La sociedad como interacción simbólica1
Herbert Blumer
Una concepción de la sociedad humana
como interacción simbólica ha sido seguida
más que formulada. Exposiciones parciales,
comúnmente fragmentarias, de ella pueden
encontrarse en los escritorios de una cantidad
de estudiosos eminentes, algunos pertenecien-
tes al campo de la sociología y otros exterio-
res al mismo. Entre los primeros podemos
recordar autores tales como Charles Horton
Cooley, W.I Thomas, Robert E. Park, E. W.
Burgess, Florian Znaniecki, Ellswort Faris y
James Mickel Williams. Entre los exteriores
a la sociología podemos mencionar a Willian
James, John Dewey y Geoger Herbert Mead.
Ninguno de estos estudiosos ha presentado,
a mi juicio, una exposición sistemática de
naturaleza de la vida humana de grupo desde
el punto de vista de la interacción simbólica.
Mead sobresale entre todos ellos por haber
puesto al desnudo las premisas fundamentales
del enfoque, pero hizo poco, por desarrollar
sus implicaciones metodológicas para el es-
tudio sociológico. Los estudiosos que quieren
describir la posición de la interacción sim-
1 Publicado originalmente como Capítulo 9 del libro
Arnold M. Rose (editor): Human Behavior and Social
Processes. An Interactionist Approach, Londres, Rout-
bólica pueden ofrecer fácilmente diferentes
cuadros de la misma. Lo que voy a decir debe
ser considerado como mi versión personal. Mi
objetivo es presentar las premisas básicas del
punto de vista y desarrollar sus consecuen-
cias metodológicas para el estudio de la vida
grupal humana.
El término “interacción simbólica” se
refiere, por supuesto, al carácter peculiar y
distintivo de la interacción que tiene lugar
entre seres humanos. La peculiaridad consiste
en el hecho de que los seres humanos inter-
pretan o “definen” las acciones de los demás
en lugar de reaccionar simplemente a ellas. Su
“respuesta” no se refiere de manera directa a
las acciones de los otros, sino que se basa en el
significado que atribuyen a tales acciones. De
esta manera, la interacción humana es medida
por el uso de símbolos, por la interpretación,
o por la averiguación del significado de las
acciones de los otros. Esta mediación es equi-
valente a insertar un proceso de interpretación
entre el estímulo y la respuesta en el caso del
comportamiento humano.
ledge &Kegan Paul, 1962. Ficha n° 369, Introduccion
a la Psicología Social (1963), Prof. Enrique Butelman.
Traducción de José Napolitano.
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El simple reconocimiento de que los seres
humanos interpretan las acciones de los otros
como el medio de actuar entre sí ha impreg-
nado el pensamiento y los escritos de muchos
estudiosos de la conducta humana y de la
vida grupal humana. Sin embargo, son pocos
los que se han esforzado por analizar lo que
tal interpretación implica con respecto a la
naturaleza del ser humano o de la asociación
humana. Generalmente se dan por satisfe-
chos con un mero reconocimiento de que la
“interpretación” debe ser aprehendida por el
estudioso, o con un simple darse cuenta de que
los símbolos, tales como las normas o valores
culturales, deben ser introducidos en sus análi-
sis. Sólo G.H. Mead, a mi juicio, ha intentado
llevar hasta el final el análisis de lo que el acto
de interpretación implica para una compren-
sión del ser humano, la acción humana y la
asociación humana. Los puntos esenciales de
su análisis son tan penetrantes y profundos y
tan importantes para una comprensión de la
vida grupal humana, que quisiera formularlos
aunque sea brevemente.
El rasgo clave en el análisis de Mead es el
que el ser humano tiene un sí mismo (self).
