Antes de que Magdeburgo se pasase al luteranismo, sus
hermosos templos hervían de multitudes creyentes y devotas, cuyo fervor típicamente popular se derramaba festiva y solemnemente por las calles, sobre todo en las procesiones del domingo de Ramos, lunes de Pascua, Ascensión, lunes de Pentecostés y fiesta de San Florencio (22 de septiembre). ¿Dónde se hospedó nuestro Martín? A ciencia cierta no lo sabemos. Es probable que hallase su primer alojamiento en casa de un oficial de la curia arzobispal por nombre Pablo Mosshauer, natural de Mansfeld. Que por lo menos habitó allí alguna temporada, parece deducirse de una carta de Lutero al burgomaestre de Magdeburgo en 1522, Nicolás Storm, en que le dice: «Es verdad que os conocí no en vuestra casa, sino en la del Dr. Pablo Mosshauer, cuando él era oficial de la curia y usted venía alguna vez como huésped». Que frecuentó la escuela catedralicia parece cierto. Era la más famosa e importante de la ciudad y la que, sin duda, estaba en las miras de Hans Luder cuando envió a su hijo a Magdeburgo. Pero esto plantea un problema de no fácil solución. Lo ha estudiado Otto Scheel con la minuciosidad y crítica que le caracterizan, y sus argumentos nos parecen en lo sustancial irrebatibles. Es el caso que el propio Lutero afirmó el 15 de junio de 1522 de una manera terminante y categórica que él «fue con Juan Reinecke a la escuela de los Nülibrüder» (o Hermanos de la Vida Común). ¿Cómo puede tal afirmación ser verdadera, si tales Hermanos no poseían entonces en Magdeburgo ninguna escuela o colegio público? Los Hermanos de la Vida Común, representantes típicos de la Devotio moderna y promotores de una reforma cristiana en sentido tradicional, constituían una asociación mixta de sacerdotes y laicos que vivían en comunidad bajo un rector, sin votos religiosos, pero sometidos a ciertos estatutos casi monacales. Estaban muy extendidos por Westfalia y la Baja Sajonia. De Hil- desheim pasaron en 1482 a Magdeburgo, donde lograron instalarse, no sin resistencia de la ciudad, y construir un modesto oratorio. Precisamente en enero de 1497, pocos meses antes de llegar Lutero, obtuvieron del Concejo municipal plena libertad de acción. Su casa se hallaba en la proximidad de la catedral y de la escuela adjunta. Escuela propia no tenían. Conforme a sus estatutos y costumbres, podemos dar por seguro que también aquí, como en otras partes, procurarían ser admitidos en la escuela catedralicia para tener algunas collationes, o conferencias espirituales, con los estudiantes, exhortándolos a reformar sus costumbres, a frecuentar los sacramentos, a leer fragmentos de la Escritura y de los Santos Padres, a abrazar la vida monástica, y enseñándoles una religiosidad más interior, más personal y menos formalista de lo que entonces se acostumbraba. Estos fratres collationarii —que también así se les apellidaba—, ¿darían además algunas lecciones sobre disciplinas relativas al trivium en la escuela catedralicia de Magdeburgo? Probablemente, no. Pero es lo cierto que el joven Martín los vio, los escuchó, conversó con ellos, y esto le bastó para persuadirse que había asistido a una escuela de aquellos Hermanos, que con tanta sinceridad cristiana hablaban en sus collationes, y que se distinguían por su vida ascética y su voluntad de renovación espiritual. Esta me parece la única solución probable. La hipótesis lanzada por algunos de que el joven Martín viviría como pensionado en casa de los Hermanos de la Vida Común, recibiendo allí instrucción privada, carece de verosimilitud y de prueba do- cumental. El provecho moral y religioso que pudo sacar del trato y conversación con aquellos cristianos auténticos no debió de ser muy considerable, por la sencilla razón de que la estancia de Lutero en Magdeburgo escasamente llegaría a un año. Profunda impresión de ascetismo y de renuncia a las dignidades y riquezas de este mundo recibió el joven escolar contemplando a un anciano fraile mendicante que había sido príncipe de