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LA OSCURIDAD REVESTIDA DE RAZÓN

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TOMO II > UNA VERDAD TAN NUEVA Y TAN ANTIGUA

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ATEO BOANERGES
SERIE: GRANDES DEBATES CATÓLICOS

TOMO II: UNA VERDAD TAN NUEVA Y TAN ANTIGUA

RESPUESTAS
A UN ATEO
LA OSCURIDAD REVESTIDA DE RAZÓN

Resistencia
Católica

Centro Cultural Boanerges para la defensa


y difusión de la doctrina católica
Copyright © 2014 por Boanerges, Resistencia Católica

Boanerges, Centro Cultural, 2014


“Respuestas a un Ateo. La oscuridad revestida de razón”,
Serie Grandes Debates Católicos, Tomo II / Boanerges
Incluye fuentes y bibliografía.
Iª Edición, Octubre de 2014

Publicado por Centro Cultural Boanerges


para la defensa y difusión de la fe católica

Se autoriza su republicación y difusión, por cualquier medio, parcial


o totalmente, manteniendo su sentido e intención, comunicando a
los autores la referencia de la cita.

Impreso en los Talleres Gráficos de Centro Cultural Boanerges para


la defensa y difusión de la fe católica. Para mayor información,
escriba a info@elboa.org

~MMX I V~
"Los profundos conocimientos en filosofía hacen cristianos
y llevan necesariamente al conocimiento de un Dios pero
no es imposible que una filosofía superficial engendre el ateísmo"
Francis Bacon
(De augmento scient. lib. 1)
PRESENTACIÓN

El vicio no siempre puede justificarse por sí mismo.


La Ley natural grabada en el corazón de los hombres
grita la humillación que significa someterse a un pecado
constante y no puede ocultar su vergüenza por mucho
tiempo.
Ese remordimiento que puede llevarnos a un
arrepentimiento sincero y dolorosa contrición también
puede, por el dominio de los vicios en el alma,
endurecernos y justificar el pecado odiando la virtud.
En su extremo de radicalidad, lleva este odio a Dios
mismo, deviniendo en agnosticismo o bien en ateísmo.
En el agnóstico la razón no ha sido arruinada aún por
la ceguera del pecado. No pudiendo negar la existencia
de Dios, cierra los ojos y declara “no sé si existe”. De este
modo puede continuar con su vida dando las espaldas
por un tiempo.
El ateo, en tanto, destruye la raíz del “problema”
proclamando que Dios no existe y le declara la guerra,
por patética que resulte su batalla como criatura contra
su Creador.
En esta peculiar contienda los argumentos no suelen
variar, si bien ocasionalmente cierto giro que halaga
algún vicio surge en el curso de los siglos.

El orgullo y la sensualidad no suelen ser muy


creativos a la hora de defenderse. Pero sí pueden ser
muy abarcadores en las consecuencias que demandan,
en los permisos y formas que quieren adoptar
socialmente. La decadencia inaudita de estos tiempos
no son sorpresa sino consecuencia de estas osadías del
mal.

Entre estas argumentaciones, una de las más


repetidas y, curiosamente, constantemente presentada
como novedosa e incluso auto-atribuida por el ateo del
momento, figura la del socialista y anarquista francés
Sébastien Faure.

Nacido en 1858 cursó para seminarista. Sus


conflictos le condujeron primero al librepensamiento,
luego al socialismo y, en mayor línea de coherencia,
posteriormente al anarquismo.

Defensor del maltusianismo, proponía que el


crecimiento de la población debía ser controlado a
través de medidas de fuerza como control de natalidad
masivo, imponiendo la esterilidad, y no sólo esperar a
que el hambre o guerras o pestes disminuyeran la
población.

El maltusianismo, una de las fuentes del


evolucionismo de Darwin, inspiró tanto a liberales como
socialistas a proponer el control de los vientres, la
anticoncepción, el aborto y la planificación forzada. Hoy
en día, bajo diversos énfasis, lo siguen sosteniendo.

En este sentido, Faure es un modelo arquetípico del


modernismo y sus facciones políticas. Por su coherencia
se hace actual para los ateos, socialistas y anarquistas
que vinieron luego de él.

Y es, en su pensamiento, una expresión de cuanto


propusieron e hicieron los grandes sistemas ateos e
igualitarios, con más de 100 millones de muertos y
centenares millones de víctimas hasta hoy. Impusieron
guerras, forzaron emigraciones, crearon hambrunas y
forzaron a las mujeres a la esterilidad.

En 1920 publicó un panfleto titulado “Douze preuves


de l'inexistence de dieu”, un compendio de conferencias
que dio entre noviembre de 1920 y febrero de 1921,
junto a otros ensayos sobre el ateísmo.

Estas tesis, refritas o simplemente copiadas de forma


literal, pueblan el universo de las redes o son
presentadas en debates.

Si respondemos con claridad no es por la fuerza de


sus argumentos sino por consideración a quienes, por
falta de preparación, pueden ser impresionados por la
convicción de los que se apasionan por negar a Dios.
En Roma, a 17 días del mes de octubre de 2014, fiesta
de Santa Margarita María de Alacoque, Virgen, mística
y promotora de la devoción al Sagrado Corazón de
nuestro Señor Jesucristo y protectora de sus devotos.

BOANERGES
Resistencia Católica
INTRODUCCIÓN
PREMISAS ACLARATORIAS

Ya que nuestra obra apunta a un fin mayor que la


mera disquisición argumental sobre algunos puntos, en
esta ocasión aprovecharemos de sentar algunas bases
que servirán para todo lo que se desarrolle a
continuación, como una serie de premisas
indispensables para luego poder avanzar sobre terrenos
menos explorados.

Para empezar – y dado el carácter y estilo de estos


inicios – consideramos importante hablar de nuestra
propia capacidad racional y su utilidad o estorbo. Se
trata de un punto que nos interesa mucho desarrollar de
entrada, en particular porque además de los temas
expresados en la respuesta prefabricada a nuestro
trabajo, este debate se dirige también a un público que
no sólo no es ateo o agnóstico en su mayoría, sino que
en buena medida se ha desacostumbrado al uso de
argumentos racionales, aún cuando este no sea
precisamente el caso del autor de las premisas que
intentaremos desmontar. Por consideración al
“auditorio” en su mayoría hablaré de este tema y los que
consideremos necesarios para empezar, y terminada la
primera fundación nos dedicaremos detalladamente a
cada argumento de negación propuesto y su respuesta
según llegamos a comprenderla.

El beneficio de pensar

En estos tiempos ya no se puede decir que el hombre


se encuentre amalgamado por una misma forma de
pensamiento y creencias, como ocurría antaño siquiera
regionalmente. Si bien esta afirmación no impide
reconocer que hoy la mayoría está curiosamente
“cortada por la misma tijera” a efectos de muchos clichés
que repite sin cesar, sin notar siquiera que vive esta
condición, y sintiéndose muy diferente a los demás
debido a su “libertad de pensamiento”, que le permite ir
hacia donde le venga en gana sin ningún remordimiento,
con los desastrosos resultados generalizados que resaltan
a la vista de cualquier observador mínimamente atento.

Podemos decir entonces que en la actualidad ya no


hay una forma de pensar que unifique a grandes
porciones de la humanidad (en particular a la
occidental), que se deja llevar por las ideas del momento
que les inculque la cultura de las modas (ideológicas
incluidas) en que vive inmersa.

Así, lo que antiguamente se aceptaba como verdad


simplemente porque – en muchos casos – se había
aprendido así y todos los demás coincidían en lo mismo,
hoy estamos sujetos a una “libre” (curiosa comprensión
del término, en todo caso) caotización de ideas, donde
nadie sabe quién lleva la razón, si es que hay alguna. Y
a la mayoría ni siquiera parece importarle. Como si se
impusiera una suerte de indiferencia hacia cualquier
cosa superior al hombre, con sus sentimientos
exacerbados al nivel de gran verdad, carencias a cubrir y
deseos a alcanzar, de ser posible.

Es este el mundo del relativismo, donde cada quien


puede elegir en el supermercado ideológico lo que más
le acomode a sus gustos y necesidades. Creer en Dios o
no creer, pertenecer a una religión o ser “espiritualista”,
practicar o no hacerlo, etc., todo se puede acomodar “al
gusto del consumidor”. ¿Dónde queda la Verdad, si la
hay, en medio de estas ideas pret-a-porter?

Desde esa mentalidad, una explicación detallada que


pretenda desarrollar consecuencias que en el pasado se
desprendían de una creencia generalizada, basada a su
vez en la Revelación y en comprensiones coherentes con
ésta de quienes tenían una mayor capacidad para
pensarlas por y para el conjunto, ahora se encuentra con
todo tipo de detractores que intentarán hundir cualquier
idea que no se acomode a las suyas propias, mantenidas
en general por conveniencia más que por convicción.

¿Existirá alguna forma de conocer la verdad, lo que


realmente son las cosas, en medio de tal confusión? Para
lograrlo en este contexto la única manera posible de
abordar temas trascendentes es a través de una postura
inicialmente neutra como la que se ha pretendido
mantener en el trabajo anterior sobre la existencia de
Dios. Es decir, que no busque probar forzadamente los
pre-conceptos de quien intenta hacer prevalecer su
creencia por encima de las demás. Mas bien tiene que ser
un trabajo objetivo, que permita ir siguiendo una línea
razonable para todos, sean cuales sean las propias ideas
de las cosas. Y de esta forma, en lugar de probar lo que
se cree, se traza un camino ascendente hasta alcanzar
una creencia que está probada desde el principio. Sea
cual sea esa creencia final, que habrá que ir descubriendo
a través de los medios de que disponemos.

¿Y cuáles son esos medios? Más de una persona,


como ya dijimos, se asustaría y de seguro habrá de
rechazar de entrada la respuesta de que se trata de la
razón y la lógica. Pero lo cierto es que es a través de
nuestra capacidad de razonar como podemos determinar
cosas muy sencillas de la vida, como si un hábito es
positivo o dañino para nosotros, por ejemplo. O si una
idea es mejor que otra, por el motivo que sea. Usamos el
razonamiento y la lógica, hasta el sentido común
incluso, para determinar si alguien nos engaña o dice la
verdad, si nos conviene más un negocio u otro, para
aprender cosas, para desarrollar capacidades, para
defendernos de elementos nocivos, etc. No se trata de
algo sólo destinado a unos pocos y complicados ratones
de biblioteca, o bien seres inmersos en elucubraciones sin
sentido. Se trata de una capacidad humana natural a
todos, en mayor o menor medida, que nos sirve para
discernir lo verdadero de lo falso y actuar en forma
acorde, evitando así las múltiples malas consecuencias
de vivir el error.

Habrá quienes dirán, sin embargo, en esta marea de


ideas contrapuestas que conforman al mundo actual, que
dedicarse a reflexionar frena el camino para meta-
comprensiones que van más allá de la mente y su finita
capacidad. Es decir, en palabras sencillas, nos dicen que
no se puede meter un elefante en un bolsillo, y que
intentándolo estamos desviándonos del único y
verdadero propósito de nuestra existencia, que es
vivenciar la Verdad, sea ésta cual sea y que, desde ese
prisma, obviamente resulta bien poco definible.

Como éstas hay muchas creencias diferentes. El


gnosticismo, que dice que “todos” somos Dios, la
división es irreal, y tenemos que seguir el camino del
auto-descubrimiento hasta iluminarnos con el despertar
de la consciencia a esta verdad, es el primero en poner al
intelecto como enemigo del camino de un buscador
espiritual. Pero no es el único. A una pérdida gradual de
la luz de la razón en el hombre posmoderno se suman
una tonelada de ideas preconcebidas en los últimos
siglos con el fin de minar toda coherencia y
razonabilidad, para convertir la mente de la gente en un
“todo vale” y un “en gustos no hay nada escrito”. ¡Como
si de eso se tratara!

Podemos preguntarle a cualquiera que sostenga una


idea cualquiera cómo ha llegado a asegurarse de estar en
el camino correcto. Esto vale para todos, ya que asimilan
una “verdad” inicial (“todos somos Dios”, “Dios no
existe”, “no existe mas mal que el juicio sobre bien y
mal”, etc.) y luego sacan toneladas de conclusiones,
prácticas espirituales y consecuencias varias.

Pero ¿sabe esa persona que lo que cree es así? ¡Si su


propia doctrina de “libertad mental” le impide
averiguarlo o ni siquiera le interesa hacerlo! ¡Qué
conveniente para el engaño! Es el sueño de la estafa
perfecta, ¿verdad? El así adoctrinado en forma
subrepticia, a través de eslóganes, modas y tendencias
culturales sencillamente no puede saber si se equivoca,
porque intentar descubrirlo es “aburrido”, “una pérdida
de tiempo”, “contrario al sentir común de que todo
vale”, y así por delante.

¿Hay alguna vía para saber si se está en lo correcto, o


sólo vivimos lo que nos toque en el reparto, escogemos
el camino que más nos acomoda, y finalmente morimos
a la espera de tener mejor suerte – si no nos fue muy bien
esta vez – en la próxima reencarnación, si es que – ¡y en
tal caso, esperemos que sí! – ésta existe? ¿Puede quien se
niega a usar la única herramienta que le podría evitar
caer en un error, evadir equivocarse y estar seguro de que
su vía es cierta?

Como algunos de nuestros lectores podrían


eventualmente caer en esta modalidad relativista de
pensamiento, dedicamos particular atención a este punto
para dar mayor fuerza a los argumentos posteriores. No
nos agradaría que el esfuerzo aquí desplegado se malogre
ante ellos por la desdeñosa creencia de estar en una
posición superior al pensamiento, o bien aparte de él.
Por eso mismo, y al fin de cuentas, este punto viene a ser
la primera piedra a sortear en el camino.

La respuesta a nuestro anterior trabajo proviene de un


tristemente conocido anarquista que comienza hablando
de la verdad y las ciencias, y esto nos lleva a
preguntarnos por fuerza, ¿hay alguna forma de
comprender y concluir algo con nuestros limitados
medios? Si observamos el gran ramillete de ideas que
pueblan al mundo, rápidamente podemos darnos cuenta
de que muchas de ellas son contradictorias y excluyentes
entre sí. Como en el caso que veremos mencionado por
el autor, de todos los dioses y religiones desprendidas de
ellos a lo largo de la historia y aún en la actualidad.
Tema que responderemos concienzuda y
específicamente a su momento y lugar.

En principio lo que nos ocupa es: ¿Será posible para


el ser humano discernir qué es correcto y qué no? ¿O será
posible que Dios no exista, a la vez que exista, que sea
uno sólo, o que sea muchos, que sea Omnipotente, que
sea parcialmente poderoso, que sea de esencia dual o sea
sólo Bien, o que sea Todo o un Ser diferente a nosotros?
Y así, con este único ejemplo, se abre un universo de
incoherencias que no pueden subsistir a un mismo
tiempo. Necesariamente las cosas tienen que ser de una
forma (hay Dios o no hay, por ejemplo) y la contraria
entrará en contradicción, siendo falsa.

Si nos observamos a nosotros mismos y nuestro


entorno vemos algo innegable: cada cosa tiene una razón
de ser. Existe para algo, que aún si fuese un "juego",
como piensan algunas creencias, seguiría esa ley interna.
La ley del juego, si queremos decirle así. Como son parte
de la ley del juego la gravedad, los ciclos de la vida en el
mundo, el clima o la inercia, entre tantas otras cosas.
Pensemos en un libro, por ejemplo, y su razón de ser.
Existe para ser leído, comprendido, discutido incluso,
pero básicamente está para expresar ideas o experiencias
y que otros las recojan a través suyo.

Claro que podemos usarlo también para emparejar la


pata coja de la cama. Nos sirve para esos efectos, pero
esa no es su razón de ser. Podría decirse que su existencia
es más perfecta y correcta si cumple con el fin último
para el cual "nació". Y eso se puede aplicar a cada objeto,
capacidad y ser.

Cada cosa tiene su "fin último", y el buen o el mal uso


aprovechará ese fin o lo malogrará. Tenemos ojos para
mirar, y los usamos para recibir estímulos visuales del
exterior, así como tenemos piernas para caminar, y las
usamos desplazándonos de un punto a otro por su
intermedio, y así un inmenso etc. Y cuando usamos una
parte de nuestro organismo para un fin diferente, como
meternos agua por la nariz, drogarnos o utilizar un ojo
de pelota, nos hacemos daño. Mientras que si cada
porción recibe un trato adecuado a su función, estamos
sanos y en armonía. Funcionamos bien. Seguimos la ley
de esa parte, su fin último.
Los seres humanos nos diferenciamos de los animales
por varios atributos que nos son propios. Uno de ellos es
el razonamiento. Somos capaces de mejorar nuestro
entorno, de comprender que una cosa es mejor que otra,
de corregir un error, de elevarnos respecto a nuestros
comienzos, de modificar nuestra personalidad, de
descubrir nuevas metodologías. ¡Somos diferentes! Y
cada uno de esos atributos existe para ser utilizado.
Como los ojos están para ver, el razonamiento está para
razonar, perdiendo mucho si nos negamos a utilizarlo
correctamente.

