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POLICIA DE INVESTIGACIONES DE CHILE

Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales:


“Una Revisión de la experiencia”.

Instituto de Criminología (INSCRIM)

Jefatura Nacional de Delitos Contra la Familia


POLICÍA DE INVESTIGACIONES DE CHILE

DIRECTOR GENERAL

Marcos Vásquez Meza

JEFE NACIONAL DE DELITOS CONTRA FAMILIA

Prefecto Rolando Gaete Cáceres

INSTITUTO DE CRIMINOLOGÍA

Director Subprefecto Juan Zapata Sandoval

ORGANISMOS COLABORADORES CAVAS METROPOLITANO

SERVICIO NACIONAL DE MENORES


SENAME

SERVICIO NACIONAL DE LA MUJER


SERNAM

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VERSIÓN 2011

COMITÉ EDITORIAL:

Ps. Carmen Luz Escala Castro


Ps. Lucía Núñez Hidalgo
Ps. María de los Ángeles Aliste Sánchez
Ps. Paula Vergara Cortés
Ps. Ximena Aguiar Desormeaux

Profesionales que participaron en la elaboración de la versión 2011:

Ps. Ana Bouquillard Vásquez


Ps. Arlette Prado Carranza
Ps. Bárbara Mahana Goldberg
Ps. Carmen Luz Escala Castro
As. Soc. Carolina Cortés Catalán
Ps. Carolina López López
Ps. Cecilia Yañez Knaack
Ps. Claudia Capella Sepúlveda
Ps. Claudia Rojas Awad
As. Soc. Edith Carrasco Allendes
Ps. Francisco Aliste Sánchez
Ps. Luisa Guzmán Aray
Ps. Lucía Núñez Hidalgo
Ps. María de los Ángeles Aliste Sánchez
Ps. María de los Ángeles Tornero Gómez
Ps. Miguel Arros Cortés
Ps. Paula Vergara Cortés
Ab. Sebastián Mandiola Tagle
Ps. Ximena Aguiar Desormeaux

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Reconocimiento a los profesionales que participaron en la elaboraron de la versión, año 2003

COMITÉ EDITORIAL
Carolina Navarro Medel
Lorena Contreras Taibo
Marcelo Pérez Adasme
Rodrigo Torres Vicent
Sofía Huerta Castro

Profesionales que participaron en la elaboración de la versión 2003

Ps. Carolina Navarro M


Ps. Claudia Capella S.
As. Soc. Edith Carrasco A.
Ps. Jenniffer Miranda M.
Ps. Johanna Narr A.
Ps. José Matías Camus W.
Ps. Lorena Contreras T.
Ps. Luisa Guzmán A.
Ps. Lucía Núñez H.
As. Soc. Lucía Finschi H.
Ps. Maricarmen Alhambra C.
Ps. María de los Ángeles Aliste S.
Ps. Paula Vergara C.
Ps. Sofía Huerta C.
Ab. Sebastián Mandiola T.

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INTEGRANTES DE CAVAS METROPOLITANO 2011
Área Reparación

Coordinadora Unidad de Atención Infanto Juvenil: Ps. Paula Vergara Cortés

Coordinadora Unidad de Atención Adultos: Ps. María de los Ángeles Aliste Sánchez

Coordinadora Unidad de Gestión Área Reparación: Ps. Ximena Aguiar Desorrmeaux

Coordinadora Unidad de Investigación: Ps. Carmen Luz Escala Castro

Unidad de Atención Infanto-Juvenil

Equipo Atención Infantil

Supervisora Técnica: Ps. Lucía Núñez Hidalgo

Ps. Ana Bouquillard Vásquez


Ps. Analía Socorro Socorro
Ps. Claudia Capella Sepúlveda
Ps. Francisco Aliste Sánchez
Ps. María de los Ángeles Tornero Gómez
Ps. María Jesús Salas Charme
Ps. Paulina Álvarez Zavala

Equipo Atención Adolescente

Supervisora Técnica: Ps. Luisa Guzmán Aray

Ps. Andrea Vera Mondaca


Ps. Carolina López López
Ps. Cecilia Yañez Knaack
Ps. María Teresa Baquedano
Ps. Miguel Arros Cortés

Equipo Social

Supervisora Técnica: As. Soc. Edith Carrasco Allendes

As. Soc. Augusto Concha Moreno


As. Soc. Carolina Cortés Catalán
As. Soc. Gonzalo Hevia Lepeley
As. Soc. Judith Artiaga Orrego
Téc. Jur. Aracelli González Valenzuela
Téc. Soc. Patricia Zenteno Muñoz

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Psq. Infanto-Juvenil Verónica Bennet Nualart

Unidad de Atención Adultos

As. Soc. Angélica González Cantillana


Psq. Ana Musalem Nazar
As. Soc. Andrea Pérez Quezada
Ps. Bárbara Mahana Goldberg
Ps. Christian Saavedra Zárate
Ps. Claudia Rojas Awad
Téc. Soc. Karla Zúñiga Ramírez
Ps. Leonardo Medeiros Ruiz
Ps. Maricarmen Alhambra Carvajal
Ps. Pamela Lorca Santander
As. Soc. Soledad Latorre Latorre
Ps. Ximena Vergara Low

Abogada del Centro: Karen Jadue Becker

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN VERSIÓN 2003

CAPÍTULO I EL CENTRO DE ATENCIÓN A VÍCTIMAS DE ATENTADOS SEXUALES

1. Introducción
2. Objetivos General y Específicos
3. Población Potencial y Objetivo
4. Estructura Organizacional

5. Mecanismos de Coordinación Técnica y Monitoreo de las Actividades


5.1 Coordinación con la Dirección y Gestión del Centro
5.2 Supervisión del Desempeño Profesional y la Labor Administrativa
5.3 Mecanismos de Coordinación de las Actividades
5.4 Coordinación con otras Instituciones
5.5 Coordinación con las Instituciones Asociadas a Convenio

6. Estrategias de Autociudado

CAPÍTULO II MARCO TEÓRICO INTEGRATIVO

1. Perspectiva Jurídica
2. Perspectiva Psicosocial

2.1 Conceptualización de Agresión Sexual

2.2 La Agresión Sexual como un Proceso de Victimización

2.3 Tipología de la Agresión Sexual


2.3.1 Agresión Sexual Extrafamiliar
2.3.2 Agresión Sexual Intrafamiliar

2.4 Dinámicas Comprensivas respecto a la Agresión Sexual


2.4.1 Modelos Clásicos del fenómeno de la Agresión Sexual
a. La Perspectiva de Jorge Barudy: de la agresión a la develación
b. Perspectiva de Reynaldo Perrone: El Concepto de Hechizo
2.4.2 Consideraciones Específicas en Torno a la Dinámica Incestuosa
a. El Rol de la Madre
b. El Patrón de Tolerancia en la Pareja Parental

2.5 El Proceso de la Develación de la Agresión Sexual


2.5.1 Tipo de Develación de la Agresión Sexual
2.5.2 El Fenómeno de la Retractación

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2.6 Factores de Riesgo y Factores Protectores frente a la Agresión Sexual
2.6.1 Factores de Riesgo o Vulnerabilidad
2.6.2 Factores Protectores o de Resiliencia

2.7 Daño Psicosocial


2.7.1 Daño Psicosocial Asociado a la Agresión Sexual en la Infancia
a. Expresiones Sintomáticas Reactivas a la Agresión Sexual
b. Impacto de la Agresión Sexual en el Largo Plazo
b.1 La Perspectiva de Roland Summit: El Síndrome de Acomodación
b.2 Modelo de las Dinámicas Trumatogénicas de Finkhelor y Browne
b.3 Sexualización del Comportamiento. De la Alteración en el desarrollo
Psicosexual a la Alteración Vincular.

2.7.2 Daño Psicosocial en Adultos


a. Expresiones Sintomáticas Reactivas a la Agresión Sexual
b. Conflictivas Psicológicas de la Victimización Sexual
2.7.3 Aportes desde una Perspectiva Victimológica para la Comprensión del daño
Psicosocial asociado a la Agresión Sexual Infantil.
a. El Peligro de la Revictimización: La carrera de la Víctima
b. Transformación de la Víctima en victimarios

Capítulo III Modelo de Intervención Integral para Víctimas de Agresiones Sexuales

1. Modelo Intervención Psicosocial Infanto-Juvenil


1.1.Objetivos
1.2.Etapas de la Intervención
1.2.1. Etapa Diagnóstica
a. El proceso de Calificación Diagnóstica
a.1. Entrevista de ingreso psicosocial
a.2. Entrevista social
a.3. Entrevista psicológica
a.4. Entrevista de devolución
b. Profundización Diagnóstica
b.1. Diagnóstico psicológico individual
b.2.Diagnóstico familiar
b.3. Diagnóstico social
b.4. diagnóstico legal (revisar)
c. Fin etapa diagnóstica: construcción Plan de Intervención Individualizado
1.2.2. Intervención Reparatoria Especializada
a. Intervención Social
b. Intervención Psicológica
b.1. Terapia Individual
b.2. Terapia individual en coordinación con padres y/o red social
b.3.Terapia Familiar
c. Intervención Grupal
c.1. Terapia de grupo con niños

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c.2. Intervención social con grupo con padres y/o figuras responsables
1.2.3. Etapa de Egreso y Seguimiento

2. Modelo Intervención Especializado en Adultos


2.1.Violencia Sexual en edad Adulta
2.1.1. Objetivos
2.1.2. Modalidades y Focos de Intervención
a. Intervención en Crisis
b. Intervención Reparatoria Especializada
b.1. Intervención Psicológica
b.2. Intervención Social
b.3. Intervención Legal
2.2.Violencia Sexual en la Infancia y/o Adolescencia
2.2.1 Objetivos
2.2.2 Focos, estrategias y técnicas de la intervención psicológica
2.2.3 Intervención Social
2.2.4 Intervención Psiquiátrica
2.2.5 Intervención Legal

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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PRESENTACIÓN VERSIÓN 2003

Este libro viene a constituir un viejo anhelo de todos los que han participado en un fascinante
proyecto, el Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales, CAVAS, inserto en la Policía de
Investigaciones de Chile, cuyo equipo profesional de carácter interdisciplinario, por más de 16
años, ha contribuido no sólo a la reparación del daño psicosocial que han experimentado las
víctimas producto del delito, sino que, precisamente, ha puesto a la víctima en el centro de
atención del sistema penal.

En primer lugar, deseo explicitar un merecido reconocimiento a todos los que han sido parte
integrante del Centro, desde sus titubeantes inicios hasta aquellos que hoy conforman un sólido
equipo profesional de amplio prestigio en el medio científico ligado al sistema penal, como de la
comunidad en general. Todos ellos, desde sus diversos roles y funciones, ya sea como profesional
o como apoyo a la función terapéutica, han dado muestras de un envidiable espíritu de
solidaridad, compromiso con el servicio público y de respeto por las personas que se encuentran
en una situación de aflicción o vulnerabilidad.

Un mérito especial tiene el actual equipo profesional, que tras dos años de arduo trabajo ha
podido sistematizar la valiosa información acumulada que se presenta hoy en este invaluable
documento, que sintetiza la experiencia de su trabajo con más de 9.000 víctimas de delitos
sexuales que han concurrido hasta el Centro buscando ayuda. Valga también un reconocimiento a
las víctimas, especialmente niños y mujeres, que han confiado en los profesionales del CAVAS, al
exponer sus conflictos más íntimos y abrir sus vidas como una forma de encontrar el equilibrio que
les permita reconstruir su continuo vital, sin duda ellas han sido el motivo de inspiración de este
libro.

HISTORIA

Dentro del desarrollo mundial de la Victimología, existe consenso que uno de los hitos
importantes corresponde a los acuerdos alcanzados en 1985 en Milán, Italia, con ocasión del
VIICongreso de Naciones Unidas para la “Prevención del delito y tratamiento del delincuente”. En
efecto, desde allí surgen una serie de recomendaciones para los países, entre las cuales, se
encuentran consideraciones respecto al trato, la privacidad, el tratamiento y la información a las
víctimas del delito, en especial, se aboga por aquellas más afectadas por la acción delictiva, como
son niños y mujeres víctimas del delito sexual. Asimismo, se insta a los gobiernos a la creación de
Centros Victimológicos con la tarea de acoger y reparar en lo posible los daños psicológicos y
sociales de las víctimas del delito.

Se podría señalar que las principales motivaciones subyacentes a la creación del Centro fueron,
por una parte, el conocimiento de tales acuerdos derivados del seno de Naciones Unidas, que
sentaron las bases para conformar lo que hoy llamamos el “derecho victimal” y, por otra, la
constante vinculación con la realidad observada en la Brigada Investigadora de Delitos Sexuales y
Menores de la Policía de Investigaciones de Chile, lugar al que llegaban numerosas personas,
particularmente menores de edad y mujeres, con el drama de haber sido víctimas de algún delito
sexual, sin tener la posibilidad de concurrir a algún establecimiento especializado con el fin de
recuperarse del daño experimentado.

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En este contexto, sólo dos años después de las importantes recomendaciones elaboradas por la
ONU, luego de una proposición al Director General de la Policía de Investigaciones de la época, se
consolida el primer centro victimológico del país, el Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados
Sexuales - CAVASy segundo en Iberoamérica, luego del creado por la Dra. Hilda Marchiori en
Córdoba, Argentina, en 1986.

Debe entenderse que la historia de la victimología en nuestro país comienza a escribirse en el año
1987, precisamente con la inauguración del CAVAS, el día 17 de noviembre, con la presencia de
importantes autoridades de gobierno, como los ministros de Educación, Salud e Interior. Luego de
cinco arduos meses de preparación del equipo profesional y de apoyo, el Centro inicia su fructífera
labor tendiente, por una parte, a asistir en forma integral a las víctimas de los delitos sexuales
como a sus figuras significativas y, por otra, a elaborar estrategias que permitan a la comunidad
lograr una efectiva prevención de estos ilícitos.

En verdad, el Centro nace en momentos difíciles de nuestra historia. Un país caracterizado por una
evidente concentración del poder en el gobierno, traducida en restricciones de las libertades
públicas que conllevaban una escasa participación ciudadana, lo que se acentuaba con una clara
polarización ideológica en la que el país se encontraba, además de un notorio cuestio-namiento
por parte de la comunidad internacional tanto de la forma cómo se actuaba con relación a los
derechos humanos, así como de la adopción de políticas centradas en crecimientos
macroeconómicos, de corte neoliberal que, en algún sentido descuidaban una visión social de los
conflictos.

En este contexto, la inserción de un Centro Victimológico al interior de la policía, podría haber sido
considerado por algunos como una oportunidad para mejorar su imagen pública deteriorada
producto del momento político – social que el país vivía; sin embargo, el apoyo a este proyecto
con un incuestionable sentido humanitario, por parte de sus máximas autoridades, llevó a que la
propia Policía de Investigaciones se consolidara, gracias al CAVAS, en los ámbitos judiciales,
académicos y comunitarios, tanto nacionales como internacionales, en una organización
preocupada por la salvaguardia de los derechos de las personas: el derecho a vivir en una sociedad
más segura y el derecho a poder optar a la reparación de los daños psicológicos causados por el
delito.

Dada esta situación, el equipo profesional interdisciplinario estimó necesario ir satisfaciendo otras
expectativas de la comunidad, del sistema judicial, de las redes sociales y de la propia institución.

A partir de ello, en 1991, se presentó a la Dirección General de la Policía un proyecto de creación


del Instituto de Criminología - INSCRIM, entidad que acogería las tareas victimológicas efectuadas
por el Centro e incrementaría sus funciones con relación al desarrollo de investigaciones científicas
y realización de peritajes de la especialidad. El Director General de la época, Horacio Toro Iturra,
con una clara visión futurista, aprobó el proyecto y otorgó un indiscutible apoyo a esta ampliación
de tareas.

Lo anterior, llevó a que la tarea victimológica del CAVASadquiriera un marco conceptual y


epistemológico, de orden criminológico, que facilitó la mirada y, finalmente, la comprensión de las
funciones específicas en un contexto más integrativo, acorde con una visión moderna de los
conflictos sociales.

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La investigación científica pasó a ser un objetivo esencial del equipo, era preciso tener los
fundamentos necesarios para mejorar la función y alcanzar una alta especialización en el área. Así,
se fueron generando diversos convenios con universidades que dictan las carreras de psicología,
trabajo social y derecho, para la realización de prácticas profesionales, como asimismo, se
ofrecieron temas de interés victimológico y criminológico con el fin de elaborar tesis de grado y
memorias de título a licenciados, que con su aporte han ayudado a conformar un bagaje científico
fundamental para diseñar adecuadas estrategias terapéuticas, presentar nuevos modelos de
intervención, revisar las metodologías empleadas en el ámbito de peritajes; como asimismo,
investigaciones tendientes a la dimensión de la criminalidad, como lo son los estudios de
victimización.

Una de las tareas más importantes asumidas por el INSCRIM, por la implicancia que tiene para los
procesos judiciales, es la referida a los peritajes, en especial, aquellas que dicen relación con los
delitos sexuales, que diagnostican el daño psicosocial de las víctimas o valoran la credibilidad de
sus declaraciones y la de imputados que son prestadas en los tribunales. Las pericias, sin lugar a
dudas, se han transformado en valiosos aportes para una mejor administración de justicia, en la
medida que los jueces pueden contar, para el ejercicio de su delicada misión, con una valoración
de los trastornos psíquicos de la víctima, como igualmente, pueden tener otra perspectiva
profesional acerca de la veracidad de los testimonios de los participantes, que les facilite la difícil
determinación de acreditar o rechazar la presencia de un ilícito.

Esta labor pericial obtuvo un importante reconocimiento, mediante un autoacordado resuelto por
la Corte Suprema, en Octubre de 1996, que señala que los informes realizados por los
profesionales que se desempeñan en el Instituto de Criminología tienen el carácter de peritajes. A
partir de esta resolución, la demanda de intervenciones provenientes desde los tribunales se vio
incrementada en forma notoria, pasando a ser ésta una labor primordial del Instituto.

Pero la preocupación de la dirección del INSCRIM no sólo se centró en la reparación y en el apoyo


a la mejor administración de justicia, sino que fijó sus esfuerzos de gestión en conocer de mejor
manera la realidad criminal del país. Es así como el año 1996, junto a tres licenciados en psicología
de la Universidad de Chile, se realizó en la comuna de La Florida, el primer Estudio de
Victimización, válido desde el punto de vista metodológico. Esta experiencia le valió
posteriormente para encabezar la realización de la primera jornada sobre “Victimización en la
Región Metropolitana”, encargada por la División Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior.

Este estudio de carácter pionero, que contó con el patrocinio del Instituto Latinoamericano de las
Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente, representó un
importante desafío en el campo de la investigación científica del fenómeno criminal aplicado a la
realidad nacional. Su análisis se fijó en el fenómeno de victimización desde una perspectiva
psicosocial, por lo que tomó en cuenta todos aquellos aspectos relevantes que ocurren en torno al
proceso en el cual una persona se convierte en víctima de un delito. Dentro del proceso de
victimización, se describieron sus componentes fundamentales: el delincuente, la víctima, el delito
y los factores situacionales que conforman el fenómeno delictual; profundizando el análisis en las
consecuencias que el delito provoca en las víctimas. Las consecuencias de la victimización son
siempre negativas, sobretodo porque genera perturbaciones a nivel conductual, que inhiben el
normal desarrollo de las personas victimizadas al verse quebrantada y violada su integridad
psicológica, física y/o económica.

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El trabajo profesional, la esmerada dedicación de todos sus integrantes y la experticia alcanzada
por casi dos décadas en el plano criminológico y victimológico gracias a la asistencia de más de
9.000 víctimas y la ejecución de más de una decena de investigaciones en el área, llevó a que el
INSCRIM interviniera como asesor permanente de la comisión Constitución, Legislación y Justicia
del Senado en la discusión de la nueva ley de delitos sexuales.

Ps. Elías Escaff Silva

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Capítulo I

CENTRO DE ASISTENCIA A VÍCTIMAS DE ATENTADOS SEXUALES

CAVAS METROPOLITANO

1. INTRODUCCIÓN

La Policía de Investigaciones de Chile (PDI), presta servicios a la comunidad, desde su creación


en el año 1933. Como institución de servicio público, orienta su gestión a la investigación de
los delitos, contribuyendo con ello al bienestar individual y social de las personas, al generar
con sus servicios, las condiciones básicas de tranquilidad ciudadana, manteniendo su
compromiso con la comunidad, como una policía investigadora, confiable y creíble.

El Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales (CAVAS), es creado en el año 1987


como organismo dependiente de la Policía de Investigaciones de Chile, siendo el primer
departamento victimológico del país y el segundo de Iberoamérica. En su gestación, se
propone como misión fundamental, implementar una línea de trabajo especializada en el
campo de las victimizaciones sexuales, abocándose a la tarea técnica de generar modelos
diagnósticos y de intervención integrales que resultaran útiles en la labor de reparar el daño
ocasionado por los procesos de victimización primaria y secundaria en víctimas de agresiones
sexuales. Asimismo, se propone actuar como una entidad colaboradora de la administración
de justicia, concretándose tal objetivo mediante la elaboración de informes especializados
que se constituyeran en medios probatorios en la investigación de estos ilícitos.

Desde el año 2005, CAVAS presenta una diferenciación en su organigrama según el área de
trabajo en torno a la atención a víctimas. De este modo, se distingue el ÁREA PERICIAL y el
ÁREA REPARATORIA, como dos unidades de trabajo independientes. La primera de ellas, tiene
por objetivo central la realización de peritajes solicitados por tribunales de justicia y fiscalías.
La segunda tiene por misión brindar apoyo y asistencia reparatoria a la víctima directa y su
grupo familiar, mediante la aplicación de un conocimiento especializado e interdisciplinario,
que permita prevenir y reparar los efectos psicosociales negativos provocados por los
procesos de victimización primaria y secundaria.

La línea de acción de Atención a Víctimas, contenida en el actual Plan de Seguridad Pública,


busca entregar asistencia, apoyo oportuno y eficaz a las víctimas de delitos. Específicamente,
la Policía de Investigaciones de Chile (PDI), aporta al cumplimiento de estas líneas
programáticas, a través de los servicios entregados por CAVAS ÁREA REPARACIÓN.

Este servicio, ha tenido por misión, promover el posicionamiento de la víctima como sujeto
dentro del fenómeno criminal, instando por el respeto integral de sus derechos, reconocidos
por la comunidad nacional e internacional.

Para la consecución de su misión institucional, Cavas Área Reparación ha desarrollado tres


líneas de acción. La primera corresponde al conjunto de iniciativas y programas concernientes

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a la atención integral a las víctimas, los cuales pretenden como meta central, reparar las
secuelas negativas ocasionadas por los proceso de victimización primaria y secundaria en
delitos sexuales. Por otra parte, este departamento ha implementado una línea de trabajo
orientada a la producción y difusión de conocimiento especializado, asumiendo un
compromiso permanente con la formación de nuevos profesionales expertos; finalmente, el
Centro ha colaborado de forma sistemática con la administración de justicia, a través de la
elaboración y remisión de informes técnicos en el que se emite un pronunciamiento sobre el
daño psicosocial generado por el delito.

Respecto a la línea de atención reparatoria, ésta ha consistido en entregar a la víctima y a su


grupo familiar, atención psicológica, social, psiquiátrica y legal, de manera integral y gratuita
procurando reparar el daño ocasionado por la victimización sexual. Actualmente, el Centro
tiene un ámbito de acción que abarca la Región Metropolitana.

2. OBJETIVO GENERAL Y ESPECÍFICO CAVAS REPARACIÓN

Objetivo General.

Contribuir a mejorar la respuesta gubernamental en materias de violencia sexual, mediante la


aplicación de un conocimiento especializado e interdisciplinario, que permita prevenir y
reparar los efectos psicosociales negativos provocados por los procesos de victimización
primaria y secundaria, asumiendo un compromiso activo con la protección de los derechos de
la indemnidad y libertad sexual de niños, niñas, adolescentes y adultos de nuestra sociedad.

Objetivos Específicos.

Se distinguen tres líneas de desarrollo bajo las cuales se articulan los siguientes objetivos
específicos:

a) Atención Reparatoria.

- Brindar apoyo y asistencia reparatoria a la víctima directa y su grupo familiar, tendiente a


restablecer el equilibrio psicosocial, mediante la aplicación de conocimiento especializado
e interdisciplinario.

- Promover el acceso de la víctima directa y su grupo familiar a las redes sociales y


comunitarias, todo ello con el objeto de alcanzar los niveles de bienestar afectados por la
victimización sexual.

- Orientar al afectado o sus figuras significativas desde el punto de vista jurídico,


presentándoles las alternativas judiciales aplicables a su situación.

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b) Colaboración con la Administración de Justicia.

- Aportar elementos de análisis a las entidades de administración de justicia, mediante la


elaboración y remisión de informes técnicos, referidos a la valoración del daño psicosocial
ocasionado por los procesos de victimización primaria y secundaria.

c) Producción de conocimiento especializado.

- Colaborar con el diseño e implementación de políticas públicas orientadas a la prevención


e intervención en materias de delitos sexuales.

- Generar conocimiento especializado en materias de violencia sexual.

- Formación de profesionales expertos en materias de violencia sexual.

- Difundir conocimiento especializado en las distintas instancias de la red comunitaria y


entidades académicas.

- Asesorar la producción de investigaciones de pre y pos grado en materias de violencia


sexual.

- Elaborar y ejecutar proyectos de investigación en materias de violencia sexual.

3. POBLACIÓN POTENCIAL Y OBJETIVO

La población potencial del programa corresponde al conjunto de niños, niñas, adolescentes y


adultos, habitantes de la Región Metropolitana, víctimas de delitos contra la indemnidad y/o
libertad sexual, sin discriminación de género, religión, etnia, nacionalidad y nivel
socioeconómico. Es requisito para el tramo etareo menor de 18 años, que se haya interpuesto
una denuncia, no así para el grupo de víctimas mayor de 18 años. Cabe precisar que no es
necesario que se haya acreditado el ilícito para constituirse en sujeto de atención del Centro.

Una vez cumplido el criterio de focalización territorial, se aplican parámetros de orden


técnico para establecer el perfil del usuario, operando como criterios rectores para la
definición: la presencia de antecedentes y/o indicadores preliminares de daño psicosocial
atribuible a una victimización sexual, motivación para recibir apoyo especializado y
factibilidad de concurrir al Centro durante las etapas evaluación y/o tratamiento.

Respecto al volumen de la población potencial global del programa, ésta se calcula de manera
diferenciada para el colectivo infantojuvenil y adulto. En el caso del primer grupo, la cantidad
corresponde al total de denuncias interpuestas en la Región Metropolitana, equiparándose la
población potencial al conjunto de denuncias registradas en torno a estos ilícitos. En el caso
del tramo de edad superior a los 18 años, para el cual no se establece como requisito la
existencia de un parte de denuncia, se añade en sus estimaciones el concepto de cifra negra
del delito.

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En relación al fenómeno de la cifra negra, los estudios nacionales e internacionales indican
que en materias de violencia sexual, existe una elevada proporción de casos que no son
detectados por el sistema judicial, estimándose que este sub-registro alcanza niveles que
fluctúan entre un 70 a un 75 % (Avendaño, C y Vergara, J; SERNAM; 1993). De esta forma,
para la definición de la población potencial adulta, se aplicarán los índices arrojado por las
investigaciones, utilizando como parámetro para la valoración, la siguiente relación
proporcional: por cada caso denunciado en delitos sexuales existen tres ilícitos sin denunciar.

Número de Víctimas en delitos sexuales, durante el año 2010, desglosado por región y categoría de edad de las víctimas.
Fuente Ministerio Público.

TRAMO ETAREO
REGIÓN
1a6 7 a 13 14 a 17 18 a 29 30 a 50 51 o + TOTAL
I 81 147 93 75 46 6 448
II 103 182 205 125 64 8 687
II 85 140 99 73 38 4 439
IV 156 249 178 138 182 22 925
V 364 643 525 343 181 36 2092
VI 179 369 280 178 126 26 1158
VII 137 321 260 162 116 16 1012
VIII 352 710 590 322 187 46 2207
IX 159 387 327 207 110 20 1210
X 131 421 288 186 103 11 1140
XI 49 57 59 12 19 2 198
XII 43 65 62 41 24 10 245
RMCN 452 554 463 501 249 40 2259
RMOR 261 320 241 306 158 25 1311
RMOCC 395 648 406 295 184 26 1954
RMSUR 380 591 390 270 148 21 1800
XIV 77 156 133 79 53 17 515
XV 74 94 79 53 29 6 335
TOTAL 3478 6054 4678 3366 2017 342 19935

Demanda Asistencial.

Bajo el supuesto que toda víctima de este tipo de delitos requiere alguna clase de asistencia
especializada y por ende, debiese obtener dicho apoyo en centros victimológicos netamente
abocados a la tarea reparatoria en violencia sexual, la demanda por este tipo de servicio se
igualaría a la población potencial. En este sentido, el universo de víctimas de delitos sexuales
se transformaría en el parámetro para valorar la presión ejercida desde la población hacia la
red asistencial, permitiendo establecer el número de plazas requeridas que permitan acceder
al mayor porcentaje de personas victimizadas.

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De este modo, la totalidad de la población potencial de CAVAS Metropolitano para el año
2011, calculada en base a las tasas de denuncia del año 2010, se ve reflejada en la siguiente
tabla:

Población Potencial, Población Potencial, Región Metropolitano, categoría de edad de las víctimas e incorporando cifra negra
para población mayor o igual a 18 años. Año 2010.

MAYOR O IGUAL 18 AÑOS


REGIÓN MENOR 18 AÑOS TOTAL
(APLICADA CIFRA NEGRA 75%)
RMCN 1469 3160 4629
RMOR 822 1956 2778
RMOCC 1449 2020 3469
RMSUR 1361 1756 3117
TOTAL 5101 8892 13993

Oferta Actual.

Tal como se ha indicado, los servicios entregados por CAVAS ÁREA REPARACIÓN se concretan
a través de la aplicación de una metodología de intervención integral, la cual pretenden
reparar las secuelas negativas ocasionadas por los proceso de victimización, focalizándose tal
abordaje, en la interrupción del abuso de las víctimas, la reparación del daño y el
fortalecimiento de los vínculos protectores y de apoyo a nivel familiar y comunitario.

El Programa CAVAS Metropolitano, desde su creación, ha prestado apoyo a más de 11.342


víctimas, manteniendo una atención anual promedio, sólo en los últimos 7 años, de 514
víctimas directas.

En el recuadro siguiente se indica la cobertura de plazas que el Centro ha ofertado a la red en


el transcurso de los años 2004-201 0, reflejando estas cifras la capacidad de rendimiento del
equipo técnico y no la demanda real por el servicio, la cual en función de los requerimientos
resulta significativamente insuficiente:

Nº Anual de Beneficiarios Atendidos por CAVAS - R.M.

Labor Policial Período


2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
Servicio de intervención psicosocial 565 463 509 422 474 503 667

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4. ESTRUCTURA ORGANIZACIONAL

CAVAS Metropolitano es una entidad dependiente del Instituto de Criminología de la Policía


de Investigaciones de Chile (PDI). Orgánicamente es una unidad que mantiene una
dependencia jerárquica, administrativa y disciplinaria respecto a la Jefatura Nacional de
Delitos Contra la Familia (JENAFAM). Esta Jefatura le reporta su labor a la Subdirección
Operativa de la PDI.

La Jefatura Nacional de Delitos Contra la Familia, tiene por misión proteger la organización de
la unidad familiar, fundamentada en la investigación policial científico técnica y la educación
preventiva comunitaria en el ámbito de los delitos sexuales, maltrato de menores y en
general los que afecten y vulneren la estructura familiar.

El Instituto de Criminología, mediante un análisis científico y técnico, apoya la investigación y


esclarecimiento de los delitos específicos en materia de victimización sexual, sumándose a
este objetivo la generación y divulgación de conocimiento especializado.

Actualmente, se estructura en torno a cuatro departamentos:

a. Departamento Victimológico: Denominado CAVAS Metropolitano, presenta una sub-


división en la que se distinguen dos áreas de desarrollo, pericial y reparatoria.

La primera la conforma un equipo profesional a cargo de efectuar peritajes a víctimas de


agresiones sexuales y apoyar a las unidades operativas en la elaboración de perfiles
psicológicos. La segunda, es responsable de ejecutar la labor reparatoria.

b. Evaluación Pericial Imputados: El equipo que lo conforma, está orientado a la realización


de peritajes, principalmente aquellos que dicen relación a la evaluación de imputados en
delitos sexuales. Responden a los requerimientos de la administración de justicia. También
brinda apoyo a las unidades operativas en la investigación de los delitos, elaborando
perfiles psicológicos y criminales, así como asesorando en estrategias de investigación
criminal.

c. Departamento Readaptación Social: Este departamento se aboca a la intervención en la


población de menores infractores en el campo de los delitos sexuales, desarrollando y
ejecutando un programa de tratamiento especialmente diseñado para este grupo. En este
departamento, se lleva a cabo el proyecto denominado Menores Infractores (MENINF).

d. Departamento de Estudios Criminológicos: corresponde a la división encargada de labores


asociadas a la investigación y publicación en el ámbito criminológico.

Convenios y Licitaciones

Al interior del CAVAS REPARACIÓN se desarrollan paralelamente dos proyectos. El primero de


ellos se gesta en el año 1998, fecha en el que se suscribe el primer convenio de colaboración
entre el Servicio Nacional de Menores (SENAME) y la Policía de Investigaciones de Chile,

19
modificándose tal alianza en el año 2008, período en que caduca la vigencia del convenio
establecido entre ambas instituciones. Debido a un cambio de escenario reglamentario, no se
renueva una vez más este tipo de vínculo, debiendo CAVAS adjudicarse mediante licitación, la
ejecución del proyecto de reparación. En el mes de septiembre del mismo año, y luego de
haberse presentado a la convocatoria, se entregan los resultados del concurso, habiéndosele
conferido a CAVAS la responsabilidad de implementar el proyecto licitado.

Por otro lado, a partir de 2006 se pacta un segundo convenio de colaboración entre el
Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) y la Policía de Investigaciones de Chile. Sin perjuicio
de lo anterior, la PDI destina recursos propios para el financiamiento del Centro.

Específicamente, el programa licitado con SENAME está orientado a la intervención


especializada para niños, niñas y adolescentes menores de 18 años que hayan sido víctimas
de delitos contra la indemnidad sexual (ley Nº 19.927), que sean provenientes de la Región
Metropolitana, sin considerar su condición étnica, social, religiosa y socioeconómica.

En cuanto al convenio de colaboración suscrito con SERNAM, éste tiene por propósito
contribuir a mejorar la respuesta gubernamental a mujeres que han visto vulnerados sus
derechos humanos en el contexto de situaciones de violencia sexual. El proyecto se organizó
en torno a tres etapas de implementación, cuyas fases estuvieron estructuradas en torno a
las líneas de acción de atención a mujeres víctimas y capacitación de las redes involucradas en
la temática.

5. MECANISMOS DE COORDINACIÓN TÉCNICA Y MONITOREO DE LAS ACTIVIDADES.

CAVAS reparación, ha programado e implementado distintas acciones y modalidades de


coordinación, los cuales permiten organizar y planificar las actividades que se desarrollan al
interior del Centro. Éstas tienen por finalidad, obtener una retroalimentación para mejorar la
calidad de la gestión, como asimismo organizar y perfeccionar el trabajo técnico.

En cuanto al diseño de la evaluación, ésta se ha definido en tres niveles: evaluación de


proceso, evaluación de resultados y evaluación de los usuarios.

A continuación se describen las modalidades de coordinación en los distintos niveles de


funcionamiento:

5.1 En torno a la coordinación con la dirección y gestión del Centro.

Se realizan reuniones mensuales entre la jefatura del Instituto de Criminología y las


coordinaciones técnicas de las Unidades del área reparación. Éstas tienen por finalidad,
programar y monitorear las acciones ejecutadas por los respectivos equipos que componen
CAVAS.

Recae en la coordinación técnica de las unidades, la responsabilidad de planificar las


actividades a desarrollar durante el período de ejercicio de su cargo, y elaborar un informe
anual respecto a los resultados de la labor desarrollada durante su gestión. Los insumos se
obtienen a partir de los distintos instrumentos de registro diseñado para tales fines y de la

20
valoración cualitativa que efectúe respecto al desempeño de los equipos. En este sentido, a
través de ello, se pretenden obtener una retroalimentación de los niveles de logro de los
objetivos propuesto en la planificación anual de cada Unidad del CAVAS reparación. Una vez
analizado el material y sistematizado los resultados, son presentados éstos a la dirección del
Instituto.

5.2 Supervisión del desempeño profesional y la labor administrativa.

Se han diseñado procedimientos que posibilitan supervisar y evaluar la gestión general del
Centro y el desempeño profesional, tanto a nivel administrativo como técnico. Para dicho fin,
se han confeccionado e implementado sistemas de registros que permiten obtener la
información necesaria para evaluar el comportamiento de los indicadores de gestión.

Los instrumentos y mecanismos diseñados son:

a. Planillas de control de las intervenciones

Las actividades de evaluación mensual tienen por objetivo monitorear el desempeño


profesional y colectivo. Para dicho fin, se ha confeccionado una planilla de registro de
control de intervenciones que contiene categorías que deben ser completadas por cada
profesional y grabadas en archivos electrónicos. Sus contenidos entre otros son:
identificación víctima directa, fecha de ingreso, fecha de egreso, tipo de egreso, tiempo de
permanencia en el Centro, número de citaciones planificadas y efectuadas, número de
informes.

Cabe señalar que los datos arrojados por estas planillas, son utilizados para evaluar el
desempeño profesional y levantar la información requerida para el cálculo de los
indicadores de gestión del Centro. La información arrojada por estos instrumentos, se
sistematiza de forma semestral y anual.

b. Sistemas de Registro técnico administrativo

Para cada fase que atraviesa el consultante, (fase pre ingreso, calificación diagnóstica,
profundización diagnóstica e intervención reparatoria), se han elaborado instrumentos de
registro, que dan cuentan de las acciones realizadas.

Para todo lo referido a los procesos de recepción e ingreso de casos, existen pautas de
registro en las que se consigna la información recopilada durante las etapas antes
referidas. Dichos antecedentes, son documentados y almacenados en distintos archivos
con el objeto de resguardar la información que contienen.

Por otra parte, cada procedimiento de orden técnico que se ejecuta durante el proceso de
intervención psicosocial, cuenta con protocolos de registro manual, instrumentos en los
que se plasma las acciones efectuadas por los profesionales, siendo archivadas dichas
pautas en las carpetas correspondientes a cada consultante. Entre los instrumentos
referidos se encuentran: ficha de demanda de atención, ficha de orientación, ficha de
ingreso, consentimientos informados, pauta de derivación, pauta diagnóstica, plan de

21
intervención individual, pautas de entrevista social, legal y psiquiátrica, pauta de
derivación, pauta de egreso, entre otras.

Es tarea de la coordinación técnica monitorear la apropiada implementación y uso de los


sistemas de registro antes indicados.

Finalmente, se cuenta con una base de datos estadísticas, en las que se consignan
antecedentes respecto a las características de la población ingresada al programa,
permitiendo tales registros acceder a información relacionada con el delito, con la víctima
y las circunstancias asociadas a su ingreso.

5.3 Mecanismos de coordinación de las actividades.

a. Reuniones de carácter técnico-administrativo:


Se realizan reuniones semanales ampliadas tanto en el equipo infanto juvenil como en el
adulto, en las cuales se revisan y reflexionan sobre temáticas concernientes a labor
técnica. En estas instancias, se desarrollan criterios y políticas tanto en lo que respecta al
modelo de intervención CAVAS, así como a los procedimientos a seguir frente a
problemáticas que se presenten en el quehacer profesional. Junto a ello, se exponen y
abordan casos de alta complejidad, analizando de manera colectiva los factores de riesgo
asociados a éstos y las posibles intervenciones a implementar.

b. Reuniones técnicas de supervisión de casos por sub-equipos de atención:


En estas reuniones, ejecutadas con una frecuencia semanal, se efectúa un análisis técnico
de los casos, planificando o reorientando los lineamientos del proceso de intervención.

Cabe señalar, que las reuniones técnicas revisten de gran importancia, dado los beneficios
directos que obtienen los consultantes al perfeccionar la metodología de intervención, así
como también, al cubrir las necesidades del profesional en cuanto a contar con una red de
apoyo al interior del equipo.

c. Reuniones entre profesionales responsables de los casos:


Estas reuniones tienen por propósito coordinar el trabajo en las distintas fases de
intervención, siendo responsabilidad de los profesionales a cargo, tanto la evaluación y
diagnóstico psicosocial, así como el diseño y monitoreo de los planes de intervención.

d. Reuniones entre la coordinación técnica y los supervisores de los equipos de atención:


En estas instancias, el supervisor informa a la coordinación el estado de funcionamiento
del equipo clínico a su cargo, consultando asimismo los criterios técnicos a aplicar en casos
que se identifiquen variables de alto riesgo psicosocial. Por otra parte, presenta y consulta
la aprobación de nuevas metodologías de intervención propuestas por los sub-equipos.
Finalmente, apoya la revisión de las solicitudes de atención y colabora en el proceso de
selección del personal y alumnos en prácticas.

22
5.4 Coordinación con otras instituciones.

Se establecen contactos y reuniones permanentes con distintos organismos de la red


comunitaria, red de atención a víctimas y entidades de la administración de justicia. Tales
gestiones tienen como objetivo coordinar las acciones técnicas y administrativas
correspondientes al tipo de vínculo establecido.

5.5 Coordinación con las instituciones asociadas a convenios

Se realizan actividades de seguimiento y evaluación asociadas a proyectos o convenios de


colaboración con otras entidades, entre ellas SENAME y SERNAM.

En lo que respecta al proyecto SENAME, se establece expresamente la obligación de


entregar mensualmente a la Dirección Regional Metropolitana, acorde a los formularios y
plazos dispuestos por éste, la planilla de atención y las nóminas de los beneficiarios
ingresados y egresados, debiendo mantener actualizada la información respecto a los
usuarios. Asimismo, se debe presentar a este organismo, un informe de evaluación cada
seis meses, indicando en dicho documento el estado de avance del proyecto, los logros
técnicos obtenidos, las actividades ejecutadas, las metodologías aplicadas y el nivel de
cumplimiento de los objetivos generales. Por otra parte, se debe rendir de forma mensual,
el uso y destino de los fondos aportados por éste. Finalmente, se exige que una vez
culminado el proyecto, CAVAS elabore un informe de cierre en el que se exponga y detalle
los resultados de la gestión.

En lo que atañe al convenio establecido con el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), se


solicita al equipo ejecutor que elabore un plan de trabajo anual, consignando en éste las
actividades y plazos estimados para su materialización. Por otra parte, se indica que el
centro debe confeccionar un informe de resultados semestral, el cual debe contener una
presentación y análisis de los niveles de logro alcanzados en distintas materias.

