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PERSONA

Luis Brun

La primera aproximación que tuve a Persona (1966) fue de tipo emocional, formal, y si cabe el
termino, sensorial, aunque estas palabras en realidad intenten explicar un estado más simple:
una mezcla de fascinación y extrañeza. Me llamó la atención el aparente caos de la primera
secuencia, una película consiente de sí misma, electrodos de carbón, el sonido del motor, el
carretel y el celuloide, luego violentos cortes de crípticas y sugerentes imágenes. Me conmovió
la hermosa fotografía en blanco y negro de Sven Nykvist, la claves altas y bajas en un mismo
cuadro de hermoso contraste, los inquietantes primeros planos de Elisabeth (Liv Ullmann) y Alma
(Bibi Andersson) superpuestos con tanta profundidad de campo, que, aún a cierta distancia,
parecían tocarse. Recuerdo, extrañamente, el diálogo de dos mujeres, aunque en realidad solo
una hablaba, y la otra tenía una línea en toda la historia: “nada”. La intensidad, pasional y trágica,
con la que ellas se relacionaban (la destacada y ejemplar actuación de ambas es un tema aparte)
me llevaba a una historia con piezas que intentaba conectar, aunque de repente la línea se
rompía, el fotograma se abría de extremo a extremo, y otra vez, la conciencia del cine. Bergman
ponía sus reglas, sin concesiones, tal vez esta no sea una historia, o al menos no un argumento
convencional.

La segunda aproximación, (imagino similar en muchos espectadores) es la de encontrar


conexiones psicológicas, hilados reflexivos acerca del yo y el otro a través de la exigua línea
argumental que se logra definir: una actriz deja de hablar interpretando la obra “Electra”, ésta es
recluida en un sanatorio y continúa sus días al cuidado de una enfermera, Alma, más joven que
ella, aparentemente ingenua, cuya naturaleza expuesta contrasta con el hermetismo de la
paciente. Elizabeth, la actriz, Alma, la enfermera, la persona, la máscara y lo que está detrás de
la máscara. Todos los elementos inteligibles que Bergman arroja nos tienta a un análisis
psicológico: el falo, la araña, el “espejo”, el contraste entre el silencio y las palabras, las palabras
como símbolos que reemplazan imágenes reprimidas, la culpa y sacrificio cristiano. Estos
símbolos, así como las relaciones causa efecto se subvierten, y si bien la dimensión psicológica
es muy fuerte, los códigos se resisten a ser conectados de una manera definitiva.

Hace poco, Lucrecia Martel decía en una entrevista que ella no concebía un modelo narrativo
desconectado de su discurso, es decir, de su visión de las cosas. En una tercera aproximación
podríamos decir que Bergman plantea un modelo narrativo que solo puede ser entendido en el
sentido de las intensidades (interpretativas, lumínicas, corporales, espaciales y, sobre todo,
temporales), que suceden en cada escena, que comulgan con la sensaciones y saberes que
genera el universo de la película en sí misma. Así como espacio imaginado y real, y, en algunos
casos, tiempo presente, pasado y futuro, parecen concatenarse en varios niveles sin código
evidente, el silencio de Elizabeth, la enigmática actriz, se entrelaza también en dimensiones
impensadas en un principio, lo psíquico, moral, estético e incluso lo político pueden configurarse
poco a poco a través de la ausencia de palabras, y si hay efecto, este se reacomoda y transforma
a cada momento en la conciencia de Alma, su universo interno configura la estructura del film.

Persona tiene múltiples niveles, algunos de ellos alcanzables por la experiencia intelectual del
visionado, otros, los más, son accesibles tan solo con la predisposición de no esperar un “drama”,
no buscar un argumento clásico, no esperar una sola respuesta sino varias, y con esto no me
refiero a una obra irresponsablemente ambigua, apabullantemente ilustrada o caprichosamente
artística. La multiplicidad de respuestas, la encriptación de otras, y la inexistencia del resto, son
el juego que propone Bergman, son las reglas que asumimos al ver la película, es el riesgo que
corremos, así como Antonius Block en el Séptimo sello, dispuesto a jugar al ajedrez con la
muerte, al final las respuestas no lo son todo. Esto hace de Persona, una pequeña joya de la
historia del cine, la experiencia cinematográfica a la que podemos entregarnos nos devolverá
más de una película.

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