la Junta Patriótica reve-


la muchos aniversarios en los que el protocolo no variaba un ápice. La
Junta Patriótica diseñaba las fiestas patrias para todo el conjunto social,
pero se esmeraba en las ceremonias que correspondían a la gente dis-
tinguida y con las aburridas funciones teatrales pretendía cumplir con
la cuota de diversión que correspondía a un público menos selecto.
Es al final de esta primera etapa que identificamos las transfor-
maciones que preparan a México para el advenimiento del espectácu-
lo moderno. En primera instancia dicha transformación concierne a la
conciencia cívica.
En una exaltación del civismo, de las fiestas patrias y de la orato-
ria oficial, Ignacio M. Altamirano señaló que

los legisladores de la nación independiente, correspondiendo al senti-


miento nacional, pronto elevaron al rango de institución pública, lo
que no habría sido al principio, más que una fiesta hija del agradeci-
miento y de la alegría causada por el bienestar que produce la liber-
tad política [...] los más encumbrados pensamientos guiaron a los
legisladores mexicanos al establecer una fiesta que debía ser el víncu-
lo fraternal de los pueblos de la república al través del tiempo y de la
distancia, y el monumento moral en que reposa la memoria de los pa-
dres de la patria [...] el olvido de sucesos tan importantes, como los
que produjeron la independencia ha sido causa ya de terribles desas-
tres; los pueblos que olvidan su glorioso pasado, que no conocen a sus
héroes, que no saben estimar los sacrificios de los libertadores, se ha-
cen indignos de ser sus herederos. La conservación de la conciencia
moral de un pueblo le evita estos peligros, y ella no se consigue sino
por todos los medios de publicidad —el de la fiesta patriótica tiene
ese gran objeto, siempre que no se limite a los fuegos artificiales, a las
iluminaciones, a las representaciones teatrales y a la parada militar.
Para impedir el funesto olvido de la historia y para que la fiesta pa-
triótica no degenerase en una vana diversión popular, nuestros padres
quisieron que ante todo se levantara la tribuna cívica en medio de la

24 Ibidem, domingo 17 de septiembre de 1882.


LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 57

muchedumbre y que en ella un hombre instruido en las cosas pasa-


das, ora autorizado por la aureola de la vejez o iluminado por el entu-
siasmo de la juventud, narrase ante la multitud silenciosa la historia
siempre renovada del origen de nuestra independencia.25

La exaltación de Altamirano era una defensa a ultranza de la


tribuna cívica erigida en altar de la patria cada 16 de septiembre. La
embestida del autor contra los detractores de los discursos del 16 de
septiembre es clara “pues en los últimos años —Altamirano— obser-
vó una tendencia de atacar esta costumbre, hablando con cierto aireci-
llo de burla [algunos pocos escritores, por suerte] de los discursos del
día 16”.26 La tribuna cívica oficial ya formaba parte de las celebraciones
patrias desde 1825 y mantendrá vigencia durante todo el Porfiriato.
De los discursos septembrinos oficiales correspondientes a esta
etapa hemos recuperado sólo los relativos a 1878 y a 1879, el primero
a cargo del regidor Manuel Domínguez y el segundo pronunciado
por el licenciado Agustín Verdugo. La estructura de las oraciones
patrióticas es semejante, aunque Verdugo hace gala de una mayor
erudición teniendo a Europa como referente. Ambos hacen un breve
recorrido por la historia de México, incluyendo inexorablemente la
historia de la conquista. El virreinato es obviado o apenas mencio-
nado para llegar a la apoteosis de los héroes. La figura de Hidalgo
es aquilatada por un sinfín de alabanzas, y el México independiente,
una suerte de jauja, ya habrá cumplido con su cuota de sangre y pól-
vora para el advenimiento de la paz y el progreso. Quizá lo diverso
en el discurso que presentó Domínguez es la inquietud por superar
los odios “que la razón y la conveniencia han siempre extinguido” 27
justo en el undécimo año del triunfo definitivo de las armas libera-
les sobre las conservadoras. Otro rasgo importante es que trata de
hermanar la epopeya de 1810 con la gesta de 1821 sin mencionar al
gestor de esta última, pero esto es un lugar común acorde a si los vien-
tos eran propicios a los liberales o a los conservadores.28 En la oración
cívica de Domínguez se funden las dos épocas de la independencia y

25 Las cursivas son nuestras. BNFR, El diario del Hogar, sábado 16 de septiembre de 1882.
26 Ibidem.
27 BNFR, Colección Lafragua, r. 982, “Discurso cívico pronunciado en la Plaza de la Cons-

titución por el regidor Manuel Domínguez el 16 de septiembre de 1878.”


28 “Once años duró, en efecto, la justa guerra iniciada por Hidalgo el 16 de septiem-

bre de 1810, terminada en Córdoba el 23 de agosto de 1821. No hacemos aquí la apoteosis


de un hombre singular, o de personajes determinados, sino solemnizamos una idea que
unos tuvieron el valor de hacer pública, que a otros cupo en suerte realizar.” Vemos que
la fecha más gloriosa que cabe al innombrable, el 27 de septiembre, tampoco se mencio-
na, op. cit.
58 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

se disocian los nombres de Hidalgo e Iturbide. Esta intención sólo


adelanta el porvenir que le espera a la otrora heroica figura del ex-
emperador. Al final del porfiriato, Iturbide ha desaparecido del fir-
mamento heroico mexicano. En la oración de Verdugo sí está pre-
sente Iturbide, pero el autor, veladamente, plantea que Iguala no
terminó con los antiguos usos y vicios que explican por qué la joven
patria fue arrullada por el “estruendo de la guerra y ha marchado
hasta el presente, nave sin lastre, arista con que juega el huracán en-
tre tempestades y agitaciones sin número”.29
En el periodo que transcurre entre 1877 y 1882 las maneras de fes-
tejar a la patria estuvieron inspiradas en una tradición que Juvenal se
atrevía a criticar con dureza. La inauguración del porfiriato no intro-
dujo distintas formas de conmemoración. Incluso con la extinción de
la junta patriótica los festejos estaban cortados con el mismo patrón.
El afán modernizador aún no había permeado ni al gobierno central
ni al ayuntamiento. El onomástico del señor presidente aún no se con-
fundía con el aniversario de la patria y los festejos aún no eran pro-
yectados como espectáculos modernos,30 pensados ya no sólo como
lección de civismo sino como testimonio de la participación de Méxi-
co en el concierto de las naciones civilizadas.

Los años dorados: La fiesta cívica popular, 1883-1899

Esta etapa se abre con un hito en las celebraciones cívicas. Se inició


con lo que El Monitor Republicano llamó un “ensayo de fiesta cívica
popular”. Desde el 2 de septiembre se anunciaba la participación de
obreros, de la sociedad de sombrereros y de los grupos mutualistas.
También participarían los estudiantes, el arzobispado de México, el
gobernador del distrito, el círculo francés, el club alemán, los ameri-
canos, la sociedad italiana, el club inglés y el club albión. La ciudad
festejaría en pleno con dos días de iluminación general; todas las ca-
sas del comercio rivalizarían en los adornos de las fachadas; procesio-
nes y paseos cívicos, gallos, bailes y banquetes 31 y, además, tenemos

29 Discurso pronunciado por el Sr. Lic. Agustín Verdugo en la Plaza de la Constitución el día

16 de septiembre de 1879.
30 Hacemos alusión a la incorporación de la iluminación eléctrica a los principales edi-

ficios públicos y civiles, al despliegue militar que siempre denota el poder del Estado y a la
convocatoria de la historia nacional a través de las procesiones cívicas y los desfiles de los
carros alegóricos.
31 “Íbamos dando al traste con el 16 de septiembre.” El Monitor Republicano, domingo 2

de septiembre de 1883.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 59

por vez primera noticia de la lectura, en la noche del grito, no del Acta
de Iturbide sino del Acta de Independencia emanada de Chilpancingo,
“documento memorable que por desgracia entre el pueblo no es co-
nocido y no se dará lectura a la de Iturbide que por un equívoco inca-
lificable han dado en leer en las solemnidades públicas”.32
Por otro lado, empieza la institucionalización del onomástico de
Porfirio Díaz, “pues se eligió el 18 de septiembre para hacer en él la
felicitación, a fin de que no se confundiera con las fiestas del 15, que
sólo tienen una significación patriótica”.33
Para el 22 de septiembre, apenas pasado el aniversario de la inde-
pendencia, pero muy próximo a la efeméride de la entrada triunfal
del ejército trigarante a la ciudad de México,34 el editorial del Diario
del Hogar se mofaba de los conservadores, deseosos de constituir una
Junta Patriótica para celebrar el centenario del natalicio de Iturbide.35
El porfiriato promovía la primera insurgencia en detrimento de la epo-
peya iturbidista y sus intelectuales sancionaron el puente establecido
entre 1810 y la Reforma; de la síntesis de estos dos procesos sólo po-
dría surgir la paz, cuyo auténtico gestor no era otro que don Porfirio.
Razonamientos de esta índole preparaban la primera reelección de
Díaz, pues empezaban a perfilarlo como el necesario.
Como ya era tradición, para los días 15 y 16 se organizaron las
ceremonias de rigor, pero para el día 16 se anunció una gran procesión
patriótica que sería contemplada desde palacio por el señor presidente
de la República; “los carros alegóricos tendrían el siguiente orden: 1º.
El Descubrimiento de América; 2º. Alumnos de la Escuela de San Pe-
dro y San Pablo; 3º. Carro de la Independencia; 4º. Apoteosis de Hi-
dalgo; 5º. La República; 6º. Armas de la Ciudad; 7º. Operarios del
Ramo; 8º. Sociedad Tolsá; 9º. La Caridad, y 17 carros alegóricos más”.36
La procesión cívica, los arcos triunfales a cargo de cada estado,
colonia extranjera o corporación, las fachadas iluminadas de los edifi-
cios públicos y civiles se integrarían al paisaje cívico de la capital
mexicana en el mes de septiembre. La bandera tricolor instituida por

32 El Diario del Hogar, viernes 14 de septiembre de 1883. Sobre el mismo asunto insiste

Melesio Parra, que no ve en Iturbide más que al enemigo más despiadado de nuestros pri-
meros héroes. En El Diario del Hogar, martes 2 de septiembre de 1884.
33 El Diario del Hogar, martes 18 de septiembre de 1883. Aclaramos que en esta época

quien ejerce la primera magistratura de la nación es don Manuel González. A pesar del
vínculo del presidente con Díaz, se insiste en desvincular el onomástico de don Porfirio
del aniversario de la patria. Esta práctica se abandonará oportunamente.
34 El 21 de septiembre de 1821, se selló, con el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba,

la independencia de México, en virtud del ingenio o el oportunismo de Agustín de Iturbide.


35 El Diario del Hogar, sábado 22 de septiembre de 1883.
36 Ibidem, domingo 16 de septiembre de 1883.
60 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Iturbide campeaba por las calles y las avenidas y por los edificios
públicos. Los colores de la patria exaltaban el civismo de todos los
participantes. El recorrido del desfile patriótico, la Alameda y la Pla-
za de la Constitución integraban el espacio cívico y tangible donde se
celebraba a la patria. El porfiriato dio cuenta de la integración de otros
espacios; tal es el caso de Chapultepec que, en los últimos lustros del
régimen, se convirtió en el recinto oficial para la tribuna monumental
del 16 de septiembre.
Las celebraciones de 1884 también auguraban no tener preceden-
tes. Don Bernabé Bravo señalaba que “lo más grato de dichas cele-
braciones es su espontaneidad, para nada se necesitan ahora las
indicaciones de la Junta Patriótica oficial, ni las excitativas de la autori-
dad, cuyos resultados no eran más que la obediencia involuntaria arran-
cada a veces con la conminación de una multa”.37
Mediante excitativas del Ayuntamiento el pueblo era convidado
a conmemorar el gran día de la independencia,

el Colegio Militar ya iniciaba sus arcos triunfales, decorados con es-


tatuas y armas, flámulas y globos venecianos. La colonia francesa ha
tomado la esquina del Espíritu Santo, allí ondeará un bosque de ban-
deras tricolores, cuadros alegóricos y festones de flores. De igual
modo ya se preparaban los carros alegóricos para la procesión cívi-
ca. En algunos templos se cantará el oficio de difuntos por las almas
de los héroes y mártires de nuestra independencia.38

Pese a que los años de 1883 y 1884 fueron de gran lucimiento en


cuanto a las celebraciones patrias, en 1885 Juvenal no podía ocultar su
decepción en vista de que

algunos aseguran que no tendrán el brillo de estos últimos años, a cau-


sa del estado de miseria y postración que aflije a este desventurado
país [...] El Ayuntamiento algo ha hecho, pero desengañémonos, las
fiestas oficiales no tienen eco en el corazón del pueblo cuando la ale-
gría no es espontánea. Hace dos años creímos en algo como en el despertar
del pueblo, no podemos olvidar aquella fiesta verdaderamente popular, jamás

37 Ibidem, domingo 7 de septiembre de 1884.


38 Crónica de Juvenal en El Monitor Republicano, domingo 7 de septiembre de 1884. El
oficio de difuntos es una nueva modalidad en los festejos cívicos, toda vez que dichos ofi-
cios se identificaban con la reacción conservadora y que el “evangelio liberal” definía como
laicos los rituales de la nación. Por otro lado debemos considerar también que, a raíz del
matrimonio de Díaz con Carmen Romero Rubio, miembro prominente de la aristocracia
mexicana, las relaciones con la Iglesia católica mejoraron.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 61

vista en México, y que por más esfuerzos que se hicieron, no pudo reprodu-
cirse en el último año.39

Pese al desencanto de Juvenal, el 16 de septiembre, El Monitor pu-


blicó un artículo que elogiaba las celebraciones de los últimos tres años
—incluso la de 1885— pues desde entonces a esta parte

hay en la manera en que se están verificando las fiestas nacionales un


fenómeno notable que necesita estudiarse [...] Antes la solemnidad se
limitaba a los actos oficiales, que llegaron a verse hasta con indiferen-
cia, a discursos y poesías obligadas, que ni aun se leían porque estaban
vaciadas todas en el mismo molde [...] hoy lo que menos vale es el con-
tingente del gobierno y lo que predomina es la acción del pueblo desa-
rrollada por sus distintas agrupaciones y su espontáneo entusiasmo.40

Las celebraciones de 1885 debieron festejar con solemnidad sin


igual el 75º aniversario del “grito de Dolores”. Era, sin duda, el ani-
versario más importante antes de contemplar el centenario, pero pa-
rece que dicha reflexión no caló muy profundamente en el ánimo de
los contemporáneos, pues la impresión general fue que las celebracio-
nes de 1885 no tuvieron especial lucimiento. Los programas oficiales
no variaron considerablemente, excepto en un punto, los inválidos
—sobrevivientes de la guerra de independencia— deberían llevar los
estandartes del Ejército Insurgente, del Palacio Municipal al Teatro
Nacional, la noche del 15 de septiembre. Al día siguiente los vetera-
nos de la insurgencia acompañarían al C. Presidente de la República a
la ceremonia oficial en la Alameda.41 Aunque la ocasión lo ameritaba
no se había institucionalizado aún la imposición de condecoraciones
militares, ceremonia que se efectuará posteriormente cada 16 de sep-
tiembre en el Pabellón Morisco, situado en la Alameda.
En la oración cívica oficial del 16 de septiembre de 1885, el licen-
ciado Alfredo Chavero apenas hace mención del 75 aniversario del gri-
to de insurrección.42 Exalta las heroicas figuras de Hidalgo, Morelos,
Mina, Matamoros, Guerrero e Iturbide, reconociendo el valor de este
último a la hora de consumar la independencia. “¿Por qué no recor-
darlo si todos fueron mexicanos? ¿Por qué no hemos de ahogar los

39 El Monitor Republicano, domingo 6 de septiembre de 1885 (las cursivas son nuestras).


40 Ibidem, miércoles 16 de septiembre de 1885.
41 Ibidem, 10-19 de septiembre de 1885.
42 “Discurso pronunciado por el Lic. Alfredo Chavero, el 16 de septiembre de 1885, en

la solemnidad oficial que tuvo lugar en la glorieta central de la Alameda de México” en Dia-
rio Oficial, miércoles 16 de septiembre de 1885.
62 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

rencores políticos con la gratitud que debemos sin distinción a todos


los que nos dieron patria?” 43 La alocución de Chavero termina con el
reconocimiento a Hidalgo en tanto “su santo nombre se confunde con
las también santas palabras de patria y libertad”.44 Tan sólo la noche
anterior correspondió a Gustavo Baz el honor de dirigir, desde el Tea-
tro Nacional, la oración cívica de la ceremonia del grito. En su discurso,
el septuagésimo quinto aniversario pasa inadvertido, pero la exaltación
de Hidalgo es más apasionada que la de Chavero: “Hidalgo se resol-
vió y arrastró a sus compañeros a la contienda, en la que él preveía
para sí mismo el cadalso. Las decisiones de Hidalgo son suficientes
para que la humanidad le consagre periódicamente sus solemnes apo-
teosis. Hidalgo fue héroe, libertador y mártir, por lo mismo le hemos
levantado un altar en cada uno de nuestros corazones.” 45 La exalta-
ción de Hidalgo fue, entre los oradores cívicos oficiales, un lugar co-
mún; podemos tipificarla dentro de los cánones propios del “discurso
de aniversario”. Lo novedoso está dado por una recuperación a me-
dias de la vilipendiada figura de Iturbide; el gran debate político del
siglo XIX abre paso a una posible reconciliación entre liberales y con-
servadores, aunque no hay discusión en cuanto a que el panteón he-
roico triunfante será el propuesto por los primeros, coronado no por
Iturbide sino por Hidalgo.
El panteón de los héroes dará cabida —en su advocación de anciano
heroico, enfundado en su uniforme de gala y con el pecho tachonado
de condecoraciones— a otro héroe ensalzado por antiguos patriotas:
Porfirio Díaz. Los discursos septembrinos y la celebración de sus
onomásticos lo catapultaron a la cima del panteón, donde los oradores
oficiales se encargaron de hacerlo compartir honores con los próceres
de la independencia. Emblemática del México finisecular, la imagen de
Díaz, en sus distintas versiones, fundaba un nuevo culto al héroe.46
El aniversario del natalicio del general pasaría a formar parte del
ritual cívico de la nación. Desde 1884 el Círculo de Amigos del Gene-
ral Díaz se reunía la noche del 14 de septiembre para celebrar el
onomástico del presidente. El carácter y las dimensiones del evento
—en un principio— no se explotaron como instrumento de propagan-
da del gobierno y del círculo de los íntimos, que medraban a la sombra

43 Op. cit., miércoles 16 de septiembre de 1885.


44 Ibidem.
45 “Oración Cívica pronunciada por el C. Gustavo Baz en el Gran Teatro Nacional de

México, la noche del 15 de septiembre de 1885, LXXV aniversario de la proclamación de la


Independencia” en El Pabellón Español, 16 de septiembre de 1885.
46 Posteriormente realizaremos estudios iconográficos sobre las diversas representa-

ciones de Díaz.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 63

del poder. En 1887 una pequeña comunicación de El Partido Liberal,


el más oficialista de los rotativos de la época, apunta que “tal como
estaba anunciado, un gran número de amigos del Sr. General Don
Porfirio Díaz, que de cuatro años a esta parte vienen festejando el ani-
versario de su natalicio, se reunieron el miércoles al oscurecer en la
Avenida Patoni”.47 En sus primeros años, esta celebración tuvo un ca-
rácter privado, lo que no fue óbice para que pronto evolucionara ha-
cia un espectáculo público. El primer hombre de México fue agasajado
en su onomástico con el protocolo correspondiente a los próceres
de la patria. En la salutación oficial del 16 de septiembre en la noche,
el cuerpo diplomático y los mexicanos notables saludaban en don
Porfirio a la patria sustantivada.
Para 1892 las fiestas de la patria y el natalicio de Díaz son lo mis-
mo; el tinglado ha sido obra de la camarilla más cercana al caudillo y
como anunciara de nuevo El Partido Liberal, “como por una feliz ca-
sualidad, las fiestas del natalicio del Sr. General Díaz coinciden con
las de la Patria, los festejos dan principio desde hoy día 14”;48 no obs-
tante, la prensa antioficialista lo tomará como una provocación, toda
vez que los recursos y el tiempo que deberían ser dedicados al aniver-
sario de la patria se utilizan en halagar al ciudadano presidente.49 La
incorporación plena de la figura de Díaz a las celebraciones de la pa-
tria será el aspecto más notorio de dichas fiestas en los años medios
del porfiriato (1890-1899). La prensa de entonces solía publicar el re-
trato más reciente del general o bien, para las festividades, se vendían
retratos de Hidalgo y del señor presidente, sancionando así el ascen-
diente heroico de ambos.
El 14 de septiembre será, en adelante, la fecha oficial de la celebra-
ción del natalicio de Díaz y si en 1893 se celebraba con un simulacro de
guerra en el perímetro oriental del Zócalo,50 y un saludo en levita y chis-
tera en la casa del general, con desfile de faroles, etcétera, para las ce-
lebraciones finiseculares el simulacro será sustituido por un combate
de flores.51 Para 1899 las fiestas presidenciales se han extendido hasta
el día 15 en que

47 El Partido Liberal, 16 de septiembre de 1887.


48 Ibidem, 14 de septiembre de 1892.
49 El Diario del Hogar, viernes 9 de septiembre de 1892.
50 El espectáculo se efectuaba con obras de fortificación y una salva que anunciaba el

inicio del combate entre artillería del ejército y los sitiados en la fortaleza. El espectáculo
duraría poco más de 15 minutos, pero su realismo no dejaba de impresionar a la concurren-
cia, El Partido Liberal, 15 de septiembre de 1893.
51 La sustitución del simulacro de guerra por el combate de flores es un rasgo del ad-

venimiento de la modernidad. El simulacro de guerra se identificaba con la barbarie que


caracterizó a México antes del refinamiento porfirista, y el combate de flores era, para los
64 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

el señor presidente pasará bajo los arcos triunfales [erigidos para las
celebraciones del 16] en unión de los miembros del Círculo de Amigos
del Presidente, después de detenerse en cada arco, el Primer Magistra-
do se dirigirá al Palacio Nacional y a las diez [de la mañana] recibirá el
saludo del ejército, seguirá después la felicitación del Congreso de la
Unión y por último la del cuerpo diplomático. A las 10:30 desfilarán los
carros alegóricos. A las ocho y media comenzará la gran serenata por
todas las bandas de la guarnición unidas y a las once en punto el Pri-
mer Magistrado de la Nación tocará la campana de la Independencia,
agitará la bandera nacional y se vivificará a los Padres de la Patria.52

Así, las fiestas en honor al primer magistrado y las fiestas de la


patria son en su estructura simbólica una misma celebración. La na-
ción era conducida por una figura mítica, héroe y semidios; encarna-
ción de la patria y hermanado en la tribuna cívica con Hidalgo y los
héroes de la primera insurgencia; con Juárez, el héroe de la Reforma,
y con las figuras heroicas más sobresalientes del panteón nacional.
Vamos a procurar deslindar las celebraciones motivadas por el
onomástico presidencial de las fiestas patrias, en los años medios del
porfiriato: 1890-1899. Los festejos en memoria de la proclamación de
la independencia se programaban como sigue:

LAS FIESTAS DE LA PATRIA (Programa general)

El día 15 de septiembre.

Ayuntamiento Constitucional de México.

A las 8 de la noche, reunidos en la Calzada de la Reforma los alumnos


de las escuelas municipales y Correccional, Asociaciones de obreros,
cargadores, empleados de la Obrería Mayor y demás sociedades mu-
tualistas, todas con sus respectivos estandartes, formarán la procesión
cívica que a las 11 de la noche vitoreará al Presidente en el Palacio
Nacional.
A las 11:00 p.m. hora en que en el año de 1810 nuestros horizontes
políticos esclareciéronse por vez primera con la luz de la aurora que
precede al sol de la libertad, el Presidente de la República, acompañado

entendidos, un signo de buen gusto a la usanza de los países civilizados. A continuación


citamos el Programa del Combate de Flores que se verificó el día 14 de septiembre de 1898,
como parte de las fiestas con que el Círculo de Amigos del Sr. General Porfirio Díaz celebró
el cumpleaños de tan distinguido ciudadano. De las 10:00 a.m. a la 1:00 p.m. tendrá lugar,
en el trayecto comprendido desde la primera calle de Plateros hasta la estatua de Carlos IV,
principio del Paseo de la Reforma, un combate de flores y concurso de carruajes y bicicletas
adornadas. El Imparcial, sábado 10 de septiembre de 1898.
52 El Imparcial, viernes 15 de septiembre de 1899.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 65

de los principales funcionarios civiles y militares, se presentará en el


balcón central del Palacio, y empuñando la venerada enseña de nuestra
Patria, vitoreará su independencia y libertad. En ese momento solem-
ne se iluminarán con luces de bengala todas las alturas de los edificios
que circundan la plaza, harán la salva de ordenanza diferentes piezas
de artillería [...] las músicas de la guarnición tocarán el Himno Nacio-
nal y repiques a vuelo con las campanas de todos los templos.
A las 11, baile de invitación en el Teatro Nacional, y bailes popu-
lares en el Mercado de Loreto, Teatro Hidalgo, Arbeu y Guerrero, y
en los Salones del Hospital Real y No. 3 de la Calle Ancha.

El día 16.
A las 5 se izará el Pabellón Nacional en todos los edificios públicos,
acto que será saludado con una salva de artillería, repique a vuelo en
todos los templos y diana que tocarán las bandas militares por las ca-
lles de la ciudad.
A las 9 de la mañana se reunirán el Gobernador del Distrito, el
Ayuntamiento de la Capital y toda persona que quiera tomar parte en
esta demostración y pasarán al Palacio Nacional, para acompañar al
C. Presidente de la República a la Alameda en cuya glorieta principal
pronunciará el discurso oficial el señor [...] y una poesía interpretada
por el señor [...] Pasado el acto el C. Presidente se trasladará a Palacio
para presenciar el desfile de la Columna de Honor.

En el protocolo seguido en estas celebraciones aún no ha variado


sustancialmente lo ensayado en la etapa anterior; sin embargo, con la
participación de clubes, gremios y colegios se ha logrado integrar a las
capas medias citadinas. Al abrirse el espectro conmemorativo, el espec-
táculo fue más atractivo para los sectores populares. Sistemáticamente
el porfiriato habría integrado al conjunto social en el ámbito de las fies-
tas patrias. Habría que recurrir a la explicación de ciertos patrones que
identificaron culturalmente a los mexicanos de este periodo, en donde
la emulación de las prácticas propias de los sectores medios y altos
jugaron un papel determinante. En este sentido, la oración cívica ofi-
cial, encargada a un orador de renombre, fue hasta el final del por-
firiato uno de los puntos culminantes de los festejos.
La tribuna cívica oficial contó con oradores insignes para las cere-
monias del 16 de septiembre. De las piezas discursivas de los años
medios del porfiriato hemos recuperado las correspondientes a los
años de 1893, 1894 y 1896.53

53 En nuestro esfuerzo por ubicar las piezas discursivas septembrinas hemos consulta-

do los depósitos de la Hemeroteca Nacional, la Colección Lafragua, la Sección de Folletería


del Archivo General de la Nación, el Archivo de Condumex y el Archivo Porfirio Díaz de
66 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

El discurso del licenciado Alberto Lombardo muestra una preocu-


pación que va más allá del festejo de los héroes, a los cuales “se les ha
rendido el culto que merecen, pero, en las llamadas historias de México
se les ha tratado con injusticia y hasta con rigor. José María Luis Mora
no estima ni valoriza bien los hechos del promotor de la Independen-
cia, pero sobre todo Alamán en su historia tomó particular empeño en
acumular contra Hidalgo toda clase de calumnias y falsas imputacio-
nes”.54 En vista de que el autor, según lo confiesa, no se encargaría de la
impugnación de Hidalgo, dedicará su alocución a la reivindicación de
una figura “casi tan grande como Hidalgo, pero cuyas dotes personales
son menos discutidas”,55 el autor dedicó su discurso a Morelos. Este
cambio, no muy sutil, de devociones, fue un indicador de la suerte que
han corrido los héroes de la patria durante el siglo XIX; ora Hidalgo y
Allende presiden el panteón, ora Iturbide, a la espera de que Hidalgo
lo desbanque definitivamente, o bien, como lo ocurrido con Lombardo,
que apostaba por la heroicidad de Morelos en detrimento de la exalta-
ción de Hidalgo. En su alocución, Lombardo hace un exhorto para que
Díaz, que está formado de la masa con que se hacen los héroes, proceda a efec-
tuar las reformas sociales y económicas propuestas por Hidalgo, sinte-
tizadas en la división de la propiedad territorial.56
El periodo que caracterizamos en esta sección es fecundo en la pro-
pagación de los rituales cívicos. Los llamados años medios del
porfiriato nos conducen a valorar nuevas formas de sociabilidad a par-
tir del espectáculo público. La inserción de la figura de Díaz, como
parte del ceremonial de la patria, corresponde a este periodo. El culto
a la figura presidencial también data de esta época. Díaz en su
advocación de pater familia de la gran familia mexicana dirimió, como
juez, hasta las diferencias más domésticas. La ascención de Díaz al pan-
teón heroico corresponde al reconocimiento de sus méritos en la lid y
como “adalid de la paz” y a la incorporación de México al concierto
mundial de las naciones civilizadas. El pabellón mexicano en la Feria
Mundial de París de 1889 así lo atestigua.57

la Universidad Iberoamericana. Para todo el periodo estudiado recuperamos apenas un ter-


cio de los piezas discursivas; por lo tanto, más que a una selección de piezas nos hemos
dedicado a trabajar con el material existente. Los discursos que citamos líneas arriba, de los
años de 1893, 1894 y 1896, los ubicamos en su totalidad, mientras que para otros años de la
misma etapa nos topamos con la imposibilidad de lograrlo.
54 “Discurso pronunciado por el señor Alberto Lombardo, el 16 de septiembre en la

glorieta central de la Alameda”, El Partido Liberal, 20 de septiembre de 1893.


55 Ibidem, el autor se refiere a José María Morelos y Pavón.
56 Las cursivas son nuestras. Aunque, como ya lo sugerimos, Díaz es tratado como figu-

ra heroica desde el principio del régimen. Ibidem, 20 de septiembre de 1893.


57 Tenorio Trillo, Crafting a Modern Nation. Mexico: Modernity and Nationalism at World’s

Fairs. 1880.-1920s.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 67

La crónica periodística de la época se esmeró en detallar el ornato


que exhibía la ciudad para los festejos cívicos. Los edificios públicos y
privados desplegaron banderolas; exhibieron escudos y retratos de los
próceres; las águilas republicanas en estuco, cartón y yeso eran una
figura recurrente en el escenario septembrino. La decoración cívica era
masiva y el torrente humano se precipitaba desde provincia a la ciu-
dad capital. En la prensa se anunciaban los viajes en diligencia —con
hotel incluido— a la capital y los hoteles de más categoría incluían una
programación especial con motivo de las festividades. La prensa se
veía atiborrada de poesías cívicas y de semblanzas de los próceres de
la patria. Con el cambio de siglo la prensa se volvió más gráfica y los
grabados fueron sustituidos por foto-placas. Los festejos patrios para
honrar a los héroes que les “dieron patria a los mexicanos” aún no
contemplaban en su programación una ceremonia —in memoriam—
que contara con la participación de las principales autoridades civiles
y militares y el cuerpo diplomático en Catedral, donde descansaban
los restos de los héroes de la primera insurgencia.58

Apoteosis y ocaso de la fiesta cívica, 1900-1910

Si el periodo que transcurre de 1891 a 1894 fue difícil, marcado por la


pérdida casi total de las cosechas y por el descenso en el precio de la
plata, el último lustro del siglo XIX fue signado por el crecimiento eco-
nómico; la prosperidad se mantuvo en casi todos los rubros hasta 1907,
año que señala el inicio de una crisis que se extiende hasta 1910.59 Los
primeros años de esta etapa tienen el signo de la prosperidad, y si al
final del porfiriato se presentan las señales de la crisis, ésta no opaca
las festividades del centenario. El protocolo que se siguió no escatimó
recursos y las celebraciones resultaron apoteósicas.
Justo en 1900 el régimen porfirista se encontraba en su apogeo. El
crecimiento había estimulado la inversión extranjera y el capitalismo
penetraba la economía y la sociedad mexicanas.
En una comunicación aparecida el 16 de septiembre de 1900, titu-
lada “Los aniversarios de la Independencia”, Luis González y Obregón
se encargó de historiar las fiestas de la patria desde que fueran insti-
tuidas por Wenceslao de la Barquera en 1825. Según el autor:

58 Aunque quizá la explicación resida en el fuerte ascendiente liberal que privó en el

seno del gobierno, para el cual, claro está, la catedral era emblemática del antiguo poder
conservador.
59 Guerra, México, del Antiguo Régimen a la Revolución, p. 325-335.
68 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

...el ánimo fue decayendo, ya sea por los acontecimientos políticos que
agitaron al país, ya por culpa de la Junta Patriótica que, desterrando
el elemento popular de las fiestas, se contentaba con colectar fondos
para dar en la noche del 15, una monótona función en el Teatro Na-
cional [...] Hoy todavía subsisten algunos resabios de esto, pero al me-
nos se ha abolido la cansada velada del Teatro Nacional, pero desde
1883, en que la juventud, los obreros, las colonias extranjeras y el pue-
blo tomaron participación en la fiesta del 16, ésta renace por completo
y cada año se verifica con más entusiasmo y suntuosidad.60

En el año de 1900 la ceremonia del grito se realizó en la Plaza de


la Constitución y tuvo gran lucimiento debido a las luminarias. El 16
de septiembre se conmemoró con un conjunto de maniobras milita-
res, imposición de condecoraciones y discursos en los llanos de
Anzures.61 Las festividades no presentarán grandes diferencias con
respecto a las de la etapa anterior, la tendencia a la monotonía sólo
será superada en las fiestas del centenario.
Entre 1901 y 1903 se colocaron las primeras piedras de algunos
de los monumentos y edificios porfirianos más notables. El 2 de enero de
1901 se colocó la primera piedra del Monumento Conmemorativo de la
Independencia de México. 62 El 15 de mayo de 1903 se verificaría
la ceremonia de colocación de la primera piedra del monumento desti-
nado a Panteón Nacional.63
El onomástico del presidente se continuó celebrando en grande y
el Palacio se vestía de gala para la felicitación. “La ceremonia de la
felicitación no es un simple acto oficial, sino que los manifestantes
proceden por convicción y admiran, aman y respetan sinceramente
al caudillo que en poco más de un cuarto de siglo ha transformado
por completo a la República y ha colmado de beneficios a toda una
generación.” 64
En 1907, el gobierno de Porfirio Díaz se preparaba para celebrar
en grande el centenario, y un editorial de El Imparcial, órgano propa-
gandístico del gobierno, revela un aspecto básico de la apoteosis que
tendría lugar tres años después. Los festejos conmemorativos del cen-
tenario, apunta el editorial,

60 El Imparcial, domingo 16 de septiembre de 1900.


61 Ibidem, lunes 17 de septiembre de 1900.
62 Archivo Histórico del Ex-Ayuntamiento de la Ciudad de México, Inventario 2276, l.
1, 1901.
63 Ibidem, Inventario 2276, 1901 c. 48.
64 “Felicitaciones en el Palacio Nacional”, en El Imparcial, 16 de septiembre de 1906.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 69

tienen mayor significación, porque importa en grado sumo hacer, por


cuantos medios se pueda, la educación cívica de un pueblo apático
por atavismo, indolente por influencias del clima y burlón por mezcla
de razas; pero que no es refractario a la percepción de ideas nobles, ni
rehuye el cumplimiento de sus deberes cuando llega la ocasión. Y para
este fin es tonificante el desfile de tropas por las calles de la ciudad; es
sugestiva la presencia en las solemnidades de los altos poderes del Es-
tado; es impresionante el panorama de las vías principales engalana-
das, y del extranjero confraternizando con nosotros, y —es por último—
aun la aparición de la oratoria en la tribuna patriótica, para declamar
arengas iguales o parecidas: porque todas estas son evocaciones ma-
teriales de acontecimientos que no deben borrarse, de episodios que
hay que conservar vivos.65

El editorial permeado de ideas positivistas, revela que el México


del último periodo porfirista aún no había logrado conciliar los valo-
res impulsados por los científicos con la tradición indígena ancestral.
De allí el argumento racista y determinista. Por otro lado, el carácter
oficial de las ceremonias cívicas, con la presencia del primer magis-
trado de la nación y de la jerarquía civil y militar, era razón suficiente
para asegurarse la concurrencia masiva a la celebración. La crítica
—no vedada— al carácter de las ceremonias y de las piezas discursivas
“para declamar arengas iguales o parecidas”, fue una constante en la
percepción que tuvieron los críticos de los festejos patrios.
El 1 de abril de 1907 se forma la comisión especial que se encarga-
ría de los festejos del primer centenario, comisión que debe someterse
a la idea general del presidente Díaz de que “el primer centenario de-
bería denotar el mayor adelanto del país con la realización de obras
de positiva utilidad pública y de que no haya pueblo que no inaugure
en la solemne fecha, una mejora pública importante”.66 Para entonces
ya se mencionan como virtuales las inauguraciones del Panteón Na-
cional, donde quedarán depositados “ad perpetuam” los restos de los
primeros caudillos de la independencia, del monumento a la indepen-
dencia; la fundación de la Universidad Nacional, la inauguración del
Teatro Nacional, del Palacio de Comunicaciones, del Palacio de Co-
rreos, además de la inauguración de las obras de desagüe del valle de
México y del manicomio de La Castañeda. Además de las obras mate-

65 “Utilidad de las fiestas patrióticas. Lecciones de civismo para el pueblo”, en El Im-

parcial, sábado 14 de septiembre de 1907.


66 Dicha comisión publicaría, en 1910, su memoria, Memoria de los trabajos emprendidos

y llevados a cabo por la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia designada por el
presidente de la República el 1º de abril de 1907 para que tomara a cargo la dirección general de la
solemnidad y festejos que se organizaron en el mes de septiembre de 1910.
70 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

riales hubo toda suerte de eventos sociales: banquetes, garden parties,


bailes, recepciones de las legaciones extranjeras, etcétera.67
Un año antes, no todos se percataban, parece, del impacto del cen-
tenario, pues El Mundo Ilustrado, en su publicación del 19 de septiem-
bre de 1909, comentaba que “como de costumbre, se han celebrado
las fiestas en conmemoración del 99º aniversario de nuestra indepen-
dencia. Y decimos como de costumbre porque los actos han sido los
mismos; iguales los adornos, idénticos los discursos y las poesías.
Nada ha cambiado. Para la celebración de nuestra fiesta nacional he-
mos acabado por encerrarnos en un círculo del cual no salimos. No
hay inventiva. Los números de los programas se han petrificado y di-
fícil parece que lleguen a variarse”.68
El estado porfiriano celebraría el centenario de la proclamación de
la independencia de México con la mayor solemnidad. Dicha solem-
nidad se materializó en cierta manía por los monumentos conmemo-
rativos y por la arquitectura cívica perenne y efímera. La colocación
de las primeras piedras de los edificios y monumentos que mostrarían
al mundo la imagen de un México civilizado se realizó en los primeros
años del siglo XX. Para los contemporáneos la paz trajo el progreso, y
éste la civilización material. Había que emular a Europa y erigir mo-
numentos a los “héroes que les dieron patria a los mexicanos.” 69 La
nación se edificaba sobre las lecciones de civismo que se desprendían
de la “Historia Nacional” tejida, a través de las obras cumbres de la
historiografía porfirista: la primera dirigida por Vicente Riva Palacio
y la segunda, responsabilidad de Justo Sierra.70 La historia aquí verti-
da pasó del linotipo a la fundición de bronce.
El programa oficial para celebrar el primer centenario de la inde-
pendencia de México, en septiembre de 1910, debió revelar al mundo
—de acuerdo al deseo del ejecutivo— que México se encontraba entre
las naciones civilizadas. Dichos festejos —de índole oficial, militar y po-
pular— cubrieron todo el mes de septiembre de 1910. En medio de la

67 El Imparcial, viernes 6 de septiembre de 1907.


68 El Mundo Ilustrado, 19 de septiembre de 1909.
69 En el largo debate político del siglo XIX, en torno al carácter de la primera insurgen-

cia, y a raíz del triunfo liberal sobre las armas conservadoras, al fin, se han vindicado los
héroes que coronarán el panteón heroico mexicano, y el estado porfiriano se encargará de
loar a esos héroes a través de la historia escrita y de la estatuaria cívica.
70 La historiografía que mencionamos tiene el favor oficial del régimen porfirista.

Véase: Riva Palacio (editor), México a través de los siglos. Historia general y completa del des-
envolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la
antigüedad más remota hasta la época actual, y Sierra, Evolución política del pueblo mexicano.
Véanse también los argumentos expuestos por Vázquez, Nacionalismo y educación en Méxi-
co, p. 68-150.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 71

algarabía general, el régimen de Díaz habría logrado posponer el de-


rrumbe espectacular que sobrevendría tan sólo nueve meses después.
Los festejos del centenario se abrieron con la inauguración del
manicomio modelo de La Castañeda; éste contaría con pabellones para
tranquilos y furiosos, locos distinguidos y locas distinguidas, incura-
bles, etcétera.71
La ceremonia más solemne sería sin duda la del “grito”, luego de
la cual la multitud se aglomeró en torno al general Díaz y “todos los
que estrecharon su mano vieron en él al viviente símbolo de la Patria
en sus bodas de oro [sic] y en él felicitaron a la Patria mexicana en su
centenario”.72 Ante gran parte de la sociedad el régimen aún parecía
eterno y este sentimiento se afirmaba en torno a la figura del longevo
caudillo —encarnación de la patria— que debió inaugurar su último
y truncado mandato el 1º de diciembre de 1910.
El Palacio Nacional había sido engalanado para la ceremonia del
día 15 en la noche, y las legaciones extranjeras estaban sorprendidas
ante la magnificencia. Afuera bullía una multitud de todo origen so-
cial, desbordando la Plaza de la Constitución. La pluma de Genaro
García refiere la solemnidad del acontecimiento:

La ceremonia [del grito] no necesita, para ser grande, esplendores de


ornato ni magnificencias de lujo; tiene majestad propia, porque es emi-
nentemente popular y porque su hermosura y su excelencia estriban
en su sencillez. Es la nota más significativa y trascendente de los regoci-
jos nacionales, la primera y más simbólica de nuestras solemnidades.
“El Grito”, que simboliza el clamor de un pueblo por su emancipación,
la lucha tremenda que dio vida a la patria, es la parte esencial de
todas las festividades; y por eso el pueblo puso en ella todo su entu-
siasmo la noche luminosa y resonante en que su libertad cumplió cien
años.73

El primer magistrado de la nación era la figura más celebrada del


acontecimiento, en tanto su esposa, doña Carmen Romero Rubio de
Díaz ofrecía una recepción en los salones de Palacio.
Los embajadores, enviados y delegados especiales, el cuerpo di-
plomático permanente, los altos funcionarios de la República y las fa-
milias más distinguidas se hallaban reunidos en los grandes salones
de la presidencia, que lucían un espléndido decorado y su magnífico

71 El Imparcial, 2 de septiembre de 1910.


72 Ibidem, 16 de septiembre de 1910.
73 García, Crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México,

p. 155.
72 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

mobiliario bajo verdaderos torrentes de luz. “La hora tan deseada sonó
en el reloj de la Catedral y el señor General Díaz, Jefe del Supremo Gobier-
no, caudillo del pueblo y primer ciudadano de México, repicó la sagrada es-
quila de Dolores [...] y pronunció las palabras solemnes: ¡Viva la libertad!
¡Viva la Independencia! ¡Vivan los héroes de la Patria! ¡Viva la República!
¡Viva el Pueblo Mexicano!” 74
La crónica de la ceremonia del grito de Genaro García reproduce
el orden social. La “corte” en Palacio, y el pueblo como espectador des-
de la plaza. La exaltación de la figura de Díaz responde al propósito de
establecer la continuidad histórica entre los héroes libertadores, o sea,
entre Hidalgo y Porfirio Díaz. El primero, por títulos no muy recien-
tes, “Padre de la Patria”, y el segundo “caudillo del pueblo y primer
ciudadano de México” y héroe de la Carbonera y múltiples epítetos
más. La historia del caudillo se confunde con la de la nación en la sim-
biosis del onomástico y el centenario.
Dentro del calendario propuesto para el centenario, la alocución
oficial del 16 de septiembre se reservó para la inauguración de la Co-
lumna de la Independencia y estuvo a cargo del licenciado Miguel S.
Macedo, subsecretario de Gobernación. Macedo, como era común en
los oradores contemporáneos, incursionaba en la historia de México,
y el siglo XIX había sido un siglo liberal. Las conquistas logradas, mu-
chas veces cruentas, habrían sido liberales. En esta pieza discursiva
Macedo evoca las palabras de un ilustre compatriota: “no somos in-
dios ni somos españoles: venimos del pueblo de Dolores, descende-
mos de Hidalgo”.75 La recreación de esta pieza de oratoria, famosa en
los anales de las celebraciones septembrinas rubrica lo que ya lanza-
mos como hipótesis. La apoteosis del general Díaz tenía la bendición
del estado y de la sociedad en la medida en que lograra vincularse
con las figuras heroicas que constituían el panteón nacional. El tingla-
do estaba levantado, el “Padre de la Patria” se hermanaba con el “ge-
nio de la paz”. En la medida en que se promocionara a Hidalgo en las
celebraciones patrias porfirianas, pero en especial en las fiestas del cen-
tenario, se promovía la “figura heroica de Díaz” a ocupar su sitio al
lado de la divinidad rectora de la patria. La revolución terminó de
tajo con la carrera heroica de Díaz.

74 Op. cit., p. 158-158 (las cursivas son nuestras).


75 Ibidem, p. 77, “nosotros venimos del pueblo de Dolores, descendemos de Hidalgo y
nacimos luchando como nuestro padre por todos los símbolos de la emancipación y, como
él, luchando por tan santa causa desapareceremos de sobre la tierra”. La alusión es al dis-
curso de Ignacio Ramírez del 16 de septiembre de 1861. “Discurso pronunciado en la Ala-
meda Central el 16 de septiembre de 1861, en memoria de la proclamación de la Indepen-
dencia.” De la Torre Villar, op. cit., p. 317.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 73

Consideraciones finales

Hemos logrado caracterizar cada una de las etapas propuestas y evi-


denciar los rasgos de su diversidad. La fiesta cívica septembrina, era
y es para los mexicanos la celebración de la página más gloriosa de su
historia. Nosotros nos hemos preocupado por el espectáculo público
que acusa los rasgos que le imprime la modernidad mexicana y esta-
mos conscientes de que las características que asumió la fiesta revolu-
cionaria a la caída del porfiriato fue de naturaleza diversa a la que ya
hemos descrito.
La inauguración de la Columna de la Independencia, del Hemici-
clo a Juárez y la Apoteosis de los Héroes que se celebró fuera del ca-
lendario cívico (en los primeros días de octubre), la procesión con la
urna fúnebre que contenía los despojos de los héroes insurgentes son
celebraciones tendientes a recuperar el culto a los héroes de la patria.
La recuperación es de características modernas, supera la historia es-
crita oficializada en la tribuna cívica y se materializa en monumentos
y espectáculos públicos. Además, los monumentos, ornamentos, gru-
pos escultóricos y estatuas no son sólo de procedencia nacional. Las
canteras de Carrara y las fundiciones francesas e italianas también con-
tribuyeron al boom conmemorativo y edilicio de la ciudad de México
en el último lustro del porfiriato.
La recreación del pasado en la versión porfiriana de la historia lle-
vaba a los mexicanos a encontrarse de frente con su propio pasado,
en una versión depurada y monumental, cuando ya el partido con-
servador ha dejado de ser una amenaza. Se trataba de establecer la
continuidad histórica entre el México prehispánico y el México de la
paz y el progreso de Díaz. La gran procesión cívica —inspirada en
este evangelio— fue “uno de los números mejor organizados del pro-
grama del centenario y respondió ampliamente a sus altos fines de
reverenciar a la patria en sus magnánimos libertadores”.76 Se organizó
también una procesión cívica para el traslado de la fuente bautismal
de Hidalgo, y las prendas de Morelos fueron devueltas por España,
así como las llaves de la ciudad que fueron devueltas por el gobierno
francés.
Hubo ingentes esfuerzos del ejecutivo por dotar a la nación de un
panteón que albergara los restos de los grandes hombres y por erigir
un Palacio Legislativo de dimensiones colosales; sin embargo, ambas
gestiones fracasaron. El Panteón Nacional, inspirado en su homólo-

76 Ibidem, p. 138.
74 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

go francés, y el Palacio Legislativo serían sin duda los ejemplos más


acabados de la arquitectura emblemática porfiriana, pero estas obras
fueron suspendidas aunque mucha de la ornamentación y de los de-
talles estructurales, contratados en Europa y los Estados Unidos, ya
habían sido concluidos. ¿Augurarían estas suspensiones el canto de
cisne del régimen?

FUENTES

Archivos y Bibliotecas

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neral de la Nación, Sección de Folletería, f. 679.
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cional, Fondo Reservado, Colección Lafragua, r. 982.
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tución el día 16 de septiembre de 1879, México, Tipografía de Ireneo Paz,
1879.
Exposición que la Comisión Permanente de la Junta Patriótica de México dirige
al Soberano Congreso, solicitando se asignen 6 000 pesos anuales para que
los habitantes de esta capital puedan celebrar los Aniversarios de la Indepen-
dencia, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1850, en Archivo Ge-
neral de la Nación, Sección de Folletería, c. 11, f. 395.

Libros

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LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 75

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Periódicos

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El Imparcial, 1872, 1898, 1899, 1900, 1906, 1907, 1910.
El Monitor Republicano, 1872, 1876, 1877, 1882, 1883, 1884, 1885.
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BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD
NOTAS SOBRE POLÍTICA GUBERNAMENTAL E INICIATIVAS
EMPRESARIALES EN TORNO AL EQUIPAMIENTO
Y LOS SERVICIOS HOSPITALARIOS, 1880-1910

ANTONIO SANTOYO
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa

Desde la consumación de la victoria liberal de 1867 —y especialmente


desde la década de 1880—, la ciudad de México reunió un conjunto
de condiciones que propiciaron la afinación de proyectos sociales de
raíz ilustrada e impulsaron la realización material de éstos. Tales fe-
nómenos estuvieron enmarcados por un espectacular avance del ca-
pitalismo en el mundo occidental durante la segunda mitad del siglo
XIX y por la revolución tecnológica que lo acompañó.
Entre la materialización de proyectos dirigidos a la modernización
y los cambios de concepciones, valores y comportamientos, que ca-
racterizaron a la capital mexicana de la segunda mitad del siglo XIX,
figuraron no pocas transformaciones vinculadas a las ideas y prácticas
relativas al cuerpo humano y sus cuidados. Durante este periodo se
modificaron nociones y comportamientos sobre la salud, las enferme-
dades, su prevención, transmisión y tratamiento; así como en torno a
los espacios, funciones, organización y equipamiento de los estableci-
mientos dedicados a la atención de los desvalidos corporalmente.
El apresurado crecimiento económico en México durante el últi-
mo cuarto del siglo XIX impactó desigual y desordenadamente la
organización socioeconómica, cultural y espacial urbana. Esas carac-
terísticas, junto a las preexistentes y persistentes abismales diferencias
económicas, sociales y educativas condicionaron la compleja y desigual
relación establecida entre, por un lado, avances científicos, noveda-
des técnicas y prácticas emergentes —asociadas a las nociones de pro-
greso, individualización y secularización— y, por otro, valores de raíz
colonial y hábitos de larguísimo arraigo.
En este contexto, se dio un proceso de transformación lento,
pero irreversible —impulsado particularmente desde los grupos
profesionales que iban ascendiendo mediante la valoración social
78 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de sus conocimientos— en la sensibilidad y en los comportamientos


relativos al cuerpo, de los habitantes de la ciudad de México con una
posición socioeconómica elevada y media. Sus preocupaciones y prác-
ticas referentes a la salud, la enfermedad, la limpieza y los cuidados
corporales resultaron inseparables de una radical transformación ma-
terial —dotada de elementos simbólicos— de los espacios públicos y
domésticos, iniciada, igualmente, en los ambientes cotidianos de di-
chos estratos sociales.
Estos cambios fueron estimulados directamente por la influencia
y prestigio de minorías extranjeras provenientes de países indus-
trializados, así como por el aumento y la accesibilidad de la informa-
ción generada fuera y dentro del país (derivada, entre otros factores,
de la renovación cualitativa y cuantitativa de la prensa, el medio de
comunicación más importante de la época; la circulación creciente de
libros, y el desarrollo del ferrocarril y el telégrafo). También incidie-
ron en tales cambios la consolidación y aspiraciones de preeminencia
social de algunos gremios profesionales (especialmente médicos, in-
genieros, abogados y arquitectos). De éstos, destacan sus ligas direc-
tas e indirectas con la reorganización y el fortalecimiento del Estado
que caracterizaron al periodo.1
Estos grupos profesionales —en franca expansión y fortalecimiento
a partir de la reforma educativa promovida por el liberalismo de la
restauración republicana— abanderaron el proyecto estatal de mejorar
substancialmente la salud de la población y, con ello, garantizar el
crecimiento de la producción, del comercio, del consumo y de la
ciudadanización. Estas metas eran bases imprescindibles para la ma-
terialización de la sociedad diseñada por la ideología librecambista y
democrático-burguesa que los definía.
En el clima de crecimiento material y estabilidad política impe-
rantes a lo largo del último cuarto del siglo XIX y los primeros años
del XX, estos sectores estuvieron interesados y en condiciones de cons-
truir para sí mismos una libertad y un poder inéditos. Precisamente
en este contexto —como en los demás ámbitos del mundo occidental
y occidentalizado— en México tuvo lugar una fase acelerada y defini-
tiva del desarrollo, profesionalización, legitimación y prestigio de los
saberes médicos de carácter racionalista y científico. En el caso mexi-
cano, este proceso fue convalidado y promovido por el Estado y por

1 En este sentido fue crucial el impulso privilegiado que el Estado brindó a la educa-

ción superior desde los años de la restauración republicana (1867-1876) y a lo largo del
porfiriato. Este apoyo tuvo como marco y estímulo el desarrollo definitivo, durante la mis-
ma época, de la especialización del conocimiento a través de disciplinas formalmente sepa-
radas, en Europa occidental y Estados Unidos.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 79

el sistema educativo que éste estaba construyendo, y los saberes en


cuestión les brindaron una relativa independencia y un poder especial
a sus practicantes. Este prestigio y autonomía facilitaron el fortaleci-
miento y la sofisticación de la autoridad y los controles, aplicados
en distintas formas e intensidad, sobre todos los sectores sociales
carentes o alejados de tales saberes.
Hacia finales de siglo, las reflexiones más sofisticadas y la implan-
tación de prácticas sistemáticas relativas a la higienización y el sanea-
miento físico —y moral— se concentraron, de manera especial, en las
cárceles, los manicomios, los cuarteles, los hospitales, los asilos, las es-
cuelas, los hoteles y los baños públicos. Las disposiciones oficiales, así
como las propuestas y evaluaciones de grupos profesionales —de un
fuerte impacto tanto sobre el medio gubernamental como sobre la po-
blación en general—, y la publicidad moralizadora que éstas suscita-
ban en textos especializados y en la prensa, decidieron el futuro de
tales espacios. La sensibilidad, concepciones y comportamientos nue-
vos referentes a ellos resultaron ejemplares para ser aplicados en los
restantes ámbitos, tanto públicos como privados.
La consolidación de los estados nacionales, así como los valores
pragmáticos, individualistas, competitivos y empresariales, que se iban
imponiendo en el mundo occidental, definieron en amplia medida,
desde entonces, las formas y los contenidos concretos de las políticas
públicas de salud. Los objetivos gubernamentales de mejoramiento y
progreso colectivo se fueron elaborando y modelando en estrecha re-
lación con las concepciones, propuestas e intereses gremiales y par-
ticulares de los profesionales de la medicina —aunque las ideas e
intereses de algunos otros grupos, de ingenieros, abogados y arquitec-
tos, también fueron decisivos. Estos individuos —como profesionistas
independientes, como funcionarios gubernamentales o como empre-
sarios— frecuentemente buscaron beneficiar su posición política y eco-
nómica particular, así como impulsar su estatus y prestigio personal o
gremial. Aunque sus propuestas y acciones siempre estuvieron teñi-
das, en algún grado, de una visión altruista, proveniente de concep-
ciones religiosas, morales o sociopolíticas.
En aras de estos fines profesionales e individuales, fueron de su
interés especial las políticas, organización y prácticas hospitalarias, así
como el abastecimiento y características del mobiliario, instrumental
e insumos de tales establecimientos, a lo largo del periodo de obser-
vación. A este interés se orientan estas páginas.
80 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Abastecimiento hospitalario y miradas al extranjero

Llevada a cabo la reforma liberal y siendo ya el Estado el nuevo y prin-


cipal responsable de la asistencia y beneficencia social —desde fines
de la década de 1860 y de manera sobresaliente a partir de los años
ochenta—, aparecieron las primeras manifestaciones drásticas de su
respaldo al servicio y equipamiento hospitalario, sobre todo en la ciu-
dad de México.2 En ésta se experimentó una expansión y, especialmen-
te, una transformación significativa del equipamiento hospitalario
durante el porfiriato.3
El Ministerio de Gobernación, encargado de los asilos y hospita-
les de la capital, llevó a cabo en los primeros años ochenta una eva-
luación sistemática —aunque con deficiencias de planeación, claridad
y homogeneización de criterios, y con relativa improvisación— de los
avances realizados en otros países, a través de funcionarios diplo-
máticos o enviados especiales. Ellos transmitieron desde Alemania,
Francia, España y Estados Unidos, a partir de 1882, información muy
detallada referente al equipamiento y organización de hospitales pú-
blicos, privados o en manos del clero.
Esta información —muchas veces gráfica y cuantitativa, y en oca-
siones acompañada de comentarios—, se ocupaba del mobiliario, la

2 Para ello resultaron ser factores decisivos la estabilización política y el mejoramiento

de la situación económica nacional, además de la trascendente y sistemática discusión de-


sarrollada en torno a la salud pública. Muestras de ello son la labor legislativa y la serie de
congresos que tendrían lugar desde entonces. El evento que dio su aliento inicial a este cli-
ma fue el Primer Congreso Higiénico-Pedagógico, celebrado en 1882 en la capital.
3 Al iniciarse el periodo estudiado, la ciudad de México contaba solamente con diez

establecimientos hospitalarios, en general mal equipados y atendidos, de acuerdo a los cá-


nones de los países ricos de la época. Eran los hospitales de Jesús, San Andrés, San Lázaro,
San Pedro y Juárez (antes San Pablo), que ofrecían servicios generales; el Morelos (antes
San Juan de Dios), para mujeres; la Casa de Maternidad; los de San Hipólito y El Divino
Salvador, para enfermos mentales, y el de Terceros, de tipo privado. En 1877 había sido
establecida la Dirección de Beneficencia Pública, que sustituyó al Ayuntamiento en el ma-
nejo de los hospitales —y el que a su vez había adoptado esta responsabilidad a partir de la
reforma liberal, que arrebató a la Iglesia el control de la asistencia social. El interés en mo-
dernizar radicalmente los servicios, siguiendo los avances científicos y tecnológicos alcanza-
dos en los países más desarrollados, llevó a la creación de la primera institución mexicana
con esas características, el Hospital General, por iniciativa del Consejo Superior de Salubri-
dad y, en particular, del célebre doctor Liceaga. Su construcción se inició en 1896 y terminó
en 1905. Además de contar con el equipamiento más avanzado de la época, tuvo una es-
cuela de enfermería y se establecieron en él diversos centros de investigación. También ha-
cia fines del porfiriato la mayoría de los centros de atención hospitalaria se habían transfor-
mado en su estructura material y organizativa, se fundaron el manicomio general de La
Castañeda y el Hospital de la Infancia, y se crearon o consolidaron diversos establecimien-
tos sostenidos por las colonias de extranjeros, como la francesa, española, estadounidense e
inglesa.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 81

ropa individual y de cama y las telas utilizadas; de las dimensiones


de espacios y objetos; de las formas de ventilación e iluminación de
salas; del instrumental quirúrgico, así como de las formas de trato y
alimentación a los pacientes, entre otros rubros.
Algunos aspectos que sobresalen de las descripciones enviadas a
México por los mencionados funcionarios, y que son evidentes
indicadores de las extendidas inquietudes y los cambios que respecto
a la higienización y el saneamiento se estaban desarrollando en otros
países, pueden mencionarse sucintamente:
En el caso del representante mexicano que transmitió información
sobre los hospitales franceses, sobresale su descripción del mobiliario
de las salas así como las características esenciales de uno y otras.
Por una parte, el cónsul estaba convencido de que el mueble prin-
cipal en la cultura parisiense —para todas las clases sociales— lo cons-
tituía la cama. Señalaba que para el enfermo una buena cama era:

su único medio de reposo; es su cama uno de los más poderosos re-


cursos terapéuticos de que el médico dispone; son las camas de los
demás lo que forma la perspectiva de una sala, tanto más triste, tanto
más aflictiva, cuanto más incorrecta es la forma, cuanto menos lim-
pieza y arreglo hay en el conjunto. Son las malas camas el foco más
terrible de infección, son el abrigo de todos los parásitos humanos y
son uno de tantos medios de transmisión de los virus.4

El cónsul elogiaba como higiénico el hecho de que las camas, en


los hospitales de París, fueran de fierro y tuvieran una altura elevada
para facilitar la ventilación y limpieza permanentes. En cuanto a las
salas hospitalarias, anotaba que en ellas “cada cama representa un
hombre y éste necesita cierta cantidad de luz y aire respirable, pero
esta cantidad, aun cuando en sí es absoluta, no está en relación con la
capacidad de la sala, sino con el modo de renovación del aire en ésta”.5
En su comunicación destacaba la exaltación de “lo francés”, en ge-
neral, y de sus avances científicos y técnicos, en particular. Por ello,
proponía que en México se dotara de camas y salas, con las caracterís-
ticas galas, a todos los hospitales y cuarteles.
De los aspectos relatados por el cónsul de México en España so-
bresalía el tema de la ropa. En ese país, para la confección de ésta se
adoptaban los modelos más sencillos, que solían elaborarse en los

4 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Gobernación, 4a. sección, año 1882

(1)1, exp. 18, f. 51-52.


5 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 18, f. 50.
82 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

mismos establecimientos, especialmente en los talleres que tenían los


hospicios. 6
De los listados de los enseres de que estaban dotados suficiente-
mente y en calidad los mejores hospitales españoles sobresalían: col-
chones, almohadas, fundas para éstas, sábanas, colchas, mantas,
camisas para hombre y mujer, chambras, telas para elaborar sábanas,
enaguas, corbatas, paños para limpiar, pantalones, vestidos, forros de
traje de mujer, servilletas y manteles. También se incluían toallas, pa-
ñuelos para bolsillo, camisetas de punto, zapatos y camas.7
De los productos que se referían como suficientes y de alta cali-
dad en los hospitales de Berlín, destacaban: pantalones, guantes, cha-
quetas, ropas de levantarse para el invierno, calcetines para el invierno
y el verano, pañuelos, calzado, camas, mesas de noche, roperos y has-
ta libreros.8
Los reportes de los representantes diplomáticos sobre el equi-
pamiento y la organización de los hospitales públicos en países como
los señalados y sus observaciones elogiosas sobre la participación de
sus internos en la elaboración de prendas y bienes de consumo coti-
diano entusiasmaron a las autoridades mexicanas. Éstas manifestaron
admiración por la novedad en las características de las prendas de ves-
tir, ropa de cama y mobiliario que eran utilizados. Consecuentemente,
la información recibida agudizó en ellas el anhelo de poner en práctica,
al menos, algunas normas de cantidad y calidad en los artículos de uso
cotidiano y personal de los internos en los centros de beneficencia pú-
blica de la capital.
Los logros de los países avanzados se asumieron como metas a
alcanzar. Inmediatamente, en la ciudad de México las autoridades lle-
varon a cabo un censo, aunque parcial, de las necesidades concretas
de cada establecimiento de asistencia. Asimismo, de las posibilidades
económicas, técnicas y operativas para cubrir sus requerimientos de
mobiliario, ropa de cama, vestimenta de internos, instrumental qui-
rúrgico y productos medicinales.9
Se contemplaron desde entonces tres procedimientos dirigidos a
la cuando menos relativa satisfacción de estos objetivos. Primero, la
importación directa de bienes elaborados en Europa. En segundo lu-
gar, la contratación de los servicios de empresas locales para la elabora-
ción de algunos bienes, como ropa, muebles e instrumental quirúrgico.

6 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 18, f. 114.
7 Ibidem, f. 116-118.
8 Ibidem, f. 32-38.
9 AGN, Gobernación, s/sección, año 1886, exp. 1.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 83

Y en tercer término, la fabricación, por parte de los internos de los


centros de beneficencia, principalmente de ropa y mobiliario. Esta úl-
tima manufactura podría cumplir dos funciones valiosas: una terapéu-
tica y otra, más funcional, de abastecimiento.

Ropa para los establecimientos públicos

Entre 1882 y 1883 se dio una amplia y agitada discusión en el seno del
Ministerio de Gobernación, responsable directo de los establecimien-
tos de beneficencia pública, sobre la calidad, cantidad, tipos y
durabilidad de la ropa utilizada por sus internos. Como parte del de-
bate, en julio de 1882, el funcionario visitador de los asilos y hospita-
les, Miguel Alvarado, propuso al ministro de Gobernación, Carlos
Díez, romper drásticamente con la forma tradicional de adquisición
y manejo de prendas —llevada a cabo de manera particular y sin
control por cada establecimiento—, que resultaban caras y de poca
calidad, y eran manufacturadas normalmente con telas mexicanas.
El visitador propuso “hacer venir de Europa periódicamente [las ma-
terias primas] para surtir a todos los establecimientos de la ropa que
necesiten”. Sugirió que los agentes consulares mexicanos en España,
Inglaterra, Alemania, Francia y Bélgica remitieran toda clase de teji-
dos de lino, algodón y lana, adquiriéndolos directamente en las fábri-
cas. Al descuento que así se podría obtener se sumaría el proveniente
de que la Beneficencia Pública no pagaría derechos de introducción ni
comisión alguna.10
Como parte de su iniciativa, el visitador formuló una lista detalla-
da de la ropa individual y de cama que cada interno debería recibir
anualmente11 —objetivo que distaría mucho de alcanzarse en los cen-
tros de asistencia pública, incluso bien entrado el siglo XX. También
recomendó al ministro sugerirle al presidente de la República que los
alumnos de las escuelas de artes y oficios participaran en la elabora-
ción de tales prendas (objetivo que, como veremos adelante, fue con-
siderado, con alguna variante, por ciertos empresarios dispuestos a

10 AGN, Gobernación, Establecimientos de Beneficencia, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 18,
f. 1.
11
Se debía dotar “a cada asilado, anualmente, de dos vestidos de lienzo [de algodón],
uno de lana, cuatro mudas de ropa interior, seis sábanas y cuatro [fundas] de almohada, un
cobertor de buena clase para el invierno, una colcha de algodón para las otras estaciones y
tres pares de zapatos extranjeros”. Insistía el visitador en que la cantidad permanente de
ropa de cama de los hospitales no debía ser menor de cuatro pares de sábanas, cuatro fun-
das de almohada y dos cobertores por cada cama. AGN, Gobernación, Establecimientos de Be-
neficencia, 4a. sección, exp. 18, año 1882 (1) 1, f. 2.
84 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ponerse a la cabeza del proyecto). Con todo ello, según opinaba el vi-
sitador, se superarían “las condiciones tristísimas que hasta aquí han
guardado” los asilos y hospitales.12 El objetivo último era implantar
definitivamente en ellos un saneamiento y limpieza efectivos, junto al
orden, disciplina y verdadera economía, como principios de funcio-
namiento.13
La acumulación, valoración y sistematización de información en los
rubros del equipamiento y menaje hospitalario de ninguna manera se
tradujeron en una inmediata, completa y sostenida dotación y reposi-
ción de tales bienes a los hospitales y asilos mexicanos. Esto obedeció a
la limitación de recursos, a la apatía frente a las novedades de no pocos
funcionarios mayores y menores, así como a la corrupción, inercias y
desorganización imperantes en los mismos establecimientos.
Sin embargo, la convicción del poder ejecutivo para satisfacer las
necesidades en cuestión era indudablemente seria. Podemos consta-
tarlo, por ejemplo, a través de las disposiciones presidenciales de agos-
to de 1883. Por ellas, el ejecutivo ordenó que la ropa necesaria para
los establecimientos de la beneficencia se comprara al mayoreo, ya ela-
borada, a aquel o aquellos fabricantes locales que ofrecieran las mejo-
res condiciones. Igualmente, que cada cuatro meses se hiciera una eva-
luación del desgaste y las necesidades de ropa nueva en cada
establecimiento, además de que, periódicamente, se registraran noticias
sobre la cantidad, calidad, precios, duración y ventajas del uso de de-
terminadas prendas y útiles, en centros hospitalarios extranjeros. Tam-
bién dispusieron el presidente y el ministro de Gobernación que los
directores de los hospitales de la ciudad de México informaran sobre
las condiciones y cantidad de los enseres, útiles, instrumentos y ropa
de que disponían entonces, y “que detallaran minuciosamente qué can-
tidad de ropa creían suficiente para un año”, teniendo como fin la satis-
facción de “cuanto sea necesario al servicio y aseo” de cada interno.14
Se sumaban a lo anterior el conocimiento técnico —ampliado y
sofisticado por la información recibida a través de revistas y libros
extranjeros—, el entusiasmo y la ambición económica, así como la
creatividad y los proyectos de los nuevos profesionales mexicanos

12 AGN, Gobernación, Establecimientos de Beneficencia, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 18,
f. 2.
13 Un paso que en el mismo sentido se había dado muy recientemente fue la creación

del Almacén y Laboratorio Central, destinado a la elaboración y control de algunos de los


medicamentos empleados en los establecimientos oficiales, aunque su producción era defi-
ciente y limitada. Idem.
14 AGN, Gobernación, Establecimientos de Beneficencia, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 18,

f. 3 y 4.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 85

—sobre todo ingenieros y médicos. Éstos estaban plenamente impreg-


nados del optimismo tecnológico de la época y eran fervientes creyen-
tes en la magia del progreso.
Estos grupos profesionales —especialmente sus integrantes de ma-
yor nivel socioeconómico— hicieron suya la meta de crear y garanti-
zar un equipamiento hospitalario práctico, ergonómico y aseable, acor-
de con los requerimientos crecientes de asepsia e higiene. Asimismo,
adoptaron el objetivo de establecer una organización y administración
eficientes, ágiles, reguladas, disciplinadas y, de ser posible, generado-
ras de ganancias económicas, de los centros asistenciales.
Referimos aquí algunos casos significativos en este terreno. Ilus-
tran la trascendencia de las iniciativas empresariales y los proyectos
gubernamentales —así como la vinculación y cercanía de perspecti-
vas entre ambos— con respecto a las aspiraciones anotadas. En este
contexto sobresalieron dos condiciones importantes. Una de ellas fue
el papel protagónico de los intereses e iniciativas profesionales y em-
presariales —así como sus vínculos con el Estado— de médicos, inge-
nieros y abogados. La otra condición residió en el alud, inédito, de
invenciones y avances técnicos que buscaron recibir del gobierno pa-
tentes y privilegios de invención (de explotación productiva y comer-
cial) al amparo de nuevas leyes. Éstas, desde mediados del siglo, pero
fundamental y efectivamente a partir de la década de 1880, alentaron
la industria y el comercio nacionales en un grado nunca antes visto.15

Lavado de ropa hospitalaria

Paralelamente a la cuestión del abastecimiento de ropa y otros ense-


res, desde la década de 1880, se convirtió en punto de atención el
lavado de la ropa individual y de cama de los establecimientos de
beneficencia. Frente al tradicional y económico lavado a mano, de las
prendas de uso cotidiano en éstos, surgieron diversas ofertas de em-
presas particulares, especialmente de origen extranjero, interesadas en
obtener la concesión oficial para establecer centros profesionales de
lavado mecánico general, administrados por ellas. O bien, vender al
gobierno máquinas lavadoras, secadoras y planchadoras, apropiadas
para grandes volúmenes de ropa.16

15 Soberanis, Catálogo de patentes de invención en México durante el siglo XIX (1840-1900),

p. 222-232.
16 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 21, f. 1-46 y folletos.
86 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

En 1882, un funcionario fue comisionado especialmente para eva-


luar las características, procedimientos, sustancias y costos de los sis-
temas tradicionales y nuevos de lavado. Después de un minucioso
registro contable y comparativo de las condiciones y necesidades de
los principales establecimientos asistenciales, así como de las máqui-
nas y condiciones planteadas por las empresas ofertantes, concluyó
que, en todos los casos, el costo de lavado a mano por prenda resulta-
ba más económico. Sin embargo, encontró en las máquinas presenta-
das a licitación una serie de cualidades, seductoras para él y para el
resto de los funcionarios inmiscuidos. Por ejemplo, el hecho de insta-
lar un centro de lavado bajo una supervisión central permitiría una
revisión y contabilidad de las prendas, de sus condiciones y de los
recursos destinados a su mantenimiento. También, supuestamente, se
desgastarían menos los tejidos, se evitarían los riesgos de transmisión
de gérmenes debidos al descuido e ignorancia de las lavanderas en el
manejo de las prendas. Además, como una cualidad superior, la tem-
peratura elevada utilizada por las máquinas (en forma de agua hir-
viente, vapor y aire caliente) representaba una garantía para la des-
trucción de los múltiples microbios alojados en las prendas.17
La justificación que también en aquel momento brindó, por su par-
te, el visitador de los establecimientos de beneficencia, para que se eli-
giera el lavado de ropa por medio de máquinas se resumió así:

La ventaja del lavado mecánico en este caso, no es la baratura, sino la


perfección, la prontitud y la conservación de la ropa. [...] Tal como se
lava ahora la ropa, se maltrata ésta de una manera sorprendente, el
tiempo que en ello se emplea es demasiado y de ahí viene que se haga
menos frecuentemente, percudiéndose la ropa y marchando a su des-
trucción [...] Con las máquinas se lava bien y pronto, lo que permitiría
que con frecuencia se cambiara la ropa á los enfermos y asilados. [Esto]
proporcionaría grandes bienes físicos y morales. [La ropa personal y
de cama duraría] mayor tiempo si se [tuviera] aseada, con lo que se
alcanzaría la economía.18

Fue promovida entonces la primera competencia abierta entre


empresarios dispuestos a obtener un jugoso contrato con el Ministe-
rio de Gobernación, para abastecerlo de la maquinaria y el servicio
del lavado de ropa de los centros de asistencia. La licitación tuvo en-
tre sus protagonistas más notables a las compañías De Wexel y De
Gress, la de R. H. Natten, y la de Antonio S. Allen —todas de origen

17 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 21, f. 34-39.
18 Ibidem, f. 39.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 87

extranjero. Entre ellas se desató ante el ministerio en cuestión, entre


1882 y 1883, una campaña de desprestigio mutuo, saturada de abiga-
rrada información técnica y contable, catálogos publicitarios ilustra-
dos y acompañados de testimonios de satisfechos clientes estadouni-
denses (es decir de datos supuestos o reales sobre el inmenso éxito y
consumo, en aquel país, de las respectivas máquinas que pretendían
vender e instalar en la capital mexicana).19 En dicha confrontación
medió, contribuyendo a una toma de decisiones más objetiva, la tarea
de investigación que entonces se le solicitó al cónsul mexicano en Nue-
va York. Su informe amplio y cuidadoso llevó a poner en su sitio las
desmesuradas ambiciones de los empresarios en competencia. A par-
tir de este informe se eligió la oferta de Antonio S. Allen, reduciendo
sus exigencias, para establecer plantas de lavado industrial en algu-
nos de los mayores centros de asistencia pública.
Esta primera fase del lavado a gran escala (iniciada en los países
ricos e introducida lentamente en México) en diversos centros de asis-
tencia o reclusión, regidos en creciente grado por normas disciplina-
rias y criterios de economización de tiempo y recursos, abrió el camino
para la subsecuente elaboración y oferta de novedosas máquinas de
lavado y planchado, dirigidas al mercado familiar.
En la década de 1880, se registraron las primeras solicitudes de
patentes y privilegios de explotación de este tipo de artefactos domés-
ticos producidos tanto por ingenieros mexicanos como extranjeros.
También apareció su publicidad en la prensa en expansión, sobre todo
en aquella dirigida al mundo doméstico. En el país, la primera paten-
te de privilegio de invención y explotación comercial de una lavadora
doméstica se le concedió, en enero de 1886, al ingeniero mexicano José
María Ruiz.20

Empresarios, material quirúrgico y aparatos especializados


para hospitales

Durante el periodo estudiado se dieron algunos casos notables de ini-


ciativa empresarial por parte de profesionales vinculados a las nue-
vas concepciones y prácticas médicas, así como a las tareas guberna-
mentales. Un ejemplo notable fue el de la familia del médico Manuel
Toussaint. Éste, quien sería durante las dos últimas décadas del siglo
XIX y las primeras del XX uno de los personajes más prestigiados del

19 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 21, f. 7-6, 24-26 y 45-46.
20 AGN, Patentes y Marcas, Libros Cafés, caja 28, año 1885-1886, exp. 1257.
88 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ámbito médico privado, académico y gubernamental, ocupó a lo lar-


go de muchos años la dirección del Instituto Patológico Nacional y
puestos elevados en otras instituciones.
Manuel Toussaint estuvo desde los años ochenta (incluso desde
antes de graduarse como médico en 1884), junto con su hermano Jean,
al frente de una serie de prósperos negocios dedicados a la elaboración
de productos farmacéuticos y de limpieza (como jabones y sustancias
desinfectantes). Otra empresa, con la que obtuvieron sus mayores ga-
nancias, estuvo orientada a la elaboración de material quirúrgico y
aparatos para hospitales, así como a la importación de estos produc-
tos desde Francia.21
En agosto de 1882, propusieron al poder ejecutivo la firma de un
contrato exclusivo para abastecer de instrumental y aparatos a todos
los hospitales públicos, ya fueran tales productos de importación o fa-
bricados por ellos en el país. En las cláusulas del contrato que sugirie-
ron a las autoridades destacaban las desorbitadas ganancias que su
empresa obtendría del erario público, por la importación o fabrica-
ción local de tales instrumentos.
La compañía Andrade y Soriano hizo, paralelamente, otra pro-
puesta de la misma naturaleza al gobierno. Aunque, al parecer, esta
empresa contaba con mucho menor prestigio y un capital reducido.
Con prudencia obligada, Juan de Dios Peza, responsable de la Sec-
ción de Salud y Hospitales del Ministerio de Gobernación, propuso a
los directores de los seis principales hospitales de la capital, así como
al visitador general de éstos, que revisaran las propuestas de ambas
empresas. Este grupo de directores médicos, entre los que destacaba
Eduardo Liceaga, hicieron una crítica rigurosa de las dos propuestas y,
en particular, de las pretensiones económicas de la familia Toussaint. A
partir de ello, formularon un contrato con ésta, que implicaba un acuer-
do económico razonable y justo para las partes, además de reducir al
mínimo la importación de instrumental.22 Aunque por el tono de la

21 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 19, f. 26.
22 La respuesta que el Ministerio de Gobernación dio a las solicitudes de las empresas
Toussaint & Cía. y Andrade y Soriano, después de revisar sus propuestas, fue rotunda: “Las
proposiciones de ambas casas solicitantes han sido examinadas, estudiadas y discutidas
minuciosamente, y a la verdad ni la una ni la otra son admisibles. Ambas son más ventajo-
sas para los pretendientes que para el Ministerio, y el precio de los instrumentos sería poco
menor que el corriente en plaza, teniendo los contratistas las ventajas de las compras por
mayor, además del tanto por ciento de comisión. Creemos que la casa Toussaint puede, si
se conforma con las condiciones que proponemos, cumplir con el contrato; y que a ella en
igualdad de circunstancias se debe preferir, porque ya ha establecido una fábrica de instru-
mentos de cirugía regularmente montada, con buen surtido de instrumentos, buenos ope-
rarios [y porque] en su interés está acreditar y hacer prosperar esta nueva industria.” AGN,
Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 19, f. 3-10.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 89

documentación existente es probable que dicho contrato se haya pues-


to en marcha, no tenemos pruebas fehacientes de que así ocurriera.