Si dejamos de pensar en lo que se nos plantea nos


acercamos a los animales. Es como optar por vivir con
los ojos vendados. Se puede, claro, no nos moriremos.
Pero ¿está bien? Si no razonamos convenientemente, no
podemos determinar si algo es correcto. Que nos diga
quien sostiene que el pensamiento es aburrido,
innecesario o incluso nuestro enemigo, ¿por qué es cierto
lo que aprendió? ¿Lo dicta su experiencia directa? ¿La de
otros quizá? ¿Lo han contrastado con otras posibles
verdades y se quedaron tranquilos con que no hay nada
más cierto que eso? ¿Todo puede ser igualmente
verdadero?

Al ver algo por primera vez en la vida, ¿qué ocurriría


si alguien nos dijera que es un edificio, otro que es un
animal, otro que es un vegetal y otro que es una caja?
¿Todos estarían en lo cierto respecto al objeto o ser en
cuestión? Imaginemos que se trata en realidad de un
animal. ¿Dónde está la afirmación más verdadera, y
dónde la mas falsa? Nuestra capacidad de razonar (que
aplica la observación, la lógica, la comparación, el
discernimiento, la deducción, etc.) nos mostraría que es
un ser vivo, con instinto, que se alimenta, que duerme,
que se relaciona activamente con el entorno, que no es
ni una caja ni un edificio, por ejemplo. Pero, ¿qué
ocurriría si la premisa impuesta fuese “es una caja, y
además no tiene sentido pensar ni contrastar esta
‘verdad’”?

No pensar es ser presa de cualquier posible engaño. Y


ya podemos haber leído mil libros de nuestra materia,
acudido a cien seminarios que nos refuercen esa creencia
o meditado numerosas horas (obviamente con la mente
en blanco), y nada de todo eso nos pondrá a salvo de este
problema. Mucha gente puede estar en lo cierto, o puede
estar equivocada. No es por la mayoría, o a fuerza de
repeticiones, que una cosa es más o es menos cierta.

Si no podemos pensar y medir, no tamizamos lo que


nos dicen. Lo aceptamos como verdadero sin siquiera
intentar contrastarlo. Y a las críticas contra la razón de
parte de diversas corrientes actuales se agrega una nueva
pregunta, muy válida. ¿Qué sucede si Dios no es
“lógico”? La respuesta pasa por la perfección
indispensable a Su esencia, tema que se desplegará más
en las refutaciones a las objeciones que nos han hecho
llegar. Para ello se hará necesaria una explicación sobre
el bien y el mal para responder a los cuestionamientos
propuestos, y entonces nos quedará más claro por qué
no podemos adjudicarle defectos a Dios (un Dios ilógico
carece de una virtud), como el caos, la incoherencia y el
desorden propios de esa falta de lógica. Pero como
hemos dicho, ya abundaremos más sobre esto después.

De momento, y para cerrar este punto por ahora,


preguntémonos ¿por qué es una virtud ser razonable?
Porque quiere decir que cada acción tiene un sentido, un
origen y un final. No se actúa sin sentido, resultando en
hechos arbitrarios y confusos.

Tal como ya explicamos antes, cuando las cosas


suceden de una manera determinada (un acto, una serie
de sucesos, una idea creativa, etc.), se puede trazar su
"historia" lógica hacia atrás, de comienzo a fin. Por
ejemplo, sé que alguien ha robado. Puedo trazar el
historial de su tentación (y antes también) hasta su
acción, y encontraré razonable la cadena de sucesos de
principio a final, aún cuando no lo justifique.

Dentro de nuestras capacidades podemos seguir parte


de la historia divina, si existe, igualmente a través de la
razón. Si hay una serie de "hechos" concatenados, con
un origen y un fin, se puede encontrar esa razonabilidad
dentro de los límites de nuestra inteligencia humana. Si
no fuese así, a la lista de sinsentidos de nuestra existencia
se agregaría la inutilidad de una capacidad tan elevada y
única como es la racional en el ser humano.

Y cuando vayamos alcanzando conclusiones


perfectamente razonables no podremos evitar
preguntarnos: ¿será más confiable el camino razonable
que pudimos trazar por medio de la sana lógica de
relaciones dentro de una verdad, o las doctrinas que se
niegan a pensar como corresponde? Poniendo un
ejemplo más pequeño para ilustrarnos mejor, a medida
humana, ¿preferiremos la imposición de un hecho
arbitrario y caótico, como sería empezar a asegurar que
2+2 son 8, o 5, o 10, o 4 indistintamente, porque en
realidad los números y las medidas no existen más que
en nuestra mente, o un proceso lógico en que nuestra
razón se alinea perfectamente con la comprobación
empírica y ante nuestros propios ojos incluso de que 2+2
son 4 y ninguna otra cantidad será la respuesta correcta?

Para poder iniciar este camino, debemos hacernos la


primera pregunta, principio de todo lo demás, y que
descarta a su vez una de dos posibilidades básicas, de las
cuales se desprenden las siguientes definiciones: la fe
(“Dios existe”) o el ateísmo (“Dios no existe”), y
podríamos agregar a su hermana agnóstica (“No
estamos en condiciones de saber si Dios existe, y no lo
aceptaré en tanto no se me demuestre lo contrario”), tan
exhibida en la obra que ahora nos ocupa. Y esto es lo
que trataremos de descubrir a través de las respuestas.

Pero no hemos terminado todavía con las bases. Uno


de los puntos que también consideramos importante
aclarar antes de entrar en la materia es que los
detractores de la Iglesia han sostenido incansablemente
que ésta es enemiga del pensamiento, y que impone sus
definiciones sin sustento. Punto en el que por cierto cae
el autor del trabajo que nos proponemos desmontar.
Veamos entonces, y para empezar, qué tan así es:

Fe y razón

Como bien sabrán los lectores, los dogmas son las


afirmaciones doctrinales que los católicos deben
mantener. Se basan, según esta religión, en la verdad
revelada por Dios y que la Iglesia propone a la fe de los
creyentes. Son el cuerpo de lo que se cree, la plataforma
de un mundo de explicitaciones religiosas. Su fin es dar
estructura y base a una doctrina definida, y permitir que
a partir de allí se desplieguen todas las consecuencias que
el hombre pueda desarrollar, sin perder el norte
deformando las creencias originales, nacidas como ya se
dijo de la Revelación, la tradición y la comprensión.
Entre los tan vilipendiados y poco conocidos dogmas,
el primero es respecto a la existencia de Dios, y dice que
es posible conocerle con la sola luz de la razón natural.
De hecho, el concilio Vaticano (1869-1870) bajo SS. Pío
IX, declaró: "Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero,
creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por
la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que
han sido hechas, sea anatema".

Y también: "La misma Santa Madre Iglesia sostiene y


enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser
conocido con certeza por la luz natural de la razón humana
partiendo de las cosas creadas". cf. Dz. 1785.

De esta forma ha querido la Iglesia - única en esto


entre todas las religiones, como en muchas otras cosas -
que consideremos que existe la posibilidad de conocer a
Dios por Sus obras, que somos capaces de entender, no
sólo a través de la Fe (que tiene que ver con el segundo
dogma sobre Dios), sino a través de la razón que nos ha
otorgado y evidentemente poseemos, aun cuando
algunos la usen poco.

Aclaramos que aquí no estamos mencionando los


dogmas como razones de fuerza. Ni siquiera pedimos a
los lectores que concuerden con la existencia de los
dogmas en general y estos en particular, al menos de
momento. Nos limitamos a demostrar con esta breve
sub-sección que la Fe no contradice ni elimina a la razón,
sino que la ilumina, complementándola: por eso
tenemos ambas, y podemos hacer uso de ellas sin
conflictos.

Sin embargo, está claro que los dogmas no son


suficientes para el hombre de hoy. Lo que antes bastaba
para que las personas pudiesen ascender más
rápidamente en su descubrimiento del vasto mundo de
la Fe, ahora ya no alcanza. Pero no porque el hombre
sea más inteligente o “libre”. La causa es que se duda de
la veracidad de la Iglesia, a fuerza de tanto ataque no
carente de astucia, y con eso obviamente también se
duda de todo aquello que enseña y manda creer. Por lo
tanto, las bases para creer están corrompidas, y la
estructura tambalea peligrosamente.

Por ahora concluímos esta síntesis sobre el


pensamiento que en adelante nos será tan útil
recordando dos cosas: la primera es la famosa frase del
escritor inglés Gilbert K. Chesterton, tan a propósito de
lo expuesto: “Cuando entro en una Iglesia me quito el
sombrero, no la cabeza”.

La segunda, una oración poco conocida por los que


atacan a la ligera lo que no conocen, de San Benito de
Nursia, y que comienza así: “Padre, en vuestra bondad
concededme el intelecto para comprenderos, la percepción para
discerniros, y la razón para apreciaros”.

Los confines de la ciencia empírica

Para poder dar fin a las aclaraciones introductorias y


entrar en materia, tenemos aún que aclarar un punto de
gran importancia en respuesta a las primeras
afirmaciones de nuestro “contendor”. Uno de los
primeros puntos que llaman nuestra atención en la
exposición pretendidamente agnóstica pasa por esa pre-
afirmación de que las deducciones lógicas sólo pueden
desprenderse de un conocimiento absoluto de hasta el
más remoto de los elementos y acontecimientos
universales.

Al ser esto un absoluto imposible sin importar qué


tanto se dilate la existencia humana sobre el mundo,
poner el acento en los puntos de ignorancia como
invalidación para comprender y alcanzar conclusiones
razonables es de alguna manera condenarnos a la
imposibilidad total de respuestas. O, en el mejor y más
benévolo de los casos, a un conjunto de conjeturas “poco
científicas”.
Entonces llega la hora de pensar en la ciencia y su
relación con lo que estamos hablando, para poder
determinar si tiene sentido este esfuerzo o no llegará a
ninguna parte en tanto “no se conoce al universo en su
totalidad”.

Tendríamos que preguntarnos, para comenzar, si es a


través de esa metodología científica que alcanzaremos
las respuestas filosóficas y religiosas que estamos
buscando. Obviamente, nadie niega – mas bien todo lo
contrario – la interacción con elementos de la realidad
cognoscible para poder alcanzar conclusiones, pero pre-
determinar que es imposible concluir algo por “falta de
evidencia científica” sería tan absurdo como exponer
cualquier argumento racional del tipo que sea, ya que
este puede estar ignorando aspectos que se le escapan por
la misma carencia que imputa al otro lado para sus
pruebas. Por tanto, todo quedaría en el mediocre campo
del relativismo absoluto.

Pero no está sólo allí el problema de la idea.


Pensémoslo. Por una parte, ¿necesito conocer hasta la
última partícula del universo para poder determinar que
dos más dos es cuatro, o que si suelto un objeto, aquí
donde me encuentro, caerá al suelo? ¿Tendremos que
olvidar toda conclusión en tanto somos ignorantes de
muchos elementos que escapan a nuestra capacidad de
conocimiento actual?
Los conocimientos científicos de laboratorio se
acotan a su campo. El hombre actual da excesiva
importancia a este factor, como si fuese la única forma
existente de explicar las cosas. Pero en un mundo que no
se compone únicamente de procesos físicos y mecánicos,
las respuestas tampoco pueden pasar únicamente por ese
rasero. Cuando estamos hablando de filosofía, entramos
en una región en donde el conocimiento científico de
balanzas y microscopios no puede ingresar, a excepción
de ciertas ramas que se encuentran en pañales, con
resultados muy positivos para la creencia fundamentada
en algo más que materia.

Pero para entenderlo mejor, definamos un poco. Dice


el saber enciclopédico que la ciencia ha recibido
diferentes aplicaciones, lo cual presenta dificultades para
su definición. Pero agrega que no se puede negar que
ciencia es el saber, y lo que debe hacerse para saber. Y
como el saber se divide en grupos clasificables por su
género y naturaleza, la palabra ciencia no se emplea para
designar el saber absoluto, sino para designar al saber
humano que hasta hoy se ha alcanzado y se ha sabido
coordinar.

Lo que más nos interesa a estos efectos es lo que


continúa. Dice así: “El fundamentar la ciencia en la
demostración es cosa que está fuera de toda exactitud, porque
excluye de la ciencia conocimientos evidentes por sí solos, como
los históricos o los lógicos, por ejemplo. Para saber, para
adquirir un conocimiento, la naturaleza humana necesita
observar, comparar y generalizar”.

Pero además nos encontramos con otro problema, y


es a qué ámbito de la ciencia nos hemos de atener para
cada cuestión, y cuál será su campo de acción. La
filosofía es la ciencia del conocimiento de las cosas por
sus causas o primeros principios. En esta hay varias
ramas, una de las cuales es la Teodicea, o ciencia de Dios
y de los atributos divinos, derivada de la razón sin el
auxilio de la revelación divina. Es a la filosofía a quien
le corresponden estas materias. Y la filosofía no se
prueba con telescopios ni escáneres.

Pero el hombre actual pretende que el mundo del


espíritu sea tan mensurable y empíricamente
comprobable en el laboratorio como lo es el mundo
físico, intentando que una naturaleza juzgue con sus
medios propios a otra diferente.

En ese afán se desvive por captar ondas, compleja


actividad química, reacciones en cualquier parte del
cuerpo, por ejemplo, que le demuestren que sólo estamos
compuestos de materia sin alma. Y creen que con medir
la capacidad cerebral al recitar un poema conmovedor a
través de un EEG, ya pueden comprender todos los
procesos que se originan y desencadenan en el individuo
que estudian.

Y esto mismo se ve en las descabelladas explicaciones


de conductas que más tienen que ver con materia moral
que con la composición hereditaria del ADN. Esta
mentalidad sólo demuestra, nuevamente y como ya
vimos en el caso de la evolución, el más profundo y
arraigado prejuicio de que no somos más que materia,
con el cual el hombre se des-responsabiliza de todas sus
acciones. Es una modalidad totalmente a-científica, por
lo demás, porque lo que busca es probar su teoría como
sea, en vez de buscar teorías basadas en todos los
numerosos elementos disponibles. Es como explicar la
situación de una nación a través de la fotografía de una
escena que deja afuera miles de elementos que no
entraron en el lente del que la retrató, recortando así la
realidad a su gusto.

De esta manera, revierten el proceso científico y en


lugar de dar una explicación a lo observado, manipulan
lo observado para adaptarlo a una explicación previa e
inapelable, so pena de ser considerado “poco científico”
si se afirma lo que han descartado aún sin pruebas.

Dejemos, pues, al reino de la filosofía la materia que


le corresponde, y que la ciencia empírica aporte los
elementos que le son propios sin pretender dar la
respuesta definitiva que no le corresponde. En palabras
de Séneca, “la naturaleza nos ha dado las semillas del
conocimiento, no el conocimiento mismo”. El conocimiento
es un proceso que nosotros emprendemos con los
profusos elementos de que disponemos para hacerlo.

Lo cierto es que lo que no corresponde a campos


mensurables, como el pensamiento, sólo puede medirse
físicamente a través de los órganos y soportes que “nos
hablan” de ello, pero no puede comprenderse en toda su
extensión mediante observaciones de laboratorio, más
que en los procesos físicos que lo hacen posible en ese
ámbito. Dios, por su parte, escaparía a esta pretensión y
sólo podría ser “comprendido” – a nuestra medida, se
entiende – en el campo en que se desenvuelve. Aunque
ciertamente muchas conclusiones se desprendan, como
en el caso del pensamiento, del funcionamiento de lo que
sí podemos medir siquiera en parte, como es el Universo
que nos rodea.

En toda la serie de hechos, criaturas y procesos que


podemos conocer es en lo que nos basamos para nuestras
reflexiones. Porque es cierto que no tenemos – y nunca
tendremos – todas las respuestas existentes, pero sin
duda hay cosas que ya sabemos y nos permiten sacar
conclusiones. Una persona puede no saber qué es
exactamente la electricidad, pero no acercará su mano
desnuda a ella porque ya conoce algunas de sus
propiedades. Igualmente, descubrir nuevas estrellas no
negará la existencia de las anteriores, ni todo lo
comprendido sobre ellas, aun cuando pueda agregarse
información. Pero lo ya comprendido, como cierto
orden, características y leyes que las gobiernan, seguirá
estando allí aún con los añadidos.

Y de la misma forma, se pueden alcanzar miles de


comprensiones lógicas desprendidas de la experiencia, la
razón y la observación del entorno ya conocido. En base
a lo ya comprendido podemos deducir una serie de
consecuencias como la utilidad, el orden, la finalidad, la
interrelación, las leyes, el cambio, etc. Conocer más
después no negará lo comprendido en base a la lógica de
un orden razonable existente. La sola existencia del
orden, por ejemplo, es un principio del cual sacar
muchas conclusiones. Aunque este punto habrá que
explicitarlo más en el apartado sobre los “desperfectos
de la Creación”.

Por lo demás, existe a efectos de lo que nos ocupa lo


que se ha llamado “modelos mentales”. Se trata de
representaciones psicológicas de situaciones reales,
hipotéticas o imaginarias, que permiten llegar a
conclusiones acerca de aquello que puede superar la
capacidad humana hasta el momento desarrollada para
verificar un presupuesto. Los modelos del laboratorio
mental fueron postulados primero por el filósofo
norteamericano Charles Sanders Peirce, quien dijo en
1896 que el razonamiento es un proceso mediante el cual
un humano "examina el estado de las cosas afirmado en las
premisas, forma un diagrama del estado de cosas, percibe las
partes de las relaciones del diagrama no mencionadas
explícitamente en las premisas, se satisface a sí mismo con
experimentos mentales en el diagrama en que las relaciones
siempre subsisten, o al menos podrían hacerlo en cierta
proporción de casos, y concluye la verdad necesaria o probable".

