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La responsabilidad civil del Abogado, que como cualquier otro profesional, está sometido al imperio de
la Ley, también responden de los daños que por la posible culpa y negligencia pudiera ocasionar a su
cliente, por su falta de profesionalidad o pericia en el tratamiento de un determinado pleito.
No obstante, en el caso de estos profesionales, debido a que los planteamientos jurídicos que puede
realizar en la encomienda de gestión de su cliente, están sometidos no sólo al imperio de la Ley, si no
también a la decisión en ciertos casos subjetiva de terceros, esa responsabilidad no suele estar tan
definida.
El Abogado como profesional prototípico, se caracteriza por su orientación hacia el ideal de servicio,
que antepone los intereses de su cliente y de la sociedad a los suyos propios y por su sujeción a los
principios deontológicos.
El Abogado es un elemento esencial para la consecución de la justicia y, al igual que el juez, es ministro
del templo de la justicia.
La excelsa función social del Abogado le impone la sujeción a un aserie de exigencias éticas que van
más allá de las impuestas a los demás ciudadanos sujetos a la ley general: dignidad, integridad,
independencia, desinterés, diligencia, secreto profesional, etc.
Estas exigencias quedan reflejadas en el juramento que prestan los Abogados de París, según el
Reglamento Interno de la Ordre des Avocats ä la Cour de París: “Je jure comme avocat d’exercer mes
fonctions avec dignité, conscinece, indépendance, probité et humanité”