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LA FASCINANTE
LEVEDAD DE SU
SONRISA
La fascinante levedad de su sonrisa.
L.J
La fascinante levedad de su sonrisa.
Índice:
Capítulo 1. ..………………………………..6
Capítulo 2. ………………………………..22
Capítulo 3. ………………………………..24
Capítulo 4. ………………………………..44
Capítulo 5. ………………………………..61
Capítulo 6. ………………………………..70
Capítulo 7. ………………………………..83
Capítulo 8. ………………………………..93
Capítulo 9. ………………………………108
Capítulo 10. ……………………………...114
Capítulo 11. ……………………………...126
Capítulo 12. ……………………………...140
Capítulo 13. ……………………………...153
Capítulo 14. ……………………………...171
Capítulo 15. ……………………………...185
Capítulo 16. ……………………………...192
Capítulo 17. ……………………………...208
Capítulo 18………………………………222
Capítulo 19. ……………………………..245
Capítulo 20. ……………………………....257
Capítulo 21. ……………………………....264
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pasa siento que llevo media vida esperando a que decida re-
cordarlo y por fin me deje. Nos deje, a su ausencia y a mí,
abrazarnos un rato, y no es que yo sea un pobre mártir o un
cabrón sin alma, es que ella ya no existe y lo único que con-
serva es esa terquedad molesta. Lo que sucede es que triste-
mente llegamos a este punto con ganas de retorno, pero sin
vía para hacerlo. Aun así, yo la amo y juro que he sido un ca-
brón con otras, pero nunca con ella. Jamás.
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nía.
- ¡Me has hecho el amor Pablo! ¡Que me crees! ¡Tú furcia! -
¿Furcia? En definitiva, muy postizo, muy ella. - ¿Cómo
que me quieres lejos? ¡Soy tu esposa!
- ¡Lucia! ¡Dios! ¿Por qué no lo entiendes? ¿Porque no ves
que me lástimas? ¿Porque simplemente no te vas? No te
quiero en mi vida amor ¿Por qué no lo entiendes? – le di-
go como si el último grito se hubiese llevado toda la voz
que guardaba para ella. Ya fue suficiente, ya fui suficien-
temente amable, suficientemente paciente, incluso dema-
siado bueno, para alguien como ella, como yo.
- Pablo, escúchame ¿Por qué no lo hablamos?
- ¿Hablarlo? Lucia, ya no sé cómo decírtelo, por favor no
me obligues a decir algo que no podamos digerir después,
yo no te quiero, entiéndeme… ya no te amo… y tú tam-
poco cariño… no lo fuerces más. - como le explico o es
que quizás no hay manera.
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Capítulo 2.
“Perdóname, por no encontrar otra manera de salvarme que no implicara
abandonarte.”
Elvira sastre.
Desde que se fue los días son más tranquilos, solo llo-
ro en las noches, pero puedo con ello porque el sobresalto, el
ruido de las mañanas, su brazo pesando sobre mí, asfixián-
dome, no me esperan tras la puerta, todo ha desaparecido con
ella. Es cierto que aún no consigo acostumbrarme del todo,
que de vez en cuando pienso en todas las cosas que no le he
contado y me ataca un sentimiento culpable de saber que su
recuerdo me hace daño y no la busco para evitarlo.
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Capítulo 3.
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cia. No me gusta.
- ¡No me digas que te has clavado con la tipa del bar! –
suelta Camilo un poco escéptico y preocupado, cuando se
cierra la puerta tras Julián.
- Nooo, créeme, después del follón con Lucia, ni loco, no
tengo cabeza para eso, aunque no te lo niego, Verónica
me hace… reír – digo en tono burlesco, casi insultante
para cualquiera, pero es Camilo, así que no importa.
- ¿Entonces? – la ironía se le desborda por la piel.
- Sexo… del mejor… Me he quedado dormido y se me
paso la cita de las ocho, Ángela la programo a la una.
- Es un ángel esa chica.
