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Cavas 2011 PDF
Cavas 2011 PDF
DIRECTOR GENERAL
INSTITUTO DE CRIMINOLOGÍA
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VERSIÓN 2011
COMITÉ EDITORIAL:
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Reconocimiento a los profesionales que participaron en la elaboraron de la versión, año 2003
COMITÉ EDITORIAL
Carolina Navarro Medel
Lorena Contreras Taibo
Marcelo Pérez Adasme
Rodrigo Torres Vicent
Sofía Huerta Castro
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INTEGRANTES DE CAVAS METROPOLITANO 2011
Área Reparación
Coordinadora Unidad de Atención Adultos: Ps. María de los Ángeles Aliste Sánchez
Equipo Social
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Psq. Infanto-Juvenil Verónica Bennet Nualart
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ÍNDICE
1. Introducción
2. Objetivos General y Específicos
3. Población Potencial y Objetivo
4. Estructura Organizacional
6. Estrategias de Autociudado
1. Perspectiva Jurídica
2. Perspectiva Psicosocial
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2.6 Factores de Riesgo y Factores Protectores frente a la Agresión Sexual
2.6.1 Factores de Riesgo o Vulnerabilidad
2.6.2 Factores Protectores o de Resiliencia
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c.2. Intervención social con grupo con padres y/o figuras responsables
1.2.3. Etapa de Egreso y Seguimiento
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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PRESENTACIÓN VERSIÓN 2003
Este libro viene a constituir un viejo anhelo de todos los que han participado en un fascinante
proyecto, el Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales, CAVAS, inserto en la Policía de
Investigaciones de Chile, cuyo equipo profesional de carácter interdisciplinario, por más de 16
años, ha contribuido no sólo a la reparación del daño psicosocial que han experimentado las
víctimas producto del delito, sino que, precisamente, ha puesto a la víctima en el centro de
atención del sistema penal.
En primer lugar, deseo explicitar un merecido reconocimiento a todos los que han sido parte
integrante del Centro, desde sus titubeantes inicios hasta aquellos que hoy conforman un sólido
equipo profesional de amplio prestigio en el medio científico ligado al sistema penal, como de la
comunidad en general. Todos ellos, desde sus diversos roles y funciones, ya sea como profesional
o como apoyo a la función terapéutica, han dado muestras de un envidiable espíritu de
solidaridad, compromiso con el servicio público y de respeto por las personas que se encuentran
en una situación de aflicción o vulnerabilidad.
Un mérito especial tiene el actual equipo profesional, que tras dos años de arduo trabajo ha
podido sistematizar la valiosa información acumulada que se presenta hoy en este invaluable
documento, que sintetiza la experiencia de su trabajo con más de 9.000 víctimas de delitos
sexuales que han concurrido hasta el Centro buscando ayuda. Valga también un reconocimiento a
las víctimas, especialmente niños y mujeres, que han confiado en los profesionales del CAVAS, al
exponer sus conflictos más íntimos y abrir sus vidas como una forma de encontrar el equilibrio que
les permita reconstruir su continuo vital, sin duda ellas han sido el motivo de inspiración de este
libro.
HISTORIA
Dentro del desarrollo mundial de la Victimología, existe consenso que uno de los hitos
importantes corresponde a los acuerdos alcanzados en 1985 en Milán, Italia, con ocasión del
VIICongreso de Naciones Unidas para la “Prevención del delito y tratamiento del delincuente”. En
efecto, desde allí surgen una serie de recomendaciones para los países, entre las cuales, se
encuentran consideraciones respecto al trato, la privacidad, el tratamiento y la información a las
víctimas del delito, en especial, se aboga por aquellas más afectadas por la acción delictiva, como
son niños y mujeres víctimas del delito sexual. Asimismo, se insta a los gobiernos a la creación de
Centros Victimológicos con la tarea de acoger y reparar en lo posible los daños psicológicos y
sociales de las víctimas del delito.
Se podría señalar que las principales motivaciones subyacentes a la creación del Centro fueron,
por una parte, el conocimiento de tales acuerdos derivados del seno de Naciones Unidas, que
sentaron las bases para conformar lo que hoy llamamos el “derecho victimal” y, por otra, la
constante vinculación con la realidad observada en la Brigada Investigadora de Delitos Sexuales y
Menores de la Policía de Investigaciones de Chile, lugar al que llegaban numerosas personas,
particularmente menores de edad y mujeres, con el drama de haber sido víctimas de algún delito
sexual, sin tener la posibilidad de concurrir a algún establecimiento especializado con el fin de
recuperarse del daño experimentado.
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En este contexto, sólo dos años después de las importantes recomendaciones elaboradas por la
ONU, luego de una proposición al Director General de la Policía de Investigaciones de la época, se
consolida el primer centro victimológico del país, el Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados
Sexuales - CAVASy segundo en Iberoamérica, luego del creado por la Dra. Hilda Marchiori en
Córdoba, Argentina, en 1986.
Debe entenderse que la historia de la victimología en nuestro país comienza a escribirse en el año
1987, precisamente con la inauguración del CAVAS, el día 17 de noviembre, con la presencia de
importantes autoridades de gobierno, como los ministros de Educación, Salud e Interior. Luego de
cinco arduos meses de preparación del equipo profesional y de apoyo, el Centro inicia su fructífera
labor tendiente, por una parte, a asistir en forma integral a las víctimas de los delitos sexuales
como a sus figuras significativas y, por otra, a elaborar estrategias que permitan a la comunidad
lograr una efectiva prevención de estos ilícitos.
En verdad, el Centro nace en momentos difíciles de nuestra historia. Un país caracterizado por una
evidente concentración del poder en el gobierno, traducida en restricciones de las libertades
públicas que conllevaban una escasa participación ciudadana, lo que se acentuaba con una clara
polarización ideológica en la que el país se encontraba, además de un notorio cuestio-namiento
por parte de la comunidad internacional tanto de la forma cómo se actuaba con relación a los
derechos humanos, así como de la adopción de políticas centradas en crecimientos
macroeconómicos, de corte neoliberal que, en algún sentido descuidaban una visión social de los
conflictos.
En este contexto, la inserción de un Centro Victimológico al interior de la policía, podría haber sido
considerado por algunos como una oportunidad para mejorar su imagen pública deteriorada
producto del momento político – social que el país vivía; sin embargo, el apoyo a este proyecto
con un incuestionable sentido humanitario, por parte de sus máximas autoridades, llevó a que la
propia Policía de Investigaciones se consolidara, gracias al CAVAS, en los ámbitos judiciales,
académicos y comunitarios, tanto nacionales como internacionales, en una organización
preocupada por la salvaguardia de los derechos de las personas: el derecho a vivir en una sociedad
más segura y el derecho a poder optar a la reparación de los daños psicológicos causados por el
delito.
Dada esta situación, el equipo profesional interdisciplinario estimó necesario ir satisfaciendo otras
expectativas de la comunidad, del sistema judicial, de las redes sociales y de la propia institución.
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La investigación científica pasó a ser un objetivo esencial del equipo, era preciso tener los
fundamentos necesarios para mejorar la función y alcanzar una alta especialización en el área. Así,
se fueron generando diversos convenios con universidades que dictan las carreras de psicología,
trabajo social y derecho, para la realización de prácticas profesionales, como asimismo, se
ofrecieron temas de interés victimológico y criminológico con el fin de elaborar tesis de grado y
memorias de título a licenciados, que con su aporte han ayudado a conformar un bagaje científico
fundamental para diseñar adecuadas estrategias terapéuticas, presentar nuevos modelos de
intervención, revisar las metodologías empleadas en el ámbito de peritajes; como asimismo,
investigaciones tendientes a la dimensión de la criminalidad, como lo son los estudios de
victimización.
Una de las tareas más importantes asumidas por el INSCRIM, por la implicancia que tiene para los
procesos judiciales, es la referida a los peritajes, en especial, aquellas que dicen relación con los
delitos sexuales, que diagnostican el daño psicosocial de las víctimas o valoran la credibilidad de
sus declaraciones y la de imputados que son prestadas en los tribunales. Las pericias, sin lugar a
dudas, se han transformado en valiosos aportes para una mejor administración de justicia, en la
medida que los jueces pueden contar, para el ejercicio de su delicada misión, con una valoración
de los trastornos psíquicos de la víctima, como igualmente, pueden tener otra perspectiva
profesional acerca de la veracidad de los testimonios de los participantes, que les facilite la difícil
determinación de acreditar o rechazar la presencia de un ilícito.
Esta labor pericial obtuvo un importante reconocimiento, mediante un autoacordado resuelto por
la Corte Suprema, en Octubre de 1996, que señala que los informes realizados por los
profesionales que se desempeñan en el Instituto de Criminología tienen el carácter de peritajes. A
partir de esta resolución, la demanda de intervenciones provenientes desde los tribunales se vio
incrementada en forma notoria, pasando a ser ésta una labor primordial del Instituto.
Este estudio de carácter pionero, que contó con el patrocinio del Instituto Latinoamericano de las
Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente, representó un
importante desafío en el campo de la investigación científica del fenómeno criminal aplicado a la
realidad nacional. Su análisis se fijó en el fenómeno de victimización desde una perspectiva
psicosocial, por lo que tomó en cuenta todos aquellos aspectos relevantes que ocurren en torno al
proceso en el cual una persona se convierte en víctima de un delito. Dentro del proceso de
victimización, se describieron sus componentes fundamentales: el delincuente, la víctima, el delito
y los factores situacionales que conforman el fenómeno delictual; profundizando el análisis en las
consecuencias que el delito provoca en las víctimas. Las consecuencias de la victimización son
siempre negativas, sobretodo porque genera perturbaciones a nivel conductual, que inhiben el
normal desarrollo de las personas victimizadas al verse quebrantada y violada su integridad
psicológica, física y/o económica.
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El trabajo profesional, la esmerada dedicación de todos sus integrantes y la experticia alcanzada
por casi dos décadas en el plano criminológico y victimológico gracias a la asistencia de más de
9.000 víctimas y la ejecución de más de una decena de investigaciones en el área, llevó a que el
INSCRIM interviniera como asesor permanente de la comisión Constitución, Legislación y Justicia
del Senado en la discusión de la nueva ley de delitos sexuales.
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Capítulo I
CAVAS METROPOLITANO
1. INTRODUCCIÓN
Desde el año 2005, CAVAS presenta una diferenciación en su organigrama según el área de
trabajo en torno a la atención a víctimas. De este modo, se distingue el ÁREA PERICIAL y el
ÁREA REPARATORIA, como dos unidades de trabajo independientes. La primera de ellas, tiene
por objetivo central la realización de peritajes solicitados por tribunales de justicia y fiscalías.
La segunda tiene por misión brindar apoyo y asistencia reparatoria a la víctima directa y su
grupo familiar, mediante la aplicación de un conocimiento especializado e interdisciplinario,
que permita prevenir y reparar los efectos psicosociales negativos provocados por los
procesos de victimización primaria y secundaria.
Este servicio, ha tenido por misión, promover el posicionamiento de la víctima como sujeto
dentro del fenómeno criminal, instando por el respeto integral de sus derechos, reconocidos
por la comunidad nacional e internacional.
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a la atención integral a las víctimas, los cuales pretenden como meta central, reparar las
secuelas negativas ocasionadas por los proceso de victimización primaria y secundaria en
delitos sexuales. Por otra parte, este departamento ha implementado una línea de trabajo
orientada a la producción y difusión de conocimiento especializado, asumiendo un
compromiso permanente con la formación de nuevos profesionales expertos; finalmente, el
Centro ha colaborado de forma sistemática con la administración de justicia, a través de la
elaboración y remisión de informes técnicos en el que se emite un pronunciamiento sobre el
daño psicosocial generado por el delito.
Objetivo General.
Objetivos Específicos.
Se distinguen tres líneas de desarrollo bajo las cuales se articulan los siguientes objetivos
específicos:
a) Atención Reparatoria.
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b) Colaboración con la Administración de Justicia.
Respecto al volumen de la población potencial global del programa, ésta se calcula de manera
diferenciada para el colectivo infantojuvenil y adulto. En el caso del primer grupo, la cantidad
corresponde al total de denuncias interpuestas en la Región Metropolitana, equiparándose la
población potencial al conjunto de denuncias registradas en torno a estos ilícitos. En el caso
del tramo de edad superior a los 18 años, para el cual no se establece como requisito la
existencia de un parte de denuncia, se añade en sus estimaciones el concepto de cifra negra
del delito.
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En relación al fenómeno de la cifra negra, los estudios nacionales e internacionales indican
que en materias de violencia sexual, existe una elevada proporción de casos que no son
detectados por el sistema judicial, estimándose que este sub-registro alcanza niveles que
fluctúan entre un 70 a un 75 % (Avendaño, C y Vergara, J; SERNAM; 1993). De esta forma,
para la definición de la población potencial adulta, se aplicarán los índices arrojado por las
investigaciones, utilizando como parámetro para la valoración, la siguiente relación
proporcional: por cada caso denunciado en delitos sexuales existen tres ilícitos sin denunciar.
Número de Víctimas en delitos sexuales, durante el año 2010, desglosado por región y categoría de edad de las víctimas.
Fuente Ministerio Público.
TRAMO ETAREO
REGIÓN
1a6 7 a 13 14 a 17 18 a 29 30 a 50 51 o + TOTAL
I 81 147 93 75 46 6 448
II 103 182 205 125 64 8 687
II 85 140 99 73 38 4 439
IV 156 249 178 138 182 22 925
V 364 643 525 343 181 36 2092
VI 179 369 280 178 126 26 1158
VII 137 321 260 162 116 16 1012
VIII 352 710 590 322 187 46 2207
IX 159 387 327 207 110 20 1210
X 131 421 288 186 103 11 1140
XI 49 57 59 12 19 2 198
XII 43 65 62 41 24 10 245
RMCN 452 554 463 501 249 40 2259
RMOR 261 320 241 306 158 25 1311
RMOCC 395 648 406 295 184 26 1954
RMSUR 380 591 390 270 148 21 1800
XIV 77 156 133 79 53 17 515
XV 74 94 79 53 29 6 335
TOTAL 3478 6054 4678 3366 2017 342 19935
Demanda Asistencial.
Bajo el supuesto que toda víctima de este tipo de delitos requiere alguna clase de asistencia
especializada y por ende, debiese obtener dicho apoyo en centros victimológicos netamente
abocados a la tarea reparatoria en violencia sexual, la demanda por este tipo de servicio se
igualaría a la población potencial. En este sentido, el universo de víctimas de delitos sexuales
se transformaría en el parámetro para valorar la presión ejercida desde la población hacia la
red asistencial, permitiendo establecer el número de plazas requeridas que permitan acceder
al mayor porcentaje de personas victimizadas.
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De este modo, la totalidad de la población potencial de CAVAS Metropolitano para el año
2011, calculada en base a las tasas de denuncia del año 2010, se ve reflejada en la siguiente
tabla:
Población Potencial, Población Potencial, Región Metropolitano, categoría de edad de las víctimas e incorporando cifra negra
para población mayor o igual a 18 años. Año 2010.
Oferta Actual.
Tal como se ha indicado, los servicios entregados por CAVAS ÁREA REPARACIÓN se concretan
a través de la aplicación de una metodología de intervención integral, la cual pretenden
reparar las secuelas negativas ocasionadas por los proceso de victimización, focalizándose tal
abordaje, en la interrupción del abuso de las víctimas, la reparación del daño y el
fortalecimiento de los vínculos protectores y de apoyo a nivel familiar y comunitario.
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4. ESTRUCTURA ORGANIZACIONAL
La Jefatura Nacional de Delitos Contra la Familia, tiene por misión proteger la organización de
la unidad familiar, fundamentada en la investigación policial científico técnica y la educación
preventiva comunitaria en el ámbito de los delitos sexuales, maltrato de menores y en
general los que afecten y vulneren la estructura familiar.
Convenios y Licitaciones
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modificándose tal alianza en el año 2008, período en que caduca la vigencia del convenio
establecido entre ambas instituciones. Debido a un cambio de escenario reglamentario, no se
renueva una vez más este tipo de vínculo, debiendo CAVAS adjudicarse mediante licitación, la
ejecución del proyecto de reparación. En el mes de septiembre del mismo año, y luego de
haberse presentado a la convocatoria, se entregan los resultados del concurso, habiéndosele
conferido a CAVAS la responsabilidad de implementar el proyecto licitado.
Por otro lado, a partir de 2006 se pacta un segundo convenio de colaboración entre el
Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) y la Policía de Investigaciones de Chile. Sin perjuicio
de lo anterior, la PDI destina recursos propios para el financiamiento del Centro.
En cuanto al convenio de colaboración suscrito con SERNAM, éste tiene por propósito
contribuir a mejorar la respuesta gubernamental a mujeres que han visto vulnerados sus
derechos humanos en el contexto de situaciones de violencia sexual. El proyecto se organizó
en torno a tres etapas de implementación, cuyas fases estuvieron estructuradas en torno a
las líneas de acción de atención a mujeres víctimas y capacitación de las redes involucradas en
la temática.
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valoración cualitativa que efectúe respecto al desempeño de los equipos. En este sentido, a
través de ello, se pretenden obtener una retroalimentación de los niveles de logro de los
objetivos propuesto en la planificación anual de cada Unidad del CAVAS reparación. Una vez
analizado el material y sistematizado los resultados, son presentados éstos a la dirección del
Instituto.
Se han diseñado procedimientos que posibilitan supervisar y evaluar la gestión general del
Centro y el desempeño profesional, tanto a nivel administrativo como técnico. Para dicho fin,
se han confeccionado e implementado sistemas de registros que permiten obtener la
información necesaria para evaluar el comportamiento de los indicadores de gestión.
Cabe señalar que los datos arrojados por estas planillas, son utilizados para evaluar el
desempeño profesional y levantar la información requerida para el cálculo de los
indicadores de gestión del Centro. La información arrojada por estos instrumentos, se
sistematiza de forma semestral y anual.
Para cada fase que atraviesa el consultante, (fase pre ingreso, calificación diagnóstica,
profundización diagnóstica e intervención reparatoria), se han elaborado instrumentos de
registro, que dan cuentan de las acciones realizadas.
Para todo lo referido a los procesos de recepción e ingreso de casos, existen pautas de
registro en las que se consigna la información recopilada durante las etapas antes
referidas. Dichos antecedentes, son documentados y almacenados en distintos archivos
con el objeto de resguardar la información que contienen.
Por otra parte, cada procedimiento de orden técnico que se ejecuta durante el proceso de
intervención psicosocial, cuenta con protocolos de registro manual, instrumentos en los
que se plasma las acciones efectuadas por los profesionales, siendo archivadas dichas
pautas en las carpetas correspondientes a cada consultante. Entre los instrumentos
referidos se encuentran: ficha de demanda de atención, ficha de orientación, ficha de
ingreso, consentimientos informados, pauta de derivación, pauta diagnóstica, plan de
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intervención individual, pautas de entrevista social, legal y psiquiátrica, pauta de
derivación, pauta de egreso, entre otras.
Finalmente, se cuenta con una base de datos estadísticas, en las que se consignan
antecedentes respecto a las características de la población ingresada al programa,
permitiendo tales registros acceder a información relacionada con el delito, con la víctima
y las circunstancias asociadas a su ingreso.
Cabe señalar, que las reuniones técnicas revisten de gran importancia, dado los beneficios
directos que obtienen los consultantes al perfeccionar la metodología de intervención, así
como también, al cubrir las necesidades del profesional en cuanto a contar con una red de
apoyo al interior del equipo.
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5.4 Coordinación con otras instituciones.
6. ESTRATEGIAS DE CUIDADO.
La problemática del autocuidado del equipo, así como del desgaste de los profesionales que
trabajan en maltrato, constituye una temática incorporada de manera intencionada al
funcionamiento del programa desde el año 2002. En este sentido, las estrategias que desde
entonces se han implementado se han orientado principalmente a la visibilización, reconoci-
miento y toma de conciencia del problema del desgaste de los profesionales y equipos que
trabajan en temáticas de violencia, y a la búsqueda de soluciones y modos de abordaje.
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Al respecto, el elemento central y eje de la política de cuidado del equipo de CAVAS, ha sido la
capacitación y formación permanente de sus miembros, en el entendido que la
autopercepción de eficacia, conocimiento y dominio, constituye uno de los factores
protectores más importantes en el trabajo con violencia y maltrato. De igual manera se ha
implementado de manera sistemática la intervención de profesionales del área, externos al
programa, quienes realizan las intervenciones vinculadas a aquellas temáticas de autocuidado
del equipo que dificulten de manera interna la labor de los profesionales que trabajan en el
Centro.
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Capítulo II
1. Perspectiva Jurídica
Nuestro Código Penal entró en vigencia en el año 1874 y el tratamiento legal de los delitos
sexuales se mantuvo invariable hasta el año 1999, fecha en que la Ley 19.617 introdujo una gran
cantidad de cambios en la tipificación de estos y una serie de avances en el ámbito procesal penal.
Asimismo, en enero del año 2004 entró en vigencia la ley 19.927 que también introduce
importantes modificaciones al Código Penal, al Código de Procedimiento Penal y al Procesal Penal
en materia de delitos relacionados con la pornografía infantil. Todas estas modificaciones eran
indispensable hacerlas, puesto que los términos utilizados en el Código, la redacción misma de los
tipos legales, algunas penas y delitos, como el Rapto y la Sodomía, eran propios de la realidad de
fines del Siglo XIX. La mayoría de los delitos sexuales no estaban ni siquiera definidos y, por lo
tanto, había que recurrir a la doctrina y a la jurisprudencia para interpretar la enredosa
terminología allí utilizada, con la consecuente disparidad de criterios de cada autor o cada Juez.
Los delitos sexuales están contenidos en el Título VII del Libro II del Código Penal: “Crímenes y
simples delitos contra el orden de las familias, contra la moralidad pública y contra la integridad
sexual”. En la actualidad hay acuerdo en la doctrina y la jurisprudencia que el principal bien
jurídico protegido es la Libertad Sexual, es decir, el derecho que cada uno de nosotros tiene de
elegir cómo, cuándo, dónde y con quién ejercer nuestra sexualidad o tener relaciones sexuales1.
Ahora bien, este bien jurídico no puede ser reconocido a los menores de edad, puesto que no
tienen el desarrollo psicosexual necesario y adecuado para poder ejercer libremente su sexualidad
y no están en condiciones de expresar su voluntad en ese sentido. En estos casos, el bien jurídico
protegido se conoce como la Indemnidad Sexual.
1
Apartado elaborado por el Abogado Sebastián Mandiola T., con fines de docencia.
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1.1. VIOLACIÓN
El artículo 361 del Código Penal define este delito, también conocido como violación propia, de la
siguiente manera: “Comete violación el que accede carnalmente, por vía vaginal, anal o bucal, a
cualquier persona mayor de catorce años, en alguno de los casos siguientes:
El texto legal exige como sujeto pasivo a una PERSONA (hombre o mujer) y como sujeto activo, a
un hombre. Cabe señalar que, según esta redacción, el hombre es el único habilitado para acceder
carnalmente puesto que sólo a través del pene se puede realizar esta acción; cualquier acto de
penetración utilizando objetos, los dedos u otro, corresponde al delito de Abuso Sexual o Abuso
Sexual Agravado, que veremos más adelante.
La tipicidad del delito de violación se produce por la falta de voluntad de la víctima, la que se
expresa por cualquiera de tres circunstancias:
La privación de sentido es la falta de conciencia que experimenta la víctima, ya sea por causas
ajenas o por su propia voluntad, que le impiden otorgar su consentimiento (o resistir la violación).
Se trata de un estado generalmente transitorio y cuyas causas pueden ser patológicas,
accidentales (golpe), por la ingestión de drogas, alcohol, estados de somnolencia profunda, etc.
El segundo caso se refiere principalmente a una incapacidad física (personas con movilidad
reducida, sordo-mudos, etc.) de la víctima que le impediría resistir una violación. De esta
circunstancia se aprovecha el victimario para cometer el delito.
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Es importante destacar que la patología debe ser notoria o conocida por el autor y éste debe
abusar de ella para lograr el acceso carnal. De ser de otra manera, se estaría desconociendo el
derecho a la libertad sexual que tienen las personas que padecen alguna enajenación o trastorno
mental.
El artículo 362 del Código Penal sanciona la violación a una persona menor de 14 años (conocida
doctrinariamente como violación impropia), de la siguiente manera: “El que accediere
carnalmente, por vía vaginal, anal o bucal, a una persona menor de catorce años, será castigado
con presidio mayor en cualquiera de sus grados, aunque no concurra circunstancia alguna de las
enumeradas en el artículo anterior”.
Esta causal viene dada en razón de la incapacidad legal del ofendido(a) para dar su
consentimiento, dada su corta edad, aún cuando no concurra ninguna de las hipótesis de comisión
del delito de violación. La ley prescinde de su voluntad por considerar a la persona impúber
incapaz absoluta siéndole irrelevante, inclusive, el hecho de haber incitado ella misma al autor. Se
protege la indemnidad sexual del menor de 14 años.
En cuanto a su penalidad, la violación propia es castigada con presidio mayor en su grado mínimo
a medio, es decir, esta pena comprende entre cinco años y un día a quince años. En el caso que la
víctima sea menor de 14 años cumplidos (violación impropia), la pena será de presidio mayor en
cualquiera de sus grados, es decir, de cinco años y un día a veinte años.
Es importante destacar que la Ley 19.617 de 1999, incluyó en el artículo 369 del Código Penal la
violación o abuso sexual cometido por el cónyuge o conviviente: “En caso de que un cónyuge o
conviviente cometiere alguno de los delitos previstos en los artículos 361 y 366 Nº 1 en contra de
aquél con quien hace vida en común, se aplicarán las siguientes reglas:
1ª Si sólo concurriere alguna de las circunstancias de los numerandos 2º ó 3º del artículo 361, no se
dará curso al procedimiento o se dictará sobreseimiento definitivo, a menos que la imposición o
ejecución de la pena fuere necesaria en atención a la gravedad de la ofensa infligida.
2ª Cualquiera sea la circunstancia bajo la cual se perpetre el delito, a requerimiento del ofendido se
pondrá término al procedimiento, a menos que el juez no lo acepte por motivos fundados.”
Esta regulación no ha estado exenta de críticas, puesto que la persecución penal sólo se limita a
los casos en que la violación o abuso sexual sea cometido con fuerza o intimidación, y porque se
establecen reglas especiales que entregan al sólo criterio del Juez la posibilidad de no dar curso al
procedimiento o sobreseerlo, en atención a la gravedad de la ofensa inflingida o a requerimiento
del ofendido(a), lo que se apreciará en cada caso.
Finalmente, el artículo 372 bis se refiere al caso de la violación con homicidio y señala que: “El que,
con ocasión de violación, cometiere además homicidio en la persona de la víctima, será castigado
con presidio perpetuo a presidio perpetuo calificado”. Es decir, 20 años como mínimo antes de
acceder a la posibilidad de obtener el beneficio de la libertad condicional, a 40 años como mínimo
para acceder al mismo beneficio.
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1.2. ESTUPRO
Este delito se encuentra en el artículo 363 del Código Penal que señala: “…el que accediere
carnalmente, por vía vaginal, anal o bucal, a una persona menor de edad pero mayor de catorce
años, concurriendo cualquiera de las circunstancias siguientes:
Esta circunstancia incluye las patologías psiquiátricas que padezca la víctima que NO
tengan la gravedad o intensidad necesaria para constituirse en enajenación o trastorno mental,
puesto que si así fuera se trataría del delito de violación. El Informe Pericial Psiquiátrico o
Psicológico que se realice en la investigación, es el que determinará la entidad de la anomalía o
perturbación mental y despejará cualquier duda en la tipificación del delito.