El psicólogo escocés Kenneth Craik propuso una idea


similar. Él dijo que la mente construye "modelos a
pequeña escala" de la realidad que usa para anticipar
eventos, para razonar y dar base a la explicación.
Einstein mismo aplicó el llamado laboratorio o taller
mental para alcanzar conclusiones que de momento no
podían probarse de otras formas “experimentando” con
las ideas. Lo hizo al “probar” cómo ha de ser volar sobre
un haz de luz, con lo cual pudo llegar a su famosa teoría
de la relatividad.

Entonces…

Para terminar esta primera parte, diremos que si Dios


existe tiene que tener algún tipo de plan con Su
Creación, y por tanto ha por fuerza de habernos dado los
medios para poder comprender tanto que Él existe como
cuáles son Sus intenciones con nosotros. Pero, ¿y si no
existe y las “respuestas” nos las estamos inventando? Es
interesante ver que la “refutación” a nuestros anteriores
argumentos, al ser extemporánea, no ha podido
desmontar su razonabilidad, sino que ha apuntado a
frentes simplemente no explicitados.

Esto significará, por tanto, que de poder resolver esas


“contradicciones”, las ideas seguirán siendo
absolutamente razonables, y hasta la fecha, sin duda una
explicación más apropiada a lo que podemos deducir
razonable e incluso científicamente (en el sentido
correcto del término a estos efectos) a partir del Universo
que nos contiene, de su funcionamiento y de nosotros
mismos.

Está claro que respondidas las objeciones siempre


podrían crearse más, pero esperamos que los interesados
en este debate sean conscientes de que a cada respuesta
aceptable nuestros presupuestos originales se
fortalecerán más y más, mostrando coherencia y lógica
en todos los frentes hasta hoy propuestos.

Dicho todo esto, damos inicio a los puntos en


cuestión, con sus respuestas. Lamentablemente, es
mucho más fácil formular una objeción a un sistema que
explicarlo cabalmente. En algunos de los enunciados se
hace obligatoria una serie de explicaciones que amplían
la fotografía, como en el ejemplo antes mencionado,
para poder así responder bien a la duda planteada en
específico.

A efectos simplificadores para los lectores


indicaremos el número de objeción, con una síntesis de
su argumento, y luego la respuesta correspondiente.
DIOS CREADOR

Objeción 1
“La acción de crear es inadmisible”

Resumen: El acto de crear requiere obtener algo de la nada;


formar lo existente de lo inexistente. Con nada, nada puede
hacerse. De nada, nada puede obtenerse. Crear es un concepto
místico-religioso que nada tiene de racional.

Respuesta: A pesar de incluir un resumen que recuerde


los conceptos vertidos, intentaremos ampliar la
respuesta a todo lo mencionado. Y para ello
comenzamos con la pregunta de qué es crear, que nos
parece que el autor confunde un poco ya desde un
principio.

Diferenciemos primero las definiciones parciales de


las absolutas. La creación absoluta será aquella que no
existía antes en ningún aspecto, y por tanto no ha
imitado algo anterior, ni requerido ningún elemento
previo, y es totalmente novedosa, podría decirse en
palabras sencillas.

La creación parcial, por su parte, es como los grados


de perfección respecto al ideal, de los que ya habíamos
hablado en la obra anterior. Una participación de
aquella cualidad total, en la medida limitada del ser
humano. Y en ese sentido, quien reordena los elementos
ya existentes para crear uno nuevo, sea en concepto, en
materia o en utilidad, por ejemplo, está creando a la
medida de sus posibilidades, como reflejo de la Creación
absoluta. El escritor chino Lin Yutang lo expresa muy
bien: “Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que
la emite, o el espejo que la refleja”.

En ese sentido, la construcción de una casa no será


una creación. Pero sí lo será un nuevo estilo
arquitectónico nunca antes visto. Es en ese terreno
donde se engloba como creación a la inventiva, las artes,
ciertos avances tecnológicos innovadores, etc.
Pero ahora hablamos de la creación absoluta, dado
que nos estamos refiriendo al Ser del cual surge todo lo
que nosotros apenas podemos producir parcialmente. Y
para poder entender este punto, tenemos que conocer
primero un poco mejor a Aquel que queremos
comprender.

Si Dios existe, se pueden deducir una serie de


atributos de lo ya expuesto. Démoslo por cierto siquiera
momentáneamente, para alcanzar nuevas conclusiones
que a su vez después nos permitan retroceder a la
objeción.

Aunque los atributos pueden ser numerosos, aquí


mencionaremos sólo aquellos útiles al fin de esta
respuesta particular. Si Dios existe podría afirmarse,
basándonos en todo lo anteriormente expuesto, que es
un Ser que existe por Sí mismo, causa y motor de todo
lo creado y que está fuera del tiempo y el espacio que nos
rigen a nosotros, Sus criaturas.

Recapitulando brevemente, hemos de recordar que


Dios no puede haber sido generado a su vez por algo
más, ni depender de nada para existir, por lo tanto es el
primero, el único que no necesitó ser creado ni movido.
Esto lo hace autoexistente y autosuficiente, y ahí hemos
llegado a nuestras primeras conclusiones.

Por otra parte, ya hemos dicho que tiene


necesariamente que estar fuera del tiempo, dado que el
tiempo no es infinito en su comienzo, y Él debe existir
desde "antes" (si se nos permite la expresión para facilitar
el hilo de la idea) de que se generase lo que hoy existe -
tiempo incluido -, o no sería el primero y productor de
todo lo demás. Y al estar fuera de ese tiempo, podemos
deducir sencillamente, por consecuencia, que es eterno.

A su vez, debe estar fuera del espacio, porque no


puede ser contenido por nada, ni necesitar moverse a
través de nada más, pues en ese caso pasaría a depender
de otra cosa, y ya no sería autosuficiente, ni motor, ni
causa de todo lo demás.

Podemos determinar rápidamente, por lo tanto, que


Dios es inmaterial (o espiritual, dado que no ocupa un
espacio) y eso lo hace invisible a los ojos de la carne, no
depende de nada ni de nadie para existir y actuar, es
infinito (no comienza ni tiene fin en su esencia y
cualidades), es eterno, tiene el poder de hacer lo que
desea, ha creado lo que existe y le ha dado un orden
funcional innegable, que apreciamos en el universo que
nos rodea, o sea, es inteligente. O, dicho con mayor
propiedad, es Inteligencia.
Para aclarar esto último mencionaremos que no
podemos decir que Dios posea las cualidades que
apreciamos en lo empírico o conceptual, porque Él es
cada cualidad en modo absoluto. Entonces, Él no es
majestuoso sino que es la Majestad, no decimos que es
bueno, sino la Bondad misma, no es sabio sino la
Sabiduría misma, etc. Por ello es la misma fuente de las
virtudes, comenzando por la Perfección, necesaria para
que sea la base absoluta de todo lo que de Él dimana.

Podemos también llegar a entender que es simple (es


decir, no está compuesto por diversos elementos) e
indivisible. Cada uno de estos puntos puede
desarrollarse y complementarse mucho más, pero los
daremos por comprendidos en principio para no
extendernos tanto.

Pasemos entonces a la cuestión de la infinitud, que es


un tema importante a tener en cuenta. Dios es fuente de
Sus atributos, afirmamos, y por lo tanto debe ser infinito
o de lo contrario sería insuficiente e ineficaz. No es
perfecto aquello que tiene una virtud (entendida como
facultad o capacidad de obrar) con límites. Aún a nivel
humano no podríamos decir que es perfecto algo que
abandona a momentos la virtud que posee.
Si pudiese perder sus virtudes ya no sería perfecto ni
eterno. Por lo tanto, ahora nos queda claro que posee
todos Sus atributos divinos sin medida: todos son
infinitos. Esto lleva a otra cuestión muy interesante
relacionada con el panteísmo, pero nos estaríamos
yendo de tema y lo dejaremos para otra oportunidad, si
así se requiere.

Bien. Comprendido esto, podríamos concluir


entonces con facilidad que Dios es omnipotente,
omnipresente y omnisapiente.

El aspecto que ahora mismo nos interesa es


justamente la omnipotencia (omnis=todo;
potencia=poder). Un atributo que sólo puede
adjudicarse a Dios, dado que nada ni nadie más tiene la
capacidad infinita de poderlo todo. Y Él, si es cada
atributo en forma infinita, también es infinitamente
poderoso. Además, y como ya hemos explicado antes,
sólo hablamos de Dios al referirnos a quien no depende
de nada para existir o actuar a Su voluntad.

Diremos entonces que es Omnipotente porque al ser


infinito su poder, y simple su esencia, puede todo lo que
quiere con sólo quererlo. Es decir, cada uno de sus
deseos es acto inmediato. Puede, entonces, hacer todo lo
que le agrada, pero Sus acciones siempre estarán de
acuerdo con Su carácter.
Poderlo todo incluye aquello que parece imposible.
Imposible es, justamente, que no se puede. Si algo fuese
imposible para Él, ya no sería omnipotente. Aunque en
este punto amerita aclarar que al hablar de imposibilidad
estamos exceptuando el mal, el error o el absurdo (como
el típico sofisma de la roca), que no son imposibilidades
sino formas de carencia que atentan, por tanto, contra
Su naturaleza perfecta.

Claro todo lo anterior, repetimos una vez más que el


ser humano sólo participa en forma limitada de las
cualidades divinas. Por tanto, obviamente si le damos a
un matemático un conjunto de ceros, nada resultará de
sus operaciones. Pero aplicar la incapacidad humana a
la divina es un error grave.

La roca no puede crecer o reproducirse, por mucho


que “quisiera” hacerlo, aún si el deseo y la voluntad
fuesen posibles a su naturaleza. La planta por su parte
no puede emitir sonidos como los animales, o
desplazarse de terreno. Aunque se “esforzara” no lo
conseguiría. Los animales no lograrán alcanzar
conclusiones filosóficas jamás, aunque puedan
eventualmente separar bloquecitos de colores en un
laboratorio. El ser humano no puede sacar nada de la
nada. ¿Eso inhabilita la existencia de un Ser entre cuyos
atributos se encuentra, justamente, la omnipotencia, o
sea, el poder ilimitado de hacer Su Voluntad?

Si la materia está supeditada al Espíritu superior,


entonces éste perfectamente podría generarla, modelarla
y hasta destruirla. No crea “de la nada”, porque Él
existe, y de Su capacidad perfecta e ilimitada se
desprende la posibilidad de la generación espontánea
que está vedada al mundo físico limitado en que nos
desenvolvemos. ¿Qué podría impedir a un Ser
omnipotente la generación completa de algo que antes
no estaba allí al sólo movimiento de Su Voluntad?

En la naturaleza no existe la posibilidad de que se


combinen rocas, metales, maderas, fibras vegetales y
animales, cristales y tantas otras energías y manufacturas
complejas como son necesarias para la instalación de
una casa de medianas comodidades. El animal, si
pudiese pensar por un momento sin perder sus
características, encontraría absurdo e imposible que
alguien pudiese reorganizar los elementos de esa forma
elaborada, compleja y hábil, en vez de meterse en una
cueva o buscar el abrigo de un árbol. Mucho menos
entenderá el tigre la creación y construcción de objetos
voladores, artefactos de comunicación a distancia, obras
de arte, todo lo que escapa por completo a su capacidad
y necesidades directas. Pero tal incapacidad animal no
impide al ser humano actuar como lo hace.
Trasladar a Dios que el matemático no pueda hacer
nada con los ceros es, en definitiva, lo que en lógica se
llama “analogía abusiva”. Es decir, llevar la verdad de
un ámbito correcto a otro dudoso porque no comparte
sus mismas características. Y Dios, si nuestro fenecido
contendor lo permitiese, no es comparable en Sus
capacidades a los atributos limitados – una vez más lo
decimos – del ser humano.

De la nada, en el mundo físico, nada sale (buen punto


contra la evolución, por cierto). Sin embargo, las leyes
de un Ser omnipotente no han de ser iguales a las
nuestras. Y si en Su mente perfecta surge una creación,
está en Su naturaleza la posibilidad de llevarla
enteramente a cabo. Eso sería, al fin de cuentas, lo que
al principio dijimos que es la creación absoluta, de la que
han de desprenderse por reflejo todas las creaciones
parciales que nosotros conocemos.

En el universo Divino, la idea puede traducirse


materialmente con tanta facilidad como para nosotros
un proyecto mental puede traducirse en creaciones a
nuestra medida. La única diferencia es que Él puede
incluso generar esa materia, porque todo lo puede,
mientras que nosotros dependemos de lo que nos rodea
para realizar nuestras producciones. Pensar que no
puede porque nosotros no podemos es similar a pensar
que los milagros (alteraciones de las leyes naturales) le
resultan imposibles porque eso nos ocurre a nosotros
como personas naturales.

Sin embargo, en el desarrollo del siguiente punto se


terminará de completar la idea, demostrando cómo es
posible que “de la nada” saliera algo.
Objeción 2
“El Espíritu puro no pudo
determinar el Universo”

Resumen: a) Un Dios que es Espíritu Puro, inmaterial, no


puede determinar el Universo: lo material. El espíritu puro está
separado del universo por naturaleza y por tanto no admite
ninguna alianza material. b) Por lo demás, ¿dónde se hallaba
la materia en su origen, en su principio? o bien la materia
estaba fuera de Dios, o bien era Dios mismo. Así, pues, en el
primer caso, si estaba fuera de Dios, no tuvo éste necesidad de
crearla, puesto que ya existía, y si coexistía con Dios, no cabe la
menor duda de que estaban en concomitancia, de lo que se
desprende que vuestro Dios no es creador.

Respuesta: Ya hemos explicado que un Ser


Omnipotente, “que todo lo puede”, no se ve acotado por
las mismas limitaciones que a nosotros nos rigen.
Estamos una vez más poniendo las características
humanas en las Divinas. Como tigres, no somos capaces
de concebir ni construir la casa equipada.

Aunque está claro que esa respuesta resulta


insuficiente para quien objeta la brecha que distancia al
espíritu de la materia, y a su vez, el origen de dicha
materia. A esto hay dos cosas que comentar. La primera,
y que salta a la vista de todo ser humano, es la
interrelación directa entre el espíritu y la materia en
nosotros mismos. Hay quien ha dicho que el hombre es
un “anfibio”, porque posee las dos naturalezas (espíritu
y materia) que en otros seres se encuentran separadas.

Así, una idea (espíritu) es tan potente que puede


llevarnos a modificar el mundo material, incluyendo la
relación directa entre algo que pensamos y las respuestas
y alteraciones de nuestro organismo. Pero además
compartimos con todo ser vivo el estar animados por
algo más que células funcionales, tal como explicamos
en el apartado contra la evolución, y no basta con que el
conjunto tenga todos los “ingredientes” necesarios para
que allí se encuentre vida.

Pero visto esto, aún puede encontrarse dudosa la


respuesta en tanto no explica cómo del espíritu puede
surgir la materia. Veámoslo con ayuda de la ciencia
empírica que tanto agradaba a nuestro oponente.
Materia es todo lo que tiene masa y ocupa espacio.
Por lo tanto, está claro que no pudo existir antes de que
se creara el espacio. Como ya se ha declarado, Dios - que
no requiere de nada - no necesitaba el espacio y lo creó
para poner en él lo que quisiera.

Hablamos antes de Albert Einstein y su laboratorio


mental. Todos sabemos que su fórmula más famosa es E
= m·c², y se traduce así: la energía es igual a la masa
multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz.
En resumen muy simplificado, eso significa que la
materia no es más que una forma de energía. Materia y
energía son dos formas distintas de lo mismo, siendo la
materia la forma densa, espacial de la energía. Se trata
de una concepción de grandes consecuencias en el
mundo de la física tanto como en el de la filosofía.

A partir de la fórmula mencionada se modificó la


creencia imperante hasta entonces de que ambas
naturalezas eran por completo diferentes, y se descubrió
la manera de transformar la materia en energía, con el
impactante resultado de que desintegrando cantidades
muy pequeñas de materia es posible conseguir grandes
cantidades de energía, con lo que se abrió el camino a la
era nuclear. En las reacciones nucleares, parte de la
materia se convierte en energía en forma de fotones de
rayos gamma (los fotones, por definición, no tienen
masa). La fisión nuclear, por tanto, ha conseguido
convertir materia en energía.

Se supone que toda la materia del Universo se originó


a partir de energía, pero evidentemente en unas
condiciones imposibles de reproducir sobre la faz de la
Tierra. En general, aunque la energía no se crea ni se
destruye sino que se transforma (considerando la
materia como una forma de energía) no todas las
transformaciones son igualmente viables, al menos a
escala humana.

¿Y qué es la energía? El término proviene del griego y


significa actividad, operación; energos=fuerza de
acción, fuerza trabajando. Tiene varias acepciones y
definiciones relacionadas con la capacidad de obrar,
transformar o poner en movimiento. En física, "energía"
se define como la capacidad para realizar un trabajo.
Algunas de las formas de la energía como la conocemos
incluyen luz, calor, química, nuclear, eléctrica y
mecánica. Pero lo cierto es que todos los procesos
naturales que acontecen en la materia pueden describirse
en función de las transformaciones energéticas que
tienen lugar en ella.

