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50 enero-junio
2014
universidad nacional
autónoma de méxico
ISSN 1870-9060
C
reseñas Juan Carlos Cortés Máximo, De Repúblicas de indios a Ayuntamientos constitucionales:
M
Pueblos sujetos y cabeceras de Michoacán, 1740-1831
jorge silva riquer
Y
Lucero Enríquez, Un almacén de secretos. Pintura, Farmacia, Ilustración: Puebla, 1797
CM jaime cuadriello
MY Víctor Gayol (coordinador), Formas de gobierno en México. Poder político y actores sociales
a través del tiempo
CY
maría victoria montoya gómez
CMY
Víctor Gayol y Rafael Diego-Fernández Sotelo, El gobierno de la justicia. Conflictos
K
jurisdiccionales en Nueva España (siglos XVI-XIX)
julián andrei velasco
Massimo Livi Bacci, El Dorado en el pantano. Oro, esclavos y almas entre los Andes y la Amazonia
miriam garcía apolonio
Guillermina del Valle Pavón, Finanzas piadosas y redes de negocios. Los mercaderes de la ciudad
de México ante la crisis de Nueva España, 1804-1808
yovana celaya nández
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2014
50
ISSN 1870-9060
9 771870 906006
50 universidad nacional
autónoma de méxico
Portada: Fragmento de textil del siglo XVIII, colección particular, México. Fotografía: Paula Mues.
forros novohispana 50 vuelta.pdf 1 3/19/14 10:50 AM
50 enero-junio 2014
universidad nacional
autónoma de méxico
ISSN 1870-9060
artículos
documentaria
antonio rubial garcía Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla. Es-
arubial@unam.mx paña. Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras,
UNAM. Profesor Titular C de Tiempo Completo en la Facultad
de Filosofía y Letras, donde imparte los cursos La Cultura en
la Edad Media, Nueva España en los siglos XVI y XVII y el
Seminario de México Colonial. Es autor de numerosos libros,
capítulos de libro y artículos en revistas especializadas; su más
reciente obra, como coordinador y autor, es el libro colectivo
La Iglesia en el México colonial.
abstract In spite of its limited presence in official acts, the vicereines had
a fundamental and prominent role in the viceregal court and in
the relations of the rulers with novohispanic society. The constant
mention of their activities in the diaries of noteworthy events
is a demonstration that their role was not a secondary one and
they were marked by a protocol whose object was to make
evident the assets related to its gender and to the representation
of royal power manifested in the viceregal couple. ·
key words Women and power, viceregal court, novohispanic society, rep-
resentation roles, colonial policy, XVIth to XVIIIth centuries
Sor Juana Inés de la Cruz, autora de esta “Loa en la huerta donde fue a
divertirse la Excelentísima Señora Condesa de Paredes”, honraba con
estos versos a su amiga y mecenas la virreina María Luisa Manrique de
Lara y Gonzaga, “reina” cuyo aliento pleno de juventud y belleza traía
el verano a Nueva España. La femenina voz de la monja participó a
menudo de esos juegos cortesanos y gracias a su genio se ha despertado
el interés actual por las virreinas, esos personajes de los que nos quedan
noticias fragmentadas, pero cuya presencia fue central en la vida corte-
sana de la capital del virreinato.
Sin embargo, de todos los virreyes novohispanos a lo largo de los
tres siglos de pertenencia al imperio español sólo un poco más de la
tercera parte llegó con sus esposas. El resto no trajeron consorte: un
elevado porcentaje había enviudado cuando ocuparon el cargo (Anto-
nio de Mendoza, Luis de Velasco el joven, los condes de la Coruña,
Monterrey y Fuenclara, el marqués de Villena, los duques de Linares y
7 Alejandro Cañeque, The King’s Living Image. The Culture and Politics of Vice-
regal Power in Colonial Mexico, New York, Routledge, 2004, p. 166.
8 Jaime Cuadriello y Fausto Ramírez (eds.), Los pinceles de la historia. De la
patria criolla a la nación mexicana (1750-1860), México, Museo Nacional de
Arte, 2000, p. 95.