2º Abuso de una relación de dependencia de la víctima, como en los casos en que el agresor
está encargado de su custodia, educación o cuidado, o tiene con ella una relación laboral.
Las relaciones de dependencia a que se refiere esta circunstancia son sólo ejemplificadoras,
puesto que existen muchas otras formas en que puede someterse una voluntad al arbitrio de otra
en razón de una relación de dependencia. La ley tampoco exige ningún requisito de formalidad,
permanencia o antigüedad de la relación. Lo que, en verdad, interesa es que exista un vínculo de
dependencia –cualesquiera sea su fuente o sus circunstancias-, en que haya una efectiva relación
de dominio de una voluntad sobre otra, y que reste a la segunda la libertad necesaria para
expresarse y autodeterminarse en el ámbito de las conductas sexuales.2 En todo caso, no basta la
concurrencia objetiva de la relación de dependencia, sino que se requiere que quién ocupa la
posición de superioridad la haya utilizado en miras a la obtención de la cópula, lo cual
normalmente supone actos directos en que esto se materializa, que podrían enmarcarse en el
concepto de “actos de seducción”.3
2
Rodríguez Collao, Luis. “Delitos Sexuales” Ed. Jurídica de Chile. 2001. Pág.177.
3
Garrido Montt, Mario. “Derecho Penal” Ed. Jurídica de Chile. 2002. Pág. 388.
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1.3. ABUSOS SEXUALES
Hasta antes de la tantas veces mencionada reforma del año 1999, el artículo 366 del
Código Penal establecía el delito de Abusos Deshonestos, que fue el gran “saco” o figura residual
donde cabían todas las conductas sexuales que no fueran constitutivas de otro delito.
La ley penal en este delito, también hace una distinción en cuanto a la edad de la víctima,
para efectos de su Penalidad.
a) Abuso Sexual propio: El artículo 366 señala: “El que abusivamente realizare una acción sexual
distinta del acceso carnal con una persona mayor de 14 años…”.
§ Con circunstancias del estupro: presidio menor en su grado máximo (3 años y un día a 5 años),
siempre que la víctima fuere menor de 18 años pero mayor de 14.
b) Abuso Sexual impropio: El artículo 366 bis repite la tipificación: “El que realizare una acción
sexual distinta del acceso carnal con una persona menor de catorce años, será castigado con la
pena de presidio menor en su grado máximo a presidio mayor en su grado mínimo” (3 años y un
día a 10 años), aún cuando realice la acción sin las circunstancias de violación o estupro.
c) Abuso Sexual agravado: El artículo 365 bis, también incluido por la ley 19.927 de enero de 2004,
establece que: “Si la acción sexual consistiere en la introducción de objetos de cualquier índole, por
vía vaginal, anal o bucal, o se utilizaren animales en ello...”.
2.- Si la víctima fuere menor de 14 años: presidio mayor en cualquiera de sus grados, es decir, 5
años y 1 día a 20 años.
3.- Si concurren cualquiera circunstancia del estupro y la víctima tiene entre 14 y 18 años: presidio
menor en su grado máximo a presidio mayor en su grado mínimo, es decir, 3 años y 1 día a 10
años.
29
1.4. INCESTO
Es muy común en nuestro país que se confunda este delito con cualquier otro que sea cometido
por un pariente cercano, como por ejemplo una violación “incestuosa”. En este último caso se
aplica la agravante de parentesco del artículo 13 del Código Penal: "Ser el agraviado cónyuge,
pariente legítimo por consanguinidad o afinidad en toda la línea recta y en la colateral hasta el
segundo grado inclusive, padre o hijo natural o ilegítimo reconocido del ofensor". Por lo tanto, en
esta situación se aplicaría la pena establecida por la ley para la violación, pero si concurre dicha
agravante, se aumenta en un grado.
Nuestro Código Penal no define este delito. El artículo 375 señala “El que, conociendo las
relaciones que lo ligan, cometiere incesto con un ascendiente o descendiente por consanguinidad o
con un hermano consanguíneo…”. Podríamos definir el incesto como un delito autónomo
establecido por el legislador para el resguardo del orden de la familia, y que se configura por la
relación sexual consentida y el vínculo de parentesco conocido por los copartícipes.
- Delito autónomo: puesto que constituye una figura penal independiente de cualquier otro
delito. Es de coparticipación necesaria, en virtud de que ambos implicados en la relación
sexual incestuosa son coautores del delito, no habiendo por consiguiente, sujeto pasivo o
víctima.
- Vínculo de parentesco y conocimiento de este: el artículo 375 del C.P., sanciona el incesto
cometido con un ascendiente o descendiente por consanguinidad (abuelo, padre, hijo,
nieto) o con un hermano consanguíneo. Si ambos conocen el vínculo, los dos son
sancionados como coautores; si ambas partes lo ignoran, la conducta es inculpable; y si
sólo una de ellas conoce el vínculo y la otra no, se sancionará por el delito de incesto sólo
a la primera.
La penalidad de este delito es la de presidio menor en sus grados mínimo a medio, es decir, de 61
días a 3 años.
1.5. SODOMÍA.
Hasta antes de la modificación realizada por la Ley 19.617 de 1999, se castigaba el sólo hecho de
ser homosexual. La tendencia universal en la actualidad es despenalizar el delito de sodomía, en
razón a un reconocimiento efectivo del derecho a la libertad sexual. Ahora bien, cuando está
involucrado en la relación un menor de edad la situación es distinta.
30
El artículo 365 de nuestro Código señala: “El que accediere carnalmente a un menor de dieciocho
años de su mismo sexo, sin que medien las circunstancias de los delitos de violación o estupro, será
penado con reclusión menor en sus grados mínimo a medio”, es decir, de común acuerdo. La
justificación de la norma es que esta conducta constituye un peligro potencial para el desarrollo
sexual normal de los menores de edad.
La Penalidad del delito de Sodomía es de reclusión menor en sus grados mínimo a medio, es decir,
de 61 días a 3 años.
El artículo 366 quater de nuestro Código señala: “El que, sin realizar una acción sexual en los
términos anteriores, para procurar su excitación sexual o la excitación sexual de otro:
- Las mismas penas se aplicarán a quién realice alguna de las conductas descritas
anteriormente con una persona menor de 18 años pero mayor de 14, siempre que
concurra fuerza o intimidación o cualquiera de las circunstancias del delito de estupro.
La ley 19.927 de enero de 2004, agregó en el Código Penal el nuevo artículo 366 quinquies
referido a la pornografía infantil, que sanciona “al que participare en la producción de material
pornográfico, cualquiera sea su soporte, en cuya elaboración hubieren sido utilizados menores de
18 años...”.
En su inciso 2°, este nuevo artículo define lo que debe entenderse por material pornográfico en
que se utilicen menores de 18 años como: “toda representación de éstos dedicados a actividades
sexuales explícitas, reales o simuladas, o toda representación de sus partes genitales con fines
primordialmente sexuales”.
La misma Ley introduce nuevos artículos (368 bis, 369 ter, 372, 374 bis y 374 ter)
relacionados con esta nueva figura, que principalmente se refieren a:
31
§ clausurara los establecimientos o locales en que se cometan los delitos de prostitución de
menores, producción y comercialización de material pornográfico utilizando menores;
§ facultar a las policías a interceptar o grabar las telecomunicaciones de personas que integren
organizaciones que cometan los delitos ya descritos y autorizar la actuación de agentes
encubiertos en la investigación de los mismos;
El artículo 367 del Código Penal establece: “El que promoviere o facilitare la prostitución de
menores de edad para satisfacer los deseos de otro…”.
Este tipo legal sanciona al vulgarmente conocido como “proxeneta” y el bien jurídico protegido es
claramente la indemnidad e integridad sexual.
La mencionada Ley 19.927, introdujo un nuevo artículo 367 ter que señala: “El que, a cambio de
dinero u otras prestaciones de cualquier naturaleza, obtuviere servicios sexuales por parte de
personas mayores de 14 pero menores de 18 años de edad, sin que medien las circunstancias de los
delitos de violación o estupro...”
Este nuevo artículo es el que finalmente sanciona al “cliente” en la prostitución infantil, que hasta
antes de esta modificación legal se encontraba absolutamente impune.
32
1.10. ULTRAJE PÚBLICO A LAS BUENAS COSTUMBRES Y OFENSAS AL PUDOR.
El artículo 373 del Código Penal establece que: “Los que de cualquier modo ofendieren el pudor o
las buenas costumbres con hechos de grave escándalo o trascendencia, no comprendidos
expresamente en otros artículos…”
Penalidad: reclusión menor en sus grados mínimos a medio, es decir, 61 días a 3 años.
Si estos delitos hubieren sido cometidos por autoridad pública, ministro de un culto religioso,
guardador, maestro, empleado o encargado por cualquier título o causa de la educación, guarda,
curación o cuidado del ofendido, se impondrá al responsable la pena señalada al delito con
exclusión de su grado mínimo, si ella consta de dos o más grados, o de su mitad inferior, si la pena
es un grado de una divisible.
Se exceptúan de esta agravante los delitos en que se usare fuerza o intimidación, abusarse de una
relación de dependencia de la víctima o abusarse de autoridad o confianza.
El artículo 369 ter del Código Penal, establece que cuando existieren sospechas fundadas de que
una persona o una organización delictiva hubiere cometido o preparado la comisión de alguno de
los delitos previstos en los artículos 366 quinquies, 367, 367 bis, 367 ter, inciso primero, y 374 ter,
y la investigación lo hiciere imprescindible, el tribunal, a petición del Ministerio Público, podrá
autorizar la interceptación o grabación de las telecomunicaciones de esa persona o de quienes
integraren dicha organización, la fotografía, filmación u otros medios de reproducción de
imágenes conducentes al esclarecimiento de los hechos y la grabación de comunicaciones.
Igualmente, bajo los mismos supuestos previstos en el inciso precedente, podrá el tribunal, a
petición del Ministerio Público, autorizar la actuación de agentes encubiertos.
El artículo 371 señala que los ascendientes, guardadores, maestros y cualesquiera personas que
con abuso de autoridad o encargo, cooperaren como cómplices a la perpetración de los delitos ya
indicados, serán penados como autores.
El inciso segundo de este artículo señala que los maestros o encargados en cualquier manera de la
educación o dirección de la juventud, serán además condenados a inhabilitación especial perpetua
para el cargo u oficio.
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El artículo 372 establece que los condenados por la comisión de los delitos señalados en contra de
un menor de edad, serán también condenados a las penas de interdicción del derecho de ejercer
la guarda y ser oídos como parientes en los casos que la ley designa, y de sujeción a la vigilancia de
la autoridad durante los diez años siguientes al cumplimiento de la pena principal. Esta sujeción
consistirá en informar a Carabineros cada tres meses su domicilio actual. Asimismo, el tribunal
condenará a las personas comprendidas en el artículo precedente a la pena de inhabilitación
absoluta temporal para cargos, oficios o profesiones ejercidos en ámbitos educacionales o que
involucren una relación directa y habitual con personas menores de edad, en cualquiera de sus
grados.
El artículo 370 señala que además de la indemnización que corresponda conforme a las reglas
generales, el condenado por estos delitos será obligado a dar alimentos cuando proceda de
acuerdo a las normas del Código Civil. Y el artículo siguiente nos dice que el que fuere condenado
por alguno de los delitos indicados cometido en la persona de un menor del que sea pariente,
quedará privado de la patria potestad si la tuviere o inhabilitado para obtenerla si no la tuviere y,
además, de todos los derechos que por el ministerio de la ley se le confirieren respecto de la
persona y bienes del ofendido, de sus ascendientes y descendientes. El juez así lo declarará en la
sentencia, decretará la emancipación del menor si correspondiere, y ordenará dejar constancia de
ello mediante subinscripción practicada al margen de la inscripción de nacimiento del menor.
El pariente condenado conservará, en cambio, todas las obligaciones legales cuyo cumplimiento
vaya en beneficio de la víctima o de sus descendientes.
El artículo 372 ter del Código señala que en estos delitos, el juez podrá en cualquier momento, a
petición de parte, o de oficio por razones fundadas, disponer las medidas de protección del
ofendido y su familia que estime convenientes, tales como la sujeción del implicado a la vigilancia
de una persona o institución determinada, las que informarán periódicamente al tribunal; la
prohibición de visitar el domicilio, el lugar de trabajo o el establecimiento educacional del
ofendido; la prohibición de aproximarse al ofendido o a su familia, y, en su caso, la obligación de
abandonar el hogar que compartiere con aquél.
La Ley 18.216 que establece las Medidas Alternativas a las penas privativas de libertad (Remisión
Condicional de la Pena, Reclusión Nocturna y Libertad Vigilada) establece en su artículo 30 que los
condenados por algún delito sexual, el Tribunal podrá imponer como condición para el
otorgamiento de cualquiera de estos beneficios que el condenado no ingrese ni acceda a las
inmediaciones del hogar, el establecimiento educacional o el lugar de trabajo del ofendido.
34
Finalmente, el D.L. N° 321 sobre Libertad Condicional en su artículo 3° establece que a los
condenados por delitos de violación con homicidio o violación impropia, entre otros, se les podrá
conceder este beneficio sólo una vez que cumplan dos tercios de su condena (la regla general es
que se concede una vez cumplida la mitad de la pena).
La última modificación legal en el ámbito de los delitos sexuales se incorporó con la Ley 20.207 en
agosto del año 2007, la que introduce el nuevo artículo 369 quáter señalando: “En los delitos
previstos en los dos párrafos anteriores, el plazo de prescripción de la acción penal empezará a
correr para el menor de edad que haya sido víctima, al momento que cumpla 18 años”.
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2. Perspectiva Psicosocial
El enfoque de intervención del Centro tiene por sustento teórico una aproximación psicosocial e
integrativa a la problemática de las agresiones sexuales. Este marco es resultado de un proceso de
constante revisión y adecuación de los conceptos utilizados y de la permanente preocupación por
alcanzar una mayor comprensión del fenómeno, dentro de lo cual se incorporan aportes desde la
labor investigativa realizada por los propios profesionales del Centro. A pesar de la presencia de
distintas miradas teóricas dentro del equipo de trabajo, el presente marco pretende ser una
síntesis integrativa de las consideraciones esenciales del fenómeno desde una perspectiva
victimológica y clínica, que resultan ser fundamentos comunes para su comprensión, y que por lo
mismo no pretende ser exhaustiva.
Cabe señalar que la compresión del fenómeno presentada en este marco y su constante revisión,
se constituye en los fundamentos para el desarrollo de intervenciones, que permitan contribuir
más efectivamente a la reparación y el tratamiento de las víctimas.
De este modo, el enfoque teórico utilizado incluye una conceptualización respecto del fenómeno
de las agresiones sexuales, sus orígenes, dinámicas y factores de mantenimiento, así como una
comprensión de sus efectos para el desarrollo y la integridad psíquica de las personas afectadas.
La agresión sexual se considera una forma de violencia sexual, incluyéndose como elemento
esencial el uso de la fuerza o del poder dirigido hacia fines sexuales que la víctima no ha
consentido (Rojas, 1995); “El uso del término violencia sexual es útil siempre que se entienda que
la violencia no sólo se refiere a la fuerza física sino que involucra otras formas de coerción y abarca
todo el espectro de agresiones y abusos en torno a la sexualidad” (SERNAM, 1993).
Según W. Preudergast (1995) existirían tres factores comunes a todo tipo de agresión sexual. El
primero de ellos alude al uso (abuso) de fuerza o autoridad de una persona mayor y poderosa
sobre otra más pequeña, débil o vulnerable. En este sentido, y considerando el contexto socio-
cultural de nuestra realidad, son los niños/as, adolescentes y mujeres quienes quedan en una
posición de mayor vulnerabilidad. El segundo factor apunta a que la fuerza o el poder que posee
esa persona son utilizadas para seducir sexualmente, tocar, acariciar o tener cualquier
36
acercamiento de tipo sexual con la víctima. Por último, el autor señala el hecho que la víctima -
estando bajo presión, miedo, inadecuación emocional o intelectual y/o inmadurez para reconocer
o resistirse a la situación que está pasando- accede a los requerimientos del agresor, al no tener
posibilidad de elección.
De lo anterior se desprende que en una agresión sexual se encuentra por un lado una persona que
es catalogada como agresor (o victimario), en tanto ha hecho uso de una o más conductas de tipo
violentas como fuerza física, intimidación, coerción, engaño, obligación del secreto entre otros,
tendientes a la consecución de metas sexuales deseadas por él. Por otra parte, una persona
designada como víctima, que ve limitado el espectro de opciones posibles por el uso de estas
conductas violentas o del abuso de poder sobre su persona, participando en una situación sexual
sin implicar su deseo ni voluntad (Sat y Villagra, 2002).
De tal modo, en determinadas circunstancias cualquier persona, más allá de sus características
particulares puede ser víctima de agresión sexual. Sin embargo, una importante distinción para la
compresión de dicho fenómeno hace referencia a la edad de la víctima, pudiendo establecerse una
delimitación entre agresión sexual contra adultos y contra menores de edad.
En general existe consenso respecto a que las víctimas de la mayoría de las agresiones sexuales
son menores de edad (Larraín, Vega y Delgado, 1997; MINSAL, 1998). En dicho sentido, los
registros del Servicio Médico Legal (Nahuelpán, 2002) revelan que alrededor de un 78% de los
casos de agresiones sexuales atendidos entre los años 1991 y 2001 son cometidos a menores de
18 años. Esta tendencia es consistente con los registros de este Centro ya que, el 88,5% de las
víctimas ingresadas a CAVAS Metropolitano durante el periodo 2001 y 2007, eran menores de 17
años.
Según un estudio realizado por el Ministerio de Salud en el año 2000 para determinar
comportamiento sexual, en una muestra representativa del país (5.407 personas, de entre 18 y 69
años), reportó que 7 de cada 100 mujeres habría sufrido violación sexual (Bravo 2000, en Bain y
Yánez, 2002).
En términos generales, se puede definir la violencia sexual como: “Todo acto sexual, la tentativa
de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones
para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante
coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier
ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo" (OMS, 2005).
37
Por su parte, Echeburúa y cols (1995) definen la violencia sexual como cualquier actividad no
consensuada lograda mediante la coacción, la amenaza de usar la fuerza o la utilización de la
misma, destacando la importancia de los factores subjetivos implicados, planteando que debiera
imperar como criterio central la percepción de la propia víctima, inclusive por sobre las
circunstancias y formas mismas que adquiera la agresión.
Específicamente en relación a la agresión sexual infantil, desde el ámbito legal, médico, social y
psicológico, se han planteado diversas definiciones las cuales, aun cuando presentan aspectos
comunes, difieren en su énfasis.
Finkelhor y Redfield (1984), definen el abuso sexual infantil, como “cualquier contacto sexual
entre un adulto y un niño sexualmente inmaduro (la madurez sexual se define social y
fisiológicamente) con el propósito de la gratificación sexual del adulto; o cualquier contacto sexual
de un niño por medio del uso de la fuerza, amenaza o engaño para asegurar la participación del
niño; o el contacto sexual donde el niño es incapaz de consentir por virtud de la edad o por
diferencias de poder y por la naturaleza de la relación con el adulto”.
Por tanto, el concepto de agresión sexual incorpora la noción de una acción sexual transgresora e
impuesta por un otro, es decir una acción abusiva por parte de un agresor hacia una víctima,
poniendo el énfasis en el carácter relacional de este fenómeno.
Otro de los aspectos, que se considera en las definiciones de agresión sexual, es que existe un acto
sexualmente abusivo, lo que se refiere a aquellas conductas que incluyan coito, sexo anal u oral,
penetración digital o de objetos, tocaciones de pechos o genitales, masturbación, exhibicionismo,
exposición a pornografía e incitaciones a participar en actividades sexuales (Smith y Bentovim,
1994). Estas actividades sexuales son inapropiadas para la edad y desarrollo psicosexual del
niño/a o adolescente, siendo éste sexualmente inmaduro, no pudiendo comprender el sentido de
tales actividades, por la falta de conocimiento del significado social y de los efectos psicológicos de
los encuentros sexuales (MINSAL, 1998b; Finkelhor, 1984, en Smith y Bentovim, 1994; Kempe,
1978, en Barudy, 1998; Glaser y Frosh, 1997). En este sentido, Barudy (1998) plantea que “no
existe una relación apropiada entre un niño y un adulto, atribuyendo la responsabilidad de éste
tipo de acto exclusivamente al adulto” (pág. 161).
En las diversas definiciones que existen de agresión sexual infantil, comúnmente se especifica la
edad y el nivel de desarrollo del niño/a y del abusador y se selecciona una edad cronológica para
definir los límites de la agresión, considerando principalmente dos variables. Por una parte, se
define la “edad de consentimiento”, previo a lo cual el niño/a no tendría el conocimiento para
consentir o no una relación sexual. Por otro lado, se postula una diferencia de edades entre la
víctima y el agresor de alrededor de cinco años o más para que un contacto sexual sea
considerado abusivo, debido a que la asimetría de edad impediría la verdadera libertad de
decisión y la actividad sexual común, ya que los participantes tienen experiencias, grado de
madurez y expectativas diferentes (Cantón y Cortés, 1999).
Así, se establece como característica esencial de la agresión sexual infantil, la existencia de una
relación asimétrica, debido a la edad de los niños/as, su vulnerabilidad y a que éstos
estructuralmente dependen del adulto (Barudy, 1998). Es decir, la dependencia es uno de los
factores que los definen como niños/as, existiendo en la relación entre éstos y los adultos una
estructura de poder-dependencia, en donde la confianza se constituye como parte integral de la
38
dependencia. De este modo, la actividad sexual entre un niño/a y un adulto siempre implica una
explotación de poder, por lo que nunca puede ser otra cosa que abuso (Glaser y Frosh, 1997).
También se considera que el acto abusivo es realizado sólo con el fin de la gratificación o
satisfacción sexual del adulto, tomando al niño/a como objeto, cosificándolo (Barudy, 1998;
Finkelhor, 1984). “Cuando un adulto abusa sexualmente de un niño, considera que puede utilizar
el cuerpo de éste a su antojo. (…) En el encuentro sexual entre un adulto y un niño, éste es
despojado del beneficio de la experiencia. Puesto que el adulto es el único beneficiario, se trata de
una relación abusiva” (Perrone y Nannini, 1998, pág. 106-107).
El contacto sexual no deseado es otro elemento incluido en las definiciones. Los diversos autores
denominan que la participación del niño/a en este contacto no deseado se realiza a través del uso
de la coacción (Glaser y Frosh, 1997), coerción y asimetría de poder (Barudy, 1998), imposición
bajo presión (Kempe 1978, en Barudy, 1998), participación forzada (MINSAL, 1998b), coerción
mediante fuerza física, presión o engaño (López, Hernández y Carpintero, 1995, en Cantón y
Cortés, 1999), entre otras.
Una visión integradora de estos métodos coercitivos es la que realiza Glaser y Frosh (1997), que
plantean que la agresión sexual infantil en todos los casos incluye el uso de coacción, la cual puede
ser explícita o implícita. La coacción explícita es cuando se usa directamente la fuerza física, la
violencia, el uso de armas, etc. En cambio la coacción implícita, que es la más frecuente en
niños/as, se refiere a la utilización de la relación de dependencia de la víctima, a través de la
seducción, engaño y amenazas. Estas formas coercitivas también son observadas en los casos de
agresión sexual en la población adulta.
Finalmente, otro aspecto central en las definiciones de agresión sexual infantil, que se relaciona
con los elementos tratados anteriormente, es la incapacidad del niño/a de entregar un
consentimiento informado o válido.
Se puede plantear que en la agresión sexual es posible el consentimiento del niño/a, pero éste no
puede ser considerado válido o informado, ya que el niño/a no está en condiciones de
comprender o dimensionar los alcances de las prácticas sexuales, debido a su edad, relación de
dependencia con el adulto, la falta de conocimiento, su inmadurez psicosexual, la relación de
confianza, los medios de seducción o amenaza utilizados (Glaser, en Miotto, 2001; Minsal, 1998b).
Evolutivamente, es posible señalar que, los niños/as debido a las características de su desarrollo
psicosexual, se encuentran en una etapa de descubrimiento autoerótico y con pares de su propio
cuerpo, teniendo una comprensión de la sexualidad diferente a la del adulto. En este sentido, en la
agresión sexual infantil, aún cuando el niño/a no es capaz de dimensionar los alcances de las
prácticas sexuales –por lo antes señalado–, la experiencia de abuso puede ser comprendida por
éste, pero de una forma que difiere de la comprensión del adulto y, a su vez, de la comprensión de
la sexualidad esperada para su etapa evolutiva (Capella y Miranda, 2003).
39
psicosexual y son impuestas bajo presión –por la violencia o la seducción– y transgreden tabúes
sociales en lo que concierne a los roles familiares” (Kempe, 1978, en Barudy, 1998 pág. 161).
Dentro del marco conceptual desarrollado por el equipo de CAVAS, los planteamientos de la
Victimología -es decir el estudio de la víctima, sus características, actitudes y conducta, su relación
e interacción con el delincuente-, han resultado un aporte clarificador que ha permitido entender
en un contexto social e interaccional el problema de la génesis, mantención y consecuencias de las
agresiones sexuales, al conceptualizarlas como procesos de victimización.
La victimización puede ser entendida como la experiencia de haber sufrido un delito. Dentro de la
Victimología se entiende como victimización primaria los sufrimientos que experimenta la víctima
como consecuencia del acto delictivo mismo, y victimización secundaria como los sufrimientos que
experimenta la víctima en su paso por el sistema judicial o derivado de su interacción con el
entorno (Escaff, 2001). De esta forma el propio sistema judicial al cual acude la persona para su
defensa vuelve a victimizarla, añadiendo una frustración en cuanto a sus expectativas de
protección y justicia, debido a los malos tratos vivenciados en su paso por éste. Por otro lado, este
sufrimiento puede aumentar debido a la falta de apoyo por parte de su entorno social, lo que se
traduce en acciones que implican la estigmatización a la víctima, al responsabilizarla y
avergonzarla por lo ocurrido.
Así también, se distinguen víctimas directas y víctimas indirectas del delito, estas últimas son
personas que también pueden verse afectadas por éste, como por ejemplo los familiares de la
víctima directa del delito (Escaff, 2001).
Por otro lado, las teorías victimológicas plantean diversas perspectivas acerca del concepto de
víctima. El modelo dinámico de la victimicidad, planteado en la década del 40 por Hans von Hentig
(1948, en Schneider, 1994), es una de las teorías que mejor explica la definición de víctima, debido
a que considera los procesos interaccionales entre la víctima y el autor del delito. Es decir,
incorpora los aspectos relacionados con ambos actores de la situación delictiva, comprendiendo
de manera dinámica el fenómeno de la victimización, así como también la interacción de los
elementos causales del delito.
Este enfoque incorpora la figura de la víctima al análisis del delito, apareciendo como elemento
central la interacción entre víctima y victimario, considerando, por ejemplo, que muchas víctimas
contribuyen a su propia victimización incitando o provocando al delincuente, o bien creando o
alentando una situación probable que conduce a la realización del delito. Posteriormente, otros
victimólogos agregaron que las víctimas pueden jugar un rol causal en su victimización actuando
en forma negligente, con falta de cuidado o imprudencia, etc. De esta forma, se ha comenzado a
considerar a la víctima, ya no como un sujeto pasivo, sino modelando activamente el delito,
pudiendo en algunas ocasiones contribuir a su propia victimización (Sangrador, 1986, Schneider,
1994; Fattah, 1997a). Esto, no implica culpabilizar a la víctima, sino darle un papel participante en
la génesis del delito, en tanto con su conducta contribuye a la acción delictiva (Fattah, 1997b).