Empresarios y “talleres nacionales”

El primer semestre de 1883 contempló otra de las representativas ac-


titudes del empresariado mexicano, ligado al proyecto del progreso
porfiriano, en la esfera de la salud pública. Se trató nuevamente de
los señores Toussaint, quienes propusieron al ministro de Goberna-
ción el montaje de talleres (que se denominarían “talleres nacionales”)
en las cárceles, casas correccionales, hospitales y asilos. Dichos talleres,
instalados a costa de cada centro, producirían instrumentos quirúrgi-
cos, mobiliario hospitalario y todo tipo de enseres terapéuticos. Y, por
supuesto, estarían bajo la supervisión y administración directas de la
empresa Toussaint. Para poner a andar el proyecto, las autoridades
tendrían que proporcionar a la compañía un vasto apoyo fiscal,
logístico y, sobre todo, financiero —ya que los insumos con que decía
contar la compañía para iniciar el trabajo no serían suficientes. A cam-
bio del trabajo que proporcionarían los “presos, correccionales y
asilados mexicanos”, éstos obtendrían el “aprendizaje especializado”
que les transmitirían los maestros artesanos extranjeros, encargados
de las diferentes áreas de producción, quienes, también con la apor-
tación económica gubernamental, serían traídos desde Europa por la
familia Toussaint.23

Proyecto empresarial de “sanatorio modelo”

Por último, se presenta otro caso significativo que muestra la comple-


ja relación existente entre el desarrollo del poder político y económico
de ciertos grupos profesionales, las políticas predominantes de creci-
miento e inversión, las mortificaciones higienistas y las nuevas for-
mas y contenidos desarrollados en los campos de la organización y la
distinción social. Se trata de las insistentes solicitudes presentadas en-
tre 1904 y 1905 por el médico Óscar J. Mayer al ministro de Fomento,
para poder instalar un “sanatorio modelo” en la ciudad de México.
Su petición, fincándose en la Ley de Industrias Nuevas, estaba
dirigida a establecer tal centro hospitalario contando con todas las
concesiones y beneficios (que comprendían, entre otros apoyos

23 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 19, f. 18-23.
90 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

gubernamentales, la exclusividad de explotación del tipo de estable-


cimiento en cuestión y la exención del pago de todo tipo de impues-
tos, por lo menos durante quince años). La empresa sería realizada
por una sociedad anónima, cuyo núcleo lo formarían médicos y ci-
rujanos de prestigio, residentes en la capital.24
Éste sería un establecimiento de lujo, acorde con una mentalidad
creciente entre las clases altas, que ya empezaban a dejar de ver a los
hospitales como refugios exclusivos de pobres, y a contemplarlos como
espacios cómodos y exclusivos, en los que podía recibirse una aten-
ción médica de calidad y personalizada. Efectivamente, el “sanatorio
modelo” contaría con todos los adelantos técnicos y funcionales, y una
atención caracterizada por “el esmero y la exquisitez”, pensando so-
bre todo en la comodidad de sus clientes de las clases altas. Sin em-
bargo, también contaría con secciones separadas para enfermos de
menor posición económica (otras dos categorías que no podrían dis-
frutar del mayor confort).25

24 AGN, Industrias Nuevas, v. 24, año 1905, exp. 6, f. 1-9.


25 La concepción del hospital o sanatorio modelo de ninguna manera fue general u
homogénea durante el periodo abordado, es decir, el concepto empresarial y elitista de Óscar
J. Mayer no era generalizado. Por otra parte, la noción de un establecimiento “modelo” o
“ejemplar” de asistencia tenía una larguísima historia y no precisamente ligada a una men-
talidad empresarial. Por referirnos a algunos ejemplos en este sentido, podemos señalar cier-
tas concepciones relativamente cercanas temporalmente y otras contemporáneas al proyec-
to del médico Mayer. Unas las hallamos en el caso de un hospital definido como “modelo”,
en funciones hacia fines de los años sesenta del siglo XIX. Se trataba del hospital de infancia
a cargo de la beneficencia pública y cuya descripción se remite al año de 1869. En ésta se
resalta el tipo de organización que privaba en el lugar, además de los beneficios del aseo y
la limpieza de las instalaciones, y del cómodo mobiliario que redundaba en mayor bienes-
tar para los niños que allí se alojaban. “El Hospital de Niños con sus diversos departamen-
tos, dormitorios, refectorios, ropería, surtidos de instrumentos (que constan por inventa-
rio), baños, jardín, despensa, etc., es un modelo de establecimiento de beneficencia; por su
aseo, organización y bienestar que disfrutan allí los niños enfermos, cuidados tiernos
prodigados por la administración y servidores de la casa […] Cada enfermito tiene una
cunita, o cama de fierro, conforme a su edad; estas camas están perfectamente dotadas, sin
faltarles cortinas, tienen inmediatos sus burós, vasos de desahogo, etc.; hay una cama de
movimiento, último modelo, para los casos precisos; los instrumentos y aparatos necesa-
rios, la ropa bastante para cubrir económicamente las necesidades de los niños que
indispensablemente han de mudarse con frecuencia…” Ayuntamiento de México, Memoria
del Ayuntamiento Popular de 1869, p. 95-98.
Otro ejemplo de la noción de “hospital modelo” lo encontramos en el proyecto para
crear un manicomio general, propuesto por Manuel Robleda en 1900. Ahí destacan concep-
ciones rigurosas sobre la higiene, la amplitud de espacios y sobriedad de los mismos para
el tratamiento de los enfermos mentales: “[…] los objetivos que deben perseguirse en un
manicomio —decía Robleda— son: armonizar la seguridad con una libertad conveniente;
ofrecer a los enfermos el mayor número de impresiones agradables; hacer una extensa apli-
cación de las leyes de la higiene, aumentando el número y capacidad de las salas; estable-
cer por todas partes una ventilación conveniente; dar a los patios, salas, habitaciones o cel-
das espacio suficiente para que los enfermos puedan circular por ellos, moverse y respirar
libremente con comodidad; construir galerías cubiertas, patios, habitaciones de recreo, otras
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 91

Otro objetivo de primer orden al que aspiraba esta empresa hos-


pitalaria era contar con los servicios de las enfermeras que se forma-
rían en el Hospital —en el número de ellas y en los horarios (de “doce
horas”) que fueran necesarios—, “sin más remuneración que la del ali-
mento, por parte del sanatorio”. A cambio, éste “serviría y ayudaría a
su educación final”.26 En el Hospital General, creado por el gobierno
y que estaba a punto de inaugurarse, el doctor Eduardo Liceaga, su
director, había establecido estudios profesionales de enfermería y, al
parecer, daba su apoyo incondicional al proyecto de Mayer. Aunque
no conocemos las relaciones de negocios precisas entre ellos, es bien
sabido que el célebre Liceaga fue dueño y accionista de más de un
establecimiento médico durante el periodo abordado aquí.

Consideraciones finales

Quisiéramos apuntar cinco consideraciones finales. En primer lugar,


al abordar una problemática como ésta, es imprescindible recordar
que muchas de las inquietudes y proyectos provenían de la segunda
mitad del siglo XVIII, pero solamente hasta el último tercio del XIX se

de reclusión, jardines, baños, etc.; favorecer el aflujo y evacuación de las aguas, multipli-
cando las fuentes [y, de manera fundamental], renunciar a una amplitud y lujo que serán
inútiles […]”. Robleda, “Proyecto de un manicomio general”, p. 100-101.
También se manifestaron radicales ideas sobre lo deseable de un hospital modelo. Las
encontramos en la tesis médica de Felipe Suárez, publicada en 1888. Éste plantea que “al
ser un hospital foco de emanaciones morbosas para la población y la población motivo de
insalubridad para el hospital”, éstos debían ser reubicados fuera del área central de la ciu-
dad y así contar con bastante vegetación. El autor comparte la idea de Michael Levy sobre
la existencia efímera que deberían tener los hospitales, sobre todo por concebir que en po-
cos años se impregnan de gérmenes, miasmas, virus y microbios. Por lo tanto, su periodo
pertinente de existencia no debía ser mayor a diez años. Fundamenta la propuesta al con-
templar la ubicación de los hospitales en la ciudad de México, ya sea frente a escuelas, cer-
ca de las acequias (Hospital Juárez) o de lugares de abasto de carne o de mercados. En el
mismo texto, Suárez recupera las disposiciones sanitarias dictadas por la Sociedad de Ciru-
gía de París sobre la construcción y el buen funcionamiento de los hospitales. En ellas sus-
tentaba sus propuestas de reubicación de los hospitales en la capital del país. Entre ellas
sobresalían las siguientes: “I. Un hospital debe estar situado en un lugar descubierto. II. La
atmósfera de un hospital será tanto más pura cuanto que está más distante de las aglomera-
ciones populares. Sólo se conservarán en el centro de las ciudades hospitales de urgencia y
con carácter de provisionales. […] VII. Los edificios deben estar completamente aislados,
expuestos sin ningún obstáculo a los rayos del sol, a la acción de la lluvia y de los vientos,
teniendo todos los departamentos la misma orientación. […] XII. Todo estará dispuesto para
que las materias de mal olor o que puedan ser causa de infección, como deyecciones, restos
de curaciones, aguas de lavado, etc., puedan ser rápidamente distribuidas, o que, de ningu-
na manera permanezcan cerca de las salas ocupadas por los enfermos.” Suárez, Algunas
consideraciones sobre higiene pública, p. 15-35.
26 AGN, Industrias Nuevas, v. 24, año 1905, exp. 6, f. 8, 7 y 9.
92 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

hicieron realizables debido al cambio radical de condiciones, materia-


les e inmateriales, de este periodo. Gracias al crecimiento económico,
al avance científico-tecnológico y a la estabilidad política pudieron
incorporarse y adecuarse a la realidad mexicana viejos sueños y as-
piraciones.
Así pues, la preocupación por el saneamiento y la limpieza de los
ámbitos hospitalarios —por su ventilación, por su dotación de mobi-
liario, instrumental e insumos en general, además del interés por me-
jorar la calidad y cantidad de la ropa y los utensilios personales de los
internos— no se inició durante la segunda mitad del siglo XIX sino an-
tes. Las intenciones de transformar los espacios de la beneficencia (hos-
pitales y asilos) en lugares ordenados, limpios y bien abastecidos de
menaje y ropa tuvieron como base consistente e inicial las ideas ilus-
tradas de la elite borbónica que dirigió la Nueva España hacia fines
del periodo colonial. Aunque debe recordarse que las condiciones de
desarrollo material y el predominio de nociones y valores “pre-
científicos”, así como la concepción de los centros hospitalarios como
“depósitos de pobres”, definieron las condiciones concretas en que se
desenvolvió el sentido y el quehacer cotidiano de dichos establecimien-
tos hasta entrada la segunda mitad del siglo XIX.
A pesar de que hacia fines del periodo colonial las concepciones
médicas y las políticas de salud pública estaban muy distantes aún de
la “revolución microbiana”, dicho periodo constituyó el antecedente
más firme y directo del proyecto de higienización y saneamiento que
vio su materialización cuando las condiciones económicas, tecnológi-
cas, políticas y culturales le fueron propicias.
Durante toda la primera mitad del siglo XIX no se dieron modifi-
caciones significativas en este terreno, sino una prolongación de las
condiciones y las concepciones dieciochescas. Éste podría ser consi-
derado un periodo de “latencia” y preparación para el acelerado con-
junto de transformaciones que, hacia el último tercio del siglo XIX, en
Occidente y sus áreas de influencia, fueron creando y/o consolidando
un mundo material e inmaterial especializado, ordenado, higienizado,
aséptico y dirigido al control de los comportamientos individuales y
colectivos. Control construido a través de la inoculación de reglas y nor-
mas disciplinarias. En este sentido, los hospitales desempeñaron un
papel decisivo —independientemente de que la introducción de lim-
pieza y orden higienizante, acompañados de una visión humanitaria
muy arraigada desde el periodo colonial, impactó la lucha contra la
enfermedad y la muerte hacia fines del siglo XIX y principios del XX.
En segundo término, si bien la relación estrecha entre el Estado
mexicano en formación y empresarios ascendentes fue notoria y pro-
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 93

gresiva desde los primeros lustros de vida nacional independiente, no


fue sino hasta los años de estabilidad y crecimiento sostenido, del últi-
mo tercio del siglo XIX, cuando dicho vínculo maduró y se afianzó.
El ideario liberal y el optimismo fincado en las metas del progre-
so condujeron al Estado y a los empresarios a considerar su relación
como natural y necesaria. Especialmente, hizo ver a los inversionistas
como piezas fundamentales del crecimiento económico y la organiza-
ción social. Por tanto, todo aquello que propusieran o hicieran para
activar la economía fue considerado como una aportación al progreso
y al bienestar colectivo.
Sin embargo, el Estado, como representante de sus propios intere-
ses y de los del conjunto de la sociedad, tenía que proceder —como lo
hizo en los casos observados— con imprescindible cautela. En este sen-
tido, destacó la actitud de funcionarios como los visitadores de hospi-
tales. Éstos, evidentemente, tuvieron interés en proteger al erario, en
poner freno a los intereses económicos de los empresarios aspirantes
a participar en el abastecimiento hospitalario, así como en beneficiar,
de algún modo, a los internos de los establecimientos hospitalarios.
En tercer lugar, con la creación de la Escuela Nacional Preparato-
ria y la reestructuración de la educación superior profesional durante
el periodo de la restauración republicana (1867-1876), se fincaron las
bases de un sistema educativo que privilegiaría, en adelante, a las elites.
Como contraparte, a pesar de las vastas discusiones y legislación
impulsoras de la educación primaria gratuita y obligatoria —que tu-
vieron lugar al iniciarse la década de 1880—, ésta solamente presentó
avances en el ámbito urbano, y atendió, sobre todo, a sectores sociales
de recursos medianos y elevados.
Este modelo de escolarización incrementó en México la autoridad
y el prestigio moral de los grupos profesionales tradicionales. Entre és-
tos, ocuparon un lugar especial los médicos —formados en la dominante
cosmovisión hipocrática occidental— durante los últimos decenios del
siglo XIX y los primeros del XX. Esto obedeció, por una parte, a la singu-
lar relación simbiótica que los médicos establecieron desde mediados
del siglo XIX con el Estado en formación y, por la otra, al incremento de
su legitimidad y prestigio ante todos los estratos sociales. Con éstos
mantuvieron, desde siempre, un contacto estrecho y una comunica-
ción peculiar estimulados por la naturaleza de su trabajo. Esta forma
de relación facilitó su papel de divulgadores de valores y prácticas
nuevos. En tal sentido, su alianza con el Estado y su autoridad social
y moral facilitaron la participación de los mejor dotados entre ellos de
relaciones de influencia (por medios políticos, de parentesco, de amis-
94 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

tad o familiares), en actividades y proyectos empresariales asociados a


objetivos de higienización, saneamiento y modernización material.
El caso de los ingenieros es igualmente notable, pues los sectores
gubernamentales interesados en la reorganización espacial de la urbe
tuvieron en ellos fundamentales proyectistas y ejecutores. La activi-
dad de los ingenieros como constructores, abastecedores, intermedia-
rios y concesionarios coincidió muchas veces con su desempeño como
funcionarios de alto nivel. Esta situación rara vez provocó escándalos
o discusiones trascendentes. Para el objetivo del progreso los medios,
en general, no resultaban cuestionables.
En cuarto lugar, los fenómenos observados aquí formaron parte
de una amplia corriente que, desde la segunda mitad del siglo XVIII,
tuvo sus puntas de lanza en Europa occidental y Estados Unidos. En
estos ámbitos se desenvolvieron a lo largo del siglo XIX sólidas pro-
puestas y corrientes higienistas —de carácter académico, profesional
y político— dirigidas a la transformación radical de los centros de aten-
ción a la salud. Al cambio sustantivo de sus características arquitectó-
nicas, de equipamiento y organización.
Esta renovación de nociones y prácticas fue acompañada e impul-
sada por el intenso avance científico y técnico que tuvo lugar enton-
ces en los países industrializados, así como por las apremiantes nece-
sidades de inversión y expansión de mercados por parte del capital.
La afluencia de inversionistas y directivos de empresa, de emplea-
dos y de personal diplomático a México creció notablemente entre 1880
y 1910. Estas minorías jugaron un papel importante en la difusión, en-
tre las elites y los grupos sociales en ascenso, de estilos de consumo y
de vida cotidiana, novedosos incluso en sus países de origen. Este con-
texto impulsó el crecimiento agudo del interés y la admiración, entre
los sectores sociales medios y elevados del país, hacia los modelos de
comportamiento y consumo que se iban imponiendo en las socieda-
des industrializadas. De manera especial se prestó atención a la orga-
nización y principios de las ideas y prácticas médicas, terapéuticas,
hospitalarias, y de higienización en general, adoptadas por los gobier-
nos y elites de los países ricos y asumidas por sus colonos en México.
El avance científico y tecnológico de los países industrializados y,
de manera particular, sus nuevas e intensas formas de consumo coti-
diano se convirtieron, para la elite y la clase media mexicanas, en me-
tas de inmenso valor, en glamorosas y gratificantes actitudes dirigi-
das a la satisfacción individual y a la distinción social, dignas de ser
adoptadas.
En esta modificación de valores, actitudes y expectativas encon-
tró una base muy sólida el cambio en los modelos de organización,
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 95

los enfoques, las técnicas, el equipamiento y los servicios aplicados


a los centros hospitalarios. Asimismo, fue un impulso decisivo a la
intervención empresarial en el abastecimiento y explotación de hospi-
tales públicos, así como en la creación y operación de establecimien-
tos privados.
Finalmente, podemos constatar que la transformación radical de
las concepciones y los patrones de organización de los servicios hos-
pitalarios —tanto públicos como privados— observada durante el pe-
riodo, definió el patrón básico de la evolución que tendría a lo largo
del siglo XX. El Estado postrevolucionario no creó nada nuevo en este
terreno, en lo esencial solamente dio impulso —con una tónica social—
a las concepciones higienistas y sanitarias, así como al esquema de re-
laciones entre el aparato gubernamental y los servicios de salud pú-
blica establecidos durante el porfiriato.
En cuanto atañe a los servicios hospitalarios estrictamente priva-
dos, encontramos que el modelo básico aplicado a lo largo del siglo
XX fue concebido también antes de la Revolución. Su formulación y
desarrollo fueron secuela “natural” de la institucionalización de las
ideas y prácticas médicas, ligada a su vez a la preeminencia de la ló-
gica mercantil y empresarial.

FUENTES

ROBLEDA, Manuel, “Proyecto de un manicomio general para la ciudad de


México”, presentado para su examen profesional por el alumno de la
Escuela Nacional de Bellas Artes…, en El Arte y la Ciencia, v. II, n. 7,
octubre de 1900, p. 97-101.
SOBERANIS, Juan, Catálogo de patentes de invención en México durante el siglo
XIX (1840-1900), México, tesis de Licenciatura en Historia, Universi-
dad Nacional Autónoma de México, 1989.
SUÁREZ, Felipe, Algunas consideraciones sobre higiene pública. Peligrosa influen-
cia que ejercen sobre la salud pública los cuarteles, hospitales y el Canal de la
Viga, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1888.
EL ARTE DE CURAR:
DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS

CLAUDIA AGOSTONI
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM

Suele decirse que ninguno está obligado a ser


sabio ni a ser héroe, pues yo diré que el médico
es la excepción de esta regla general,
porque su profesión, su juramento y el bien
de la humanidad exigen de él que sea sabio
y que sea héroe.
Lecciones orales de moral médica, 1878.

En este trabajo me ocuparé de analizar algunas de las opiniones que


los profesionales de la medicina enunciaban en torno a lo que debía
constituir la base y sustento de sus labores en la ciudad de México
durante el porfiriato. Este escrito forma parte de los avances de una
investigación en proceso, cuyo propósito es analizar las imágenes y
representaciones sociales y culturales del ejercicio de la medicina du-
rante los años de 1880 a 1910. En este marco, intentaré mostrar que si
bien la ciencia y la medicina científica fueron cruciales para la consoli-
dación profesional del gremio médico, era igualmente importante que
éstos compartieran una serie de normas éticas y códigos de conducta
en su práctica profesional y que recurrieron tanto a la tradición como a
la historia para legitimar y consolidar su posición en una sociedad que
experimentaba grandes cambios económicos, sociales y culturales.

II

En 1901, el médico Porfirio Parra (1854-1912) afirmaba que el siglo die-


cinueve había sido fundamental para el adelanto de las ciencias mé-
dicas, y añadía que lo había sido “aun más para la medicina nacional
98 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

que puede decirse que con el carácter de práctica científica nació y se


desarrolló...” 1 Con esas palabras, Parra anunciaba los logros alcanza-
dos por la medicina nacional; su principal intención fue subrayar que,
finalmente, los médicos mexicanos vivían y practicaban en el mundo
de la medicina científica.2
A fines del siglo diecinueve, la profesión médica se caracterizó por
contar con una ilimitada confianza en el poder de la ciencia, y la cien-
cia, a su vez, adquirió el status de condición sine qua non para alcanzar
el progreso nacional.3 En el ámbito específico de la salud pública, se
creía que los adelantos en las ciencias liberarían a los hombres de
númerosas enfermedades, y que el campo de las curaciones se vería
ampliamente beneficiado. La percepción de la ciencia como una vía
superior y legítima para explicar, transformar y/o controlar la reali-
dad, desembocó en la creencia de que los profesionales de la medi-
cina eran capaces de interpretar numerosas experiencias de salud y
enfermedad.
La consolidación de la práctica médica como una actividad emi-
nentemente científica se debió, en parte, a los adelantos efectuados en
las ciencias médicas durante el transcurso del siglo pasado. El descu-
brimiento de la célula y de la bacteria, el desarrollo de técnicas anti-
sépticas, la integración de la física con la patología y de la patología
con la terapéutica, entre otros elementos, significaron que la medici-
na, por fin, podría compartir con la ciencia el status de ser una de las
formas más seguras de conocimiento. Además, la medicina científica
proveyó de mayor peso e importancia a los hospitales. Laboratorios y
equipos con nuevas tecnologías, como los rayos X, se albergaron en
hospitales, y de forma gradual el hospital fue desvinculado de su lar-
ga asociación con la pobreza y la caridad, convirtiéndose en el ámbito
privilegiado para otorgar atención médica, así como en un espacio de
educación e instrucción. En esta vena, los profesionales de la medici-
na o la comunidad médica porfiriana conformó uno de los sectores de
la sociedad que más énfasis ponía en la aplicación práctica de conoci-
mientos científicos para fomentar el progreso.
Sin embargo, el crecimiento de la ciencia, aunque importantísimo
para la consolidación profesional del ejercicio de la medicina, no cons-
tituyó un elemento que por sí sólo haya conducido a que los profesio-
nales de la medicina adquirieran autoridad cultural, poderío económico

1 Parra, “La Academia Nacional de Medicina y el siglo XIX”, en Gaceta Médica de Méxi-

co, p. 2.
2 Sobre la medicina “científica” véase el libro de Martínez Cortés, La medicina científica

y el siglo XIX mexicano.


3 Hale, The Transformation of Liberalism in Late-Nineteenth Century Mexico, p. 337.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 99

o influencia política durante los años de 1880 a 1910. También es im-


portante considerar que fue, precisamente, durante esos años cuando
algunos sectores de la profesión médica llegaron a ocupar un lugar de
primera importancia en el diseño y ejecución de los planes y proyec-
tos gubernamentales para fomentar e impulsar el desarrollo nacional.4
La participación de médicos e higienistas en la planeación, construc-
ción y supervisión de grandes obras de infraestructura sanitaria como,
por ejemplo, el desagüe del valle y de la ciudad de México; la redac-
ción y emisión del primer Código Sanitario de los Estados Unidos
Mexicanos (1889), así como la creciente importancia que adquirieron
los hospitales, como centros de atención médica, y los laboratorios,
son tan sólo algunos factores que es preciso tomar en cuenta.
El desarrollo de la ciencia, y de la medicina científica tampoco ex-
plica el hecho de que los médicos hayan tenido que apelar, por una
parte, a la tradición y, por la otra, a la historia de la profesión, para de
esa manera tratar de obtener el aprecio y la aceptación de la pobla-
ción capitalina. Las actividades, deberes y obligaciones de la comuni-
dad médica eran vistos por la propia comunidad como compromisos
cuya justificación estribaba en una serie de normas y códigos de con-
ducta que, a su vez, tenían como fundamento una tradición de origen
casi atemporal. Es de este segundo factor del cual me ocuparé en lo
que sigue.

III

La comunidad médica porfiriana estaba formada por médicos-ciruja-


nos, farmacéuticos, parteros(as) y dentistas con un título legal.5 De
acuerdo con las cifras que Mílada Bazant proporcionó en su estudio
sobre la historia de las profesiones durante la república restaurada y
el porfiriato, en 1900 el gremio médico contaba con 2 262 médicos ti-
tulados a nivel nacional, de los cuales 525 ejercían su profesión en el
Distrito Federal.6 Múltiples eran los deberes y las obligaciones de los

4 Agostoni, “Monuments of Progress: Modernisation and Public Health in Mexico City,

1876-1910”, p. 56-69.
5 Es importante subrayar que, en este trabajo, al referirme a los profesionales de la

medicina hago hincapié en los médicos ya establecidos y excluyo a los estudiantes de la


carrera médica. Porfirio Parra en su novela Pacotillas (1900) plasma de manera clara y ame-
na las dificultades y penurias por las que los estudiantes de la carrera médica atravesaron
durante el porfiriato.
6 Bazant, “La república restaurada y el porfiriato”, en Historia de las profesiones en Méxi-

co, anexo 10.


100 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

médicos en la ciudad de México durante el porfiriato. Incluían la aten-


ción y el cuidado médico, fuese en una clínica privada, en un hospital
o a la cabecera del paciente, la supervisión de las condiciones sanita-
rias de fábricas, talleres, escuelas u otros sitios de aglomeración de per-
sonas, para evitar la propagación de epidemias, así como la elabora-
ción de estadísticas médicas, entre otras. Además, también tenían una
clara labor pedagógica, a saber: instruir a todos los sectores sociales
en los principios y preceptos de la higiene. En palabras del médico
veracruzano Luis E. Ruiz (1857-1914), propagar a todos los sectores
sociales los preceptos y principios de la higiene era “el arte científico
de conservar la salud y aumentar el bienestar”.7 Es decir, la comuni-
dad médica tenía en sus manos la tarea de fomentar el progreso del
país, a través del fortalecimiento y la salud de sus habitantes, y el sa-
neamiento de ciudades, pueblos, puertos, escuelas y fronteras.
Un rasgo característico de los profesionales de la medicina duran-
te el fin de siglo —al margen de las divisiones, pugnas y diferencias
que existían entre los mismos— radicaba en lo siguiente: según ellos,
tenían una base distintiva de legitimidad y autoridad, la cual los cons-
tituía como miembros de una comunidad o gremio que compartía una
serie de normas y códigos de conducta, así como un elevado sentido
de responsabilidad.
Uno de los elementos que dotaba de unidad a la colectividad mé-
dica era lo que Eric Hobsbawm definiría como una “tradición inven-
tada”.8 Los médicos compartían, en efecto, mucho más que una for-
mación médica formal, obtenida mediante una capacitación y
evaluación uniformes. Como veremos más adelante, los unía, o debía
unirlos, además, una serie de reglas, normas y valores cuyo origen se
remontaba muy lejos en la historia. De acuerdo con Hobsbawm, recu-
rrir al pasado, real o inventado, para imponer una serie de prácticas y
normas, es justamente una de las características centrales de una “tra-
dición inventada”.9 Para el gremio médico mexicano era fundamental
pertenecer e identificarse con una tradición médica y la tradición mé-

7 Ruiz, Tratado elemental de higiene, p. 166. Por su parte, el médico militar Manuel Igle-

sias sostenía que la educación higiénica era una tarea que “incumbe a todos los maestros,
sean laicos o religiosos, particulares o al servicio de los municipios, y también del gobier-
no”, quien debía declarar la obligatoriedad de dicha enseñanza. Véase Iglesias, “Medidas
que deben adoptarse para disminuir el número de fallecimientos en los cinco primeros años
de vida”, en Gaceta Médica de México, p. 80-81.
8 Hobsbawm y Ranger, The Invention of Tradition, p. 1-14.
9 Ibidem, “The past, real or invented, to which they refer imposes fixed (normally

formalized) practices, such as repetition”, p. 2. “Inventing traditions […] is essentially a


process of formalization and ritualization characterized by reference to the past, if only by
imposing repetition”, p. 4.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 101

dica de la cual se sentían no sólo beneficiarios sino también partícipes


era la tradición médica occidental y, en particular, la francesa, la cual
a su vez y en muchos casos, pretendía remontarse, en última instan-
cia, a la griega antigua (vía la romana).
Para dar un ejemplo de la tradición médica francesa, como para-
digma para muchos médicos mexicanos, basta revisar los planes de
estudio de la Escuela Nacional de Medicina y, sobre todo, los libros
de texto utilizados, cuyos autores eran, casi todos, franceses.10
Y para dar un ejemplo del sentimiento de que era necesario vin-
cular la medicina nacional con tradiciones médicas de otras épocas y
países, basta con revisar las historias de la medicina mexicana escritas
durante el porfiriato,11 así como destacar que, en diversos textos de la
época, se mencionan y analizan escritos de Hipócrates, el llamado “pa-
dre de la medicina”. Lo anterior, desde luego, no excluye que la escri-
tura de la historia de la medicina mexicana también tuviera como
finalidad hacer énfasis sobre el carácter artístico e ilustrado, y no sólo
científico, de la profesión.12
Por lo tanto, para ese sentido de pertenencia a la tradición médica
occidental, era necesario tener conciencia, ser partícipe, y dar cumpli-
miento a una serie de ejemplos, normas y códigos de conducta de un
origen casi atemporal. Durante el porfiriato, el “juramento hipocrático”
o bien fragmentos del mismo, así como la alusión a otros textos atri-
buidos a Hipócrates puede encontrarse en diversos escritos sobre el
“arte de curar”.13

10 Véase el libro Apuntes históricos de la Escuela Nacional de Medicina, de Ruiz, en el cual

el autor presenta información detallada sobre las cátedras impartidas y los libros estudia-
dos en la Escuela Nacional de Medicina.
11 Fue precisamente durante el porfiriato cuando se redactaron las más completas his-

torias de la medicina mexicana. Francisco Flores publicó su Historia de la medicina en México,


desde la época de los indios hasta la presente, en los años de 1886 a 1888; Nicolás León publicó
Apuntes para la historia de la medicina en Michoacán desde los tiempos precolombinos hasta 1875,
en 1886, así como el libro La obstetricia en México. Notas biográficas, étnicas, históricas,
documentarias y críticas de los orígenes históricos hasta el año de 1910, para conmemorar las
fiestas del Centenario.
12 Cabe subrayar que las interpretaciones de la historia de la medicina mexicana antes

mencionadas recurrieron a la ley de los tres estadios de Augusto Comte, siguiendo de “ma-
nera ortodoxa” el esquema comtiano, a saber, la sucesión teología-metafísica-ciencia. Véase
Matute, “Notas sobre la historiografía positivista mexicana”, en Estudios Historiográficos,
p. 25-47.
13 Véase “Juramento (Hórkos)”, en Tratados Hipocráticos 1, p. 65-83, así como Journal of

the History of Medicine and Allied Sciences, 1996, 51, IV. Ese número está dedicado a analizar
la trascendencia histórica y cultural, así como las modificaciones y adaptaciones que ha
sufrido el juramento hipocrático desde la época de la Grecia antigua hasta la medicina mo-
derna. En especial consúltese el artículo de Smith, “The Hippocratic Oath and Modern Me-
dicine”, p. 484-500.
102 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

IV

Veamos ahora, en concreto, algunas de las prácticas y normas de con-


ducta que la comunidad médica nacional pretendía seguir, tanto en
su relación con otros médicos, como en la relación médico-paciente.
En el libro Lecciones orales de moral médica, el doctor José Eleuterio
González (Guadalajara 1813-Monterrey 1888),14 presentó un minucio-
so análisis de las obligaciones y deberes del médico en su práctica pro-
fesional, en su relación con los pacientes, así como en su vida diaria,
familiar y en sociedad. Sus máximas de ética médica se basan en los
siguientes escritos hipocráticos: en el Juramento,15 sustento e inspira-
ción de la deontología médica occidental; Sobre la ciencia médica, y los
libros sobre las Epidemias.16
En Lecciones orales de moral médica, publicado en 1878, González in-
sistía en la necesidad de que el médico evitara enriquecerse a costa
del enfermo, y en que debía ser caritativo con los pobres, los extranje-
ros, los huérfanos y los desvalidos. También aclaraba que cuando el

14 Sobre el médico José Eleuterio González véase el estudio de Tapia Méndez, José

Eleuterio González. Benemérito de Nuevo León.


15 El juramento de Hipócrates, de acuerdo con la versión presentada por el médico

francés A. Pinard y publicado en la Revista Médica en 1907, establecía lo siguiente: “Hago


por Apolo médico, por Esculapio, por Higeia y Panacea, por todos los Dioses y todas las
Diosas, tomándoles por testigos de lo que cumpliré según mis fuerzas y capacidad, el jura-
mento y compromiso que sigue: pondré a mi maestro de medicina en el mismo rango que
los autores de mi tiempo; compartiré con él mi haber, y en caso dado, proveeré a sus necesi-
dades; consideraré a sus hijos como hermanos míos, y si quisieren aprender la medicina, se
las enseñaré sin salario ni compromiso ninguno. Haré partícipes de los preceptos, de las
lecciones orales y del resto de las enseñanzas a mis hijos, a los de mi maestro y a los discí-
pulos ligados por un compromiso y un juramento, según la ley médica, pero a nadie más.
Dirigiré el régimen de mis enfermos para su provecho, a mi juicio y según mis fuerzas, y
me abstendré de todo mal y de toda injusticia. No daré un veneno a nadie aunque me lo
pida; ni tomaré la iniciativa de semejante sugestión; del mismo modo, tampoco pondré a
ninguna mujer un pesario abortivo. Pasaré mi vida y ejerceré mi arte en la inocencia y la
pureza. No practicaré la operación de la talla, sino que la dejaré a las personas que se ocu-
pan de ella. En cualquier casa que yo entre, lo haré por utilidad de los enfermos, preserván-
dome de todo maleficio voluntario y corruptor, y sobre todo, de la seducción de las mujeres
o de los jóvenes libres o esclavos; de lo que vea u oiga en el ejercicio de mi profesión, y aun
fuera de este ejercicio, callaré todo lo que no tiene necesidad de ser divulgado, consideran-
do la discreción como un deber en semejante caso. Si cumpliere este juramento sin infrin-
girlo, que me sea dado gozar felizmente de la vida y de mi profesión, y ser honrado para
siempre por los hombres; si lo violo, si soy perjuro, tenga yo una suerte contraria.” Pinard,
Revista Médica, p. 89.
16 González comparó los textos griegos con las traducciones al latín elaboradas por el

médico alemán Gottlob Kühn, y recurrió a las traducciones del latín al francés elaboradas
por el médico galo Emile Littré. Véase Hipócrates, Oeuvres complètes, traducción, introduc-
ción, comentarios, notas filológicas, índice de materias de Emile Littré, París, J. B. Baillière,
1839.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 103

médico era llamado para ver a un enfermo, debía ir sin dilación y acu-
dir vestido “decentemente y muy limpio”, sin “demasiada elegancia
porque no lo crean superficial y casquivano, ni se presente desaliñado
y sucio, porque no dé asco a las gentes”.17 Para González, era preciso
que se estableciera una tajante separación entre el público y el médi-
co. La falta de limpieza y de pulcritud podía llegar a mostrar debili-
dad, reducir el prestigio del médico así como atentar en contra de la
dignidad y estima que el público debía tener hacia este profesional.
Después de todo, el médico no era una persona ordinaria. O, como
señalaba el doctor José Olvera, “ser médico no es un medio como cual-
quier otro para ganarse la vida”.18
El médico a la cabecera del enfermo debía procurar tratar a todos
los familiares o acompañantes del paciente con atención y franqueza,
mostrando “mucho interés por la salud del enfermo” y jamas olvidar
el precepto que Hipócrates plasmó en el libro primero de las Epide-
mias: “Si no puedes hacer bien, a lo menos no dañes”.19 También era
indispensable que el médico fuera muy cuidadoso al examinar al en-
fermo, “sin que nada se le escape, todo conforme a las prescripciones
de la ciencia, preguntando a los asistentes todo cuanto sepan acerca
de la enfermedad de que se trate”.20 Sólo después de contar con la
mayor cantidad de información, podía el médico elaborar el diagnós-
tico y prescribir un tratamiento. Para dicho tratamiento era fundamen-
tal utilizar un lenguaje claro, sencillo y directo, “sin emplear términos
técnicos”21 y ser muy cuidadoso al prescribir remedios. En la opinión
de González, en ocasiones algunos médicos “a la manera de los juga-
dores de dados, ordenan remedios, que si no corresponden a sus mi-
ras llegan a ser funestos a sus enfermos”.22 Era de crucial importancia
evitar perjudicar al paciente, debido a que un solo caso de negligen-
cia médica constituía un serio atentado hacia la honorabilidad del gre-
mio médico en su totalidad.
La necesidad de que el médico contara con una buena posición y
reputación en la sociedad fue subrayada una y otra vez por los médi-
cos porfirianos. Y para esa buena posición y reputación era indispensa-

17 González, Lecciones orales de moral médica, p. 47. Un comentario similar fue expresa-

do en 1890, en el libro The Physician Himself, escrito por el médico estadounidense D. W.


Cathell. Éste señalaba que un médico jamás debía aparecer en público en mangas de cami-
sa o sin bañarse. Véase Cathell, The Physician Himself, p. 80-83.
18 Véase José Olvera, “Expendio libre de yerbas medicinales, de venenos y otras dro-

gas peligrosas”, p. 98.


19 González, op. cit., p. 47.
20 Ibidem, p. 48.
21 Ibidem, p. 48-49.
22 Ibidem, p. 48 y 52-53.
104 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ble “llevar una vida arreglada, cumpliendo fielmente con las obliga-
ciones de su estado, respetando a todos, sujetándose a las leyes, no
perjudicando ni molestando a persona alguna... y rechazando la avari-
cia, porque ese vicio envilece al profesor y a la ciencia”.23 Otros requisi-
tos indispensables para que el médico lograra consolidar su posición
en la sociedad y ante el propio gremio médico eran los siguientes: ser
honrado con los pacientes y no prometer curaciones maravillosas o
milagrosas, guardar con el celo de un sacerdote el secreto profesio-
nal,24 y no cobrar honorarios desorbitantes, pero sí justos, de acuerdo
con la situación del cliente y en relación con la importancia de los ser-
vicios prestados.25
Aquí es preciso subrayar que el énfasis en contar con una buena
reputación en la sociedad y evitar a toda costa el enriquecimiento ilí-
cito fueron dos de las mayores preocupaciones de los médicos porfi-
rianos. ¿Por qué? Una posible respuesta se encuentra en la expansión
del mercado médico, expansión descrita por Francisco Flores de la si-
guiente manera: “[la] proporción creciente del ejercicio [de la medici-
na] en relación con el ensanche diario de la capital [ha tenido como
resultado una] abundancia de consumidores”.26 Es decir, conforme cre-
cía la capital y otras ciudades, el tratamiento en caso de enfermedad
comenzó a recaer más y más en extraños, es decir en médicos, boticas,
hospitales y otros organismos comerciales y profesionales que vendían
competitivamente sus servicios en el mercado. Ante esa expansión y
la creciente importancia social y cultural que adquirieron la salud, la
higiene y la salubridad a nivel nacional e internacional,27 los médicos
mexicanos no se sentían bien resguardados, y tampoco contaban con
el aprecio y estima de amplios sectores de la población capitalina. Por
lo tanto, no era suficiente que el médico dedicara largos años a su for-
mación profesional, o que se “sentara en la cama del contagioso”28 para
que fuera buscado y respetado por la sociedad.
Es importante señalar que la proporción de la población capitali-
na que efectivamente acudía a un médico, o bien que recibía al médi-
co en su domicilio, era una minoría, debido a que la batalla en contra

23 Ibidem, p. 45-46.
24 Sobre la importancia del secreto profesional en el ejercicio de la medicina véase
Marcelino Mendoza, El secreto médico, 1887.
25 Olvera, op. cit., p. 105-106.
26 Flores y Troncoso, Historia de la medicina en México, desde la época de los indios hasta la

presente, p. 261.
27 Sobre la importancia a nivel internacional que adquirieron la salud pública y la hi-

giene durante las décadas finales del siglo diecinueve véase Norman Howard-Jones, The
Scientific Background of the International Sanitary Conferences, 1851-1931.
28 Olvera, op. cit., p. 105-106.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 105

de la enfermedad continuaba siendo una actividad que se realizaba


en la casa, con el apoyo de la familia y de amistades; en muchos
casos, se recurría a curadores no reconocidos como tales por las auto-
ridades médicas, como en el caso de las denominadas parteras “empí-
ricas”.29 Además, muchas veces los posibles o futuros pacientes no con-
taban con los medios económicos para pagar los medicamentos o los
honorarios médicos. Acudir a un médico ocurría, sobre todo, en casos
de emergencia, como los momentos en que reinaba una epidemia, o
cuando el tratamiento recibido antes de acudir a un médico titulado
había fallado.30
Durante el porfiriato tampoco existió una tarifa o tabulador para
establecer el monto de los honorarios que los médicos podían solici-
tar al prestar sus servicios. De acuerdo con Francisco Flores, los hono-
rarios médicos eran muy variables, “según la categoría del enfermo y
del médico y según la naturaleza de la enfermedad” y fluctuaban en-
tre cincuenta centavos y ocho pesos en la capital, y cincuenta centa-
vos y un peso en el resto de la república. Sin embargo, Flores añadía
que “desgraciadamente” los servicios profesionales de los médicos “son
los [...] que más procura explotar todo el mundo en nuestro país, donde
más mal se remuneran y se pagan con menos voluntad”.31 En la opi-
nión del médico Secundino Sosa (1857-1901), era costumbre nacional
pagarle al médico “de manera verdaderamente humillante”, como si éste
recibiese una “limosna dada con el más piadoso disimulo a un pobre
de solemnidad”.32 Por su parte, el médico Alberto Salinas y Rivera es-
tableció en su tesis profesional titulada Moral Médica que

el momento más crítico para el médico es aquel en que se recibe el


honorario de su trabajo, en México sobre todo, donde hay la incalifi-
cable costumbre de hacerlo de manera oculta, como quien da una li-
mosna con la mano derecha sin que lo perciba la izquierda [...] en la
alta sociedad, los individuos de la familia no se dignan pagar perso-
nalmente al médico, sino que se le manda su honorario con el último
de los domésticos [...] con esta costumbre se da lugar a que se come-
tan abusos que el médico no aclara por dignidad [...] yo creo que el
médico al cobrar sus honorarios [...] debe fijarse en la posición pecu-
niaria del cliente. 33

29 Agostoni, “Médicos y parteras en la ciudad de México durante el porfiriato”, artícu-

lo inédito.
30 Olvera, op. cit., p. 106, y “Casa de Maternidad”, p. 60-61.
31 Flores y Troncoso, op. cit., p. 261-262.
32 Sosa, “Las pagas del médico”, p. 259.
33 Salinas y Rivera, Moral médica, p. 22-23.
106 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Sobre este tema, Sosa añadía que un deber ineludible del gremio
consistía en “conservar la dignidad de la profesión”,34 y para ello era
necesario que los médicos se guiaran por los siguientes preceptos éticos
al tratar el tema de los honorarios: “1. Conciliar la importancia del bene-
ficio hecho al enfermo, con sus recursos pecuniarios. 2. Cobrarle todo al
que pueda pagar. 3. Tratar al pobre con la mayor consideración. 4. Es-
tudiar el valor relativo del dinero, según el lugar en que se ejerce.” 35
Una causa de la dificultad para establecer un sistema equitativo
para la paga de los honorarios médicos derivaba de la aversión o des-
confianza popular hacia la figura del médico. Por ejemplo, en 1897 El
Hijo del Ahuizote, en tono de burla, señalaba: “¿Podría usted decirme
cuál es el signo precursor de la muerte en el domicilio de un enfermo?
—Sí señor, la llegada del médico”.36 O bien, una mujer, al relatar su
experiencia al acudir a una consulta al Hospital de Maternidad e In-
fancia, dejó el siguiente testimonio:

Se nos encierra a las once de la mañana y se nos despacha a la una de


la tarde, muchas veces sin consulta. Sólo se reparten veinte papelitos
sean los pobres que acudan. ¿Y cree usted que sólo son veinte los que
acuden? Allí se sufre mucho señor. Todos son iguales de orgullosos,
hasta los mozos. Todos nos regañan. Si pedimos ficha, gritos; si va-
mos a que nos sellen la ficha, gritos; habla uno [...] y gritos; va uno a
la botica de San Juan de Dios, gritos [...] nuestros doctorcitos son apá-
ticos y orgullosos.37

Sin embargo, en la opinión de Secundino Sosa “el enfermo y la


familia” tenían la “estricta obligación de obedecer al médico”.38

Los médicos, además de no contar con el aprecio de la población, vi-


vían en un mundo plagado por la adversidad y por la competencia
entre el propio gremio. La adversidad existía no sólo entre los médi-
cos alópatas y los homeópatas, también entre los más jóvenes, los que
comenzaban a tener una clientela, y aquellos ya establecidos, así como
entre aquellos que ejercían su profesión en las ciudades y los médicos

34 Sosa, op. cit., p. 258.


35 Ibidem, p. 259.
36 El Hijo del Ahuizote, año XII, n. 584, p. 427.
37 Ibidem, n. 570, p. 207.
38 Sosa, “El médico debe estudiar”, p. 241.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 107

rurales. En la opinión de José Eleuterio González era muy importante


que los médicos se unieran para “comunicarse sus conocimientos y
formar un solo cuerpo, porque de otro modo su ciencia no progresa,
¿qué diremos de un médico que aborrece a sus compañeros?” 39 Era
fundamental que el hombre de ciencia y de estudio evitara la envidia,
la avaricia y la soberbia, y que siempre tuviera muy presente “que
Hipócrates nos aseguró, con juramento, que jamás tiene razón un mé-
dico para envidiar a otro”.40
Las ciencias médicas, en la opinión de González, eran “un tesoro
común, que pertenece a la humanidad entera: los médicos son los ad-
ministradores de este tesoro, y si se desacuerdan, lo administrarán mal
y serán responsables los que provoquen el desacuerdo de los daños
que resulten”.41 Por lo tanto, la unión del gremio médico —“hijos to-
dos del grande Hipócrates”42 —era crucial para consolidar su posición
en la sociedad.
El clima de ataques, agresión, competencia y división que existía
entre los propios médicos era motivado por diversas causas, una de
ellas era obtener clientela. Sobre este asunto, el médico Secundino Sosa
sostenía que era fundamental que los médicos reflexionaran sobre sus
verdaderos intereses, que se unieran para estudiar, para consultarse
e, inclusive, para ponerse de acuerdo en sus negocios.43 Además, la
unión de todos los médicos era indispensable para que los conocimien-
tos médicos y científicos beneficiaran al mayor número de médicos y,
de manera particular, a los pacientes.
El médico Demetrio Mejía opinaba que era necesario elaborar una
obra de consulta que podría llevar por título el siguiente: “Conducta
que el médico debe observar delante de casos extraordinarios o
excepcionales en medicina, cirugía y obstetricia.” Proponía que en la
creación de dicha obra participaran todos los médicos del país. Así, el
gremio estaría dotado “de un arma poderosa que lo sacaría avante en
la mayoría de las veces, porque puede en cortos momentos hacer una
fructuosa consulta. Todo depende de que dicho libro, que sería a no
dudarlo, el libro de oro de los médicos, estuviese perfectamente clasifi-
cado y ordenado”.44 Mejía añadía que cada médico “se lleva al sepul-

39 González, op. cit., p. 54.


40 Ibidem, p. 55.
41 Ibidem.
42 Ibidem.
43 Sosa, “Deberes del médico”, p. 336.
44 Mejía, “Invitación a todos los médicos de la república mexicana para formar una

obra referente a la consulta que el médico debe observar delante de casos excepcionales en
medicina, cirugía y obstetricia”, p. 78.
108 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

cro todo lo que conquistó, todo aquello que no aprendió en libros, que
fue, en fin, exclusivo fruto de su experiencia personal” y que era un
hecho que continuaría ocurriendo hasta que no fuesen realizadas obras
comunes de medicina.45
Además de la adversidad que reinaba entre los propios médicos,
también se afirmaba que existía una peligrosa amenaza externa: la pro-
liferación de practicantes médicos no reconocidos por ellos como ta-
les. Es necesario ocuparnos de estos temas porque se relacionan es-
trechamente con lo que he sostenido hasta ahora. En efecto, considero
que una de las razones principales que llevó a los médicos a tratar de
inventarse una tradición, para seguir con la terminología de Hobsbawm,
fue la necesidad de legitimar y consolidar su status privilegiado ante
las profundas transformaciones sociales y culturales en el México de
fin de siglo. Sobre la amenaza de la competencia desleal, los médicos,
oficialmente capacitados y autorizados para ejercer su profesión en la
ciudad de México, constantemente se quejaban de ser víctimas de ese
fenómeno. La competencia provenía de personas que, sin una forma-
ción, promovían curaciones y remedios milagrosos e infalibles para
toda clase de padecimientos.46
Un artículo que apareció en la Revista Médica, en 1906, señalaba
que el médico tenía la obligación de “defender a los enfermos de las
prácticas peligrosas para su salud y su vida, de las trampas groseras
en que deja caer su credulidad, a expensas de su dinero, y a menudo
también de su persona”.47 Añadía que “el ejercicio de la medicina no
está autorizado sino en condiciones estrictamente definidas por la ley
que, teóricamente, castiga todo ejercicio ilegal, pero en México ni teó-
ricamente se exige un castigo semejante”.48 Ante la no eficacia de la
ley, los médicos debían unirse, y actuar para defenderse.
En síntesis, para ejercer el verdadero “arte de curar”, los médicos
porfirianos no debían olvidar jamás que su principal misión consistía
en conservar la vida. Para ello, era indispensable una sólida forma-
ción profesional, pero también una inquebrantable moralidad y hones-
tidad. Los médicos debían ocupar un lugar respetable en la sociedad y
fomentar la unión y cooperación del gremio. Fue, precisamente, duran-
te el porfiriato cuando numerosas asociaciones y sociedades médicas
y científicas proliferaron, y cuando fueron celebrados múltiples con-
gresos médicos e higiénicos, tanto nacionales como internacionales.

45Ibidem, p. 78.
46Agostoni, “Médicos científicos y médicos ilícitos en la ciudad de México durante el
porfiriato”, en prensa.
47 “El ejercicio ilegal de la medicina”, en Revista Médica, p. 313.
48 Ibidem, p. 313.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 109

Esto apunta hacia esa necesidad de asociación, de unión, de intercam-


bio de ideas, y de compartir una serie de normas y códigos de con-
ducta tanto públicos como privados.
Para concluir deseo subrayar que no es casual que en diversas fo-
tografías publicadas en la prensa o en libros conmemorativos, el mé-
dico apareciera vestido con una levita, y no con una bata blanca. Un
médico era, sí, un hombre de ciencia y de estudio, pero también era
un individuo responsable que pretendía ocupar un lugar respetable
en una sociedad que estaba atravesando por profundas transforma-
ciones sociales, económicas y ocupacionales. Por consiguiente, apelar
tanto a una tradición como a una serie de valores, códigos y normas de
comportamiento de un origen casi atemporal, los cuales eran comparti-
dos a nivel internacional, era fundamental para fortalecer y consolidar
al profesional de la medicina al cambio de siglo.

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Tratados Hipocráticos 1, introducción general de Carlos García Gual,
Madrid, Biblioteca Clásica Gredos 63, 1990.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX.
EL DIARIO DEL HOGAR

NORA PÉREZ-RAYÓN ELIZUNDIA


Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco

Decálogo democrático: Primero. Amarás á la


Patria, sobre todas las cosas. Segundo. No tomarás
su nombre en vano, ni violarás la protesta que
en su nombre hicieres. Tercero. Santificarás sus
festividades gloriosas. Cuarto. Honrarás á tus
héroes y legítimos “mandatarios”, no opresores,
como á tu padre y á tu madre. Quinto. No matarás,
sino cuando quieras vengar la justicia ó la traición.
Sexto. No dejarás ultrajar ni á tu patria ni á tu
bandera. Séptimo. No consentirás bajo ningún
pretexto que te roben un sólo palmo de tu territorio.
Octavo. No “denunciarás” á los escritores
independientes, para que se les castigue porque
defienden los intereses y derechos con valor y
energía. Noveno. No codiciarás las riquezas
y canonjías de los retrógrados, porque es de mal
origen y solo las conservan para escarnecerte y
vilipendiarte. Décimo. No envidiarás tampoco
la triste celebridad de tus enemigos. Estos diez
mandamientos se cierran en dos: en servir y amar
á la patria con toda el alma y á tus hijos, es decir, á
los verdaderos hijos del pueblo, como á ti mismo.
El Diario del Hogar, 11 de diciembre de 1900.

El hecho de que las libertades políticas consagradas en la Constitu-


ción liberal de 1857 tuviesen que sacrificarse en gran parte, o pospo-
nerse, estaba más que justificado desde la perspectiva del régimen.
Entre esas libertades restringidas, se encuentra la libertad de expre-
sión y opinión a través de la prensa. La cooptación, el control y/o, en
su caso, la represión directa a los periodistas y a los diarios se fue in-
tensificando a medida que se consolidaba el gobierno de Díaz. Sin
116 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

embargo, ese control no dejó de ser relativo y la represión selectiva,


dejando márgenes considerables de libertad para la crítica política.1
Un análisis cuidadoso de la prensa de oposición muestra los al-
cances y los límites de esa crítica. El discurso periodístico es revelador
tanto de los contenidos y niveles de la discusión, como de las tácticas
de confrontación utilizadas por los opositores, de sus expectativas y
sueños, de su desencanto y frustraciones.
Hacia 1900 un importante espacio de oposición y crítica periodísti-
ca era El Diario del Hogar.2 Este periódico fungía como portavoz del
grupo clasemediero de liberales urbanos y capitalinos, que se conside-
raban a sí mismos como los herederos genuinos del liberalismo históri-
co de la Reforma, como los defensores del constitucionalismo y como
enemigos del liberalismo conservador y “científico” dominante en las
altas esferas del poder. Si Filomeno Mata, su director, estuvo varias ve-
ces en la cárcel, su diario no se clausuró y él siempre tuvo la oportuni-
dad de volver al oficio. Hay que recordar que la prensa de oposición
liberal tenía su contrapeso en la de oposición católica, y si bien existía
un cierto nivel de coincidencia entre ellas, también eran históricas y con-
sistentes las diferencias ideológicas que las enfrentaban, aun cuando
procediesen sus adalides de un estrato socioeconómico muy similar.
Entre los grandes rotativos capitalinos, El Diario del Hogar se dis-
tinguía por el amplio espacio dedicado a los temas de información y
reflexión de índole política.
Por ser Porfirio Díaz el eje del sistema político, el punto de parti-
da de nuestro análisis de prensa fue la imagen presidencial. A conti-
nuación nos ocupamos del interesante debate sobre las virtudes de la
alternancia frente a lo que se llamó el “continuismo” o “necesarismo”,

1 El presente trabajo es resultado de una investigación de tesis doctoral en historia que

lleva por título: México 1900: mentalidad y cultura en el cambio de siglo. Percepciones y valores a
través de la gran prensa capitalina. En dicha investigación se realizó un seguimiento de la
información publicada en cuatro periódicos representativos de diversas tendencias político
ideológicas: El Imparcial, oficialista, El Diario del Hogar, de oposición liberal, y los católicos
El Tiempo y El País, a lo largo del año 1900, parteaguas entre dos siglos.
2 El Diario del Hogar, fundado en 1881 por Filomeno Mata, pasó a la oposición en 1888,

con motivo de la segunda reelección de Díaz, y desapareció hasta 1912. Su circulación estu-
vo limitada entre 850 y 1000 ejemplares, pero constituyó un periódico representativo de las
diversas publicaciones de tendencia liberal que circulaban en la capital y la provincia. Se
trató de uno de los diarios más atacados por Díaz, a decir de Cosío Villegas, a causa de sus
críticas al reeleccionismo y sus denuncias de la injusticia ya que, si bien se trataba de una
crítica poco incisiva, era persistente, y además venía de un miembro de la propia familia
liberal tuxtepecana. Véanse: Cosío Villegas, El porfiriato. La vida política interna, y Toussaint,
“Diario del Hogar: de lo doméstico y lo político” en Revista Mexicana de Ciencia Política. Para
prensa en general véanse también, de la misma autora, Escenario de la prensa en el porfiriato y
“La prensa y el porfiriato” en Las publicaciones periódicas y la historia de México, y de Ruiz
Castañeda, El periodismo en México, 450 años de historia.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 117

discusión a la que dio lugar la quinta reelección del caudillo tuxtepe-


cano, y que se enriqueció con la crítica de la clase política y de los
procesos electorales, a nivel estatal y para la renovación de cámaras
legislativas (que se llevaban a efecto también en 1900). Esta crítica asu-
mió como referentes ideales el liberalismo, la democracia y la sobera-
nía popular.
Una parte sustancial de la crítica política al régimen porfirista se
centra en El Diario del Hogar contra la política de conciliación del go-
bierno con la iglesia católica. El periódico se constituye en baluarte de
un acendrado laicismo o secularismo estatal.

La figura presidencial

En El Diario del Hogar se respeta al presidente, se elogian mesurada-


mente sus cualidades personales y sus contribuciones a la paz y al pro-
greso económico del país. Porfirio Díaz ocupa un lugar especial en el
conjunto de la clase política. Las tácticas para criticar a Díaz no están
ausentes, pero en general son muy cautelosas o indirectas. Se denun-
cia el servilismo y la adulación de los allegados al Ejecutivo y el de los
círculos de amigos del general. Y se hace una interpretación maniquea
de la historia para utilizarla en función de los fines políticos persegui-
dos: ensalzar al liberalismo y a sus héroes.
La crítica se centra en lo político pero se le reconocen importantes
aciertos en otras áreas: México ha ganado con esta larga administra-
ción del general Díaz, en el establecimiento de su crédito, en la cons-
trucción de vías de comunicación, en la instalación de nuevas indus-
trias y casas comerciales, “perdiendo en cambio en instituciones
políticas que dejan al país después de él en la más completa anarquía
porque no se ha procurado establecer la pacífica sucesión de poder en
los puestos públicos, aprovechando el largo periodo de paz de que
disfruta México”.3
La habilidad de Díaz para utilizar alternativamente la seducción
y el temor, para afianzar y mantenerse en el poder, son reconocidas
explícitamente. Un artículo firmado bajo el seudónimo. “Un amigo de
la Constitución” señala que:

Dos armas tiene a su disposición el poder para combatir a sus anta-


gonistas: una es el terror; la otra se llama seducción. Con habilidad

3 Boletín de El Diario del Hogar, 7 de septiembre de 1900, p. 1.


118 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

excesiva y con energía ha sabido manejarlas el Sr. General Díaz, quien


ni vaciló en recurrir a inhumanos fusilamientos [...] ni tampoco des-
perdició nunca la oportunidad de atraer hacia sí, por medio de los
halagos, á cuantos podían inspirarle temores; porque las guerras ci-
viles los acostumbraron a ver en la revolución un oficio y en el sa-
queo una ocupación lucrativa, los seduce [...] hasta transformarlos
en sumisos servidores [...] a cambio de [...] honrosos y productivos
empleos [...] prestigio [...] y [...] riqueza...4

En el mismo artículo, y en sentido semejante, se advierte que por


mucho tiempo el dilema de la política mexicana ha sido:

ó te atreves tú, temible guerrillero, á luchar con el que manda, y en-


tonces la más despiadada de las venganzas te reducirá a la inercia [...]
Ó te decides á rendir homenaje a la formidable autoridad del gobier-
no y entonces éste premiará tu incondicional capitulación con el oro y
la gloria.5

Lo anterior es un buen ejemplo de los alcances de la crítica explí-


cita que llegaba a publicar, aunque ocasionalmente, este periódico.
El Diario del Hogar denuncia también los males y consecuencias de
la adulación a la autoridad, encarnada en la figura presidencial, adu-
lación de los miembros de la administración pública y de la prensa mis-
ma. A ese efecto, reproduce textos de diversos diarios nacionales que
evidencian los niveles y el lenguaje del servilismo hacia Porfirio Díaz
señalando, por ejemplo, la osadía de La Gaceta Comercial que llega a com-
parar a Díaz con Moisés quien, “elevando las necesidades del momento
sobre las insignificantes envidias y decepciones internas, condujera a
su pueblo con firme paso e incesante vigilancia, a una posición de pri-
mera magnitud en la vía láctea de las naciones modernas”.6
El periódico da cuenta de un ambiente de adulación o culto a la
personalidad de don Porfirio por parte de funcionarios o aspirantes a
cargos políticos, quienes igualmente lanzan propuestas para levan-
tarle una estatua, o le ofrecen suntuosos bailes ya sea para celebrar
su onomástico, su toma de posesión presidencial o con cualquier otro
pretexto. Al reseñar los festejos El Diario del Hogar critica la adulación
y el derroche.

4 Un amigo de la Constitución, “Sobre la alternabilidad. El General Díaz ¿es un hom-

bre necesario?”, El Diario del Hogar, 13 de enero de 1900, p. 1.


5 Ibidem.
6 “Coscorrón merecido”, El Diario del Hogar, 2 de marzo de 1900, p. 3.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 119

El liberalismo de los redactores y colaboradores del periódico de


Filomeno Mata no escapa a la influencia de la ideología positivista y
evolucionista, como puede advertirse tanto en su lenguaje como en
sus parámetros de comparación. Así, en su cosmovisión, hablan de
naciones modernas y cultas por un lado y de naciones atrasadas e in-
cultas. Entre las últimas ubican a las naciones latinoamericanas. Atri-
buyen a éstas, entre las características de su comportamiento político,
el vicio de la adulación servil a la autoridad que este periódico reite-
radamente denuncia. La “lacra de la adulación” no es sólo específica
de México, sino compartida por otros magnates latinoamericanos. Así
reseña que:

Las naciones latinoamericanas, con excepción de muy pocas, están en


el periodo enfermizo contemplativo de un agradecimiento exagerado
hacia el que manda; como si la distribución de empleos, con que obse-
quia a sus favoritos el magnate, los tomara de su peculio propio para
repartirlos [...] cometiendo con este acto una de las faltas más graves
digna de la más severa censura. A medida que la civilización por me-
dio del estudio y la experiencia se abre paso en las masas populares,
van cesando las manifestaciones de adulación [...] 7

Señalan también que si es de lamentarse el extravío de las autori-


dades, “es más de lamentarse la tolerancia de los magnates que per-
miten esas salidas de tono de sus favoritos”, con lo que indirectamente
hacen un llamado de atención al general Díaz para que ponga límites
a sus aduladores.8
La invocación de la historia, a conveniencia y con la amnesia perti-
nente 9 de los redactores, se evidencia en la constante identificación de
Porfirio Díaz con la figura de Benito Juárez, el héroe inmaculado, y ya
para fines de siglo, convertido en un mito para todos los liberales.10 Así
destacan cualquier discurso de Díaz alusivo al tema, por ejemplo:
“[Juárez] el cerebro privilegiado que nos dio las Leyes de Reforma, que
son la base y fundamento de la grandeza y civilización de nuestra

7 Boletín de El Diario del Hogar, 13 de marzo de 1900, p. 1.


8 Ibidem.
9 Se considera la historia como maestra y guía de la vida pública. Para la redacción

del diario la historia de los últimos veinticinco años no se había escrito, y por tanto consi-
dera su obligación contribuir a la narración de los hechos verdaderos. Hace aquí caso omi-
so de la obra México, su evolución social, coordinada por Justo Sierra, que empezaría a
publicarse en 1900, en virtud de que el grupo político de liberales que se nucleaba y o ex-
presaba a través de sus páginas, no fue convocado.
10 Para el origen y desarrollo del mito juarista conformado en el porfirismo ver Weeks,

The Juárez Myth in Mexico.


120 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Patria [...] hago votos porque el Gran Reformador, respeto y orgullo de


los mexicanos y que es su mejor gloria, sea respetado y venerado
de todos como lo respetamos y veneramos nosotros los oaxaqueños”.11
Las palabras del general Díaz son la mejor prueba, sostiene el bo-
letín del periódico, de que la única senda que debe seguir una admi-
nistración honrada es la que trazó el Gran Reformador, Benito Juárez,
“sin vacilaciones ni extravíos”.12 En el olvido histórico conveniente que-
daron las diferencias que en vida separaron profundamente a Juárez y
Díaz.
En la memoria histórica de El Diario del Hogar, la vida y experien-
cias del caudillo son evocadas sutilmente para diferenciar al héroe de
la Reforma y al defensor del liberalismo, del Díaz reeleccionista. Cabe
recordar aquí que el periódico fue porfirista hasta mediados de la dé-
cada de 1880 y que fue con motivo de la reelección de 1888 cuando
pasó a la oposición.
El Diario del Hogar responsabilizaba a los círculos políticos que ro-
deaban a Porfirio Díaz de las desviaciones del ideal republicano, de
modo que no se atribuían directamente al caudillo.
Ministros, gobernadores, diputados, senadores son, con frecuen-
cia, acusados de ineptitud, senilidad, nepotismo y falta de respeto a
la legalidad.Con excepción de la Secretaría de Hacienda, se critica la
ineficiencia y el atraso de la administración pública y en particular se
señala la decrepitud por senilidad de los ministros de Gobernación,
Relaciones Exteriores y Guerra.13
Asimismo advierte cómo, en derredor de los jefes de Estado, que
manejan por largo tiempo los asuntos administrativos de un país,
se forma “una costra de adulación impenetrable que impide que
lleguen hasta ellos los ecos de la verdad y contribuye mucho a su
desprestigio”.14

11El Diario del Hogar, 18 de septiembre de 1900, p. 1.


12Ibidem.
13 Con el ministro Mariscal, opina el diario, el departamento de Relaciones ha llegado

a un periodo de decadencia, reagravado con la derrota diplomática en las fiestas de Chicago,


derrota que vino a herir sensiblemente a los mexicanos. El Diario del Hogar recuerda cada
vez que hay ocasión el desafortunado discurso del secretario Mariscal en Washington don-
de éste atribuyó el triunfo liberal al apoyo de los Estados Unidos y señaló la conveniencia,
en desafortunada metáfora, de que el águila mexicana volara siempre tras su guía el águila
norteamericana. El secretario de Guerra, general Berriozábal, muere a principios de 1900 y
para sustituirlo se nombra al general Bernardo Reyes, entonces gobernador de Nuevo León,
nombramiento que El Diario del Hogar verá con buenos ojos resaltando, con frecuencia, las
capacidades administrativas del gobernador. Boletín de El Diario del Hogar, 9 de enero de
1900, p. 1.
14 Boletín de El Diario del Hogar, 28 de septiembre de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 121

Para El Diario del Hogar, el papel fundamental de la prensa de opo-


sición es ser una conciencia crítica que informe, comunique y haga pre-
sente, ante la autoridad máxima, a esa opinión pública portadora de
“la verdad”, cuya voz El Diario del Hogar se siente representar. De ahí
las frecuentes invocaciones de sus editoriales para incitar o provocar
directamente al general Díaz a limitar el servilismo, a reidentificarse
con el liberalismo original de la Reforma; liberalismo, a su juicio, el
único verdadero, cuya interpretación doctrinal suponían monopolizar,
y plataforma ideológica con la cual, desde las elecciones presidencia-
les de 1888, se oponían a la reelección.

Las elecciones presidenciales de 1900. El debate en defensa


de la alternancia frente al continuismo y el necesarismo

La lectura de las páginas de El Diario deja ver, desde los primeros días
del año de 1900, la clara intencionalidad de sostener una tenaz batalla
a favor de la alternancia en el poder. Para ello se invoca, directamen-
te, una vez más, la voluntad superior del general Díaz, el único que
podía dar el paso definitivo en este sentido. El periódico intenta, re-
petidamente, demostrar a Díaz que existe un reclamo popular por la
alternancia y que ésta es una necesidad histórica.

Con [...] constancia [...] temeraria, hemos estado señalando el peligro


inminente para la forma de gobierno republicana de no implantar en
el país la alternabilidad en el poder de los funcionarios, implantación
que a medida que pasan los tiempos se impone más y más. Nuestra
labor ha sido apreciada por todos los liberales, y prueba de ello son
las muchas demostraciones de adhesión [...] de nuestros lectores [...]15

Acerca del plebiscito, organizado a principios del año por el Círcu-


lo de Amigos del General Porfirio Díaz, para sondear la opinión pú-
blica sobre la próxima elección presidencial,16 El Diario del Hogar ex-
terna una opinión escéptica y descalificadora de lo sucedido. “Muy a

15 Boletín de El Diario del Hogar, 28 de agosto de 1900, p. 1.


16 La Convención Nacional de 1900, organizada por el Círculo de Amigos del General
Díaz, uno de los organismos que conformaban la maquinaria electoral porfirista que cada
cuatro años organizaba el ritual de la reelección de don Porfirio, surgió como una novedad
en este proceso electoral. Planeó e implemento un plebiscito para “conocer el sentir de la
opinión pública respecto a las próximas elecciones presidenciales”, y con el propósito ma-
nifiesto de educar al pueblo en las prácticas democráticas. Los resultados, obviamente, fue-
ron abrumadoramente favorables a la reelección del ya anciano dictador. La prensa oficial
festejó y elogió la participación ciudadana en el mentado plebiscito y su sabia decisión.
122 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

la madrugada, reseña, ya estaban instaladas por todos los puntos de la


ciudad varias mesas electorales en los pasillos de las mejores casas de
los barrios”; unos rectángulos de lienzo invitaban a todo ciudadano,
elegible y elector, a que expresase un voto espontáneo respecto al pre-
sidente de la República que más le cuadrase; las ánforas estaban des-
tinadas “a recibir la voluntad popular”.17
Sin embargo le constaba al periódico que, desde hacía ya mucho
tiempo, el pueblo se había alejado voluntariamente de las “ánforas
electorales” y que nadie había podido sacarlo de su atonía por la bur-
la de que es objeto: “cándidos hubo que acudieron. Artesanos
escasísimos de ropa [...] fuera de esta escasa concurrencia [...] los no-
bles escrutadores se pasaron largas horas del día ó espantándose los
moscardones siniestros o quitándoles el luto a las niñas”.18 Y agrega-
ba también que: “algunas docenas de peleles se ganaron sus cincuen-
ta centavos”. Fabricando votos. El caso era llenar papel y disfrazar la
letra para “la apariencia de legitimidad”.19
Con alguna frecuencia, el diario liberal reproduce textos de perió-
dicos católicos que coinciden en posiciones políticas sobre puntos
específicos, a fin de dar más peso a sus argumentaciones. En coinci-
dencia con el testimonio de El Diario del Hogar, el diario católico La
Voz de México señala que la probidad de las maniobras electorales es
para nuestro pueblo una cosa tan irónica como la candidatura del
señor Zúñiga y Miranda. “Todos saben que estos asuntos son pre-
concebidos, conducidos y perfeccionados por varios ukases adminis-
trativos.”20
En el mismo texto también denuncia el cómputo indebido de votos
inventados y las abstenciones, de lo que seguramente resultaría un cen-
so de población de más del doble de la que realmente tiene la ciudad.21
Califica de cínico a El Imparcial que afirmó que, con el voto público, Díaz
recibió millares de votos, y que aseguraba que el pueblo acudió a las
casillas; asimismo pone en evidencia la hipocresía de los organizadores
de la Convención quienes así pretendían educar a las masas en las prác-
ticas democráticas.22
El Diario del Hogar increpa, en uno de sus editoriales, directamen-
te a la cabeza organizadora del plebiscito, el doctor Eduardo Liceaga,
señalándole:

17 Boletín de El Diario del Hogar, 13 de enero de 1900, p. 1.


18 Ibidem.
19 Boletín de El Diario del Hogar, 3 de enero de 1900, p. 1.
20 “La auscultación política”, El Diario del Hogar, 13 de enero de 1900, p. 1.
21 Ibidem.
22 Ibidem.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 123

El pulso de la opinión pública [...] no se toma ahora en México con


ánforas, ni tarjetas impresas, ni formularios de recetas; se toma elimi-
nando la personalidad del Jefe Supremo de la Nación en ejercicio, cosa
que usted no ha podido hacer ni podrá, mientras tenga fijas sus mira-
das en el reparto del “pan grande”, y la prueba de ello la tiene en que
a sus encandilados e inocentes amigos les ha puesto por condición que
no deben estampar otro nombre en sus boletas que el del Gral. Díaz.23

Después de esta acerada pulla se suaviza el tono de la crítica y el


editorialista refiere, con un humorismo aparentemente bonachón, que:
“los Estados de la República respondieron con una sonrisa de buen hu-
mor al llamativo plebiscitario, echándoles el encarguito a los señores
diputados a quienes les encomendaron, por estar radicados en esta capi-
tal, la tarea de oír y aprobar sin objeción alguna los pujos democráticos”.24
Se ve pues cómo el problema del abstencionismo, vinculado con
el fraude electoral y las mentiras de los periódicos oficialistas, son de-
nunciados sin tapujos por medio de la ironía, la sátira y el humorismo.
Pero el diario no se limita a esta crítica satírica, sino que asume
una actitud propositiva. Va a sostener durante los primeros meses de
1900 toda una campaña a favor de la alternancia en el poder, posibili-
dad que presenta, precisamente, como una firme garantía para el fu-
turo del país. Con ese fin va a desmontar en sus páginas, uno a uno,
los argumentos a favor del continuismo.
El primero de ellos es la reiterada afirmación, sostenida por los
reeleccionistas, de que la permanencia de Díaz en la presidencia cons-
tituía la única garantía de paz en el país.
Para rebatir este argumento, y con el consabido recurso de
autonombrarse la voz del pueblo, los liberales de El Diario del Hogar
reconocen que, en efecto, para el pueblo mexicano la paz es el bien
supremo y, por lo tanto, el mismo pueblo, no está dispuesto a arries-
garla por ningún motivo:

Que el país está hastiado de asonadas inútiles lo prueba el hecho


tangible de que á pesar de tantos desacatos [...] en el orden adminis-
trativo..., á pesar de las infracciones á la ley liberal con la tolerancia
increíble de los enemigos jurados de la Reforma, no se altera el orden
público ni hay quien piense en asonadas ni mitotes inútiles que [...]
en el lenguaje práctico no serían más que un cambio de personas sin
la conquista de ningún principio salvador.25

23 Boletín de El Diario del Hogar, 6 de febrero de 1900, p. 1.


24 Ibidem.
25 Boletín de El Diario del Hogar, 14 de agosto de 1900, p. 1.
124 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

A mayor abundamiento el redactor del boletín enumera las arbi-


trariedades cometidas por los gobernadores de Nuevo León, Guerre-
ro, Hidalgo y Chiapas y “la tenacidad” con que el gobierno sostiene
autoridades desprestigiadas en Veracruz, Tlaxcala, Guanajuato y
Yucatán, sin que nadie “se aventure a protestar con las armas en la
mano contra estos ultrajes a la soberanía de los estados”.26
Si bien el presidente ha sido, a juicio de la redacción del diario, el
factor esencial de la paz, ésta no es su obra personal, sino la de todos
los mexicanos que han participado en el proceso de pacificación que
se inscribe en una evolución histórica de mayor envergadura. Y ello
es consecuencia de un proceso histórico.
Un gobierno estable —garante de libertades y trabajo— ha consti-
tuido, desde antes de la muerte de Juárez, la aspiración de una opi-
nión pública desde entonces hostil a las revoluciones, comenta el
articulista, a la vez que afirma lamentar el fallecimiento de Juárez en
una “época de transición” y critica a su sucesor por su carácter débil e
intransigente “encastillado en la ideología de una Constitución imprac-
ticable”. Cuando “los mexicanos” se percataron de:

que él no era un gobernante que les diera garantías, tornáronse del


lado del más fuerte y más audaz, fenómeno que se observa en todas
las grandes conmociones políticas. Tenemos, pues, que cuando D.
Porfirio ascendió a la Presidencia, la mayoría del país exigía la pre-
sencia de un gobierno fuerte y estable, que diera garantías a la propie-
dad y a la vida, que resucitara las muertas industrias, que inaugurara,
en fin, una era de paz no interrumpida [....] la nación había renuncia-
do para siempre a los actos de violencia. 27

En consecuencia, a juicio del articulista, la idea de paz formaba ya


parte esencialísima de la idiosincrasia nacional, y lo que hizo don
Porfirio fue organizarla y darle cohesión; de esta manera, al lograr la
consumación de esa obra, la de Benito Juárez, “merece él indudable-
mente el título de benemérito”. 28
En el mismo tenor, bajo el seudónimo de Un amigo de la Consti-
tución, tras un reconocimiento a la gestión política presidencial, “ad-
mirada por propios y extraños”, y cuyas saludables consecuencias para
el país todo mundo acepta “con más o menos reservas”, se señala que
dicha gestión: “ha obedecido [...] a un programa generador perfecta-

26Boletín de El Diario del Hogar, 30 de enero de 1900, p. 1.


27“La alternabilidad en la cuestión presidencial”, El Diario del Hogar, 2 de enero de
1900, p. 1.
28 Ibidem.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 125

mente premeditado; debe su origen a tendencias coordinadas entre sí


en una forma racional y concreta; pues como todo lo humano no pue-
de ser sino la obra de una voluntad directiva, impulsada por un en-
tendimiento creador”.29
De ahí se concluye que si Porfirio Díaz ha trabajado con base en
un programa para ejercer la administración y el gobierno con reglas
que han normado su conducta:

basta desarrollar fielmente [...] ese plan, para contar de antemano con
un éxito [...], el General Díaz [...] ha trazado determinadas leyes de
cuya observancia ha surgido la prosperidad de México, ¿por qué ha
de ser el hombre necesario, cuando esas leyes, [...] ese plan, [...] ese
programa han caído ya bajo el dominio público, están al alcance de
todos los políticos y [...] pueden éstos implantarlos... 30

Recurriendo a los mismos postulados positivistas de la argumen-


tación “científica”, los articulistas de El Diario del Hogar los revierten.
La paz y el progreso no habían sido el producto de una casualidad
ciega; el progreso es “hijo de la paz”; la paz y el progreso estaban ga-
rantizados: por un lado por el interés de la población trabajadora para
la cual el orden había sido una ilusión gracias a cuya realización ha-
bían alcanzado la educación, el bienestar y la moralidad para sus hi-
jos. Además, el progreso “se alimenta, y tonifica del contacto interna-
cional”, gracias al intercambio de ideas y mercancías y “a la apertura”
franca y espontánea, sin reservas, de nuestro rico país, ansioso de ex-
pandirse a la inmigración y a los capitales extranjeros.31
Justifica sus tesis en apoyo a la alternancia en la sucesión presi-
dencial, precisando los límites de la intervención y méritos del señor
presidente: “esas tareas ni son el parto de un genio ni mucho menos el
patrimonio de un solo hombre, irremplazable y sin igual; revelan, sí,
talento, recta intención, grandeza de espíritu, sabiduría —si se quie-
re— pero hay en nuestro país afortunadamente muchos hombres que
podrían desempeñarlas a conciencia” 32
Era un hecho, desde esa óptica, que se había llegado al gobierno
“científico” y por lo tanto Díaz había cumplido con creces su papel y
era llegado el momento, en la misma lógica “científica”, de abrir el
camino a la alternancia en el poder; la presencia de don Porfirio no
era ya más una necesidad histórica.
29 Un amigo de la Constitución, “El General Díaz ¿es un hombre necesario?”, El Diario

del Hogar, 13 de enero, p. 1.


30 Ibidem.
31 Ibidem.
32 Ibidem.
126 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

En paralelo a esta estrategia, se hace también un llamado al pue-


blo mexicano para participar en los procesos electorales. Si bien ese
pueblo se alejó de las urnas electorales, debido a que el voto público
fue defraudado durante años por “los hombres del poder”, y también
por temor a entorpecer el asentamiento de la paz. La situación ahora
ha cambiado: “ha llegado el día en que (el pueblo) ya no quiere sufrirlos
(a sus gobernantes), y se propone ejercitar todos los derechos”.33
Con base en estas premisas, que revierten los argumentos de los
reeleccionistas, se insiste una y otra vez en enero, en febrero, en mar-
zo, en abril y en vísperas de la elección presidencial, en los méritos de
la alternancia. El objetivo perseguido por la prensa liberal, antes de las
elecciones, era convencer al propio general Díaz de la conveniencia
de tomar la iniciativa, apelando al reconocimiento de que Díaz era “el
único” que podía dar una salida democrática al problema de la suce-
sión al no renovar su postulación a la presidencia. También se trataba
de advertir las consecuencias funestas, de no resolver a tiempo y ade-
cuadamente este problema:

¿Qué será de nosotros cuando el General Díaz muera; las ambiciones


personales, hoy contenidas merced a la sabia y vigorosa política de
aquel gobernante, volverán a desatarse como torrente asolador? 34
[...]
todo ese cúmulo de dichas, basado en solo la existencia de un hom-
bre, por larga que sea su existencia y preclaros sus talentos y virtudes,
debe por fuerza conmoverse y venir a tierra en un plazo más o menos
largo [...] qué suerte nos espera... 35

La redacción del diario señala, contundente: “Nosotros hemos de-


mostrado lo inconveniente que es y lo peligroso para la democracia,
que los funcionarios públicos se perpetúen en el poder, hemos recor-
dado las promesas de la revolución en que se fundaron las esperan-
zas del pueblo, y hemos hecho conocer la opinión pública que desea-
ría la renovación de sus mandatarios.”36
De ahí su abierto reclamo dirigido al general Díaz sobre: “la ne-
cesidad de ensayar la transmisión pacífica del poder, en un sucesor
[...] sería el broche de oro con que [...] cerraría su glorioso período de
gobierno”.37

33 Ibidem.
34 Boletín de El Diario del Hogar, 13 de enero de 1900, p. 1.
35 Ibidem.
36 Ibidem.
37 Boletín de El Diario del Hogar, 30 de enero de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 127

Pasadas las elecciones (llevadas a efecto en el mes de julio de 1900),


y reelegido nuevamente el general Díaz, el periódico no quita el dedo
del renglón. El respeto a la figura de Díaz no impide entonces la des-
calificación del proceso electoral, hecho que conlleva a la conclusión
de que el pueblo mexicano no es democrático: “el señor General Díaz
no sigue en la Presidencia de la República por el voto del pueblo mexi-
cano [...] El pueblo mexicano, en la acepción democrática [del térmi-
no] significando una colectividad que conoce sus derechos y ejercita
su soberanía, no existe en el momento actual”.38 Y audaz, el diario se-
ñala: “La aristocracia [...] no el pueblo le ha suplicado que continúe
dándonos á conocer la felicidad del gobierno de uno solo.” 39
Afirmaba el diario, que esa incomprensible el miedo del caudillo
tuxtepecano a la hora de practicar la democracia “para los que conoci-
mos sus ideas avanzadas respecto a la soberanía popular”.40 Y el mie-
do a la perturbación de la paz, argumento reiterado en favor del
continuismo, es totalmente infundado.
El continuismo despertaba, antes y después de las elecciones, gran-
des y justificados temores por un futuro que el régimen hacía depen-
der de la vida de un solo hombre de setenta años. Problema que es
denunciado en forma recurrente por El Diario del Hogar.
El seguimiento que acabamos de hacer muestra a este periódico
como fiscal y abogado defensor de la constitucionalidad y la legali-
dad. Actitud que lo lleva a comprometerse con una definición explíci-
ta de moral: “Si por moral se entiende el acatamiento del conjunto de
principios en que se hace consistir el bien, y éste abarca diversos ór-
denes como el social, privado, público y religioso, creemos que tam-
bién puede hacerse extensivo al orden político.” 41
Según esta argumentación el bien es el respeto a los principios es-
tablecidos por la ley, a los derechos naturales sancionados por ella y a
los admitidos por todas las naciones. En consecuencia, el bien político
se persigue cuando se trata de hacer efectiva la ley, reflejando en he-
chos los principios que ella establece, y respetando los derechos que san-
ciona; por lo mismo, todo acto que no tenga por punto de mira esos
fines va, desde su punto de vista, contra el bien político, y es inmoral.42
Por lo tanto, si los procedimientos del gobernante no se ajustan
estrictamente a la ley, la nación pierde su ser político y la democracia

38 “El periodismo y la reelección”, El Diario del Hogar, 24 de octubre de 1900, p. 1.