9 Dalmacio Rodríguez Hernández, “Mitología y persuasión política: el arco
triunfal en la entrada del virrey José Sarmiento de Valladares en Puebla (1696)”,
en José Pascual Buxo (ed.), Recepción y espectáculo en la América virreinal,
Las virreinas tenían acceso sólo a las zonas habitacionales del pa-
lacio. No lo tenían en cambio a las áreas administrativas donde estaban
Junto con el palacio, otro de los espacios donde las virreinas desplegaron
sus cualidades cortesanas fueron las huertas vecinas a la capital, propie-
dad de los ricos nobles y burgueses. Los condes de Baños, por ejemplo,
pasaban largas temporadas en las huertas de Tacubaya pues a la virreina
le gustaba el lugar para convalecer de sus achaques (padecía de “descon-
cierto” dice el diarista Guijo y estaba “desahuciada de los médicos”). El
21 de agosto de 1662 fueron hospedados en la huerta de su amigo Anas-
tasio de Salceda, cuyo cargo de corregidor de la ciudad había sido obte-
nido gracias a los condes, y para “su asistencia” (es decir sus numerosos
sirvientes y allegados) “se quitaron todas las huertas a sus dueños”. Al
año siguiente, desde el 8 de julio de 1663, los virreyes se hospedaron en
las huertas de Cantabrana, “ocupando con su familia todas las huertas
36 Escamilla, “La corte…”, p. 388. Las cartas están publicadas en inglés por
Meredith Dodge y Rick Hendricks, Two Hearts, One Soul. The corresponden-
ce of the Condesa de Galve (1688-1696), Alburquerque, University of New
Mexico Press, 1993.
37 Romero de Terreros, Bocetos…, p. 74 y ss. El autor no señala la fuente docu-
mental que utilizó para narrar esta anécdota pero, como muchos de sus con-
temporáneos, debió sacarla de alguna referencia contenida en “papeles” de su
archivo privado o del de alguno de sus amigos.
andar por las celdas como si fuera casa profana, y como si no hubiera
breve apostólico que so graves penas y censuras prohíbe estas entradas”.44
Según el cronista, el convento daba 300 raciones de comida diarias
y festejó a sus visitantes con opíparas viandas (aves, confituras y cajetas)
acompañadas con vino, lujos inapropiados, según él, para la austeridad
franciscana. El informante agrega que el virrey despachaba en el conven-
to “y allí acudían los oidores y oficiales de la audiencia”. Había además
juegos y fiestas y la virreina echaba naranjas al agua de un estanque del
convento mientras un fraile lego nadaba frente a ella recogiéndolas. En
otra ocasión los virreyes se subieron en unas canoas “y con ellos mucha
gente tirándose elotes (que son las mazorcas tiernas del maíz)”. El pro-
vincial, que iba con ellos, dio un elotazo en la nariz a unos de los caba-
lleros y le sacó mucha sangre. También se jugó a los bolos y hasta la
virreina participó en esta diversión: “y deteniéndola la bola un fraile, o
apartándosela para que no entrase en los bolos, había ella dicho con voz
que todos los circunstantes la oyeron: No me hagan trampas ni toquen
a mi bola, miren que les traeré al de Ponce”.
El gracejo se explicaba porque el comensal de los virreyes era el
provincial fray Pedro de San Sebastián, quien con estos festejos co-
rrespondía a la ayuda que el marqués le prestara para expulsar a
Guatemala a su enemigo, el visitador y comisario de los franciscanos
fray Alonso Ponce, quien se había enfrentado al provincial. La ani-
madversión que se observa contra fray Pedro en el relato de fray
Antonio de Ciudad Real se debe a que éste era el acompañante y se-
cretario de Ponce en la visita. La narración, una de las pocas que nos
quedan de las virreinas del siglo xvi, nos muestra tres interesantes
hechos: por un lado, las actividades que llevaba a cabo la corte en esos
lugares de recreo estaban marcadas por la diversión; por el otro, que
46 Festín plausible con que el convento de Santa Clara celebró en su felice entrada a
la Excelentísima Doña María Luisa, Condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna
y virreyna de esta Nueva España. Edición, estudio y notas de Judith Farré, Méxi-
co, El Colegio de México, 2009 (Biblioteca Novohispana, Serie “Anejos”, 5).