El desarrollo de la Victimología y sus principales teóricos buscan que la potencial víctima conozca
las medidas y precauciones que debe tomar con el fin de reducir el riesgo de victimización en
40
determinadas situaciones. En este sentido, Fattah (1997b) señala que la Victimología, conduce a
un acercamiento situacional y dinámico de la conducta criminal, ya que ésta no es vista como una
acción unilateral sino como resultado de procesos dinámicos de interacción. Según este plan-
teamiento, ciertos individuos o grupos corren alto riesgo de victimización debido a factores de
vulnerabilidad personales, como el estilo de vida, y factores asociados a variables ambientales
como el lugar de residencia, entre otras (Fattah, 1997b).
Los planteamientos victimológicos previamente expuestos permiten una nueva mirada sobre los
factores de riesgo/protección personales, al conceptualizar como efecto y consecuencia potencial
propia de los procesos de victimización, la consolidación de características a nivel personal que se
constituyen en factores de riesgo para el propio individuo. En este sentido, y pensando en la
temática de las agresiones sexuales, la idea de que la víctima puede participar de alguna manera
en su propia victimización, resulta una mirada que, lejos de pretender responsabilizar o
culpabilizar a las víctimas, permite hacer concientes y explícitos los aspectos relacionados con ellas
mismas que, además de los factores situacionales y del agresor, favorecerían la ocurrencia del
delito (Huerta y Navarro, 2001). Esta idea resulta de relevancia tanto para el trabajo preventivo,
así como para el proceso terapéutico de reparación.
Dentro del universo de las agresiones sexuales, es posible distinguir por un lado la agresión sexual
intrafamiliar y dentro de ésta la agresión sexual incestuosa; y por otro, la extrafamiliar –por
desconocidos o conocidos-. A la base de estas distinciones se encuentra como criterio principal, la
existencia y la calidad del vínculo de la víctima con su agresor; este elemento ha mostrado ser uno
de los factores más importantes en la determinación del daño que la experiencia abusiva tendrá
para la víctima (Huerta, Maric y Navarro, 2003). Es por esto que los distintos tipos de agresiones
corresponden a fenómenos de dinámica diferenciada, por lo tanto, de consecuencias distintas
para la víctima. Desde esta perspectiva, se genera la necesidad de realizar las distinciones de la
agresión sexual, basándose esencialmente en este factor relacional e interpersonal.
41
violenta, que mayormente afecta a la población adolescente y adulta (Barudy, 1998, 2000; Escaff,
2001).
Los agresores para seducir a la persona generalmente utilizan métodos coercitivos como el cariño,
la persuasión, la mentira, o la presión psicológica y amenazas, lo que también mantiene,
generalmente en la victimización infantil, una dinámica del secreto.
Correa y Riffo (1995) plantean que a pesar de que las agresiones sexuales intrafamiliares y
extrafamiliares por conocidos presentan diferencias, existen aspectos similares en su dinámica,
especialmente cuando las agresiones dentro de la familia no son cometidos por parte de la figura
paterna (incestuosos). Así, señalan que se caracterizan porque afecta generalmente a niños/as, a
menudo se produce reiteradamente y durante períodos prolongados, con una frecuencia variable.
Habitualmente, tiene lugar en la casa de la víctima y/o agresor, puede o no implicar penetración, y
cuando lo hace, puede ser la etapa final de aproximaciones sucesivas.
42
Otros criterios preponderantes para clasificar y valorar el tipo de agresión sexual y su impacto en
la víctima, son las variables asociadas a la edad de inicio de la primera victimización y la frecuencia
con la que se presenta. En relación a la edad de comienzo, los primeros eventos pueden
producirse ya sea en etapas tempranas del desarrollo o bien acontecer en la adultez, marcando
diferencias importantes el que una víctima experimente de modo esporádico o persistente este
tipo de vivencias. Así, respecto al nivel de reiteración en el tiempo, las victimizaciones pueden
situarse en un rango que va desde el episodio único hasta experiencias sistemáticas o crónicas,
siendo este último tipo de agresiones las que comportan daños más profundos en la vida
psicológica y social de una persona.
Diversos estudiosos e investigadores han desarrollado planteamientos teóricos que intentan dar
cuenta de este proceso dinámico. Si bien, no es posible establecer que dichos planteamientos se
apliquen en forma homogénea en todos los casos, estas formulaciones permiten aproximarse a
una mayor comprensión de los procesos relacionales involucrados en las agresiones reiteradas o
crónicas, especialmente respecto de las agresiones intrafamiliares que, como antes se mencionó,
suelen ocurrir en la infancia o adolescencia, observándose efectos y daño en la vida adulta en
muchos de los casos.
Barudy (1998, 2000) plantea que en los casos de agresiones reiteradas, la agresión sexual surge
como un proceso con dos grandes momentos. En una primera etapa, la agresión se desarrolla al
interior de la intimidad familiar protegido por el secreto y la ley del silencio, como una forma de
mantener la cohesión y pertenencia, existiendo un equilibrio al interior de la familia. En una
segunda etapa, la agresión aparece a la luz pública a través de la divulgación de la experiencia
abusiva, lo cual implica una desestabilización y crisis del sistema familiar, así como también del
sistema social que le rodea.
43
Dentro del primer período, Barudy (1998, 2000) distingue tres fases:
La fase de interacción sexual abusiva: donde el agresor comienza a interactuar abusivamente con
su víctima de manera gradual y progresiva, presentando primero gestos sin contacto
(exhibicionismo, voyeurismo, etc.) hasta llegar de manera gradual a gestos con contacto (caricias
con intenciones eróticas, masturbación, penetración digital, coito).
La fase del secreto: la que es descrita como un proceso gradual y progresivo, que corresponde a
una serie de gestos sexuales que se van sucediendo en el tiempo, de tal modo que comienza casi
conjuntamente con la anterior. El abusador impone la ley del silencio a la víctima para no ser
descubierto, lo que suele hacer a través de amenazas, mentiras, culpabilización, chantaje y
manipulación psicológica. Quien es sometido termina por aceptar esta situación, no pudiendo
relatar y denunciar la agresión, de manera que genera respuestas adaptativas para sobrevivir,
entre las cuales se distinguen la aceptación misma de la dinámica del silencio, los sentimientos de
culpa y la vergüenza.
La fase de la divulgación: a pesar de los esfuerzos del abusador por mantener la situación en
secreto, la agresión es develado, ya sea de manera accidental o premeditada. Cuando existe una
develación accidental, es un tercero quien descubre la agresión (se sorprende al adulto abusando
del niño/a, se presenta una enfermedad de transmisión sexual o embarazo de la víctima). En
cambio, cuando se produce una develación premeditada es la víctima quien voluntariamente
comunica su condición rompiendo el secreto, impulsado por solucionar una situación que se le
hace insoportable.
La fase represiva: se desencadena, tanto en los miembros de la familia como del entorno, un
conjunto de comportamientos y discursos tendientes a neutralizar los efectos de la divulgación,
buscando reprimir el discurso de la víctima para recuperar el equilibrio familiar y ambiental
perdido. Así, miembros de la familia, y cercanos a la víctima, utilizan diferentes medios, tales como
descalificar el discurso de ésta, culpabilizarla, negar o minimizar el acto abusivo, entre otros.
Muchas veces estas presiones tienen como consecuencia que las víctimas de agresión sexual se
retracten posteriormente de los hechos develados, o no lleguen a denunciar la agresión de la que
han sido objeto.
El psicólogo argentino Reynaldo Perrone en sus distintas publicaciones (1995, 1998) ha logrado
una detallada descripción del progresivo proceso abusivo y de la intrincada relación que el
abusador establece con su víctima, permitiéndonos así acceder a través de sus palabras a un
proceso impensable.
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Perrone (1995) plantea que el concepto central que define, caracteriza, mantiene y posibilita la
agresión incestuosa es la relación (psicológica) de hechizo entre abusador y víctima. Según este
autor, la víctima entra en un estado de trance prolongado, de hipnosis no convencional, que
puede perdurar aún después de haberse interrumpido la relación abusiva.
El trance es un estado de conciencia alterado o modificado que se caracteriza por una disminución
del umbral del sentido crítico y una focalización de la atención. Se asocia a rituales, cuyas
actividades específicas permiten preparar y producir dicho estado. En este sentido, los rituales
sirven para elevar, modelar y crear estados de conciencia particulares y modificados. Luego, el
trance es consecuencia del ritual.
La víctima registra el comportamiento del otro, pero el contexto o los medios de que dispone no le
permiten escapar de esta relación. Se observa una “colonización” del espíritu de uno por el otro,
con una invasión del territorio personal, proceso en el cual la diferenciación se vuelve incierta y las
fronteras interindividuales desaparecen, quedando la víctima atrapada (en trance) en una relación
de alienación. La víctima tiene conciencia de participar en esta relación, pero la naturaleza de ésta
le resulta profundamente indecodificable. La persona dominada tiene una imagen ilusoria del
otro, imposible de conocer y de definir, ya que la naturaleza misma de la relación altera sus
funciones cognitivas y críticas (Perrone y Nannini, 1998).
Según Perrone y Nannini (1998) el estado del hechizo se crea a través de una dinámica de tres
tipos de prácticas relacionales: la efracción, la captación y la programación. Estas acciones son
operaciones espontáneas e intuitivas del abusador y cuya efectividad remiten más bien a
aprendizajes empíricos no formalizados. Este proceso se realiza, a veces, sin necesidad del uso de
la fuerza.
La efracción consiste en la transgresión, generalmente mediante el uso de la fuerza por parte del
abusador, de los límites personales de la víctima. Así, la identidad y el sentimiento de integridad
individual se torna difuso, por cuanto la delimitación necesaria del yo, respecto del exterior,
desaparece. Así la efracción es la etapa previa (preparación) de la posesión (emocional, cognitiva y
física) de la víctima, y consiste en penetrar en su territorio personal, revelando su intimidad. El
abusador primero penetra en el espacio físico de su víctima y luego en su cuerpo (Perrone y
Nannini, 1998).
45
Para lograr la captación se utilizan tres vías que confluyen hacia un mismo resultado: interferir las
vías sensoriales de la víctima de una manera traumática, de tal manera de disminuir su
funcionalidad y tornar a la persona vulnerable, sin autonomía y factible de ser manipulada y
dirigida. Las vías son: la mirada, el tacto y la palabra.
Así, la programación y el aprendizaje ligado al estado son los que prolongan y mantienen la
situación abusiva, a la vez que evitan todo cambio que pudiera poner en peligro la situación del
abusador. El objetivo es condicionar a la víctima para mantener el dominio sobre ella y con ello la
agresión sexual.
Entre las operaciones específicas que se utilizan para programar a la víctima o que provocan
aprendizajes ligados al estado, se encuentran (Perrone y Nannini, 1998):
La Evocación del Anclaje: anclaje es la unión entre el estado emocional y la memoria. Gracias a
este vínculo, el agresor no precisa realizar cada vez todas las operaciones necesarias para llevar a
cabo la agresión sexual. Le basta utilizar una mirada, palabra o comportamiento que evoque la
agresión sexual, para que en la víctima aparezca de inmediato el malestar y la paralización
psicológica (trance), y para que cada uno quede instalado en su papel.
El Secreto: el carácter transgresivo de la agresión sexual hace que los hechos queden
encapsulados en el espacio comunicacional de la familia. La regla impuesta es el silencio, que
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organiza la relación y garantiza la supervivencia del sistema. El secreto es la instrucción más tenaz
y adquiere carácter de compromiso implícito.
La Responsabilidad: todo se presenta al niño/a de modo tal que este cree ser completamente
responsable de lo que pudiera ocurrirle a su familia (transferencia de la responsabilidad), si es que
no mantiene el silencio y la aceptación incondicional de la relación abusiva.
El aprendizaje ligado al estado sirve para efectuar la programación, dado que la erotización, la
repetición y el anclaje forman parte de esta categoría. El secreto, el pacto, la responsabilidad y la
vergüenza son operaciones de programación, en sentido estricto.
Si bien, se ha definido que el tipo de vínculo existente entre la víctima y su agresor constituye un
elemento básico de distinción dentro de las agresiones sexuales, sobre todo en la población
infanto-juvenil, esto resulta especialmente cierto en caso de las agresiones de tipo incestuosas.
Sea cual sea la forma de relación sexual comprometida, ésta se acompaña de un determinado
estilo de relación anómalo que compromete varios otros aspectos de la vida de la víctima y su
entorno. En estos casos la transgresión, el abuso, se da en el contexto de una de las relaciones que
resulta más esencial en la vida de la víctima y que, en términos vinculares, no solamente la
compromete a ella de un modo particular, sino también a los otros miembros de la familia,
47
especialmente la madre, en tanto pareja del agresor. Por otro lado, la ocurrencia de la agresión en
el contexto del vínculo figura paternal-hija/o, significa el abandono por parte del primero de su rol
de protección y cuidado respecto de su hija/o; sin mencionar las implicancias de la violación del
tabú fundante de la cultura societal humana. Todos estos son elementos distintivos que no se
presentan en ninguna otra forma de relación sexualmente abusiva, por lo que es posible
considerarla como un fenómeno de identidad propia (Navarro, 1998).
De este modo, se propone utilizar una definición restringida del fenómeno, que lo caracteriza
como la relación sexualmente abusiva establecida por un adulto en contra de un menor de edad
(abuso), en el ejercicio de un rol parental (incestuoso) en el ámbito intrafamiliar (op. cit.).
Esta concepción de la agresión incestuosa implica definir un espacio dentro del mundo de las
agresiones sexuales intrafamiliares, determinado por los participantes en dicha interacción y su
grado de estrecha vinculación. Esta última, incluye por un lado el nexo de la víctima con su agresor
y por otro lado, el hecho que la madre de la víctima y el agresor se encuentren ligados directa y
emocionalmente (op. cit.). Esto implica la necesidad de comprender y considerar todos estos
procesos que ocurren en forma paralela y sistémica, con el objeto de realizar intervenciones
tendientes a flexibilizar, normalizar y reparar dinámicas relacionales altamente disfuncionales.
a. El Rol de la Madre.
Barudy (1997) plantea que un tercio de las madres de víctimas de agresiones sexuales por parte de
sus parejas, no están implicadas directamente en la situación incestuosa, encontrándose ciegas
para ver lo que ocurre en base a sus propias experiencias de victimización sexual, o por la
manipulación del agresor. Otro tercio de las madres igualmente no estarían directamente
implicadas, pero sabrían, sin intervenir para detener la situación abusiva, mostrándose
ambivalentes frente a esto. Finalmente, otro tercio de las madres participarían activamente en la
agresión de sus hijo/as.
Según muchos autores, “pasividad” y “dependencia” son las dos características principales en la
madre de la familia incestuosa (Cooper y Cormier, 1990). Otros autores la han descrito como una
madre “ausente”, en el sentido literal de la palabra -muerte o enfermedad-, o emocionalmente
poco accesible tanto a los hijos como al padre. Todos estos adjetivos nos hablan de una aparente
tolerancia ante la agresión consumada y de una figura particularmente susceptible y vulnerable a
las presiones externas del medio social. Sin embargo, y al mismo tiempo, todos coinciden en
considerarla una pieza clave dentro de todo el entramado del abuso incestuoso. La madre de la
familia incestuosa suele “conocer” la agresión, aunque lo ignore, evitando cualquier verbalización
al respecto y manteniendo siempre una duda, pues, “no es lo mismo saber que creer”; ella
prefiere “no saber”. ¿Cuáles son las motivaciones de esta negación?
Tal vez lo primero sea llegar a entender cómo se constituye esta familia y especialmente la
relación de pareja. En relación a esto Barudy (1991) plantea que “las mujeres que eligen o son
elegidas por maridos potencialmente abusadores, en virtud de sus capacidades de dominación y/o
control, corresponden de acuerdo a nuestras experiencias a mujeres que como hijas han vivido
experiencias de abandono y/o negligencia intrafamiliar. Este contexto les obliga a crecer
prematuramente, debiendo afrontar situaciones y deberes que no correspondían con sus edades”
(pág. 23). “El drama de estos niños ahora adultos reside en que, muy frecuentemente, sus
sufrimientos son consecuencias de la violencia y el abuso no han tenido la posibilidad de ser
48
verbalizados, escuchados y/o reconocidos. Esto conlleva que estos sufrimientos “almacenados” en
las bodegas del subconsciente se expresan a través de “rituales analógicos” de maltrato,
abandono y abuso sexual de sus propios hijos” (op. cit., pág. 26).
Por otra parte, la madre mantiene necesidades muy importantes de dependencia emocional
respecto al padre, con quien por otra parte suele mantener una relación marital gravemente
defectuosa: nulas o muy insatisfactorias relaciones personales y sexuales con él en el momento de
inicio del abuso incestuoso y durante su desarrollo (Cooper y Cormier, 1990). En relación a este
mismo punto, Barudy (1991) plantea que la madre de la víctima de agresión incestuosa se
encuentra generalmente como esposa en una posición de subordinación con respecto a su
marido. “Su pertenencia al subsistema conyugal es prioritaria con respecto a su función de madre.
Esta posición junto a una adhesión a las creencias que otorgan los derechos absolutos a los
adultos, sobre los niños, son los elementos que permiten comprender su incapacidad para tomar
partido por sus hijas asegurando su protección” (op. cit., pág. 22), transformándose de esta
manera en testigos o cómplices.
La madre, en su relación con la hija víctima de agresión sexual, mantiene una situación
ambivalente, pues a la par que aliada con ella en la unión de la familia, se destaca también como
competidora. Madre e hija no hablan jamás del incesto y en el momento del descubrimiento la
madre se mostrará incrédula y/o punitiva con la niña.
Este aspecto es de gran relevancia, pues se sabe que la reacción negativa de la madre en el
momento de la revelación adquiere una connotación muy negativa para la hija, de cara a su
pronóstico de recuperación emocional. Por otro lado, si la esposa niega o no cree en los hechos, la
negación del abusador se verá acrecentada, pues a menudo el padre incestuoso teme la pérdida
de la esposa y la desintegración familiar (Navarro, 1998).
Las motivaciones que se esconden tras esta incredulidad por parte de la madre seguirán la
dinámica especificada por Glaser (1991):
II. También puede despertar la agresión actual el recuerdo de agresiones pasadas en los
adultos.
III. A veces supone una separación del abusador con las dificultades socioemocionales
asociadas.
El sentimiento del niño/a respecto al cuidador que ha fallado en su protección, suele ser de
rechazo franco o velado. Como consecuencia de esta situación, la hija tiene unas relaciones
problemáticas con la madre -que ha fallado en su protección frente al padre y quien, además, la
rechaza en forma pasiva. Estas relaciones suelen estar marcadas por celos, el resentimiento y la
ambivalencia.
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De este modo, es posible observar que la dinámica de la agresión incestuosa y el rol de víctima en
este proceso, está asociada con las diferentes funciones de la dinámica de pareja y del contenido
relacional de éstas (Barudy, 1997; Navarro 1998). Es decir “la relación incestuosa mantiene un
cierto funcionamiento, que permite, en muchos casos, sobrevivir psicológicamente a la pareja”
(Barudy, 1991, pág. 23). Esta mirada del abuso incestuoso como un proceso relacional asimilado
por el contenido de la dinámica de pareja, permite entender mejor el rol que la madre juega en el
proceso: impregnada por el personaje conyugal que tiene que encarnar, se relaciona con sus hijas
de una manera ambigua y ambivalente a veces las considera sus aliadas, otras sus rivales, llegando
a vivirlas como verdaderas cargas, origen de sus preocupaciones y problemas. “Todo esto les
impide sospechar, darse cuenta o actuar para impedir o detener los comportamientos abusivos de
su marido” (op. cit., pág. 25).
Desde los tempranos inicios de la formación de la pareja se constata la generación de una gran
complementariedad de los estilos afectivos de ambos miembros, de modo que la interacción de
los patrones vinculares va creando una dinámica relacional propia de la pareja. La constatación de
50
dinámicas similares en las relaciones de pareja previa de las entrevistadas, permite identificar la
tendencia a la realización de un patrón (vincular), en donde incluso la elección de la pareja está al
servicio de dicho patrón. De este modo, todas las circunstancias que forman parte de la historia de
la pareja, constituyen elementos que no son ajenos a la madre, y que por el contrario, como
contenido relacional, resultan congruentes con su identidad personal (Navarro y Salinas, 1999).
Por esto, si se considera la posición carencial, en términos de identidad personal, desde la cual en
general estas madres establecen sus relaciones significativas, resulta comprensible la tendencia a
elegir compañeros que confirmarán con sus acciones su imagen de “víctima”; y adquiere
comprensión la situación de dependencia emocional que mantendrán respecto de sus parejas,
como un elemento independiente del nivel de satisfacción logrado en la relación.
La conjunción de ambas situaciones, sienta las bases para que, en muchos de los casos, la historia
de la pareja se vea continuamente atravesada por crisis generadas a partir de acciones o faltas por
parte del otro, que rompen la condición básica de la formación y la mantención de la pareja: la
confianza (típicamente infidelidades), y que amenazan su continuidad. Estas situaciones son
vividas con profundo dolor y alto nivel de desestructuración por parte de las madres, de ahí los
diversos mecanismos cognitivos y emocionales desplegados, tendientes a anular, minimizar y diluir
el conflicto.
Bajo esta mirada, estos momentos de crisis resultan cruciales en el delineamiento de la dinámica
relacional de la pareja; es ahí que se prueba y se define la relación, sentando las bases de lo que
será la dinámica futura. Este es el contexto en el que surge, como producto interaccional, un
patrón de enfrentamiento de conflictos que permitirá la asimilación de las faltas y de las crisis
generadas a partir de ellas, a través de la disolución del conflicto, la reinstauración de la relación
de pareja, y con ella el sentido de la continuidad vital de la madre.
En el caso del patrón tolerante, es posible identificar que las propias características de este patrón
de enfrentamiento de conflictos, sientan las bases para la nueva ocurrencia de una crisis por
ruptura de confianza, en términos de la instauración de la tolerancia frente a las faltas como pauta
relacional. Los elementos de este patrón dicen relación básicamente, además de la ya mencionada
tolerancia frente a las faltas por parte de las madres, con el desarrollo de mecanismos psicológicos
que sostengan esta actitud (desconfianza de las propias percepciones, minimización o negación de
las faltas, mecanismos de exclusión y autoengaño, duda crónica como resolución, etc.); como
contraparte, el patrón incluye una actitud de negación de la responsabilidad o de pseudo-
arrepentimiento respecto de la misma por parte del otro miembro de la pareja.
En los casos en que esta situación no es parte de la experiencia previa de la relación de pareja, la
develación de la agresión constituirá la primera crisis por ruptura de confianza. De este modo, se
51
pueden considerar aquellas parejas en que han ocurrido este tipo de crisis como “relaciones
consolidadas”, en términos de que han desarrollado un mecanismo de asimilación y resolución de
los conflictos provenientes de la propia dinámica interna de la pareja. En contraposición, se puede
considerar a aquellas parejas que no han vivido este tipo de experiencias, como “relaciones no
consolidadas”, en términos de que carecen de este patrón4.
Por lo tanto, el nivel de consolidación de una pareja, debe ser entendido en términos de factor de
riesgo, del cual tanto las madres como los agresores son parte.
Por último, el hecho de que todas las madres entrevistadas consideren la ocurrencia de la agresión
de sus parejas en contra de sus hijas, un hecho que pone en riesgo la proyección y la permanencia
de la relación, le da a este hecho el carácter de crisis, en cuanto ruptura de una continuidad. Para
algunas esta será una nueva crisis por ruptura de confianza; para otras ésta se constituirá en la
primera crisis. En algunos casos existe un patrón de resolución de conflictos, en otros, sólo un
conflicto y la necesidad de su resolución.
Una investigación posterior realizada en el CAVAS Metropolitano (Huerta, Maric y Navarro, 2000),
reveló la existencia de una relación significativa entre la presencia de un patrón de enfrentamiento
en la pareja parental y el daño en la víctima. En este sentido, se observó que la conjunción patrón
tolerante - cronicidad de la agresión, resulta predictor de un daño profundo, en tanto la presencia
de un patrón no tolerante con un número de eventos inferior a diez, resulta predictor de un daño
leve-moderado. De este modo, este estudio reveló que las víctimas de abusos incestuosos que
4
El concepto de consolidación no implica una afirmación evaluativa respecto de la calidad de la relación, sino
que sólo intenta dar cuenta del hecho de que existe o no un mecanismo ya creado, utilizado y probado, que es
parte de la dinámica relacional implícita
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presentaban mayor daño psicológico fueron aquellas cuyo contexto familiar estaba definido por
un patrón relacional tolerante ante la develación de la agresión (aceptación, negación y/o
minimización) y en el que existía cronicidad.
De este modo, esta línea de investigación desarrollada en el CAVAS Metropolitano respecto de los
abusos incestuosos, nos ha llevado a una mayor comprensión del fenómeno en cuanto a su
impacto para la víctima y las variables asociadas. En este sentido, ha quedado en evidencia la
necesidad de considerar como variables centrales del tratamiento de estas víctimas la inclusión de
los procesos familiares, parentales y de pareja involucrados.
Por develación nos referimos al proceso por el cual la agresión sexual es conocida por personas
externas a la situación abusiva, es decir, distintas a la figura del agresor y la víctima, siendo la
primera instancia en que esta situación es “descubierta” o divulgada (Capella, 2008a).
La develación de la situación abusiva resulta ser un momento crucial, en tanto, el medio familiar y
social se informa de su ocurrencia y reacciona ya sea positiva o negativamente. Además,
habitualmente implica que los hechos abusivos concluyen y se inician intervenciones legales y/o
psicosociales en relación a éstos (Collings et al. 2005; Staller y Nelson-Gardell, 2005; Goodman-
Brown et al., 2003; Hershkowitz et al., 2007; Alaggia, 2004). No obstante, advertimos que la gran
mayoría de las víctimas no develan la situación abusiva o lo hacen sólo muy tardíamente (Paine y
Hansen, 2002; Jensen et al., 2005; Hershkowitz et al., 2007), siendo aún irregular el reporte a las
autoridades de estas situaciones, existiendo en nuestro país estimaciones de que sólo son
denunciados entre el 15% y el 20% de los delitos sexuales, incrementándose la cifra negra
mientras mayor es la relación de cercanía entre la víctima y el victimario (Escaff, 2001).
53
- Elicitada por eventos precipitantes: el/la niño/a o adolescente devela la situación abusiva a
partir de un evento precipitante en el medio (por ejemplo, ve un programa en la televisión
donde se aborda el tema, el niño/a devela de manera previa o posterior a una visita al
supuesto agresor, etc.).
- Directa: el/la niño/a o adolescente devela inicialmente la situación a su figura materna y/o a
otra figura significativa principal (abuela, padre, etc.).
- Indirecta: el/la niño/a devela inicialmente la situación a una figura distinta de su núcleo
significativo (profesora, tía del hogar, una amiga, otro familiar, etc.).
- Tardía: el niño/a o adolescente devela días, meses o años después de que los hechos abusivos
han comenzado. Esta latencia puede ser muy variable.
Las investigaciones indican que son comunes los retrasos en la develación. Al respecto, diversos
estudios, han encontrado factores tanto del niño/a, de los padres como de la situación abusiva,
asociados a la tardanza en la develación, así como también a diferentes tipos de develación
(Capella, 2008a).