Esta idea no debe ser desechada como esoté-
rica o tenida por algo que es obvio y por lo
tanto no digno de atención. Al declarar que el
ser humano tiene un sí mismo, Mead pensaba
principalmente en que el ser humano puede
ser el objeto de sus propias acciones. Puede
actuar hacia sí mismo como podría actuar
hacia otros. A cada uno de nosotros nos son
familiares acciones de este tipo, en las cuales
el hombre se enoja consigo mismo, se reta a
sí mismo, se enorgullece de sí mismo, discute
consigo mismo, trata de apoyar su propio
coraje, se dice a sí mismo que “debería hacer
esto” o “no debería hacer aquello”, se fija
objetivos, hace compromisos consigo mismo
y planea lo que va a hacer. Que el ser humano
actúa con respecto a sí mismo en éstas y en
innumerables otras formas es cuestión de
fácil observación empírica. Reconocer que el
ser humano puede actuar con referencia a sí
mismo no es ningún conjuro místico.
Mead considera esta capacidad del ser
humano para obrar con respecto a sí mismo
como el mecanismo fundamental con el cual
el hombre enfrenta y maneja su mundo. Este
mecanismo permite al ser humano indicarse
a sí mismo cosas que están a su alrededor y
así guiar sus acciones por lo que observa.
Cualquier cosa de la que el ser humano sea
consciente es algo que él se está indicando a
sí mismo –el tictac de un reloj, un llamado
a la puerta, la aparición de un amigo, la
observación hecha por un compañero, un
reconocimiento de que tiene una tarea que
realizar, o la conciencia de que está resfriado.
Inversamente, cualquier cosa de la cual no es
consciente es, ipso facto, algo que él no está
indicándose a sí mismo. La vida consciente
del ser humano, desde que se despierta hasta
que se duerme, es un flujo continuo de auto-
indicaciones- observaciones de las cosas que
maneja y que toma en consideración. Se nos
ofrece, entonces, un cuadro del ser humano
como un organismo que enfrenta su mundo
con un mecanismo para hacerse indicaciones
a sí mismo. Este es el mecanismo que está en
la base del interpretar las acciones de los otros.
Interpretar las acciones de otro es señalarse
a uno mismo que la acción tiene tal o cual
significado o carácter.
Ahora bien, según Mead, la significación
del hacerse indicaciones a uno mismo es de
importancia fundamental. La importancia
reside en dos puntos. Primero, indicar algo es
sacarlo de su contexto, mantenerlo aparente,
darle un significado, o, en el lenguaje de
Mead, hacer de él un objeto. Un objeto – es
decir, cualquier cosa que un individuo se
indique a sí mismo – es diferente de un estí-
mulo; en lugar de tener un carácter intrínseco
que actúa sobre el individuo y que puede ser
identificado aparte del individuo, su carácter o

significado es algo que el individuo le otorga.
El objeto es un producto de la disposición del
individuo a actuar, y no un estímulo antece-
dente que evoca el acto. El cuadro correcto
es, no el de un individuo que estaría rodeado
por un ambiente de objetos preexistentes que
obrarían sobre él y provocarían su comporta-
miento, sino el de un individuo que construye
sus objetos sobre la base de su actividad en
marcha. En cualquiera de sus incontables
actos – ya sean pequeños, como el acto de
vestirse, o grandes, como el de organizarse
para una carrera profesional – el individuo se
designa a sí mismo diferentes objetos, les da
significado, usa la conveniencia de los mismos
para su acción, y toma decisiones sobre la base
de ese juicio. Esto es lo que quiere decirse
con “interpretación” o “actuar sobre la base
de símbolos”.
La segunda implicación importante del he-
cho de que el ser humano se hace indicaciones
a sí mismo es que su acción es construida o
edificada en lugar de ser una mera descarga.
Cualquiera sea la acción que se encuentre
realizando, el individuo humano procede
señalándose a sí mismo los elementos diver-
gentes que deben ser tenidos en cuenta en el
curso de su acción. Tiene que observar lo que
quiere hacer y cómo va a hacerlo; tiene que
señalarse a sí mismo las diversas condiciones
que pueden ser útiles para su acción y aquellas
que pueden obstruirla; tiene que tomar nota
de las exigencias, las expectativas, las prohi-
biciones, y las amenazas que pueden surgir
en la situación en la que está actuando. Su
acción es construida paso a paso a través de
un proceso de tal auto-indicación. El indivi-
duo humano arma y guía su acción tomando
nota de diferentes cosas e interpretando su
significación para su acción ulterior. No hay
ningún caso de acción consciente del cual
esto no sea cierto.