Los actuales físicos no encuentran aún una forma


igualmente satisfactoria (transformaron materia en
energía) de lo inverso, es decir, convertir la energía en
materia. Necesitan una inmensa cantidad de energía
para producir una cantidad mínima de materia. Por
ejemplo: un fotón gamma muy energético puede dar
lugar a un electrón y un positrón, que son materia en su
forma más elemental y minúscula.

Pero esto, lejos de inhabilitar nuestro presupuesto, lo


sustenta claramente, ya que en última instancia podemos
concluir que de la capacidad de obrar (infinita en el caso
de Dios) se desprende la energía ilimitada que se
transforma en materia a Su sola Voluntad, dado que no
es de esperar que en Sus características particulares tenga
carencia de energía (fuerza de acción) para producir lo
que desee. Esto quiere decir que la materia no existía
antes, es posible de crear, y no viene de ninguna parte
distinta a Su acto creador, que como ya explicamos, al
ser un acto Supremo es poderosa e inagotable energía
pura.
Objeción 3
“Lo perfecto no produce lo imperfecto”

Resumen: Es imposible que lo perfecto haya podido determinar


lo imperfecto. Existe una relación directa entre una obra y su
autor. Por la calidad del fruto se distingue el árbol al que
pertenece. El Universo no es una obra sin defectos,
irreprochable, perfecta. Por tanto, si la obra no es irreprochable,
el autor tampoco es perfecto. O Dios no existe o no puede ser el
Creador.

Respuesta: Para poder abordar esta cuestión es


necesario, nuevamente, ampliar el plano de la fotografía.
Está claro que algo perfecto no puede producir algo
imperfecto. Sin embargo, ¿podemos decir que tal
producción ha sido imperfecta? Para ello debemos
preguntarnos si esto no nos lleva inevitablemente a las
causas que originaron la Creación. Después de todo, no
tendrá el mismo resultado una obra que es un fin en sí
mismo, que una que sirve de base a un fin mayor, y que
por tanto puede modificar la estructura del medio. Es al
fin mayor, en tal caso, a lo que debemos atender para
comprender la envergadura y razonabilidad de lo
creado, incluyendo lo que a la ligera podríamos
considerar “fallos del sistema”.

Y a esto se agregará un tercer punto fundamental, que


pasa por el bien y el mal. Íbamos a exponer este aspecto
en el punto 10, relativo a la existencia del mal.
Igualmente, deberíamos dejar el sentido de la creación
como respuesta a la sexta objeción de Dios Creador. Sin
embargo, creemos que para que la respuesta sea bien
acabada, debemos hilar los conceptos en un solo lugar,
y después nos atendremos a recordar a nuestros objetores
aquellos aspectos puntuales que no hayamos
desarrollado en esta sección. Dada la necesidad de unir
varios temas de cierta complejidad argumental, este
‘capítulo’ será probablemente el más largo de este
trabajo.

Vamos por partes entonces, comenzando con el


sentido de la Creación. Si no se entiende para qué se
ejecuta una obra, entonces el resultado puede parecernos
absurdo, mal hecho o inútil. Si encontrásemos un
artefacto extraño en medio de la calle, al que ninguno de
los presentes en la escena pudiera adjudicarle una
funcionalidad, valor ni sentido más que su rareza,
¿podríamos clasificar como error y defecto la palanca
para nosotros incomprensible, el botón supuestamente
desproporcionado, o la temperatura al parecer
extremadamente elevada? ¿O buscaríamos a quien
puede respondernos de qué se trata, para luego conseguir
determinar si esos adminículos antes inexplicables es
posible que tengan algún sentido y valor a pesar de
parecernos lo contrario?

Antes de continuar con el sentido, se hace necesario


comprender otro de los atributos divinos que hasta ahora
no habíamos explicado. Hemos hablado de la
Perfección, pero no del Bien, y es hora de hacerlo.
Muchos creen que este término se refiere a una especie
de “acción políticamente correcta” y con esa concepción
tan simplona es difícil comprender de lo que estamos
hablando.

La mejor definición del bien la ha dado Aristóteles y


aquí nosotros la explicaremos: "Bien es aquello a lo que
tienden las cosas". Veamos: si observamos, todas nuestras
acciones están orientadas a un fin: comemos para tener
energía, dormimos para descansar, nos reproducimos
para perpetuar nuestra especie, creamos para
edificarnos, etc. El fin que buscamos satisfacer se dirige
a su vez hacia otro (por ejemplo sobrevivir), luego hacia
otro más (por ejemplo, mejorar en las distintas variables
de la vida), luego otro (por ejemplo perfeccionarnos)
hasta que se alcanza el fin último, que buscamos por sí
mismo y no porque nos lleve a otro más. Alcanzado el
fin último somos felices. Sentimos satisfacción por el
cumplimiento de un fin parcial (como comer para
aplacar el hambre). Sentimos mayor satisfacción si
además de comer podemos descansar, luego será mejor
si también somos amados, y así en adelante, cuantos más
campos hayan satisfechos, a mayores aspiraremos. Si
existen diversos grados de satisfacción, tiene que existir
el grado máximo, con el cual todo está satisfecho.

Si Dios existe, es lógico afirmar que el fin último o


Bien supremo es Él (cuyos atributos ya hemos visto que
son infinitos), en cuanto satisface – sobrepasando todos
los límites – absolutamente todas nuestras necesidades
corporales y espirituales. Dios, entonces, ha de ser el
Bien máximo: el Bien mismo.

En cuanto cada ser busca el Bien según su naturaleza,


la felicidad del ser humano no se alcanza con la simple
satisfacción de las necesidades animales (comer, dormir,
reproducirse, guarecerse, defenderse, etc.), sino que debe
corresponder a todas nuestras potencialidades humanas
(inteligencia, belleza, sentimiento, orden, fe, etc.).

¿Cómo alcanzamos esa felicidad que es Dios porque


es el Bien absoluto? Siendo el hombre el único animal
racional y espiritual, alcanza su bien y felicidad cuando
éstos se ajustan a esas necesidades superiores que le
diferencian del resto de las criaturas. Es decir, cuando
satisface todas las necesidades, incluidas las que son
propiamente humanas.

Vivir para cumplir con cualquiera o incluso con todas


las necesidades animales, no puede hacer feliz al
hombre, que necesita satisfacer muchos más fines, ya
que su constitución y razón exigen bienes superiores. El
arte, el amor, la trascendencia, la justicia, la
espiritualidad, la búsqueda de respuestas, son ejemplos
de esas necesidades humanas superiores. Y es por esto
que incluso quienes lo tienen todo a nivel material aún
suelen ser infelices: simplemente no han logrado
satisfacer correctamente sus necesidades superiores.

Las dependencias, las malas relaciones, los excesos,


el vacío interior, la depresión, son sólo algunas de las
pruebas de que un hombre materialmente satisfecho
(incluso con buena salud) puede tener otras carencias
que le producen malestar.
Hay varias definiciones de Bien, y aquí nos centramos
en algunas de las mejores para responder a nuestra
pregunta original. Otra definición muy buena es:
“Aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección
en su propio género”. ¿De quién podemos decir con mayor
propiedad que de Dios que cada uno de Sus atributos
(género propio de cada bien) tiene el complemento de la
perfección absoluta?

Aclarado este punto, podemos pasar al sentido de la


Creación. Si colegimos que las virtudes existen en grado
máximo o absoluto en Dios, es lógico que tiene que
haber una correspondencia entre ellas y la forma en que
son aplicadas. Es decir, que Sus acciones se han de
ajustar a las virtudes en grado máximo y no pueden
contradecirlas, porque faltarían a su perfección.

Pensar que un Ser de virtudes infinitas pudo haber


creado al universo sin un sentido (razón de ser, finalidad)
sería absurdo. Un ser humano, que no es sino un granito
ínfimo de arena dentro de la inmensa playa de todo lo
creado, es capaz de actuar en concordancia con su
carácter, con un motivo y un fin para lo que hace.

Definamos algo para entender mejor: un capricho es


una idea o propósito repentino y no fundado en la razón.
Esto puede ocurrirle a alguien finito, sujeto a carencias
en sí. Y aún así sólo actuará caprichosamente de forma
ocasional, porque debe inevitablemente obedecer a leyes
de la razón (que utilizamos incluso para nuestra
supervivencia), a menos que esté privado de ella, o sea,
que esté demente y haya perdido la facultad de ser
coherente.

Siendo así ¿cómo podríamos adjudicar a un Dios


simple, completo y Bien absoluto la creación de algo por
mero capricho? Para esto era tan importante saber
primero – siquiera someramente – cómo es Él: para
respondernos a esa pregunta sin mayor dificultad. Pero
algo no se conoce sólo por sí mismo, sino en particular
por sus frutos, como bien dice el autor de las objeciones
al cristianismo. Vale decir que está estrechamente
relacionada la razón de nuestra existencia con cómo es
quien nos creó.

Porque así como podemos ser definidos por nuestras


elecciones ("Dime con quién andas y te diré quién eres"),
más aún se nos podrá conocer por lo que hacemos ("Por
sus frutos se conoce al árbol"). Por la aplicación práctica
de nuestra voluntad mantenida con constancia puede
verse nuestro carácter, capacidades, intenciones y
afectos. Como ya hemos visto antes, esto también se
aplica a Dios. Así podremos deducir cuáles fueron Sus
intenciones.
Por lo pronto ya sabemos que, al no contener carencia
en Sí, Dios no puede haber actuado por capricho. Hemos
visto que eso es imposible e igual será la conclusión para
una creación sin un sentido razonable. Veamos ahora
cuáles son las opciones que existen:

El divino… ¿aburrimiento?

Si hemos acabado con la posibilidad de que fuese un


mero capricho, ahora nos queda otro punto igualmente
improbable: la diversión. Según ciertas creencias, Dios
creó al universo y sus criaturas como un juego. Algunos
lo definen así, y otros como un hecho “accidental”. Nos
quedaremos en principio con el juego, porque el
accidente (carencia de control de una situación
cualquiera y sus consecuencias) es aún más absurdo para
cualquiera que haya seguido hasta aquí por el camino
del uso de su intelecto.

El pensamiento gnóstico del juego divino dice que


todo es Dios pero que una parte “perdió” en
determinado momento conciencia de serlo, inmersa
temporalmente en la ilusión de una separación que en
verdad no existe. Cada “fragmento” (inexistente en
realidad) debe volver a tener esa conciencia de ser divino
para fundirse nuevamente con el Todo al que pertenece.
Dios no tiene necesidad de crear algo para
“entretenerse” porque esto implicaría una carencia
previa: el aburrimiento o simplemente la falta de
diversión. Pero aún queda una posibilidad: que el juego
fuese una simple emanación de su “buen humor”, y
entonces tendríamos que afirmar que el Bien perfecto ha
tenido una causa mas bien prosaica para crear. Habría
por fuerza que admitir que la Creación no es reflejo y
emanación de divinas perfecciones, sino un engaño que
oculta la realidad, diferente a ella. Esto querría decir que
ninguna virtud de Dios se expresaría en lo creado a
excepción de su “simpatía”. ¿Será esto posible? Lo
mismo se aplicará a la experimentación o cualquier otra
causa absurda que se pueda adjudicar a la ilusión.

Lo lógico será adjudicar al Máximo Ser la causa más


elevada posible, ¿verdad? Alguien perfecto ha de actuar
coherentemente con Su perfección. Y ya sabemos que
Dios, Perfección absoluta, no podría permitir
contradicciones siquiera temporales o ilusorias a la
plenitud de Sus virtudes. Todo lo que no funciona bien
en el mundo, con sus múltiples carencias, bajo la
explicación de la ilusión significaría que Dios se permite
a sí mismo la existencia del mal (aunque sea en
pensamiento, como se podría definir más cercanamente
a un engaño de la consciencia) dado que juega Él sólo en
el patio de la creación. Es decir, que el mal o carencia de
bien sería Suyo siquiera en ideas y juegos, atentando así
contra Su perfección.

Tampoco puede contradecir Su perfección perdiendo


conciencia de Sí mismo, siquiera en pequeñas “partes”.
La perfección le lleva a mantener coherencia,
inteligencia, absoluta conciencia, orden, sabiduría e
integridad, eternamente, en todo Su único e indivisible
Ser. No puede nublarse en ninguna “parte” (siquiera
temporal), ni carecer de nada, ni dejarse “engañar” por
la ilusión. ¿Cómo iba Dios a crear una ilusión (sentido
inferior a Su perfección y carencia de verdad, otro
atentado contra su excelencia), capaz de engañar a Su
sabiduría (mal que es carencia por encima del bien que
es existencia), cuando de Él sólo puede salir el Bien
absoluto, tal como comprendimos antes? ¿Es posible que
una simple persona, con inteligencia limitada, diga una
mentira, se la crea, y luego la viva como la verdad? Sí,
pero ya sabemos que eso corresponde al reino de las
enfermedades psicológicas. ¿Podemos adjudicarle un
mal así al Dios que hemos definido? Podríamos seguir
sacando conclusiones al respecto, pero ya está bastante
claro que es imposible un origen tan contrario a Su
dignidad máxima.

Podemos decir que a lo largo de toda la historia


religiosa de la humanidad surgieron sólo dos formas de
comprender el sentido de la Creación y de actuar por
consiguiente de acuerdo a esa razón: la esotérica y la
exotérica.

La ya mencionada gnosis es, en resumidas cuentas, la


creencia de que existen formas veladas y gradualmente
ascendentes de descubrir nuestra propia esencia divina.
A eso le llaman ‘conocimiento’. Aunque tiene variantes,
su doctrina se basa en el panteísmo (todo es dios) y el
dualismo (el bien y el mal como dos caras de la misma
moneda), que se trasciende sólo después de que se
alcanza la iluminación (retorno al Todo). Queremos
comentar algo al pasar, que consideramos importante: el
Bien no es posible trascenderlo. Si así fuese, no quedaría
nada.

Este es un tema fascinante, del que se pueden sacar


muchísimas más conclusiones y que bien vale un buen
capítulo aparte, pero ahora nos estaríamos yendo del
tema central, y lo dejaremos para otra oportunidad si es
de interés de los lectores.

De momento queremos saber, entonces, ¿cuál podría


ser una respuesta en verdad razonable al sentido de la
Creación? Hay dos explicaciones, complementarias y
tan perfectas como quien las produce, comprendidas
dentro del exoterismo: la manifestación y la
comunicación de la gloria. Veamos por qué.
Para empezar a facilitar este proceso vamos a definir
la palabra ‘Gloria’, que tanto se utiliza en relación a
Dios: Se trata de la reputación, el honor y renombre de
alguien por sus virtudes o méritos. Es lo que ennoblece,
honra o ilustra. Esplendor y magnificencia.

Dios, en sus virtudes máximas, exentas de toda


carencia, es por consiguiente absolutamente merecedor
de ser llamado glorioso. Nadie podría tener mayor honor
ni renombre. Nadie podría ser mayor nobleza ni, por
tanto, ennoblecer más. Nadie podría, como Él, ser el
esplendor y la magnificencia absolutos.

Si Dios es la misma gloria, entonces nada podría


aumentarla. Nada puede aumentar a un infinito, y ya
hemos declarado que las virtudes de Dios lo son. No
existe algo más grande que lo que no tiene fin en cada
una de sus cualidades. Y esto nos demuestra que Dios
no pudo crearnos para aumentar Su gloria, ni para suplir
ninguna carencia, pues Él es completud total. Sus
perfecciones no pueden recibir ningún añadido. Nada de
lo que existe es, por tanto, de utilidad para Él.

Esto nos lleva a la sencilla conclusión de que nosotros


no somos necesarios para Dios. Nada de lo creado lo es.
Y así vuelve con mayor fuerza la pregunta del sentido:
¿entonces cuál sería el sentido de la Creación? San
Agustín lo responde claramente: "No ha creado Dios el
mundo por indigencia o utilidad propia, sino por Su sola
bondad". ¿Y qué es bondad sino el deseo de bien para
otros?

Como seres humanos se nos hace difícil explicarnos


la causa de una acción que no nos reporte un beneficio.
Pero podemos verlo en aquellas que son absolutamente
desinteresadas, como un acto puro de amor, de
generosidad, la lucha por una causa que nos trasciende,
etc. En ello vislumbramos la entrega que no pide nada
para sí.

Y si un hombre, tan pequeño y desposeído, puede


ejercer esas nobles acciones, ¿qué ocurrirá entonces con
Quien nada necesita, es nobleza misma y todo lo puede?
Sólo nos queda trasladar aquellos actos a la altura de las
virtudes perfectas y recién entonces podremos empezar
a comprender.

Si no hemos sido creados para suplir ningún tipo de


necesidad, entonces sólo queda pensar que Dios – Bien
máximo – nos ha creado por amor y generosidad: para
hacernos felices, dejándonos participar de Su gloria.
Manifestar, por su parte, es hacer, mostrar o declarar
algo. Dios, en Su gloria, puede manifestar sus
perfecciones creando. Nada se lo impide. Lo hace por
voluntad, con un poder ilimitado y una inteligencia sin
fin: es el resultado voluntario, espontáneo y libre de Su
magnífica creatividad y demás virtudes. Las creaciones,
como bien se ha dicho, declaran las habilidades de su
creador. Esto es así a escala humana y también en la
Divina. Las virtudes se ejercen, y Dios lo hace con las
suyas.