- Créelo.
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Capítulo 4.
sonriendo
- ¿Tú tampoco quieres pensar? – pregunta dudosa. Me
encanta como me mira, me recuerda a la niña mala de
Llosa.
- No, yo sí puedo pensarla, pero repentinamente se ha
eclipsado y… me encanta. - Anna me sonríe sin saber que
es una advertencia.
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marlo.
- Y que con eso. – respondo enfadado.
- No pienso dejártela para que la lastimes, ella no necesita
esto en su vida… - apunta incisivo tirando la servilleta de
tela sobre la mesa, igualando mi temperamento. - … Lucia
nunca será parte de tu pasado.
- Ni de mi presente. – apunto subiendo la voz más de lo
necesario.
- Siempre va a estar en tu presente Juan Pablo, a quien pre-
tendes engañar. – destila ironía y no entiendo porque, so-
mos amigos, él es como mi hermano y me está hiriendo
aposta.
- Y que, si es así, Camilo, que problema hay con eso. –
quiero que se deje de rodeos, que me diga por qué esta-
mos aquí.
- Que ella no va a ser tu clavo. – grita aplastándome un
poco. Por suerte el reservado tiene mamparas insonoras
porque parecemos al borde de liarnos a golpes, pero no es
lo que quiero, yo ni vine hasta aquí a perder un hermano.
- Camilo, yo no la quiero para lastimarla… - susurro triste y
recuerdo lo que pensé cuando la vi en la mañana. -
…simplemente creo que ella me va a salvar de todo esto.
– se queda mirándome y entiende que no somos esto que
grita esperando a herir al otro.
- ¿Y si no lo hace? – musita temeroso.
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tender por encima y última vez, como en los últimos días, que
ella era su vida y que por primera vez desde que nos cono-
cíamos no me perdonaría, si le hacía daño, y yo, yo solo estaba
escuchando, intentando conocer de la boca de su hermano el
mundo en el que vivía para no estropearlo. Como en clase de
biología, cuando sabes que todo es perfecto en un ecosistema
hasta que alguien que no sabe cuidarlo, o tan solo apreciarlo,
entre en él y lo destruye. Yo no quería hacerlo, en realidad
quería aprender a amarla. A olvidarla.
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Capítulo 5.
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- ¿Si?
- …. – ¡Mierda! Pensé con miedo de lo que hubiera escu-
chado, mis padres eran de ese tipo de persona que no
perdonaban, lo que ellos catalogaban, como malas pala-
bras.
- ¿Alo?
- Papá… soy yo, necesito ayuda. - respondí en un susurro
que deseé con toda mi alma que no escuchara.
- Juan Pablo… - escuche una respiración larga y pausada,
de esas que anuncian lo que se avecina- ¿Dónde carajos
estas? Y más te vale que no estés en problemas. – lo ima-
ginaba con esa cara de decepción, tan constante en él, el
ceño fruncido al borde de sacarle los ojos por presión es-
pontánea y la mano paseándose por sus cejas en una acla-
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Capítulo 6.
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de Santiago.
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das
- ¡Que exagerado eres! – le digo al borde la risa. Voy vesti-
do con un polo blanco, una saco negro y jean azul algo
desgastado, con el cabello revuelto y cara que debería es-
tar durmiendo, como dicta la norma que debería estar pa-
ra estos casos.
- Por cierto, ¿pensabas dejarme aquí? ¿Después de todo lo
que hice por ti? – apunta con falsa cara de indignado to-
cándose el pecho a la vez que sacamos las maletas de la
banda. – lucí te manda besos y un regalo.
- Esta hermosa verdad. – el me mira sonriendo con orgullo
y eso es un si. - Oye ¿Que traes en la maleta? ¿Piedras? –
me quejo tomando una- Y no te hagas que a ti también te
convenía venir sin él, es que no entiendo porque insistes
en pasar una semana en su casa si sabes que siempre te
amenaza con venir a chequear como están las cosas.