El proceso de construcción de la acción a tra-
vés del hacerse indicaciones a uno mismo no
La sociedad como interacción simbólica 129
puede ser disuelto en ninguna de las categorías
psicológicas convencionales. Este proceso es
distinto y diferente de lo que se denomina el
“ego” – así como es diferente de cualquier
otra concepción que conciba al sí mismo en
términos de composición u organización.
La auto-indicación es un proceso comunicati-
vo en movimiento en el cual el individuo nota
cosas, las estima, les da un significado, y se
decide a actuar sobre la base del significado.
El ser humano se yergue frente al mundo, o
frente a los “otros”, con ese proceso y no con
un simple ego. Además, el proceso de auto-
indicación no puede ser subsumido bajo las
fuerzas, exteriores o interiores, que se supone
que operan sobre el individuo para producir su
comportamiento. Las presiones ambientales,
los estímulos externos, lo impulsos orgánicos,
los deseos, las actitudes, los sentimientos,
las ideas y sus afines no abarcan ni explican
el proceso de auto-indicación. El proceso de
auto-indicación se distingue de todos ellos
por el hecho de que el individuo se señala a sí
mismo e interpreta la aparición o expresión de
tales cosas, advirtiendo una exigencia social
determinada que se le hace, reconociendo una
orden, observando que tiene hambre, dándose
cuenta de que desea comprar una cosa, cons-
ciente de que tiene un determinado sentimien-
to, de que no le gusta comer con una persona a
la que desprecia o de que está pensando hacer
una cosa determinada. En virtud de que se
indica tales cosas a sí mismo, el individuo se
coloca frente a ellas y es capaz de retro-actuar
contra ellas, aceptándolas, rechazándolas o
transformándolas de acuerdo con el modo en
que las define o interpreta. Su comportamiento
no es, por consiguiente, un resultado de cosas
tales como presiones ambientales, estímulos,
motivos, actitudes e ideas, sino que surge de
la manera en que él interpreta y maneja estas
cosas en la acción que está construyendo. El
proceso de auto-indicación por medio del
cual se forma la acción humana no puede ser
130 Herbert Blumer
explicado por factores que preceden al acto.
El proceso de auto-indicación existe por sí
mismo y debe ser aceptado y estudiado como
tal. Es a través de este proceso como el ser
humano construye su acción consciente.
Ahora bien, Mead reconoce que la forma-
ción de la acción por parte del individuo a
través de un proceso de auto-indicación siem-
pre tiene lugar en un contexto social. Puesto
que este asunto es tan vital para comprender
la interacción simbólica, es necesario que lo
expliquemos cuidadosamente. Fundamental-
mente, la acción de grupo toma la forma de un
acomodamiento conjunto de líneas de acción
individuales. Cada individuo pone su acción
en línea con la de los otros averiguando lo que
éstos están haciendo o intentan hacer – esto
es, aprehendiendo el significado de sus actos.
Para Mead, el individuo logra esto “tomando
el rol” de los otros – ya sea el rol de una per-
sona específica o el rol de un grupo (el “otro
generalizado” de Mead). Al adoptar esos roles
el individuo busca averiguar la intención o
dirección de los actos de los otros, forma y
alinea su propia acción sobre la base de la
interpretación de los actos de los otros. Este
es el modo fundamental en que la acción de
grupo tiene lugar en la sociedad humana.