6. ESTRATEGIAS DE CUIDADO.

La problemática del autocuidado del equipo, así como del desgaste de los profesionales que
trabajan en maltrato, constituye una temática incorporada de manera intencionada al
funcionamiento del programa desde el año 2002. En este sentido, las estrategias que desde
entonces se han implementado se han orientado principalmente a la visibilización, reconoci-
miento y toma de conciencia del problema del desgaste de los profesionales y equipos que
trabajan en temáticas de violencia, y a la búsqueda de soluciones y modos de abordaje.

Como estrategia inicial, una vez detectada la necesidad, se implementó la búsqueda de


publicaciones y trabajos relacionados con esta temática. Posteriormente, éstas fueron
estudiadas, analizadas y discutidas en sucesivas jornadas y sesiones periódicas, en base a las
cuales el equipo realizó un diagnóstico de las necesidades, así como de los recursos existentes
al interior de éste para dar respuesta a dichos requerimientos. Asimismo, se realizó una
revisión de las estrategias de autocuidado adoptada por otros equipos de maltrato a nivel
nacional e internacional. A partir de esto, se determinó la necesidad de desarrollar en el
ámbito institucional una estrategia explícita que pudiese abordar esta problemática.

23
Al respecto, el elemento central y eje de la política de cuidado del equipo de CAVAS, ha sido la
capacitación y formación permanente de sus miembros, en el entendido que la
autopercepción de eficacia, conocimiento y dominio, constituye uno de los factores
protectores más importantes en el trabajo con violencia y maltrato. De igual manera se ha
implementado de manera sistemática la intervención de profesionales del área, externos al
programa, quienes realizan las intervenciones vinculadas a aquellas temáticas de autocuidado
del equipo que dificulten de manera interna la labor de los profesionales que trabajan en el
Centro.

Junto a lo anterior, se han desarrollado acciones concretas orientadas a abordar la necesidad


de los profesionales del equipo de incrementar su especialización, así como actualizarse en la
temática en que se trabaja, a través de una estrategia de capacitación interna y externa, y del
financiamiento y facilitación de la participación de los miembros del equipo en diversos
seminarios, cursos, postítulos y congresos vinculados a la especialidad.

24
Capítulo II

MARCO TEÓRICO INTEGRATIVO

El trabajo y la experiencia de los años de funcionamiento del Centro, y la búsqueda de referentes


conceptuales, ha llevado al desarrollo de un marco teórico que integra los planteamientos de la
Victimología con los provenientes de la Psicología desde un contexto social y jurídico de
comprensión del problema de las agresiones sexuales. A continuación se revisan los elementos
centrales de esta integración como base de fundamentación para la estrategia de intervención.

1. Perspectiva Jurídica

A continuación, se realizará un breve análisis de los Delitos Sexuales contenidos en la Legislación


Chilena.

Nuestro Código Penal entró en vigencia en el año 1874 y el tratamiento legal de los delitos
sexuales se mantuvo invariable hasta el año 1999, fecha en que la Ley 19.617 introdujo una gran
cantidad de cambios en la tipificación de estos y una serie de avances en el ámbito procesal penal.
Asimismo, en enero del año 2004 entró en vigencia la ley 19.927 que también introduce
importantes modificaciones al Código Penal, al Código de Procedimiento Penal y al Procesal Penal
en materia de delitos relacionados con la pornografía infantil. Todas estas modificaciones eran
indispensable hacerlas, puesto que los términos utilizados en el Código, la redacción misma de los
tipos legales, algunas penas y delitos, como el Rapto y la Sodomía, eran propios de la realidad de
fines del Siglo XIX. La mayoría de los delitos sexuales no estaban ni siquiera definidos y, por lo
tanto, había que recurrir a la doctrina y a la jurisprudencia para interpretar la enredosa
terminología allí utilizada, con la consecuente disparidad de criterios de cada autor o cada Juez.

Los delitos sexuales están contenidos en el Título VII del Libro II del Código Penal: “Crímenes y
simples delitos contra el orden de las familias, contra la moralidad pública y contra la integridad
sexual”. En la actualidad hay acuerdo en la doctrina y la jurisprudencia que el principal bien
jurídico protegido es la Libertad Sexual, es decir, el derecho que cada uno de nosotros tiene de
elegir cómo, cuándo, dónde y con quién ejercer nuestra sexualidad o tener relaciones sexuales1.
Ahora bien, este bien jurídico no puede ser reconocido a los menores de edad, puesto que no
tienen el desarrollo psicosexual necesario y adecuado para poder ejercer libremente su sexualidad
y no están en condiciones de expresar su voluntad en ese sentido. En estos casos, el bien jurídico
protegido se conoce como la Indemnidad Sexual.

1
Apartado elaborado por el Abogado Sebastián Mandiola T., con fines de docencia.

25
1.1. VIOLACIÓN

El artículo 361 del Código Penal define este delito, también conocido como violación propia, de la
siguiente manera: “Comete violación el que accede carnalmente, por vía vaginal, anal o bucal, a
cualquier persona mayor de catorce años, en alguno de los casos siguientes:

1º Cuando se usa la fuerza o intimidación.

2º Cuando la víctima se halla privada de sentido, o cuando se aprovecha su incapacidad para


oponer resistencia.

3º Cuando se abusa de la enajenación o trastorno mental de la víctima.”

El texto legal exige como sujeto pasivo a una PERSONA (hombre o mujer) y como sujeto activo, a
un hombre. Cabe señalar que, según esta redacción, el hombre es el único habilitado para acceder
carnalmente puesto que sólo a través del pene se puede realizar esta acción; cualquier acto de
penetración utilizando objetos, los dedos u otro, corresponde al delito de Abuso Sexual o Abuso
Sexual Agravado, que veremos más adelante.

La tipicidad del delito de violación se produce por la falta de voluntad de la víctima, la que se
expresa por cualquiera de tres circunstancias:

a. Cuando se usa fuerza o intimidación

El uso de la fuerza o intimidación, aunque no tenga como consecuencia lesiones en la persona


ofendida, es suficiente para tipificar el delito de violación. La fuerza en la violación consiste en la
utilización de la violencia física destinada a someterla para acceder carnalmente a él o a ella. La
intimidación es la amenaza grave, inminente, injusta y verosímil de utilizar la fuerza física respecto
del ofendido o de terceras personas, lo que crea un justo temor que hace doblegar la voluntad de
la víctima para someterse carnalmente a su ofensor.

b. Cuando la víctima se halla privada de sentido, o cuando se aprovecha su incapacidad


para oponer resistencia

La privación de sentido es la falta de conciencia que experimenta la víctima, ya sea por causas
ajenas o por su propia voluntad, que le impiden otorgar su consentimiento (o resistir la violación).
Se trata de un estado generalmente transitorio y cuyas causas pueden ser patológicas,
accidentales (golpe), por la ingestión de drogas, alcohol, estados de somnolencia profunda, etc.

El segundo caso se refiere principalmente a una incapacidad física (personas con movilidad
reducida, sordo-mudos, etc.) de la víctima que le impediría resistir una violación. De esta
circunstancia se aprovecha el victimario para cometer el delito.

c. Cuando se abusa de la enajenación o trastorno mental de la víctima

La enajenación o trastorno mental consiste tanto en la incapacidad de la víctima de autodirigir su


conducta, como en la falta de conciencia respecto de la naturaleza de los actos en que participa.
Son aquellas patologías mentales (psiquiátricas) que alteran sustancialmente el juicio de realidad
de quien las padece (demencia, deficiencia mental severa, psicosis, esquizofrenia, paranoia, etc.)

26
Es importante destacar que la patología debe ser notoria o conocida por el autor y éste debe
abusar de ella para lograr el acceso carnal. De ser de otra manera, se estaría desconociendo el
derecho a la libertad sexual que tienen las personas que padecen alguna enajenación o trastorno
mental.

El artículo 362 del Código Penal sanciona la violación a una persona menor de 14 años (conocida
doctrinariamente como violación impropia), de la siguiente manera: “El que accediere
carnalmente, por vía vaginal, anal o bucal, a una persona menor de catorce años, será castigado
con presidio mayor en cualquiera de sus grados, aunque no concurra circunstancia alguna de las
enumeradas en el artículo anterior”.

Esta causal viene dada en razón de la incapacidad legal del ofendido(a) para dar su
consentimiento, dada su corta edad, aún cuando no concurra ninguna de las hipótesis de comisión
del delito de violación. La ley prescinde de su voluntad por considerar a la persona impúber
incapaz absoluta siéndole irrelevante, inclusive, el hecho de haber incitado ella misma al autor. Se
protege la indemnidad sexual del menor de 14 años.

En cuanto a su penalidad, la violación propia es castigada con presidio mayor en su grado mínimo
a medio, es decir, esta pena comprende entre cinco años y un día a quince años. En el caso que la
víctima sea menor de 14 años cumplidos (violación impropia), la pena será de presidio mayor en
cualquiera de sus grados, es decir, de cinco años y un día a veinte años.

Es importante destacar que la Ley 19.617 de 1999, incluyó en el artículo 369 del Código Penal la
violación o abuso sexual cometido por el cónyuge o conviviente: “En caso de que un cónyuge o
conviviente cometiere alguno de los delitos previstos en los artículos 361 y 366 Nº 1 en contra de
aquél con quien hace vida en común, se aplicarán las siguientes reglas:

1ª Si sólo concurriere alguna de las circunstancias de los numerandos 2º ó 3º del artículo 361, no se
dará curso al procedimiento o se dictará sobreseimiento definitivo, a menos que la imposición o
ejecución de la pena fuere necesaria en atención a la gravedad de la ofensa infligida.

2ª Cualquiera sea la circunstancia bajo la cual se perpetre el delito, a requerimiento del ofendido se
pondrá término al procedimiento, a menos que el juez no lo acepte por motivos fundados.”

Esta regulación no ha estado exenta de críticas, puesto que la persecución penal sólo se limita a
los casos en que la violación o abuso sexual sea cometido con fuerza o intimidación, y porque se
establecen reglas especiales que entregan al sólo criterio del Juez la posibilidad de no dar curso al
procedimiento o sobreseerlo, en atención a la gravedad de la ofensa inflingida o a requerimiento
del ofendido(a), lo que se apreciará en cada caso.

Finalmente, el artículo 372 bis se refiere al caso de la violación con homicidio y señala que: “El que,
con ocasión de violación, cometiere además homicidio en la persona de la víctima, será castigado
con presidio perpetuo a presidio perpetuo calificado”. Es decir, 20 años como mínimo antes de
acceder a la posibilidad de obtener el beneficio de la libertad condicional, a 40 años como mínimo
para acceder al mismo beneficio.

27
1.2. ESTUPRO

Este delito se encuentra en el artículo 363 del Código Penal que señala: “…el que accediere
carnalmente, por vía vaginal, anal o bucal, a una persona menor de edad pero mayor de catorce
años, concurriendo cualquiera de las circunstancias siguientes:

1º Abuso de anomalía o perturbación mental, aún transitoria de la víctima, que por su


menor entidad no sea constitutiva de enajenación o trastorno.

Esta circunstancia incluye las patologías psiquiátricas que padezca la víctima que NO
tengan la gravedad o intensidad necesaria para constituirse en enajenación o trastorno mental,
puesto que si así fuera se trataría del delito de violación. El Informe Pericial Psiquiátrico o
Psicológico que se realice en la investigación, es el que determinará la entidad de la anomalía o
perturbación mental y despejará cualquier duda en la tipificación del delito.

2º Abuso de una relación de dependencia de la víctima, como en los casos en que el agresor
está encargado de su custodia, educación o cuidado, o tiene con ella una relación laboral.

Las relaciones de dependencia a que se refiere esta circunstancia son sólo ejemplificadoras,
puesto que existen muchas otras formas en que puede someterse una voluntad al arbitrio de otra
en razón de una relación de dependencia. La ley tampoco exige ningún requisito de formalidad,
permanencia o antigüedad de la relación. Lo que, en verdad, interesa es que exista un vínculo de
dependencia –cualesquiera sea su fuente o sus circunstancias-, en que haya una efectiva relación
de dominio de una voluntad sobre otra, y que reste a la segunda la libertad necesaria para
expresarse y autodeterminarse en el ámbito de las conductas sexuales.2 En todo caso, no basta la
concurrencia objetiva de la relación de dependencia, sino que se requiere que quién ocupa la
posición de superioridad la haya utilizado en miras a la obtención de la cópula, lo cual
normalmente supone actos directos en que esto se materializa, que podrían enmarcarse en el
concepto de “actos de seducción”.3

3º Abuso del grave desamparo en que se encuentra la víctima.

El desamparo –abandono o falta de ayuda o protección- de la víctima puede ser físico o


afectivo (como el caso de los niño/as de la calle), permanente o transitorio y no importa su origen.
Pero sí debe tener una gravedad tal, que resulte decisivo a favor de la manifestación de voluntad
de la víctima a la realización del acceso carnal.

4º Engaño a la víctima, abusando de su inexperiencia o ignorancia sexual.

El engaño en el delito de estupro consiste en hacer que la víctima se forme un falso


concepto de la realidad, de la identidad y propósitos del autor y de la naturaleza y consecuencias
del acto sexual. Lo que hace posible el engaño, es la inexperiencia o ignorancia sexual del sujeto
pasivo.

La Penalidad en el delito de Estupro es de presidio menor en su grado máximo a presidio


mayor en su grado mínimo; es decir, desde 3 años y un día a 10 años.

2
Rodríguez Collao, Luis. “Delitos Sexuales” Ed. Jurídica de Chile. 2001. Pág.177.
3
Garrido Montt, Mario. “Derecho Penal” Ed. Jurídica de Chile. 2002. Pág. 388.

28
1.3. ABUSOS SEXUALES

Hasta antes de la tantas veces mencionada reforma del año 1999, el artículo 366 del
Código Penal establecía el delito de Abusos Deshonestos, que fue el gran “saco” o figura residual
donde cabían todas las conductas sexuales que no fueran constitutivas de otro delito.

Afortunadamente en la actualidad se denomina Abuso Sexual y está definido a partir de la


conducta prohibida. En el artículo 366 ter del mismo Código, la ley define Acción Sexual como
“Cualquier acto de significación sexual y de relevancia realizado mediante contacto corporal con la
víctima, o que haya afectado los genitales, el ano o la boca de la víctima, aun cuando no hubiere
contacto corporal con ella”.

Un acto de significación sexual y de relevancia es aquel que principalmente tiende a la


excitación sexual. Una parte de la doctrina señala que la significación sexual estaría dada por el
ánimo libidinoso del autor.

La ley penal en este delito, también hace una distinción en cuanto a la edad de la víctima,
para efectos de su Penalidad.

a) Abuso Sexual propio: El artículo 366 señala: “El que abusivamente realizare una acción sexual
distinta del acceso carnal con una persona mayor de 14 años…”.

§ Con circunstancias de la violación: presidio menor en su grado máximo (3 años y un día a 5


años).

§ Con circunstancias del estupro: presidio menor en su grado máximo (3 años y un día a 5 años),
siempre que la víctima fuere menor de 18 años pero mayor de 14.

b) Abuso Sexual impropio: El artículo 366 bis repite la tipificación: “El que realizare una acción
sexual distinta del acceso carnal con una persona menor de catorce años, será castigado con la
pena de presidio menor en su grado máximo a presidio mayor en su grado mínimo” (3 años y un
día a 10 años), aún cuando realice la acción sin las circunstancias de violación o estupro.

c) Abuso Sexual agravado: El artículo 365 bis, también incluido por la ley 19.927 de enero de 2004,
establece que: “Si la acción sexual consistiere en la introducción de objetos de cualquier índole, por
vía vaginal, anal o bucal, o se utilizaren animales en ello...”.

La penalidad se divide de la siguiente manera:

1.- Si concurren cualquiera circunstancia de la violación: presidio mayor en su grado mínimo a


medio, es decir, 5 años y 1 día a 15 años;

2.- Si la víctima fuere menor de 14 años: presidio mayor en cualquiera de sus grados, es decir, 5
años y 1 día a 20 años.

3.- Si concurren cualquiera circunstancia del estupro y la víctima tiene entre 14 y 18 años: presidio
menor en su grado máximo a presidio mayor en su grado mínimo, es decir, 3 años y 1 día a 10
años.

29
1.4. INCESTO

Es muy común en nuestro país que se confunda este delito con cualquier otro que sea cometido
por un pariente cercano, como por ejemplo una violación “incestuosa”. En este último caso se
aplica la agravante de parentesco del artículo 13 del Código Penal: "Ser el agraviado cónyuge,
pariente legítimo por consanguinidad o afinidad en toda la línea recta y en la colateral hasta el
segundo grado inclusive, padre o hijo natural o ilegítimo reconocido del ofensor". Por lo tanto, en
esta situación se aplicaría la pena establecida por la ley para la violación, pero si concurre dicha
agravante, se aumenta en un grado.

Nuestro Código Penal no define este delito. El artículo 375 señala “El que, conociendo las
relaciones que lo ligan, cometiere incesto con un ascendiente o descendiente por consanguinidad o
con un hermano consanguíneo…”. Podríamos definir el incesto como un delito autónomo
establecido por el legislador para el resguardo del orden de la familia, y que se configura por la
relación sexual consentida y el vínculo de parentesco conocido por los copartícipes.

- Delito autónomo: puesto que constituye una figura penal independiente de cualquier otro
delito. Es de coparticipación necesaria, en virtud de que ambos implicados en la relación
sexual incestuosa son coautores del delito, no habiendo por consiguiente, sujeto pasivo o
víctima.

- El bien jurídico protegido es el Orden de la Familia: según el legislador de la época, este


"orden" puede verse afectado o alterado por la posibilidad de engendrar descendencia
que, atendidas razones de carácter biológico y eugenésico, puedan ser degeneradas
atendido el vínculo de parentesco consanguíneo de los partícipes. Junto con lo anterior, y
por razones de menos significación, se estima la práctica incestuosa como hiriente al
sentimiento familiar y a las buenas costumbres.

- Relación sexual consentida: en caso contrario, nos encontraríamos frente a un delito de


Violación, con la agravante de parentesco del artículo 13 del Código Penal.

- Vínculo de parentesco y conocimiento de este: el artículo 375 del C.P., sanciona el incesto
cometido con un ascendiente o descendiente por consanguinidad (abuelo, padre, hijo,
nieto) o con un hermano consanguíneo. Si ambos conocen el vínculo, los dos son
sancionados como coautores; si ambas partes lo ignoran, la conducta es inculpable; y si
sólo una de ellas conoce el vínculo y la otra no, se sancionará por el delito de incesto sólo
a la primera.

La penalidad de este delito es la de presidio menor en sus grados mínimo a medio, es decir, de 61
días a 3 años.

1.5. SODOMÍA.

Hasta antes de la modificación realizada por la Ley 19.617 de 1999, se castigaba el sólo hecho de
ser homosexual. La tendencia universal en la actualidad es despenalizar el delito de sodomía, en
razón a un reconocimiento efectivo del derecho a la libertad sexual. Ahora bien, cuando está
involucrado en la relación un menor de edad la situación es distinta.

30
El artículo 365 de nuestro Código señala: “El que accediere carnalmente a un menor de dieciocho
años de su mismo sexo, sin que medien las circunstancias de los delitos de violación o estupro, será
penado con reclusión menor en sus grados mínimo a medio”, es decir, de común acuerdo. La
justificación de la norma es que esta conducta constituye un peligro potencial para el desarrollo
sexual normal de los menores de edad.

La Penalidad del delito de Sodomía es de reclusión menor en sus grados mínimo a medio, es decir,
de 61 días a 3 años.

1.6. CORRUPCIÓN DE MENORES O ABUSO SEXUAL INDIRECTO

El artículo 366 quater de nuestro Código señala: “El que, sin realizar una acción sexual en los
términos anteriores, para procurar su excitación sexual o la excitación sexual de otro:

- Realizare acciones de significación sexual ante un menor de 14 años;

- Lo hiciere ver o escuchar material pornográfico o presenciar espectáculos del mismo


carácter

- Penalidad: presidio menor en su grado medio a máximo (541 días a 5 años).

- Lo determinare a la realización de acciones de significación sexual delante suyo o de otro;

- Penalidad: presidio menor en su grado máximo (3 años y 1 día a 5 años).

- Las mismas penas se aplicarán a quién realice alguna de las conductas descritas
anteriormente con una persona menor de 18 años pero mayor de 14, siempre que
concurra fuerza o intimidación o cualquiera de las circunstancias del delito de estupro.

1.7. PRODUCCIÓN DE MATERIAL PORNOGRÁFICO

La ley 19.927 de enero de 2004, agregó en el Código Penal el nuevo artículo 366 quinquies
referido a la pornografía infantil, que sanciona “al que participare en la producción de material
pornográfico, cualquiera sea su soporte, en cuya elaboración hubieren sido utilizados menores de
18 años...”.

Penalidad: presidio menor en su grado máximo (3 años y 1 día a 5 años).

En su inciso 2°, este nuevo artículo define lo que debe entenderse por material pornográfico en
que se utilicen menores de 18 años como: “toda representación de éstos dedicados a actividades
sexuales explícitas, reales o simuladas, o toda representación de sus partes genitales con fines
primordialmente sexuales”.

La misma Ley introduce nuevos artículos (368 bis, 369 ter, 372, 374 bis y 374 ter)
relacionados con esta nueva figura, que principalmente se refieren a:

31
§ clausurara los establecimientos o locales en que se cometan los delitos de prostitución de
menores, producción y comercialización de material pornográfico utilizando menores;

§ facultar a las policías a interceptar o grabar las telecomunicaciones de personas que integren
organizaciones que cometan los delitos ya descritos y autorizar la actuación de agentes
encubiertos en la investigación de los mismos;

§ sancionar a quien comercialice, importe, exporte, distribuya, difunda o exhiba material


pornográfico en que se hayan utilizado menores de edad, con la pena de presidio menor en su
grado medio a máximo (541 días a 5 años);

§ sancionar a quien maliciosamente adquiera o almacene material pornográfico en que se hayan


utilizado menores de edad, con la pena de presidio menor en su grado medio (541 días a 3 años);

1.8. FAVORECIMIENTO DE PROSTITUCIÓN INFANTIL

El artículo 367 del Código Penal establece: “El que promoviere o facilitare la prostitución de
menores de edad para satisfacer los deseos de otro…”.

Este tipo legal sanciona al vulgarmente conocido como “proxeneta” y el bien jurídico protegido es
claramente la indemnidad e integridad sexual.

Penalidad: presidio menor en su grado máximo, es decir, de 3 años y 1 día a 5 años.

El inciso 2° establece que “si concurriere habitualidad, abuso de autoridad o de confianza o


engaño, la pena será de presidio mayor en cualquiera de sus grados (5 años y 1 día a 20 años) y
multa de 31 a 35 Unidades Tributarias Mensuales (UTM).

1.9. SANCIÓN AL CLIENTE DE PROSTITUCIÓN INFANTIL

La mencionada Ley 19.927, introdujo un nuevo artículo 367 ter que señala: “El que, a cambio de
dinero u otras prestaciones de cualquier naturaleza, obtuviere servicios sexuales por parte de
personas mayores de 14 pero menores de 18 años de edad, sin que medien las circunstancias de los
delitos de violación o estupro...”

Penalidad: presidio menor en su grado máximo, es decir, 3 años y 1 día a 5 años.

Este nuevo artículo es el que finalmente sanciona al “cliente” en la prostitución infantil, que hasta
antes de esta modificación legal se encontraba absolutamente impune.

32
1.10. ULTRAJE PÚBLICO A LAS BUENAS COSTUMBRES Y OFENSAS AL PUDOR.

El artículo 373 del Código Penal establece que: “Los que de cualquier modo ofendieren el pudor o
las buenas costumbres con hechos de grave escándalo o trascendencia, no comprendidos
expresamente en otros artículos…”

Penalidad: reclusión menor en sus grados mínimos a medio, es decir, 61 días a 3 años.

Algunas normas especiales aplicables a estos delitos son las siguientes:

a. Agravante especial del artículo 368.

Si estos delitos hubieren sido cometidos por autoridad pública, ministro de un culto religioso,
guardador, maestro, empleado o encargado por cualquier título o causa de la educación, guarda,
curación o cuidado del ofendido, se impondrá al responsable la pena señalada al delito con
exclusión de su grado mínimo, si ella consta de dos o más grados, o de su mitad inferior, si la pena
es un grado de una divisible.

Se exceptúan de esta agravante los delitos en que se usare fuerza o intimidación, abusarse de una
relación de dependencia de la víctima o abusarse de autoridad o confianza.

b. Facultades especiales en la investigación de ciertos delitos.

El artículo 369 ter del Código Penal, establece que cuando existieren sospechas fundadas de que
una persona o una organización delictiva hubiere cometido o preparado la comisión de alguno de
los delitos previstos en los artículos 366 quinquies, 367, 367 bis, 367 ter, inciso primero, y 374 ter,
y la investigación lo hiciere imprescindible, el tribunal, a petición del Ministerio Público, podrá
autorizar la interceptación o grabación de las telecomunicaciones de esa persona o de quienes
integraren dicha organización, la fotografía, filmación u otros medios de reproducción de
imágenes conducentes al esclarecimiento de los hechos y la grabación de comunicaciones.

Igualmente, bajo los mismos supuestos previstos en el inciso precedente, podrá el tribunal, a
petición del Ministerio Público, autorizar la actuación de agentes encubiertos.

c. Penalidad para los copartícipes y penas accesorias.

El artículo 371 señala que los ascendientes, guardadores, maestros y cualesquiera personas que
con abuso de autoridad o encargo, cooperaren como cómplices a la perpetración de los delitos ya
indicados, serán penados como autores.

El inciso segundo de este artículo señala que los maestros o encargados en cualquier manera de la
educación o dirección de la juventud, serán además condenados a inhabilitación especial perpetua
para el cargo u oficio.

33
El artículo 372 establece que los condenados por la comisión de los delitos señalados en contra de
un menor de edad, serán también condenados a las penas de interdicción del derecho de ejercer
la guarda y ser oídos como parientes en los casos que la ley designa, y de sujeción a la vigilancia de
la autoridad durante los diez años siguientes al cumplimiento de la pena principal. Esta sujeción
consistirá en informar a Carabineros cada tres meses su domicilio actual. Asimismo, el tribunal
condenará a las personas comprendidas en el artículo precedente a la pena de inhabilitación
absoluta temporal para cargos, oficios o profesiones ejercidos en ámbitos educacionales o que
involucren una relación directa y habitual con personas menores de edad, en cualquiera de sus
grados.

d. Efectos civiles en los condenados a estos delitos.

El artículo 370 señala que además de la indemnización que corresponda conforme a las reglas
generales, el condenado por estos delitos será obligado a dar alimentos cuando proceda de
acuerdo a las normas del Código Civil. Y el artículo siguiente nos dice que el que fuere condenado
por alguno de los delitos indicados cometido en la persona de un menor del que sea pariente,
quedará privado de la patria potestad si la tuviere o inhabilitado para obtenerla si no la tuviere y,
además, de todos los derechos que por el ministerio de la ley se le confirieren respecto de la
persona y bienes del ofendido, de sus ascendientes y descendientes. El juez así lo declarará en la
sentencia, decretará la emancipación del menor si correspondiere, y ordenará dejar constancia de
ello mediante subinscripción practicada al margen de la inscripción de nacimiento del menor.

El pariente condenado conservará, en cambio, todas las obligaciones legales cuyo cumplimiento
vaya en beneficio de la víctima o de sus descendientes.

e. Medidas de Protección para la víctima.

El artículo 372 ter del Código señala que en estos delitos, el juez podrá en cualquier momento, a
petición de parte, o de oficio por razones fundadas, disponer las medidas de protección del
ofendido y su familia que estime convenientes, tales como la sujeción del implicado a la vigilancia
de una persona o institución determinada, las que informarán periódicamente al tribunal; la
prohibición de visitar el domicilio, el lugar de trabajo o el establecimiento educacional del
ofendido; la prohibición de aproximarse al ofendido o a su familia, y, en su caso, la obligación de
abandonar el hogar que compartiere con aquél.

f. Medidas Alternativas y Libertad Condicional.

La Ley 18.216 que establece las Medidas Alternativas a las penas privativas de libertad (Remisión
Condicional de la Pena, Reclusión Nocturna y Libertad Vigilada) establece en su artículo 30 que los
condenados por algún delito sexual, el Tribunal podrá imponer como condición para el
otorgamiento de cualquiera de estos beneficios que el condenado no ingrese ni acceda a las
inmediaciones del hogar, el establecimiento educacional o el lugar de trabajo del ofendido.

34
Finalmente, el D.L. N° 321 sobre Libertad Condicional en su artículo 3° establece que a los
condenados por delitos de violación con homicidio o violación impropia, entre otros, se les podrá
conceder este beneficio sólo una vez que cumplan dos tercios de su condena (la regla general es
que se concede una vez cumplida la mitad de la pena).

g. Regla especial de prescripción.

La última modificación legal en el ámbito de los delitos sexuales se incorporó con la Ley 20.207 en
agosto del año 2007, la que introduce el nuevo artículo 369 quáter señalando: “En los delitos
previstos en los dos párrafos anteriores, el plazo de prescripción de la acción penal empezará a
correr para el menor de edad que haya sido víctima, al momento que cumpla 18 años”.

35
2. Perspectiva Psicosocial

El enfoque de intervención del Centro tiene por sustento teórico una aproximación psicosocial e
integrativa a la problemática de las agresiones sexuales. Este marco es resultado de un proceso de
constante revisión y adecuación de los conceptos utilizados y de la permanente preocupación por
alcanzar una mayor comprensión del fenómeno, dentro de lo cual se incorporan aportes desde la
labor investigativa realizada por los propios profesionales del Centro. A pesar de la presencia de
distintas miradas teóricas dentro del equipo de trabajo, el presente marco pretende ser una
síntesis integrativa de las consideraciones esenciales del fenómeno desde una perspectiva
victimológica y clínica, que resultan ser fundamentos comunes para su comprensión, y que por lo
mismo no pretende ser exhaustiva.

Cabe señalar que la compresión del fenómeno presentada en este marco y su constante revisión,
se constituye en los fundamentos para el desarrollo de intervenciones, que permitan contribuir
más efectivamente a la reparación y el tratamiento de las víctimas.

De este modo, el enfoque teórico utilizado incluye una conceptualización respecto del fenómeno
de las agresiones sexuales, sus orígenes, dinámicas y factores de mantenimiento, así como una
comprensión de sus efectos para el desarrollo y la integridad psíquica de las personas afectadas.

2.1. Conceptualización de Agresión Sexual

La agresión sexual se considera una forma de violencia sexual, incluyéndose como elemento
esencial el uso de la fuerza o del poder dirigido hacia fines sexuales que la víctima no ha
consentido (Rojas, 1995); “El uso del término violencia sexual es útil siempre que se entienda que
la violencia no sólo se refiere a la fuerza física sino que involucra otras formas de coerción y abarca
todo el espectro de agresiones y abusos en torno a la sexualidad” (SERNAM, 1993).

Se utiliza el concepto de agresión sexual, en contraposición al generalmente utilizado desde el


marco psicosocial “abuso sexual”, ya que desde esta perspectiva se dialoga constantemente con
un marco jurídico. Así, el denominar al fenómeno como abuso sexual hace alusión sólo a uno de
los tipos penales de delitos sexuales, en cambio con la designación de agresiones sexuales se
incluyen todas las referencias (abuso sexual, violación, estupro, etc.), abarcándose de esta forma
la totalidad de las conductas sexuales abusivas. Esta mirada promueve una comprensión más
integral del fenómeno, debido a que dichas conductas, si bien poseen ciertas especificidades,
presentan elementos característicos de un mismo fenómeno. Cabe señalar que, dentro del
desarrollo teórico que se expone a continuación, se utilizará en algunos apartados el término
abuso sexual debido a que es la denominación utilizada dentro de la literatura, sin embargo, hará
referencia a todo el espectro de las agresiones sexuales.

Según W. Preudergast (1995) existirían tres factores comunes a todo tipo de agresión sexual. El
primero de ellos alude al uso (abuso) de fuerza o autoridad de una persona mayor y poderosa
sobre otra más pequeña, débil o vulnerable. En este sentido, y considerando el contexto socio-
cultural de nuestra realidad, son los niños/as, adolescentes y mujeres quienes quedan en una
posición de mayor vulnerabilidad. El segundo factor apunta a que la fuerza o el poder que posee
esa persona son utilizadas para seducir sexualmente, tocar, acariciar o tener cualquier

36
acercamiento de tipo sexual con la víctima. Por último, el autor señala el hecho que la víctima -
estando bajo presión, miedo, inadecuación emocional o intelectual y/o inmadurez para reconocer
o resistirse a la situación que está pasando- accede a los requerimientos del agresor, al no tener
posibilidad de elección.

De lo anterior se desprende que en una agresión sexual se encuentra por un lado una persona que
es catalogada como agresor (o victimario), en tanto ha hecho uso de una o más conductas de tipo
violentas como fuerza física, intimidación, coerción, engaño, obligación del secreto entre otros,
tendientes a la consecución de metas sexuales deseadas por él. Por otra parte, una persona
designada como víctima, que ve limitado el espectro de opciones posibles por el uso de estas
conductas violentas o del abuso de poder sobre su persona, participando en una situación sexual
sin implicar su deseo ni voluntad (Sat y Villagra, 2002).

De tal modo, en determinadas circunstancias cualquier persona, más allá de sus características
particulares puede ser víctima de agresión sexual. Sin embargo, una importante distinción para la
compresión de dicho fenómeno hace referencia a la edad de la víctima, pudiendo establecerse una
delimitación entre agresión sexual contra adultos y contra menores de edad.

En general existe consenso respecto a que las víctimas de la mayoría de las agresiones sexuales
son menores de edad (Larraín, Vega y Delgado, 1997; MINSAL, 1998). En dicho sentido, los
registros del Servicio Médico Legal (Nahuelpán, 2002) revelan que alrededor de un 78% de los
casos de agresiones sexuales atendidos entre los años 1991 y 2001 son cometidos a menores de
18 años. Esta tendencia es consistente con los registros de este Centro ya que, el 88,5% de las
víctimas ingresadas a CAVAS Metropolitano durante el periodo 2001 y 2007, eran menores de 17
años.

La violencia sexual históricamente ha sido de difícil reconocimiento en la población adulta, datos


del Servicio Médico Legal (SML) muestran que en el año 2000 se realizaron 1.886 peritajes por
agresiones sexuales en la Región Metropolitana, de un total de 4.395 casos en todo el país. De esta
muestra, el 25% corresponde a población adulta, y el 80% del total es de sexo femenino (Bain y
Yáñez, 2002). Un grupo etáreo importante que fue periciado entre los años de 1987-1991,
corresponde al que se sitúa entre los 20 y 29 años (14,5%) (SERNAM, 1994). Cabe señalar que los
datos por delitos sexuales periciados por el SML, concerniente a mujeres adultas corresponden a
casos de agresiones sexuales “recientes”, las agresiones sexuales acaecidas en la infancia
generalmente no llegan a ser denunciados, lo cual dificulta enormemente estimar la prevalencia
de la agresión sexual en la población adulta.

Según un estudio realizado por el Ministerio de Salud en el año 2000 para determinar
comportamiento sexual, en una muestra representativa del país (5.407 personas, de entre 18 y 69
años), reportó que 7 de cada 100 mujeres habría sufrido violación sexual (Bravo 2000, en Bain y
Yánez, 2002).

En términos generales, se puede definir la violencia sexual como: “Todo acto sexual, la tentativa
de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones
para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante
coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier
ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo" (OMS, 2005).

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Por su parte, Echeburúa y cols (1995) definen la violencia sexual como cualquier actividad no
consensuada lograda mediante la coacción, la amenaza de usar la fuerza o la utilización de la
misma, destacando la importancia de los factores subjetivos implicados, planteando que debiera
imperar como criterio central la percepción de la propia víctima, inclusive por sobre las
circunstancias y formas mismas que adquiera la agresión.

Específicamente en relación a la agresión sexual infantil, desde el ámbito legal, médico, social y
psicológico, se han planteado diversas definiciones las cuales, aun cuando presentan aspectos
comunes, difieren en su énfasis.

Finkelhor y Redfield (1984), definen el abuso sexual infantil, como “cualquier contacto sexual
entre un adulto y un niño sexualmente inmaduro (la madurez sexual se define social y
fisiológicamente) con el propósito de la gratificación sexual del adulto; o cualquier contacto sexual
de un niño por medio del uso de la fuerza, amenaza o engaño para asegurar la participación del
niño; o el contacto sexual donde el niño es incapaz de consentir por virtud de la edad o por
diferencias de poder y por la naturaleza de la relación con el adulto”.

Por tanto, el concepto de agresión sexual incorpora la noción de una acción sexual transgresora e
impuesta por un otro, es decir una acción abusiva por parte de un agresor hacia una víctima,
poniendo el énfasis en el carácter relacional de este fenómeno.

Otro de los aspectos, que se considera en las definiciones de agresión sexual, es que existe un acto
sexualmente abusivo, lo que se refiere a aquellas conductas que incluyan coito, sexo anal u oral,
penetración digital o de objetos, tocaciones de pechos o genitales, masturbación, exhibicionismo,
exposición a pornografía e incitaciones a participar en actividades sexuales (Smith y Bentovim,
1994). Estas actividades sexuales son inapropiadas para la edad y desarrollo psicosexual del
niño/a o adolescente, siendo éste sexualmente inmaduro, no pudiendo comprender el sentido de
tales actividades, por la falta de conocimiento del significado social y de los efectos psicológicos de
los encuentros sexuales (MINSAL, 1998b; Finkelhor, 1984, en Smith y Bentovim, 1994; Kempe,
1978, en Barudy, 1998; Glaser y Frosh, 1997). En este sentido, Barudy (1998) plantea que “no
existe una relación apropiada entre un niño y un adulto, atribuyendo la responsabilidad de éste
tipo de acto exclusivamente al adulto” (pág. 161).

En las diversas definiciones que existen de agresión sexual infantil, comúnmente se especifica la
edad y el nivel de desarrollo del niño/a y del abusador y se selecciona una edad cronológica para
definir los límites de la agresión, considerando principalmente dos variables. Por una parte, se
define la “edad de consentimiento”, previo a lo cual el niño/a no tendría el conocimiento para
consentir o no una relación sexual. Por otro lado, se postula una diferencia de edades entre la
víctima y el agresor de alrededor de cinco años o más para que un contacto sexual sea
considerado abusivo, debido a que la asimetría de edad impediría la verdadera libertad de
decisión y la actividad sexual común, ya que los participantes tienen experiencias, grado de
madurez y expectativas diferentes (Cantón y Cortés, 1999).

Así, se establece como característica esencial de la agresión sexual infantil, la existencia de una
relación asimétrica, debido a la edad de los niños/as, su vulnerabilidad y a que éstos
estructuralmente dependen del adulto (Barudy, 1998). Es decir, la dependencia es uno de los
factores que los definen como niños/as, existiendo en la relación entre éstos y los adultos una
estructura de poder-dependencia, en donde la confianza se constituye como parte integral de la

38
dependencia. De este modo, la actividad sexual entre un niño/a y un adulto siempre implica una
explotación de poder, por lo que nunca puede ser otra cosa que abuso (Glaser y Frosh, 1997).

También se considera que el acto abusivo es realizado sólo con el fin de la gratificación o
satisfacción sexual del adulto, tomando al niño/a como objeto, cosificándolo (Barudy, 1998;
Finkelhor, 1984). “Cuando un adulto abusa sexualmente de un niño, considera que puede utilizar
el cuerpo de éste a su antojo. (…) En el encuentro sexual entre un adulto y un niño, éste es
despojado del beneficio de la experiencia. Puesto que el adulto es el único beneficiario, se trata de
una relación abusiva” (Perrone y Nannini, 1998, pág. 106-107).

El contacto sexual no deseado es otro elemento incluido en las definiciones. Los diversos autores
denominan que la participación del niño/a en este contacto no deseado se realiza a través del uso
de la coacción (Glaser y Frosh, 1997), coerción y asimetría de poder (Barudy, 1998), imposición
bajo presión (Kempe 1978, en Barudy, 1998), participación forzada (MINSAL, 1998b), coerción
mediante fuerza física, presión o engaño (López, Hernández y Carpintero, 1995, en Cantón y
Cortés, 1999), entre otras.

Una visión integradora de estos métodos coercitivos es la que realiza Glaser y Frosh (1997), que
plantean que la agresión sexual infantil en todos los casos incluye el uso de coacción, la cual puede
ser explícita o implícita. La coacción explícita es cuando se usa directamente la fuerza física, la
violencia, el uso de armas, etc. En cambio la coacción implícita, que es la más frecuente en
niños/as, se refiere a la utilización de la relación de dependencia de la víctima, a través de la
seducción, engaño y amenazas. Estas formas coercitivas también son observadas en los casos de
agresión sexual en la población adulta.

Finalmente, otro aspecto central en las definiciones de agresión sexual infantil, que se relaciona
con los elementos tratados anteriormente, es la incapacidad del niño/a de entregar un
consentimiento informado o válido.

Se puede plantear que en la agresión sexual es posible el consentimiento del niño/a, pero éste no
puede ser considerado válido o informado, ya que el niño/a no está en condiciones de
comprender o dimensionar los alcances de las prácticas sexuales, debido a su edad, relación de
dependencia con el adulto, la falta de conocimiento, su inmadurez psicosexual, la relación de
confianza, los medios de seducción o amenaza utilizados (Glaser, en Miotto, 2001; Minsal, 1998b).

Evolutivamente, es posible señalar que, los niños/as debido a las características de su desarrollo
psicosexual, se encuentran en una etapa de descubrimiento autoerótico y con pares de su propio
cuerpo, teniendo una comprensión de la sexualidad diferente a la del adulto. En este sentido, en la
agresión sexual infantil, aún cuando el niño/a no es capaz de dimensionar los alcances de las
prácticas sexuales –por lo antes señalado–, la experiencia de abuso puede ser comprendida por
éste, pero de una forma que difiere de la comprensión del adulto y, a su vez, de la comprensión de
la sexualidad esperada para su etapa evolutiva (Capella y Miranda, 2003).

En síntesis, estos aspectos analizados entregan un marco para la comprensión de la agresión


sexual infantil, siendo considerados cabalmente en la siguiente definición: “La implicación de un
niño o un adolescente menor en actividades sexuales ejercidas por los adultos y que buscan
principalmente la satisfacción de éstos, siendo los menores de edad inmaduros y dependientes y
por tanto incapaces de comprender el sentido radical de estas actividades ni por tanto de dar su
consentimiento real. Estas actividades son inapropiadas a su edad y a su nivel de desarrollo

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psicosexual y son impuestas bajo presión –por la violencia o la seducción– y transgreden tabúes
sociales en lo que concierne a los roles familiares” (Kempe, 1978, en Barudy, 1998 pág. 161).