Así, en cuanto a la edad, las investigaciones han mostrado que los preescolares tienden a develar
más frecuentemente de manera vaga, indirecta, accidentalmente y en respuesta a eventos
precipitantes (Paine y Hansen, 2002; Collings et al. 2005, Sorensen y Snow, 1991). Los niños/as
mayores tenderían a presentar mayor latencia en la develación y a realizarlo de manera
premeditada (Hershkowitz et al., 2007; Goodman-Brown et al., 2003). En relación al género,
54
algunos estudios plantean que los varones develarían menos, ya que presentarían más dificultades
en develar (Paine y Hansen, 2002), probablemente debido a mitos sociales, tales como, que los
niños varones no muestran su debilidad o que los niños agredidos serán homosexuales (Faller,
1989 en Paine y Hansen, 2002).
En cuanto a la relación con el agresor, investigaciones muestran de manera consistente que los
niños/as abusados por un miembro de la familia reportan menos la agresión que aquellos
agredidos por un desconocido (Paine y Hansen, 2002). Además, cuando el agresor es conocido,
especialmente cuando es un miembro de la familia, la tardanza en la develación es mayor, los
niños/as tienden a develar menos a sus padres (notificándoselo primeramente a otras personas) y
con mayor frecuencia lo hacen de manera provocada, ante preguntas de otros (Hershkowitz et al.,
2007; Goodman-Brown et al., 2003). En cambio, cuando el agresor es un desconocido la
develación tiende a ser más espontánea e inmediata (Hershkowitz et al., 2007). Respecto a las
características de la experiencia abusiva, los niños/as víctimas de repetidos episodios de agresión
sexual tardaron más en develar y a realizarlo a partir de indagaciones, en cambio las víctimas de
eventos únicos tendieron a develar la agresión de manera espontánea (Hershkowitz et al., 2007).
Por otro lado, Goodman-Brown et al. (2003) encontraron que los niños/as que temían
consecuencias negativas hacia otros (por ejemplo, daño a familiares) y los niños/as que se
percibían con mayor responsabilidad por la agresión tardaron más tiempo en develar.
Respecto a factores que favorecen o gatillan las develaciones por parte de niños/as y adolescentes
se ha detectado que frecuentemente ésta surge previo o posterior a las visitas con el agresor,
siendo el contacto con el agresor el gatillante de la develación (por ejemplo, el niño/a dice que no
quiere ir donde el abuelo, a partir de lo cual madre pregunta y el niño/a devela la agresión). En
otros casos, es la interpelación por los síntomas que exhibe el niño/a lo que precede a la
develación, ante lo cual se plantea que la presencia de síntomas podría favorecerla (Jensen et al.,
2005; Sorensen y Snow, 1991).
Por otro lado, aspectos que inhiben o dificultan la develación por parte de los niños/as y
adolescentes, es la poca información, incluyendo una escasa conciencia de la agresión sexual y el
derecho de no ser transgredidos, lo cual se acrecienta en los casos en que los agresores insertan la
dinámica abusiva como un juego o como algo normal (Crisma et al., 2004), o cuando la relación
con el agresor es muy cercana, se dificulta que la víctima le otorgue a la situación una connotación
55
de abusiva. Junto con esto, un importante factor que inhibe la develación, es el sentimiento de
responsabilidad de las víctimas, en tanto se sienten culpables de la agresión y tienen sentimientos
de vergüenza y estigma asociados a ésta, lo que ocurre en la mayor parte de los casos (Paine y
Hansen, 2002). A su vez, el entrampamiento de los niños/as en las dinámicas abusivas, tales como
el secreto, el hechizo, entre otras, también dificulta la develación de los hechos abusivos.
Uno de los principales factores que obstaculizan las develaciones e influyen en la tardanza de
éstas, son las consecuencias negativas asociadas a la develación percibidas por la víctima, por
ejemplo, un posible quiebre familiar, generar sufrimiento en las madres, etc. Además, cuando el
agresor es una figura significativa cercana al niño/a, frecuentemente manifiestan preocupación
por las consecuencias que implique para éste la develación, como por ejemplo, temor a que sea
encarcelado, o que la familia no lo pueda ver, etc. (Paine y Hansen, 2002; Jensen et al., 2005;
Crisma et al., 2004). Por otro lado, muchos niños/as y adolescentes temen no ser creídos o que sus
motivos para develar sean malinterpretados (por ejemplo, como querer llamar la atención) y
también temen a que el agresor ejecute sus amenazas (por ejemplo, que va a causar daño a ellos o
a algún miembro de la familia) (Jensen et al., 2005; Paine y Hansen, 2002).
Respecto a lo anterior, algunos investigadores han planteado que la develación por parte de los
niños/as y adolescentes es un proceso. En este mismo sentido, Staller y Nelson-Gardell (2005),
describen las diversas fases del proceso de develación, el cual se inicia con una etapa personal, en
que los niños/as deben reconocer la naturaleza abusiva de la experiencia vivida,
conceptualizándola como tal e integrando sus sentimientos en torno a esta, lo que los llevaría a
develarla. Luego, habría una segunda fase, en que los niño/as encuentren una persona de
confianza a la cual contar lo sucedido en un lugar y tiempo determinado. Finalmente, habría una
tercera fase de consecuencias, en que los niño/as perciben los efectos de su develación (por
ejemplo, rumores en el colegio o barrio, quiebre familiar, escasa credibilidad familiar, pérdida de
figuras de confianza, respuestas desde las instituciones, etc.).
56
retractación se asociaría a las consecuencias de la develación, siendo la retractación una manera
de adaptarse a éstas.
Al respecto, existen diversos motivos que aducen los niños/as y adolescentes al momento de
cambiar su versión original, los cuales dependen de su nivel de desarrollo. En relación a lo
anterior, Navarro (2002, en Rivera y Salvatierra, 2002) señala que los niños/as preescolares
tienden a utilizar la fantasía, siendo incapaces de elaborar un segundo discurso dadas sus
posibilidades evolutivas (“fue una broma”, “me entendieron mal, no fue eso lo que quise decir”),
los niños/as mayores tienden a generar una justificación, -en las que muchas veces se revela la
presencia de intervenciones desde el mundo adulto-, o aluden a que lo que se dijo fue “un sueño”.
Por otra parte, los adolescentes generalmente señalan “haber mentido”, y tienden a presentar un
discurso más elaborado acerca de las razones de haber modificado su primera versión.
En un estudio realizado en nuestro país, Rivera y Salvatierra (2002) encontraron que las variables
que influyen en la retractación en niños/as y adolescentes son: la presencia de un vínculo familiar
de la víctima con el agresor, la dependencia económica del agresor por parte de la madre o la
familia, una actitud de escasa credibilidad de la figura principal de apoyo frente a la develación y la
presencia de victimización secundaria.
En relación a esto, Barudy (1998) plantea que luego de la develación de la agresión sexual
intrafamiliar, tanto los miembros de la familia como del entorno, generalmente se comportan y
generan discursos tendientes a neutralizar los efectos de la develación, para así reestablecer el
equilibrio del sistema, a través de la descalificación del discurso y la persona de la víctima,
culparla, negar la evidencia de los hechos, entre otros. Estas presiones y amenazas explicarían que
muchas víctimas se retractaran posteriormente a haber develado.
Por su parte, Summit (1983) incorpora la retractación como la última etapa del Síndrome de
Acomodación, entendiendo que la presión ejercida sobre la víctima por la familia, el abusador e
incluso por los profesionales, se intensifique de tal forma que la sobrepase y la lleve a retractarse.
Generalmente, ante las presiones, las víctimas descubren que la retractación es una estrategia
para retroceder en aquello que causa tanto dolor y que han sido las consecuencias negativas de su
develación (Monteleone, 2007). Por lo mismo, la retractación se constituye en una estrategia de
supervivencia psicológica para la víctima en un contexto de escasa credibilidad y apoyo, la cual,
permitiría mantener el funcionamiento familiar y eludir el sistema judicial (Monteleone, 2007).
Del mismo modo, en la experiencia clínica este fenómeno se observa en numerosos casos en que
el agresor es un familiar de la víctima, especialmente cuando es la pareja de la madre o existe una
dependencia económica de sus ingresos. Por lo mismo, la desestabilización familiar que implica la
develación es muy amenazante, frente a lo que se concibe el surgimiento de la retractación como
un intento del niño/a de restituir la homeostasis, además de liberarse de la presión familiar
(explícita o implícita) y de los sentimientos de culpa que puede involucrar el hecho de un
rompimiento o inseguridad familiar suscitada por la develación.
Por otro lado, la victimización secundaria y la escasa credibilidad de la figura materna pueden
constituirse en amenazas para el niño/a, en tanto el no ser creído o ser doblemente victimizados
57
(por el ambiente familiar y social), resultan ser experiencias sumamente negativas que pueden ser
vivenciadas por el niño/a como un rechazo, una percepción de escasa contención ante la
experiencia relatada y el sufrimiento asociado a esto, es percibido como un castigo por algo de lo
que él/ella es culpable. En este contexto, probablemente para el niño/a es muy desestabilizador y
desorganizador, especialmente, para su estructura psíquica el mantenerse en la versión original de
los hechos, causando todas estas situaciones gran malestar psicológico. De esta manera, la
retractación puede ser visualizada como una forma de disminuir ese malestar y las consecuencias
negativas que tanto para él como para su familia han causado la develación.
Así, la retractación puede constituirse en una manera de adaptarse a las consecuencias adversas
de la develación pero genera una mayor desprotección del entorno. Esto último, debido a que la
retractación implica muchas veces el acrecentamiento de las dudas acerca de la ocurrencia de la
agresión sexual dentro del proceso judicial, y familiarmente, una reestructuración, que
generalmente implica el asumir que la retractación es cierta, por lo cual lo más probable es que no
se generen mecanismos que puedan constituirse en protectores de nuevas agresiones o de nuevos
contactos con el agresor.
Los factores de riesgo han sido definidos como variables que pueden actuar como condicionantes
o desencadenantes de la ocurrencia de algún problema, en este caso del delito sexual. Son
variables que aumentan la probabilidad de que éste se presente, conjugándose tanto para facilitar
la ocurrencia de la agresión, como para dificultar la pronta recuperación de la persona, en el
sentido de no brindarle oportunamente la seguridad física, psicológica y afectiva que requiere.
Están asociadas a la vulnerabilidad, considerando tanto los factores personales (predisponentes)
como contextuales, definiéndose éstos últimos como las situaciones precipitantes de la ocurrencia
de la agresión sexual (situaciones de riesgo, como por ejemplo: la existencia de oportunidades del
abusador de estar a solas con un niño/a y condiciones de alojamiento o dormitorios inusuales,
etc.) (CAVAS, 2002; Capella y Miranda, 2003).
En este sentido, es difícil nombrar grupos de riesgo para la agresión sexual, sólo es posible señalar
algunas circunstancias que favorecen la ocurrencia de éste, existiendo factores de riesgo tanto a
nivel del niño/a como de la familia y escasez de interacciones protectoras que puedan compensar
estos factores (Capella y Miranda, 2003).
58
agresión. Sin embargo, según los estudios de prevalencia se han definido dos características de
riesgo asociados, que son el género y la edad, presentando las mujeres y menores de edad mayor
riesgo de ser agredidas sexualmente (Finkelhor, 1984, 1993; López, 1993).
Se estima que son más vulnerables a las manipulaciones del agresor niños/as que aparecen como
más pasivos, con poca confianza en sí mismo y escasas habilidades interpersonales, y niños/as
pequeños de quienes será más fácil lograr que mantengan en secreto la situación abusiva (Romo y
Rivera, 2001; Correa y Riffo, 1995). Respecto de esto último, una investigación realizada el año
2003 con una muestra de pacientes del CAVAS Metropolitano (niños/as y adolescentes), arrojó
dentro de sus conclusiones la presencia predominante de rasgos de personalidad evitativos y
dependientes en la población estudiada. Esta prevalencia podría estar indicando la existencia de
patrones de vulnerabilidad en la relación de este grupo con el entorno, en tanto son pautas que se
basan en estilos vinculares poco adaptativos y protectores (Aliste, Carrasco y Navarro 2003).
Finkelhor (1984) y López (1993) también describen como un factor de riesgo la condición de
aislamiento social en la cual podría encontrarse el sujeto. Son más vulnerables a una agresión
sexual personas que viven en una zona rural o con una red escasa de apoyo social, sean amigos,
compañeros o familiares. Al referirse específicamente al caso de menores de edad, Finkelhor
(1984) plantea que es posible que la presencia de amigos actúe como un impedimento para
potenciales agresores y, que niños/as solitarios pueden ser más susceptibles a ofrecimientos de
atención y afecto a cambio de actividades sexuales.
En cuanto a los factores familiares, éstos son los que más claramente se asocian a riesgo para la
ocurrencia de la agresión (Finkelhor, 1984). Dentro de estos factores hay algunos relacionados con
la estructura familiar, la dinámica familiar y con los miembros de ésta, específicamente con la
madre. Respecto a la estructura familiar, se ha visto que representa una condición de riesgo la
ausencia de los padres biológicos, y la presencia de un padrastro. Al respecto, Finkelhor (1984)
plantea que tener un padrastro es un factor de riesgo muy importante, aumentando al doble la
vulnerabilidad de las niñas. El hecho de tener padrastro no sólo aumenta el riesgo de ser
victimizado por éste, sino que también trae otros riesgos asociados, siendo las niñas más
susceptibles de ser abusadas por otros hombres. Específicamente, se ha encontrado que las niñas
con padrastro son cinco veces más susceptibles de ser abusadas por amigos de uno u otro
progenitor.
En relación a la dinámica familiar se han descrito como factores de riesgo los conflictos entre los
padres, las relaciones deficientes entre los padres y sus hijos/as, que el niño/a esté sometido a una
disciplina fuertemente punitiva o maltrato, cuando los padres tienen valores familiares
especialmente conservadores (creencias en la obediencia de los niños/as y la subordinación de la
mujer) y la escasez de afecto físico (López, 1993, Finkelhor, 1984, 1993).
En cuanto a la madre, se describen ciertos atributos que aumentarían el riesgo de agresión de sus
hijas/os. Estos son la presencia de incapacidad o enfermedad en la madre, que ésta mantenga una
relación emocionalmente distante, poco afectuosa y responsiva con su hija/o, existiendo una
escasa comunicación y una inadecuada supervisión de ésta (Finkelhor, 1984, Romo y Rivera, 2001).
Todas estas situaciones hacen a los niños/as más vulnerables, aumentando el riesgo de sufrir
agresiones sexuales, planteándose como explicación que todos estos elementos interactúan de tal
manera que generan dinámicas que se caracterizan por la escasa supervisión del niño/a, la
presencia de desórdenes emocionales, abandono y rechazo al interior de la familia, provocándose
59
importantes carencias emocionales en los niños/as, las cuales los hacen más vulnerables a la
victimización (Finkelhor, 1984; López, 1993).
Desde una perspectiva comprensiva, en los últimos años se han desarrollado enfoques teóricos
que permiten conceptualizar la vulnerabilidad en forma paralela a los mecanismos protectores.
Así, Rutter (1990) los definió como la “capacidad de modificar las respuestas que tienen las
personas frente a las situaciones de riesgo” (en Kotliarenco, 1999). De este modo, vulnerabilidad y
mecanismo protector, más que conceptos diferentes constituyen el polo negativo o positivo de un
proceso que sólo es evidente en combinación con alguna variable de riesgo. El mismo autor señala
que eventos displacenteros y potencialmente peligrosos pueden fortalecer a los individuos frente
a eventos similares; mientras que en otras circunstancias puede darse el efecto contrario, es decir,
que los eventos estresantes actúen como factores de riesgo, sensibilizando frente a futuras
experiencias de estrés (Rutter 1985; en Kotliarenco, 1999).
Rutter (1985) define como factor protector a “las influencias que modifican, mejoran o alteran la
respuesta de una persona a algún peligro que predispone a un resultado no adaptativo” (en
Kotliarenco, 1999). Los factores protectores manifiestan sus efectos ante la presencia de algún
estresor, modificando la respuesta del sujeto en un sentido comparativamente más adaptativo
que el esperable. Estos factores pueden ser una cualidad o característica individual de la persona
así como formar parte de las características del contexto inmediato o distal del sujeto. Es
justamente su acción conjunta lo que daría como resultado la existencia de resiliencia.
60
Blieneser y Köferl; en Kotliarenco, 1999). La importancia del modelo conceptual de la resiliencia5,
reside básicamente en la posibilidad de que una observación analítica y detallada de cada uno de
los mecanismos subyacentes a los comportamientos resilientes, es conducente al diseño de
acciones preventivas.
En relación a los aspectos protectores del medio social inmediato de una persona resiliente
destacan en su historia vital la existencia de algún padre competente y/o una relación cálida con al
menos un cuidador primario (CAVAS, 2002). En este mismo sentido, Löesel (1992), señala que
entre los recursos más importantes con los que cuentan los niños/as y sujetos resilientes se
encuentra el contar o haber contado con una relación emocional estable con al menos uno de sus
padres, o bien alguna otra persona significativa.
Estos hallazgos encuentran un aval en la teoría del vínculo, a partir de la cual se ha demostrado
que personas resilientes muestran un vínculo seguro, y que éste forma parte de un proceso que
actúa como mediatizador en los comportamientos resilientes (Fonagy et al., 1994, en Kotliarenco,
1999).
A la luz de los conceptos discutidos respecto de las variables protectoras potencialmente implícitas
en la relación vincular del niño/a con su figura de apego, resulta no sólo válido, sino además
necesario, el incorporar a estas figuras en los objetivos y metas del tratamiento (CAVAS, 2002).
Junto a lo anterior, es importante considerar los resultados de diversas investigaciones que han
mostrado que tanto niños/as como adultos que se observan resilientes encuentran importantes
fuentes de apoyo emocional no necesariamente en sus relaciones primarias, sino fuera de su
familia inmediata, además de participar en redes sociales informales de vecinos, padres y/o
adultos de quienes reciben consejos frente a situaciones críticas y cambios que ocurren durante la
vida (Werner, 1988; en Kotliarenco,1999). En este sentido resulta relevante esta variable de
protección que se encuentra fuera de los vínculos primarios del niño/a, en tanto requiere la
participación de al menos una figura de protección del niño/a, pudiendo ser ésta alguien distinto
de sus padres. Por otro lado, es importante en particular en el caso de la población infantojuvenil,
que éstos logren identificar una variedad de figuras de protección más amplia y diversa que la que
pudiera ofrecer el contexto familiar inmediato (CAVAS, 2002).
Un modelo que incluye la presencia de factores protectores y de riesgo es el modelo de las cuatro
precomprensiones para comprender la ocurrencia de la agresión sexual a niños/as de Finkelhor
(1984), el cual plantea que todos los factores asociados a la agresión sexual pueden ser agrupados
en alguna de las cuatro precondiciones: 1) Un potencial agresor con la motivación para agredir
sexualmente, 2) El potencial agresor debe superar sus inhibiciones internas (actuar motivación de
5
El enfoque de resiliencia resulta interesante dado que los factores protectores pueden compensar, al menos
parcialmente, a aquellos factores de riesgo que se hacen presentes en un momento determinado y, que el
enfrentamiento exitoso con el estrés puede contribuir al desarrollo de una personalidad positiva (Löesel,
1992).
61
agresión sexual), 3) La superación de impedimentos externos por parte del agresor 4) la
superación de las resistencias de la víctima por parte del agresor y de los factores externos. Las
dos primeras precondiciones se refieren a factores internos del agresor, en cambio, la superación
de las inhibiciones externas y la resistencia de la víctima son factores fuera del control del agresor,
que constituyen principalmente aspectos de la víctima y de su familia que condicionan la
posibilidad de que la agresión sexual ocurra.
Un aspecto relevante de este modelo, es que localiza como condiciones iniciales para la ocurrencia
de la agresión sexual, factores del agresor, y aún cuando considera factores que pueden hacer
más vulnerables a un niño/a o adolescente, plantea la influencia de éstos en diferentes medidas,
proponiendo una responsabilización en la figura del agresor, a pesar de que existen factores de la
víctima, su familia y su entorno social que pueden favorecer que la agresión sexual ocurra (Glaser
y Frosh, 1997).
Al analizar las cuatro dinámicas traumatizantes que proponen estos autores, Capella y Miranda
(2003) plantean que existiría una relación significativa entre el impacto psicológico que ocasiona la
agresión sexual en el proceso de conformación de la identidad que se está desarrollando en los
niños/as, según la etapa evolutiva en que se encuentran. Igualmente, plantean que se aprecia que
cada una de estas dinámicas traumatizantes comprometería tanto componentes básicos de la
identidad como también las condiciones necesarias para su construcción de manera positiva e
integrada. En este sentido, las secuelas de la agresión sexual influyen de manera iatrogénica en el
estado y funcionamiento psicológico general de las víctimas. Así, la dinámica de sexualización
traumática se relacionaría con el autoconcepto corporal, la traición con la confianza relacional, la
indefensión con el sentimiento del propio poder, y la estigmatización con el autoconcepto social.
62
2.7. Daño Psicosocial
En relación a los elementos expuestos, es importante señalar que una proporción significativa de
victimizaciones sexuales tempranas, suelen caracterizarse por experiencias reiteradas o crónicas,
siendo un gran porcentaje de ellas, perpetradas por una figura perteneciente al círculo social o
familiar de la víctima. Por otra parte, la gran proporción de victimizaciones sexuales en la vida
adulta, se caracterizarían por acciones de episodio único y con altos montos de violencia física y
psíquica, siendo perpetradas en su mayoría, por figuras desconocidas o poco significativas para la
persona adulta (CAVAS, 2007).
Como se ha señalado la agresión sexual constituye un fenómeno relacional complejo que, en gran
parte de los niños/as y adolescentes, se desarrolla en un espacio vincular significativo. Junto con lo
anterior, la agresión sexual es una experiencia que produce diversas consecuencias en las víctimas,
describiéndose en la literatura varios efectos negativos causados por esta experiencia (López,
1993; Finkelhor, 1984, 1993; Cantón y Cortés, 1999; Smith y Bentovim, 1994; Zárate, 1993; entre
otros). Implica efectos directos en el área emocional, dando origen a una determinada
sintomatología como una respuesta organísmica reactiva a la ocurrencia de la agresión, pero
también puede dar lugar a alteraciones que podríamos describir de mayor complejidad y
permanencia. Estas últimas, se van a presentar, principalmente en los casos en que la agresión
sexual sea crónico en el tiempo y ocurra en el espacio vincular intrafamiliar (CAVAS, 2002). De esta
manera, se entiende el daño psicosocial asociado a la agresión sexual como el impacto que este
tipo de vivencias puede tener en el mundo psíquico de la víctimas, en función de la configuración
previa de la víctima a nivel individual, familiar y social (Capella, Contreras, Escala, Núñez y Vergara,
2005).
La agresión sexual infantil puede constituirse en un hecho único que potencialmente determine un
quiebre en el continuo vital, o bien, puede situarse crónicamente derivado de la ocurrencia de
experiencias repetidas de transgresión, comprometiéndose el desarrollo de la identidad. Ambas
circunstancias pueden tener una connotación traumática distinta. La primera, puede constituirse
para el infante en una “experiencia sexual prematura y extraña”, en tanto es propia del mundo
adulto; por lo tanto será imposible de ser asimilada o significada. El infante “portará” entonces
63
una experiencia que es indecible e “innarrable”, porque le es ajena, pudiendo transformarse en
fuente de un sufrimiento psíquico crónico, especialmente por los altos montos de angustia y
culpabilización dirigidos contra el sí mismo. En el segundo caso de victimización, cuando aquélla se
sostiene en un modo relacional “crónico” con un adulto, determinará con mayor o menor fuerza la
identidad del niño/a. Puede ocurrir una cristalización intersubjetiva hacia la adultez en que la
víctima encuentra en la posición de victimización, sometimiento y postergación personal, un único
modo posible de vincularse afectivamente con otro, configurando un particular modo de
sufrimiento personal. Estos dos modos de victimización –aislada o crónica- junto con sus
consecuencias son dos categorías que, si bien son posibles de distinguir arbitrariamente, otras
veces constituyen una complejidad fenoménica cuya separación ya no es tan nítida.
En la línea de lo anterior y al evaluar los efectos de la agresión sexual infantil, es necesario, pero a
la vez difícil, distinguir cuáles efectos serían consecuencia de la agresión y cuáles corresponderían
a problemáticas preexistentes. Así, por ejemplo, la agresión sexual puede gatillar aspectos
patológicos previos o generar desajustes en una personalidad que ya era vulnerable o reforzar
núcleos negativos del funcionamiento psicológico previo (tales como baja autoestima). De esta
forma, al evaluar estos efectos se deben considerar principalmente las características propias de la
víctima y su familia (Capella y Miranda, 2003; Correa y Riffo, 1995).
Cabe mencionar que, si bien los efectos de la agresión sexual pueden estar vinculados a la
ocurrencia del hecho abusivo, también pueden estar relacionados con situaciones asociadas a la
agresión, tales como la develación de la situación abusiva, la reacción familiar o contextual ante el
evento y la victimización secundaria por parte de las instancias de control social. Junto con lo
anterior, es necesario considerar que la agresión sexual también tiene consecuencias claras en los
miembros de la familia, en la dinámica familiar y en el contexto, entre otros (Capella y Miranda,
2003).
Al adentrarse más en los efectos asociados a la agresión sexual, pese a que éstos son inespecíficos
y uniformables, se ha observado la presencia de ciertas consecuencias que han sido descritas en
una amplia cantidad de las víctimas y que se relacionan específicamente con la agresión sexual. En
términos generales dentro de estas consecuencias se pueden distinguir aquellos de corto plazo o
inmediatos, de los de largo plazo y de mayor complejidad.
Los efectos que se describirán a continuación son generales; sin embargo, no se presentan de
manera uniforme en la población infanto-juvenil que ha sido víctima de agresiones sexuales, es
decir, no todos los niños/as o adolescentes que han sido abusados sexualmente tienen la misma
probabilidad de desarrollar ciertos síntomas, en tanto cada víctima reacciona de manera diferente
a la experiencia de agresión sexual, lo cual está determinado en gran parte por las características
diferenciales de cada caso. Cabe destacar, que no toda la emergencia de dichos síntomas tiene
relación con la ocurrencia de una agresión sexual sino que pueden tener otro origen.
En diversos estudios se han intentado determinar factores que se asocian a efectos diferenciales
en las víctimas (Smith y Bentovim, 1994; Glaser y Frosh, 1997; Cantón y Cortés, 1999; López, 1993;
Finkelhor, 1993; Huerta, Maric y Navarro, 2003). Así, los autores describen factores de la situación
abusiva, del agresor, de la familia, de la reacción ante la develación de la agresión y características
evolutivas del niño/a, como elementos que influencian un mejor o peor ajuste como consecuencia
de la agresión sexual infantil. De esta forma, señalan varios factores que parecen agravar los
efectos de las agresiones sexuales, presentando los niños/as mayores síntomas y consecuencias
64
más graves. Entre estos factores se encuentran las características de la agresión misma, los
factores relativos al agresor, los aspectos familiares, la reacción del medio ante la develación y el
período evolutivo que transita el niño/a.
Respecto a las características de la experiencia de agresión sexual, una agresión sexual repetitiva
y crónica, la presencia de contacto genital y penetración sexual y, el uso de la violencia o coerción
para cometer la agresión son variables que agravarían el daño en la víctima. La cronicidad de la
agresión, resulta una variable predictora de un daño profundo en la víctima, mientras que la
presencia de un número de eventos abusivos inferior a diez, resulta predictor de un daño leve-
moderado (Huerta, Maric y Navarro, 2000).