Los precedentes son los rasgos esenciales,
tal como yo los veo, en el análisis de Mead
de las bases de la interacción simbólica. Ellos
presuponen lo siguiente: que la sociedad hu-
mana está hecho de individuos que tienen en
sí mismos (estos es, que se hacen indicacio-
nes a sí mismos); que la acción individual es
una construcción y no una descarga, siendo
construida por el individuo a través de la
observación y la interpretación de rasgos de
las situaciones en que actúa: que la acción
grupal o colectiva consiste en la alineación
de las acciones individuales, producida por
los individuos al interpretar o tener en cuenta
las acciones de los otros. Dado que mi pro-
pósito es presentar y no defender la posición
interaccionista simbólica, no me esforzaré en
este ensayo por sustanciar las tres premisas
que acabo de indicar. Sólo quiero decir que
ellas pueden ser fácilmente verificadas empí-
ricamente. No conozco ningún caso de acción
grupal humana al que estas tres premisas no
sean aplicables. Se desafía al lector a que
encuentre o conciba un solo caso en que las
mismas no encajen.
Quiero señalar ahora que las concepciones
sociológicas de la sociedad humana discrepan
marcadamente en general, con las premisas
que he indicado como presuposiciones de la
interacción simbólica. En realidad, la mayor
parte de tales concepciones, sobre todo las
que están en boga en la actualidad, no ven ni
tratan a la sociedad humana como interacción
simbólica. Ligadas, como tienden a estarlo, a
alguna forma de determinismo sociológico,
adoptan imágenes de la sociedad humana, de
sus individuos y de la acción colectiva que no
concuerden con las premisas de la interacción
simbólica. Quiero decir algunas palabras so-
bre las principales líneas de discrepancia.
El pensamiento sociológico raramente reco-
noce o trata a las sociedades humanas como
compuestas por individuos que tienen en sí
mismos (selves). En lugar de ello, suponen
que los seres humanos son sólo organismos
con algún tipo de organización, que responden
a fuerzas que obran sobre ellos. De manera
general, aunque no exclusiva, estas fuerzas
son situadas en la organización de la socie-
dad, como en los casos de “sistema social”,
“costumbre”, “institución”, “representación
colectiva”, “situación social”, “norma social”
y “valores”. La suposición es que el compor-
tamiento de los individuos como miembros
de una sociedad es una expresión de la in-
fluencia que ejercen sobre ellos estos tipos
de factores o fuerzas. Esta es, por supuesto,
la posición lógica que se adopta cuando el
estudioso explica el comportamiento o fases
del comportamiento de los individuos en tér-

minos de uno u otro de tales factores sociales.
Los individuos que componen una sociedad
humana son tratados como los medios a través
de los cuales tales factores operan, y la acción
social de tales individuos es considerada como
una expresión de esos factores. Este enfoque
o punto de vista niega, o por lo menos ignora,
que los seres humanos tienen sí mismos – que
actúan mediante las indicaciones que se hacen
a sí mismos. Dicho sea de paso, el “sí mismo”
no es incluido en el cuadro introduciendo
elementos tales como impulsos orgánicos,
motivos, actitudes, sentimientos, factores
sociales internalizados o componentes psico-
lógicos. Tales factores psicológicos tienen el
mismo status que los factores sociales antes
mencionados: son considerados como factores
que obran sobre el individuo para producir su
acción. No constituyen el proceso de auto-
indicación. El proceso de auto-indicación es
distinto de ellos, así como es distinto de los
factores sociales que operan sobre el ser hu-
mano. Prácticamente todas las concepciones
sociológicas de la sociedad humana dejan de
reconocer que los individuos que la componen
tienen sí mismos en el sentido en que se ha
indicado.
En concordancia con ello, tales concepcio-
nes sociológicas no consideran a las acciones
sociales de los individuos en la sociedad
humana como construidas por ellos a través
de un proceso de interpretación. La acción
es tratada, en cambio, como un producto de
factores que operan sobre y a través de los
individuos. El comportamiento social de las
personas no es visto como edificado por ellas
a través de una interpretación de objetos,
situaciones o acciones de los otros. Si se
concede un lugar a la “interpretación”, ésta
es considerada como una mera expresión de
otros factores (tales como los motivos) que
preceden al acto, y en consecuencia desapa-
rece como factor independiente. Por lo tanto,
la acción social de los individuos es tratada
La sociedad como interacción simbólica 131
como el resultado manifiesto o la expresión
de fuerzas que obrarían sobre ellos antes que
como actos construidos por los individuos a
través de su interpretación de las situaciones
en que se encuentran.