39 Ibidem.
40 Ibidem.
41 El progreso de Altar, “Sobre la alternabilidad. El progreso inarmónico de la nación”,

El Diario del Hogar, 10 de enero de 1900, p. 1.


42 Ibidem.
128 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

se debilita, porque el ciudadano se cree autorizado, con el ejemplo de


sus gobernantes, a descuidar el cumplimiento de sus deberes y a me-
nospreciar sus derechos; cuando en política la moral no progresa, se
destruye, pues, si los derechos del hombre son atropellados por quie-
nes están llamados a hacerlos efectivos, se pierde toda moral admi-
nistrativa.
De modo que el progreso así alcanzado se vuelve “inarmónico”,
porque junto al progreso material, “indudable e indiscutible, al me-
nos para cierta porción de los habitantes del país”, se advierten in-
fracciones a las leyes fundamentales, decomisaciones de propiedad,
prisiones de periodistas a quienes se acusa injustamente de calumnia
o difamación, y “evidentemente se mide a los amigos con una medida
y con otra a los demás”.43
Para El Diario del Hogar, la consecuencia natural de la situación
imperante, con elecciones sin votantes, ciudadanos que no aprecian el
derecho al voto, ni lo reclaman, y un gobierno que los tutorea es, jus-
tamente, la carencia de una moral política. En ese sentido, una fun-
ción de la prensa de oposición es fungir como la conciencia crítica y
moral del sistema político, pero dentro de los parámetros permitidos
por el juego de reglas establecido. De ahí que la línea editorial —aun
cuando consienta cierto nivel de crítica a Porfirio Díaz— es matizada
o atenuada; no así en el caso de la clase política en su conjunto como
se ve a continuación.

Los procesos electorales: legislaturas y gubernaturas

El Diario del Hogar aprovecha las coyunturas que ofrecen los años elec-
torales como el de 1900, en los que se efectúan elecciones tanto presi-
denciales como de miembros de los poderes legislativos y de diversas
gubernaturas. Denuncia con numerosos ejemplos los mecanismos elec-
torales fraudulentos y el agobiante peso del centralismo en los proce-
sos electorales estatales.
Inicia el año con una fuerte crítica: “La soberanía popular entre
nosotros es un mito; pocos son los estados del territorio mexicano, que
no sientan el terrible peso de sus jefes ineptos [...] los gobernados odian
a sus gobernantes [y] cuando [...] concluyen sus periodos aparecen
reelectos por voluntad popular.” 44

43
Ibidem.
44
“Sobre la alternabilidad. La soberanía popular es ilusoria”, de El Barretero de
Guanajuato, en El Diario del Hogar, 23 de enero de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 129

Los sufragios son una farsa, repite el diario. Y esa burla se hace en
nombre del pueblo. Al ser designados para cuidar sus derechos unos
individuos que el pueblo ni conoce ni elige, se demuestra que el su-
fragio y la voluntad popular son ilusorias y que ascienden al poder
no los que el pueblo quiere, sino los que el Gran Elector desea.45
En defensa de la legalidad constitucional, critica la forma anticons-
titucional con la cual son removidos los gobernadores, de acuerdo con
los intereses presidenciales; por ejemplo, el caso del gobernador de
Nuevo León convertido en enero de 1900 en secretario de la Defensa,
aun cuando los cargos de elección popular no son renunciables.
Existen gobernantes que, a juicio de la redacción del diario, no han
hecho otra cosa, en sus largos periodos administrativos, que detener
el progreso y el adelanto de las entidades que están bajo su adminis-
tración, pero que cuentan con la decidida protección del centro. Sólo
se han preocupado en tributar alabanzas y adulaciones al que los sos-
tiene en el poder y se mantienen en el poder con menoscabo de las
prácticas democráticas y hasta de la dignidad de los habitantes de sus
estados, que sufren con resignación toda clase de tropelías sin encon-
trar remedio a sus repetidas quejas.46
Pasadas las elecciones y después del triunfo de la fórmula reelec-
cionista en prácticamente todos los cargos electorales en “disputa”, el
tono del periódico se torna más crítico. El Diario del Hogar ofrece di-
versos ejemplos de lo que califica de burdas y descaradas maniobras
electorales de los agentes de la autoridad. Así observa que: “Tuxtepec
con más ahinco que sus antecesores ha establecido la costumbre de
llamar a los jefes de Estado de las diversas entidades federativas para
arreglar ‘en petit comité’ el personal que debe formar el cuerpo legis-
lativo. Este sistema corruptor del voto público a medida que pasan
los años toma mayor incremento.”47
Al respecto, el Boletín de El Diario del Hogar advierte del riesgo de
desafiar las consignas oficiales: “Pobre elector disidente [...] con su
imprudente rebelión: si es empleado, será destituido; si tiene tendajón,
prevéngase para soportar las multas que le lloverán en su comercio;
si no es ni una ni otra cosa, ya le caerá el sorteo ó alguna otra calami-
dad imprevista.”48

45 Ibidem.
46 Boletín de El Diario del Hogar, 28 de abril de 1900, p. 1.
47 Ibidem.
48 Boletín de El Diario del Hogar, 10 de julio de 1900, p. 2.
130 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Una de las denuncias más constantes en las páginas del diario se


refiere a la violación legal del requisito de vecindad para la elección
de diputados y senadores: 49

En la Cámara de Diputados hay individuos que no conocen ni siquie-


ra de nombre los pueblos que representan [...]50 El tamaulipeco D. José
Ma. Villasana ha sido nombrado por Chilón, 4º Distrito de Chiapas,
es de advertir que este padre conscripto representante de los chilones
[...] ignora á que rumbo de los cuatro vientos cardinales queda Chilón,
en consecuencia el requisito de vecindad, queda entre las deudas
insolutas.51

En opinión de El Diario del Hogar, es hacer un agravio y una afren-


ta a los estados, suponer que no hay en ellos personas capaces de lle-
var honrosamente su representación y su defensa.
Los gobernadores de los estados, afirma en sus editoriales este pe-
riódico, no han tenido más móvil que la obediencia ciega a los manda-
tos del centro, y es claro que sus compromisos políticos se limitan a cons-
tituirse en una corte de favoritos sin la menor responsabilidad de sus
actos. Advierte el diario que, si bien dichos funcionarios mantienen en
sus dominios una “paz mecánica” o una paz que se apoya, en ocasio-
nes, en las bayonetas, se avizora un porvenir peligroso y alarmante.
Nuevamente, con una autoridad autoatribuida como intérprete de
la voluntad popular, la redacción pontifica: “los pueblos que, como el
de México, han luchado por el principio liberal y que han probado en
épocas difíciles su veneración por el culto á la democracia, se sienten
lastimados, cuando [...] se les atropella, se les befa y se les humilla con
la exigencia de una consigna cerrada y terminante”.52
Los estados han sido tratados con el más soberano desprecio de
sus intereses particulares al exigirles un contingente de sufragios a fa-
vor de personas completamente desconocidas, como fue el caso en San
Luis Potosí.53 O imponiéndoles por simples y mecánicas operaciones

49 El artículo 56 de la Constitución Federal establecía que para ser diputado se reque-

ría ser ciudadano mexicano en el ejercicio de sus derechos, tener 25 años cumplidos el día
de la apertura de sesiones, ser vecino del estado o territorio en el que se hacía la elección y no
pertenecer al estado eclesiástico. La vecindad no se perdía por ausencia en desempeño de
cargo público popular. Para información sobre la legislación electoral vigente y el sistema
electoral en 1900 véase García Orozco, Legislación electoral mexicana, p. 189-204.
50 “Sobre la alternabilidad. La soberanía popular es ilusoria”, de El Barretero de

Guanajuato, en El Diario del Hogar, 23 de enero de 1900, p. 1.


51 Boletín de El Diario del Hogar, 10 de julio de 1900, p. 2.
52 Ibidem.
53 Boletín de El Diario del Hogar, 13 de julio de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 131

de reelección, como ocurrió en Sinaloa,54 o favoreciendo a amigos in-


condicionales y ancianos, en Guanajuato;55 o bien, el caso de Veracruz
donde se apoya a un gobernante impopular y desprestigiado como
Teodoro Dehesa identificado con una aberrante política de terror;56 o
Tlaxcala, donde se vive una situación similar y la población está des-
esperada por librarse de su gobernador Próspero Cahuantzi.57
En tono irónico El Diario del Hogar alude a la sumisión que se exi-
ge de los estados, sin tolerar siquiera murmuraciones críticas que pue-
dan repercutir en el extranjero y afectar el crédito nacional en los mer-
cados europeos.58
Otro tema de crítica se refiere a la constante extralimitación de fa-
cultades del Poder Ejecutivo en relación a la soberanía de los estados.
Se alude a Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Veracruz, Guerrero
y Puebla, las entidades que con más ahinco combatieron el ne-
cesarismo; a Yucatán y Chiapas donde no se ha respetado el pacto fe-
deral con la complicidad de los “parlamentos” correspondientes; y el
caso de la injusta y mezquina guerra contra la “vigorosa raza de
Tomochic” cuando no se levantó voz alguna en favor de las víctimas.59
A lo largo de 1900 se denuncian las ineptitudes y corrupciones de
las autoridades estatales y locales y, al mismo tiempo, se critica al sis-
tema político caracterizado por un federalismo formal y un ejercicio
centralizado del poder.
No obstante lo anterior, paradójicamente, el centralismo aparece,
en ocasiones, como un límite a los abusos de las instancias de poder
estatales y locales, pero de ninguna manera como la solución de fon-
do que exigía, de entrada, el respeto a la autonomía municipal. Un
artículo (firmado bajo el seudónimo Kips), al reseñar la lamentable si-
tuación por la que atraviesan los estados, sostiene que la palabra “cen-
tralización” ha evolucionado y ya no significa como antaño la muerte
de las libertades locales y el monopolio de las instituciones de gobier-
no. Ese concepto de centralización ha sufrido un cambio ideológico
radical, porque la absoluta independencia de los estados no ha pro-
ducido precisamente la libertad de sus moradores, sino la de sus go-
biernos locales, con funestas consecuencias. Para 1900, concluye este
colaborador que no hay un solo hombre que no dirija a la Justicia
Federal al Ejecutivo Federal. una mirada de socorro en demanda de

54 “Sinaloa. Crónicas sinaloenses”, El Diario del Hogar, 1 de agosto de 1900, p. 2 .


55 Boletín de El Diario del Hogar, 10 de julio de 1900, p. 1.
56 Ibidem.
57 “Elecciones en Tlaxcala”, Boletín de El Diario del Hogar, 16 de mayo de 1900, p. 2.
58 Boletín de El Diario del Hogar, 17 de julio de 1900, p. 1.
59 Boletín de El Diario del Hogar, 3 de julio de 1900, p. 1.
132 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

protección y seguridad: “He aquí a los pueblos de esos estados que,


después de haber hecho tantos esfuerzos por su emancipación del cen-
tralismo, acuden ahora a esta influencia misma aterrorizados de su
propia autonomía.” 60
En contraste con la argumentación anterior, el diario defiende fun-
damentalmente la autonomía municipal. En noviembre de 1900 se in-
formó sobre una iniciativa del Ministerio de Gobernación que supri-
mía los ayuntamientos en el distrito y territorios federales, y los
sustituía, en los hechos, por corporaciones consultivas.61
Las reacciones en los diarios de oposición no se hicieron esperar:
los ayuntamientos, afirma El Diario del Hogar, son el último refugio
del pueblo y su genuina representación —argumento típicamente li-
beral— y son las únicas corporaciones que actualmente sirven a los
ciudadanos para mantener el principio electoral, pues todavía en al-
gunos lugares se lucha con fe para elegir o renovar a sus ediles, lo que
contrasta con el desinterés manifiesto en otras elecciones que se man-
dan hacer “por fórmula” y de las que nadie se preocupa por su inefi-
cacia frente a los abusos del poder.62
Nuevamente encontramos, con este motivo, un ejemplo de la con-
vergencia crítica de la oposición que conduce a un periódico liberal a
retomar la argumentación de un diario católico. En apoyo de su tesis
El Diario del Hogar reproduce argumentos de un artículo publicado en
El Tiempo:

En la actualidad los Ayuntamientos, contaminados por el medio so-


cial en que vivimos, vivían en el letargo en que las tendencias centra-
lizadoras han sumido á todas las instituciones, pero conservaban
latentes sus energías y su organización un poco anticuada, es cierto,
pero no incompatible con los progresos actuales y nadie creía que se
pusiera mano en una institución que á través de las edades ha presta-
do tantos beneficios á las comunidades y que se encuentra casi
idénticamente organizada en todos los países de la tierra.63

Con esto El Diario del Hogar denuncia la aplicación de una profun-


da transformación de la administración municipal, que negaba a estas
corporaciones el voto en todo aquello en que antes tenían jurisdicción;

60 Kips, ”El porvenir de México en los Estados”, El Diario del Hogar, 15 de mayo de

1900, p. 1.
61 Para información sobre el Ayuntamiento de la Ciudad de México, historia y trans-

formaciones, véase Rodríguez Kuri, La experiencia olvidada. El ayuntamiento en México: políti-


ca y gobierno, 1876-1912.
62 Boletín de El Diario del Hogar, 17 de noviembre de 1900, p. 1.
63 Ibidem.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 133

ahora tan sólo se les pediría su opinión sobre ciertos asuntos, opinión
que aunque autorizada podía ser desechada. Como si la naturaleza mis-
ma de las cosas no indicase cuáles eran los servicios municipales, la ley
se encargaría de definirlos, con lo cual, al cambiarse la nomenclatura
existente, se crearían unos nuevos y se suprimirían otros.
Tal proyecto, que según el periódico transformaría una vieja insti-
tución sin motivo alguno, no podría menos que traer considerables
trastornos. El peligro que representaría un paso como éste en la vida
política del país era grande ya que todos los estados estaban pendien-
tes del centro para imitar sus actos y exagerarlos “con el criterio más
infeliz y arbitrario”.64 Los ayuntamientos, de cuerpos consultivos se
convertirían en maniquíes obligados a dar un voto aprobatorio en lo
que se les ordenara, sancionando incluso los mayores desaciertos,
como suelen hacerlo los llamados poderes legislativos, pues no que-
rrá ningún miembro de esa nueva agrupación poner su veto o negar-
se a aprobar lo que le mande quien lo favorece.
Si tal iniciativa no era reprobada en la Cámara, y no lo sería dada
su procedencia y la pasividad del cuerpo deliberante, agregaba el edi-
torialista, la iniciativa de ley marcaría el aniquilamiento del poder
municipal en México.
Otro de los graves males que afectaban al país, y que denunciaba
valientemente El Diario del Hogar, era el nepotismo, calificado de “gan-
grena social”, y producto del reeleccionismo. En los estados, en las
legislaturas, en los tribunales superiores e inferiores, en las adminis-
traciones de rentas, en los ayuntamientos, en las cátedras de las es-
cuelas, etcétera, los puestos estaban ocupados casi siempre por parien-
tes cercanos y lejanos de los principales funcionarios:

Esto de hacer de la administración pública un comercio, no puede


menos que inspirar desconfianza en el pueblo respecto de la honra-
dez de las autoridades y los funcionarios, y alentar a los malos al co-
hecho, a la compra de los servicios en sentido de sus intereses particu-
lares con perjuicio de tercero, negociar el prevaricato, a la corrupción,
en fin, de la administración.65

Asimismo se denuncia la falta de respeto al derecho de expresión


y manifestación públicas. Encontramos un ejemplo significativo en un
artículo, que reproducen de un diario sonorense, que reseña una ma-
nifestación pública de apoyo a la candidatura del general Bernardo

64 Ibidem.
65 “El nepotismo en la administración pública”, El Diario del Hogar, 16 de enero de 1900,
p. 3.
134 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Reyes. Un grupo compuesto “de empleados del comercio y partícula


de la mejor sociedad de Hermosillo” había organizado la noche del 25 de
junio una manifestación para postular a Bernardo Reyes para presiden-
te de la República y a Agustín Pesqueira para gobernador del Estado.
Durante la manifestación, los participantes no fueron molestados; pero
al día siguiente el jefe político los llamó y con el pretexto de que ha-
bían perturbado el orden público los amonestó severamente imponién-
doles un arresto quince días o, en su defecto, $ 25 de multa.66
Asunto que inspira al editorialista la siguiente reflexión:

Si la autoridad encargada de prestigiar, fomentar, alentar y respetar


las manifestaciones populares, es la primera en despreciarlas y batir-
las ¿qué queda al nuestro decantado ser político apoyado en la prácti-
ca liberal? Queda un grupo de negociantes esparcido en toda la ex-
tensión territorial de México, que trabajan porque no se perturbe la
paz y que preocupados con el presente, se desentienden completamen-
te del porvenir.67

El conjunto de críticas a la administración pública por sus oríge-


nes y prácticas no democráticas, el centralismo, la corrupción, el nepo-
tismo y el desprecio por la Constitución y las leyes son preocupaciones
constantes de El Diario del Hogar. Para reforzar sus argumentaciones no
duda en aliarse con su enemigo ideológico, la prensa católica, en la me-
dida en que encuentra puntos críticos de coincidencia. En este año elec-
toral, los resultados de las elecciones de julio de 1900, para renovar
cargos legislativos y ejecutivos, son calificados enérgicamente por el
periódico de desastrosos y graves, puesto que defraudan las esperan-
zas en un sistema democrático. El diario se ve a sí mismo como adalid
en esta lucha por una democracia liberal, lucha que exige, desde su
perspectiva, una crítica demoledora a la política de conciliación del
régimen porfirista con la Iglesia católica.

La política de conciliación

La política de conciliación de Porfirio Díaz con la Iglesia católica fue


condenada reiterada y visceralmente por El Diario del Hogar, como
violatoria de la Constitución y de las Leyes de Reforma.

66 “Ataque a las libertades públicas en Hermosillo”, El Correo de Sonora, en Boletín de

El Diario del Hogar, 3 de julio de 1900, p. 3.


67 Boletín de El Diario del Hogar, 27 de abril de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 135

En el campo de las actividades clericales hubo un acontecimiento


al cual el periódico dio una importancia clave: el discurso del obispo
Montes de Oca, en París, en julio de l900, relativo a la feliz relación de
la Iglesia con el régimen de don Porfirio, cuya tolerancia había hecho
posibles los progresos de la Iglesia. Esta declaración pública de un pre-
lado mexicano fue clave, porque sería el detonador para un incremento
del “jacobinismo” liberal, y la causa inmediata de la formación de clu-
bes liberales en distintos estados de la República. El “mercantilismo
católico” fue también otro de los temas favoritos de El Diario del Hogar
a lo largo de 1900, así como la crítica a la visión católica de la historia
de México. Por último, este órgano de la prensa liberal salió en defen-
sa de la libertad de cultos, la masonería y el protestantismo. Desde
luego, también consagró espacio importante a la obra negativa de la
Iglesia en relación a la educación, campo en el que se subrayan las
bondades del laicismo como soporte de los valores del liberalismo
frente a la fanatización de las conciencias.
Las declaraciones del obispo Montes de Oca en París, en el trans-
curso de la Asamblea General del Congreso Internacional de las Obras
Católicas, celebrada en el mes de julio de 1900, y reproducidas por el
diario potosino El Estandarte, no fueron conocidas inmediatamente por
la prensa capitalina, tardaron casi dos meses en ser difundidas, pero
la reacción de El Diario del Hogar no dejó de ser virulenta.

La audacia censurable del Obispo de San Luis Potosí [...] en el cual


asienta con inaudito descaro que ha burlado impunemente las leyes
del país ha causado profunda indignación en el ánimo de todos los
buenos hijos de México, que ven en el lenguaje del prelado católico
una dosis inexplicable de cinismo. Terminantes son sus revelaciones
de que “con las leyes y a pesar de las leyes” ha podido cometer actos
que deben conceptuarse delictuosos.68

El diario se muestra indignado por el alarde del obispo de haber


establecido exitosamente la Sociedad del Sagrado Corazón, con cua-
tro casas florecientes, en un país que apenas unos años antes había
expulsado a las Hermanas de la Caridad y donde el jacobinismo pare-
cía reinar soberanamente desde el periodo presidencial de Lerdo de
Tejada.69
Además de las palabras “de lisonja pérfida al Presidente Díaz”,
acusa El Diario del Hogar al obispo Montes de Oca de insinuar en su

68 El Diario del Hogar, 12 de octubre de 1900, p. 1.


69 Boletín de El Diario del Hogar, 12 de octubre de 1900, p. 1.
136 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

peroración que tenía el apoyo e incluso la complacencia del presiden-


te para sus perversos fines. En efecto, no sólo el prelado había incum-
plido un precepto legal y desconocido la benevolencia con que había
sido tratado, sino que arrojaba la suspicacia sobre las convicciones ín-
timas del jefe de estado mexicano:

Nosotros, no obstante nuestro modo de pensar que repugna la perpe-


tuidad de los hombres en el poder [...] reconocemos en el General Díaz
al valiente soldado de la República, educado en los preceptos de la
más pura democracia, al caudillo de la libertad y al mandatario que si
por un rasgo de benevolencia ha tenido ciertas generosas complacen-
cias con los miembros vergonzantes de ese partido inicuo que trafica
con todo, hasta con la Patria, no ha dado motivo para poner en duda
que tenga la fe inquebrantable de sus convicciones republicanas...70

Según El Diario del Hogar, la conducta del prelado había provoca-


do gran indignación en todo el país, “que ve en el clero al antiguo, al
presente y al futuro enemigo de la paz, el orden y el progreso”. El pe-
riódico se ocuparía de difundir las reacciones que en los diversos es-
tados provocara la alocución del obispo de San Luis Potosí, prestando
espacio a las voces que protestaban “contra las imprudencias de ese
atrevido eclesiástico” y se abocaría a una campaña destinada a convo-
car a todos los liberales para “acordar unidos la mejor manera de atar
corto a esos ingratos que muerden pérfidamente la mano que los pro-
tege y escupen el rostro de quien los favorece”.71
A manera de ejemplo indicaba que en la propia capital se trabaja-
ba activamente para establecer un Gran Comité Central de Salud Pú-
blica que se ocuparía, exclusivamente, de vigilar el cumplimiento exac-
to de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma, esfuerzos
indispensables para contener los desmanes y el avance del clericalismo
que, “difundido entre las masas ignorantes, pervierte la idea demo-
crática y busca el camino que los conduzca a la desmoralización y al
escándalo”.72
Con sus airadas protestas los redactores buscaban comprometer a
Díaz apelando a las convicciones liberales del Jefe de Estado y a su
pasado de héroe militar en las tropas liberales.73
En apoyo a su línea anticlerical beligerante, la sección “Gacetilla”
da constantemente paso a denuncias sobre la violación a las Leyes de

70 El Diario del Hogar, 26 de septiembre de 1900, p. 1.


71 Ibidem.
72 Ibidem.
73 Ibidem.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 137

Reforma como la que ofreciera la llegada a Orizaba de Joaquín Arca-


dio Pagaza, obispo de Veracruz:

La mochería promovió el escándalo consiguiente. En medio de una


procesión de señoras y señores, arcos triunfales, músicas, repiques,
cohetes, banderolas, carrizos y marmotas, entró el huésped a la ciu-
dad, en donde tuvo tantos súbditos Maximiliano. […] Esta demostra-
ción de regocijo con menoscabo de las Leyes de Reforma pasaría, tal
vez, como pasan en nuestra época tantos sucesos de incomparable re-
pugnancia: pero la recepción oficial hecha al prelado por aquel H.
Ayuntamiento [...] una corporación respetable, merece la censura de
toda la prensa del país.74

En otra ocasión, un texto de El Universal —que se reproduce en El


Diario del Hogar— señalaba que en Huajuapan, Oaxaca, es tal el atraso
que: “el presidente municipal sale por las calles como cuestor religio-
so, solicitando donativos para el templo que se está construyendo [...]
La misma autoridad manda a los presos a cumplir sus condenas al
cementerio de la Iglesia”.75
Asimismo, da paso a una misiva proveniente de Durango en la
que se denuncia el ostracismo del que es lamentablemente víctima el
escaso elemento liberal existente en ese estado. Los liberales son tra-
tados como si fueran leprosos y no tienen la menor esperanza de po-
der prestar sus servicios si no se pliegan al conservadurismo de la
administración pública, caída en manos de la “mochería”:

Para ser bien recibido en nuestra sociedad, y merecer decidida pro-


tección, es requisito indispensable asistir diariamente a los templos ca-
tólicos [...] darse sendos golpes de pecho, ostentar un grueso rosario,
llenarse de escapularios y medallas, consagrarse al corazón de Jesús,
pertenecer a la Sociedad Guadalupana y a la Conferencia de San Vi-
cente de Paul […] Quien tal hace, aún cuando no lo sienta, encuentra
bondadosa acogida, siendo durangueño, y poco importa después que
se le vea diariamente en las cantinas, que frecuente a las mesalinas
[...] y que escandalice a la sociedad entera con su conducta 76

Sin la ayuda de la prensa es difícil, afirma reiteradamente El Diario


del Hogar, que un funcionario público pueda descubrir, de una ojeada,
todos los males que deberá remediar; por lo tanto, los redactores del
periódico asumen como parte de su función ser la voz que reclame

74 Gacetilla de El Diario del Hogar, 6 de octubre de 1900, p. 10.


75 El Diario del Hogar, 14 de marzo de 1900, p. 3.
76 Ibidem.
138 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

el cumplimiento de las leyes. Así se dirigen a Guillermo de Landa y


Escandón, recién designado gobernador interino del Distrito para re-
cordarle la ley del 14 de diciembre de 1874 y en particular el artículo 5,
que prohibe la celebración de los actos religiosos fuera de los templos.77
“El uso de la sotana es ya escandaloso en las calles de México”
clama El Diario del Hogar y denuncia las burlas ostentosas a la ley. En
opinión de los articulistas éstos que: “pueden conceptuarse de peque-
ños abusos no lo son, primero porque no hay pequeñeces cuando una
ley se infringe, y luego, porque no demuestran otra cosa sino la inso-
lencia del clero que procura meterse poco a poco y no sabemos adon-
de irán a parar”.78
En El Diario del Hogar, la Iglesia es vista como una corporación
abusiva que se vale de los medios más diversos para extraer dinero
de los fieles: “Y mientras la miseria invade a nuestro pobre pueblo, el
Clero progresa rápidamente, llenando sus arcas con los diezmos y pri-
micias de muchos ricos hacendados que [...] saben cumplir fielmente
con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia.” 79
Así se explica, desde el punto de vista del periódico liberal, el au-
mento del clero y los progresos del culto, y las grandes obras como
templos y capillas.
La historia es traída a colación constantemente para resaltar el pa-
pel nefasto que la Iglesia católica ha tenido en México y en el mundo.
Con indignación cívica El Diario del Hogar denuncia la insolencia
de un cura de San Luis Potosí, calificado de canalla, rastrero y vil, “mal
parto de la ignorancia y la estupidez”, quien afirmó el 1º de septiem-
bre que: “Hidalgo y todos los que se llaman héroes están ardiendo en
los apretados infiernos”.

cuando vienen a la mente los recuerdos de esa época luctuosa en que


el clero dominante ejercía su influencia sobre las masas fanatizadas y
con el Cristo en una mano y la tea incendiaria en la otra recorría la
República fomentando revueltas, excitando a la matanza y al extermi-
nio, y siendo la rémora constante de todo progreso [...]
Cuando se trae a la memoria el triste estado del pueblo abyecto,
abrumado por las patrañas católicas, sumiso y obediente a los cléri-
gos, matando y robando en nombre de Dios y llevando a la Iglesia su
contingente de rapiña para cambiarlo por una bendición, una absolu-
ción y una dispensa para seguir cometiendo fechorías.80

77 El Diario del Hogar, 20 de octubre de 1900, p. 1.


78 Ibidem.
79 El Diario del Hogar, 8 de agosto de 1900, p. 1.
80 Ibidem, 27 de octubre de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 139

De este modo El Diario del Hogar pretendía ser un recordatorio pe-


renne de esta historia épica y volverse crítico mordaz de la política de
conciliación que efectivamente había permitido la recuperación del po-
der económico, político, social y cultural de la Iglesia católica en el país.
Casi todas estas denuncias acaban con un llamado a Díaz, apelan-
do a su heroísmo histórico, y remarcando la confianza y seguridad de
los liberales en su capacidad para defender las instituciones republi-
canas perennemente amenazadas por el clericalismo. Recurriendo nue-
vamente al juego del elogio y del reclamo, los redactores de El Diario
del Hogar intentan mantener desde una trinchera crítica su influencia
política con el presidente.
Un decálogo democrático, publicado en el último mes del año (con
el cual se inicia el presente artículo), que ensalza el patriotismo, y des-
tinado a normar la conducta cívico política pone de manifiesto cómo
el uso de vocablos y modalidades simbólicas asociados a la religiosi-
dad católica —muy frecuentes y comunes en la época— son retomadas
también por El Diario del Hogar, y muestra el arraigo de las pautas cul-
turales católicas.

Reflexiones finales

Durante el porfiriato, la prensa, si bien en gran medida controlada,


subvencionada o reprimida, siempre incluyó publicaciones de críti-
ca política, cuya importancia y características fueron muy variadas
en tiempos y espacios. En un sistema político cada vez más autorita-
rio y centralizado, los periódicos de “oposición”, como El Diario del
Hogar, constituyeron canales de expresión y transmisión de juicios y
demandas a las instancias del poder.
El régimen porfirista aceptaba o toleraba una crítica acotada que
cumplía funciones importantes para la estabilidad política del sistema
en su conjunto. Servía, por una parte, para pulsar el ambiente político:
los juicios que merecían tanto determinadas políticas públicas, como los
miembros particulares de la clase política (apreciaciones fundamen-
tales para un régimen personalista más que institucional); al mismo
tiempo, en las denuncias de agravios y agraviados, el régimen hacía
una lectura de subversivos o subversiones potenciales; por otra parte,
la crítica confería, ante la opinión pública nacional e internacional, un
cierto grado de legitimidad al sistema formalmente democrático y libe-
ral y, por último, hacía sentir a un sector de la opinión pública, en el
caso de El Diario del Hogar de clase media urbana, restringido en térmi-
nos numéricos pero significativo en el espectro de fuerzas políticas e
140 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ideológicas finiseculares que, si bien las alternativas institucionales


propias de un sistema democrático estaban muy cerradas, había ca-
minos para hacerse escuchar.
El Diario del Hogar ofrece un excelente ejemplo de las modalida-
des que asumía esta crítica acotada, permitida y tolerada.
La figura presidencial es el principal interlocutor del periódico,
su discurso se dirige al corazón del sistema político, y se guardan for-
mas respetuosas. Hay un reiterado reconocimiento a logros y cualida-
des personales del presidente Díaz, en áreas fundamentales como la
paz y el progreso económico, que acompaña o precede, generalmen-
te, a las críticas y reclamos. Al caudillo tuxtepecano se le pide abrir el
sistema político a la alternancia y a la democracia, en virtud de que la
concentración y centralización del poder en el ejecutivo conlleva a ex-
cesos y abusos de las autoridades. Se apela al gran elector a consa-
grarse con su renuncia a encabezar el cambio.
El Diario del Hogar funge como tribuna para denunciar las prácti-
cas nocivas en el ejercicio del poder: el reeleccionismo, el nepotismo,
el servilismo, y como espacio para la crítica de los miembros de la ad-
ministración pública, sobre todo a nivel estatal y local.
Los redactores no se limitan a denuncias y críticas, sino que plan-
tean un discurso propositivo. Cuentan con un patrimonio ideológico.
Se consideran a sí mismos los herederos legítimos del movimiento de
Reforma y hacia 1900 pretenden ser la encarnación del único y verda-
dero liberalismo, así como del espíritu democrático, además de los
campeones en la defensa de la soberanía popular y la alternancia en
el poder. Con ello dejaban claro su deslinde con los liberales en el go-
bierno, desde su perspectiva oportunistas y falsos, entre los cuales se
cuidaban de no incluir a don Porfirio a quien le ruegan que se identi-
fique con su pasado histórico.
“Pueblo” es un vocablo con una presencia constante en las pági-
nas de El Diario del Hogar, el cual se asume como la voz de ese “pue-
blo”. ¿Pero de qué pueblo se preguntarían sus lectores, que recibían
de dicho concepto definiciones diversas e incluso contrapuestas?
En ciertas ocasiones, ese pueblo mexicano no es libre, ni soberano,
ni importa en las elecciones. En otras oportunidades, por el contrario,
el periódico parece considerarlo como potencialmente todopoderoso
ya que, cansado del abatimiento en que ha estado por largos años, se
apresta a sacudirse el yugo pernicioso del continuismo, luchando por
el cambio de sus gobernantes. Es decir que hay confianza en la volun-
tad y la conciencia del pueblo convocando a la ciudadanía a pasar a la
acción. Pero al mismo tiempo se advierte también un pueblo desilu-
sionado y apático que, aburrido de luchar sin éxito por el triunfo de
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 141

sus ideales y desanimado por haber visto burlada su voluntad, ni se


mueve, ni lucha, esperando tranquilo a que la incontenible labor del
tiempo traiga el remedio a sus desdichas.
En la medida en que el concepto de pueblo es una abstracción, los
liberales de El Diario del Hogar hacen un uso voluntarista y romántico
del término, y no un análisis realista y objetivo. Son sus deseos, ex-
pectativas y frustraciones las que se expresan en sus adjetivaciones
sobre ese pueblo al que invocan en sus sueños y desencantos.
Para fines del siglo XIX el liberalismo se ha convertido en un mito
más o menos unificador; sin embargo, aunque como ideología permea
a considerables círculos sociales, hay un gran porcentaje de la pobla-
ción —mayoritario— que se identifica culturalmente más con una
matriz católica corporativa y tradicional, como lo sostienen los traba-
jos de François Xavier Guerra y Jean Meyer.81 De ahí que los liberales
de El Diario del Hogar al autodefinirse como la voz del pueblo expre-
san el sueño de ser los portavoces de un pueblo imaginario que recla-
ma el ejercicio del “verdadero liberalismo”.
Lo que es un hecho es que este grupo de liberales “doctrinarios”
tenía claro que el país se acercaba a una encrucijada marcada por la
muerte, cada día más próxima, del vértice y centro articulador del sis-
tema político: Porfirio Díaz. En tales circunstancias, sentía que la prensa
debía desempeñar un papel clave recordando y señalando el camino a
seguir. Desde su horizonte social y cultural, la ruta sólo podía ser el
liberalismo, y una democratización del sistema político. Si bien perci-
bía problemas de pobreza e injusticia, las causas estructurales y los
altos costos socioeconómicos del proceso de modernización fueron re-
lativamente marginales en su discurso. Compartían el entusiasmo por
los progresos materiales y el optimismo generalizado sobre las po-
tencialidades de la ciencia y la técnica para el futuro.
El Diario del Hogar pretendía, al lado de otras publicaciones de
carácter liberal marginadas del poder político (periódicos, folletos, li-
bros, hojas impresas) monopolizar la legitimidad liberal y patriótica. El
bagaje ideológico que guardó y transmitió a las generaciones jóvenes
fructificaría en los años posteriores a 1900, a través de la multiplicación
de clubes, asociaciones, organizaciones políticas, partidos —el Partido
Liberal Mexicano, el Partido Demócrata, el Partido Antireeleccionista
de Madero— etcétera, con propuestas que recogían preocupaciones no
resueltas y vivas desde mediados del siglo XIX.

81 Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX; Knight, “El libera-

lismo mexicano desde la reforma hasta la revolución”, y Guerra, México: del Antiguo Régi-
men a la Revolución.
142 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

FUENTES

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DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA
LA VISIÓN DE DOS PERIÓDICOS CATÓLICOS DE FIN
DE SIGLO, 1880-1910

ERIKA PANI
Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora

Tras la escandalosa caída del Imperio en 1867, el grupo que, desde


la década de 1850, se había identificado a sí mismo como “conserva-
dor” se retiró de la escena pública. Charles Hale ha descrito cómo, des-
pués del triunfo de Querétaro, el liberalismo republicano y laico se
transformó de ser una ideología de combate, en un “mito unificador”,1
cerrando efectivamente las puertas de la lucha política al conservadu-
rismo católico. Así, la llamada “reacción”, que, sobre todo a partir de
1857, había sido vista como el gran rival, como el enemigo a vencer,
se vio reducida a la figura algo patética del espantapájaros, agitado
recurrentemente en la retórica liberal.2 Durante el porfiriato, tras un
último intento fallido por figurar en la política nacional en 1877,3 los
católicos militantes se abstuvieron de participar activamente en el sec-
tor público, con el beneplácito y a veces la exigencia de la jerarquía
eclesiástica. Como han estudiado de manera muy sugerente Jorge
Adame y Manuel Ceballos, los católicos de fin de siglo, como perio-
distas, como educadores, como juristas, como activistas, se ocuparon
en difundir los “principios cristianos”, y en dar una “solución católi-
ca” a la apremiante “cuestión social”, desde fuera del Estado.4
¿Cómo percibieron estos “vencidos” al Estado liberal consolidado,
durante las décadas que precedieron a la Revolución? En este trabajo,
nos interesa rescatar la visión que tuvieron los católicos de dos princi-
pios claves dentro de un régimen republicano y representativo como se
suponía era el de Díaz: la democracia y la representación política. Los

1 Hale, The transformation of liberalism in late nineteenth century Mexico.


2 Perry, Juárez and Díaz. Machine politics in México, p. 73.
3 Adame, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos. 1867-1914, p. 99; Case,

“Resurgimiento de los conservadores en México, 1876-1877 ”.


4 Adame, op. cit.; Ceballos, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum,

la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911).


144 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

católicos se hallaron entonces en una posición interesante. En su ma-


yoría, desaprobaban el precepto de soberanía popular —pues la sobe-
ranía no podía residir más que en Dios—,5 pero las actitudes de los
políticos porfiristas hacia ésta, y el uso “creativo” —por llamarlo de
algún modo— que dieron a las elecciones no podían ser pasados por
alto por la oposición. Este trabajo pretende entonces ser un primer
acercamiento a las complejas actitudes de los católicos frente a la de-
mocracia, las elecciones y la representación política, entre 1880 —elec-
ción de Manuel González— y 1910 —séptima y última reelección de
Porfirio Díaz. Nos hemos centrado en los dos diarios católicos más
longevos: La Voz de México, portavoz de la Sociedad Católica, reduc-
to desde 1869 de los representantes más eminentes del conservadu-
rismo derrotado, como, entre otros, Alejandro Arango y Escandón,
Ignacio Aguilar y Marocho, Juan Rodríguez de San Miguel, Tirso
Rafael de Córdoba y Miguel Martínez; y El Tiempo, animado por una
nueva generación de católicos, presidida por Victoriano Agüeros, que,
ante la intransigencia de los “viejos” pretendía estar menos aislado,
para ser más aguerrido y más participativo.6

El abandono de la política militante: primero católicos que conservadores

Como ya se ha mencionado, 1867 significó la muerte del partido con-


servador, como partido político. Cierto que con algunas excepciones,
sus hombres no fueron eliminados físicamente, y tampoco se retira-
ron de la vida pública. Pero sí lo hicieron de la política, en sentido
estricto. Muy ilustrativo es el cambio de nomenclatura: de “conserva-
dores”, pasaron a ser “católicos”. De promover una opción política,
un proyecto de Estado, las más de las veces respetando las reglas del
juego político moderno —separación de poderes, elecciones y repre-
sentación política, libertad civil, etcétera— pasaron a defender, antes
que nada, a la Iglesia y sus derechos, dentro de un marco político que
—sobre todo los redactores de La Voz— condenaban tajantemente. El
abandono de la política militante significó también la renuncia a cier-
to pragmatismo, y a la disposición a hacer concesiones y llegar a acuer-
dos, a la que a menudo obliga la política práctica. Las posiciones de
estos católicos serían entonces más dogmáticas, más cerradas y más

5 Adame, op. cit., p. 41-46, p. 51, p. 63. Como Manuel Ceballos, pensamos que la co-

rriente democrática dentro del catolicismo no afloró hasta fines del porfiriato y principios
de la era revolucionaria. Ceballos, op. cit., p. 48-49.
6 Adame, op. cit., p. 111-112.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 145

intransigentes de lo que habían sido las de los conservadores, como


escribía, ya en 1870, La Voz de México, “si hemos de hablar de asuntos
políticos, no será con ánimo y miras de partidarios sino con la inde-
pendencia y la elevación del filósofo que aplica los principios de la
ciencia política en cada suceso”.7
De este modo, los diarios católicos de fin de siglo adoptarían, frente
a la política, una postura no comprometida. Además, en teoría, la pro-
puesta de estos periódicos católicos quedó abiertamente sometida a
los lineamientos de la Iglesia. La sumisión, la mansedumbre de los
antiguos conservadores que escriben en La Voz pone de manifiesto no
sólo el desgano de los vencidos de 1867, sino también el hecho de que,
para la década de 1880, los dinámicos políticos de la época de la Re-
forma ya habían muerto, o eran unos viejos chochos. Ante, por ejem-
plo, la vigorosa defensa que había hecho Ignacio Aguilar y Marocho
del proyecto conservador de monarquía en 1863, La Voz afirmaba en
1880 que “como ninguna de las tres formas de gobierno (puras o mix-
tas) tiene a su favor una declaración dogmática de la Iglesia, [no se
consideraban] en libertad de opinar, sin recato de conciencia, en pro o
en contra de cualquiera sistema de gobierno”.8
De esta forma, si bien conservadores y católicos compartieron el
ideal de la unidad católica, una visión organicista y jerárquica de la
sociedad, y consideraron ambos que la ley natural, de origen divino,
debía ser el eje de la organización social, los segundos promovieron
un proyecto mucho más totalizante e ultramontano. En 1852, El Uni-
versal, quizás el más importante de los diarios conservadores de
entonces, había criticado al teórico español Donoso Cortés por consi-
derar el principio religioso como “el único exclusivo”, sujetando a
él “todas las creencias y todas las necesidades sociales”, y por no re-
conocer que el catolicismo había perdido su “carácter político”.9 En
cambio, los católicos finiseculares rechazaron drásticamente que de-
biera haber cierta independencia entre los ámbitos religioso y políti-
co. Al contrario, se esforzarían por no separarse “ni un punto de la
ortodoxia católica, [por] seguir en todo y por todo las enseñanzas de
la Iglesia, [por] someterse sin restricciones al criterio infalible de tan
sabia Maestra en todo”.10
Es todavía difícil definir con precisión el lugar que ocuparon la
Iglesia y la religión dentro del pensamiento conservador de la prime-

7“¡Treinta y tres años!”, en La Voz de México, abril 18, 1903.


8“Al ‘Libre sufragio’ ”, en La Voz de México, enero 22, 1880.
9 “Variedades. Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, por D. Juan

Donoso Cortés”, en El Universal, febrero 28, 29, 1852.


10 “Reiteramos nuestras promesas”, en La Voz de México, febrero 2, 1888.
146 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ra época independiente. No obstante, puede apuntarse hacia una vi-


sión poco dogmática, bastante práctica, en algunos casos hasta estra-
tégica. Lucas Alamán, por ejemplo, en su famosa carta a Antonio López
de Santa Anna, en 1853, defendió la religión católica tanto por repre-
sentar ésta “el único lazo común” que unía a todos los mexicanos, como
por tenerla “por divina”.11 Más de treinta años después, La Voz de Méxi-
co desaprobaba tales desplantes. Condenó al viejo partido conserva-
dor por hacerle el juego político al liberalismo, y contemporizar con
principios no católicos. A esto mismo achacaban su fracaso. Según este
periódico, a lo largo del siglo, el viejo partido

[se había] contaminado algo del cesarismo, del galicanismo, del libe-
ralismo, y [había acogido] ciertas máximas protestantes y racionalistas
[...] el partido católico y conservador, para progresar en el bien y lle-
gar a su triunfo, [debía] completar la rectificación de sus ideas asen-
tando y profesando teórica y prácticamente la enseñanza del Pontifi-
cado en cuanto a filosofía, jurisprudencia y política cristiana.12

De este modo, frente a la veleidad del antiguo partido conserva-


dor, que había estado dispuesto a transar con el enemigo liberal, los
católicos de fin de siglo que escribieron en estos dos periódicos —que
no representaban la opinión de todos los fieles, y que, como se verá,
muchas veces no traducían con escrupulosidad la posición de la alta
jerarquía eclesiástica— se mantuvieron intransigentes, no queriendo
tener nada que ver con un Estado liberal y anticlerical, y menos con
un Estado que traicionaba los principios mismos que proclamaba, que
se burlaba del pueblo cuyas pasiones inflamaba al llamarlo soberano,
cuyo tan cacareado crecimiento económico exacerbaba las condicio-
nes de miseria y “desmoralización” de la población, y cuyas leyes sólo
regían cuando no se oponían “al capricho voluble de los gobernan-
tes”.13 A través de las organizaciones católicas —sociales, culturales,
educativas y de caridad— pretendieron reconstruir una sociedad
cristiana, “separada del mundo”.14 Frente al Estado porfirista, opta-
ron por la abstención política y por la crítica, si bien en un principio
hubo ciertas discrepancias entre la vieja guardia de La Voz y los jóve-
nes de El Tiempo.

11 Carta de Lucas Alamán a Antonio López de Santa Anna, marzo 23, 1853, en

McGowan, Prensa y poder. 1854-1857. La revolución de Ayutla. El Congreso constituyente,


p. 292.
12 “Íbamos descaminados”, en La Voz de México, enero 8, 1880. El énfasis está en el

original.
13 “Flagrante infracción de la ley”, en La Voz de México, marzo 17, 1888.
14 “El periodismo católico”, en La Voz de México, julio 3, 1903.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 147

La nueva generación consideraba que los católicos no podían li-


mitarse a hacer el “bien privado”, sino que debían también oponerse
resueltamente al “mal público”, y que, por lo tanto, tenían que partici-
par en la lucha política.15 Se dijeron entonces dispuestos a obedecer e
incluso a sostener la Constitución de 1857, “ya que tantas lágrimas y
sangre [había] costado”.16 Votarían, porque “la ley” les concedía el de-
recho de elegir, y para que “las personas gobernantes [fueran] bue-
nas, y ellas [justificaran] los sistemas de gobierno”. Su candidato en
1884 fue Porfirio Díaz, pues consideraron que las opciones se redu-
cían al triunfo del general o la revolución.17
Para los viejitos de la Sociedad Católica, la de El Tiempo era una
postura insostenible. No sólo porque como católicos debían atenerse
a la circular episcopal de 1875, que instaba a la abstención, sino, sobre
todo, porque todo hombre honrado, “que [sabía] respetarse, que [esti-
maba] en algo su dignidad, que no [quería] ser befa de intrigantes y
ambiciosos no [tomaba] participación en las funciones constituciona-
les del ciudadano”.18 Los católicos que estaban dispuestos, aunque fue-
ra como meros sufragantes, a participar en la lucha política,

guiados por motivos precarios, por intereses materiales, por una am-
bición acomodaticia, se [adherían] a una candidatura hostil a sus
creencias y a sus principios, [merecían] la negra nota de inconsecuen-
tes, falsos y ciegos instrumentos de sus enemigos [...] porque, si en ob-
vio de la paz, se adhieren a los encarnizados enemigos de la Iglesia,
hacen el más vergonzoso trueque.19

No obstante, el entusiasmo de El Tiempo duró bien poco. El siste-


ma porfirista, empuñando la legislación de la Reforma como espada
de Damocles, anulaba efectivamente los espacios posibles para una
oposición católica electoral y parlamentariamente activa. En 1888, los
redactores de este periódico, frustrados, se rehusaban a ser embau-
cados por la farsa electoral. Afirmaban que, aunque aceptaban pasi-
vamente la burla que se hacía del pueblo cada cuatro años, no iban a

15 Adame, op. cit., p. 112.


16 “Esforzarse es preciso”, en El Tiempo, enero 31, 1884.
17 “Política al vapor”, en El Tiempo, junio 28, 1884.
18 “El clero en México”, en La Voz de México, enero 28, 1888. Llama la atención que la

alta jerarquía, beneficiada por la política de conciliación de Díaz y buscando una “transac-
ción para vivir como conviene en las sociedades modernas”, como decía Eulogio Gillow,
vio con mejores ojos el “constitucionalismo” de El Tiempo que la crítica virulenta e intransi-
gente de La Voz. Ceballos, op. cit., p. 88-91.
19 “Otra vez las elecciones”, en La Voz de México, mayo 12, 1892.
148 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

promoverla. De ninguna manera participarían en las elecciones; no


irían “a turbar la paz de [...] las fiestas de familia” de los liberales.20
Así, a finales de la primera década del porfiriato, la prensa católica
se erigía a sí misma como la observadora no comprometida, incom-
parable, inmune tanto a las seducciones del régimen “del orden y del
progreso”, como a las mentiras del liberalismo. Estos editorialistas ca-
tólicos, no obstante no sostener —como se verá— opiniones homogéneas
ni inamovibles a lo largo de los treinta años aquí estudiados, quisieron
ser los críticos más consistentes y más incisivos del orden de cosas que
imperaba en México, tan elogiado por gran parte de la prensa mexica-
na y extranjera. Querían estar, como decía La Voz, “como eternos testigos,
como pesadilla abrumadora para echar en cara su falsía al liberalismo,
para apostrofarle como tirano, y para oponer la franqueza de nuestras
doctrinas a la mentida y vana apariencia de las contrarias”.21

Entre la quimera y la farsa: los periódicos católicos y las elecciones

a) Por una democracia con adjetivos.


A lo largo del siglo XIX, la soberanía política y su asiento representa-
ron dos de los conceptos más problemáticos y polémicos para los hom-
bres públicos mexicanos de todas las tendencias.22 No obstante, la idea
de que el gobierno debía descansar sobre la “voluntad nacional”
—que no popular— era aceptada y proclamada por todos, aunque no
necesariamente quisiera decir lo mismo en boca de los distintos acto-
res. Para la década de 1860, y sobre todo después de la adhesión al
Imperio de la mayoría de las poblaciones del país, los conservadores,
tras haber rechazado durante años la idea de la soberanía popular, pa-
recían haber abrazado el principio.23 En junio de 1863, en el dictamen
de la Asamblea de Notables que llamaría al trono de México a Maximi-
liano de Habsburgo, se afirmaba que era el “pueblo, [la] fuente purísi-
ma de toda autoridad”.24 Bien al contrario, como ha demostrado Jorge
Adame,25 para los católicos de fin de siglo, creer en el principio de la
“soberanía del pueblo” era “irracional y herético”.26

20 “Sarcasmos”, en El Tiempo, marzo 10, 1888.


21 “El sufragio popular en México”, en La Voz de México, junio 28, 1888.
22 Véase Urías, Historia de una negación: la idea de igualdad en el pensamiento político mexi-

cano del siglo XIX, p. 79-158.


23 Véase Pani, “ ‘La révolution morale en faveur du systeme monarchique’: L’Empire,

les conservateurs et la ‘volonté nationale’ ”.


24 “Dictamen presentado por la comisión...”, julio 8, 1863, en Boletín..., p. 508.
25 Véase supra, nota número 5.
26 “Al ‘Libre sufragio’ ”, en La Voz de México, enero 22, 1880.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 149

Como ya se ha mencionado, estos hombres se oponían a la sobe-


ranía popular, así como a la “soberanía del hombre”, porque conside-
raban que este atributo pertenecía tan sólo a Dios. La soberanía era
“un principio, una verdad eterna necesaria, siempre verdadera, que
[existía] antes que los pueblos y que les [sobrevivía]”.27 El “pueblo”,
comprendido como la totalidad de la población nacional, o —peor—
como la “muchedumbre” o la “turbamulta” indiferenciada no les cau-
saba la menor ilusión. Para estos católicos, el “verdadero pueblo”, so-
bre el cual debían apoyarse los gobiernos, se componía de aquellos
que contribuían “con su inteligencia y su labor al afinamiento de la
cultura social, a [...] los que [eran] el enérgico soporte de la civilización”.28
Se trataba entonces, no de la “gente colecticia de las clases ínfimas”, sino
de las “clases honradas y laboriosas”: comerciantes, industriales, labra-
dores, individuos que desempeñaban profesiones científicas; en fin,
“las clases meramente trabajadoras”.29
No obstante, los católicos de La Voz y de El Tiempo decían no estar
en contra de los sistemas representativos, ni de las elecciones, pues
consideraban que el sufragio, “en su sentido racional, [era] el derecho
de la sociedad para nombrar a sus gobernantes”, potestad que deriva-
ba legítimamente de Dios para “el régimen de las naciones”.30 Pugna-
ban, no obstante, por una democracia con adjetivos. A lo largo de los
años estudiados, propondrían dos sistemas para controlar, depurar,
domesticar el sufragio popular, mismos que pueden ser catalogados
dentro de lo que Pierre Rosanvallon ha denominado el “repertorio de
las nostalgias políticas” conservadoras: el voto censatario o el voto plu-
ral.31 . En principio, la elección indirecta tenía la ventaja de aislar la
elección final de las “pasiones y vicios”32 de la multitud. Los católicos
habían incluso defendido, en 1871, que fueran los ayuntamientos, elec-
tos por sufragio amplio y directo, los que eligieran a las autoridades
estatales y federales.33 Sin embargo, desde 1867, los electores de segun-
do grado habían permitido que las elecciones llegaran “al extremo de
la falsedad, de la ridiculez y del desprecio público [...] dejando que
algún intrigante vulgar [hiciera y deshiciera] su voluntad”.34

27 “Falsa soberanía”, en La Voz de México, mayo 25, 1888.


28 “Empirismo político y política científica”, en El Tiempo, febrero 25, 1903.
29 “Las manifestaciones”, en La Voz de México, febrero 19, 1892.
30 “Al ‘Sufragio libre’ ”, en La Voz de México, enero 22, 1880. Para la asimilación por

parte de los católicos de muchos de los principios políticos de la época, véase Adame, op.
cit., p. 63-64.
31 Rosanvallon, Le sacre du citoyen. Histoire du suffrage universel en France, p. 323.
32 “La verdadera democracia”, en El Tiempo, febrero 13, 1892.
33 Adame, op. cit., p. 61-62.
34 “Los colegios electorales”, en La Voz de México, mayo 13, 1880.
150 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

De esta forma, la manipulación por parte del gobierno porfirista


de los colegios electorales había desengañado a los católicos acerca de
que el sufragio indirecto pudiera representar un tamiz, a través del cual
fueran las “elites naturales” —naturalmente conservadoras— de cada
población las que designaran a los gobernantes. Mucho más efectivo,
en su opinión, sería no desperdiciar “el importantísimo derecho de
nombrar gobernantes”, otorgándolo a

la muchedumbre de personas ignorantes que [había] en nuestra socie-


dad [...] Gente ruda y sin cultura, gente ignorante de lo más trivial de
los negocios del gobierno, gente fácil de engañar y de cosechar [...] De
esta circunstancia se [aprovechaban] los aspirantes para aumentar sus
votos, aunque no [fingieran] boletas ni [hicieran] alteraciones.35

Así, la vulgarización del sufragio obligaba a la democracia a de-


generar en peligrosa demagogia, aun antes de entrar en juego los frau-
des y presiones electorales. Esta visión elitista y jerárquica de lo que
debía ser un gobierno representativo permearía las actitudes de estos
católicos a lo largo del periodo estudiado, a pesar de las tensiones y
ambigüedades —que analizaremos en seguida— que introdujo la
tentación de establecer una “democracia cristiana” sobre los votos de la
mayoría católica: en 1910, en plena lucha antirreeleccionista, El Tiempo
seguía promoviendo la necesidad de limitar el derecho al sufragio a
“los verdaderos ciudadanos, a los que por su cultura o sus intereses
[habían] conquistado estimación”, y de no dejarlo en manos de la “mu-
chedumbre anónima”.36
Otros articulistas católicos promovieron mecanismos más sofisti-
cados, más “científicos” que el voto censatario para purgar el sufragio
de la turbulencia e ignorancia de la plebe. Según uno de ellos, la no-
ción de “rebaño electoral, con tantos votos como cabezas” era absur-
da, pues otorgaba “el mismo valor al voto del hombre ilustrado que al
del ignorante [y] para nada [tenía] en cuenta los servicios prestados
al país, la independencia personal que [proporcionaba] la fortuna, la
experiencia que [traían] los años”. En vez del sistema de un hombre,
un voto, debía utilizarse el propuesto por el jurisconsulto inglés Jacobo
Lorimer, autor de la obra Political progress, not necessarily democratic
(1857), en que el voto de cada individuo —y este articulista incluía a
las mujeres como ciudadanas activas— tuviera “un valor proporcio-

35 “La ley electoral”, en La Voz de México, abril 25, 1880.


36 “Reliquias de la fiebre electoral”, en El Tiempo, julio 5, 1910.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 151

nal a las circunstancias del que lo emite”.37 El sufragante no era en-


tonces el individuo atomizado, “anónimo”, “indiferenciado”, que tan-
to espantaba a los católicos —como antes a los conservadores—, sino
el ciudadano “verdadero”, cuyo peso como elector estaba definido
por sus capacidades, fortuna, intereses y pertenencias, y que estaba
firmemente inserto en los organismos sociales de familia, profesión,
etcétera.
De esta forma, los católicos consideraban que las elecciones eran
un simple mecanismo para designar a los gobernantes, y que, per se,
éste no era ni bueno ni malo. Todo dependía del uso que se le diera.
Lo que realmente les preocupaba del concepto de soberanía popular,
lo que transformaba a la “soberanía colectiva” en “el más grande de
los errores del liberalismo del día” 38 era la idea de que las leyes que
debían regir a la sociedad no tuvieran otra fuente que la voluntad del
pueblo. En palabras de El Tiempo:

La Ley es, dice el liberalismo, la voluntad del pueblo soberano [...] ¡Ah,
nada más despótico, nada más tiránico, nada más contrario a la liber-
tad que el liberalismo! Con este nombre no hay ilegalidad que no se
justifique, ni injusticia que no se legitime. Para ello basta reunir a la
soberanía de la voluntad [...] La voluntad podrá ejercerse sobre lo más
ilegal por naturaleza. No, la ley no es la obra de la voluntad, sino de
la razón.39

Para estos articulistas, las leyes benéficas, las leyes que asegura-
ban el orden y el bienestar de la población “se [ajustaban] a reglas se-
guras no sujetas a la volubilidad de la muchedumbre o al capricho de
un individuo, [sino a] la ley natural, emanación de la ley o razón eter-
na”.40 Así, al crear normas y reglamentos, la tarea de los legisladores no
era buscar el consenso, mediar entre distintos grupos de interés para
satisfacer a las mayorías respetando las demandas imprescindibles de
las minorías. Al contrario, sólo hacía falta dilucidar esta “ley natural”
de origen divino, y acomodar a ésta toda la legislación —aunque fue-
ra en contra de los deseos de la mayoría.

37 “El derecho electoral de las mujeres”, en La Voz de México, junio 11, 1892. Un sistema

plural de votación —que pretendía dar una “densidad cualitativa” al voto, otorgando
“votos” adicionales a los padres de familia, a los contribuyentes mayores, a los profesionistas,
etcétera. Funcionó durante cierto tiempo en Bélgica. Rosanvallon, op. cit., p. 321-322. No
debe sorprendernos: esta monarquía católica fue el gran modelo de la prensa católica del
porfiriato.
38 “¿Qué es el liberalismo?”, en La Voz de México, mayo 31, 1892.
39 “ ‘El Tiempo’ ”, en El Tiempo, mayo 24, 1883.
40 “La oposición de los católicos”, en El Tiempo, marzo 15, 1888.
152 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Por otro lado, la visión orgánica y jerárquica de la sociedad, la con-


cepción monolítica de un bien común garantizado por el acatamiento
de la ley natural y de la moral cristiana, concepto que restaba legiti-
midad a los conflictos de intereses, se tradujo en un afán por buscar,
antes que nada, el orden y la armonía social. Por esto, La Voz de México,
a pesar de sus enérgicas críticas al régimen, insistía que su “voluntad
se [esforzaría] siempre en juzgar bien de los depositarios de la autori-
dad”.41 Por su parte, El Tiempo decía resistirse a la “política militante”
porque consideraba que “si [había] una aspiración universal en el país,
[era] la aspiración a la paz”.42 Así, y además ante un gobierno cuya
política de conciliación frente a la Iglesia tenía bases bastante frágiles,
estos periódicos, aunque de oposición, promoverían “la tolerancia, la
deferencia y la paz”.43
De este modo, la valoración del orden y la concordia haría que los
periódicos católicos fueran relativamente respetuosos de las autorida-
des. Por razones similares desaprobarían la formación de partidos po-
líticos, organismos que se convertían en el vehículo de los ambiciosos
más descarados, y que articulaban los intereses de distintos grupos,
echando así leña al fuego de la lucha social. En palabras de La Voz de
México,

los gobernantes de partido no son imparciales; no son justicieros; no


son de miras elevadas ni de sentimientos patrióticos; no son, en fin,
diligentes en el despacho de los negocios públicos, ni en procurar el
bien y engrandecimiento de la nación. Les falta imparcialidad, porque
son inclinados fuertemente a las ideas, a los hombres, y a las cosas del
partido que los elevó. [...] También faltan a la justicia en las leyes,
porque no las dictan según los buenos principios de la legislación, sino
conforme a las conveniencias y exigencias de partido.44

Según El Tiempo, la palabra “partido” no significaba sino “egoís-


mo, peculado, intriga, empleomanía y, en último término, explotación,
ruina y deshonra”.45 Ya para 1904, La Voz reconocía que la teoría de la
formación de partidos políticos era “seductora”, pues éstos podían en-
carnar la “opinión pública”, organizando a las masas para que éstas
no quedaran divididas en “grupos personalistas, carentes de miras de
interés social y nacional”. Desafortunadamente, escribía este diario, la

41 “Las próximas elecciones”, en La Voz de México, junio 2, 1888.


42 “Política”, en El Tiempo, enero 14, 1892.
43 “Los gobiernos de partido”, en La Voz de México, junio 6, 1880.
44 Idem.
45 “La misión del ‘Tiempo’ ”, en El Tiempo, mayo 27, 1884.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 153

realidad de los partidos era otra: de su formación brotaba “la casta de


los políticos de oficio, de los demagogos de todos colores y disfraces”.
Los partidos no eran entonces más que “grupos o pandillas irrespon-
sables, muchas veces dirigidas tras bastidores por un intrigante o es-
peculador de la peor clase”. El resultado del dominio de estos
“politicastros” —hombres oscuros que vivían para y de la política, dia-
metralmente opuestos a los “verdaderos ciudadanos”— y del “cáncer
del cacicazgo” no podía ser más que “la corrupción de la administra-
ción y de la política”.46

b) Las elecciones porfirianas: La “mancha de ilegitimidad”.47


Como se ha visto, la propuesta política de estos diarios católicos, for-
mulada desde las gradas del espectador, que no al calor de la compe-
tencia política, era bastante compleja. Los católicos, despreocupados por
“los ropajes del poder”, se decían indiferentes a las formas de gobier-
no.48 Aceptaban el sistema republicano y representativo, incluso la “de-
mocracia”, aunque con muchos bemoles. Su ideal, alimentado por el
debate que provocaron las encíclicas de León XIII,49 era la “democracia
cristiana [...] obra de amor, de abnegación, de deberes más aún que de
derechos”. Este régimen se definía más bien de forma negativa, por lo
que no era. La democracia cristiana, más social que política,

no [conocía] los odios de clase, ni [trataba] de arrebatar por la violencia


lo que cada uno [poseía] con legítimo derecho, ni [creía] tampoco que el
mejoramiento de las sociedades políticas se [realizaría] en el imperio
absoluto de las muchedumbre, y mucho menos con la destrucción de
los altares y la caída de los tronos.[...] La democracia cristiana [tenía]
por base dos columnas inconmovibles: la superioridad moral del pobre
sobre el rico, la caridad obligatoria del rico hacia el pobre.50

Pero si bien la posición de los católicos frente a la democracia era


ambivalente, tenía la ventaja de ser congruente, sobre todo compara-
da con la del grupo en el poder, que se proclamaba el gran defensor
de la soberanía popular, para después burlarla o manipularla mediante
la maquinaria electoral.51 Al criticar la burla que el régimen porfirista
hacía de las elecciones, los católicos ponían el dedo en la llaga: no ha-

46 “¿Conviene a México la formación de partidos políticos?”, en La Voz de México, abril

7, 1904.
47 La expresión es de El Tiempo. “El General Díaz”, julio 30, 1884.
48 “La monarquía en la República”, en La Voz de México, junio 18, 1880.
49 Véase Ceballos, op. cit., sobre todo p. 134-139.
50 “La democracia cristiana”, en La Voz de México, febrero 8, 1903.
51 Véase Perry, op. cit.
154 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

bía “medio más eficaz para desacreditar las teorías liberales que la so-
lemne y periódica mentira de las elecciones”.52
Los católicos se engolosinaban ante la hipocresía del régimen del
“sufragio efectivo”. Ésta demostraba, a fin de cuentas, que eran ellos los
que tenían razón, y que el tan mentado respeto a la soberanía popular
no era más que “un mito, [...] un fantasma para alcanzar o conservar los
puestos públicos”.53 Los liberales los describían como reaccionarios, di-
ciendo, con “uno de los tantos lugares comunes de la pedantería libe-
ral”, que los católicos proponían un regreso “al estado de cosas de leja-
nos siglos”.54 A esto respondieron los católicos que el gobierno de Díaz,
que no era “ni autócrata, ni demócrata, ni monárquico ni republicano”,55
se acercaba más al despotismo arcaico que cualquier cosa que hubieran
propuesto conservadores o católicos. Así describía La Voz, en un texto
bastante ingenioso que recuerda las sátiras de Ignacio Aguilar y
Marocho, la elección de las autoridades estatales:

Los romeros saben muy bien, como lo saben todos los mexicanos, que
en este Palacio encantado se oculta el dispensador munificente de to-
das las gracias, y que aquí reciben el espaldarazo todos esos caballeros
de la edad media que constituidos en virtud de ceremonia tan simbóli-
ca, señores de horca y cuchillo en sus respectivos feudos, se retiran luego
a sus castillos [...] Y toda esta práctica en la que descuellan las garantías,
libertades y franquicias de que disfruta el pueblo rey, encadenado a los
pies de su señor, fundada está en la interpretación que el uso, la cos-
tumbre y la tolerancia del soberano han dado al Fuero Viejo que plugo
a nuestros remotos y gloriosos antecesores otorgar en la Egira 857, a
esta muy noble, muy feliz, muy libre y muy independiente república.56

El pueblo soberano era entonces “la burla de sus mandatarios, por


medio de sus agentes, de sus soldados, y de sus policías, escamotean-
do y defraudando como bien les place su libre voto”.57 Pero el frau-
de electoral y la representación popular no sólo eran una mentira
insultante; además, “tanta curul y tan numerosos representantes y tan
multiplicadas sesiones [...] tantas dietas y tan pingües viáticos” costa-
ban altísimas sumas a la ciudadanía.58 Ya que de hecho era Porfirio
Díaz quien llevaba solo las riendas del gobierno, bien valía la pena

52 “La mentira electoral”, en La Voz de México, junio 17, 1880.


53 “Política al vapor”, en El Tiempo, junio 18, 1884.
54 “La Patria y sus preguntas”, en La Voz de México, febrero 21, 1888.
55 “Sarcasmos”, en El Tiempo, marzo 10, 1888.
56 “Risueña perspectiva, espléndido porvenir”, en La Voz de México, marzo 24, 1880.
57 “Un soberano irrisorio”, en La Voz de México, julio 15, 1880.
58 “La dictadura en México”, en La Voz de México, mayo 3, 1888.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 155

deshacerse de todo el tinglado de prácticas democráticas y parlamen-


tarias, cuyo costo económico era tan elevado. Según El Tiempo, esto se
traduciría no sólo en un ahorro importante, sino en una mejora nota-
ble en el gobierno, sobre todo en los estados:

¿Por qué no prescindir de apariencias no sólo embusteras sino costo-


sísimas? [...] Procediendo francamente se ahorrarán las confecciones
políticas que los fabricantes de ella andan vendiendo por ahí. [...] Si
francamente se proclamara el centralismo, disminuirían en los estados
muchos abusos. [Si un gobernador se sobrepasara] por supuesto que si
el gobierno fuera francamente central, en el acto [don Porfirio] depon-
dría [...] a ese mal gobernante; pero por el barniz de democracia [...]
tienen los pueblos que esperar a que el cacique cumpla su periodo cons-
titucional.59

Esto no quería decir que este periódico estuviese a favor del cen-
tralismo, pero elegían “entre dos males el menor, [...] el centralismo
franco que el disfrazado de máscara, el de apariencias hipócritas”.60

Siglo nuevo, ¿visión nueva?

De tal forma, estos periódicos procuraron desenmascarar a los políticos


porfiristas que se decían republicanos y demócratas. Pero la condena
constante de las prácticas electorales y del “mentido parlamentaris-
mo” del régimen los empujaría más lejos. Ya se ha visto la posición
ambigua de estos católicos frente a la democracia. No obstante, su opo-
sición a que “el poder público [tuviera] como único origen la volun-
tad de la minoría, llamada partido liberal” 61 los llevó a tomar partido
por la contraparte... por la mayoría. Así, en 1888, El Tiempo afirmaba
no oponerse “a la forma republicana sino a la mentira, al fraude, a la
superchería y al dolo con que proceden los que se visten con el ropaje
de la democracia para burlarse de ella”.62 A pesar del resquemor que
les provocaban las masas, el gobierno de las mayorías parecía espe-
cialmente seductor en un país de población católica. Por esto, ya desde
1880, La Voz reclamaba al gobierno que “en vez de imponer la candida-
tura, [asegurara] la libertad del voto”.63

59 “Los fabricantes de política”, en El Tiempo, marzo 23, 1892.


60 Ibidem.
61 “El poder público”, en El Tiempo, febrero 16, 1888.
62 “La oposición de los católicos”, en El Tiempo, marzo 15, 1888.
63 “¿Qué significa la candidatura oficial?”, en La Voz de México, enero 10, 1880.
156 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

De este modo, los dos principales periódicos católicos del por-


firiato, achacosos, jerarquizantes y moralistas; tradicionalista e intran-
sigente uno, moderado y a veces acomodaticio el otro, al legitimar la
opción democrática, honestamente practicada, sembraron las semillas
del catolicismo dinámico y movilizador que florecería en la etapa
maderista.64 Así, en 1888, La Voz, no obstante promover la abstención,
afirmaba que:

Si el sufragio popular fuera un hecho, veríase al frente del poder públi-


co un magistrado cristiano; si el sufragio universal fuera una verdad
práctica, no se observaría el degradante servilismo de las cámaras fe-
derales. Los gobernadores de los estados y sus legislaturas correspon-
derían igualmente a las tendencias marcadísimas del país, católico por
excelencia.65

Cuatro años después, dentro del marco de movilización de opi-


niones que provocó la reunión de la Unión Liberal, El Tiempo escribía
no sólo que la democracia había “llegado a ser una necesidad de he-
cho, ineludible”,66 sino que ésta, por fuerza tendría que ser fundada
por “los católicos y para los católicos, porque católica es la mayoría
de la nación”.67
Esta sería una tendencia que, aunque de manera muy desigual y a
veces contradictoria,68 marcaría el discurso de ambos periódicos has-
ta fines del Porfiriato. Durante el ocaso del régimen, ambos periódicos
anduvieron de capa caída, ocupándose cada vez menos de la política
para concentrarse en lo social —La Voz en la información religiosa y en
las “llagas sociales” como la escuela sin Dios, la mendicidad, los ra-
teros y los hogares anticristianos; El Tiempo en las bodas de las siem-
pre “bellas y simpáticas señoritas”, y en primeras comuniones.69 No
obstante, de sus páginas surgen, de vez en cuando, propuestas sor-
prendentes por su modernidad, en cuanto a la disposición que mani-
fiestan para abrir el sufragio, y formar partidos para participar como
católicos, de forma abierta, en la lucha política. En 1892, El Tiempo al

64 Véase Ceballos, op. cit., p. 283 y ss.


65 “El sufragio popular en México”, en La Voz de México, junio 28, 1888.
66 “La acción política de los católicos”, en El Tiempo, enero 14, 1892.
67 “Política”, en El Tiempo, febrero 23, 1892.
68 Por ejemplo, un artículo de La Voz de 1903 afirmaba que los periodistas católicos

debían persuadirse de que “una sola causa [era] la que debían sostener y defender [...] la de
la Iglesia y los derechos del Pontificado”. No podían usar “el lenguaje común de los libera-
les”, ni dar importancia a hechos que en nada interesaban al “espíritu católico”. “El perio-
dismo católico”, en La Voz de México, julio 3, 1903.
69 No obstante, Agüeros siguió siendo un intelectual católico de peso. En 1909, presi-

diría la asociación de la prensa católica nacional. Ceballos, op. cit., p. 348.


DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 157

que, “como a cualquier cristiano”, nada le costaba aceptar la demo-


cracia, escribía:

Ahora bien, es inadmisible que afirmemos el derecho de la democra-


cia si no afirmamos el derecho de todo ser humano de poder juzgar
[...] todos los asuntos que conciernen a la vida de los pueblos. Es pre-
ciso que el nivel intelectual de los hombres suba, que los horizontes
del espíritu y del corazón de los trabajadores se ensanchen. Sin esto
no hay democracia.70

De esta forma, para que los “forzados del industrialismo moderno”


pudieran liberarse de sus apremiantes necesidades, y tuvieran tiem-
po para “explorar el campo de las ideas, de los sentimientos”, el pe-
riódico de Victoriano Agüeros reclamaba que se limitara la jornada
laboral a “CINCO HORAS [...] para ganar el pan del cuerpo”.71
Las dudas sobre lo que podría ocurrir en el país con la eventual y
cada vez más próxima muerte de Porfirio Díaz aceleró el “despertar” 72
de los católicos en 1903-1904. Éstos fueron momentos percibidos por
los católicos como de incertidumbre, pero también de oportunidad.
Así, La Voz de México anunciaba en septiembre de 1903 que había pa-
sado ya “el tiempo de las Catacumbas” y que los católicos debían “salir
a la luz”, organizarse, formar “un núcleo enérgico, activo, invulnerable
[...] sumar fuerzas para que [produjeran] una potencia imposible de ser
despreciada”.73 Unos meses antes, este periódico, que había sido el gran
promotor de la abstención política, publicaba un pequeño relato en el
que san Pedro no dejaba entrar al cielo a un católico devoto, caritativo
y piadoso, padre y esposo ejemplar, “cuya vida sobre la tierra —se-
gún su párroco— [había sido] una continua peregrinación en favor de
los desamparados”, pero que nunca había querido inmiscuirse en la
vida política, en fin, el vivo retrato de cualquiera de los fundadores
de la Sociedad Católica después de 1867.
No obstante, san Pedro mandaba a este mocho de retache, con-
denándolo por ser un “católico de pega [...] gente de misa y boca de
conveniencia [...] a quien preocupa más la digestión que el bien del
prójimo”. Hombres como éste habían faltado a sus deberes como ca-
tólicos, por no haberse puesto al tú por tú con los liberales:

70 “La acción política de los católicos”, en El Tiempo, enero 14, 1892.


71 Ibidem. (Las mayúsculas en el original.)
72 La expresión es de Manuel Ceballos.
73 “La organización de los católicos”, en La Voz de México, septiembre 29, 1903. El artí-

culo es de “Fr. Teófilo”.


158 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

debían haber combatido con las mismas armas del enemigo, y dejan-
do a un lado la rutina y la preocupación, pelear en la vida pública,
meterse en el barrizal, saliendo limpios, usando de todos los medios
lícitos; luchando en contra del mal en el escabroso terreno en que está
planteada la lucha [... Al faltar] a los deberes del ciudadano [habían]
desertado de la eterna lucha contra el mal.74

Consideraciones finales: ¿la decadencia del catolicismo porfiriano?

Así, las eclécticas propuestas de La Voz de México y de El Tiempo mues-


tran el dinamismo y la capacidad de respuesta de un catolicismo
mexicano, encerrado en un ambiente inhóspito, que bebía de fuentes
diversas. Estos dos diarios, aunque profundamente temerosos de la
democracia y de la soberanía popular, pasarían a ser los defensores de
la participación política de los obreros, liberados éstos de las cadenas
del explotador; los promotores de la organización social, laboral e in-
cluso política de los católicos; los abogados del gobierno del pueblo
católico para el pueblo católico, con el fin de establecer la “democra-
cia cristiana”. No obstante, la angustiosa crisis de 1910 mostraría las
limitaciones de este catolicismo de oposición, pero no de combate.
De este modo, para la séptima reelección de Díaz, El Tiempo se ha-
bía vuelto porfirista hasta las cachas.75 Ya se ha mencionado que El
Tiempo seguía empeñado en que el sufragio fuera censatario. Además,
adicto al orden y la prosperidad producto de la Pax porfiriana, este dia-
rio —que tanto había criticado a los “fabricantes de política”— estaba
poco dispuesto a que se pusieran los destinos del país en manos de
hombres desconocidos, sin experiencia de gobierno. Justificó no sólo
la prisión de Francisco I. Madero, sino también el fraude electoral: en-
tre “el despotismo gubernamental o la turba demagógica” era preferi-
ble el primero, y era “obligación” del Estado el “encaminar por buena
vía las voluntades [...] de la muchedumbre”.76 Las posturas de El Tiem-
po difícilmente podrían sostenerse frente al torbellino revolucionario,
democratizante y movilizador. Así, con la revolución, llegaría la hora

74 “Los católicos y la cosa pública. Cuentas muy ajustadas. Grandes responsabilida-

des”, en La Voz de México, febrero 5, 1903.


75 Algo similar sucedió con la Liga Católica de Sevilla, estudiada por José Leonardo

Ruiz Sánchez, que, al entrar en la lucha política activa, muchas veces tuvo que actuar “prag-
máticamente”, votando por el “mal menor” y utilizando medios caciquiles que se habían
condenado, perdiendo así sus iniciales “planteamientos regeneracionistas”. Ruiz Sánchez,
“El testimonio del voto. Elecciones y católicos en la Sevilla de la Restauración, 1901-1923”,
especialmente p. 443-444.
76 “Reliquias de la fiebre electoral”, en El Tiempo, julio 5, 1910.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 159

del relevo. “Los católicos” no tendrían ya como portavoces a La Voz y


al Tiempo, sino al Partido Católico Nacional, a El País de Trinidad
Sánchez Santos, a Eduardo J. Correa, a Carlos López Salas y a Miguel
Palomar y Vizcarra.77 No obstante, los decanos de la prensa católica
porfiriana sin duda les habían preparado el camino.

FUENTES

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77 Ceballos, op. cit., p. 279. No obstante, cabe mencionar que El Tiempo se congratuló

de los triunfos electorales de diputados antirreeleccionistas, porque éstos formarían una mi-
noría parlamentaria valiosa. Puede decirse entonces que había ya aceptado un sistema re-
presentativo plural, donde estuvieran representados intereses en pugna. “Hacia la demo-
cracia ideal”, en El Tiempo, julio 21, 1910.
160 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

RUIZ SÁNCHEZ, José-Leonardo, “El testimonio del voto. Elecciones y cató-


licos en la Sevilla de la Restauración, 1901-1923”, en Salvador Forner
(coord.), Democracia, elecciones y modernización en Europa. Siglos XIX y
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DE LA TAUROMAQUIA MEXICANA “MODERNA”, 1886-1905 1

MARÍA DEL CARMEN VÁZQUEZ M.


Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM

Los toros y sus distintas fiestas no fueron ajenos a la sociedad mexicana


a la cual le tocó celebrar la gloria de su independencia política de Espa-
ña. En 1841, un viajero describió con perspicacia las corridas de toros
como la tercera gran diversión en México, junto con las revoluciones
cotidianas de sus caudillos y los característicos terremotos.2 La histo-
ria política y social de todo el siglo XIX se refleja de manera muy pe-
culiar en los pormenores de esa tradición taurina, que sentó sus reales
desde los primeros años de la conquista y que enraizó, a lo largo de la
vida colonial, a pesar de distintas prohibiciones que intentaron miti-
garla. Los habitantes de todos los países donde hubo fiestas de toros
vieron como éstos formaban parte de un entramado que vinculaba vie-
jas y nuevas prácticas sociales, que dieron lugar a un peculiar modo
de expresión de múltiples sentimientos. En la ciudad de México hubo
toros hasta que la ley de “dotación del Fondo Municipal” del 28 de
noviembre de 1867, en su parte relativa a diversiones, estableció 3 que
las corridas no se consideraban entre las diversiones públicas permi-
tidas y por lo mismo, decía, “no se podrá dar licencia para ellas, ni
por los ayuntamientos, ni por el gobernador del Distrito Federal, en
ningún lugar del mismo”.4 Esta ley estuvo vigente casi veinte años,

1 Versión que apunta algunos de los caminos que he emprendido a propósito de una

nueva investigación sobre los toros en los distintos imaginarios mexicanos durante el siglo
XIX. Este texto fue leído y comentado por Alfredo Ávila, Erika Pani y Enrique Plasencia a
quienes agradezco sus interesantes aportaciones.
2 Mayer, México, lo que fue y lo que es, p. 85. Vino a México en calidad de secretario de la

legación norteamericana el 12 de noviembre de 1841 y estuvo aquí un año.