En cuanto a factores relativos al agresor, los niños/as y adolescentes presentan efectos más
graves cuando el agresor es un adulto, en comparación a cuando el agresor es un adolescente, en
tanto implica una diferencia en la relación de poder. La existencia de un vínculo previo entre el
agresor y la víctima también se relacionaría con mayores efectos, lo cual puede ser atribuido a la
relación de confianza preexistente, pero también a que las agresiones por conocidos se
caracterizan por ser más serias (generalmente son crónicas, incluyen penetración, etc.). Cuando el
agresor es el padre o padrastro del niño/a, la agresión traería mayores consecuencias, sin
embargo, no hay concordancia respecto a cual de estas dos figuras implica efectos más graves en
los niños/as. En este sentido, Gomes-Schwartz et al. (1990, en Smith y Bentovim, 1994) plantean
que aquellos niños/as abusados por sus padres biológicos, habrían sido afectados menos
seriamente que aquellos abusados por sus padrastros. Sin embargo, Huerta, Maric y Navarro
(2003), en un estudio nacional con la población consultante del CAVAS, observaron que la
existencia o no de un lazo de consanguineidad con la figura parental no es un elemento que
permita predecir el daño que dicha experiencia tendrá en el niño/a, prevaleciendo por sobre esto
el factor vincular asociado al rol parental.
Los aspectos familiares, tales como la existencia de experiencias estresantes y dificultades en las
relaciones familiares previas a la agresión, constituyen factores de riesgo del medio cercano al
niño/a lo cual implica cierto nivel de disfuncionalidad familiar previa que se suma a los efectos
nocivos vinculados a la agresión sexual.
Respecto a la asociación entre la edad del niño/a cuando se inicia la agresión sexual y la gravedad
de las consecuencias de ésta, los estudios no han permitido llegar a una conclusión definitiva, ya
que algunas investigaciones plantean que los niños/as menores se verían más afectados que los de
mayor edad, a la vez que otras muestran que la edad no influye en los efectos (Smith y Bentovim,
1994; Cantón y Cortés, 1999). Sin embargo, pareciera ser que más que una mayor o menor
65
gravedad de los efectos, las distintas etapas etárias tendrían efectos diferenciales. En este sentido,
Cantón y Cortés (1999), plantean que habrían algunas secuelas de la agresión sexual que pueden
darse en cualquier etapa del período infantil, mientras otros son más específicos de determinada
etapa. Así, los síntomas más característicos de los niños/as preescolares son la expresión de algún
tipo de conducta sexual anormal, además de la presencia de ansiedad, pesadillas, desorden por
estrés postraumático y problemas de conducta. Los niños/as en edad escolar (6-11 años)
presentan mayores problemas internos (especialmente depresión) y dificultades conductuales
(especialmente agresión). Así también, este último grupo presenta conductas sexualizadas,
miedos, pesadillas, baja autoestima, hiperactividad, efectos en el funcionamiento cognitivo y
problemas escolares. Finalmente, en los adolescentes son frecuentes la depresión, retraimiento
social, baja autoestima, ideas y conductas suicidas o autolesivas, los trastornos somáticos,
conductas antisociales (fuga del hogar, vagancia, consumo de alcohol y drogas), posibilidad de
sufrir nuevas agresiones sexuales, comportamiento sexual precoz, embarazo y problemas de
identidad sexual.
Estudios realizados sobre las consecuencias de la experiencia sexualmente abusiva en los niños/as,
muestran que los únicos síntomas con alta frecuencia que siguen a la agresión, incluyen conductas
sexualizadas y síntomas de estrés post traumático (Cahill et al, 1999), presentando este último
trastorno entre un 21% y 48% de incidencia en esta población (McLeer et al., 1988; Deblinger et
al., 1989). Otros estudios han mostrado que esta población a menudo presenta signos no
específicos tales como estrés, ansiedad, temor, depresión, ideación suicida, síntomas somáticos,
baja autoestima, agresividad, hiperactividad y conducta antisocial (Kendall-Tackett et al., 1993; en
Cahill et al., 1999). Junto con lo anterior, el olvido del hecho vinculado a la disociación emocional
son aspectos que se observan a menudo en niños/as y adolescentes víctimas de agresión sexual
(Calle, 1995; en Garrido, 1999).
Por otro lado, Kendall-Tackett et al. (1993) resumieron los efectos inmediatos y a largo plazo de la
agresión sexual, encontrando que las conductas sexualizadas se distribuían entre un 7% a un 90%
de los casos (Cahill et al., 1999), y se presentaría en las etapas evolutivas tempranas del desarrollo
en las cuales el niño/a carece de la capacidad de conceptualizar la experiencia acontecida (CAVAS,
2002).
De esta manera, diferentes autores (López, 1993; Finkelhor, 1984, 1993; Cantón y Cortés, 1999;
Zárate, 1993; Rojas Breedy, 2002; entre otros) coinciden en describir los efectos iniciales
específicos de la agresión sexual infantil. Smith y Bentovim (1994) realizan una agrupación de
estas consecuencias iniciales, según las diferentes áreas del desarrollo en que se ven afectados los
niños/as producto de la situación abusiva, categorizándolos en alteraciones de la sexualidad,
alteraciones emocionales, depresivas, ansiosas y conductuales.
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con otros, y una masturbación compulsiva. En niños varones que han sido abusados sexualmente
por personas de sexo masculino puede generarse una confusión y ansiedad frente a su identidad
sexual.
Al adentrarse en la variable anímica, es común observar en niños/as que han sido victimizados
sexualmente la presencia de ánimo depresivo, generalmente asociado a sentimientos de ira,
desesperanza y baja autoestima. Dentro de este cuadro también es común que el niño/a presente
síntomas asociados a un trastorno del sueño y del apetito.
Por último, respecto a los efectos conductuales iniciales asociados a la agresión sexual, es común
observar en el niño/a la presencia de agresividad, hostilidad, desobediencia, ideas y actos suicidas,
automutilación. Junto con lo anterior, es frecuente como manifestación conductual temprana
producto de la agresión sexual, la inquietud, hiperactividad, problemas de aprendizaje y
dificultades escolares.
A nivel nacional, un estudio realizado en CAVAS Metropolitano (Aliste, Carrasco y Navarro, 2003)
respecto del análisis descriptivo de los resultados del proceso diagnóstico (realizado a una muestra
de 180 casos), concluye que:
En primer término, se observó que los síntomas de mayor prevalencia en la muestra, es decir, los
que se presentaron en más de un 40% de los casos corresponden a síntomas ansiosos, depresivos,
trastornos del sueño, dificultades en la atención y concentración y, conductas evitativas. De éstos,
presentaron una notoria mayor frecuencia en relación al resto de la sintomatología los síntomas
ansiosos, que se manifestaron en un 85% de los casos que presentaron sintomatología, seguidos
por los síntomas depresivos, que se observaron en un 57% de estos casos. En un segundo rango de
prevalencia, entre un 39% y un 20% de los casos evaluados con sintomatología, se observó la
presencia de auto o heteroagresividad, defectos de la impulsividad, alteración de la conducta
sexual, distorsiones cognitivas, alteración de la conducta alimentaria y síntomas disociativos.
Asimismo, entre un 19% y un 10% de los casos presentó enuresis, conductas disociales,
hiperactividad, reexperimentación, oposicionismo, aumento de la activación, alteración de la
identidad sexual, alteración del lenguaje, síntomas somatomorfos y alteración del lenguaje. Como
síntomas residuales, es decir, que se presentan en menos de un 10% de los casos, se observaron
síntomas maníacos, dificultades en la lectoescritura, dificultades psicomotoras, encopresis y
dificultades de cálculo.
67
Por otro lado, el trastorno de mayor prevalencia en la muestra fue el Trastorno Adaptativo el que
se diagnosticó en un 51.6% de los casos. A éste le sigue, con una significativa menor
representación, el Trastorno de Estrés Postraumático el que se diagnosticó en un 15% de los casos.
En orden de preponderancia, suceden el Trastorno Reactivo de la Vinculación (8,3%) y el Trastorno
de Personalidad (5%).
Los datos de este estudio confirman que cuando la experiencia abusiva provoca una respuesta
psicopatológica, se expresa principalmente en síntomas de tipo emocional (ansiosos, depresivos) y
en trastornos del espectro ansioso, que alteran en forma significativa el normal funcionamiento de
la víctima. Respecto de esto, se observó en forma significativa la presencia de trastornos
mayoritariamente de tipo reactivo (Trastorno Adaptativo, TEPT) y, en segundo orden, alteraciones
de mayor cronicidad o que implican trastornos a nivel del proceso de desarrollo y de
estructuración de la personalidad (Reactivo de la Vinculación, de Personalidad).
Uno de los modelos más reconocidos que se ha planteado para la comprensión del lugar particular
y nocivo en el cual queda situado del niño/a a propósito de las dinámicas de victimización sexual,
es el síndrome de acomodación al abuso sexual (child sexual abuse accommodation syndrome)
propuesto por Roland Summit en 1983.
Summit (1983) elabora este modelo, a partir del reconocimiento de que los niños/as al enfrentar
la situación abusiva presentan conductas que contradicen las afirmaciones y expectativas
habituales de los adultos. Por lo que, ante la develación, las víctimas se encuentran con un
contexto adulto que les otorga escasa credibilidad, pudiendo culparlas o rechazarlas, situaciones
que se transforman en una traumatización secundaria. Así, por ejemplo, para quienes conocen la
situación abusiva es contradictorio el largo período de secreto y el “consentimiento” que
adjudican al niño/a, no comprendiendo las causas por las cuales un niño/a victimizado no puede
develar inmediatamente y escapar de la situación abusiva. Esta manera de visualizar el fenómeno,
según Summit, implica un desconocimiento de las reacciones típicas de los niños/as agredidos
sexualmente, siendo evidente en la práctica clínica que las expectativas sociales serían
inadecuadas. Además, plantea que este síndrome puede ayudar a sensibilizar a los adultos y
profesionales con el fin de crear un contexto de intervención psicosocial, legal y, un contexto
sociofamiliar que otorgue credibilidad y apoyo a la víctima, considerando que esto es esencial para
la sobrevivencia psicológica de la misma.
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Del mismo modo, este autor (1983) plantea, el síndrome de acomodación al abuso sexual,
incorporando en éste las reacciones típicas y comunes de niños/as que han sido victimizados
sexualmente, particularmente en casos de agresión sexual intrafamiliar, representando este
síndrome un común denominador de los comportamientos más frecuentemente observado en
víctimas.
Las cinco categorías del síndrome planteadas por Summit (1983) son:
1. Secreto: la agresión sexual ocurre cuando el niño/a está a solas con el agresor y, éste le
trasmite al niño/a que lo que está sucediendo es algo que no debe ser compartido con nadie
más. A partir de la imposición del secreto por parte del agresor, ya sea de un modo más o
menos intimidante, el niño/a significa la agresión como algo peligroso, negativo y temido.
2. Impotencia: la impotencia del niño/a y la desigualdad de poder que se instala en una relación
con un adulto, aumenta cuando el agresor es una figura cercana, de confianza y afecto, en
tanto, para el niño/a existe la posibilidad de un quiebre relacional con una figura significativa
de afecto. En este sentido la intrusión de actos sexuales por un adulto situado en un lugar de
poder, especialmente cuando es una figura primaria, se constituye en una relación unilateral
de un agresor hacia una víctima, en la cual el niño/a dependiente de éste, no tiene otra opción
que someterse y mantener el secreto. Esta tendencia resulta en un elemento fundamental que
objetaría el supuesto común de que un niño/a que no se queja, está consintiendo la relación.
Ante la imposibilidad de escapar de esta relación, el niño/a tiende a replegarse sobre si mismo
sintiéndose avergonzado e intimidado, lo que aumenta su impotencia e incapacidad de
comunicar sus sentimientos a un adulto comprensivo.
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Esto se suma a las disyuntivas de las madres en otorgar credibilidad al niño/a, lo cual en
muchos casos implica el reconocimiento de que su pareja no se merece su confianza y el
cuestionamiento a la visión de sí mismas, tanto en su función materna como en relación a su
elección de pareja.
Este modelo ha recibido diversas críticas, especialmente debido a que la evidencia científica
demuestra que no es posible reconocer un síndrome asociado a las agresiones sexuales en los
niños/as, ni sostener la presencia de reacciones características de los niños/as que han sido
agredidos sexualmente, que permitan diferenciarlos de manera confiable de los no victimizados.
Así, este síndrome planteado por Summit, carece de criterios de confiabilidad técnica y sustento
empírico para su uso diagnóstico, y por lo mismo no permite validar o diagnosticar la presencia de
agresión sexual en un niño/a. Además, sería un patrón inespecífico, en tanto no permite
discriminar entre niños/as agredidos y no agredidos, no existiendo una relación causa-efecto clara
entre las cinco categorías propuestas y el problema de la agresión sexual (De Gregorio, 2002). A
partir de las controversias generadas, el propio autor, en 1992 (en De Gregorio, 2002), planteó que
el síndrome descrito es sólo una opinión clínica y no constituye un instrumento científico.
A pesar de las críticas que este modelo ha recibido, especialmente debido a su consideración
como síndrome y su uso diagnóstico, la teoría planteada por Summit constituye un aporte tanto
en la comprensión de las dinámicas abusivas, en las respuestas de los niños/as ante la situación de
agresión sexual (adaptación crónica), como en las reacciones de los adultos ante la develación de
ésta.
Por otra parte, Monteleone (2007) plantea que las etapas descritas por Summit deben ser
utilizadas como consideraciones clínicas, en tanto “no son más que una opinión clínica que debe
ser tenida en cuenta en cada caso en particular y con las limitaciones reales que se presentan en
este tipo de hechos delictivos con el objeto de evitar arribar a un diagnóstico erróneo”. Además,
sabemos que las reacciones de cada sujeto ante la experiencia de agresión sexual son muy
diversas, no pudiendo predecirse cuáles serán las secuelas individuales en la estructuración del
psiquismo (op. cit.).
Así, se comprende que aunque no se desarrolle un trastorno en edades infantiles donde ocurre la
agresión sexual, es posible que debido al quiebre y perturbaciones que provoca la agresión en el
desarrollo global de la identidad del niño/a, sus efectos sean más duraderos pudiéndose
desarrollar un desorden psico-afectivo en la pubertad o adolescencia.
Diferentes autores (López, 1993; Cantón y Cortés, 1999; Glaser y Frosh, 1997; Finkelhor, 1993;
Huerta, Maric y Navarro, 2003) señalan una configuración de efectos a largo plazo de la agresión
sexual, los cuales son menos claros que los efectos iniciales, siendo difíciles de analizar en tanto
interactúan con otros factores durante un tiempo prolongado.
70
Sin embargo, se reconoce en la literatura suficientes estudios que permiten establecer relaciones
entre la agresión de tipo sexual infantil y posteriores dificultades (en la adolescencia o adultez).
Así, se observa una asociación entre haber sufrido una experiencia de agresión sexual y una mayor
probabilidad de presentar problemas psicológicos posteriores, como depresión, intentos de
suicidio, sentimientos de estigmatización, aislamiento, baja autoestima, ansiedad, tensión,
dificultades de tipo relacional (especialmente con personas del sexo opuesto), dificultades con la
sexualidad (inhibición, conductas abusivas hacia otros, promiscuidad, prostitución), abuso de
alcohol y drogas, trastornos de personalidad y anorexia (alteraciones de la imagen corporal).
Conjuntamente, se presenta un mayor riesgo de volver a ser víctimas de nuevas agresiones
sexuales, por su pareja u otros (revictimización).
Diversos autores sostienen que el trauma vinculado a experiencias abusivas sexuales afecta, a
largo plazo, las distintas esferas de la personalidad de manera global. Es el caso de Messler y Gail
(1994), quienes se han especializado en el diagnóstico y tratamiento de pacientes que sufrieron
agresión sexual en la infancia. Las autoras plantean el Trastorno por Estrés Postraumático
Complejo como un cuadro nosológico característico de quienes han sufrido violencia sexual en su
infancia, exponiendo que son afectados por las experiencias traumáticas los siguientes aspectos de
la persona:
1.- Secuelas Cognitivas: Según las autoras, el trauma tiene un efecto desorganizador en la
habilidad individual para codificar, procesar y almacenar recuerdos de los eventos traumáticos, así
como también todos los recuerdos posteriores a estos. Esta dificultad tendría su correlato
fisiológico neuroestructural, ya que se ven afectadas las partes del cerebro asociadas a la función
mnémica. Asimismo, refieren que este “daño” también se puede observar, en que las víctimas de
agresión sexual presentan una regresión a estados más concretos (sensoriomotor) del
funcionamiento cognitivo, lo que se relacionaría con una ausencia o dificultad en la toma de
perspectiva y de analizar lo que les sucedió.
Por otro lado, las autoras observan significativas dificultades en la capacidad para fantasear, lo
cual también es compartido por Bollas (1987). Al respecto señalan, que las víctimas sólo podrían
mantener esta capacidad en aspectos de su vida que no están relacionados, ni directa ni
indirectamente, con las situaciones traumáticas.
2.- Secuelas Afectivas: Se puede observar dificultades en la modulación afectiva que puede
transitar desde la anestesia a la hiperactivación emocional. Al respecto, se plantea la presencia de
un quiebre en la conexión afectiva, específicamente entre la severidad de lo percibido y el grado
de activación afectiva. Descriptivamente, se observan reacciones fuertes ante un estímulo débil,
así como también estados de anestesia afectiva ante estímulos o experiencias altamente
perturbadoras y complejas.
3.- Secuelas en la organización del Self (sí-mismo): Uno de los mecanismos defensivos más
importantes utilizados por víctimas de agresión sexual en la infancia lo constituiría la disociación.
Al respecto, se plantea que la organización del sí-mismo se divide en dos o más estados,
relativamente organizados y que funcionan independientemente al interior de la personalidad. De
acuerdo a la intensidad de este mecanismo, puede llegar a constituirse dos personalidades
distintas en la víctima, siendo una de estas la que tiene relación con la experiencia traumática y
sus consecuencias.
71
4.- Secuelas Relacionales: Se observa una limitación en la capacidad para formar o mantener
relaciones, particularmente desde la intimidad y cercanía afectiva. Se observa una dificultad para
responder flexiblemente a las demandas y oportunidades de las relaciones presentes, tendiendo a
generar vínculos que puede repetir los patrones abusivos.
5.- Secuelas Conductuales: Se pueden apreciar cambios impredecibles en el actuar, los que
estarían directamente relacionados con la disociación y con la dificultad para modular los afectos.
Por otro lado, se observan conductas autodestructivas, las que descriptivamente van desde
formas inocuas de abuso compulsivo hacia sí-mismo, hasta ideas y actos suicidas persistentes.
Por último, una de las investigaciones realizadas con una muestra de la población consultante del
CAVAS Metropolitano, mostró que en los casos en que exista un contexto familiar que presente un
patrón relacional tolerante ante la develación y en que exista cronicidad de la agresión, las
víctimas estarán expuestas a sufrir un daño psicológico mayor, generando un impacto profundo a
nivel de la estructuración de la personalidad. Tal impacto puede expresarse en uno o varios de los
siguientes aspectos: alteración severa del desarrollo de la psicosexualidad; alteración severa de la
vinculación; inhibición social, relacional y/o afectiva extrema; disociación profunda (Huerta, Maric
y Navarro, 2003).
Un modelo ampliamente aceptado (López, 1993; Cantón y Cortés, 1999; Malacrea, 2000; Zárate,
1993; Capella y Miranda, 2003; Capella, Contreras, Guzmán, Miranda, Núñez y Vergara, 2003),
para comprender las alteraciones en la organización de la experiencia subjetiva del niño/a
producto de la agresión sexual, es el propuesto por Finkelhor y Browne (1985).
Este modelo comprensivo-explicativo propone que la experiencia de agresión sexual infantil puede
ser analizada en base a cuatro factores, denominados dinámicas traumatizantes o
traumatogénicas (‘traumagenic dynamics’), las cuales en conjunto hacen que el trauma de la
agresión sexual sea único y diferente de otros tipos de traumas. Estas dinámicas alteran la
orientación cognitiva y emocional del niño/a al mundo, distorsionando su autoconcepto, su visión
del entorno y sus capacidades afectivas. La relación del niño/a con su ambiente, desde estas
distorsiones, puede manifestarse en los síntomas descritos como efectos psicológicos de la
experiencia abusiva, estando algunas dinámicas directamente relacionadas con ciertos síntomas.
72
Concretamente, cuando existe intercambio de afecto, atención, privilegios y regalos por conductas
sexuales; cuando a ciertas partes del cuerpo del niño/a se les da una importancia y significados
distorsionados; cuando el agresor trasmite al niño/a confusiones e ideas erróneas acerca de la
sexualidad; y cuando el niño/a tiene asociadas memorias y eventos atemorizantes con ésta.
Esta dinámica produce como efecto psicológico alteraciones del desarrollo psicosexual normal
para la edad, generando en el niño/a un aumento de la preocupación por temas sexuales no
esperados para su etapa de desarrollo, preocupación asociada a aspectos como la estimulación e
identidad sexual. Además puede generar en el niño/a confusión acerca de las normas y estándares
sexuales, y del rol del sexo en las relaciones afectivas, así como la atribución de significados
negativos asociadas a la esfera de la sexualidad.
Traición: Hace referencia a la dinámica en la cual los niños/as descubren que el agresor –alguien
de quien dependían y en quien confiaban– les ha causado daño, manipulándolos con mentiras o
engaños. También puede presentarse cuando el niño/a toma conciencia de que un miembro de la
familia en quien ellos confiaban y que no corresponde a la figura del agresor, fue incapaz de
protegerlos o creerles.
Los efectos psicológicos ante esta dinámica están asociados a una alteración vincular y pueden
presentarse de dos modos. Por un lado, puede surgir en el niño/a una necesidad intensa de
confianza y seguridad, lo cual se manifiesta a través de una dependencia extrema, pudiendo
presentar dificultades para realizar juicios adecuados acerca de la confiabilidad de las otras
personas. Por otra parte, puede presentarse una reacción contraria, caracterizada por la
hostilidad, agresividad y desconfianza excesivas, manifestadas en aislamiento y aversión a las
relaciones íntimas.
Pérdida de poder o indefensión: Se refiere al proceso en que la voluntad del niño/a, sus deseos y
sentido de eficacia son consistentemente contravenidos, siendo su territorio y espacio corporal
repetidamente invadido.
Los efectos relacionados con esta dinámica se vinculan, por un lado, con el miedo y ansiedad que
reflejan los sentimientos de vulnerabilidad e incapacidad percibida por el niño/a de controlar
eventos externos nocivos, disminuyendo los sentimientos de autoeficacia y habilidades
personales. Por otra parte, los niño/as pueden intentar compensar la experiencia de pérdida de
poder, manifestando necesidades de control y dominación inusual y disfuncionales.
Estigmatización: Se refiere a las connotaciones negativas –maldad, vergüenza y culpa- que son
comunicadas al niño/a alrededor de la experiencia de agresión sexual y que luego son
incorporadas a su autoimagen. Estos mensajes negativos pueden provenir directa o
indirectamente del agresor, pudiendo ser reforzados por actitudes negativas de otras figuras
pertenecientes al núcleo familiar o a la comunidad ante el conocimiento del hecho abusivo.
Este modelo conceptual resulta útil para evaluar clínicamente los efectos de la agresión sexual, lo
cual debe tomar en cuenta aspectos previos (personalidad del niño/a y características de su
73
familia) y posteriores (la reacción familiar a la develación y la respuesta social e institucional ante
ésta), debido a que a pesar de que la experiencia de agresión sexual es el agente traumático
central en las víctimas, las dinámicas traumatizantes no son aplicables solamente a la experiencia
abusiva, ya que es un proceso que tiene una historia previa y un futuro posterior a la agresión.
A su vez, una aproximación comprensiva permite formular estrategias de intervención que tengan
como objetivo la superación de los efectos de la agresión sexual, planteando directrices acordes a
estas dinámicas.
Al respecto, en algunos niños/as que han sido víctimas de agresión sexual por personas con las
cuales poseen una relación afectiva significativa puede ocurrir una confusión de los estándares
sexuales, no distinguiendo afecto de sexualidad, condicionándose la relación con otros a la esfera
de la sexualidad. Así, incluso se ha descrito por parte de estos niños/as una sensación de placer
durante estos encuentros sexuales, el cual puede estar relacionada a sentimientos de amor y
preocupación, sentimientos que son más emocionales que físicos. Posteriormente, los niños/as en
edad escolar que han sido sexualizados pueden no ser capaces de reprimir o sublimar el interés
por la actividad sexual como lo hacen los demás niños/as de su edad, que son capaces de dirigir
esta energía al aprendizaje y el desarrollo de las relaciones sociales apropiadas. De este modo, se
perpetúa y se retroalimenta un circuito altamente desadaptativo.
En relación a este proceso, Finkelhor (1979) señala que algunos niños/as, cuyas necesidades no
son cubiertas a través de los canales convencionales, descubren que pueden obtener afecto
estimulando sexualmente al adulto y por lo mismo se aproximan de este modo a los adultos y los
seducen activamente (en Glaser y Frosh, 1997). En este mismo sentido Almonte y Cádiz (1997)
señalan que el comportamiento seductor de estos niño/as puede ser visualizado más bien como
síntoma de la agresión sexual, ya que por estar su sexualidad en desarrollo, el niño/a puede ser
entrenado a gozar de varias formas el contacto sexual, especialmente cuando está carente de
afecto. Las víctimas pueden ser incapaces de discriminar entre formas eróticas de contacto de
aquellas de simple afecto o amistad. Tienden a erotizar la mayoría de las relaciones íntimas y
algunos han aprendido que deben pagar con favores sexuales por el afecto que reciben.
De este modo, a partir de la teoría del hechizo, la agresión sexual incestuosa actúa alterando el
proceso de desarrollo de la psicosexualidad normal esperada para los niño/as, creando y
condicionando un estilo relacional que se extiende a otras relaciones, ya sea a los pares o a otros
adultos.
74
Para Crittenden (1997) el comportamiento complaciente compulsivo de estos niños/as consiste en
hacer lo que los otros quieren que haga y mostrar el afecto que la gente quiere ver, dándose
origen a dos conductas diferentes: la seducción y la promiscuidad. En la seducción el
comportamiento incluye ciertos sentimientos verdaderos de la persona seductora, exagerados.
Algo se ofrece a una persona íntima con un acuerdo implícito: “tú me das lo que yo quiero y tal vez
yo te doy lo que quieres”. A diferencia de la promiscuidad en que se produce el proceso opuesto;
está dirigida a figuras externas y desconocidas, con una promesa o acuerdo explícito: “tú pagas
esto y yo hago lo otro”. En resumen, las distorsiones en la sexualidad se convierten en redes para
los asuntos de protección, el sexo se utiliza para la protección. Se activa lo sexual porque tiene la
misma función que lo vincular, atraer a la gente y ponerla en un lazo perdurable. De esta manera
si se tiene acceso a una relación de apego factible, la sexualización de la infancia no cabe. Por el
contrario, si es la única forma de acercarse a la persona para obtener protección, es mejor que no
tener nada.
El efecto nocivo del desarrollo de estos mecanismos, se evidencia en la vulnerabilidad que estas
víctimas presentan frente a la ocurrencia de nuevas situaciones abusivas. Al respecto, Crittenden
(1997) señala que las niñas que han sido abusadas tienden a ser nuevamente víctimas; hay algo
que proyectan que las hace ser un blanco, esto es, la vulnerabilidad fingida. El mecanismo a la
base de este proceso estaría dado por las dificultades con los límites sexuales y las conductas
sexualmente provocativas que algunas de estas víctimas desarrollan, situación que hace que con
más posibilidades los jóvenes se expongan a situaciones de alto riesgo de revictimización. La
revictimización, entonces, incrementa el riesgo de desarrollar conductas sexualizadas, incluyendo
conductas de victimización con una perpetuación de un trágico ciclo (McClellan et al., 1997).