¡Dios! Ni siquiera son sus cosas.
- Sabes que no me gusta perder la costumbre, luego pasa
algo y me arrepiento… Ya sabes cómo es eso del karma,
tú deberías hacer lo mismo.
- Pero si no tiene karma él, menos vos.
- Deberías ir Juan.
- Si, seguro... - le respondo en el tono de “seguro-mañana-
voy” que uso cada vez que me dice lo mismo, mientras
caminamos al auto, no entiendo como se lo soporta si su
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Capítulo 7.
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merito…
- ¿Sacarle los ojos? – Camilo es como esa modelo de la tele
que sonríe con los ojos, él también puede hacerlo, justo
como lo hace ahora. - ¿Así se escuchaba?
- Realmente al principio creí que era una de esas tías que te
arman follón por usarlas a tu antojo, y que estabas mon-
tando el show para mandarlas a la mierda con la clásica
“eres tú, no yo”, hasta que escuché que era ella. Creímos
que le ibas a – no sé cómo decirlo, así que uso el término
que usaría mi madre. - “corregirla”, por eso entramos. –
Camilo nos mira como si no la creyera.
- ¿Hablas de Golpearla? ¿Están de broma? ¿No? Si esa niña
es mi vida. – el silencio fue la única respuesta que encon-
tró, porque en realidad lo creíamos- ¡Oooh! vamos, que
me vuelve loco y de vez en cuando me encantaría darle
una que otra bofetada, porque hasta yo tengo limite, pero
nunca lo he hecho ni lo haría, ya sabes. Lo que la mata es
que la regañe y le trate como una niña, eso la humilla co-
mo no se lo imaginan, igual no creas, que no va a volver
como su asistente – dijo señalando a Santiago con el vaso
vacío en la mano. - y de seguro no me quedo con las ga-
nas de la ostia, que cuando llegue a casa ella se encarga de
darme motivo. – termina burlándose de mí.
- Y ya le preguntaste por qué… digo, uno no se tira un
semestre porque si y ya… - Al instante me quito esa ima-
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único.
- No me jodas Santiago que no estoy para chistes. - y no lo
culpo, cualquiera en su situación no lo estaría.
- No me jodas tú a mí ¡La gata era tu hermana! ¡Me cago en
la puta! Pero ¡Mírate!
- Santiago. Por favor…- le reprendo en tono molesto.
- Okay, está bien, me callo… pero insisto… vaya con tu
hermanita, córtale las uñas tío…- si las miradas mataran él
estaría muerto, y no precisamente por nosotros, Anna
María salía por el pasillo con cara de querer cargarse al
primero que se le pasara por el frente, llevaba un vestido
playero corto, color rosado, con vuelo bajo, tipo can can,
se veía hermosa, e intacta, lo que, entre cosa y cosa, aun-
que me generara tranquilidad, me asombraba, porque
Camilo esta vuelto mierda.
- No soy una gata, no seas imbécil e impertinente que yo a
ti no te conozco… peleando conmigo se tropezó y casi
mata al gato del vecino, y a el tipo no le dio mucha gracia.
- explico mirándome.
- Joder con la fiera… tiene carácter y no hablo del gato
niña. – Santiago se la estaba gozando para darle la estoca-
da final
- ¡Serás cabrón! – Anna tenía carácter y yo lo había descu-
bierto en muy poco tiempo. De la nada le cruzo la cara
con tanta fuerza que hasta a Camilo, que no se le hacía pa-
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ño.
- Pues… si pueden bailar embarradas en Nutella mi masoca
y tu tetona no me quejaría mucho que digamos.
- Eres un puto marrano…
- Y tú de qué coño vas si a ti te encantan tan guarras como
a mí.
- Los dos son unos cerdos… deberían copiarme a mí que
soy casi santo.