Estas observaciones sugieren otra importan-
te línea de divergencia entre las concepciones
sociológicas en general y la posición de la
interacción simbólica. Estos dos conjuntos de
concepciones difieren en cuanto al lugar en
que sitúan a la acción social. En la perspectiva
de la interacción simbólica, la acción social es
situada en los individuos actuantes que adap-
tan mutuamente sus respectivas líneas de ac-
ción a través de un proceso de interpretación;
la acción de grupo es la acción colectiva de
tales individuos. En oposición a este punto de
vista, las concepciones sociológicas general-
mente ubican a la acción social en la acción de
la sociedad o en alguna unidad de la sociedad.
Los ejemplos de ello son legión. Permítaseme
citar algunos. Algunas concepciones, al tratar
a las sociedades o grupos humanos como
“sistemas sociales”, consideran a la acción de
grupo como la expresión de un sistema, en un
estado de equilibrio o tendencia al equilibrio.
O la acción de grupo es concebida como una
expresión de las “funciones” de una sociedad
o de un grupo, o como la expresión exterior de
elementos situados en la sociedad o el grupo,
tales como exigencias culturales, propósitos
societales, valores sociales o presiones insti-
tucionales. Estas concepciones típicas ignoran
o borran una visión de la vida o de la acción
de grupo como constituida por las acciones
colectivas o concertadas de los individuos
que buscan hacer frente a las situaciones de
su vida. Si se los reconoce de alguna manera,
los esfuerzos de los individuos por desarro-
llar actos colectivos para hacer frente a sus
situaciones son subsumidos bajo el fuego de
fuerzas subyacentes o trascendentes situadas
en la sociedad o sus partes. Los individuos que
componen la sociedad o el grupo se vuelven
132 Herbert Blumer
“portadores” o medios para la expresión de
tales fuerzas, y el comportamiento interpre-
tativo por medio del cual las personas forman
sus acciones es sólo un eslabón sometido a su
determinismo.
La indicación de las precedentes líneas de
discrepancia debería contribuir a poner en una
mejor perspectiva la posición de la interacción
simbólica. En el resto del presente artículo
deseo esbozar con más detalle el modo en que
aparece la sociedad humana desde el punto
de vista de la interacción simbólica y señalar
algunas implicaciones metodológicas.
La sociedad humana debe ser vista como
compuesta por individuos actuantes, y la
vida de la sociedad como constituida por
sus acciones. Las unidades actuantes pueden
ser individuos separados, colectividades
cuyos miembros actúan juntos en una em-
presa común, u organizaciones que actúan
en favor de individuos a los que representan.
Compradores individuales en un mercado, un
grupo de juego o un grupo misional, y una so-
ciedad anónima o una asociación profesional
nacional, son ejemplos respectivos. No hay
ninguna actividad empíricamente observable
en una sociedad humana que no surja de al-
guna unidad actuante. Esta afirmación trivial
debe ser subrayada, dada la práctica común
de los sociólogos de reducir la sociedad hu-
mana a unidades sociales que no actúan – por
ejemplo, las clases sociales en la sociedad
moderna. Obviamente, hay otras maneras de
considerar la sociedad humana distintas de
las que la concibe en términos de las unida-
des actuantes que la componen. Sólo quiero
señalar que en la que se refiere a la actividad
concreta o empírica, la sociedad humana debe
necesariamente ser concebida en términos de
las unidades actuantes que la forman. Y agre-
garía que cualquier esquema de la sociedad
humana que pretenda ser un análisis realista
tiene que respetar y ser congruente con el
reconocimiento empírico de que una sociedad
humana consiste en unidades actuantes.
Un respecto correspondiente debe demos-
trarse con relación a las condiciones en las
cuales tales unidades actúan. Una condición
primaria es que la acción tiene lugar en y con
respecto a una situación. Cualquiera sea la
unidad actuante – un individuo, una familia,
una escuela, una iglesia, una empresa econó-
mica, un sindicato obrero, una legislatura, etc.