2.2. La Agresión Sexual como un Proceso de Victimización.

Dentro del marco conceptual desarrollado por el equipo de CAVAS, los planteamientos de la
Victimología -es decir el estudio de la víctima, sus características, actitudes y conducta, su relación
e interacción con el delincuente-, han resultado un aporte clarificador que ha permitido entender
en un contexto social e interaccional el problema de la génesis, mantención y consecuencias de las
agresiones sexuales, al conceptualizarlas como procesos de victimización.

La victimización puede ser entendida como la experiencia de haber sufrido un delito. Dentro de la
Victimología se entiende como victimización primaria los sufrimientos que experimenta la víctima
como consecuencia del acto delictivo mismo, y victimización secundaria como los sufrimientos que
experimenta la víctima en su paso por el sistema judicial o derivado de su interacción con el
entorno (Escaff, 2001). De esta forma el propio sistema judicial al cual acude la persona para su
defensa vuelve a victimizarla, añadiendo una frustración en cuanto a sus expectativas de
protección y justicia, debido a los malos tratos vivenciados en su paso por éste. Por otro lado, este
sufrimiento puede aumentar debido a la falta de apoyo por parte de su entorno social, lo que se
traduce en acciones que implican la estigmatización a la víctima, al responsabilizarla y
avergonzarla por lo ocurrido.

Así también, se distinguen víctimas directas y víctimas indirectas del delito, estas últimas son
personas que también pueden verse afectadas por éste, como por ejemplo los familiares de la
víctima directa del delito (Escaff, 2001).

Por otro lado, las teorías victimológicas plantean diversas perspectivas acerca del concepto de
víctima. El modelo dinámico de la victimicidad, planteado en la década del 40 por Hans von Hentig
(1948, en Schneider, 1994), es una de las teorías que mejor explica la definición de víctima, debido
a que considera los procesos interaccionales entre la víctima y el autor del delito. Es decir,
incorpora los aspectos relacionados con ambos actores de la situación delictiva, comprendiendo
de manera dinámica el fenómeno de la victimización, así como también la interacción de los
elementos causales del delito.

Este enfoque incorpora la figura de la víctima al análisis del delito, apareciendo como elemento
central la interacción entre víctima y victimario, considerando, por ejemplo, que muchas víctimas
contribuyen a su propia victimización incitando o provocando al delincuente, o bien creando o
alentando una situación probable que conduce a la realización del delito. Posteriormente, otros
victimólogos agregaron que las víctimas pueden jugar un rol causal en su victimización actuando
en forma negligente, con falta de cuidado o imprudencia, etc. De esta forma, se ha comenzado a
considerar a la víctima, ya no como un sujeto pasivo, sino modelando activamente el delito,
pudiendo en algunas ocasiones contribuir a su propia victimización (Sangrador, 1986, Schneider,
1994; Fattah, 1997a). Esto, no implica culpabilizar a la víctima, sino darle un papel participante en
la génesis del delito, en tanto con su conducta contribuye a la acción delictiva (Fattah, 1997b).

El desarrollo de la Victimología y sus principales teóricos buscan que la potencial víctima conozca
las medidas y precauciones que debe tomar con el fin de reducir el riesgo de victimización en

40
determinadas situaciones. En este sentido, Fattah (1997b) señala que la Victimología, conduce a
un acercamiento situacional y dinámico de la conducta criminal, ya que ésta no es vista como una
acción unilateral sino como resultado de procesos dinámicos de interacción. Según este plan-
teamiento, ciertos individuos o grupos corren alto riesgo de victimización debido a factores de
vulnerabilidad personales, como el estilo de vida, y factores asociados a variables ambientales
como el lugar de residencia, entre otras (Fattah, 1997b).

Los planteamientos victimológicos previamente expuestos permiten una nueva mirada sobre los
factores de riesgo/protección personales, al conceptualizar como efecto y consecuencia potencial
propia de los procesos de victimización, la consolidación de características a nivel personal que se
constituyen en factores de riesgo para el propio individuo. En este sentido, y pensando en la
temática de las agresiones sexuales, la idea de que la víctima puede participar de alguna manera
en su propia victimización, resulta una mirada que, lejos de pretender responsabilizar o
culpabilizar a las víctimas, permite hacer concientes y explícitos los aspectos relacionados con ellas
mismas que, además de los factores situacionales y del agresor, favorecerían la ocurrencia del
delito (Huerta y Navarro, 2001). Esta idea resulta de relevancia tanto para el trabajo preventivo,
así como para el proceso terapéutico de reparación.

2.3. Tipología de la Agresión Sexual.

Teniendo en cuenta que la agresión sexual es un fenómeno relacional, se considera como


elemento central al definir los tipos de agresiones sexuales, el vínculo previo que la víctima tiene
con el agresor, ya que los efectos que cada uno de los tipos de agresión tienen tanto en la víctima
como en su entorno, están esencialmente mediados por esta variable (CAVAS, 2002; Correa y
Riffo, 1995).

Dentro del universo de las agresiones sexuales, es posible distinguir por un lado la agresión sexual
intrafamiliar y dentro de ésta la agresión sexual incestuosa; y por otro, la extrafamiliar –por
desconocidos o conocidos-. A la base de estas distinciones se encuentra como criterio principal, la
existencia y la calidad del vínculo de la víctima con su agresor; este elemento ha mostrado ser uno
de los factores más importantes en la determinación del daño que la experiencia abusiva tendrá
para la víctima (Huerta, Maric y Navarro, 2003). Es por esto que los distintos tipos de agresiones
corresponden a fenómenos de dinámica diferenciada, por lo tanto, de consecuencias distintas
para la víctima. Desde esta perspectiva, se genera la necesidad de realizar las distinciones de la
agresión sexual, basándose esencialmente en este factor relacional e interpersonal.

2.3.1. Agresión Sexual Extrafamiliar

La agresión sexual extrafamiliar, se define porque el agresor no pertenece al medio familiar de la


víctima, pudiendo ser un sujeto totalmente desconocido para ésta y los demás miembros de su
familia, o algún conocido que pertenece a su entorno.

En la agresión sexual extrafamiliar por desconocidos, la víctima no tiene un vínculo de


conocimiento o cercanía previo con el abusador, el cual generalmente goza sometiendo a su
víctima por la fuerza y el terror, haciéndole sufrir. Comúnmente es una experiencia única, muy

41
violenta, que mayormente afecta a la población adolescente y adulta (Barudy, 1998, 2000; Escaff,
2001).

En cambio, en la agresión sexual extrafamiliar por un conocido, la persona es agredida


sexualmente por un sujeto que pertenece a su círculo social, y que por lo tanto es conocido de la
víctima y de su familia. La relación se da por cercanía física, social o por ejercicio del rol de poder
que posee el agresor; en el caso de la agresión sexual infantil suele tratarse de actividades que
permiten un contacto directo con el niño, cuando la victimización sexual ocurre en la adultez suele
tratarse de ex parejas, jefes, compañeros de trabajo, amistades, entre otros. El agresor, transgrede
los límites interpersonales y la confianza que la persona o la familia habían depositado en él.

Los agresores para seducir a la persona generalmente utilizan métodos coercitivos como el cariño,
la persuasión, la mentira, o la presión psicológica y amenazas, lo que también mantiene,
generalmente en la victimización infantil, una dinámica del secreto.

En el caso de agresiones sexuales en la infancia, el agresor va envolviendo a la víctima en una


relación que es presentada como afectiva, protectora y gratificante, lo cual es generalmente vivido
por el niño/a como confusión respecto a la relación, ya que se entremezclan la vivencia de sentirse
amado, con la experiencia de agresión sexual, dificultándose su vivencia como víctima, surgiendo
sentimientos de vergüenza y culpabilidad. Así, los niños/as presentan dificultad para detectar
precozmente el peligro en el que se encuentran debido al carácter confuso y manipulador de la
relación ofrecida por el agresor. El hecho de que el abusador presente los comportamientos como
naturales de una relación niño/a-adulto y además sea una persona cercana a la familia, aumenta la
confusión en el niño/a y le impide divulgar lo que ocurre. Muchas veces la relación de cercanía,
provoca en los padres una reacción poco adecuada cuando sus hijos/as revelan la agresión
(Barudy, 1998; 2000).

2.3.2. Agresión Sexual Intrafamiliar

En la agresión sexual intrafamiliar, generalmente de ocurrencia en la infancia y/o adolescencia, la


agresión es cometido por un miembro de la familia, ya sea el padre, la madre, el padrastro, el tío,
el abuelo, el hermano, etc. En este caso, el abusador manipula el vínculo familiar a través de la
utilización del poder que le da su rol. Generalmente hay un traspaso sucesivo de límites, siendo la
agresión reiterada en el tiempo. Se impone la dinámica del secreto, lo que resulta en la mayoría de
los casos, en que su develación sea tardía. Suele darse en familias con organizaciones
disfuncionales y son el resultado de múltiples factores que bloquean o perturban los mecanismos
naturales que regulan la sexualidad al interior de una familia (Barudy, 1998, 2000; Escaff, 2001).

Correa y Riffo (1995) plantean que a pesar de que las agresiones sexuales intrafamiliares y
extrafamiliares por conocidos presentan diferencias, existen aspectos similares en su dinámica,
especialmente cuando las agresiones dentro de la familia no son cometidos por parte de la figura
paterna (incestuosos). Así, señalan que se caracterizan porque afecta generalmente a niños/as, a
menudo se produce reiteradamente y durante períodos prolongados, con una frecuencia variable.
Habitualmente, tiene lugar en la casa de la víctima y/o agresor, puede o no implicar penetración, y
cuando lo hace, puede ser la etapa final de aproximaciones sucesivas.

42
Otros criterios preponderantes para clasificar y valorar el tipo de agresión sexual y su impacto en
la víctima, son las variables asociadas a la edad de inicio de la primera victimización y la frecuencia
con la que se presenta. En relación a la edad de comienzo, los primeros eventos pueden
producirse ya sea en etapas tempranas del desarrollo o bien acontecer en la adultez, marcando
diferencias importantes el que una víctima experimente de modo esporádico o persistente este
tipo de vivencias. Así, respecto al nivel de reiteración en el tiempo, las victimizaciones pueden
situarse en un rango que va desde el episodio único hasta experiencias sistemáticas o crónicas,
siendo este último tipo de agresiones las que comportan daños más profundos en la vida
psicológica y social de una persona.

Además, se ha estudiado que las agresiones sexuales experimentados en la infancia o


adolescencia, más aún los intrafamiliares con características crónicas, conllevan considerables y
perdurables consecuencias psicológicas que requieren de una modalidad de intervención que
difiere de aquellas orientadas a victimizaciones ocurridas en la vida adulta (Pereda, Polo, Grau,
Navales y Martínez, 2007).

2.4. Dinámicas Comprensivas Respecto a la Agresión Sexual

La agresión sexual es un fenómeno complejo, que cuando es intrafamiliar o extrafamiliar por


conocidos, raramente se produce de manera única, como un hecho aislado o accidental, sino que
son cometidos en el marco de un proceso relacional, el cual se desarrolla en el tiempo. De esta
forma resulta necesario comprender la dinámica de este proceso para poder entender la vivencia
de las víctimas, sobretodo si consideramos que la cronicidad de la agresión ha sido considerada
uno de los factores que se relacionan de manera más significativa con el nivel de daño provocado
(Huerta, Maric y Navarro, 2003).

2.4.1. Modelos Clásicos del Fenómeno de la Agresión Sexual

Diversos estudiosos e investigadores han desarrollado planteamientos teóricos que intentan dar
cuenta de este proceso dinámico. Si bien, no es posible establecer que dichos planteamientos se
apliquen en forma homogénea en todos los casos, estas formulaciones permiten aproximarse a
una mayor comprensión de los procesos relacionales involucrados en las agresiones reiteradas o
crónicas, especialmente respecto de las agresiones intrafamiliares que, como antes se mencionó,
suelen ocurrir en la infancia o adolescencia, observándose efectos y daño en la vida adulta en
muchos de los casos.

a. La Perspectiva de Jorge Barudy: de la Agresión a la Develación.

Barudy (1998, 2000) plantea que en los casos de agresiones reiteradas, la agresión sexual surge
como un proceso con dos grandes momentos. En una primera etapa, la agresión se desarrolla al
interior de la intimidad familiar protegido por el secreto y la ley del silencio, como una forma de
mantener la cohesión y pertenencia, existiendo un equilibrio al interior de la familia. En una
segunda etapa, la agresión aparece a la luz pública a través de la divulgación de la experiencia
abusiva, lo cual implica una desestabilización y crisis del sistema familiar, así como también del
sistema social que le rodea.

43
Dentro del primer período, Barudy (1998, 2000) distingue tres fases:

La fase de seducción, en la que quien abusa manipula la dependencia y la confianza de su víctima,


incitándola a participar de actos abusivos, los cuales presenta como juego o como
comportamientos normales, sanos y adecuados de la relación en la que se da.

La fase de interacción sexual abusiva: donde el agresor comienza a interactuar abusivamente con
su víctima de manera gradual y progresiva, presentando primero gestos sin contacto
(exhibicionismo, voyeurismo, etc.) hasta llegar de manera gradual a gestos con contacto (caricias
con intenciones eróticas, masturbación, penetración digital, coito).

La fase del secreto: la que es descrita como un proceso gradual y progresivo, que corresponde a
una serie de gestos sexuales que se van sucediendo en el tiempo, de tal modo que comienza casi
conjuntamente con la anterior. El abusador impone la ley del silencio a la víctima para no ser
descubierto, lo que suele hacer a través de amenazas, mentiras, culpabilización, chantaje y
manipulación psicológica. Quien es sometido termina por aceptar esta situación, no pudiendo
relatar y denunciar la agresión, de manera que genera respuestas adaptativas para sobrevivir,
entre las cuales se distinguen la aceptación misma de la dinámica del silencio, los sentimientos de
culpa y la vergüenza.

En el segundo período, que comienza con la divulgación de la situación abusiva, se distinguirían


dos fases:

La fase de la divulgación: a pesar de los esfuerzos del abusador por mantener la situación en
secreto, la agresión es develado, ya sea de manera accidental o premeditada. Cuando existe una
develación accidental, es un tercero quien descubre la agresión (se sorprende al adulto abusando
del niño/a, se presenta una enfermedad de transmisión sexual o embarazo de la víctima). En
cambio, cuando se produce una develación premeditada es la víctima quien voluntariamente
comunica su condición rompiendo el secreto, impulsado por solucionar una situación que se le
hace insoportable.

La fase represiva: se desencadena, tanto en los miembros de la familia como del entorno, un
conjunto de comportamientos y discursos tendientes a neutralizar los efectos de la divulgación,
buscando reprimir el discurso de la víctima para recuperar el equilibrio familiar y ambiental
perdido. Así, miembros de la familia, y cercanos a la víctima, utilizan diferentes medios, tales como
descalificar el discurso de ésta, culpabilizarla, negar o minimizar el acto abusivo, entre otros.
Muchas veces estas presiones tienen como consecuencia que las víctimas de agresión sexual se
retracten posteriormente de los hechos develados, o no lleguen a denunciar la agresión de la que
han sido objeto.

b. La perspectiva de Reynaldo Perrone: el Concepto de Hechizo.

El psicólogo argentino Reynaldo Perrone en sus distintas publicaciones (1995, 1998) ha logrado
una detallada descripción del progresivo proceso abusivo y de la intrincada relación que el
abusador establece con su víctima, permitiéndonos así acceder a través de sus palabras a un
proceso impensable.

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Perrone (1995) plantea que el concepto central que define, caracteriza, mantiene y posibilita la
agresión incestuosa es la relación (psicológica) de hechizo entre abusador y víctima. Según este
autor, la víctima entra en un estado de trance prolongado, de hipnosis no convencional, que
puede perdurar aún después de haberse interrumpido la relación abusiva.

El trance es un estado de conciencia alterado o modificado que se caracteriza por una disminución
del umbral del sentido crítico y una focalización de la atención. Se asocia a rituales, cuyas
actividades específicas permiten preparar y producir dicho estado. En este sentido, los rituales
sirven para elevar, modelar y crear estados de conciencia particulares y modificados. Luego, el
trance es consecuencia del ritual.

En el caso de la agresión incestuosa, los rituales son bipersonales y no consensuales y se utilizan


para crear un tipo de relación especial: el hechizo. Este es la forma extrema de la relación no
igualitaria y se caracteriza por la influencia que una persona (abusador) ejerce sobre la otra
(víctima), sin que ésta sea consciente de ello.

La víctima registra el comportamiento del otro, pero el contexto o los medios de que dispone no le
permiten escapar de esta relación. Se observa una “colonización” del espíritu de uno por el otro,
con una invasión del territorio personal, proceso en el cual la diferenciación se vuelve incierta y las
fronteras interindividuales desaparecen, quedando la víctima atrapada (en trance) en una relación
de alienación. La víctima tiene conciencia de participar en esta relación, pero la naturaleza de ésta
le resulta profundamente indecodificable. La persona dominada tiene una imagen ilusoria del
otro, imposible de conocer y de definir, ya que la naturaleza misma de la relación altera sus
funciones cognitivas y críticas (Perrone y Nannini, 1998).

Según Perrone y Nannini (1998) el estado del hechizo se crea a través de una dinámica de tres
tipos de prácticas relacionales: la efracción, la captación y la programación. Estas acciones son
operaciones espontáneas e intuitivas del abusador y cuya efectividad remiten más bien a
aprendizajes empíricos no formalizados. Este proceso se realiza, a veces, sin necesidad del uso de
la fuerza.

La efracción consiste en la transgresión, generalmente mediante el uso de la fuerza por parte del
abusador, de los límites personales de la víctima. Así, la identidad y el sentimiento de integridad
individual se torna difuso, por cuanto la delimitación necesaria del yo, respecto del exterior,
desaparece. Así la efracción es la etapa previa (preparación) de la posesión (emocional, cognitiva y
física) de la víctima, y consiste en penetrar en su territorio personal, revelando su intimidad. El
abusador primero penetra en el espacio físico de su víctima y luego en su cuerpo (Perrone y
Nannini, 1998).

La efracción también significa que el abusador irrumpe en el mundo imaginario de la persona y


destruye su tejido relacional al romper sus vínculos con los otros miembros de su familia (nuclear y
extensa) y con su red social más cercana. Luego, es la primera “maniobra” del abusador contra la
víctima. Sin embargo, para lograr el hechizo, no basta con provocar una efracción, sino que se le
ha de asociar la captación.

La captación apunta a apropiarse de otro, en el sentido de captar su confianza, atraerlo, retener su


atención y privarlo de su libertad.

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Para lograr la captación se utilizan tres vías que confluyen hacia un mismo resultado: interferir las
vías sensoriales de la víctima de una manera traumática, de tal manera de disminuir su
funcionalidad y tornar a la persona vulnerable, sin autonomía y factible de ser manipulada y
dirigida. Las vías son: la mirada, el tacto y la palabra.

Lo que caracteriza a la captación es el hecho de “atrapar” a la víctima, dejándola sin ninguna


posibilidad de resistirse y en un estado de cautividad. Pero esta pérdida de libertad no significa
que quien la sufre no tenga deseos de liberarse. Por ello, es que el proceso del hechizo no termina
en la captación.

La programación consiste en introducir disposiciones en la neurobiología del otro para inducir


comportamientos predefinidos a fin de activar ulteriormente conductas adecuadas a una situación
(agresión sexual) prevista.

A su vez, cuando en el contexto predominan las emociones, se produce una perturbación


neurobiológica, tal que los aprendizajes realizados en ese estado quedan ligados a él. La vuelta al
estado precedente reactiva el estado emocional concomitante y lleva a evocar las informaciones
adquiridas en aquel momento. Lo prioritario es que el contexto emocional determina el acceso a
informaciones codificadas que definen un repertorio limitado de acciones posibles. Este proceso
se denomina aprendizaje ligado al estado.

Así, la programación y el aprendizaje ligado al estado son los que prolongan y mantienen la
situación abusiva, a la vez que evitan todo cambio que pudiera poner en peligro la situación del
abusador. El objetivo es condicionar a la víctima para mantener el dominio sobre ella y con ello la
agresión sexual.

Entre las operaciones específicas que se utilizan para programar a la víctima o que provocan
aprendizajes ligados al estado, se encuentran (Perrone y Nannini, 1998):

La Erotización: el niño/a que es objeto de la estimulación del adulto se halla indefectiblemente


implicado, cualquiera que sea su respuesta, ya sea que coopere, participe, se abstenga, acepte o
se resista, en ningún caso puede evitar el estado de perturbación sensitiva. Así, el niño/a,
sensibilizado y preparado para reaccionar ante las estimulaciones sensoriales, no puede evitar la
erotización y la excitación, o lo hace a expensas de una disociación imposible. El mecanismo
sensitivo se acelera sin posibilidad de control ni contención.

La Repetición: en casos extremos, la excitación provoca en la víctima un condicionamiento y una


dependencia que la conducen a mantener el vínculo sexual que la une al abusador con todas sus
consecuencias.

La Evocación del Anclaje: anclaje es la unión entre el estado emocional y la memoria. Gracias a
este vínculo, el agresor no precisa realizar cada vez todas las operaciones necesarias para llevar a
cabo la agresión sexual. Le basta utilizar una mirada, palabra o comportamiento que evoque la
agresión sexual, para que en la víctima aparezca de inmediato el malestar y la paralización
psicológica (trance), y para que cada uno quede instalado en su papel.

El Secreto: el carácter transgresivo de la agresión sexual hace que los hechos queden
encapsulados en el espacio comunicacional de la familia. La regla impuesta es el silencio, que

46
organiza la relación y garantiza la supervivencia del sistema. El secreto es la instrucción más tenaz
y adquiere carácter de compromiso implícito.

El Pacto: el abusador impone a la víctima un acuerdo de no revelación, que sostiene con


permanentes amenazas de represalias o con alusiones a las consecuencias que una eventual
ruptura del pacto tendría para los protagonistas (familia, abusador y víctima). El pacto es explícito,
transtemporal, no negociable e indisoluble. Por ello, aun cuando el secreto sea revelado, la víctima
sigue sintiéndose obligada a no denunciar, a permanecer fiel y leal a las condiciones tácitas del
acuerdo. Luego, develar el secreto no implica necesariamente romper el vínculo abusivo y el
pacto.

La Responsabilidad: todo se presenta al niño/a de modo tal que este cree ser completamente
responsable de lo que pudiera ocurrirle a su familia (transferencia de la responsabilidad), si es que
no mantiene el silencio y la aceptación incondicional de la relación abusiva.

La Vergüenza: en la mayoría de los casos, el abusador no siente ninguna culpabilidad y todo el


sentimiento de incongruencia de la situación lo hace derivar hacia la víctima. Esta es la única
culpable, puesto que el abusador no muestra duda alguna sobre la normalidad de su conducta. La
víctima tiene la impresión de haber perdido su pureza e integridad y siente vergüenza por sí
misma, por el abusador y su familia. La vergüenza persiste más allá de la revelación y el final de la
relación. Sólo cesa definitivamente cuando la víctima logra colocar ese sentimiento en el
abusador. La emergencia de este sentimiento se da indistintamente de su edad y del tipo de
agresión sexual sufrido, sea extra o intrafamiliar, aunque se observan diferencias en la intensidad.

El aprendizaje ligado al estado sirve para efectuar la programación, dado que la erotización, la
repetición y el anclaje forman parte de esta categoría. El secreto, el pacto, la responsabilidad y la
vergüenza son operaciones de programación, en sentido estricto.

2.4.2. Consideraciones Específicas en Torno a la Dinámica Incestuosa

Si bien, se ha definido que el tipo de vínculo existente entre la víctima y su agresor constituye un
elemento básico de distinción dentro de las agresiones sexuales, sobre todo en la población
infanto-juvenil, esto resulta especialmente cierto en caso de las agresiones de tipo incestuosas.

Al respecto, la revisión de diversos planteamientos en materia de agresión incestuosa (Barudy,


1998; Bravo, 1994; De Young, 1994; Durrant, 1993; Escaff y Sagüés, 1994; Finkelhor, 1980; Perrone
y Nannini, 1997; Smith y Saunders, 1995) revela una gran disparidad en la definición del tipo de
vínculo que relaciona al agresor con su víctima. En este sentido, si bien al interior de la familia
pueden ocurrir diversas formas de agresión sexual hacia los niños/as y adolescentes, conforman
un cuadro fenomenológico diferente aquellos abusos en que la figura del agresor constituye, para
la víctima, una figura primaria de protección.

Sea cual sea la forma de relación sexual comprometida, ésta se acompaña de un determinado
estilo de relación anómalo que compromete varios otros aspectos de la vida de la víctima y su
entorno. En estos casos la transgresión, el abuso, se da en el contexto de una de las relaciones que
resulta más esencial en la vida de la víctima y que, en términos vinculares, no solamente la
compromete a ella de un modo particular, sino también a los otros miembros de la familia,

47
especialmente la madre, en tanto pareja del agresor. Por otro lado, la ocurrencia de la agresión en
el contexto del vínculo figura paternal-hija/o, significa el abandono por parte del primero de su rol
de protección y cuidado respecto de su hija/o; sin mencionar las implicancias de la violación del
tabú fundante de la cultura societal humana. Todos estos son elementos distintivos que no se
presentan en ninguna otra forma de relación sexualmente abusiva, por lo que es posible
considerarla como un fenómeno de identidad propia (Navarro, 1998).

De este modo, se propone utilizar una definición restringida del fenómeno, que lo caracteriza
como la relación sexualmente abusiva establecida por un adulto en contra de un menor de edad
(abuso), en el ejercicio de un rol parental (incestuoso) en el ámbito intrafamiliar (op. cit.).

Esta concepción de la agresión incestuosa implica definir un espacio dentro del mundo de las
agresiones sexuales intrafamiliares, determinado por los participantes en dicha interacción y su
grado de estrecha vinculación. Esta última, incluye por un lado el nexo de la víctima con su agresor
y por otro lado, el hecho que la madre de la víctima y el agresor se encuentren ligados directa y
emocionalmente (op. cit.). Esto implica la necesidad de comprender y considerar todos estos
procesos que ocurren en forma paralela y sistémica, con el objeto de realizar intervenciones
tendientes a flexibilizar, normalizar y reparar dinámicas relacionales altamente disfuncionales.

a. El Rol de la Madre.

Barudy (1997) plantea que un tercio de las madres de víctimas de agresiones sexuales por parte de
sus parejas, no están implicadas directamente en la situación incestuosa, encontrándose ciegas
para ver lo que ocurre en base a sus propias experiencias de victimización sexual, o por la
manipulación del agresor. Otro tercio de las madres igualmente no estarían directamente
implicadas, pero sabrían, sin intervenir para detener la situación abusiva, mostrándose
ambivalentes frente a esto. Finalmente, otro tercio de las madres participarían activamente en la
agresión de sus hijo/as.

Según muchos autores, “pasividad” y “dependencia” son las dos características principales en la
madre de la familia incestuosa (Cooper y Cormier, 1990). Otros autores la han descrito como una
madre “ausente”, en el sentido literal de la palabra -muerte o enfermedad-, o emocionalmente
poco accesible tanto a los hijos como al padre. Todos estos adjetivos nos hablan de una aparente
tolerancia ante la agresión consumada y de una figura particularmente susceptible y vulnerable a
las presiones externas del medio social. Sin embargo, y al mismo tiempo, todos coinciden en
considerarla una pieza clave dentro de todo el entramado del abuso incestuoso. La madre de la
familia incestuosa suele “conocer” la agresión, aunque lo ignore, evitando cualquier verbalización
al respecto y manteniendo siempre una duda, pues, “no es lo mismo saber que creer”; ella
prefiere “no saber”. ¿Cuáles son las motivaciones de esta negación?

Tal vez lo primero sea llegar a entender cómo se constituye esta familia y especialmente la
relación de pareja. En relación a esto Barudy (1991) plantea que “las mujeres que eligen o son
elegidas por maridos potencialmente abusadores, en virtud de sus capacidades de dominación y/o
control, corresponden de acuerdo a nuestras experiencias a mujeres que como hijas han vivido
experiencias de abandono y/o negligencia intrafamiliar. Este contexto les obliga a crecer
prematuramente, debiendo afrontar situaciones y deberes que no correspondían con sus edades”
(pág. 23). “El drama de estos niños ahora adultos reside en que, muy frecuentemente, sus
sufrimientos son consecuencias de la violencia y el abuso no han tenido la posibilidad de ser

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verbalizados, escuchados y/o reconocidos. Esto conlleva que estos sufrimientos “almacenados” en
las bodegas del subconsciente se expresan a través de “rituales analógicos” de maltrato,
abandono y abuso sexual de sus propios hijos” (op. cit., pág. 26).

Por otra parte, la madre mantiene necesidades muy importantes de dependencia emocional
respecto al padre, con quien por otra parte suele mantener una relación marital gravemente
defectuosa: nulas o muy insatisfactorias relaciones personales y sexuales con él en el momento de
inicio del abuso incestuoso y durante su desarrollo (Cooper y Cormier, 1990). En relación a este
mismo punto, Barudy (1991) plantea que la madre de la víctima de agresión incestuosa se
encuentra generalmente como esposa en una posición de subordinación con respecto a su
marido. “Su pertenencia al subsistema conyugal es prioritaria con respecto a su función de madre.
Esta posición junto a una adhesión a las creencias que otorgan los derechos absolutos a los
adultos, sobre los niños, son los elementos que permiten comprender su incapacidad para tomar
partido por sus hijas asegurando su protección” (op. cit., pág. 22), transformándose de esta
manera en testigos o cómplices.

La madre, en su relación con la hija víctima de agresión sexual, mantiene una situación
ambivalente, pues a la par que aliada con ella en la unión de la familia, se destaca también como
competidora. Madre e hija no hablan jamás del incesto y en el momento del descubrimiento la
madre se mostrará incrédula y/o punitiva con la niña.

Este aspecto es de gran relevancia, pues se sabe que la reacción negativa de la madre en el
momento de la revelación adquiere una connotación muy negativa para la hija, de cara a su
pronóstico de recuperación emocional. Por otro lado, si la esposa niega o no cree en los hechos, la
negación del abusador se verá acrecentada, pues a menudo el padre incestuoso teme la pérdida
de la esposa y la desintegración familiar (Navarro, 1998).

Las motivaciones que se esconden tras esta incredulidad por parte de la madre seguirán la
dinámica especificada por Glaser (1991):

I. La creencia se acompaña de un profundo sentimiento de culpa por haber fallado en la


protección del niño/a, una sensación de dolor relativa al sufrimiento y trauma posible y
también preocupación por el futuro desarrollo emocional del niño/a.

II. También puede despertar la agresión actual el recuerdo de agresiones pasadas en los
adultos.

III. A veces supone una separación del abusador con las dificultades socioemocionales
asociadas.

IV. . El no creer al niño/a implica también autoprotección (no responsabilidad en el suceso).

El sentimiento del niño/a respecto al cuidador que ha fallado en su protección, suele ser de
rechazo franco o velado. Como consecuencia de esta situación, la hija tiene unas relaciones
problemáticas con la madre -que ha fallado en su protección frente al padre y quien, además, la
rechaza en forma pasiva. Estas relaciones suelen estar marcadas por celos, el resentimiento y la
ambivalencia.

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De este modo, es posible observar que la dinámica de la agresión incestuosa y el rol de víctima en
este proceso, está asociada con las diferentes funciones de la dinámica de pareja y del contenido
relacional de éstas (Barudy, 1997; Navarro 1998). Es decir “la relación incestuosa mantiene un
cierto funcionamiento, que permite, en muchos casos, sobrevivir psicológicamente a la pareja”
(Barudy, 1991, pág. 23). Esta mirada del abuso incestuoso como un proceso relacional asimilado
por el contenido de la dinámica de pareja, permite entender mejor el rol que la madre juega en el
proceso: impregnada por el personaje conyugal que tiene que encarnar, se relaciona con sus hijas
de una manera ambigua y ambivalente a veces las considera sus aliadas, otras sus rivales, llegando
a vivirlas como verdaderas cargas, origen de sus preocupaciones y problemas. “Todo esto les
impide sospechar, darse cuenta o actuar para impedir o detener los comportamientos abusivos de
su marido” (op. cit., pág. 25).

Finalmente, la consideración del abuso incestuoso como un proceso relacional, que


transgeneracionalmente se vincula con experiencias de abandono y maltrato en la infancia de los
adultos involucrados (agresor y madre), y cuya forma de expresión y resolución no está ajena a la
dinámica de pareja, lleva a pensar que hay elementos en la historia de estas mujeres que las haría
susceptibles, llevándolas a transformar su propio sufrimiento infantil no en una acción reparadora,
sino en nuevos sufrimientos, que ahora involucran a sus hijos/as. Esta idea permite cuestionar el
punto de vista que tradicionalmente se ha tenido de la madre de la víctima de agresiones
incestuosas desde la asistencia, a quien se ha considerado como víctima indirecta. Sin embargo, la
madre de la familia incestuosa, de acuerdo a su historia vital de victimizaciones como lo señala
ampliamente la literatura, podría representar el espacio que separa los roles de víctima y
victimario; constituyéndose al mismo tiempo en víctima indirecta y victimaria indirecta (Navarro,
1998).

b. El Patrón de Tolerancia en la Pareja Parental.

El abuso incestuoso ha sido conceptualizado como un fenómeno relacional con raíces


transgeneracionales, que da cuenta de las experiencias de carencias afectivas tempranas de los
adultos involucrados, vale decir, la pareja parental (Navarro, 1998). Esta idea abre preguntas sobre
la generación y la dinámica de la relación de pareja.

Una investigación realizada en el CAVAS respecto de la figura de la madre de las víctimas de


agresiones incestuosas (Navarro, 1998), mostró como una de sus conclusiones más importantes
que el conflicto de la madre, básicamente dice relación con el hecho de que la develación de la
agresión pone en jaque la continuidad de su relación de pareja. La ocurrencia de la agresión y,
sobre todo, su develación, significa un quiebre, la ruptura de una continuidad hasta ahora vivida
como certeza; en este sentido se trata de una crisis. Esta crisis se presenta de una doble manera;
por un lado, y de una forma claramente identificable desde un punto de vista externo, representa
un momento de crisis para la familia, la develación amenaza la organización familiar. Por otro lado,
representa una situación de crisis personal para la madre, el quiebre emocional, una ruptura de
algo que es interno, y que se relaciona con la idea de sí misma construida a partir de la relación de
pareja; de ahí las reacciones de profundo dolor y de sensación de pérdida que acompañan al
proceso.

Desde los tempranos inicios de la formación de la pareja se constata la generación de una gran
complementariedad de los estilos afectivos de ambos miembros, de modo que la interacción de
los patrones vinculares va creando una dinámica relacional propia de la pareja. La constatación de

50
dinámicas similares en las relaciones de pareja previa de las entrevistadas, permite identificar la
tendencia a la realización de un patrón (vincular), en donde incluso la elección de la pareja está al
servicio de dicho patrón. De este modo, todas las circunstancias que forman parte de la historia de
la pareja, constituyen elementos que no son ajenos a la madre, y que por el contrario, como
contenido relacional, resultan congruentes con su identidad personal (Navarro y Salinas, 1999).

Por esto, si se considera la posición carencial, en términos de identidad personal, desde la cual en
general estas madres establecen sus relaciones significativas, resulta comprensible la tendencia a
elegir compañeros que confirmarán con sus acciones su imagen de “víctima”; y adquiere
comprensión la situación de dependencia emocional que mantendrán respecto de sus parejas,
como un elemento independiente del nivel de satisfacción logrado en la relación.

La conjunción de ambas situaciones, sienta las bases para que, en muchos de los casos, la historia
de la pareja se vea continuamente atravesada por crisis generadas a partir de acciones o faltas por
parte del otro, que rompen la condición básica de la formación y la mantención de la pareja: la
confianza (típicamente infidelidades), y que amenazan su continuidad. Estas situaciones son
vividas con profundo dolor y alto nivel de desestructuración por parte de las madres, de ahí los
diversos mecanismos cognitivos y emocionales desplegados, tendientes a anular, minimizar y diluir
el conflicto.

Bajo esta mirada, estos momentos de crisis resultan cruciales en el delineamiento de la dinámica
relacional de la pareja; es ahí que se prueba y se define la relación, sentando las bases de lo que
será la dinámica futura. Este es el contexto en el que surge, como producto interaccional, un
patrón de enfrentamiento de conflictos que permitirá la asimilación de las faltas y de las crisis
generadas a partir de ellas, a través de la disolución del conflicto, la reinstauración de la relación
de pareja, y con ella el sentido de la continuidad vital de la madre.

Dicho patrón se define como un mecanismo de resolución y asimilación de conflictos provenientes


de la propia dinámica interna de la relación de pareja y que ponen en peligro su continuidad (crisis
por ruptura de confianza). En este patrón relacional participan ambos miembros de la pareja y
puede ser intolerante o tolerante frente a la falta dependiendo del grado de aceptación, o
negación y/o minimización de ésta. El patrón de enfrentamiento es definido como tolerante o
intolerante frente a la develación, a partir de un análisis del comportamiento de la madre y su
pareja al momento de la develación, y su correspondencia con un criterio descriptivo construido a
partir de las características señaladas a nivel conductual, cognitivo y emocional en ambos
miembros de la pareja para cada patrón (Navarro, 1998).

En el caso del patrón tolerante, es posible identificar que las propias características de este patrón
de enfrentamiento de conflictos, sientan las bases para la nueva ocurrencia de una crisis por
ruptura de confianza, en términos de la instauración de la tolerancia frente a las faltas como pauta
relacional. Los elementos de este patrón dicen relación básicamente, además de la ya mencionada
tolerancia frente a las faltas por parte de las madres, con el desarrollo de mecanismos psicológicos
que sostengan esta actitud (desconfianza de las propias percepciones, minimización o negación de
las faltas, mecanismos de exclusión y autoengaño, duda crónica como resolución, etc.); como
contraparte, el patrón incluye una actitud de negación de la responsabilidad o de pseudo-
arrepentimiento respecto de la misma por parte del otro miembro de la pareja.

En los casos en que esta situación no es parte de la experiencia previa de la relación de pareja, la
develación de la agresión constituirá la primera crisis por ruptura de confianza. De este modo, se

51
pueden considerar aquellas parejas en que han ocurrido este tipo de crisis como “relaciones
consolidadas”, en términos de que han desarrollado un mecanismo de asimilación y resolución de
los conflictos provenientes de la propia dinámica interna de la pareja. En contraposición, se puede
considerar a aquellas parejas que no han vivido este tipo de experiencias, como “relaciones no
consolidadas”, en términos de que carecen de este patrón4.

El análisis de la historia relacional previa de la pareja permitió constatar que el nivel de


consolidación de ésta, resulta un elemento clarificador al momento de entender la forma de
abordar relacionalmente la situación conflictiva actual (develación de la agresión), tanto para la
madre como para el agresor (op. cit.).

La ocurrencia de la agresión no puede pretender explicarse sólo desde el punto de vista de la


existencia de una relación consolidada (relación con patrón previo de enfrentamiento de crisis por
ruptura de confianza). Sin embargo, al entender que estos momentos de crisis ya descritos,
prueban y definen la relación, el establecimiento de un patrón que implique tolerancia frente a los
actos de traición de confianza, sentaría las bases para la recurrencia de dichas dinámicas. Esto
generaría condiciones relacionales propicias para la ocurrencia de la agresión, como nueva ruptura
de confianza, además de la convergencia de otros factores necesarios.

La necesaria convergencia de otros factores para la ocurrencia efectiva de la agresión, queda


demostrada en la existencia de situaciones abusivas en relaciones de pareja no consolidadas, en
donde la agresión viene a constituir el primer quiebre de confianza respecto de la pareja. En estos
casos, la resolución de la crisis actual constituirá la instancia para la formación de un patrón de
repuesta. Dependiendo de la actitud de tolerancia o intolerancia frente a la falta del compañero,
se producirá, en el primer caso, la instalación de un patrón relacional propicio para la ocurrencia
de nuevas faltas; y en el segundo caso, como desenlaces posibles se producirá el quiebre de la
relación de pareja o una reestructuración de la misma, sobre la base de la aceptación por parte del
agresor de su responsabilidad.

Por lo tanto, el nivel de consolidación de una pareja, debe ser entendido en términos de factor de
riesgo, del cual tanto las madres como los agresores son parte.

Por último, el hecho de que todas las madres entrevistadas consideren la ocurrencia de la agresión
de sus parejas en contra de sus hijas, un hecho que pone en riesgo la proyección y la permanencia
de la relación, le da a este hecho el carácter de crisis, en cuanto ruptura de una continuidad. Para
algunas esta será una nueva crisis por ruptura de confianza; para otras ésta se constituirá en la
primera crisis. En algunos casos existe un patrón de resolución de conflictos, en otros, sólo un
conflicto y la necesidad de su resolución.

Una investigación posterior realizada en el CAVAS Metropolitano (Huerta, Maric y Navarro, 2000),
reveló la existencia de una relación significativa entre la presencia de un patrón de enfrentamiento
en la pareja parental y el daño en la víctima. En este sentido, se observó que la conjunción patrón
tolerante - cronicidad de la agresión, resulta predictor de un daño profundo, en tanto la presencia
de un patrón no tolerante con un número de eventos inferior a diez, resulta predictor de un daño
leve-moderado. De este modo, este estudio reveló que las víctimas de abusos incestuosos que

4
El concepto de consolidación no implica una afirmación evaluativa respecto de la calidad de la relación, sino
que sólo intenta dar cuenta del hecho de que existe o no un mecanismo ya creado, utilizado y probado, que es
parte de la dinámica relacional implícita

52
presentaban mayor daño psicológico fueron aquellas cuyo contexto familiar estaba definido por
un patrón relacional tolerante ante la develación de la agresión (aceptación, negación y/o
minimización) y en el que existía cronicidad.

Dicho daño se expresó a nivel de la estructuración de la personalidad, ya fuera a través de una


alteración severa del desarrollo de la psicosexualidad; una alteración severa de la vinculación;
inhibición social, relacional y/o afectiva extrema; o una disociación profunda.

De este modo, esta línea de investigación desarrollada en el CAVAS Metropolitano respecto de los
abusos incestuosos, nos ha llevado a una mayor comprensión del fenómeno en cuanto a su
impacto para la víctima y las variables asociadas. En este sentido, ha quedado en evidencia la
necesidad de considerar como variables centrales del tratamiento de estas víctimas la inclusión de
los procesos familiares, parentales y de pareja involucrados.