- Pues como la llevas con Lucia no lo dudo tío – joder,
Camilo tenía que recordármelo, y cuando estoy a punto de
rechistar, de la nada Santiago se desata entre risas y casi
llanto
- Te lo imaginas… seria la cereza del pastel… Camilo y
gatianna… puto incesto Juan… y el marrano soy yo. – el
dueño del ultraje y yo nos miramos extraños por no en-
tender el chiste y cuando por fin lo hacemos no damos
crédito a la hiperactiva imaginación de Santiago
- ¡Cállate! – le gritamos ambos con cara de asco.
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- ¡Listo!
- ¿Puedo voltear?
- Sip, vamos a comer, traigo mucha hambre. – como me
encantaría que ella fuese la cena, pienso unos segundos
antes de voltear.
- ¿Y que se supone que vamos a comer? – replico con una
sonrisa en los labios mientras admiro lo bella que es, se ha
cambiado, ahora luce muy ella, no lleva zapatos y lleva un
blusón gitano en color blanco que le cae de lado, algo
grande, pero perfecto para ella. Seguro lleva algo debajo,
no se nota, pero seguro lo lleva, se ha soltado el cabello y
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caer cual largos, con la boca justo frente a la otra, caigo senta-
do mientras ella hace pleno equilibrio sujeta a mis manos y, de
repente pasa, destruimos el silencio y ahora somos un tumul-
to de convulsivas y sonoras carcajadas. No podemos respirar
porque aparentemente reír es más vital, sino lo hacemos, de
seguro estallaremos, y justo cuando nada puede ser más per-
fecto ella se arrodillada y me da, me roba, me regala un beso.
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- No lo hago.
- Voy a creerte, pero no me falles. Y lo de Italia no me lo
tomes a mal, no te lo digo porque me escueza. Ya paso,
solo intento que entiendas que no te tengo secretos, Que
puedo con cualquier verdad, tuya o mía, y aunque no pu-
diese… la prefiero mil veces
- Te lo prometo… - digo besando su cabello. El celular
suena, pero no tengo intención de soltarla ni ganas para
nadie más que no sea ella.
- Contesta. – sugiere alejándose de mí.
- Puede esperar…
- No, no puede, mi celular está muerto y si es Camilo, debe
estar desesperado.
- No importa, yo le explico luego.
- Por favor, Juan, contesta.
- Okay… pero tenemos que hablarlo… – me sigue miran-
do, pero ahora su cara es poema - … no con Camilo, pero
tenemos que hablarlo Anna.
- No lo creo, de veras, ya paso, y no pretende traerlo a cola-
ción de nuevo.
- Tenemos que hablarlo y lo sabes.
- ¡Contesta! – dice autoritaria y no puedo creer que le haga
caso, pero por lo visto, aquí la ruda es ella.
- Alo.
- Son más de las ocho, deberías estar en tu casa preparán-
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un niño regañado.
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Ese fue el único secreto que nos guardó, solo Dios cono-
ce lo que se le pasaba por la mente cada que abría las puertas
de mi cuarto y encontraba a Santiago abrazado a mi cuerpo,
con la mano derecha dormida sobre mi pecho, su cabeza me-
tida en mi cuello y su pierna inerte aferrada a mí, ella nunca lo
entendió, nunca lo defendió.
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vamos justo.
- No sé por qué tengo que ir, si el rollo es tuyo… además,
entonces ¿Por qué lo dices? Los viejos están jóvenes,
que… tienen… como… no se… 48 años, seguro y toda-
vía cogen… yo cogería… - analiza la situación de una
forma algo extraña, pero en él, demasiado normal.
- Ni creas que te salvas, tú le dejaste entrar y, además, ir
media hora antes a la oficina de seguro no te mata… – le
alego señalándolo amenazador con el dedo, camino a la
ducha, obviando su comentario sobre papá y mamá tiran-
do - …y tienen 50 tío, que son tus padres.
- Pues por hoy son tuyos, te los regalo. – dice mientras des-
aparece entre las sabanas.
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- ¿Pasa algo?
- No ¿Debería pasar?