–, toda acción particular es formada a la luz de
la situación en que tiene lugar. Esto conduce
al reconocimiento de una segunda condición
fundamental, a saber, que la acción es formada
o construida a través de la interpretación de
la situación. La unidad actuante tiene nece-
sariamente que identificar las cosas que tiene
que tomar en consideración – tareas, opor-
tunidades, obstáculos, medios, exigencias,
molestias, peligros, etc.; tiene que estimarlas
de alguna manera y tomar decisiones sobre
la base de esa estimación. Tal comporta-
miento interpretativo puede tener lugar en
un individuo que guía su propia acción, en
una colectividad de individuos que actúan en
forma concertada, o en “agentes” que obran en
representación de un grupo u organización. La
vida de grupo consiste en unidades actuantes
que desarrollan actos para hacer frente a las
situaciones en que se hallan colocadas.
Por lo común, la mayoría de las situaciones
que los individuos encuentran en una sociedad
determinada son definidas o “estructuradas”
por ellos de la misma manera. A través de la
interacción previa desarrollan y adquieren
comprensiones o definiciones comunes con
respecto a la manera de actuar en tal o cual
situación. Estas definiciones comunes permi-
ten a la gente obrar de manera semejante. El
comportamiento común y repetitivo de los
individuos en tales situaciones no debe con-
fundirnos haciéndonos creer que no hay allí en
juego ningún proceso de interpretación; por el
contrario, aunque fijadas, las acciones de los
individuos participantes son construidas por
ellos a través de un proceso de interpretación.
Puesto que se tiene a mano definiciones ya

hechas y de aceptación común, es pequeña la
tensión a que se ven sometidos los individuos
cuando se trata de orientar y organizar sus
actos. Sin embargo, muchas otras situaciones
pueden no ser definidas de una manera única
por los individuos participantes. En tal caso,
sus líneas de acción no se adecuan fácilmente
entre sí y la acción colectiva resulta bloquea-
da. Es necesario desarrollar interpretaciones y
elaborar una eficaz acomodación mutua de los
participantes. En el caso de tales situaciones
“no-definidas”, es necesario rastrear y estudiar
el proceso emergente de definición que se
pone en juego.
En la medida en que los sociólogos o estu-
diosos de la sociedad humana se ocupan del
comportamiento de unidades actuantes, la
posición interaccionista simbólica exige que
el estudioso aprehenda el proceso de interpre-
tación a través del cual ellas construyen sus
acciones. Este proceso no puede ser captado
por simple referencia a condiciones que son
antecedentes al proceso. Estas condiciones
antecedentes son útiles para comprender el
proceso en la medida en que las mismas entran
en él, pero, como se dijo anteriormente, ellas
no constituyen el proceso. Y tampoco es po-
sible captar el proceso tratando simplemente
de inferir su naturaleza de la acción manifiesta
que es su producto. Para aprehender el pro-
ceso, el estudioso debe adoptar el rol de la
unidad actuante cuyo comportamiento está
estudiando. Puesto que la interpretación es
hecha por la unidad actuante en términos de
objetos designados y apreciados, de signifi-
cados adquiridos y de decisiones tomadas, el
proceso debe ser considerado desde el punto
de vista de la unidad actuante. Es el reconoci-
miento de este hecho lo que hace tan notable
al trabajo de investigación de estudiosos tales
como R.E. Park y W.I. Thomas. Tratar de
aprehender el proceso interpretativo perma-
neciendo apartado como lo que se ha llamado
un observador “objetivo” y rehusando adoptar
el rol de la unidad actuante, es correr el riesgo
La sociedad como interacción simbólica 133
de caer en la peor clase de subjetivismo: es
probable que el observador objetivo construya
el proceso de interpretación con sus propias
conjeturas en lugar de captar el proceso tal
como se da en la experiencia de la unidad
actuante que lo usa.