3 En el artículo 87.
4 Dublán y Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislati-

vas expedidas desde la independencia de la república, ordenada por los licenciados Manuel Dublán y
José María Lozano, v. 10, p. 152. El asunto de la prohibición requiere, desde mi punto de
vista, ser investigado más a fondo. Sabemos que esta ley fue secundada al año siguiente
por los estados de Puebla, Chihuahua, Jalisco, San Luis Potosí, Hidalgo y Coahuila, en los
162 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

hasta fines de 1886 cuando en el Congreso se debatió la pertinencia


de esta prohibición.5
En el Diario de los Debates puede consultarse el dictamen de esa
comisión a la que le tocó revisar el caso. Después de haber considera-
do la que llamaron “opinión general sobre el asunto”, exponían que
algunos condenaban el espectáculo “bajo un aspecto sentimental exa-
gerado” cuando, en cambio, una “gran mayoría afirmaba que en esa
clase de fiestas debía señalarse una costumbre nacional, determinada
por una afición peculiar a nuestra raza, que revela[ba] sus preceden-
tes históricos y que marca[ba] al mismo tiempo el genio e ídolo pro-
pios de nuestro pueblo”. Después de pesar las ventajas, razones e
inconvenientes de las dos opiniones, acudieron a la historia legislati-
va para asentar que las distintas prohibiciones, desde la pragmática
de Carlos III hasta la del gobierno juarista, no habían sido eficaces para
extirpar esa clase de diversiones y que se había acentuado “el ahínco”
de acudir a ellas. Estaban persuadidos de que cuando el Distrito Fe-
deral abolió en 1867 las lides de toros, no fue secundado por algunos
estados limítrofes, y para los habitantes de la capital se hizo común ir
a las plazas de las inmediaciones —sobre todo la de Huizachal que
estaba en el rancho de Los Morales y a las de Cuautitlán, Tlalnepantla,
Texcoco, Toluca, Pachuca y Puebla— “colocando al Distrito en una
posición ridícula”.
Aludieron también al lado utilitario del asunto. Había una nece-
sidad “urgente” de terminar el desagüe de la ciudad, que llamaron
“gran obra que será la gloria de la administración actual”. Conside-
raban como un deber de la cámara satisfacer cuantos fondos y ren-
tas fueran necesarios para cubrir las atenciones locales, sobre todo,
la “realización de tan anhelada mejora”. Por eso sometían a la deli-
beración de la Asamblea un proyecto de ley (de R. Rodríguez Rivera
y Tomás Reyes Retana, del 28 de noviembre de 1886) para derogar

que, junto con el Distrito Federal, se acumularon las protestas y con ellas algunas licencias
especiales para que alguna corrida se llevara a cabo. Poco tiempo después la prohibición
fue derogada salvo en la capital en la que continuó durante cuatro lustros. Véase al respec-
to, Guadalupe Monroy, “La discusión compensadora”, en “La República Restaurada. La Vida
Social”, en Historia Moderna de México, v. 3, p. 616-617.
5 Para el diputado Pimentel los toros aumentaban la comisión de delitos, mientras

Agustín Reyes Retana sostenía lo contrario. Gustavo Baz manifestó que despertaban instin-
tos salvajes. Rodríguez Rivera pidió el reconocimiento legal de las corridas de toros porque
eran una “costumbre nacional”. El diputado Romero se opuso a esto y asoció lo nacional
con los aztecas para recordar que éstos no conocieron los toros. Justo Sierra consideró que
el Código Penal consideraba faltas de tercera clase maltratar o atormentar a los animales.
Véase González Navarro, “El Porfiriato. La Vida Social”, en Historia Moderna de México,
p. 727-728.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 163

el artículo 87.6 La mayoría del Congreso decidió votar porque las co-
rridas fueran permitidas y así un decreto decía que los permisos para
esas diversiones serían concedidos en lo sucesivo por los ayuntamien-
tos de cada localidad. Agregaba que los empresarios pagarían por li-
cencia de cada corrida el 15 % del importe total de las entradas, y que
los fondos que se recaudaran en virtud de este impuesto se destina-
rían exclusivamente a la obra del desagüe.7 El año de 1887 se inaugu-
raba con el nuevo permiso. Muchos empresarios se dedicaron a la
construcción de cosos taurinos que, si bien se decía que se hacían con
elegancia, al estilo europeo y “con todas las reglas del arte”, eran re-
cintos de madera que albergaban entre 4 000 y 12 000 espectadores y
cuyas sillas eran arrendadas a las plazas por distintas personas. Se
rumoraba por entonces que “poderosas influencias” se empeñaban en
derogar la prohibición de 1867 y lo consiguieron.8
Mientras en España la fiesta de toros evolucionaba hasta hacer de
ella un “arte regido por reglas”, en México la prohibición a las “corri-
das” en 1867 le dio un sesgo peculiar a la “fiesta”. Dado que el decreto
no mencionó el jaripeo —lazar y jinetear la res—, ni al coleadero —de-
rribar a un toro en plena carrera jalándole la cola con la mano— éstos
se mezclaron con lo que quedaba de “tradición española”, muy al modo
de torear que por muchos lustros impuso en México el gaditano Ber-
nardo Gaviño.9 Cuando los diputados restablecieron las corridas de
toros, a fines de los ochenta, se había apoderado del gusto del público
capitalino mexicano una fiesta muy propia, en la que el “torero” se
lucía como buen jinete domando reses y cuacos, vestía de charro, por-
taba grueso bigote, ponía banderillas a caballo, lazaba la res, y tam-
bién la mataba a pie, de una manera distinta a como se hacía en España.
De pronto, la fiebre que despertó su reanudación, puso en juego algu-
nos capitales para construir plazas en la ciudad de México, contratos
jugosos para muchos toreros españoles que vinieron a “hacer la Améri-
ca” en nuevos cosos, y a miles de aficionados que, desde distintos ám-
bitos, manifestaron sus sentimientos de hispanofobia o hispanofilia con
relación a lo taurino. Se avivó entonces un debate entre los vicios y las
virtudes del toreo que hacían los mexicanos y el que traerían los espa-

6 Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, 13ª Legislatura Constitucional de la Unión,

1888, t. 1.
7 Apareció en el Diario Oficial el 17 de diciembre de 1886. Véase también Dublán y

Lozano, op. cit., v. 17, p. 695.


8 Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del teatro en México, 1538-1911, p. 1184.
9 Es necesario señalar que el jaripeo y el coleadero estuvieron presentes también en la

tauromaquia novohispana, e incluso llegaron a la metrópoli, como se constata en la docu-


mentación de algunas fiestas reales.
164 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ñoles, que encarnaron los lidiadores Ponciano Díaz por México y Luis
Mazzantini por España.
La fiebre de los toros convirtió a 1887 y 1888 en dos años que fue-
ron definidos como la “edad de oro” de la tauromaquia moderna en
México. Fue en esos años cuando la pugna Ponciano-Mazzantini llegó
a su punto más alto. El número de publicaciones periódicas dedica-
das a los toros en el primer año habla por sí solo: El Arte de la Lidia, El
Monosabio, La Muleta, La Banderilla, El Arte del Toreo, El Toreo, El Correo
de los Toros, El Torero, La Gaceta de los Toros.10 Según los reseñadores de
espectáculos, era la diversión en la que el público gastaba más dinero.
El “respetable” siempre gustó de escenificar batallas imaginarias, di-
vidiéndose en banderías por uno u otro matador. Se había vuelto ma-
nía del público promover rivalidades entre artistas y a veces los tore-
ros le temían más que al mismo toro. Durante muchos periodos, los
ayuntamientos tuvieron que suspender las corridas por los escánda-
los que se organizaban.
Se instauraron la reventa, los empeños en el Monte de Piedad
por adquirir a toda costa un boleto y las enormes ganancias para to-
reros, empresarios y ayuntamientos. Como algunos toreros también
eran empresarios, asociaron utilidad con beneficencia y acostumbra-
ban dar muchas funciones en pro de familias empobrecidas, de afec-
tados por un terremoto, como el que azotó a Guerrero en 1902, o por
epidemias, como la peste bubónica en Mazatlán, ocurrida durante los
primeros meses de 1903. A Enrique Olavarría le parecía increíble que
el espectáculo más bárbaro y anticivilizador —morían además un pro-
medio de diez caballos por corrida— fuera el mejor reglamentado y
en el que el público se mostraba más exigente.11 También abundaron
los duelos provocados por desavenencias en la plaza. Para 1902 los
toros sólo compartían la afluencia de gente con las tandas. Ambos se
parecían, según algunos, porque sus respectivos artistas provenían de
una baja cuna y porque en los dos espectáculos se organizaban feno-
menales camorras.
El ambiente taurino también inundó los teatros y tuvo que ver en
el asunto de la polémica Ponciano-Mazzantini. El hispanismo de la cul-
tura mexicana de algunos sectores sociales de entonces fue notable en
el ámbito del teatro.12 En 1881 se puso por primera vez en escena la

10
González Navarro, “El Porfiriato. La Vida Social”, p. 731.
11
Olavarría, op. cit., p. 1595.
12 Pani, “Cultura nacional, canon español: España, los españoles y la cultura mexicana

durante la época de Maximiliano”, p. 19. Agradezco a la autora su amabilidad por facilitar-


me su interesante artículo.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 165

ópera Carmen con música de Georges Bizet y un libreto basado en la


novela de Próspero Merimé. Llegó a ser una obra que gustaba mu-
cho al público porfiriano, y que incluía, en su última escena, una corri-
da de toros. Muy pronto se abrió un debate a favor o en contra de que
sus personajes fueran los clásicos curros y majas de las jotas, o las ver-
daderas gitanas de Sevilla. Luego polemizaron si era mejor cantada en
francés o en español. Varios toreros eran también actores y ese día se
llenaban las funciones por ver en las tablas a sus “ídolos en la arena”.13
El asunto de los toros en tanto costumbre “nacional” volvió a nom-
brarse en 1895 en la reseña del cronista de El Nacional, quien, después
de describir el frenesí que generaba en el público la pantomima de
corrida del circo Orrín, concluyó que el entusiasmo taurófilo se des-
bordaba como un torrente, pregonando la afición taurina de sus pai-
sanos, a quienes les hierve la sangre cuando se presenta un cornúpeto
de condiciones. Once mil espectadores se estremecieron cuando el
cuerno de un toro le entraba en la carne a Parrao y vieron cómo atra-
vesaba el callejón moribundo, pero tan sólo unos minutos después,
no acababa de llegar a la enfermería, cuando se escuchaba una diana
estrepitosa para Lagartijo, que acabó de consumar al toro que aquél
no pudo matar.14
Por “exquisito amor propio nacional”, muchos preferían los toros
mexicanos de Guanamé, de los que se contaban muchas anécdotas
sobre su fiereza. El Imparcial publicó, el 12 de enero de 1902, que la
estadística taurina demostraba que durante el año anterior se regis-
tró mayor número de corridas de toros en México que en España, lo
que corroboraba que la afición por los toros había llegado al mayor
auge. El mismo periódico, en 1904, ya hablaba de los toros como un
sport que, a diferencia del football y del pugilato, era el único que la
gente había aprendido a amar por sus colores vivos, por sus notas bri-
llantes, sus oros, sus elegancias, sus manifestaciones varoniles. Creía
que el público iba a admirar la única manifestación de valor y de viri-
lidad que la educación secular le había dado a conocer.15 En El Siglo
Diez y Nueve hicieron notar que después de la muerte de algún torero,
el público se sentía mayormente atraído, ya que el espectáculo se vol-
vía más interesante por la evidencia del peligro, y esto, creían, cua-
draba muy bien con la naturaleza humana.
En este breve escrito me ocupo de la polémica que enfrentó a las
dos tradiciones de toreo que estaban vigentes hacia 1880 en México, y

13 Olavarría, op. cit., p. 1203 y 1214.


14 Ibidem, p. 1678 y 2361-2362.
15 El Imparcial, 1902 y 1904.
166 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de los avatares que llevaron a su independencia y concordia, que


coincidirían con una reconciliación de algunos sectores con lo hispa-
no —representados a su vez por el discurso del poder— que traspasó
a la que sucedía en los cosos. El asunto trascendió hasta volverse una
cuestión asociada con el patriotismo, que se escenificó en escaramu-
zas en la plaza de toros, en algunas calles de la ciudad de México, en
la prensa, en varias pulquerías y, entre otras cosas, en muchos imagi-
narios públicos y privados que dieron pie a acaloradas conversacio-
nes. También, como siempre, existieron los opositores a las corridas
que no dejaron de hacer proselitismo y que tomaron banderas en fa-
vor de los animales y de la “civilidad”. Para conocer los pormenores
de aquel momento crítico es necesario recuperar brevemente la vida de
dos toreros, uno mexicano y otro español, y el ambiente taurino que
hizo posible que fueran los protagonistas principales de esa historia,
que sería clave en la necesaria definición de lo propio de las charreadas
y de las corridas a la española.

Ponciano Díaz y Luis Mazzantini, dos maneras


de ser ídolo “popular”

Como bien señaló Manuel Horta, la mejor biografía de Ponciano Díaz


hay que buscarla en el corrido popular.16 A partir de la Historia del
toreo en México, de don Domingo Ibarra (1887), se ha repetido que des-
de que usaba pañales “comenzó a ver de cerca a los toros”, pues su
padre lo tomaba como si fuera “cobija de torear y lo presentaba al
toro”. Ponciano creció entre cornúpetas y faenas del campo. Le tocó
nacer en Atenco, una de las haciendas ganaderas más prestigiadas de
México, que mantenía su fama desde la época colonial.17 Eran comen-
tados sus jaripeos y coleaderos y a ella iban los toreros que escogían
ganado para sus corridas en las que gustaban el valor y habilidad de
Ponciano. En los corridos se rememora desde sus orígenes hasta su
muerte, pero sobre todo lo pintan como un charro “de primera” que
demostraba mucho valor frente a los astados. Incluso le adaptaron
romancillos españoles que se cantaban antes de que él naciera.18 Muy
joven formó parte de la cuadrilla del célebre Bernardo Gaviño quien

16Horta, Ponciano Díaz (Silueta de un torero de ayer), p. 44.


17La hacienda pertenecía al Estado de México. Ponciano nació un 19 de noviembre de
1858. Sus padres fueron el caporal de la hacienda, Guadalupe Díaz González (apodado El
Caudillo), y María de Jesús Salinas.
18 De Maria y Campos, Ponciano, el torero con bigotes, p. 69.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 167

vio, antes de morir corneado, en 1886, que Ponciano se había conver-


tido en un verdadero ídolo popular que llenaba los carteles de ferias,
fiestas de patrón y nuevas plazas.19 Para Gaviño también hubo versos
y la leyenda se nutrió con lo sucedido en la corrida que organizó
Ponciano, en la plaza de Huizachal, para recolectar fondos para la fa-
milia de don Bernardo, porque fueron exhibidos al público su retrato,
la cabeza del toro de Ayala que le dio muerte, el traje azul con abalo-
rios negros que portara la última vez que toreó y un estoque que usó
en algunas ocasiones y que se decía que había pertenecido al célebre
creador de la tauromaquia española, Pepe-Hillo.20
Unos dicen que el torero español Luis Mazzantini nació en
Elgoíbar, Guipúzcoa, aunque no falta quien afirma que en Italia. Era
hijo de madre vascongada y de un italiano que había sido un ardiente
garibaldino.21 Nació en 1856 (dos años antes que Ponciano) y su in-
fancia y juventud transcurrieron en muchas ciudades de España y de
Italia, hasta que, finalmente, la familia sentó pie en Roma, donde es-
tudió con los escolapios. Cuando en España fue proclamado rey
Amadeo de Saboya, Luis Mazzantini regresó a Madrid con esa corte,
como el secretario particular del jefe de las caballerizas reales. En Es-
paña se hizo bachiller en artes y obtuvo un trabajo en los Ferrocarriles
de Mediodía como telegrafista. Al mismo tiempo quiso ser cantante de
ópera pero, desencantado, se decidió por el toreo. Esto lo asocian, sus
distintos biógrafos, con el hecho de que pasaba por una estrechez eco-
nómica y con que sabía que eran las dos profesiones que por entonces
hacían ganar más dinero.
Además de en los corridos y los versos, la fama de Ponciano co-
rrió en la tinta de muchos periódicos, haciéndose notar la primera pu-
blicación dedicada en México expresamente a temas taurinos que se
llamó El Arte de la Lidia y cuyo primer número apareció en noviembre
de 1884, editado nada menos que por Julio Bonilla, el representante de
Ponciano Díaz. Quienes lo vieron torear entonces describen su atuendo
como el de un típico charro: chaqueta de astracán con alamares de seda,
camisa encarrujada, banda de seda negra, pantalonera ajustada que
adornaba con una doble hilera de botones enlazados por cadenillas, cor-
bata de color claro anudada en forma de lazo y zapatones de color ama-
rillo de piel de gamuza.22 Todos coinciden en que, aunque mataba al

19 Ibidem, p. 98.
20 De Maria y Campos, Los toros en México en el siglo XIX (1810-1863), Reportazgo retros-
pectivo de exploración y aventura, p. 97-98.
21 El padre, José Mazzantini; la madre, Bonifacia Eguía.
22 Descripción del historiador potosino Roque Solares Tacubac recogida por De Maria

y Campos, op. cit., p. 84.


168 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

toro sin torearlo de muleta, montado a caballo demostraba arrogan-


cia, maestría y gran belleza. También quedaron grabados sus sedosos
y característicos bigotes que, por lo demás, no era el único torero mexi-
cano que los usaba.23 Por entonces, los toreros españoles que llegaban
a presentarse en los estados de la República —como el Chiclanero, el
Americano o Rebujina— no alcanzaron a opacar la buena fama de
Ponciano. Éste mataba los toros con un “bajonazo” —la estocada que
se da en el cuello de la res que provoca la muerte enseguida por atra-
vesar los pulmones— 24 que producía gran hemorragia, y que “el res-
petable” demandaba y aplaudía con reconocimiento.
Por su parte Mazzantini, antes de recibir la alternativa en 1884 de
manos del famoso Frascuelo, había sido torero de mojigangas. Dos
años después, si bien no era bueno con el capote, ya era reconocido
porque mataba al toro con elegancia y soltura con auténticos volapiés.
El volapié era la estocada en la que el torero iba al encuentro de un
astado que permanecía quieto y cuadrado. La estocada tenía distintos
nombres que dependían del sitio en que se clavara, de su dirección y
de su profundidad: atravesada, baja, caída, contraria, corta, delante-
ra, honda, ida, pasada, sobrada, tendida y trasera. La estocada baja
era lo mismo que el “bajonazo”, esto es, la que se daba en el cuello de
la res.25 Para entonces, en España se había hecho más común la que se
clavaba en la parte alta del toro, que se nombraba los rubios, o centro
de las agujas.26 Volviendo a Mazzantini, éste fue acusado de estar aso-
ciado a la masonería y dijeron que por eso decidió salir a torear al
continente americano, para que en España se olvidaran del asunto. Sin
embargo esto no empañó que fuera tan popular que puso de moda,
en su país, las corbatas y los bastones a la “Mazzantini”.

La muerte del toro, asunto de identidad

El público arrojaba naranjas o jarros de pulque al torero español que


matara al toro al estilo hispano y no como Ponciano. Así lo tuvo que
hacer José Machío quien alternó en una ocasión con el torero mexicano.
Por eso cuando volvió a México para presentarse en Tlalnepantla, en

23Por ejemplo los de Lino Zamora y de Nolasco Acosta, que incluía a toda su cuadrilla.
24Vocabulario taurómaco, o sea, colección de las voces y frases empleadas en el arte
del toreo con su explicación correspondiente, por Leopoldo Vázquez Rodríguez, con unos
breves apuntes sobre los espadas, banderilleros y picadores más conocidos.
25 Ibidem.
26 Ibidem. El sitio se conoce con varios nombres : cruz, péndolas, rubios, agujas, o más

comúnmente morillo, como se le llama en nuestros días.


CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 169

enero de 1886, se anunció de la siguiente manera : “El capitán José


Machío, único de alternativa en España, matará dos toros al estilo es-
pañol con estocadas altas y dejando el estoque, y a los otros dos al
estilo del país, con estocadas de mete y saca.” Diez meses después ya
se atrevía a anunciar sus corridas suplicándole al público que se fijara
“en el lugar preciso de cada estocada”.27
Aficionados y prensa, tomaron parte en el debate sobre la llama-
da “suerte suprema”. Empezó a gestarse un movimiento “poncianista”,
pero también surgieron los que querían que ya cambiara el estilo de
torear de los nacionales. Para entonces se había hecho muy común un
vocabulario taurino mexicano, como el “capeo azotado”, los “recortes
a la media luna”, los “quiebros al costado” y las “verónicas con revo-
loteos”.28 Cuando se presentó la hispana cuadrilla de Mateíto, a fines
de 1886, la prensa se burló de sus trajes de “curros”, dignos, se dijo,
de los anuncios de las “cajas de pasas de Málaga”, y El Arte de la Lidia,
como un verdadero difusor nacionalista de Ponciano, sentenció que
en México no agradaba ese toreo, mientras El Diario del Hogar difun-
dió la idea de que ninguno de los toreros españoles que habían veni-
do a la ciudad de México, en los últimos meses, estaba a la altura de
Ponciano Díaz.29 Sin embargo, fue el mismo lidiador mexicano el que
decidió aprender la suerte de matar como los españoles, y en sus si-
guientes presentaciones inauguró un espectáculo híbrido, ya que usa-
ría el traje español, aunque se cambiaba al atuendo charro para poner
banderillas desde el caballo.
Desde el mismo enero de ese año de 1887 la prensa empezó a di-
fundir que muy pronto vendría a México el célebre torero español Luis
Mazzantini, mejor conocido como “el rey del volapié” y quien, por
entonces, se encontraba en La Habana.30 Así como se narraban todo
tipo de anécdotas de Ponciano, empezó a suceder lo mismo con la vida
de Mazzantini. Un periódico propuso que el vagón de ferrocarril que
lo trajera desde Veracruz fuera adornado con alfombras, espejos, cor-
tinas y lazos tricolores. El público mexicano se conmovió con la his-
toria de que en Cuba había encontrado a su “tío de América”, un
hermano de su madre que se daba por muerto y que era un peón de
cercas en una finca de campo. Se lo presentaron en el hotel Inglaterra
—el viejo vestía con sombrero de yarey, guayabera cubana y alparga-
tas de Vizcaya— y “al instante” Mazzantini reconoció en él los rasgos

27 De Maria y Campos, op. cit., p. 104-105.


28 Horta, op. cit., p. 43.
29 Ibidem, p. 107.
30 El Tiempo, 11 de enero de 1887, y Le Trait-d’Union, 13 de enero de 1887.
170 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de su madre; le compró ropa, le dio dinero para que regresara a Espa-


ña y le asignó una pensión.31 Otro de los rumores de esos días decía
que cuando Mazzantini viniera a torear a Puebla en febrero, recibiría
un reto de Ponciano Díaz, quien lo desafiaría para que ambos “traba-
jaran” en la capital, haciendo una apuesta que iba a ganar el que diera
muerte a los toros con mayor destreza y el vencido debería declarar
vencedor a su contrario.32 Sin duda, fue la prensa la que contribuyó a
dar cuerpo a este imaginario desafío, que despertó la atención del pú-
blico y lo involucró en esos acontecimientos. Como Mazzantini sólo
había sido contratado en Puebla, el empresario abrió con permiso del
gobierno del Distrito una oficina de boletos en la ciudad de México y
se anunciaron trenes que llevarían expresamente a la gente al espec-
táculo, además de que los hoteles poblanos ofrecieron que podrían alo-
jar a más de 4 000 huéspedes. El cartel fue muy claro en subrayar que
torearía astados mexicanos de la ganadería de San Diego de los Pa-
dres, que serían “picados, rejoneados y matados al estilo clásico de
España”.
En 1887, el domingo 20 de febrero, se inauguró la primera plaza
llamada de San Rafael, en la Colonia de los Arquitectos. Ese día parti-
cipó Ponciano con su cuadrilla, todos con trajes nuevos y capas bor-
dadas, aunque él volvía a su tradicional atuendo charro para ejecutar
ciertos lances. El miércoles siguiente volvió a presentarse y la prensa
dijo que en ambas corridas había estado “desgraciadísimo”. A los que
defendían el toreo español, como el cronista de El Tiempo, les pareció
que en la primera sólo dio una estocada de acuerdo a las reglas del
arte y que en la segunda “degolló” a los seis toros. El mismo periódi-
co informó pocos días después que “el querido y popular” Ponciano
Díaz no iba a torear en San Rafael el domingo 29 porque, al parecer,
no le habían pagado lo que le debían de toros, caballos, cuadrillas y
trabajo suyo en las corridas anteriores.
Cuando Luis Mazzantini se presentó en Puebla a fines de febrero
de 1887 tenía 31 años y, desde esa vez, se repitió siempre en crónicas y
conversaciones que era garboso y elegante, alto, robusto, blanco, y ga-
lante con el toro como podía serlo un caballero con su dama. Los hispa-
nófilos alabaron además su ropa bordada en oro y decían que “hasta
los ignorantes podían apreciar en todo ello el verdadero arte”.33 En esa
primera ocasión, Mazzantini brindó sus toros a Ponciano Díaz —quien
había ido a ver la corrida—, al pueblo de México, a las damas mexicanas,

31 El Tiempo, 28 de enero de 1887.


32 Ibidem, 10 de febrero de 1887.
33 Ibidem, 1º de marzo de 1887.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 171

a la unión y al progreso de las naciones de la raza latina, al gobernador


poblano y al ministro español. Entre corrida y corrida tenía días libres
por lo que decidió viajar a la ciudad de México. Distinguidos miem-
bros del Jockey Club estaban en la estación para recibirlo y escoltarlo
hasta el Hotel Jardín. La colonia española se encargó de hacerle un
recibimiento y una estancia muy agasajados y los mexicanos vieron
con asombro cómo, por primera vez en la larga historia de la tauro-
maquia, los ricos y en general todos los que se autonombraban “gente
de bien” querían invitar a sus casas a un torero y se preciaban de su
amistad. De regreso en Puebla, sus partidarios admiraban su “valor
admirable” y sus soberbias estocadas de volapié, pero la mayoría no
dudó en señalar la verdad. El ganado era malo, Mazzantini fue revol-
cado dos veces, manejó mal la espada y el público se disgustó sintien-
do que lo habían robado. Los aficionados de la capital llegaron a la
conclusión de que no era necesario caminar tantas leguas y hacer gas-
tos fuertes para ver corridas malas.34 Aunque tenía un contrato exclu-
sivo para torear en la capital poblana —en la que se compró un traje
completo de charro—, en México se arregló una esperada corrida para
el miércoles 16 de marzo.

La patria en manos de toreros

En esa corrida de expectación, convivieron los trajes charros, que se


vieron por todas partes, con las mantillas españolas que las damas de
sociedad lucieron en las lumbreras. Sin embargo, la fiesta acabó en
escándalo. Hasta los mazzantinistas reconocieron que la cólera del pú-
blico de la capital fue justa porque se repitió la situación vivida en
Puebla. Adentro de la plaza, no solamente protestaron los espectado-
res contra los abusos de la empresa de San Rafael: nueve pesos por
entrada a sombra. También muchos chiflaron desde que apareció la
cuadrilla. Según la crónica de El Diario del Hogar, no sólo fueron malos
los toros sino también los toreros. La gente empezó a destrozar las
sillas de madera y a aventarlas al redondel. Afuera del coso y por toda
la calzada se oyeron bastantes “mueras” a Mazzantini y al empresario,
contrastados con fuertes “vivas” a Ponciano Díaz. El rumor era que
Mazzantini había recibido dos pedradas, y que su hermano Tomás, ban-
derillero de su cuadrilla, resultó lastimado. Según El Tiempo, ese día
se instaló desde temprano afuera de la plaza una “turbamulta” exalta-
da por el pulque y la tolerancia de la policía, que recibió a la cuadrilla

34 El Nacional, 9 de marzo de 1887.


172 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

con insultos. Estaban seguros de que los escándalos no los organiza-


ron los que asistieron a los toros, sino los que se estacionaron en las
pulquerías inmediatas a la plaza, que además gritaron “mueras” a los
españoles y a España y citaron a uno que llamaron “pelado”, que decía
que él “tenía mucho amor patrio” y a otro de a caballo, que iba junto a
la carretela abierta de Mazzantini haciendo ondas con la reata para
lazarlo. A los redactores de ese diario católico les parecía que esos suce-
sos eran el preludio de acontecimientos mayores y pontificaron que si
esos fueran los defensores de la Patria en día de peligro, pobre de ella.35
En El Diario del Hogar, dirigido por Filomeno Barraza, los redactores con-
sideraron que El Tiempo había insultado al pueblo y eran sus enemigos,
un pueblo, dijeron, que era la base en la que descansaban los industria-
les, los acaudalados y los clérigos que lo esquilmaban. Sentían que que-
daran resabios de una antigua antipatía por los españoles y creían que
no tenían ninguna significación los gritos contra ellos, porque los miem-
bros honrados de la colonia ibera sabían muy bien que ya se estaba ex-
tinguiendo esa enemistad y que quienes lo merecían eran estimados.
Ante esta respuesta, hubo un artículo más de El Tiempo, que dirigía
Victoriano Agüeros, en el cual acusaron a El Diario del Hogar de de-
fender a la canalla tomándola por pueblo. Recordaron que se habían
referido a los rateros, a los viciosos, que se conocían como léperos o
pelados, porque para ellos el verdadero pueblo era la mayoría que vi-
vía del trabajo y tenía una idea más elevada del patriotismo, sin con-
fundirlo con la patriotería. Para ellos, esos léperos habían insultado a
una nación amiga y a huéspedes pacíficos.36
El suceso conmovió hondamente a México. Se rumoró que Ma-
zzantini había decidido no cobrar ese día su sueldo, y El Nacional refi-
rió muy detalladamente el tumulto, sosteniendo que fue tan solemne,
que no se tenía memoria de otro semejante. Dieron cuenta de señoras
desmayadas, de una calzada que estaba llena de pueblo y de tropa,
de un piquete de caballería que dio una carga sobre la gente, que arrojó
a las zanjas a muchas personas y atropelló a algunas señoritas, y de
que el desorden continuó hasta avanzadas horas de la noche por va-
rias calles de la ciudad. Mazzantini y su cuadrilla tuvieron que tomar
esa misma tarde con prisa el ferrocarril con rumbo a los Estados Uni-
dos, sin tener tiempo de cambiarse el traje de toreros.37 El tema del
día eran los toros, y el debate entre Ponciano y Mazzantini inundó a
los capitalinos. Se volvió un asunto de clase social: la media y la alta

35 El Tiempo, 19 y 22 de marzo de 1887.


36 El Diario del Hogar, 20 de marzo de 1887 y El Tiempo, 23 de marzo.
37 El Nacional, 18 de marzo de 1887.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 173

estaban por el segundo y la baja por el primero. El Pabellón Español


negó que Mazzantini hubiera sido apedreado, aunque dijo que había
sido herido en su amor propio y en sus sentimientos nacionales, junto
con todos los hispanos que oyeron esos gritos. Agregó que Mazzantini
les había dicho que no pensaba volver para el otoño y que se iba triste
porque la primera silla la tiró al redondel “un hombre vestido de per-
sona decente”.38 Mientras Mazzantini llegaba a Nueva York para em-
barcarse con rumbo a Europa, Ponciano Díaz publicó varias cartas en
los periódicos deslindándose de los escándalos. Dijo que si el afecto
popular de algunos los obligaba a mezclar su nombre en un grito de
entusiasmo, eso no significaba que él hubiera tomado parte en ello.
Recordó que había sido muy amigo del torero español Bernardo
Gaviño al que el público mexicano quiso mucho, y dado que él había
visto a México como su patria, iba a respetar con su memoria la tierra
donde nació y a sus compatriotas toreros.39 Pocos días después un gru-
po de toreros españoles iba caminando por una de las calles principa-
les de la capital cuando se cruzó con un grupo que El Monitor Republi-
cano llamó de “ciudadanos mexicanos” que gritó a los hispanos: “¡Viva
Ponciano Díaz!”, “¡Viva!” les contestaron; “¡Muera Mazzantini!”,
“¡Muera!”, repitieron. Sin embargo, no estuvieron dispuestos a secun-
dar el “¡Muera España!”, e inmediatamente sacaron sus “revolvers” y
sus navajas y, a punto de organizarse una batalla, llegó la policía a
interrumpirla. Para los redactores de El Monitor Republicano, se había
tratado de un asunto trivial que no debía mezclarse con el nombre
elevado de la culta España.40

El toreo mestizo y el toreo a la española

En una misma tarde de abril de 1887, se estrenaron dos plazas de to-


ros: la del Paseo, que estaba junto a la alberca Blasio, y la de Colón,
enfrente de la alberca Pane. En ambos cosos se impuso el estilo español
y si bien Ponciano alternó ahí en algunas ocasiones prefirió dedicarse a
recorrer los estados de la República, donde su fama se sostuvo por
sus éxitos, que le permitieron, por entonces, formar un capital que
se estimó en 30 000 pesos. Todos los cronistas de ese tiempo refieren
que el gusto por los toros era tal, que también se convirtió en el juego
favorito de los niños. A su vez, Juan Corona organizó una compañía

38 Citado por El Tiempo, 23 de marzo de 1887.


39 Ibidem, 30 de marzo de 1887.
40 El Monitor Republicano, 22 de marzo de 1887.
174 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

infantil de toreros en su pequeña plaza del puente de Jamaica, que


ofreció varias funciones al público.41 Trascendió en la prensa que Luis
Mazzantini, junto con toda su cuadrilla, entró en Madrid portando
sombreros de charro mexicano, los que causaron mucho agrado en el
público. Lo que algunos consideraban “vieja enemistad ya superada
con lo hispano” tal vez no lo era tanto. El asunto no sólo tenía como
protagonistas a las llamadas clases bajas de la sociedad mexicana. La
honra también se vio ofendida en un incidente en el Casino Español,
en el que el mismo ministro ibero Becerra Armesto se vio enfrascado
en un duelo. Por esto y por los agravios contra su país causados el día
que Mazzantini se presentó en la ciudad de México, los miembros del
Jockey Club ofrecieron al ministro un banquete en el que abundaron
los brindis relativos a los lazos de amistad entre los dos países. Espa-
ña aparecía en boca de los elegantes mexicanos como la “madre que-
rida de México que con vocación verdaderamente maternal arrancó
de su seno a sus hijos más distinguidos para enviárnoslos”, y los indí-
genas como el núcleo de la nacionalidad mexicana, y ahí estaban
Cuauhtémoc y Juárez para demostrarlo.42
Aunque Mazzantini había prometido no volver, para el mes de
diciembre del mismo 1887 ya estaba de regreso para torear en la capi-
tal, mandando al olvido, según escribió Olavarría, las heridas que re-
cibió su amor propio durante su anterior estadía en tierra mexicana.43
Esta vez quiso traer con él toros españoles, que alternarían con los
mexicanos en sus presentaciones. En la estación de Buenavista, la mul-
titud, que lo recibió calurosamente, no pudo impedir que se mezcla-
ran muchos que profirieron silbidos y mueras. En El Tiempo se dijo
que las mercerías de la ciudad habían vendido cuantos silbatos tenían
y que además había personas que los repartían gratis, con objeto de
recibir a Mazzantini y su cuadrilla en la plaza.44 Este periódico habló
de un complot organizado por muchos que se creían inspirados de
patriotismo. El polémico torero español mandó una carta a algunos
diarios en la que decía que, la última vez que había estado acá, se le
imputaron frases desatentas hacia los mexicanos.45 Señaló que había
olvidado el “acto que realizaron algunos ilusos”, por las deferencias de
que fue objeto por parte de las distinguidas personas de la buena socie-
dad, y que ahora se sometía al fallo del público para hacerse digno de
su cariño y de sus aplausos.

41 El Tiempo, 25 de abril de 1887.


42 El Nacional, 14 de mayo de 1887.
43 Olavarría, op. cit., p. 1205-1206.
44 El Tiempo, 11 de diciembre de 1887.
45 Se le atribuye haber dicho : “De esta tierra, ni el polvo.”
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 175

Su primera corrida transcurrió sin pena ni gloria y, hábil político,


en la segunda brindó un toro a los espectadores de sol, y sus palabras
se oyeron en todo el coso por su potente voz de tenor : “Por la unión
de México y España y por sus toreros”. Las cuadrillas estuvieron mal,
como mal estuvo también el ganado, menos un toro mexicano. Al sa-
lir de la plaza, y durante su trayecto al hotel Gillow, recibió bastantes
pedradas, a pesar de que su coche iba escoltado por una sección de la
gendarmería montada, pero llamó la atención la fuerte presencia de
servidores del orden que contuvieron a los gozosos atacantes. Al lle-
gar al Caballito, en Bucareli, lo esperaban más piedras, por lo que la
escolta tuvo necesidad de dar una carga. Según El Monitor del Pueblo,
la policía detuvo a muchas personas que fueron deportadas a Yucatán,
lo que no impidió que afuera del hotel, y según El Partido Liberal, se
aglomerara el populacho a gritarle mueras a su gusto. Varios grupos
siguieron en combates callejeros en las calles de San José del Real y
Cinco de Mayo hasta que se disolvieron como a las siete de la tarde.
Reportaron que fueron 18 los presos.46
Mazzantini estaba seguro de que muy pronto los mexicanos lo ten-
drían por su mejor amigo, aunque tirios y troyanos confesaban que
no se le había visto nada que no saliera de lo vulgar. Sin embargo, se
convirtió en el héroe del día, del que se contaban episodios casi nove-
lescos.47 Se acercó mucho más a la gente que ya lo quería, al aceptar,
en varias ocasiones, algún papel como actor de comedia, que llenó los
teatros sólo por ver su porte gracioso y elegante, aunque hasta sus
amigos, si bien lo llamaron “Sol en Tauro”, reconocieron que no era
muy buen comediante.48 Olavarría y Ferrari creía que México no iba a
olvidar que se presentó como actor en la función a beneficio de un
artista mexicano. Porfirio Díaz y su esposa fueron a verlo la segunda
vez que pisó los escenarios en la obra El noveno mandamiento, que se
hizo a beneficio del Asilo. La excitación de los primeros días ya se ha-
bía calmado y “los que errando la senda del patriotismo reclamaban
que el verdadero arte del toreo era el de México, y Ponciano su profe-
ta”, se iban convenciendo de que se trataba de un espectáculo genui-
namente español, que debía jugarse a la española. Ahora mucha gente
iba por el gusto de verlo salir del hotel Gillow a gran trote montado
en su victoria escoltado por gendarmes de a caballo.49
Por esos días, en La Paz Pública dijeron que Ponciano Díaz era cada
vez más querido por su conducta y por sus nobles miras, y alabaron
46 Citado por Olavarría y Ferrari, op. cit., p. 1206.
47 Ibidem, p. 1207.
48 El Tiempo, 14, 15, 18, 20 y 25 de diciembre de 1887.
49 Olavarría, op. cit., p. 1208.
176 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

que fuera estudioso, honrado, trabajador y que se dedicara a lograr la


felicidad de la mujer que le dio el ser. Fue anunciado que pronto se iba
a inaugurar una plaza de toros de su propiedad y que le había costado
60 000 pesos fuertes. Antes de esto fue estrenada la plaza del Coliseo, y
ya la prensa da cuenta de que los cosos no se llenaban por la abundan-
cia de redondeles taurinos, aunque los pobres empeñaban sus prendas
los sábados y domingos para poder asistir. Muchos llamaron “locura
de los toros” a lo que estaba sucediendo en la sociedad mexicana, e in-
terpretaron la pugna Ponciano-Mazzantini como “el segundo cisma de
occidente”. Los mazzantinistas llamaban “el indio” a Ponciano y lo con-
trastaban con su héroe que siempre aparecía como todo un caballero.
En La Patria dijeron que Mazzantini se distinguía de los toreros como
el aceite del agua, porque no usaba chaquetillas de chulo, ni andaba
por la calle con su coleta, ni se llenaba de chácharas de oro y de vidrios
en los dedos, ni tenía aire de matón, como tantos otros que inundaban
las calles de Plateros y San Francisco. Alabaron que tuviera facilidad
de palabra, que fuera un excelente hijo y amoroso con su familia y lo
vieron como un Montecristo, de Dumas, por cómo gastaba el dinero,
por sus espléndidas propinas y porque hacía muchas caridades. Unas
lavanderas decidieron jugar al toro, una llamándose Ponciana y otra
Mazzantina y, según un periódico, las partidarias de ambas acabaron
por desgreñarse.50 Ante esto el Ayuntamiento se hacía de la vista gor-
da, pues sólo ese año y por concepto de corridas, tuvo una entrada
bruta de más de 400 000 pesos.
Mazzantini seguía fracasando en todas sus presentaciones, pero
no dejaba de cobrar muy bien en cada una de ellas. Para su corrida de
beneficio,51 que fue el domingo 8 de enero de 1888 en la plaza Colón,
estuvo un poco mejor y le arrojaron sombreros, puros y hasta relojes
con cadena de oro. Brindó la estocada del quinto de la tarde a Ponciano
Díaz que estaba presente vestido de charro y, después de la suerte, el
mexicano bajó al redondel donde se dieron un largo abrazo y según
los presentes el entusiasmo de la concurrencia fue desbordante. Al día
siguiente fueron largas las filas de pobres de solemnidad y de otros
muchos que lo fingieron, para pedir una limosna a Mazzantini, quien
decían, con exageración, casi invierte toda su ganancia en socorrerlos.
Además ofreció a la cárcel de Belén, al asilo de mendigos, al hospital
español, al hospital de San Andrés y al batallón que dio la guardia en

50El Tiempo, 25 de diciembre de 1887.


51Era común en el mundo artístico y en el de los toros que actores, toreros y empresa-
rios tuvieran una función que se llamaba de “beneficio”, en la que las ganancias eran para
ellos.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 177

la plaza ese día, la carne de los siete toros que mató. Las cabezas de
los bichos las obsequió a distinguidos miembros de la sociedad mexi-
cana y las moñas elegantes que los adornaban a la esposa de Porfirio
Díaz y a otras señoras de postín.52 En el teatro Arbeu se estrenó el
sainete en un acto Ponciano y Mazzantini 53 —con letra de Juan A.
Mateos y música de José Austri. El Pabellón Español hizo días des-
pués la crónica del sainete o zarzuela que, dijo, pretendía que entre
México y España había un espíritu de conciliación y que eran acci-
dentales las escisiones que el toreo producía. Mateos quiso demos-
trar, con esa obra, que aunque se tuvieran distintas apreciaciones
sobre la fiesta de toros, esto no debía molestar la armonía de dos
pueblos hermanos.54
Por esos días se anunció el estreno de la plaza de Bucareli que era
propiedad de Ponciano Díaz. El músico Inclán compuso una marcha
llamada Ponciano que se repartió en papeletas para que todo el públi-
co la entonara a los acordes de la banda militar. El torero mexicano
fue colmado de obsequios 55 y una niña le puso en la frente una coro-
na de laureles, con él arrodillado mientras por todo el coso volaban
flores y palomas. Arriba del palco principal había una bandera blanca
y roja que tenía grabada la figura de un toro y sobresalía en el conjun-
to la famosa cabeza del astado de Ayala, que había cogido de muerte
a Bernardo Gaviño. Ponciano vistió a la usanza española con un terno
morado y oro que le regaló el torero hispano Diego Prieto, alias Cua-
tro Dedos, y que mereció bastantes críticas de los puristas, porque se
puso una faja color de rosa que le llegaba a los cuadriles,56 pero se
cambió a su habitual atuendo charro para poner elegantes banderillas
a caballo. El primer toro lo brindó a sus dos únicos amores: su patria
y su madre, y demostró que sabía matar como lo hacían los españo-
les. A la mitad de la corrida, un niño vestido de general, otro de indio
zacapoaxtla y una niña de china poblana le ofrecieron los regalos. Des-
pués cruzaron el pecho de Ponciano con una lujosa banda tricolor

52 El Nacional, 13 de enero de 1888, y El Tiempo, 15 enero de 1888.


53 Los partidarios del torero español dicen que se llamaba Mazzantini y Ponciano.
54 El día del estreno asistió Mazzantini cuando le avisaron por telegrama que su com-

patriota el banderillero Juan Romero, alias Saleri, haciendo un salto de garrocha sobre el
toro, había muerto cornado en la ciudad de Puebla, por lo que, “después de verter algunas
lágrimas”, abandonó la función y ofreció una corrida de beneficio para la familia del infor-
tunado.
55 Entre otros: una banda tricolor con fleco de oro; una cartera de piel de Rusia; un

fistol de oro con brillantes y rubíes; una manifestación impresa en seda con letras de oro;
dos coronas de laurel; una pistola colt con incrustaciones de oro y plata; una espada y un
cuadro con el retrato del diestro e infinidad de ramos de flores artificiales.
56 Citado por De Maria y Campos, op. cit., p. 154.
178 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

como la que usaban los presidentes.57 Al día siguiente, la casa del dies-
tro mexicano también se vio atiborrada de mendigos a quienes les
repartió una buena suma de dinero. Alguna prensa pidió que fueran cas-
tigados, porque muchos de ellos eran viciosos que aprovechaban cual-
quier oportunidad para sacar dinero. Se había dicho que Mazzantini
iba a suspender su corrida en la plaza Colón para asistir a la inaugu-
ración de la de Ponciano —como éste, que cambió la fecha de apertura
para no afectar el beneficio de Mazzantini— pero no lo hizo, quizá por-
que a su corrida asistió Porfirio Díaz, y en uno de sus brindis deseó
“que hubiera mucha suerte en otra plaza”. El que se consideró el “bau-
tizo” de Bucareli fue cinco días después, y sí contó con la presencia de
Mazzantini, vestido con sombrero jarano y pantaloneras, en una fies-
ta mexicana en la que hubo jaripeo y coleadero de los cornúpetas y la
presencia de muchos reconocidos charros. El español coleó una res e
intentó, sin éxito, hacer algunas faenas desde el caballo. Según Olavarría,
Ponciano y Mazzantini, al centro de la plaza, se abrazaron de nuevo y
entre mil y tantas galanterías chocaron sus copas de champagne y be-
bieron a su respectiva salud y a la de España y México, en medio del
frenético entusiasmo de la concurrencia.58
Antes de despedirse del público de la capital, Mazzantini se pre-
sentó en Orizaba, desde donde protestó porque la empresa del teatro
principal usó su nombre para atraer público en un supuesto beneficio
a la familia del banderillero español Juan Romero (Saleri) muerto por
un toro en Puebla. Para mucha gente esto fue un desaire a los actores
mexicanos y, de paso, una ofensa a México y lo criticaron en El Arle-
quín y El Partido Liberal, diciendo que aquí “se había saciado su ham-
bre”. Mazzantini mandó un remitido a varios periódicos, en el que
subrayaba que era incapaz de desacreditar a un país que lo había
albergado por segunda vez y que, aunque él no había padecido el mal-
comer, aquí se habían premiado con creces sus esfuerzos.59 Para con-
graciarse con el público de comedias, aceptó formar parte como actor
en el beneficio de la actriz Carmen Alentorn. En su corrida de des-
pedida del domingo 19 de febrero brindó un toro al doctor Rafael
Lavista quien correspondió a Mazzantini con uno de los anillos que
llevaba, que los rumores hicieron valer casi 600 pesos. Por su parte
Ponciano terminó la temporada en Bucareli —en una de cuyas corri-
das fue herido por un toro— y su público le dedicó a Mazzantini unos
versillos de despedida, en los que decían que no lo extrañaban, y para

57 González Navarro, op. cit., p. 736.


58 Olavarría, op. cit., p. 1214.
59 El Tiempo, 24 de febrero de 1888.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 179

hacer rima con la palabra redondeles, declaraban que su fama más


bien había andado en los burdeles, mientras alababan a un Ponciano
que vivía con su mamá y que dedicaba su tiempo libre a estudiar es-
grima e idiomas.60
Para el año de 1889 se negoció la presentación de Ponciano Díaz
en Madrid. Él decidió ir allá a tomar la alternativa y aclaró que iba a
aprender las suertes españolas, y para mostrar las mexicanas, pero que
no aceptaría contratos como espada. Sin duda, su fama había trascen-
dido y se le esperaba con expectativa. Llamó la atención desde el día
siguiente de su llegada porque, con un elegantísimo vestido charro,
salió a caballo con toda su cuadrilla de picadores por el paseo de La
Castellana. Lo que no podían soportar los aficionados de Madrid era
su bigote. Le pidieron de muchas formas que lo rasurara para tomar
la alternativa a lo que férreamente se opuso. Para un comentarista de
prensa se trataba de una cuestión política entre los tradicionalistas que
querían que se afeitara y los progresistas que respetaban la libertad.
Sin embargo, argumentó que la “voluntad nacional” pedía lo primero
y él debía entregar su cabeza al barbero antes que al público. Ponciano
aceptó matar a volapié y vestirse de torero, pero nunca transigió en el
asunto del mostacho. Primero se presentó como caballista con enor-
me éxito y, como era de esperarse, cuando tomó la alternativa, no con-
venció su toreo a la española. Sin embargo, hasta el mismo Frascuelo,
que lo doctoró y que lo había despreciado al conocerlo, quedó des-
lumbrado porque mató con una tremenda estocada a volapié a un di-
fícil toro que no quería salir de tablas hacia los medios del ruedo. El
público madrileño le brindó una merecida ovación y la prensa dijo
que donde quiera que se presentaran, los charros mexicanos se iban a
ganar las palmas, pero creía que a la larga iba a vencer el estilo es-
pañol que proponía una lidia menos descuidada y más artística. El
mismo cronista que conoció a Ponciano reseñó que éste se quedó un
tiempo más en Madrid donde hasta aprendió a bailar con algunas
posturillas flamencas. También estos sucesos de su vida quedaron
plasmados en muchos versos que publicó y vendió con profusión
Vanegas Arroyo.61

60 Según decía Ciro B. Ceballos, que lo conoció, hacia 1883 habitaba con su madre, en

una vivienda con ventana hacia la calle de Nuevo México. Agregó que era muy afortunado
con las mujeres y que en su vecindad raptó a una muchacha muy guapa, hija de un general
que había fallecido; ver De Maria y Campos, op. cit., p. 92.
61 Notas tomadas de De Maria y Campos, ibid., y Horta, op. cit.
180 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Se impone el gusto por la fiesta hispana, o el olvido del ídolo popular

Cuando Ponciano volvió a México, había incorporado a su cuadrilla a


Saturnino Frutos, alias Ojitos, un banderillero que había trabajado con
Frascuelo, que acá establecería después una escuela de tauromaquia,
y que sin querer, ayudaría también a enfilar el gusto popular hacia el
toreo hispano. No faltó quien quisiera hacer diputado a Ponciano,
mientras él, sin hacer caso, toreaba en los estados, porque en la capi-
tal el Ayuntamiento suspendió las corridas, en diciembre de 1889, por
los desórdenes que una había provocado. La fiebre taurina cedió no-
tablemente porque la suspensión se prolongó por cuatro años, que en-
friaron también a los patrioteros poncianistas de los tendidos. En el
teatro, en cambio, sí seguía siendo tema de interés. En la temporada de
zarzuela y ópera de 1889, causaba furor la escena de la corrida de Car-
men, al grado que era reseñada por los periódicos taurinos. Estos de-
cían que la afición por la tauromaquia era tal, que el público no podía
prescindir de ella y la aceptaba aunque fuera en los pequeños límites
de los bastidores. Por febrero de 1891 se estrenó el sainete La Coronación
de Ponciano en el Arbeu. En ese mismo año, el músico español Luis
Arcaraz puso música al libreto de Juan de Dios Peza Ahora Ponciano y
se seguía escuchando la zarzuela Ponciano y Mazzantini de Juan A.
Mateos. Cuando en 1894, se permitieron de nuevo las corridas,
Ponciano ya no era el que había sido para los capitalinos. Aparecían
críticas muy severas a su toreo, como la de Tres Picos en El Toreo Ilus-
trado que pontificó que la “montera con caireles y botas” no debía
tolerarse, y se metieron nada menos que con su bigote. Los que se
autonombraban puristas del toreo dijeron que sus pases de muleta sólo
convencían a los “villamelones”.62
Ponciano se dedicó más bien a administrar, como empresario, su
plaza de Bucareli, en la que contrataba toreros mexicanos que intenta-
ban torear a la española, pero ahí empezaron a protestarle y chiflarle
porque compraba mal ganado, y lo que son las cosas, porque se po-
nían mal las varas, porque los pases eran torpes y porque las estocadas
eran contrarias, bajas y pescueceras. El colmo del respetable se des-
bordó por fin después de la séptima corrida de la temporada de 1895,
cuando el público de sol —su antiguo incondicional— empezó por
aventar naranjas, luego las tablas que arrancó del redondel y terminó
gritándole mueras e insultos. La corrida se suspendió y la autoridad,

62 Por entonces se usaba la montera andaluza con caireles cortos en sus dos extremos.

De Maria y Campos, op. cit., p. 200 y 207.


CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 181

que entonces se nombraba presidencia, ordenó que se devolvieran las


entradas y que el empresario pagara quinientos pesos de multa. Este
escándalo hizo que se suspendieran de nuevo los toros por todo el
año de 1896. Aquel día, funesto para Ponciano, siguió el tumulto fue-
ra de la plaza y una turba asaltó su casa, rompió las macetas del co-
rredor, mató unas gallinas, robó las que quedaron vivas y profirió
insultos a su anciana madre.63
Cuando Mazzantini volvió por tercera vez a México, a fines de
1897, en la capital ya nadie se acordaba de un ídolo por el cual se ha-
bían batido en lances de honor. Hasta la llamada “gente del pueblo”
fue a recibir al torero español a la estación de ferrocarril, por lo que él
manifestó su profunda gratitud por quienes lo habían acogido de ma-
nera “tan galante”. Señaló que era notorio todo lo que México había
adelantado en diez años. Pensaba que ahora nada tenía que envidiar
a las principales ciudades de la que llamó “culta España”.64 Lo prime-
ro que hizo al poner pie en Veracruz fue alojarse en el mejor hotel y
pedir a la famosa tienda Coronación de la Virgen, champagne, cognac
y jerez para celebrarlo. La prensa mexicana reprodujo un artículo es-
pañol que mostraba a un Mazzantini que además del traje de luces,
vestía correctamente el frac o el smokin y que no era torero más que
en la plaza. Fue entonces cuando nuestro mexicano y antitaurino Du-
que Job, dijo que él no creía en el frac de Mazzantini.65 Ya desde su
país se había hecho famoso porque cobraba muy bien cada corrida,
asunto que no dejó pasar en su nueva presentación en México. Ahora
por lo menos pedía siete mil pesos fuertes por presentación. En la esta-
ción de ferrocarril de Buevanista fueron a recibirlo 6 000 personas de
todas las clases sociales, según calculó El Imparcial. Cuando Mazzantini
bajó al andén sonaron los acordes de la Marcha de Cádiz interpretada
por la banda Gual, mientras lo abrazaban y felicitaban aficionados y
amigos. Le ofrecieron un elegante landau que fue seguido por una tur-
ba inmensa que según Olavarría gritaba hasta desgañitarse. Todo el pue-
blo aplaudía y celebraba con demostraciones de regocijo.66 De muchos
estados de la república que no pudieron contratarlo —sólo actuó en Pue-
bla, Irapuato, San Luis Potosí, Guadalajara y Monterrey— salieron gru-
pos que venían a verlo a la capital. Sin embargo, tampoco ahora estu-
vo a la altura de su fama y fue criticado por su escasa dirección en la
lidia. Eso sí, no dejó de ser “el suceso más sensacional de fin de año”.67

63 Olavarría, op. cit., p. 1735-1736, y El Tiempo, 26 de noviembre de 1895.


64 El Tiempo, 16 de diciembre de 1897.
65 Núñez y Domínguez, Historia y tauromaquia mexicanas, p. 229.
66 Olavarría, op. cit., p. 1843.
67 Ibidem.
182 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

No se perdió ningún banquete que le ofrecieron múltiples personas


decentes y poderosas y mantuvo su vieja postura caritativa que le me-
reció los elogios que no encontró en los cosos. En sus presentaciones
en el mes de enero de 1898 sólo brilló en su quinta corrida, que hasta
sus fieles cronistas reconocieron que era la primera vez que daba a
conocer un toreo clásico genuino, poniendo buenas banderillas y es-
toques que le ganaron una ovación, el máximo premio del público.
Para la empresa sólo hubo pérdidas y decían entonces que por eso los
empresarios perdieron hasta las ganas de volver a serlo.
Los españoles también debatían sobre lo que consideraban hispa-
no o propio de la hispanidad. En 1898, en una representación de la
ópera Carmen con la compañía italiana, hubo desagrado por su abiga-
rrado cuadro de manolas, soldados y toreros que, por desgracia, para
un cronista, se tomaban como tipos de la nacionalidad española. De
nuevo, en otra presentación de la misma ópera en 1906 y a la que asis-
tió Porfirio Díaz, ésta fue criticada por el modo como recreaban la co-
rrida. Uno que hizo la reseña dijo que eso a lo mejor lo pasaban como
correcto en Italia y en Francia, pero que en México no podía aceptarse
porque se conocían “demasiado bien a las corridas de toros y a las
costumbres españolas”.
En esta ocasión, Mazzantini traía como segundo espada a Nicanor
Villa, alias Villita, que fue cogido por un toro en San Luis Potosí, lo
que hizo que no pudiera regresar a España con los demás. Para la co-
rrida de despedida no podía haber más expectación. El centro de la
ciudad amaneció dos días antes plagado de hermosos carteles que eran
exactamente iguales a los españoles —dado que se usaban las mismas
litografías y sólo se adaptaban a ellas los nombres de los toreros— y
fue anunciado que las costosas moñas que adornarían a los toros y las
banderillas serían exhibidas en los principales comercios. Era noticia,
incluso, que una de las moñas la había hecho el conocido artista Án-
gel Vivanco, en “peluche” rojo, de cuyos pétalos salían los retratos de
Mazzantini y Villita y alegorías taurinas con la fecha de la corrida. En
los tres lazos que pendían, se podían admirar pintados varios atribu-
tos de las suertes de cada uno de los tres tercios en los que se divide la
lidia: varas, banderillas y muleta. Para lograr la asistencia del “respe-
table”, se dijo que la moña sería rifada y que las ganancias serían
para la beneficencia.68 Mazzantini se presentó de azul prusia y oro,
y lo único que se puso de manifiesto es que la gente iba a verlo por-
que estaba entusiasmada por tantos años de suspensiones y porque
la prensa avivaba imaginariamente un espectáculo que en la plaza no

68 El Tiempo, 22 de enero de 1898.


CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 183

sucedía. En efecto, también en su última corrida, aunque el español


seguía brindando al público de sol que, decía, era su predilecto, la co-
rrida fue “infumable”, en palabras de los cronistas. Sin embargo, ya
no hubo escándalos ni protestas y tal parece que los aficionados se
contentaban ampliamente con leer en la prensa cuanto lujo rodeaba a
Mazzantini en el tren especial que lo condujo a Veracruz. También se
regodearon con sus palabras de despedida, que cuidó muy bien de
enviar a los periódicos, en donde prometía volver pronto y daba las
gracias por todas las distinciones afectuosas de que fue objeto por la
prensa y el público de México, del que se declaró “seguro servidor,
que besa su mano”.69
Para Ponciano Díaz las cosas fueron de mal en peor. Su última co-
rrida fue en Santiago Tianguistengo, el 12 de diciembre de 1897, don-
de un toro por poco y lo manda al otro mundo. Fue su mamá —que
siempre lo acompañó en todas sus presentaciones— la que le pidió
que dejara de torear, lo que prometió y cumplió con fidelidad. Arren-
dó la plaza de Bucareli, se dedicó a beber y padeció del hígado. Su
progenitora murió en abril del año siguiente, y Ponciano sólo la so-
brevivió un año exacto, después de haber estado muy enfermo. La
prensa mexicana anunció, de manera muy escueta, el 16 de abril de
1899, que el día anterior, a las 3.30 de la mañana, había fallecido con
los auxilios de la iglesia y después de haber hecho testamento en fa-
vor de su hermano José Díaz.70 Ningún periódico dio cuenta de los
funerales, ni siquiera la plaza de Bucareli suspendió su siguiente co-
rrida en su memoria, y no se llevó a cabo ahí ninguna ceremonia para
despedirlo. Fue enterrado en el panteón del Tepeyac, donde todavía
está en pie su mausoleo.

De Ponciano a Porfirio o el éxito de los elegantes

Mazzantini regresó por cuarta vez a México a fines de 1901, pocos días
después de que en la capital se hubiera creado el Círculo Taurino, uno
de cuyos objetos era regularizar y popularizar las reglas del toreo.71
En esta ocasión, volvió a traer toros españoles que fueron desen-
cajonados en la ahora llamada Hacienda de los Morales, e invitaron al
público a verlos antes de que pudieran presentarlos en la plaza. En
sus corridas alternó con Lagartijo, quien se vio mucho más reposado,

69 Ibidem, 27 de enero de 1898.


70 Ibidem, 16 de abril de 1899.
71 Olavarría, op. cit., p. 2191.
184 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

sereno y valiente que él. A una de ellas, invitaron a las familias de los
delegados del Congreso Panamericano, con los que Mazzantini se
codeó después en algunos banquetes, en uno de los cuales brindó por
la prosperidad de México debida a Porfirio Díaz. Las entradas a la pla-
za empezaron a estar flojas hasta en sombra. En su segunda corrida
Mazzantini estuvo desanimado y toreó sin entusiasmo. Ahora sí se dio
cuenta de que el público estaba cambiando con respecto a él. Todo
esto coincidió con la vuelta a México del famoso torero español Anto-
nio Fuentes, que había gustado mucho desde el año anterior. Para en-
tonces ya se habían demolido las plazas de San Rafael, Paseo, Colón y
Bucareli y funcionaban la de Mixcoac —inaugurada en 1894— y la de
la Indianilla, también conocida como plaza México, desde diciembre
de 1899. Con una entrada para perder, en su corrida del domingo 8 de
diciembre en la México, sólo fue ovacionado casi hasta el delirio des-
pués de matar al quinto de la tarde. También fue alabado porque por
primera vez ya se hacía cargo de la dirección de la lidia sin permitir
que se formaran grupos en sus cuadrillas y que cada uno hiciera lo que
se le diera la gana.72 En Puebla y en Monterrey, Mazzantini sí tuvo éxi-
to y cuando alternó con Fuentes en la capital, el domingo 29 de diciem-
bre, y con buen ganado mexicano de Tepeyahualco, fue escasamente
ovacionado porque dio varios pinchazos, con estocadas tendidas y
bajas. El héroe de la tarde fue, sin duda, Antonio Fuentes, quien para
el siguiente domingo confirmaría que ya era dueño completo de la
simpatía del público mexicano.
El cartel anunciado volvió a despertar a los aficionados porque se
presentaban Mazzantini, Lagartijo y Fuentes y porque una de las más
celebradas corridas madrileñas de la primavera de 1900 había reuni-
do a los tres espadas, que ahora toreaban en la plaza México ese 6 de
enero de 1902. Lleno absoluto, buen ganado mexicano de Piedras Ne-
gras que alternó con toros españoles de los cuales dos fueron bravos,
quince caballos muertos y el público muy complacido. Mazzantini
ofreció una elegante estocada que fue correspondida con una ovación.
A su segundo toro lo pinchó dos veces; al cuarto sólo logró ponerle
un buen par de banderillas al cuarteo. Las ovaciones atronadoras fue-
ron para Fuentes. A pesar de todo, Mazzantini preparó su función de
beneficio para el siguiente domingo, tarde en la que se encerró a ma-
tar él solo seis toros sevillanos de Benjumea que se llamaban Paleto,
Peineto, Cara Larga, Doradito, Jardinito y Corredor.
Mazzantini ya pertenecía al mundo de los millonarios, por lo que
dispuso la distribución de las lumbreras, para que las familias decentes

72 El Tiempo, martes 18 de diciembre de 1901.


CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 185

ocuparan las localidades limítrofes con dos objetos: proporcionarles


la satisfacción de estar unidas y evitarles la contrariedad de que se
mezclaran elementos extraños. No quería interrumpir “el armónico
conjunto del grupo de familias honorables”. El cronista que dio la in-
formación agregó que, con esta disposición se ofrecía “un cuadro de
verdadera estética que será de extraordinario lucimiento en la plaza”.
La entrada de sol ese día fue escasa. La presentación provocó de nue-
vo las loas porque era elegante, porque cedió la carne de sus toros a la
beneficencia —ahora agregó a la Casa de Maternidad—, porque era
muy correcto y cumplido caballero, y porque de seis estocadas que
puso, tres fueron volapiés legítimos. Según el mazzantinista que hizo
la reseña, una de las estocadas fue tan magistral que hasta Fuentes
había dicho que en veinte años no se volvería a ver otra igual.
Antes de dejar la ciudad de México para ir a torear en Ciudad
Juárez, fue a la villa a que le bendijeran unas medallas con la imagen
de la virgen de Guadalupe, cumpliendo un deseo de su esposa. Le
hizo un obsequio a la virgen “por la que tiene un especial cariño”.
Mientras anunciaba su salida a Guadalajara, uno de los periódicos que
más lo quería, El Tiempo, de Victoriano Agüeros, publicó que, sin duda,
era opinión general que el torero más completo que había pisado los
redondeles de la república había sido Antonio Fuentes. La tarde de be-
neficio del empresario Ramón López, al banderillar al cambio al octavo
toro, Fuentes recibió la más ruidosa ovación que se había escuchado
en México hasta entonces, y ésa fue la última corrida de dicha tempo-
rada de Mazzantini, quien sólo obtuvo aplausos por un “soberbio
volapié”.

El ocaso del “gentleman” que conquistó a los mexicanos

Para 1903 ya se hacía una distinción entre los jaripeos charros y el toreo
español. Ambas fiestas convivían de manera armónica, como cuando la
colonia española obsequió a los marinos de la fragata hispana Nautilus
con las dos. La temporada noviembre 1903-febrero de 1904, produjo por
corridas a la española, casi $190 000 de entradas brutas. Mazzantini vol-
vió por quinta y última vez a México, a fines de 1904, y trajo con él a su
esposa en una gira que consideraba de despedida. Ya estaba algo obeso
y su popularidad más que agotada en España. Acá, sin embargo, Porfirio
Díaz lo recibió en su casa de la calle de la Cadena junto con su joven
esposa, con la que asistió a una de sus corridas. La fiesta ese día incluyó
a distinguidas damas y señoritas en “adecuadas toilettes”. 13 000 espec-
tadores cantaron el himno nacional, agitaron sus pañuelos y sombre-
186 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ros. Sonaron vivas a Porfirio Díaz. Mazzantini vestía de verde y oro


mientras Porfirio de traje color plomo, sombrero boleado claro y guan-
tes claros. Al brindis de un toro al presidente, éste correspondió con
una billetera con monograma de oro y billetes de banco. La estocada a
su segundo toro fue tan efectiva, que el rey del volapié —por el que
agobiaron a Ponciano— atravesaba los pulmones del astado como buen
charro tumbacarnes. Esto no le importó en lo más mínimo ni a él ni a su
público, porque la utilidad que obtuvo fue de $ 30 000. Fue su última
corrida en la ciudad de México de donde salió a Guatemala en una gira
que duró cerca de tres meses.
Para los lectores del semanario ilustrado de El Tiempo, hubo un
Mazzantini íntimo el lunes 20 de enero de 1902. Quiso ser ganadero y
empresario, pero en estos campos la fortuna no le fue fiel. Cuando le
preguntaron de amores, dijo que tenía 22 años de casado con Concep-
ción Cházaro y que seguían como en luna de miel. Él la llamaba su
“Ministro de Hacienda”. Deseaba que se supiera que cuando viajaba,
llevaba su retrato al que ponía flores frescas todos los días, mismos en
que le escribía una carta. Siempre después de una corrida, le enviaba
un cablegrama. Don Luis cedió unas fotografías para que ilustraran el
artículo. Se muestra caracterizado como actor de un personaje del Don
Juan; él en su gabinete trabajando; una foto de su esposa; otra de su
padre el garibaldino José Mazzantini, y una de él, como el torero pa-
sado de peso y calvo que ya era por entonces. Estaba en Guatemala
en el mes de marzo del año siguiente (1905), cuando fue sorprendido
con la noticia de que su esposa había muerto en la ciudad de México.
El cadáver fue inyectado para esperarlo y depositado en una cripta
del panteón español después de un sentido cortejo. Fue en esta tierra
donde Luis Mazzantini se cortó la coleta y la entreveró con el cuerpo
de su esposa que llevó a España. A partir de entonces se dedicó a la
política, fue electo primero consejal del Ayuntamiento de Madrid y
luego gobernador de Guadalajara. Con los toreros españoles Montes,
Fuentes y Bombita se sostuvo la siguiente temporada taurina, que fue
considerada como una de las más brillantes. Ahora se partirían la cara
los partidarios de los dos últimos.

Epílogo

Durante el porfiriato, Mazzantini y Ponciano encarnaron imágenes


contrapuestas; Ponciano lo popular, campesino y autóctono, y el vas-
co de origen italiano, al hombre de levita y chistera, lo que Fernando
Claramunt definió como currutaco, ultrarrefinado, afectado hasta la
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 187

cursilería.73 Manuel Horta recordaba a un talabartero de la calle de


Flamencos que encendía una veladora debajo de la imagen de Pon-
ciano y a un abarrotero español que nombró a su tienda El Rey del
Volapié, en honor de Mazzantini, al que le apedrearon el aparador un
quince de septiembre. En una excursión que hicieron los panaderos
españoles a un molino, que acabó con casi todos presos porque arma-
ron una boruca, no faltaron por la noche las coplas de los vascos a
Mazzantini. El que había sido héroe de la batalla del 5 de mayo, el
general Miguel Negrete, presidió la Sociedad Espada Ponciano Díaz.
El poeta Juan de Dios Peza compuso la marcha Ahora Ponciano que se
hizo muy popular y cuyo nombre se volvió un grito de “guerra” de
los partidarios del torero, que al repetir “oora, Ponciano” simboliza-
ban que los mexicanos “sí podían”. El bigote no era sólo una costum-
bre de nuestro charro torero, sino un carácter nacional. La litografía
que lo mostraba banderillando a caballo y otra en la que estaba en
posición de entrar a matar se vendieron a lo largo y ancho de la repú-
blica y en muchos locales o talleres presidía, junto con la virgen de
Guadalupe e Ignacio Zaragoza, ahumados los tres por la exhalación
de las veladoras.74 El poncianismo fue explotado en teatros y periódi-
cos. Sus funerales y el amor por su mamá fueron recreados en versos
de Vanegas Arroyo con xilografías de José Guadalupe Posada.
El Hijo del Ahuizote publicó una caricatura que representaba muy
bien la personalidad de Mazzantini hacia sus últimos años como tore-
ro. Aparecía él junto con el “bimetalista” William J. Bryan, candidato a
la presidencia de los Estados Unidos. Se parecían mucho. Los dos se
saludan y Mazzantini pregunta “¿Cómo está usted, qué hace?” y Bryan
le responde “Yo estudiar la cuestión de la plata ¿y osté?”, “yo, contesta
Mazzantini, vengo a llevármela mientras usted la estudia”. Para los cu-
banos, sin embargo, Mazzantini nunca bajó de su pedestal de héroe del
día. Se deleitaban contando anécdotas de todo tipo, como la de su amis-
tad con Sarah Bernhardt, quien dio una lección a unos que no considera-
ban al hispano un caballero por dedicarse a las lides tauromáquicas, él
que siempre recibía a sus visitas enfundado en un batín de seda.75 Cuen-
tan que Mazzantini, ya viejo, gustaba de decir que había sido Ponciano el
que había querido lazarlo aquel día que iba a toda prisa en carretela para
salvarse de las pedradas del “respetable”, y que por eso él traía siempre
una pistola que llevaba a la plaza debajo del capote de paseo.76

73 Claramunt, Historia ilustrada de la tauromaquia, p. 416.


74 Véase, por ejemplo, el relato de Horta, op. cit., p. 15.
75 Arriola, Recordando otros tiempos, p. 195.
76 Esto último se contaba de Mazzantini en Cuba, donde sí triunfó y lo difundió la

prensa mexicana en su época de éxito. Véase, además, Claramunt, op. cit., p. 416.
188 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

En febrero de 1906 se colocó la primera piedra de lo que sería la


plaza de la Condesa, que se conocería como El Toreo y que se anun-
ciaba de hierro y mampostería con capacidad para 18 000 espectado-
res; en adelante, sería escenario de nuevos ídolos con sus respectivos
públicos. En 1907, alcanzó mucho crédito en la plaza de Chapultepec
la Cuadrilla Juvenil Mexicana que dirigía Ojitos, el antiguo banderi-
llero de las cuadrillas de Frascuelo y de Ponciano. Sobresalió en ella
Rodolfo Gaona y se convirtió en un nuevo rival para oponer a los es-
pañoles porque, por su arte, exaltó el entusiasmo patrio de los aficio-
nados mexicanos. Gaona, el humilde indio torero también triunfó en
España. Al regresar comenzó a ser el ídolo, el sucesor de las glorias de
Ponciano. Todavía alcanzó a verlo torear el mismo Porfirio Díaz, quien
le correspondió el brindis de un toro con otra cartera llena de billetes,
como había dado a Mazzantini. Con Gaona, también la pasión política
se mezcló con la taurina. Sus largas cordobesas y su clásico toreo de
frente con el capote atrás, conocida en su honor como “gaonera”, los
ejecutaba con un cuerpo indígena desenvuelto, como dijo uno de sus
seguidores, que conquistó sin duda a muchos. A su regreso de Espa-
ña fue recibido por una entusiasta multitud que lo aclamó y lo llevó
en hombros a una carretela a la que habían desuncido los caballos,
para pasearlo por las principales calles de la ciudad.77 Años después,
los mexicanos bailarían con gusto un paso de conga, que emulaba el
momento en que Rodolfo Gaona banderillaba a los toros, con un quie-
bre de elegante estilo.78
El triunfo de los liberales en 1867 había instaurado un antihispa-
nismo virulento en voz de algunos de sus ideólogos.79 El imaginario
nacionalista republicano, escribe Erika Pani, rechazaba, de manera ta-
jante, el legado español y europeo del México independiente, y la repú-
blica acarreó el éxito de ese nacionalismo oficial xenófobo y en especial
hispanófobo. Para el moderno estado nación, un elemento imprescin-
dible que le permitió afianzarse fue, sin duda, el nacionalismo, comple-
jo entramado de sentimientos de pertenencia, de lealtad, de identidad
y de rechazo de lo otro.80 Sin embargo, esta manera de pensar del gru-
po en el poder convivió de manera ambigua con la herencia española.
El general hispano Juan Prim, en una carta a Juárez el 6 de julio de 1869,
le decía que México y España eran pueblos cuya lengua, costumbres y

77González Navarro, op. cit., p. 737.


78Arriola, op. cit., p. 277.
79 Pani, op. cit.; esta autora señala cómo, según Ignacio Ramírez, “¡Mueran los gachu-

pines!” se convirtieron en palabras sacramentales para los mexicanos.


80 Ibidem, p. 32, 36.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 189

religión tenían un mismo origen.81 Este trayecto no dejó de ser com-


plejo y conflictivo, pero partía de reconocer que se tenía sangre espa-
ñola en las venas. Los actores de teatro durante las décadas compren-
didas entre 1867 hasta, por lo menos, los primeros años del siglo XX,
conservaron la dicción castiza en sus representaciones.82 En la capital
se había fundado el casino español en 1863, a cargo de Anselmo de la
Portilla, club social que tendría mucha presencia durante el porfiriato.
El Orfeo Catalán se inauguró en 1905 y el Centro Vasco en 1909.83 Los
“hombres de bien” de entonces miraron sin duda hacia lo francés, pero
mantuvieron el legado español “como quien guarda algo propio”.84
La historia mexicana, desde el siglo XIX hasta la década de los se-
senta en el siglo XX, ha tenido como una de sus ocupaciones lo que se
entiende por “mexicanidad” y por “pueblo”. En la primera y segunda
décadas del siglo XX, y según Ricardo Pérez Monfort, fue el auge del
teatro de revista y luego, en los años treinta y cuarenta, el despegue de la
radio y del cine mexicano tuvieron que ver con la fabricación de mitos y,
finalmente, en la simplificación de los que consideraban “rasgos de iden-
tidad nacional”. Por ejemplo, en los cuatro lustros que corrieron entre 1920
y 1940, se afianzó un nacionalismo originado a partir de la Revolución y
todos sus imaginarios, y en el que indigenismo e hispanismo se oponían
abiertamente. En las fiestas de los españoles como La Covadonga o el
Día de la Raza, la hispanofobia salía a relucir desde el clásico “¡Mueran
los gachupines!” hasta golpes y enfrentamientos callejeros “por razones
históricas”. El discurso del poder entendía como “pueblo mexicano” a los
campesinos, los proletarios, los indígenas, los mestizos, los sectores me-
dios y los sectores calificados. El charro era algo “muy mexicano”.85 En
1921 se había fundado la Asociación Nacional de Charros y el presi-
dente de México, Pascual Ortiz Rubio, decretó que se consideraba el
traje de charro como símbolo de la mexicanidad.86 Entre 1950 y 1960, la
manipulación política y demagógica logró consolidar los estereotipos
nacionales que, desde la segunda mitad de la década de los treinta, ha-
bía reducido lo “típicamente mexicano”, al charro y la china.87 En los
treinta, concluye Pérez Monfort, se explotó sin misericordia la imagen

81 González Navarro, Los extranjeros..., op. cit., p. 336.


82 Pani, op. cit., p. 19.
83 González Navarro, Los extranjeros..., op. cit., p. 336.
84 Pani, op. cit., p. 38, 39, 40, 42 y 43.
85 Pérez Monfort, “Indigenismo, hispanismo y panamericanismo en la cultura popular

mexicana de 1920 a 1940”, p. 366.


86 Fue presidente entre el 5 de febrero de 1930 y el 5 de septiembre de 1932; véase

Chávez, La charrería, tradición mexicana, p. 53.


87 Pérez Monfort, op. cit., p. 346 a 364.
190 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

cinematográfica del charro cantor y un ejemplo de esto es la película


Ora Ponciano,88 dirigida y producida en 1936 por Gabriel Soria.89
El filme se estrenó el 16 de abril de 1937 en el cine Alameda y es-
tuvo, exitosamente, dos semanas en cartelera. El personaje principal
era el legendario Ponciano Díaz, y el escenario natural la hacienda de
Atenco, lo que permitió una fotografía con pretensiones artísticas, que
la convirtieron en una película de exportación. Se entreveraban datos
de la propia biografía de Ponciano, pero ahora en una historia de amor
que él nunca imaginó. Según Emilio García Riera, Ora Ponciano se
benefició del éxito de Allá en el Rancho Grande, de Fernando de Fuen-
tes, en 1936, y de que el famoso torero michoacano Jesús Solórzano,
mejor conocido como “el rey del temple”,90 encarnó a un romántico
Ponciano en emocionantes escenas taurinas, “aunque —dice García
Riera— un poco rígido porque se tuvo que dejar el bigote, totalmente
ajeno a su personalidad”. Paradojas de la historia, Chucho Solórzano
era para los mexicanos y españoles de entonces un torero gentleman.
Sin embargo, sus dos subalternos interpretados por Chaflán y por
Ortín se ganaron al público con sus canciones rancheras e hicieron po-
pular una que se llamaba Tú ya no soplas. Agrega este autor que Soria
le dio eficacia a una fórmula que no podía fallar: toros, melodrama
con heroína embarazada fuera del matrimonio, el típico furor intran-
sigente de un padre con sospecha de incestuoso,91 y final feliz con hi-
jas recuperadas, boda de dos que eran de distinta clase social y miles
de perdones.
La afición, entre los mexicanos, por las fiestas de toros data desde
los mismos tiempos de los conquistadores españoles, que convirtie-
ron a estas tierras en una Nueva España. Durante el gobierno de don
Porfirio, el público reconoció las reglas del arte taurino hispano y las

88 Ibidem, p. 366.
89 García Riera, Historia documental del cine mexicano, p. 241 y 242. Argumento de Pepe
Ortiz y adaptado por éste y Elvira de la Mora. Diálogos de González Pastor. Música y can-
ciones de Lorenzo Barcelata y Manuel Esperón. Los personajes principales eran Ponciano:
Jesús Solórzano; Rosario: Consuelo Frank; Juanón: Leopoldo Ortín; Lolo: Carlos López Cha-
flán; Mercedes: Mercedes Azcárate; Don Luis Martínez del Arco: Carlos Villa Díaz. Filma-
da en Clasa y en Atenco.
90 Chucho Solórzano y Dávalos vio la luz en Morelia, Michoacán, el 10 de enero de

1908. Era de familia acomodada. Abandonó su trabajo en la Secretaría de Comunicación


por hacerse torero. Debutó en Acámbaro el 9 de mayo de 1926. En 1929 obtuvo la oreja de
plata como mejor novillero. Toma la alternativa ese año y, al siguiente, en España, sale en
hombros por la Puerta del Príncipe. Se presenta en Madrid el 20 de junio. En la maestranza
de Madrid vuelve a tomar su alternativa el 28 de septiembre, y la confirma en la misma
plaza el 6 de abril de 1931. Se retiró en la Monumental Plaza México el 10 de abril de 1949.
Muere en la ciudad de México el 24 de septiembre de 1983. Véase Paco Aguado, “Chucho
Solórzano, el ‘gentleman’ torero”, en 6 Toros 6, n. 224, martes 13 de octubre de 1998.
91 García Riera, op. cit.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 191

exigió y validó como otra “costumbre nacional”, si bien asimismo lo


era para los mexicanos que vivieron cuando los virreinatos y la llama-
da época del dominio criollo. Sin embargo, a pesar de las conciliacio-
nes, la fiesta, inevitablemente, hace que afloren en algunos sectores
algunos resabios no resueltos con lo hispano según se manifiesta en la
historia de la tauromaquia mexicana a lo largo del siglo XX. Me pre-
gunto si habrá terminado, en nuestros días, esa cierta rivalidad entre
lo mexicano y lo ibero en las corridas. Compiten los matadores hispa-
nos y mexicanos por ser los triunfadores de la tarde y se habla con
apasionamiento de las diferencias y virtudes de los toros y los toreros
de ambos países. Sigue habiendo iberos que triunfan en México y desa-
tan grandes pasiones patrioteras como en los tiempos de Ponciano y
Mazzantini. Quizá porque el toreo es una fiesta de opuestos: el sol y la
sombra con sus públicos, el torero y el toro, el público y la autoridad, el
torero y el público, el matador y el matado, la vida y la muerte. Ritual
pleno de metáforas, arte en tanto conjunto de conocimientos, reglas
de la lidia y muerte del toro. Fiesta colorida y emocionante que des-
pierta lo que nos toca de sangre española, y que en cosos mexicanos
vuelve a renovar cada tarde, entre otras cosas, las preguntas y res-
puestas que cada uno de los públicos, los de sol y los de sombra, nos
hacemos respectivamente sobre nuestros sentimientos con lo hispa-
no, en los complejos caminos de nuestra identidad.