- No sé, tu dime. – y justo cuando le veo la intención de
sacarme de la miseria Santiago aparece.
- Buenos días Anita la huerfanita ¿Que tal la cama? – ha
cogido a Anna por sorpresa, así que la expresión de ma-
lestar en su rostro ahora es más notoria – no me digas que
no sabías que el jefe toca pelotas vive con tu nuevo novio.
– justo ahora ella podría patearle.
- Voy por mi celular, lo he dejado en tu cuarto. – y es así
como sale huyendo, con su celular en la mano y mis espe-
ranzas por entender que coño le sucede.
- En serio Santiago… - le replico con tono de enfado ti-
rándole la servilleta de tela a la cara mientras camino tras
Anna.
- Ey ey ey bonita… Para ¿Qué pasa?
- ¿¡El imbécil de Santiago vive contigo!?
- No, claro que no.
- ¿¡Entonces por qué se la vive aquí metido!? – tampoco es
que se la viva o que ella lo viva viendo, es más, es la pri-
mera vez que la traigo casa, pero lo ignoro.
- Porque es mi hermano Anna, necesito que me expliques
que sucede.
- Sucede que es una pesadilla, o sea, me lo encuentro hasta
en la sopa y al muy imbécil le parece de puta madre ha-
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bien?
- Quien carajo te crees Juan Pablo…
- Mierda, mierda… mierda. – susurro en medio de una
extraña sensación de mareo, no creo que sea del todo na-
tural, que yo no me mueva y aun así la oficina de vueltas.
- ¡Déjalo José Luis! No más… - mamá está molesta, pero
nunca lo estuvo lo suficiente, por eso el seguí aquí -
…Juan, cariño ¿Estas bien? – su mano es tibia, pequeña y
delicada, llevaba mucho tiempo sin sentir eso.
- Si mama, déjalo estar… - siento que me voy, así que em-
piezo a respirar más rápido, y mi madre a asustarse a un
más.
- Juan…
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menos su esposo.
- ¿Qué te pasa? En serio estás verde.
- Nada, ve con Camilo, por favor, dile que le esperamos.
- Oye, Juan mírame. – dice tomándome el rostro para ver el
tono rosado que llevo en el inusual relieve.
- No me muevas así, me va a estallar la cabeza. – le pido
incomodo, y no bromeo con lo de estallar.
- ¿Le has golpeado papá? – Santiago luce molesto. Ofendi-
do - estas de puta madre, crees que puedes venir aquí a
impartir órdenes a diestra y siniestra y encima a partirnos
la cara.
- ¡Santiago!
- Santiago qué Mamá… - José Luis no puede creerlo, y es
que nosotros nunca le hablamos así, mucho menos él, pe-
ro como todo padre estricto deja la perplejidad a un lado
y se le acerca demasiado como para no preocuparme.
- ¿Tú a quien crees que le estás hablando? Niñato ¡Quien te
crees?
- Un hombre con un día bastante jodido que lo último que
necesita es tener que darle explicaciones a un cliente más
en su propia empresa, así que, si no es mucho pedir, vete.
– ese era el argumento más simple y convincente que yo
había escuchado en la vida.
- Vámonos Gabriela, por lo visto tus hijos no tienen tiem-
po para nosotros.
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día.
- Yo si quiero hablarlo, no te puedo entender si no me ayu-
das a hacerlo Anna. – tomo su mano y todo lo que ha
ocurrido parece solo un espejismo.
- Ya te dije, no importa. – pero si lo hace, no me mira, no
me sonríe con la misma timidez dulzona de hace unos
instantes, así que si le importa.
- Ya estuvo bueno el juego Anna… – se me va olvidando
que llevo un oído perforado y comienzo a sentir que la
temperatura aumenta, me estoy enojando. - …y hablo en
serio, no puedes decirme un instante que odias las menti-
ras y al siguiente ocultarme la verdad… - estoy tan moles-
to que me he puesto en pie y la he tomado por el brazo,
apenas lo noto me detengo, ella me hace sentir y hacer
cosas que normalmente nunca haría, pero esto no, yo no
soy como él. - …no sé tú, pero para mí es lo mismo...