47 Guijo, Diario…, v. I, p. 228.
48 Ibidem, v. II, p. 152 y ss.
49 Francisco de Villarreal y Águila, La Thebayda en poblado, Madrid, 1686.
Citada por Pastor, Mujeres…, p. 130.
50 Carlos de Sigüenza y Góngora, Teatro de virtudes políticas, pról. Roberto
Moreno de los Arcos, México, UNAM, 1986 (Biblioteca mexicana de escrito-
res políticos), p. 151.
por todos la relación de sor Juana Inés de la Cruz con la culta virreina
María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes y marquesa de la
Laguna, quien la visitaba continuamente en la clausura y promovió la pu-
blicación de sus obras a su regreso a España.
En 1630 las visitas de las virreinas a las monjas ya eran una prácti-
ca muy común y a nadie se le hubiera ocurrido cuestionarla hasta que en
ese año el arzobispo Francisco Manso y Zúñiga prohibió a la marquesa
de Cerralvo que entrara a los conventos femeninos. El pleito estaba in-
merso en el conflicto que por entonces sostenía el prelado con el virrey e
iba dirigido a cuestionar los límites de la soberanía de éste, y en conse-
cuencia los de su consorte. En tal prohibición se argumentaba que la vi-
rreina no encarnaba a la reina, como si lo hacía el virrey respecto al rey,
y que en ella por tanto no se representaba el patronazgo real de manera
oficial. La respuesta no se dejó esperar y el representante de la corte ar-
gumentó que la dignidad de la virreina excedía a la de cualquier dama
noble de la corte y por tanto estaba investida de las cualidades de figura
pública y de representante del monarca. Una real provisión fechada el 10
de diciembre de 1630 ordenaba que se siguieran haciendo las visitas a las
monjas como era costumbre, aunque sin entrar en pormenores sobre
las funciones representativas de las virreinas; es obvio sin embargo que la
Corona no veía estas visitas como parte de un protocolo oficial.51
La práctica, por tanto, siguió siendo tan común que se convirtió en
una referencia obligada en todos los diaristas de la época, lo cual contras-
ta con lo excepcional que eran las visitas de las virreinas a otros ámbitos,
como el de la universidad. El diarista Guijo nos da esta noticia sobre la
presentación de una tesis a la que asistió la pareja virreinal: “Acto en
romance, viernes 18 de junio de 1655: en la real universidad tuvo un acto
un religioso mercedario que presidió el maestro fray Juan de Herrera, en
romance, a que asistió el virrey y la virreina, y ocurrió a la novedad todo
hizo del hecho, se menciona que a las cuatro de la tarde la virreina Ma-
ría Inés de Jáuregui salió del palacio acompañada de algunas de sus
damas (antes que el virrey) y fue recibida por el claustro universitario
en el recinto llamado “la Tribuna del General” y conducida de la mano
por el rector hasta su asiento. Después del acto se sirvió en la biblioteca
un refrigerio alrededor de una mesa donde se habían colocado notables
figuras alegóricas de azúcar que representaban las virtudes, las ciencias
y las artes.55 En la relación de los festejos también se hizo una especial
mención a la virreina, por haber sido madrina de un colegial del semi-
nario “en un acto de matemáticas”; además de asistir a la universidad,
la mecenas “convidó después a comer a su ahijado y lo regració con
generosidad”. El anónimo autor agrega: “Acciones dignas todas de tras-
ladarse a la noticias de las Academias de Europa y de hacer duradera su
memoria en los fastos de esta Mexicana”. Un acto así no hubiera sido
posible cien años antes, lo que muestra los profundos cambios que había
traído la Ilustración respecto al papel de la mujer en la sociedad.56
Otro espacio donde la presencia de la virreina se hizo notable fue
en la catedral. En todas las ceremonias en la iglesia mayor, la virreina,
sus hijas y a veces las esposas de los oidores, asistían dentro de una “jau-
la” o palco cerrado con celosías y cubierto por velos que impedían ver
a las personas del interior, pero que estaba colocada en un lugar promi-
nente cerca del altar.57 Esta presencia “oculta”, pero notoria, no podía
pasar desapercibida, y más aún cuando la virreina no siempre actuaba
en la jaula con el recato debido. Gemelli narra que en una ocasión, al
terminar la misa, “tuvo la virreina deseos de beber un poco de vino y el
63 Ibidem, p. 126.
64 Robles, Diario…, v. I, p. 129.