Se exponen a continuación dos niveles observación clínica del daño psicosocial asociado a la
ocurrencia de agresiones sexuales en la vida de un adulto. El primero de ellos, caracterizado por
los efectos que estas experiencias tienen sobre el estado psicoafectivo del sujeto, lo que
generalmente corresponde a la expresión sintomática observable en los adultos que han sufrido
una agresión sexual, ya sea que haya ocurrido en la infancia o tardíamente en la adultez. El
segundo nivel da cuenta de las secuelas a largo plazo, las que generalmente se asocian a
conflictivas psíquicas y relacionales. Cabe mencionar que la distinción entre los efectos de la
agresión sexual en términos de las conflictivas psíquicas y relacionales suscitadas es arbitraria, en
tanto ambos se encuentran íntima y dialécticamente relacionados. Se justifica entonces realizar
una distinción con la finalidad de destacar los elementos principales que permiten caracterizar la
problemática.
Ahora bien, respecto a las manifestaciones del daño es importante señalar que existen variables
que preexisten al acontecimiento violento que inciden en la cualidad y expresión del daño en cada
víctima, no existiendo una respuesta uniforme pese a las constantes que se advierten en distintas
personas victimizadas. En relación a lo anterior, se han distinguido cuatro factores principales que
median en la manifestación del daño: el equilibrio y funcionamiento psicológico previo del adulto,
existencia o no de una historia anterior de victimización sexual, reporte de acontecimientos vitales
“negativos” recientes y la calidad del apoyo social proporcionado (Echeburúa, 1994; Echeburúa y
Corral, 1995; Steketee y Foa, 1987, en Echeburúa et al., 1995).
75
a. Expresiones Sintomáticas Reactivas a la Agresión Sexual
Síntomas conductuales: Dentro de los síntomas que alteran el espectro conductual se observan
comportamientos fóbicos, evitativos y obsesivos, así como también trastornos alimentarios,
tendencias autodestructivas, aislamiento interpersonal y trastornos de la conducta sexual.
6
Ciertos elementos del esquema que se propone a continuación se derivan de estudios planteados por
Echeburúa et al., 1995.
76
Dificultades en el ajuste social: La intensidad de la sintomatología puede provocar el efecto de
perturbar o inclusive impedir el normal funcionamiento de la persona en diversos niveles: laboral,
familiar y/o social. El miedo a salir del hogar y tratar con desconocidos, junto a la dificultad para
recurrir al apoyo familiar, pueden ser factores que potencie las manifestaciones asociadas a la
victimización. La intensidad de estos síntomas se aprecia mayor cuando se trata de victimizaciones
recientes, ocurridas en la edad adulta.
Respecto a los cuadros clínicos que presenta esta población victimizada tempranamente, se
encontrarían el trastorno por estrés postraumático crónico, disfunciones sexuales, trastorno del
ánimo depresivo, trastornos somatomorfos, trastorno borderline o límite de la personalidad y el
trastorno disociativo de la identidad.
En relación a la población adulta que ha sido victimizada en la adultez, en el área reparación del
CAVAS, se ha constatado que una gran proporción de estas víctimas presentan una situación de
crisis caracterizada por un quiebre desadaptativo en el continuo vital, así como también es muy
común observar intensos temores a situaciones relacionadas con la agresión y sentimientos de
vergüenza, culpabilidad e indefensión. Asimismo, son proclives al aislamiento social y temen ser
indicadas como responsables de lo ocurrido y, consecuentemente, ser sancionadas moralmente
por el entorno. En este marco, cobra relevancia el actuar de los agentes de control social, en
términos de paliar la victimización secundaria que opera, en particular, en la población de mujeres
que ha sido agredida. De no ser así, la víctima vivencia un proceso de re-victimización que sólo
reforzará el daño ya generado por la experiencia abusiva (Echeburúa et. al., 1995; Barudy, 1998).
En este apartado, se abordará el impacto asociado a la victimización sexual desde una focalización
en las conflictivas psicológicas que surgen como consecuencia a esta experiencia traumática. Se
refieren a problemáticas intrapsíquicas y relacionales que aluden a una dimensión de mayor
complejidad y profundidad del daño, en tanto puede desajustar el funcionamiento normal de la
personalidad y alterar la vivencia de sí mismo y de las relaciones con los otros.
77
Respecto a las secuelas observadas en adultos, cabe puntualizar ciertas diferencias en el daño
producido dependiendo del momento del ciclo vital en el cual han sido victimizados. Hay estudios
que avalan que las agresiones sexuales experimentados en la infancia o adolescencia, más aún los
intrafamiliares con características crónicas, conllevan considerables y perdurables consecuencias
psicológicas que difieren de aquellas asociadas a victimizaciones ocurridas en la vida adulta
(Pereda, Polo, Grau, Navales, Martínez, 2007). (CAVAS, 2007).
Las conflictivas intrapsíquicas en el caso de adultos que han vivenciado experiencias de agresión
sexual en la infancia y/o adolescencia, son consideradas como reactivas al acontecimiento de
victimización sexual y, como ya se ha señalado, pueden llegar a instalarse como ejes
estructurantes de la personalidad, organizando de manera profunda la vivencia de sí mismo y de
los otros. Junto con lo anterior, al generar un sobrepaso en la capacidad de significación del sujeto,
puede conllevar, con el avance del ciclo vital, una alteración global y crónica en la capacidad para
tolerar otras experiencias angustiosas, controlar los impulsos y conservar el criterio de realidad.
Dada esta condición psíquica basal, la disociación puede instalarse como un mecanismo defensivo
prototípico, en la tarea psíquica de hacer frente a la vivencia y recuerdos traumáticos. En términos
genéricos, este mecanismo consiste en una escisión de la personalidad que resulta en dos o más
estados psíquicos que funcionan de manera inconsciente e independiente, pudiendo resultar, por
ejemplo, la disociación entre los afectos y pensamientos, entre la psique y el soma, o entre la
conducta y los pensamientos. Son signos de estados disociativos la irrupción de imágenes,
impulsos agresivos, sensaciones somáticas o reacciones ansiosas, que marcan un quiebre en la
cotidianidad y que la persona no puede explicar, llegando a valorar estos fenómenos como
extraños o ajenos.
78
· Vincular: Las relaciones interpersonales pueden representar a nivel psíquico un gran peligro
y riesgo para la integridad, en tanto generan temor ante la posibilidad de la repetición de
nuevas agresiones. Con frecuencia emergen angustias intensas ante la posibilidad de
proximidad sexual o intimidad.
· Sexualidad: El contacto sexual precoz practicado por un adulto puede generar una alteración
en la vivencia de la propia sexualidad, en tanto ella queda marcada desde la connotación
relacional de dominación y coerción. Esta distorsión global de la sexualidad puede
actualizarse de manera traumática frente a contactos sexuales adultos o durante la
adolescencia periodo en el cual puede resignificarse la situación abusiva a propósito de la
maduración psicológica y biológica. Ello puede provocar un rechazo, conciente o inconciente,
de la femeneidad, alterándose así el curso normal del desarrollo psicoafectivo.
En estrecha vinculación con lo anterior, se advierte que adultos que han sido víctimas de agresión
sexual infantil, pueden manifestar una inclinación a desestimar las propias necesidades afectivas y
dificultades para percibir señales internas de malestar e incomodidad, lo cual estaría a su vez
asociado a una desconexión emocional respecto de sus propias necesidades afectivas. Estas
dificultades pueden materializarse a nivel relacional, en un “sacrificio” personal sobreponiendo las
necesidades del otro por sobre las propias, dinámica que puede a su vez reactivar la vivencia
abusiva en los vínculos. (Batres, 1997; Jurado, 2004; Rubins, 2004)
Una posible respuesta adaptativa a los altos niveles de ansiedad que implican los vínculos
cercanos, corresponde a la incorporación por parte de la víctima de la dinámica de la manipulación
instalada por el abusador, lo que posteriormente en la adultez, determina un funcionamiento
relacional instrumentalizado, observándose dos posiciones relacionales: la aceptación y sumisión
inconciente a la “oferta relacional” del otro, o bien, se ubica subjetivamente en el lugar contrario
del “instrumentalizador”.
79
Esta situación relacional se aprecia con regularidad en las madres de hijas pequeñas y trae
tensiones no sólo a nivel del sistema conyugal, sino también en la relación madre-hija(o) y/o
padre-hija(o).
Ahora bien, al referirse a las conflictivas psicológicas y relacionales en adultos que han sido
victimizados sexualmente en su adultez, cabe precisar que estas problemáticas emergen desde
una organización psíquica que constituye una línea base sobre la cual se instala el impacto y
significación de la experiencia de victimización sexual. La relación entre una agresión sexual en la
adultez y la psicopatología del sujeto es casi siempre positiva: al ser la primera un importante
estresor adicional inesperado, contribuirá a agudizar la sintomatología que ya pueda estar
presente y agravará las conflictivas de personalidad a la base, si es que las hubiere.
Al referirse a otro núcleo conflictivo, una agresión sexual implica una experiencia de transgresión
de los límites personales a nivel corporal y psíquico. A partir de esta vivencia de vulneración, una
de las áreas más dañadas es la esfera de la sexualidad, resignificándose ésta última desde
connotaciones nocivas de riesgo y incidiendo negativamente sobre la concepción del rol de lo
femenino y lo masculino.
80
Estas problemáticas internas anteriormente descritas, pueden poner en marcha la utilización de
mecanismos defensivos que se activan para hacer frente a la angustia que este tipo de
traumatización desencadena. La defensa que más comúnmente se utiliza, y que sería una
respuesta adaptativa común a cualquier evento traumático, es la disociación, dispositivo que,
como ya se ha señalado, intenta expulsar del plano consciente afectos e ideas displacenteras
vinculadas con la agresión sexual.
La vivencia de haber sido traicionada, es comúnmente observada en víctimas que reportan haber
sido abusadas sexualmente por un conocido, con el cual mantenían una relación de confianza. Esta
vivencia puede alcanzar una magnitud tal, que provoque sentimientos de hostilidad frente a
amigos, familiares u otros y desembocar en conductas de aislamiento respecto de la red de apoyo.
Una complejidad adicional que presentan los casos de agresión sexual en la adultez, es la
existencia de antecedentes de agresión sexual en la infancia y/o adolescencia. Un acontecimiento
de agresión en la vida adulta puede reactivar antiguos modos de funcionamiento psicológico
desadaptativos adscritos a la victimización sexual infantil. Esta situación potencia la
estigmatización de la víctima, en el sentido de facilitar la fijación de pensamientos confirmatorios
de orden autodenigratorios y re-victimizantes.
Finalmente, cabe mencionar que una persona que ha vivenciado una agresión sexual en su adultez
es un fenómeno complejo en tanto involucra además de una crisis personal, consecuencias
familiares y sociales necesarias de tener en cuenta al momento de evaluar el impacto global de la
experiencia traumática.
En el ámbito familiar, la magnitud del daño está relacionada no sólo con la vivencia personal de
transgresión, sino que también con el rol y la posición que la víctima ocupa en la estructura
familiar. A modo de ejemplo, la persona agredida podría ser el sostén económico de su núcleo, o
bien, vivir con su familia de origen y depender de ella. En ambos casos se generan problemáticas
diferentes y, por lo tanto, distintos modos de reacción que afectarán directamente a la víctima. En
concreto, la posible desestabilización familiar, las dificultades en la pareja, la salida del hogar y la
implicación en un proceso judicial, son algunas de las circunstancias que complejizan el fenómeno
y su abordaje.
81
2.7.3. Aportes desde una Perspectiva Victimológica
Desde esta perspectiva, se postula que “en el proceso de victimización la víctima aprende por
medio de la interacción con el victimario o con personas de su inmediato entorno social su rol de
víctima” (Schneider, 1994, pág. 45). Existiría una socialización de la víctima hacia su rol,
aprendiendo ésta a definirse a sí misma como víctima y, como consecuencia de esto, se
acostumbraría a la victimización.
Una de las explicaciones que se dan para esta definición de “víctima” es la teoría del desamparo
aprendido, según la cual, los individuos aprenden a través de sus experiencias que su
comportamiento tiene consecuencias negativas, sin que ellos puedan influir en éstas últimas
desarrollando un comportamiento pasivo. Tal pasividad le impide actuar de forma preventiva para
evitar la ocurrencia de una nueva victimización.
Otra posible explicación surge de lo planteado por el victimólogo E. Fattah (1997a), quien señala
que la victimización constituye una experiencia social significativa, que ejerce un impacto
perdurable en la vida de las personas. Este autor se basa en lo señalado por Athens (1989, en
Fattah, 1997a) quien hace una distinción entre experiencias sociales triviales, que ejercen poco
impacto en la vida de las personas y son olvidadas tan pronto como se viven y, experiencias
sociales significativas, que son importantes e inolvidables dejando una marca permanente en las
personas y son recordadas meses o años después de ocurrida la experiencia. Para esta autora, “las
personas son lo que son como un resultado de las experiencias que han sufrido en sus vidas”
(Athens, 1989, en Fattah, 1997a, pág. 34), y si se considera que la victimización es una experiencia
social significativa, es posible comprender que ésta deje una marca, incluso en la visión de sí
misma de la persona, definiéndose como “víctima”.
Es importante considerar que dentro de los procesos de victimización, “el traumatismo psíquico de
la víctima causado por delitos sexuales y violentos tiene otro valor psíquico que el miedo abstracto
o el miedo concreto afectivo-emocional al crimen de personas que no han sufrido ninguna
victimización” (Schneider, 1994, pág. 54). Así podemos entender que las víctimas de agresión
sexual han vivido experiencias significativas que repercuten en diferentes áreas de su vida, desde
82
el miedo a una nueva victimización, la creencia en la imposibilidad de control, hasta en el proceso
de construcción de identidad.
Por otro lado, si bien en el concepto de carrera victimal se reconocen factores individuales de la
víctima para autodefinirse como tal como consecuencia de su experiencia de victimización,
también considera la interacción de ésta con su entorno social. Al respecto, el proceso de reacción
inadecuado frente a la victimización primaria por parte de las instancias de control social
(carabineros, policía, sistema judicial-penal) y de los actores de su entorno social, lo que se
denomina victimización secundaria, tiene como consecuencia que la víctima interiorice su rol de
víctima: “al final de este proceso de degradación y estigmatización, la víctima adopta una visión de
sí misma de víctima” (op. cit., pág. 45).
Desde el marco anteriormente planteado, los victimólogos enfatizan la importancia de que las
víctimas reciban el tratamiento necesario para que puedan superar el trauma psíquico que implica
la experiencia de la victimización (op.cit.), intentando además prevenir el riesgo de una nueva
agresión.
En el campo de la victimología se postula que existe una estrecha relación entre la victimización y
la conducta criminal, siendo la victimización un aporte directo a la agresión, el sine qua non para
ella. (Fattah, 1997a). En palabras de Fattah, “las víctimas de ayer son a menudo los criminales de
hoy y los criminales de hoy serán frecuentemente las víctimas de mañana” (1997a, pág. 26).
83
significativas evidencias de que violadores y otros delincuentes sexuales, fueron objeto de
vejaciones sexuales (violentas y no violentas) durante su infancia (op.cit.).
En este sentido, es útil comprender que las víctimas de delitos sexuales en tanto han sido objeto
de otro desde una posición pasiva, puedan buscar inconscientemente la compensación de este
sentimiento de indefensión, a partir de la futura agresión y dominación activa sobre un tercero.
Si bien, por variables de temporalidad, no resulta fácil visualizar cómo es que una víctima actual
pueda llegar a transformarse en agresor/a, las tempranas alteraciones del desarrollo psicosexual
expresadas a través del desarrollo de conductas abusivas hacia otros niños/as menores, pudiese
ser un indicador de alerta.
De esta forma, el tratamiento a las víctimas, en este caso de agresión sexual, no sólo debiera
atender a que éstas superen su trauma psíquico, sino que al mismo tiempo también debiera
apuntar a prevenir la transformación de víctimas en victimarios7.
7
Es necesario especificar que no toda víctima se transforma en victimario.
84
CAPÍTULO III
UN MODELO DE INTERVENCIÓN INTEGRAL PARA VÍCTIMAS DE AGRESIONES
SEXUALES
1.1. Objetivos
Contribuir al proceso reparatorio, resignificando los efectos psicosociales que generan en el niño,
niña y adolescente, así como en su núcleo familiar, la situación de agresión sexual de la cual ha
sido víctima.
· Movilizar los recursos disponibles desde los ámbitos legal, social, psicológico, con el fin de
garantizar la protección del niño, niña y/o adolescente.
· Favorecer la resignificación de la experiencia abusiva en los niños, niñas y adolescentes.
· Brindar el apoyo a las familias o figuras sustitutas, de modo que estas puedan asumir
adecuadamente su responsabilidad en el cuidado, crianza y protección del niño, niña y/o
adolescente.
· Proporcionar apoyo legal al proceso seguido por la agresión sexual sufrida por el niño, niña y/o
adolescente a través de intervenciones que permitan agilizar los procesos legales.
85
1.2.1. Etapa Diagnóstica
Considerando lo anteriormente descrito como un marco conceptual desde el cual surge la creación
del proceso de Calificación Diagnóstica, es pertinente señalar además necesidades más directas,
inmediatas y prácticas a la base de su origen. El aumento sostenido de la demanda por atención
especializada que ha recibido este Centro desde su creación -situación paralela a un contexto
social y político, en que la presencia del delito sexual se ha hecho cada vez más visible e ineludible,
conlleva el ejercicio de racionalizar los recursos estructurales y humanos disponibles para acoger
la demanda de atención ya mencionada.
De tal forma, el proceso de Calificación Diagnóstica es entendido como una primera fase de
intervención, orientada a la contención y acogida inicial de los consultantes, persiguiendo a la vez
identificar variables psicosociales asociadas al motivo de consulta. A través de este proceso, se
busca además evaluar la pertinencia del ingreso de los consultantes a terapia reparatoria en el
Centro, o bien la necesidad de derivarlos a otras instancias de la red de salud mental o comunitaria
para intervenir sobre aquellas necesidades prioritarias detectadas y/o demandadas, que se
asocian principalmente a factores de riesgo vital y social. Esto, con el fin de asegurar condiciones
de protección básicas, requeridas para iniciar un proceso reparatorio en el ámbito de la
victimización sexual.
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siguiente secuencia: a) Entrevista de Ingreso Psicosocial; b) Entrevista Social; c) Entrevista
Psicológica; y d) Entrevista de Devolución Psicosocial.
Cabe señalar que la aplicación de este diseño como herramienta de evaluación preliminar
pretende ajustarse a los requerimientos contingentes de los consultantes, flexibilizando su
secuencia, duración y foco de trabajo según las necesidades prioritarias constatadas.
Para quienes no cumplen con los criterios de inclusión en este centro y que de igual forma
solicitan el apoyo especializado, se lleva a cabo una entrevista de orientación, diseñada para dar
respuesta de acogida, contención y entrega de información de tipo legal, social, psicológica y de
apoyo comunitario.
De este modo, el proceso de calificación como parte del modelo de intervención del CAVAS
Metropolitano, ha permitido el mejoramiento de la calidad y efectividad de la atención, así como
una mejor utilización de los recursos profesionales.
Esta entrevista de carácter interdisciplinario, es realizada por una dupla psicosocial (psicólogo/a y
asistente social), y representa el primer acercamiento de las personas al Centro, generalmente
luego de haber participado de muchas otras instancias, algunas de las cuales pueden resultar
87
desafortunadamente de carácter revictimizante para los consultantes. Por esa razón, es
importante que desde el primer contacto que la persona y su familia establezca con los
profesionales del Centro, reciba y perciba un trato orientado a evitar la victimización secundaria,
acogiendo y considerando cada situación con sus características únicas e irrepetibles.
Por este motivo, y dadas las características contextuales del Centro, se presenta en esta instancia
al adulto responsable y al niño/a o adolescente, dos consentimientos informados. El primero
explicita al usuario sobre el uso de la información obtenida, según lo solicitado por las instancias
judiciales en que se enmarca el proceso. El segundo hace referencia a la tarea colaborativa del
Centro en cuanto a la investigación académica en materias de victimización sexual, respetando
con ello la voluntariedad de participar de aquellas instancias, con el compromiso de los
profesionales de mantener la confidencialidad de la información y el resguardo de la identidad de
las personas.
88
a.2. Entrevista Social
Esta fase del proceso de calificación está a cargo del profesional asistente social asignado al caso,
realizando una o más entrevistas con las figuras cuidadoras del niño, niña y/o adolescente. Ésta
pretende abordar con mayor profundidad los antecedentes preliminares recabados en la
entrevista de ingreso psicosocial, apuntando a la indagación y valoración de los factores sociales
contextuales y de composición familiar.
El objetivo general de esta entrevista es efectuar un diagnóstico social del caso y determinar las in-
tervenciones urgentes a ser realizadas en este nivel. Para ello, se delinean los siguientes objetivos
específicos:
i. Recabar antecedentes socioeconómicos y familiares.
ii. Evaluar el impacto social producto de la agresión y su develación a nivel familiar e individual
en los padres o cuidadores.
iii. Identificar factores de riesgo y factores protectores a nivel familiar y social.
iv. Evaluar la existencia y nivel de accesibilidad de recursos sociales para la familia.
v. Realizar intervenciones preliminares necesarias orientadas a la normalización de la situación
de vida (reinserción escolar, laboral, etc.).
vi. Entregar orientación y educación respondiendo a todas las dudas que los consultantes
pudiesen tener respecto del proceso, así como de la evolución de éste.
Para el cumplimiento de estos objetivos, se realiza una entrevista semi estructurada, la cual es
guiada con una pauta desarrollada por el equipo social.
Ésta es realizada por el profesional psicólogo/a asignado/a al caso, que apunta a profundizar en
conjunto con el o la consultante, los elementos que configuran el motivo de consulta y diagnóstico
preliminar. De acuerdo a las características del caso, el profesional desarrolla una o más
entrevistas individuales.
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Además de los objetivos antes enunciados, a partir de esta instancia el profesional busca realizar
una valoración preliminar de los siguientes aspectos en el/la consultante:
· Nivel de desarrollo
· Psicopatología previa
· Sintomatología actual
· Temática abusiva
· Demanda de ayuda
· Identificación de las figuras significativas de apoyo
La exploración inicial de estas distintas áreas se encuentra atravesado por preguntas centrales que
el profesional busca responder y que se relacionan, por un lado, con la existencia o ausencia de
condiciones y recursos para el trabajo psicológico (psicoterapéutico o psicoeducativo), y por otro,
con la determinación del lugar de centralidad o periferia que ocupa la temática del abuso en la
situación de vida actual de la víctima.
Previo a esta entrevista, los profesionales a cargo del caso se reúnen para compartir la
información relevante recabada y tomar las decisiones pertinentes. Estas decisiones son
previamente discutidas en el equipo clínico, y sugieren en términos generales:
i. El consultante es sujeto de atención del Centro, resultando pertinente su ingreso.
ii. El consultante no se beneficia primariamente de una atención especializada en este
Centro, requiriendo sin embargo recibir apoyo de otro programa, para lo cual se
recomienda una derivación externa (a psiquiatra, psicólogo externo al Centro, neurólogo,
u otros centros de la red infanto juvenil, entre otros).
iii. El consultante no es sujeto de atención del Centro. Esto puede responder principalmente
debido a la ausencia de indicadores preliminares, de motivación y factibilidad para
desarrollar una terapia reparatoria.
90
iii. Proponer a los consultantes las derivaciones internas y/o externas que se consideren más
apropiadas para el abordaje del caso, adaptando esta propuesta a la disposición y motivación
presentada por el niño, niña y/o adolescente y sus cuidadores.
b. Profundización Diagnóstica
Si bien para la consecución cabal de los objetivos de esta etapa se considera un tiempo mínimo de
duración de dos meses, la profundización diagnóstica constituye un proceso que se mantiene
durante toda la intervención, en la medida en que aparezcan cambios o elementos relevantes que
requieren nuevos procesos de investigación para la toma de decisiones a lo largo del tratamiento.
Este nivel es realizado por el profesional psicólogo/a a cargo del caso, quien busca por una parte
identificar las características particulares de la situación de agresión sexual del consultante, como
son el tipo, frecuencia, cronicidad, historia previa de abuso y factores asociados al maltrato, entre
otras; y por otra, comprender las consecuencias emocionales y conductuales presentes en quien
vivió la situación de agresión sexual.
Por otra parte, es importante identificar los recursos con los que cuenta el consultante durante el
proceso, para lo cual es necesario evaluar en forma clínica el nivel de desarrollo intelectual,
identificar los recursos emocionales y las pautas relacionales con las que cuenta.
91
con sus figuras significativas o cuidadoras y el análisis de los instrumentos psicodiagnósticos
utilizados.
Respecto de los instrumentos psicodiagnósticos utilizados por el equipo clínico del centro se ha
optado principalmente por técnicas proyectivas de tipo lúdicas (hora de juego diagnóstica),
gráficas (Test árbol-casa-persona, persona bajo la lluvia, dibujo de la Famila, entre otras),
aperceptivas (CAT-A, CAT-H, TRO, Test de Rorschach) y verbales (completación de frases, Test
desiderativo). Se ha privilegiado el uso de éste tipo de técnicas con el fin de realizar una
aproximación abierta y no inductiva al mundo psíquico del consultante. La determinación de qué
pruebas utilizar se supedita al rango etáreo y recursos psicológicos del paciente.
Cabe destacar que si bien el objetivo es lograr un diagnóstico acabado a nivel psicológico, también
en esta etapa se considera la entrega de apoyo psicológico a través de intervenciones en crisis
hacia la víctima y su familia y orientaciones de tipo psicoeducativas a los padres o cuidadores.
Durante todo esta etapa, el contacto directo con el consultante permite el establecimiento inicial
de un vínculo de confianza con el psicólogo/a, quien enfoca el proceso diagnóstico de forma
integral, incluyendo no sólo el nivel sintomatológico y estructural, sino también la dimensión del
significado personal otorgado a la experiencia vivida.
Toda la información obtenida se registra en fichas clínicas individuales, las que se mantienen
resguardadas, en virtud de su contenido confidencial.
En este nivel el profesional asistente social del caso realiza una evaluación social del grupo familiar
en donde rescata elementos tales como: situación económica, situación de la vivienda,
composición familiar y redes formales e informales de apoyo. Es necesario además, junto al
psicólogo/a, realizar una evaluación del grupo familiar en términos de cohesión familiar, tipología
y nivel de disfuncionalidad del sistema, estilo de crianza, capacidad de adaptación al cambio,
recursos protectores, dinámicas, capacidad de resolución de conflictos, entre otros.
Paralelamente, la dupla psicosocial, recopila antecedentes familiares que puedan dar cuenta del
contexto y dinámica de la situación abusiva. En ocasiones, se incluyen en la etapa diagnóstica, a
otras figuras cercanas emocionalmente al paciente, en caso de que los padres o adultos
significativos no cuenten con la motivación o con las herramientas mínimas necesarias para el
cuidado o el apoyo del niño, niña y/o adolescente.
Un aspecto que resulta relevante en el diagnóstico familiar, tiene relación con la existencia de
abuso o maltrato paralelo a otros miembros de la familia, especialmente hacia hermanos u otros
niños, niñas y/o adolescentes pertenecientes a la familia, lo que nos aporta información acerca del
riesgo, magnitud y dinámica de la problemática al interior del sistema familiar.
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b.3. Diagnóstico Social
Este se realiza con el fin de identificar variables de riesgo psicosocial en la familia y situaciones de
riesgo del entorno social inmediato de la víctima, que puedan configurarse como gatilladoras y/o
mantenedoras de las agresiones sexuales.