2.5. El Proceso de Develación de la Agresión Sexual

Por develación nos referimos al proceso por el cual la agresión sexual es conocida por personas
externas a la situación abusiva, es decir, distintas a la figura del agresor y la víctima, siendo la
primera instancia en que esta situación es “descubierta” o divulgada (Capella, 2008a).

La develación de la situación abusiva resulta ser un momento crucial, en tanto, el medio familiar y
social se informa de su ocurrencia y reacciona ya sea positiva o negativamente. Además,
habitualmente implica que los hechos abusivos concluyen y se inician intervenciones legales y/o
psicosociales en relación a éstos (Collings et al. 2005; Staller y Nelson-Gardell, 2005; Goodman-
Brown et al., 2003; Hershkowitz et al., 2007; Alaggia, 2004). No obstante, advertimos que la gran
mayoría de las víctimas no develan la situación abusiva o lo hacen sólo muy tardíamente (Paine y
Hansen, 2002; Jensen et al., 2005; Hershkowitz et al., 2007), siendo aún irregular el reporte a las
autoridades de estas situaciones, existiendo en nuestro país estimaciones de que sólo son
denunciados entre el 15% y el 20% de los delitos sexuales, incrementándose la cifra negra
mientras mayor es la relación de cercanía entre la víctima y el victimario (Escaff, 2001).

2.5.1. Tipos de Develación de la Agresión Sexual

Capella (2008a, 2008b) a partir de la revisión de la literatura empírica actualizada acerca de la


develación de las agresiones sexuales en niños/as y adolescentes (Collings et al. 2005; Staller y
Nelson-Gardell, 2005; Goodman-Brown et al., 2003; Hershkowitz et al., 2007; Alaggia, 2004; Paine
y Hansen, 2002; Sorensen y Snow, 1991; Jensen et al., 2005; Crisma et al 2004; Plummer, 2006;
Hooper, 1994), a lo que se suman algunos elementos teóricos (Barudy, 1998) y la experiencia del
equipo CAVAS, propone distinguir tipos de develación de acuerdo a la forma en que se inicia ésta,
la persona a la cual se dirige la develación y al tiempo de latencia transcurrido entre el inicio de los
hechos abusivos y la develación. En dicho sentido, plantea describir las siguientes categorías:

· Según la forma en que se inicia la develación del niño/a o adolescente:

- Premeditada y espontánea: el/la niño/a o adolescente de manera espontánea e intencionada


devela la situación abusiva a través de verbalizaciones directas, sin ser ésta reactiva a un
evento específico o a las preguntas de otros.

53
- Elicitada por eventos precipitantes: el/la niño/a o adolescente devela la situación abusiva a
partir de un evento precipitante en el medio (por ejemplo, ve un programa en la televisión
donde se aborda el tema, el niño/a devela de manera previa o posterior a una visita al
supuesto agresor, etc.).

- Provocada a partir de preguntas de adultos: el/la niño/a o adolescente devela a partir de


indagaciones realizadas por adultos u otros, que son elicitadas a partir de la observación por
parte del adulto de cambios conductuales en el niño/a o en su estado emocional (por ejemplo,
la madre pregunta al niño/a por que andas tan triste o dónde aprendiste esos juegos y el
niño/a devela; o a través de entrevistas realizadas por profesionales).

- Circunstancial: la develación se origina a partir del descubrimiento accidental de la agresión


sexual por parte de una tercera persona, ya sea a través de la observación directa de la
situación, o de evidencias físicas que resultan en la verificación o develación de la agresión.
Estos son los casos en que se descubre la situación abusiva por presencia de embarazo, de
enfermedad de transmisión sexual o cuando alguien es testigo ocular de los hechos abusivos,
entre otros.

- Sospecha / no revelada: se refiere a circunstancias en que no está clara la situación abusiva,


pero hay sospechas de ésta y el niño/a o adolescente no ha entregado un relato claro acerca
de los incidentes (por ejemplo, ante las conductas sexualizadas que presenta el niño/a existe
una sospecha de una posible agresión sexual).

· Según la persona a la cual se dirige la develación del niño/a o adolescente:

- Directa: el/la niño/a o adolescente devela inicialmente la situación a su figura materna y/o a
otra figura significativa principal (abuela, padre, etc.).

- Indirecta: el/la niño/a devela inicialmente la situación a una figura distinta de su núcleo
significativo (profesora, tía del hogar, una amiga, otro familiar, etc.).

· Según la latencia entre el inicio de los hechos abusivos y la develación:

- Inmediata: el/la niño/a o adolescente devela rápidamente la ocurrencia de los hechos


abusivos.

- Tardía: el niño/a o adolescente devela días, meses o años después de que los hechos abusivos
han comenzado. Esta latencia puede ser muy variable.

Las investigaciones indican que son comunes los retrasos en la develación. Al respecto, diversos
estudios, han encontrado factores tanto del niño/a, de los padres como de la situación abusiva,
asociados a la tardanza en la develación, así como también a diferentes tipos de develación
(Capella, 2008a).

Así, en cuanto a la edad, las investigaciones han mostrado que los preescolares tienden a develar
más frecuentemente de manera vaga, indirecta, accidentalmente y en respuesta a eventos
precipitantes (Paine y Hansen, 2002; Collings et al. 2005, Sorensen y Snow, 1991). Los niños/as
mayores tenderían a presentar mayor latencia en la develación y a realizarlo de manera
premeditada (Hershkowitz et al., 2007; Goodman-Brown et al., 2003). En relación al género,

54
algunos estudios plantean que los varones develarían menos, ya que presentarían más dificultades
en develar (Paine y Hansen, 2002), probablemente debido a mitos sociales, tales como, que los
niños varones no muestran su debilidad o que los niños agredidos serán homosexuales (Faller,
1989 en Paine y Hansen, 2002).

En cuanto a la relación con el agresor, investigaciones muestran de manera consistente que los
niños/as abusados por un miembro de la familia reportan menos la agresión que aquellos
agredidos por un desconocido (Paine y Hansen, 2002). Además, cuando el agresor es conocido,
especialmente cuando es un miembro de la familia, la tardanza en la develación es mayor, los
niños/as tienden a develar menos a sus padres (notificándoselo primeramente a otras personas) y
con mayor frecuencia lo hacen de manera provocada, ante preguntas de otros (Hershkowitz et al.,
2007; Goodman-Brown et al., 2003). En cambio, cuando el agresor es un desconocido la
develación tiende a ser más espontánea e inmediata (Hershkowitz et al., 2007). Respecto a las
características de la experiencia abusiva, los niños/as víctimas de repetidos episodios de agresión
sexual tardaron más en develar y a realizarlo a partir de indagaciones, en cambio las víctimas de
eventos únicos tendieron a develar la agresión de manera espontánea (Hershkowitz et al., 2007).

Por otro lado, Goodman-Brown et al. (2003) encontraron que los niños/as que temían
consecuencias negativas hacia otros (por ejemplo, daño a familiares) y los niños/as que se
percibían con mayor responsabilidad por la agresión tardaron más tiempo en develar.

Respecto a factores que favorecen o gatillan las develaciones por parte de niños/as y adolescentes
se ha detectado que frecuentemente ésta surge previo o posterior a las visitas con el agresor,
siendo el contacto con el agresor el gatillante de la develación (por ejemplo, el niño/a dice que no
quiere ir donde el abuelo, a partir de lo cual madre pregunta y el niño/a devela la agresión). En
otros casos, es la interpelación por los síntomas que exhibe el niño/a lo que precede a la
develación, ante lo cual se plantea que la presencia de síntomas podría favorecerla (Jensen et al.,
2005; Sorensen y Snow, 1991).

En cuanto a los factores asociados a la develación premeditada que favorecen la develación, se


encuentran la toma de conciencia a través de la educación (por ejemplo, películas, programas de
televisión sobre la temática, talleres de educación sexual en el colegio, etc.), la influencia de pares
(ver que otras niñas develan o ser apoyadas por los pares a contar; Sorensen y Snow, 1991; Crisma
et al., 2004), el deseo de detener el dolor asociado a la situación abusiva (Barudy, 1998), el deseo
de detener la agresión, y el deseo de obtener apoyo con su vivencia (Lamb y Edgar-Smith, 1994, en
Paine y Hansen, 2002). En los adolescentes, la develación frecuentemente surgiría alrededor de un
conflicto de autonomía (Barudy, 1998). Sumado a lo anterior, se describen otras situaciones que
suscitarían la develación, cuando la víctima se da cuenta que otro miembro de la familia también
está siendo agredido o eventualmente podría serlo (por ejemplo, hermanas o primas menores), así
como también, en los casos en que el agresor es la pareja de la madre y ésta se separa de él
(Barudy, 1998) se genera un contexto más protegido para que el niño/a comunique la situación
abusiva.

Por otro lado, aspectos que inhiben o dificultan la develación por parte de los niños/as y
adolescentes, es la poca información, incluyendo una escasa conciencia de la agresión sexual y el
derecho de no ser transgredidos, lo cual se acrecienta en los casos en que los agresores insertan la
dinámica abusiva como un juego o como algo normal (Crisma et al., 2004), o cuando la relación
con el agresor es muy cercana, se dificulta que la víctima le otorgue a la situación una connotación

55
de abusiva. Junto con esto, un importante factor que inhibe la develación, es el sentimiento de
responsabilidad de las víctimas, en tanto se sienten culpables de la agresión y tienen sentimientos
de vergüenza y estigma asociados a ésta, lo que ocurre en la mayor parte de los casos (Paine y
Hansen, 2002). A su vez, el entrampamiento de los niños/as en las dinámicas abusivas, tales como
el secreto, el hechizo, entre otras, también dificulta la develación de los hechos abusivos.

Uno de los principales factores que obstaculizan las develaciones e influyen en la tardanza de
éstas, son las consecuencias negativas asociadas a la develación percibidas por la víctima, por
ejemplo, un posible quiebre familiar, generar sufrimiento en las madres, etc. Además, cuando el
agresor es una figura significativa cercana al niño/a, frecuentemente manifiestan preocupación
por las consecuencias que implique para éste la develación, como por ejemplo, temor a que sea
encarcelado, o que la familia no lo pueda ver, etc. (Paine y Hansen, 2002; Jensen et al., 2005;
Crisma et al., 2004). Por otro lado, muchos niños/as y adolescentes temen no ser creídos o que sus
motivos para develar sean malinterpretados (por ejemplo, como querer llamar la atención) y
también temen a que el agresor ejecute sus amenazas (por ejemplo, que va a causar daño a ellos o
a algún miembro de la familia) (Jensen et al., 2005; Paine y Hansen, 2002).

Un elemento esencial que puede facilitar la develación es la presencia de un contexto protegido y


contenedor, en el que exista una oportunidad para hablar, un propósito para dialogar y una
conexión con el confidente, sintiendo que esa persona los escucha y les brinda apoyo. En esta
línea, se observa como un aspecto esencial para que los niños/as develen, que sientan que serán
creídos (Jensen et al., 2005, Crisma et al. 2004).

Respecto a lo anterior, algunos investigadores han planteado que la develación por parte de los
niños/as y adolescentes es un proceso. En este mismo sentido, Staller y Nelson-Gardell (2005),
describen las diversas fases del proceso de develación, el cual se inicia con una etapa personal, en
que los niños/as deben reconocer la naturaleza abusiva de la experiencia vivida,
conceptualizándola como tal e integrando sus sentimientos en torno a esta, lo que los llevaría a
develarla. Luego, habría una segunda fase, en que los niño/as encuentren una persona de
confianza a la cual contar lo sucedido en un lugar y tiempo determinado. Finalmente, habría una
tercera fase de consecuencias, en que los niño/as perciben los efectos de su develación (por
ejemplo, rumores en el colegio o barrio, quiebre familiar, escasa credibilidad familiar, pérdida de
figuras de confianza, respuestas desde las instituciones, etc.).

A partir de lo expuesto, se propone entender la develación como un proceso interactivo, en que


tanto los niños/as como los adolescentes deben tomar conciencia o darse cuenta de ciertos
elementos, pero también considerar la relación con los adultos en el proceso de develación, y la
reacción de éstos puede influir decisiones posteriores del niño/a y adolescente a la primera
develación (Staller y Nelson-Gardell, 2005), como por ejemplo, dar lugar a la retractación.

2.5.2 El Fenómeno de la Retractación

Un aspecto específico en relación a la develación, es el fenómeno de la retractación, la cual, es


entendida como: “la modificación de los dichos del menor que ha sufrido una agresión sexual, ya
sea, negando su versión original o cambiando la figura del agresor durante el transcurso del
proceso, manteniendo este nuevo relato” (Rivera y Salvatierra, 2002, pp. 21). La presencia de la

56
retractación se asociaría a las consecuencias de la develación, siendo la retractación una manera
de adaptarse a éstas.

Al respecto, existen diversos motivos que aducen los niños/as y adolescentes al momento de
cambiar su versión original, los cuales dependen de su nivel de desarrollo. En relación a lo
anterior, Navarro (2002, en Rivera y Salvatierra, 2002) señala que los niños/as preescolares
tienden a utilizar la fantasía, siendo incapaces de elaborar un segundo discurso dadas sus
posibilidades evolutivas (“fue una broma”, “me entendieron mal, no fue eso lo que quise decir”),
los niños/as mayores tienden a generar una justificación, -en las que muchas veces se revela la
presencia de intervenciones desde el mundo adulto-, o aluden a que lo que se dijo fue “un sueño”.
Por otra parte, los adolescentes generalmente señalan “haber mentido”, y tienden a presentar un
discurso más elaborado acerca de las razones de haber modificado su primera versión.

En un estudio realizado en nuestro país, Rivera y Salvatierra (2002) encontraron que las variables
que influyen en la retractación en niños/as y adolescentes son: la presencia de un vínculo familiar
de la víctima con el agresor, la dependencia económica del agresor por parte de la madre o la
familia, una actitud de escasa credibilidad de la figura principal de apoyo frente a la develación y la
presencia de victimización secundaria.

Algunas de las variables descritas se relacionan directamente con consecuencias negativas


posteriores a la develación, que finalmente se traducen en un contexto poco protector y
contenedor del niño/a o adolescente subsecuente a la comunicación de los incidentes.

En relación a esto, Barudy (1998) plantea que luego de la develación de la agresión sexual
intrafamiliar, tanto los miembros de la familia como del entorno, generalmente se comportan y
generan discursos tendientes a neutralizar los efectos de la develación, para así reestablecer el
equilibrio del sistema, a través de la descalificación del discurso y la persona de la víctima,
culparla, negar la evidencia de los hechos, entre otros. Estas presiones y amenazas explicarían que
muchas víctimas se retractaran posteriormente a haber develado.

Por su parte, Summit (1983) incorpora la retractación como la última etapa del Síndrome de
Acomodación, entendiendo que la presión ejercida sobre la víctima por la familia, el abusador e
incluso por los profesionales, se intensifique de tal forma que la sobrepase y la lleve a retractarse.
Generalmente, ante las presiones, las víctimas descubren que la retractación es una estrategia
para retroceder en aquello que causa tanto dolor y que han sido las consecuencias negativas de su
develación (Monteleone, 2007). Por lo mismo, la retractación se constituye en una estrategia de
supervivencia psicológica para la víctima en un contexto de escasa credibilidad y apoyo, la cual,
permitiría mantener el funcionamiento familiar y eludir el sistema judicial (Monteleone, 2007).

Del mismo modo, en la experiencia clínica este fenómeno se observa en numerosos casos en que
el agresor es un familiar de la víctima, especialmente cuando es la pareja de la madre o existe una
dependencia económica de sus ingresos. Por lo mismo, la desestabilización familiar que implica la
develación es muy amenazante, frente a lo que se concibe el surgimiento de la retractación como
un intento del niño/a de restituir la homeostasis, además de liberarse de la presión familiar
(explícita o implícita) y de los sentimientos de culpa que puede involucrar el hecho de un
rompimiento o inseguridad familiar suscitada por la develación.

Por otro lado, la victimización secundaria y la escasa credibilidad de la figura materna pueden
constituirse en amenazas para el niño/a, en tanto el no ser creído o ser doblemente victimizados

57
(por el ambiente familiar y social), resultan ser experiencias sumamente negativas que pueden ser
vivenciadas por el niño/a como un rechazo, una percepción de escasa contención ante la
experiencia relatada y el sufrimiento asociado a esto, es percibido como un castigo por algo de lo
que él/ella es culpable. En este contexto, probablemente para el niño/a es muy desestabilizador y
desorganizador, especialmente, para su estructura psíquica el mantenerse en la versión original de
los hechos, causando todas estas situaciones gran malestar psicológico. De esta manera, la
retractación puede ser visualizada como una forma de disminuir ese malestar y las consecuencias
negativas que tanto para él como para su familia han causado la develación.

Así, la retractación puede constituirse en una manera de adaptarse a las consecuencias adversas
de la develación pero genera una mayor desprotección del entorno. Esto último, debido a que la
retractación implica muchas veces el acrecentamiento de las dudas acerca de la ocurrencia de la
agresión sexual dentro del proceso judicial, y familiarmente, una reestructuración, que
generalmente implica el asumir que la retractación es cierta, por lo cual lo más probable es que no
se generen mecanismos que puedan constituirse en protectores de nuevas agresiones o de nuevos
contactos con el agresor.

2.6. Factores de Riesgo y Factores Protectores

Respecto a la búsqueda de acercamientos que permiten comprender la génesis de las agresiones


sexuales cometidas contra niños/as, adolescentes y adultos, se ha descrito la existencia de
distintos factores cuya presencia o ausencia podría relacionarse con la ocurrencia de situaciones
abusivas de tipo sexual, o por el contrario con la protección frente a las mismas. Estos han sido
llamados respectivamente factores de riesgo y factores de protección.

2.6.1. Factores de Riesgo o de Vulnerabilidad.

Los factores de riesgo han sido definidos como variables que pueden actuar como condicionantes
o desencadenantes de la ocurrencia de algún problema, en este caso del delito sexual. Son
variables que aumentan la probabilidad de que éste se presente, conjugándose tanto para facilitar
la ocurrencia de la agresión, como para dificultar la pronta recuperación de la persona, en el
sentido de no brindarle oportunamente la seguridad física, psicológica y afectiva que requiere.
Están asociadas a la vulnerabilidad, considerando tanto los factores personales (predisponentes)
como contextuales, definiéndose éstos últimos como las situaciones precipitantes de la ocurrencia
de la agresión sexual (situaciones de riesgo, como por ejemplo: la existencia de oportunidades del
abusador de estar a solas con un niño/a y condiciones de alojamiento o dormitorios inusuales,
etc.) (CAVAS, 2002; Capella y Miranda, 2003).

En este sentido, es difícil nombrar grupos de riesgo para la agresión sexual, sólo es posible señalar
algunas circunstancias que favorecen la ocurrencia de éste, existiendo factores de riesgo tanto a
nivel del niño/a como de la familia y escasez de interacciones protectoras que puedan compensar
estos factores (Capella y Miranda, 2003).

Al referirse específicamente a las características de los sujetos agredidos, en general no se han


descrito signos o señales que permitan predecir la mayor probabilidad de ocurrencia de la

58
agresión. Sin embargo, según los estudios de prevalencia se han definido dos características de
riesgo asociados, que son el género y la edad, presentando las mujeres y menores de edad mayor
riesgo de ser agredidas sexualmente (Finkelhor, 1984, 1993; López, 1993).

Se estima que son más vulnerables a las manipulaciones del agresor niños/as que aparecen como
más pasivos, con poca confianza en sí mismo y escasas habilidades interpersonales, y niños/as
pequeños de quienes será más fácil lograr que mantengan en secreto la situación abusiva (Romo y
Rivera, 2001; Correa y Riffo, 1995). Respecto de esto último, una investigación realizada el año
2003 con una muestra de pacientes del CAVAS Metropolitano (niños/as y adolescentes), arrojó
dentro de sus conclusiones la presencia predominante de rasgos de personalidad evitativos y
dependientes en la población estudiada. Esta prevalencia podría estar indicando la existencia de
patrones de vulnerabilidad en la relación de este grupo con el entorno, en tanto son pautas que se
basan en estilos vinculares poco adaptativos y protectores (Aliste, Carrasco y Navarro 2003).

Finkelhor (1984) y López (1993) también describen como un factor de riesgo la condición de
aislamiento social en la cual podría encontrarse el sujeto. Son más vulnerables a una agresión
sexual personas que viven en una zona rural o con una red escasa de apoyo social, sean amigos,
compañeros o familiares. Al referirse específicamente al caso de menores de edad, Finkelhor
(1984) plantea que es posible que la presencia de amigos actúe como un impedimento para
potenciales agresores y, que niños/as solitarios pueden ser más susceptibles a ofrecimientos de
atención y afecto a cambio de actividades sexuales.

En cuanto a los factores familiares, éstos son los que más claramente se asocian a riesgo para la
ocurrencia de la agresión (Finkelhor, 1984). Dentro de estos factores hay algunos relacionados con
la estructura familiar, la dinámica familiar y con los miembros de ésta, específicamente con la
madre. Respecto a la estructura familiar, se ha visto que representa una condición de riesgo la
ausencia de los padres biológicos, y la presencia de un padrastro. Al respecto, Finkelhor (1984)
plantea que tener un padrastro es un factor de riesgo muy importante, aumentando al doble la
vulnerabilidad de las niñas. El hecho de tener padrastro no sólo aumenta el riesgo de ser
victimizado por éste, sino que también trae otros riesgos asociados, siendo las niñas más
susceptibles de ser abusadas por otros hombres. Específicamente, se ha encontrado que las niñas
con padrastro son cinco veces más susceptibles de ser abusadas por amigos de uno u otro
progenitor.

En relación a la dinámica familiar se han descrito como factores de riesgo los conflictos entre los
padres, las relaciones deficientes entre los padres y sus hijos/as, que el niño/a esté sometido a una
disciplina fuertemente punitiva o maltrato, cuando los padres tienen valores familiares
especialmente conservadores (creencias en la obediencia de los niños/as y la subordinación de la
mujer) y la escasez de afecto físico (López, 1993, Finkelhor, 1984, 1993).

En cuanto a la madre, se describen ciertos atributos que aumentarían el riesgo de agresión de sus
hijas/os. Estos son la presencia de incapacidad o enfermedad en la madre, que ésta mantenga una
relación emocionalmente distante, poco afectuosa y responsiva con su hija/o, existiendo una
escasa comunicación y una inadecuada supervisión de ésta (Finkelhor, 1984, Romo y Rivera, 2001).

Todas estas situaciones hacen a los niños/as más vulnerables, aumentando el riesgo de sufrir
agresiones sexuales, planteándose como explicación que todos estos elementos interactúan de tal
manera que generan dinámicas que se caracterizan por la escasa supervisión del niño/a, la
presencia de desórdenes emocionales, abandono y rechazo al interior de la familia, provocándose

59
importantes carencias emocionales en los niños/as, las cuales los hacen más vulnerables a la
victimización (Finkelhor, 1984; López, 1993).

Al introducir factores de riesgo relativos a la adultez, la presencia de victimizaciones sexuales en la


infancia en un sujeto y el aislamiento social, en conjunto con una escasa red de apoyo, son
variables que, sin ser específicas, pueden facilitar la ocurrencia de agresiones sexuales en etapas
adultas de la vida. Respecto al factor que concierne a las victimizaciones previas, opera el
supuesto que una dinámica relacional temprana abusiva podría colocar a la persona en una
posición de vulnerabilidad en las relaciones y atentaría contra las distinción de contextos
relacionales protectores (Jurado, 2004; Rivera et. al., 2006). Junto con lo anterior, ciertas
características asociadas a la variable personalidad podrían aumentar el riesgo de sufrir una
agresión sexual en la adultez. Al respecto, dificultades en las habilidades sociales (introversión,
inadecuación, relaciones facilitadas), la no ponderación de claves de riesgo, el descontrol
impulsivo y emocional y la tendencia crónica a una fragilidad a nivel de la autoestima,
constituirían variables que también aumentarían la posibilidad de sufrir una agresión sexual, a la
vez que dificultan la recuperación de la persona (CAVAS, 2007).

Finalmente cabe mencionar, que el conocimiento de estos factores de riesgo, permiten


identificar situaciones que hacen más probable la ocurrencia de agresión sexual, lo cual posibilita
guiar intervenciones orientadas hacia el desarrollo de mecanismos protectores que disminuyan el
impacto de los factores de riesgo.

2.6.2. Factores Protectores o de Resiliencia.

Desde una perspectiva comprensiva, en los últimos años se han desarrollado enfoques teóricos
que permiten conceptualizar la vulnerabilidad en forma paralela a los mecanismos protectores.
Así, Rutter (1990) los definió como la “capacidad de modificar las respuestas que tienen las
personas frente a las situaciones de riesgo” (en Kotliarenco, 1999). De este modo, vulnerabilidad y
mecanismo protector, más que conceptos diferentes constituyen el polo negativo o positivo de un
proceso que sólo es evidente en combinación con alguna variable de riesgo. El mismo autor señala
que eventos displacenteros y potencialmente peligrosos pueden fortalecer a los individuos frente
a eventos similares; mientras que en otras circunstancias puede darse el efecto contrario, es decir,
que los eventos estresantes actúen como factores de riesgo, sensibilizando frente a futuras
experiencias de estrés (Rutter 1985; en Kotliarenco, 1999).

Rutter (1985) define como factor protector a “las influencias que modifican, mejoran o alteran la
respuesta de una persona a algún peligro que predispone a un resultado no adaptativo” (en
Kotliarenco, 1999). Los factores protectores manifiestan sus efectos ante la presencia de algún
estresor, modificando la respuesta del sujeto en un sentido comparativamente más adaptativo
que el esperable. Estos factores pueden ser una cualidad o característica individual de la persona
así como formar parte de las características del contexto inmediato o distal del sujeto. Es
justamente su acción conjunta lo que daría como resultado la existencia de resiliencia.

En esta línea, se han desarrollado múltiples investigaciones orientadas a detectar indicadores de


resiliencia, revelando éstas que existen aspectos comunes en los sujetos que son resilientes. Una
de las múltiples definiciones del concepto de resiliencia la describe como “el enfrentamiento
efectivo ante eventos y circunstancias de la vida severamente estresantes y acumulativos” (Lösel,

60
Blieneser y Köferl; en Kotliarenco, 1999). La importancia del modelo conceptual de la resiliencia5,
reside básicamente en la posibilidad de que una observación analítica y detallada de cada uno de
los mecanismos subyacentes a los comportamientos resilientes, es conducente al diseño de
acciones preventivas.

En relación a los aspectos protectores del medio social inmediato de una persona resiliente
destacan en su historia vital la existencia de algún padre competente y/o una relación cálida con al
menos un cuidador primario (CAVAS, 2002). En este mismo sentido, Löesel (1992), señala que
entre los recursos más importantes con los que cuentan los niños/as y sujetos resilientes se
encuentra el contar o haber contado con una relación emocional estable con al menos uno de sus
padres, o bien alguna otra persona significativa.

Estos hallazgos encuentran un aval en la teoría del vínculo, a partir de la cual se ha demostrado
que personas resilientes muestran un vínculo seguro, y que éste forma parte de un proceso que
actúa como mediatizador en los comportamientos resilientes (Fonagy et al., 1994, en Kotliarenco,
1999).

Estos planteamientos apuntan a sostener como un factor protector especialmente poderoso, la


capacidad de el (la/los) cuidador (a/es) de haber generado y transmitido seguridad en el niño/a. En
este sentido, la seguridad transmitida desde los padres, como cuidadores primarios, hacia el
niño/a, resulta de gran relevancia.

A la luz de los conceptos discutidos respecto de las variables protectoras potencialmente implícitas
en la relación vincular del niño/a con su figura de apego, resulta no sólo válido, sino además
necesario, el incorporar a estas figuras en los objetivos y metas del tratamiento (CAVAS, 2002).

Junto a lo anterior, es importante considerar los resultados de diversas investigaciones que han
mostrado que tanto niños/as como adultos que se observan resilientes encuentran importantes
fuentes de apoyo emocional no necesariamente en sus relaciones primarias, sino fuera de su
familia inmediata, además de participar en redes sociales informales de vecinos, padres y/o
adultos de quienes reciben consejos frente a situaciones críticas y cambios que ocurren durante la
vida (Werner, 1988; en Kotliarenco,1999). En este sentido resulta relevante esta variable de
protección que se encuentra fuera de los vínculos primarios del niño/a, en tanto requiere la
participación de al menos una figura de protección del niño/a, pudiendo ser ésta alguien distinto
de sus padres. Por otro lado, es importante en particular en el caso de la población infantojuvenil,
que éstos logren identificar una variedad de figuras de protección más amplia y diversa que la que
pudiera ofrecer el contexto familiar inmediato (CAVAS, 2002).

Un modelo que incluye la presencia de factores protectores y de riesgo es el modelo de las cuatro
precomprensiones para comprender la ocurrencia de la agresión sexual a niños/as de Finkelhor
(1984), el cual plantea que todos los factores asociados a la agresión sexual pueden ser agrupados
en alguna de las cuatro precondiciones: 1) Un potencial agresor con la motivación para agredir
sexualmente, 2) El potencial agresor debe superar sus inhibiciones internas (actuar motivación de

5
El enfoque de resiliencia resulta interesante dado que los factores protectores pueden compensar, al menos
parcialmente, a aquellos factores de riesgo que se hacen presentes en un momento determinado y, que el
enfrentamiento exitoso con el estrés puede contribuir al desarrollo de una personalidad positiva (Löesel,
1992).

61
agresión sexual), 3) La superación de impedimentos externos por parte del agresor 4) la
superación de las resistencias de la víctima por parte del agresor y de los factores externos. Las
dos primeras precondiciones se refieren a factores internos del agresor, en cambio, la superación
de las inhibiciones externas y la resistencia de la víctima son factores fuera del control del agresor,
que constituyen principalmente aspectos de la víctima y de su familia que condicionan la
posibilidad de que la agresión sexual ocurra.

La primera precondición respecto a la motivación para agredir sexualmente, puede presentarse a


través de la congruencia emocional (la agresión sexual satisface importantes necesidades
emocionales del agresor), la excitación sexual (el niño/a se convierte en un elemento potencial de
gratificación sexual), y el bloqueo (no hay disponibles otras fuentes alternativas de gratificación
sexual o son menos satisfactorias). En cuanto a la segunda precondición, no es suficiente que el
potencial agresor se sienta motivado para agredir sexualmente a otro, sino que también es
necesario que supere sus inhibiciones internas (por ejemplo, tabúes sociales o valores morales)
para actuar según su deseos, favoreciendo la desinhibición el uso de alcohol, trastornos mentales,
el fracaso de la represión del incesto en la dinámica familiar (cuando la agresión es intrafamiliar),
entre otras.

En relación a la precondición de la superación de los impedimentos externos, aquí se incluyen


múltiples variables sociales y familiares que pueden constituirse en factores protectores para la no
ocurrencia de la agresión, tales como la supervisión del niño/a, el vínculo madre-hijo, entre otras,
así como posibles factores socio familiares de riesgo que permitirían al agresor superar barreras
externas, tales como la existencia de oportunidades del agresor de estar a solas con el niño/a,
escasa disponibilidad de la madre hacia el niño/a, entre otras. La última precondición, que se
refiere a la superación de las resistencias de la víctima, se relaciona con factores protectores
individuales, tanto explícitos, tales como negarse o escapar ante una inminente agresión, o
factores implícitos, por ejemplo, vulnerabilidades personales, como por ejemplo inseguridad
emocional, necesidad de afecto, desconocimiento respecto a las agresiones sexuales, edad del
niño/a, y relación de excesiva cercanía con el agresor.

Un aspecto relevante de este modelo, es que localiza como condiciones iniciales para la ocurrencia
de la agresión sexual, factores del agresor, y aún cuando considera factores que pueden hacer
más vulnerables a un niño/a o adolescente, plantea la influencia de éstos en diferentes medidas,
proponiendo una responsabilización en la figura del agresor, a pesar de que existen factores de la
víctima, su familia y su entorno social que pueden favorecer que la agresión sexual ocurra (Glaser
y Frosh, 1997).

Al analizar las cuatro dinámicas traumatizantes que proponen estos autores, Capella y Miranda
(2003) plantean que existiría una relación significativa entre el impacto psicológico que ocasiona la
agresión sexual en el proceso de conformación de la identidad que se está desarrollando en los
niños/as, según la etapa evolutiva en que se encuentran. Igualmente, plantean que se aprecia que
cada una de estas dinámicas traumatizantes comprometería tanto componentes básicos de la
identidad como también las condiciones necesarias para su construcción de manera positiva e
integrada. En este sentido, las secuelas de la agresión sexual influyen de manera iatrogénica en el
estado y funcionamiento psicológico general de las víctimas. Así, la dinámica de sexualización
traumática se relacionaría con el autoconcepto corporal, la traición con la confianza relacional, la
indefensión con el sentimiento del propio poder, y la estigmatización con el autoconcepto social.

62
2.7. Daño Psicosocial

A continuación se describirán las secuelas asociadas a la agresión sexual diferenciando el daño


psicosocial según la edad de comienzo de la primera victimización sexual. En función de esta
división, se abordará el daño psicosocial asociado a la agresión sexual en la infancia/adolescencia y
el daño psicosocial asociado a agresiones sexuales acontecidas en la adultez. El factor evolutivo en
el cual se encuentra el sujeto cuando es sometido a este tipo de violencia, constituye en un
elemento clave a considerar en toda valoración diagnóstica del impacto psíquico y social (CAVAS,
2007). Al respecto, hay estudios que avalan que las agresiones sexuales experimentadas en la
infancia o adolescencia, más aún los intrafamiliares con características crónicas, conllevan
considerables y perdurables consecuencias psicológicas que difieren de aquellas asociadas a
victimizaciones ocurridas en la vida adulta (Pereda, Polo, Grau, Navales y Martínez, 2007; CAVAS,
2007).

En relación a los elementos expuestos, es importante señalar que una proporción significativa de
victimizaciones sexuales tempranas, suelen caracterizarse por experiencias reiteradas o crónicas,
siendo un gran porcentaje de ellas, perpetradas por una figura perteneciente al círculo social o
familiar de la víctima. Por otra parte, la gran proporción de victimizaciones sexuales en la vida
adulta, se caracterizarían por acciones de episodio único y con altos montos de violencia física y
psíquica, siendo perpetradas en su mayoría, por figuras desconocidas o poco significativas para la
persona adulta (CAVAS, 2007).

2.7.1 Daño Psicosocial Asociado a la Agresión Sexual en la Infancia

Como se ha señalado la agresión sexual constituye un fenómeno relacional complejo que, en gran
parte de los niños/as y adolescentes, se desarrolla en un espacio vincular significativo. Junto con lo
anterior, la agresión sexual es una experiencia que produce diversas consecuencias en las víctimas,
describiéndose en la literatura varios efectos negativos causados por esta experiencia (López,
1993; Finkelhor, 1984, 1993; Cantón y Cortés, 1999; Smith y Bentovim, 1994; Zárate, 1993; entre
otros). Implica efectos directos en el área emocional, dando origen a una determinada
sintomatología como una respuesta organísmica reactiva a la ocurrencia de la agresión, pero
también puede dar lugar a alteraciones que podríamos describir de mayor complejidad y
permanencia. Estas últimas, se van a presentar, principalmente en los casos en que la agresión
sexual sea crónico en el tiempo y ocurra en el espacio vincular intrafamiliar (CAVAS, 2002). De esta
manera, se entiende el daño psicosocial asociado a la agresión sexual como el impacto que este
tipo de vivencias puede tener en el mundo psíquico de la víctimas, en función de la configuración
previa de la víctima a nivel individual, familiar y social (Capella, Contreras, Escala, Núñez y Vergara,
2005).

La agresión sexual infantil puede constituirse en un hecho único que potencialmente determine un
quiebre en el continuo vital, o bien, puede situarse crónicamente derivado de la ocurrencia de
experiencias repetidas de transgresión, comprometiéndose el desarrollo de la identidad. Ambas
circunstancias pueden tener una connotación traumática distinta. La primera, puede constituirse
para el infante en una “experiencia sexual prematura y extraña”, en tanto es propia del mundo
adulto; por lo tanto será imposible de ser asimilada o significada. El infante “portará” entonces

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una experiencia que es indecible e “innarrable”, porque le es ajena, pudiendo transformarse en
fuente de un sufrimiento psíquico crónico, especialmente por los altos montos de angustia y
culpabilización dirigidos contra el sí mismo. En el segundo caso de victimización, cuando aquélla se
sostiene en un modo relacional “crónico” con un adulto, determinará con mayor o menor fuerza la
identidad del niño/a. Puede ocurrir una cristalización intersubjetiva hacia la adultez en que la
víctima encuentra en la posición de victimización, sometimiento y postergación personal, un único
modo posible de vincularse afectivamente con otro, configurando un particular modo de
sufrimiento personal. Estos dos modos de victimización –aislada o crónica- junto con sus
consecuencias son dos categorías que, si bien son posibles de distinguir arbitrariamente, otras
veces constituyen una complejidad fenoménica cuya separación ya no es tan nítida.

En la línea de lo anterior y al evaluar los efectos de la agresión sexual infantil, es necesario, pero a
la vez difícil, distinguir cuáles efectos serían consecuencia de la agresión y cuáles corresponderían
a problemáticas preexistentes. Así, por ejemplo, la agresión sexual puede gatillar aspectos
patológicos previos o generar desajustes en una personalidad que ya era vulnerable o reforzar
núcleos negativos del funcionamiento psicológico previo (tales como baja autoestima). De esta
forma, al evaluar estos efectos se deben considerar principalmente las características propias de la
víctima y su familia (Capella y Miranda, 2003; Correa y Riffo, 1995).

Cabe mencionar que, si bien los efectos de la agresión sexual pueden estar vinculados a la
ocurrencia del hecho abusivo, también pueden estar relacionados con situaciones asociadas a la
agresión, tales como la develación de la situación abusiva, la reacción familiar o contextual ante el
evento y la victimización secundaria por parte de las instancias de control social. Junto con lo
anterior, es necesario considerar que la agresión sexual también tiene consecuencias claras en los
miembros de la familia, en la dinámica familiar y en el contexto, entre otros (Capella y Miranda,
2003).

Al adentrarse más en los efectos asociados a la agresión sexual, pese a que éstos son inespecíficos
y uniformables, se ha observado la presencia de ciertas consecuencias que han sido descritas en
una amplia cantidad de las víctimas y que se relacionan específicamente con la agresión sexual. En
términos generales dentro de estas consecuencias se pueden distinguir aquellos de corto plazo o
inmediatos, de los de largo plazo y de mayor complejidad.

Los efectos que se describirán a continuación son generales; sin embargo, no se presentan de
manera uniforme en la población infanto-juvenil que ha sido víctima de agresiones sexuales, es
decir, no todos los niños/as o adolescentes que han sido abusados sexualmente tienen la misma
probabilidad de desarrollar ciertos síntomas, en tanto cada víctima reacciona de manera diferente
a la experiencia de agresión sexual, lo cual está determinado en gran parte por las características
diferenciales de cada caso. Cabe destacar, que no toda la emergencia de dichos síntomas tiene
relación con la ocurrencia de una agresión sexual sino que pueden tener otro origen.

En diversos estudios se han intentado determinar factores que se asocian a efectos diferenciales
en las víctimas (Smith y Bentovim, 1994; Glaser y Frosh, 1997; Cantón y Cortés, 1999; López, 1993;
Finkelhor, 1993; Huerta, Maric y Navarro, 2003). Así, los autores describen factores de la situación
abusiva, del agresor, de la familia, de la reacción ante la develación de la agresión y características
evolutivas del niño/a, como elementos que influencian un mejor o peor ajuste como consecuencia
de la agresión sexual infantil. De esta forma, señalan varios factores que parecen agravar los
efectos de las agresiones sexuales, presentando los niños/as mayores síntomas y consecuencias

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más graves. Entre estos factores se encuentran las características de la agresión misma, los
factores relativos al agresor, los aspectos familiares, la reacción del medio ante la develación y el
período evolutivo que transita el niño/a.

Respecto a las características de la experiencia de agresión sexual, una agresión sexual repetitiva
y crónica, la presencia de contacto genital y penetración sexual y, el uso de la violencia o coerción
para cometer la agresión son variables que agravarían el daño en la víctima. La cronicidad de la
agresión, resulta una variable predictora de un daño profundo en la víctima, mientras que la
presencia de un número de eventos abusivos inferior a diez, resulta predictor de un daño leve-
moderado (Huerta, Maric y Navarro, 2000).

En cuanto a factores relativos al agresor, los niños/as y adolescentes presentan efectos más
graves cuando el agresor es un adulto, en comparación a cuando el agresor es un adolescente, en
tanto implica una diferencia en la relación de poder. La existencia de un vínculo previo entre el
agresor y la víctima también se relacionaría con mayores efectos, lo cual puede ser atribuido a la
relación de confianza preexistente, pero también a que las agresiones por conocidos se
caracterizan por ser más serias (generalmente son crónicas, incluyen penetración, etc.). Cuando el
agresor es el padre o padrastro del niño/a, la agresión traería mayores consecuencias, sin
embargo, no hay concordancia respecto a cual de estas dos figuras implica efectos más graves en
los niños/as. En este sentido, Gomes-Schwartz et al. (1990, en Smith y Bentovim, 1994) plantean
que aquellos niños/as abusados por sus padres biológicos, habrían sido afectados menos
seriamente que aquellos abusados por sus padrastros. Sin embargo, Huerta, Maric y Navarro
(2003), en un estudio nacional con la población consultante del CAVAS, observaron que la
existencia o no de un lazo de consanguineidad con la figura parental no es un elemento que
permita predecir el daño que dicha experiencia tendrá en el niño/a, prevaleciendo por sobre esto
el factor vincular asociado al rol parental.

Los aspectos familiares, tales como la existencia de experiencias estresantes y dificultades en las
relaciones familiares previas a la agresión, constituyen factores de riesgo del medio cercano al
niño/a lo cual implica cierto nivel de disfuncionalidad familiar previa que se suma a los efectos
nocivos vinculados a la agresión sexual.

La reacción ante la develación de la experiencia abusiva es un factor relevante, en tanto la


existencia de incredulidad de la agresión por parte de la familia o el entorno, así como una actitud
hostil de la madre hacia el niño/a tras la divulgación de la agresión (falta de apoyo), agravan el
daño y dificultan la recuperación del niño/a. Al respecto, se ha considerado que la reacción de la
madre frente a la develación de la agresión de su hijo/a representa el factor de mayor relevancia
respecto del pronóstico de recuperación emocional del niño/a (Glaser, 1991; Cahill et al. 1999). En
este mismo sentido, se concluye que las víctimas de agresión sexual que presentaban mayor daño
psicológico fueron aquellas cuyo contexto familiar estaba definido por un patrón relacional
tolerante ante la develación de la agresión (aceptación, negación y/o minimización) y en el que
existía cronicidad en las agresiones (Huerta, Maric y Navarro, 2000).