65 Guijo, Diario…, v. II, p. 43.
despedirse de la Virgen con sus cinco hijas, damas, criadas y las muje-
res de los ministros. Castro Santa Anna, con un dejo de ironía, comenta
que habría habido mayor concurrencia “si su genio hubiera sido más
sociable y cariñoso”.72
Pero no todas las virreinas regresaban a España, algunas pasaron
al Perú cuando sus maridos fueron enviados a ese virreinato, como An-
tonia Jiménez de Urrea, quien el 18 de abril de 1689 partió para Acapul-
co con el conde de Monclova y sus hijos con destino a Lima. Para
entonces ya vivían en el palacio los nuevos virreyes, los condes de Galve,
por lo que Monclova, según el diarista Robles, “salió de las casas del
conde de Santiago, donde posaba, con el virrey y audiencia y las dos
virreinas, con gran concurso hasta La Piedad, que los salieron a dejar”.
Todavía estuvieron los ex virreyes, señala Robles, varios días en las huer-
tas de San Agustín de las Cuevas; ahí fueron a visitarlos los condes de
Galve el 19 de abril “con clarines y seis coches” y al día siguiente también
llegaron varios caballeros de la ciudad.73
Situación similar se había dado dos años antes en que habían coinci-
dido los virreyes entrantes condes de Monclova con los salientes marque-
ses de la Laguna. En esa ocasión ambas parejas fungieron como padrinos
en la boda de Juan Antonio de Vera con la hija del oidor Rojas. A la cele-
bración llegaron “sesenta carrozas” según el diarista Antonio de Robles.74
Hubo no obstante excepciones a esta cordialidad, como la de los
condes de Baños, cuya actitud anticriolla despertó contra ellos gran
animadversión y muchos sinsabores. La indignación era aún mayor por-
que estos virreyes habían recibido constantes muestras de buena volun-
tad por parte de sus súbditos. En 1662 el conde había pedido a los
franciscanos y a la comunidad indígena del barrio de Santa María la
Redonda que trajeran al palacio la milagrosa imagen de Nuestra
Señora de la Asunción, venerada en esa parroquia, pues la virreina se
“¡que tenía poco más de dos años¡”. El féretro, cargado por cuatro niños,
fue acompañado por el espadín, bastón y sombrero del “coronel” y se-
guido por un cortejo en el que estaban representadas todas las corpora-
ciones de la ciudad, incluidas las indígenas. El arzobispo Manuel Rubio
y Salinas ofició la misa luctuosa en la capilla del Rosario del templo de
Santo Domingo donde se le enterró; el prelado además se mostró solida-
rio con el dolor de la pareja y les prestó la huerta episcopal de Tacubaya
“para que pudieran desahogarse de su pena”.79 Los virreyes se pasaron
ahí casi todo el resto de ese año. Al año siguiente de 1757, en enero, una
nueva noticia conmocionó al palacio que se vio muy frecuentado para
un nuevo pésame: la virreina “abortó una niña de tres meses, lo que ha
sido a todos muy sensible por apetecerles a Sus Excelencias la sucesión
y línea de su esclarecida casa”.80
Además de sus hijos, dos virreinas tampoco regresaron a sus patrias
y sus cadáveres fueron objeto de ostentosas honras fúnebres en la cate-
dral. La primera fue la alemana María Ana Riederer de Paar, esposa del
marqués de Guadalcazar, una de las pocas virreinas que no fue española,
y que murió en 1619, dos años antes que su marido terminara su man-
dato. La ceremonia luctuosa con la que el virrey honró a su difunta es-
posa pareció a algunos poco propia para una virreina: los miembros de
la Audiencia llevaban trajes de luto que sólo debían usarse por la muer-
te de personajes reales; el catafalco erigido en la catedral era una versión
mejorada de aquel que se había levantado en Madrid en honor de la
reina Margarita de Austria, muerta en 1611. El virrey alegó que la cere-
monia tenía como objetivo despertar respeto por la autoridad virreinal,
pero la corona consideró que se había excedido el protocolo y lo obligó
a pagar 4 000 ducados de multa.81
La segunda virreina muerta en Nueva España fue Leonor Carreto,
la marquesa de Mancera (también de ascendencia alemana), que falleció
Por otro lado, el papel que tuvieron estas mujeres en las decisiones
de gobierno de sus maridos no pasó desapercibido para los hombres de
su tiempo y a menudo se nos muestra por medio de comentarios aparen-
temente marginales de los diaristas, principalmente Antonio de Robles.