Las fuentes de información en esta instancia son los padres y/o adultos responsables del niño,
niña y/o adolescente, o las víctimas directas en el caso de que sean adultos. También se recurre a
fuentes de tipo externas a la victima, que pueden ser las redes sociales comunitarias. La
información se recolecta a través de entrevistas en profundidad, visitas domiciliarias, y
coordinaciones con organismos de la red en que se encuentren insertos los pacientes, tales como,
establecimientos educacionales, centros de salud, programas de apoyo, entre otros.
El diagnostico general nos permite caracterizar a la persona o sujeto de atención, su familia (si
existe), fortalezas y debilidades presentes en la actualidad. El diagnóstico específico permite
analizar la dinámica y estructura familiar, la historia vital e historia de la situación abusiva,
identificar los factores protectores y los de riesgo, la percepción por parte de la figura significativa
del daño provocado, conocer la reacción del ambiente y el estilo de resolución del conflicto.
El diagnóstico social también posibilita identificar el nivel de información que los usuarios poseen,
en cuanto a los beneficios a los que pueden acceder, de acuerdo a sus condiciones. De ese modo,
se entrega la información pertinente con el fin de educar a los usuarios, e indicarles donde pueden
acudir para satisfacer sus necesidades. Asimismo, vincularlos a la red educacional, proteccional y
de salud, entre otras, que contribuyan a la estabilidad del contexto en que se desarrolla el
paciente, y faciliten el proceso terapéutico.
Finalmente, otro aspecto a evaluar dentro del diagnóstico social es la situación legal y jurídica en
que se encuentra el hecho denunciado, con el propósito de conocer el estado de la causa. Es decir,
conocer la información de la que dispone el usuario respecto de su proceso judicial. Asimismo, se
considerará el estado actual de otras causas referidas principalmente al ámbito proteccional. A
partir de este diagnóstico, y de ser necesario, se realiza una derivación a los proyectos de defensa
jurídica pertenecientes a la red SENAME y/o a las Corporaciones de Asistencia Judicial o Fundación
de la Familia, según corresponda.
El objetivo general de esta instancia es conocer la situación judicial del proceso de investigación
desarrollado en Fiscalía y/o Tribunales de Familia. Además se pretende conocer si la víctima y su
familia se encuentran orientados respecto de las diligencias y el estado de su causa, así como de
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sus derechos. En el caso de existir desconocimiento respecto del proceso, se procede a derivar a
las figuras responsables a una entrevista de orientación legal con el abogado del Centro.
A su vez se busca cotejar si el consultante y su familia se encuentran en situación de desprotección
asociada al delito investigado, con el fin de realizar la derivación pertinente a los programas
jurídicos de la red con el propósito de recibir asesoría y/o representación legal.
En base a los resultados del proceso de evaluación legal en torno a los factores de riesgo de cada
caso, se planifican medidas tendientes a resguardar la integridad de los consultantes,
estableciendo coordinaciones con la red judicial y proteccional.
Debido a las características etáreas de los beneficiarios, esta etapa y la orientación legal en
general, tiene mayoritariamente como protagonistas a los padres o adultos responsables.
Cabe destacar que en esta etapa, así como en todo el proceso de intervención, el niño/a o
adolescente y su figuras protectoras juegan un rol protagónico, participando activamente en la
definición de los objetivos que serán abordados durante la intervención, proceso que es
intencionado por cada profesional en consideración a las características de la etapa evolutiva del
consultante.
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En resumen, la importancia del PII consiste en definir y generar estrategias de intervención
coherentes con el diagnóstico y el pronóstico del caso, aspectos esenciales para lograr una
intervención reparatoria especializada.
Estas áreas deben ser organizadas de manera tal que puedan desarrollarse en forma paralela y
que a su vez puedan ponerse en marcha en cualquier momento del proceso dependiendo de las
características de cada caso.
a. Intervención Social
Es así como se tiende a fortalecer la red social y familiar con que cuenta cada consultante, en
función de las necesidades que presenta, activando los nexos existentes, o construyéndolos en los
casos en que no existen, con el propósito de que la familia alcance una estabilidad y mejore su
calidad de vida.
En cuanto a la intervención en la red institucional, se establece una articulación con las distintas
instituciones en las que participa el niño, niña y/o adolescente promoviendo la retroalimentación
de información, y coordinación de acciones tendientes al logro de objetivos que incluyen la
95
participación de diferentes sectores, procurando cambio en otros contextos de modo que se
asegure la protección y un ambiente contenedor y favorable para el desarrollo y mantención de
cambios en la calidad de vida del niño/a y adolescente.
El apoyo que otorgan las redes, ha demostrado ser un factor relevante al evaluar el impacto que
las crisis de vida tienen en las personas, evidenciándose que en quienes cuentan con redes
sociales activas, que cumplen adecuadamente sus funciones de apoyo psicosocial en sus distintas
dimensiones, logran superar “eventos de vida” que alteran la vida cotidiana.
Esta acción vinculante es responsabilidad de la asistente social a cargo del caso y tiene por
finalidad el cumplimiento de los objetivos sociales establecidos en el PII. Con ello, se facilita
también el inicio de gestiones legales, de salud, educación, entre otras.
Así mismo la intervención social en nuestro ámbito (victimológico de las agresiones sexuales),
pretende:
· Detener la violencia.
· Impedir la minimización y ocultamiento de los actos abusivos.
· Proteger a la víctima y a las víctimas indirectas.
· Ante aquellas figuras que niegan el abuso: hacer explícito, público (en la familia).
· Introducir aspectos normativos para regular la convivencia.
· Fomentar otro tipo de relaciones donde no predomine la violencia.
· Orientación al reconocimiento de la situación evaluando las consecuencias de la situación
abusiva, sus características y consecuencias. Es decir, ponderar los riesgos y tomar conciencia
de éstos.
· Identificación de los recursos personales, familiares, comunitarios y legales.
· Evitar que se continúe legitimando la violencia, y proteger a la víctima y a las victimas
indirectas.
b. Intervención Psicológica
96
fuentes de apoyo, entre otros- sin embargo, existen algunas temáticas transversales a toda
intervención terapéutica realizada en nuestro Centro, tanto en el trabajo con niños/as como con
adolescentes.
97
intervención incorporará la negociación de significados y el diálogo, la validación de sus
percepciones, la evaluación de posibilidades y el análisis de consecuencias, respetando siempre la
responsabilidad de los adultos significativos sobre la vida del niño/a o adolescente y, en última
instancia de los agentes sociales llamados a intervenir en la protección de éste.
Finaliza el proceso terapéutico con una evaluación de los logros alcanzados y de la atingencia de
las estrategias y actividades planificadas. Esta evaluación se realiza en forma permanente durante
el proceso, tanto con la víctima como con la(s) figura(s) adulta(s) responsable(s), en consideración
a los objetivos acordados en conjunto y dependiendo de los logros que se han ido obteniendo a
través de las diferentes intervenciones.
Los tiempos de duración de esta etapa están en función de los ritmos necesarios para cada
paciente, respetándose como prioridad las necesidades y tiempos del consultante. Es por esa
razón que los tiempos estipulados para el cumplimiento de cada etapa están sujetos a variaciones,
habitualmente entre seis y dieciocho meses de duración. Es importante destacar desde la
experiencia previa, la existencia de casos que por su nivel de complejidad, especialmente aquellos
en que los abusos han ocurrido en la esfera intrafamiliar, requieren una intervención más
prolongada para el cumplimiento de los objetivos mínimos. Estos casos son analizados en el
equipo clínico el que decide en conjunto la prolongación de la fase de tratamiento.
El modelo de trabajo de nuestro Centro incluye, como se ha explicado, la terapia individual, grupal
y familiar. El equipo clínico revisa las características de cada caso y decide la modalidad de
intervención más apropiada para el consultante. A continuación se presenta una síntesis de los
elementos centrales de cada una de estas intervenciones.
Una vez concluida la etapa de calificación diagnóstica, en la cual se han constatado los elementos
generales respecto de la necesidad, pertinencia y factibilidad de la intervención reparatoria en
este Centro, se da inicio a la etapa de tratamiento.
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i. Profundización diagnóstica: ligada a fase diagnóstica, tiene como objetivo completar la
evaluación psicológica iniciada en el proceso de calificación, con el fin de precisar la magnitud
del daño psicosocial asociado al delito. Para ello, se realizan entrevistas con el niño/a o
adolescente, así como con sus figuras significativas. La información obtenida es
complementada con los elementos aportados por una batería de pruebas proyectivas
aplicadas al consultante, entre las que destacan, las técnicas gráficas (dibujo libre, dibujo de la
figura humana, Test árbol-casa-persona, dibujo de la persona bajo la Lluvia, dibujo de la
familia), lúdicas (hora de juego diagnóstica) y aperceptivos/ verbales (completación de frases,
CAT-A, Test de relaciones objetales y Test de Rorschach).
ii. Construcción del vínculo terapéutico: aunque constituye un proceso continuo a lo largo del
proceso de intervención, es fundamental hacer mención a la importancia de establecer un
vínculo con el paciente antes de abordar la elaboración de la experiencia abusiva. Tanto con
los niños como con los adolescentes, resulta central que puedan concebir una relación de
confianza, respeto y confidencialidad con su terapeuta, entendiendo que éste se encuentra
disponible y abierto a sus necesidades y a sus tiempos, siendo un espacio de contención,
donde ellos son protagonistas de su proceso.
iv. Cierre: una vez abordadas las etapas anteriores y los objetivos específicos diseñados para cada
caso, se procede a construir el cierre del proceso terapéutico con el niño/a o adolescente. Es
vital que el paciente pueda participar, entender y diseñar esta fase, ya que implica la
integración del proceso terapéutico como un paso fundamental en la superación de la vivencia
abusiva. A su vez, el cierre representa el fin de una relación terapéutica, que ha servido de
apoyo y contención al consultante, con un otro que ha sido testigo y compañero de su proceso
elaborativo. De esta forma, es vital que el consultante construya el significado del cierre,
donde puedan visualizar sus cambios, y simbolizar el fin de un proceso que nace a partir de
una experiencia traumática, pero que termina con la superación de la misma.
b.2. Terapia individual en coordinación con el trabajo con los padres y la red social
La intervención con los niños o adolescentes víctimas de agresión sexual no puede ser
desenmarcada del trabajo con sus padres y/o figuras significativas. Este trabajo puede tomar la
forma de un apoyo por parte del terapeuta del consultante o bien, la derivación a tratamiento
individual o familiar a los padres. Cualquiera sea la intervención que se realice con los padres, el
foco es el niño/a o adolescente victimizado. Esto último significa que se insta a los padres a
99
proveer de las mejores condiciones de recuperación para su hijo/a, lo que implica un contexto
familiar que le otorgue seguridad y contención emocional.
Por otra parte, es necesario considerar que la recuperación emocional de la víctima está
estrechamente vinculada a su recuperación psicosocial. De este modo, el trabajo de los
profesionales a cargo del caso con la red social para favorecer la reintegración del niño/a o
adolescente al sistema educacional, a los servicios de salud y a la comunidad se vuelve un objetivo
fundamental. La coordinación con el Ministerio Público y con Tribunales de Familia resulta
relevante para favorecer el proceso terapéutico del niño/a o adolescente, en la medida que la
persecución del delito y la protección de la víctima son derechos a ser velados durante todo el
proceso.
La intervención familiar realizada en el Centro se inicia en el año 2002, a partir de la necesidad del
equipo clínico de contar con una intervención focalizada y especializada para las familias de los
niños/as o adolescentes que han sufrido una victimización sexual. De esta forma, el modelo de
intervención psicosocial utilizado en el Centro comienza a contemplar el trabajo terapéutico con
las familias, pero siempre en consideración de su contribución al proceso terapéutico individual
del consultante.
A partir de esta consideración, la intervención con las familias puede organizarse en dos
modalidades distintas, por una parte, constituirse en una intervención familiar puntual realizada
por el terapeuta y/o el asistente social, como profesionales responsables del caso, y, por otra, una
terapia familiar a cargo de la Unidad de Intervención Familiar de nuestro Centro.
Como se ha descrito a lo largo de este libro, la experiencia abusiva produce en el sistema familiar
una crisis que puede llegar a desestabilizar aún más a la víctima. En este sentido, la necesidad de
una intervención familiar surge de la valoración de la dupla psicosocial acerca de la dificultad en el
manejo parental de la crisis generada por el abuso mismo, sus consecuencias y/o el proceso de
develación. La dupla deriva a esta Unidad, en la medida que puede apreciar un impacto negativo
de dicha crisis en el proceso reparatorio del niño/a y adolescente.
La intervención de la Unidad de Familia se implementa con el uso de un espacio físico de dos salas
de atención con espejo unidireccional y sistema audiovisual. De esta forma, en un espacio se
encuentran los terapeutas familiares que atienden al sistema familiar en coterapia y en la sala
contigua, el equipo de trabajo que apoyan y supervisa el proceso terapéutico familiar.
Como parte del encuadre de trabajo en la primera entrevista se le explica a la familia el modelo de
trabajo del Centro y los beneficios de este tipo de tipo de intervención. De esta forma se les señala
que detrás del espejo se encuentra un equipo profesional trabajando en el caso y se les informa
100
que las sesiones son grabadas con fines investigativos y de supervisión, para lo cual se cuenta con
un consentimiento escrito.
Es relevante señalar que este modelo de trabajo contempla la realización de reuniones clínicas
semanales con la presencia de todos los miembros del equipo, destinadas a la coordinación de la
intervención familiar y la supervisión de los casos atendidos.
Respecto de los objetivos de la intervención familiar, ésta tiene como fin último contribuir al
proceso reparatorio del niño/a o adolescente que ha sufrido una agresión sexual. Si bien con cada
sistema consultante se pueden desarrollar objetivos específicos en función de las necesidades
detectadas y el tipo de agresión sufrida (al interior del núcleo familiar o fuera de éste), la
intervención también contempla objetivos transversales que se esperan cumplir en el gran
número de los casos atendidos.
Dichos objetivos tienen especial relación con el desarrollo de competencias parentales para
facilitar en los padres o adultos significativos del niño/a o adolescente, el despliegue de conductas
protectoras, así como un abordaje más adecuado de las vivencias traumáticas del paciente. De
este modo, este tipo de intervención pretende mejorar la capacidad de los padres para contener,
proteger y apoyar al niño/a o adolescente en el proceso de recuperación tras los hechos de
victimización sexual, por medio del fortalecimiento de sus competencias para enfrentar la crisis
personal y familiar.
La intervención familiar puede realizarse con todo el sistema familiar o bien, sólo con los
padres/figuras significativas, sin la víctima, la cual puede ser incluida o no. La decisión respecto del
sistema con el que se trabajará depende de la composición o estructura de la familia, pero,
fundamentalmente, del foco de intervención y del objetivo perseguido.
Los tiempos de intervención familiar varían de acuerdo a los objetivos propuestos y a las
dinámicas familiares desplegadas. Sin embargo, en general, es un trabajo focal de 10 sesiones
aproximadamente, aunque éste puede extenderse si se abren nuevos focos para la familia o si
101
intervienen variables que no estaban contempladas al momento de establecer el contrato
terapéutico (por ejemplo, un cambio de casa que repercute en la organización familiar, el término
de condena del agresor y su puesta en libertad, etc.).
En términos generales, la intervención con agresiones intrafamiliares puede tener dos vías de
trabajo. Un foco posible, corresponde a las consecuencias de la agresión sexual dentro de las
dinámicas familiares. Es decir, se trabaja en torno al impacto emocional que implica para cada
miembro de la familia tomar conocimiento de los hechos abusivos y la desestabilización del
funcionamiento habitual de la familia. Un segundo foco de la terapia familiar, tiene relación con el
trabajo de aquellas dinámicas que generan relaciones abusivas y violentas, en cuyo caso la
agresión sexual es una expresión más de un funcionamiento familiar alterado. La
operacionalización de estos focos terapéuticos permite apreciar con mayor claridad las temáticas
centrales de la intervención familiar, esto es: patrones relacionales disfuncionales y/o violentos,
conflictos por lealtades no apropiadas para el desarrollo integral de cada miembro, límites difusos
entre sub sistemas, transgeneracionalidad de conductas violentas, mantención de la dinámica del
silenciamiento y disfuncionalidad en los vínculos afectivos.
La Unidad de Familia trabaja en estrecha relación con el psicólogo tratante de la víctima directa,
de modo que se trata de intervenciones planificadas y coordinadas que apuntan a objetivos
comunes. La experiencia de nuestro Centro en esta modalidad de intervención, ha demostrado
102
que el tratamiento individual del niño/a o adolescente se ve fortalecido con una intervención
familiar paralela.
Es importante recalcar que esta intervención debe tener en consideración que el impacto
emocional que implica para una familia su inclusión en una psicoterapia moviliza resistencias que
requieren especial atención. Habitualmente, el consultante y su grupo familiar ingresan con la
expectativa de recibir apoyo psicosocial, pero el espacio terapéutico lo circunscriben a la víctima.
De este modo, la invitación a las víctimas indirectas, habitualmente los padres del niño/a o
adolescente, a participar de una terapia familiar, no siempre encuentra una respuesta favorable. Si
bien la dupla psicosocial construye con la familia la necesidad de derivación a la Unidad y los
beneficios que implicaría, tanto para la víctima como para la familia, aún así, se despiertan
temores y resistencias que pueden obstaculizar el proceso. En ocasiones, los padres se sienten
culpables de la agresión sexual que ha experimentado su hijo y evitan el espacio terapéutico para
ellos, temiendo que estos sentimientos aparezcan o se profundicen. Otras veces, los padres han
vivido crisis de pareja que permanecen sin resolver y creen que la terapia puede reactivar los
conflictos. La intensidad emocional de los procesos terapéuticos de las familias es otro aspecto
relevante de considerar. Esto último tiene relación con que los padres han activado mecanismos
de adaptación al dolor y a la crisis generada con la develación de la agresión, de este modo, les
puede resultar amenazante para la estabilidad familiar, el trabajo terapéutico sobre sus roles,
modo de resolver los conflictos y manejo de las expresiones traumáticas del hijo agredido. Por
otra parte, las familias se enfrentan al problema práctico de no contar con la disposición de
tiempo para asistir a las sesiones de familia y ello perjudica la constancia del tratamiento.
Finalmente, cabe mencionar que la constante revisión del funcionamiento de la Unidad de Familia
ha permitido el enriquecimiento del trabajo clínico de las intervenciones individuales y familiares.
De este modo, el acercamiento a las familias de las víctimas, progresivamente gana en
organización y eficiencia. Este trabajo no sería posible de no contar con el apoyo del equipo clínico
en su totalidad y de la Institución, puesto que este modo de trabajo implica disponer de múltiples
recursos humanos y técnicos para una adecuada implementación.
c. Intervención Grupal
El actual incremento de la demanda de atención y la escasez de recursos con que trabajan los
centros de asistencia pública especializados en esta temática, hacen en muchas ocasiones
imposible responder de manera eficiente a las demandas de atención de los consultantes a través
de la utilización exclusiva de la psicoterapia individual.
103
A partir de lo anterior, surgió en este Centro la necesidad de construir una estrategia de
intervención psicoterapéutica grupal con víctimas de agresión sexual infantil. Dicha iniciativa se
concretó en el año 2002 a partir de un trabajo de investigación desarrollado por Capella y
Miranda, cuyo objetivo fue diseñar, implementar y evaluar de manera piloto un modelo de terapia
grupal con niñas que asistían a este Centro. La efectividad del modelo construido incentivó la
replicación de esta estrategia de intervención desde el año 2003 hasta la actualidad,
constituyendo una herramienta terapéutica de gran utilidad en el área de la asistencia a las
víctimas.
En el trabajo terapéutico directo con las víctimas, es posible apreciar en muchos casos las
limitaciones de una aproximación netamente individual, al no satisfacer la necesidad que surge en
los niños/as de poder compartir con pares la vivencia traumática común, de ser escuchados y
validados en su experiencia por éstos. A este respecto, la terapia grupal constituye un espacio de
escucha, apoyo e intercambio recíproco en el contexto natural de relación entre pares. Este
elemento específico potencia el proceso de reparación, al reconstruir grupalmente y atribuirle un
nuevo significado a la experiencia de agresión sexual desde la vivencia del mundo infantil (Zárate,
1993; Varela, 2000; Rojas Breedy, 2002; Malacrea, 2000; Doyle, 1990; Fietz, 2002; Soto, 2002).
104
El contexto grupal provee la oportunidad a los niños/as de obtener apoyo, pero a la vez de
confortar y apoyar a otros niños/as, tratando de aliviar su sufrimiento, lo cual es también
reparatorio para ellos mismos, al empatizar y ayudar a otros niños/as (Álvarez, 2000, en Varela,
2000; Rojas Breedy, 2002). En este sentido, un aspecto esencial dentro de las relaciones entre
pares, es la posibilidad que entrega la terapia grupal a los niños/as de aprender a relacionarse y
comunicarse de manera sana, o mejor dicho, de forma no abusiva (Pinto, 1998, en Varela, 2000;
Rojas Breedy, 2002).
El modelo de terapia grupal implementado inicialmente en este Centro (Capella y Miranda, 2003),
posee como pilar teórico fundamental para la estructuración de la intervención, el modelo
comprensivo explicativo de los efectos psicológicos ocasionados en los niños/as producto de la
experiencia de agresión sexual, propuesto por Finkelhor y Browne (1985). El objetivo general de la
intervención consiste en desarrollar una dinámica grupal con niñas víctimas de agresión sexual,
que posibilite la superación de los efectos psicológicos ocasionados por ésta vivencia,
favoreciendo el desarrollo de una identidad positiva e integrada y el fortalecimiento de recursos
protectores personales y vinculares.
Fase I: Eje Aislamiento. El objetivo es lograr una interacción positiva entre niñas víctimas de
agresión sexual, promoviendo modos de relación que permitan una adecuada inserción al grupo
de pares, disminuyendo la sensación de aislamiento ocasionado por el abuso y favoreciendo el
desarrollo de un autoconcepto social positivo.
Fase II: Eje Sexualización Traumática. El objetivo es desarrollar el reconocimiento del propio
cuerpo, entregando herramientas para identificar sensaciones y límites corporales, favoreciendo la
construcción de un autoconcepto corporal positivo.
Fase III: Eje Falta de Poder. El objetivo es incorporar un sentido de poder adecuado a la edad,
desarrollando habilidades para identificar y reaccionar ante situaciones de riesgo potenciales.
Fase IV: Eje Pérdida de Confianza. El objetivo es potenciar vínculos de confianza que faciliten el
desarrollo de mecanismos protectores, desarrollando en las niñas la capacidad de identificar y
acudir a figuras significativas.
Para la inclusión de los participantes, éstos deben presentar experiencias similares de agresión
sexual (en cuanto a vínculo con el agresor, cronicidad de la agresión, etc.), con el fin de generar
una sensación de generalidad en el grupo. El agresor debe corresponder a un adulto conocido o
familiar, excluyéndose los abusos sexuales de tipo incestuosos (por parte de la figura paterna),
debido a que estos últimos constituyen un fenómeno con características propias y únicas. A su vez,
se define como criterio de exclusión la presencia de psicopatologías graves que dificulten la
interacción grupal, debido a que los pacientes que no poseen los recursos emocionales,
105
conductuales e interpersonales requeridos para participar de manera efectiva en el tratamiento
grupal, se encuentran en un alto riesgo de abandonar tempranamente la terapia y de alterar la
dinámica grupal (Speier, 1984; Sepúlveda, 2001; Woods y Melnick, 1979 en Dies, 1995).
En cuanto a la composición del grupo, se define un grupo cerrado, es decir no se admiten nuevos
miembros una vez empezado. En general tienen un término planificado, con el fin de generar un
contexto estable y seguro. En relación a la edad de los participantes, se establece un rango etáreo
en la etapa escolar que no exceda una variabilidad de dos años, con el fin de que exista
homogeneidad en los recursos evolutivos de las/os participantes. Con respecto al género, se
conforman grupos homogéneos, compuestos sólo por niñas o niños, ya que tanto los autores de la
terapia grupal en general como los de la terapia grupal específicamente en agresión sexual,
plantean que el tema de la sexualidad, a cualquier edad, es preferible trabajarlo por separado
hombres y mujeres, y especialmente cuando los participantes han vivenciado una experiencia de
trasgresión en dicha esfera (Foulkes y cols., 1969; Speier, 1984; Varela, 2000; Cantón & Cortés,
1999; Doyle, 1990).
Respecto a las metodologías, se utilizan las técnicas que se han considerado más efectivas en el
tratamiento de los niños/as en la terapia grupal y específicamente en los niños/as víctimas de
agresión sexual, las cuales son fundamentalmente participativas y expresivas, tales como juegos,
dramatizaciones, role playing, ejercicio corporal, diálogo grupal, método de resolución de
problemas, expresión escrita, medios audiovisuales, cuentos, títeres y expresión gráfica.
En cuanto a las intervenciones realizadas por las terapeutas, éstas proporcionan conceptos que
ayudan a los pacientes a comprender la conducta y las experiencias grupales (atribución de
significado), realizando intervenciones directivas (Dies, 1995). Esto cobra mayor importancia en las
etapas tempranas del grupo, en donde la intervención directiva del terapeuta ayuda a los
pacientes a reducir el sentimiento de responsabilidad, disminuyendo la ansiedad ante la situación
nueva que representa el grupo, potenciando así la toma de riesgos y la cohesión entre los
miembros (Bernard y cols., 1974, en Dies, 1995).
Respecto a los factores terapéuticos del grupo, se utilizan como intervenciones principales la
elaboración grupal, la participación grupal y la generalización. En cuanto al aprovechamiento de
los factores grupales, el terapeuta interviene en la convivencia grupal, favoreciendo la
cooperación y el intercambio recíproco (Speier, 1984).
Entre los años 2002 y 2010 se han realizado un total de trece grupos, con un alto grado de
adherencia y valoración del modelo de intervención por parte de los participantes, sus cuidadores
y los profesionales derivantes.
Cabe señalar que la mayoría de los niños/as, han contando además con un espacio terapéutico
individual, tanto de manera previa como posterior a la terapia grupal, permitiendo la terapia
grupal por una parte el abordaje de ciertos contenidos específicos no abordados en el espacio
individual, y por otra la apertura de otras temáticas a nivel grupal posteriormente profundizadas a
nivel individual.
106
Doce de los grupos realizados se han centrado en niñas víctimas de agresiones sexuales, en
distintos rangos etáreos entre los 7 y 12 años. En el año 2007 se logró realizar un primer grupo de
víctimas masculinas de agresión sexual, alcanzando con ello un objetivo pendiente para la unidad
de grupo del centro. La experiencia presentó diversos desafíos, en tanto el grupo de niños varones
presentó características y dinámicas diferentes a los grupos de niñas, requiriendo modificar
algunas actividades contenidas en el modelo inicial. En el proceso, se pudo apreciar la gran
relevancia para los niños varones de participar de un grupo de pares con experiencias similares,
vivenciando relaciones positivas en el contexto grupal, ayudando a disminuir los sentimientos de
estigmatización y vergüenza asociados a la experiencia abusiva, que en los niños varones son aún
más difíciles de expresar, constituyendo el grupo una experiencia altamente beneficiosa para el
proceso de reparación de los niños.
Por otro lado, cabe señalar que en seis oportunidades la terapia grupal de niños/as se ha
complementado con una instancia de grupo de padres, lo cual se ha tenido un efecto potenciador
de la terapia grupal de los niños/as. Esta modalidad paralela favorece la asistencia regular a las
sesiones, a la vez que potencia los beneficios terapéuticos, al sostenerse un proceso de contención
paralelo de padres e hijos/as.