En general, por supuesto, los sociólogos
no estudian la sociedad humana en términos
de sus unidades actuantes. En lugar de ello,
tienden a verla en términos de estructura u
organización y a tratar la acción social como
una expresión de tal estructura u organiza-
ción. Así, se deposita confianza en catego-
rías estructurales tales como sistema social,
cultura, normas, valores, estratificación
social, posiciones de status, roles sociales y
organización institucional. Estas son usadas
tanto para analizar la sociedad humana como
para dar cuenta de la acción social que tiene
lugar en su interior. Otros grandes intereses
de los estudios sociológicos se concentran
alrededor de este tema focal de la organi-
zación. Una línea de interés es considerar
la organización en término de las funciones
que se supone que cumple. Otra es estudiar la
organización de la sociedad como un sistema
que busca el equilibrio; aquí el estudioso se
esfuerza por detectar mecanismos que sean
internos al sistema. Una tercera línea de inte-
rés es identificar fuerzas que operan sobre la
organización para producir cambios en ella;
en este caso el estudioso se esfuerza, sobre
todo a través del estudio comparativo, por
aislar una relación entre factores causales y
resultados estructurales. Estas diversas líneas
de perspectiva e interés sociológicos, que es-
tán hoy tan fuertemente afirmadas, pasan por
alto las unidades actuantes de una sociedad
y dejan de lado el proceso interpretativo por
el cual tales unidades actuantes construyen
sus acciones.
Estos respectivos intereses en la organiza-
ción por un lado y en las unidades actuantes
por el otro, establecen la diferencia esencial
entre las concepciones convencionales de la
134 Herbert Blumer
sociedad humana y la concepción de la misma
que está implícita en la interacción simbólica.
Esta última reconoce la presencia de la orga-
nización en la sociedad humana y respeta su
importancia. Pero ve y trata la organización
de manera diferente. La diferencia se da según
dos líneas fundamentales. Primero, desde el
punto de vista de la interacción simbólica la
organización de una sociedad humana es el
marco dentro del cual la acción social tiene
lugar, y no el determinante de esa acción.
Segundo, tal organización y los cambios que
se producen en ella son el producto de la
actividad de unidades actuantes y no de “fuer-
zas” que no tienen en cuenta a tales unidades
actuantes. Es necesario explicar brevemente
cada una de estas dos líneas fundamentales de
divergencia, a fin de comprender mejor cómo
aparece la sociedad humana en términos de la
interacción simbólica.
Desde el punto de vista de la interacción
simbólica, la organización social es un marco
dentro del cual unidades actuantes desarrollan
sus acciones. Las características estructurales,
tales como la “cultura”, los “sistemas socia-
les”, la “estratificación social” o los “roles
sociales”, establecen condiciones para su
acción, pero no la determinan. Los individuos
– estos es, las unidades actuantes – no actúan
con respecto a la cultura, la estructura social
o cosas por el estilo: actúan con respecto a
situaciones. La organización social entra en
juego sólo en la medida en que da forma a las
situaciones en las que actúan los individuos,
y en la medida en que proporciona conjuntos
de símbolos establecidos que los individuos
usan en la interpretación de sus situaciones.
Estas dos formas de influencia de la organi-
zación social son importantes. En el caso de
sociedades establecidas y estabilizadas, tales
como tribus primitivas y comunidades campe-
sinas aisladas esta influencia es seguramente
profunda. En el caso de sociedades humanas,
particularmente de sociedades modernas,
en las que brotan corrientes de situaciones
nuevas y las antiguas se tornan inestables,
la influencia de la organización disminuye.
Debe tenerse presente que el elemento más
importante con que se enfrenta una unidad
actuante en sus situaciones son las acciones
de otras unidades actuantes. En la sociedad
moderna, con su creciente entrecruzamiento
de líneas de acción, es común el surgimiento
de situaciones en las que las acciones de los
participantes no están previamente regulari-
zadas y estandarizadas. En esta medida, la
organización social existente no conforma las
situaciones. Correspondiente, los símbolos o
instrumentos de interpretación usados por las
unidades actuantes en tales situaciones pueden
variar y cambiar considerablemente. Por estas
razones, la acción social puede sobrepasar
o apartarse de la organización existente en
cualquiera de sus dimensiones estructurales.