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CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 193

Vocabulario taurómaco, o sea, colección de las voces y frases empleadas en el arte


del toreo con su explicación correspondiente, por Leopoldo Vázquez Rodríguez,
con unos breves apuntes sobre los espadas, banderilleros y picadores más co-
nocidos, Madrid, Imprenta de los sucesores de Escribano, 1880.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO
EL DOBLE DISCURSO EN MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA
Y SU REVISTA AZUL, 1894-1896

ADELA E. PINEDA FRANCO


Universidad de las Américas, Puebla

En este ensayo se exploran los límites de la propuesta modernista como


discurso poético alternativo a la infraestructura positivista del régi-
men de Porfirio Díaz (1876-1910) en México, a través de un estudio de
la asimilación de la estética decadente en la Revista Azul, fundada por
Manuel Gutiérrez Nájera (México, 1859-1895) y Carlos Díaz Dufoo
(México 1861-1941) el 6 de mayo de 1894 y publicada hasta el 15 de
octubre de 1896 en 128 números. Si elegimos la Revista Azul, como caso
de estudio, es porque, además de considerarse la primera publicación
periódica del modernismo en México,1 sostuvo una posición ambigua
frente a la cultura y a la política del porfiriato: al ser vehículo de una
estética acrática y libertaria (el modernismo) pero fungir, a la vez, como
suplemento del periódico semioficial El Partido Liberal (1885-1896),2 la
revista se convirtió en el receptáculo de las contradicciones generadas

1 Entre los más importantes colaboradores de la Revista Azul estaban los escritores

asociados al modernismo, estética surgida en diversas ciudades hispanoamericanas y espa-


ñolas alrededor de 1880: Rubén Darío, Julián del Casal y José Martí. Además de los funda-
dores (Gutiérrez Nájera y Díaz Dufoo) y el editor (Luis Gonzaga Urbina), cabe citar, entre
los mexicanos, a José Juan Tablada, Amado Nervo, Jesús E. Valenzuela, Jesús Urueta, Balbino
Dávalos, Rafael Delgado, Alberto Leduc y Francisco M. de Olaguíbel, quienes formaron la
Revista Moderna en 1898. En 1894 surgieron además otras revistas de tendencia modernista
en Hispanoamérica: Cosmópolis y El Cojo Ilustrado, en Caracas; El Iris, en Lima; Revista de
América, en Buenos Aires; El Mundo, en México, y la Revista Gris, en Bogotá. En México, la
Revista Azul antecedió a otras publicaciones modernistas, tales como la ya mencionada Re-
vista Moderna, más tarde Revista Moderna de México (1898-1911).
2 El Partido Liberal, periódico subvencionado por el porfiriato, fue uno de los principa-

les vehículos para consolidar el liberalismo institucionalizado de este periodo a través de la


construcción de mitos y emblemas, como los que encarnaron las personas de Benito Juárez
y del mismo Díaz. En este periódico, a Juárez se le idealiza como el padre de la tradición
liberal mexicana, y a Díaz, en palabras de Charles Hale, como el “indispensable perpetuator
of national unity within the Liberal party” (The Transformation of Liberalism in Late Nineteenth-
Century Mexico, p. 9). La fragilidad de la autonomía de la Revista Azul se evidencia en su
desaparición, paralela a la de El Partido Liberal, acaecida el 15 de octubre de 1896, a pesar de
que sus redactores habían reconocido repetidas veces la oficialidad del diario y la indepen-
196 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

por la asimilación de las ideologías finiseculares continentales en tor-


no a la modernidad del arte y la literatura.
Dentro del eclecticismo característico del modernismo latinoameri-
cano,3 es posible rescatar la postura supuestamente decadente que enar-
bolaron los fundadores de la Revista Azul. Con el fin de comprender las
implicaciones de esta posición en el contexto mexicano, primeramente
es necesario aproximarse al significado de la estética decadente euro-
pea. La postura decadente de la publicación mexicana se apoyaba en
diversas traducciones (poesías, crónicas, ensayos y cuentos) de escri-
tores europeos, en su mayoría franceses, así como en la obra de los es-
critores hispanoamericanos asociados al modernismo. No obstante, la
selección, presentación e interpretación de esta producción es indicati-
va de la manera en que el decadentismo y el progreso positivista se in-
tegraron en un mismo paradigma que respondía a las necesidades del
porfiriato, cuyo lema era el de orden y progreso. Ciertos tópicos
medulares ilustran el traslape entre ambas tendencias: la incertidum-
bre religiosa, el erotismo y las representaciones de la “nueva mujer” y
del “héroe decadente”. En torno a éstos, la revista publicó posturas
contrarias y algunas veces subversivas con respecto a la moralidad
victoriana y al ciencismo; sin embargo, dio prioridad a aquellos tex-
tos y aquellos autores (“El beato Calasanz” de Justo Sierra, Los poe-
mas crueles de Luis G. Urbina y la crítica en torno a la figura literaria
de Gutiérrez Nájera), que pudieran conciliar facciones antagónicas
y resolver la identidad cultural nacional en términos homogéneos.
El estudio de estos tópicos en la Revista Azul confirma la actitud
conciliatoria del régimen, pero revela, además, las contradicciones
derivadas de este mismo orden conservador-liberal que promulga-
ba expansión económica pero restricciones políticas y culturales. Por
último, la producción del propio Gutiérrez Nájera en la revista pone
de manifiesto, a través de un sutil enjuiciamiento, la problemática

dencia ideológica de su suplemento: “periódico ministerial, pertenecía en todo y por todo


al gobierno [...] Como era justo se retribuía nuestro trabajo, pero no se compraba nuestra
adhesión” (en Díaz Alejo, La prosa en la Revista Azul, p. 10).
3 Muchos estudios sobre el modernismo, desde los que datan de su emergencia, en-

cuentran como común denominador para sus interpretaciones el carácter sincrético y con-
tradictorio de esta estética que abarcó innumerables “ismos”, muchas veces considerados
antagónicos en el orbe europeo. La Revista Azul despliega una muestra heterogénea de es-
critores, la cual no parece responder a un periodo, movimiento o escuela específicos. Entre
los escritores franceses, aparecen figuras importantes como Gustave Flaubert, Charles
Baudelaire, Victor Hugo, y Emile Zolá, pero, en su mayoría, las publicaciones provienen de
autores menores como Catulle Mendés y Pierre Loti. En el caso hispanoamericano, además
de los modernistas, la revista publicó a autores tan disímiles como Federico Gamboa, Ma-
nuel Flores, Juan de Dios Peza, Luis González y Obregón y Ángel del Campo ( Micrós).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 197

asimilación al contexto mexicano de las diversas corrientes de pensa-


miento finiseculares.

Hacia una definición de decadencia y sus implicaciones teóricas


en la Revista Azul

Uno de los conceptos más ubicuos ha sido el de decadencia y sus de-


rivados.4 No obstante, históricamente, podemos ubicarlo, principal-
mente, en Francia e Inglaterra, y definirlo como una sensibilidad
decimonónica que emergió paralela al pragmatismo positivista y su
optimismo burgués. El sentimiento de catástrofe, implícito en la etimo-
logía del término,5 y del que surgió, a partir de la caída del imperio
romano, la noción de “era decadente”, fue tal vez el sentido más ge-
neralizado del mismo durante la segunda mitad del siglo XIX.6 Los
cambios acarreados por la modernización tecnológica y científica, las
corrientes de pensamiento evolucionistas que aseguraban la supervi-
vencia del más fuerte, las teorías organicistas que, de acuerdo a la bio-
logía, predecían el desarrollo paulatino y la muerte inminente de los
fenómenos, y el pesimismo metafísico de Schopenhauer y Nietzsche hi-
cieron surgir una especie de “leyenda perversa” finisecular que dio ori-
gen a la pluralidad de sentidos implícitos en el término decadencia.7
En el ámbito del arte, el decadentismo constituyó, sin embargo,
una aguda y productiva reflexión sobre el progreso, al poner de ma-
nifiesto la crisis de representación y la fractura de la epistemología

4 Consultar, en la bibliografía anexa, las referencias a los siguientes autores: sobre el

carácter abarcable del concepto, Richard Gilman; sobre el decadentismo finisecular en Fran-
cia, Eugène Weber, Jean Pierrot y E. A. Carter; y sobre una fenomenología del decadentismo
de fin de siglo en Europa, el artículo de Jan B. Gordon y el de Gabriela Mora.
5 Del latín cadere que significa caer.
6 Según E. A. Carter, en diversas épocas históricas, durante las cuales se alcanza un

grado elevado de civilización, se acentúa un sentimiento de catástrofe y una visión nostálgica


de un pasado en apariencia más puro y simple (The Idea of Decadence in French Literature, p.
1-2). Eugène Weber corrobora esta idea al señalar que incluso Platón llegó a reconocer este
espíritu decadente, el cual se dejó sentir en Francia mucho antes de la Revolución. Argu-
menta que en 1770, Voltaire lo expresó en los términos que lo caracterizarían durante la
segunda mitad del siglo XIX: “surfeit of beauty and a taste for the bizarre [...] We are in
every way in a time of the most horrible decadence” (France. Fin de siècle, p. 14). Gabriela
Mora considera que, históricamente, este sentimiento catastrófico se agudiza en las déca-
das postreras de cada siglo (El cuento modernista hispanoamericano, p. 143).
7 Para una visión general de las diversas connotaciones de decadencia en Francia en la

segunda mitad del siglo XIX, consultar el primer capítulo de France. Fin de Siècle, donde
Weber coteja las alusiones científicas, sociales, económicas, políticas y culturales, así como
aquellas derivadas de los estudios médicos que inauguraron la psicología moderna y que
se aplicaron a otros registros. Para el caso inglés, consultar Thornton, “Decadence in Later
Nineteenth-Century England”, en Fletcher, Decadence and the 1890’s, p. 15-29.
198 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

judeocristiana que había acarreado el mismo orden positivista. Algu-


nos críticos lo definen peyorativamente, como un difuso sentimenta-
lismo superado finalmente por el movimiento simbolista que tuvo
lugar entre 1880 y 1895.8 Sin embargo, más que un movimiento, fue
una sensibilidad que sirvió de común denominador durante las últi-
mas décadas del siglo XIX a innumerables tendencias artísticas.9 En
Inglaterra y Francia, con Oscar Wilde y Charles Baudelaire, la estética
decadente implicó el reconocimiento del fracaso de la identidad uni-
taria instaurada por el romanticismo, y un deseo por desligar el arte
de la ética y la política.10 La disolución entre la realidad exterior y la
interior, reflejada en el imaginario narcisista del arte decadente, inau-
guró una visión subjetivista y, necesariamente, amoral en relación al
ámbito social;11 de aquí que el decadentismo haya sido objeto de una
implacable censura por parte de ciertos núcleos burgueses conserva-
dores y utilitaristas que establecían una correlación unívoca entre el
progreso positivo y el arte.12
Los rasgos negativos que se asociaron al decadentismo en Europa
pasaron al ámbito hispanoamericano desde su temprana aparición con
la publicación de Azul (1888) de Rubén Darío.13 A partir de entonces,

8 Guy Michaud, en Pierrot, The Decadent Imagination, p. 5.


9 Ross Ridge se preguntó si todos los “ismos” decimonónicos posteriores al romanti-
cismo cabrían dentro del rubro “decadente”; Fletcher y Bradbury denominaron decadente
todo el arte inglés finisecular; Arthur Symons vaciló en llamar “movimiento decadente” a
su muy citado libro El movimiento simbolista en literatura (1899). (En Mora, op. cit., p. 142).
10 Los signos de una sensibilidad decadente aparecen en Inglaterra, según Gordon,

con anterioridad a Wilde, en el poema de Tennyson, “The Lady of Shalott” (1832), donde
“the departure from the archetypal romantic journey is identical to a crisis in language”.
(En Fletcher, op. cit., p. 131-32). No obstante, el irlandés Oscar Wilde encarnó en su persona
los signos estéticos del fenómeno, y su obra crítica y de ficción no sólo sirvió de puente
entre las diversas tendencias decadentes de Francia e Inglaterra, sino que consolidó la tra-
dición literaria artepurista establecida por Téophile Gautier, Baudelaire, Edgar Allan Poe y
Gustave Flaubert. En su libro Intentions (1891), exalta el individualismo en el terreno artísti-
co al afirmar que la naturaleza imita al arte y que el arte es independiente de la ética por-
que se expresa a sí mismo. En el ámbito francés, Las flores del mal (1857) de Baudelaire y su
recepción en la crítica de Barbey d’Aurevilly, Gautier y Paul Bourget inauguran el sentido
del concepto en términos estéticos.
11 Martin Jay considera que, en el decadentismo, se disuelve el lazo entre el referente y

el signo (Fin de Siècle Socialism, p. 6); por ello, Pierrot afirma que la estética decadente “is a
line of cleavage between the classical esthetic and the modern esthetic” (op. cit., p. 11).
12 El libro Degeneration (1894) del alemán Max Nordau es un compendio de la postura

utilitaria de la época que se opuso al arte decadente. De hecho, el decadentismo constituyó


un metadiscurso al haberse autolegitimado como una estética marginal, carente de una au-
diencia sensible a su postura artepurista. La proliferación de manifiestos y prólogos
“decadentistas” lo confirma. En el ámbito literario, basta citar el famoso prólogo de Téophile
Gautier a la primera edición (1868) de Las flores del mal como representativo.
13 Allen Phillips en “A propósito del decadentismo en América”, concuerda con la acep-

ción negativa que el término suscitó en las elites letradas latinoamericanas a partir de Azul.
(Philipps, “A propósito del decadentismo en América”, p. 230).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 199

las formulaciones en torno al sentido de esta estética fueron contra-


dictorias, incluso en la visión de los mismos escritores modernistas,
quienes, como señala Sylvia Molloy, hicieron del decadentismo un dis-
curso ambiguo de repulsión-fascinación.14
La Revista Azul ejemplifica esta recepción contradictoria, a pesar
de que Díaz Dufoo, con 224 escritos, y Gutiérrez Nájera, con 91, se
apoyaran en el credo de Wilde de que “el arte es completamente in-
útil”,15 para contraponer la práctica estética al positivismo oficial. En
crónicas y ensayos, Díaz Dufoo interpreta ciertas prácticas anti-
utilitarias (la lasitud, la locura y la enfermedad) como metáforas de la
crisis ontológica que el positivismo había acarreado.16 También refuta,
en el terreno del arte, las premisas del alemán Max Nordau sobre el
decadentismo.17 A Flaubert, D’Annunzio e Ibsen los denomina deca-
dentes y, con un enfático “nosotros”, incluye a los modernistas Julián
del Casal y Gutiérrez Nájera dentro del grupo de estos escritores euro-
peos que se oponían al realismo literario.18 En este sentido, redefine el
concepto de literatura “nacional”, al relacionarlo con la incertidumbre
ontológica que caracterizaba al arte decadente europeo y del que Méxi-
co debía ser partícipe si creía en su modernidad: “ni el espectáculo de
la naturaleza [...] ha podido servirnos de refugio [...] y sin fe en un pa-
sado de que carecemos y desconfiados del presente somos tal vez los
primeros en sufrir las consecuencias de la violenta crisis que hoy pesa
sobre los espíritus y de que la literatura [...] se encuentra invadida”.19
En sus colaboraciones de la Revista Azul, Gutiérrez Nájera comparte
las ideas de Díaz Dufoo al considerar el arte moderno como testimo-
nio de la crisis espiritual que el positivismo había acarreado.20 Bajo el
influjo de Paul Bourget, se opone al utilitarismo artístico,21 favorece la

14 En “Too Wilde for Comfort. Desire and Ideology in Fin de Siècle Spanish America”,

Molloy estudia la recepción de Wilde en Darío y Martí, y define el decadentismo hispano-


americano como un doble discurso regenerativo y degenerativo.
15 Wilde, “Sobre Arte”, en Revista Azul, 17 de mayo de 1896, V (3), p. 47.
16 “Los tristes”, en Revista Azul, 21 de octubre de 1894, I (25), p. 385; “Un problema de

fin de siglo”, 7 de octubre de 1894, I (23), p. 357, y “Azul Pálido”, 28 de abril de 1895, II (26),
p. 420.
17 “Degeneresencia”, en Revista Azul, 10 de junio de 1894, I (6), p. 83-85.
18 “El dolor de la producción”, en Revista Azul, 4 de agosto de 1895, III (14), p. 209-210;

“Gabriel D’Annunzio”, 19 de enero de 1896, IV (12), p. 178-182; y “Azul Pálido”, 28 de abril


de 1895, II (26), p. 420.
19 “Cuentos y Fantasías”, en Revista Azul, 1 de diciembre de 1895, V (5), p. 66.
20 “Hamlet”, en Revista Azul, 12 de enero de 1896, IV (2), p. 161-165; “La vida artificial”,

22 de julio de 1894, I (12), p. 177-179; y “Lázaro el mudo”, 15 de marzo de 1896, IV (20),


p. 303-305.
21 “Al pie de la escalera”, 6 de mayo de 1894, I (1), p. 1-2; “El bautismo de la Revista

Azul”, 17 de junio de 1894, I (7), p. 97; y en sus bocetos de Casal, 17 de febrero de 1895, II
(16), p. 246, y de Leconte de Lisle, 12 de agosto de 1894, I (15), p. 231-235.
200 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

universalidad del arte moderno al proponer el intercambio cultural


con Francia para romper la dependencia de España,22 y concibe la Re-
vista Azul como un foro para la diseminación de una literatura
artepurista y cosmopolita.23 No obstante, las contradicciones de estas
posturas emergen a partir de tópicos específicos que ponen de mani-
fiesto las paradojas del porfiriato. Durante el régimen de Díaz, el desa-
rrollo de una conciencia nacional estaba ligado a la puesta en práctica
de teorías de regeneración, no sólo económica, sino también de carácter
social, político y cultural. El positivismo en México, pese a su eclecticis-
mo,24 fungió como amplia base intelectual para la praxis “liberal” del
poder central en su misión modernizadora.25 Si el decadentismo se ma-
nifestaba como una actitud milenarista, producto de los excesos de ci-
vilización en las metrópolis europeas, en el caso mexicano, a pesar de
las teorías positivas que sostenía la ideología del porfiriato, el progreso
no dejaba de ser una meta a largo plazo; por ello, los modernistas, para
concebirse “decadentes”, debían primeramente reafirmar el progreso
positivo de México, o, en su defecto, reformular la relación entre ambos
campos. El propio Díaz Dufoo, en una de sus crónicas, llega a recono-
cer el carácter enmascarado del decadentismo en Latinoamérica: “El
decadentismo americano es un niño que se hace viejo. No creáis en sus
blancas barbas: Son postizas.” 26 Como se verá a continuación, la estéti-
ca decadente constituyó un doble antifaz que permitió a los modernistas
participar en el carnaval moderno finisecular como enjuiciadores pero,
a la vez, como rectificadores del progreso nacional.

22 “El cruzamiento en literatura”, en Revista Azul, 9 de septiembre de 1894, I (9),

p. 289-292.
23 El Duque Job había sostenido estas posturas desde 1876 en debate con Francisco

Sosa y Pantaleón Tovar en los periódicos El Federalista, La Iberia y El Monitor Republicano,


cuando delineó el perfil de una nueva estética al refutar las actitudes moralistas de la vieja
guardia en torno a la literatura. Para un resumen de esta polémica, ver Boyd Carter, Manuel
Gutiérrez Nájera. Estudio y escritos inéditos, p. 29-80.
24 William Raat, en El positivismo durante el porfiriato, prefiere usar el término ciencismo,

porque alude a la heterogeneidad de enfoques comprendidos en el positivismo mexicano,


resaltando el rasgo común de las diversas teorías positivas: la creencia en la aplicación del
método científico para explicar lo social.
25 Debido a su cercana asociación a la infraestructura del porfiriato, varios historiado-

res como Leopoldo Zea y Abelardo Villegas, entre otros, consideran el positivismo mexica-
no como un pragmatismo social (véanse las obras citadas de estos autores). Otros prefieren
denominarlo “política científica” (véase Charles Hale, “Political and Social Ideas in Latin
America, 1870-1930”, p. 388). En The Transformation of Liberalism in Late Nineteenth-Century
Mexico, Hale concibe que el punto de partida para una historia de las ideas del porfiriato no
es el paradigma positivista (tan heterogéneo) sino el mito liberal en el que se sustentó el
régimen.
26 “Azul Pálido”, en Revista Azul, 15 de julio de 1894, I (11), p. 175.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 201

Incertidumbre religiosa y erotismo

La incertidumbre religiosa que caracterizó el fin de siglo no podía re-


solverse con un retorno al cristianismo.27 En Europa, la iglesia católica
había sido desacreditada por las corrientes positivistas, y los intelec-
tuales racionalistas habían integrado el estudio del cristianismo al
de la historia de las religiones mediante una perspectiva antro-
pológica y arqueológica.28 Por su parte, los artistas se distanciaron
de la Iglesia católica, debido a la influencia filosófica de Shopenhauer
y Nietzsche, pero también porque, en términos políticos, la Iglesia
se asociaba a un dogmático conservadurismo. Muchos artistas deca-
dentes combatieron el escepticismo ciencista mediante el cultivo de
varias formas de idealismo al aproximar lo divino a través del arte.
Según Phillipe Jullian, los escritores del periodo fluctuaron entre Dios
y Satanás con el fin de encontrar una nueva redención: la quimera mís-
tica.29 Al iniciar una búsqueda religiosa de carácter subjetivo, por vías
alternas al catolicismo y mediante un sincrético misticismo, muchos
escritores decadentes interrelacionaron lo cristiano y lo erótico con fi-
nes estéticos.30 A través de personajes bíblicos, exploraron un erotis-
mo reprimido por la era victoriana. Tal es el caso de Baudelaire, cuya
obra ha sido considerada “un conglomerado de sensualidad epicúrea
y de cristianismo estético, de placeres carnales y de piedad mística,
de orgías y de plegarias”.31
En la Revista Azul, la reflexión religiosa no se concreta a la pers-
pectiva decadente; también es discutida bajo diversos puntos de vis-
ta, estilos y temáticas, incluyendo recuentos racionalistas, como “La
muerte de Jesús” por Ernest Renan.32 Dentro de esta tendencia, resal-
ta un largo poema narrativo. La profusa crítica literaria que apareció
con motivo de éste confirma su importancia en cuanto a la posición
de la revista frente al orden cultural; de aquí que su recepción ilustre
las prácticas conciliatorias que caracterizaron al porfiriato. Nos refe-
rimos a “El beato Calasanz”,33 por Justo Sierra, escritor singular por
su versatilidad discursiva para confrontar las vicisitudes del poder

27 Jullian, Dreamers of Decadence, p. 71.


28 Pierrot, op. cit., p. 80.
29 Jullian, op. cit., p. 71
30 Pierrot, op. cit., p. 97.
31 Charbonnel, en ibidem, p. 87.
32 Revista Azul, 14 de abril de 1895, II (21), p. 374-375.
33 Revista Azul, noviembre de 1894, II (14), p. 8-20.
202 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

central.34 En la revista, las contribuciones de Sierra lo proyectan como


un escritor racionalista y parnasiano,35 pero también muestran el es-
píritu tutelar que lo impulsó a apoyar la propuesta modernista de
Gutiérrez Nájera.36
“El beato Calasanz” explora filosóficamente el lugar de la religión
en un clima positivista, al presentar la tensión entre la ciencia y el cato-
licismo y subrayar la distorsión de una fe ciega debido a la irrupción
de un sentimiento erótico reprimido. El personaje central es históri-
co,37 no obstante, Sierra lo dramatiza al representarlo como un monje
agonizante que aguarda la venida gloriosa de Cristo pero que, ator-
mentado por visiones sexuales sacrílegas, muere sin prueba alguna de
redención divina.38 “El beato Calasanz” fue recibido favorablemente
por diversas facciones culturales en la Revista Azul, ya que, tanto
positivistas como modernistas suavizaron sus posturas antagónicas,
en cuanto a la moral y la religión, al interpretar el poema como una
obra del arte por el arte.39 Cabe señalar que una de las estrategias de
la revista para neutralizar la postura “decadente” consistió en la apro-

34 Según Hale, Sierra favoreció, en 1897, el fortalecimiento del estado y del presidente

Díaz en nombre de un orden científico. (Hale, “Political and Social Ideas”, p. 393-394. Sin
embargo, años después, en el debate de 1893-1894 y siguiendo los mismos postulados cien-
tíficos, Sierra se inclinó por una política constitucionalista que limitara la autoridad de Díaz.
Al decir de Carlos Monsiváis: “Sierra [...] el arquetipo del intelectual como hombre de Esta-
do, es también el autor de la mejor justificación teórica de las represiones porfirianas [...]
Como ningún otro, encarna las contradicciones internas de la clase dominante” (Monsiváis,
“Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX”, en Historia general de México, p. 315-316).
35 Siguiendo las estrategias de “La muerte de Jesús” de Renan, Sierra publicó el relato

“En Jerusalén” (Revista Azul, 8 de marzo de 1896, IV (19), p. 287-90), el cual habría de apare-
cer posteriormente en su colección Cuentos románticos (1896). Esta historia está relatada des-
de el punto de vista racional y testimonial de un abogado romano que brinda una versión
científicamente documentada del juicio y la muerte de Jesucristo. Se le consideró parnasiano
porque varios de los Poèmes Antiques y Poèmes Barbares de Leconte de Lisle así como de los
Trophées de Heredia, aparecidos en la revista, fueron traducidos por Sierra. Véanse Revista
Azul, 24 de junio de 1894, I (8), p. 115-116, 131-132 y los números especiales del 29 de julio
de 1894, I (13) y del 12 agosto de 1894, I (15).
36 Su famoso prólogo a la colección de poesías de Gutiérrez Nájera, publicada

póstumamente en 1896, es un detallado diagnóstico del fenómeno modernista en México.


Véanse “Fragmentos de un prólogo”, en Revista Azul, 16 de junio de 1895, III (7), p. 105-107,
y “El final de un prólogo”, en Revista Azul, 29 de marzo de 1896, IV (22), p. 344-347.
37 Según José Luis Martínez, José de Calasanz (1556-1648) fue un beato español que

fundó las llamadas Escuelas Pías. Fue beatificado en 1748 por el Papa Benedicto XIX
y canonizado en 1776 por Clemente XIII (en Sierra, Obras completas del maestro Justo Sierra,
p. 457).
38 El monje se ve atrapado en alucinatorios recuerdos de juventud, en los que figura

una “mujer ebria de vida y de pasión” (Revista Azul, 4 de noviembre de 1894, II (1), p. 20.
39 Véanse, por ejemplo, Manuel Flores, “El beato Calasanz”, en Revista Azul, 18 de no-

viembre de 1894, II (3), p. 37-40; Gutiérrez Nájera, “La primera de Calasanz”, en el número
del 11 de noviembre de 1894, II (2), p. 90-93; y Díaz Dufoo, “Azul Pálido”, 11 de noviembre
de 1894, II (2), p. 35-36.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 203

piación de una retórica parnasiana que declaraba, programáticamente,


la filiación de la revista al culto del arte por el arte.40 Es claro que, más
que a los escritores europeos francamente decadentes o simbolistas,
la revista tradujo a los parnasianos François Coppée, Théophile
Gautier, Sully Prudhomme, Leconte de Lisle y José María Heredia,
cuya perspectiva artepurista distaba de ser la visión solipsista, biza-
rra, onírica y erótica que caracterizaba la estética decadente de Elémir
Burges, Joseph Péladan, Rachilde, Marcel Schwob, Edouard Dujardin,
Georges Rodenbach, Bernard Lazare y Jean Lorrain, o la actitud van-
guardista de Arthur Rimbaud y Stephan Mallarmé.
En la Revista Azul, el parnasianismo constituía un movimiento idó-
neo para sostener la universalidad del arte y justificar, al mismo tiem-
po, el progreso positivo en un periodo de expansión económica.41 Esta
relación se manifiesta en las posiciones de intelectuales antagónicos
como Manuel Flores y Gutiérrez Nájera frente al poema de Sierra.42
Pese a sus diferencias, ambos aplaudieron la “contemporaneidad” del
poema y coincidieron en que éste constituía un desgarrador testimonio
literario del fin de siglo; su pesimismo era prueba de su cosmopolitis-
mo y, por ende, de su modernidad, rasgo esencial para la conceptuali-
zación de México como un país moderno. De aquí que, más que un
debate sobre la existencia de Dios, el poema inauguró una crítica
laudatoria que reiteraba la belleza artística y la modernidad del poe-
ma, valores encaminados a consolidar el progreso nacional.
Una prueba más de la neutralidad de esta recepción en cuanto a
la crisis religiosa que explora el poema de Sierra es que, paralelamente

40 En el artículo inaugural, “Al pie de la escalera”, Gutiérrez Nájera manifiesta esta

postura artepurista: “En los gobiernos parlamentarios, cada ministerio entrante presenta su
programa [...] ¡Yo nunca he tenido un programa! [...] El arte es nuestro Príncipe y Señor”
(en Revista Azul, 6 de mayo de 1894, I (1), p. 1.
41 En el prefacio de sus Poèmes Antiques (1852), Leconte de Lisle, el poeta más represen-

tativo del parnasianismo, propone la unión de la ciencia y la poesía: “L’art et la science,


longtemps séparés par suite des efforts divergents de l’intelligence, doivent donc tendre à
s’unir étroitement” (Articles, préfaces, discours, p. 119).
42 Manuel Flores defendió, bajo un punto de vista positivista, la calidad parnasiana

del poema: “Esculpe granito y resuena el bronce” (“El beato Calasanz”, en Revista Azul,
25 de noviembre de 1894, II (4), p. 53); por su parte, Gutiérrez Nájera caracterizó “El
beato Calasanz” como un drama filosófico bajo la influencia de Renan (Nájera, “La pri-
mera de Calasanz”, 11 de noviembre de 1894, I (2), p. 21), pero reconoció su acuosa agili-
dad lingüística, más cercana al sensualismo verlaniano que al parnasianismo hierático de
Heredia: “caía el verso inflamado, como chorro de bronce derretido en el molde de la
estatua” (“La primera de Calasanz”, 11 de noviembre de 1894, II (2), p. 23). Una polémica
en torno al poema, entre Amado Nervo y Rafael Ángel de la Peña, ocurrió fuera de la
Revista Azul. Peña resaltaba los aspectos teológicos del poema, mientras que Nervo se-
ñalaba “la revelación del estado psicológico del autor” (Díaz Alejo, Índice de la Revista
Azul, p. 74).
204 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

a esta tendencia secular, la Revista Azul promovió la persistencia de un


catolicismo nacional. Tanto el catolicismo como el liberalismo en su ver-
sión clásica fueron fuerzas de oposición al positivismo cuando éste
irrumpió en la escena cultural mexicana.43 Sin embargo, el catolicismo
no contradecía los códigos morales que promulgaba el orden cultural
de Díaz. Muchos positivistas enarbolaron los mismos valores que de-
fendía la iglesia católica, pero legitimándolos bajo el estandarte científi-
co. Por lo tanto, en la Revista Azul, se da una tendencia promotora de
la fe católica. El ejemplo más contundente es el de Gutiérrez Nájera, la
encarnación del “espíritu modernista” y cosmopolita de la revista, pero,
a la vez, una figura católica ejemplar. En varias de sus crónicas,44
Gutiérrez Nájera exalta los valores del buen católico al negar la sen-
sualidad (que, paradójicamente, caracterizaba su prosa) y al conside-
rar a la virgen María el emblema de la maternidad universal con su
sacrificio y sufrimiento.45
No obstante, la revista también filtró una visión decadente. Poe-
mas como “¿Cuál es la verdadera?”, de Baudelaire,46 y los relatos
“Myrrha”, de Jules Lemaitre,47 y “Poncio Pilatos”, de Anatole France,48
desarrollan el tópico cristiano bajo una perspectiva estetizante al
sensualizar las imágenes religiosas dándoles un sentido pagano y bi-
zarro. Myrrha, personaje legendario del relato con el mismo nombre,
es sin duda una musa decadente; su experiencia mística combina una
veneración religiosa y la urgencia sensual de profanarla.49 En el relato

43 Prueba de ello fueron los diversos debates entre liberales, positivistas y católicos a

lo largo del siglo. Entre 1880 y 1883 se dio un debate en torno a la adopción de textos de
lógica en la Escuela Nacional Preparatoria, en el que krausistas alemanes y espiritualistas
franceses, defensores del liberalismo clásico, se pronunciaron en contra del programa posi-
tivista de la Escuela. (Hale, The Transformation of Liberalism, p. 23-24). La oposición católica
al positivismo, particularmente al darwinismo, se manifestó en el debate que enfrentó a los
Sierra y sus allegados del periódico La Libertad con los intelectuales católicos de La Voz de
México, El Centinela Católico, y La Ilustración Católica (op. cit., p. 207).
44 “Asunción”, en Revista Azul, 19 de agosto de 1894, I (16), p. 241-242, “La virgen de

Guadalupe”, 9 de diciembre de 1894, II (6), p. 90; “Las almas muertas”, 5 de abril de 1896, IV
(23), p. 351-354.
45 En “Asunción”, Nájera afirma: “Los dioses de mármol no ven que padecemos. El

hombre necesitaba una madre para quejarse a ella, y el cristianismo se la dio” (op. cit.,
p. 241).
46 Revista Azul, 12 de abril de 1896, IV (24), p. 381.
47 Publicado en episodios: 28 de julio de 1895, III (13), p. 199-203; 4 de agosto de 1895,

III (14), p. 219-221; 11 de agosto de 1895, III (15), p. 237-239.


48 Revista Azul, 14 de abril de 1895, II (24), p. 377-378.
49 El relato se sitúa en la época de la persecución romana del cristianismo; es la histo-

ria de una joven cristiana —representada como una “santa” por su pureza y devoción—
cuya fe se pone a prueba al experimentar una sensual y a la vez mística fascinación por el
emperador Nerón. Este último es representado como un héroe decadente, triste y abatido
por el hastío de la vida.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 205

“Lamia” de France, María Magdalena es descrita bajo una mirada eró-


tica, cuestionadora de la mujer virginal del realismo, así como del em-
blema mariano de la maternidad cristiana.50
La revista también publicó un número considerable de poemas y
relatos modernistas de escritores hispanoamericanos en los que, me-
diante la mitología y la simbología religiosa, se explora subjetiva e
imaginariamente el ámbito erótico, y se cuestionan categorías fijas
de género.51 Relatos como “Los ojos de Lina”, del peruano Clemente
Palma,52 presentan la ambigüedad moral del personaje femenino y
cuestionan las representaciones literarias del amor romántico y de la
candidez femenina a través del sarcasmo y la ironía sadomasoquista.
Dentro de esta tendencia decadente, la revista dio prioridad, me-
diante extensos comentarios críticos, al poema “Una juventud” de Luis
G. Urbina. Basado en un conocimiento determinista seudo-científico
sobre la herencia; este poema narrativo caracteriza la moralidad del
personaje femenino como rasgo patológico. Cuenta la historia de Juan
y de su hija congénitamente enferma; ambos han sido abandonados
por la esposa-madre, la cual tiene una incurable tendencia al vicio. A
lo largo del poema, Juan confronta el dilema de asumir un papel ma-
ternal o dejar morir a la hija que, al ser mujer, está destinada a perpe-
tuar, por vías hereditarias, el vicio de la madre.53
La condición patológica del personaje femenino de Urbina fue in-
terpretada como un rasgo decadente por los críticos de la revista.54
Durante la era victoriana, la mujer fue representada como ser angéli-
co o perverso. La metáfora de la mujer-esfinge no sólo era emblemática
de esta doble representación femenina tan divulgada en la época
victoriana, sino que reflejaba el proceso de disolución de identidad del
sujeto decadente, cuya proyección sexual resultaba siempre en una
transposición de sí mismo. De aquí la ambigüedad sexual y moral de

50 “Ah, bailan con tanta languidez las mujeres de Siria. Yo conocí a una [...] Me gusta-

ban sus danzas bárbaras, sus cantos tristes, su carne perfumada con incienso y la somno-
lencia en que parecía vivir [...] después de algunos meses supe casualmente que se había
unido a un tropel de hombres y mujeres que seguían a un joven taumaturgo galileo. Se
llamaba Jesús [...] fue crucificado por no sé qué crimen” (Revista Azul, 14 de abril de 1895, II
( 24), p. 378.
51 Muchos poemas del cubano Julián del Casal, publicados en la Revista Azul, se valen

de mitos y leyendas para enmascarar una latente homosexualidad. Este aspecto ha sido
estudiado por Óscar Montero en Erotismo y representación en Julián del Casal.
52 Revista Azul, 26 de julio de 1896, XV (15), p. 195-198.
53 “Del seno de dos perversidades brotó la flor de cieno”, Revista Azul, 9 de junio de

1895, III (6), p. 89.


54 Para Díaz Dufoo, la enfermedad era consecuencia del progreso, particularmente en

los espíritus artísticos: “Somos una alma enferma que soporta un cadáver”. Véase “Los tris-
tes”, Revista Azul, 21 de octubre de 1894, I (25), p. 385.
206 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

las heroínas decadentes de palidez mortuoria en la pintura prerra-


faelita: Mona Lisas, Salomés, Helenas, Ofelias y Beatrices.55 La “nueva
mujer” de los textos decadentes se construía mediante una voz narra-
tiva enfáticamente erótica y ambigua que proyectaba el ideal místico
en el placer sensual o en el horror. Para Pierrot, esta interpretación de
la sexualidad y de la mujer era un triunfo de la imaginación por sobre
las restricciones sociales y morales de la época victoriana.56 Sin embar-
go, en el poema de Urbina no hay ambigüedad en la representación fe-
menina ni tampoco una sensualización de la voz narrativa. El poema
incorpora un punto de vista determinista en el que, además, se sostiene
la validez de valores convencionales en torno a la maternidad y al amor
romántico, al expresar un abierto temor a la mujer pecaminosa. Cu-
riosamente, el poema de Urbina se interpretó como una pieza
auténticamente moderna y decadente. Gutiérrez Nájera, por ejemplo,
empleó la caracterización del artista decadente de Paul Bourget para
describir a Urbina: “¿Qué lee? Las flores del mal de Baudelaire, la Vida
de Jesús de Renán, la Salambó de Flaubert, el Thomas Grainborge de
Taine, o el Rojo y negro de Beyle.” 57
Después de la publicación de sus Poemas crueles, incluyendo “Una
Juventud”, Urbina también fungió como una figura de conciliación
cultural, como evidencian los comentarios de Ángel de Campo
(Micrós) y de otros escritores de la Revista Azul.58 Micrós subraya la
armonía entre el espíritu científico y poético en la obra de Urbina:
“aplica la ciencia al ensueño; un bisturí con deliciosas incrustaciones
de nácar”.59 De la misma manera que Sierra, Urbina fue apreciado
como un escritor moderno; no obstante, su modernidad nacía, más que
de una veta decadente, de un conservador estilo parnasiano en el
que el papel social y cultural de la mujer se justificaba mediante la
legitimación de valores tradicionales. Dichos valores eran concebidos
como innatos al carácter femenino desde una perspectiva cientificista.

55 Para un estudio de la representación femenina en el arte pictórico de la era victoriana,

consultar Jullian, op. cit., p. 39-53, y Reynolds, Victorian Heroines. Representations of Feminity
in Nineteenth-century Literature and Art, especialmente el capítulo tres que se concentra en el
periodo decadente.
56 Pierrot, op. cit., p. 143.
57 Revista Azul, 16 de junio de 1895, III (7), p. 100.
58 Manuel Torres también percibió la mezcla de realismo y esteticismo en la obra de

Urbina: “la posibilidad de cultivar y difundir la forma soberana del realismo, vaciándola
en el molde exquisito de la poesía” (“Los poemas crueles de Urbina”, en Revista Azul, 21 de
julio de 1895, III (12), p. 183.
59 “Luis G. Urbina”, en Revista Azul, 16 de junio de 1895, III (7), p. 107.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 207

El héroe decadente

El héroe decadente, víctima de los excesos de civilización, indiferente


social, esteta refinado, sofocado habitante de un saturado espacio ar-
tificial producto de su extravagancia y de su anhelo por abismarse en
épocas legendarias, místico perverso, cazador de sensaciones bizarras
para su hastiado espíritu, melancólico incurable y frío analista, disector
de sus propias emociones, fue frecuentemente aludido a través de re-
gistros mitológicos en la pintura prerrafaelita, y se manifestó como
personaje en La course à la mort (1885) de Edouard Rod y en Sixtine
(1890) de Rémy de Gourmont. Sin embargo, fue Des Esseintes, per-
sonaje central de la novela A Rebours (1884) de Joris-Karl Huysmans,
quien mejor sintetizó los temas, las actitudes intelectuales y los nue-
vos tipos sociales (el esteta, el decadente y el snob) que constituye-
ron la bohemia decadente en Inglaterra y Francia.60 A diferencia del
héroe romántico, redimido por su culto a la naturaleza y al amor ideal,
el esteta decadente de A Rebours no podía trascender su solipsismo
debido a la naturaleza genética de su neurosis, proveniente de una
línea ancestral en declive.61 De aquí que la caracterización de este
“anti-héroe” haya respondido, en buena medida, al determinismo fi-
siológico de la época. Muchos leyeron la novela de Huysmans como
un recuento clínico de neurosis progresiva.62 Esta tesis la confirma
Brian Stableford al señalar que, bajo el influjo científico de la época,
el artista decadente se concebía como un neurasténico: “un indivi-
duo físicamente débil y ultra-sensitivo, inclinado también a ser mo-
ralmente débil, poseído permanentemente por apatía e importancia
espiritual”.63 Pese a sus conexiones con el naturalismo determinista, las
distorsiones mentales del personaje decadente constituían una protesta
espiritual en contra del utilitarismo y el ciencismo; ésa que enarbolaba
Wilde con la nota extravagante y contestataria de su obra y su persona

60 Según Jullian (op. cit., primer capítulo), a partir de la hermandad prerrafaelita de

1848, surgió en Inglaterra el esteta, ardiente cultor de la belleza, representado en la pintura


de Lucien Lévy-Dhurmer. Sin embargo, fue en Francia, más que en Inglaterra, donde emergió
una bohemia decadente en los estudios artísticos, paradigmas espaciales de la correspon-
dencia de las artes. Los decadentes franceses se caracterizaban por su extravagancia en el
vestir y en el hablar. Los snobs fueron estetas de última moda y dieron pie, por su deseo de
novedad, a un sinnúmero de obras mediocres. No obstante, la alianza entre estos tipos dio
lugar a una aristocracia que se nutría del culto al pintor Gustave Moreau.
61 E. A. Carter, op. cit., p. 28.
62 Pierrot, op. cit., p. 62.
63 Stableford, The Dedalus Book of Decadence (Moral Ruins), p. 23. La traducción es

nuestra.
208 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

pública.64 De aquí que la reclusión del poeta-decadente en interiores


artificiales, concebidos como “una segunda Naturaleza de objetos
manufacturados” fuera una manera de “entretener su tiempo en el
exilio”65 y, consecuentemente, constituyera un acto indirecto de re-
beldía social, pese a su actitud aristocrática y a su marcada indiferen-
cia política.
La transposición de este personaje no se llevó a cabo sin cierta am-
bigüedad. Para el héroe decadente latinoamericano, la actitud torre-
marfilista implicaba no sólo distanciamiento social, sino una marcada
tendencia a privilegiar las estéticas continentales modernas, principal-
mente las venidas de Francia. Las representaciones del emblemático
interior artificial manufacturado por la imaginación del poeta deca-
dente se ligaba, en el caso modernista, a espacios decorativos del arte
francés, incluso cuando estos espacios remitieran a pasajes bíblicos,
grecolatinos u orientales.66 Esta correlación entre el artepurismo y el
“galicismo mental” modernista es clara en la poesía de los escritores
modernistas más representativos: Darío, Casal y Gutiérrez Nájera, en-
tre otros. Cierta crítica literaria ha interpretado el afrancesamiento y
el torre-marfilismo modernistas como signos de un arte imitativo
y alienado, poco representativo de una estética americana.67 No obs-
tante, como veremos en el caso de Gutiérrez Nájera más adelante, los

64 En palabras del propio Wilde: “Art is our spirited protest, our gallant attempt to

teach Nature her proper place” (Intentions, p. 21). No cabe duda que, con un agudo sentido
de la teatralidad, Wilde personificaba el prototipo de la decadencia: “una intoxicadora sub-
versión del orden natural [...] un exponente y un maniquí de un modo de vida estético,
proclamando lánguidamente su superioridad a los estilos prácticos de la vida burguesa”
(Gilman, Decadence. The Strange Life of an Epithet, p. 128). Se sabe que su comportamiento
equívoco y su apariencia física irreverente eran motivo de escándalos en los círculos litera-
rios de París (Pierrot, op. cit., p. 20); al decir de Jullian, Wilde representaba “an ill-starred
poet at the end of a delightful life” (op. cit., p. 26). Incluso los poetas modernistas hispano-
americanos, quienes aclamaban su mensaje poético habrían de cuestionarlo como figura
pública (Véase Molloy, op. cit., p. 189-195).
65 González Pérez, La crónica modernista hispanoamericana, p. 109.
66 Rubén Darío lo expresaría en su poema “Divagación”: “Amo más que la Grecia de

los griegos/la Grecia de la Francia” (Prosas profanas, p. 17).


67 Esta veta crítica aparece, desde la emergencia del movimiento, con Juan Valera y su

crítica al “galicismo mental” de Darío en el prólogo a la primera edición de Azul, así como
con el prólogo de Rodó a las Prosas Profanas, donde el escritor uruguayo supone que el
afrancesamiento y la marcada individualidad de Darío no le permiten ser el poeta de Amé-
rica (“Rubén Darío, su personalidad literaria, su última obra”, p. 7). Posteriormente surge
una línea marxista, encabezada por Juan Marinello. En “Sobre el modernismo: polémica y
definición”, Marinello contrapone las propuestas de Darío y de Martí: “Los seguidores de
Darío [...] siguieron (sic) su gesto de aceptar modelos lejanos, franceses casi siempre, y el de
mecerse en la molicie verbal, con olvido de los grandes dolores y de las grandes esperanzas
[...] Martí es el polo positivo, el ejemplo vigente que recoge una heroica tradición america-
na” (ibidem, p. 291-292).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 209

mismos modernistas problematizaron en muchas de sus crónicas el


cosmopolitismo y el artepurismo, al confrontarlos con las zonas
antiestéticas de una modernidad desigual como la latinoamericana.68
En la Revista Azul, la caracterización del héroe decadente latino-
americano más frecuente fue la del poeta cubano Julián del Casal. Éste
aparece como una víctima de la civilización debido a la discrepante
modernidad de su medio. A diferencia de Wilde y de Baudelaire, su
hastío no derivaba de los excesos de la civilización, sino de la inercia
y el atraso de su medio cultural.69 Su afrancesamiento no era sino un
signo de resistencia ante las condiciones de su sociedad, donde la ex-
pansión económica entraba en franca contradicción con la actitud pro-
vinciana del ámbito cultural. Por ello, Rubén Darío lo caracterizaba
como un hijo de Francia deportado a tierras americanas: “Nació allí
en las Antillas, como Leconte de Lisle en la isla de Borbón, y la empe-
ratriz Josefina en la Martinica. ¡La casualidad tiene sus ocurrencias! Si
Casal hubiese nacido en París [...] Yo me descubro respetuoso ante ese
portentoso y desventurado soñador que apareció, por capricho de la
suerte, en un tiempo y en un país en donde, como Des Esseintes, vivi-
ría martirizado y sería siempre extranjero.” 70
Gutiérrez Nájera se compara frecuentemente a Del Casal a lo lar-
go de la revista al ser descrito como su alma gemela.71 Con la obra y

68 Para romper la manida interpretación del modernismo y sus fuentes como depen-

dencia o imitación, críticos como Ángel Rama (véase obras citadas de este autor) establecen
una estrecha relación entre el estilo modernista y la experiencia directa de la moderniza-
ción a la que se enfrentaron los poetas. Una de las contribuciones de Rama al modernismo
es el estudio del periodismo finisecular como vehículo para instaurar un sistema literario
latinoamericano, como taller de experimentación formal, y como medio marginal para la
profesionalización del escritor a través de la formación de un público lector hasta entonces
inexistente. La revalorización de la prosa modernista fue iniciada por Ivan Schulman y Ma-
nuel Pedro González, entre otros. Rama relaciona la función del periodismo con el límite de
géneros en la prosa modernista (Rama, Rubén Darío y el modernismo, p. 78). Críticos posterio-
res como Julio Ramos y Aníbal González Pérez retoman el estudio del impacto periodístico
en el modernismo, reivindicando la importancia de los “géneros menores” como la crónica,
donde los límites de la propuesta artepurista se problematiza. Véase la bibliografía.
69 Muchas de las crónicas casalianas tematizan la confrontación del poeta con las mi-

serias modernas emblematizadas en la ciudad de La Habana y su consecuente repliegue a


un interior estético. Algunas veces, el cronista en Casal flanea por la ciudad buscando un
refugio que lo albergue de la urbe: un jardín, que aparece como “valiosa joya en fétido pan-
tano” (Casal, Prosas, tomo II, p. 25), o un hotel francés, que “tiene el brillo de una moneda
nueva y la alegría silenciosa de las poblaciones” (op. cit., p. 32). Otras, el escritor traza la
metamorfosis de un paisaje urbano en la sociedad habanera a un escenario evocador del
arte europeo, incluyendo las extravagancias orientalistas del mismo (Prosas, tomo III, p. 57).
La situación que Casal proyecta en sus crónicas es aplicable a su propia circunstancia. Su
obra poética sufrió las consecuencias del medio: fue poco leída, y escasamente reeditada.
70 “Julián del Casal”, en Revista Azul, 20 de octubre de 1895, III (25), p. 394.
71 Véase Froylán Turcios, “El Duque Job”, en Revista Azul, 2 de junio de 1895, III (5),

p. 77-79.
210 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

la persona del Duque Job, la Revista Azul programáticamente interrela-


cionó el culto del arte por el arte con la filiación francesa.72 Sin embar-
go, rara vez la revista presenta a su fundador como exiliado o como
extranjero, a pesar de su afrancesamiento, ya que su figura pública
—mucho más importante que la de Casal en el contexto mexicano—
también promovía una ética positivista del trabajo, una actitud cívica
y una espiritualidad católica, valores encaminados a construir el mito
liberal del porfiriato.
La figura del Duque Job habría de purgar del estilo decadente todo
rasgo amenazante: la locura, el escepticismo religioso, el solipsismo y
la homosexualidad le resultaron ajenos. El fundador de la revista era
glorificado como buen padre, esposo ideal, ciudadano modelo, y ami-
go incondicional. Sus sentido de teatralidad, a diferencia del de Wilde,
se interpretó como signo de regeneración positivista y no de rebelión
decadente. Más que a un poeta maldito, Gutiérrez Nájera encarnaba
al dandy con su impecable apariencia: “Pantalón claro, levita negra,
con un clavel rojo en el ojal.” 73 Dicha personalidad era idónea para
construir la imagen de un escritor respetable, como lo ilustra la inter-
pretación de Manuel Flores: “Nájera [...] fue el primero que se aventu-
ró en llevar gardenia en el ojal, [...] a pagar a sus acreedores, y que
comenzando por respetarse a sí mismo acabó por hacer respetables la
literatura y la poesía.” 74 La honorabilidad de Gutiérrez Nájera prove-
nía, en gran medida, de su rechazo de los “paraísos artificiales”. El
ajenjo, el haschish y el opio, con la obra de Thomas de Quincey y
Baudelaire,75 se habían popularizado en los ambientes literarios euro-
peos dando origen a una bohemia decadente en Francia.76 Sin embar-
go, en México, durante el periodo de la publicación de la Revista Azul,
no se gestó una bohemia similar, como ocurriría después, a partir de
la formación del grupo de la Revista Moderna.77 Cabe agregar que tan-
to el alcohol como las drogas alucinógenas fueron frecuentemente

72 Ibidem.
73 Díaz Dufoo, “Alrededor del lecho”, en Revista Azul, 3 de febrero de 1895, II (14),
p. 214.
74 “El Duque Job”, en Revista Azul, 2 de febrero de 1896, IV (14), p. 213.
75 En 1860 Poulet-Malasis, editor y amigo de Baudelaire, publicó Les paradis artificiels.
Esta colección constaba de dos ensayos sobre el haschish y el opio; la publicación también
incluía una traducción del controversial libro Confessions of an English Opium-Eater (1841)
del inglés Thomas de Quincey (1785-1859).
76 En Europa, los decadentes iniciaron el culto al absintio, “el hada verde” como ellos

lo llamaban, y de otras sustancias alucinógenas al reunirse en los estudios de arte (Jullian,


op. cit., p. 140).
77 Para una reconstrucción de la bohemia de la Revista Moderna, consultar Rubén M.

Campos, El Bar. La vida literaria de México en 1900, así como las memorias de José Juan
Tablada, La feria de la vida (1937).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 211

satanizadas por la política científica de Díaz, especialmente cuando


éstas se asociaban con las clases desposeídas.78 Para Flores, la bohe-
mia: “es un bosque de Dandy florido [...] donde se goza de plena li-
bertad, y en donde vienen a solazarse las musas, pero en cuyas encru-
cijadas y vericuetos anida una cuadrilla de bandoleros: los vicios”.79
Los escritores de la Revista Azul se basaron, más que en el héroe deca-
dente francés, en el modelo inglés del esteta para construir la imagen
pulcra de Gutiérrez Nájera.80 No obstante, los estetas “no tenían más
patria que la belleza”,81 y Gutiérrez Nájera fue caracterizado, paradó-
jicamente, como un ciudadano ejemplar, el cual pasaría a la posteri-
dad gracias a su cívica bondad.82
La promoción y canonización de Gutiérrez Nájera como escritor
modelo tuvo lugar principalmente después de su prematura muerte
acaecida en 1895. Fue entonces cuando la revista publicó más de die-
ciocho homenajes, reseñas y semblanzas sobre su fundador.83 La obra
misma de Gutiérrez Nájera siguió publicándose aun con mayor frecuen-
cia, lo cual revela el curso de su canonización. Antes de su muerte, la
revista había publicado cuarenta textos de Gutiérrez Nájera (cinco poe-
mas, ocho ensayos, veinte crónicas y siete relatos). Después de su muer-
te se publicaron cuarenta y tres (diez poemas, cuatro ensayos, veinti-
trés crónicas y seis relatos). Esta distribución no sólo indica la intención
de continuar la promoción de la obra de Gutiérrez Nájera, sino la im-
portancia que, sutilmente, se le asignó a su poesía: más que como pro-
sista, Gutiérrez Nájera habría de ser recordado como el precursor del

78 Según Pablo Piccato, la criminalidad aumentó dramáticamente en México durante

la década de 1890: “Correctional judges in Mexico City complained that arrests were
exceeding the capacity of their courts” (Piccato, Pablo, “ ‘El paso de Venus por el disco del
sol’: Criminality and Alcoholism in the Late Porfiriato”, p. 208). Para reducir el impacto
periodístico que generaron los reportes sobre el tema, la política científica del porfiriato
trató de relacionar el fenómeno con la injerencia de narcóticos, en especial, el alcohol, y con
categorías de género, raza y clase. Según Piccato, el crimen se asoció frecuentemente con
las clases bajas, en especial con la población indígena, clasificada como una “clase delin-
cuente” propensa al vicio del alcohol (op. cit., p. 211-212).
79 “El Duque Job”, Revista Azul, p. 213.
80 Jullian señala que en Inglaterra, con la excepción de Wilde, no se dio un personaje

decadente a la Rollinat y a la Lorrain, como en Francia, donde la recepción de Las flores del
mal propició la emergencia de temas y actitudes ligados al decadentismo: satanismo, dan-
dismo, exoticismo y erotismo. El esteta inglés, carente de la extravagancia decadente fran-
cesa, era el personaje masculino prototípico del arte prerrafaelita y se caracterizaba por su
culto a la belleza y por ser el lazo entre varias formas de expresión artística (op. cit., p. 29).
81 Ibidem, p. 26.
82 En “A Manuel Gutiérrez Nájera”, Revista Azul, 2 de febrero de 1896, IV (14), p. 216,

Adalberto Esteva manifiesta, sobre Gutiérrez Nájera, “Más que por genio, eres inmortal por
tu bondad.”
83 Boyd y Joan Carter compilaron la crítica aparecida en Revista Azul en torno a

Gutiérrez Nájera en Florilegio crítico conmemorativo, p. 25-94.


212 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

modernismo mexicano, entendido como un movimiento poético por


excelencia.
Al mismo tiempo, la muerte de Gutiérrez Nájera vino a fortalecer
el mito liberal que sostenía el régimen de Díaz. En un homenaje con
motivo de su muerte, Díaz Dufoo asocia la figura del poeta modernista
con la de Benito Juárez: “Y ahora vamos a su tumba, transformando
el dolor que mira hacia la fosa en dolor que mira hacia la estrella [...] a
decirle lo que él ante el sepulcro de Juárez: Capitán [...] estamos lis-
tos!”.84 En la Revista Azul, el artepurismo también fungió como estra-
tegia para consolidar el mito liberal del régimen, al afirmar valores
trascendentales como amor patriótico y sacrificio, a través de la glori-
ficación de héroes nacionales que reconciliaran las facciones opuestas.
Benito Juárez constituye el emblema liberal más importante exaltado
por el Partido Liberal y su suplemento dominical, la Revista Azul. La
glorificación de Juárez en la revista se manifiesta a través de diversas
estrategias, desde el épico romanticismo de Guillermo Prieto, hasta
el parnasianismo de Gutiérrez Nájera. En un homenaje a Juárez, el
Duque Job, a manera de poeta parnasiano, captura al padre del libe-
ralismo en la piedra, revelando su calidad atemporal que reta las
cambiantes formas del mar, y sugiere una doble significación: Juárez
es emblema nacional y alegoría del arte universal.85 Díaz Dufoo, por
su parte, enaltece la figura del Duque y lo ubica, junto a Juárez, por
encima de las contradicciones entre la estética decadente y el progre-
so positivista. En la Revista Azul, Juárez y Gutiérrez Nájera se convier-
ten en íconos nacionales y dejan de ser intelectuales contradictorios.

La prosa de Gutiérrez Nájera: límites de la autonomía literaria

Como hemos visto, la crítica en torno a Gutiérrez Nájera propiciaba


una lectura conciliatoria y no contradictoria, tanto del personaje como
de su literatura, a través de su canonización como poeta cosmopolita,
pero, sobre todo, decorativo del escenario porfiriano.86 Curiosamente,

84 “Azul Pálido”, en Revista Azul, 2 de febrero de 1896, IV (14), p. 223.


85 En palabras de Gutiérrez Nájera, Juárez aparece en esta metáfora parnasiana: “No
es el mar con su hervor de espuma [...] es la roca en que se estrella el mar [...] Aparece en su
augusta tranquilidad como la imagen viva de la patria. Su espíritu sigue viviendo en la
generación de sus contemporáneos y en la del porvenir. Juárez vive” (“Juárez”, en Revista
Azul, 21 de julio de 1895, III (12), p. 177.
86 Poemas como “Non omnis moriar” (Revista Azul, 6 de mayo de 1894, I (1), p. 8);

“Mariposas” (10 de febrero de 1895, II (15), p. 235-236, “La serenata de Schubert” (2 de fe-
brero de 1896, IV (14), p. 209-210), y “Mis enlutadas” (2 de febrero de 1896, IV (14), p. 210-
211) revelan la asimilación sincrética del romanticismo, el parnasianismo y el impresionismo.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 213

pese a la enfática interpretación de Gutiérrez Nájera como poeta, es


sin duda alguna su prosa la que cumple un papel importante en la
revista; en ésta se publicaron únicamente 15 poemas frente a 76 escri-
tos en prosa—43 crónicas, 15 ensayos, 18 cuentos.87 Hemos señalado
que el Duque Job, como teórico de la revista, defendió una visión cos-
mopolita y artepurista del arte, apoyó el “libre cambio de ideas” en el
terreno cultural,88 y se opuso al positivismo y al nacionalismo litera-
rio, representados en la revista por Juan de Dios Peza.89
A pesar de esta actitud programática, la interpretación najeriana
del arte decadente es ambigua. Como se ha visto repetidas veces, el
fundador de la revista trató de conciliar dos posturas antagónicas:
el decadentismo y el catolicismo, credo que él mismo nunca abando-
nó.90 Por otro lado, pese a este arraigado catolicismo, muchos de sus
cuentos tampoco se escapan de un legado positivista y de una visión
determinista de la sociedad. Si bien estos relatos escenifican el deseo
del poeta por legitimar un espacio literario propio que la sociedad con
su tecnología, su positivismo y su racionalidad mercantil había deva-
luado, también revelan la permanencia de concepciones morales y cul-
turales derivadas de la política científica del porfiriato.91
La originalidad de Gutiérrez Nájera no estriba entonces en asu-
mir una postura francamente decadente contraria a la moralidad ofi-
cial; más bien, la inventiva najeriana se caracteriza por la utilización de
un registro oral, mediante el cual cuestiona la discrepante asimilación

No obstante, Gutiérrez Nájera también publicó poemas laudatorios, cercanos al nacionalis-


mo institucional, tales como “A Vicente Riva Palacio” (13 de mayo de 1894, I (2), p. 27) y
“Versos de álbum” (30 de diciembre de 1894, II (9), p. 137).
87 De los 76 escritos en prosa de Nájera, 22 fueron firmados por Manuel Gutiérrez

Nájera, 53 por el Duque Job, y uno por MGN.


88 En “El cruzamiento en literatura” (Revista Azul, 9 de septiembre de 1894, I (9), p.

289-292) propone este intercambio para romper con la dependencia cultural en relación
a España: “La decadencia de la poesía española es innegable [...] y depende, por decirlo
así, de falta de cruzamiento” (p. 291).
89 Véase el comentario de Peza sobre el poema “Flor de luna” en Revista Azul, 22 de

julio de 1894, I (12), p. 182-186.


90 En “Asunción” (Revista Azul, 19 de agosto de 1894, I (16), p. 241-242), Gutiérrez Nájera

describe a la virgen María como símbolo de belleza, no únicamente religiosa, sino también
artística: “No hay en las mitologías creación tan bella como la de la Virgen cristiana que es
virgen y es madre, las dos más altas excelencias del ideal” (p. 241). Véase también “El asno
a Jerusalem” (7 de abril de 1895, II (23), p. 357-359, y “La Virgen de Guadalupe” (9 de di-
ciembre de 1894, II (6), p. 90-93).
91 Un ejemplo es el cuento “Juan el organista”, publicado en episodios: 14 de octubre

de 1894, I (24), p. 369-370; 21 de octubre de 1894, I (25), p. 394-396; 11 de noviembre de


1894, II (2), p. 28-29; 18 de noviembre de 1894, II (3), p. 46-48, y 25 de noviembre de 1894, II
(4), p. 59-60. Gutiérrez Nájera explora el tema de la marginalidad del arte; no obstante, rela-
ciona la crisis artística y familiar con un diagnóstico determinista de la mujer, la cual es pro-
pensa al vicio, agente destructor de un mundo orgánico en términos culturales y sociales.
214 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

del progreso occidental al contexto cultural de México. Veamos un


ejemplo: la crónica “Puestas de Sol”.92 Al flanear por la ciudad, el cro-
nista describe con una máscara romántica la belleza de una puesta de
sol. Por la preeminencia de la luminosidad solar, dicha descripción es
un homenaje al arte pictórico impresionista y su preferencia por el efec-
to visual mediante la gradación del color. Paralelamente, la crónica pone
de relieve la occidentalización de la ciudad que sigue la dirección del
sol. El paseante se percata de que el desplazamiento “natural” de la ciu-
dad hacia el poniente ocurre de manera simultánea a la descripción
impresionista (occidentalizada) que él hace de la puesta de sol, y que,
consecuentemente, ambos procesos son resultado de la asimilación de
la ideología del “progreso”, representada por esta occidentalización. La
crónica establece analogías asimétricas: el ocaso del sol es un homenaje
a la belleza artística, pero la occidentalización de la ciudad es un pro-
ceso ambiguo: la mirada del flâneur registra, dentro del ímpetu
modernizador, las zonas marginales, atávicas, tradicionales, oscuras
... en fin, orientales de la ciudad. No obstante, el relato jamás adquiere
un tono de denuncia social. Al contrario, el narrador hablante se vale
de una retórica entusiasta para lisonjear los beneficios del progreso.
Sin embargo, la clave para percibir la sutil ironía característica de
Gutiérrez Nájera está en la oralidad del narrador. Dicha oralidad pone
de manifiesto el simulacro de su enunciación y resalta la contradic-
ción entre el progreso socioeconómico y el atraso artístico mediante
una irónica correlación:

¡Cómo brotan casas en la Calzada de la Reforma! ¡Cómo va dejando


la ciudad a los pobres, parecida a la dama elegante que percibe un
mal olor y recoge su falda de seda [...] Y no sólo van los carruajes ca-
mino al Oeste; también se van las estatuas, se va el arte, como huyen-
do de la Academia de San Carlos, que está muy al Oriente.93

Gutiérrez Nájera no elige la pintura de Félicien Rops, Odilon Redon,


o Gustave Moreau para establecer su irónica correlación entre el arte
decadente y el realismo determinista que inaugura el positivismo
decimonónico. Prefiere el arte impresionista; con dicha elección, la
asociación no necesariamente tendría que ser irónica.94 Sin embargo,

92 Revista Azul, 17 de marzo de 1895, II (20), p. 309-311.


93 Ibidem, p. 311.
94 El tecnicismo y el espíritu positivista del siglo XIX tuvieron una fuerte incidencia en

el arte pictórico; en el caso del impresionismo, los estudios físicos de Chevreul y los fisioló-
gicos de Helmoltz inauguraron la revolución impresionista, presente en las gradaciones de
Corot y en la emotividad de Renoir. Dicha técnica culminó en el arte-proceso de Signac.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 215

en el contexto mexicano, la asimetría es válida, ya que, por un lado, el


sistema liberal apoyaba la retórica positivista del progreso socioeco-
nómico pero, por el otro, invalidaba las consecuencias culturales de
dicha apertura con la permanencia de instituciones como la Academia
de San Carlos que se oponían, entre otras cosas, a las innovaciones del
arte, en este caso, el impresionista. La crónica concluye con una sutil
ironía, basada en la correlación progreso-arte: el flâneur prolonga la lu-
minosidad pictórica de la puesta de sol con una alusión final a la luz
eléctrica, emblema del progreso científico y, al mismo tiempo, estrate-
gia modernista: la electricidad reta la noche oriental al enmascarar la
ciudad con un aire de glamorosa artificialidad.

Conclusiones

La Revista Azul sostuvo una posición conciliatoria y, al mismo tiempo,


contradictoria, frente a la asimilación de las ideologías finiseculares
continentales en torno a la modernidad del arte en el contexto positi-
vista del porfiriato. A pesar de ser el suplemento del periódico
semioficial El Partido Liberal, la Revista Azul fue la primera publica-
ción periódica del modernismo en México, movimiento literario anta-
gónico al utilitarismo positivista que promulgó la universalidad del
arte moderno y privilegió la estética decadente, sensibilidad milena-
rista, producto de los excesos de civilización en las metrópolis euro-
peas. No obstante, dado que en México el progreso no dejaba de ser
una meta a largo plazo, los modernistas de la Revista Azul, para con-
cebirse “decadentes”, tuvieron que reformular la relación entre pro-
greso positivo y sensibilidad decadente.
Con el fin de sostener la universalidad del arte y justificar, al mis-
mo tiempo, el progreso positivo en un periodo de expansión econó-
mica, la revista manejó una óptica más parnasiana que decadente. La
recepción que en esta publicación tuvieron los poemas “El beato
Calasanz” de Justo Sierra y “Una juventud” de Luis G. Urbina, así
como la crítica que apareció en torno a figura literaria de Gutiérrez
Nájera, revela una política de conciliación cultural: posiciones intelec-
tuales antagónicas encontraron, en los postulados parnasianos, un
medio propicio para resolver la identidad cultural nacional en térmi-
nos homogéneos.

Para consultar los manifiestos en torno al impresionismo, ver Freixa, Las vanguardias del
siglo XIX, p. 268-303.
216 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

No obstante, la producción del propio Gutiérrez Nájera en la re-


vista pone de manifiesto, a través de un sutil enjuiciamiento, la pro-
blemática asimilación al contexto mexicano de las diversas corrientes
de pensamiento finiseculares, así como las contradicciones derivadas de
un orden conservador-liberal que promulgaba expansión económica
pero restricción cultural. En “Puestas de Sol”, como en muchas otras
crónicas de la Revista Azul, Gutiérrez Nájera, al lado de sus narradores,
invita al lector a la intimidad juguetona de una charla de sobremesa,
donde el lenguaje, en su aparente discreción, está lleno de doble senti-
dos.95 Al trasponer la retórica asimilada a un registro oral, con sus acen-
tos, giros lingüísticos y su picardía, la autoridad letrada que promulga
queda en entredicho.96 Muchas crónicas de Gutiérrez Nájera constitu-
yen lecturas “aberrantes” o, más acertadamente, incrédulas del pro-
greso positivo a través de la oralidad de sus hablantes y de su fina
sutileza, ésa que Pedro Henríquez Ureña calificó de “flor de ingenio
penetrante”.97 El Duque Job propuso un conocimiento ajeno al positi-
vista, aunque no fuera decadente, en la medida en que se valía de la
impostura, de la invención y de una fina ironía, para mostrar que el
arte no podría instaurar del todo el espacio orgánico, social o cultural
erosionando por la modernización, pero sí generar una forma indisci-
plinada de escritura (la crónica modernista), que desplegara las contra-
dicciones entre la postura artepurista que, a través de manifiestos y
arspoéticas proclamó la Revista Azul y el espíritu conciliatorio de sus
más asiduos colaboradores.

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95 Sobre esta línea de interpretación en la obra de Gutiérrez Nájera, ver el artículo de

Bertin Ortega citado en la bibliografía.


96 Otro ejemplo es el relato “Dame du Coeur”, en Revista Azul, 9 de diciembre de 1894,

II (6), p. 86. En éste, el narrador traduce la visión trascendental (literaria) del amor románti-
co (simbolizado en el sacrificio de la heroína que muere por salvar a su esposo) en un senti-
miento efímero, más cercano a una sensibilidad juguetona y sensual expresada idealmente
con el tono de una plática amena y casual. Al transformar el paradigma romántico en senti-
mentalismo mundano, el narrador cuestiona su propia propuesta estetizante con un guiño
de sutil ironía, sello indiscutible de una visión moderna del lenguaje.
97 Estudios, p. 220.
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ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA
LAS PROPUESTAS DE “REGENERACIÓN” PARA INDIOS
DE LA SOCIEDAD INDIANISTA MEXICANA, 1910-1914

BEATRIZ URÍAS HORCASITAS


Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM

El propósito de este ensayo es examinar las propuestas en torno a la


regeneración de los grupos indígenas, formuladas por individuos de
la Sociedad Indianista Mexicana, creada en la ciudad de México en el
año de 1910 con la doble finalidad de estudiar y transformar la condi-
ción de los grupos indígenas existentes. Esta agrupación sobrevivió
hasta 1914, y posteriormente fue relativamente olvidada. Contamos
con dos estudios importantes acerca de la Sociedad Indianista,1 ela-
borados en los años cincuenta y sesenta por connotados antropólogos
que destacaron el papel de la Sociedad Indianista como precursora del
movimiento intelectual indigenista que se desarrolló bajo el auspicio
de Manuel Gamio durante la primera mitad del siglo XX.
Este trabajo acerca de la Sociedad Indianista se diferencia de los es-
tudios precedentes en la medida en que no busca identificar en los
indianistas antecedentes del movimiento indigenista post-revoluciona-
rio. Nuestro propósito, al analizar los materiales publicados por la agru-
pación en el Boletín de la Sociedad Indianista Mexicana entre 1911 y 1913,2
es examinar la intersección de dos grandes corrientes de pensamiento
que animaron las reflexiones de los científicos sociales en torno al in-
dígena. Se trata, en primer lugar, del evolucionismo, corriente de pen-
samiento que marcó profundamente las primeras formulaciones de
las ciencias sociales en torno al fenómeno étnico. En segundo lugar,
1 Comas, “Algunos datos para la historia del indigenismo”, p. 70-89; Bonfil Batalla,

“Andrés Molina Enríquez y la Sociedad Indianista Mexicana. El indigenismo en vísperas


de la revolución”, p. 217-232.
2 La colección completa del Boletín de la Sociedad Indianista Mexicana estaba perdida

dentro del Fondo Juan Comas de la Biblioteca del Instituto de Investigaciones Antropológicas
de la UNAM. Con la ayuda de los bibliotecarios del Instituto, fue posible localizar esta co-
lección para realizar esta ponencia. El material se encuentra actualmente identificado y a la
disposición del público. La Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia, que
fue hasta ahora el único lugar donde se podía consultar el material relacionado con la So-
ciedad Indianista Mexicana, cuenta sólo con tres números del Boletín.
224 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de las ideas acerca de la beneficencia y la filantropía que habían sido


desarrolladas a lo largo del siglo XIX.
Estas dos corrientes de pensamiento aprehendieron al indígena
desde diferentes perspectivas. Para las nacientes ciencias sociales, el in-
dígena constituyó un objeto de estudio y de investigación etnológica,
lingüística, arqueológica y sociológica. Para los filántropos, el indígena
aparecía como un sujeto sobre el que había que ejercer una acción
“regeneradora”, mediante la creación de instituciones y programas de
ayuda basados en la introducción de nuevos hábitos de conducta, tra-
bajo e higiene personal. Este trabajo sostiene la hipótesis de que la sin-
gularidad de la Sociedad Indianista radicó en el entrelazamiento entre
la nueva visión acerca del indígena desarrollada en el campo de las cien-
cias sociales y la visión acerca de la “regeneración” de los menesterosos
formulada por el pensamiento filantrópico. Es importante señalar que
tanto las ciencias sociales como el pensamiento filantrópico, que se de-
sarrollaron a lo largo del siglo XIX, se definieron en sentido inverso a la
manera en que la Corona española y la Iglesia aprehendieron al indíge-
na a lo largo de la época colonial. En efecto, a partir de la ruptura con
España la percepción del indígena cambió sustancialmente en la medi-
da en que éste dejó de formar parte de una sociedad jerárquicamente
constituida en estamentos, y comenzó a ser reconocido como ciudada-
no. Asimismo, la concepción religiosa acerca de la caridad hacia los
grupos desfavorecidos fue cediendo lugar a una visión secularizada del
progreso en el que se incluía a todos los integrantes de la sociedad.
Desde estas premisas, examinaremos la creación de la Sociedad
Indianista en este ensayo; primero, a través de una definición general
de los objetivos de la agrupación y del contexto en el que surgió. Se-
gundo, mediante un acercamiento general al enfoque que la etnología
y la sociología de la época utilizaron para estudiar el fenómeno étnico.
Tercero, a través de una identificación del proyecto filantrópico que los
indianistas diseñaron para elevar la condición de los indios. Por último,
mostraremos que los intentos de “regenerar” al indígena en internados
donde se les inculcarían nuevos hábitos de vida y nuevas normas de
trabajo y de higiene conformaron un proyecto que no pudo llevarse a
cabo antes del movimiento revolucionario, pero que tuvo su desarro-
llo más importante en las primeras décadas del siglo XX.

La formación de la Sociedad Indianista

El proyecto de formar una agrupación para estudiar y regenerar a los


grupos indígenas vivientes a fin de hacerlos acceder a un grado más
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 225

avanzado de evolución, surgió en un momento en que el Estado


porfirista aplicaba diversas estrategias hacia los grupos indígenas. En
primer lugar, las rebeliones eran aplacadas mediante la represión di-
recta. Por otra parte, se apoyaba el desarrollo de instituciones, como
el Museo Nacional de Arqueología, Etnología e Historia, encargadas
de recuperar los símbolos del pasado indígena para dar fundamentos
a la nación moderna.3 Finalmente, se promovía la asimilación de la
fuerza de trabajo indígena al desarrollo industrial.
Sin embargo, la iniciativa de crear la Sociedad Indianista no par-
tió del Estado porfirista sino de individuos vinculados, en su mayor
parte, a instituciones como el Museo Nacional y la Sociedad Mexica-
na de Geografía y Estadística donde, a partir del último tercio del si-
glo XIX, comenzó a sistematizarse el estudio y la discusión de temas
relacionados con las disciplinas sociales. Shirley Brice Heath señala
que en los últimos años del porfiriato fue notable el interés que los
estudiosos de las disciplinas sociales manifestaron por el indio, lo cual
permite entender la formación de sociedades especializadas en su es-
tudio y rehabilitación.4
Un hombre en el que se concentran todas estas tendencias fue Fran-
cisco Belmar, principal animador del proyecto de crear una agrupa-
ción consagrada al estudio y a la regeneración de los grupos indíge-
nas del país.5 Francisco Belmar (1854-1915) fue originario de Tlaxiaco,
Oaxaca. Se formó como abogado en el Instituto Literario del estado, y
por un corto periodo trabajó como juez de primera instancia en Ixtlán,
Oaxaca. A partir de los años noventa radicó de manera definitiva en
la ciudad de México, en donde ocupó el cargo de magistrado de la
Suprema Corte de Justicia. Fue amigo cercano de Porfirio Díaz.6 Estuvo

3 Como bien lo ha señalado Luis Gerardo Morales Moreno, el impulso que se dio a la

exhibición de piezas arqueológicas en el Museo Nacional a partir de 1867 está ligado a la


puesta en escena de una pedagogía patriótica que dotó de importantes símbolos nacionalis-
tas al régimen de Díaz. Además de la exhibición arqueológica, el Museo Nacional también
contó con una sección de investigación en donde comenzaron a desarrollarse de manera
sistemática los diferentes campos de estudio de la discipina antropológica: la antropología
física, la etnología, y las lenguas indígenas. El Museo fue también la primera institución
que se especializó en la docencia vinculada a estos campos del conocimiento. Morales Mo-
reno, Orígenes de la museología mexicana. Fuentes para el estudio histórico del Museo Nacional,
1780-1940, p. 23-64.
4 Brice Heath, La política del lenguaje en México: de la colonia a la nación, p. 122.
5 Manrique Castañeda, “Francisco Belmar”, p. 201-206.
6 En 1910, Belmar solicitó al presidente su aprobación para crear una Sociedad In-

dianista en los siguientes términos: “He concebido el proyecto de crear una Sociedad
Indianista Mexicana que tenga por único y exclusivo objeto el estudio de nuestras razas
indígenas y procurar su evolución.” Carta de Francisco Belmar a Porfirio Díaz, fechada el
28 de marzo de 1910 y firmada también por José L. Cossío y Esteban Maqueo Castellanos.
Juan Comas, op. cit., p. 70.
226 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

estrechamente vinculado a la Sociedad Mexicana de Geografía y Esta-


dística, de la que fue secretario, y mantuvo una relación durable con el
grupo de científicos sociales —lingüistas, antropólogos y etnólogos—
que integraron la sección de investigación del Museo Nacional en el
último tercio del siglo XIX.
Sin embargo, la actividad más importante a lo largo de la vida de
Belmar fue el estudio de las lenguas indígenas de México en el cual hizo
aportaciones importantes.7 Belmar atribuyó a los estudios lingüísticos
un papel determinante en la formación de la nación moderna.8 La
lingüística, señalaba en 1909, es “la única ciencia que ministra los ele-
mentos que determinan el carácter más constante que distingue una
nación de otra”.9
Desde esta perspectiva, asociaba esta disciplina a la geografía, la
etnografía, la historia, la filosofía y la literatura que, conjuntamente,
proporcionaban un conocimiento integral de la realidad social. La vi-
sión de Francisco Belmar acerca de la contribución de los estudios
lingüísticos a la unidad nacional fue compartida por algunos de sus
contemporáneos —como el lingüista Eustaquio Buelna—, y parece
haber estado vinculada al surgimiento de las ciencias sociales, y a la
nueva concepción globalizadora acerca del estudio de los fenómenos
sociales que se introdujo a través de ellas.
La creación de la Sociedad Indianista animada por Belmar fue apo-
yada, inicialmente, por Porfirio Díaz y los más altos funcionarios del
régimen (gobernadores de los estados, miembros del gabinete y miem-
bros de la Suprema Corte de Justicia), quienes asistieron a la apertura
oficial del primer Congreso Indianista y figuraron como socios hono-
rarios de la agrupación.10 Sin embargo, en los meses que siguieron a
la apertura del Congreso, Díaz y los altos funcionarios se distancia-
ron del proyecto de los indianistas debido a que los organizadores
de la Sociedad pretendían llevar a cabo reformas radicales en el corto

7 Entre 1890 y 1914, Francisco Belmar realizó innumerables monografías y estudios com-

parativos sobre diversas lenguas indígenas de México. Para los especialistas, su obra más im-
portante fue la Glotología Indígena Mexicana, que destruyó parcialmente al final de su vida.
8 Véase Urías Horcasitas, “La memoria de lo indígena en el discurso etnológico de las

elites: la Sociedad Indianista Mexicana, 1910-1914”, p. 25.


