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La sororidad me cambió la vida.

Crecí con la idea de que los mejores amigos eran los varones. Que las mujeres eran envidiosas,
chismosas, celosas y competitivas.

Puesto que el discurso del psicoanálisis nos puso a rivalizar por la tenencia del falo, algunas veces,
esas afirmaciones tenían, efectivamente, un correlato con lo real. Es decir, en el trabajo (por dar un
ejemplo) había una visible tensión entre las damas del equipo por gustarle al jefe de turno, por ver
cuánta atención nos dispensaba. O si el chico lindo del curso quería hacer grupo con nosotras. En
muchos casos, todas terminábamos bailando al ritmo del calipso en torno al “falo deseado del
momento”, seductoras, olfas, condescendientes, dispuestas y abnegadas.

Después de todo, Disney había hecho su parte, y la mayoría de nosotras repetía modelos y
condicionamientos aprendidos. Debíamos conseguir un buen esposo y futuro padre de nuestros
hijes.

Lo primero que me permitió reconocer el feminismo, fue el daño que nos había causado por tanto
tiempo, ese discurso falocéntrico basado en el mito de la castración, en la construcción de una
identidad femenina ligada a la carencia. Era lógico que eso nos pusiera a competir.

La frase (dudosamente atribuida a Julio César) “Divide y reinarás”, resume muy bien esta estrategia
patriarcal.

Mantenernos enemistadas. Mantenernos como rivales.

No obstante, despiertas algunas más que otras, unidas en la intuición, sincronizando hasta nuestras
menstruaciones, las mujeres nos mantuvimos unidas.

El develamiento que trajo el feminismo a mí, me permitió fundamentalmente, derrocar esa injusta
construcción de lo propiamente femenino como carente de falo. Corrió al hombre del centro. Me
permitió ver a mis hermanas. Y ya sin un hombre por el cual competir, empecé a reconocer en ellas
aliadas maravillosas.

Mis hermanas me han rescatado de todos esos discursos represores, de esos ingratos
adoctrinamientos en los que mis abuelas habían caído, y que parecía, yo estaba destinada a
reproducir. También yo he sido causa del despertar de otras. Y así, entre todas, nos vamos quitando
las vendas.

Ser sororas. Ser hermanas. Defendernos. Ayudarnos. Creernos. Reconocernos. Aliarnos. Abrazarnos.
Amarnos.

La tribu de mujeres se me ha convertido en una necesidad indispensable. No puedo entender cómo


había vivido tantos años sin comprender esa unión entre hermanas.

Mejoró la relación con las mujeres de mi familia, de todos mis círculos.

Simone de Beauvoir dijo: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre sus oprimidos”.
Asumo el mismo compromiso que todas las compañeras feministas para gritar juntas las injusticias
de un sistema opresor y denigrante para la mujer.

Nunca más ciudadanas de segunda. No estamos solas. Juntas somos invencibles.

Melisa E. Jatib.

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