Respecto a la asociación entre la edad del niño/a cuando se inicia la agresión sexual y la gravedad
de las consecuencias de ésta, los estudios no han permitido llegar a una conclusión definitiva, ya
que algunas investigaciones plantean que los niños/as menores se verían más afectados que los de
mayor edad, a la vez que otras muestran que la edad no influye en los efectos (Smith y Bentovim,
1994; Cantón y Cortés, 1999). Sin embargo, pareciera ser que más que una mayor o menor

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gravedad de los efectos, las distintas etapas etárias tendrían efectos diferenciales. En este sentido,
Cantón y Cortés (1999), plantean que habrían algunas secuelas de la agresión sexual que pueden
darse en cualquier etapa del período infantil, mientras otros son más específicos de determinada
etapa. Así, los síntomas más característicos de los niños/as preescolares son la expresión de algún
tipo de conducta sexual anormal, además de la presencia de ansiedad, pesadillas, desorden por
estrés postraumático y problemas de conducta. Los niños/as en edad escolar (6-11 años)
presentan mayores problemas internos (especialmente depresión) y dificultades conductuales
(especialmente agresión). Así también, este último grupo presenta conductas sexualizadas,
miedos, pesadillas, baja autoestima, hiperactividad, efectos en el funcionamiento cognitivo y
problemas escolares. Finalmente, en los adolescentes son frecuentes la depresión, retraimiento
social, baja autoestima, ideas y conductas suicidas o autolesivas, los trastornos somáticos,
conductas antisociales (fuga del hogar, vagancia, consumo de alcohol y drogas), posibilidad de
sufrir nuevas agresiones sexuales, comportamiento sexual precoz, embarazo y problemas de
identidad sexual.

a. Expresiones Sintomáticas Reactivas a la Agresión Sexual.

Estudios realizados sobre las consecuencias de la experiencia sexualmente abusiva en los niños/as,
muestran que los únicos síntomas con alta frecuencia que siguen a la agresión, incluyen conductas
sexualizadas y síntomas de estrés post traumático (Cahill et al, 1999), presentando este último
trastorno entre un 21% y 48% de incidencia en esta población (McLeer et al., 1988; Deblinger et
al., 1989). Otros estudios han mostrado que esta población a menudo presenta signos no
específicos tales como estrés, ansiedad, temor, depresión, ideación suicida, síntomas somáticos,
baja autoestima, agresividad, hiperactividad y conducta antisocial (Kendall-Tackett et al., 1993; en
Cahill et al., 1999). Junto con lo anterior, el olvido del hecho vinculado a la disociación emocional
son aspectos que se observan a menudo en niños/as y adolescentes víctimas de agresión sexual
(Calle, 1995; en Garrido, 1999).

Por otro lado, Kendall-Tackett et al. (1993) resumieron los efectos inmediatos y a largo plazo de la
agresión sexual, encontrando que las conductas sexualizadas se distribuían entre un 7% a un 90%
de los casos (Cahill et al., 1999), y se presentaría en las etapas evolutivas tempranas del desarrollo
en las cuales el niño/a carece de la capacidad de conceptualizar la experiencia acontecida (CAVAS,
2002).

De esta manera, diferentes autores (López, 1993; Finkelhor, 1984, 1993; Cantón y Cortés, 1999;
Zárate, 1993; Rojas Breedy, 2002; entre otros) coinciden en describir los efectos iniciales
específicos de la agresión sexual infantil. Smith y Bentovim (1994) realizan una agrupación de
estas consecuencias iniciales, según las diferentes áreas del desarrollo en que se ven afectados los
niños/as producto de la situación abusiva, categorizándolos en alteraciones de la sexualidad,
alteraciones emocionales, depresivas, ansiosas y conductuales.

La alteración en la conducta sexual se refiere a una perturbación en el desarrollo psicosexual del


niño/a, siendo ésta la respuesta más específica ante la agresión sexual. En relación a lo anterior, la
sexualidad del niño/a puede quedar gravemente afectada de manera diversa como consecuencia
de la erotización en la cual es introducido el niño/a. De este modo, puede observarse el desarrollo
de conductas hipersexualizadas tales como una inquietud aumentada por la temática de la
sexualidad, juegos sexualizados con otros niños/as, comportamientos provocativos y seductores

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con otros, y una masturbación compulsiva. En niños varones que han sido abusados sexualmente
por personas de sexo masculino puede generarse una confusión y ansiedad frente a su identidad
sexual.

Respecto a las alteraciones emocionales, se han descrito sentimientos de estigmatización, de


pérdida, culpa y responsabilidad por la agresión. Así también puede presentarse en el niño/a,
conductas regresivas (enuresis, encopresis, entre otros), sentimientos de impotencia o falta de
poder, aislamiento interpersonal y dificultad para confiar en otros cercanos. Debido a que la agre-
sión sexual infantil se produce precisamente en períodos críticos de la formación de la
personalidad donde se desarrolla la visión que el sujeto tendrá de sí mismo y de otros es frecuente
encontrar efectos negativos en la autoimagen, dando cuenta de un daño de mayor alcance.

Al adentrarse en la variable anímica, es común observar en niños/as que han sido victimizados
sexualmente la presencia de ánimo depresivo, generalmente asociado a sentimientos de ira,
desesperanza y baja autoestima. Dentro de este cuadro también es común que el niño/a presente
síntomas asociados a un trastorno del sueño y del apetito.

En cuanto a la presencia temprana de sintomatología ansiosa, se han descrito un aumento de


temores, angustia, quejas somáticas, y pesadillas, asociados a efectos postraumáticos
(reexperimentación, evitación, hipervigilancia) de la agresión sexual, siendo el Trastorno por Estrés
Postraumático y el Trastorno Adaptativo los diagnósticos más frecuentes en niños/as víctimas de
agresión sexual (Aliste, Carrasco y Navarro, 2003; Malacrea, 2000).

Por último, respecto a los efectos conductuales iniciales asociados a la agresión sexual, es común
observar en el niño/a la presencia de agresividad, hostilidad, desobediencia, ideas y actos suicidas,
automutilación. Junto con lo anterior, es frecuente como manifestación conductual temprana
producto de la agresión sexual, la inquietud, hiperactividad, problemas de aprendizaje y
dificultades escolares.

A nivel nacional, un estudio realizado en CAVAS Metropolitano (Aliste, Carrasco y Navarro, 2003)
respecto del análisis descriptivo de los resultados del proceso diagnóstico (realizado a una muestra
de 180 casos), concluye que:

En primer término, se observó que los síntomas de mayor prevalencia en la muestra, es decir, los
que se presentaron en más de un 40% de los casos corresponden a síntomas ansiosos, depresivos,
trastornos del sueño, dificultades en la atención y concentración y, conductas evitativas. De éstos,
presentaron una notoria mayor frecuencia en relación al resto de la sintomatología los síntomas
ansiosos, que se manifestaron en un 85% de los casos que presentaron sintomatología, seguidos
por los síntomas depresivos, que se observaron en un 57% de estos casos. En un segundo rango de
prevalencia, entre un 39% y un 20% de los casos evaluados con sintomatología, se observó la
presencia de auto o heteroagresividad, defectos de la impulsividad, alteración de la conducta
sexual, distorsiones cognitivas, alteración de la conducta alimentaria y síntomas disociativos.
Asimismo, entre un 19% y un 10% de los casos presentó enuresis, conductas disociales,
hiperactividad, reexperimentación, oposicionismo, aumento de la activación, alteración de la
identidad sexual, alteración del lenguaje, síntomas somatomorfos y alteración del lenguaje. Como
síntomas residuales, es decir, que se presentan en menos de un 10% de los casos, se observaron
síntomas maníacos, dificultades en la lectoescritura, dificultades psicomotoras, encopresis y
dificultades de cálculo.

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Por otro lado, el trastorno de mayor prevalencia en la muestra fue el Trastorno Adaptativo el que
se diagnosticó en un 51.6% de los casos. A éste le sigue, con una significativa menor
representación, el Trastorno de Estrés Postraumático el que se diagnosticó en un 15% de los casos.
En orden de preponderancia, suceden el Trastorno Reactivo de la Vinculación (8,3%) y el Trastorno
de Personalidad (5%).

Los datos de este estudio confirman que cuando la experiencia abusiva provoca una respuesta
psicopatológica, se expresa principalmente en síntomas de tipo emocional (ansiosos, depresivos) y
en trastornos del espectro ansioso, que alteran en forma significativa el normal funcionamiento de
la víctima. Respecto de esto, se observó en forma significativa la presencia de trastornos
mayoritariamente de tipo reactivo (Trastorno Adaptativo, TEPT) y, en segundo orden, alteraciones
de mayor cronicidad o que implican trastornos a nivel del proceso de desarrollo y de
estructuración de la personalidad (Reactivo de la Vinculación, de Personalidad).

b. Impacto de la Agresión Sexual en el Largo Plazo.

Junto con las reacciones mencionadas, se observan consecuencias que corresponden a


alteraciones de mayor complejidad, afectando directamente la estructuración de la personalidad
de la víctima. El modo en que estas alteraciones se instalan en el proceso de desarrollo,
corresponde a lo que Summit define como el síndrome de adaptación a la agresión. De este modo,
los esfuerzos adaptativos a la agresión crónica desarrollados por las víctimas, muestran el poder
disruptivo de la experiencia abusiva reiterada dentro del continuo vital (Huerta y Navarro, 2001).

b.1. La perspectiva de Roland Summit: El Síndrome de Acomodación.

Uno de los modelos más reconocidos que se ha planteado para la comprensión del lugar particular
y nocivo en el cual queda situado del niño/a a propósito de las dinámicas de victimización sexual,
es el síndrome de acomodación al abuso sexual (child sexual abuse accommodation syndrome)
propuesto por Roland Summit en 1983.

Summit (1983) elabora este modelo, a partir del reconocimiento de que los niños/as al enfrentar
la situación abusiva presentan conductas que contradicen las afirmaciones y expectativas
habituales de los adultos. Por lo que, ante la develación, las víctimas se encuentran con un
contexto adulto que les otorga escasa credibilidad, pudiendo culparlas o rechazarlas, situaciones
que se transforman en una traumatización secundaria. Así, por ejemplo, para quienes conocen la
situación abusiva es contradictorio el largo período de secreto y el “consentimiento” que
adjudican al niño/a, no comprendiendo las causas por las cuales un niño/a victimizado no puede
develar inmediatamente y escapar de la situación abusiva. Esta manera de visualizar el fenómeno,
según Summit, implica un desconocimiento de las reacciones típicas de los niños/as agredidos
sexualmente, siendo evidente en la práctica clínica que las expectativas sociales serían
inadecuadas. Además, plantea que este síndrome puede ayudar a sensibilizar a los adultos y
profesionales con el fin de crear un contexto de intervención psicosocial, legal y, un contexto
sociofamiliar que otorgue credibilidad y apoyo a la víctima, considerando que esto es esencial para
la sobrevivencia psicológica de la misma.

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Del mismo modo, este autor (1983) plantea, el síndrome de acomodación al abuso sexual,
incorporando en éste las reacciones típicas y comunes de niños/as que han sido victimizados
sexualmente, particularmente en casos de agresión sexual intrafamiliar, representando este
síndrome un común denominador de los comportamientos más frecuentemente observado en
víctimas.

Este síndrome o patrón de comportamiento típico está compuesto de variables mutuamente


dependientes, que permiten la supervivencia del niño/a en el contexto familiar inmediato, aún
cuando tenderían a aislar al niño/a de la eventual credibilidad y aceptación del contexto social. Se
compone de cinco categorías, siendo las dos primeras características determinantes de la
vulnerabilidad de los niños/as, constituyéndose en precondiciones de la ocurrencia de la agresión
sexual y, las otras tres, contingencias secuenciales de creciente variabilidad y complejidad.

Las cinco categorías del síndrome planteadas por Summit (1983) son:

1. Secreto: la agresión sexual ocurre cuando el niño/a está a solas con el agresor y, éste le
trasmite al niño/a que lo que está sucediendo es algo que no debe ser compartido con nadie
más. A partir de la imposición del secreto por parte del agresor, ya sea de un modo más o
menos intimidante, el niño/a significa la agresión como algo peligroso, negativo y temido.

2. Impotencia: la impotencia del niño/a y la desigualdad de poder que se instala en una relación
con un adulto, aumenta cuando el agresor es una figura cercana, de confianza y afecto, en
tanto, para el niño/a existe la posibilidad de un quiebre relacional con una figura significativa
de afecto. En este sentido la intrusión de actos sexuales por un adulto situado en un lugar de
poder, especialmente cuando es una figura primaria, se constituye en una relación unilateral
de un agresor hacia una víctima, en la cual el niño/a dependiente de éste, no tiene otra opción
que someterse y mantener el secreto. Esta tendencia resulta en un elemento fundamental que
objetaría el supuesto común de que un niño/a que no se queja, está consintiendo la relación.
Ante la imposibilidad de escapar de esta relación, el niño/a tiende a replegarse sobre si mismo
sintiéndose avergonzado e intimidado, lo que aumenta su impotencia e incapacidad de
comunicar sus sentimientos a un adulto comprensivo.

3. Entrampamiento y acomodación: cuando la agresión se convierte en una situación repetitiva,


implica que el niño/a no recibió una protección inmediata, ante lo cual la alternativa del
niño/a es aceptarla y sobrevivir. Sobrevivir conlleva entonces, una acomodación y adaptación
a esta realidad profundamente perturbada y dañina. Frente a un escenario de continua
impotencia, especialmente cuando la agresión es por parte de la figura paterna, el niño/a
busca explicaciones para comprender lo que sucede. En este intento el niño puede tender a
pensar que él provocó los hechos o bien que se insertan pensamientos negativos respecto a su
persona (sentirse malo), vivencia que aumentarían el sometimiento del niño/a a las demandas
sexuales de su padre. En este intento de adaptación, el niño/a puede desplegar mecanismos
de acomodación, que se constituyen en estrategias de supervivencia, las cuales no evitan el
surgimiento de sintomatología.

4. Develación tardía, conflictiva y poco convincente: las develaciones comúnmente se producen


después de mucho tiempo y usualmente se dan debido a la presencia de conflicto familiar o
del derrumbamiento de los mecanismos de acomodación. Cabe mencionar que en muchas
ocasiones la respuesta del entorno cercano a la develación del niño/a implican un descrédito,
invalidación, humillación, o castigo, lo cual constituye una nueva traumatización para éste.

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Esto se suma a las disyuntivas de las madres en otorgar credibilidad al niño/a, lo cual en
muchos casos implica el reconocimiento de que su pareja no se merece su confianza y el
cuestionamiento a la visión de sí mismas, tanto en su función materna como en relación a su
elección de pareja.

5. Retractación: a partir de las caóticas consecuencias de la develación, el niño/a confirma que


los temores y amenazas que subyacían al secreto eran verdaderos. Esto, junto con la
ambivalencia de la culpa y la obligación de preservar el equilibrio familiar, muchas veces llevan
a que el niño/a revierta lo que haya dicho en relación a la agresión sexual. En los casos en que
no existe un apoyo especial al niño/a y una intervención inmediata que responsabilice al
agresor, el niño/a tenderá a retractarse de sus dichos, lo que restaura el precario equilibrio
familiar y el niño/a aprende a no quejarse.

Este modelo ha recibido diversas críticas, especialmente debido a que la evidencia científica
demuestra que no es posible reconocer un síndrome asociado a las agresiones sexuales en los
niños/as, ni sostener la presencia de reacciones características de los niños/as que han sido
agredidos sexualmente, que permitan diferenciarlos de manera confiable de los no victimizados.
Así, este síndrome planteado por Summit, carece de criterios de confiabilidad técnica y sustento
empírico para su uso diagnóstico, y por lo mismo no permite validar o diagnosticar la presencia de
agresión sexual en un niño/a. Además, sería un patrón inespecífico, en tanto no permite
discriminar entre niños/as agredidos y no agredidos, no existiendo una relación causa-efecto clara
entre las cinco categorías propuestas y el problema de la agresión sexual (De Gregorio, 2002). A
partir de las controversias generadas, el propio autor, en 1992 (en De Gregorio, 2002), planteó que
el síndrome descrito es sólo una opinión clínica y no constituye un instrumento científico.

A pesar de las críticas que este modelo ha recibido, especialmente debido a su consideración
como síndrome y su uso diagnóstico, la teoría planteada por Summit constituye un aporte tanto
en la comprensión de las dinámicas abusivas, en las respuestas de los niños/as ante la situación de
agresión sexual (adaptación crónica), como en las reacciones de los adultos ante la develación de
ésta.

Por otra parte, Monteleone (2007) plantea que las etapas descritas por Summit deben ser
utilizadas como consideraciones clínicas, en tanto “no son más que una opinión clínica que debe
ser tenida en cuenta en cada caso en particular y con las limitaciones reales que se presentan en
este tipo de hechos delictivos con el objeto de evitar arribar a un diagnóstico erróneo”. Además,
sabemos que las reacciones de cada sujeto ante la experiencia de agresión sexual son muy
diversas, no pudiendo predecirse cuáles serán las secuelas individuales en la estructuración del
psiquismo (op. cit.).

Así, se comprende que aunque no se desarrolle un trastorno en edades infantiles donde ocurre la
agresión sexual, es posible que debido al quiebre y perturbaciones que provoca la agresión en el
desarrollo global de la identidad del niño/a, sus efectos sean más duraderos pudiéndose
desarrollar un desorden psico-afectivo en la pubertad o adolescencia.

Diferentes autores (López, 1993; Cantón y Cortés, 1999; Glaser y Frosh, 1997; Finkelhor, 1993;
Huerta, Maric y Navarro, 2003) señalan una configuración de efectos a largo plazo de la agresión
sexual, los cuales son menos claros que los efectos iniciales, siendo difíciles de analizar en tanto
interactúan con otros factores durante un tiempo prolongado.

70
Sin embargo, se reconoce en la literatura suficientes estudios que permiten establecer relaciones
entre la agresión de tipo sexual infantil y posteriores dificultades (en la adolescencia o adultez).
Así, se observa una asociación entre haber sufrido una experiencia de agresión sexual y una mayor
probabilidad de presentar problemas psicológicos posteriores, como depresión, intentos de
suicidio, sentimientos de estigmatización, aislamiento, baja autoestima, ansiedad, tensión,
dificultades de tipo relacional (especialmente con personas del sexo opuesto), dificultades con la
sexualidad (inhibición, conductas abusivas hacia otros, promiscuidad, prostitución), abuso de
alcohol y drogas, trastornos de personalidad y anorexia (alteraciones de la imagen corporal).
Conjuntamente, se presenta un mayor riesgo de volver a ser víctimas de nuevas agresiones
sexuales, por su pareja u otros (revictimización).

Diversos autores sostienen que el trauma vinculado a experiencias abusivas sexuales afecta, a
largo plazo, las distintas esferas de la personalidad de manera global. Es el caso de Messler y Gail
(1994), quienes se han especializado en el diagnóstico y tratamiento de pacientes que sufrieron
agresión sexual en la infancia. Las autoras plantean el Trastorno por Estrés Postraumático
Complejo como un cuadro nosológico característico de quienes han sufrido violencia sexual en su
infancia, exponiendo que son afectados por las experiencias traumáticas los siguientes aspectos de
la persona:

1.- Secuelas Cognitivas: Según las autoras, el trauma tiene un efecto desorganizador en la
habilidad individual para codificar, procesar y almacenar recuerdos de los eventos traumáticos, así
como también todos los recuerdos posteriores a estos. Esta dificultad tendría su correlato
fisiológico neuroestructural, ya que se ven afectadas las partes del cerebro asociadas a la función
mnémica. Asimismo, refieren que este “daño” también se puede observar, en que las víctimas de
agresión sexual presentan una regresión a estados más concretos (sensoriomotor) del
funcionamiento cognitivo, lo que se relacionaría con una ausencia o dificultad en la toma de
perspectiva y de analizar lo que les sucedió.

Por otro lado, las autoras observan significativas dificultades en la capacidad para fantasear, lo
cual también es compartido por Bollas (1987). Al respecto señalan, que las víctimas sólo podrían
mantener esta capacidad en aspectos de su vida que no están relacionados, ni directa ni
indirectamente, con las situaciones traumáticas.

2.- Secuelas Afectivas: Se puede observar dificultades en la modulación afectiva que puede
transitar desde la anestesia a la hiperactivación emocional. Al respecto, se plantea la presencia de
un quiebre en la conexión afectiva, específicamente entre la severidad de lo percibido y el grado
de activación afectiva. Descriptivamente, se observan reacciones fuertes ante un estímulo débil,
así como también estados de anestesia afectiva ante estímulos o experiencias altamente
perturbadoras y complejas.

3.- Secuelas en la organización del Self (sí-mismo): Uno de los mecanismos defensivos más
importantes utilizados por víctimas de agresión sexual en la infancia lo constituiría la disociación.
Al respecto, se plantea que la organización del sí-mismo se divide en dos o más estados,
relativamente organizados y que funcionan independientemente al interior de la personalidad. De
acuerdo a la intensidad de este mecanismo, puede llegar a constituirse dos personalidades
distintas en la víctima, siendo una de estas la que tiene relación con la experiencia traumática y
sus consecuencias.

71
4.- Secuelas Relacionales: Se observa una limitación en la capacidad para formar o mantener
relaciones, particularmente desde la intimidad y cercanía afectiva. Se observa una dificultad para
responder flexiblemente a las demandas y oportunidades de las relaciones presentes, tendiendo a
generar vínculos que puede repetir los patrones abusivos.

5.- Secuelas Conductuales: Se pueden apreciar cambios impredecibles en el actuar, los que
estarían directamente relacionados con la disociación y con la dificultad para modular los afectos.
Por otro lado, se observan conductas autodestructivas, las que descriptivamente van desde
formas inocuas de abuso compulsivo hacia sí-mismo, hasta ideas y actos suicidas persistentes.

Es fundamental comprender que la configuración de un trastorno o alteración de la identidad no


constituye un proceso lineal o unívoco que se desarrolle en todas las víctimas. Sin embargo, la
presencia de este tipo de alteración constituye un fenómeno grave, entendiendo que la agresión
sexual no sólo implicaría una trasgresión de los límites corporales, sino que también psíquicos, al
no reconocer ni respetar la individualidad y necesidades propias del sujeto.

Por último, una de las investigaciones realizadas con una muestra de la población consultante del
CAVAS Metropolitano, mostró que en los casos en que exista un contexto familiar que presente un
patrón relacional tolerante ante la develación y en que exista cronicidad de la agresión, las
víctimas estarán expuestas a sufrir un daño psicológico mayor, generando un impacto profundo a
nivel de la estructuración de la personalidad. Tal impacto puede expresarse en uno o varios de los
siguientes aspectos: alteración severa del desarrollo de la psicosexualidad; alteración severa de la
vinculación; inhibición social, relacional y/o afectiva extrema; disociación profunda (Huerta, Maric
y Navarro, 2003).

b.2. Modelo de las Dinámicas Traumatogénicas de Finkelhor y Browne.

Un modelo ampliamente aceptado (López, 1993; Cantón y Cortés, 1999; Malacrea, 2000; Zárate,
1993; Capella y Miranda, 2003; Capella, Contreras, Guzmán, Miranda, Núñez y Vergara, 2003),
para comprender las alteraciones en la organización de la experiencia subjetiva del niño/a
producto de la agresión sexual, es el propuesto por Finkelhor y Browne (1985).

Este modelo comprensivo-explicativo propone que la experiencia de agresión sexual infantil puede
ser analizada en base a cuatro factores, denominados dinámicas traumatizantes o
traumatogénicas (‘traumagenic dynamics’), las cuales en conjunto hacen que el trauma de la
agresión sexual sea único y diferente de otros tipos de traumas. Estas dinámicas alteran la
orientación cognitiva y emocional del niño/a al mundo, distorsionando su autoconcepto, su visión
del entorno y sus capacidades afectivas. La relación del niño/a con su ambiente, desde estas
distorsiones, puede manifestarse en los síntomas descritos como efectos psicológicos de la
experiencia abusiva, estando algunas dinámicas directamente relacionadas con ciertos síntomas.

Las dinámicas descritas por los autores son las siguientes:

Sexualización traumática: Se refiere al proceso por el cual la agresión sexual configura la


sexualidad del niño/a (incluyendo los sentimientos y actitudes sexuales) de una forma
evolutivamente inapropiada y disfuncional. Esta dinámica ocurre cuando se le pide repetidamente
a un niño/a que realice conductas sexuales inadecuadas para su nivel de desarrollo.

72
Concretamente, cuando existe intercambio de afecto, atención, privilegios y regalos por conductas
sexuales; cuando a ciertas partes del cuerpo del niño/a se les da una importancia y significados
distorsionados; cuando el agresor trasmite al niño/a confusiones e ideas erróneas acerca de la
sexualidad; y cuando el niño/a tiene asociadas memorias y eventos atemorizantes con ésta.

Esta dinámica produce como efecto psicológico alteraciones del desarrollo psicosexual normal
para la edad, generando en el niño/a un aumento de la preocupación por temas sexuales no
esperados para su etapa de desarrollo, preocupación asociada a aspectos como la estimulación e
identidad sexual. Además puede generar en el niño/a confusión acerca de las normas y estándares
sexuales, y del rol del sexo en las relaciones afectivas, así como la atribución de significados
negativos asociadas a la esfera de la sexualidad.

Traición: Hace referencia a la dinámica en la cual los niños/as descubren que el agresor –alguien
de quien dependían y en quien confiaban– les ha causado daño, manipulándolos con mentiras o
engaños. También puede presentarse cuando el niño/a toma conciencia de que un miembro de la
familia en quien ellos confiaban y que no corresponde a la figura del agresor, fue incapaz de
protegerlos o creerles.

Los efectos psicológicos ante esta dinámica están asociados a una alteración vincular y pueden
presentarse de dos modos. Por un lado, puede surgir en el niño/a una necesidad intensa de
confianza y seguridad, lo cual se manifiesta a través de una dependencia extrema, pudiendo
presentar dificultades para realizar juicios adecuados acerca de la confiabilidad de las otras
personas. Por otra parte, puede presentarse una reacción contraria, caracterizada por la
hostilidad, agresividad y desconfianza excesivas, manifestadas en aislamiento y aversión a las
relaciones íntimas.

Pérdida de poder o indefensión: Se refiere al proceso en que la voluntad del niño/a, sus deseos y
sentido de eficacia son consistentemente contravenidos, siendo su territorio y espacio corporal
repetidamente invadido.

Los efectos relacionados con esta dinámica se vinculan, por un lado, con el miedo y ansiedad que
reflejan los sentimientos de vulnerabilidad e incapacidad percibida por el niño/a de controlar
eventos externos nocivos, disminuyendo los sentimientos de autoeficacia y habilidades
personales. Por otra parte, los niño/as pueden intentar compensar la experiencia de pérdida de
poder, manifestando necesidades de control y dominación inusual y disfuncionales.

Estigmatización: Se refiere a las connotaciones negativas –maldad, vergüenza y culpa- que son
comunicadas al niño/a alrededor de la experiencia de agresión sexual y que luego son
incorporadas a su autoimagen. Estos mensajes negativos pueden provenir directa o
indirectamente del agresor, pudiendo ser reforzados por actitudes negativas de otras figuras
pertenecientes al núcleo familiar o a la comunidad ante el conocimiento del hecho abusivo.

El impacto psicológico de la estigmatización se asocia a los sentimientos de aislamiento, culpa y


vergüenza que presentan las víctimas, así como al sentimiento de ser diferente a los demás,
basados en la creencia incorrecta de que nadie más ha tenido una experiencia como la propia y de
que otros lo rechazarán por haber vivenciado una experiencia abusiva sexual.

Este modelo conceptual resulta útil para evaluar clínicamente los efectos de la agresión sexual, lo
cual debe tomar en cuenta aspectos previos (personalidad del niño/a y características de su

73
familia) y posteriores (la reacción familiar a la develación y la respuesta social e institucional ante
ésta), debido a que a pesar de que la experiencia de agresión sexual es el agente traumático
central en las víctimas, las dinámicas traumatizantes no son aplicables solamente a la experiencia
abusiva, ya que es un proceso que tiene una historia previa y un futuro posterior a la agresión.

A su vez, una aproximación comprensiva permite formular estrategias de intervención que tengan
como objetivo la superación de los efectos de la agresión sexual, planteando directrices acordes a
estas dinámicas.

b.3. Sexualización del Comportamiento: De la alteración en el Desarrollo Psicosexual a la


Alteración Vincular.

La alteración del desarrollo psicosexual, es una de las consecuencias más directamente


relacionadas con la experiencia de agresión sexual. Concretamente, cuando una persona usa al
niño/a como un objeto sexual, éste puede sentirse altamente activado o estimulado,
reproduciendo en la relación con otros conductas sexualizadas dentro de un proceso de
erotización de los vínculos (Huerta y Navarro, 2001). De este modo, una alteración que puede ser
inicialmente conductual (conducta sexualizada), llega a transformarse en un estilo vincular.

Al respecto, en algunos niños/as que han sido víctimas de agresión sexual por personas con las
cuales poseen una relación afectiva significativa puede ocurrir una confusión de los estándares
sexuales, no distinguiendo afecto de sexualidad, condicionándose la relación con otros a la esfera
de la sexualidad. Así, incluso se ha descrito por parte de estos niños/as una sensación de placer
durante estos encuentros sexuales, el cual puede estar relacionada a sentimientos de amor y
preocupación, sentimientos que son más emocionales que físicos. Posteriormente, los niños/as en
edad escolar que han sido sexualizados pueden no ser capaces de reprimir o sublimar el interés
por la actividad sexual como lo hacen los demás niños/as de su edad, que son capaces de dirigir
esta energía al aprendizaje y el desarrollo de las relaciones sociales apropiadas. De este modo, se
perpetúa y se retroalimenta un circuito altamente desadaptativo.

En relación a este proceso, Finkelhor (1979) señala que algunos niños/as, cuyas necesidades no
son cubiertas a través de los canales convencionales, descubren que pueden obtener afecto
estimulando sexualmente al adulto y por lo mismo se aproximan de este modo a los adultos y los
seducen activamente (en Glaser y Frosh, 1997). En este mismo sentido Almonte y Cádiz (1997)
señalan que el comportamiento seductor de estos niño/as puede ser visualizado más bien como
síntoma de la agresión sexual, ya que por estar su sexualidad en desarrollo, el niño/a puede ser
entrenado a gozar de varias formas el contacto sexual, especialmente cuando está carente de
afecto. Las víctimas pueden ser incapaces de discriminar entre formas eróticas de contacto de
aquellas de simple afecto o amistad. Tienden a erotizar la mayoría de las relaciones íntimas y
algunos han aprendido que deben pagar con favores sexuales por el afecto que reciben.

De este modo, a partir de la teoría del hechizo, la agresión sexual incestuosa actúa alterando el
proceso de desarrollo de la psicosexualidad normal esperada para los niño/as, creando y
condicionando un estilo relacional que se extiende a otras relaciones, ya sea a los pares o a otros
adultos.

74
Para Crittenden (1997) el comportamiento complaciente compulsivo de estos niños/as consiste en
hacer lo que los otros quieren que haga y mostrar el afecto que la gente quiere ver, dándose
origen a dos conductas diferentes: la seducción y la promiscuidad. En la seducción el
comportamiento incluye ciertos sentimientos verdaderos de la persona seductora, exagerados.
Algo se ofrece a una persona íntima con un acuerdo implícito: “tú me das lo que yo quiero y tal vez
yo te doy lo que quieres”. A diferencia de la promiscuidad en que se produce el proceso opuesto;
está dirigida a figuras externas y desconocidas, con una promesa o acuerdo explícito: “tú pagas
esto y yo hago lo otro”. En resumen, las distorsiones en la sexualidad se convierten en redes para
los asuntos de protección, el sexo se utiliza para la protección. Se activa lo sexual porque tiene la
misma función que lo vincular, atraer a la gente y ponerla en un lazo perdurable. De esta manera
si se tiene acceso a una relación de apego factible, la sexualización de la infancia no cabe. Por el
contrario, si es la única forma de acercarse a la persona para obtener protección, es mejor que no
tener nada.

El efecto nocivo del desarrollo de estos mecanismos, se evidencia en la vulnerabilidad que estas
víctimas presentan frente a la ocurrencia de nuevas situaciones abusivas. Al respecto, Crittenden
(1997) señala que las niñas que han sido abusadas tienden a ser nuevamente víctimas; hay algo
que proyectan que las hace ser un blanco, esto es, la vulnerabilidad fingida. El mecanismo a la
base de este proceso estaría dado por las dificultades con los límites sexuales y las conductas
sexualmente provocativas que algunas de estas víctimas desarrollan, situación que hace que con
más posibilidades los jóvenes se expongan a situaciones de alto riesgo de revictimización. La
revictimización, entonces, incrementa el riesgo de desarrollar conductas sexualizadas, incluyendo
conductas de victimización con una perpetuación de un trágico ciclo (McClellan et al., 1997).

2.7.2 Daño Psicosocial en Adultos

Se exponen a continuación dos niveles observación clínica del daño psicosocial asociado a la
ocurrencia de agresiones sexuales en la vida de un adulto. El primero de ellos, caracterizado por
los efectos que estas experiencias tienen sobre el estado psicoafectivo del sujeto, lo que
generalmente corresponde a la expresión sintomática observable en los adultos que han sufrido
una agresión sexual, ya sea que haya ocurrido en la infancia o tardíamente en la adultez. El
segundo nivel da cuenta de las secuelas a largo plazo, las que generalmente se asocian a
conflictivas psíquicas y relacionales. Cabe mencionar que la distinción entre los efectos de la
agresión sexual en términos de las conflictivas psíquicas y relacionales suscitadas es arbitraria, en
tanto ambos se encuentran íntima y dialécticamente relacionados. Se justifica entonces realizar
una distinción con la finalidad de destacar los elementos principales que permiten caracterizar la
problemática.

Ahora bien, respecto a las manifestaciones del daño es importante señalar que existen variables
que preexisten al acontecimiento violento que inciden en la cualidad y expresión del daño en cada
víctima, no existiendo una respuesta uniforme pese a las constantes que se advierten en distintas
personas victimizadas. En relación a lo anterior, se han distinguido cuatro factores principales que
median en la manifestación del daño: el equilibrio y funcionamiento psicológico previo del adulto,
existencia o no de una historia anterior de victimización sexual, reporte de acontecimientos vitales
“negativos” recientes y la calidad del apoyo social proporcionado (Echeburúa, 1994; Echeburúa y
Corral, 1995; Steketee y Foa, 1987, en Echeburúa et al., 1995).

75
a. Expresiones Sintomáticas Reactivas a la Agresión Sexual

Dentro de la sintomatología observada clínicamente en la población adulta que ha experimentado


violencia sexual, es posible distinguir un espectro bastante amplio de expresiones sintomáticas,
que a su vez varían en agudeza, intensidad y cronicidad según la etapa evolutiva en la cual haya
ocurrido la victimización sexual. El reconocimiento de la sintomatología prevalente resulta
fundamental pues permite estimar el grado de desestabilización emocional del adulto.

Las expresiones sintomáticas más características son las siguientes6 :

Sintomatología ansiosa: se observa hiperactivación de expresión fisiológica secundaria a la


experiencia traumática, ansiedad difusa, trastornos del sueño, reexperimentación traumática en
forma de imágenes o sensaciones corporales. Específicamente, la ansiedad puede presentarse en
algunos casos frente a aquellos estímulos que puedan evocar algún aspecto de la escena de
agresión, implicando un malestar clínicamente significativo. El temor a sufrir una nueva
victimización y la ansiedad pueden ser de una intensidad tal, que inhiban comportamientos o que
provoquen conductas evitativas con ciertas situaciones y personas. Cuando la agresión ha ocurrido
en la adultez todos estos síntomas pueden presentarse de manera más aguda, pudiendo en casos
llegar a cronificarse si no es debidamente abordada.

Sintomatología depresiva: el autoconcepto y la autoestima se encuentran frecuentemente muy


deteriorados, observándose la tendencia a presentar un ánimo depresivo, labilidad afectiva,
sentimientos de inseguridad, vivencias crónicas de culpa, vergüenza, ideas autodenigratorias y en
casos más complejos, ideación suicida. También es frecuente observar irritabilidad, fatiga, pérdida
de la capacidad de goce, sentimientos de desesperanza, trastornos del sueño y de la alimentación.

Síntomas somáticos: Se observan frecuentemente jaquecas, alteraciones gastrointestinales,


alergias crónicas y dermatitis crónicas. Los problemas somáticos de expresión crónica se observa
principalmente en personas adultas que han sufrido de agresiones sexuales en su infancia o
adolescencia.

Síntomas cognitivos: Generalmente se observan en ambas poblaciones dificultades en las


capacidades de memorización, atención, concentración y dificultades para aprender nuevos
contenidos. Junto con lo anterior, se constatan frecuentemente pensamientos e imágenes
repetitivos que corresponden a la evocación angustiosa del evento sexual traumático y tienen un
carácter estereotipado y reiterativo. Estos últimos síntomas, son frecuentes de observar en
adultos que han vivenciado una victimización sexual reciente.

Síntomas conductuales: Dentro de los síntomas que alteran el espectro conductual se observan
comportamientos fóbicos, evitativos y obsesivos, así como también trastornos alimentarios,
tendencias autodestructivas, aislamiento interpersonal y trastornos de la conducta sexual.

6
Ciertos elementos del esquema que se propone a continuación se derivan de estudios planteados por
Echeburúa et al., 1995.

76
Dificultades en el ajuste social: La intensidad de la sintomatología puede provocar el efecto de
perturbar o inclusive impedir el normal funcionamiento de la persona en diversos niveles: laboral,
familiar y/o social. El miedo a salir del hogar y tratar con desconocidos, junto a la dificultad para
recurrir al apoyo familiar, pueden ser factores que potencie las manifestaciones asociadas a la
victimización. La intensidad de estos síntomas se aprecia mayor cuando se trata de victimizaciones
recientes, ocurridas en la edad adulta.

Al referirse específicamente a la población adulta que ha sido victimizada en la infancia o


adolescencia, un estudio realizado por Kiser, Heston, Millsap y Pruitt (1991, en Echeburúa et al.,
1995) sugiere dos tipos de reacción a la agresión sexual vivido en dicha etapa del desarrollo; el
primero se corresponde con el cuadro de Trastorno por Estrés Postraumático Crónico y el segundo
con los cuadros del espectro anímico depresivo. En esta línea, otros autores señalan que la
depresión es el síntoma más frecuente en adultos que han sido abusados sexualmente en su
infancia (González et al., 2001; Massie, Johnson y Shirley, 1989; Consertino et al., 1995, en
Montero, Cobo y González, 2004), existiendo estudios que indican que la presencia de un
Trastorno por Estrés Post Traumático favorece el desarrollo de un primer episodio depresivo
mayor (Kendler, Gardner y Prescott, 2002; Breslau, Davis, Peterson y Schultz, 1997; Bromet,
Sonnega y Kessler, 1998, en Vitriol et al., 2007). Cabe mencionar que la sintomatología en esta
población, si no es debidamente abordada, puede cronificarse en un número considerable de
estos casos determinando un funcionamiento habitual en el adulto.

Respecto a los cuadros clínicos que presenta esta población victimizada tempranamente, se
encontrarían el trastorno por estrés postraumático crónico, disfunciones sexuales, trastorno del
ánimo depresivo, trastornos somatomorfos, trastorno borderline o límite de la personalidad y el
trastorno disociativo de la identidad.

En relación a la población adulta que ha sido victimizada en la adultez, en el área reparación del
CAVAS, se ha constatado que una gran proporción de estas víctimas presentan una situación de
crisis caracterizada por un quiebre desadaptativo en el continuo vital, así como también es muy
común observar intensos temores a situaciones relacionadas con la agresión y sentimientos de
vergüenza, culpabilidad e indefensión. Asimismo, son proclives al aislamiento social y temen ser
indicadas como responsables de lo ocurrido y, consecuentemente, ser sancionadas moralmente
por el entorno. En este marco, cobra relevancia el actuar de los agentes de control social, en
términos de paliar la victimización secundaria que opera, en particular, en la población de mujeres
que ha sido agredida. De no ser así, la víctima vivencia un proceso de re-victimización que sólo
reforzará el daño ya generado por la experiencia abusiva (Echeburúa et. al., 1995; Barudy, 1998).

b. Conflictivas Psicológicas de la Victimización Sexual

En este apartado, se abordará el impacto asociado a la victimización sexual desde una focalización
en las conflictivas psicológicas que surgen como consecuencia a esta experiencia traumática. Se
refieren a problemáticas intrapsíquicas y relacionales que aluden a una dimensión de mayor
complejidad y profundidad del daño, en tanto puede desajustar el funcionamiento normal de la
personalidad y alterar la vivencia de sí mismo y de las relaciones con los otros.

77
Respecto a las secuelas observadas en adultos, cabe puntualizar ciertas diferencias en el daño
producido dependiendo del momento del ciclo vital en el cual han sido victimizados. Hay estudios
que avalan que las agresiones sexuales experimentados en la infancia o adolescencia, más aún los
intrafamiliares con características crónicas, conllevan considerables y perdurables consecuencias
psicológicas que difieren de aquellas asociadas a victimizaciones ocurridas en la vida adulta
(Pereda, Polo, Grau, Navales, Martínez, 2007). (CAVAS, 2007).

En relación a lo anterior, en adultos que han sido agredidos sexualmente en su infancia, se


constata que las conflictivas psíquicas asociadas a la vivencia traumática pueden instalarse como
ejes estructurantes de la personalidad, alterando los procesos de socialización y desarrollo
normales. Ahora bien, en personas que han sido victimizados en la adultez, es decir, una vez ya
finalizados los procesos de conformación identitaria (o en tránsito hacia la misma), una agresión
sexual puede reforzar sobre una línea basal ya configurada de la personalidad, una serie de
funcionamientos desadaptativos que pueden volverse rígidos o altamente disruptivos para la vida
adulta.

A continuación se profundizará en esta dimensión psíquica y relacional del daño asociado a


victimización sexual, realizando la distinción en adultos victimizados en la infancia/adolescencia y
en personas victimizadas en etapa adulta.

Las conflictivas intrapsíquicas en el caso de adultos que han vivenciado experiencias de agresión
sexual en la infancia y/o adolescencia, son consideradas como reactivas al acontecimiento de
victimización sexual y, como ya se ha señalado, pueden llegar a instalarse como ejes
estructurantes de la personalidad, organizando de manera profunda la vivencia de sí mismo y de
los otros. Junto con lo anterior, al generar un sobrepaso en la capacidad de significación del sujeto,
puede conllevar, con el avance del ciclo vital, una alteración global y crónica en la capacidad para
tolerar otras experiencias angustiosas, controlar los impulsos y conservar el criterio de realidad.