9 Belmar, “Importancia del estudio de las lenguas indígenas de México”, op. cit., p. 259.
10 De acuerdo con Guillermo Bonfil el Primer Congreso Indianista, que se celebró en la

ciudad de México del 30 de octubre al 5 de noviembre de 1910, reúne “un conjunto hetero-
géneo de personalidades. Están en él Genaro García, Federico Gamboa y Belisario Domín-
guez junto con Olegario Molina y Ramón Corral”. En términos generales, señala Bonfil,
“el Congreso resulta, pese a las dignas voces discordantes, la tribuna oficial del régimen
moribundo, desde la cual unos defienden la acción gubernamental, otros proponen refor-
mas y muy pocos critican de manera abierta la situación imperante”. Guillermo Bonfil,
op. cit., p. 219.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 227

plazo. El rechazo de Díaz y sus colaboradores afectó profundamente


a los indianistas, que decidieron seguir impulsando el proyecto sin el
apoyo oficial.11 Posteriormente, también rehusaron establecer cual-
quier vínculo con los grupos de insurrectos.12
Inicialmente, la agrupación tuvo como sede la ciudad de México,
pero el proyecto de los indianistas fue formar filiales en diferentes en-
tidades del interior de la república, en donde se buscaría que los fun-
cionarios locales fueran sus representantes.13 De acuerdo con el Bole-
tín Preparatorio, el propósito explícito que animó el proyecto de
creación de la Sociedad fue

la regeneración de la raza indígena, para lo cual... se pretende estu-


diar los lugares de la República en que existe todavía, los idiomas que
habla, el medio social en que se desarrolla, el grado de marasmo en
que se encuentra, los medios más eficaces de que se puede echar mano
para su mejoramiento, en una palabra, todos aquellos estudios que tien-
den al conocimiento de los estorbos que detienen la marcha progresiva
del indígena por el camino de la civilización para poder removerlos y
crear una atmósfera viable para el desarrollo del proceso evolutivo de
las razas aborígenes de nuestro suelo...14

11 A partir de la revisión de la correspondencia entre Díaz y Francisco Belmar, Shirley

Brice Heath hace señalamientos interesantes en torno a la reacción de los miembros de la


Sociedad Indianista cuando se produjo el rechazo oficial: “Desairado por el rechazo del go-
bierno para poner en actividad las sugerencias de la Sociedad, Belmar propuso que las se-
siones estuvieran ‘cerradas a los enemigos de la raza indígena’. La Sociedad se negó tam-
bién a solicitar ayuda financiera al secretario de Instrucción Pública, por temor a que de ese
modo quedaran amordazadas las críticas a los programas oficiales relacionados con los in-
dios. El segundo presidente de la Sociedad Indianista Mexicana, el doctor Jesús Díaz de
León, decidió también no alinearse demasiado estrechamente con ningún establecimiento
gubernativo, e insistió en el enfoque científico práctico que el grupo asumiría en la evalua-
ción de los programas de gobierno para el indio. Bajo su administración la resistencia del
gobierno contra las ideas de los científicos sociales (impedir la desaparición de las lenguas
indígenas), que hasta entonces había sido callada, comenzó a expresarse más abiertamen-
te.” Brice Heath, op. cit., p. 123.
12 La Sociedad Indianista Jaliciense se pronunció claramente sobre este punto: “La So-

ciedad Indianista Jaliciense ha resuelto defenderlos (a los indios) contra todo lo que trate
de menoscabarles indebidamente el libre ejercicio de sus prerrogativas ciudadanas y su des-
envolvimiento social o entorpezca... el perfeccionamiento educacional, indispensable para
su reincorporación a la vida nacional...; con las únicas cortapisas, sin embargo, de que nues-
tra Sociedad está resuelta a no mezclarse en sus contiendas civiles.” Sociedad Indianista
Jaliciense, texto manuscrito, Guadalajara 1911.
13 Existieron sociedades indianistas en diferentes puntos de la República Mexicana.

Las más importantes de ellas se formaron en el estado de Jalisco. Un dato curioso acerca las
asociaciones locales es que, en 1910, la Sociedad Indianista de Autlán se reunía en un domi-
cilio que aludía directamente a las finalidades de la agrupación: el número 5 de la calle de
la Filantropía. Texto manuscrito incluido dentro de los documentos del Boletín de la Socie-
dad Indianista.
14 Boletín preparatorio de la Sociedad Indianista Mexicana, p. 5.
228 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Los artículos publicados en el Boletín de la Sociedad Indianista entre


1911 y 1913 están referidos a la problemática enunciada, y tocan te-
mas muy diversos que abarcan desde el descubrimiento de sitios ar-
queológicos hasta el análisis de las enfermedades que atacaban con
más intensidad a la población indígena de una región. Predominan,
sin embargo, los artículos de fondo que examinan problemas relati-
vos a la evolución de los grupos indígenas en el contexto nacional.

Estudiar el mundo indígena en las postrimerías del porfiriato

La doble perspectiva, desde la cual los indianistas se acercaron a la


realidad indígena de su tiempo, quedó claramente definida a partir
de la apertura del primer Congreso Indianista en 1910. El segundo pre-
sidente de la Sociedad, Jesús Díaz de León, señaló en esa ocasión que
la Sociedad estaría organizada en dos grandes secciones: sociología y
filantropía. Y que, “la idea de formar una Sociedad que tome a su car-
go todo lo que se relacione con el pasado del país y con la evolución
india del presente [había] sido bien recibida por todos los intelectua-
les y filántropos de todas las esferas sociales”.15
Estudiar al indígena aparecía como una tarea prioritaria, en pri-
mer lugar porque permitiría saber con claridad si dado el atraso en
que se encontraba podía ser regenerado:

hay que estudiar primero la psicología general de la raza de toda la


república, para ver si no vamos al fracaso queriendo poner el remedio
a la degeneración inevitable del indígena; es decir, necesitamos saber
cómo son los indios, para lo cual podemos aprovechar los estudios His-
tóricos [con mayúscula], filológicos, arqueológicos y sociológicos que ya
se han hecho, sin prejuicio de emprender otros, a fin de cerciorarnos de
que la raza es apta para recibir la enseñanza y la civilización.16

En términos generales, la mayor parte de los autores cuyas contri-


buciones fueron publicadas en el Boletín partieron del supuesto de que,
“como grupo étnico (el indígena) degenera de una manera ostensible”;
y subrayaron la necesidad de estudiar “¿cuáles son, pues, las causas
que determinan su abyección y le impiden civilizarse y seguir la ley
universal del progreso humano?”.17
15 Díaz de León, Jesús, “Alocución del Presidente de la Sociedad Indianista Mexicana

en la solemne Inauguración del Primer Congreso Indianista, instalado por el Sr. Gral. Porfirio
Díaz, Presidente de la República” (enero de 1910), BSIM, n. 1, p. 18.
16 “Discurso del Sr. Lic. Canseco, Oaxaca”, BSIM, n. 4, abril 1911, p. 23.
17 “Prólogo”, BSIM, n. 1, enero de 1911, op. cit., p. 1.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 229

Desde esta perspectiva, una parte mayoritaria de la sociedad mexi-


cana había quedado marginada del progreso, a pesar de que indivi-
dualmente algunos indígenas (Juárez, Altamirano, etcétera) habían
podido acceder a un estado evolutivo más avanzado.
Estudiar al indígena abría también la posibilidad de fortalecer el
sentido de la nacionalidad a través del rescate de un elemento social
que no estaba presente en otras naciones y que podía enriquecer la civi-
lización occidental una vez que se le hubiera sacado de la barbarie. Esta
idea se expresa con claridad en un texto publicado por la Sociedad
Indianista Jaliciense en 1911:

hace falta este contingente original y prestigioso para ir perfilando la


fisonomía genuina de nuestra nacionalidad como organismo perfec-
tamente diferenciado y autónomo. La incorporación del indio a la cul-
tura occidental tiene que constituir el más trascendental aporte que
México puede hacer a la civilización contemporánea, por cuanto ello
significa una contribución de fuerzas vivas, de savia nueva que, inser-
ta en el colosal edificio de la cultura humana, la orientará quizá hacia
ideales nuevos y finalidades no soñadas.18

En cierta medida estas ideas anuncian ya las líneas generales de


la concepción vasconcelista de la “raza cósmica” que se desarrolló des-
pués de la revolución.
A partir de la constatación del atraso indígena, los indianistas no
plantearon una respuesta unívoca. Algunas contribuciones del Boletín
relativizan los límites entre lo que constituye ser salvaje o civilizado:

no se puede asegurar que exista una separación completa, una línea


divisoria visible, indudable y bien determinada que separe al hombre
salvaje del bárbaro, y a éste del civilizado... Lo que en unos pueblos
considérase como un acto de alta civilización, en otros puede tomarse
como salvajismo, y por tanto, debemos asentar que la civilización guar-
da formas múltiples y que, por ende, no es posible medirla con exacti-
tud para asegurar que un país es más civilizado que otro...19

En tanto que en otras contribuciones publicadas en el Boletín se


plantea la exigencia de que la civilización se imponga coercitivamente
sobre la barbarie, tomando como punto de referencia la teoría de la
supervivencia de los más aptos:

18 Sociedad Indianista Jaliciense.


19 Salazar, “¿Son aptos los indios de Oaxaca para asimilarse a la civilización moder-
na?”, BSIM, n. 1, enero de 1911, p. 51.
230 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Para la coexistencia de los individuos y de los agrupados sociales, no


hay más que una ley: sucumbir o adaptarse al medio. Hacerse viable en
el ambiente de los fuertes o perecer al empuje de los más aptos. Eso
pasa todos los días, eso ha pasado, y seguirá pasando mientras que la
tierra, dentro de las leyes cósmicas sea habitada por el hombre o por
cualquier ser viviente. Y eso está pasando y tendrá que pasar con la
raza indígena: o se asimila a las clases superiores o tendrá que des-
aparecer. ¿Cuándo? Tarde o temprano.20

Los proyectos de regeneración

A partir de la orientación dada al análisis de la cuestión étnica, los


indianistas definieron proyectos de regeneración para indígenas cuyos
elementos más importantes provenían de la concepción filantrópica
acerca de las instituciones de ayuda a los grupos marginados que había
sido desarrollada desde los inicios de la época republicana. Es decir, la
organización de la Sociedad Indianista puede ser comprendida como
un intento, completamente desligado de lo religioso, por sacar de la
barbarie y atraer hacia la civilización a una población mayoritaria, que
se encontraba en un estado de atraso, a través del fomento de institu-
ciones de ayuda cuya estructura fundamental provenía de las institu-
ciones filantrópicas para menesterosos que habían sido creadas a lo
largo del siglo XIX. Es importante señalar que dichas instituciones
filantrópicas fueron pensadas no sólo como instrumentos de ayuda y
protección a las clases desfavorecidas sino como instrumentos para
transformar sus hábitos y normas de vida mediante la introducción
de una rígida rutina de trabajo y de higiene personal que requería que
los sujetos de regeneración fueran recluidos, internados o pensiona-
dos en instituciones especializadas por un tiempo determinado.
Lo anterior estaba ligado a la tarea prioritaria de hacer surgir al
individuo-ciudadano susceptible de integrar la Nación y el Estado
modernos. En efecto, a lo largo del siglo XIX los abogados, historiado-
res y hombres políticos que se reunían en asociaciones y círculos de
estudio consideraron que no era posible formar una nueva organi-
zación social y política si una parte mayoritaria de la población se
encontraba inmersa en la pobreza, la ignorancia y el atraso. Desde
esta perspectiva, es posible identificar repetidos intentos por seculari-
zar el pensamiento acerca de la condición de los grupos más
desfavorecidos, en los que se planteó la necesidad de abandonar la
caridad y de fomentar la beneficencia ejercida primero por el Estado

20 Bolaños Cacho, “La educación del indio”, BSIM, n. 1, enero de 1911, p. 71-72.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 231

y, a partir de la década de los setenta, por las clases prominentes. Lo


anterior no era ajeno al diseño y a la aplicación de políticas de control
social para contener el desorden de las “clases peligrosas”.21
En el último tercio del siglo XIX aumentó el número de institucio-
nes de ayuda hacia los pobres y se transformó la reflexión en torno a
la condición de las clases menesterosas.22 En 1877 se creó la Dirección
de Beneficencia Pública que quitó al Ayuntamiento de la ciudad de
México la administración de hospitales, hospicios, casas de corrección
y establecimientos de beneficencia pública. Los individuos que ani-
maron la creación de esta asociación, al margen de los órganos oficia-
les especializados, argumentaron varias razones para justificar que el
Ayuntamiento abandonara sus funciones de beneficencia: dar a esta
actividad mayor atención que la que le dedicaban los funcionarios del
municipio, ocupados con múltiples asuntos; asignar a las institucio-
nes de beneficencia personal especializado, como médicos de los hos-
pitales de la ciudad de México; tener mayor control sobre los gastos
en alimentos y medicinas; imponer límites al fraude; finalmente, ex-
pedir nuevos reglamentos dirigidos a “moralizar” tanto a los asilados
como a los empleados de la Beneficencia.
Se subrayó el hecho de que la atención de las necesidades más ur-
gentes de los menesterosos (salud, alimentación) era inseparable de la
puesta en marcha de un proceso de re-educación dirigido a, “extirpar
el hábito de la ociosidad mediante la instalación de talleres y escuelas
de enseñanza primaria”.23
En relación a la reflexión que en forma simultánea comenzó a de-
sarrollarse, Antonio Padilla Arroyo ha vinculado el diseño de una nue-
va política de control social durante el porfiriato con una nueva manera
de estudiar a los pobres basada en la clasificación de los diferentes
tipos de menesterosos.24 Desde esta perspectiva, hacia fines del siglo

21 Padilla Arroyo, “Pobres y criminales. Beneficencia y reforma penitenciaria en el si-

glo XIX en México”, p. 67-69.


22 Véase García Icazbalceta, “Informe sobre establecimientos de beneficencia y correc-

ción de esta capital, su estado actual, noticia de sus fondos, que desde luego necesitan y plan
general de su arreglo presentado por José María Andrade”; Peza, La beneficencia en México;
Fernández Castelló, Las fundaciones de beneficencia privada bajo su aspecto económico y jurídico.
23 Abadiano, Establecimientos de beneficencia, p. 7.
24 “La elaboración de tipologías sociales que permitieran distinguir, diferenciar y sepa-

rar diversas clases de pobres y fundar instituciones de atención para cada uno de los grupos
de pobres introdujo el criterio económico en las tipologías sociales, que desplazó el factor
moral o ético de clasificación social, al tiempo que la sociedad moderna se abría paso. Una
línea crítica se estableció entre los ‘pobres dignos’ o clases trabajadoras y los ‘pobres indig-
nos’ o clases andrajosas, entre quienes estaban imposibilitados para el trabajo y quienes
hacían de esa actividad un negocio.” Padilla Arroyo, “De criminales a ciudadanos: la edu-
cación penitenciaria mexicana en el siglo XIX”, p. 21.
232 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

XIX, algunas instituciones se destinaron a la prevención de conductas


antisociales y otras al castigo.
Generalmente, las instituciones de prevención quedaron en ma-
nos de la beneficencia pública y privada, mientras que las institucio-
nes de represión —las penitenciarías y correccionales— fueron admi-
nistradas por el Estado.25 Un ejemplo de esta tendencia hacia la
diferenciación de instituciones de control social se encuentra en la pro-
puesta de creación del Asilo Particular para Mendigos que se estable-
ció en la ciudad de México en 1879. Su fundación se justifica con base
en la necesidad de separar a los desvalidos de los criminales. Entre
los primeros se distingue a aquellos cuya miseria ha sido producida
por el vicio y la vagancia, y a aquellos cuya miseria proviene de la
desocupación y la falta de educación. A estos últimos se dirigen las
políticas de beneficencia pública con el fin de hacerles entender que
“han venido al mundo no a vagar al acaso implorando la caridad pú-
blica, sino a ocupar un lugar en la sociedad, por ínfimo que éste sea”.26
Los fundadores del Asilo Particular para Mendigos buscaron el
apoyo de la sociedad y descartaron la participación del Estado. Se pe-
día explícitamente que los filántropos apoyaran directamente al Asilo
y que evitaran dar limosna, pues, ésta “impele a los perezosos a hacer
de la mendicidad un oficio; y ese oficio repugnante se propaga como
gangrena molecular que corroe e infecta al cuerpo social”.27
En contraste con el espacio urbano que favorecía la mendicidad y
el vicio, el Asilo fue concebido como un espacio simbólico de rege-
neración y encuentro entre clases sociales que recreaban un espíritu
cristiano.28
La visión acerca de la “regeneración” que aparece en los escritos
de la Sociedad Indianista retoma muchos de estos elementos. Los
indianistas partieron, en primer lugar, del supuesto de que era nece-
sario introducir nuevas normas y pautas de conducta en establecimien-
tos especializados que convertirían a los indígenas en ciudadanos. En
segundo lugar, pensaron que esta iniciativa debía surgir de la sociedad
más que del Estado. Y en tercer lugar, consideraron que la regenera-

25 Ibidem, p. 28.
26 Domínguez, Reseña histórica del Asilo Particular para Mendigos establecido en la Ciudad
de México, p. 4.
27 Ibidem, p. 13-14.
28 “La perceptible diferencia de clases entre las personas ahí reunidas; el pobre traje

que vestían las unas junto a la crujiente seda que llevaban otras; el caballero de abolengo
ilustre al lado del obscuro pordiosero; el niño que naciera entre vaporosas blondas codeán-
dose con el vástago de ignorado tronco, amamantado por la desgracia; el religioso recogi-
miento de todos; las mal contenidas lágrimas que lloraban nuestros ojos... todo ello nos
transportó a los frugales convites de caridad de los primeros cristianos.” Ibidem, p. 19-20.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 233

ción del indígena debía ser objeto de un programa específico, diferen-


te del que se aplicaba a los pobres o a los delincuentes.
El proyecto “regenerativo” que aparece en varias de las contribu-
ciones al Boletín tuvo diferentes versiones. Por ejemplo, para el que
sería, poco tiempo después, gobernador del estado de Oaxaca, Miguel
Bolaños Cacho, la transformación de la raza indígena estaba vincula-
da a la suspensión de las garantías constitucionales y a la reclusión
obligatoria de los indígenas en internados especializados, llamados
“granjas escolares”, que en nada diferirían de una prisión:

Se establecería en cada cabecera de Distrito o Cantón un edificio ad


hoc sin costosas superfluidades, una especie de granja en donde, ocu-
pando la parte central, se levantarán los salones amplios y llenos de
luz para la enseñanza, y aparte los dormitorios en que la higiene ten-
dría preferente atención; rodeando las construcciones se extenderían
los jardines, bosques o arbolados y, circundando toda la granja, un
muro impediría la deserción de los alumnos. Una sola puerta daría
entrada y salida a la granja, y la vigilancia bajo una disciplina severa
aseguraría la reclusión y el orden.29

A diferencia de Bolaños Cacho, el diputado Félix María Alcérreca


propone un programa de “regeneración” indígena mucho más flexi-
ble, que también contempla la introducción de nuevas normas de vida,
de higiene y de trabajo. En primer término, sugiere fortalecer la escuela
rural mediante la aplicación de un “sistema integral, ligero, ameno y cui-
dadosamente inyectado. Podría, también, inculcarse el sistema de aso-
ciación privada para el ejercicio del ahorro, el mutuo auxilio, la socie-
dad cooperativa y la unión recreativa, con su biblioteca, ejercicios
físicos e higiene”.30
En forma paralela, el proyecto incluye la creación de colonias agrí-
colas en donde los indios adquirirían conocimientos agrícolas prácti-
cos bajo el sistema de las “granjas modelo” de tipo socialista. Para ilus-
trar este punto, el autor cita extensamente a Kropotkin.31
Otra versión del proyecto de regeneración de indígenas fue plan-
teada por el maestro rural, Francisco Veyro, deseoso de alimentar la
reflexión de la Sociedad Indianista con su experiencia práctica de mu-
chos años. Lo característico de su propuesta es la idea de utilizar las
escuelas municipales existentes para formar nuevas instituciones de
regeneración para indios, enraizadas en la observación y el vínculo

29 Bolaños Cacho, op. cit., p. 73-74.


30 Alcérreca, Félix María, “Por la raza...”, BSIM, n. 1, enero 1911, p. 77.
31 Ibidem, p. 78.
234 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

directo con los notables de la comunidad. En este contexto, se da a la


educación una connotación especialmente paternalista y patriótica:

después de penetrar en los pueblos, conversar amigablemente con ca-


ciques, principales y subregidores, concurrir a sus fiestas... formé un
sistema de escuelas especiales para los indios, que me dio resultados
enteramente halagadores. Los inditos aprendían a leer a gran prisa,
formé con ellos batallones escolares que concurrían a las fiestas pa-
trias de la cabecera, pudimos ingresar a multitud de indígenas a las
escuelas municipales (lo cual constituye un triunfo para cualquiera que
conozca a los indios) y, por fin, formé mis estadísticas que conservo,
habiendo arrojado mis cálculos un 70% y 80% de niños indígenas
desanalfabetizados.32

Como lo señalamos en los inicios de este ensayo, las propuestas


de los indianistas en materia de creación de instituciones de regenera-
ción para indios no llegaron a concretizarse. Además de que el mo-
mento histórico no lo permitía, los indianistas carecían de los apoyos
institucionales que hubieran podido hacer realidad sus ideas. No obs-
tante, los proyectos de regeneración indígena que fueron planteados
en las postrimerías del porfiriato tuvieron repercusiones importantes
en los años que siguieron a la revolución de 1910. En efecto, en la dé-
cada de los veinte fueron creadas instituciones de regeneración indí-
gena cuyo objetivo fue introducir nuevas normas y pautas de conducta
a través de la imposición de una rutina cotidiana de trabajo, de educa-
ción y de higiene personal. En estos “planteles modelo” tendría lugar
un proceso de transformación individual que convertiría a cada indio
en un individuo-ciudadano responsable. Echaremos un vistazo final
sobre estos planteles.

Consideraciones finales

En el año de 1924 el doctor Manuel Puig Casauranc, futuro secretario


de Educación Pública bajo el régimen de Calles, anunció el proyecto de
crear una casa del estudiante indígena, que operaría como un interna-
do nacional de indígenas, en los siguientes términos: “La fundación de esta
Casa no constituye ni una obra de conmiseración ni una obra de exal-
tación absurda. La Revolución cumple con su deber al brindar al in-
dio las mismas oportunidades de que han gozado antes elementos más

32 “Opinión del Señor Profesor Francisco Veyro”, BSIM, n. 10, octubre de 1911. p. 88.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 235

afortunados y apenas obra dentro de la más estricta equidad al dar a


este pequeño núcleo de indios la justa participación en la cultura fun-
damental.” 33
Las “Bases de Funcionamiento del Internado Nacional de Indios”
publicadas en 1925, señalan que

La Institución tiene fundamentalmente por objeto anular la distancia


evolutiva que separa a los indios de la época actual, transformando
su mentalidad, tendencias y costumbres, para sumarlos a la vida civi-
lizada moderna e incorporarlos íntegramente dentro de la comunidad
social mexicana. Al efecto, el Internado rodeará a sus componentes de
las mejores condiciones materiales compatibles con la Hacienda Pú-
blica... los hará partícipes de la cultura fundamental (primaria y se-
cundaria), les impartirá conocimientos de orden manual, agrícola o
industrial y, en suma, les dará la educación integral que los convierta
en entidades progresivas de por sí, pero por ningún motivo los manten-
drá aislados...; por el contrario, actuará de tal modo que los jóvenes in-
dios sientan vigorosamente que son miembros de la gran familia na-
cional...34

La intención general de este proyecto, impulsado por la Secretaría


de Educación Pública, fue capacitar a las masas rurales “para el libre
y conciente ejercicio de sus derechos y deberes naturales, sociales y
políticos”.35
Al igual que el proyecto de regeneración planteado por los
indianistas entre 1910 y 1914, el Internado Nacional de Indios tenía el
doble propósito de estudiar y de transformar la condición de los gru-
pos indígenas en instituciones especializadas que modificarían sus
hábitos de vida y de trabajo. No obstante, la orientación de los estu-
dios acerca de los grupos indígenas se transformó: el enfoque
etnológico que prevaleció en los escritos de la Sociedad Indianista fue
sustituido por un enfoque “psicofísico” integrado por pruebas de in-
teligencia y exámenes antropométricos. La finalidad de las pruebas
de inteligencia fue hacer “un trabajo científico, con las pruebas más
adelantadas, para medir la mentalidad de los indios”.36 Los resulta-
dos obtenidos en las pruebas de inteligencia que fueron aplicadas en
el Internado a los estudiantes indígenas de primer año de primaria
identificaron “deficiencias atribuibles al desconocimiento del español

33 La casa del estudiante indígena, p. 20.


34 Ibidem, p. 35.
35 Ibidem.
36 Ibidem, p. 109.
236 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

y una edad mental adecuada”. Las pruebas de Fay y Descoeudres, apli-


cadas a estudiantes de segundo, tercero y cuarto años de primaria,
arrojaron “resultados análogos a los de los estudiantes citadinos”.37
A través de las mediciones antropométricas, que comenzaron a ser
practicadas por los antropólogos físicos mexicanos y extranjeros a
partir de 1880 y que continuaron siendo realizadas hasta 1950 por los
sociólogos mexicanos,38 se buscaba establecer puntos de referencia en-
tre las características físicas de los diferentes grupos étnicos que po-
blaban el espacio nacional. La conjunción de los estudios psicológicos
y antropométricos estaba dirigida a “establecer la correlación existen-
te entre el desarrollo físico y el mental” de los indígenas a fin de me-
dir su capacidad evolutiva.39
A pesar de que los organizadores del internado destacaban que la
“voluntad de los educandos habrá de ser conducida mientras ella no
pueda guiarse por sí misma...”,40 los estudios practicados sobre los in-
dígenas internados los llevaron a constatar que “el indio no es inferior
al blanco o al mestizo, tampoco es superior; sencillamente tiene igua-
les aptitudes para el progreso que uno y otro. No es el culpable de su
atraso actual, ni éste puede imputársele como congénito, cuando siem-
pre se le ha confinado al margen de toda significación”.41 Y añadían
que, “los muchachos que abriga amorosamente la Casa del Estudian-
te Indígena... han desacreditado por completo el viejo clisé que las cla-
ses privilegiadas trataron de eternizar estereotipando el concepto de
una raza indígena insensible por completo a las comodidades, holga-
zana, viciosa, pasiva, con propio sentimiento de inferioridad, servil,
mentalmente incapaz de ascenso, irredimible”.42
En resumidas cuentas, hacia los años treinta de este siglo, el gru-
po de educadores, médicos y etnólogos, ligados a la Secretaría de Edu-
cación Pública, seguía examinando el problema del indígena desde la
perspectiva de una forma de evolucionismo. Asimismo, la “regenera-
ción” de los grupos étnicos y su acceso a un estado evolutivo más
avanzado seguían siendo vinculados al proyecto de crear institucio-
nes especializadas en donde se modificarían sus hábitos de vida y su
“mentalidad” mediante la educación y el trabajo. Hemos tratado de

37 Ibidem.
38 Ejemplos típicos de estos estudios fueron los siguientes trabajos coordinados por
José Gómez Robleda: Características biológicas de los escolares proletarios; Pescadores y campesi-
nos tarascos, y Estudio biotipológico de los otomíes.
39 Ibidem, p. 114.
40 Ibidem, p. 39.
41 Ibidem, p. 122.
42 Ibidem.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 237

mostrar que estas instituciones reprodujeron los rasgos más impor-


tantes de los asilos para mendigos, las cárceles o las correccionales
cuyo modelo fue implantado durante el siglo XIX.
Lo anterior pone de manifiesto la existencia de continuidades pro-
fundas entre los siglos XIX y XX, quizá no en el ámbito de la historia
política e institucional, sino en la reflexión que las nacientes ciencias
sociales formularon en torno al fenómeno étnico. Si bien es cierto que
tanto en las conferencias que Franz Boas dictó en México en 1911, como
en la obra que Manuel Gamio comenzó a elaborar a partir de los años
veinte, la visión ortodoxa de la etnología evolucionista fue objeto de
una crítica de fondo, que produjo una ruptura radical en relación a
las formulaciones de las ciencias sociales del siglo XIX, he tratado de
mostrar que las propuestas de “regeneración” para indígenas de una
agrupación poco conocida de científicos sociales, como fue la Socie-
dad Indianista Mexicana, siguieron teniendo eco después de 1921.
Quizá sería importante aclarar que en las propuestas para la “regene-
ración” de indígenas, en la década de los veinte, el binomio etnolo-
gía/filantropía fue reformulado por el Estado revolucionario, al que,
a lo largo del siglo XX, corresponderá la prerrogativa de organizar el
estudio y los programas de ayuda a los grupos indígenas que, en los
últimos momentos del porfiriato, todavía estuvo en buena medida en
manos de la sociedad.

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LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD
NORMAS Y VALORES EN LA LEGISLACIÓN PORFIRIANA 1

ELISA SPECKMAN GUERRA


Instituto de Investigaciones Históricas

Durante la segunda mitad del siglo XIX, como parte del proyecto de
modernización o del anhelo por implementar las ideas y las institucio-
nes de tipo liberal, la elite mexicana se abocó a la tarea de promulgar
códigos legales.2 El primero que se expidió fue la Constitución o el có-
digo político, en el año de 1857. Las guerras civiles retrasaron la expe-
dición del resto de los cuerpos, pero en 1870 —tras la restauración de la
república y gracias a los trabajos de las comisiones que años antes se
habían reunido—, se promulgó el civil, y un año más tarde, en 1871, el
penal y el de procedimientos civiles. La tarea de codificación continuó
a lo largo del porfiriato: en 1880 se redactó el de procedimientos pena-
les, en 1884 el comercial y los nuevos códigos civil y de procedimientos
civiles; en 1890 el segundo código comercial, y en 1894 el segundo de
procedimientos penales.3
Los códigos transformaron el panorama legislativo. En primer lugar,
terminaron con la dispersión que había caracterizado al orden jurídico
mexicano durante los cincuenta años que siguieron a la consumación
de la independencia o, en palabras de María del Refugio González, al
“derecho de transición”.4 Durante dicho periodo, la legislación vigente

1 Agradezco a María del Refugio González y Jaime del Arenal los comentarios a una

versión preliminar de este trabajo.


2 Diversas naciones, tanto europeas como americanas, se encontraban sumergidas en

el proceso de codificación. Para el caso de Europa, véanse, entre otras obras, Manlio Bellomo,
La Europa del derecho común; Nicoló Lipari, Derecho privado; Giovanni Tarello, Storia della
cultura giuridica moderna, y Francisco Tomás y Valiente, Manual de historia del derecho español
y Códigos y constituciones. Para América Latina, véase Olmo, América Latina y su criminología.
3 Respecto a los códigos mexicanos pueden consultarse: Rodolfo Batiza, Los orígenes de

la codificación civil y su influencia en el derecho mexicano; Ignacio Galindo Garfias, “El Código
Civil de 1884 del Distrito Federal y territorio de la Baja California”; María del Refugio
González, “Derecho de transición”, El derecho civil en México 1821-1871, “¿Cien años de de-
recho civil?”, y Estudios sobre la historia del derecho civil en México durante el siglo XIX; Catherine
Prati, “Apuntes sobre la influencia de la legislación civil francesa en el código civil de 1884”.
4 Véase González, El derecho civil, y “Derecho de transición”.
242 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

estaba compuesta por medidas dictadas por los gobiernos republica-


nos, pero subsistían las leyes coloniales que regulaban aspectos que
no habían sido considerados por los legisladores mexicanos. Así, las
normas vigentes estaban repartidas y había que remitirse tanto a los
cuerpos o a la legislación españoles, como a las constituciones políticas
o a las reglas promulgadas en México.5 Esta situación dificultaba el ac-
ceso a la legislación y obstaculizaba la administración de justicia.6 El
problema sólo se resolvió gracias a una nueva elaboración del dere-
cho o a la promulgación de los códigos, pues se trata de cuerpos ho-
mogéneos que regulan los problemas jurídicos de cada materia.7
Por otro lado, la codificación puso fin a otro gran problema que
aquejaba a la legislación mexicana: su carácter mixto. Como hemos
apuntado, en el orden jurídico de los cincuenta primeros años de vida
independiente convivían leyes que databan del mundo hispánico, y
que respondían al derecho propio del Antiguo Régimen o al de la eta-
pa del absolutismo europeo, junto con medidas dictadas por los legis-
ladores mexicanos y que reflejaban el espíritu ilustrado y/o recogían
los principios del derecho liberal.8 Como señala María del Refugio

5 De ello dan constancia no sólo autores contemporáneos sino los propios juristas de la

época quienes, incluso, enumeran las leyes españolas más empleadas en los tribunales de
la época. (Véanse Dublán y Méndez, Novísimo Sala mexicano; y Rodríguez, El código penal de
México y sus reformas, p. 15.)
6 Debido a ello, como afirma María del Refugio González, los autores de la doctrina

jurídica mexicana debieron establecer el “orden de prelación” para la aplicación del dere-
cho. Coincidieron en que primero debían considerarse las medidas dictadas por los gobier-
nos mexicanos pero, a falta de ellas, señalaron el orden en que debían aplicarse las españo-
las. (González, El derecho civil, p. 26-27.) Con esta misma preocupación, célebres juristas de
la época elaboraron obras que reunían las leyes vigentes, privilegiando las mexicanas y
adecuando las medidas españolas, que no habían quedado obsoletas, a las prácticas jurídi-
cas nacionales. La mayoría tomó como base cuerpos o trabajos españoles: Escriche, Diccio-
nario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense; Ilustración del derecho real de España;
Curia Filípica Mexicana, y Dublán y Méndez, op. cit. Sin embargo, otros partieron de las leyes
mexicanas y las organizaron según la estructura empleada en los nuevos códigos europeos,
recurriendo al derecho hispano sólo para cubrir las lagunas existentes (por ejemplo, Gil,
Código de procedimientos civiles y criminales. Para una aproximación a este texto véase
Speckman Guerra, “El código de procedimientos penales de José Hilarión Romero Gil”.)
7 Véase Tomás y Valiente, Manual de historia del derecho español; p. 500-501.
8 Por cuestiones de espacio resultaría imposible brindar una visión global de las carac-

terísticas del derecho propio del Antiguo Régimen, del de la época de la Ilustración y del
liberal o moderno. Sin embargo, creemos necesario apuntar algunos elementos. En el dere-
cho del Antiguo Régimen o de la época del absolutismo europeo al soberano le correspon-
día hacer las leyes; cada estamento gozaba de diferentes derechos y obligaciones, además
de existir tribunales especiales; el delito era considerado como un atentado al rey y a Dios y
no se establecía diferencia entre delito y pecado, por lo que se castigaban actos contra la fe;
además, al aplicar justicia los jueces tenían un amplio margen de arbitrio. (Véanse Lipari,
op. cit., p. 45; Tarello, op. cit., p. 28-59; y Tomás y Valiente et al., Sexo barroco y otras transgre-
siones premodernas.) En la época de la Ilustración diversos pensadores clamaron por eximir
de castigo las faltas contra la religión, sostuvieron que sólo debían penarse las acciones que
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 243

González, el derecho colonial debía perder su vigencia por dos razo-


nes: porque era el de la metrópoli y había sido dictado por el rey; y
porque buena parte de ese derecho ya no correspondía a las ideas de
un numeroso grupo de mexicanos que simpatizaba con las premisas
del derecho moderno y el cual, a lo largo del siglo, había tenido oca-
sión de dictar leyes y hacerlas ejecutar.9 En otras palabras, los códigos
no sólo respondieron a la urgencia de la sistematización del derecho
sino también al deseo de adecuarlo a las premisas del liberalismo po-
lítico y económico, así como a los postulados de la escuela liberal de
derecho.10 Así, la Constitución promulgada en 1857 recogió puntos
esenciales del liberalismo, como son el concepto de la soberanía po-
pular, la división de poderes, la representación, la igualdad de todos
los mexicanos ante la ley o la defensa de las libertades y los derechos
individuales. Más tarde, en 1874, se le adicionaron las llamadas Leyes
de Reforma o el conjunto de medidas que buscaban terminar con los
privilegios de las corporaciones, específicamente de la Iglesia, y ga-
rantizar con ello el principio de la igualdad jurídica, además de secu-
larizar a la sociedad, o separar las esferas de lo espiritual y lo terrenal
con el fin de garantizar la libertad de creencia. Ahora bien, al código
político debían corresponder cuerpos que regularan los otros campos
del derecho (tanto en el plano federal como en los estados), y que res-
petaran sus postulados ideológicos, fin que cumplieron los códigos ci-
viles, penales, comerciales y procesales expedidos a partir de 1871.
Estos códigos —junto con las leyes secundarias— se convirtieron en
el instrumento mediante el cual el Estado buscó regular prácticamente

a la sociedad le resultara útil castigar y defendieron la necesidad de establecer criterios fijos


para la aplicación de las penas. Estas propuestas constituyeron el punto de arranque del
derecho clásico o liberal, que se consolidó en el siglo XIX. Los simpatizantes de esta corrien-
te sostuvieron que la soberanía no es propia del rey sino del pueblo y otorgaron la capacidad
de expedir leyes al Poder Ejecutivo y al Legislativo, mientras que delegaron la administra-
ción de justicia al Poder Judicial; sólo confirieron validez a las normas positivas producidas
por el Estado bajo la forma de ley; partieron de la idea de que las instituciones y las leyes
deben perseguir el objetivo de garantizar los derechos y las libertades del hombre; adopta-
ron el principio de igualdad jurídica y suprimieron los tribunales especiales, dando origen
a un sistema enfocado en individuos y no en cuerpos; dejaron de ver al delito como un
atentado al monarca o a Dios, para considerarlo como una violación del “contrato social” y,
desde esta perspectiva, todo delito se convirtió en una ofensa a la sociedad en su conjunto;
por último, la legislación pretendió ser omnicomprehensiva y abarcar todos los aspectos o
posibilidades de la decisión judicial, por lo que se buscó eliminar el arbitrio judicial. (Véanse
Baratta, Criminología crítica y crítica del derecho penal, p. 21-34; Lipari, op. cit., p. 37-60; Tarello,
op. cit., y Tomás y Valiente, op. cit., p. 393-421.)
9 González, op. cit.; El derecho civil, p. 117.
10 Como postula Francisco Tomás y Valiente, los códigos son los encargados de la

implementación de determinada ideología y responden a un orden ideado fuera de ellos.


(Tomás y Valiente, op. cit., p. 116.)
244 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

todos los planos y los eventos de la vida social, e incluso algunos del
ámbito privado. Así, las leyes delimitaron el funcionamiento de las ins-
tituciones políticas, económicas y sociales. Además, enumeraron las obli-
gaciones de las instituciones hacia el individuo (por ejemplo, como ga-
rantes de los derechos naturales del hombre), y los deberes de los
ciudadanos hacia las instituciones (por ejemplo, en el plano político, el
voto, o en el campo fiscal, el pago de contribuciones). También, en un
esfuerzo por preservar el orden social, reglamentaron la convivencia
entre los hombres. Por otro lado, en el aspecto económico, garantizaron
la libertad de comercio, protegieron la propiedad y la libertad de dis-
poner de ella, y reglamentaron los contratos, todo ello con el fin de
favorecer el desarrollo económico de tipo capitalista. Pero, además, se
ocuparon del perfil que debían presentar los mexicanos, delineando
muchas de las costumbres o de los hábitos que en su opinión debían
adoptar. Asimismo, se encargaron de dictar principios éticos o de ve-
lar por la moral de los individuos.
El objetivo de este ensayo es reconstruir ese último nivel, es decir,
analizar la legislación buscando las normas en torno a la conducta del
individuo y el código de valores que se refleja en ella.
Los autores del derecho moderno —que responde a los postula-
dos de la escuela liberal de derecho penal— presumen de haber sepa-
rado las nociones de delito-pecado o delito-falta moral, y, por tanto,
de haberse limitado a castigar acciones que dañaban a la sociedad.11
Sin embargo, creemos que si bien la legislación mexicana elaborada
en la segunda mitad del siglo XIX se acogió a los principios de esta
doctrina y por ello constituye una pieza del derecho moderno, no de-
finió las diferencias entre las nociones de delito-pecado y delito-falta
moral. Los miembros de la comisión redactora del Código Penal afir-
man que sólo tipificaron como delitos aquellos actos que, al mismo
tiempo, constituían una violación a la justicia moral y a la conserva-
ción de la sociedad.12 Indudablemente, los atentados contra las perso-
nas o los bienes cumplían con ambas condiciones, pues constituían una
falta moral y también un atentado contra la comunidad, ya que, se-
gún la escuela liberal de derecho penal, todo delito es una falta a la
sociedad en su conjunto dado que el criminal viola el acuerdo origi-
nario o el “contrato social”. Sin embargo, el código criminal no sólo

11 Tomando la propuesta de Bartolomé Clavero, podemos definir como pecados los

actos prohibidos por los textos y tradiciones de carácter religioso; y como delitos los que
figuran en los textos jurídicos. (Clavero, “Delito y pecado. Noción y escala de transgresio-
nes”, en Tomás y Valiente et al., op. cit., p. 57-90.)
12 Código penal de 1871, Exposición de motivos del libro tercero: de los delitos en par-

ticular.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 245

castigaba estos atentados, sino que también sancionaba actos que sólo
constituían una falta contra la moral, por ejemplo, los llamados ultra-
jes a la moral pública o a las buenas costumbres. Estos actos eran ob-
jeto de castigo cuando se cometían con escándalo, pues se creía que
de cometerse en público constituían un mal ejemplo y ello los conver-
tía en atentados contra la conservación de la sociedad. Resulta obvio
que ésta es una consideración netamente moral, pues el orden social
no tendría por qué verse cuestionado por prácticas como la homose-
xualidad o el ayuntamiento ilícito. Por lo tanto, consideramos que el
código penal mexicano no definió, efectivamente, ambas nociones de
delito y no eximió al derecho de consideraciones meramente morales.
Retomando, revisamos la legislación con el interés de localizar las
normas en torno a la conducta del individuo y el código de valores
que se refleja en ella. Con este fin consultamos los códigos válidos para
el Distrito Federal vigentes en el porfiriato y los reglamentos y leyes
expedidas a lo largo de esta etapa en los ramos civil, penal y comer-
cial.13 Además, para señalar las novedades pero también las continui-
dades, contraponemos las leyes vigentes con el orden jurídico propio
del Antiguo Régimen.
El trabajo se divide en tres partes. En la primera se tratan las nor-
mas dirigidas al ámbito familiar; en el segundo se reconstruye el perfil
de conducta deseado para los varones, y en el tercero el que se anhe-
laba para las mujeres, considerando, en los dos últimos apartados, el
lugar que se asignaba a cada género dentro de la familia y dentro de
la sociedad.

El entorno familiar: obligaciones y deberes del padre,


la madre y los hijos

Resulta claro, tanto en la legislación penal como en la familiar, que el


matrimonio civil era la institución que los legisladores consideraban
válida para sustentar a la familia. De hecho, el resto de las uniones no

13 Se trata de un corte cronológico tomado en préstamo de la historia política pues

creemos que resulta un marco válido para nuestro trabajo. Fue desde el porfiriato cuando
se contó con códigos para todos los campos del derecho, pues si bien el político data de
1857, y el civil, el penal y el de procedimientos penales, de la etapa de la República Restau-
rada, fue en los primeros años del gobierno de Porfirio Díaz cuando se expidieron el resto
de los cuerpos. Por otro lado, creímos pertinente cortar en el momento del estallido de la
Revolución —y no cuando se promulgaron los cuerpos que sustituyeron a los códigos
decimonónicos, alrededor de la década de los treinta del siglo XX— pues el movimiento
armado interrumpió el ritmo de la vida legislativa y cambió la concepción y la aplicación
del derecho.
246 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

encontraba reconocimiento legal. Por tanto, en los registros oficiales,


los individuos que no estaban casados ante el registro civil eran
tipificados como solteros.14
Ello marca dos diferencias con respecto al periodo colonial. La pri-
mera es que no se contemplaba el concubinato, mientras que el derecho
hispano reconocía al menos una de sus formas, la barraganía —que era
la unión monogámica, no formalizada ante la Iglesia, entre un marido
de clase superior y una mujer de rango más humilde—.15 La segunda,
más importante, es la tocante al matrimonio religioso, que dejó de ser
legalmente reconocido. Si anteriormente ese vínculo era el que legiti-
maba a los contrayentes y a los descendientes, en el porfiriato sólo el
contrato civil tenía esa capacidad.16 Por tanto, el Estado adquirió el
poder de controlar, otorgar y certificar el estado de las personas. Esta
cuestión formó parte del esfuerzo por secularizar a la sociedad y de
brindar al individuo la posibilidad de desarrollar su vida con indepen-
dencia de cualquier iglesia y, con ello, la opción de elegir si profesar o
no una religión, garantizando así el principio de la libertad de cultos.
Naturalmente, si la legislación no reconocía más vínculo que el
matrimonio civil, no consideraba que de otras uniones emanaran de-
rechos u obligaciones. Esto significa que los individuos que estable-
cían otros vínculos no encontraban protección por parte de la ley. Por
ejemplo, ni el concubinato ni el matrimonio religioso estaban conside-
rados en la reglamentación sobre “alimentos”, es decir, la ley no obli-
gaba al hombre a dotar de vestido, comida y asistencia en caso de en-
fermedad, a su amasia o a su mujer ante la Iglesia.17 Además, ninguna
de estas mujeres estaba contemplada en las leyes sobre la herencia.
Por ejemplo, si bien en 1884 se adoptó la libertad de legar, dicha capa-
cidad estuvo limitada por la obligación de dejar “alimentos” a los des-
cendientes, ascendientes y al cónyuge legítimo.18 Asimismo, en caso

14 Como ejemplo podemos referirnos al reglamento de cárceles. Se dispuso que en los

libros de ingreso debían ser considerados como solteros los amasios o los individuos casa-
dos por la Iglesia. (Reglamento general de los establecimientos penales del Distrito Federal, expe-
dido el 14 de septiembre de 1900, Art. 120, en Legislación mexicana, t. XXXII, p. 352-391.)
15 Véase Margadant, “La familia en el derecho novohispano”, p. 31.
16 En el derecho del Antiguo Régimen, la esposa legítima era la que había contraído

nupcias ante la Iglesia y los hijos legítimos eran los nacidos y procreados de esa unión.
(Brena Sesma, “La libertad testamentaria en el código civil de 1884”, p. 113; y Margadant,
“La familia” p. 48.) El derecho moderno también estableció una diferencia entre los cónyu-
ges y los hijos ilegítimos y los de legítimo matrimonio, pero ahora éste era el sustentado en
el contrato civil.
17 Código civil de 1870, Art. 222; y Código civil de 1884, Art. 211.
18 Antes de 1884 privaba la testamentación forzosa, por lo que la legislación en mate-

ria de sucesiones era muy parecida a la existente en el derecho hispano. Al igual que en los
siglos anteriores, las leyes dictadas en marzo y agosto de 1857 establecían que el testador
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 247

de que el marido muriera sin testar o cuando no se tenía un testamen-


to válido, sólo la esposa estaba considerada en la sucesión legítima.19
Así, si su amasio o su esposo ante la Iglesia morían sin dejar testa-
mento o no la habían contemplado en éste, la mujer quedaba comple-
tamente desprotegida. Por otro lado, el derecho penal castigaba la
bigamia o el adulterio, pero no dotaba de ninguna protección a la con-
cubina o a la mujer que había contraído nupcias religiosas y que ha-
bía sido abandonada o engañada.20
El derecho tampoco contemplaba las mismas prerrogativas para
los hijos legítimos que para aquellos nacidos fuera del matrimonio ci-
vil.21 A diferencia del derecho del Antiguo Régimen —que prohibía
que ciertos cargos públicos fueran ocupados por individuos que ha-
bían nacido de uniones ilegítimas—, la legislación porfiriana o el de-
recho moderno les concedió plenos derechos en la vida pública— pues
se impuso el principio de igualdad jurídica que era una premisa esen-
cial del pensamiento liberal—; pero no ocurría lo mismo en el campo
del derecho privado o familiar, ya que los descendientes ilegítimos no
tenían las mismas prerrogativas que los legítimos. Esta desigualdad
resulta evidente en las leyes relativas a la herencia. A los hijos ilegíti-
mos o a los naturales, tanto cuando se contemplaba la testamentación
forzosa como cuando, existiendo la libertad de legar, el padre moría
sin haber dejado testamento, sólo les correspondía una mínima parte
de los bienes.22 Tampoco se daba igual valor a la vida de los hijos ile-

no podía heredar libremente, pues un alto porcentaje, que se denominaba porción legítima,
debía destinarse a los herederos en línea recta. La situación cambió con la promulgación
del segundo código civil, que estableció la libertad de testar. (Código civil de 1884, Art. 3324.)
19 Código civil de 1884, Art. 3575.
20 Consigna el código penal que cometía el delito de bigamia el que habiéndose casa-

do con otra persona en matrimonio válido y no disuelto todavía contraía nuevas nupcias
con las formalidades que exigía la ley. Por tanto, sólo castigaba a los bígamos que se casa-
ban ante el registro civil (Código penal de 1871, Art. 831). Lo mismo sucede en el caso del
adulterio, pues sólo podían cometer este delito los individuos casados por la vía reconoci-
da legalmente (Código penal de 1871, Arts. 816-830).
21 Para el derecho del Antiguo Régimen, no todos los hijos ilegítimos ocupaban el mis-

mo plano, contemplándose varias categorías: naturales (hijos de solteros que en el momen-


to de la concepción o del nacimiento hubieran podido casarse sin necesidad de dispensa);
adulterinos o espurios (nacidos de relaciones de adulterio o de punible ayuntamiento); bas-
tardos (hijos de padres unidos en barraganía); nefarios (nacidos de relaciones incestuosas
en línea directa); sacrílegos (hijos de clérigos) y manceres o espurios (hijos de prostitutas).
Véase Margadant, “La familia”, p. 48. En el derecho decimonónico se conservaron práctica-
mente las mismas categorías, con excepción de los bastardos, sacrílegos o manceres.
22 Según el código civil de 1870, si el testador sólo dejaba hijos legítimos o legitimados,

les correspondían las cuatro quintas partes de los bienes; si dejaba únicamente hijos natura-
les sólo les tocaban dos tercios, y a los espurios la mitad; si concurrían hijos legítimos o
legitimados con naturales y espurios, la repartición favorecía a los primeros (por ejemplo,
si concurrían hijos legítimos o legitimados con hijos naturales, se consideraba como legíti-
248 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

gítimos que a la de los legítimos. En el plano penal, las madres que


ponían fin a su embarazo e incluso a la existencia del recién nacido
recibían una condena mucho mayor cuando la criatura había sido pro-
creada o había nacido dentro de un matrimonio reconocido por la ley.23
Autores de la época coinciden en que la desigualdad en el trata-
miento de los cónyuges y de los hijos legítimos respecto a los ilegíti-
mos respondía al interés por lograr que los individuos fincaran la fa-
milia en el matrimonio civil. Así lo expresó Ricardo Couto, quien
explicó la diversidad de derechos otorgados a los descendientes de la
siguiente forma:

La razón no es otra sino el principio moral de que el único fundamen-


to de la familia es el matrimonio; se relajaría esta institución, se
perturbaría la tranquilidad del hogar doméstico, como dicen los le-
gisladores, si la ley colocara bajo el mismo pie de igualdad, a los hijos
legítimos y a los que no lo son: de aquí el disfavor con que deben ser
tratados estos últimos...24

Retomando, la legislación encaminaba a los individuos a fundar


la familia dentro del matrimonio, pues sólo así la unión, los bienes y
los descendientes quedaban protegidos por la ley.
A continuación analizaremos las características que se conferían
al vínculo matrimonial. Si bien se catalogaba como un contrato civil, a
diferencia del resto de los pactos de carácter secular, se consideraba
como un lazo indisoluble,25 ya que si bien se admitía la separación de

ma de todos ellos las cuatro quintas partes de los bienes, pero no tocaba la misma propor-
ción a los primeros que a los segundos; o concurriendo hijos legítimos con espurios, la legí-
tima de los cuatro quintos pertenecía exclusivamente a los primeros, y los segundos sólo
tenían derecho a “alimentos”). (Código civil de 1870, Arts. 3460-3467.) Como se ha dicho, el
código civil de 1884 dejó al individuo en libertad de disponer de sus bienes, siempre y cuan-
do dotara de “alimentos” al cónyuge, descendientes y ascendientes. (Código civil de 1884,
Art. 3324.) Si bien hasta aquí no se marca diferencia alguna entre hijos legítimos e ilegíti-
mos, la divergencia se introduce respecto a la sucesión legítima, es decir, cuando no había
testamento o el que existía se consideraba nulo. En este caso, la herencia se repartía en par-
tes iguales entre los hijos legítimos o legitimados; si concurrían con naturales, la división se
hacía deduciendo un tercio de la porción que correspondería a los naturales para acrecen-
tar la divisible entre los legítimos; y si concurrían con espurios, los segundos sólo tenían
derecho a recibir “alimentos”. (Código civil de 1884, Arts. 3591-3602.)
23 Por ejemplo, las penas contempladas para el delito de infanticidio iban de cuatro a

siete años dependiendo de la presencia o ausencia de las siguientes circunstancias atenuan-


tes: que la madre hubiera tenido buena conducta antes de cometer el crimen, que hubiera
ocultado el embarazo y que no hubiera registrado al niño ante las autoridades civiles. Sin
embargo, independientemente de estas variables, se aplicaban ocho años de prisión si el
niño era producto de un matrimonio legítimo. (Código penal de 1871, Arts. 584 y 585.)
24 Couto, Derecho civil mexicano, 1919, v. II, p. 229.
25 Código civil de 1870, Art. 159; y Código civil de 1884, Art. 155.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 249

cuerpos no se contemplaba la disolución del vínculo y los “divorcia-


dos” no podían volver a casarse.26 Así, el matrimonio era el único
contrato perpetuo que los legisladores liberales permitieron, ya que
prohibieron todo otro acuerdo o vínculo definitivo. Por ejemplo, bajo el
argumento de que el Estado —garante de la libertad del hombre— no
podía permitir que el individuo realizara compromisos que no podrían
romperse, vetaron el juramento de votos religiosos y la existencia de
comunidades monásticas. Por tanto, la concepción del vínculo matri-
monial continuó en la línea que le otorgaba la legislación del Antiguo
Régimen y se asemejó más al matrimonio eclesiástico que a otros con-
tratos propios del derecho moderno.27
¿Por qué este contrato se consideraba como diferente de los otros?
La explicación nos remite a consideraciones morales. Así lo admitió
Ricardo Couto, quien sostuvo que aunque el matrimonio era entendi-
do como “una sociedad”, no podía ser equiparable al resto pues afecta
a “los intereses morales” de los contrayentes y en general a los intereses
de la sociedad.28 Quizá por ello —la defensa de la moral—, se prohibía
a las mujeres casadas que reconocieran a sus descendientes nacidos fuera
del matrimonio.29 Asimismo, en el caso de los hijos ilegítimos, sólo po-
día asentarse en el acta del registro civil el nombre de uno de los pa-
dres, y en el caso de los hijos adulterinos el de su progenitor soltero.30
Además, sólo se permitía el reconocimiento o la legitimación de los
hijos concebidos fuera del matrimonio en el momento en que el padre
y la madre podían casarse, aunque fuera con dispensas, y se prohibía
el de los hijos adulterinos o incestuosos.31 Por último, el único medio
de legitimación era el subsiguiente matrimonio de los padres.32
Así, al parecer, consideraciones de tipo moral llevaron a los legis-
ladores a favorecer el vínculo matrimonial, protegerlo del escándalo

26 Si bien la legislación porfiriana contemplaba el divorcio, lo concedía en contadas

circunstancias y sólo con el fin de terminar con algunas de las obligaciones derivadas del
matrimonio. (Código civil de 1870, Arts. 239-243; y Código civil de 1884, Arts. 226-227.)
27 La indisolubilidad del matrimonio formaba parte de las ideas de Santo Tomás y de

otros teólogos, que lo consideraron como un vínculo perpetuo y del cual nacían las obliga-
ciones de cohabitación, de fe conyugal, de solución del débito, de educación de la prole y
de mutuo auxilio. Así lo definió el Concilio de Trento, cuya resolución se basó en las doctri-
nas de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Pablo. Estos postulados fueron tomados
por los legisladores del mundo hispano. Por ejemplo, en las Siete Partidas, se le define como
el ayuntamiento de marido y de mujer hecho con la intención de vivir siempre en uno.
(Véase Gutiérrez, Nuevo código de la Reforma, t. II, p. 2 y 6.)
28 Couto, op. cit., v. I., p. 178.
29 Código civil de 1884, Arts. 343 y 345.
30 Código civil de 1884, Arts. 75 y 78.
31 Código civil de 1884, Art. 325.
32 Código civil de 1884, Art. 326.
250 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

y dotar a un contrato civil de la perpetuidad que no otorgaron a otro


tipo de vínculos.
Por otro lado, los redactores del código civil postularon que el fin
primordial del contrato matrimonial es la perpetuación de la especie
humana,33 lo cual nuevamente nos remite a la tradición judeocris-
tiana.34 ¿Se prohibía entonces contraerlo a las personas incapacita-
das para la procreación o se aceptaba la disolución del vínculo en
caso de impotencia? En este punto la legislación era ambigua. Si bien
se permitía el matrimonio entre personas estériles, la impotencia se
consideraba como una causa para su disolución.35 Así, considerando
como otra de las funciones del matrimonio el apoyo y la asistencia
mutuas, no se prohibía que lo celebraran personas incapacitadas para
la reproducción o mayores de edad, pero sí menores de edad que no
estuvieran aptos para verificar la cópula carnal.36 Ahora bien, en
cuanto a la prohibición del matrimonio entre menores, cabría pen-
sar que la limitación podía atender también a otra cuestión, a saber,
su capacidad de discernimiento. En lo tocante al matrimonio, se en-
fatizaba que debía tratarse de un contrato nacido de la voluntad de
dos individuos y, por tanto, que los contrayentes debían estar en con-
diciones de tomar dicha decisión de forma libre. Tanto el derecho
civil como el penal sólo reconocían responsabilidad sobre los actos
realizados sin coacción y efectuados de forma consciente. De ahí que
la minoría de edad y por tanto la incapacidad de discernimiento
pudieran considerarse como un impedimento para la realización del
compromiso.37

33 Código civil de 1870, Art. 159, y Código civil de 1884, Art. 155.
34 Teólogos y canonistas del catolicismo suscriben que el matrimonio fue instituido
para propagar el género humano, por lo que el acto conyugal es esencial e indispensable
entre los casados. Así, consideran que cuando marido y mujer lo realizan con este fin no
hay pecado alguno. Incluso, sostienen que los cónyuges quedan obligados a pagarse mu-
tuamente el débito conyugal, pues sólo así se cumple el objeto de la unión. (Véase Gutiérrez,
op. cit., p. 15-16.)
35 Código civil de 1870, Art. 280; y Código civil de 1884, Art. 257. Así lo contemplaban

también algunos cuerpos hispanos, por ejemplo las Siete Partidas en el caso de impotencia
perpetua y previa al matrimonio. (Véase Gutiérrez, op. cit., p. 170.)
36 Por ejemplo, en las Siete Partidas se exigía a los varones tener más de catorce años y

a las mujeres más de doce, pues según los médicos antes de dicha edad estaban incapacita-
dos para procrear. Sin embargo, se admitía que en algunos menores “la naturaleza podía ade-
lantarse” y que si tenían capacidad de engendrar también debían tener permiso de casarse,
idea con la cual coincidieron las leyes canónicas. (Véase Gutiérrez, op. cit., p. 14 y 23.) A partir
de ello, sostuvieron juristas decimonónicos (como Ricardo Couto) y estudiosos contemporá-
neos (como Guillermo Margadant), que lo mismo sucedía en el derecho moderno, es decir,
que no se brindara la oportunidad de casarse a los menores de edad se debía a que éstos no
eran aptos para la procreación. (Couto, op. cit., v. I., p. 180-181; y Margadant, op. cit., p. 30.)
37 Así lo entendió Joaquín Escriche quien, anotando a Jeremías Bentham, escribió que

no se debía otorgar licencia para casarse a los individuos que por su corta edad no pudie-
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 251

Repasemos ahora el lugar y las obligaciones asignadas a cada uno


de los miembros de la familia, campo en el cual se nota una continui-
dad con respecto al derecho vigente en la etapa colonial.38 Al igual
que lo hacía la legislación hispana, el código civil establecía como obli-
gación del varón proteger a la esposa, mientras que consideraba de-
ber de la mujer obedecer a su marido así en lo doméstico como en la
educación de los hijos y en la administración de los bienes.39 Como
puede observarse, contemplaba deberes y derechos diferentes para
cada sexo. Empezaremos por lo relativo al esposo. El varón era el en-
cargado de la manutención económica de la familia y el considerado
como capaz para lidiar con asuntos de negocios. Por ello, se le confia-
ba la administración de los bienes comunes, mientras que la mujer sólo
adquiría esa capacidad en ausencia del cónyuge o mediante su expre-
so consentimiento.40 Así, mientras él no requería autorización para ena-
jenar los bienes muebles del fondo compartido, ella no podía hacerlo
sin permiso escrito del marido.41 A cambio de la “protección” y la ma-
nutención, la mujer adquiría una serie de deberes. Estaba obligada a
vivir en el domicilio de su marido y a seguirlo si cambiaba su residen-
cia, aun cuando se mudara al extranjero.42 Además, debía acatar las
decisiones del marido con respecto a los hijos, pues éste era el detentor
de la patria potestad. No adquiría capacidad legal para decidir sobre
el futuro de sus descendientes ni siquiera cuando enviudaba, pues el

ran conocer el valor del contrato y entrar en posesión de sus bienes. Así lo consideró tam-
bién Blas José Gutiérrez, quien se preguntó: si se ha resguardado a los menores de contratos
de menor trascendencia que el matrimonio, ¿por qué se deberá conceder mayor libertad con
probable perjuicio al menor de catorce o doce años, para que se obligue durante la vida, sin
contar siquiera con la capacidad necesaria para saber a qué se obliga? (Gutiérrez, op. cit., 24.)
38 La condición de la mujer en el campo del derecho familiar porfiriano ha sido trata-

da por autores como Álvarez de Lara, “Los alimentos”, 1985; Brena Sesma, Los regímenes
patrimoniales; Macedo, “Supervivencia del derecho colonial en el régimen matrimonial”;
Morineau, “Situación jurídica de la mujer en el México del siglo XIX” y “Situación de la
mujer en el México decimonónico”; Muñoz de Alba, “La condición jurídica de la mujer en
la doctrina mexicana del siglo XIX”; Pérez Duarte y Noroña, “Los ‘alimentos’ en la historia
del México independiente”; y Sánchez Medal, Los grandes cambios en el derecho de la familia
en México.
39 Código civil de 1870, Art. 201; y Código civil de 1884, Art. 192.
40 Código civil de 1870, Art. 205; y Código civil de 1884, Art. 196.
41 Código civil de 1870, Arts. 207, 2109 y 2156-2179; y Código civil de 1884, Arts. 198 y

2023-2046.
42 Consigna el código civil que, para efectos legales, el domicilio de la mujer era el del

marido. (Código civil de 1870 y Código civil de 1884, Art. 32.) Más adelante establece como
obligación de la esposa habitar con su marido. (Código civil de 1870, Art. 199; y Código civil
de 1884, Art. 190.) Quedaba exenta de esta obligación sólo si así se había pactado en las
capitulaciones matrimoniales o si era eximida por los tribunales, pero únicamente si se tra-
taba de una mudanza al extranjero. (Código civil de 1870, Art. 204; y Código civil de 1884, Art.
195.)
252 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

padre podía nombrar a consultores en su testamento y la viuda que-


daba obligada a obedecer sus determinaciones.43
La estructura patriarcal de la familia se observa también en rela-
ción a los descendientes. El nacimiento del niño sólo podía ser decla-
rado por el padre y en su defecto por el médico u otros asistentes al
parto.44 O bien, sólo el progenitor tenía capacidad jurídica para otor-
gar la nacionalidad a su cónyuge o a sus descendientes, mientras que
la madre no podía dar su nacionalidad al marido y sus hijos sólo la
tomaban de ella cuando el padre era desconocido.45
En lo relativo a los derechos de los padres sobre los hijos, sí se
notan diferencias con respecto al derecho del Antiguo Régimen. Con
el paso del tiempo, los hijos fueron ganando mayor libertad y los pa-
dres perdiendo autoridad sobre su vida y sus bienes.46 Si durante la
etapa colonial mientras el padre vivía los hijos necesitaban de su au-
torización para contraer matrimonio y a pesar de hacerlo sólo tenían
dominio completo sobre una parte de sus bienes,47 ya en el porfiriato
sólo necesitaban de su permiso si eran menores de edad y al casarse
quedaban emancipados de su autoridad.48
En cuanto a las obligaciones de los padres y los hijos, también se
notan diferencias con respecto a la situación prevaleciente en los si-
glos anteriores, pero al mismo tiempo se observan novedades. La ley
seguía obligando a los hijos a honrar y respetar a sus padres.49 En cam-
bio, los padres perdieron deberes pero conservaron prerrogativas. Así,
se dejó de lado su obligación de dotar a los hijos y de formarles esta-
blecimiento, quedando forzados tan sólo a proporcionarles “alimen-
tos”.50 Asimismo, el código civil de 1870 permitió la desheredación
respecto a la legítima forzosa en caso de que los descendientes fueran
ingratos o manifestaran conductas antisociales tipificadas en el código.51
Sin embargo, el padre seguía conservando plena autoridad y la facul-

43 Código civil de 1870, Art. 426; y Código civil de 1884, Art. 399.
44 Código civil de 1870, Art. 77; y Código civil de 1884, Art. 72.
45 Ley de extranjería y naturalización, dictada el 28 de mayo de 1881, en Legislación mexi-
cana, t. XVII, p. 475-479; y en García, Manual de la Constitución Política Mexicana y colección de
leyes relativas, p. 74-86.
46 Este proceso se inició antes de la adopción del derecho moderno o liberal. Por ejem-

plo, si las Siete Partidas concedían al abuelo la patria potestad sobre hijos y nietos, la Novísima
Recopilación emancipó al hijo por el hecho de casarse y cortó la liga jurídica entre abuelos y
nietos (Margadant, op. cit., p. 47).
47 Ibidem, p. 47.
48 Código civil de 1870, Art. 165; y Código civil de 1884, Art. 161.
49 Código civil de 1870, Art. 389; y Código civil de 1884, Art. 363.
50 Véase Álvarez de Lara, op. cit., p. 66.
51 Véase Brena Sesma, La libertad testamentaria, p. 120.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 253

tad de corregir y castigar a sus vástagos.52 Por otro lado, el código pe-
nal contemplaba la pena capital para los parricidas o los individuos que
terminaran con la vida de alguno de sus ascendentes en línea recta,
pero esta consideración no se aplicaba en el caso de los descendientes,
es decir, si un padre mataba a su hijo no merecía más que la pena apli-
cada al simple homicida. 53
En síntesis, los legisladores mostraron simpatía hacia la familia
sustentada en el matrimonio, lazo al que consideraron como indisolu-
ble. Por otro lado, la dotaron de un esquema patriarcal, otorgando al
varón amplios derechos sobre la mujer, los hijos y los bienes.

Código de conducta y valores en torno al varón

Los legisladores concibieron a un individuo libre, pero le exigieron


emplear su libertad de forma racional. Las libertades del ciudadano se
listaron y se garantizaron en, prácticamente, todos los cuerpos legales
pues, siguiendo las premisas de la doctrina liberal, se consideraba
que las instituciones sociales nacieron justamente con el fin de ase-
gurar el respeto a los derechos y las libertades del hombre.54 Se creía
que el individuo “civilizado” debía ser libre en cuanto a posibilidades
de acción en el plano económico, libre en lo relativo a la posibilidad de
pensamiento y de expresión, pero moderado en su conducta, en sus
hábitos y en la manifestación de impulsos, emociones y sentimientos.
En el siglo XIX, grupos de elite de naciones como Inglaterra y Fran-
cia adoptaron un modelo de conducta que postulaba que las acciones
del individuo debían originarse en dictados racionales y que el hom-
bre debía controlar la expresión de necesidades, instintos y emocio-
nes. Por tanto, sólo consideraban como “civilizada” a una persona
moderada al hablar, vestir o comer; que controlara la manifestación

52 Sin embargo, debía hacerlo de forma templada y mesurada. (Código civil de 1870, Art.

396; y Código civil de 1884, Art. 370.) Además, se le quitaba la patria potestad si imponía casti-
gos demasiado severos. (Código civil de 1870, Art. 396; y Código civil de 1884, Art. 370.)
53 Código civil de 1870, Arts. 567-568.
54 La Constitución parte justamente del reconocimiento de que “los derechos del hom-

bre son la base y el objeto de las instituciones sociales” y les dedica la primera sección. O
bien, el código de procedimientos penales incluye diversas garantías para los procesados,
por ejemplo, contar con una adecuada defensa y un juicio justo. (Código de procedimientos
penales de 1880, Arts. 161-162; y Código de procedimientos penales de 1894, Arts. 107-116.) Como
último ejemplo podemos aludir al código civil, que buscaba garantizar la libertad de con-
trato y la propiedad individual; y con la intención de dotar de un amplio significado a es-
tas premisas, el código de 1884 eliminó el principio de la herencia forzosa y adoptó la liber-
tad de testar. (Respecto a este cambio véanse Brena Sesma, La libertad testamentaria; Galindo
Garfias, op. cit., y González, op. cit.)
254 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de sus sentimientos y, sobre todo, que regulara sus impulsos y actua-


ra de forma templada. El dar rienda suelta a las emociones e instintos
se consideraba como propio de los grupos menos instruidos y se atri-
buía generalmente a los sectores populares. Por tanto, el autocontrol
se veía como uno de los signos distintivos de los grupos dominantes,
los cuales se sentían dotados de cierta superioridad moral y utiliza-
ban este argumento para justificar su dominio político.55
Este modelo de conducta se adoptó en el México porfiriano, hecho
que puede constatarse acudiendo a manuales de urbanidad redactados
en la época. Como ejemplo nada mejor que el texto del venezolano
Manuel Antonio Carreño, editado y de consulta común en el México
porfiriano. Advierte el autor:

Tengamos mucho cuidado de no perder jamás en sociedad la tranqui-


lidad de ánimo, pues nada desluce tanto en ella a una persona, como
una palabra, un movimiento cualquiera que indique exaltación o eno-
jo. Cuando los puntos sobre los que se discurre se hacen contro-
vertibles, se pone a prueba la civilidad y la cultura de los que toman
parte en la discusión: y si queremos en tales casos salir con lucimiento
y dar una buena idea de nuestra educación, refrenemos todo arran-
que del amor propio, y aparezcamos siempre afables y corteses en toda
contradicción que experimentemos en nuestras opiniones.56

No sólo los autores de este tipo de obras se esforzaron por difun-


dir el modelo de conducta basado en el autocontrol y por lograr que
los mexicanos alcanzaran el nivel de los hombres que habitaban las
“naciones civilizadas”, sino que este afán también fue compartido por
los legisladores. Por ejemplo, el código penal refleja una mayor tole-
rancia hacia los individuos que actuaban de forma racional que hacia
los que resolvían sus pugnas de manera impulsiva. Así, sus redacto-
res no pueden ocultar que sentían una mayor simpatía por los partici-
pantes en un duelo que por los contrincantes de una riña callejera. Si
lo que se consideraba como deseable era el control de las emociones y
la resolución de los desacuerdos de forma “civilizada” era natural que
se viera con mejores ojos un encuentro que se efectuaba días después
del agravio y se desarrollaba con base en reglas precisas. Así lo declara
de forma expresa la comisión redactora del código penal, cuyos miem-
bros explican que las lesiones o incluso el homicidio, cometidos en una

55 Esta idea la han desarrollado autores como Norbert Elias o Peter Gay, (Elias, El pro-

ceso de la civilización, y Gay, La experiencia burguesa).


56 Carreño, Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos,

p. 160.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 255

riña, “a que se ven arrastrados los combatientes por la fuerza casi irre-
sistible de la preocupación vulgar”, no podían recibir el mismo castigo
que los ocurridos en “un combate en que los peligros son iguales para
entrambos, en que no hay fraude ni violencia, en que no hay ventaja, en
que todo se hace ante testigos imparciales y en virtud de un pacto pre-
vio, que es cumplido con lealtad”.57 Por tanto, si el agredido o el desa-
fiado recibía una sanción de seis años para un homicidio cometido en
riña, sólo era merecedor de la mitad de la pena si lo había cometido
en duelo.58 Lo mismo se observa para el delito de lesiones. Tratándose
de heridas que dejaban a la víctima incapacitada para trabajar, ciego o
mudo, el individuo que no había provocado el enfrentamiento merecía
tres años de prisión si había causado el daño durante una riña y la
mitad del tiempo si lo había provocado durante un duelo.59
El único resquicio que los legisladores dejaron al estallido de pa-
siones o, lo que es lo mismo, la única reacción impulsiva que mere-
cería su comprensión, era la resultante de la defensa del honor. Es
decir, entendían que el individuo reaccionara de forma irracional
cuando veía su honor mancillado o amenazado. Esta consideración
es otro factor que explica la tolerancia que tenían hacia el delito de
duelo, pues para que un enfrentamiento fuera considerado como tal era
condición que se celebrara por la “defensa del honor” y por una “causa
moral”.60 La defensa del honor también justificaba otros delitos, lo cual
se refleja en la disminución de las penas que se contemplaban para
los delitos cometidos en su nombre. Al igual que en el derecho vigen-
te en la etapa colonial —aunque en menor medida— se justificaba
que el individuo matara a su esposa o a su hija si las sorprendía al
momento de realizar el acto carnal,61 y el que lo hacía recibía casi la
mitad de la pena que se aplicaría a un homicidio cometido en otras
circunstancias.62
Ahora bien, para que el hombre pudiera mantener el autocontrol,
los legisladores buscaron eliminar los escenarios o las circunstancias
que, en su opinión, coadyuvaban en la pérdida de la razón o la tem-

57 Código penal de 1871, Exposición de motivos del libro tercero: de los delitos en parti-

cular. Duelo.
58 Ibidem, Arts. 552-553 y 587-614.
59 Ibidem, Arts. 511 - 539 y 587-614.
60 Ibidem, Exposición de motivos del libro tercero. Duelo.
61 En el derecho hispano, el marido era exonerado si mataba a su mujer y su amante al

descubrirlos mientras sostenían relaciones carnales, además de que obtenía el derecho de


disponer de los bienes de ambos. (Véanse Arrom, “Cambios en la condición jurídica de la
mujer mexicana en el siglo XIX”, p. 83; Gonzalbo Aizpuru, Familia y orden colonial, p. 61;
Suárez Escobar, “Sexualidad, ilustración, religión y transgresión”, p. 58.)
62 Código penal de 1871, Arts. 554 y 555.
256 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

planza. A sus ojos el principal enemigo era la embriaguez. Así lo enun-


cian en el siguiente párrafo:

(es una ofensa) a la cultura de la capital de la República el espectáculo


que presentan los expendios de licores y particularmente los de pulque,
cuando a sus puertas se agrupan gentes que por la expresada causa han
perdido la razón, que promueven y sostienen disputas varias y escan-
dalosas y que suelen caer al suelo, excitando la burla y el desprecio de
sus propios compañeros de tan repugnante vicio y una triste impre-
sión en cuantos saben estimar la dignidad humana.63

Por ello decretaron diversas leyes para evitar la embriaguez. Como


puede observarse en el párrafo anterior, su preocupación se enfocaba
hacia las pulquerías, lo cual equivale a decir que lo que los alarmaba
era el consumo de alcohol en los grupos menos privilegiados, pues el
pulque era la bebida de consumo popular. Por ello, a lo largo de la
etapa que nos interesa, elaboraron diversos reglamentos dirigidos a
restringir la venta y el consumo de este producto.64 También prohi-
bieron o sujetaron a estrictos reglamentos las diversiones que, en su
opinión, despertaban bajas pasiones en los individuos, y no vieron con
buenos ojos los juegos que tenían que ver con la sangre, como las pe-
leas de gallos o las corridas de toros.65 En cambio, promovieron las
diversiones que consideraban como “cultas” y “civilizadas”, tales como
el teatro o los deportes.66

63 Medidas para reprimir la embriaguez, 16 de junio de 1879, en Legislación mexicana, t.


XIII, Medida 8035, p. 842-843.
64 En ellos contemplaron medidas como restringir el horario de las pulquerías —per-

mitiéndoles abrir exclusivamente durante la jornada laboral (de seis a seis) y en días hábi-
les—; eliminar mesas o música del interior de los locales; exigir a los consumidores que
permanecieran en ellos sólo el tiempo estrictamente necesario para consumir el líquido, y
prohibirles el “excederse en la bebida hasta el grado de embriaguez” y “provocar escánda-
lo”. Finalmente, dado que se preocupaban por cuidar la imagen de la ciudad y dotarla de
un “aspecto civilizado”, se exigió a las pulquerías mantener su puerta cerrada y se prohibió
a los parroquianos consumir la bebida en los portales o calles aledañas. (Reglamento de
pulquerías, 25 de noviembre de 1871, en Legislación mexicana, t. XI, Medida 6957, p. 590-592;
Reglamento de pulquerías, 24 de octubre de 1873, en Legislación mexicana, t. XII, Medida 7205,
p. 507-509; y Reglamento de pulquerías, 27 de noviembre de 1884, en Legislación mexicana, t.
XVII, Medida 9107, p. 78-80.)
65 En los primeros años del porfiriato, las corridas de toros estuvieron prohibidas. Más

tarde se permitieron, pero bajo reglas precisas. Véanse, por ejemplo: Reglamento de corridas
de toros, 28 de febrero de 1887, en Legislación mexicana, t. XVIII, Medida 9804, p. 33-35; Regla-
mento de corridas de toros, 8 de enero de 1895, en Legislación mexicana, t. XXV, Medida 12891,
p. 4-6; y Reglamento de corridas de toros, 16 de enero de 1898, en Legislación mexicana, t. XXIX,
Medida 14356, p. 20-28.
66 Esta idea ha sido propuesta por autores como Fanni Muñoz quien, en un trabajo

dedicado a la ciudad de Lima, Perú, sostiene que la elite modernizante tomó las diversio-
nes públicas como vehículo para educar a la población. Con el fin de inculcar en los ciuda-
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 257

Por otro lado, buscaron que el individuo fuera trabajador y que


ahorrara su jornal para dedicarlo exclusivamente a la manutención de
su familia. Así, dentro de los argumentos que justificaban la importan-
cia de reglamentar el consumo de alcohol, mencionaron la necesidad
de “inculcar en el pueblo los hábitos de trabajo” y de “justa econo-
mía”.67 También con el objeto de cuidar el salario de los obreros, pro-
hibieron los juegos de azar, con excepción de las loterías celebradas
con fines de beneficencia.68
En síntesis, los legisladores se esforzaron por moldear individuos
dotados de los hábitos de trabajo y de ahorro, y que no se desviaran
de esta senda dejándose arrastrar por acciones irracionales y de ori-
gen impulsivo.

El modelo de conducta aplicado a la mujer

Diversos textos de la época difundieron la idea de que a cada uno de


los sexos le correspondían funciones diferentes en la sociedad y, por tan-
to, una diversa esfera de actividades. Así, al hombre se le reservaba el
espacio público, siendo el responsable de participar en el terreno políti-
co, además de desempeñarse profesionalmente y/o trabajar para obte-
ner la manutención de la familia. En cambio, la mujer estaba restringida
al ámbito privado o al hogar, encargándosele las tareas domésticas y la
educación de los hijos. La separación de funciones y de espacios se jus-
tificaba con argumentos fisiológicos y biológicos. A la mujer se le atri-
buían aptitudes —como intuición o sensibilidad—; atributos —como
sumisión o abnegación—, y características orgánicas —organismo frágil,
músculos delicados, un sistema nervioso irritable y un cráneo peque-
ño—, que la hacían apta para la maternidad y las tareas domésticas, pero
la inhabilitaban para ejercer las actividades reservadas a los varones.69

danos costumbres y conductas que consideraba como propias de una nación civilizada, pug-
nó por eliminar las festividades religiosas o populares en las cuales, en su opinión, se fo-
mentaba el espíritu violento, licencioso, libertino, haragán y, en cambio, impulsó activida-
des “acordes a las ideas modernas”, como el teatro culto, el ballet, los conciertos de música
clásica o los deportes. (Muñoz Cabrejo, “Las diversiones y el discurso modernizador”.)
67 Medidas para reprimir la embriaguez, 16 de junio de 1879, en Legislación mexicana,

t. XIII, Medida 8035, p. 842-843.