- Lo mismo te digo a ti Juan Pablo, no puedes decirme que
me quieres, en la noche y al día siguiente desaparecer de la
cama y tratarme como si yo fuera una buena amiga.
- ¿Bromeas? - no puedo creerlo, yo llevo semanas mirándo-
la casi con devoción – o sea, soy un patán por no aprove-
charme de ti. – mamá me mira con cara de asombro sin
entender nada, ella no es Lucia, no se ve como Lucia, ni le
admira el cabello con esa falsa idolatría que ella adora, pe-
ro no estoy dispuesto a explicarlo, y menos ahora. Santia-
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Capítulo 15.
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Capítulo 16.
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Es hermosa.
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- Te amo.
- Te amo.
- ¿Qué sucede?
- Olvídalo. – me besa apasionada pero todavía guarda un
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Capítulo 17.
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ría.
- No les escuches nena. Se ven deliciosas. – tomo un boca-
do con el tenedor en plan “mira-que-buen-novio-soy-que-
me-voy-a-comer-estas-cosas” totalmente decido a morir
viendo esa sonrisa y… ¡Dios! Esta niña en realidad quiere
matarnos.
- Sabe fatal ¿Verdad? – me mira ilusionada esperando a que
le diga que no, que saben a gloria, como ella. Pero no soy
tan cruel, alguien más podría morir por esto.
- Podrían ser peor…
- ¡Pero no hay nada peor! – grita Camilo, bueno, que ha
sido su hermano quien lo ha dicho, no yo.
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todo ello.
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Capítulo 18
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- ¿Bailas conmigo?
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de ramera. Te amo.
- ¿Vamos a Quimera? – interrumpe su hermano con entu-
siasmo mientras lleva a una sensual morena de la mano.
Se ha quitado la corbata y luce chulesco.
- ¿Y Santiago?
- Dice que nos alcanza. Nos vemos allí. Chao Anna María.
– se despide soltándole un sonoro beso en mi hoyuelo fa-
vorito y se va con la pobre afortunada.
- ¿Quieres ir a Quimera? – pregunto mientras sostengo la
puerta del Audi para que suba, cuando lo hace doy la
vuelta, me siento junto a ella, enciendo el auto y me aden-
tro en la carrera 43. Todavía no me responde, pero luce
cansada y yo realmente prefiero estar en una cama achu-
chándole el cuerpo y no en Quimera, lidiando con Anna y
el recuerdo de Lucia, o en el fin del mundo si lo quiere,
donde sea, pero no en bar que me grita: “Lucia” y todas
las promesas que allí nos hicimos. Pasan unos minutos y
aun no me dice nada, pero necesito saberlo pa´ ver si me
puedo concentrar en ponerle un nombre a la manera en
que me siento o si debo guardármelo para luego y empe-
zar a sentirme melancólico, así que pongo la mano en el
final del rasgado de su vestido para llamar su atención.
- Quiero conocerlo. – responde perdida en el pasar de las
luces de otros autos. Aparentemente la melancolía se me
ha adelantado, y esta vez no solo ha venido por mí.
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- ¡Wow!
- ¿Te gusta?
- Me encanta. – pasa sus largos y estilizados dedos sobre un
par de retratos, esta cautivada por la sutil belleza que se
encuentra tras los senos al aire y las sonrisas frías. Tras los
cuerpos desnudos. Yo estoy absorto en ella. Lucia nunca
se fijó en ellos. Un cuadro llama aún más su atención, en
él, un hombre atlético de tez negra sostiene a brazos lle-
nos, por la espalda, a otro más alto de tez blanca, sus ros-
tros no se ven, pero la imagen irradia tristeza. Agonía.
Una lágrima baja por el pecho del hombre blanco.
- Este es Santiago. – no me lo pregunta, de nuevo, me lo
está confirmando.
