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Resiliencia: Entrevista a Boris Cyrulnik

Boris Cyrulnik, Burdeos, 1937. Psiquiatra, neurólogo y psicoanalista

Con sólo seis años, su familia exterminada y un designio por cumplir, Boris Cyrulnik
escapó de un campo de concentración nazi en 1943. Después aceptó su destino
errante sobreviviendo en centros de ayuda y hogares solidarios. Pero un final feliz
esperaba a Cyrulnik: a partir de su propia experiencia y su formación creó la rama del
campo “psi” que se conoce como resiliencia, es decir, la resistencia al sufrimiento y la
superación de los traumas psíquicos, en particular en los niños.

La idea de resiliencia, muy exitosa en Francia, entendida como una resistencia al


sufrimiento, está expresada en su libro más conocido: Los patitos feos. La
resiliencia: una infancia feliz no determina una vida (Gedisa), que estuvo primero
en ventas en Francia en el rubro no ficción y que, junto con otros títulos del autor,
vendió centenares de miles de ejemplares en todo el mundo. Desde su casa en La
Seyne sur mer, al sur de Francia, Cyrulnik eligió un domingo al mediodía para
conversar poco antes de llegar a Buenos Aires, en mayo de 2005. En breve se
conocerá su nuevo libro El amor que nos cura (Gedisa).

-¿De dónde proviene la palabra resiliencia? ¿Cuál es su basamento teórico?

-Viene del latín resalire que originó réseau (red), rebondir (rebotar, volver a animarse).
Y es un término que se emplea habitualmente en física para definir la potencia de
resistencia de una barra de hierro que se dobla hasta un determinado punto sin
romperse y que puede recuperar su forma. La resiliencia es un medio para
recuperarse después de un golpe traumático.

-Muchos han calificado esta teoría como una receta para la felicidad. ¿Usted lo ve así?

-Creo que no es verdad. La resiliencia es una pelea para volver a la vida. Cuando
hemos sido traumatizados, estamos en agonía psíquica. Si nos quedamos en ese
estado, sufriremos de un síndrome psico-traumático. Y si luchamos contra esa agonía
psíquica, podemos retomar un tipo de desarrollo, aunque la herida queda. Pero
volvemos de todos modos a la vida. Eso es lo que define una resiliencia. Uno vuelve a
vivir con la memoria y la huella de la herida, puede entonces, como todo el mundo,
tener momentos de felicidad, luchar contra la desdicha del trauma pero no es una
receta de felicidad.

-¿Sus libros no muestran demasiado optimismo en cuanto a la superación de los


traumas de la infancia? ¿Usted es, también, una persona optimista?

-No sé si yo soy optimista, creo que soy más bien un soñador. Pero es verdad que la
resiliencia es una teoría optimista. Lo cual no significa que sea la receta de la felicidad.
Permite no someterse a la herida y utilizar lo que funciona todavía en el alma del
herido para hacer un proceso de resiliencia. Y se ha subestimado terriblemente a los
niños o las personas heridas, lo que hace que se los haya abandonado y que a la vez
se haya creado una profecía autocumplida. Al abandonar a los niños o a las personas
heridas se los aislaba y efectivamente no salían adelante.

-¿Superó sus traumas de la infancia gracias a la resiliencia?

-No lo sé. No creo haber superado mis traumas entonces porque esa teoría no existía
cuando yo era chico. Tuve una infancia muy difícil. Después de la guerra todo el
mundo impedía que los chicos o los adultos hablaran; ni siquiera había ayuda social
para los niños que habían perdido a su familia en la guerra. Si las teorías de la
resiliencia hubieran sido trabajadas en esa época, probablemente yo habría sido
resiliente. Un poco tarde para mí. Pero espero que a los otros les sirva.

-¿Es posible superar un trauma? ¿De qué depende esa superación en la actualidad?

-No siempre es difícil superar un trauma. ¿De qué depende? Yo propongo que se
analicen tres niveles: el primero es la adquisición de los recursos internos antes del
trauma, o sea, el estilo de vínculo que quedó impregnado en la memoria del niño.
Cuando un niño tuvo un vínculo seguro desde los primeros meses de su vida, cuando
se produce una desgracia, va a buscar una madre de reemplazo, un adulto,
compañeros que le permitirán reanudar un tipo de existencia. El segundo nivel es el
significado que le atribuimos a lo que nos sucede. Y algunos se sienten terriblemente
golpeados por un trauma porque para ellos adquiere un significado aterrador, mientras
que el vecino se asombra incluso de que pueda sufrir por eso. Y el tercer nivel tiene
que ver con la disposición, alrededor del herido, por la familia, por la cultura, de tutores
de resiliencia. Si bien hay familias y culturas que proponen, que rodean bien a los
heridos y los ayudan a retomar un desarrollo resiliente, otras familias impiden la
reanudación de un desarrollo resiliente.