La creación sería entonces, por un lado, una


manifestación de la gloria de Dios: obras de
magnificencia, orden, belleza, emanadas del Divino
Hacedor. Eso sí está a Su altura. No una Creación que
sólo responde a su alegría, sino una que se ajusta a todas
y cada una de sus virtudes, manifestándolas.

Y por otro lado tenemos la comunicación, que es el


acto de transmitir, haciendo a otro partícipe de algo. La
gloria de Dios son todas Sus perfecciones, y es lógico
suponer que ha querido plasmarlas para que la obra
estuviese en concordancia con Sus capacidades. El gran
artista esculpe esplendor en una obra que habla a otros
de tales habilidades. Así, un pintor, por ejemplo, utiliza
sus mejores técnicas, plasma sus mejores ideas, pone
amor a la obra, al fin la enmarca para realzarla... y el
resultado de un verdadero trabajo artístico es que
podemos apreciar un conjunto armónico, bello, bien
ejecutado y con un sentido o mensaje. Incluso quien se
detiene a apreciarla en detalle verá en la obra cuáles
fueron las magistrales técnicas utilizadas,
maravillándose así con los talentos del artista. Podemos
ver años de perfeccionamiento en el arte a través de un
trazo firme o una iluminación acabada, y reconocer en
esa simple pintura la gran capacidad de quien la hizo.

Veamos ahora sólo algunas de las perfecciones


impresas en lo Creado por Dios: Un universo
inconmensurable da testimonio de Su poder y
magnificencia. El orden de las leyes naturales presta
evidencia a Su inteligencia y jerarquización. La armonía
y esplendor de los sistemas nos muestran Su belleza y
bondad (deseo de bien). Las consecuencias de los actos
nos hablan de Su justicia. Pero, ¿qué nos demuestra el
divino amor? La creación desinteresada de seres a
quienes generosamente hacerles partícipes del Bien que
Él es y que les ofrece gratuitamente. Y este sentido u
objetivo para Sus criaturas presta a su vez testimonio de
Su sabiduría, que nada hace sin una razón superior.
Podríamos seguir por muchas hojas mostrando
relaciones entre lo creado y el divino Creador, pero
creemos que con lo dicho basta para que este punto
quede demostrado.
Existimos por un acto de amor, participamos
gratuitamente de Su gloria, en nosotros mismos y como
testigos de la magnificencia divina.

¿Hablamos de felicidad?

Hay dos formas complementarias de definir este


término. La primera dice que felicidad es la buena acción
(virtud) que nos inclina a cumplir con nuestro fin por
atracción hacia el bien. La segunda dice que es el placer,
satisfacción o complacencia del ánimo al poseer un bien
cualquiera.

Es decir, en término máximo, que la felicidad es


nuestro bien. No podemos ser verdaderamente felices si
no satisfacemos por completo nuestras máximas
necesidades. Y no podemos lograr satisfacerlas sin
dirigirnos hacia ese objetivo.

Ahora bien, existen necesidades de distintas


categorías: menores y mayores, por lo que podríamos
decir que existen también distintos grados de felicidad:
parcial y total.

Si concluimos que sólo podemos llenar


absolutamente todas nuestras necesidades con el Bien
superior (el único capaz de colmarnos por completo), la
forma de conseguirlo es la virtud, o sea, el movimiento
hacia el bien. Ya hemos explicado que el hombre no
tiene todo lo necesario con la consecución de fines
animales (comer, dormir, protegerse, etc.), sino que tiene
otras necesidades que son propiamente humanas (amor,
justicia, creación, etc.). Será, por tanto, parcialmente
feliz cuando cumpla algunas de sus metas, y totalmente
feliz cuando alcance el bien total para él.

¿Quién puede satisfacer por completo una necesidad


sino quien es inmutable fuente de todo Bien absoluto y
nos ama, por lo que desea darnos todo lo bueno?

Para que el ser humano pueda lograr el divino


objetivo de la máxima felicidad tiene que tener medios.
No se puede pedir algo a alguien que no tiene la forma
de lograrlo, y menos podemos pensar que un Ser
inteligente nos exigiría un absurdo. Si desea que
lleguemos hasta Él, por lo tanto, tiene que haber creado
un camino para alcanzarlo.

Si la voluntad de Dios es que nosotros seamos felices,


y esa felicidad es Él mismo, por lógica debemos actuar
de acuerdo a esa meta: tenerlo a Él. ¿Cómo hacerlo?
Para empezar necesitamos conocer, que no es sino la
adquisición de nociones mediante el ejercicio del
entendimiento. Debemos conocer a Dios, a través del
entendimiento, para saber cómo es, y por tanto qué
quiere y cómo lo quiere. Y una vez claro esto, podemos
servirlo. Servir significa someterse a la voluntad de otro,
haciendo lo que él quiere o dispone. ¿Y quién más
merecedor de nuestro sometimiento que el Perfecto y
que sólo desea nuestro bien y sabe cabalmente cuál es el
fin de nuestra existencia?

Pero si hemos concluido que nuestra máxima


felicidad es poseer a Dios, surge una pregunta lógica:
¿cómo poseemos en nuestra pequeñez a tal inmensidad?
Con la correspondencia de amar y ser amados.

Amando actuamos como Él: con generosidad,


servicio, lealtad, etc., y por tanto nos acercamos a
nuestro fin: participar del bien que Él es, en lugar de vivir
carentes (mal) de sus virtudes.

Sigamos definiendo: amar es el deseo ardiente del


máximo bien del ser amado. Dios, Bien absoluto, no
podría por lógica desear sino nuestro máximo bien, y por
eso decimos que nos ama. Y podemos estar seguros de
que Dios desea nuestro máximo bien (amor) porque si
no contrariaría su propia naturaleza de Bien absoluto,
deseando algo malo (carencia de Sí mismo) para sus
criaturas.

Esto significa que nuestra máxima felicidad requiere


que actuemos en concordancia del que es nuestro
máximo Bien: que nos dirijamos hacia Él desarrollando
virtudes, y deseando su máximo bien (amor). ¿Y cuál
puede ser el máximo bien de quien no necesita nada?
Sólo en el caso de Dios es distinto nuestro amor, porque
nosotros no podemos añadir bien al máximo Bien. Lo
único que podemos hacer es actuar de acuerdo a Su
voluntad, cumplir en nosotros Sus designios. Pero a
diferencia del amor entre seres humanos, Él no pierde
nada con nuestra negativa: sólo perdemos nosotros.

Ahora bien, si deseamos cumplir Su voluntad, hemos


de amarlo. El beneficio será todo nuestro, dado que Su
voluntad es un bien para otros y no para Sí mismo.
Porque si amamos al máximo bien, haremos lo que
desea, le complaceremos. ¿Y qué ocurre si actuamos así?
Encontramos lo mejor para nosotros. Nos hacemos un
bien a nosotros mismos. Si yo amo a quien me ama,
hacer lo que ese ser desea es mi máximo bien, puesto que
mi máximo bien es su deseo.

Pero para que exista el amor, debe existir la libertad.


Un robot o una máquina cualquiera no puede amarnos
porque sigue inevitablemente las órdenes que le dimos al
crearlo. Actúa tal como le indicamos, porque carece de
libertad.

La ignorancia, por ejemplo, que podría considerarse


un mal porque es falta de conocimiento, pasa a tener otro
sentido cuando es un motor y una necesidad que nos
empuja en el camino que transitamos en pos del fin
último superior: querer aprender y conocer para alcanzar
el Bien.

Esto mismo sucede con el amor. Para poder amar


debemos tener la posibilidad de hacerlo o de no hacerlo.
El amor es un deseo, y para desear hay que ser libres.
Pero no es un deseo cualquiera: es un deseo ardiente, es
decir, es un acto de la voluntad para conseguir
conquistar un fin. Pero tampoco es un fin cualquiera,
sino que es el bien del ser que amamos. Y tampoco será
en un grado cualquiera: hablamos del bien máximo. Por
eso decimos que el amor, al ser un movimiento de la
voluntad, depende de la libertad. Es importante que
entendamos, en este punto, que el amor no es un
sentimiento, si bien sentimos como criaturas sensibles al
amar. El amor no es una pasión, si bien podemos
apasionarnos en esa conquista. El amor es un acto de la
voluntad. Por eso, tenemos que ser libres de aplicar o no
esa voluntad. Dios sólo es amado si tenemos la libertad
de hacerlo.
Imaginémoslo en nuestra propia vida. ¿Podríamos
sabernos amados de alguien que hipotéticamente
estuviese obligado a amarnos? La trillada frase “Si amas
a alguien déjalo libre; si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue” se
aplica a los seres humanos, y también a Dios con sus
criaturas, que no podrían demostrarle su amor si
estuvieran forzadas a querer de una única forma.

El mal

Pero al ser libres, también podemos decidir no


aplicarnos a conseguir el máximo bien, y ahí surge el mal
a nivel humano: en la decisión posible de no querer
cumplir con nuestro fin último. Por lo tanto nos daña
todo aquello que nos impide acceder a ese bien que es
nuestra felicidad. Si hemos dicho que la ausencia de bien
es el mal, entonces donde hay ausencia de los atributos
divinos (Bien absoluto), nos hacemos daño.

El mundo está formado por la interrelación de miles


de millones de voluntades. Cuando algunas (pocas o
muchas) deciden no amar dejan de buscar el bien para
otros y para sí mismas, y generan consecuencias en los
demás. Por eso puede ocurrirnos algo malo: este tipo de
mal nace de la libertad de acción que poseemos. Así, si
por ejemplo alguien decide mentir (faltar a la verdad),
hará un daño a quien engaña. Es la consecuencia lógica
de su acto libre no alineado con el bien que otro salga
dañado por esa decisión.

La Creación completa funciona según leyes bien


claras, y una de ellas es que una acción genera
consecuencias. Si decido no amar, produzco malos
frutos que afectarán a otros. Así el hombre sufre de las
consecuencias de las decisiones de otros y a su vez
produce las propias: hay víctimas y victimarios. Cuando
una sociedad se vuelca en masa a tomar malas
decisiones, todos salen perdiendo.

¿Y la otra categoría de males? ¿La enfermedad, el


clima, la muerte, las fuerzas naturales, por ejemplo? E
incluso, ¿por qué han de afectarnos las malas decisiones
de otros? ¿Acaso Dios no puede librarnos de todo esto si
nos ama?

Si Dios sólo quiere nuestro máximo bien (nos ama),


por fuerza lógica si permite que nos ocurran cosas
“malas” es, por un lado por consecuencia de nuestros
propios actos, y por otro para alcanzar el fin que busca.
Si esto se aplica a nivel humano, ¡cuánto más no se
aplicaría a un Ser perfecto! Una persona que ama a otra,
evitará todo daño al objeto de su amor, excepto si sabe
que un supuesto daño (una cirugía, por ejemplo) es
necesario para alcanzar un mayor bien (la salud).
Podemos suponer, sabiendo que Dios es perfecto, que
sus decisiones siempre serán para lograr un bien
objetivo. Este podría ser: formación, guía, corrección,
ejemplo, perfeccionamiento e incluso castigo (justicia).
De ahí la famosa frase de que Dios siempre saca un bien
del mal.

Porque si comprendemos claramente que Él es el Bien


y nos ama, la lógica del mal es igual a la de un remedio:
puede no gustarnos, podemos no comprender todas las
implicancias del tratamiento, puede dolernos incluso,
pero su fin último seguirá siendo hacernos un bien. En
este caso, alcanzar nuestro destino final, o ayudar (en
interrelaciones tanto físicas como espirituales) a otros a
lograrlo a través de nuestras pruebas. Punto este último
muy complejo para explicar someramente en medio de
otra argumentación.

Pero retomando la idea, ¡claro que podemos rechazar


- en nuestra libertad - todo tratamiento, resentirnos
contra el médico, y declarar que nos quiere hacer daño o
incluso que no existe porque no muestra su intervención
“a nuestro favor”! Pero nuestra pataleta no hace que deje
de existir el médico, ni la salud, ni la medicina:
simplemente hemos optado por la enfermedad,
rechazamos el remedio, y de seguro nos haremos más
daño del que podía producir el tratamiento
supuestamente nocivo.

Lo curioso es que nadie en su sano juicio discutiría el


método de curación empleado por su doctor basándose
en que no lo comprende. “Después de todo, yo no he
estudiado medicina”, nos decimos, y aceptamos
ponernos en manos de quien sí lo ha hecho, aún con
riesgo de perder la vida. Sin embargo, el respeto y la
libertad de acción que otorgamos a un científico, a un
arquitecto, a un matemático, a un aviador, por el sólo
hecho de que saben (aunque parcialmente) de una
materia que nosotros no comprendemos, se lo negamos
a Dios, a pesar de que indudablemente hemos de
reconocer que sabe perfectamente lo que hace y por qué
lo hace.

Toda esta exposición nos permite finalmente


responder a la pregunta inicial sobre la “obra
imperfecta”: Si el sentido de la existencia del Universo
material fuese el fin en sí mismo, podríamos decir que
hay imperfección. Si, en cambio, el sentido de la
Creación universal es servir de soporte a algo superior
como lo ya explicado, entonces sus supuestos “defectos”
sirven a ese fin mayor, siendo medios para alcanzarlo, y
adquiriendo así un sentido bello, razonable y, en
definitiva, perfecto.
El Universo, con todas sus variables, estaría (además
de las manifestaciones de Virtudes y Capacidades
Divinas ya mencionadas) en función de llevar a las
criaturas a su bien mayor, como resultado de elecciones
libres (entendido como ejercer o no la virtud que nos
asemeja al Creador) en base a acontecimientos variados
durante la vida.

Sin pruebas, el ser humano no puede desarrollar,


mantener ni demostrar virtudes establecidas y aplicadas
durante su existencia en el mundo físico.
Objeción 4
“El Ser eterno, activo y necesario,
no pudo estar inactivo o ser innecesario”

Resumen: Si Dios existe, es eterno, activo y necesario. Decir que


Dios no es eternamente activo o necesario es admitir que no
siempre lo fue, que ha llegado a serlo, que ha comenzado a ser
así, que antes de serlo no lo era. Puesto que es la creación la que
proclama y atestigua la necesidad de Dios; es afirmar a un
mismo tiempo que, durante los millares y millares de siglos que
seguramente precedieron a la acción creadora, Dios era
innecesario. Existió necesariamente un tiempo en que antes de
ser no era y corto o largo, este tiempo fue el que precedió a la
cosa creada. Así resulta que: o Dios no fue eternamente
necesario, y solo llegó a serlo por la creación, o bien Dios es
eternamente activo y necesario y, en este caso, ha creado
eternamente. La creación es eterna, el Universo no ha
comenzado jamás, existió en todo tiempo, es eterno como Dios,
es Dios mismo con el cual se confunde. Así, pues, Dios, antes de
la creación no era ni activo, ni necesario, estaba incompleto, es
decir, era imperfecto, y, por lo tanto, no existía, o bien siendo
eternamente activo y eternamente necesario, no pudo llegar a
serlo y no pudo haber creado.

Respuesta: Tenemos que responder esta objeción por


partes. Empecemos por la eternidad, que al parecer es un
concepto confuso para nuestro contendiente.

No se puede medir la eternidad como se hace con el


tiempo, que es una creación. En ella no pueden existir
"antes" ni "después", “millares de siglos”, o “un tiempo
corto o largo”. No se encuentran presentes ninguna de
estas características si no existe el tiempo: lo que allí
existe, simplemente es. Lo que es, no puede dejar de ser,
o no haber sido "antes", puesto que no hay un ahora
(existe) y un después (no existe): si es, entonces
simplemente es. Por eso, la existencia fuera del tiempo
inevitablemente ha de ser eterna, y esto compete tanto a
Dios como a cualquiera de Sus cualidades.

En ese sentido, Dios es Creador, porque esta cualidad


suya no nace, ni se desarrolla ni desaparece. Tampoco
hay un “tiempo” corto o largo precedente a Su decisión
de crear. Su creación, en la eternidad, sencillamente es.

Aunque por cierto no podemos evitar decir que una


capacidad se puede aplicar o no sin por eso dejar de
existir, como un excelente pintor puede estar haciendo
un cuadro o descansando en su cama, pero no por ello
deja de tener su capacidad y nadie le negará que es un
artista.

Tener una capacidad y ejercerla de todas las formas


posibles no es la misma cosa. Ser infinitamente creativo,
que es tener la capacidad de la creación absoluta que ya
hemos explicado, no es lo mismo que crear
infinitamente. En esa premisa hay un error grave de
traslación de conceptos. Hay una sencilla confusión de
términos entre ser (el atributo) y ejercer (la acción).

Y eso se agrega al problema anterior en que se


pretenden aplicar principios temporales a lo que por
definición no los comparte. Digamos para simplificar
que desde la eternidad (atemporal) la capacidad creadora
“siempre” (si se nos permite el término erróneo a efectos
explicativos) está allí. O, dicho con más propiedad: la
capacidad es allí. En Dios la esencia creativa es infinita,
mientras que la creación misma es contingente, es decir,
no es necesaria ni imposible, sino que puede ser o no ser.
Se ejerce por voluntad, y es esperable en un Ser que
aplicará todas sus diversas cualidades, pero no es
forzosa, ni de una sola manera posible, ni tendría por qué
mantenerse (en el espacio-temporalidad) a menos que
hayan motivos fundamentales – como los explicados en
el sentido de la Creación – para que así sea.
Pero pensemos ahora en la actividad, y veremos que
ocurre algo similar a lo expuesto. El término activo se
refiere a obrar o tener la virtud de obrar. Es decir,
nuevamente, una capacidad. No es lo mismo, volvemos
a repetir, tener una capacidad infinita, que emplearla
infinitamente. Sería lo mismo decir que porque los
números son infinitos, cada vez que los recuento tengo
que continuar haciéndolo infinitamente. Los números
son infinitos, pero eso no significa que no pueda dejar de
ejercer el recuento, sin perder por ello la capacidad de
contarlos. Ahora usted nos lee, sabe leer… ¿perderá esa
capacidad cuando deje estas líneas y se dedique a dormir
o pasear? ¿O debería leer toda su vida, sin despegar la
vista de las letras, so pena de ser confundido con un
analfabeto?