La organización de una sociedad humana no
debe ser identificada con el proceso de inter-
pretación usado por sus unidades actuantes:
aunque lo afecta, ella no abarca ni cubre ese
proceso.
Tal vez, la consecuencia más sobresaliente
de concebir a la sociedad como organización
es pasar por alto la parte que las unidades
actuantes desempeñan en el cambio social.
El procedimiento convencional de los soció-
logos es: a) identificar la sociedad humana (o
alguna de sus partes) en términos de una forma
establecida u organizada, b) identificar algún
factor o condición de cambio operante sobre
la sociedad o la parte de ella en cuestión, y
c) identificar la nueva forma asumida por la
sociedad tras la operación del factor de cam-
bio. Tales observaciones permiten al científico
establecer proposiciones en el sentido de que,
bajo la influencia de un determinado factor de
cambio, una forma organizada determinada
se convierte en una determinada forma nue-
va. Los ejemplos, que van de afirmaciones
groseras hasta proposiciones refinadas, son

legión, tales como que una depresión econó-
mica aumenta la solidaridad en las familias de
obreros o que la industrialización remplaza las
familias extensas por familias nucleares. Me
interesa aquí no la validez de tales proposi-
ciones sino la posición metodológica que ellas
presuponen. Esencialmente, tales proposicio-
nes o bien ignoran el rol del comportamiento
interpretativo de las unidades actuantes en el
caso de cambio en cuestión, o bien conside-
ran al comportamiento interpretativo como
determinado por el factor de cambio. Quiero
señalar que cualquier línea de cambio social,
puesto que implica cambio en la acción hu-
mana, pasa necesariamente por la mediación
de la interpretación por parte de los individuos
envueltos en el cambio – el cambio aparece
en la forma de situaciones nuevas en las que
los individuos tienen que construir formas
nuevas de acción. Además, de acuerdo con
lo dicho anteriormente, las interpretaciones
de la situaciones nuevas no están predeter-
minadas por las condiciones antecedentes a
las situaciones, sino que dependen de lo que
sea tomado en consideración y estimado en
las situaciones reales en las que se forma el
comportamiento. Es fácil que se produzcan
variaciones en la interpretación si unidades
actuantes diferentes recortan en la situación
objetos diferentes, o dan un peso diferente a
los objetos que observan, o agrupan los ob-
jetos según pautas diferentes. Sería prudente
reconocer, al formular proposiciones sobre el
cambio social, que todo caso de tal cambio es
La sociedad como interacción simbólica 135
mediado por unidades actuantes que interpre-
tan las situaciones con que se enfrentan.
Los estudiosos de la sociedad humana
tendrán que hacer frente a la cuestión de su
preocupación por las categorías de estructura
y organización puede ser armonizada con el
proceso interpretativo por medio del cual los
seres humanos, individual y colectivamente,
actúan en la sociedad humana. Es la discre-
pancia entre estas dos cosas la que molesta a
esos estudiosos en sus esfuerzos por alcanzar
proposiciones científicas del tipo logrado en
las ciencias físicas y biológicas. Es esta discre-
pancia, además, la que es principalmente res-
ponsable de la dificultad que encuentran para
adaptar proposiciones hipotéticas a nuevos
conjuntos de datos empíricos. Por supuesto,
se hacen esfuerzos por superar estos defec-
tos, ideando nuevas categorías estructurales,
formulando nuevas hipótesis estructurales,
desarrollando técnicas de investigación más
refinadas y hasta formulando nuevos esque-
mas metodológicos de carácter estructural.
Pero estos esfuerzos continúan ignorando
o disolviendo el proceso interpretativo por
el cual los individuos obran, individual o
colectivamente, en al sociedad. Permanece
abierta la cuestión de si la sociedad humana
o la acción social pueden ser analizados con
éxito por esquemas que se niegan a reconocer
a los seres humanos tales como son, a saber,
personas que construyen la acción individual
y colectiva a través de una interpretación de
las situaciones con que se enfrentan.