Dada esta condición psíquica basal, la disociación puede instalarse como un mecanismo defensivo
prototípico, en la tarea psíquica de hacer frente a la vivencia y recuerdos traumáticos. En términos
genéricos, este mecanismo consiste en una escisión de la personalidad que resulta en dos o más
estados psíquicos que funcionan de manera inconsciente e independiente, pudiendo resultar, por
ejemplo, la disociación entre los afectos y pensamientos, entre la psique y el soma, o entre la
conducta y los pensamientos. Son signos de estados disociativos la irrupción de imágenes,
impulsos agresivos, sensaciones somáticas o reacciones ansiosas, que marcan un quiebre en la
cotidianidad y que la persona no puede explicar, llegando a valorar estos fenómenos como
extraños o ajenos.

Ahora bien, al puntualizar algunas conflictivas psíquicas frecuentes en adultos victimizados


sexualmente en su infancia, pueden distinguirse las siguientes dimensiones (Gail y Messler, 1994):

· Emocionalidad - Afectividad: Priman estados de inundación afectiva ante la exposición a


determinadas situaciones ambientales que gatillan la reemergencia de la experiencia de
agresión sexual infantil.

· Autoconcepto – autoestima: Predominan sentimientos de culpa, vergüenza e inseguridad.


Junto con lo anterior, es posible pesquisar la idea de ser indigno del respeto y consideración
de los demás.

78
· Vincular: Las relaciones interpersonales pueden representar a nivel psíquico un gran peligro
y riesgo para la integridad, en tanto generan temor ante la posibilidad de la repetición de
nuevas agresiones. Con frecuencia emergen angustias intensas ante la posibilidad de
proximidad sexual o intimidad.

· Cogniciones: Puede apreciarse una alteración persistente de algunas funciones cognitivas,


como la memoria, la atención y concentración. Se asocia con la intrusión de recuerdos no
simbolizados de carácter traumático.

· Psiquesoma: Puede generarse un desequilibrio de la unidad psicosomática, produciéndose


una disociación de ésta, es decir, psique y soma se escinden. La experiencia traumática, al no
poder ser significada o verbalizada, puede manifestarse a través del cuerpo, lugar donde se
hallan los registros de las memorias afectivas más arcaicas. El cuerpo expresaría aquello que
ha quedado sin representación en la psique y será centro de distintas perturbaciones y
afecciones somáticas.

· Sexualidad: El contacto sexual precoz practicado por un adulto puede generar una alteración
en la vivencia de la propia sexualidad, en tanto ella queda marcada desde la connotación
relacional de dominación y coerción. Esta distorsión global de la sexualidad puede
actualizarse de manera traumática frente a contactos sexuales adultos o durante la
adolescencia periodo en el cual puede resignificarse la situación abusiva a propósito de la
maduración psicológica y biológica. Ello puede provocar un rechazo, conciente o inconciente,
de la femeneidad, alterándose así el curso normal del desarrollo psicoafectivo.

Al especificar aspectos del daño en la esfera vincular en adultos victimizados tempranamente,


puede plantearse en términos genéricos la dificultad para construir y mantener vínculos
saludables y de confianza interpersonal. El vínculo afectivo con otros puede significarse como una
experiencia que pone en riesgo la integridad personal, desplegándose en consecuencia, conductas
de evitación a la intimidad o bien, una actitud dependiente o ambivalente en el contacto
interpersonal, transitando entre el rechazo y la necesidad apremiante de proximidad.

En estrecha vinculación con lo anterior, se advierte que adultos que han sido víctimas de agresión
sexual infantil, pueden manifestar una inclinación a desestimar las propias necesidades afectivas y
dificultades para percibir señales internas de malestar e incomodidad, lo cual estaría a su vez
asociado a una desconexión emocional respecto de sus propias necesidades afectivas. Estas
dificultades pueden materializarse a nivel relacional, en un “sacrificio” personal sobreponiendo las
necesidades del otro por sobre las propias, dinámica que puede a su vez reactivar la vivencia
abusiva en los vínculos. (Batres, 1997; Jurado, 2004; Rubins, 2004)

Una posible respuesta adaptativa a los altos niveles de ansiedad que implican los vínculos
cercanos, corresponde a la incorporación por parte de la víctima de la dinámica de la manipulación
instalada por el abusador, lo que posteriormente en la adultez, determina un funcionamiento
relacional instrumentalizado, observándose dos posiciones relacionales: la aceptación y sumisión
inconciente a la “oferta relacional” del otro, o bien, se ubica subjetivamente en el lugar contrario
del “instrumentalizador”.

Otro aspecto conflictivo advertido, se refiere a la tendencia a la sobreprotección de figuras


significativas valoradas como vulnerables, o expuestas a un ambiente considerado amenazante.

79
Esta situación relacional se aprecia con regularidad en las madres de hijas pequeñas y trae
tensiones no sólo a nivel del sistema conyugal, sino también en la relación madre-hija(o) y/o
padre-hija(o).

La necesidad de confiar en otros, desde un sentimiento basal de indefensión y desvalimiento,


puede manifestarse en el establecimiento de vínculos excesivamente estrechos o fusionados que
colmen dicha carencia, lo cual puede generar la vivencia de entrampe relacional. Entonces bien,
cualquier quiebre relacional puede ser vivido desde altos montos de angustia asociados además a
la vivencia de autoculpabilización o bien a la deslealtad.

Finalmente, al referirse a las consecuencias vinculadas a la reacción familiar frente a la develación


de la agresión sexual infantil por esta población, se verifica el establecimiento de alianzas que
transitan desde un apoyo férreo a la víctima, hasta actitudes de deslegitimación y de descrédito
hacia ésta. El quiebre de los vínculos familiares y la reacción deslegitimadora que resta credibilidad
y condena a la víctima, contribuyen a la cristalización de los sentimientos de culpa y vergüenza,
que suelen persistir en la víctima hasta la adultez, constituyendo uno de los principales factores de
riesgo de cronificación de daño. Junto con lo anterior, provocan la tendencia a autoprotegerse
insertando un aislamiento social lo cual dificulta la activación de nuevas redes de apoyo (Rubins,
2004; Echeburúa, Corral, 2006).

Ahora bien, al referirse a las conflictivas psicológicas y relacionales en adultos que han sido
victimizados sexualmente en su adultez, cabe precisar que estas problemáticas emergen desde
una organización psíquica que constituye una línea base sobre la cual se instala el impacto y
significación de la experiencia de victimización sexual. La relación entre una agresión sexual en la
adultez y la psicopatología del sujeto es casi siempre positiva: al ser la primera un importante
estresor adicional inesperado, contribuirá a agudizar la sintomatología que ya pueda estar
presente y agravará las conflictivas de personalidad a la base, si es que las hubiere.

A pesar de lo anteriormente expuesto, pueden determinarse ciertos focos conflictivos frecuentes


que se desencadenan producto de la agresión sexual. Tal como se ha señalado, una agresión
sexual en la adultez usualmente genera por sí mismo una situación de crisis que exige a la persona
una reacomodación psicológica general, en tanto que precipita altos montos de angustia y conecta
al sujeto con la amenaza de desintegración y muerte. Esta vivencia puede reaparecer de diferentes
formas, reexperimentando constantemente la situación traumática.

Al referirse a otro núcleo conflictivo, una agresión sexual implica una experiencia de transgresión
de los límites personales a nivel corporal y psíquico. A partir de esta vivencia de vulneración, una
de las áreas más dañadas es la esfera de la sexualidad, resignificándose ésta última desde
connotaciones nocivas de riesgo y incidiendo negativamente sobre la concepción del rol de lo
femenino y lo masculino.

De modo similar al que se advierte en adultos victimizados crónicamente en su infancia, se


observa la presencia de sentimientos de vergüenza y culpabilidad en una gran proporción de
víctimas que han experimentado una agresión sexual en su adultez, independiente del tipo de
relación con el agresor. Los sentimientos de vergüenza y culpabilidad se vinculan a la creencia que
la persona agredida es quien atrajo al agresor hacia sí y que no se protegió lo suficiente,
adjudicándose a si mismo la responsabilidad de lo ocurrido.

80
Estas problemáticas internas anteriormente descritas, pueden poner en marcha la utilización de
mecanismos defensivos que se activan para hacer frente a la angustia que este tipo de
traumatización desencadena. La defensa que más comúnmente se utiliza, y que sería una
respuesta adaptativa común a cualquier evento traumático, es la disociación, dispositivo que,
como ya se ha señalado, intenta expulsar del plano consciente afectos e ideas displacenteras
vinculadas con la agresión sexual.

En general, la eficacia de las barreras defensivas, a nivel de lo intrapsíquico y de la resolución de


las problemáticas psíquicas ligadas, va a depender del nivel de adaptación previo logrado por el
adulto frente a otros sucesos traumáticos ocurridos a lo largo de su historia vital. Ejemplo de ello,
son los enfrentamientos en las etapas del desarrollo psicosexual, u otros sucesos contingentes de
alto impacto para equilibrio psicológico, entre ellos las separaciones con figuras significativas.

Al precisar algunas conflictivas relacionales advertidas en los casos de victimización en la adultez,


puede observarse en términos generales, la presencia de sentimientos de miedo y desconfianza
generalizados frente a hombres desconocidos y una desconfianza global con el mundo circundante
evitando la exposición a situaciones que evoquen una condición de vulnerabilidad o
desprotección.

La vivencia de haber sido traicionada, es comúnmente observada en víctimas que reportan haber
sido abusadas sexualmente por un conocido, con el cual mantenían una relación de confianza. Esta
vivencia puede alcanzar una magnitud tal, que provoque sentimientos de hostilidad frente a
amigos, familiares u otros y desembocar en conductas de aislamiento respecto de la red de apoyo.

Una complejidad adicional que presentan los casos de agresión sexual en la adultez, es la
existencia de antecedentes de agresión sexual en la infancia y/o adolescencia. Un acontecimiento
de agresión en la vida adulta puede reactivar antiguos modos de funcionamiento psicológico
desadaptativos adscritos a la victimización sexual infantil. Esta situación potencia la
estigmatización de la víctima, en el sentido de facilitar la fijación de pensamientos confirmatorios
de orden autodenigratorios y re-victimizantes.

Finalmente, cabe mencionar que una persona que ha vivenciado una agresión sexual en su adultez
es un fenómeno complejo en tanto involucra además de una crisis personal, consecuencias
familiares y sociales necesarias de tener en cuenta al momento de evaluar el impacto global de la
experiencia traumática.

En el ámbito familiar, la magnitud del daño está relacionada no sólo con la vivencia personal de
transgresión, sino que también con el rol y la posición que la víctima ocupa en la estructura
familiar. A modo de ejemplo, la persona agredida podría ser el sostén económico de su núcleo, o
bien, vivir con su familia de origen y depender de ella. En ambos casos se generan problemáticas
diferentes y, por lo tanto, distintos modos de reacción que afectarán directamente a la víctima. En
concreto, la posible desestabilización familiar, las dificultades en la pareja, la salida del hogar y la
implicación en un proceso judicial, son algunas de las circunstancias que complejizan el fenómeno
y su abordaje.

81
2.7.3. Aportes desde una Perspectiva Victimológica

Considerando las consecuencias de mediano y largo plazo más importantes de la experiencia de


victimización sexual, el actual pensamiento victimológico propone el concepto de carrera victimal.
Este concepto, en tanto modelo dinámico, permite explicar cómo la definición de la víctima en el
proceso de interacción con el victimario, aumenta el riesgo de una segunda victimización, y de
esta segunda el riesgo de una tercera, etc. (Schneider, 1994).

a. El peligro de la Revictimización: La Carrera de la Víctima.

Desde esta perspectiva, se postula que “en el proceso de victimización la víctima aprende por
medio de la interacción con el victimario o con personas de su inmediato entorno social su rol de
víctima” (Schneider, 1994, pág. 45). Existiría una socialización de la víctima hacia su rol,
aprendiendo ésta a definirse a sí misma como víctima y, como consecuencia de esto, se
acostumbraría a la victimización.

Es importante distinguir que en el proceso de la carrera victimal interactúan tanto factores


personales de la víctima como factores contextuales. Entre los factores personales es posible que
la reacción de la propia víctima a la victimización primaria, favorezca a que ésta construya su
identidad en torno a su victimización, haciéndose dependiente de ella. De este modo, la definición
de “víctima” que surge a partir de una primera experiencia de victimización, generaría cierta
vulnerabilidad en ésta para definirse en los procesos interaccionales desde este rol, aumentando
el riesgo de una segunda victimización, y en esta segunda el riesgo de una tercera y así
sucesivamente.

Una de las explicaciones que se dan para esta definición de “víctima” es la teoría del desamparo
aprendido, según la cual, los individuos aprenden a través de sus experiencias que su
comportamiento tiene consecuencias negativas, sin que ellos puedan influir en éstas últimas
desarrollando un comportamiento pasivo. Tal pasividad le impide actuar de forma preventiva para
evitar la ocurrencia de una nueva victimización.

Otra posible explicación surge de lo planteado por el victimólogo E. Fattah (1997a), quien señala
que la victimización constituye una experiencia social significativa, que ejerce un impacto
perdurable en la vida de las personas. Este autor se basa en lo señalado por Athens (1989, en
Fattah, 1997a) quien hace una distinción entre experiencias sociales triviales, que ejercen poco
impacto en la vida de las personas y son olvidadas tan pronto como se viven y, experiencias
sociales significativas, que son importantes e inolvidables dejando una marca permanente en las
personas y son recordadas meses o años después de ocurrida la experiencia. Para esta autora, “las
personas son lo que son como un resultado de las experiencias que han sufrido en sus vidas”
(Athens, 1989, en Fattah, 1997a, pág. 34), y si se considera que la victimización es una experiencia
social significativa, es posible comprender que ésta deje una marca, incluso en la visión de sí
misma de la persona, definiéndose como “víctima”.

Es importante considerar que dentro de los procesos de victimización, “el traumatismo psíquico de
la víctima causado por delitos sexuales y violentos tiene otro valor psíquico que el miedo abstracto
o el miedo concreto afectivo-emocional al crimen de personas que no han sufrido ninguna
victimización” (Schneider, 1994, pág. 54). Así podemos entender que las víctimas de agresión
sexual han vivido experiencias significativas que repercuten en diferentes áreas de su vida, desde

82
el miedo a una nueva victimización, la creencia en la imposibilidad de control, hasta en el proceso
de construcción de identidad.

Por otro lado, si bien en el concepto de carrera victimal se reconocen factores individuales de la
víctima para autodefinirse como tal como consecuencia de su experiencia de victimización,
también considera la interacción de ésta con su entorno social. Al respecto, el proceso de reacción
inadecuado frente a la victimización primaria por parte de las instancias de control social
(carabineros, policía, sistema judicial-penal) y de los actores de su entorno social, lo que se
denomina victimización secundaria, tiene como consecuencia que la víctima interiorice su rol de
víctima: “al final de este proceso de degradación y estigmatización, la víctima adopta una visión de
sí misma de víctima” (op. cit., pág. 45).

Considerando la complejidad de la victimización primaria y sus consecuencias en la víctima, la


ocurrencia de una victimización secundaria puede consolidar el proceso de la carrera victimal, en
tanto la interacción de la víctima con otros, puede hacer a la víctima nuevamente objeto, llegando
incluso a la despersonalización, socializando a la víctima hacia su rol, reafirmando en ésta la
definición como víctima.

Desde el marco anteriormente planteado, los victimólogos enfatizan la importancia de que las
víctimas reciban el tratamiento necesario para que puedan superar el trauma psíquico que implica
la experiencia de la victimización (op.cit.), intentando además prevenir el riesgo de una nueva
agresión.

b. Transformación de Víctimas en Victimarios

En el campo de la victimología se postula que existe una estrecha relación entre la victimización y
la conducta criminal, siendo la victimización un aporte directo a la agresión, el sine qua non para
ella. (Fattah, 1997a). En palabras de Fattah, “las víctimas de ayer son a menudo los criminales de
hoy y los criminales de hoy serán frecuentemente las víctimas de mañana” (1997a, pág. 26).

La importancia de la victimización como un factor causal en la criminalidad violenta es


prácticamente evidente si se considera el hecho de que la venganza es un componente esencial en
la violencia. Conceptos como el “ciclo de la violencia” o el “abuso intergeneracional”, se refieren a
“esta curiosa tendencia de los seres humanos a someter a otros a los mismos dolores y angustias
que personalmente debieron sufrir o a infligir a otros la misma victimización que experimentaron”
(op.cit., pág. 25). Este fenómeno es el que la Victimología ha denominado proceso de
transformación de víctimas en victimarios o la relación entre victimización y criminalización, vale
decir, el proceso por el cual el agredido llega a ser agresor, el oprimido llega a ser opresor, el
perseguido llega a ser perseguidor, el torturado llega a ser torturador y el maltratado llega a ser
maltratador. (op.cit.).

Diversos procesos como la brutalización, desensibilización, venganza, aprendizaje, imitación,


identificación con el agresor, entre otros, son mecanismos útiles para explicar cómo la víctima se
transforma en agresor.

El fenómeno de transformación de víctimas en victimarios ha existido siempre, sin embargo sólo


recientemente ha sido objeto de mayor investigación y análisis, debido a que se han encontrado

83
significativas evidencias de que violadores y otros delincuentes sexuales, fueron objeto de
vejaciones sexuales (violentas y no violentas) durante su infancia (op.cit.).

En este sentido, es útil comprender que las víctimas de delitos sexuales en tanto han sido objeto
de otro desde una posición pasiva, puedan buscar inconscientemente la compensación de este
sentimiento de indefensión, a partir de la futura agresión y dominación activa sobre un tercero.

Si bien, por variables de temporalidad, no resulta fácil visualizar cómo es que una víctima actual
pueda llegar a transformarse en agresor/a, las tempranas alteraciones del desarrollo psicosexual
expresadas a través del desarrollo de conductas abusivas hacia otros niños/as menores, pudiese
ser un indicador de alerta.

De esta forma, el tratamiento a las víctimas, en este caso de agresión sexual, no sólo debiera
atender a que éstas superen su trauma psíquico, sino que al mismo tiempo también debiera
apuntar a prevenir la transformación de víctimas en victimarios7.

7
Es necesario especificar que no toda víctima se transforma en victimario.

84
CAPÍTULO III
UN MODELO DE INTERVENCIÓN INTEGRAL PARA VÍCTIMAS DE AGRESIONES
SEXUALES

1. MODELO INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL INFANTO-JUVENIL

1.1. Objetivos

En el ámbito su quehacer, la labor de CAVAS Metropolitano se define como una intervención


especializada de tipo terciaria, orientada a proporcionar a la víctima y su grupo familiar atención
psicológica, social, psiquiátrica y orientación legal, de manera integral y gratuita, procurando
reparar el daño ocasionado por los procesos de victimización primaria y secundaria en delitos
sexuales.

1.1.1. Objetivo General

Contribuir al proceso reparatorio, resignificando los efectos psicosociales que generan en el niño,
niña y adolescente, así como en su núcleo familiar, la situación de agresión sexual de la cual ha
sido víctima.

1.1.2. Objetivos Específicos

· Movilizar los recursos disponibles desde los ámbitos legal, social, psicológico, con el fin de
garantizar la protección del niño, niña y/o adolescente.
· Favorecer la resignificación de la experiencia abusiva en los niños, niñas y adolescentes.
· Brindar el apoyo a las familias o figuras sustitutas, de modo que estas puedan asumir
adecuadamente su responsabilidad en el cuidado, crianza y protección del niño, niña y/o
adolescente.
· Proporcionar apoyo legal al proceso seguido por la agresión sexual sufrida por el niño, niña y/o
adolescente a través de intervenciones que permitan agilizar los procesos legales.

1.2. Etapas de la Intervención Psicosocial Infanto-Juvenil

En términos generales, el proceso de intervención con población infanto-juvenil desarrollado en


CAVAS Metropolitano se divide en las siguientes fases o etapas:

· Etapa Diagnóstica: comprende los procesos de Calificación y Profundización Diagnóstica


· Etapa de Intervención o Tratamiento Reparatorio
· Etapa de Egreso y Seguimiento

85
1.2.1. Etapa Diagnóstica

a. El proceso de Calificación Diagnóstica

El proceso de Calificación Diagnóstica nace a partir de la consideración de las características


propias del fenómeno de las agresiones sexuales, entendiendo que éste se origina y condiciona
por múltiples factores. Consecuentemente, crear intervenciones destinadas a comprender y
reparar los efectos que genera en la vida de las personas este tipo de transgresiones, requiere de
un abordaje que contemple dichos factores y diversos niveles de análisis. De acuerdo a una
perspectiva ecológica, estos niveles se despliegan desde el individuo hasta su entorno social, o en
otros términos, desde los factores intrapsíquicos, conductuales, relacionales, etc., hasta el
conjunto de valores, creencias y rasgos culturales que componen la sociedad.

Considerando lo anteriormente descrito como un marco conceptual desde el cual surge la creación
del proceso de Calificación Diagnóstica, es pertinente señalar además necesidades más directas,
inmediatas y prácticas a la base de su origen. El aumento sostenido de la demanda por atención
especializada que ha recibido este Centro desde su creación -situación paralela a un contexto
social y político, en que la presencia del delito sexual se ha hecho cada vez más visible e ineludible,
conlleva el ejercicio de racionalizar los recursos estructurales y humanos disponibles para acoger
la demanda de atención ya mencionada.

El proceso de Calificación Diagnóstica corresponde a dicha materialización, a partir de la definición


de criterios técnicos propios de una perspectiva interdisciplinaria que incluye básicamente consi-
deraciones sociales, legales y psicológicas. Estas consideraciones interdisciplinarias facilitan la
identificación de las áreas de funcionamiento afectadas por dicha problemática, de manera
individual y familiar para cada caso, y el modo en que se articulan en la vida del consultante y su
entorno socioambiental.

De tal forma, el proceso de Calificación Diagnóstica es entendido como una primera fase de
intervención, orientada a la contención y acogida inicial de los consultantes, persiguiendo a la vez
identificar variables psicosociales asociadas al motivo de consulta. A través de este proceso, se
busca además evaluar la pertinencia del ingreso de los consultantes a terapia reparatoria en el
Centro, o bien la necesidad de derivarlos a otras instancias de la red de salud mental o comunitaria
para intervenir sobre aquellas necesidades prioritarias detectadas y/o demandadas, que se
asocian principalmente a factores de riesgo vital y social. Esto, con el fin de asegurar condiciones
de protección básicas, requeridas para iniciar un proceso reparatorio en el ámbito de la
victimización sexual.

En síntesis, el proceso de Calificación Diagnóstica tiene por objetivo evaluar la demanda, la


motivación y la factibilidad de una intervención especializada en este Centro.

Para el cumplimiento de dichos objetivos se dispone de una metodología de trabajo


interdisciplinaria, utilizando entrevistas semiestructuradas, elaboradas por el equipo en su
conjunto. Esta etapa contempla una duración aproximada de cuatro sesiones psicosociales. Las
entrevistas realizadas de acuerdo a los objetivos específicos propuestos, se organizan en la

86
siguiente secuencia: a) Entrevista de Ingreso Psicosocial; b) Entrevista Social; c) Entrevista
Psicológica; y d) Entrevista de Devolución Psicosocial.

Cabe señalar que la aplicación de este diseño como herramienta de evaluación preliminar
pretende ajustarse a los requerimientos contingentes de los consultantes, flexibilizando su
secuencia, duración y foco de trabajo según las necesidades prioritarias constatadas.

Para quienes no cumplen con los criterios de inclusión en este centro y que de igual forma
solicitan el apoyo especializado, se lleva a cabo una entrevista de orientación, diseñada para dar
respuesta de acogida, contención y entrega de información de tipo legal, social, psicológica y de
apoyo comunitario.

En cuanto a la experiencia del centro, luego de haber implementado el proceso de Calificación


Diagnóstica durante los últimos años, ha sido posible reconocer las ventajas del enfoque
interdisciplinario en el abordaje de la problemática de la victimización sexual desde el inicio del
proceso, facilitando enormemente la posterior de toma de decisiones.

Esta mirada global e interdisciplinaria promueve la identificación de focos prioritarios en la


intervención, junto con visualizar aspectos en relación a la demanda que requieren incluso ser
resueltas previo al inicio del proceso reparatorio. De este modo, frente a la detección de
situaciones que requieren de un abordaje diferente del que puede ofrecer el Centro, se toman
acciones coordinadas con la red, con el fin de despejar los elementos que pudiesen entorpecer el
adecuado inicio de la terapia reparatoria. Permite además brindar una atención en crisis oportuna
y eficiente a los consultantes, otorgando una acogida en momentos en que muchas veces la
develación de la situación abusiva conlleva una desestructuración familiar y social, sumado al
hecho de que paralelamente y en una gran cantidad de casos, los miembros del grupo familiar se
ven expuestos a una serie de victimizaciones institucionales, agudizando su sensación de
desamparo y de frustración, sobretodo en aquellos casos que además cursa un proceso legal.

El hecho de que a los consultantes se les transmita un despliegue de recursos en relación a su


demanda por parte de los profesionales del Centro, puede generar en ellos un impacto favorable
en lo que respecta al apoyo y la acogida que requieren, incidiendo favorablemente en su propio
compromiso y contribuyendo a la generación de un vínculo de pertenencia con el Centro.

De este modo, el proceso de calificación como parte del modelo de intervención del CAVAS
Metropolitano, ha permitido el mejoramiento de la calidad y efectividad de la atención, así como
una mejor utilización de los recursos profesionales.

A continuación se detallan brevemente los objetivos generales y específicos, la metodología y


líneas temáticas abordadas en cada una de las entrevistas que conforman el proceso de
Calificación Diagnóstica.

a.1. Entrevista de Ingreso Psicosocial

Esta entrevista de carácter interdisciplinario, es realizada por una dupla psicosocial (psicólogo/a y
asistente social), y representa el primer acercamiento de las personas al Centro, generalmente
luego de haber participado de muchas otras instancias, algunas de las cuales pueden resultar

87
desafortunadamente de carácter revictimizante para los consultantes. Por esa razón, es
importante que desde el primer contacto que la persona y su familia establezca con los
profesionales del Centro, reciba y perciba un trato orientado a evitar la victimización secundaria,
acogiendo y considerando cada situación con sus características únicas e irrepetibles.

En esta primera etapa, el o la consultante participa, en función de sus posibilidades evolutivas y de


su estado emocional, en la entrega de los antecedentes generales relacionados con su experiencia
abusiva, en compañía de su figura adulta responsable, resguardándose en todo momento el
respeto frente a su disposición a relatar la experiencia o a negarse a hacerlo. En el caso de los y las
consultantes adolescentes, se favorece la participación activa en la aceptación de las condiciones
de atención ofrecidas por el Centro, siendo la voluntariedad un elemento central para el
establecimiento de la relación terapéutica posterior.

Por este motivo, y dadas las características contextuales del Centro, se presenta en esta instancia
al adulto responsable y al niño/a o adolescente, dos consentimientos informados. El primero
explicita al usuario sobre el uso de la información obtenida, según lo solicitado por las instancias
judiciales en que se enmarca el proceso. El segundo hace referencia a la tarea colaborativa del
Centro en cuanto a la investigación académica en materias de victimización sexual, respetando
con ello la voluntariedad de participar de aquellas instancias, con el compromiso de los
profesionales de mantener la confidencialidad de la información y el resguardo de la identidad de
las personas.

De esta forma, el objetivo general de la entrevista de ingreso, es la acogida y contención de los


consultantes, al mismo tiempo que se busca realizar una valoración preliminar del caso. Los
objetivos específicos contenidos en dicha entrevista, son:
i. dilucidar el motivo de consulta a través de un clima de confianza, en el cual se controlan
las variables que inciden en la victimización en los contextos de entrevista.
ii. recabar antecedentes relevantes, así como detectar las necesidades particulares de cada
caso, para su posterior derivación interna o externa.
iii. brindar contención emocional empática e inmediata a través de la utilización de técnicas
de intervención en crisis y de la entrega de información pertinente que reduzca la
incertidumbre asociada a la problemática.
iv. evaluar en forma preliminar las variables de riesgo psicosocial así como de las redes de
apoyo disponibles.
v. evaluar la motivación y factibilidad de seguir un proceso de intervención en el Centro.

En cuanto a la metodología utilizada, ésta corresponde a una entrevista semiestructurada, en


torno a líneas temáticas que incluyen las características de la situación abusiva y factores
contextuales en torno a la misma, presencia de síntomas y efectos derivados de la transgresión
sexual en sus distintos niveles (sintomatología reactiva, impacto en el desarrollo, etc.), contexto de
la develación, reacción del entorno hacia la víctima y expectativas respecto de la ayuda que
pudiese entregar el Centro. Se debe destacar que en esta entrevista se obtienen antecedentes
preliminares que posteriormente serán indagados con mayor profundidad en las siguientes
instancias destinadas a ello. La información recopilada en esta entrevista es vertida en una ficha
tipo, previamente diseñada, en la cual se incluyen antecedentes generales y relativos al motivo de
consulta.

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a.2. Entrevista Social

Esta fase del proceso de calificación está a cargo del profesional asistente social asignado al caso,
realizando una o más entrevistas con las figuras cuidadoras del niño, niña y/o adolescente. Ésta
pretende abordar con mayor profundidad los antecedentes preliminares recabados en la
entrevista de ingreso psicosocial, apuntando a la indagación y valoración de los factores sociales
contextuales y de composición familiar.

El objetivo general de esta entrevista es efectuar un diagnóstico social del caso y determinar las in-
tervenciones urgentes a ser realizadas en este nivel. Para ello, se delinean los siguientes objetivos
específicos:
i. Recabar antecedentes socioeconómicos y familiares.
ii. Evaluar el impacto social producto de la agresión y su develación a nivel familiar e individual
en los padres o cuidadores.
iii. Identificar factores de riesgo y factores protectores a nivel familiar y social.
iv. Evaluar la existencia y nivel de accesibilidad de recursos sociales para la familia.
v. Realizar intervenciones preliminares necesarias orientadas a la normalización de la situación
de vida (reinserción escolar, laboral, etc.).
vi. Entregar orientación y educación respondiendo a todas las dudas que los consultantes
pudiesen tener respecto del proceso, así como de la evolución de éste.

Para el cumplimiento de estos objetivos, se realiza una entrevista semi estructurada, la cual es
guiada con una pauta desarrollada por el equipo social.

a.3. Entrevista Psicológica

Ésta es realizada por el profesional psicólogo/a asignado/a al caso, que apunta a profundizar en
conjunto con el o la consultante, los elementos que configuran el motivo de consulta y diagnóstico
preliminar. De acuerdo a las características del caso, el profesional desarrolla una o más
entrevistas individuales.

El objetivo general de esta etapa es evaluar en forma preliminar el estado psicológico de la


víctima, la presencia de sintomatología, así como su probable etiología, con el fin de determinar las
necesidades específicas de intervención que ésta requiere. En virtud de lo anterior, se abordan los
siguientes objetivos específicos en dicha entrevista:
i. Contener emocionalmente a la víctima, realizando intervención en crisis en caso necesario,
con el objeto de disminuir los niveles de angustia y favorecer su estabilización emocional.
ii. Evaluar de manera preliminar el nivel de daño asociado directamente al abuso, así como la
valoración del estado emocional general de la víctima.
iii. Explorar la capacidad vincular de la víctima, las habilidades relacionales y las destrezas
verbales, motoras y gráficas.
iv. Sondear la capacidad y disposición de la víctima para referirse verbalmente a la situación
abusiva.

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Además de los objetivos antes enunciados, a partir de esta instancia el profesional busca realizar
una valoración preliminar de los siguientes aspectos en el/la consultante:
· Nivel de desarrollo
· Psicopatología previa
· Sintomatología actual
· Temática abusiva
· Demanda de ayuda
· Identificación de las figuras significativas de apoyo

La exploración inicial de estas distintas áreas se encuentra atravesado por preguntas centrales que
el profesional busca responder y que se relacionan, por un lado, con la existencia o ausencia de
condiciones y recursos para el trabajo psicológico (psicoterapéutico o psicoeducativo), y por otro,
con la determinación del lugar de centralidad o periferia que ocupa la temática del abuso en la
situación de vida actual de la víctima.

En esta fase, la recopilación de antecedentes y aproximación diagnóstica se realiza mediante la


utilización de las herramientas clínicas que el profesional considere pertinentes, privilegiándose las
técnicas verbales, gráficas y proyectivas.

a.4. Entrevista de Devolución

La entrevista de devolución es la última fase del proceso de calificación, y se considera una


entrevista de cierre de esta primera etapa, a partir de la cual se define en conjunto con los
consultantes, la continuidad del proceso. La realiza la dupla psicosocial a cargo del proceso de
calificación diagnóstica, en conjunto con los consultantes.

Previo a esta entrevista, los profesionales a cargo del caso se reúnen para compartir la
información relevante recabada y tomar las decisiones pertinentes. Estas decisiones son
previamente discutidas en el equipo clínico, y sugieren en términos generales:
i. El consultante es sujeto de atención del Centro, resultando pertinente su ingreso.
ii. El consultante no se beneficia primariamente de una atención especializada en este
Centro, requiriendo sin embargo recibir apoyo de otro programa, para lo cual se
recomienda una derivación externa (a psiquiatra, psicólogo externo al Centro, neurólogo,
u otros centros de la red infanto juvenil, entre otros).
iii. El consultante no es sujeto de atención del Centro. Esto puede responder principalmente
debido a la ausencia de indicadores preliminares, de motivación y factibilidad para
desarrollar una terapia reparatoria.

Ya sea para determinar el ingreso o no del consultante al Programa, o bien su derivación, el


objetivo general que guía la entrevista de devolución es acordar con la víctima y sus figuras
cuidadoras el tipo de asistencia que recibirán en el Centro o en algún organismo externo. Para ello,
se persiguen los siguientes objetivos específicos:
i. Retroalimentar a la víctima y sus cuidadores respecto del resultado del proceso de calificación,
en cuanto a la valoración que se ha realizado del caso.
ii. Incorporar a este diagnóstico preliminar las observaciones y/o apreciaciones de la víctima, así
como de sus figuras cuidadoras.

90
iii. Proponer a los consultantes las derivaciones internas y/o externas que se consideren más
apropiadas para el abordaje del caso, adaptando esta propuesta a la disposición y motivación
presentada por el niño, niña y/o adolescente y sus cuidadores.

b. Profundización Diagnóstica

Una vez que se ha establecido en la Calificación Diagnóstica la pertinencia del tratamiento en el


Centro y la motivación y el compromiso del consultante a asistir a éste, se continúa profundizando
el proceso de evaluación en distintos niveles: individual, familiar, social y legal. El objetivo de esta
etapa es realizar un diagnóstico acabado de la situación abusiva que habría afectado a la víctima,
de las variables asociadas a su ocurrencia, así como de los recursos y necesidades específicas del
caso.

Si bien para la consecución cabal de los objetivos de esta etapa se considera un tiempo mínimo de
duración de dos meses, la profundización diagnóstica constituye un proceso que se mantiene
durante toda la intervención, en la medida en que aparezcan cambios o elementos relevantes que
requieren nuevos procesos de investigación para la toma de decisiones a lo largo del tratamiento.

A continuación, se presentarán brevemente los diferentes niveles diagnósticos abordados, junto


con sus principales características y objetivos.

b.1. Diagnóstico Psicológico Individual

Este nivel es realizado por el profesional psicólogo/a a cargo del caso, quien busca por una parte
identificar las características particulares de la situación de agresión sexual del consultante, como
son el tipo, frecuencia, cronicidad, historia previa de abuso y factores asociados al maltrato, entre
otras; y por otra, comprender las consecuencias emocionales y conductuales presentes en quien
vivió la situación de agresión sexual.

Para abordar las consecuencias derivadas de la experiencia de victimización sexual a partir de un


diagnóstico profundo y exhaustivo, dentro de los objetivos básicos contenidos en este proceso se
persigue detectar los síntomas reactivos a la agresión sexual, identificar la percepción de daño
asociada y entender la forma en que la víctima directa y sus figuras significativas se auto refieren
la experiencia abusiva.

A este respecto, es relevante entender cómo se organiza psicológicamente el consultante en


relación a la agresión sexual vivida, a partir del nivel de conciencia que tiene de ésta, los
mecanismos de defensa utilizados y las posibles dinámicas relacionales y/o traumatizantes
adoptadas en el tiempo, tanto a nivel individual como extendida a su grupo familiar.

Por otra parte, es importante identificar los recursos con los que cuenta el consultante durante el
proceso, para lo cual es necesario evaluar en forma clínica el nivel de desarrollo intelectual,
identificar los recursos emocionales y las pautas relacionales con las que cuenta.

La metodología utilizada para la consecución de los objetivos planteados se basa en la


traingulación de información obtenida desde las entrevistas clínicas con el consultante, entrevistas

91
con sus figuras significativas o cuidadoras y el análisis de los instrumentos psicodiagnósticos
utilizados.

Respecto de los instrumentos psicodiagnósticos utilizados por el equipo clínico del centro se ha
optado principalmente por técnicas proyectivas de tipo lúdicas (hora de juego diagnóstica),
gráficas (Test árbol-casa-persona, persona bajo la lluvia, dibujo de la Famila, entre otras),
aperceptivas (CAT-A, CAT-H, TRO, Test de Rorschach) y verbales (completación de frases, Test
desiderativo). Se ha privilegiado el uso de éste tipo de técnicas con el fin de realizar una
aproximación abierta y no inductiva al mundo psíquico del consultante. La determinación de qué
pruebas utilizar se supedita al rango etáreo y recursos psicológicos del paciente.

De este modo, la profundización diagnóstica permite comprender las características y magnitud


del daño psicológico asociado con la experiencia de victimización sexual, guiando la posterior
construcción de objetivos y estrategias terapéuticas ajustadas a la particularidad de cada caso.

Cabe destacar que si bien el objetivo es lograr un diagnóstico acabado a nivel psicológico, también
en esta etapa se considera la entrega de apoyo psicológico a través de intervenciones en crisis
hacia la víctima y su familia y orientaciones de tipo psicoeducativas a los padres o cuidadores.

Durante todo esta etapa, el contacto directo con el consultante permite el establecimiento inicial
de un vínculo de confianza con el psicólogo/a, quien enfoca el proceso diagnóstico de forma
integral, incluyendo no sólo el nivel sintomatológico y estructural, sino también la dimensión del
significado personal otorgado a la experiencia vivida.

Toda la información obtenida se registra en fichas clínicas individuales, las que se mantienen
resguardadas, en virtud de su contenido confidencial.

b.2. Diagnóstico Familiar

En este nivel el profesional asistente social del caso realiza una evaluación social del grupo familiar
en donde rescata elementos tales como: situación económica, situación de la vivienda,
composición familiar y redes formales e informales de apoyo. Es necesario además, junto al
psicólogo/a, realizar una evaluación del grupo familiar en términos de cohesión familiar, tipología
y nivel de disfuncionalidad del sistema, estilo de crianza, capacidad de adaptación al cambio,
recursos protectores, dinámicas, capacidad de resolución de conflictos, entre otros.

Paralelamente, la dupla psicosocial, recopila antecedentes familiares que puedan dar cuenta del
contexto y dinámica de la situación abusiva. En ocasiones, se incluyen en la etapa diagnóstica, a
otras figuras cercanas emocionalmente al paciente, en caso de que los padres o adultos
significativos no cuenten con la motivación o con las herramientas mínimas necesarias para el
cuidado o el apoyo del niño, niña y/o adolescente.

Un aspecto que resulta relevante en el diagnóstico familiar, tiene relación con la existencia de
abuso o maltrato paralelo a otros miembros de la familia, especialmente hacia hermanos u otros
niños, niñas y/o adolescentes pertenecientes a la familia, lo que nos aporta información acerca del
riesgo, magnitud y dinámica de la problemática al interior del sistema familiar.

92
b.3. Diagnóstico Social

Este se realiza con el fin de identificar variables de riesgo psicosocial en la familia y situaciones de
riesgo del entorno social inmediato de la víctima, que puedan configurarse como gatilladoras y/o
mantenedoras de las agresiones sexuales.

Las fuentes de información en esta instancia son los padres y/o adultos responsables del niño,
niña y/o adolescente, o las víctimas directas en el caso de que sean adultos. También se recurre a
fuentes de tipo externas a la victima, que pueden ser las redes sociales comunitarias. La
información se recolecta a través de entrevistas en profundidad, visitas domiciliarias, y
coordinaciones con organismos de la red en que se encuentren insertos los pacientes, tales como,
establecimientos educacionales, centros de salud, programas de apoyo, entre otros.

La evaluación social brinda un diagnóstico general y específico de cada situación. Ambos


diagnósticos permiten medir y analizar constantemente áreas y/o variables del contexto
psicosocial y ambiental, con el fin de complementar el trabajo interdisciplinario y así aproximarse
a las variables de riesgo social (mantención del contacto con el agresor; figura significativa niega la
existencia de la agresión; no hay motivación para continuar intervención psicosocial; paciente no
provisto de herramientas para protegerse y acceder a redes protectoras).

El diagnostico general nos permite caracterizar a la persona o sujeto de atención, su familia (si
existe), fortalezas y debilidades presentes en la actualidad. El diagnóstico específico permite
analizar la dinámica y estructura familiar, la historia vital e historia de la situación abusiva,
identificar los factores protectores y los de riesgo, la percepción por parte de la figura significativa
del daño provocado, conocer la reacción del ambiente y el estilo de resolución del conflicto.

El diagnóstico social también posibilita identificar el nivel de información que los usuarios poseen,
en cuanto a los beneficios a los que pueden acceder, de acuerdo a sus condiciones. De ese modo,
se entrega la información pertinente con el fin de educar a los usuarios, e indicarles donde pueden
acudir para satisfacer sus necesidades. Asimismo, vincularlos a la red educacional, proteccional y
de salud, entre otras, que contribuyan a la estabilidad del contexto en que se desarrolla el
paciente, y faciliten el proceso terapéutico.

Finalmente, otro aspecto a evaluar dentro del diagnóstico social es la situación legal y jurídica en
que se encuentra el hecho denunciado, con el propósito de conocer el estado de la causa. Es decir,
conocer la información de la que dispone el usuario respecto de su proceso judicial. Asimismo, se
considerará el estado actual de otras causas referidas principalmente al ámbito proteccional. A
partir de este diagnóstico, y de ser necesario, se realiza una derivación a los proyectos de defensa
jurídica pertenecientes a la red SENAME y/o a las Corporaciones de Asistencia Judicial o Fundación
de la Familia, según corresponda.

b.4. Diagnóstico Legal

El objetivo general de esta instancia es conocer la situación judicial del proceso de investigación
desarrollado en Fiscalía y/o Tribunales de Familia. Además se pretende conocer si la víctima y su
familia se encuentran orientados respecto de las diligencias y el estado de su causa, así como de

93
sus derechos. En el caso de existir desconocimiento respecto del proceso, se procede a derivar a
las figuras responsables a una entrevista de orientación legal con el abogado del Centro.
A su vez se busca cotejar si el consultante y su familia se encuentran en situación de desprotección
asociada al delito investigado, con el fin de realizar la derivación pertinente a los programas
jurídicos de la red con el propósito de recibir asesoría y/o representación legal.