68 Por ejemplo, los juegos se prohibieron dentro de las pulquerías. (Reglamento de

pulquerías, 25 de noviembre de 1871, en Legislación mexicana, t. XI, Medida 6957, p. 590-592;


Reglamento de pulquerías, 24 de octubre de 1873, en Legislación mexicana, t. XII, Medida 7205,
p. 507-509; y Reglamento de pulquerías, 27 de noviembre de 1884, en Legislación mexicana,
t. XVII, Medida 9107, p. 78-80.)
69 El tema del modelo de conducta aplicado a la mujer y de la separación de esferas

(que se refleja en diferentes discursos y autores de la época, en Europa, Estados Unidos o


258 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Al igual que sucedía con el derecho hispano, la legislación


porfiriana refleja esta concepción y concedió distintos espacios de ac-
tuación a varones y a mujeres: a los primeros les reservó el ámbito
público y les otorgó más derechos que a las segundas.70 Así lo recono-
ció Ricardo Couto:

Por razón de sexo se dividen las personas en hombres y mujeres. Nues-


tro legislador, siguiendo la creencia tradicional de la inferioridad de
la mujer, ha establecido diferencias entre ella y el hombre, reconocien-
do en éste mayor suma de derechos que en aquella.71

¿En qué estribaba la diferencia legal entre los miembros de ambos


sexos? Las mujeres no tenían capacidad de tomar decisiones sobre el
destino de la sociedad, pues no gozaban de la oportunidad de ocupar
cargos de elección popular ni tampoco votar.72 No podían ser funciona-
rias u ocupar un sitio en el servicio público. Tampoco eran admitidas en
la esfera judicial, no pudiendo fungir como jueces ni formar parte del ju-
rado popular.73 Incluso, si bien podían ser testigos en juicios penales,

Latinoamérica), ha sido tratado por diversos autores, como Carner, “Estereotipos femeni-
nos en el siglo XIX”; Nash, “La mayoría marginada: las mujeres en el siglo XIX y primer
tercio del XX”; Radkau, “Imágenes de la mujer en la sociedad porfirista. Viejos mitos en
ropaje nuevo” y “Hacia la construcción de lo eterno femenino”; Ramos Escandón, “Mujeres
mexicanas: historia e imagen. Del porfiriato a la revolución”, “Señoritas porfirianas: mujer
e ideología en el México progresista 1880-1910” y “Mujeres de fin de siglo. Estereotipos fe-
meninos en la literatura porfiriana”; y Smith Rosenberg Carroll y Charles Rosenberg, “El
animal hembra: puntos de vista médicos y biológicos sobre la mujer y su función en la Amé-
rica del siglo XIX”.
70 Para la situación jurídica de la mujer en la época colonial véanse Gonzalbo Aizpuru,

Familia y orden colonial; y Margadant, La familia en el derecho novohispano. Para su situación


legal en la primera mitad del siglo XIX véase Arrom, op. cit. Para su condición jurídica a
partir de la codificación, véanse trabajos como los de Morineau, “Situación jurídica de la
mujer” y “Situación de la mujer”; Muñoz de Alba, Ojeda de Siller, “Los derechos políticos
de la mujer mexicana”; y Tuñón Pablos, Mujeres en México, una historia olvidada.
71 Couto, op. cit., v. I, p. 81.
72 Ley orgánica electoral de 12 de febrero de 1857, en García, op. cit., p. 86-101; Ley electoral de

1901, en Leyes electorales, p. 21-31; y decreto de 1904, en Leyes electorales, p. 21-31.


73 Código de procedimientos penales de 1880, Arts. 340-370; Código de procedimientos pena-

les de 1894, Arts. 258-399; Ley de jurados en materia criminal, junio 24 de 1891, que entró en
vigor el 1 de agosto de 1891, en Legislación mexicana, 1898, t. XXI, n. 11 228, p. 494-513, y
en Memoria del Ministro de Justicia, 1892, Documento número 46, p. 62-95; Ley de organización
de tribunales, septiembre 15 de 1880 y que entró en vigor el 1 de noviembre de 1880, en
Memoria del Ministro de Justicia, 1881, Documento número 46, p. 41-54; Ley de organización
judicial para el Distrito Federal y territorios federales, septiembre 9 de 1903, que entró en vigor
el 1 de enero de 1904, véase Ley de organización judicial, 1903, o buscarla en Memoria del Mi-
nistro de Justicia, 1910, Documento número 70, p. 247-281; y el Reglamento de la Ley Orgánica
de Tribunales, noviembre 30 de 1903, véase Reglamento de la Ley Orgánica de Tribunales, 1903,
o buscarla en Memoria del Ministro de Justicia, 1910, Documento n. 73, p. 295-329.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 259

el derecho civil establecía que el marido era el representante legítimo


de su esposa y que ella no podía comparecer sin su permiso.74
Las mujeres también se veían restringidas en la vida económica,
lo cual se observa de forma clara en el derecho comercial. Las casadas
necesitaban autorización del marido para comerciar,75 y éste podía re-
tirarla en cualquier momento.76 Esta previsión era válida aun en el caso
de las mujeres que comerciaban cuando eran solteras, pues al contraer
matrimonio necesitaban de la autorización de su cónyuge para seguir
haciéndolo.77
Por otro lado, para garantizar la posibilidad de que las mujeres
permanecieran en el recinto doméstico y evitar que se vieran obliga-
das a concurrir a lugares públicos, se estableció que las víctimas de
un crimen no debían ser forzosamente conducidas a la comisaría con
el fin de rendir declaración sino que podían hacerlo en su hogar.78 Lo
mismo se contempló en el caso de los juicios civiles, admitiendo que a
las mujeres se les tomara declaración en su domicilio.79
En lo que respecta a la conducta exigida a la mujer, se aplicaba el
mismo código de conducta que a los varones, es decir, la moderación
y la templanza. Sin embargo, para ellas la exigencia era mayor. En este
campo, la legislación responde a la moral de la época, que era más
severa con la mujer. Esto se expresa de forma explícita en manuales
de conducta. Basta remitirnos nuevamente a la obra de José María
Carreño, quien postuló:

en materias morales, el respeto a la opinión debe ser siempre mayor


en la mujer que en el hombre. Éste podrá muchas veces verse obliga-
do a quedarse a solas con su conciencia y aplazar el juicio del público,
sin arrojar por esto sobre su reputación una mancha indeleble; aque-
lla rara vez hará dudosa su inocencia, sin haber hecho también dudo-
sa su justificación.80

Así, en el México porfiriano prevalecía una doble moral: mientras


al varón se le reconocía el deseo sexual y se le otorgaba un margen
para satisfacerlo, a la mujer se le restringía el ámbito y la finalidad de
la sexualidad. Por ello, a los representantes del género masculino se

74 Código civil de 1870, Art. 206; y Código civil de 1884, Art. 197.
75 Excepto que los tribunales le extendieran una venia por ausencia o interdicción de
su marido. (Código de comercio de 1890, Art. 8.)
76 Ibidem, Art. 10.
77 Ibidem, Art. 11.
78 Reglamento de policía.
79 Código civil de 1870, Art. 734; y Código civil de 1884, Art. 678.
80 Carreño, op. cit., p. 382.
260 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

les permitía tener relaciones sexuales antes de contraer nupcias e inclu-


so después de ellas; mientras que a ellas se les exigía preservar su
virginidad hasta el matrimonio y guardar fidelidad al marido, pues el
matrimonio constituía el único marco permitido a la sexualidad fe-
menina. Por otro lado, no se admitía que la mujer estuviera dotada de
pasiones sexuales y se decía que sólo contaba con un instinto de pro-
creación.81 Así, si bien en principio, al igual que lo hacía el derecho
canónico, se exigía fidelidad a ambos cónyuges, la transgresión a esta
demanda era mucho más castigada en el caso de la mujer.82 El adulte-
rio femenino recibía mayores penas tanto en el campo del derecho civil
como en el campo del derecho penal. En el derecho familiar se conside-
raba como causal de divorcio sin importar las circunstancias bajo las
cuales se hubiera cometido, pero no sucedía los mismo con el adulterio
masculino, el cual sólo daba pie al divorcio si se cometía en la casa co-
mún, si el esposo cohabitaba con la adúltera, si se suscitaba un escán-
dalo o si la adúltera insultaba o maltrataba públicamente a la esposa.83
Además, una vez comprobado el adulterio, la mujer era duramente
castigada tanto en su calidad de esposa como de madre. Como esposa
perdía el derecho de administrar bienes comunes e incluso de recibir
alimento.84 Como madre, el derecho de recibir la herencia de los hijos
legítimos.85 También el derecho penal sancionaba más severamente el
adulterio cometido por la esposa. Por ejemplo, si se cometía fuera del
domicilio conyugal, el marido era sancionado con un año de prisión,
pero la esposa recibía dos años. Además, el esposo engañado podía
iniciar el proceso penal en todos los casos, mientras que la mujer sólo
podía acusar penalmente al marido adúltero en tres casos: si cometía
el adulterio en el domicilio conyugal, si cohabitaba con su amante o si
causaba escándalo. Por tanto, fuera de estas circunstancias, no se con-

81 Esta idea ha sido desarrollada por autores como Carner, op. cit.; Nash, op. cit.; Radkau,

“Imágenes de la mujer” y “Hacia la construcción”; Ramos Escandón, “Señoritas porfirianas”,


“Mujeres mexicanas” y “Mujeres de fin de siglo”; y Caroll Smith-Rosenberg y Charles
Rosenberg, op. cit.).
82 Lo mismo sucedía en el México colonial. Al respecto postula Pilar Gonzalbo: “Sin el

menor respeto por lo que la moral cristiana prescribía, el adulterio masculino no era tomado
en cuenta por la ley civil. Podía el confesor reprender a los penitentes y recordarles la grave-
dad de su pecado, igual a los ojos de Dios que el cometido por las mujeres; pero la mirada de
la ley, como la de la sociedad, era mucho más indulgente en estos casos.” Mientras el derecho
canónico determinaba que la esposa podía acusar de adulterio a su marido, la ley española
se lo prohibía, disponiendo que la acusación podría hacerla algún pariente o vecino en su
nombre. Si se le comprobaba amancebamiento, el castigo era que un quinto de los bienes
pasaran a la mujer. Pero generalmente la pena no se aplicaba y sólo se le obligaba a regre-
sar con su esposa. (Gonzalbo Aizpuru, Familia y orden colonial, p. 63.)
83 Código civil de 1870, Arts. 241-242; y Código civil de 1884, Art. 228.
84 Código civil de 1870, Art. 276; y Código civil de 1884, Art. 253.
85 Código civil de 1870, Art. 3428; y Código civil de 1884, Art. 3291.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 261

sideraba que el adúltero cometiera un delito, pero al adulterio feme-


nino era siempre considerado como un crimen.86
Ahora bien, no sólo la “decencia” de las mujeres casadas preocu-
paba a los legisladores, también la de las viudas. Así, la legislación
arrebataba la patria potestad sobre sus descendientes a las madres o a
las abuelas viudas que procrearan un hijo ilegítimo, cuestión que no
se contemplaba para el padre o el abuelo.87
También se buscó proteger el estado de las mujeres “castas”. La
honra del varón no tenía la importancia que se le concedía a la virgi-
nidad femenina. Como expuso Antonio Martínez de Castro, los legis-
ladores no consideraban que el hombre adúltero manchara el honor
de su esposa, pero sí lo contrario.88 Por tanto, creían que la honra fe-
menina no sólo le concernía a ella sino a toda su familia, pues su pér-
dida manchaba a los varones emparentados con ella. Así, aun en la
etapa en que imperaba la práctica de la testamentación forzosa, se ad-
mitía la posibilidad de desheredar a las hijas o nietas que se hubieran
entregado a la prostitución.89 O bien, como ya se dijo, se justificaba
que el padre terminara con la vida de la hija si la sorprendía con un
amante, pero no se pensaba que este principio pudiese aplicarse al hijo
varón. Por lo mismo, se justificaban los crímenes cometidos en contra
de las mujeres, en defensa del honor. Si una madre soltera, por la ver-
güenza que le causaba su estado, cometía el delito de aborto o infanti-
cidio, la sanción se reducía considerablemente.90 También por ello la
legislación era muy severa con los delincuentes que atentaban o man-
chaban la honra femenina y, con ello, la familiar. Los plagiarios eran
más castigados si su víctima era mujer que si se trataba de un indivi-
duo del sexo masculino. Antonio Martínez de Castro lo explicó con el
siguiente argumento: “bastará el sólo hecho de que la plagien para que
nadie deje de creer que ha sido deshonrada; y éste es un daño tan gra-
ve como irreparable”.91
En síntesis, los legisladores porfirianos, atendiendo al modelo
prevaleciente en la época, legislaron pensando en una mujer cuya
sexualidad se desarrollaba exclusivamente dentro del matrimonio, res-
tringida al ámbito privado, y dedicada al cuidado del hogar y de los
hijos. A este tipo de mujer protegieron y dotaron de derechos, castigan-
do a los individuos de ambos géneros que atentaban contra el modelo.

86 Código penal de 1871, Arts. 816-830.


87 Código civil de 1870, Art. 426; y Código civil de 1884, Art. 399.
88 Código penal de 1871, Exposición de motivos del libro tercero. Adulterio.
89 Código civil de 1870, Art. 3646.
90 Ibidem, Arts. 573 y 584-585.
91 Código penal de 1871, Exposición de motivos del libro tercero. Plagio.
262 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Consideraciones finales

En lo relativo a las normas de conducta y al código de valores que se


reflejan en la legislación porfiriana, encontramos aspectos tradicio-
nales, que nos remiten al derecho canónico y al panorama legislativo
propio de la etapa colonial, pero también puntos que pueden consi-
derarse como novedosos o modernos.
En el primer campo o en el nivel tradicional se inserta el derecho
familiar. El matrimonio siguió considerándose como un lazo indiso-
luble, cuyo fin primordial era la procreación. Asimismo, continuaba
trazándose una línea divisoria entre cónyuge y descendientes legíti-
mos e ilegítimos y se les daba un diferente tratamiento jurídico. Las
mujeres que no se habían unido ante el registro civil quedaban
desprotegidas por la ley y los hijos “ilegítimos” no tenían las mismas
prerrogativas que los nacidos dentro del matrimonio. Además, per-
manecía la división de funciones dentro de la familia y, a semejanza
del núcleo integrado por José, María y Jesús, se pensaba que el padre
debía trabajar para mantener a la familia y la madre encargarse de las
labores del hogar y el cuidado de los hijos. Por último, se concebía
una familia patriarcal y jerárquica, en la que si bien el padre había
perdido derechos sobre los hijos y sus bienes, continuaba ocupando
el sitio central y contando con autoridad sobre la mujer, los descen-
dientes y los bienes.
Por otro lado, al igual que en la legislación propia de la España me-
dieval y absolutista, seguía muy presente el concepto del honor. Se
otorgaba mucha importancia al honor masculino que dependía en gran
medida de la conducta de las mujeres de su familia. Así, a los actos co-
metidos en defensa de la honra se les aplicaba una pena menor que si el
delito se hubiera cometido por otros motivos. Además, se justificaba a la
mujer que actuaba en su defensa —como en los casos de aborto e infanti-
cidio— pero se la castigaba severamente cuando la manchaba, como
era en el caso de las adúlteras, o como se refleja en la disminución de la
sanción contemplada para el padre o el cónyuge que quitaba la vida a
la hija o esposa a la que sorprendía en relaciones con su amante.
No obstante, la legislación porfiriana también incluía expectativas
que pueden ser vistas como modernas. En primer lugar, respondió a
la visión de una sociedad conformada por individuos y secular, en la
que el Estado era el encargado de otorgar el estado civil a los ciuda-
danos y de velar porque los compromisos derivados de éste fueran
debidamente cumplidos. Asimismo, concebía a un individuo libre y
buscaba garantizar dicha libertad.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 263

En segundo lugar, valoraba mucho el autocontrol y la moderación


de la conducta. Por ello eran muy sancionadas las acciones producto de
impulsos o de estallidos emocionales. Por ejemplo, a las lesiones come-
tidas en riña se les aplicaba una pena que podía equivaler incluso a la
contemplada para el delito de homicidio. O bien, se pretendía terminar
con las diversiones que se pensaba que exaltaban emociones e instin-
tos y sustituirlas por actividades que despertaran los mejores senti-
mientos del hombre. Asimismo, se deseaba erradicar el alcoholismo y
los juegos de azar, buscando que el individuo ahorrara su jornal para
invertirlo en su familia, con lo cual su esposa y sus hijos podrían ves-
tir “decentemente” y cumplir con los principios de higiene que se veían
como deseables. Todo ello formaba parte del afán modernizante de la
elite porfiriana, la cual se preocupaba porque los ciudadanos presen-
taran una imagen “civilizada” y no empañaran la imagen de progreso
que México buscaba alcanzar y ofrecer al exterior.

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MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS
MODALES DURANTE EL PORFIRIATO
NOTAS SOBRE EL COMPORTAMIENTO FEMENINO

VALENTINA TORRES SEPTIÉN


Universidad Iberoamericana

“Muchos Méxicos implica muchas lealtades” señala Alan Knight al re-


ferirse al México de fin del siglo XIX y muchos Méxicos conformaban
el mundo social al cambio del siglo.1 Cada México cargaba con sus
propias lealtades, mantenía sus tradiciones, sus prácticas y costum-
bres vinculadas a sus creencias, a sus expectativas y a su peculiar per-
cepción del mundo.
Estas lealtades se conmovieron ante un inminente proceso de mo-
dernización que propició la “paz porfiriana” y la economía que su ré-
gimen planteaba, proceso que incluyó cambios que afectaron las rela-
ciones sociales, las relaciones de género, el desarrollo del consumo
capitalista, el crecimiento de la prensa y en algunos casos de los mo-
delos de educación. Las fuerzas y los sectores más conservadores se
resistieron al proceso tratando de mantener y de consolidar las viejas
tradiciones en las que la “buena sociedad” se había fundado.
Por ello es importante, para la comprensión de una sociedad de-
terminada como fue la urbana en el porfiriato (1880-1910), el análisis
de rituales, prácticas sociales y reglas de conducta entendidas como
expresiones de algunas formas de identidad social de clase y su inci-
dencia en la creación de un individuo moderno.
Los mensajes enviados a través de periódicos, artículos de revistas,
y un género textual conocido como manuales, eran recibidos por el am-
plio público compuesto fundamentalmente por mujeres y hombres
jóvenes. Estos textos, que comprenden manuales de urbanidad, de mo-
ralidad o de etiqueta, han sido hasta la fecha poco estudiados. En conjun-
to, puede afirmarse que contenían los valores dominantes de la cultura
porfiriana para los sectores medios y altos sobre todo en relación con las
mujeres. En este trabajo me referiré a estos instrumentos discursivos que
representan una perspectiva simbólica de la época aludida.
1 Knight, La Revolución mexicana, v. 1. p. 22.
272 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

La urbanidad expresada en los manuales se entiende como el con-


junto de normas de conducta, buenos modales, educación y hasta su
sinónimo “política”. Los textos de urbanidad son el resultado de un
largo proceso de construcción histórica, cuyo origen es difícil de preci-
sar. Como sostiene Norbert Elías, la urbanidad es un concepto cambiante
según la época, el lugar, los actores que la practican. En la cultura occi-
dental europea, la urbanidad se fue construyendo en lo que Elías lla-
ma “el proceso civilizatorio”.2
En este proceso habría que tener en cuenta dos presupuestos: por
un lado, la idea de que la construcción de comportamientos, hábitos y
costumbres tiene que plantearse en términos de procesos de larga du-
ración, que se vinculan con conceptos tan complejos como el de tradi-
ción. Por otra parte, si bien existe un discurso que parece tener una
larga permanencia (desde el siglo XVII hasta el XX), esta normatividad
se inserta en momentos determinados, y es, precisamente, en este jue-
go entre el discurso y el tiempo donde hay que fijar nuestro objeto
de estudio.3
Para poder dar sentido a las reglas de conducta es necesario te-
ner presente la intencionalidad con que fueron escritas, y el receptor

2Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas.


3 El siglo XVII se considera como punto de arranque, ya que es entonces cuando el
hombre pretende obtener conocimientos a través de la experiencia, a diferencia de la época
medieval, cuando el conocimiento consistía en la mera reiteración de lo que la tradición,
fundamentalmente, sostenía como verdadero. De acuerdo con Michel de Certeau el cambio
principal en el siglo XVII está relacionado con un problema de identidad, de pertenencia a
un grupo. Antes de la Reforma, todos los habitantes de la Europa occidental se considera-
ban “cristianos”; los otros eran “herejes”. Después de Lutero ya no existe un sólo dogma,
sino varias “verdades” al mismo tiempo, con lo que se incrementa la inseguridad y el es-
cepticismo de los creyentes. Los que antes eran considerados como herejes y de quienes era
fácil diferenciarse, serán ahora miembros y ministros de otras iglesias. Los cristianos, que
por varios siglos habían logrado establecer y mantener una identidad clara y bien diferencia-
da del resto de los no creyentes, se encontraban ahora indiferenciados, angustiados, desuni-
dos. Ante esta situación la Iglesia trató de restaurar el orden, emprendiendo una campaña
pedagógica en la que la educación pasó a ser el instrumento de cohesión. Es en esta época
que empezó a ser importante “lo que se hace” y “cómo se hace”; las verdades o creencias
absolutas dejaron de ser las que regían a la sociedad. Los cristianos empezaron a tener un
nuevo sentido de identidad, pero ahora unidos por una forma común de actuar. Por este
motivo, la Iglesia en este siglo comienza a regir muy de cerca los comportamientos y la con-
ducta humanos. En forma muy especial fueron los jesuitas quienes se encontraron a la
cabeza de estas campañas pedagógicas. Cabe señalar que estas campañas se dirigían pri-
mordialmente a las mujeres, a los niños y a los residentes del campo, por considerarlos sec-
tores potencialmente peligrosos de ser captados por las nuevas religiones. En este sentido,
la normatividad de las conductas adquirió una función que podríamos llamar defensiva.
También a lo largo del siglo XVII cambia de manera significativa la instancia detentadora
del poder. Ahora es el Estado quien va a marcar la pauta. La Iglesia no puede más que
servir al nuevo amo, razón por la cual hay una creciente politización de las instituciones
religiosas. Al fortalecerse el poder monárquico el modelo a seguir será “la corte”.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 273

o lector para quien fueron dirigidas. En este sentido estamos hablan-


do necesariamente de un sector social urbano, “educado”. Estamos
pensando en una sociedad en la que la familia se erige como la forma
primaria de vida en común. Familia en donde las tradiciones y la inno-
vación coexisten, y en la que las relaciones internas son una garantía de
orden social. Familia cuya estructura determina patrones de conducta
homogéneos que posibilitan la uniformidad de las costumbres. El espa-
cio doméstico es, por tanto, el escenario privilegiado de la tensión entre
las facultades de intervención de un nuevo Estado “moderno” y la in-
timidad de la compleja lógica doméstica. En esta lógica se expresan
las normas que regulan la transmisión de valores sociales, pautas mo-
rales y éticas que dominan las relaciones entre los géneros, los hábitos
y las estrategias sociales.4

La urbanidad al cambio de siglo

Uno de los textos que mayor influencia tuvo en las formas de com-
portamiento de las nacientes sociedades independientes de América,
entre ellas México, que buscaban consolidar una nueva identidad, fue
el Manual de urbanidad y buenas maneras del venezolano Manuel Anto-
nio Carreño, escrito en 1854. En la segunda mitad del siglo XIX, el Ma-
nual se insertó en el proceso de construcción nacional, es decir, este
texto hizo evidente la necesidad de la(s) nueva(s) nación(es) de poder
ser gobernada(s) por autoridades legítimas y leyes admitidas en los
nuevos espacios políticos.
La reflexión sobre la educación, que fue una constante preocupa-
ción de la mayor parte de los gobernantes desde el siglo XVI, en el si-
glo XIX manifiesta una intención de asimilar la “civilización” europea
como un antídoto contra lo que se concebía como “barbarie”, de igual
manera que inculcar una religión, una moral y unos hábitos conso-
nantes con tal idea de civilización. Después de la revolución francesa
era claro que la igualdad política debía otorgar una educación básica
a todos los ciudadanos. En su tierra de origen, Venezuela, el Manual
se explica, tras el fracaso de la Gran Colombia, dentro del proyecto

4 Cicerchia, Historia de la vida privada en Argentina, p. 66. Julio Hernández en su texto

escolar, Instrucción cívica. Nociones de instrucción cívica y moral para alumnos de escuelas prima-
rias de la república dice: “Buscando el camino más práctico nos dirigimos al niño, al hogar
como la primera sociedad legítimamente constituida, de la cual él sabe que es un miembro
subordinado, sus padres legislan, hacen cumplir sus disposiciones y castigan a infractores.
Nace la idea de gobierno con sus tres formas diferentes bajo las cuales se manifiesta el
poder.”
274 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

político y educativo de figuras como Andrés Bello, autor de un Códi-


go Civil, o del argentino Domingo Faustino Sarmiento y su proyecto
de “civilización” contra “barbarie”.5 En México, la explicación del éxi-
to de Carreño es otra y la misma: aunque la implantación de nuevas
ideas en las viejas se hizo de forma mucho más violenta que en otras
partes de América del Sur por la continuas guerras entre liberales y
conservadores, la construcción de la nueva nación independiente su-
puso intentos de los gobiernos de distintos tintes políticos por con-
vertir a la educación en un ingrediente homogenizador de la nueva
nación. Pensadores como Guillermo Prieto, Gabino Barreda y Justo Sie-
rra, elaboraron proyectos de educación nacional. Barreda señalaba “la
gran influencia que la Compañía de Jesús tuvo en ese sentido y com-
partía con ésta las inmensas ventajas [que] una educación perfecta-
mente homogénea y dirigida podía representar para moldear a las
clases influyentes de la sociedad... cuyo objetivo era el de apoderarse
de la educación y el de hacerla idéntica para todos”.6 Estas ideas tam-
bién estaban en el pensamiento puritano de John Locke quien afirma-
ba: “si los que tienen el rango de caballeros son enderezados por su
educación, pondrán rápidamente en orden a todos los demás”.7
La idea de preparar a una elite, de formar a un grupo de la socie-
dad en el que se aglutinaran todos los ideales de la sociedad europea
occidental, tanto en el ámbito religioso como en el moral y de las cos-
tumbres, fue un proyecto liberal. El mismo Justo Sierra, en 1887, ha-
blaba como alguien comprometido personalmente con la misión de la
escuela de preparar a la elite que hiciera posible lo que llamó la “re-
novación”, religiosa, social y política. 8
El gran proyecto del nuevo Estado mexicano tuvo como una de
sus características fundamentales la secularización de la sociedad, lo
que posibilitaba nuevas lealtades del individuo con el Estado laico en
primera instancia. La Iglesia dejó de tener la influencia de siglos ante-
riores, pero la importancia de las enseñanzas morales siguió siendo
una gran preocupación para ideólogos y maestros del porfiriato. Para
Barreda, la educación intelectual del individuo debía llevar a la re-
construcción de la sociedad. Consideraba, como Comte, que el amor,
el altruismo o los sentimientos sociales eran el principio de la morali-
dad. En un ensayo de 1863, Barreda subrayó que si bien el gobierno
no debía intervenir en la religión de sus gobernados, “puede y debe

5 Agradezco al doctor Gabriel Restrepo las notas iniciales de su tesis doctoral sobre el

Carreño en Colombia que han sido de invaluable ayuda para esta investigación.
6 Hale, La transformación del liberalismo a finales del siglo XIX, p. 241.
7 Locke, Thoughts, citado por Leites en La invención de la mujer casta, p. 42.
8 Hale, op. cit., p. 277.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 275

intervenir en su educación moral, adecuándola a las exigencias de la


sociedad y de la civilización”.9
La urbanidad de Carreño se amoldó a estos ideales proponiendo
una educación serial, jerárquica y memorística —como la que se se-
guía con el método de la educación tradicional— y que muestra no
pocos valores señoriales o cortesanos que correspondían, por lo de-
más, a una economía todavía dependiente de la tierra. Esta urbani-
dad ofrecía un puente entre la socialización familiar y la socialización
escolar, con validez para cualquier ciudadano, y contenía un modelo
de control social y de aceptación de los códigos de discriminación y de
distribución de oportunidades y de recompensas, por lo cual repre-
sentaba una imagen nítida del mundo social en América Latina.
El tema de la urbanidad puede considerarse como un capítulo cla-
ve para entender a la sociedad de fin de siglo en cuanto a la forma-
ción de modales, hábitos y costumbres. Es algo que atañe tanto a la
familia como al Estado y, por tanto, es un campo privilegiado para
examinar las relaciones entre lo microsocial (la familia, lo privado) y
lo macrosocial (la sociedad, lo público). El estudio de la urbanidad es
básico para examinar las relaciones entre Estado e Iglesia en su lucha
hegemónica por la educación, entre política y sociedad, entre el caos
y la armonía.10 Tanto Barreda como Sierra consideraban al Estado do-
cente como el agente clave en el proceso educativo. El Estado debía
inculcar virtudes cívicas y morales en todos los ciudadanos. Este con-
cepto fundamental, modelo del pensamiento comteano y del libera-
lismo, reflejaba la postura de quienes tenían en sus manos el proyecto
educativo. Estos ideales no chocaban con un sector de la sociedad que
mantenía una mentalidad iniciática imbuida de ideales aristocráticos.11
Es en este terreno donde el manual venezolano y otros se fueron
adoptando como articuladores de los cánones antiguos y nuevos, a
pesar de que sus límites quedaban restringidos a ámbitos sociales muy
determinados. Sin embargo, mostraron su fuerza como imaginarios
constitutivos de la mentalidad del latinoamericano y del mexicano de
fines del siglo XIX y principios del XX. En este sentido, algunas de las
manifestaciones decimonónicas reflejadas en estos textos posibilitan
la interpretación de la sociedad mexicana de entonces.
Los códigos de urbanidad tuvieron como uno de sus objetivos dar
una “crianza” a los caballeros, es decir “enseñarles los modales y las

9 Ibidem, p. 253.
10 Gabriel Restrepo, al referirse a su trabajo sobre el Carreño, en el Boletín de historia de
la educación latinoamericana, n. 5, julio de 1997, p. 58.
11 Restrepo, op. cit.
276 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

reglas de conducta que les prepararían para actuar y sentir de una for-
ma adecuada a su posición”. En cuanto a las mujeres pondrían, ade-
más, límites a su comportamiento en público, retomando esta tarea que
había sido una preocupación de la Iglesia, especialmente en el siglo XIX,
cuando la categoría de mujer, para los sectores medios, sólo tenía dos
alternativas: ser mujer respetable o ser prostituta. Los manuales de ur-
banidad y moralidad alentaron enormemente la propia vigilancia de
los jóvenes, haciendo creer a sus lectores que estaban constantemente
bajo el ojo escudriñador de otros. En la mayoría de estos textos se pone
de manifiesto una intención de coadyuvar al progreso intelectual y mo-
ral de la sociedad, en el entendido de que la felicidad solamente puede
lograrse con el apego a los cánones establecidos y trasmitidos en ellos.
Señalaba a los jóvenes los “medios de felicidad que están a su alcance”,
misma que se conseguía exclusivamente mediante el cultivo de las vir-
tudes, que quedaban explícitas mediante constantes referencias y ejem-
plos proporcionados por la historia.12

Antecedentes del Carreño

Si el Carreño fue el texto más conocido y difundido a la vuelta del


siglo, evidentemente tuvo antecedentes en otros textos “prescriptivos”,
es decir, textos que, independientemente de su forma (catecismos,
manuales, tratados, discursos, textos escolares, etcétera), tuvieron
como objetivo principal proponer códigos de conducta. Estos textos
pretendían proporcionar reglas o consejos para comportarse “como se
debe”. Por ello son textos eminentemente utilitarios, que en sí mismos
son objeto de “práctica”, ya que tienen la intencionalidad de ser leí-
dos, aprendidos, meditados, utilizados, repetidos, puestos a prueba,
y cuyo fin último era dar cuerpo a la constitución de la conducta dia-
ria.13 Los textos permitían a los individuos y a las comunidades en las
que se desarrollaban preguntarse sobre su propia conducta, vigilarla,
conformarla y dársela a sí mismos como sujetos activos.
En sus prolegómenos definen a sus lectores, se fijan objetivos y
proporcionan algunas otras características sobre la educación que me
parece interesante destacar, y que dan indicios de por dónde puede
perfilarse el tema.

12 Verdollin, Manual de las mujeres. Anotaciones históricas y morales, p. VII.


13 Michel Foucault hace esta propuesta en su libro Historia de la sexualidad, v. 2, El uso
de los placeres, evidentemente con otro objetivo.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 277

Estos textos tienen procedencias muy diversas. Lo que los vincula


a mi interés es el idioma —algunos han sido traducidos del francés o
del inglés. Tienen como referente común la doctrina, el haber sido es-
critos para ser leídos por jóvenes y haber sido encontrados en biblio-
tecas mexicanas. Las fechas de publicación los sitúan desde mediados
del siglo XVIII hasta finales del siglo XIX. Esto no quiere decir que no
existan otros muchos, anteriores y posteriores. Simplemente me estoy
acercando a algunos en que tal vez se basó el multicitado Carreño, o
que afectaron indirectamente a la propia cultura católica.
En general, los autores nos plantean la utilidad que estos textos
pueden ofrecer, de manera complementaria a la educación formal, a
madres y tutores. Cabe resaltar que la mayoría de ellos presentan su
contenido en forma de lecciones breves; el uso de ejemplos y los ejer-
cicios epistolares son características indispensables de su método.
El más antiguo es el Tratado de la educación de las hijas de don Fran-
cisco de Salignac de la Motte Fenelon, impreso en Madrid en 1769.
Obra de 203 páginas, dedica, de sus trece capítulos, cinco a la educa-
ción de los niños en general, seis específicamente a la educación de
las mujeres y dos a la enseñanza de la religión.
Le sigue en antigüedad el de Josefa Amar y Borbón quien escribió
el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, en 1790. Mujer
culta, deja ver su erudición en una buena cantidad de citas y referen-
cias latinas. Su obra es una reflexión moderna, escrita desde una pers-
pectiva fundamentalmente femenina, no por ello sin mesura, en la que
deja muy claro el papel que, según ella, debe tener la mujer en la socie-
dad. De los 17 capítulos que contiene su obra, dedica ocho a la educa-
ción en general, ocho a la educación femenina y uno, específicamente, a
la educación religiosa.
Dos obras que destacan, por publicarse años después de declara-
da la independencia de la metrópoli, son la del queretano Pedro An-
tonio de Septién Montero y Austri, Máximas de buena educación (1819)
y otra firmado por R. Ackermann, de 1814. La primera es de los pocos
textos mexicanos, escrita por un hombre que ocupó diversos cargos
en el gobierno como regidor, alférez real, procurador general, y comi-
sario, que dedica su obra al ayuntamiento de Querétaro. El texto está
dividido en dos partes: una sobre la educación religiosa y la otra so-
bre la educación política. El segundo de estos textos fue titulado Car-
tas sobre la educación del bello sexo, que, a manera epistolar, escribe la
viajera americana Ackermann y reflexiona, desde Europa, sobre el
comportamiento del “bello sexo” a lo largo de doce cartas.
Un texto, posterior a Carreño, es el del francés Verdollin, Manual
de las mujeres, que se publicó en México en 1881. Mediante breves lec-
278 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ciones, ejemplos, oraciones y poemas, el autor transmite, a partir de


una mirada muy masculina, las maneras o formas en que las mujeres
deben comportarse y los medios que deben emplear para ser muje-
res refinadas y decentes. El método empleado se vale de la ejempla-
ridad para validar sus posturas. Aunque impreso en México, en su
página inicial señala que es una obra aprobada en las repúblicas de
Argentina y Chile. El método de enseñar con ejemplos fue muy soco-
rrido en la época. Un libro de texto escolar señala: “Es preciso presentar
casos concretos, ejemplos prácticos, darles a conocer generosas accio-
nes para imitar, descubrirles el cuadro de las innobles pasiones y sus
funestas consecuencias para despertar el horror a la maldad y aborre-
cimiento al vicio.” 14
Los textos anteriores están escritos con propósitos bien determi-
nados. En la mayoría encontramos destinatarios definidos. Se escri-
ben con objeto de coadyuvar al “progreso intelectual y moral” de la
juventud y para ello señalan “los medios para alcanzar la felicidad que
los jóvenes tienen a su alcance”, es decir, en estos tratados se intenta
que encuentren su felicidad dentro de los parámetros establecidos por
la moral, la urbanidad y la religión.15
El tratado de Fenelon fue traducido por el presbítero español
Remigio Asensio para hacerle un servicio a su nación. Este hispano
realizó, según él mismo informa, una traducción libre, es decir, quitó,
aumentó y cambió aquellas cosas que le pareció se adaptaban mejor a
su patria, y de esta manera pasó el texto a América. El propio Fenelon
manifiesta su propósito de auxiliar a los padres de familia en la for-
mación del espíritu de sus hijos, con el objeto de instruirlos tanto en
los principios de la religión, como en los buenos hábitos y costumbres
que como dice son “cosa no poco importante a la Religión, y al Esta-
do”. Esta preocupación por considerar una formación laica y a la vez
religiosa, es también una constante de todos los autores.
Desde su óptica masculina ve en la buena crianza de las hijas una
necesidad para no formar “unas sabias ridículas”. Como la mayoría
de sus contemporáneos, piensa que las mujeres tienen, por lo común,
“un espíritu más débil y más curioso que los hombres”, y por esto con-
sidera que no se las debe aplicar con empeño a aquellos estudios que
las hagan olvidar sus deberes esenciales. El asunto es complicado. Por
un lado, no se trata tan sólo de ver el bien que se les hace al educarlas,
sino el daño que se hace a la sociedad cuando se las educa en demasía,

14 Correa, Nociones prácticas de moral. Para enseñanza elemental en escuelas oficiales de la

República, p. 36.
15 Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mugeres, p. I.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 279

ya que considera que “la mala crianza de la mitad del género humano
(es decir de las mujeres) hace mucho más daño a los hombres, ya que
de los desórdenes femeninos provienen los malos comportamientos
y las pasiones masculinas”, además de que un exceso en su educación
las podría conducir a una curiosidad imprudente, que en el caso fe-
menino podría ser perjudicial.16
Para Fenelon la educación femenina debía limitarse a ciertas ense-
ñanzas adecuadas a este sexo, pues si se las dejaba crecer intelectual-
mente podrían trastocar el orden establecido en cuanto a la estratifi-
cación social y al desarrollo de las buenas costumbres sociales:

el amor mudable de las mugeres, la afición a los vestidos, la pasión a


las modas, juntas con el amor a la novedad, tienen para con ellas tan-
to poder, que llegan a trastornar las clases y a corromper las costum-
bres. Desde que se vive sin regla en trages y muebles, se vive también
casi sin distinción de personas. Las mesas de los particulares son un
luxo, casi esento de la autoridad pública; cada uno las arregla por su
dinero y muchas veces sin tenerlo, por su gula y vanidad. Este fasto
arruina las familias, y a la ruina de las familias se sigue la corrupción
de costumbres...17

Contrastada con esta posición masculina, está la femenina de doña


Josefa Amar y Borbón, quien escribe para las muchachas, a las que
considera el sector olvidado por lo pedagogos, de quienes dice: “...los
más sólo hablan de la enseñanza de los muchachos”. Para doña Jose-
fa, tanto la felicidad pública, esto es la social, como la privada, limita-
da al hogar, dependen de la educación. La presenta como una fuerza
de regulación social que posibilita el bienestar de las naciones. Así dice
que de la educación:

...depende la felicidad pública y privada. Porque si se consiguiese or-


denar de manera los individuos, que todos fuesen prudentes, instrui-
dos, juiciosos y moderados; si cada familia fuese arreglada, unida y
económica, resultaría necesariamente el bien general del Estado; el
cual consiste en la congregación más o menos numerosa de indivi-
duos y familia. Así, quanto mejor fuere la educación, será mayor el
número de las personas felices, y más grandes las ventajas de aquella
República.18

16 Fenelon, Tratado de la educación de las hijas, p. 6.


17 Ibidem, p. 147.
18 Amar y Borbón, op. cit., p. I y II.
280 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Esta postura moderna considera ya la necesidad urgente de edu-


car tanto la parte física como la moral de las mujeres, observación a la
que la mayoría de los educadores no le daba importancia. La primera,
por la relación que tiene con la “robustez del cuerpo” y sus funciones,
y la segunda, porque a través de ella se ordenan la razón y las cos-
tumbres, “único medio de adquirir una constante y verdadera felici-
dad”.19 Cabe señalar el avanzado concepto de igualdad entre los sexos
que manifiesta:

Las mugeres están sujetas igualmente que los hombres a las obliga-
ciones comunes a todo individuo, quales son la práctica de la Religión,
y la observancia de las leyes civiles del país en que viven. A mas de
estos tienen las particulares del estado que abrazan, y de la circuns-
tancia en que se hallan; es decir, que no hay en este punto diferencia
alguna entre ambos sexos, y que por consiguiente ambos necesitan de
una instrucción competente para su entero desempeño.
Las obligaciones del matrimonio son muy extensas, y su influxo
da sobrado impulso al bien o daño de la sociedad general; porque el
orden ó desorden de las familias privadas trasciende y se comunica á
la felicidad y quietud pública...20

Pero si la educación de las mujeres le es útil al Estado, también lo


es para ellas mismas, “porque precisadas á fundar toda su estimación
en el adorno y buen parecer, ¿qué cuidados no les cuesta mantener
uno y otro?” 21
Ella propone que las mujeres cultiven su entendimiento sin per-
juicio de sus obligaciones femeninas porque en ello ve tres ventajas.
La primera, que les puede hacer más suave y agradable “el yugo del
matrimonio”; la segunda, para desempeñar adecuadamente el cargo
de madres de familia; y la tercera, porque vale en sí, sea cual sea la
edad de la mujer.22 De esta manera da a la mujer un valor como indi-
viduo, sujeto de su propia felicidad.
En el Manual de las mujeres, Verdollin escribe para las jóvenes te-
niendo en mente que su aprendizaje formal es escaso y pobre, dada la
poca e irregular asistencia que tienen a la escuela, la que considera las
deja en una condición de poco saber. Su obra se enfoca a subsanar esta
ignorancia mediante un texto que las ayude a perseverar en el cultivo

19 Ibidem, p. XXXIX.
20 Ibidem, p. XI y XII.
21 Ibidem, p. XIII.
22 Ibidem, p. XXIII.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 281

de sus facultades y de sus virtudes que son las que forman su patri-
monio”.23
El queretano Septién escribe para la juventud, puesto que consi-
dera a ésta la etapa “más arriesgada y más expuesta a la perversión y
al engaño”, aunque también la edad en la que los beneficios de la edu-
cación son mayores.24 Sus máximas tienen por “único fin el bien públi-
co”, para ilustrar la ignorancia de la niñez y contener el fogoso ímpetu
de la juventud.25 Las Máximas están inspiradas en las Sagradas Escritu-
ras. Su objetivo es muy claro. Desea que los niños de la nueva nación
independiente, esto es de México, aprendan a ser “políticos cristianos”
y puedan servir tanto a la religión como al Estado.26 Por política en-
tiende lo que podría ser otra definición de urbanidad, “la ciencia
importantísima que regla los deberes de la sociedad, enseñándonos a
medir y proporcionar nuestras acciones en orden a merecernos el apre-
cio y estimulación de las personas con quienes tratamos y a que nunca
puedan justamente notarnos de hombres groseros y sin educación”.27
Las Cartas sobre la educación del bello sexo de la señora Ackermann
están dirigidas a las señoras de la Sociedad de Beneficencia Pública
de Buenos Aires, quienes seguramente se dedicaban a la educación de
las niñas pobres. El editor espera que el texto “produzca mucha
utilidad en los países independientes de América”. 28 Sus objetivos son
propagar la “buena moral”, reformar la educación e inspirar a las
americanas el deseo de llevar adelante tan importante empresa. Esta
autora plantea que el ejemplo de los sabios puede servir para hacer-
nos sabios. Su visión de la mujer y de la educación es progresista; ve
en ella la capacidad de gobernar y dedicarse a la ciencia. Su trabajo
está inspirado en lo que observó a lo largo de un recorrido por los
países de Europa que, sin duda, la conmocionó:

Lo que me confirmó más en este propósito, fue el aspecto que me pre-


sentó en los países civilizados de Europa el sexo que, en los no civiliza-
dos, yace condenado a la ignorancia, y excluido de todos los conoci-
mientos que levan el alma. Hallé en las mujeres las dignas compañeras
de los hombres que gobiernan los Estados, que cultivan las ciencias, que
dan esplendor a las naciones. En las clases inferiores las vi adictas a
las leyes de la Moral, empleadas en las ocupaciones útiles y diestras

23 Verdollin, Manual de las mujeres, p. V a VII.


24 Septién, Máximas de buena educación, p. 13.
25 Ibidem, p. 8.
26 Ibidem, p. 9.
27 Ibidem, p. 83.
28 Ackermann, Cartas sobre la educación del bello sexo, p. 2.
282 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

en el manejo de todas las partes del gobierno económico. Desde en-


tonces, el más enérgico deseo que animó [mi] corazón, fue el de ver
establecido en los pueblos regenerados de América, un orden de co-
sas tan análogo a los altos destinos que parecen reservados a aquella
parte del mundo.29

Es lógico suponer que después de vivir la experiencia de un país


convulsionado por las guerras de independencia y la necesidad de un
exilio forzoso, la paz y los avances de otras regiones le sirvieron de
modelo deseable de educación para los nacientes estados americanos.
Cabe insistir que los textos de las mujeres contienen conceptos mucho
más modernos que los tradicionales de los hombres. Esto tendría sus
excepciones, pues existe otro manual, de la Baronesa de Staffe, Indica-
ciones prácticas para alcanzar reputación de mujer elegante (Madrid, 1876),
cuyo contenido es la expresión femenina del sentir masculino. Así dice
de su modelo de mujer: “No es necesario darle más de lo que merece
para contentarla, como a otras muchas mujeres”, o: “La mujer chic es
muy femenina, y por ello agrada al hombre... Cuídese de que sus cos-
tumbres sean femeninas, comparta con menos afán los placeres y los
deportes femeninos... La mujer debe exhalar un perfume de flor, y el
tabaco destruye completamente el olor de la violeta.” 30
Para Carreño, la urbanidad, como emanación de los deberes mo-
rales, “es el conjunto de reglas que tenemos que observar para comu-
nicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y
para manifestar a los demás benevolencia, atención y respeto que les
son debidos. La urbanidad es la medida con que cuentan las naciones
para conservar el orden y la armonía entre los hombres”. En términos
contemporáneos, sería la manera de alcanzar la gobernabilidad. La
urbanidad es una manera de conservar el orden establecido; dicho de
otro modo, mantener la armonía en tanto que posibilidad de gobier-
no. Esta primera aproximación al estudio de la urbanidad nos posibi-
lita una reflexión más profunda sobre la importancia de ver en estas
normas y preceptos los medios empleados, institucionalmente, por
autoridades de diversa índole —llámense familia, escuela, Iglesia o
Estado— para hacer posible el control de las conductas y de las rela-
ciones entre los individuos, como vía de mantener dicha autoridad.
La urbanidad como regla de autocontrol era apreciada por los go-
biernos como una forma de alcanzar la gobernabilidad de los ciudada-
nos. En los códigos se expresa un intento de someter al hombre a la

29 Ibidem, p. VI.
30 Staffe, Indicaciones prácticas para alcanzar reputación de mujer elegante, p. 108 y 80 a 83.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 283

supremacía de una voluntad resuelta, como señalara Max Weber.31 Es-


tas reglas no pretendían beneficiar al individuo sino a los demás. La
necesidad del control proviene de la exigencia de los otros. De ahí que
una de las reglas de oro de la urbanidad sea el buen humor, agradar
en la medida de lo posible evitando actitudes y sentimientos negati-
vos como la ira, la tristeza, la irritación, la melancolía, “todo estado de
ánimo o mención desagradable intensamente sentida”.32 Esta ética del
buen humor tiene como objeto la separación emocional, incluso cor-
poral de las personas. Los sentimientos de los otros no deben entro-
meterse en nuestra experiencia.
“La urbanidad estima en mucho las categorías establecidas por la
naturaleza, la sociedad y el mismo Dios”, dice Carreño; categorías es-
tablecidas por el sexo masculino: así es que obliga a dar preferencia a
unas personas sobre otras —los hombres sobre las mujeres, los más
viejos frente a los más jóvenes, los más ricos frente a los más pobres,
los más educados frente a los ignorantes—, y continúa, “según es su
edad, el predicamento de que gozan, en el rango que ocupan, la auto-
ridad que ejercen y el carácter de que están investidas”.33 Un ejemplo
de esta jerarquización es el siguiente:

En las reuniones nocturnas, al acto de servir la cena, se procederá de


la manera siguiente: 1°. El señor de la casa ofrecerá el brazo a la seño-
ra más caracterizada, y excitará al caballero más caracterizado a que
tome a su cargo a la señora de la casa, dirigiéndose en seguida al come-
dor junto con la señora que acompaña. 2°. La señora de la casa indicará
entonces a cada caballero la señora que ha de conducir, procurando que
sean personas entre sí relacionadas. 3°. El orden de la marcha lo esta-
blecerá la categoría de las señoras, y no la de los caballeros, así es que
irán primero las señoras casadas y las más respetables....34

La mujer y los códigos de urbanidad a la vuelta del siglo

Mary Poovey señala que la idea de la mujer decente fue una creación
de la sociedad burguesa, una sociedad hecha por hombres para hom-
bres.35 Efectivamente, son muchos los manuales en que las reglas están

31 Leites, op. cit., p. 52.


32 Ibidem, p. 53.
33 Carreño, Manual de urbanidad y buenas maneras, p. 53.
34 Op. cit., p. 300.
35 Citado por Montgomery en Displaying Women. Spectacles of Leisure in Edith Wharton´s,

p. 148.
284 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

dirigidas a codificar el comportamiento femenino. Me voy a detener


en algunos ejemplos.
La urbanidad del siglo XIX se predicó bajo el concepto de respeta-
bilidad, desexualización de las mujeres —sexo y clase se representan
en general vinculados—, cuyo requisito indispensable era la castidad,
como una especie de propiedad, primero de los padres, luego de los
maridos. Aunque los manuales alertaban a las mujeres sobre cómo
salvaguardarla, éstas no tenían control sobre la manera en que su com-
portamiento y apariencia eran percibidos por otros. De ahí que los ma-
nuales fueran fuentes de inspiración y control.
Por el interés de la sociedad católica de mantener un tesoro tan
valorado como la virginidad, la formalidad de convenciones sociales
circunscribían los contactos heterosexuales muy cuidadosamente. Las
mujeres, “como piezas de museo podían ser vistas pero no tocadas”.36
La interacción de la sociedad burguesa con los espacios públicos
estaba llena de ambigüedades para las mujeres. El teatro, la ópera, los
bailes, eran utilizados por éstas, tanto para lucirse frente a los demás,
como para divertirse. En esas ocasiones, las reglas domésticas del de-
coro eran aplicadas a los espacios públicos. Las mujeres de este grupo
social eran atendidas por hombres de su misma esfera social y por ello
protegidas de encuentros con extraños, no solicitados. De no ser así, su
respetabilidad peligraba. En consecuencia, era muy importante guar-
dar todas las restricciones exigidas por las buenas maneras, para man-
tener la distinción, vital, entre lo respetable y lo indecoroso. Por otro
lado, las reglas de etiqueta prevenían a las mujeres para que ejercie-
ran control sobre su cuerpo y evitaran que otros se fijaran en ellas. La
doble moral invadió los códigos de conducta. Al respecto se decía:

Su dulce altivez es casi humildad, y esta humildad, es un digno orgu-


llo. [La mujer] tiene la buena cualidad de huir del ruido, de permanecer
siempre a la sombra, de no considerarse creada para brillar y llamar
la atención. Muchas veces le dicen: “es necesario que ocupe usted el
lugar que le corresponde”; pero este lugar, que ella no se cuida de ocu-
par, ¡se le conceden todos de tan buena gana! Sus modales tienen mu-
cha naturalidad precisamente porque nunca trata de ocupar el lugar
preferente.37

El temor de que las mujeres no fueran modestas en público se de-


bía que podían atraer la atención, ya fuera por su manera de vestir,

36 Montgomery, op. cit., p. 50.


37 Staffe, op. cit., p. 81.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 285

por sus modales o por su comportamiento. Los códigos se encarga-


ban de señalar todas las reglas al respecto. La mujer elegante de la
Baronesa Staffe se caracterizaba así:

Nuestra mujer chic lleva un traje de lana o de percal y un sombrero


adornado por ella misma si no posee una fortuna, y parece que va
mejor vestida que otra. Es porque va bien enguantada, aunque sus
guantes sean de algodón, y muy bien calzada, sus bajos están extraor-
dinariamente limpios, no le falta un botón, y adviértese en seguida
que en su traje todo está arreglado. Si lleva una cinta hace con ella un
gracioso lazo. Su sombrilla, su portamonedas, todos los objetos de que
las mujeres se rodean se hallan en muy buen estado.38

Verdollin afirmaba: “Después de la decencia lo que más contribu-


ye a aquel buen parecer que gusta en las mujeres [evidentemente a
los hombres] sin deslumbrar y da de ellas un buen concepto, es la sen-
cillez en los adornos. Los relumbrones, la cargazón, el capricho en la
elección de los colores y dibujos extravagantes de su aderezo mani-
fiestan un afán vicioso de llamar la atención.” 39
Esta idea de pasar desapercibidas es una constante en todos los
autores. “Una dama debe siempre caminar despacio sin ser adverti-
da, sin mirar ni a la derecha ni a la izquierda. Si alguna cosa en un
escaparate la atrae, ella pueda pararse y examinarla con propiedad, y
después seguir su paso.” 40
Las mujeres de sociedad representaban, con su presencia corporal
y apariencia de clase social alta y respetable, la riqueza económica de
sus hombres. John Berger decía “Los hombres miran a las mujeres. Las
mujeres se miran a sí mismas siendo miradas. Esto determina no sólo
la mayor parte de las relaciones entre hombres y mujeres, sino las re-
laciones entre las mismas mujeres. El examinador de una mujer es un
hombre. La mujer examinada se convierte así en un objeto.” 41
Antes de 1880, la sociedad mexicana era lo suficientemente pe-
queña como para que los controles sociales operaran dentro y fuera
del ámbito familiar. Con el crecimiento de las ciudades, la sociedad
restrictiva impuso otras formas de control sobre el comportamiento

38 Staffe, op. cit., p. 27 y 28.


39 Verdollin, op. cit., p. 27 y 28.
40 Annie White, Polite Society at Home and Abroad, p. 36, cita en Montgomery, op. cit.

Los periódicos neoyorquinos aconsejaban a las damas de sociedad conducir un auto en lu-
gar de caminar por Central Park, lo cual era más respetable puesto que los carros podían
guardar distancias del público. Esto también les permitía utilizar vestidos de seda y mos-
trarlos, p. 99 y 101.
41 Berger, Ways of Seeing, p. 47, citado por Montgomery, op. cit., p. 117-118.
286 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

femenino. De ahí la necesidad de contar siempre con la compañía de


otra persona de mayor jerarquía. Por ejemplo, la costumbre del
chaperon fue una tradición europea que se instituyó ante la evidencia
de una informalidad creciente en las interacciones sociales y los ritua-
les. Carreño afirma: “Jamás deberá un caballero incorporarse con una
señorita que no vaya acompañada de alguna persona respetable, a
menos que sea un sujeto de avanzada edad, y que al mismo tiempo
lleve relaciones de íntima amistad con su familia.” 42 Por ello, el en-
durecimiento de las reglas que gobernaban el comportamiento de las
mujeres jóvenes, en presencia de los hombres, coincide con una inten-
sificación de la creencia, en los círculos burocráticos, de que las cosas
se estaban saliendo de control. El chaperon fue la respuesta para adap-
tar las nuevas demandas sociales de movilidad social de los jóvenes.
Verdollin nos dice al respecto: “La mujer casada puede y debe ador-
narse cuando esté presente su marido y del modo que más le agrade a
él. La que se atavía con primor, cuando ni el esposo ni otro pariente la
acompaña, se expone a que las malas lenguas pregunten a quien quie-
re dar gusto con adornos tan particulares.” 43
Aunque el discurso sobre las buenas maneras representaba, en ge-
neral, los significados tradicionales de la femineidad entendida desde
el ámbito de lo masculino, también ofrecía a la mujer la posibilidad
de negociar cambios sociales y ganar espacios públicos. Para ejem-
plificar esto baste decir que, si las columnas de sociales en los perió-
dicos generalmente reforzaban la construcción dominante de las rela-
ciones de género, también mediante la publicidad de las actividades
sociales de las mujeres se promovía que estas mismas mujeres tuvie-
ran alguna influencia en su medio y buscaran mantenerse o acceder a
niveles sociales más altos. Así las mujeres “no eran sólo portadoras de
significado, eran también hacedoras de significado”.44
Las elaboradas convenciones sociales maquinaron formas para
convertir a las mujeres en las transmisoras de las mismas. La madre
es maestra nata; aleccionada por la naturaleza, ella, mejor que nadie,
prevé, siente, prepara, instruye, educa. Sin embargo, para esta magna
tarea no necesita instrucción, pues la enseñanza la realizarán por me-
dio del ejemplo:

¿Necesita la mujer una instrucción consumada para desempeñar de-


bidamente aquel importante ministerio? No, ella no ha de enseñar una

42 Carreño, op. cit., p. 147.


43 Verdollin, op. cit., p. 217.
44 Montgomery, op. cit., p. 15.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 287

carrera a sus hijos, ni se ha de convertir en un profesor de ciencia o de


moral. Así que su obligación se reduce a ser un modelo propuesto a la
imitación de los suyos, una especie de libro donde ellos lean constan-
temente.45

Era responsabilidad materna inducir a los jóvenes miembros de la


sociedad en el sistema, así como evitar un descenso de clase de sus hi-
jos, asegurando que ellos estuvieran bien entrenados en las convencio-
nes sociales. Era, por lo tanto, un proyecto de clase construido sobre las
estructuras sociales existentes y haciendo uso de nuevos métodos de
mostrar y propagar la cultura. Mostrar “clase”, significaba inversión
de tiempo, trabajo, recursos y habilidades. Sin embargo, en México
sigue sosteniéndose que el papel de la mujer está exclusivamente en
el ámbito del hogar. La vida personal queda anulada. La mujer vive
en función del esposo y la felicidad sólo es posible desde la perspecti-
va masculina. Cito para finalizar este párrafo del Manual de las muje-
res, donde el sentimentalismo de la teatralidad burguesa se expresa
de la siguiente manera:

Cuando el esposo vuelve a su casa, halla el fuego encendido, cubier-


ta la mesa de blanco mantel, el rico pan en los canastillos, y las vian-
das dispuestas en sus respectivas fuentes. Vuelve un día el hombre
de recorrer los campos o de regar la tierra con el sudor de su frente
y encuentra a la espalda de su casa una sorpresa, una maravilla, la
aparición súbita de un jardín sembrado de flores que embalsaman el
aire y de plantas que han de suministrar materias filamentosas para
sus vestidos. Vuelve los ojos húmedos de alegría para saludar al au-
tor de aquel milagro, y ve a su graciosa compañera que le sonríe como
un ángel, que le abre sus brazos, que le regala el oído con los armo-
niosos acentos de su voz festiva y placentera, logrando suavizar con
su ternura hasta los malos ratos que pueda encontrar en la vida. Así
es como el matrimonio llega a ser un manantial de delicias.46

Finalmente se puede decir que los manuales son textos exclare-


cedores de la manera como modos o modas son llevados más allá de
su tiempo y se consagran como dimensiones sustantivas de órdenes
de clasificación y de discriminación sociales que, durante el porfiriato,
se hicieron evidentes. La urbanidad ejerció la función de un artificio edu-
cativo que creó imaginarios que perviven en la memoria histórica.

45 Verdollin, op. cit., p. 26.


46 Ibidem, p. 10.
288 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

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MUJERES POSITIVAS
LOS RETOS DE LA MODERNIDAD EN LAS RELACIONES
DE GÉNERO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL PARÁMETRO FEMENINO
EN EL FIN DE SIGLO MEXICANO, 1880-1910

CARMEN RAMOS ESCANDÓN


Centro de Investigaciones y Estudios Superiores
en Antropología Social

El término modernidad se usó frecuentemente por los intelectuales de


la época para definir su momento histórico. En México, como en Euro-
pa, la modernidad tuvo significados diversos. Jurgen Habermas ha de-
finido la modernidad como un momento de cambios significativos en
la organización de redes de comunicación de los estados territoriales;
con el crecimiento urbano, del comercio capitalista y de mercados finan-
cieros, como rasgos distintivos, a los que acompañan nuevos sistemas de
distribución de noticias y correo, así como la administración estatal
de impuestos y la supervisión policial de la sociedad,1 Todas estas ca-
racterísticas se cumplen en mayor o menor medida, como condición de
modernidad en el México porfiriano de fin de siglo. Sin embargo, éstos
no fueron los únicos rasgos de la modernidad, la construcción de la “mo-
dernidad” tiene varias facetas y otra característica de la misma se refie-
re a la construcción de un nuevo parámetro de relaciones de género.2

Género y modernidad

A pesar de la universalidad de la concepción de lo femenino como lo


ajeno, lo otro, el contenido mismo del discurso sobre la mujer y sobre
lo que deben ser las relaciones entre los géneros cobra formas diver-

1 Landes, “The Public and the Private Sphere: A Feminist Reconsideration”, en Feminists

Read Habermas, p. 95, y Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere.
2 Por relaciones de género entiendo aquí la forma de relación oposicional, dinámica,

que se construye social e históricamente entre individuos de sexo distinto, y que, como ha
señalado Joan Scott, “no constituyen características inherentes sino subjetivas”. Véase Scott,
Gender and the Politics of History, p. 39.
292 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

sas y contiene matices conceptuales específicos en diferentes momen-


tos históricos. El estudio de estos contenidos arroja luz sobre el proceso
de construcción de la diferencia genérica de las relaciones, construi-
das socialmente entre los individuos, con base en sus diferencias bio-
lógicas, que los convierten, a través de la prescripción de conductas
socialmente aceptadas, en hombres y mujeres. Un enfoque de género
puede, entonces, proveernos de una nueva manera de entender el pa-
sado.3 La discusión sobre el deber ser femenino tiene, desde esta pers-
pectiva, una importancia a la que hasta ahora no se ha prestado aten-
ción como un proceso de diferenciación de los sujetos sociales. Estas
diferencias, que se construyen sobre todo a través de un discurso
prescriptivo que establece una desigualdad de género, especifica una
forma significativa de relaciones de poder.4
Es por ello importante señalar que lo que se prescribe como lo feme-
nino es una construcción social, una serie de pautas de conducta que
definen y regulan la femineidad. Son prescripciones discursivas que
tienen una importancia fundamental para arrojar luz sobre la socie-
dad en su conjunto pero, particularmente, sobre las relaciones entre
individuos hombres e individuos mujeres; al diferenciarse en sus con-
ductas construyen valores sociales específicos y formas de comporta-
miento de relación intergenérica.
Vista así, la femineidad se construye, por oposición a la masculini-
dad, como formas de vida, actitudes, conductas que se establecen como
propias de la mujer y que reproducen una visión del mundo específica
en un momento y lugar determinados, pero sobre todo una forma con-
creta de relaciones jerárquicas entre los sexos, basada en oposiciones
binarias.5 En este sentido la femineidad, la masculinidad y las formas
de la relación entre ambas son un producto social y en cuanto tal sus-
ceptibles de cambio. Así, lo que una determinada sociedad describe
como “lo femenino” o “lo masculino” es histórico. Es decir, las caracte-
rísticas de género que afectan y constituyen lo femenino, lo masculino,
son producto de un proceso, de una forma de relaciones concretas en-
tre individuos de diverso sexo en un tiempo y espacio determinados. Si
lo femenino y lo masculino son mudables, entonces podemos señalar la
necesidad de determinar históricamente las especificidades de la expe-
riencia femenina o masculina —en este caso la femenina en el porfiriato
mexicano— así como los factores sociales y culturales que contribuyen
a su determinación, reproducción e implementación.

3 Nicolson, Gender and History, p. 105.


4 Scott, op cit., p. 42.
5 Ibidem, p. 43.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 293

En este sentido podemos hablar, como parte del proceso de cons-


trucción de la diferencia genérica, de un modelo femenino, de un de-
ber ser e imagen de la mujer que encuentra su reglamentación en
códigos morales, legales, religiosos, en las costumbres, en la literatura,
en revistas, así como en la instrucción escolar y, sobre todo y de manera
particular, en la transmisión doméstica de una cultura moral que pasa,
muchas veces incuestionada, de madres a hijas, por generaciones, a tra-
vés de mujeres y para mujeres. Se trata de un mensaje ancestral que las
más de las veces está poco sujeto a modificaciones o replanteamientos
definitivos de una generación a otra.
Ello no obstante, existen momentos en los que el discurso sobre el
deber ser femenino, así como los hábitos y conductas de las mujeres, su-
fren cambios acelerados o son objeto de un cuestionamiento específico.
Tal es el caso de los últimos años del siglo XIX mexicano, cuando la dis-
cusión sobre el deber ser femenino aparece en la prensa de la época, en
la cual, con frecuencia se incluyen secciones específicas para mujeres.6
En efecto, en el discurso de la prensa, en los manuales de conducta,
en los ensayos sobre las relaciones entre hombres y mujeres, el papel de
la mujer enfrenta en el fin de siglo un momento clave que revela la con-
cepción de lo que debía ser la “nueva mujer” en el contexto de una pers-
pectiva más amplia sobre la sociedad mexicana en su conjunto.
Para la mayoría de los intelectuales positivistas de la época, el si-
glo XIX era el siglo del progreso, en donde la sociedad en su conjunto
podía ser objeto de un perfeccionamiento progresivo prácticamente
sin límite. Este perfeccionamiento incluía, por supuesto, a cada uno
de los miembros de la sociedad, y de modo específico a las mujeres.
Esta idea, particularmente importante para la ideología decimonónica,
implicaba también la posibilidad de adecuación de cada uno de los
individuos que conforman el aparato social, para desempeñar, dentro
de éste, una función específica, insustituible. Esto daba lugar a una
diferenciación de los grupos sociales y de los individuos lo que a su
vez propiciaba un tipo de relaciones sociales jerárquicas e inmutables
entre los individuos.7 Esta concepción de la sociedad y de cada uno de

6 Sobre la prescripción de las conductas femeninas véase Torres Septién, “Los manua-

les de conducta como historiografía”, en Historia y Grafía, 1999, p. 167-190. Sobre las con-
ductas femeninas desviantes o delincuentes véase Speckman, “Las flores del mal” en Histo-
ria Mexicana, p. 183-229.
7 Para la influencia de los pensadores positivistas en México, véase Zea, “El posi-

tivismo” en Estudios de Historia de la Filosofía en México, 1963. Allí, Zea afirma: “El comp-
tismo, en sentido estricto, subordinaba el individuo a la sociedad en todos los campos de
lo material. Tal era el sentido de la sociocracia de Comte, tal establecía su política po-
sitiva”, p. 257-258.
294 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

sus miembros tuvo una significación particular, en especial para las re-
laciones entre ellos y ellas, y sobre todo para el proceso de construcción
de la diferencia sexual, es decir el proceso de diferenciación genérica.8
Esta construcción de la diferencia genérica puede explorarse en las
publicaciones y artículos, dirigidos a un público mayoritariamente fe-
menino, publicados en la ciudad de México.

Pensando en la mujer

El ambiente intelectual del México de fines del siglo pasado ha sido


estudiado haciendo hincapié en una perspectiva general de las corrien-
tes ideológicas de la época, subrayando, sobre todo, las influencias
generales, los temas de los debates pedagógicos o las figuras sobresa-
lientes.9 Sin embargo, el tema de cómo el discurso hemerográfico y de
las publicaciones ocasionales de la época contribuyó al proceso de di-
ferenciación en las relaciones de género y a la construcción de un
parámetro femenino, no se ha analizado aún.10 Desde un punto de
vista feminista, este análisis pone de manifiesto cómo, a través de la
construcción discursiva del deber ser de la mujer en las revistas y pu-
blicaciones dirigidas a mujeres, los autores, en su mayoría varones,
están de hecho contribuyendo a la creación de un modelo de mujer,
de un parámetro de conducta femenina. Al hacerlo, este deber ser fe-
menino se construye reforzando las características excluyentes y
oposicionales que constituyen el sistema sexo-género.11 Es decir, la
construcción social y cultural de la diferencia sexual se lleva a cabo
tanto de modo discursivo como prescriptivo en la prensa, las leyes,
los manuales de conducta. Estas diferencias dicotómicas entre hom-
bres y mujeres se presentan en el discurso de la época como rasgos de
modernidad, dado que la incorporación de la mujer a las nuevas for-
mas de vida urbana, a la creciente fuerza de trabajo en forma masiva,

8 El concepto de género ha sido definido como el proceso de construcción sexual de la

diferencia sexual, en Scott, “Género, una categoría útil para el análisis histórico”, en El géne-
ro, la construcción cultural de la diferencia sexual, p. 265-302, y Scott, “Historia de las mujeres”
en Formas de hacer historia, p. 59-88. Para un enfoque feminista en el análisis historiográfico
véase Thurner, “Subject to Change: Paradigms of US Feminist History”, en Journal of Women’s
History, p. 1-15.
9 Véanse por ejemplo: Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo

XIX, p. 279-298; Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo; Zea, El positivismo en México;
Villegas, Positivismo y Porfirismo, y Zea, Del liberalismo a la revolución en la educación mexicana.
10 Véase Scott, Gender and the Politics of History, p.38.
11 Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”, en El géne-

ro, la construcción cultural de la diferencia sexual, p. 45-47.


MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 295

obliga a la reflexión sobre los esquemas de las conductas femenina y


masculina en la sociedad porfiriana, a la redefinición de los parámetros
genéricos.
Al proponer una concepción de lo que debería ser el papel de ellas
en la sociedad, los pensadores del porfiriato analizan específicamente
el papel de cada uno de los sexos, y construyen su diferencia y des-
igualdad genérica a través de las conductas prescriptivas y reales tan-
to de ellos como de ellas. La reflexión sobre lo que es, lo que significa
ser mujer aparece tempranamente en la conformación del discurso
porfiriano. Algunas de las figuras más distinguidas de la intelectualidad
de la época expresaron sus opiniones sobre las mujeres, acerca de lo
que eran y, sobre todo, de lo que deberían ser. Así, por ejemplo, Justo
Sierra afirma que la continua evolución de la sociedad traería, como
consecuencia natural, una clasificación de las funciones sociales.12 Es
decir, una diferenciación de cada uno de los grupos e individuos que
conforman el cuerpo social y, por lo tanto, una clara diferenciación de
las tareas de ellos y de ellas.
En la concepción positivista de lo que es el organismo social, la evo-
lución de éste ocurre de acuerdo a leyes naturales. Según este esquema,
la intervención humana individual es prácticamente nula,13 y la situa-
ción de cada uno de los individuos en el cuerpo social es básicamente
estática. En este sentido, el ideal femenino de la época concebía a la
mujer en primer lugar como miembro de la institución básica sobre
la cual se apoyaba el aparato estatal: la familia. En cuanto miembro
de la familia la mujer se conceptualiza, se discute, en relación a otros
miembros de esa unidad. Así, las mujeres encuentran predeterminada
su posición y papel en el cuerpo social, y dentro de éste, en la familia.

Mujeres positivas

En la concepción positivista de la mujer hay un intento de establecer


una “nueva mujer”, la mujer positiva. Lo novedoso de este concepto
de mujer consiste en admitir su incorporación, limitada, a la fuerza de
trabajo, pero sin cuestionar ni modificar su papel en la familia; más bien
indaga y abunda sobre la importancia del papel de la maternidad y de

12 Esta teoría de la evolución, tan cara a la ideología del positivismo mexicano, revela

la influencia de Comte y de Spencer en los pensadores nacionales. Véase Sierra, La evolu-


ción política del pueblo mexicano, p. 269.
13 Zea, El positivismo en México, apogeo y decadencia, cap. 3, “El positivismo en la cir-

cunstancia mexicana”.
296 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

las obligaciones de la esposa.14 La situación de las mujeres en lo que se


refiere a la familia es particularmente inmutable, puesto que a ellas
se les asigna una función específica que se apoya en las diferencias
biológicas y en una división sexual del trabajo; el suyo es la reproduc-
ción como tarea específica y, en la mayoría de los casos, única. En esta
división esquemática de las funciones de cada individuo, de cada or-
ganismo, se da también una división del trabajo fisiológico. Molina
Enríquez toma la idea de que la sociedad es como un organismo evo-
lutivo para explicar la función reproductora de los individuos y el pa-
pel de la mujer. Así, de acuerdo con la idea de que cada organismo
obedece a una función específica, la mujer es: “un sistema especial de
órganos que ha llegado a ser un organismo sexual”.15 De este modo,
la situación de la mujer en la sociedad queda explicada como un fenó-
meno de carácter natural y la función reproductora se considera como
su tarea específica, diríase exclusiva.
El tema de la mujer fue pues un aspecto central de la concepción
social del pensamiento positivista. Al discutir e indagar sobre lo feme-
nino, sobre las relaciones entre los géneros, los ideólogos del porfiriato
esgrimieron argumentos diversos que describían, en el imaginario de
la época, un ideal femenino que se volvió cada vez más complicado y
contradictorio. Así, el mensaje sobre conductas, derechos y deberes de
las mujeres, siempre en contraste con los de los varones, se expresó
desde posiciones políticas diversas, con matices temporales y regio-
nales específicos.
Las voces que se ocuparon de los diferentes aspectos de la vida de
la mujer fueron, paradójicamente, masculinas en su mayoría, como era
de esperarse en una sociedad en donde las mujeres tenían poca voz y
pocos medios para expresarla. Sin embargo, no es sólo la falta de fo-
ros lo que ocasiona que el discurso sobre la mujer fuera expresado por
el hombre, sino la concepción de que la mujer es “lo otro” lo ajeno a lo
universalmente humano.16
En el caso del fin de siglo pasado, no es sólo en las revistas para
mujeres y en los artículos de entretenimiento para señoritas en donde
se encuentra el discurso y pautas de conducta que la sociedad de la
época prescribe como el deber ser de la femineidad y de las relaciones
entre los géneros, sino también en los escritos de corte sociológico de

14 Ramos Escandón, “The Social Construction of Wife and Mother: Women in Porfirian

Mexico: 1880-1917”.
15 Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, p. 75.
16 Este concepto, ya clásico, fue articulado por Simone de Beauvoir en El segundo sexo,

p. 12. Una reelaboración más actualizada, aunque no específicamente referente a la mujer,


sino al indígena, aparece en Todorov, The Conquest of America, the Question of the Other.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 297

los principales ideólogos de la época, tales como Genaro García, José


María Vigil, Julio Guerrero, Andrés Molina Enríquez, Luis Lara y Par-
do, Francisco Bulnes, o bien figuras de menor importancia como Ig-
nacio Gamboa y Santiago Ramírez.17 Todos ellos, en un momento u
otro y con matices diversos, expresaron sus opiniones sobre la mujer
y trataron la “cuestión femenina” desde perspectivas y puntos de vis-
ta contradictorios.
Desde el ordenamiento de sus derechos legales hasta la descrip-
ción del ideal físico femenino, desde la punta de los zapatos a la pérdi-
da de la patria potestad, pasando por el tipo de devociones religiosas
y la figura de la mujer como madre, los temas y los tonos con los que
se describe, se recupera, se construye a la mujer en el imaginario porfi-
riano pasa por registros diversos. Aquí se destacan tan sólo unos cuan-
tos: los comentaristas sociales y la perspectiva legal, puesto que los
derechos civiles de la mujer resultan fundamentales para el ordena-
miento de toda la sociedad y sobre ellos hay un debate relevante en
esos años entre Genaro García y Antonio Macedo. El rescate de estas
perspectivas diversas y aun contradictorias resulta básico, en el caso
del positivismo mexicano, porque la concepción misma de una socie-
dad en continuo progreso evolutivo, pero a la vez armónica y organi-
zada, presupone una relación específica entre hombres y mujeres, la
cual revela aspectos importantes de la estructura social, de la ideolo-
gía de la época y de la diferencia genérica.

Género y legislación

La estructura legal es el ordenamiento que reglamenta y define las re-


laciones entre los miembros del grupo; el derecho civil, en particular,
reglamenta las relaciones entre los miembros de la unidad social que
es la familia. Las relaciones entre los diversos miembros varían en ra-
zón de la posición del individuo frente al grupo y a la familia, y la ley
organiza las relaciones sociales de los miembros generacionalmente
y, sobre todo, a partir de las diferencias biológicas. En la disparidad
de los derechos, basada en el sexo, se da la construcción de la diferen-
cia genérica. Así pues, la diferencia orgánica da lugar a relaciones de
tipo social que definen los derechos y obligaciones entre los indivi-
duos en la familia y en la sociedad en su conjunto. Estas relaciones, a

17 García, Apuntes sobre la condición de la mujer; Vigil, Poetisas mexicanas; Guerrero, La

génesis del crimen en México; Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales; Lara y Pardo,
La prostitución en México; Bulnes, Los grandes problemas de México.
298 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

su vez, obedecen a los dictados sociales y culturales de lo que se con-


sidera deben ser las diferencias, la dicotomía excluyente que separa,
en esas conductas sociales, a individuos de sexo diferente dando así lu-
gar al proceso de formación de género. Ahora bien, si las diferencias
biológicas son orgánicas, las relaciones sociales que se establecen entre
los dos sexos son históricas, es decir, varían a través del tiempo y obe-
decen a una construcción social. Es por ello que el proceso de construc-
ción de la diferencia genérica puede y debe analizarse históricamente.
En efecto, en la época colonial mexicana la justificación de las dife-
rencias entre los géneros se apoyaba en una fundamentación religiosa,
y el deber ser de las conductas masculinas y femeninas se implementó
sobre todo a través de la Iglesia. En especial, la conducta de las muje-
res fue cuidadosamente reglamentada en catecismos y enseñanzas
morales y el confesionario sirvió como poderoso instrumento de con-
trol de la sexualidad femenina.18
Sin embargo, para mediados del siglo XIX con la puesta en duda
por parte del Estado del derecho eclesiástico para normar las relacio-
nes interpersonales y la creación del registro civil, la hegemonía ideo-
lógica de la Iglesia dejó de ser apoyada por el estado en los mismos
términos que en la época colonial. El nuevo estado republicano, en un
proceso de reorganización profunda, se volvió contestatario y rival de
la Iglesia en la disputa por la obediencia de la sociedad civil. En parti-
cular, la rivalidad Iglesia-Estado fue álgida en aquellos aspectos en
los que se consideraba estaban implicadas consideraciones morales.
El matrimonio concebido por la Iglesia como sacramento-contrato y
para el Estado únicamente como contrato fue un terreno de disputa
particularmente fértil entre ambas instancias. Es por ello que la Iglesia
propició la proliferación de folletería en la que difundía su concepción
del matrimonio como institución religiosa, y no, como querían los
reformistas liberales, como mero contrato civil entre los contrayentes.
En la concepción positivista de la mujer, los derechos femeninos
se fincan en su situación dentro de la familia. A la mujer se la define
sobre todo por la relación que guarda con otros miembros del grupo
familiar en su carácter de hija, hermana, esposa o madre. En particu-
lar, como esposa y madre, sus derechos fueron redefinidos en los có-
digos civiles de 1870 y 1884.19

18 Al respecto véase del Seminario de Historia de las Mentalidades: Familia, matrimonio

y sexualidad en la Nueva España, La memoria y el olvido, y El placer de pecar y el afán de normar.