Narra este cronista que en 1669 el virrey Mancera entró en un fuerte
conflicto con el arzobispo fray Payo de Ribera, pues éste no quiso dar la
colación canónica a un grupo de curas agustinos, orden protegida del
marqués. La Real Audiencia y el virrey enviaron tres provisiones para
exigir al arzobispo diera la colación canónica a los frailes y de no hacer-
lo se le condenaría a destierro. En una situación tan tensa intervino la
virreina y, señala Robles, “le dijo al virrey que si no hacía recoger las
provisiones, se entraría luego ella en el convento de Santa Teresa, y que
por esta causa hizo recoger [el virrey] dichas provisiones”.86
En 1700, narra el mismo diarista Antonio de Robles, al regreso de
los toros ofrecidos en conmemoración de la canonización de San Juan
de Dios, el conde de Santiago se dio cuenta de que detrás de su carruaje
venía el del virrey Moctezuma y le dejó el paso, así como al de las damas
que lo seguían, pero cuando quisieron pasar los pajes, el conde se les
cerró. De inmediato salieron a relucir las espadas de los nobles que acom-
pañaban al conde criollo y fueron recibidos con piedras por parte de los
pajes del virrey. El gobernante, considerando que se había cometido desa
cato contra su dignidad, ordenó que el de Santiago saliera desterrado a
San Agustín de las Cuevas. El caso, como muchos otros, era muestra de
las tensiones que había entre criollos y peninsulares y que se manifestaban
en esos temas de precedencia. Pero lo interesante es lo que agrega Robles:
al día siguiente el arzobispo Ortega y Montañés quiso intervenir a favor
del conde e “inclinándose a ello el virrey, salió la virreina y lo estorbó y
así volvió el arzobispo sin conseguir su ruego”.87 El comentario no sólo
muestra el peso político que tenían esas mujeres sino también que tal
actividad era del dominio público.
86 Ibidem, v. I, p. 75.
87 Ibidem, v. III, p. 131 y ss.
Por ello, a través del estudio de las virreinas, que eran consideradas
modelos sociales, podemos descubrir interesantes facetas sobre el papel
de la mujer en la sociedad virreinal y de su actividad en los círculos del
poder. Aunque sujetas a la autoridad masculina, las mujeres de la aristo-
cracia manejaban un amplio campo de actuación; marginadas en apa-
riencia de las actividades políticas, tenían sin embargo una fuerte
injerencia en el otorgamiento de aquellos cargos que sus maridos conce-
dían a sus allegados. Si bien no se presentaban en los actos oficiales al
lado de sus esposos, en cambio en la vida social ellas eran quienes lleva-
ban la batuta, imponiendo patrones de comportamiento. Las virreinas,
independientemente de su actuación personal, eran un modelo de lo que
se esperaba de la mujer noble: ser caritativa con los pobres, visitar templos
y hacer regalos a las imágenes, realizar diversos actos de piedad, obede-
cer a sus maridos y educar a sus hijos en los valores cristianos y en el
respeto a la monarquía. Pero además de modelos, las esposas de los vi-
rreyes desempeñaban un papel simbólico, eran para los habitantes de los
territorios americanos la imagen viva de la reina de España, como lo era
su marido del rey. Piadosas y devotas, pero también intrigantes y calcu-
ladoras, las virreinas estaban situadas en un espacio de poder que les
permitía actuar con bastante libertad, aunque siempre dentro de los lí-
mites impuestos a su género por las costumbres y prejuicios propios de
estas sociedades denominadas de Antiguo Régimen.
Este cuadro está elaborado con los datos que proporciona Ignacio Rubio Mañé, , El
Virreinato, 4 v., México, Fondo de Cultura Económica, 1983 y Daniela Pastor Téllez,
Mujeres y poder. Las virreinas novohispanas de la casa de Austria, México, UNAM,
Facultad de Filosofía y Letras, 2013 (tesis de maestría inédita).