En base a los resultados del proceso de evaluación legal en torno a los factores de riesgo de cada
caso, se planifican medidas tendientes a resguardar la integridad de los consultantes,
estableciendo coordinaciones con la red judicial y proteccional.

Debido a las características etáreas de los beneficiarios, esta etapa y la orientación legal en
general, tiene mayoritariamente como protagonistas a los padres o adultos responsables.

c. Fin Etapa Diagnóstica: Construcción del Plan de Intervención Individualizado

Al finalizar la etapa diagnóstica, se procede a la realización de un diagnóstico psicosocial integrado,


el cual consiste en una valoración técnica de las variables y factores presentes en cada caso, a
partir de lo recabado durante el proceso de calificación y profundización diagnóstica realizada. Ello
desemboca en el planteamiento de objetivos y lineamientos específicos de trabajo, de acuerdo a
las necesidades del consultante que continuará tratándose en el Centro.

La información recabada deriva en el diseño de un Plan de Intervención Individual (PII), el cual se


plasma en un instrumento confeccionado por el equipo clínico del Centro –en concordancia con
los lineamientos técnicos de SENAME-, que sirve como guía del proceso terapéutico, en cuanto
contiene los objetivos y estrategias de intervención para las áreas psicológica, psiquiátrica,
familiar, social y legal. A su vez, la planificación de la intervención permite proyectar los cambios
posibles de esperar y los tiempos requeridos para ello.

La elaboración de este instrumento de registro facilita el ordenamiento de los elementos


observados respecto del daño asociado a la agresión sexual. Además, su incorporación como
herramienta en el proceso diagnóstico, permite la unificación de criterios respecto de las áreas a
diagnosticar, al registrar en forma sistematizada los mismos niveles de información para cada
consultante, lo que contribuye a la objetivación del proceso diagnóstico, sin perder la
individualidad de cada caso. Por otra parte, la posibilidad de contar con información unificada y
sistematizada ha permitido el desarrollo de investigaciones cuantitativas respecto de los
elementos diagnósticos en la población consultante, lo que significa avanzar en la descripción y
conocimiento del fenómeno a nivel nacional (Aliste, Carrasco & Navarro, 2003).

Cabe destacar que en esta etapa, así como en todo el proceso de intervención, el niño/a o
adolescente y su figuras protectoras juegan un rol protagónico, participando activamente en la
definición de los objetivos que serán abordados durante la intervención, proceso que es
intencionado por cada profesional en consideración a las características de la etapa evolutiva del
consultante.

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En resumen, la importancia del PII consiste en definir y generar estrategias de intervención
coherentes con el diagnóstico y el pronóstico del caso, aspectos esenciales para lograr una
intervención reparatoria especializada.

1.2.2. Intervención Reparatoria Especializada

El objetivo de esta etapa es operacionalizar y materializar las acciones propuestas en el Plan de


Intervención Individualizado, PII, donde se contemplan las áreas social, psicoterapéutica, legal y
psiquiátrica a través de la implementación de las estrategias propuestas, así como de su ajuste y
modificación a partir de la evaluación en proceso de dicha implementación.

Estas áreas deben ser organizadas de manera tal que puedan desarrollarse en forma paralela y
que a su vez puedan ponerse en marcha en cualquier momento del proceso dependiendo de las
características de cada caso.

a. Intervención Social

La intervención social al interior de este Centro es entendida como el conjunto de acciones


tendientes a generar un cambio en la situación problemática presentada, a través de la
promoción, prevención y educación de las figuras significativas del consultante. Esta intervención
se realiza desde el primer contacto que establece el consultante y su figura significativa con el
Centro

Estas acciones, tienen como objetivos:


i. Permitir el acceso rápido y oportuno de la familia a los recursos institucionales y
comunitarios presentes en la red de apoyo social, de modo de contribuir a la satisfacción
de necesidades presentes en la familia y mejorar su bienestar, principalmente del niño,
niña y/o adolescente.
ii. Facilitar el proceso de la psicoterapia individual, grupal y /o familiar llevado en forma
paralela, a través del acompañamiento, contención y prevención de la ocurrencia de
nuevas situaciones de riesgo al interior del contexto en que se desenvuelve el consultante.
iii. Potenciar a las figuras significativas en el aprendizaje de estrategias protectoras y
desarrollo de pautas alternativas a la violencia, que aseguren un contexto seguro y estable
para el niño, niña y/o adolescente.

Respecto de la práctica de redes, ésta es definida como “una forma de intervención en el


medioambiente que vincula, articula e intercambia acciones entre organizaciones o personas, con
el propósito de concretar esfuerzos, recursos, experiencias y conocimientos para ganar eficiencia y
eficacia frente a una situación determinada”. (Aylwin y Solar, 2002, p. 215).

Es así como se tiende a fortalecer la red social y familiar con que cuenta cada consultante, en
función de las necesidades que presenta, activando los nexos existentes, o construyéndolos en los
casos en que no existen, con el propósito de que la familia alcance una estabilidad y mejore su
calidad de vida.

En cuanto a la intervención en la red institucional, se establece una articulación con las distintas
instituciones en las que participa el niño, niña y/o adolescente promoviendo la retroalimentación
de información, y coordinación de acciones tendientes al logro de objetivos que incluyen la

95
participación de diferentes sectores, procurando cambio en otros contextos de modo que se
asegure la protección y un ambiente contenedor y favorable para el desarrollo y mantención de
cambios en la calidad de vida del niño/a y adolescente.

El apoyo que otorgan las redes, ha demostrado ser un factor relevante al evaluar el impacto que
las crisis de vida tienen en las personas, evidenciándose que en quienes cuentan con redes
sociales activas, que cumplen adecuadamente sus funciones de apoyo psicosocial en sus distintas
dimensiones, logran superar “eventos de vida” que alteran la vida cotidiana.

Esta acción vinculante es responsabilidad de la asistente social a cargo del caso y tiene por
finalidad el cumplimiento de los objetivos sociales establecidos en el PII. Con ello, se facilita
también el inicio de gestiones legales, de salud, educación, entre otras.

En síntesis en la intervención social, se incorporan estrategias que permiten brindar un apoyo


integral a las familias, potenciando así aquellas competencias parentales que aseguren la
integridad física y psicológica de los niños/as o adolescentes. A través de una labor de orientación
psicoeducativa, dirigida principalmente a las madres, desarrollando hacia ellas un trabajo social
de tipo individual, familiar y grupal.

Así mismo la intervención social en nuestro ámbito (victimológico de las agresiones sexuales),
pretende:

· Detener la violencia.
· Impedir la minimización y ocultamiento de los actos abusivos.
· Proteger a la víctima y a las víctimas indirectas.
· Ante aquellas figuras que niegan el abuso: hacer explícito, público (en la familia).
· Introducir aspectos normativos para regular la convivencia.
· Fomentar otro tipo de relaciones donde no predomine la violencia.
· Orientación al reconocimiento de la situación evaluando las consecuencias de la situación
abusiva, sus características y consecuencias. Es decir, ponderar los riesgos y tomar conciencia
de éstos.
· Identificación de los recursos personales, familiares, comunitarios y legales.
· Evitar que se continúe legitimando la violencia, y proteger a la víctima y a las victimas
indirectas.

b. Intervención Psicológica

En lo que respecta a la intervención psicológica, ésta es imprescindible en el trabajo con víctimas


de delitos sexuales, por lo que forma parte de cada una de las etapas de intervención de nuestro
Centro, sin embargo, puede adoptar distintos tiempos y formas, dependiendo de las
características de cada caso.

La intervención psicológica incluye desde la intervención en crisis, usualmente requerida en los


primeros contactos de la víctima con los profesionales, hasta la terapia reparatoria propiamente
tal. Esta última va a depender de diferentes factores –el período etáreo, las necesidades y
recursos, la severidad del daño asociado a las características del abuso, la disponibilidad de

96
fuentes de apoyo, entre otros- sin embargo, existen algunas temáticas transversales a toda
intervención terapéutica realizada en nuestro Centro, tanto en el trabajo con niños/as como con
adolescentes.

En términos generales, los objetivos de la intervención psicológica con la víctima y su grupo


familiar apuntan a la resignificación de la experiencia de traumatización sexual, para lo cual es
necesario:
· Disminuir los niveles de angustia y los sentimientos de desestructuración e incertidumbre
generados por la crisis individual y familiar generada a partir de la develación de la
experiencia abusiva.
· Reducir la sintomatología reactiva a la agresión sexual.
· Fortalecer los recursos de individuales y familiares con la perspectiva de aliviar el trauma
secundario a la apertura de la temática abusiva.
· Potenciar los vínculos afectivos y las capacidades protectoras de las figuras parentales.
· Generar cambios en las pautas relacionales disfuncionales que han sustentado la
vulneración de derechos del consultante.
· Reconocimiento y expresión de emociones asociadas a la experiencia abusiva y su
develación. Dentro de esto, resultan especialmente relevante las emociones hacia el
agresor y las figuras que no fueron protectoras o no dieron credibilidad (rabia, tristeza,
frustración, ambivalencia, etc.).
· Reconocimiento del daño ocasionado por la experiencia abusiva y de los recursos
desarrollados para enfrentar y sobrevivir a la situación de traumatización sexual.
· Modificación de las pautas interaccionales y distorsiones cognitivas impuestas por el
agresor para mantener el silenciamiento de la víctima.
· Disminución de sentimientos de culpa, vergüenza, aislamiento, indefensión y
estigmatización en relación a la situación abusiva.
· Desarrollar una imagen corporal y de la propia sexualidad, positivas e integradas a la
identidad.
· Reconocimiento de aspectos positivos de la propia identidad, valorando los recursos y
capacidades personales.
· Desarrollo de estrategias de autocuidado, centrándose en la capacidad para reconocer las
situaciones de riesgo y para pedir ayuda a las figuras significativas.
· Desarrollo de un estilo de vinculación sano, alternativo a pautas previas de violencia y/o
abandono o negligencia.

Es importante mencionar que la intervención psicológica considera como eje central la


participación de la víctima y el respeto, por parte del terapeuta, tanto de sus tiempos como de sus
necesidades y percepciones, privilegiándose en todo momento el trabajo de los contenidos que el
propio consultante entregue. En este sentido, uno de los elementos más sensibles dice relación
con el abordaje del tema relacionado con la apertura de contenidos conflictivos en torno a la
agresión sexual. Lo anterior resulta especialmente relevante en consideración a la problemática
del secreto y a la relación de confidencialidad propia del vínculo terapéutico. Este aspecto, así
como otros relacionados con la toma de decisiones respecto de la situación de la víctima,
constituyen un elemento del trabajo terapéutico de modo que ninguna decisión sea tomada sin
considerar la opinión de la víctima. Cuando la toma de decisiones incluye situaciones que el niño/a
o adolescente no está en condiciones de evaluar, debido a sus características evolutivas o al
involucramiento afectivo que le supone (de modo que la decisión se contrapone con sus deseos) la

97
intervención incorporará la negociación de significados y el diálogo, la validación de sus
percepciones, la evaluación de posibilidades y el análisis de consecuencias, respetando siempre la
responsabilidad de los adultos significativos sobre la vida del niño/a o adolescente y, en última
instancia de los agentes sociales llamados a intervenir en la protección de éste.

Asimismo, el consultante participa en la apropiación del espacio terapéutico, a través de la


utilización de éste en la canalización de contenidos personales en los cuales se centrará la terapia.
Por otro lado, especialmente en el caso de los niños y niñas la participación de éstos resulta
protagónica en la elección de las estrategias terapéuticas que se utilizarán en cada sesión (lúdicas,
narrativas, gráficas y/o proyectivas), las cuales son escogidas por el terapeuta siempre en
consideración a las características del caso y no a un modelo predeterminado.

Finaliza el proceso terapéutico con una evaluación de los logros alcanzados y de la atingencia de
las estrategias y actividades planificadas. Esta evaluación se realiza en forma permanente durante
el proceso, tanto con la víctima como con la(s) figura(s) adulta(s) responsable(s), en consideración
a los objetivos acordados en conjunto y dependiendo de los logros que se han ido obteniendo a
través de las diferentes intervenciones.

Los tiempos de duración de esta etapa están en función de los ritmos necesarios para cada
paciente, respetándose como prioridad las necesidades y tiempos del consultante. Es por esa
razón que los tiempos estipulados para el cumplimiento de cada etapa están sujetos a variaciones,
habitualmente entre seis y dieciocho meses de duración. Es importante destacar desde la
experiencia previa, la existencia de casos que por su nivel de complejidad, especialmente aquellos
en que los abusos han ocurrido en la esfera intrafamiliar, requieren una intervención más
prolongada para el cumplimiento de los objetivos mínimos. Estos casos son analizados en el
equipo clínico el que decide en conjunto la prolongación de la fase de tratamiento.

El modelo de trabajo de nuestro Centro incluye, como se ha explicado, la terapia individual, grupal
y familiar. El equipo clínico revisa las características de cada caso y decide la modalidad de
intervención más apropiada para el consultante. A continuación se presenta una síntesis de los
elementos centrales de cada una de estas intervenciones.

b.1. Terapia Psicológica Individual

Una vez concluida la etapa de calificación diagnóstica, en la cual se han constatado los elementos
generales respecto de la necesidad, pertinencia y factibilidad de la intervención reparatoria en
este Centro, se da inicio a la etapa de tratamiento.

La terapia individual constituye un proceso que se desarrolla de modo paulatino y sistemático, a


partir de sesiones semanales, que incluye la participación activa de los niños/as y adolescentes,
pero también, algunas sesiones para las figuras significativas.

Este proceso se focaliza en términos generales en cuatro momentos: a) profundización diagnóstica


con la víctima y su familia, b) construcción del vínculo terapéutico, c) elaboración de la experiencia
abusiva y d) cierre. Cabe mencionar que dichos momentos no conforman unidades rígidas de
intervención, sino que se superponen en función de las necesidades y características particulares
del caso.

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i. Profundización diagnóstica: ligada a fase diagnóstica, tiene como objetivo completar la
evaluación psicológica iniciada en el proceso de calificación, con el fin de precisar la magnitud
del daño psicosocial asociado al delito. Para ello, se realizan entrevistas con el niño/a o
adolescente, así como con sus figuras significativas. La información obtenida es
complementada con los elementos aportados por una batería de pruebas proyectivas
aplicadas al consultante, entre las que destacan, las técnicas gráficas (dibujo libre, dibujo de la
figura humana, Test árbol-casa-persona, dibujo de la persona bajo la Lluvia, dibujo de la
familia), lúdicas (hora de juego diagnóstica) y aperceptivos/ verbales (completación de frases,
CAT-A, Test de relaciones objetales y Test de Rorschach).

ii. Construcción del vínculo terapéutico: aunque constituye un proceso continuo a lo largo del
proceso de intervención, es fundamental hacer mención a la importancia de establecer un
vínculo con el paciente antes de abordar la elaboración de la experiencia abusiva. Tanto con
los niños como con los adolescentes, resulta central que puedan concebir una relación de
confianza, respeto y confidencialidad con su terapeuta, entendiendo que éste se encuentra
disponible y abierto a sus necesidades y a sus tiempos, siendo un espacio de contención,
donde ellos son protagonistas de su proceso.

iii. Elaboración de la experiencia abusiva: conforma la fase distintiva de la intervención y tiene


por objetivo abordar las secuelas psicoafectivas asociadas a la vulneración sexual del niño/a o
adolescente, de modo de elaborar e integrar la vivencia abusiva, para retomar el continuo de
desarrollo vital de la forma más adaptativa posible. Para ello, se utilizan diversas técnicas
adecuadas al período etáreo, dentro de las que destaca el uso de dibujos, juegos,
dramatización, títeres, cuentos, arte y bandeja de arena, para los niños y para los
adolescentes, las técnicas de arte y verbales les resultan más cómodas. Dichas técnicas son
empleadas según las preferencias y necesidades particulares de cada paciente, así mismo, su
abordaje puede ser más libre -orientado a la elaboración simbólica- o bien más directiva, en
busca de profundizar aspectos específicos asociados a la vivencia abusiva.

iv. Cierre: una vez abordadas las etapas anteriores y los objetivos específicos diseñados para cada
caso, se procede a construir el cierre del proceso terapéutico con el niño/a o adolescente. Es
vital que el paciente pueda participar, entender y diseñar esta fase, ya que implica la
integración del proceso terapéutico como un paso fundamental en la superación de la vivencia
abusiva. A su vez, el cierre representa el fin de una relación terapéutica, que ha servido de
apoyo y contención al consultante, con un otro que ha sido testigo y compañero de su proceso
elaborativo. De esta forma, es vital que el consultante construya el significado del cierre,
donde puedan visualizar sus cambios, y simbolizar el fin de un proceso que nace a partir de
una experiencia traumática, pero que termina con la superación de la misma.

b.2. Terapia individual en coordinación con el trabajo con los padres y la red social

La intervención con los niños o adolescentes víctimas de agresión sexual no puede ser
desenmarcada del trabajo con sus padres y/o figuras significativas. Este trabajo puede tomar la
forma de un apoyo por parte del terapeuta del consultante o bien, la derivación a tratamiento
individual o familiar a los padres. Cualquiera sea la intervención que se realice con los padres, el
foco es el niño/a o adolescente victimizado. Esto último significa que se insta a los padres a

99
proveer de las mejores condiciones de recuperación para su hijo/a, lo que implica un contexto
familiar que le otorgue seguridad y contención emocional.

Por otra parte, es necesario considerar que la recuperación emocional de la víctima está
estrechamente vinculada a su recuperación psicosocial. De este modo, el trabajo de los
profesionales a cargo del caso con la red social para favorecer la reintegración del niño/a o
adolescente al sistema educacional, a los servicios de salud y a la comunidad se vuelve un objetivo
fundamental. La coordinación con el Ministerio Público y con Tribunales de Familia resulta
relevante para favorecer el proceso terapéutico del niño/a o adolescente, en la medida que la
persecución del delito y la protección de la víctima son derechos a ser velados durante todo el
proceso.

b.3. Terapia Familiar

Contexto de la Unidad de Intervención Familiar

La intervención familiar realizada en el Centro se inicia en el año 2002, a partir de la necesidad del
equipo clínico de contar con una intervención focalizada y especializada para las familias de los
niños/as o adolescentes que han sufrido una victimización sexual. De esta forma, el modelo de
intervención psicosocial utilizado en el Centro comienza a contemplar el trabajo terapéutico con
las familias, pero siempre en consideración de su contribución al proceso terapéutico individual
del consultante.

A partir de esta consideración, la intervención con las familias puede organizarse en dos
modalidades distintas, por una parte, constituirse en una intervención familiar puntual realizada
por el terapeuta y/o el asistente social, como profesionales responsables del caso, y, por otra, una
terapia familiar a cargo de la Unidad de Intervención Familiar de nuestro Centro.

Como se ha descrito a lo largo de este libro, la experiencia abusiva produce en el sistema familiar
una crisis que puede llegar a desestabilizar aún más a la víctima. En este sentido, la necesidad de
una intervención familiar surge de la valoración de la dupla psicosocial acerca de la dificultad en el
manejo parental de la crisis generada por el abuso mismo, sus consecuencias y/o el proceso de
develación. La dupla deriva a esta Unidad, en la medida que puede apreciar un impacto negativo
de dicha crisis en el proceso reparatorio del niño/a y adolescente.

Implementación y encuadre de la intervención familiar

La intervención de la Unidad de Familia se implementa con el uso de un espacio físico de dos salas
de atención con espejo unidireccional y sistema audiovisual. De esta forma, en un espacio se
encuentran los terapeutas familiares que atienden al sistema familiar en coterapia y en la sala
contigua, el equipo de trabajo que apoyan y supervisa el proceso terapéutico familiar.

Como parte del encuadre de trabajo en la primera entrevista se le explica a la familia el modelo de
trabajo del Centro y los beneficios de este tipo de tipo de intervención. De esta forma se les señala
que detrás del espejo se encuentra un equipo profesional trabajando en el caso y se les informa

100
que las sesiones son grabadas con fines investigativos y de supervisión, para lo cual se cuenta con
un consentimiento escrito.

Es relevante señalar que este modelo de trabajo contempla la realización de reuniones clínicas
semanales con la presencia de todos los miembros del equipo, destinadas a la coordinación de la
intervención familiar y la supervisión de los casos atendidos.

Objetivos de la intervención familiar

Respecto de los objetivos de la intervención familiar, ésta tiene como fin último contribuir al
proceso reparatorio del niño/a o adolescente que ha sufrido una agresión sexual. Si bien con cada
sistema consultante se pueden desarrollar objetivos específicos en función de las necesidades
detectadas y el tipo de agresión sufrida (al interior del núcleo familiar o fuera de éste), la
intervención también contempla objetivos transversales que se esperan cumplir en el gran
número de los casos atendidos.

Dichos objetivos tienen especial relación con el desarrollo de competencias parentales para
facilitar en los padres o adultos significativos del niño/a o adolescente, el despliegue de conductas
protectoras, así como un abordaje más adecuado de las vivencias traumáticas del paciente. De
este modo, este tipo de intervención pretende mejorar la capacidad de los padres para contener,
proteger y apoyar al niño/a o adolescente en el proceso de recuperación tras los hechos de
victimización sexual, por medio del fortalecimiento de sus competencias para enfrentar la crisis
personal y familiar.

Modalidad de intervención familiar

La intervención familiar puede realizarse con todo el sistema familiar o bien, sólo con los
padres/figuras significativas, sin la víctima, la cual puede ser incluida o no. La decisión respecto del
sistema con el que se trabajará depende de la composición o estructura de la familia, pero,
fundamentalmente, del foco de intervención y del objetivo perseguido.

La modalidad de intervención de la Unidad de Intervención Familiar incluye una fase inicial de


calificación diagnóstica, la cual –al igual que en el ingreso del consultante al Centro- pretende
determinar la pertinencia de la intervención, motivación y factibilidad. Una vez concluida la etapa
diagnóstica, se realiza una entrevista de devolución con el sistema consultante y se acuerdan los
objetivos del trabajo familiar, el cual puede ser breve y focalizado o bien, de mayor profundidad y
extensión en el tiempo. En ocasiones, no se realiza un trabajo terapéutico propiamente tal, sino
una intervención en crisis destinada a contener la angustia de la familia y responder a sus
necesidades de orientación para el manejo de la situación. Es relevante destacar que,
independientemente de la modalidad de trabajo familiar escogida, el foco siempre es la
recuperación psicosocial de la víctima, aunque ésta pueda no ser parte directa de la intervención
familiar.

Los tiempos de intervención familiar varían de acuerdo a los objetivos propuestos y a las
dinámicas familiares desplegadas. Sin embargo, en general, es un trabajo focal de 10 sesiones
aproximadamente, aunque éste puede extenderse si se abren nuevos focos para la familia o si

101
intervienen variables que no estaban contempladas al momento de establecer el contrato
terapéutico (por ejemplo, un cambio de casa que repercute en la organización familiar, el término
de condena del agresor y su puesta en libertad, etc.).

Focos de intervención familiar de acuerdo a una agresión intra o extra familiar

La Unidad recibe familias de diversas características estructurales y organizacionales, cuyo motivo


de consulta se centra en las consecuencias de las dinámicas abusivas para la víctima y su grupo
familiar.

Respecto de las agresiones sexuales intrafamiliares, la intervención de la Unidad no incorpora al


agresor de forma presencial (como ninguna otra modalidad de intervención con víctimas de
nuestro Centro), no obstante, las emociones y vinculaciones de los miembros de la familia en
relación a esta figura, es parte central de la terapia.

En términos generales, la intervención con agresiones intrafamiliares puede tener dos vías de
trabajo. Un foco posible, corresponde a las consecuencias de la agresión sexual dentro de las
dinámicas familiares. Es decir, se trabaja en torno al impacto emocional que implica para cada
miembro de la familia tomar conocimiento de los hechos abusivos y la desestabilización del
funcionamiento habitual de la familia. Un segundo foco de la terapia familiar, tiene relación con el
trabajo de aquellas dinámicas que generan relaciones abusivas y violentas, en cuyo caso la
agresión sexual es una expresión más de un funcionamiento familiar alterado. La
operacionalización de estos focos terapéuticos permite apreciar con mayor claridad las temáticas
centrales de la intervención familiar, esto es: patrones relacionales disfuncionales y/o violentos,
conflictos por lealtades no apropiadas para el desarrollo integral de cada miembro, límites difusos
entre sub sistemas, transgeneracionalidad de conductas violentas, mantención de la dinámica del
silenciamiento y disfuncionalidad en los vínculos afectivos.

Las agresiones sexuales extrafamiliares requieren un plan de tratamiento especialmente centrado


en la contención de la crisis que se genera en los padres o figuras a cargo de la protección, tras la
develación de la agresión. El foco es la traumatización de estas figuras, la cual, de no ser tratada,
perjudica la recuperación psicológica de la víctima. Los contextos y características de las
agresiones que ocurren fuera del entorno familiar son múltiples, no obstante, la línea de trabajo
alrededor de las vivencias asociadas al temor y la rabia, así como los sentimientos de culpa y dolor
por lo sucedido a un integrante de la familia, es una constante. En términos gruesos, la
intervención familiar en este tipo de agresiones pretende: restablecer el sentido de continuidad
del proyecto vital familiar, restituir la sensación de competencia parental, favorecer el bienestar
familiar y estimular la aceptación e integración de la situación abusiva y las consecuencias de ésta
en el proyecto familiar.

Resultados y reflexiones de la Unidad de Intervención Familiar

La Unidad de Familia trabaja en estrecha relación con el psicólogo tratante de la víctima directa,
de modo que se trata de intervenciones planificadas y coordinadas que apuntan a objetivos
comunes. La experiencia de nuestro Centro en esta modalidad de intervención, ha demostrado

102
que el tratamiento individual del niño/a o adolescente se ve fortalecido con una intervención
familiar paralela.

La terapia de la víctima no puede verse interrumpida o reemplazada por la terapia familiar. Es


decir, el consultante recibe una doble intervención (independientemente de si el niño/a o
adolescente participa o no de la terapia familiar), por lo que la complementariedad de ambos
tratamientos, asegura mejores resultados, en términos de rapidez y permanencia de los logros
terapéuticos. En este sentido, si los padres o figuras significativas inician un proceso de trabajo
terapéutico como familia, aún así, la víctima requiere su propio espacio de contención y
elaboración, aunque el trabajo de los padres persiga el mismo objetivo.

Es importante recalcar que esta intervención debe tener en consideración que el impacto
emocional que implica para una familia su inclusión en una psicoterapia moviliza resistencias que
requieren especial atención. Habitualmente, el consultante y su grupo familiar ingresan con la
expectativa de recibir apoyo psicosocial, pero el espacio terapéutico lo circunscriben a la víctima.
De este modo, la invitación a las víctimas indirectas, habitualmente los padres del niño/a o
adolescente, a participar de una terapia familiar, no siempre encuentra una respuesta favorable. Si
bien la dupla psicosocial construye con la familia la necesidad de derivación a la Unidad y los
beneficios que implicaría, tanto para la víctima como para la familia, aún así, se despiertan
temores y resistencias que pueden obstaculizar el proceso. En ocasiones, los padres se sienten
culpables de la agresión sexual que ha experimentado su hijo y evitan el espacio terapéutico para
ellos, temiendo que estos sentimientos aparezcan o se profundicen. Otras veces, los padres han
vivido crisis de pareja que permanecen sin resolver y creen que la terapia puede reactivar los
conflictos. La intensidad emocional de los procesos terapéuticos de las familias es otro aspecto
relevante de considerar. Esto último tiene relación con que los padres han activado mecanismos
de adaptación al dolor y a la crisis generada con la develación de la agresión, de este modo, les
puede resultar amenazante para la estabilidad familiar, el trabajo terapéutico sobre sus roles,
modo de resolver los conflictos y manejo de las expresiones traumáticas del hijo agredido. Por
otra parte, las familias se enfrentan al problema práctico de no contar con la disposición de
tiempo para asistir a las sesiones de familia y ello perjudica la constancia del tratamiento.

Finalmente, cabe mencionar que la constante revisión del funcionamiento de la Unidad de Familia
ha permitido el enriquecimiento del trabajo clínico de las intervenciones individuales y familiares.
De este modo, el acercamiento a las familias de las víctimas, progresivamente gana en
organización y eficiencia. Este trabajo no sería posible de no contar con el apoyo del equipo clínico
en su totalidad y de la Institución, puesto que este modo de trabajo implica disponer de múltiples
recursos humanos y técnicos para una adecuada implementación.

c. Intervención Grupal

La Terapia Grupal en el Centro

El actual incremento de la demanda de atención y la escasez de recursos con que trabajan los
centros de asistencia pública especializados en esta temática, hacen en muchas ocasiones
imposible responder de manera eficiente a las demandas de atención de los consultantes a través
de la utilización exclusiva de la psicoterapia individual.

103
A partir de lo anterior, surgió en este Centro la necesidad de construir una estrategia de
intervención psicoterapéutica grupal con víctimas de agresión sexual infantil. Dicha iniciativa se
concretó en el año 2002 a partir de un trabajo de investigación desarrollado por Capella y
Miranda, cuyo objetivo fue diseñar, implementar y evaluar de manera piloto un modelo de terapia
grupal con niñas que asistían a este Centro. La efectividad del modelo construido incentivó la
replicación de esta estrategia de intervención desde el año 2003 hasta la actualidad,
constituyendo una herramienta terapéutica de gran utilidad en el área de la asistencia a las
víctimas.

Consecuentemente, se conformó una Unidad de Grupo, con el fin de ir retroalimentando el


modelo inicial con la aplicación práctica del mismo. Si bien la Unidad de Grupo se constituyó
inicialmente a partir de la realización de grupos de niñas, ésta línea de trabajo se ha ido ampliando
a grupos de niños, adolescentes y figuras parentales de niños/as y adolescentes víctimas de
agresiones sexuales. A continuación se presenta cada uno de estos formatos de intervención
grupal desarrollados en este centro.

c.1. Terapia de Grupo con Niños/as

Fundamentos generales de la intervención grupal en casos de Agresión Sexual Infantil

En el ámbito internacional, la terapia grupal ha sido ampliamente utilizada como estrategia de


intervención psicológica para la reparación de experiencias sexualmente abusivas, demostrando
ser una herramienta terapéutica útil y efectiva (Cantón y Cortés, 1999; Stevenson, 1999, Trowell,
1998, en Varela, 2000).

En el trabajo terapéutico directo con las víctimas, es posible apreciar en muchos casos las
limitaciones de una aproximación netamente individual, al no satisfacer la necesidad que surge en
los niños/as de poder compartir con pares la vivencia traumática común, de ser escuchados y
validados en su experiencia por éstos. A este respecto, la terapia grupal constituye un espacio de
escucha, apoyo e intercambio recíproco en el contexto natural de relación entre pares. Este
elemento específico potencia el proceso de reparación, al reconstruir grupalmente y atribuirle un
nuevo significado a la experiencia de agresión sexual desde la vivencia del mundo infantil (Zárate,
1993; Varela, 2000; Rojas Breedy, 2002; Malacrea, 2000; Doyle, 1990; Fietz, 2002; Soto, 2002).

Una de las principales ventajas de la intervención grupal es la disminución de los sentimientos de


aislamiento y estigmatización que presentan los niños/as víctimas de agresión sexual (Cantón &
Cortés, 1999; Malacrea, 2000; Varela, 2000; Doyle, 1990; Barudy, 2000; Correa & Riffo, 1995). El
espacio grupal favorece el restablecimiento de un sentido real de pertenencia e integración, al
posibilitar que los niños/as vuelvan a interactuar con sus iguales, descubriendo que no son la única
víctima de agresión sexual sino que también hay otros de la misma edad con vivencias similares y
que tampoco pudieron detener el abuso y delatar al abusador, lo cual trae consigo una notoria
sensación de alivio, al tener la vivencia de la generalidad o universalidad (Cantón & Cortés, 1999;
Malacrea, 2000; Varela, 2000; Barudy, 2000; Rojas Breedy, 2002; Soto, 2002). También permite el
intercambio de sentimientos comunes, como la rabia, culpa, vergüenza, ambivalencia hacia el
agresor o desesperanza, lo cual posibilita una disminución de los mismos, principalmente de la
culpa asociada a la experiencia abusiva (Doyle, 1990; De la Huerta, 2000).

104
El contexto grupal provee la oportunidad a los niños/as de obtener apoyo, pero a la vez de
confortar y apoyar a otros niños/as, tratando de aliviar su sufrimiento, lo cual es también
reparatorio para ellos mismos, al empatizar y ayudar a otros niños/as (Álvarez, 2000, en Varela,
2000; Rojas Breedy, 2002). En este sentido, un aspecto esencial dentro de las relaciones entre
pares, es la posibilidad que entrega la terapia grupal a los niños/as de aprender a relacionarse y
comunicarse de manera sana, o mejor dicho, de forma no abusiva (Pinto, 1998, en Varela, 2000;
Rojas Breedy, 2002).

Modelo de intervención psicoterapéutica grupal con niños/as

El modelo de terapia grupal implementado inicialmente en este Centro (Capella y Miranda, 2003),
posee como pilar teórico fundamental para la estructuración de la intervención, el modelo
comprensivo explicativo de los efectos psicológicos ocasionados en los niños/as producto de la
experiencia de agresión sexual, propuesto por Finkelhor y Browne (1985). El objetivo general de la
intervención consiste en desarrollar una dinámica grupal con niñas víctimas de agresión sexual,
que posibilite la superación de los efectos psicológicos ocasionados por ésta vivencia,
favoreciendo el desarrollo de una identidad positiva e integrada y el fortalecimiento de recursos
protectores personales y vinculares.

La intervención se estructura en relación a cuatro ejes: Aislamiento, Sexualización Traumática,


Falta de Poder y Pérdida de Confianza; que corresponden a las principales secuelas psicológicas
descritas en las dinámicas traumatizantes planteadas por Finkelhor y Browne (1985). En relación a
estos ejes se organizan las sesiones en 4 fases de la terapia, descritas brevemente a continuación:

Fase I: Eje Aislamiento. El objetivo es lograr una interacción positiva entre niñas víctimas de
agresión sexual, promoviendo modos de relación que permitan una adecuada inserción al grupo
de pares, disminuyendo la sensación de aislamiento ocasionado por el abuso y favoreciendo el
desarrollo de un autoconcepto social positivo.

Fase II: Eje Sexualización Traumática. El objetivo es desarrollar el reconocimiento del propio
cuerpo, entregando herramientas para identificar sensaciones y límites corporales, favoreciendo la
construcción de un autoconcepto corporal positivo.

Fase III: Eje Falta de Poder. El objetivo es incorporar un sentido de poder adecuado a la edad,
desarrollando habilidades para identificar y reaccionar ante situaciones de riesgo potenciales.

Fase IV: Eje Pérdida de Confianza. El objetivo es potenciar vínculos de confianza que faciliten el
desarrollo de mecanismos protectores, desarrollando en las niñas la capacidad de identificar y
acudir a figuras significativas.

Para la inclusión de los participantes, éstos deben presentar experiencias similares de agresión
sexual (en cuanto a vínculo con el agresor, cronicidad de la agresión, etc.), con el fin de generar
una sensación de generalidad en el grupo. El agresor debe corresponder a un adulto conocido o
familiar, excluyéndose los abusos sexuales de tipo incestuosos (por parte de la figura paterna),
debido a que estos últimos constituyen un fenómeno con características propias y únicas. A su vez,
se define como criterio de exclusión la presencia de psicopatologías graves que dificulten la
interacción grupal, debido a que los pacientes que no poseen los recursos emocionales,

105
conductuales e interpersonales requeridos para participar de manera efectiva en el tratamiento
grupal, se encuentran en un alto riesgo de abandonar tempranamente la terapia y de alterar la
dinámica grupal (Speier, 1984; Sepúlveda, 2001; Woods y Melnick, 1979 en Dies, 1995).

En cuanto a la composición del grupo, se define un grupo cerrado, es decir no se admiten nuevos
miembros una vez empezado. En general tienen un término planificado, con el fin de generar un
contexto estable y seguro. En relación a la edad de los participantes, se establece un rango etáreo
en la etapa escolar que no exceda una variabilidad de dos años, con el fin de que exista
homogeneidad en los recursos evolutivos de las/os participantes. Con respecto al género, se
conforman grupos homogéneos, compuestos sólo por niñas o niños, ya que tanto los autores de la
terapia grupal en general como los de la terapia grupal específicamente en agresión sexual,
plantean que el tema de la sexualidad, a cualquier edad, es preferible trabajarlo por separado
hombres y mujeres, y especialmente cuando los participantes han vivenciado una experiencia de
trasgresión en dicha esfera (Foulkes y cols., 1969; Speier, 1984; Varela, 2000; Cantón & Cortés,
1999; Doyle, 1990).

Respecto a las metodologías, se utilizan las técnicas que se han considerado más efectivas en el
tratamiento de los niños/as en la terapia grupal y específicamente en los niños/as víctimas de
agresión sexual, las cuales son fundamentalmente participativas y expresivas, tales como juegos,
dramatizaciones, role playing, ejercicio corporal, diálogo grupal, método de resolución de
problemas, expresión escrita, medios audiovisuales, cuentos, títeres y expresión gráfica.

En cuanto a las intervenciones realizadas por las terapeutas, éstas proporcionan conceptos que
ayudan a los pacientes a comprender la conducta y las experiencias grupales (atribución de
significado), realizando intervenciones directivas (Dies, 1995). Esto cobra mayor importancia en las
etapas tempranas del grupo, en donde la intervención directiva del terapeuta ayuda a los
pacientes a reducir el sentimiento de responsabilidad, disminuyendo la ansiedad ante la situación
nueva que representa el grupo, potenciando así la toma de riesgos y la cohesión entre los
miembros (Bernard y cols., 1974, en Dies, 1995).

Respecto a los factores terapéuticos del grupo, se utilizan como intervenciones principales la
elaboración grupal, la participación grupal y la generalización. En cuanto al aprovechamiento de
los factores grupales, el terapeuta interviene en la convivencia grupal, favoreciendo la
cooperación y el intercambio recíproco (Speier, 1984).

Reflexiones a partir de la experiencia de terapia grupal con niños/as

Entre los años 2002 y 2010 se han realizado un total de trece grupos, con un alto grado de
adherencia y valoración del modelo de intervención por parte de los participantes, sus cuidadores
y los profesionales derivantes.

Cabe señalar que la mayoría de los niños/as, han contando además con un espacio terapéutico
individual, tanto de manera previa como posterior a la terapia grupal, permitiendo la terapia
grupal por una parte el abordaje de ciertos contenidos específicos no abordados en el espacio
individual, y por otra la apertura de otras temáticas a nivel grupal posteriormente profundizadas a
nivel individual.

106
Doce de los grupos realizados se han centrado en niñas víctimas de agresiones sexuales, en
distintos rangos etáreos entre los 7 y 12 años. En el año 2007 se logró realizar un primer grupo de
víctimas masculinas de agresión sexual, alcanzando con ello un objetivo pendiente para la unidad
de grupo del centro. La experiencia presentó diversos desafíos, en tanto el grupo de niños varones
presentó características y dinámicas diferentes a los grupos de niñas, requiriendo modificar
algunas actividades contenidas en el modelo inicial. En el proceso, se pudo apreciar la gran
relevancia para los niños varones de participar de un grupo de pares con experiencias similares,
vivenciando relaciones positivas en el contexto grupal, ayudando a disminuir los sentimientos de
estigmatización y vergüenza asociados a la experiencia abusiva, que en los niños varones son aún
más difíciles de expresar, constituyendo el grupo una experiencia altamente beneficiosa para el
proceso de reparación de los niños.

Por otro lado, cabe señalar que en seis oportunidades la terapia grupal de niños/as se ha
complementado con una instancia de grupo de padres, lo cual se ha tenido un efecto potenciador
de la terapia grupal de los niños/as. Esta modalidad paralela favorece la asistencia regular a las
sesiones, a la vez que potencia los beneficios terapéuticos, al sostenerse un proceso de contención
paralelo de padres e hijos/as.

Presenta un desafío futuro para el centro realizar grupos en que se incorpore niños/as que han
vivenciado agresiones sexuales por parte de su figura paterna, integrando para ello las
modificaciones necesarias al modelo, debido a que este tipo de vínculo con el agresor conforma la
realidad de una cantidad importante de consultantes.

En conclusión, lo aspectos observados a nivel de resultados y de procesos, permiten señalar la


utilidad de la terapia grupal como forma efectiva de intervención en niños/as víctimas de agresión
sexual, debido a lo cual se sigue investigando e intentando potenciar como estrategia de
intervención del centro. El modelo de terapia grupal desarrollado no sólo resulta relevante desde
un marco teórico y clínico, posibilita además afrontar de manera exhaustiva el complejo fenómeno
de la agresión sexual infantil, favoreciendo la entrega de un tratamiento integral a los
consultantes.

c.2. Intervención social con grupo con padres y/o figuras responsables

El trabajo grupal que puedan desarrollar los padres y/o figuras significativas no agresoras,
se visualiza como eje fundamental en la reparación de la experiencia abusiva vivenciada
por sus hijos/as, disminuyendo las secuelas negativas que ésta provoca en el núcleo
familiar. Es así, como la intervención de carácter grupal se encuentra dirigida a mejorar los
niveles de apoyo y aceptación por parte de los participantes, de la develación de los
hechos y los posteriores efectos observados en sus hijos/as.

Durante el trabajo grupal desarrollado en los últimos años, ha sido posible constatar que
para las figuras responsables de los pacientes atendidos, la agresión sexual de sus hijos/as
es vivenciada como una experiencia traumática que afecta distintas dimensiones de la
vida cotidiana de cada uno, ubicando incluso a algunos, en la posición de víctima.

107
En este sentido, la interacción propiciada en el trabajo social grupal, entrega a los
participantes la oportunidad de desmitificar el fenómeno de agresión sexual, conocer las
experiencias del otro, entregar apoyo, comunicar emociones y reflexionar acerca de su
problemática.

La intervención grupal socioeducativa en la población antes definida, representa un


espacio principalmente de contención y apoyo que favorece la disminución de los efectos
negativos de la victimización en las figuras adultas.

Objetivos de la intervención grupal con padres y/o figuras responsables

El objetivo general de la intervención es implementar un espacio socioeducativo para


padres y/o figuras responsables no agresores, de los niños (as), y jóvenes pacientes del
CAVAS.