-Respecto del contexto sociopolítico, ¿un niño nacido en un país rico tiene más
posibilidades de superar el trauma que otro nacido en América Latina o en África?

-No, en absoluto. Es quizás al revés. Porque no es la pobreza lo que arruina el


desarrollo de un niño sino la privación de afecto y de cultura. Conozco países pobres
donde la gente es muy afectuosa y culta. En África se decía que "hace falta toda una
aldea para criar un niño”. Es una frase muy bella. Y cuando la madre moría, o había un
accidente, el niño sufría, pero a su alrededor la cultura había dispuesto muchos tutores
de resiliencia: un tío, una hermana mayor, la familia vecina que hacían que el niño
pudiera continuar un desarrollo humano. Mientras que en culturas de países
desarrollados los niños están cada vez mas aislados. Ahora los cuidan televisores de
gran calidad y heladeras llenas de cosas dulces y grasas. Vemos que esos niños se
vuelven obesos, agresivos, suicidas, desdichados y si se produce una desgracia, son
muy vulnerables. La cultura y el afecto estimulan la resiliencia y no la billetera.

-¿Y los traumas que se adquieren en la vida adulta, pueden tratarse con éxito?

-Sí, incluso en la vejez. Estuve trabajando con un grupo de investigación sobre la


resiliencia de vejez. En la vejez los aprendizajes ya no son biológicos, son sumamente
lentos en comparación con la vivacidad sorprendente y prodigiosa de los niños. Pero,
en compensación, la identidad narrativa, o sea la representación de imágenes y
palabras que uno hace de sí mismo en la vejez es más fuerte que nunca: la verbalidad
y el relato es un punto fuerte de las personas mayores. Vemos incluso que cuando
fueron heridos en su infancia, los que después pudieron poner en marcha un proceso
de resiliencia tienen una vejez muy feliz. Y los que sufren durante su vejez son los que
no han sido ayudados a hacer un proceso, un trabajo de resiliencia.

-¿Cree que las memorias colectivas deben olvidar su pasado traumático para
sobrevivir como lo ha sugerido anteriormente?

-Creo que hay dos malas soluciones. La primera mala solución es olvidar y la segunda
mala solución es no olvidar. En cuanto a la primera opción, si nos amputamos una
parte de nuestra historia, si reprimimos representaciones insoportables, corremos el
riesgo de quedar sometidos a nuestro pasado y repetir los mismos errores. Y en
cuanto a la segunda, pensamos siempre en la herida, el sufrimiento y no podemos
escapar, somos víctimas, prisioneros de nuestro pasado. Yo propongo no olvidar pero
hacer algo con la herida. Si uno fue traumatizado, no hay que olvidar, hay que tratar de
comprender por qué hubo agresores; cómo volver a la vida y qué se puede hacer para
que no se repita o que otros aprovechen esa experiencia.

-¿Pero se puede pensar esa idea colectivamente? ¿Un país, por ejemplo, que debe
construir su futuro a partir de un pasado trágico, cómo lo hace?

-La memoria individual o colectiva es siempre una reconstrucción. Es decir que vamos
a buscar intencionalmente en nuestro pasado fragmentos de verdad con los cuales
nos hacemos una representación que es diferente de una persona a otra o de una
cultura a otra. Por lo tanto, todo pasado es una reconstrucción. Lo que explica las
divergencias sorprendentes de los testimonios, por ejemplo. Pero eso permite también
retrabajar la herida pasada, no someterse a ella y hacer un proceso de resiliencia. Yo
trabajo con armenios franceses o de origen árabe de varias generaciones que
sufrieron y sufren el genocidio pero lo callan. Cuando hice la misma observación con
judíos perseguidos durante la Segunda
Guerra, me di cuenta de que todos quisieron hablar de eso apenas terminó la guerra.
Los armenios sufrieron y no pudieron trabajar su pasado, su cultura los hizo callar. Los
otros no olvidaron su pasado, hicieron procesos resilientes y lograron una vida muy
agradable. Piensan mucho en sus heridas pero no están sometidos a ellas.