19 El análisis de los matices en los códigos civiles rebasa el propósito de este trabajo;

sin embargo, al respecto cabe apuntar que el cambio central en este sentido sigue los
lineamientos del Código Napoleónico que en México se implanta con los códigos civiles de
1870 y 1884. Al respecto véanse Arrom, “Changes in Mexican Family Law in the Nineteenth
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 299

Las mujeres en las relaciones entre los géneros: matrimonio


y maternidad

Es cierto que la codificación de los derechos y las obligaciones feme-


ninas no significa su implementación, su asimilación a la ideología
dominante; éste es un proceso que pasa por la legislación, pero tam-
bién por otras vías. En especial, en el periodo que nos ocupa, el hecho
de que la relación matrimonial fuese ahora dirimida por una legisla-
ción laica dejó a la Iglesia en una posición de menor influencia que la
que había tenido antes de la promulgación de las Leyes de Reforma.
Por ello, durante el porfiriato fue frecuente la publicación de folletería
y libros en los que la Iglesia establecía su posición frente al matrimo-
nio. A tal intento obedece la publicación del libro de Santiago Ramírez,
La mujer en el matrimonio.20 El libro está dedicado a la madre y sobre
todo a la hermana del autor, próxima a contraer matrimonio, y se im-
prime para “dejar una impresión saludable en el ánimo de las jóve-
nes”. El carácter misionero del libro se afirma también en el hecho de
que el autor cedió el producto de la venta del libro al templo de San
Felipe de Jesús de la ciudad de México.
Organizado a la manera de una colección de ensayos y no ya de
un catecismo de preguntas y respuestas, como era lo común en la épo-
ca, Santiago Ramírez conceptualiza a la mujer dentro de un esquema
católico tradicional. Para él, la mujer se encuentra encima de “la majes-
tuosa figura de lo bello y lo noble” y, junto con el hombre, tiene la mi-
sión de la reproducción, pero la misión específica de la mujer es la de
“embellecer, dulcificar y aun sostener la peregrinación del hombre so-
bre la tierra”.21 Este sostén se lleva a cabo en la misión de la maternidad
de la mujer, que Ramírez idealiza como una tarea sublime, única, que
permite su realización y completa de manera específica a la mujer, quien,
a su vez, ejerce una influencia decisiva sobre el varón. El autor no dife-
rencia entre matrimonio y maternidad pues para él son la misma cosa
y la mujer cumple su papel sólo en tanto sea reproductora.
La concepción ideológica que presenta Santiago Ramírez nos en-
trega una mujer etérea, sin carnalidad alguna, con una fuerte influencia
romántica que lo lleva a citar a Schiller y a afirmar que la mujer es el

Century”, p. 87-102; Muñoz de Alba, “La condición jurídica de la mujer en la doctrina mexi-
cana del siglo XIX”, p. 813; Arrom, “Cambios en la condición jurídica de la mujer en el México
del siglo XIX”, p. 493-518; Morineau, “Situación jurídica de la mujer en el México del siglo XIX”,
p. 42-43.
20 Ramírez, La mujer en el matrimonio, breves reflexiones escritas para un álbum de boda.
21 Ibidem, p. 15.
300 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

refugio del hombre frente a las decepciones del mundo. Así, Ramírez
propone una separación de las esferas pública y privada, con la cual
la mujer resulta constreñida a la esfera privada y alejada completa-
mente de los aspectos de la vida pública. La separación esquemática
y tajante de los roles femenino y masculino encuentra eco en Ramírez,
para quien el hombre es “por naturaleza” arrogante y orgulloso,
firmísimo pilar de convicciones que, sin embargo, “se ve caer vencido
al brillo de una mirada”.22
En esta descripción de lo que son las relaciones entre hombres y
mujeres está implícita una concepción de la mujer en la que ésta apare-
ce como objeto de la adoración masculina. Para la mujer, esto implica
un estereotipo de comportamiento en donde sus acciones y decisiones
tendrían que adaptarse al concepto idealizado de femineidad que pre-
senta Ramírez, para quien el sentimiento que organiza la totalidad de
la vida de la mujer es la religiosidad. Esta concepción de lo femenino,
permeada de religión, tuvo un efecto importante sobre una variedad
de círculos, no sólo católicos, sino también laicos, como demuestra el
hecho de que este libro esté firmado por un civil, no por un sacerdote.
Obras como la de Ramírez fueron muy frecuentes, siguieron aparecien-
do a lo largo del porfiriato y, en ocasiones, la diferencia entre el discur-
so civil y el religioso con respecto a la mujer es sólo de matiz. Ambos
están permeados de una concepción casi mística de lo que debe ser una
mujer y ambos coinciden también en el intento de imponer a las mu-
jeres conductas que obedezcan únicamente a su papel reproductor. La
imagen es la de una mujer etérea, intangible, cuya concepción es so-
bre todo producto de un imaginario masculino que, prácticamente, no
toma en cuenta la experiencia que vivieron las propias mujeres.
A este tipo de idealización de la mujer, expresado en el alambica-
do estilo de la época, obedecen las obras de Ramírez, de Ignacio
Gamboa y de Antonio de Paula Moreno.23
La obra de Gamboa, La mujer moderna, pretende partir de un rigor
científico al preguntarse por los orígenes mismos de la vida en la tie-
rra, y acepta el principio del progreso humano, pero rechaza de plano
el darwinismo como una “trama rebuscada y sostenida sistemá-
ticamente, atropellando las conclusiones del buen sentido”,24 para
contrariar la verdad de Dios revelada a los hombres. Así, a pesar de

22Ibidem, p. 18.
23 Ibidem; Gamboa, La mujer moderna; De Paula Moreno y Elizalde, La mujer. Ambos
libros pertenecieron a Genaro García y forman parte del acervo de la Benson Latin American
Collection de la Universidad de Texas en Austin.
24 Gamboa, op. cit., p. 99.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 301

pretender partir de un principio de cientificismo evolucionista,


Gamboa termina por aceptar el criterio tradicional de la revelación di-
vina y esgrime la Biblia como prueba de la misma.
El tono tradicional de Gamboa supera al de Ramírez y aunque se
dirige a la mujer moderna, su voz es profundamente conservadora,
pues afirma que la mujer se verá incapacitada físicamente por el
atrofiamiento de sus órganos si participa en la vida económica en la
misma medida que el hombre. Lo burdo del argumento no sorpren-
de; lo que sí es admirable es que haya sido considerado entonces como
un argumento de carácter científico, pero también es explicable que,
en ese momento en que el ideal del ángel del hogar estaba en su apo-
geo, la imagen de una mujer trabajadora resulte antagónica con el ideal
de mujer de clase alta: tan linda cuan ociosa, tan frágil cuan inútil.
Otras voces que expresan también una visión conservadora del
papel de la mujer son las de Antonio Moreno y Domingo Elizalde,
quienes en su obra, La mujer,25 intercambian una serie de cartas en don-
de se ocupan de polemizar sobre el deber ser femenino. El formato
epistolar le da a este trabajo una agilidad que no tienen los otros y
permite calibrar de una manera más exacta el tono del debate sobre la
mujer en este momento. El libro también tiene diversos matices cuan-
do analiza a las mujeres en tres apartados diferentes, como soltera,
como casada y como madre.
El debate se ubica en dos posiciones distintas: por una parte se re-
procha a la mujer moderna el abandono de sus deberes tradicionales y
su entrega a la frivolidad y a la coquetería y, por la otra, se defiende
a la mujer en su papel de inspiradora y promotora moral del hom-
bre. La expresión de ambos puntos de vista tiene en común el ideali-
zar a la mujer; el que se trate de dos amigos varones cuyo discurso
epistolar elabora un imaginario en el que se construye un parámetro
de conducta femenina que no incluye la autoimagen femenina. El
único aspecto en el que Moreno y Elizalde toman en cuenta la situa-
ción concreta de la mujer es cuando se refieren a la cuestión educati-
va, al calificar la instrucción de la mujer como totalmente inadecuada,
pues no capacita a la mujer a “soportar las contrariedades ni a domi-
nar un capricho”.26
Este mismo tono tradicionalista se expresa en la crítica a la mo-
dernización de las costumbres, que consiste en la excesiva libertad.
Moreno y Elizalde afirman que: “La civilización y el refinamiento de
costumbres introducidas en nuestras modernas sociedades con tanta

25 Moreno y Elizalde, op. cit.


26 Ibidem, p. 31.
302 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

intemperancia, la libertad que va habiendo para todo, así en público


como en privado, y la indiferencia con que ven las cosas los que de-
bían velar por la moralidad de los pueblos y de las familias, son las
causas de los males sociales que padecemos.” 27
Lo importante de este tipo de argumentación es el hecho de que
en la conceptualización misma del deber ser de la mujer está implíci-
to un proyecto específico de sociedad, la cual, en el caso de esta obra,
La mujer, es una sociedad tradicional, con pautas de comportamiento
de obediencia jerárquica y falta de iniciativa individual, en donde la
mujer aparece, una vez más, sometida y dependiente. Para Moreno y
Elizalde la modernidad consiste en la excesiva libertad y en la rapi-
dez con que cambian las costumbres. Se oponen pues a una concep-
ción más moderna de la sociedad, con mayor espacio para el ejercicio
de la libertad.
El parámetro de sometimiento femenino es complementario de un
ideal de domesticidad que se promueve por diversos medios, inclusive
en aquellas publicaciones que, destinadas específicamente a la mujer,
promueven su superación e instrucción. Tal es, por ejemplo, la publica-
ción de la Escuela de Artes y Oficios, titulada, al igual que el libro de
Moreno y Elizalde, La mujer. Ésta, aparecida a partir del 15 de abril
de 1880 en la ciudad de México, se inició como un periódico, dedica-
do específicamente a la mujer, y con ese nombre se dio a la imprenta
semanalmente bajo la dirección de Ramón Manterola y Luis G. Rubin.
La importancia de esta publicación, como un hito que marca una nue-
va actitud hacia lo que deberían ser las conductas y parámetros de la
femineidad en el último tercio del siglo XIX mexicano, está dada por
el hecho de que el periódico abría su primer número congratulándose
por el empeño de todos los pueblos civilizados en mejorar la condi-
ción femenina. La mujer señalaba, en ese primer ejemplar, que no era
solamente necesario que se instruyese a la mujer, y que la religión, la
lectura, la escritura y las cuatro reglas no eran, en modo alguno, sufi-
cientes para formar fieles esposas y buenas madres de familia. Afirma-
ba que para la formación de ciudadanos útiles y amantes de su patria
no bastaba que las madres fuesen cariñosas y buenas, sino que “es ne-
cesario que, sin ser unas espartanas, tengan e inspiren a sus hijos un
acendrado patriotismo, y sin ser unas sabias posean al menos la ins-
trucción indispensable para inculcar en las inteligencias de aquellos
los primeros conocimientos”.28

27
Ibidem, p. 33.
28
La Mujer. Periódico de la Escuela de Artes y Oficios, dirigido por G. L. Rubin y Ramón
Manterola, 15 de abril, 1880, p. 2.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 303

Es decir, el periódico justificaba la necesidad de instruir a la mu-


jer debido a que ella es, a su vez, formadora de las inteligencias y res-
ponsable de la instrucción de sus vástagos, Así pues, el parámetro de
la modernidad está aquí señalado por la necesidad de la instrucción
femenina. Lo moderno, según La mujer, estaba en la transcripción de
artículos de las más variadas materias basados en la idea de que la
instrucción femenina debería incluir una gama de aspectos. La mo-
dernidad de La mujer consistía pues en “hacer un resumen rápido y
sucesivo de las nociones que, en las ciencias físicas y naturales, en la
historia, geografía y biografía, puedan ser de alguna utilidad para las
personas para quienes escribimos, procurando alternar los artículos
que sobre tales materias publiquemos, con otros de bella literatura, a
fin de mezclar lo útil con lo agradable”.29
En esos primeros números, La mujer cita y a la vez polemiza con
Schopenhauer en el sentido de que la mujer no es, como afirma el
filosofo alemán, astuta y disimuladora y, si fuese así, sería problema
del ambiente en que ésta se desenvuelve. “En todo caso, la culpa es de
la sociedad misma, dado que es ésta la que ha hecho de la mujer una
criatura cuyos derechos sociales parecen limitarse estrictamente a los
cuidados del hogar y a los deberes de la maternidad.” 30
Así pues la modernidad, en esta publicación orientada a la mujer,
se define como instrucción, y la de las artes y oficios resulta central para
la construcción del parámetro femenino en el fin de siglo mexicano.

La mujer en la legislación: las críticas de Genaro García

Genaro García hace una defensa de la mujer, de sus derechos, con cla-
ros tonos de liberalismo clásico, es decir, sigue el principio fundamen-
tal del liberalismo que entiende que cada individuo, por el hecho de
ser miembro de la sociedad, debe disfrutar de igualdad de derechos
con sus semejantes.31 Basado en esta idea, reflexionó sobre la situa-
ción de la mujer y de sus derechos civiles según el Código de 1884. En
efecto, García defendió en su examen profesional de licenciado en de-
recho, del 15 de diciembre de 1890, su trabajo La desigualdad de la mu-

29 Ibidem, 22 de abril, 1880, p. 2.


30 Ibidem.
31 La discusión de los matices y definiciones de la doctrina liberal quedan fuera del

alcance de este ensayo. Para una definición conceptual y de matiz entre liberalismo clásico
y moderno véase Bobbio, Diccionario de Política, p. 343-349, y Abbagnano, Diccionario de Fi-
losofía, p. 737.
304 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

jer, publicado en 1891.32 Ese mismo año publicó otra versión del tra-
bajo mucho más fundamentada y ampliada, intitulada Apuntes sobre
la condición de la mujer. 33
Genaro García (1857-1920) es bien conocido como abogado, histo-
riador, funcionario público y bibliófilo; sin embargo, sus ideas a favor
de los derechos de la mujer son poco conocidas, como es también des-
conocida la influencia que, en sus ideas feministas, tuvo Stuart Mill, a
quien leyó con cuidado, a la vez que tradujo a Herbert Spencer y se
inspiró en sus ideas para escribir sobre la condición de la mujer.34
En la primera de sus dos publicaciones sobre la mujer, Genaro Gar-
cía resulta un feminista convencido en la medida en que, explícitamente,
expresa su desacuerdo con la situación de la mujer y señala, apoyado
en un argumento del liberalismo clásico, la injusticia de la desigualdad,
y cómo la opresión de la mujer se ha mantenido desde los orígenes de
la humanidad debido a la feroz brutalidad del hombre.35
El feminismo de Genaro García debe valuarse en el contexto de su
tiempo,36 pues difiere de la mayoría de sus contemporáneos en su pers-
pectiva sobre la mujer al no aceptar la inferioridad femenina.37 Para él,
la situación de la mujer resulta aberrante y la única forma de explicarla
es histórica. El recorrido que hace por el pasado de la humanidad para
explicar este fenómeno le revela lo que hoy parece totalmente evidente,
pero que en su época resultaba una verdadera revelación: la opresión

32 García, La desigualdad de la mujer, y Apuntes sobre la condición de la mujer. Dos copias

de cada uno de estos opúsculos fueron localizadas en la Colección Genaro García, que guar-
da los papeles personales, folletería política y el catálogo de su biblioteca. La Colección
García se localiza en la Benson Latin American Collection, de la Universidad de Texas en Austin.
La autora agradece al comité de becas C. B. Smith el haber seleccionado su proyecto de
investigación para una beca de viaje que le permitió consultar dichos documentos. La bi-
blioteca entera de Genaro García fue vendida por la familia a la Universidad de Texas en
Austin en 1920 y allí se conserva. Sobre la biblioteca de García véase: Ramos Escandón,
“Genaro García. Portrait of a Book Collector”, p. 97-101.
33 García, Apuntes sobre la condición de la mujer.
34 García, “La condición jurídica de la mujer según Herbert Spencer” en El minero mexi-

cano, 25, 1886, p. 104-105, 115-117. Entre los libros que pertenecieron a la biblioteca de García,
conservados hoy en la Perry-Castañeda Library, por no referirse a América Latina, localicé
un ejemplar, en francés, de las obras de Stuart Mill, en donde García subrayó en rojo los
pasajes relativos a la mujer y anotó al margen “mujer” en las partes pertinentes.
35 García, La desigualdad, p. 3.
36 La palabra “feminismo” no aparece en los diccionarios antes de 1880. De la mujer se

dice que: “considerada desde el punto de vista de la historia natural, la mujer no difiere del
hombre solamente por el sexo. Difiere por su talla, su crecimiento y por la redondez de sus
formas”. Dictionnaire Universel des Sciences, des Lettres et des Arts, p. 676.
37 García dice haber seguido las ideas feministas de Stuart Mill en García, Notas sobre

mi vida, mecanoescrito, Genaro García Papers, folder 40, Benson Latin American Library,
University of Texas at Austin. Agradezco a Jane Garner, bibliotecaria de la Benson Latin
American Collection el acceso a este documento conservado entre las listas originales, para
la compra de la biblioteca, elaboradas en 1920.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 305

de la mujer es un producto histórico de su ancestral situación subordi-


nada. Sin embargo, según Genaro García, ello no debe llevar a la con-
clusión de que la mujer sea incapaz, sino que, según él, simplemente
sucede que “no habiendo gozado de los mismos medios de educación
y desarrollo que el hombre, no puede hablarse tampoco de su inferio-
ridad intelectual y moral”. 38
El argumento, si bien hoy nos resulta sorprendentemente contem-
poráneo, en su momento fue sumamente radical. La modernidad del
argumento se derivó sobre todo del intento de explicar, desde una
perspectiva científica, la causa de la opresión femenina. Remitirse a la
historia para explicar una situación dada supone, en primer lugar, el
entendimiento de que en cuanto que histórica, es una situación mu-
dable, susceptible de modificación. Para Genaro García, positivista
convencido de la evolución de la sociedad, es en esa misma sociedad
en donde radica la posibilidad de cambio y se aboca a demostrar que
la mujer, de hecho, ha mejorado su situación, al pasar de ser una bes-
tia de carga a simplemente una esclava, aunque exclusiva del hombre
que la posee y más tarde la convierte en un objeto de comercio.39
Según Genaro García, hasta antes del establecimiento del Estado,
la mujer siguió esclava de derecho, sometida por completo al hom-
bre. Este argumento, que García no desarrolla, sorprende, sin em-
bargo, por su coincidencia con algunas de las teorías del feminismo
moderno y, desde luego, recuerda muy claramente la influencia de
Engels, quien desarrolló el mismísimo argumento en El origen del es-
tado, la familia y la propiedad.40 Aunque no es posible confirmar si
García leyó a Engels, lo que sí es seguro es que puede rastrearse un
origen común de Engels y García: su conocimiento de Herbert
Spencer, a quien García tradujo.41 La influencia de Spencer en García
queda de manifiesto en el artículo, “La condición jurídica de la mu-
jer, según Herbert Spencer”, que García publicó en la Revista de Le-
gislación y Jurisprudencia, en 1894.42 Allí, García argumentó, siguien-
do a Spencer, que no debe concederse a la mujer, al casarse, el derecho
38 García, La desigualdad, p. 8.
39 Ibidem.
40 Para una edición crítica de esta obra desde el punto de vista feminista véanse: Engels,

The Origins of the Family, Private Property and the State; Lerner, La creación del patriarcado.
41 Entre 1896 y 1899, Genaro García publicó dos traducciones del trabajo de Herbert

Spencer sobre el México Antiguo. Los hermanos García, Genaro y Daniel, editaron, traduje-
ron y corrigieron errores en el texto de Spencer consultando las fuentes originales, puesto
que Spencer, que no sabía español había usado traducciones al inglés de las fuentes
prehispánicas. Véase Genaro García, “Los antiguos mexicanos”, en Notas sobre mi vida,
mecanoscrito, Genaro García Papers, folder 40, Benson Latin American Library, University
of Texas at Austin.
42 García, “La condición jurídica de la mujer según Herbert Spencer”, p. 66-77.
306 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de restringir su propia libertad, y postula la necesidad de reglamen-


tar según su condición y situación, tanto los derechos de hombres
como de mujeres.
Sea por haberlos leído en Engels, o por haberlos deducido de
Spencer, los argumentos coinciden. García, como Engels, afirma que
la situación sometida de la mujer no justifica una inferioridad intrín-
seca y suponérsela resulta no sólo gratuito sino también infundado.
García afirma: “No habiendo gozado nunca la mujer de los mismos me-
dios de educación y desarrollo que el hombre, ni habiéndosela obser-
vado en la esfera de acción que a éste, y en igualdad de circunstancias,
ninguno puede sostener la realidad de sus inferioridades intelectuales
y morales.” 43
Para Genaro García, la mayor contradicción sobre la situación de
la mujer estriba sobre todo en las restricciones de la ley civil.44 Su crítica
se basa en que, si bien en principio ésta es igual para todos, existen, sin
embargo, severas restricciones en lo que se refiere a la mujer, lo cual es
contradictorio con el espíritu de la ley y particularmente chocante para
don Genaro, pues su liberalismo igualitario no puede aceptar estas di-
ferencias legales entre hombres y mujeres.
Es por ello que al asomarse a la condición específica de la mujer
mexicana según la legislación vigente, Genaro García critica las con-
tradicciones de la ley civil respecto a la tutela de los hijos, y aunque
reconoce la importancia de las doctrinas liberales en la situación jurí-
dica mexicana, censura acremente la pérdida de los derechos de la
mujer en el matrimonio, precisamente porque la diferencia, sometién-
dola. En especial, se pregunta por qué es necesario el “incapacitar a la
mujer tan absoluta e irracionalmente, imponiéndole una ciega obedien-
cia hacia su marido, que muy bien pudiese ser un estúpido brutal”.45
La indignación de Genaro García sobre la dependencia femenina
es auténtica; en su voz se escuchan los ecos de un liberal tradicional,
puesto que para él como para el liberalismo temprano, la libertad in-
dividual y la inviolabilidad de los derechos individuales eran sagra-
das. Congruente con esta universalidad de derechos individuales,
García no acepta que pueda privarse de éstos a la mujer, puesto que

43García, La desigualdad, p. 12.


44Aunque en el texto mismo de su exposición, Genaro García no se refiere a ningún
código civil en específico, es de suponerse que sus comentarios se refieren al Código Civil de
1884, que es el que está vigente cuando escribe su tesis. El Código Civil de 1870 y el de 1884,
inspirados en el Código Napoleónico de 1804, reducen los derechos de propiedad de la mujer
cuando ésta contrae matrimonio. Véase: Arrom, “Changes in Mexican Family Law in the
Nineteenth Century”, p. 88-102.
45 García, La desigualdad, p. 13.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 307

la mujer es individuo, persona con derechos individuales específicos


que no obedecen al sexo. En esto, García coincide con el feminismo
más moderno, que señala la desigualdad entre los sexos cuando los
derechos se restringen para las mujeres por el hecho de ser mujeres,
es decir, se establece una desigualdad genérica.46 García critica sobre
todo la dependencia a la que el derecho somete a la mujer al contraer
matrimonio y considera como sumamente injusta la situación a la que
la mujer queda reducida.
Lo que resulta central en el trabajo de Genaro García es su clara
posición feminista, que él mismo define como tal.47 García es feminis-
ta en tanto que defiende los derechos de la mujer, su valor como indi-
viduo autónomo. A este feminismo Genaro García llega por vía de una
convicción liberal, de estricto razonamiento sobre la injusticia intrín-
seca en el hecho de que el Código Civil incluya derechos desiguales y
se aplique de manera diversa a los hombres que a las mujeres. En
Genaro García el reconocimiento de esta diferenciación genérica de
los derechos individuales tiene un valor específico en el pensamiento
positivista de la época puesto que reconoce que la injusticia en el tra-
tamiento de la mujer, según el Código Civil, obedece a las diferencias
entre los géneros.
Para García estas diferencias implican una contradicción patente en
varios aspectos: 1. La prohibición para la mujer de nombrar consultores
para el ejercicio de la patria potestad, al mismo tiempo que tiene la obli-
gación de escucharlos; 2. La imposibilidad de la mujer de dejar la casa
paterna antes de los treinta años. 3. La imposibilidad de ser fiadora.
A pesar de estas limitaciones que señala someramente, Genaro
García considera que la situación de la mujer en su época es menos des-
favorable que en otros momentos, pero apunta que es en la institución
del matrimonio donde es más necesario que se respeten sus derechos
individuales, ya que al casarse la mujer borra su personalidad.48
La crítica de Genaro García a la institución del matrimonio, se
centra en la injusticia implícita al no considerarse en igualdad jurí-
dica a las partes que celebran el contrato matrimonial: el hombre y
la mujer. Basado en Stuart Mill, García critica el artículo según el cual
el marido debe proteger a la mujer, pues implica suponer la incapa-
cidad femenina, e imponer a la mujer una obediencia ciega al mari-
do. Esta dependencia legal para la mujer implica condenarla a ser

46 Pateman, El contrato sexual; Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, p. 49.


47 García, Notas sobre mi vida, mecanoscrito, Genaro García Papers. folder 40, Benson
Latin American Collection.
48 García, La desigualdad, p. 11.
308 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

“una perpetua víctima, sin esperanza ni justicia, de todos los ataques


iracundos o egoístas del marido”.49
La imagen de García sobre sus congéneres varones no es muy ha-
lagadora, pues los considera “pequeños tiranos convencidos, por muy
inferiores que se sientan, de que gozan de una gran superioridad
sobre sus mujeres”. El análisis de las relaciones conyugales según
quedaban establecidas en el Código Civil llevó a Genaro García a con-
siderar que la legislación era “contraria en todo para la mujer, cuya
desigualdad e incapacidad se decreta abundantemente, sin que exista
en cambio ninguna disposición que la proteja”.50
Sin embargo, cabe señalar que la protección, que García señala
existe para la mujer, resulta, a su juicio, indeseable para ella, puesto
que le impide desarrollar sus capacidades. García señala la necesidad
de una mujer capaz, autónoma, no protegida y disminuida. En este
mismo sentido se refiere a los derechos de la mujer en el matrimonio.
A este respecto, su argumento más poderoso es el que plantea la pre-
gunta clave de por qué a la mujer, a quien se le reconoce la capacidad
intelectual y de representación jurídica antes de casarse, se le reducen
esas capacidades con el matrimonio. García afirma que la igualdad
que reconoce la ley a la mujer soltera desaparece por arte de magia
con el matrimonio, lo cual le parece un absurdo absoluto. Al igual que
Stuart Mill, García apunta, convencido, que “la desigualdad de la mu-
jer no tiene otro motivo que el abuso de la fuerza y el ciego egoísmo
del hombre, ni otro objeto que perpetuar un privilegio infinitamente
desmesurado en favor del mismo”.51
Por lo que se refiere al divorcio, Genaro García se apoya también
en Stuart Mill para censurar los criterios sobre lo que constituye el
adulterio, puesto que el adulterio femenino, en contraste con el adul-
terio masculino, obedece a principios diversos para hombres y para
mujeres. Genaro García apunta que al hombre “se le quitan todas las
trabas para que cometa los adulterios que quiera”.52 Para la mujer, en
cambio, el adulterio está gravemente castigado. García basa su argu-
mentación contra la condición de la mujer en su convicción de que es
injusto ese doble criterio para juzgar a hombres y mujeres, pero coin-
cide con el Código Civil en que el adulterio femenino causa mayores
perjuicios que el del hombre. Si el Código Civil afirmaba que el adul-
terio femenino favorecía la bastardía introduciendo sangre extraña en
el matrimonio, García, por su parte, no profundiza en los argumentos
49 Ibidem, p. 18.
50 Ibidem, p. 20.
51 García, La desigualdad, p. 15.
52 Ibidem, p. 20-21.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 309

del Código, se limita a coincidir en que el adulterio femenino es más


grave que el masculino, pero no inquiere las razones de esta injusti-
cia, simplemente afirma que se debe: “a las estúpidas costumbres que
reinan en contra de la mujer”.53
Finalmente la prohibición de investigar la paternidad resulta, a los
ojos de Genaro García, una violación a toda moralidad y justicia y una
forma más de propiciar el libertinaje masculino.
En su texto Apuntes sobre la condición de la mujer, Genaro García
reelabora muchos de sus argumentos expresados en su tesis profesio-
nal, pero profundizando sobre ellos, y da la mayor importancia al con-
cepto sobre lo que significa ser mujer, sobre su papel en la sociedad.
García coincide con pensadores modernos al señalar que la situación
de la mujer es un termómetro para medir la situación de un sociedad
en su sentido más amplio, pues “ese bienestar y ese adelanto son ma-
yores mientras menor es la desigualdad de la mujer”.54
García resulta revolucionario en su perspectiva sobre la materni-
dad pues considera que la maternidad no es una urgencia en la mu-
jer, y afirma sin ambages: “¡Desdichadas de las mujeres si todas ellas
tuvieran que ser madres!”55 Para García las mujeres son seres indepen-
dientes y basado en esta idea critica también el nerviosismo atribuido
a las mujeres pues, sobre todo en las clases altas, este nerviosismo obe-
dece a que las mujeres han sido educadas en un invernáculo caliente,
sin tener ninguna costumbre de “los ejercicios y las ocupaciones que
existen y desarrollan los sistemas circulatorio y muscular”.56
Sin embargo, a pesar de sus convicciones sobre la necesidad de
revalorizar la situación de la mujer, Genaro García sigue, en términos
generales, las pautas positivistas, y acepta que las diferencias entre
hombres y mujeres son esenciales, afirmando que la capacidad para
la intuición es mayor en la mujer, así como el poder descubrir los as-
pectos prácticos de la vida, en tanto que, en su opinión, los hombres
tienen mayor capacidad para la generalización.57

53 Ibidem, p. 21. Las críticas de García fueron parcialmente tomadas en cuenta en la

Ley de Divorcio promulgada por Venustiano Carranza, pues si bien se conserva la idea de
que el adulterio femenino es mucho más nocivo que el masculino, en esta ley, por primera
vez, se establece el divorcio en el sentido moderno propiamente dicho, lo cual implica la
posibilidad de contraer nupcias y no una mera separación de cuerpos. La reglamentación
específica sobre estos puntos se dio en 1917 con la Ley de relaciones familiares. Véase
Carranza, Codificación de los decretos de Venustiano Carranza; Ley sobre relaciones familiares, ex-
pedida por el Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo de la Nación el 12 de
abril de 1917.
54 García, Apuntes sobre la condición de la mujer, p. 14.
55 Ibidem, p. 18.
56 Ibidem, p. 20.
57 Ibidem, p. 22.
310 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

La defensa que Genaro García hace de la mujer lo lleva a criticar de


modo particular la forma de la organización familiar, puesto que es en
la familia donde la mujer queda relegada y sin ninguna voluntad pro-
pia. García coincide con Engels cuando afirma que la situación de la
mujer es una especie de termómetro sobre la civilización y afirma que:
“habrá mayor cultura y adelanto en un pueblo, mientras esa condición
( la femenina) se acerque más a la igualdad, la cual se impone por do-
quier no sólo como la regla más general de conducta, sino también como
el único medio de realizar felizmente el principio de la libertad”.58
Respecto al trabajo de la mujer, García afirma que la mujer enfrenta,
a diferencia del hombre, serias dificultades, porque mientras el hombre
puede emprender cualquier trabajo sin encontrar nunca traba alguna, en
cambio la mujer sólo puede encontrar “los que son menos productivos y
que por despreciables no forman el privilegio de aquél”.59 Como buen
heredero del liberalismo, la contradicción existente entre el principio de
la libertad y la incapacidad de la mujer de acceder a ella, le parece par-
ticularmente trágico para la mujer, a quien: “no le es lícito, como al hom-
bre, alcanzar por su propio valor respeto y consideración” 60 y es por
ello que necesita la protección de un hombre, pues de no ser así, re-
sulta fácilmente víctima. En estas condiciones, según Genaro García,
la mujer está condenada a una vida estéril, pues la desigualdad de las
mujeres las constriñe a vivir siempre en una gran incertidumbre frente
al porvenir y también a vivir “atormentadas por los punzantes dolores
de la histeria que se apaga entre ciegos fanatismos o delirios ascéticos”. 61
Al criticar la situación de la mujer García esgrime un típico argu-
mento liberal, cuya contemporaneidad es sorprendente. Argumenta
que dados los requisitos que la Constitución establece para reconocer
al individuo el derecho al ejercicio del voto, al negárseles el voto a las
mujeres, resulta que éstas no son ni mexicanas, ni tienen uso de razón,
ni tienen un modo honesto de vivir, pues todos ellos son requisitos
que establece la Carta Magna para el reconocimiento de los derechos
ciudadanos.62
58Ibidem, p. 25.
59Idem.
60 Ibidem, p. 26.
61 Ibidem, p. 26-27. Para una interpretación contemporánea de lo que significó la histe-

ria como enfermedad netamente femenina a fines de siglo véase Showalter, The Female
Malady: Women, Madness and English Culture 1830 1980, reseñado en Ramos, “Historia, dis-
curso psiquiátrico e historia de mujeres” en Historias, p. 155-156.
62 La modernidad de esta argumentación queda de manifiesto en el hecho de que ese

mismo argumento fue esgrimido por las feministas mexicanas de los años treinta, según
recordaba Josefina Vicens. Véase Cano, Radkau y Ramos, Entrevista a Josefina Vicens, ciudad
de México, julio de 1987. Grabación. Tuñón Pablos, Mujeres que se organizan. El frente único
pro derechos de la mujer, p. 99-128.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 311

La profundización de este argumento llevó a García a un análisis


sistemático de las contradicciones de los constituyentes de 1857, seña-
lando, en primer lugar, que para ellos la incapacidad política de la
mujer resultaba perfectamente natural y no previniendo que algún día
las mujeres llegarían a aspirar a los altos puestos públicos, supusie-
ron gratuitamente su incapacidad. Basándose en la idea de que la
organización política en forma de república supone que todos los in-
dividuos ejerzan sus derechos políticos, critica concretamente el he-
cho de que estos derechos no les sean reconocidos a la mujer y señala la
contradicción implícita en el hecho de que la Constitución no explicita
la supresión de los derechos políticos femeninos. Por otra parte, García
señala que la concepción de la república supone la libre representa-
ción de cada uno de los individuos que la componen, y el excluir a las
mujeres implica que ellas no forman parte de la república.
El aspecto más revolucionario de las convicciones feministas de
Genaro García es el que se refiere a los derechos políticos de las muje-
res, que el autor ve como necesarios y afirma que: “la concesión de los
derechos políticos a las mujeres beneficiaría en alto grado la organiza-
ción gubernativa, aumentando muy considerablemente la concurren-
cia de los individuos elegibles para el ejercicio de los cargos públicos”.63
Siguiendo esa misma línea de argumentación basada en el principio
liberal clásico del mayor bien para el mayor número, García señala
que si las mujeres estuviesen capacitadas para votar y ser votadas, se-
ría mucho más fácil elegir buenos gobernantes, pues habría entre hom-
bres y mujeres, mayor número de donde elegir.
Para García, la nula integración de las mujeres a la vida pública,
obedece, no a su poca capacidad, sino simplemente a la falta de cos-
tumbre y a un viejo hábito de censura que ellas mismas han asimilado,
volviéndose contrarias a la idea de su propia participación política, lo
cual, a su juicio, constituye una conducta irracional.64 Genaro García
expresa su fe en las capacidades políticas de las mujeres señalando
que ellas saben conocer prontamente el carácter de los individuos y,
finalmente, expresa su optimismo para que cambie la opinión pública
que “permite la entrada a los puestos públicos, aun a los hombres más
rudos e ignorantes. y ha podido vedársela aun a las mujeres más inte-
ligentes e ilustradas”.65
Un último aspecto que Genaro García analiza en sus Apuntes sobre
la condición de la mujer es el que se refiere a los derechos de las mujeres

63 García, Apuntes sobre la condición de la mujer, p. 24.


64 Ibidem, p. 35.
65 Ibidem, p. 50.
312 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

solteras y casadas, señalando que “ambos están plagados de victoriosas


injusticias pero se diferencian notablemente entre sí”. En lo que se re-
fiere a la situación de la mujer soltera, García señala en primer lugar la
contradicción que significa que la mujer soltera no pueda dejar la casa
paterna antes de los 30 años, cuando, por otra parte, la ley dispone que
todo mexicano es mayor de edad a los 21 y tiene libertad de movimien-
to para entrar y salir del país, o cambiar de residencia.
Parecida contradicción encuentra en lo que se refiere a su capaci-
dad de tutora y curatela, capacidad que la mujer puede ejercer sola-
mente tratándose de su marido y de sus hijos. García se declara en
contra de esta modalidad y propugna, en cambio, el reconocimiento
pleno de la capacidad tutorial de la mujer, independientemente de ante
quien la ejerza. Las limitaciones de la mujer soltera para ejercer el pa-
pel de fiadora, testigo en un testamento o correduría, le merecen igual
juicio desfavorable. Por lo que se refiere a las mujeres casadas, a los
ojos de Genaro García el aspecto más grave es el que por el sólo hecho
de casarse, la mujer pierde su capacidad, su personalidad no se une a
la del marido, sino que “se borra y nulifica su personalidad, en tanto
que aumenta gratuitamente y hasta donde ya no es posible más, las
facultades de aquél”.66 Sin embargo, la crítica más severa de García a
los ordenamientos legales que regulan los derechos de la mujer casa-
da es la que se refiere a la desigualdad de estos derechos frente a su
marido. Para él, “la igualdad de las personas casadas es el único me-
dio de hacer de la vida cotidiana una escuela de educación moral en
el sentido más elevado”.67
Las críticas de Genaro García a la legislación y a los usos sociales
de la relación entre hombres y mujeres, es decir, al proceso de construc-
ción de las diferencias resultan particularmente interesantes porque se
trata de un intelectual porfiriano que critica, desde una perspectiva
liberal, los ordenamientos legales y usos sociales que separan, de ma-
nera desigual y jerárquica los derechos de los individuos. Sus convic-
ciones y conocimientos liberales tradicionales lo llevan a reprobar y
enjuiciar negativamente la situación específica de la mujer en la socie-
dad de su tiempo. El suyo es un valioso testimonio que sirve para un
análisis cuidadoso del proceso de formación de los géneros en el Méxi-
co de fin de siglo.

66 Ibidem, p. 71.
67 Ibidem, p. 51.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 313

Conclusión

La construcción de un parámetro femenino de conducta, en el fin de


siglo mexicano, esgrime la modernidad como uno de sus componen-
tes, y en los ensayos sociológicos de la época se discute el deber ser
femenino, así como en los manuales de conducta, las publicaciones
para mujeres o los ensayos. Esta presencia de “la cuestión femenina”
revela un momento importante en la definición y construcción de
las relaciones desiguales de género en la época. Los ordenamientos
legales del Código Civil coinciden en su intento de someter a la mu-
jer a la jurisdicción masculina al contraer matrimonio. Dentro de esta
multitud de opiniones que coinciden en definir a la “nueva mujer”
como doméstica y sometida destaca la voz discordante de Genaro
García quien en su examen de licenciado en derecho defendió, basa-
do en los argumentos liberales de Stuart Mill, el derecho de la mujer
a conservar su independencia económica y su identidad legal aun
después de contraer matrimonio, y en este sentido hizo una crítica a
las restricciones que para la mujer establecían el Código Civil de 1870
y el de 1884.
La imagen de lo que significó modernidad para la mujer en el de
fin de siglo mexicano resulta contradictoria, pues tan moderna era la
idea de la instrucción como la de la sumisión de la mujer; moderna es
la mujer de clase media, objeto de la capacitación en artes y oficios, como
moderna es la pequeña burguesa para quien el ideal de sumisión do-
méstica y maternidad se presenta como la única alternativa de vida.
Los registros de lo que la modernidad trae a las relaciones inter-
genéricas en el México de fin de siglo son diversos y contradictorios,
pero en su exploración puede encontrarse la clave para conocer con
mayor profundidad el proceso de desigualdad genérica que hoy, como
hace un siglo, está en proceso de construcción y acaso de cambio.

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NOTAS SOBRE LA MORAL DOMINANTE A FINALES
DEL SIGLO XIX EN LA CIUDAD DE MÉXICO
LAS MUJERES SUICIDAS COMO PROTAGONISTAS
DE LA NOTA ROJA

ALBERTO DEL CASTILLO TRONCOSO


Escuela Nacional de Antropología e Historia
Instituto Nacional de Antropología e Historia

La historia oficial omite casi toda referencia a la participación de la mu-


jer. Si acaso, y esto de manera excepcional, describe las hazañas de las
grandes heroínas que colaboraron en algún episodio de la historia pa-
tria, como aquel célebre taconazo de doña Josefa, que habría hecho
posible nada menos que la realización del grito de independencia. En
general, se trata de chispazos fugaces, estrellas intermitentes de las
cuales no puede desprenderse un análisis global, una presencia más
firme y detallada.
La mayor parte de la documentación que permite abordar el pro-
blema de la moral en la segunda mitad del siglo XIX proviene de los
grupos dominantes, y, en particular, de su sector masculino. Una de
estas fuentes es el reportaje policiaco, género que adquirió una gran
importancia a finales del siglo pasado, como resultado de los cambios
que experimentó la prensa capitalina durante dicho periodo.1
La presencia de mujeres dentro de los reportajes que se difundie-
ron en la ciudad de México en las postrimerías del porfiriato puede
considerarse como relevante. Este tipo de documentos proporciona un
espacio de reflexión sobre la condición humana, desarrollando todo
tipo de juicios sobre este importante tema.
A pesar de esta relevancia, que se concentra en algunas temáticas
concretas como son las relativas a las mujeres suicidas y a las adúlteras,

1 En el último cuarto del siglo pasado se registraron cambios substanciales en la pren-

sa capitalina. En términos generales, surgió una prensa de carácter mercantil con tirajes de
varios miles de ejemplares. Una pieza clave en estos cambios fue la figura del reportero,
muy ligada al concepto moderno de la noticia. Los grandes titulares de la nueva prensa se
referían a los suicidios y a las tragedias conyugales del momento, produciendo un discurso
vinculado a los proyectos político-culturales de los grupos dirigentes. Del Castillo, “Entre
la moralización y el sensacionalismo. Prensa, poder y criminalidad a finales del siglo XIX en
la ciudad de México”.
320 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

resulta muy significativo percatarse de que estas conductas y compor-


tamientos apenas si tuvieron cabida en las incipientes estadísticas ofi-
ciales de la época, las cuales minimizaban este tipo de hechos.2
Así tenemos la paradoja de que mientras la prensa retomaba estos
problemas y les dedicaba amplios reportajes y editoriales que propi-
ciaban la reflexión y, la mayor parte de las veces, la manipulación de
la opinión pública, el discurso oficial pretendía maquillar el panora-
ma social y recreaba una realidad urbana aséptica, sin ese tipo de mo-
lestas contradicciones.
La prensa de finales del siglo XIX constituyó, la mayor parte de las
veces, un instrumento de difusión de las ideas ligadas a los grupos
dirigentes, en sus intentos por moldear, conformar y orientar una in-
cipiente opinión pública. Las ideas de estos grupos en torno al crimen
y a las mujeres en particular deben analizarse como parte de un pro-
ceso de secularización, donde el desarrollo del discurso científico, mé-
dico y criminológico desempeñó un papel de vital importancia.
A lo largo de este artículo plantearemos de qué manera el pensa-
miento y el discurso científico moderno, en sus vertientes médica y
criminológica, influyó en las maneras de pensar la naturaleza femeni-
na por parte de la prensa de principios de este siglo.

La naturaleza femenina y el discurso científico

El discurso científico, médico y criminológico desarrolló una argu-


mentación que poco a poco fue permeando a distintos sectores de la
población. El pensamiento médico se ocupó de señalar las caracte-
rísticas y condiciones de la naturaleza femenina; según éste la mujer
estaba inclinada, de manera “natural”, a la enfermedad y a distintos
procesos de desviación, particularmente el crimen y la locura.
En sus inicios, el pensamiento científico moderno legitimó el in-
cremento del control masculino sobre la mujer, a través de un proce-
so de medicalización que fue penetrando en los diversos sectores y
desarrolló un nuevo punto de vista para describir y enfrentarse a los
problemas de la realidad. Este proceso ha sido analizado por algu-
nas historiadoras, que han mostrado de qué manera la revolución

2 El Boletín mensual de estadística de policía de la ciudad de México, correspondiente a ene-

ro de 1901, consigna 3 casos de adulterio contra 217 robos y 13 homicidios, mientras que la
Cárcel General de la ciudad de México registró en marzo del mismo año entre sus causas
de ingreso 2 adulterios, contra 316 robos y 28 homicidios. Por otro lado, la Memoria del Con-
sejo de Gobierno, en su documento número 35, titulado “Mortalidad habida en la ciudad de
México. 1901-1905”registra 22 suicidios de un total de 50 930 defunciones.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 321

cartesiana implicó la estructuración de un nuevo paradigma cientí-


fico: la modernidad.3
En este nuevo modelo, el concepto medieval, que postulaba la per-
tenencia armónica al cosmos del hombre y la naturaleza, fue sustitui-
do por una interpretación racional e ilustrada, en la que la naturaleza
se convirtió en un objeto pasivo, susceptible de ser dominado a través
del descubrimiento y la operatividad de leyes científicas. De esta ma-
nera, la separación entre sujeto y objeto coincidió con una creciente
polarización de los géneros, donde la madre tierra se convirtió en un
simple objeto de conocimiento de la razón masculina.4
A partir de entonces las categorías de mujer, reproducción y sexua-
lidad adquirieron una connotación naturalista, y el discurso médico
se convirtió en el único capaz de explicar lo femenino, desplazando
otra clase de paradigmas, como el religioso, y otros conocimientos y
saberes decimonónicos y tradicionales. Tal es el caso de las parteras,
que en México se alternaron con la figura del médico a lo largo de
todo el siglo XIX y una buena parte del XX.5
Los reportajes policiacos de finales del XIX, en los que las mujeres
ocupan algunos papeles protagónicos, responden a los lineamientos
que acabamos de esbozar, en los cuales la ciencia tuvo un peso estra-
tégico dentro de un proceso que permeó a la sociedad porfiriana de la
época, y que puede rastrearse en el discurso médico y en las reflexio-
nes criminalistas de los especialistas, así como en el espacio de mayor
difusión de la prensa.
Una primera aproximación a estos discursos permite detectar que
uno de los ejes de la lectura porfiriana acerca de la condición femenina
pasó por el reforzamiento de la familia a través de la trilogía ma-
dre-esposa-hija, como elementos constitutivos de la identidad feme-
nina. Esta imagen de lo femenino no es espontánea ni natural. Por el
contrario, es el resultado de un proceso histórico de complejas trans-
formaciones en torno a la estructura familiar que desembocó en la se-
paración y delimitación de las esferas de lo público y lo privado.6
Como parte de la difusión de estas ideas, se apuntaló la noción de
que el matrimonio constituía el espacio más idóneo para el desarrollo

3 Jordanova, Sexual Visions. Images of Gender in Science and Medicine between the Eighteenth

and Twentieth Centuries, p. 68-70.


4 Bordo, “The Cartesanian Masculinization of Thought” en Harding y O’Barr, Sex and

Scientific Inquiry, p. 65-84.


5 Dávalos, “El ocaso de las parteras”, p. 195-210.
6 Este proceso se inició en el siglo XVIII en Europa occidental y uno de sus ejes más

claros consistió en la separación del trabajo masculino de la economía doméstica y su trans-


formación en trabajo asalariado. Al respecto, véase Alain Corbin, Roger-Henry Guerrand y
Michelle Perrot, “Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada”.
322 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

de la mujer, y que todas aquellas que se desviaban de este modelo se


encontraban más propensas a engrosar las filas del crimen. Esta con-
vicción parece haber tenido un fuerte arraigo en la prensa mexicana
del siglo pasado, como lo muestra la siguiente cita perteneciente a un
periódico de 1843:

He aquí el trágico y triste fin de una mujer que acaso olvidada de su


deber, el crimen la puso en la senda de la perdición […] Quedó aban-
donada después de muerta en la accesoria dicha y acaso al terminar su
existencia recordaría la ternura de un esposo, militar honrado, que tan-
tos y tan buenos servicios ha prestado a la patria. Ojalá y este ejemplo
no sea perdido para las mujeres que lo sobrevivan. La honra doméstica
es un bien, y las señoras son las que deben conservar tan precioso teso-
ro si quieren que haya paz y moralidad en las familias.7

Si lo privado constituyó el espacio femenino por excelencia en el


siglo XIX, el destino “natural” de la mujer era el hogar, y todas aque-
llas que se alejaban del modelo ingresaban potencialmente en el mun-
do del crimen. De esta manera, se desarrollaron las bases para refor-
zar dos estereotipos de gran peso para la moral hegemónica del
periodo: la madre buena, virtuosa y ejemplar, honesta, recatada, su-
misa y resignada, y la prostituta, adúltera, criminal y perversa.8
La mirada masculina oscilaba entre la figura de Eva, representan-
te pulsional del deseo y de lo prohibido, que suscitaba la culpa y
ameritaba el castigo y, por otro lado, su contraparte maniquea en la fi-
gura de María, representante de la protección y la vida, el arraigo, la
pureza y la sublimación de la sexualidad. 9
Esta moral ambivalente encontró una de sus claves representativas
en Santa, la célebre novela de Federico Gamboa, publicada a principios
de siglo en la ciudad de México y que gradualmente se convirtió, gracias
a una notable recepción —en buena parte proveniente de un público fe-
menino—, en uno de los arquetipos morales de finales del porfiriato.10

7 “Noticia de una mujer asesinada en la calle de San Juan de Letrán”, en Baluarte del

hombre libre, México, 5 de agosto de 1843, citado en Tuñón, El álbum de la mujer: antología
ilustrada de las mexicanas, p. 54.
8 En una investigación reciente que analiza el problema de la interpretación de las

imágenes y representaciones de lo femenino en el siglo XIX, Higonnet, Pictures of Innocence,


p. 272, plantea el asunto de la siguiente manera: “Hasta cierto punto, la femineidad es una
cuestión de apariencia. La cultura visual del siglo XIX produjo una multitud de imágenes
de mujeres […] La Virgen, la seductora, la musa: he aquí los tres arquetipos femeninos que
poblaron la imaginación del siglo XIX.”
9 Delumeau, El miedo en occidente, p. 74-75.
10 Resulta importante destacar aquí la acogida que ha recibido Santa a lo largo de la

primera mitad del presente siglo, reforzada, por supuesto, por las diferentes versiones cine-
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 323

Julio Guerrero, uno de los criminalistas mexicanos más destaca-


dos de la época, planteaba la disyuntiva de la siguiente manera:

Para palpar en toda su gravedad esta terrible causa de depravación es


necesario realzar las profundas diferencias sociales y morales que en
México hay entre la esposa y la concubina […] La esposa es ante todo
una personalidad jurídica que tiene en los tribunales derecho para pe-
dir amparo y protección contra el marido […] La concubina no tiene
estado civil, y la ley, inspirada en pudores de una filosofía desconoci-
da, le retira una protección que acuerda a las prostitutas, a los crimi-
nales y a las bestias […] La esposa es honorable ante la sociedad y
honrada por ella: con orgullo levanta su frente en teatros, calles, bai-
les y paseos […] La concubina vive una vida vergonzante, y sólo da el
brazo a su amante en la calle, cuando éste se pone la peor ropa y se
disfraza con sombreros que no acostumbra.11

La Revista Positiva, uno de los espacios de reflexión, discusión y


difusión de ideas más importante entre los escritores e intelectuales
de la ciudad de México, durante la primera década del presente siglo,
también se ocupó del análisis de la condición femenina, y en una serie
de artículos, escrita por uno de sus voceros más importantes, Horacio
Barreda, intitulada “Estudio sobre el feminismo”, planteó una impor-
tante reflexión que proporciona una idea bastante precisa en torno al
tipo de lectura que le interesaba a una parte significativa de las elites
en aquella época.
A lo largo de sus textos, Barreda desarrolló un alegato en el que
defendía las condiciones sociales tradicionales en las que se desenvol-
vían las mujeres mexicanas, contra la influencia “perniciosa” del fe-
minismo y el anarquismo. En su argumentación, dos planteamientos
resultan de especial importancia para el presente artículo. Por un lado,
el énfasis del autor en una visión idealizada de la espiritualidad de la
mujer, que le serviría como contrapunto didáctico para destacar su
supuesta inferioridad intelectual:

Si bien es verdad que apreciada en su naturaleza afectiva la mujer se


nos presenta de una superioridad indiscutible respecto del hombre; no
es menos cierto también que considerada intelectualmente, en cuanto a

matográficas a que ha dado lugar. Este interesante fenómeno apunta a la vigencia de un


modelo moral que se prolonga desde finales del porfiriato hasta la etapa institucional de la
revolución mexicana, lo cual evidencia una vez más el hecho de que, por debajo de los
cambios y cortes de la historia política, se teje una serie de valores a lo largo y ancho de la
sociedad, con otro tipo de ritmos y pausas mucho más lentos y graduales.
11 Guerrero, La génesis del crimen en México, p. 339-340.
324 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

sus facultades de contemplación, la fuerza intrínseca de sus órganos


cerebrales la coloca abajo del hombre.12

Por otro lado, y planteadas así las cosas, se podía concluir en tor-
no a la necesidad de reducir a las mujeres al espacio de lo privado y
justificar, de esta manera, su alejamiento de la esfera de lo público:
“Podemos decir que su destino es amar, amar siempre, sin que ningu-
na otra satisfacción pueda reemplazar jamás esa imperiosa necesidad
de su alma […] De todo esto resulta que el hombre está destinado para
obrar y pensar, en tanto que el destino de la mujer consiste en amar.” 13
La tesis que postulaba la inferioridad intelectual de la mujer dis-
taba de ser una simple coartada masculina para justificar la opresión.
Por el contrario, formaba parte de un proceso cultural bastante com-
plejo, en el que se presentaban con frecuencia casos de mujeres, de
diferentes estratos sociales, que aceptaban su supuesta inferioridad y
la argumentaban de una manera bastante similar a la de sus compa-
ñeros de ruta porfirianos.
Al respecto, vale la pena citar a Matilde Montoya, la primera mé-
dica en la historia del país, la cual se refería al problema de la si-
guiente manera: “La experiencia de muchos siglos demuestra que la
mujer tiene un organismo más semejante al del niño que al del hom-
bre, pues su desarrollo no ha alcanzado el grado de perfección de
este último.” 14

La prensa y las mujeres suicidas

Para la prensa de principios de este siglo el suicidio se encontraba muy


vinculado al problema de la criminalidad y constituía una “plaga”,
una especie de epidemia que se incrementaba paulatinamente y que
debía combatirse por todos los medios posibles.15

12 Revista Positiva, tomo 9, 1909, p. 21.


13 Ibidem, p. 25.
14 La Familia, 16 de mayo de 1888. Esta vinculación entre la idea de mujer y la de niñez

a partir del concepto de debilidad constituye uno de los tópicos más frecuentes de la litera-
tura pediátrica del porfiriato. Entre otros, puede verse a Macouzet, El arte de criar y educar a
los niños, p. 76-78.
15 A principios del presente siglo, la prensa capitalina abarcaba las más diversas ten-

dencias políticas. En este artículo revisaremos dos de las líneas ideológicas y culturales más
representativas. Por un lado, la prensa liberal-positivista, representada por el diario El Im-
parcial, fundado en 1896 por el empresario Rafael Reyes Spíndola, miembro del grupo de
los llamados “científicos”, cercanos al grupo de Díaz. Por otro, el periódico El País, dirigido
por Trinidad Sánchez Santos a partir de 1899, representante del “catolicismo social”, ver-
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 325

Si bien no existe una estadística confiable para la época, la temáti-


ca del suicidio tenía un peso cualitativo evidente, particularmente en
la prensa, que poco a poco concedía mayor importancia al problema.16
De la misma manera, a través de frecuentes editoriales se hicieron re-
flexiones angustiosas en torno al asunto de los cada vez más frecuentes
casos de hombres y mujeres que recurrieron a esta solución extrema para
dar fin a sus problemas.
Para los católicos, el problema del suicidio resultaba bastante gra-
ve, sobre todo porque los jóvenes eran sus protagonistas más frecuen-
tes; responsabilizaban de ello a la influencia perniciosa de la prensa
positivista, “escandalosa e inmoral”, y al ateísmo generalizado, el cual
se había extendido particularmente entre los menores de edad, dejándo-
los sin la cobertura moral que la doctrina religiosa podía proporcionar.17
El sector positivista, por su parte, sostenía que el incremento de
suicidios no constituía un síntoma de relajamiento moral, sino que re-
presentaba ante todo un fenómeno patológico, organizado por causas
psicológicas y no por conflictos éticos. Atribuía a estos casos un carác-
ter casi siempre hereditario, que se presentaba únicamente entre los
sujetos supuestamente ineptos y débiles, incapaces de realizar actos
positivos en su existencia.18
Si los suicidios masculinos ya eran bastante preocupantes, los fe-
meninos constituían una verdadera “catástrofe”, ya que la mujer de-
bía asumir la responsabilidad del hogar y de la educación de los hijos;
ella, en su papel de madre y esposa, era el pilar más importante de la
sociedad en su conjunto; por ello, había que preguntarse seriamente
cuál era la razón de ser de este fenómeno tan peligroso para la estabi-
lidad social.

tiente doctrinal impulsada por la encíclica Rerum Novarum en la década de los noventa, que
criticaba en forma severa la opción liberal y buscaba influir en el terreno social. Para los
católicos, Díaz representaba un dique frente a la amenaza del liberalismo más radical.
16 En el año de 1907, Carlos Roumagnac —periodista, detective y autor de varios de

los textos más importantes sobre la criminalidad en México a principios de este siglo— so-
licitaba la incorporación de los suicidios a las estadísticas criminales de la siguiente manera:
“También pediría que se incluyesen en los cuadros las noticias correspondientes al suicidio,
de gran interés en toda estadística de este género; pues si bien es verdad que tal acto no es
considerado como criminal por muchas legislaciones, entre ellas la nuestra, no cabe duda
tampoco de que sí es un acto inmoral, culpable o disculpable —no es el momento de diluci-
dar la cuestión— que está ligado con vínculos poderosos a los estudios criminológicos,
porque no ignoráis, señores, que hay quienes opinan que el suicidio, lo mismo que la pros-
titución, no vienen a constituir otra cosa que derivativos del crimen. Sea cual fuere la idea
que a este respecto se tenga, entiendo que el dato de los suicidios consumados o frustrados
no estará de más en nuestras estadísticas.” Véase Roumagnac, La estadística criminal en México,
p. 15-16.
17 El País, 15 de noviembre de 1907.
18 El Imparcial, 4 de enero de 1905.
326 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

El País lamentaba la situación y desarrollaba una especie de clasifi-


cación social, en la que trataba de tipificar las causas de los suicidios,
ligando a las infractoras con conductas caprichosas e irracionales:

El suicidio es inmoral, es un fantasma lúgubre, sangriento y amenaza-


dor, que se levanta en cada hogar. Hoy es un criminal que se suicida en
su bartolina, mañana, un desfalco que ha dispuesto de los fondos que
por el placer de dar la nota escandalosa del día y verse retratado con su
respectiva información en la prensa diaria, atentó contra su vida.19

El Imparcial no se quedaba atrás y continuaba con una doble expli-


cación del fenómeno, en función del género del protagonista en cues-
tión. Consideraba que el trabajo era una panacea social y delimitaba
claramente los terrenos del hombre y la mujer:

Las causas aparentes de los suicidios son el amor, en el caso de las mu-
jeres, y el hambre, en el de los hombres. Todo suicida es un desequili-
brado, un neurasténico, y la solución terapéutica radica en el trabajo,
así que ya lo sabéis, señoritas cloróticas y jóvenes anémicos, buscad, vo-
sotras los trabajos domésticos y vosotros los trabajos varoniles.20

Resulta muy interesante constatar que ambos diarios contribuye-


ron a consolidar la creencia en la superioridad del modelo masculino,
que se ostentaba como normal, y en catalogar las características de la
condición femenina como supuestas irregularidades, desviaciones del
modelo que predisponían a la mujer a la catástrofe y a la autodestruc-
ción. En palabras de un vocero autorizado de la época, el doctor Igna-
cio Maldonado y Morón:

Hay ciertos estados peculiares e inherentes a la organización propia


de la mujer que perturban su sensibilidad general y la conducen a au-
mentar los casos de suicidio. He hablado ya de las dificultades de la
primera menstruación: después vienen las irregularidades que puede
sufrir en el curso de la vida: la menopausia, el embarazo y el parto:
todas estas condiciones figuran como otras tantas causas que predis-
ponen más al suicidio.21

19 El País, 16 de febrero de 1908.


20 El Imparcial, 1 de junio de 1908.
21 Maldonado, Estudio del suicidio en México, p. 20.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 327

El suicidio de Sofía Ahumada 22

La mañana del 31 de mayo de 1899 la señorita Sofía Ahumada, una


jovencita de veinte años de edad, se lanzó al vacío desde una de las
torres de la catedral de la ciudad de México y quedó hecha pedazos
en el atrio de la iglesia, para estupor de dos carteros y una vendedora
de billetes de lotería, quienes presenciaron de cerca la tragedia y se
encargaron de difundirla inmediatamente por toda la ciudad.23
Frente a este acontecimiento, El Imparcial asumió una visión des-
criptiva de los hechos. Se centró en el trasfondo amoroso de la trage-
dia, sin culpar al amante o a la víctima, optando por una lectura cien-
tífica, casi psiquiátrica, que diluyó en un diagnóstico de neurosis
histérica la explicación de todo el asunto.
Respecto a la historia personal de la víctima, el diario explicaba
que era huérfana, originaria de provincia, y que había vivido con sus
cuatro hermanas, las cuales se sostenían “honestamente”, con el fruto
de su trabajo, y se desempeñaban como sirvientas para distintas fami-
lias de clase acomodada. Sofía tenía poco tiempo de vivir con su her-
mana Tomasa y su esposo, y trabajaba como obrera en una fábrica.
En cuanto a su carácter, se nos informa que la joven era muy sim-
pática, pero “excesivamente” nerviosa, de tal manera que cuando se
disgustaba se le cerraban los puños sin poder abrirlos durante un buen
tiempo. Desde hacía dos meses la familia de Sofía la había notado ex-
traña y desganada, pues se levantaba muy temprano del lecho y per-
manecía largas horas abstraída en sus pensamientos. Para el diario, la
causa era evidente: “el amor se había deslizado en aquella alma ambi-
ciosa de lo desconocido”.24
Respecto a los antecedentes inmediatos del suicidio, se nos informa
que la infortunada jovencita era la novia del relojero Bonifacio Martínez,
un muchacho “honrado y trabajador”, hijo de don Andrés Martínez, un
anciano encargado del reloj de la catedral desde el lejano año de 1848.
La pareja tenía serios problemas, provocados principalmente por las
manifestaciones “histéricas” de la muchacha, y así, el día de la tragedia
Bonifacio se encontraba arreglando el reloj de la catedral, acompañado
de su pareja que disfrutaba, aparentemente tranquila, del espléndido

22 La lista de reportajes de este caso es la siguiente: El País, 1 y 2 de junio de 1899; El

Imparcial, 1 al 4 de junio de 1899.


23 José Guadalupe Posada mostró un gran interés por los casos de mujeres suicidas.

Con respecto al de Sofía Ahumada, puede consultarse un grabado en particular, que mues-
tra a la infortunada obrera en su espectacular caída.
24 El Imparcial, 1 de junio de 1899.
328 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

panorama del valle, desde una de las torres de la iglesia. No duró


mucho la calma, pues al poco rato se desencadenó una “tormenta” en-
tre los dos enamorados, una escena “típica” de celos y de reproches,
“como sólo se dan en los casos de los amores intensos”. De repente,
Sofía se separó de su amante y “violentamente” arrojó su chal, tomó
un poco de jerez que llevaba en una botella, sacudió su cabellera y
ascendió por el caracol de madera que conduce al segundo cuerpo de
la torre. Sin esperar ninguna respuesta de Bonifacio se lanzó al vacío
y cayó en el atrio, muy cerca de donde se encontraba el legendario
calendario azteca. Bonifacio, incrédulo, bajó violentamente a la calle
y, desesperado, volvió a subir, por miedo a que lo detuviera la policía y
lo acusara del homicidio. Arriba lo encontró el gendarme, cinco mi-
nutos después de la tragedia, arreglando el reloj en aparente calma.
Aunque permaneció detenido durante varias horas, finalmente las au-
toridades lo pusieron en libertad, pues con las averiguaciones policiacas
quedó suficientemente aclarado el hecho de que se trataba de un suici-
dio. Parece ser que Sofía cavilaba desde hacía tiempo sus terribles ideas,
incluso había pensado unos días antes en suicidarse en la fábrica en la
que laboraba, utilizando para ello nada menos que un cartucho de di-
namita, el cual fue localizado en las instalaciones de la factoría por las
propias autoridades.
Finalmente, el reportero de El Imparcial relata que se encontró una
carta en un bolsillo de la falda del cadáver, que contenía una serie de
frases incoherentes, que evidenciaban un desequilibrio mental: “He
nacido para sufrir. Mi último pensamiento va dirigido a Homero. No
quiero que el hombre a quien he amado suponga que él es la causa.
Me mato porque se me da la gana.” 25
La versión de El País se orienta también a destacar las característi-
cas psíquicas que propiciaron el trágico final de Sofía, y destaca de
esta manera su “débil” temperamento, así como sus rasgos de carác-
ter “histérico”, evadiendo o ignorando en todo momento el elemento
más importante de la versión del diario positivista, esto es, la relación
de la mujer con su amante.
Protagonista única de la historia, Sofía se notaba decaída desde
hacía varios días, y la mañana de la tragedia se levantó a la 1.30 de la
madrugada, se vistió con ropa limpia y planchada, y a eso de las 11 se
encontraba en la entrada de la catedral pidiendo permiso a los em-
pleados para que la dejaran ascender a la torre a disfrutar, como era
su costumbre, de la hermosa vista del valle y la ciudad. A las 11.40
“ejecutó el pensamiento que debió haberla devorado tanto tiempo” y

25 Ibidem.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 329

a las 12.30 “no se hablaba de otra cosa en todos los círculos y reunio-
nes públicas de la ciudad”.26
Hasta aquí el diario católico coincide con la lectura psiquiátrica de
su rival, si bien eludiendo, como hemos señalado, el aspecto central
de la historia, esto es, las relaciones amorosas entre Sofía y Bonifacio.
Sin embargo, el periódico católico va mucho más allá, y desarrolla un
notable y significativo discurso en torno a las causas y repercusiones
del suicidio, el cual gira en torno a la responsabilidad ideológica de la
prensa positivista en la conducta de la población, y a las implicaciones
morales de la participación femenina en este tipo de sucesos.
El País señaló la existencia de una relación directa entre la influen-
cia de la prensa positivista gubernamental y el incremento de la inmo-
ralidad entre la población. Si antes el positivismo se propagaba sola-
mente en las aulas, con el resultado previsible de que los jóvenes
estudiantes comenzaran a suicidarse, el problema se incrementaba en
esta ocasión, debido a que la prensa “creada y apoyada” por el gobier-
no se difundía entre sectores más amplios de la población, con resulta-
dos por demás funestos, ya que dicha prensa no enseñaba al pueblo a
leer o a cultivarse, sino que, por el contrario, lo inducía al suicidio.
En este orden de ideas, lo más perjudicial de todo el asunto era
que esta influencia constituía un atentado contra lo más “precioso” que
poseía la nación mexicana: la “rectitud”, la “abnegación” y, por supues-
to, la “decencia” de la mujer.27
El mismo reportero de El País, en un párrafo magistral, entreteje
los argumentos a partir de los cuales un suicidio público podía resul-
tar doblemente deleznable para una cierta manera de enfocar los pro-
blemas sociales:

Una mujer que se arroja desde lo alto no sabe cómo caerá, y qué es-
pectáculo dará a la multitud. Pasa a la indecencia, al impudor, a la
bajeza, que consiste en abdicar de la inviolable dignidad del sexo y
convocar a la multitud, en pleno día y plena vía pública, a una exhibi-
ción vergonzosa. Pudiendo hundirse un hierro en el corazón, prefiere
un procedimiento cuya primera consecuencia será la exposición de su
desnudez.28

Por nuestra parte, consideramos que éste es un caso de especial


interés, en el cual la protagonista asumió un papel activo que debe

26 El País, 2 de junio de 1899.


27 Ibidem.
28 Ibidem.
330 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

ubicarse en el contexto de una doble marginación: su condición de


mujer y su estatus socioeconómico.
Frente a esta situación, los dos diarios ejercieron una descalifica-
ción de la conducta de Sofía. En el caso de El Imparcial, más modera-
do, ésta pasaba por una lectura supuestamente científica que, a partir
de la identificación de ciertos rasgos neuróticos, suponía una repercu-
sión inmediata en los acontecimientos, ignorando cualquier otro tipo
de factor que pudiera haber estado presente en la trágica decisión.
Mientras tanto, en el caso de El País, mucho más beligerante y agre-
sivo, la lectura científica se subordinaba a un enfoque moralista que
subrayaba las características de sumisión y pasividad que la sociedad
esperaba de una mujer obrera, y que al ser transgredidas por una ac-
ción tan radical, propiciaron una descalificación de la protagonista.
Curiosamente, tratándose de un diario católico, los planteamien-
tos y las observaciones religiosas estuvieron ausentes. Nociones tales
como pecado, alma o castigo ni siquiera se mencionan. Lo único im-
portante a subrayar tiene que ver con el orden social y sus normas, las
cuales habían sido transgredidas por una doble culpable: una mujer
de las clases populares.

El suicidio de la señorita María Luisa Nocker 29

El caso de María Luisa Nocker constituye la nota de este tipo de géne-


ro que ocupó durante más tiempo la atención de la opinión pública a
lo largo del porfiriato. Apareció en las primeras planas de la prensa
desde el principio de diciembre de 1909 hasta los inicios de marzo de
1910; esto se debió a la celebridad de uno de los protagonistas
involucrados en la tragedia, el torero Rodolfo Gaona.
La mañana del 4 de diciembre de 1909, la jovencita María Luisa
Nocker, de quince años de edad, se disparó, en una de las recámaras
de su casa, un balazo en la sien derecha con un revólver automático.
Fue atendida de inmediato por su sirvienta, Guadalupe González, pero
todo fue inútil. Su padre se encontraba de viaje por Europa, y su ma-
dre estaba en el hospital, aquejada gravemente de tifo, por lo que le
tocó recibir la terrible noticia del suicidio a un tío, responsable en aque-
llos momentos de la adolescente.

29 La lista de reportajes correspondientes a este caso es la siguiente: El País, 4 al 21 de

diciembre de 1909; 13 de enero, 9 de febrero y 3 de marzo de 1910. El Imparcial, 4 al 22


de diciembre de 1909, 5 y 13 de enero, 9 de febrero y 3 de marzo de 1910.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 331

Al parecer, María Luisa era muy aficionada a los toros y sentía


una gran admiración por Rodolfo Gaona. Este sentimiento fue crecien-
do gradualmente, a través de las pláticas de la quinceañera con don
Cirilo Pérez, un vendedor del mercado que había trabado amistad con
María Luisa al platicarle las hazañas de los personajes de coleta.
En la versión del diario positivista, Cirilo invitó a la muchacha a
una comida en la que iba a estar presente Gaona. Para poder acudir,
María Luisa engañó a su tío, diciéndole que iba a realizar una de sus
acostumbradas visitas a la joyería El Zafiro. En la comida conoció a
Rodolfo y a su hermano, Enrique, y estuvo muy animada, tomando
varias cervezas con los comensales, aceptando después una invitación
para ir a bailar. Todo parece indicar que del baile se dirigió a un hotel
con Gaona, y que juntos pasaron la noche, hasta que al día siguiente
el propio Rodolfo la acompañó y la dejó en la entrada de su casa, don-
de poco más tarde se desarrollaría la tragedia.
Resulta muy significativo seguir la línea de los acontecimientos en
la prensa. El País sostuvo, desde el principio, una posición en contra de
Gaona, por lo que depositó toda la responsabilidad en las manos del
torero, y exigió a las autoridades un buen escarmiento para éste.
El Imparcial, por su parte, siguió una línea bastante irregular, se-
gún el tono que iban adquiriendo los acontecimientos. Al principio
negó tajantemente la participación de Gaona, posteriormente la con-
firmó y pidió tibiamente un castigo. Al final, se limitó a dar la noticia
de la libertad del torero sin mayores comentarios.
El 3 de marzo de 1910, las autoridades determinaron la inocencia
de Rodolfo Gaona. La prensa positivista no emitió comentario algu-
no, mientras que el diario católico lamentó la decisión de las autori-
dades y se preguntó sarcásticamente por las influencias del torero, que
le habían permitido “capotear” a las autoridades, ponerle “banderi-
llas” a la opinión pública y una “estocada de muerte” a la moral.
Los dos diarios trazaron un cuadro aparentemente benigno de la
muchacha. El País destacaba que “era de excepcional belleza, correcta,
de buenos modales, ni coqueta, ni veleidosa, y cariñosísima con su fa-
milia […] En medio de su imperdonable locura de haberse arrancado
la existencia, sus cualidades revelan una dignidad leal comprendida
y el crimen espantoso de que fue víctima”.30 Como se trataba de una
jovencita “inocente” e “ingenua”, toda la culpa residía en el “inmun-
do” universo de los toreros:

30 El País, 4 de diciembre de 1909.


332 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

Bien conocidas son las hazañas inmundas y las orgías escandalosas en


que vive la mayor parte de la gente de coleta, que derrama a manos
llenas el dinero que abundantemente le proporcionan los aficionados,
pero lo ocurrido en el último drama no tiene nombre ni precedente.
Es un reto cínico y descarado que de ser tolerado significaría un peli-
gro para la familia y el hogar.31

Construyendo otra lectura, El Imparcial recreaba una descripción


más carnal de María Luisa: “cuasi-niña, núbil, rostro de belleza caucá-
sica, graciosa, ingenua, bella sin hipérbole, ojos claros, nariz griega y
frente ancha”.32 Investigador participante, el reportero del diario positi-
vista realizó una peculiar interpretación psicológica en la que intentaba
explicar de qué manera se había involucrado la adolescente en el mun-
do taurino como una probable fuente de explicación de la tragedia:

Queríamos ver la trágica alcoba. Las habitaciones son denunciadoras


muchas veces del carácter, de los hábitos, del temperamento, en una
palabra, de la idiosincrasia de las personas que las viven. La habita-
ción nos reveló la personalidad moral de María Luisa, nos condujo a
la afirmación de cómo había empezado el peligroso sevillanismo de
la niña […] pudimos ver la alcoba de la linda suicida tapizada de re-
tratos de toreros. Gaona luciendo la manteleta, los bordados, la cha-
quetilla de la cual colgaban los caireles de oro con puntas de seda […]
Con sólo entrar a su cuarto revelósenos lo infantil de sus costumbres
y sus inclinaciones a la pereza.33

Si en la primera versión el papel de María Luisa era completamente


pasivo, dando lugar a una visión maniquea entre un mundo familiar
idílico y un universo taurino satánico y perverso, en la segunda se
manifiesta un intento por profundizar en el vínculo, a través de una
aproximación psicológica al mundo interior de la muchacha como la
clave para comprender su postura en los acontecimientos que al final
acabarían con su vida.
Conviene destacar el papel que desempeñaron las fotografías y los
grabados en la interpretación de los sucesos a cargo del diario positi-
vista, en la medida en que la gráfica ilustrada de la época era leída
como prueba documental de objetividad.34

31Ibidem.
32El Imparcial, 4 de diciembre de 1909.
33 Ibidem, 5 de diciembre de 1909.
34 “[…] en toda la historia de la humanidad nunca se ha producido una revolución

más completa que la que ha tenido lugar desde mediados del siglo XIX en la visión y el
registro visual. Las fotografías nos dan una evidencia visual de cosas que ningún hombre
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 333

En efecto, el recurso de las ilustraciones en la prensa diaria era


bastante novedoso y se remitía apenas a los últimos años. En el caso
que nos ocupa, resultan muy significativos los fotograbados publica-
dos en la primera plana del 10 de diciembre de 1909, los cuales mues-
tran un retrato de estudio de María Luisa junto a una vista de su habi-
tación, presentada como la “recámara de la suicida”. Un corazón con
un signo de interrogación sirve como puente entre ambas imágenes.
El mensaje era muy claro: la respuesta a la tragedia de la mucha-
cha había que buscarla en su conducta personal, caracterizada por un
caos interno exhibido en el desorden de su cuarto.35
Uno de los aspectos más significativos de todo este proceso fue-
ron las fobias y las filias desencadenadas a su paso. Por un lado, des-
taca un sector importante de católicos beligerantes y activos, que re-
pudiaron desde el inicio la acción, responsabilizaron a Gaona y
aprovecharon la situación para realizar una crítica a fondo de la fiesta
taurina, planteando incluso la necesidad de su desaparición. Así, un
católico pedía en una carta al director de El País celebrar el centenario
de la independencia expulsando a todos los toreros de la nación, y
dar con ello una muestra de “cultura y civilización”.36
Coincidiendo con esta postura, y reforzándola, la colonia sajona
también alzó su voz pidiendo justicia a las autoridades: “En medio de
nosotros se ha cometido un crimen contra el honor y la pureza de las
mujeres. ¿Es que el crimen de los toreros debe quedar impune? ¿Per-
manecerán en silencio los sajones de esta ciudad, mientras queda im-
pune ese crimen contra el honor de sus mujeres?” 37
Por otra parte, el fenómeno incidió sobre un sector significativo
de los grupos medios y populares, aficionados en su gran mayoría a
la fiesta taurina, que idolatraban a Gaona y consideraban que el des-
afortunado suceso contribuiría a engrandecer su fama de tenorio.
El hecho de que la popularidad del torero no sufriera ningún me-
noscabo, a pesar de sus problemas con la justicia y la autoridad, fue

ha visto o verá nunca directamente […] El siglo XIX empezó creyendo que lo razonable era
cierto y terminó convencido de que era verdadero todo aquello que aparecía en una foto-
grafía”, W. M. Ivins, Imagen impresa y conocimiento. La imagen pre-fotográfica, p. 136.
35 El desarrollo de este tipo de retratos y su difusión a través de las tarjetas de visita en

la segunda mitad del siglo pasado proyectó un código de valores y actitudes vinculado al
mundo de las apariencias, en el que el fotógrafo construía las poses y actitudes de los suje-
tos retratados de acuerdo a sus expectativas sociales. En este caso lo significativo reside en
el hecho de que un retrato que responde al mundo de lo familiar y lo privado se modifica al
insertarse en el espacio público de la prensa, que le confiere una lectura y una interpreta-
ción diferentes.
36 El País, 5 de diciembre de 1909.
37 Ibidem, 4 de diciembre de 1909.
334 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

interpretado por ambos diarios de maneras distintas. Los positivistas


apelaron a la autoridad científica de don Francisco Bulnes para explicar
que las masas poseían una tendencia “malsana” a hacerse cómplices de
los delincuentes en su repugnancia por la autoridad; los católicos acu-
dieron a una argumentación de carácter psicológico: “Las masas han
apoyado al delincuente seducidas no por la luz de la inocencia, sino
por las luces del traje de torero.” 38
Uno de los aspectos más importantes que subyacen en toda esta
historia, y que adquiere un papel simbólico fundamental, es el relati-
vo a la reflexión en torno a la honra femenina. Si bien veíamos al prin-
cipio que el tratamiento en torno a la figura de la muchacha suicida
era bastante benigno, en comparación con los argumentos típicos di-
rigidos a la mujer en este tipo de asuntos, la reflexión posterior sobre
su honra le resultó bastante adversa.
“Pudo más la honra ultrajada que el amor a la vida”; así tituló su
primera plana el diario El Resumen en aquellos días, y su enfoque se
acercaba a un punto fundamental en lo que toca a la reflexión sobre
la femineidad a principios de siglo, esto es, la valoración cultural de la
virginidad como condición de la existencia misma.39 El reportero de El
Imparcial planteaba la cuestión en los siguientes términos:

La señorita fue seducida: sólo la mujer engañada se mata al darse cuen-


ta de la realidad. La mujer no engañada que se arrepiente de una falta
cometida en un acto hijo de su voluntad llora por su culpa. La mujer
que falta premeditadamente por perversidad, se entrega al desfilade-
ro. En el caso de la señorita Nocker, cuando la seducción dejó su puesto
al desengaño, la moral le hizo comprender que era una proscrita, y
como no era perversa, prefirió el no ser y optó por el suicidio.40

Siguiendo con esta doble lectura, los personajes masculinos cerca-


nos a la víctima contribuyeron a esta especie de linchamiento. En este
sentido, destaca la enérgica intervención del tío de María Luisa al lle-
gar ésta a su casa, después de haber estado con Rodolfo en el hotel:
“¿Qué te ha pasado?, ¡habla!, ¿estoy hablando con una mujer perdida
o con una señorita ?” 41
La actitud del novio, “leal y caballero”, reforzaba la responsabili-
dad y la culpa de María Luisa que, con su comportamiento, había
dañado su honra masculina: “Cerca de la muerta vela una corona de

38 Ibidem, 21 de diciembre de 1909.


39 El Resumen, 8 de diciembre de 1909.
40 El Imparcial, 8 de diciembre de 1909. Las cursivas son nuestras.
41 Ibidem, 6 de diciembre de 1909.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 335

pensamientos fresquísimos. Es la primera ofrenda, la del novio, que


leal y caballero perdona al borde de la tumba a la que pensó llevar al
tálamo y que tan intempestivamente lo hunde en la desesperación.” 42
Este caso resulta muy significativo respecto de algunas de las con-
sideraciones morales de la época en torno al papel de la mujer en ge-
neral, y de la honra y la virginidad en particular. Evidentemente, la
presión moral se incrementaba de una manera proporcional al presti-
gio y al nivel socioeconómico. De esta manera, una jovencita de quin-
ce años pudo encontrarse de repente ante una encrucijada sin salida.
Su actitud debe analizarse dentro de este contexto social y cultural
autoritario, en el que las opciones concretas para las mujeres eran bas-
tante escasas.
Frente a este complejo cuadro, María Luisa decidió adoptar su pro-
pia respuesta. El resultado, más allá de su tragedia personal, generó un
significativo trabajo periodístico en el que se destaparon actitudes bas-
tante heterogéneas, provenientes de distintos sectores de la sociedad.

Consideraciones finales

En contraposición a su casi nula presencia en los discursos y las esta-


dísticas oficiales o gubernamentales, el suicidio femenino ocupó un
lugar destacado, en la argumentación de las elites, en la reflexión que
éstas desarrollaron en torno a la moral y, muy en particular, en torno
a la construcción de modelos y estereotipos normativos respecto de
las actitudes y comportamientos de las mujeres.
Tanto el grupo de los liberales-positivistas, como los llamados
católicos-sociales utilizaron las páginas de la prensa mercantil y sen-
sacionalista como uno de los espacios más importantes de difusión
para dar a conocer sus posiciones e influir en las conciencias. El dis-
curso de ambos forma parte de la moral dominante porfiriana de
principios de siglo.
Los casos de las mujeres suicidas corroboran el código cultural
dominante de la época, según el cual estas acciones constituían una
más de las irregularidades de la débil naturaleza femenina, que la aso-
ciaba al crimen, el caos y la perdición.
Desde las páginas de la prensa se muestran y exhiben estos vínculos
con el crimen y se satanizan los comportamientos de las mujeres que
llegaron a adoptar tan drásticas decisiones. Los matices dependieron

42 Ibidem, 5 de diciembre de 1909.


336 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD

no sólo de las posturas doctrinales de los diarios, sino de los intereses


económicos y políticos que operaban en cada caso, y de las característi-
cas biográficas de los protagonistas y sus entornos sociales.
No deja de ser significativo que Sofía Ahumada, una obrera irre-
verente e insumisa, que reclamaba su derecho a suicidarse porque “se
le daba la gana”, recibiera una reprimenda enérgica por parte de libe-
rales y católicos, que asociaban su determinación con la indecencia y
la falta de decoro, mientras que María Luisa Nocker, una muchacha
criolla proveniente de sectores acomodados fuera objeto de un trata-
miento formalmente más benigno, el cual sirvió sin embargo para
identificar el problema de la defensa del orden y la moral, sólo que
desde un ángulo ético muy distinto.
De acuerdo con la lógica anterior, si en el primer caso Sofía se sui-
cidó porque era una perversa, en el caso de María Luisa, el acto suici-
da se derivó fatalmente del hecho de que no lo era, lo cual demostró
con su última y desafortunada decisión. Así mismo, las razones y los
motivos de los distintos suicidios influyeron notablemente en las con-
sideraciones morales de los diarios. El caso de Sofía resultaba mucho
más “reprobable”, en la medida en que su móvil era la desesperanza,
mientras que uno de los aspectos benignos de María Luisa era su amor
y admiración hacia un hombre destacado.
Estas dos mujeres de distintas clases sociales, con trayectorias, pro-
yectos y expectativas tan diferentes, tocan de alguna manera las fron-
teras de un mismo modelo, mostrándonos sus límites desde ángulos
distintos.
Resulta notable que estos suicidios fueran utilizados desde una tri-
buna moralizante, que se dedicó a fortalecer los valores de un este-
reotipo femenino basado en los elementos ya mencionados, esto es, el
matrimonio, la virginidad y la unión familiar, entre otros.
Desde otra perspectiva, habría que preguntarse hasta dónde estos
suicidios constituyeron también una forma de rebeldía y una eviden-
cia de la falta de opciones en el periodo para el cabal cumplimiento
del proyecto de vida de muchas mujeres.

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