Los objetivos específicos de la intervención social grupal con padres y/o adultos
responsables son:
· Otorgar herramientas socioeducativas que contribuya a los participantes reparar los
efectos de la victimización.
· Entregar a los participantes un espacio de contención, acompañamiento y expresión
de emociones.
· Proporcionar a los participantes orientaciones que les permitan comprender las
características del fenómeno del abuso sexual.

Metodología de trabajo social grupal con padres y/o figuras responsables

El diseño metodológico de esta intervención se sustenta en la aplicación de un modelo de


intervención grupal psicoeducativo, prediseñado para los padres y figuras responsables no
agresoras, correspondiente a una investigación y tesis desarrollada por alumnas de
psicología en el año 2004 (Arriagada y Thiers ,2005).

Este modelo se ha ido adaptando y modificando, de acuerdo a las características del


grupo, integrando el trabajo psicosocial grupal, aplicando nuevas actividades
socioeducativas y readecuando otras según las necesidades presentadas por los
participantes, tiempo de la sesión, el manejo y uso de las técnicas inherentes a nuestro
quehacer.

Este modelo se aplica en un tiempo de 9 sesiones con la participación de


aproximadamente 7 padres o figuras responsables no agresoras, seleccionados por las
profesionales asistentes sociales a cargo del grupo, siendo los siguientes los criterios de
inclusión:

· Padres, madres no agresores.

108
· Figuras significativas responsables no agresoras.
· Que den credibilidad a la agresión.
· Que no presenten inhabilidades psiquiátricas.
· Que sus hijos/as y/o familiares se encuentren vigentes en el programa de atención. Sin
distinción de la etapa en que se encuentra (calificación, profundización diagnóstica,
tratamiento, preparación al egreso).

La implementación del grupo se encuentra a cargo de dos profesionales asistentes


sociales, miembros del equipo social de CAVAS. Se cuenta además con la colaboración de
una profesional psicóloga y abogado/a del equipo clínico infanto juvenil del CAVAS
Metropolitano.

1.2.3. Etapa de Egreso y Seguimiento

Esta última etapa contempla el progresivo desvinculamiento y autonomía del niño/a, adolescente
y su familia respecto del Centro. El egreso puede iniciarse una vez concluido el tratamiento, ya sea
porque se han logrado los objetivos mínimos de la intervención, o bien, porque la intervención ha
sido interrumpida por parte del consultante y su familia. En ambos casos se informará a los
Tribunales competentes y se dará inicio al seguimiento del caso, tanto en el aspecto psicológico
como social, como manera de asegurar la mantención de la situación de protección en el caso del
niño/a y/o adolescente, así como de los logros alcanzados durante el tratamiento, al mismo
tiempo que permite detectar la necesidad de continuación de este.

El seguimiento se efectúa de acuerdo a la necesidad del caso, a través de visitas domiciliarias,


entrevistas o contactos telefónicos. Estas tareas están a cargo de los profesionales asistente social
y psicóloga/o a cargo de cada caso. Se considera un tiempo de duración de esta etapa de tres
meses con posterioridad al egreso, tiempo que también es flexible, de acuerdo a la realidad de
cada caso.

Por otro lado, la etapa de seguimiento adquiere especial importancia en aquellos casos que
abandonan el tratamiento antes de haberse conseguido los objetivos planteados. Dada la
situación de riesgo que la deserción implica, se contempla el desarrollo inmediato de acciones
específicas directas tendientes a reanudar el contacto con el Centro (contactos telefónicos, visitas
domiciliarias, entrevistas sociales, envío de citaciones por correo, etc.). Frente al fracaso de éstas o
en forma paralela a las mismas, se desarrollan acciones tendientes a movilizar la red social y
comunitaria formal e informal que asegure la protección de la víctima (informes a Tribunales,
Fiscalías, contactos con colegios, centros de salud, familia extensa, etc.).

En este escenario, las acciones de esta etapa están a cargo en primera instancia del psicólogo/a
que lleva el caso, quien como medida preventiva de la deserción, deberá entrar en contacto con la
víctima y su familia en forma inmediata con posterioridad a la ausencia injustificada de ésta a
alguna citación. De no ser suficiente lo anterior, este profesional en conjunto con la asistente
social establecerán un plan de seguimiento orientado a revertir la deserción y minimizar la posible
situación de riesgo.

109
2. MODELO DE INTERVENCIÓN ESPECIALIZADO EN ADULTOS VICTIMAS DE VIOLENCIA
SEXUAL 8

La complejidad de la problemática del abuso sexual, es un factor decisivo en la dificultad de


formular un diseño único de intervención en el área, de modo que la construcción de un sólo
método, no podría ajustarse y responder apropiadamente al extenso campo de necesidades que
se constatan en esta población9. Por tal motivo se ha delimitado dos poblaciones beneficiarias,
elaborando para cada grupo objetivo, un diseño de intervención específico.

El criterio utilizado para determinar cada población beneficiaria es la edad de comienzo de la


primera victimización sexual, lo cual se basa principalmente en consideraciones asociadas a la fase
de desarrollo psicosexual en la que se encuentra la víctima al momento de la agresión. De este
modo, la hipótesis central, es que el impacto psíquico y social de la agresión sexual diferirá de
acuerdo a la etapa vital por la que atraviesa la persona cuando es sometida a este tipo de
violencia. Dentro de esta división, un conjunto lo componen aquel grupo de personas que han
experimentado vivencias de traumatización sexual en su infancia y/o adolescencia, el segundo
grupo corresponde a quienes han sido violentados sexualmente en su vida adulta.

En función de lo anteriormente expuesto, se contemplan dos modalidades o diseños de


intervención:

i. Destinado al grupo de personas cuya victimización sexual se ha presentado en etapa adulta. El


enfoque que prima es la Intervención en crisis y la Psicoterapia de crisis, métodos de trabajo
que se ajustan a las problemáticas detectadas en esta población.

ii. Destinado al conjunto de personas violentadas sexualmente en su infancia y/o adolescencia. El


enfoque de la Terapia Reparatoria se configura en una modalidad que se ajusta a los
requerimientos de las problemáticas constadas en este grupo.

Cabe precisar que existe un grupo de personas que habiendo sido víctima en su infancia sufren, en
la adultez, una nueva experiencia de agresión sexual que reactiva focos traumáticos latentes,
requiriéndose una intervención orientada tanto a la crisis como a la elaboración de la vivencia
traumática.

En este capítulo, se presentan los dos modelos de atención especializados en materias de violencia
sexual para la población adulta. Estas orientaciones, se formulan y exponen en un formato teórico-
práctico que procura ser una guía o material de apoyo y no un protocolo de acción, primando así
el criterio profesional, cualidad sustancial que permite la valoración de la pertinencia y

8
El desarrollo de los modelos de intervención en la población adulta victimizada sexualmente, inicialmente
centrado en la atención de mujeres, fue creado en el contexto del convenio CAVAS-SERNAM 2006-2009. El
presente apartado es una síntesis del trabajo realizado. Participaron en su construcción: María de los
Ángeles Aliste S., Bárbara Mahana G., Sebastián Mandiola R., Leonardo Medeiros R., Claudia Rojas A, Claudia
Valencia, Karla Zuñiga.
9
La tipología de las agresiones sexuales ya pone de relieve las diferencias que habrá, en el tipo y grado de
impacto en las víctimas y el consiguiente pronóstico, dependiendo de las características que adopte la
victimización sexual.

110
aplicabilidad de cualquier diseño de intervención en su fase diagnóstica y de ejecución. El
profesional debe estar alerta de no imponer formatos de acción y uniformar los conflictos,
debiendo cautelar y respetar el saber de la persona portadora de la experiencia.

2.1. Violencia Sexual en Edad Adulta

2.1.1. Objetivos

· Facilitar el enfrentamiento y resolución del estado de crisis desencadenado por un evento


traumático en la esfera de la sexualidad, de modo de atenuar los efectos negativos
generados por éste.

· Promover la elaboración de las consecuencias traumáticas, de modo de recuperar el


sentido de bienestar global de la persona.

Estos objetivos son abordados desde modalidades de intervención diferentes, una primera fase
corresponde a la intervención en crisis, destinada a la estabilización de la persona. La segunda
etapa, si es aplicable al caso está destinada a elaborar los conflictos psicológicos que surgen a
propósito de la experiencia traumática.

2.1.2. Modalidades y Focos de Intervención

a. Intervención en Crisis

Este tipo de intervención aborda las consecuencias inmediatas que ha tenido una agresión sexual
en la adultez, entendida como una situación crítica que desestabiliza a la persona y su entorno,
sobrepasando sus mecanismos habituales de enfrentamiento.

Dado que el estado psicológico de una persona en crisis se caracteriza por periodos transitorios de
confusión y por una alteración conductual manifestada ya sea por una inhibición conductual o
hiperactividad, es necesario evaluar la posibilidad de implicar a un tercero significativo que ayude
a entregar y ordenar información complementaria para orientar las acciones de protección más
urgentes.

El profesional que otorga la primera ayuda10 se situará en una posición activa con la persona que
consulta, con el fin de ayudar a proveerle una estructura externa que le permita ordenar su
experiencia y su petición de ayuda.

Las estrategias generales del trabajo en crisis se aplican sobre la base de una actitud profesional
que busca brindar condiciones mínimas de contención y empatía, esto con el objeto de lograr un
contacto que no reproduzca dinámicas de re-victimización en que la persona se sienta enjuiciada

10
El profesional, que puede ser tanto trabajador/a social como psicólogo/a, en la intervención en crisis suplirá
transitoriamente las funciones que la persona no puede realizar, es decir, ayudará a ordenar y jerarquizar la
información con la que cuenta, de modo de orientar a la persona en la toma de decisiones (véase Machuca,
2001).

111
y/o culpabilizada por lo ocurrido. Lo anterior, implica que quien otorga la ayuda, debe propiciar un
contacto interpersonal de confianza y respeto que permita a la persona sentirse en un estado
emocional seguro, posibilitando la expresión emocional y la comunicación de lo que le ha
ocurrido.

Las estrategias generales de la intervención son: a) facilitar la identificación e incorporación de


herramientas y recursos psicológicos básicos para el enfrentamiento de la crisis, b) activar la red
social e institucional con el objeto de generar condiciones de seguridad y protección a la persona
y, c) normalizar las consecuencias por medio de la prescripción del curso de la crisis.

Estas estrategias serán aplicadas a los siguientes focos problemáticos que puede manifestar una
persona víctima de delitos violentos en la esfera de la sexualidad, los cuales a su vez constituyen
focos de trabajo psicosocial:
· Vivencia de confusión general y desestructuración del relato de la persona: es importante
ayudar a la persona a estructurar su relato, es decir, a verbalizar los hechos y vivencias con el
fin de aumentar la claridad temporal y contextual. A través de preguntas guiadas y
señalamientos, se espera que quien consulta pueda ir organizando y comprendiendo su
situación vital, ampliando el campo de significaciones posibles.
· Estado global de crisis y presencia de sintomatología aguda: la intervención busca evitar una
cronificación de un estado psicológico de crisis. Se apunta a clarificar y “despatologizar” las
consecuencias traumáticas de la agresión por medio de acciones como: psicoeducación,
prescripción de síntomas, interconsulta psiquiátrica, señalamiento de sensaciones y
sentimientos como reacciones esperables a una experiencia altamente traumática. Estas
intervenciones generan una disminución de la vivencia de caos, confusión e incertidumbre.
· Estado de Indefensión, sentimientos de ineficacia y disminución de la autoconfianza. Se
interviene con estrategias que generen la vivencia de recuperación del control básico sobre la
propia vida, principalmente a través de preguntas y señalamientos que permitan la
identificación y promoción de recursos personales que posibiliten el empoderamiento de la
persona con respecto a sí misma y a su ambiente.
· Temor a ser nuevamente victimizada/o, asociado a la vivencia de estar en riesgo constante. Un
eje inicial de intervención corresponde a la evaluación del riesgo concreto en el cual puede
encontrarse la persona victimizada, a fin de generar una condición básica de protección11 que
disminuya el peligro real. Otro eje lo constituye la promoción de estrategias de autocuidado,
lo cual implica potenciar su capacidad para registrar la propia emocionalidad y ponderar claves
de riesgo realistas.
· Estado de confusión y desinformación con respecto a otros recursos de ayuda. Respecto a este
foco, es central informar a la persona sobre otros recursos institucionales (redes de ayuda
legal, social y psicológica) que puedan serle de ayuda en el enfrentamiento de la situación
crítica.
· Estado de aislamiento interpersonal y dificultades en el ajuste social. La intervención puede
implicar un trabajo de psicoeducación y entrega de información tanto a la persona como a
alguna figura significativa para ella, con el fin de que estas últimas puedan desarrollar
estrategias de contención, soporte y protección asumiendo un rol activo en la recuperación de
la persona agredida. También es central indagar, conjuntamente con quien consulta,

11
La protección puede implicar transformaciones concretas en su medio ambiente hasta medidas de
protección legales.

112
estrategias alternativas que le posibiliten una incorporación paulatina a las actividades que
realizaba de manera cotidiana.

Cabe mencionar que algunas personas pueden finalizar su tratamiento en esta etapa –
intervención en crisis- lo cual supone un alivio sintomático y una estabilización básica del estado
psicosocial crítico. Otras pueden estar dispuestas a proseguir hacia una segunda fase de
intervención –psicoterapia de crisis- cuyo objetivo prioritario es la resolución de conflictivas
psicológica ligadas a la agresión sexual, lo que implica un proceso de elaboración más extenso.

b. Intervención especializada orientada a elaborar las consecuencias psicosociales de una Agresión


Sexual en la vida adulta: Psicoterapia de Crisis

Para abordar situaciones de violencia sexual se realiza una intervención de carácter


interdisciplinario, por cuanto se asume que las relaciones que la persona establece con su
ambiente siempre están en un contexto ecológico (medio familiar, social, institucional). En
consecuencia, el quehacer del equipo profesional considerará estos niveles en su conjunto:

b.1. Intervención Psicológica

La Psicoterapia de Crisis (Hidalgo et al., 1999) se comienza una vez que la persona ha superado el
estado de mayor intensidad de la crisis gatillada por la agresión, y se orienta a la elaboración e
integración psicológica de la crisis a fin de contribuir al restablecimiento de un estado de bienestar
general de la persona 12.

La psicoterapia como espacio conversacional se propone, mediante técnicas principalmente


verbales, lo siguiente:
· Promover la expresión de la percepción de daño que la persona ha construido respecto de la
experiencia abusiva, adoptando una actitud que legitime las significaciones de las conflictivas
advertidas por ella.
· Advertir el carácter de “reactivo” de los síntomas y problemáticas asociadas a la ocurrencia de
la vivencia traumática, evitando la caracterización o rigidización de éstos como parte de un
estilo de funcionamiento “disfuncional” o un rasgo de personalidad. Normalizar la
sintomatología contribuye a prevenir una percepción de la identidad como patológica o
dañada irreparablemente.
· Situar espacial y temporalmente la experiencia de abuso sexual en el continuo vital,
previniendo la cronificación o consolidación de ésta como un evento que ocasiona una
fractura en la existencia, en los proyectos vitales y en la identidad.
· Co-construir estrategias de autocuidado que permitan a la persona identificar señales de
riesgo en su entorno y afrontarlas de manera asertiva.
· Facilitar un proceso de desculpabilización y desresponsabilización de la ocurrencia del hecho
abusivo por medio de la proposición de un nuevo sentido o significado a la experiencia.

12
Este objetivo se define por su carácter focal y limitado en el tiempo, aunque, en el caso de que la agresión
sexual sufrida implique una actualización de conflictos anteriores –particularmente si se han dado por
vivencias infanto-juveniles de transgresión en la esfera sexual- el proceso terapéutico puede prolongarse y
configurarse, entonces, en un proceso terapéutico reparatorio.

113
· Promover la identificación y desarrollo de recursos o fortalezas que pueda utilizar para
alcanzar o recuperar un sentido de bienestar global.

Los focos de la intervención se definen en las entrevistas de evaluación y sintetizan las principales
problemáticas presentadas por la consultante en relación a la experiencia abusiva.

Se distinguen los siguientes focos de trabajo:


· El estado de estrés generado a partir de la experiencia abusiva.
· La sintomatología aguda, buscando evitar su cronificación.
· Los conflictos psicológicos activados o generados a partir de la agresión sexual.
· La inestabilidad en el estado global, ya sea en su dimensión individual, relacional o social.
· La pérdida de confianza en las relaciones interpersonales, particularmente con figuras
masculinas.
· El quiebre del continuo vital en la esfera de la estructura psíquica y social.
· Las dificultades en identificar señales de riesgo en el entorno.
· Sentimientos de ineficacia y vulnerabilidad, desconfianza en el control y manejo sobre los
eventos vitales.
· Connotación negativa de la corporalidad y sexualidad a partir de creencias
autoculpabilizadoras en torno a una responsabilidad activa en la ocurrencia de la agresión
sexual.

En general no es recomendable iniciar una psicoterapia de crisis cuando es posible observar que,
en la expresión espontánea de sentimientos y pensamientos asociados al evento traumático, la
persona experimenta una agudización de su sintomatología, que no cesa tras una intervención de
apoyo. En este caso, se discutirán las intervenciones posibles más pertinentes con el equipo de
profesionales, para postergar o suspender definitivamente este tipo de intervención.

Tampoco es recomendable intervenir directamente sobre mecanismos defensivos con que cuenta
la persona, con el fin de no contribuir a una posible desestructuración mayor de la personalidad
(Carbonell, 2002, en Echeburúa et al., 1995). Para este efecto, se deben evitar estrategias de
confrontación e interpretación de las defensas que hasta ese momento han permitido a la persona
sobrevivir a la experiencia traumática.

En términos globales, el tratamiento psicosocial -en personas que han vivenciado


traumatizaciones en su vida adulta- cobra sentido en la posibilidad de otorgar un espacio que
permita una integración de la vivencia traumática a la historia vital del individuo, a través de la
generación de nuevas conexiones y significados de lo ocurrido13. Específicamente, el trabajo
elaborativo permitirá gradualmente la disminución de los sentimientos de impotencia,
vulnerabilidad y desesperanza que son característicos del estado psicológico de desorganización
global producto de la agresión sexual (véase Carbonell, 2002, en Echeburúa et al., 1995).

Cuando además de la agresión sexual en la adultez, se detectan experiencias de abuso sexual en la


infancia, y clínicamente se observan indicadores de traumatización sexual, es pertinente evaluar la
posibilidad de iniciar una terapia reparatoria, que tiene un alcance temporal y elaborativo mayor
en comparación con una psicoterapia de crisis.

13
Para ello, no es necesario que la persona aluda directamente o evoque en detalle los elementos de la
escena de agresión sexual.

114
b.2. Intervención Social

En el contexto de un dispositivo de trabajo interdisciplinario en personas víctimas de una agresión


sexual en la adultez, la intervención social adquiere relevancia en la medida que tiene como
objetivo constituirse en una instancia de orientación, apoyo social y acompañamiento durante el
proceso psicoterapéutico, desarrollando acciones que busquen comprender y ayudar a la persona
en sus necesidades actuales, y ayudarlas en la exploración de soluciones a los problemas
originados tras la agresión.

Por lo anterior se deberá, entre otras cosas, conocer el sistema de apoyo social del que dispone la
víctima. Para ello, la intervención social en su inicio se focalizará en un trabajo individual,
considerando las siguientes acciones:
· Determinar si la víctima cuenta con un grupo o una red de apoyo social disponible.
· Evaluar si las relaciones sociales de la consultante son aptas en proporcionar apoyo y
contención (en un sentido operativo y emocional).
· Proporcionar a la persona un sistema de derivación eficaz a redes de apoyo en
instituciones que presten servicios requeridos por ésta.

Lo anterior se lleva a cabo bajo la premisa de que, en cualquier proceso que se inicie, son las
personas quienes adquieren protagonismo en el ordenamiento de su situación, identificando
dificultades y recursos, y estableciendo prioridades. Esto, porque la intensidad del impacto
psicológico y las competencias de la persona para enfrentarse a la agresión sexual, podrían estar
condicionadas por sus propias habilidades y por la existencia, calidad y respuesta de su sistema de
apoyo social.

En una etapa posterior de la intervención social, el trabajo se focalizará en dos niveles: con las
redes primarias, es decir, con aquellas figuras significativas de su entorno más cercano, que hayan
sido visualizadas por la consultante, y con las redes secundarias (entorno socio-comunitario),
como las instituciones que pudiesen brindarle ayuda en torno a las necesidades que aparecen tras
la agresión. Ambos niveles juegan un rol importante en el desarrollo de la historia personal de
quien consulta y en la manera en que enfrenta las diversas situaciones de crisis que se le
presentan, y aportarán la información necesaria para la definición del apoyo social que se
requerirá.

A nivel de la red primaria, es predecible que aquellas personas que tienen una buena red de apoyo
familiar y social presenten un mejor pronóstico, por lo cual es conveniente implicar a la familia en
el proceso de evaluación y recuperación. Esto, porque la agresión sexual no sólo afecta su
individualidad, sino también al grupo familiar, alterando la cotidianeidad del hogar, trascendiendo
también al ámbito estudiantil, laboral, comunitario y social. Sin embargo, en los casos en que la
reacción del grupo familiar fuese desfavorable y la consultante no visualice a sus miembros como
una red de apoyo significativa, no será pertinente incluirlos en la evaluación.

En un nivel socio-comunitario, la intervención está orientada básicamente a distinguir y potenciar


recursos del medio que son necesarios para la persona, como una manera de sobrellevar las
consecuencias en su entorno inmediato, coordinando éstos en torno a sus necesidades y

115
facilitando su accesibilidad. Lo anterior implica vincularse con instituciones y servicios
gubernamentales y no gubernamentales, como lo son organizaciones y redes sociales.

Así por ejemplo, la persona afectada directamente requerirá acompañamiento en los procesos
que se inicien, sean estos psicológicos y/o judiciales, además de inversión en tiempo y recursos. Si
ésta trabaja o estudia, deberá acceder a permisos estudiantiles o licencias laborales en un primer
momento, que le permitan atender las necesidades derivadas de los ajustes forzosos en el
funcionamiento de su vida cotidiana, como obtener facilidades para asistir a las atenciones
periódicas, atender los gastos inesperados propios de las prestaciones de salud, desde la urgencia
hasta el término del proceso. Además, podría producirse, por ejemplo, una necesidad de servicios
de protección hacia los hijos (sala cuna, jardines infantiles), talleres de desarrollo o capacitación,
derivación al consultorio de salud u otra institución para atención médica o psicológica
permanente, información para la gestión de una nueva vivienda, protección hacia su integridad
física, entre otras medidas de carácter social.

Por otro lado, y dependiendo de la capacidad de las personas para relacionarse con el medio, la
intervención se orientará a desarrollar aquellas características individuales y familiares que
favorezcan una actitud de apertura hacia el medio, y a entregar a las familias la información básica
sobre los recursos existentes y las formas de acceder a ellos en mejores condiciones.

El propósito de lo anterior, es lograr que el contexto sea nutritivo y de sostén para quien consulta
(y su familia), y que ésta logre relacionarse de manera más competente y autónoma con su medio.

En consideración de lo anterior, el tipo de intervención propuesta es definida como trabajo de red


social focal (SENAME, 1997), porque las acciones que se desarrollan se estructuran en torno a las
necesidades que la persona detecta o visualiza durante el proceso de evaluación y/o terapéutico
emprendido. La práctica de red es ubicada en un lugar central del trabajo psicosocial, ya que se
sitúa en la interface del contexto médico, social y judicial, y de las dinámicas del sistema familiar,
al momento de la crisis y sus etapas posteriores.

Por una parte, la pregunta por la calidad de la red primaria que les rodea (sus próximos) y su
capacidad de contenerla y apoyarla en momentos críticos son interrogantes capitales. Por otra
parte, la potencialidad de la red secundaria, es decir, la disponibilidad y la movilización de sus
miembros a la protección de la víctima, será determinante para la evolución de su situación de
crisis. En la red secundaria, la práctica de red hace alianza simultánea con cada miembro
importante del sistema socio-médico-judicial. El profesional que interviene, el trabajador social,
apoya a la persona que ha sido víctima en momentos como enfrentar interrogatorios, revisiones
médicas o acudir a la fiscalía.

En síntesis, la intervención social debe darse en un contexto de trabajo de recuperación donde la


persona sea la protagonista de su proceso y se respete su ritmo de trabajo. Es importante resaltar
que más allá de los objetivos de trabajo que tengan las instituciones que intervienen con víctimas
de atentados sexuales, son las necesidades de recuperación que las personas revelan las que le
dan sentido a la intervención.

En resumen, la intervención social se focaliza en las siguientes áreas de trabajo:


· A nivel individual: brindar apoyo y acompañamiento a la persona en la exploración de las
necesidades de vinculación social que surgen a partir de la situación vital actual.

116
· A nivel de la red primaria: apoyar y entregar herramientas a figuras significativas de la
persona, con la finalidad de que éstas puedan apoyar los procesos de recuperación afectiva de
la persona que ha sido víctima.
· A nivel de la red secundaria: activar y coordinar los recursos disponibles en el entorno social y
comunitario que pudiesen responder a las necesidades detectadas por la consultante.

b.3. Intervención Legal

En una primera aproximación, la intervención legal se refleja en la posibilidad de que quien


consulta solicite una o más entrevistas de orientación legal con el/la abogado/a del equipo
interdisciplinario, a fin de aclarar sus dudas en este ámbito. Normalmente la fijará uno de los
profesionales de la dupla psico-social, en cualquier etapa de la intervención, cuando la consultante
la requiera o cuando algunos de los profesionales del equipo la sugieran como necesaria.

A la entrevista de orientación legal se cita a quien consulta, a veces en compañía de algún familiar
y/o figura significativa. Este espacio tiene como objetivos:
· entregar a la consultante una visión clara y fácilmente comprensible de las distintas etapas del
proceso judicial y cómo a ella le pueden afectar;
· conocer la situación procesal actual del caso para sugerir alguna(s) diligencia(s) tendiente(s) a
colaborar con la investigación;
· evaluar y entregar una opinión clara y responsable acerca de las posibilidades de resolución del
caso, en base a la información que entrega la consultante y a los antecedentes con que se
cuente en la respectiva ficha, lo cual se hace en coordinación con el psicólogo(a) a cargo del
caso;
· informar a la consultante los derechos que le asisten en su calidad de víctima y sugerirle
acciones para enfrentar de la mejor manera posible su paso por el sistema judicial y para
aminorar o evitar los efectos de la victimización secundaria;
· derivar el caso, cuando se considere necesario, a la red de asistencia legal y realizar su
seguimiento.

Cabe señalar que resulta crucial contar con instancias de coordinación interna en los equipos
interdisciplinarios con el fin de intercambiar las opiniones técnicas relativas a los casos y a partir
de ello, tomar los acuerdos necesarios para el adecuado manejo y entrega de la información legal
a la consultante. En relación a esto, es frecuente el contacto con los Tribunales de Familia, las
Fiscalías y las Unidades de Atención a Víctimas y Testigos del Ministerio Público para la obtención
de información de los casos. Este trabajo coordinado es muy relevante para la investigación
criminal y para la entrega oportuna de antecedentes que se requieran, puesto que los informes de
atención de las víctimas se constituyen en un medio de prueba importante, considerando las
dificultades probatorias que caracterizan a los delitos sexuales, más aún cuando se trata de
víctimas mayores de edad.

Todo lo anteriormente señalado, adquiere una gran relevancia en la medida que una significativa
proporción de consultantes centran sus expectativas reparatorias en las decisiones judiciales,
específicamente las que se refieren al agresor (medidas cautelares severas, prisión preventiva,
sentencia condenatoria). Es por esto que no es poco frecuente que algunas personas estén
altamente interesadas en los informe que el equipo tratante pueda emitir frente a eventuales
solicitudes de Fiscalías o Tribunales. Siendo este un factor que podría influir en la motivación por

117
persistir en el tratamiento, debiese contemplarse como una temática a trabajar e incorporar en la
intervención. Esto demuestra lo profundamente relacionados que están, para la víctima, el
proceso penal y su proceso reparatorio. De ahí que las entrevistas de orientación legal se
transforman en parte importante del diálogo que existe entre lo psicológico y lo jurídico en cada
uno de los casos.

Desde otra perspectiva, existen muchas situaciones en que, para la víctima, el proceso judicial se
constituye en un elemento central de su conflictiva y que si bien la orientación legal es un apoyo
que puede clarificarle variados aspectos, es insuficiente y lo adecuado, entonces, es que tome el
patrocinio de algún abogado14.

2.2. Adultos que han vivenciado Violencia Sexual en su Infancia y/o Adolescencia

2.2.1. Objetivos

Se propone la “terapia reparatoria” como metodología de intervención para abordar las


consecuencias desprendidas de las experiencias de victimización sexual temprana. Los focos de
intervención derivan de los acuerdos alcanzados de la evaluación conjunta entre la consultante y
su equipo tratante. La orientación de esta terapia busca la integración de la experiencia
traumática, de un modo positivo y adaptativo, que facilite un desarrollo global de la persona.

Objetivo general
Promover en la persona un proceso de restitución y/o reconstrucción del sentido de bienestar
psicosocial, que ha sido afectado negativamente como consecuencia de la experiencia de
victimización sexual en la infancia y/o adolescencia.

Objetivos específicos
· Promover procesos de reconstrucción de una identidad positiva e integrada, que
contribuya a su empoderamiento y autonomía personal.
· Estimular la elaboración y resolución de sentimientos y vivencias psicológicas que generan
malestar, determinadas éstas por la experiencia de victimización sexual.
· Estimular la elaboración y resolución de dinámicas interpersonales dañadas como
consecuencia de la experiencia de victimización sexual.
· Promover procesos de vinculación positivos con recursos familiares y/o sociales que
brinden apoyo emocional y material.

14 En el marco de la Reforma Procesal Penal, los intereses de los intervinientes están suficientemente
resguardados e incluso garantizados para todos, menos para la víctima del delito. Los intereses del imputado
los asume la Defensoría Penal Pública; el interés público de que los delitos se investiguen y sancionen lo
asume el Ministerio Público; pero en cuanto a la víctima, si bien la labor legal del Ministerio Público en
alguna medida asume sus intereses, existe una gran parte de ellos que quedan en el más absoluto
desamparo o entregados a la exigua oferta de la red de asistencia legal gratuita. Esta “deuda” del sistema
procesal penal para con la víctima, especialmente cuando se trata de delitos sexuales y/o violentos, sólo
puede ser asumida responsablemente por el propio Estado a través de la creación de un organismo que
tenga por misión representar en el proceso penal o de familia los intereses de la víctima directa del delito.

118
2.2.2. Focos, Estrategias y Técnicas de la Intervención Psicológica

Los focos de la intervención se definen en las entrevistas de evaluación y sintetizan las principales
problemáticas advertidas por la/el consultante y el equipo tratante, en relación a la experiencia
abusiva. Se construyen conjuntamente y su función es orientar los objetivos y la práctica
interventiva.

A continuación, se indican las principales estrategias de intervención:


· Promover la expresión de la percepción de daño que la persona ha construido respecto de la
experiencia abusiva, adoptando una actitud legitimadora.
· Contactar con las áreas dañadas no conscientes que subyacen en el malestar psicológico
percibido en la actualidad.
· Desarticular o de-construir los discursos de poder impuestos por el ofensor, los que se han
fijado en la subjetividad de la victima.
· Ampliar la narrativa respecto al daño para desarrollar nuevas significaciones alternativas a
las preexistentes, que permitan una relectura de la identidad y cuyo efecto sea liberador
respecto de la actual historización traumática.
· Resituar espacial y temporalmente la experiencia de abuso sexual en el continuo vital a
través de distinciones del pasado-presente-futuro, de modo de diferenciar vivencias
traumáticas que son re-experimentadas como en tiempo presente.
· Normalizar las conflictivas que surgen a partir de la vivencia traumática, con el objeto de
desarticular las áreas de la identidad que han sido connotadas como patológicas por la
víctima.
· Promover la identificación y desarrollo de recursos o fortalezas que pueda utilizar para
alcanzar un sentido de bienestar global.
· Rescatar las áreas de la identidad y momentos en el devenir histórico indemnes, donde el
abuso no ha ejercido un impacto negativo y donde el adulto ha logrado un desenvolvimiento
satisfactorio en su vida.

A continuación, se agrupan los principales focos de la intervención junto con algunas propuestas
estratégicas:

· Foco: Sentimientos de ineficacia y vulnerabilidad, desconfianza en el control y manejo sobre


los eventos vitales. Estrategias: Rescatar los recursos que desplegaron durante la
victimización sexual en la infancia/adolescencia de modo que la persona adulta pueda
visualizar las estrategias que la sitúan como sobreviviente. El trabajo en las consecuencias
del abuso, requiere de la identificación de las estrategias de supervivencia y superación de
los efectos del abuso.

· Foco: Visión negativa de sí mismo y estigmatización. Estrategias: Desculpabilizar de acciones


u omisiones relacionadas con la experiencia abusiva y redirigir la responsabilidad a quien
corresponda. Esto implica objetivar el contexto relacional de abuso, que estuvo determinada
por la jerarquía desigual de poderes, entre la/el niña/o y el agresor.

119
· Foco: Connotación negativa de la corporalidad y sexualidad. Estrategias: Identificar y
desarticular los significados negativos en torno a la identidad o imagen corporal. Facilitar y
estimular habilidades para distinguir los contactos de carácter afectivo-protector de aquellos
de índole transgresor.

· Foco: Re-experimentación traumática de la experiencia abusiva: Estrategias: Promover en el


adulto la utilización de recursos que le permitan contener los niveles de angustia y los
estados de desestructuración psíquica generados por la re-experimentación de la
experiencia abusiva. Promover la recuperación de memorias y fantasías traumáticas
asociadas a la vivencia del abuso sexual con el fin de simbolizarlas y lograr un mayor dominio
de ellas, reforzando recursos y capacidades personales.

· Foco: Mecanismos defensivos disfuncionales: Estrategia: Promover la integración consciente


de afectos disociados y de estados disociativos a través de su expresión, de modo de
propiciar un mayor contacto afectivo con estos núcleo.

· Foco: Exposición a situaciones de riesgo: Estrategias: Promover la identificación y


elaboración de pautas de autocuidado. Facilitar la identificación y conexión con el registro
de la propia emocionalidad y vulnerabilidad, con el fin de reconocer claves de riesgo
realistas a nivel situacional e interpersonal.

· Foco: Daño a nivel vincular:


- Daño a nivel de la intimidad. Estrategia: Facilitar la restauración del territorio personal,
físico y psíquico, desde una interacción relacional terapéutica protectora y de apoyo.
- Daño a nivel de la relaciones interpersonales: Estrategias: Favorecer la visualización en la
persona adulta de las dinámicas de victimización puestas en marcha en la relación abusiva y
de su reexperimentación en relaciones actuales, de modo de posibilitar una comprensión de
cómo éstas han repercutido en la estructuración de la identidad.
- Daño a nivel familiar y de los vínculos primarios: Facilitar un proceso de autoconciencia y
de “des-triangulación” de la participación personal en la repetición de pautas relacionales
abusivas con el fin de prevenir su transmisión a generaciones posteriores. Facilitar la
generación de un espacio relacional familiar que permita el reconocimiento de la persona en
su vivencia abusiva, legitimándole en su mundo relacional más inmediato.

A su vez, el terapeuta dispone de una batería de técnicas que le permitirán operativizar las
estrategias planificadas. Cada tipo de estrategia o técnica implementada puede ser útil a distintos
focos de intervención, así como también las técnicas pueden estar al servicio de indistintas
estrategias. La selección de la técnica dependerá de qué foco se esté abordando, del momento en
que el tratamiento –e inclusive la sesión- se encuentre, de la orientación teórica y experiencia del
tratante. Lo importante es que la elección sea pertinente al foco y estrategia de intervención
planificada. Exige del profesional estar en permanente alerta de los efectos de sus intervenciones,
de modo de ir ampliando su repertorio de acción y modificando su actuar en concordancia con el
grado de efectividad de las líneas de trabajo implementadas.

Este modelo de intervención para adultos propone como encuadre un encuentro interpersonal,
cuya característica principal es la de ser conversacional y dialéctico. “Conversacional”, porque
utiliza preferentemente técnicas verbales de comunicación, y “dialéctico” porque se orienta hacia
la producción de significados alternativos a la experiencia de traumatización. Técnicas verbales

120
pueden ser la formulación de preguntas, el señalamiento de recursos personales, la señalización
de significaciones anacrónicas fijadas al trauma, la propuesta de enunciaciones optativas, entre
otras.

2.2.3. Intervención Social

La intervención social en la población que ha vivenciado abuso sexual en la infancia, se realiza


considerando la premisa de que el pronóstico y el tiempo de duración del proceso de recuperación
dependerá, además de la profundidad del daño causado y de las características psicológicas de la
persona, de las redes de apoyo con que cuenta y del rol que desempeñe su familia.

El marco global de esta intervención se ubica como una función de apoyo al proceso
psicoterapéutico; se instala como un “puente” útil en la vinculación de los consultantes a los
recursos familiares, sociales y materiales existentes en su entorno.

Un aspecto fundamental en este grupo, es la vivencia recurrente de haber sido


deslegitimadas o no reconocidas por miembros familiares significativos o del entorno cercano,
generándose un estado de indefensión. Se instala entonces una necesidad de autoprotegerse
frente a un medio social percibido como amenazante, con el consiguiente aislamiento socio-
afectivo. Esta dinámica se traduce finalmente en una disminuida capacidad para buscar y activar
redes de apoyo.

Si en el curso del proceso diagnóstico o una vez iniciada la intervención psicoterapéutica, la/el
consultante en conjunto con el equipo profesional, visualizan la necesidad de contacto con figuras
cercanas emocionalmente, el trabajo social se focalizará en dos tareas:
· Facilitar la identificación de aquellas personas que pudiesen brindarle apoyo emocional.
· Acompañar en la búsqueda de estrategias para reactivar o potenciar dicho vínculo.

La construcción de un mapa de red primaria resulta una técnica eficiente para la consecución de
estos objetivos. De la elaboración conjunta entre la/el consultante y el profesional, se obtiene
información importante de las personas o grupos que históricamente pudieron haberse
constituido en un recurso que brindó apoyo emocional, con el fin de evaluar la posibilidad de
actualizar estos vínculos, o estimular la creación de otros nuevos.

Otro aspecto de la intervención se refiere a la práctica de redes (red secundaria) y la tarea de


activarla y movilizarla, en función de las necesidades materiales y de recursos sociales que
pudiesen ir surgiendo en el proceso interventivo. Es importante evaluar el nivel de información
con que cuentan en relación a cómo acceder a los distintos servicios o beneficios e identificar y
potenciar las habilidades sociales de dicha persona para activar las redes de ayuda. Para orientar y
contactar a la/el consultante con un sistema de derivación eficaz, se realiza contacto con aquellas
instituciones que presten servicios específicos requeridos por ésta, con el fin de obtener la
información pertinente y entregarla a las usuarias para la toma de decisiones. De esta manera, se
potencia y fortalece el desarrollo de aquellas características personales que les permitan
contactarse con las instancias de apoyo para la obtención de recursos de manera rápida y
oportuna, contribuyendo a la satisfacción de necesidades y al mejoramiento de su bienestar.

121
Es pertinente destacar que las intervenciones, tanto a nivel de la red primaria como secundaria, se
realizan en un continuo en el que se hace necesario vincular al adulto con otros significativos, con
el objetivo de reducir su aislamiento físico y emocional. En función de ello, se promueve la
creación y/o fortalecimiento de un tejido social de base que sustente y favorezca interacciones
sanas y enriquecedoras.

Un aspecto que se trabaja de manera transversal dentro del proceso terapéutico, es el hecho de
que la intervención social provee de un marco socioeducativo, cuyo objetivo principal es ofrecer
información y educar en distintas materias de interés de la persona que consulta. Por ejemplo,
informar desde procedimientos para el acceso a nivelación de estudios, inscripción en registros
municipales para la búsqueda de empleo, hasta materias de violencia intrafamiliar y derechos
humanos. También lo socioeducativo apunta a cuestionar las creencias, costumbres, valores y
mitos que se instalan desde el macrosistema (la cultura) y que influyen en los sentimientos de
culpa y en la mantención de dinámicas abusivas, con el objeto de facilitar el proceso
psicoterapéutico llevado a cabo paralelamente.

2.2.4. Intervención Psiquiátrica

La intervención psiquiátrica comprende dos tareas principales:

· Diagnóstico clínico: Cumple una función elemental dentro del proceso evaluativo. Permite
descartar o confirmar la presencia de cuadros clínicos que incidan de manera significativa en
el estado de bienestar de la persona. Este proceso permite orientar y planificar la
intervención global, junto con sus posibles riesgos y el pronóstico asociado.

· Tratamiento de las manifestaciones sintomáticas: Iniciado el proceso diagnóstico y en virtud


de los resultados arrojados en relación a éste, el psiquiatra evalúa la calidad y magnitud de
las expresiones sintomáticas experimentadas por la/el consultante, determinando si
procede o no la indicación farmacológica. Este procedimiento tiene por objeto, promover el
alivio sintomático y clarificar el diagnóstico clínico. Esto le permite al equipo orientar y
establecer líneas de acción, ajustando, seleccionando y jerarquizando los objetivos, en
función de las limitaciones transitorias o permanentes que pueda conllevar la presencia de
sintomatología aguda o crónica, así como la existencia de una alteración más persistente del
funcionamiento de la personalidad. La planificación del trabajo debe contemplar estos
aspectos al momento de diseñar la intervención por focos de conflicto y las estrategias
propuestas para ello.

A esta labor conjunta se le asigna el nombre de co-terapia15, transformándose en un


elementos central de todo proceso interventivo.

15
Se hace referencia a la realización coordinada de dos intervenciones paralelas conducidas por psicólogo/a
y psiquiatra.

122
2.2.5. Intervención Legal

La intervención legal tiene por objeto orientar a las/los consultantes respecto de la posibilidad de
iniciar un proceso judicial, tendiente a perseguir la responsabilidad penal del agresor y entregar
una opinión responsable acerca de las posibilidades reales de resolución del proceso. En la
mayoría de los casos consultados por esta población, el delito que han sufrido (específicamente la
acción penal) se encuentra prescrito, es decir, ha pasado una cierta cantidad de tiempo que hace
jurídicamente imposible perseguir penalmente esa responsabilidad (10 años para el caso de los
crímenes y 5 años para los simples delitos).

Sin perjuicio de lo anterior, el espacio de orientación en el ámbito legal está siempre abierto para
las/los consultantes, pues en muchas ocasiones, a pesar de saber y entender que el delito está
prescrito, demandan hacer pública su vivencia a través de la denuncia ante la autoridad
correspondiente, que pueda servir como antecedente concreto para la investigación de un
eventual delito sexual cometido por el mismo agresor.

123
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