En cuanto a la necesidad tenemos también algo que


decir. La definición expuesta en la objeción no es la
única existente. Aunque aún desde esa acotación
simplificadora podemos responder que algo se hace
necesario – en ese contexto – cuando otra cosa depende
de ello. En ese sentido, Dios se hizo necesario a Su
creación apenas ésta fue creada. Pero, ¿eso significa que
“antes” era innecesario?

El término “necesario” no sólo implica utilidad a algo


externo. También – y fundamentalmente – significa que
algo es preciso, inevitable, que no puede menos de ser o
suceder. Y entonces, querido lector, esperamos que
llegue a nuestra misma conclusión al decir que el Dios
que hemos descripto es el Ser Necesario por definición,
aún si no existiese nada más que Él mismo.
Objeción 5
“El Ser inmutable no pudo haber creado”

Resumen: Si Dios existe, es inmutable. No cambia, no puede


cambiar. Punto fijo, inmóvil en el espacio, no sujeto a
modificación alguna, no se transforma, ni puede llegar a
transformarse. Dios ha creado, dicen ustedes. Sea. Entonces ha
cambiado dos veces: la primera vez, cuando tomó la
determinación de crear; la segunda vez, al llevar a la práctica
esta determinación y ejecutarla. Si ha cambiado dos veces, no
es inmutable. Y si no es inmutable, no es Dios, no existe.

Respuesta: Si en el proceso de razonamiento se da por


verdadera una premisa incorrecta, entonces toda la
estructura queda viciada por el mismo error. En este
caso, la facilidad con que se confunden conceptos como
atemporalidad (eternidad) y aespacialidad (no sujeto al
espacio) con lo que sí está sometido a las leyes del tiempo
y el espacio es constante, y siempre con el mismo
resultado errado.
Para no alargar innecesariamente estas respuestas
diremos que este punto ha sido respondido antes
respecto a la eternidad, y consideramos que quien ha
podido llegar hasta aquí en las argumentaciones es capaz
de trasladar el mismo razonamiento al espacio. En
síntesis: no se puede estar “inmóvil en el espacio”
cuando no se forma parte del espacio. Sólo se es. ¿Está
claro, finalmente, el concepto? Confiamos en que sí, y
continuamos.

Dios es inmutable. Esto significa que Su esencia y


todos sus atributos son inalterables, fuera de tiempo y
espacio, eternos e infinitos. La Creación no le modifica
porque no agrega ni quita nada a Sus características
personales.

Ahora bien, el punto a discutir es si la decisión de


crear modifica al Creador. En el contexto humano lo
hace por varias razones: hay un deseo, una acción y un
resultado que generan cambios en el creador, que no es
el mismo antes y después de cada etapa.

En el caso de Dios es diferente. Al ser atemporal, una


decisión es lo que se formula en Su Ser, manifestación
pura y actual. ¿Puede decirse que la idea está “ahora” y
“antes” no estaba, si no hay tiempo con que medirlo?
Por lo demás, si Sus atributos no admiten añadidos al
ser completos e infinitos, entonces Su decisión creadora
es una motivación más que un deseo. Utilizar la palabra
“deseo” respecto a Dios es engañoso. Evidentemente un
Ser autosuficiente no requiere del cumplimiento de nada
externo a Sí mismo para satisfacerse. Sin embargo,
podríamos hablar más precisamente de motivación. Esta
palabra se refiere al impulso que inicia, guía, mueve y
mantiene el comportamiento que permitirá realizar
determinadas acciones. Se relaciona con la voluntad y el
interés. Todo ello es perfectamente coherente con la
acción creadora de Dios, y en nada le modifica.

Se trata de una expresión de cualidades perfectas. Las


acciones divinas temporales (dentro de lo creado) no lo
cambian a Él en absoluto, sino sólo a la Creación,
manifestación espacio-temporal de Su creatividad eterna
e inmutable.

Como Dios “siempre” ha podido ser creador y activo,


no ha cambiado Su esencia creadora y activa. El error
está, en definitiva, en creer que porque es inmutable es
acotado a una sola posible idea. ¿Eso no atentaría contra
todo lo antes expuesto? Quien puede pensar es capaz de
tener muchas ideas, y esto no altera en nada que es un
ser pensante. En el caso de Dios, además, todo es, actual,
perfecto y completo hasta sus últimas consecuencias.
Respecto a la Creación: una manifestación pura e
inigualable de Amor, como ya ha quedado explicado.
Objeción 6
“Dios no pudo haber creado sin motivo”

Resumen: La Creación es inexplicable, enigmática, falta de


sentido. ¿Por qué Dios tomó la resolución de crear? Él no puede
experimentar ningún deseo puesto que su felicidad es infinita,
ni perseguir ningún fin, cuando nada falta a su perfección; no
puede formar ningún designio, puesto que nada puede extender
su poder; no puede determinarse a querer nada no teniendo
necesidad alguna. Dios no puede experimentar ningún deseo,
puesto que su felicidad es infinita.

Respuesta: Ya hemos explicado en forma cabal el


completamente razonable sentido de la Creación en el
punto 3, y está claro que no es ni inexplicable, ni
enigmática ni absurda. Y por cierto, nuestra respuesta no
ha sido en ningún caso que “los misterios de Dios son
impenetrables”. Tenemos la impresión de que el
opositor ha hecho gala de un orgullo excesivo al creer
que porque él no encontraba una respuesta viable al
sentido creacional, entonces esta respuesta es
inexistente. Y esperamos haberle probado el error en que
caía, incluyendo la reciente corrección respecto al uso
del término “deseo”.

Objeciones anexas

a) ¿Imposibilidad de conocer a Dios?

Resumen: Los creyentes dicen que cualquiera que sea el


grado de desarrollo de una inteligencia humana, jamás podrá
elevarse a la altura de Dios y por tanto, el hombre limitado no
puede abarcar lo ilimitado, y por tanto no puede negar su
existencia. Y como esto se aplica a todos, entonces los creyentes
tampoco pueden comprender lo infinito y probar su existencia.

Respuesta: Efectivamente, algunos afirman que el


hombre no puede comprender a Dios porque el ser
humano es incapaz en su limitación de abarcar a lo
ilimitado. Pero creemos poder aportar un comentario de
valor al respecto.
Aunque en verdad está más que claro que Dios nos
supera, aún así podemos aprehender muchas cosas que
están dentro de nuestro campo de alcance. Para
ilustrarlo daremos un sencillo ejemplo. Imaginemos que
nosotros somos un vaso, cada cual con cierta medida –
mayor o menor – para llenarnos, según nuestra
capacidad particular. Dios por su parte es el mar. Jamás
podremos abarcarlo en Su inmensidad, pero Él sí podrá
llenarnos por completo. Esto quiere decir que si tenemos
distintas capacidades, Dios – Creador y Dueño de todas
las que existen – puede satisfacerlas por completo, y una
de ellas es el uso de la razón.

Sea nuestro vaso pequeño y tosco, o grande y pulido,


siempre podremos quedar repletos por el mar hasta los
bordes. Esto quiere decir que no sólo nuestra Fe puede
colmarse, (como creen quienes sostienen este tipo de
ideas para no enfrentar lo que no saben): sino que
también tenemos sensibilidad y raciocinio, y todo puede
y debe quedar saciado igualmente hasta los bordes. Esta
es la causa de la existencia y aspiración de los estudios
religiosos y filosóficos, que no existirían si no fuese
posible comprender nada.

Además, podemos afirmar que si Dios nos ha dado la


capacidad de entender es para que hagamos uso de todos
nuestros medios para alcanzar nuestro fin, ya antes
explicado. Y como dijimos en un principio, si no
tuviésemos la capacidad de comprender, no podríamos
movernos hacia donde vemos que es mejor. Vale decir
que sin este don nos resultaría imposible discernir, y
viviríamos a la deriva, sin un sentido de vida, sin un
camino para alcanzarlo, ora actuando de una forma, ora
de otra, sin ton ni son.

Por lo demás, esperamos haber demostrado hasta este


punto que no utilizaríamos semejante argumento para
acallar las oposiciones. Creemos firmemente que hay
formas más contundentes de lograr el mismo efecto.

b) No hay efecto sin causa

Resumen: Los espiritualistas dicen que, puesto que no hay


efecto sin causa, al ser el Universo un efecto, Dios es su causa.
Sin embargo, al tratarse de un espacio inconmensurable, y
desconocido en gran medida aún en las entrañas de la Tierra,
¿quién ha podido constatar la declaración de que se trata de un
efecto? ¿No nos queda nada por descubrir? ¿Podemos emitir un
juicio indiscutible del Universo? El Universo es un conjunto
increíblemente complejo y denso, un entrecruzamiento
impenetrable y colosal de causas y efectos que se determinan, se
encadenan, se suceden, se repiten y se penetran. Y aún
suponiendo que se tratase de un efecto, quien dice causa, dice
efecto; la idea causa, implica necesariamente y llama
inmediatamente la idea de efecto; en otro caso, la causa sin
efecto sería una causa de la nada, lo que sería tan absurdo como
un efecto de nada. Por tanto, o el Universo es eterno y por tanto
no fue creado, o Dios no siempre ha sido causa de un efecto que
no existía. Y no podría ser causa eterna, si no hay efecto.

Respuesta: Al hablar de los confines de la ciencia


empírica ya dimos buena respuesta al punto del
conocimiento del Universo. El hombre puede sacar
muchas conclusiones con los elementos ya descubiertos,
porque hay una coherencia en ellos que no requiere del
descubrimiento de hasta el último detalle espacial o
subterráneo para realizar un razonamiento lógico-
filosófico. La ciencia empírica, decíamos, no es la única
forma de alcanzar conocimientos, y por tanto, no es la
única forma de ciencia, o saber.

Aunque el Universo tuviera millones de millones de


planetas y estrellas inexplorados, y dentro de los mares
encontrásemos seres desconocidos o plantas que curasen
el cáncer, por ejemplo, nada de esto modificaría la
verdad de que para determinar si algo es causa o efecto
debemos retroceder a su origen.

Podemos determinar que un astro, por poderoso que


sea, no siempre ha existido ni siempre lo hará. No es
inmutable, ni existe fuera del tiempo, ni ha originado la
existencia de todo lo demás. Por tanto, puede ser causa
parcial, por ejemplo, de una explosión gaseosa, pero no
será nunca la causa absoluta de todo lo existente.
Podemos retroceder en su historia, y descubriremos que
no estaba allí desde siempre, ni es el responsable –
directo o indirecto – de la existencia del gato que
tenemos en nuestro jardín, ni continuará allí
eternamente.

Y de este modo podemos continuar, así escudriñemos


lo diminuto y microscópico, o bien lo sideral e
inabarcable, y siempre encontraremos esto mismo: nada
de lo que existe en el espacio-tiempo puede ser la Causa
absoluta de todo lo demás. A menos que nuestro
oponente pueda formular siquiera una idea
medianamente plausible de este concepto, le rogamos a
quienes le siguen que acepten la premisa de que la única
posibilidad de tal Causa, anterior a todo lo demás e
inalterable sin importar las circunstancias físicas que se
desencadenen, es Dios o no es nada en absoluto, lo cual
resulta en un evidente absurdo lógico.

No es necesario conocer el Universo entero (y no


osaremos declarar hacerlo, claro está y pueden quedarse
tranquilos) para determinar razonablemente que está
lleno de causas parciales, pero ninguna explica en sí
misma todo lo demás. ¿Está esto claro? Bien.

Si en los descubrimientos futuros se hallara “algo”


que fuese origen de todo lo demás, increado, ilimitado,
todopoderoso, en definitiva, Causa absoluta de lo que
existe, habrían encontrado a Dios, que es todo eso por
definición.

Continuemos entonces con la causa y el efecto. ¡No


podemos creer que nuevamente, en la objeción
completa, se cometa el error de hablar de “millares y
millares de siglos que han precedido a la Creación”!
¿Nos dispensarán de volver a repetir la misma
explicación? Gracias. Asumimos que ya se ha
comprendido.

El punto “interesante” de la objeción es la relación


entre causa y efecto. Veamos. No puede existir un efecto
sin una causa. No habrá un fruto sin un árbol que lo
genere. Hasta aquí estamos claros. Sin embargo, nos
preguntamos, ¿no existirá el árbol si no tiene frutos?

El efecto no puede existir sin su causa, pero la causa


puede existir sin el efecto, y simplemente no será
llamada causa – por la subjetividad temporal que pudiera
observarlo desde “afuera”, si esto fuese factible – hasta
que tenga relación con el efecto. Es decir: el árbol frutal
existirá aunque no dé frutos este año, será igualmente un
árbol frutal, y sólo cambiará a ojos del observador el
título de ‘causa’ de los frutos cuando estos aparezcan en
sus ramas.
¿Ha perdido o nunca tenido el árbol su esencia de
frutal cuando aún no ha dado frutos? Estamos
confundiendo, una vez más, un título que nosotros
aplicamos para explicar un proceso de relaciones, con la
esencia del Ser inmutable. Y, por lo demás, ya
explicamos también numerosas veces que no hay un
“antes” y un “después” en el acto Creador.
EL DIOS GOBERNADOR O
PROVIDENCIA

Objeción 7
“El gobernador niega al creador”

Resumen: No pueden coexistir un creador perfecto y un


gobernador necesario, pues se excluyen categóricamente, y
afirmar a uno es negar al otro. La perfección de uno proclama
la inutilidad del segundo; la necesidad del segundo implica la
imperfección del primero.
Respuesta: Esta pregunta ha quedado claramente
respondida también en el punto 3 donde se expusieron
los motivos de la Creación. Recuerde el lector que no se
trata de un fin en sí mismo, necesariamente perfecto
desde todo punto de vista, como un bonito adorno para
colocar en el divino exhibidor celestial. Se trata de un
medio, aún tan extraordinario como sin duda es, que
permite el tránsito por un camino hacia algo superior que
trasciende, por tanto, su propia existencia.

Ya lo explicamos, pero lo repetiremos –


resumidamente – una vez más: Sin libertad de acción ni
pruebas el hombre no puede demostrar su amor. Está
“obligado” a amar, y eso no es amor en absoluto. En su
libertad por optar bien o mal, demuestra su adhesión o
su rechazo.

Dios en Su Creación manifiesta Sabiduría,


Inteligencia, Coherencia, Creatividad, Amor, Bondad,
etc. Pero, ¿cómo se manifiesta la Justicia, por su parte, si
no hay forma de ejercerla? Definamos justicia como la
virtud de dar a cada cual lo que le corresponde. Se sirve
de las leyes para crear orden, y da a cada quien lo que
merece según cumpla o no con el Bien al que es llamado.
¿No es, pues, razonable que Dios, de quien dimanan
absolutamente todas las virtudes, exprese Justicia en Su
Creación?
Para ello, ha de haber a quién dar lo que le
corresponde. ¿Habrían opciones, y por tanto algún tipo
de justicia, si no existiese el mérito o demérito, sino una
obra ya terminada desde el comienzo, sin posibilidad por
tanto de ganar o perder nada?

Pero entonces, al instaurarse la libertad de acción y


los agentes que prueban al hombre en su camino, es
necesario que existan leyes que le guíen, que den forma
al camino correcto y denuncien al errado. Y para ello,
Dios mismo, conocedor de todo, gobierna a Sus
criaturas.

En cuanto a los mecanismos universales, al no formar


parte de Dios se puede decir que tienen impresas
características tales como la finitud, la necesidad (de
impulso, de mantenimiento, de dirección, etc.) y las
leyes que se les haya impuesto en su contingencia, como
la corruptibilidad por ejemplo, que no es sino una ley
propia de aquello que al encontrarse bajo el influjo del
espacio-tiempo no es eterno e ilimitado, y también
consecuencia de la interrelación del Creador con sus
criaturas y sus múltiples elecciones a lo largo de la
historia.

Por lo tanto, Dios ejerce con Su Creación, de esta


manera, también la capacidad del Gobierno absoluto, ya
que es el fin al que todo tiende, o sea su Bien absoluto, y
quien conoce (omnisapiencia) hasta el último detalle de
lo creado y sus consecuencias.