El pensamiento de Cyrulnik suele provocar escozores en el ámbito psicoanalítico. Es


que su pensamiento terapéutico plantea el abordaje de la problemática del paciente a
partir de su situación presente, se trata de olvidar aquello que hace daño. Los
psicoanalistas critican la falta de profundidad en el origen de los traumas. Además,
contrariamente al psicoanálisis freudiano, Cyrulnik piensa que existe una "culpabilidad
buena", que "invita a evitar hacer daño porque uno se pone en el lugar del otro", y que
él toma como un posible fundamento de la moral.

-¿Tiene una relación ríspida con algunos psicoanalistas?

-Ante todo, la teoría de la resiliencia nació y viene del psicoanálisis. Anna Freud, René
Spitz, muchos psicoanalistas franceses e ingleses, se reunían en la clínica Tavistock,
Londres, para elaborar procesos que permitieran ayudar a los niños traumatizados por
la guerra a retomar una forma de evolución. Estos psicoanalistas se reunían con
etólogos que les enseñaban métodos de observación. Y ocurre que la mayoría de los
psicoanalistas están muy interesados en la teoría de la resiliencia y vienen a trabajar
con nosotros o incluso la usan para enriquecer el psicoanálisis. Pero es verdad que
una pequeña proporción de psicoanalistas sectarios -que son muy pocos pero existen-
están muy molestos con las teorías de la resiliencia, son grandes críticos. Se
equivocan porque la teoría de la resiliencia confirma y ubica al psicoanálisis como un
tutor de resiliencia explícito y uno de los más eficaces. O sea que, ni teórica ni
prácticamente la resiliencia cuestiona el psicoanálisis.
Al contrario, utilizamos conceptos psicoanalíticos y enriquecemos el psicoanálisis.

-¿Cuando habla de sectarios se refiere a los lacanianos?

-Sí, son los lacanianos. Pero se equivocan porque Lacan se inspiró mucho en la
etología. "El estadio del espejo" viene de la etología y él lo cita muy claramente como
la formación del je (yo). En la articulación de lo real y lo imaginario, también cita la
etología. O sea que las piezas principales de la teoría lacaniana vienen de la etología.
Hay un grupo muy pequeño de lacanianos que es hostil a esta teoría de la resiliencia.
Porque creo que no han leído lo suficiente a Lacan.
-¿Y cuando recibe un paciente sabe cuál será la duración de la relación, del
tratamiento?

-No. Es imposible saberlo porque en las teorías de la resiliencia no es una causa la


que produce un efecto. Y eso es algo que han dicho claramente Freud y Lacan. Es
imposible explicar la psicosis por una sola causa. La psicoterapia, el psicoanálisis son
tutores de resiliencia importantes pero no son los únicos. También está la cultura, la
familia, y muchos heridos a menudo toman conciencia de algo leyendo un libro, viendo
una película y luego lo elaboran en una sesión psicoanalítica.

-¿Se puede decir que todos somos resilientes, porque todos queremos combatir el
dolor?

-No, no. No todos queremos combatir la infelicidad y el sufrimiento. Freud nos enseñó
que la compulsión a la repetición llevaba a las personas a ir a buscar el sufrimiento.
Además, en las personas de edad el sufrimiento constituye a veces el único
componente de su identidad. Comienzan por un mal de Alzheimer, se sienten
tranquilizados cuando sufren porque tienen la prueba de que todavía existen. Por lo
tanto, la compulsión a la repetición es una búsqueda del sufrimiento, de situaciones
que provocan infelicidad. Y no todos evitan la infelicidad. Los drogadictos no saben
muy bien quienes son, corren riesgos excesivos. Van a sufrir, van a tener miedo y lo
hacen porque, a cambio, de eso constituyen su identidad y descubren de qué son
capaces cuando una sociedad demasiado protectora les impide descubrir lo que
quieren y lo que valen. Pienso que cuando uno se somete al inconsciente -los
psicoanalistas no hablan de otra cosa- se ve forzado a la compulsión de repetición. Y
la resiliencia es, al contrario, escapar, liberarse de esa compulsión a la repetición.

-¿Usted se considera una persona feliz?

-A menudo. No siempre. Pienso que la felicidad hay que buscarla y hay que esperarla.
Y en ese caso, cada tanto, uno la obtiene.-

(Entrevista realizada por Héctor Pavón)


Fuente: Revista Ñ, 30.4.2005

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