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dificultades a la admisión de sus hermanos de la provincia.

Oficialmente se juntaban en Staupitz los dos títulos: el de vicario y el de provincial, según


consta por un documento de Egidio de Viterbo del 25 de junio de 1509; pero, mientras no se
promulgase la bula de Memmingen, la unión de la provincia y de la Congregación no tenía
efecto.
Había pensado Fr. Egidio hacer un viaje a Alemania en 1508, sin duda con el fin de allanar los
últimos obstáculos y de afianzar más y más los vínculos de los observantes con Roma; pero
renunció a ello, quizá por la guerra entre Maximiliano y Venecia. Vemos, en cambio, que
Staupitz planea un viaje a la Ciudad Eterna, no realizado hasta mayo del año siguiente con
ocasión del capítulo general de la Orden.
La venida del agustino alemán a la curia generalicia la estimó Fr. Egidio de Viterbo como un
triunfo de la autoridad central sobre la Congregación: ésta venía a poner su cuello bajo el yugo
romano.
Por su parte, él supo mostrarse generoso y magnánimo, pues el 14 de junio nombró de nuevo a
Staupitz vicario y provincial, y el 26 del mismo mes le escribió una carta confirmándolo en sus
dos altos cargos y recomendándole ardorosamente la unión entre los frailes. Todos, lo mismo
clérigos que legos, debían obedecer a Staupitz, bajo pena de privación de voz activa y pasiva y de
otros gravísimos castigos.
Fuerte con tales documentos, el vicario general convocó a los Padres de la Congregación en
Neustadt el 8 de septiembre. Allí se aceptó sin resistencia la fusión jurídica con la provincia, y
fue entonces cuando Staupitz creyó llegado el momento de promulgar la bula de Memmingen.
Así lo hizo desde Wittenberg el 30 de septiembre de 1510.

Oposición de los más observantes


Los obstáculos y las resistencias no tardaron en resurgir. Varios conventos de los
pertenecientes a la Observancia, apoyándose en los privilegios pontificios y en la misma bula del
cardenal Bernardino de Carvajal, creyeron que la manera como se realizaba la fusión, por ocultas
maniobras entre el prior general y el vicario, sin consultar de nuevo a la Santa Sede, era ilegítima
y además resultaría perjudicial para la verdadera reforma monástica; por eso se opusieron
enérgicamente a ella. En primer lugar, el convento de Nuremberg, apoyado y acaso incitado por
el Concejo municipal, y después los de Kulmbach, Königsberg, Sangerhausen, Nordhausen,
Sternberg y Erfurt; siete conventos acaudillados por Fr. Simón Kayser, vicario de distrito en
Kulmbach.
En Erfurt, el cabecilla de la oposición era Fr. Juan Nathin, uno de los más prestigiosos
teólogos del convento y de la Universidad, que ya bajo Andrés Proles había trabajado muy
activamente en pro de la Observancia.
Este se ganó la confianza del joven maestro Martín Lutero, a quien no dudaba en recomendar
públicamente, atrayéndolo a su partido. Teniendo que hacer un día Fr. Juan Nathin la visita del
monasterio de monjas de Mühlhausen (junto a Ehrenbreitstein), llevó consigo a Fr. Martín, y
delante de aquellas religiosas «lo elogió como a un segundo Pablo, convertido maravillosamente
por Cristo», y como a sacerdote de reconocida piedad.
¿Y quién sabe si fue el mismo Nathin, regente de estudios en el convento, quien, receloso de
Staupitz y estimador de las dotes de Fr. Martín, hizo venir a éste de la Universidad de Wittenberg
en 1509 para que enseñase teología a su lado en Erfurt? Ya hemos visto cómo lo defendió
enérgicamente contra el decano de la Facultad teológica erfurdiense.
El hecho de que ahora se alistase Lutero entre los adversarios de Staupitz, habiendo sido el
año anterior su hijo espiritual, no deja de presentar dificultades y puntos oscuros, que no

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