Presenta un desafío futuro para el centro realizar grupos en que se incorpore niños/as que han
vivenciado agresiones sexuales por parte de su figura paterna, integrando para ello las
modificaciones necesarias al modelo, debido a que este tipo de vínculo con el agresor conforma la
realidad de una cantidad importante de consultantes.
c.2. Intervención social con grupo con padres y/o figuras responsables
El trabajo grupal que puedan desarrollar los padres y/o figuras significativas no agresoras,
se visualiza como eje fundamental en la reparación de la experiencia abusiva vivenciada
por sus hijos/as, disminuyendo las secuelas negativas que ésta provoca en el núcleo
familiar. Es así, como la intervención de carácter grupal se encuentra dirigida a mejorar los
niveles de apoyo y aceptación por parte de los participantes, de la develación de los
hechos y los posteriores efectos observados en sus hijos/as.
Durante el trabajo grupal desarrollado en los últimos años, ha sido posible constatar que
para las figuras responsables de los pacientes atendidos, la agresión sexual de sus hijos/as
es vivenciada como una experiencia traumática que afecta distintas dimensiones de la
vida cotidiana de cada uno, ubicando incluso a algunos, en la posición de víctima.
107
En este sentido, la interacción propiciada en el trabajo social grupal, entrega a los
participantes la oportunidad de desmitificar el fenómeno de agresión sexual, conocer las
experiencias del otro, entregar apoyo, comunicar emociones y reflexionar acerca de su
problemática.
Los objetivos específicos de la intervención social grupal con padres y/o adultos
responsables son:
· Otorgar herramientas socioeducativas que contribuya a los participantes reparar los
efectos de la victimización.
· Entregar a los participantes un espacio de contención, acompañamiento y expresión
de emociones.
· Proporcionar a los participantes orientaciones que les permitan comprender las
características del fenómeno del abuso sexual.
108
· Figuras significativas responsables no agresoras.
· Que den credibilidad a la agresión.
· Que no presenten inhabilidades psiquiátricas.
· Que sus hijos/as y/o familiares se encuentren vigentes en el programa de atención. Sin
distinción de la etapa en que se encuentra (calificación, profundización diagnóstica,
tratamiento, preparación al egreso).
Esta última etapa contempla el progresivo desvinculamiento y autonomía del niño/a, adolescente
y su familia respecto del Centro. El egreso puede iniciarse una vez concluido el tratamiento, ya sea
porque se han logrado los objetivos mínimos de la intervención, o bien, porque la intervención ha
sido interrumpida por parte del consultante y su familia. En ambos casos se informará a los
Tribunales competentes y se dará inicio al seguimiento del caso, tanto en el aspecto psicológico
como social, como manera de asegurar la mantención de la situación de protección en el caso del
niño/a y/o adolescente, así como de los logros alcanzados durante el tratamiento, al mismo
tiempo que permite detectar la necesidad de continuación de este.
Por otro lado, la etapa de seguimiento adquiere especial importancia en aquellos casos que
abandonan el tratamiento antes de haberse conseguido los objetivos planteados. Dada la
situación de riesgo que la deserción implica, se contempla el desarrollo inmediato de acciones
específicas directas tendientes a reanudar el contacto con el Centro (contactos telefónicos, visitas
domiciliarias, entrevistas sociales, envío de citaciones por correo, etc.). Frente al fracaso de éstas o
en forma paralela a las mismas, se desarrollan acciones tendientes a movilizar la red social y
comunitaria formal e informal que asegure la protección de la víctima (informes a Tribunales,
Fiscalías, contactos con colegios, centros de salud, familia extensa, etc.).
En este escenario, las acciones de esta etapa están a cargo en primera instancia del psicólogo/a
que lleva el caso, quien como medida preventiva de la deserción, deberá entrar en contacto con la
víctima y su familia en forma inmediata con posterioridad a la ausencia injustificada de ésta a
alguna citación. De no ser suficiente lo anterior, este profesional en conjunto con la asistente
social establecerán un plan de seguimiento orientado a revertir la deserción y minimizar la posible
situación de riesgo.
109
2. MODELO DE INTERVENCIÓN ESPECIALIZADO EN ADULTOS VICTIMAS DE VIOLENCIA
SEXUAL 8
Cabe precisar que existe un grupo de personas que habiendo sido víctima en su infancia sufren, en
la adultez, una nueva experiencia de agresión sexual que reactiva focos traumáticos latentes,
requiriéndose una intervención orientada tanto a la crisis como a la elaboración de la vivencia
traumática.
En este capítulo, se presentan los dos modelos de atención especializados en materias de violencia
sexual para la población adulta. Estas orientaciones, se formulan y exponen en un formato teórico-
práctico que procura ser una guía o material de apoyo y no un protocolo de acción, primando así
el criterio profesional, cualidad sustancial que permite la valoración de la pertinencia y
8
El desarrollo de los modelos de intervención en la población adulta victimizada sexualmente, inicialmente
centrado en la atención de mujeres, fue creado en el contexto del convenio CAVAS-SERNAM 2006-2009. El
presente apartado es una síntesis del trabajo realizado. Participaron en su construcción: María de los
Ángeles Aliste S., Bárbara Mahana G., Sebastián Mandiola R., Leonardo Medeiros R., Claudia Rojas A, Claudia
Valencia, Karla Zuñiga.
9
La tipología de las agresiones sexuales ya pone de relieve las diferencias que habrá, en el tipo y grado de
impacto en las víctimas y el consiguiente pronóstico, dependiendo de las características que adopte la
victimización sexual.
110
aplicabilidad de cualquier diseño de intervención en su fase diagnóstica y de ejecución. El
profesional debe estar alerta de no imponer formatos de acción y uniformar los conflictos,
debiendo cautelar y respetar el saber de la persona portadora de la experiencia.
2.1.1. Objetivos
Estos objetivos son abordados desde modalidades de intervención diferentes, una primera fase
corresponde a la intervención en crisis, destinada a la estabilización de la persona. La segunda
etapa, si es aplicable al caso está destinada a elaborar los conflictos psicológicos que surgen a
propósito de la experiencia traumática.
a. Intervención en Crisis
Este tipo de intervención aborda las consecuencias inmediatas que ha tenido una agresión sexual
en la adultez, entendida como una situación crítica que desestabiliza a la persona y su entorno,
sobrepasando sus mecanismos habituales de enfrentamiento.
Dado que el estado psicológico de una persona en crisis se caracteriza por periodos transitorios de
confusión y por una alteración conductual manifestada ya sea por una inhibición conductual o
hiperactividad, es necesario evaluar la posibilidad de implicar a un tercero significativo que ayude
a entregar y ordenar información complementaria para orientar las acciones de protección más
urgentes.
El profesional que otorga la primera ayuda10 se situará en una posición activa con la persona que
consulta, con el fin de ayudar a proveerle una estructura externa que le permita ordenar su
experiencia y su petición de ayuda.
Las estrategias generales del trabajo en crisis se aplican sobre la base de una actitud profesional
que busca brindar condiciones mínimas de contención y empatía, esto con el objeto de lograr un
contacto que no reproduzca dinámicas de re-victimización en que la persona se sienta enjuiciada
10
El profesional, que puede ser tanto trabajador/a social como psicólogo/a, en la intervención en crisis suplirá
transitoriamente las funciones que la persona no puede realizar, es decir, ayudará a ordenar y jerarquizar la
información con la que cuenta, de modo de orientar a la persona en la toma de decisiones (véase Machuca,
2001).
111
y/o culpabilizada por lo ocurrido. Lo anterior, implica que quien otorga la ayuda, debe propiciar un
contacto interpersonal de confianza y respeto que permita a la persona sentirse en un estado
emocional seguro, posibilitando la expresión emocional y la comunicación de lo que le ha
ocurrido.
Estas estrategias serán aplicadas a los siguientes focos problemáticos que puede manifestar una
persona víctima de delitos violentos en la esfera de la sexualidad, los cuales a su vez constituyen
focos de trabajo psicosocial:
· Vivencia de confusión general y desestructuración del relato de la persona: es importante
ayudar a la persona a estructurar su relato, es decir, a verbalizar los hechos y vivencias con el
fin de aumentar la claridad temporal y contextual. A través de preguntas guiadas y
señalamientos, se espera que quien consulta pueda ir organizando y comprendiendo su
situación vital, ampliando el campo de significaciones posibles.
· Estado global de crisis y presencia de sintomatología aguda: la intervención busca evitar una
cronificación de un estado psicológico de crisis. Se apunta a clarificar y “despatologizar” las
consecuencias traumáticas de la agresión por medio de acciones como: psicoeducación,
prescripción de síntomas, interconsulta psiquiátrica, señalamiento de sensaciones y
sentimientos como reacciones esperables a una experiencia altamente traumática. Estas
intervenciones generan una disminución de la vivencia de caos, confusión e incertidumbre.
· Estado de Indefensión, sentimientos de ineficacia y disminución de la autoconfianza. Se
interviene con estrategias que generen la vivencia de recuperación del control básico sobre la
propia vida, principalmente a través de preguntas y señalamientos que permitan la
identificación y promoción de recursos personales que posibiliten el empoderamiento de la
persona con respecto a sí misma y a su ambiente.
· Temor a ser nuevamente victimizada/o, asociado a la vivencia de estar en riesgo constante. Un
eje inicial de intervención corresponde a la evaluación del riesgo concreto en el cual puede
encontrarse la persona victimizada, a fin de generar una condición básica de protección11 que
disminuya el peligro real. Otro eje lo constituye la promoción de estrategias de autocuidado,
lo cual implica potenciar su capacidad para registrar la propia emocionalidad y ponderar claves
de riesgo realistas.
· Estado de confusión y desinformación con respecto a otros recursos de ayuda. Respecto a este
foco, es central informar a la persona sobre otros recursos institucionales (redes de ayuda
legal, social y psicológica) que puedan serle de ayuda en el enfrentamiento de la situación
crítica.
· Estado de aislamiento interpersonal y dificultades en el ajuste social. La intervención puede
implicar un trabajo de psicoeducación y entrega de información tanto a la persona como a
alguna figura significativa para ella, con el fin de que estas últimas puedan desarrollar
estrategias de contención, soporte y protección asumiendo un rol activo en la recuperación de
la persona agredida. También es central indagar, conjuntamente con quien consulta,
11
La protección puede implicar transformaciones concretas en su medio ambiente hasta medidas de
protección legales.
112
estrategias alternativas que le posibiliten una incorporación paulatina a las actividades que
realizaba de manera cotidiana.
Cabe mencionar que algunas personas pueden finalizar su tratamiento en esta etapa –
intervención en crisis- lo cual supone un alivio sintomático y una estabilización básica del estado
psicosocial crítico. Otras pueden estar dispuestas a proseguir hacia una segunda fase de
intervención –psicoterapia de crisis- cuyo objetivo prioritario es la resolución de conflictivas
psicológica ligadas a la agresión sexual, lo que implica un proceso de elaboración más extenso.
La Psicoterapia de Crisis (Hidalgo et al., 1999) se comienza una vez que la persona ha superado el
estado de mayor intensidad de la crisis gatillada por la agresión, y se orienta a la elaboración e
integración psicológica de la crisis a fin de contribuir al restablecimiento de un estado de bienestar
general de la persona 12.
12
Este objetivo se define por su carácter focal y limitado en el tiempo, aunque, en el caso de que la agresión
sexual sufrida implique una actualización de conflictos anteriores –particularmente si se han dado por
vivencias infanto-juveniles de transgresión en la esfera sexual- el proceso terapéutico puede prolongarse y
configurarse, entonces, en un proceso terapéutico reparatorio.
113
· Promover la identificación y desarrollo de recursos o fortalezas que pueda utilizar para
alcanzar o recuperar un sentido de bienestar global.
Los focos de la intervención se definen en las entrevistas de evaluación y sintetizan las principales
problemáticas presentadas por la consultante en relación a la experiencia abusiva.
En general no es recomendable iniciar una psicoterapia de crisis cuando es posible observar que,
en la expresión espontánea de sentimientos y pensamientos asociados al evento traumático, la
persona experimenta una agudización de su sintomatología, que no cesa tras una intervención de
apoyo. En este caso, se discutirán las intervenciones posibles más pertinentes con el equipo de
profesionales, para postergar o suspender definitivamente este tipo de intervención.
Tampoco es recomendable intervenir directamente sobre mecanismos defensivos con que cuenta
la persona, con el fin de no contribuir a una posible desestructuración mayor de la personalidad
(Carbonell, 2002, en Echeburúa et al., 1995). Para este efecto, se deben evitar estrategias de
confrontación e interpretación de las defensas que hasta ese momento han permitido a la persona
sobrevivir a la experiencia traumática.
13
Para ello, no es necesario que la persona aluda directamente o evoque en detalle los elementos de la
escena de agresión sexual.
114
b.2. Intervención Social
Por lo anterior se deberá, entre otras cosas, conocer el sistema de apoyo social del que dispone la
víctima. Para ello, la intervención social en su inicio se focalizará en un trabajo individual,
considerando las siguientes acciones:
· Determinar si la víctima cuenta con un grupo o una red de apoyo social disponible.
· Evaluar si las relaciones sociales de la consultante son aptas en proporcionar apoyo y
contención (en un sentido operativo y emocional).
· Proporcionar a la persona un sistema de derivación eficaz a redes de apoyo en
instituciones que presten servicios requeridos por ésta.
Lo anterior se lleva a cabo bajo la premisa de que, en cualquier proceso que se inicie, son las
personas quienes adquieren protagonismo en el ordenamiento de su situación, identificando
dificultades y recursos, y estableciendo prioridades. Esto, porque la intensidad del impacto
psicológico y las competencias de la persona para enfrentarse a la agresión sexual, podrían estar
condicionadas por sus propias habilidades y por la existencia, calidad y respuesta de su sistema de
apoyo social.
En una etapa posterior de la intervención social, el trabajo se focalizará en dos niveles: con las
redes primarias, es decir, con aquellas figuras significativas de su entorno más cercano, que hayan
sido visualizadas por la consultante, y con las redes secundarias (entorno socio-comunitario),
como las instituciones que pudiesen brindarle ayuda en torno a las necesidades que aparecen tras
la agresión. Ambos niveles juegan un rol importante en el desarrollo de la historia personal de
quien consulta y en la manera en que enfrenta las diversas situaciones de crisis que se le
presentan, y aportarán la información necesaria para la definición del apoyo social que se
requerirá.
A nivel de la red primaria, es predecible que aquellas personas que tienen una buena red de apoyo
familiar y social presenten un mejor pronóstico, por lo cual es conveniente implicar a la familia en
el proceso de evaluación y recuperación. Esto, porque la agresión sexual no sólo afecta su
individualidad, sino también al grupo familiar, alterando la cotidianeidad del hogar, trascendiendo
también al ámbito estudiantil, laboral, comunitario y social. Sin embargo, en los casos en que la
reacción del grupo familiar fuese desfavorable y la consultante no visualice a sus miembros como
una red de apoyo significativa, no será pertinente incluirlos en la evaluación.
115
facilitando su accesibilidad. Lo anterior implica vincularse con instituciones y servicios
gubernamentales y no gubernamentales, como lo son organizaciones y redes sociales.
Así por ejemplo, la persona afectada directamente requerirá acompañamiento en los procesos
que se inicien, sean estos psicológicos y/o judiciales, además de inversión en tiempo y recursos. Si
ésta trabaja o estudia, deberá acceder a permisos estudiantiles o licencias laborales en un primer
momento, que le permitan atender las necesidades derivadas de los ajustes forzosos en el
funcionamiento de su vida cotidiana, como obtener facilidades para asistir a las atenciones
periódicas, atender los gastos inesperados propios de las prestaciones de salud, desde la urgencia
hasta el término del proceso. Además, podría producirse, por ejemplo, una necesidad de servicios
de protección hacia los hijos (sala cuna, jardines infantiles), talleres de desarrollo o capacitación,
derivación al consultorio de salud u otra institución para atención médica o psicológica
permanente, información para la gestión de una nueva vivienda, protección hacia su integridad
física, entre otras medidas de carácter social.
Por otro lado, y dependiendo de la capacidad de las personas para relacionarse con el medio, la
intervención se orientará a desarrollar aquellas características individuales y familiares que
favorezcan una actitud de apertura hacia el medio, y a entregar a las familias la información básica
sobre los recursos existentes y las formas de acceder a ellos en mejores condiciones.
El propósito de lo anterior, es lograr que el contexto sea nutritivo y de sostén para quien consulta
(y su familia), y que ésta logre relacionarse de manera más competente y autónoma con su medio.
Por una parte, la pregunta por la calidad de la red primaria que les rodea (sus próximos) y su
capacidad de contenerla y apoyarla en momentos críticos son interrogantes capitales. Por otra
parte, la potencialidad de la red secundaria, es decir, la disponibilidad y la movilización de sus
miembros a la protección de la víctima, será determinante para la evolución de su situación de
crisis. En la red secundaria, la práctica de red hace alianza simultánea con cada miembro
importante del sistema socio-médico-judicial. El profesional que interviene, el trabajador social,
apoya a la persona que ha sido víctima en momentos como enfrentar interrogatorios, revisiones
médicas o acudir a la fiscalía.
116
· A nivel de la red primaria: apoyar y entregar herramientas a figuras significativas de la
persona, con la finalidad de que éstas puedan apoyar los procesos de recuperación afectiva de
la persona que ha sido víctima.
· A nivel de la red secundaria: activar y coordinar los recursos disponibles en el entorno social y
comunitario que pudiesen responder a las necesidades detectadas por la consultante.
A la entrevista de orientación legal se cita a quien consulta, a veces en compañía de algún familiar
y/o figura significativa. Este espacio tiene como objetivos:
· entregar a la consultante una visión clara y fácilmente comprensible de las distintas etapas del
proceso judicial y cómo a ella le pueden afectar;
· conocer la situación procesal actual del caso para sugerir alguna(s) diligencia(s) tendiente(s) a
colaborar con la investigación;
· evaluar y entregar una opinión clara y responsable acerca de las posibilidades de resolución del
caso, en base a la información que entrega la consultante y a los antecedentes con que se
cuente en la respectiva ficha, lo cual se hace en coordinación con el psicólogo(a) a cargo del
caso;
· informar a la consultante los derechos que le asisten en su calidad de víctima y sugerirle
acciones para enfrentar de la mejor manera posible su paso por el sistema judicial y para
aminorar o evitar los efectos de la victimización secundaria;
· derivar el caso, cuando se considere necesario, a la red de asistencia legal y realizar su
seguimiento.
Cabe señalar que resulta crucial contar con instancias de coordinación interna en los equipos
interdisciplinarios con el fin de intercambiar las opiniones técnicas relativas a los casos y a partir
de ello, tomar los acuerdos necesarios para el adecuado manejo y entrega de la información legal
a la consultante. En relación a esto, es frecuente el contacto con los Tribunales de Familia, las
Fiscalías y las Unidades de Atención a Víctimas y Testigos del Ministerio Público para la obtención
de información de los casos. Este trabajo coordinado es muy relevante para la investigación
criminal y para la entrega oportuna de antecedentes que se requieran, puesto que los informes de
atención de las víctimas se constituyen en un medio de prueba importante, considerando las
dificultades probatorias que caracterizan a los delitos sexuales, más aún cuando se trata de
víctimas mayores de edad.
Todo lo anteriormente señalado, adquiere una gran relevancia en la medida que una significativa
proporción de consultantes centran sus expectativas reparatorias en las decisiones judiciales,
específicamente las que se refieren al agresor (medidas cautelares severas, prisión preventiva,
sentencia condenatoria). Es por esto que no es poco frecuente que algunas personas estén
altamente interesadas en los informe que el equipo tratante pueda emitir frente a eventuales
solicitudes de Fiscalías o Tribunales. Siendo este un factor que podría influir en la motivación por
117
persistir en el tratamiento, debiese contemplarse como una temática a trabajar e incorporar en la
intervención. Esto demuestra lo profundamente relacionados que están, para la víctima, el
proceso penal y su proceso reparatorio. De ahí que las entrevistas de orientación legal se
transforman en parte importante del diálogo que existe entre lo psicológico y lo jurídico en cada
uno de los casos.
Desde otra perspectiva, existen muchas situaciones en que, para la víctima, el proceso judicial se
constituye en un elemento central de su conflictiva y que si bien la orientación legal es un apoyo
que puede clarificarle variados aspectos, es insuficiente y lo adecuado, entonces, es que tome el
patrocinio de algún abogado14.
2.2. Adultos que han vivenciado Violencia Sexual en su Infancia y/o Adolescencia
2.2.1. Objetivos
Objetivo general
Promover en la persona un proceso de restitución y/o reconstrucción del sentido de bienestar
psicosocial, que ha sido afectado negativamente como consecuencia de la experiencia de
victimización sexual en la infancia y/o adolescencia.
Objetivos específicos
· Promover procesos de reconstrucción de una identidad positiva e integrada, que
contribuya a su empoderamiento y autonomía personal.
· Estimular la elaboración y resolución de sentimientos y vivencias psicológicas que generan
malestar, determinadas éstas por la experiencia de victimización sexual.
· Estimular la elaboración y resolución de dinámicas interpersonales dañadas como
consecuencia de la experiencia de victimización sexual.
· Promover procesos de vinculación positivos con recursos familiares y/o sociales que
brinden apoyo emocional y material.
14 En el marco de la Reforma Procesal Penal, los intereses de los intervinientes están suficientemente
resguardados e incluso garantizados para todos, menos para la víctima del delito. Los intereses del imputado
los asume la Defensoría Penal Pública; el interés público de que los delitos se investiguen y sancionen lo
asume el Ministerio Público; pero en cuanto a la víctima, si bien la labor legal del Ministerio Público en
alguna medida asume sus intereses, existe una gran parte de ellos que quedan en el más absoluto
desamparo o entregados a la exigua oferta de la red de asistencia legal gratuita. Esta “deuda” del sistema
procesal penal para con la víctima, especialmente cuando se trata de delitos sexuales y/o violentos, sólo
puede ser asumida responsablemente por el propio Estado a través de la creación de un organismo que
tenga por misión representar en el proceso penal o de familia los intereses de la víctima directa del delito.
118
2.2.2. Focos, Estrategias y Técnicas de la Intervención Psicológica
Los focos de la intervención se definen en las entrevistas de evaluación y sintetizan las principales
problemáticas advertidas por la/el consultante y el equipo tratante, en relación a la experiencia
abusiva. Se construyen conjuntamente y su función es orientar los objetivos y la práctica
interventiva.
A continuación, se agrupan los principales focos de la intervención junto con algunas propuestas
estratégicas:
119
· Foco: Connotación negativa de la corporalidad y sexualidad. Estrategias: Identificar y
desarticular los significados negativos en torno a la identidad o imagen corporal. Facilitar y
estimular habilidades para distinguir los contactos de carácter afectivo-protector de aquellos
de índole transgresor.
A su vez, el terapeuta dispone de una batería de técnicas que le permitirán operativizar las
estrategias planificadas. Cada tipo de estrategia o técnica implementada puede ser útil a distintos
focos de intervención, así como también las técnicas pueden estar al servicio de indistintas
estrategias. La selección de la técnica dependerá de qué foco se esté abordando, del momento en
que el tratamiento –e inclusive la sesión- se encuentre, de la orientación teórica y experiencia del
tratante. Lo importante es que la elección sea pertinente al foco y estrategia de intervención
planificada. Exige del profesional estar en permanente alerta de los efectos de sus intervenciones,
de modo de ir ampliando su repertorio de acción y modificando su actuar en concordancia con el
grado de efectividad de las líneas de trabajo implementadas.
Este modelo de intervención para adultos propone como encuadre un encuentro interpersonal,
cuya característica principal es la de ser conversacional y dialéctico. “Conversacional”, porque
utiliza preferentemente técnicas verbales de comunicación, y “dialéctico” porque se orienta hacia
la producción de significados alternativos a la experiencia de traumatización. Técnicas verbales
120
pueden ser la formulación de preguntas, el señalamiento de recursos personales, la señalización
de significaciones anacrónicas fijadas al trauma, la propuesta de enunciaciones optativas, entre
otras.
El marco global de esta intervención se ubica como una función de apoyo al proceso
psicoterapéutico; se instala como un “puente” útil en la vinculación de los consultantes a los
recursos familiares, sociales y materiales existentes en su entorno.
Si en el curso del proceso diagnóstico o una vez iniciada la intervención psicoterapéutica, la/el
consultante en conjunto con el equipo profesional, visualizan la necesidad de contacto con figuras
cercanas emocionalmente, el trabajo social se focalizará en dos tareas:
· Facilitar la identificación de aquellas personas que pudiesen brindarle apoyo emocional.
· Acompañar en la búsqueda de estrategias para reactivar o potenciar dicho vínculo.
La construcción de un mapa de red primaria resulta una técnica eficiente para la consecución de
estos objetivos. De la elaboración conjunta entre la/el consultante y el profesional, se obtiene
información importante de las personas o grupos que históricamente pudieron haberse
constituido en un recurso que brindó apoyo emocional, con el fin de evaluar la posibilidad de
actualizar estos vínculos, o estimular la creación de otros nuevos.
121
Es pertinente destacar que las intervenciones, tanto a nivel de la red primaria como secundaria, se
realizan en un continuo en el que se hace necesario vincular al adulto con otros significativos, con
el objetivo de reducir su aislamiento físico y emocional. En función de ello, se promueve la
creación y/o fortalecimiento de un tejido social de base que sustente y favorezca interacciones
sanas y enriquecedoras.
Un aspecto que se trabaja de manera transversal dentro del proceso terapéutico, es el hecho de
que la intervención social provee de un marco socioeducativo, cuyo objetivo principal es ofrecer
información y educar en distintas materias de interés de la persona que consulta. Por ejemplo,
informar desde procedimientos para el acceso a nivelación de estudios, inscripción en registros
municipales para la búsqueda de empleo, hasta materias de violencia intrafamiliar y derechos
humanos. También lo socioeducativo apunta a cuestionar las creencias, costumbres, valores y
mitos que se instalan desde el macrosistema (la cultura) y que influyen en los sentimientos de
culpa y en la mantención de dinámicas abusivas, con el objeto de facilitar el proceso
psicoterapéutico llevado a cabo paralelamente.
· Diagnóstico clínico: Cumple una función elemental dentro del proceso evaluativo. Permite
descartar o confirmar la presencia de cuadros clínicos que incidan de manera significativa en
el estado de bienestar de la persona. Este proceso permite orientar y planificar la
intervención global, junto con sus posibles riesgos y el pronóstico asociado.
15
Se hace referencia a la realización coordinada de dos intervenciones paralelas conducidas por psicólogo/a
y psiquiatra.
122
2.2.5. Intervención Legal
La intervención legal tiene por objeto orientar a las/los consultantes respecto de la posibilidad de
iniciar un proceso judicial, tendiente a perseguir la responsabilidad penal del agresor y entregar
una opinión responsable acerca de las posibilidades reales de resolución del proceso. En la
mayoría de los casos consultados por esta población, el delito que han sufrido (específicamente la
acción penal) se encuentra prescrito, es decir, ha pasado una cierta cantidad de tiempo que hace
jurídicamente imposible perseguir penalmente esa responsabilidad (10 años para el caso de los
crímenes y 5 años para los simples delitos).
Sin perjuicio de lo anterior, el espacio de orientación en el ámbito legal está siempre abierto para
las/los consultantes, pues en muchas ocasiones, a pesar de saber y entender que el delito está
prescrito, demandan hacer pública su vivencia a través de la denuncia ante la autoridad
correspondiente, que pueda servir como antecedente concreto para la investigación de un
eventual delito sexual cometido por el mismo agresor.
123
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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