Hay que recordar, para terminar esta parte, que si


seguimos bajo el mismo razonamiento, el resultado o fin
de los seres que abrazan su Bien absoluto sí es la
perfección libre de toda prueba. Por lo tanto, el fin
último de la Creación es el regalo de esa perfección a los
seres creados que la han aceptado libremente.
Objeción 8
“La multiplicidad de los dioses
atestigua que no existe ninguno”

Resumen: La multiplicidad de religiones atestigua la falta de


poder o de justicia de Dios. Cada religión reclama el privilegio
de que sólo su Dios es el verdadero y el resto no lo son y hay que
destruirlos. Si Dios fuese poderoso podría hablar a muchos con
la misma facilidad con que habla a pocos. Si ha querido, como
dice la religión, hablar a los hombres, revelarse a ellos, confiarles
sus designios, indicarles su voluntad, hacerles conocer su Ley,
bien hubiera podido hacerlo a todos y no a un puñado de
privilegiados. En tanto el hombre no se pone de acuerdo, ¿puede
ser que no le haya hablado a nadie, las revelaciones sean
imposturas o bien no sea capaz de hablar a todos? ¿Qué se
puede pensar de un Padre que favorece a algunos y a otros no,
dejándolos en la ignorancia y la incertidumbre?

Respuesta: Para empezar, decir que porque hay


muchas religiones, por fuerza todas han de estar
equivocadas, es lo mismo que declarar – volviendo con
los numeritos – que si en un cuarto lleno de niños que a
la suma 2+2 dan resultados diferentes, como 5, o 3, o 7,
esa variedad confusa demuestra que la verdadera
respuesta no existe.

El error humano no invalida la verdad. Una verdad


puede ser negada y no por ello es inexistente. Si así fuera,
entonces no sólo no existiría Dios, sino tampoco los
presupuestos ateos del contendor, puesto que al menos
nosotros no concordamos con ellos. Esta objeción sigue
entonces esa ridícula “lógica” que supone que “millones
de moscas no pueden estar equivocadas”, pero al revés.
“Si todos disienten, entonces la verdad no existe en
absoluto”, concluye tan brillantemente.

Veamos. En tanto existe la posibilidad de escoger, y


también las acciones con sus consecuencias, un error
confundirá, y mantenido en el tiempo puede confundir a
muchas personas más. Si alguien pudiese hoy sostener
que las nubes son pensamientos humanos que toman
forma ahí arriba, y no encontrando quien lo rebatiera
pudiese mantenerlo en el tiempo, entonces muchas
personas terminarían creyendo que es así. Incluso se
preocuparían por las condiciones mentales de su
comunidad cuando hubiera tormenta, y tal vez creerían
que han quedado acéfalos en los días despejados. Esto
ocurre con la libertad del primero que conjeturó como
quiso, o incluso ha engañado deliberadamente a los
demás, y tal creencia errónea generalizada es
simplemente la consecuencia.

¿No es eso lo que ha ocurrido con la dogmatizada


teoría de la evolución que los ateos tanto, pero tanto
desean que sea verdadera, por ejemplo, aún a falta de
pruebas?

Bien, hasta aquí la posibilidad de que se genere el


error y la confusión. El hombre, sería ingenuo negarlo,
es capaz de males. Porque puede escoger entre bien y
mal con las alternativas que se le presentan es que
decimos que tiene libre albedrío. Puede decir una verdad
(virtud, bien) o mentir (carencia de verdad, o sea, mal),
y arrastrará consecuencias con su conducta. Y esto que
ejemplificamos – pero en un contexto mucho más
complejo, en donde interactúan muchos tipos tanto de
virtudes como de vicios – a lo largo de milenios, tiene el
resultado de la división de ideas y creencias, y en
particular cuando se intenta, como en la actualidad,
fomentar aún más esa confusión. ¿Eso inhabilita la
verdad? ¿4 no será la respuesta a 2+2 aún si millones de
niños lo niegan a coro, cada cual con una propuesta a su
gusto?

De aquí pasamos a la Bondad de Dios, y el sentido


que podría tener esta confusión humana que permite que
exista sin hablar a todos a un mismo tiempo para
solucionarla, literalmente, en un santiamén.

Aunque seguramente un comunista de tomo y lomo


lo negaría a rajatablas, la Creación es desigual, variada.
Incluso ciñéndonos a una sola especie (¡una sola!) como
es la humana, dentro de todo el admirable abanico de
seres vivos que se desarrollan sobre la faz de la Tierra,
las variables son numerosas y jerárquicas. Hay distintos
grados de fuerza, de inteligencia, de creatividad, de
habilidades, de belleza, de aspiraciones, etc. Los
hombres no son todos iguales. Unos están mejor
equipados para actividades de orden física, unos para las
intelectuales, otros más para las gubernamentales, y hay
quienes son mejores en aspectos espirituales.

Si les observamos, sus cualidades muestran una


propensión natural hacia ciertos campos, y aunque se les
puede educar en otros, sin duda podría decirse que
brillan más en el desarrollo y expresión de aquello para
lo cual son más aptos. Un ejemplo: podemos hacer
entrenar físicamente a un hombre de 1,5 m. de estatura,
escuálido y de carácter eminentemente reflexivo todo lo
que queramos, pero jamás obtendrá el resultado en
fuerza de uno de 1,9 m. de altura, de contextura robusta
y ánimo competitivo. Tampoco podremos sacar un gran
matemático, muy probablemente, de un inspirado y
reconocido poeta.
Lo cierto es que hay diferencias innatas, y tantas otras
que se adquieren a lo largo de la vida, que hacen que el
ser humano tenga la amplia diversidad que cualquiera
puede reconocer. Y esta misma diferencia se aplica a
todo orden del Universo.

Desde el punto de vista no igualitario, entonces,


concluimos que hay quienes serán más aptos para una
tarea dada que otros. Por eso unos son profesores, otros
artistas, unos sacerdotes, otros científicos, unos
contemplativos, otros activos, etc., etc.

¿Qué más perfecto, en un mundo jerárquico y diverso,


que entregar las luces a quienes se encuentran en la
mejor posición de compartirlas a los demás? ¿Por qué
rompería Dios el amplio sentido de tal jerarquía que ha
impreso en toda Su creación? El niño no alimenta al
padre, sino que es al revés, así como el alumno no se
dedica a dar cátedra al maestro, ni el ratón se come al
león. Cada cual ocupa un lugar designado
adecuadamente a su condición, sea esta estable o
circunstancial.

En un mundo jerárquico, Dios no sería el primero,


precisamente, en acabar con el orden gradual que Él
mismo ha instituido. Habla a quienes pueden guiar a los
demás, permitiendo que se mantenga ese orden
magnífico, y además otorgando así una mayor gloria a
los que cumplen bien con el propósito encomendado. Se
cumple así con la Sabiduría, el Orden, la Justicia y todo
en un contexto plenamente razonable.

¿Y si el hombre en vez de acercarse se aleja de su


propio bien? Entonces tiene que asumir consecuencias.
Si usted frota fuertemente una cuchilla afilada contra su
piel, ¿espera que nada ocurra? Le prevenimos del
resultado si espera que alguien venga sí o sí a resolver el
entuerto en que se ha metido. Pero nosotros no
queremos hacernos cargo de las consecuencias de
nuestras decisiones y actos. Esperamos que vengan a
sacarnos del problema o le echamos a otro la culpa por
lo ocurrido.

La respuesta está en escuchar con verdadera buena


voluntad las exposiciones de la Verdad cuando ésta se
presenta en nuestra vida – y suele hacerlo con insistencia
– en vez de hacer como aquel viejo chiste del hombre que
rezaba pidiendo rescate en el techo de una casa de su
inundada vecindad, y después de rechazar al bote y al
helicóptero que vinieron a buscarlo se quejó
amargamente de que “Dios no le había escuchado
porque no vino a sacarlo de allí”.
Pero más allá del punto de las jerarquías, y sin
contrariarlas sino complementándolas (como todo lo
que está bien hecho), Dios se muestra al hombre a través
de la Revelación, de la solicitud expresa de explicar la
Verdad a los demás (permitiendo al hombre ejercer
también el bien), de la inteligencia que nos ha concedido
para comprender y discernir, e incluso a través de la
instauración de la ley natural, que imprime en todos los
hombres un sentido de bien y mal claro y definido. ¿O es
que sólo se consideraría que “nos habla” si escuchamos
Su Voz susurrando directo a nuestro oído?

Finalmente el ser humano esparce la Verdad o no lo


hace, con la misma libertad con que puede construir o
destruir, pero sus actos son medidos – y retribuidos – en
base a un código general (natural) común a todos los
hombres, y otro más perfectamente específico al fin de
un Dios ya conocido en Sus características particulares,
que nadie puede negar que llegase a ser también
ampliamente difundido en la historia de la humanidad.
A pesar del esfuerzo de muchos por impedirlo, por
cierto, como nuestro contendiente mismo – y más de
algún lector – tendrá por fuerza que reconocer.
Objeción 9
“Dios no es infinitamente bueno:
El infierno lo atestigua”

Resumen: El dios Gobernador o Providencia es y debe ser


infinitamente misericordioso. La existencia del infierno prueba,
sin embargo, que no lo es. Dios podía “puesto que es
todopoderoso” crearnos buenos, pero nos ha creado buenos y
malos, además se podría haber contentado como castigo con el
tiempo de sufrimientos en la Tierra, o en última instancia haber
destruido totalmente a su muerte a los malos, sin condenarlos a
los sufrimientos eternos. El ser humano evita un sufrimiento a
otros si puede, ¿y acaso es mejor que Dios? ¿A quién podrían
beneficiar los tormentos de los condenados? Ni a Dios, ni a los
elegidos, ni a los condenados mismos. La existencia de un Dios
de bondad es incompatible con la existencia del Infierno. O bien
el infierno no existe, o bien Dios no es infinitamente bueno.
Respuesta: Para poder comprender la Misericordia
Divina primero tenemos que definir algunos conceptos
que al parecer no han quedado claros hasta el momento,
aún cuando con ello respondamos en parte algún
cuestionamiento posterior. Hemos dicho innumerables
veces que Dios es perfecto, y esto significa lógicamente
que Sus virtudes son completas, infinitas, y se
interrelacionan armoniosamente entre sí, sin afectarse
negativamente, como es obvio, sino complementándose.

Hemos dicho que Dios es la Justicia misma, porque


sabiendo qué es bien y qué mal, y rigiéndonos a través
de leyes que nos permiten alcanzar ese bien (o no habría
forma de lograrlo), ha por fuerza de premiar y castigar
según corresponda, es decir, dar a cada uno lo que
merece. Esto quiere decir, como toda justicia verdadera,
que ha de ser imparcial, o sea: obrar con rectitud y
equidad, sin sacrificar dicha justicia a la pasión o al
interés.

Por otra parte está la Misericordia, que es la virtud


que nos inclina a ser compasivos y clementes. Dios,
fuente de todo bien, nos ama porque desea ese bien para
nosotros, ¿verdad?

Por ello, Su justicia está templada por la compasión


hacia sus criaturas. Dios, que nos ama (desea nuestro
máximo bien), es lógico que se compadezca de nosotros.
Compasión es el deseo de que nos libremos del daño que
nosotros mismos nos provocamos. Resaltamos esto último
porque no nos han creado “buenos y malos”, sino que
tuvimos opciones en nuestra libertad, como ya se ha
explicado claramente.

¿Y cuál podría ser nuestro mayor daño sino alejarnos


del fin para el que existimos, perdiendo así nuestra
felicidad?

Esto quiere decir que también ha de existir el perdón,


cuando se dan las condiciones para prodigarlo. Y de esta
forma, la Justicia, con Amor, se templa con la
Misericordia. De esta manera las Virtudes se
interrelacionan complementándose armoniosamente,
sin que unas obstruyan o nieguen a las otras, perdiendo
así su perfección.

Y esto significa que así como tenemos leyes o medios


para alcanzar nuestro objetivo final, también tenemos
remedios para las caídas que podamos sufrir en el
camino.

La Misericordia Infinita de Dios hace, por tanto, que


otorgue a Sus criaturas muchos más beneficios que los
que únicamente por justicia les corresponderían. Una de
las manifestaciones de esa Misericordia tiene que ser su
Paciencia, que es la tranquilidad y sosiego en la espera
de las cosas. Si Dios desea nuestro máximo bien, al
vernos causar a otros y a nosotros mismos un daño,
espera con paciencia nuestro cambio, como una de las
tantas formas de Su misericordia, retardando así la que
de otro modo sería una justicia inmediata.

Pero, ¿qué ocurre si después de dar las luces, de tener


paciencia, de perdonar a quien cae, de otorgarle nuevas
oportunidades, de darle medios para actuar bien,
fortaleza para resistir tentaciones, etc., aún así persiste
en el mal que no es sino el rechazo más absoluto del Bien
que Él es? Agotadas las instancias, queda la hora de la
justicia, que otorga imparcialmente a cada cual lo que le
corresponde, según su mérito o demérito.

Y ese mérito o demérito toma también en


consideración la capacidad de la persona para
comprender. Es decir, que no será igualmente juzgado
quien entiende menos que quien entiende más. Y tan
grande es la Compasión que un mal objetivo, que atenta
contra el Bien, ni siquiera es considerado en el mismo
grado si la criatura en verdad no sabía lo que estaba
haciendo. Por eso para que un pecado sea mortal,
llevando a la persona al infierno del que habla nuestro
oponente, debe ser materia grave (acto que supone un
desorden grave contra la ley de Dios), tener plena
advertencia (conocimiento de estar obrando mal en
materia grave) y pleno consentimiento (la voluntad
adherida al mal).

Vale decir que la persona que obra así tiene la


comprensión clara de que lo que hace atenta contra el
Bien, y aún así consiente con ese mal.

En la imperfecta justicia humana hay castigos para


quien conociendo una ley decide infringirla
abiertamente. Un ladrón, un violador o un asesino
reciben – o es esperable y necesario que lo hagan – un
castigo proporcional a su crimen. En ocasiones esto llega
a la cadena perpetua o incluso la pena capital.

Estamos hablando de crímenes a nivel humano, con


castigos similares. Es decir, se atenta contra otros
hombres, y se paga el precio a la sociedad. Pero Dios,
por encima de los aconteceres temporales de la
humanidad, observa la adhesión o rechazo muy superior
al físico. Por un lado está el ejercicio del bien en relación
a Él, que es de quien procede todo Bien. La criatura le
ama, en su limitada medida, y recibe una recompensa
muy superior a su capacidad de bien, porque es premio
a la vez que es regalo: la eterna felicidad que colma hasta
la más mínima de sus necesidades y anhelos. Pero por el
otro lado está el ejercicio del mal en relación a Él, que es
el rechazo metafísico de todo lo que Él es, y por tanto
una ofensa directa, un odio declarado, un
distanciamiento deliberado por parte de la criatura.
¿Cuál ha de ser el castigo a esto?

Muchos quisieran que el premio fuese eterno y el


castigo no. Se precian de ser justos aún sin considerar la
medida de la ofensa, que no es algo mundano, aun
cuando aquí mismo podamos ser muy severos frente a
ciertos tipos de crímenes.

Y, ¿por qué eternos? Se preguntan. ¿No bastará con la


desaparición, o las vicisitudes sufridas en la Tierra
durante la vida? Primero, el hombre no paga en la Tierra
a la medida de sus ofensas. De hecho muchos grandes
dictadores genocidas de la historia – sólo por
ejemplificar con casos conocidos por cualquiera, como
Hitler o Stalin – no se puede decir que tuvieran una
medida de sufrimiento proporcional al daño que
hicieron, y sólo en relación a los demás seres humanos.

Pero este ejemplo puede hacer caer en el error de


pensar que el castigo sólo lo merecerán los genocidas y
grandes criminales del mundo. No hay que olvidar que
tampoco tiene la misma medida una ofensa
dependiendo de la dignidad del ofendido. No es igual
ofender a una persona corriente que a un rey, o a un
alumno que a un profesor, y aunque todo merece
castigo, el que corresponda a quien ataca a la cabeza será
mayor. Esto no ocurre porque el rey o el profesor sean
unos déspotas, sino porque cuando se subvierte algo
superior, se desencadenan más consecuencias: en
quienes contemplan el acto, en la dignidad así ofendida,
en la ruptura del orden jerárquico, etc. ¿Y cuál ofensa
podría ser mayor que la dedicada a Dios?

Y por lo demás, no se trata sólo de dignidad y


jerarquía, sino también del mal obrado conscientemente,
produciendo daño a otros, negándole a Dios Su perfecto
gobierno sobre nosotros, rechazando en ese punto un
Bien Suyo.

Por cierto, ya dijimos incontables veces que la


eternidad no es temporal, y por tanto allí el castigo es.
¿Lo eliminamos? Bien, ¿qué queda? Si no hay
satisfacción a la justicia en la Tierra, ni nada equiparable
al premio que reciben los justos en el castigo al mal
voluntario, entonces no hay justicia. El que obra mal,
simplemente desaparece insensiblemente “del mapa”.
¿Eso sí es justo?

Y sin Justicia tampoco habrá Bondad, que es la


capacidad de hacer el bien, ya que no se da satisfacción
y cumplimiento a todas las virtudes, con el fin superior
de todos, que es el cumplimiento de los designios
originales de llevarnos a nuestra máxima felicidad, si
libremente – y ya sabemos por qué se requiere tal libertad
– cooperamos con ese resultado. Así, sencillamente si
falta una virtud se desmorona la perfección.
Objeción 10
“El problema del mal”

Resumen: El mal existe. Todos los seres sensibles conocen el


sufrimiento. Dios, que todo lo sabe, no debe ignorarlo. O Dios
quiere suprimir el mal y no puede. O Dios puede suprimir el
mal y no quiere. Fuera del mal moral está el mal físico, como la
muerte, el dolor, los desastres climáticos, etc. ¿Y quién es
responsable de esto? ¿No es el Creador del Universo el
responsable de estas calamidades?