- ¿Cómo lo sabes?
- Tiene la pequeña cicatriz del pecho... – apunta oprimién-
dola con el dedo índice, parece ser que no soy el único al
que le invade la necesidad de hacerlo cuando la ve. -
¿Quién es el otro?
- Un amor…
- ¿Por qué llora? – susurra suavecito, como si creyera en la
posibilidad de turbar su desdicha y estropear la imagen.
- Tiene una esposa y dos hijos. Gatita es demasiado extraño
que mires mi pecho así... – Santiago aparece de la nada, le
mira risueño olvidando por completo que esa foto casi le
cuesta la vida. – …me tienes ganas ¿Verdad? Lo sé, soy
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¿Un aborto?
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rrotados.
- ¿Cómo pudiste? - le hablo desesperado tomándome del
pecho, con ganas de saltarle encima y borrarla de un gol-
pe. Me duele ella, todas las veces que repetí su nombre en
medio de un gemido, todos los segundos que perdí ob-
servando como bajaba su pecho cuando dormía, me due-
le, pero, sobre todo, me duele en el alma él. Quizás ella.
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Capítulo 20.
Día 1:
Sollozo.
Grito.
Duermo por lapsos cortos.
- ¿Dónde estás?
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Día 2:
Es mi redención.
Soy su infierno.
- No me dejes. – me abraza.
Pavor.
No puedo salvarla.
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Día 3:
Amarla.
- No me dejes.
Lloro.
La maldigo.
Aun lo intenta.
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Día 4:
Amarla es su injusto.
Sollozo.
- Te amo.
Lo siento amor.
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Día 5:
Sollozo.
No la deja vivir.
- Te amo cariño.
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Día 6:
- Abrázame…
- Gracias bonita.
- No me dejes.
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Día 7:
Me cree dormido.
Le amo.
- Te amo.
No pienso perderla.
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Capítulo 21.
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Anna,
es tibia y reconfortante.
Huele a menta.
A fresas.
Ella es mi nuevo hogar.
Aunque tenga que vivir escondiendo los fantasmas.
Aunque las paredes del cuarto sigan siendo,
en azul,
en blanco.
Aunque el reloj sin minutero me siga hablando.
Aunque no sea el que más quiero.
Aunque extrañe
la
fascinante
levedad
de
su sonrisa.
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Fin .
Agradecimientos.
Bueno, este es el momento fácil de escribir, solo es recordar
quienes están detrás de todo esto, de todo lo que soy y he sido
y agradecerles por estar allí. Así que:
Gracias:
A mi mamá, Roció, porque sin ella las caídas serían más soli-
tarias y las culpas más amargas.
A mi papá, Jimmy, porque la ausencia y la intermitencia tam-
bién enseñan.
A mi abuela Gladys, porque es y será mi aire, “mujer de poca
fe” mírame aquí y sonríe porque tú tenías razón.
A mi abuelo Carlos, porque “lunita consentida colgada del
cielo, como un farolito que puso mi Dios…”. Porque aquel
balón nunca rodo.
A mi hermana, Paola, porque me demuestras que la fuerza
viene del alma y no del cuerpo. Gracias por leerme, aunque
no lo quieras. Y yo tampoco.
A la luz de mi vida, mi sobrina María Paula, porque todo
empieza y acaba contigo. Porque “había una vez, muy, muy, muy,
una vaca amarilla con una mancha oscura en el dedo y dos marranos
amarillos que con un rio verde comían cocos con sabor a mango, pero al
rio no le gustaba y no comió.”. Porque papelicono y papeliculo. Porque
hay hijos que no salen del vientre, pero si de las entrañas del
La fascinante levedad de su sonrisa.
alma.
A mi primo Diego, porque me llevo hasta Elvira y me conto
que hay dolores que inspiran y amores que no se borran.
A mis amigas, Ericka, Marylin, Xiomara y Daniela, porque la
vida te da amigos por si la familia no alcanza.