Respuesta: Ya hemos explicado este punto pero


agregaremos algunas precisiones. Lo habíamos dicho
antes, pero lo repetiremos más detalladamente: ¿Qué es
el mal? Sencillo: mal es ausencia o carencia de bien. La
enfermedad, por ejemplo, no es una entidad en sí misma
sino una carencia (falta de salud).

Dios por tanto no puede tener mal en sí, porque no


puede carecer de un Bien que ya dijimos que es absoluto.
No puede ser y no ser. La Creación, por su parte, tiene
un sentido mayor que ser un juguetito perfecto, y su
función permite la existencia del mal en el desarrollo de
los acontecimientos espacio-temporales que surgen de la
libertad y la prueba.

Si todo tiene consecuencias, y el hombre libre ha


optado por el mal muchas veces a lo largo de la historia,
esto habrá también de tener resultados. Así es como la
base religiosa judeocristiana cree que un ser que en
principio no tenía por qué sufrir ni morir para terminar
disfrutando la felicidad eterna, pasó a vivir necesidades
y luego la muerte física como castigo a su desobediencia
primera, por ejemplo. Las consecuencias no tienen por
qué ser todas a nivel humano. También podrían,
razonablemente, desencadenar modificaciones en el
entorno que nos contiene. ¿O no?

Pero estas modificaciones a que está sujeto el


Universo contingente no impiden ni niegan el plan
original. Sólo afectan dentro de la Creación, como
consecuencia de los malos actos. Y entonces, en esta
interrelación entre el Creador y Su Creación, si Dios sólo
quiere nuestro máximo bien, seguirá buscando ese
resultado en las condiciones que nos toquen, sean
provocadas por nosotros mismos o por otros aún antes
de que naciéramos. Así como una persona puede
decidirse a robar si tiene hambre, y otra preferiría
cortarse la mano antes de hacerlo: en la tempestad se
puede ver hacia dónde se inclina el árbol.

Por lo demás, así como uno puede nacer en una


familia pobre y otro en una rica, sin tener
responsabilidad directa de ese estado financiero, los
medios de que disponemos o no al nacer son sólo el
escenario de la forma libre de actuar que nos abrirá o
cerrará las puertas al Bien eterno, con todos los detalles
e implicancias que cada caso particular pueda tener ante
la Justicia Divina en el momento del Juicio. Es decir,
que no nos llevaremos a la tumba ni el dinero ni la
necesidad: sólo lo que hicimos con ello.

Por lo tanto, las “condiciones climáticas” no nos


determinan en lo fundamental, que es la vida eterna, sino
temporalmente, mientras estamos sometidos a la vida en
el mundo, y se convierten en instrumento de nuestro
viaje y prueba de nuestra diversidad. Respecto a la
eternidad, la vida en la Tierra es una simple prueba para
mostrar que amamos lo que se nos quiere dar. Y esa
prueba en sus distintas formas puede servir a varios fines,
que copiamos de lo antes dicho: formación, guía,
corrección, ejemplo, perfeccionamiento e incluso castigo
temporal.

Hay que entender de una vez por todas que no se


puede pensar a Dios con mente atea sin caer en un error
básico: el ateo piensa que Dios no existe y por tanto todo
lo que le queda es el mundo. Si hay mal en el mundo, el
Universo es imperfecto. Pero si Dios existe y el ateo está
equivocado, entonces el mal que pueda afectarnos
temporalmente como consecuencias de antiguas malas
decisiones, se convierte en un instrumento que permite
conocer nuestra fidelidad a un Bien mayor, que nos
colmará eternamente. Abrir la mente, en ocasiones,
puede ayudar a entender mejor los conceptos.

Consideramos que con estas precisiones añadidas a


las respuestas más extensas dadas previamente, y en
particular en el punto 3, hemos refutado
satisfactoriamente esta duda común.
DIOS JUSTICIERO

Objeción 11
“Irresponsable, el hombre no puede ser
ni castigado ni recompensado”

Resumen: El hombre existe como esclavo de la voluntad divina


y su dependencia es tanto mayor cuanto más alejado esta de su
Maestro. Si Dios existe, él solo sabe, puede y quiere; el solo es
libre; el hombre no sabe nada, no puede nada, no vale nada; su
dependencia es completa. El hombre sometido a esa esclavitud,
aniquilado bajo la dependencia plena y entera de Dios, no
puede aceptar responsabilidad alguna. Y si es irresponsable no
puede ser juzgado. Todo juicio implica castigo o recompensa;
pero los actos de un irresponsable, no poseyendo ningún valor
moral, están exentos de toda responsabilidad.

Respuesta: A nadie se le ocurriría decir que un niño,


sometido a la voluntad de su padre hasta que crezca y
aprenda qué es lo mejor para él y los demás, y que
mientras tanto es cuidado, alimentado y sabe que su
progenitor busca y desea para él el mayor bien que pueda
proporcionarle en la medida de sus capacidades, a nadie
se le ocurriría decir, repetimos, que es un esclavo de su
padre. Depende enteramente de él, vive en un lugar que
por lo general no ha escogido, de pequeño ni siquiera
elige su vestuario o alimentos, se corrige constantemente
su conducta.

¿Por qué ese niño no es un esclavo? Porque no está


bajo el yugo de un poder tiránico, disminuido en sus
cualidades personales para servir a otro, sin poder
aspirar a una vida mejor, sin capacidad de ninguna
elección, menospreciado y desprovisto de la dignidad
que le corresponde, e incluso no correspondido en el
pago del valor de sus esfuerzos. Por el contrario, el niño
que ha nacido en una buena familia, se siente protegido
y feliz. Sabe que tiene todo lo que necesita, que se le
cuida y se busca su máximo bien, evitándole el daño
tanto cuanto sea posible. Y el buen padre a veces ordena,
muchas veces explica, a veces corrige o incluso castiga,
para evitar que su hijo se tuerza y malogre, y tantas otras
veces premia, refuerza e incentiva.

El niño, por su parte, es responsable de cumplir con


lo que de él razonablemente se espera, como estudiar, ser
obediente, etc. y sujeto por tanto a un adecuado castigo
si deliberadamente no hace lo que le corresponde.

Si aplicamos esta misma lógica a Dios con Sus


criaturas, veremos que la esclavitud no tiene nada que
hacer aquí. El hombre puede escoger incluso hacer las
cosas mal, pero en el afán de que no se malogre, Dios
ordena, explica, corrige e incluso castiga
temporalmente.

Cuando terminamos de comprender que la Creación


no es el fin sino el medio, nos queda claro que el hombre
pueda tener “defectos” que no son el objetivo final,
podría decirse, sino las condiciones que le han tocado en
su camino hacia la perfección donde ya no hay carencia,
ni necesidad de ningún tipo. Y esto mismo ocurre con
las condiciones medioambientales que le rodean. Una
vez más, la mente atea intenta infructuosamente poner
su fin menor por encima del fin superior de orden divino,
que busca algo más que un “juguete universal de
mecanismo eficiente”.
Ahora bien, el hombre puede tener defectos, o puede
haber nacido en condiciones poco favorecidas a escala
física y temporal, pero nada de esto le impide tomar
determinaciones a favor del bien o del mal, con
consecuencias mucho más trascendentes. Y esa
posibilidad de escoger es la libertad necesaria para poder
determinar su tipo de adhesión y otorgarle recompensa
o castigo, como tanto se ha repetido ya.

Aún los esclavos, ya que hablamos de ellos, podrían


eventualmente optar por el bien o por el mal en su
interior, y llevar a cabo sus tareas – aún las impuestas –
de la forma mejor comprendida, o no hacerlo, y causar
daño a otros incluso más desfavorecidos y débiles, por
ejemplo, cada vez que su resentimiento viese una
oportunidad de aplicación. Es decir, que incluso en la
condición de expresa carencia de libertad física, el
hombre tiene la posibilidad de decidir entre actuar bien
o mal. Y esta no es precisamente la situación de los
hombres que no viven en las condiciones forzadas de un
verdadero esclavo, y pueden determinar tanta variedad
de cosas en su vida, aún si descartan todas las malas
alternativas e intentan moverse siempre dentro del bien.

Libertad es la facultad de obrar o de no obrar según


su voluntad, y el hombre la posee. Es una característica
de nuestra especie. Incluso en otra acepción se entiende
por libertad la facultad de hacer y decir lo que sea lícito.
¿Qué significa esto último? ¿Que el hombre que tiene que
seguir leyes útiles para la convivencia, por ejemplo, no
es libre? ¿Qué es lícito, sino aquello que está permitido
por la ley o es conforme con la moral?

Ese es el punto al que llegamos con la idea de nuestro


opositor. Que en realidad le molesta que existan el bien
y el mal. Porque en tanto existan, siempre habrá que
ceñirse forzadamente a uno o caer en el otro. Y eso no
permite la “libertad” de una tercera opción. Bien, desde
ese punto de vista, efectivamente no hay libertad. ¿O es
ser libre hacer lo que nos venga en gana?
Inevitablemente, se hace algo en concordancia con el
Bien, es decir, aquella virtud completa hacia la que todo
apunta y de la que toda virtud menor es reflejo, o se
omite alguna parte o la totalidad de ese Bien y se está
haciendo el mal.

Un ejemplo: un hombre puede respetar


completamente la ley, y ser considerado un buen
ciudadano, o puede infringir un punto cualquiera de
importancia, y ya no será un buen ciudadano. A efectos
de este juicio, de poco importará que no mate, que pague
sus impuestos, que respete la luz roja del semáforo y que
sea trabajador, si viola jovencitas en sus ratos libres. No
es “libre” de hacerlo, ni existe una tercera opción ante el
bien (respeto de una ley justa y razonable) y el mal
(infracción a esa ley). Y en tanto cae en una mala
conducta, recibe el castigo de la sociedad, que así protege
a los demás y establece la justicia dando a cada quien lo
que le corresponde.

Por cierto, tampoco somos “libres” respecto a nuestra


supervivencia. Podemos cumplir con nuestras
necesidades básicas (bien) o negarnos a ellas (mal) y esas
son las dos únicas alternativas, aún con todas las
variantes, como serían las opciones de platillos para
alimentarnos, o las diversas alteraciones alimentarias
psicológicas hasta llegar a la total inanición voluntaria,
para no hacerlo. ¿Hay terceras alternativas? ¿Dejamos de
ser libres entonces?

En resumen, para terminar el punto, el hombre es


libre en tanto puede optar por actuar de una forma u otra
en las condiciones que posee. Alguien puede ser fiel a un
principio aún a costa de su propia vida, o puede ser infiel
a su principio por un puñado de monedas. No hay
condición humana que impida actuar bien. “Podéis tener
mi cuerpo, pero no mi alma”, se ha dicho incluso en los
casos más extremos de esto mismo, sin ceder a las
mayores amenazas y hasta bajo torturas aberrantes. Por
tanto, cuando pudiendo escoger por el bien se opta por
el mal se está teniendo libertad de acción, pero al mismo
tiempo se deben asumir las razonables consecuencias.
Nadie se queja de las buenas. ¿Hay derecho de quejarse
de las malas?
Objeción 12
“Dios viola las reglas fundamentales de la equidad”

Resumen: El magistrado que mejor practique la justicia será


aquél que proporcione lo más exactamente posible la
recompensa al merito o el castigo a la culpabilidad. Cualquiera
que sea el merito o demérito de un hombre, es limitado (como lo
es el hombre) y, sin embargo, la sanción de recompensa y de
castigo no lo son. Luego, no existe relación entre el merito y la
recompensa; hay desproporción entre el castigo y la falta. Dios
viola las reglas más fundamentales de la equidad.

Respuesta: El problema de esta objeción es que centra


el destino final solamente en la justicia, cuando ésta es
parte determinante pero no fin en sí mismo. La Creación
no existe únicamente para satisfacer a la Justicia, sino
que la Justicia se aplica en orden del fin superior de
expresar las Perfecciones divinas y de medir las
adhesiones de las criaturas según sus actos.
Justicia es dar a cada uno lo que corresponde, como
hemos dicho varias veces. Siendo la eternidad lo que está
en juego al término de la vida de cada hombre,
corresponde a sus actos la sanción final sobre su destino.

La justicia se aplica para determinar el camino


elegido en concordancia con un destino favorable o no,
pero no es la única Virtud que actúa en esta
determinación que pasa por el regalo y no por el
merecimiento. Si un padre quiere regalar un coche a su
hijo, verá si en justicia es bueno entregárselo, porque
cumple bien sus deberes de hijo y estudiante por
ejemplo, dado que entregarle el presente si saca pésimas
notas o insulta a su madre sería como premiar ese mal,
pero el regalo en sí mismo no se otorga como expresión
de justicia sino de amor, de generosidad, de bondad, etc.

Por tanto, al ejercicio constante de las virtudes


corresponde un fin en la misma dirección, y la Justicia
lo determina y administra. Lo mismo para lo contrario.
Pero este cumplimiento no está en discordancia con el
regalo, que por ser eso y no un pago exacto por el trabajo
realizado, bien puede ser mayor que el merecimiento. Y
el castigo, por su parte, es proporcional al regalo que se
rechaza. Es como si, a nivel humano, se le dijera a una
persona que ejecute una tarea, que si cumple recibirá un
beneficio monetario extraordinario, y si no se cumple,
tendrá un castigo proporcional y contrario al beneficio
que ha perdido por su mal obrar, como la cárcel por
ejemplo. Está en ella determinar qué terminará
recibiendo. Y se puede confiar en que la Justicia divina,
perfecta y templada por la Misericordia como ya se ha
dicho, tendrá en cuenta el grado de comprensión de la
criatura al momento de tomar sus decisiones a favor del
bien o del mal.
PARA TERMINAR

Las objeciones han sido respondidas en su totalidad.


No hemos dejado ningún punto sin considerar, y como
el lector podrá apreciar, los argumentos originales de la
existencia de Dios no han hecho sino fortalecerse en el
transcurso de estas definiciones, que complementan lo
ya dicho sin contradecirlo en nada. El presente trabajo
demuestra que no importa cuánto se escarbe en una
verdad, siempre se encontrará coherencia y
razonabilidad en ella.

Ocurre lo contrario a esta cualidad en las falacias


disfrazadas de “lógica” de que se sirven el error y la
mentira. Cuanto más las observamos, mayores
problemas encontramos en ellas. Por tanto, rogamos se
nos disculpe si por una cuestión de agilidad en la
respuesta a favor de un debate mayor hemos decidido
atenernos a puntos fuertes que podrían muy
probablemente ampliarse mucho más, hasta reducir
cada idea errada a un absurdo vergonzoso. Creemos que,
a pesar de ello, se puede considerar bien respondido cada
punto, hasta volver un tanto ridícula la pretensión de
“haber refutado” la Divinidad y la Creación con sus
consecuencias y derivados.

Hemos observado que muchas de los puntos de


nuestro anterior tratado no han sido discutidos, como la
evolución por dar un simple ejemplo de muchos, y por
tanto los asumimos como aceptados. Lo agradecemos
porque sería agotador discutir sobre lo evidente, si bien
ya hemos ofrecido hacerlo de ser necesario abundar
sobre la materia.

En cuanto a este trabajo, queremos pedir algo que nos


parece es justo y proporcional a lo que a nosotros se nos
ha exigido. Y es que si los contendores quieren negar la
explicación razonable aquí expuesta, además de
refutarla convenientemente en cada uno de sus puntos,
les retamos a que presenten una alternativa aún más
razonable que ésta que responda a la existencia y
funcionamiento de nuestro Universo, el sentido y fin de
la existencia del hombre y todos los temas aquí tratados.
Evadirlo con una frase del tipo “no afirmo ni niego
ninguna explicación porque nada puede probarse
empíricamente”, después de todo lo expuesto, será
considerado al mismo nivel argumental que el habitual
“es un misterio” de algunos creyentes, del que los ateos
tanto se burlan cada vez que pueden.

Creemos – y si nos equivocamos que nos corrijan –


que sólo después de una refutación acabada de cada una
de nuestras declaraciones, y de una consiguiente
definición de mayor razonabilidad que la nuestra, los
oponentes podrán decir tan orgullosamente como
siempre que “han hecho una demostración terminante,
substancial y decisiva”.

De momento, nos parece que sus objeciones no son


sino la clara demostración de lo que el filósofo y
psicólogo William James dijo con tanta elegancia:
“Muchas personas creen que piensan cuando en realidad sólo
están reordenando sus prejuicios”. Y al recordar esos
habituales juicios predeterminados que nacen del
ateísmo, agregaríamos con Gilbert Chesterton – una vez
más – que “El mundo moderno está lleno de hombres que
sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan
cuenta de que son dogmas”.

Pero para terminar en una línea perfectamente


católica, que es lo que en definitiva hemos intentado
defender a lo largo de todas estas páginas, que sea un
santo el que tenga la última palabra, en referencia a
ciertos orgullos desmedidos y ciegos. Dice San Agustín
de Hipona: “Los que no quieren ser vencidos por la verdad,
son vencidos por el error”.
Esta obra se acabó de reimprimir en
los talleres gráficos de Centro
Cultural Boanerges para la defensa y
divulgación de la fe católica,
a 17 días del mes de octubre de MMIV,
fiesta de la Santa Margarita María de Alacoque, Virgen,
mística y promotora de la devoción
al Sagrado Corazón
de nuestro Señor Jesucristo y
protectora de sus devotos..

FINIS CORONAT OPUS

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