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Colonna Autofiction Autres Mythomanies PDF
Colonna Autofiction Autres Mythomanies PDF
Vicent Colonna. Autofiction & autres mythomanies littéraires, Paris, Éditions Tristram,
2004.
Nacido en Argelia en 1958, creció allí hasta los 20 años para irse a estudiar a Francia. Realizó estudios de
filosofía y luego la escritura de una sobre autoficción bajo la dirección de Gérard Genette en l’Ecole des
hautes études en sciences sociales. Después se dedica al análisis del discurso y las imágenes, para lanzarse a
un trabajo de combatiente intelectual como semiólogo free-lance. Hoy se ocupa de lo audiovisual, en la TV
pública, y en la radio, en calidad de consultor cultural sobre África. Es director de Protágoras, grupo de
estudio de medios en Paris En 1999 publica su primera novela, Yamaha d’Alger, posteriormente publica otra
novela de aventuras caótica Ma vie transformiste, en ella mezcla todos los géneros y habla tanto del
continente como de la novela misma. En la elaboración de esta novela, se interesa por Luciano de Samosata y
retoma el tema de la autoficción que se concreta en el ensayo, Autoficción y otra mitomanías literarias, donde
toma una postura polémica con respecto al uso que se hace del término, como así también en relación a la
narratología y las concepciones sobre autoficción de Genette, Dubrovsky y Lejeune.
AUTOFICCIÓN1
Colonna historiza el origen del término, y considera que fue inventado por Serge
Doubrovsky ya que aparece por primera vez en la contratapa de Fils (Galilée, 1977) para
aclarar el género de este libro de tipo autobiográfico2. V. Colonna considera el término una
metáfora y por tanto señala que su constitución es discutible lo cual no impide que la
palabra funcione como un potente resorte que reúne y da sentido a los usos ficcionales,
rechazados, olvidados o incomprendidos en la literatura. Pero, considera que,
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Nota de la traductora y editora, Alicia Montes: El presente texto es un apunte en el que se traduce y editan los conceptos
más importantes del texto de Colonna.
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Según Dominique Viarta, en “Serge Doubrovsky se perfila la autoficción como “relato cuyas características
corresponden a las de la autobiografía, pero que proclama su identidad con la novela al reconocer que integra
hechos tomados prestados a la realidad con elementos ficticios”. Si bien las novelas de Serge Doubrovsky pueden ser
consideradas como aquellas que dieron nombre a este tipo de narrativa, la autoficción emerge ya desde el “Nouveau
Roman” e incluso desde los relatos y novelas escritos inmediatamente al fin de la II Guerra Mundial. Para una
aproximación a “la autoficción” recomendamos Fils de Serge Doubrovsky, W ou le souvenir d’enfance de Georges Perec,
Les Particules elementaires de Michel Houellebecq, así como algunas de las novelas de los autores del “Nouveau
Roman”, entre otros.”
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Sin embargo gracias a este neologismo de Dubrovsky, que desplaza la atención sobre el
componente ficcional, volvió a ser posible hablar de ciertas novelas sin negar su dimensión
personal. Pero bajo esto, expresa Colonna, se ocultaba una trampa ya que se elige una
acepción doble y empobrecedora de la autoficción, que produjo cantidad de confusiones en
los procesos de apropiación que se produjeron. Enseguida se banalizó el término. Pero al
principio quedó atrapado en una tensión semántica entre la acepción próxima de su
significación intuitiva (ficción del si mismo), invención del si mismo, travestismo
imaginario del si mismo, y por la otra parte una significación que lo construye como
substituto de la categoría novela autobiográfica.
En 1980 ya se ve esto en el uso que hacen del neologismo Doubrovsky, Lejeune y Genette.
Este mismo término es propuesto por Colonna, autor de este ensayo, en 1981 a su director
de investigación para designar el arte del travestimiento novelesco que se produce en
Gombrowicz.
Genette a su vez lo usa para describir el estatus funcional ambiguo de A la búsqueda del
tiempo perdido en Palimpsesto (1982), y Lejeune lo usa para designar la novela
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En estas circunstancias no se trabaja el término como un fenómeno genérico, sino más bien
la palabra autoficción parece aprovechable sobre todo para caracterizar las literaturas
excéntricas. Entre 1982 y 1989 Lejeune y Jacques Lecarne vuelven por intervalos a esta
categoría de autoficción para descubrir y aclarar las estrategias de escritura percibidas como
inéditas de Patrick Mediano a Dominique Rolin. De ahí en adelante el neologismo sirve
para marcar una inflexión de la literatura personal desde 1970 propia de un tiempo de
sospecha con respecto a la autobiografía y además para reemplazar el término novela
autobiográfica.
En 1989 delante de un jurado presidido por Louis Marin, compuesto por Gérard Genette y
Claque Leroy, en presencia de Dubrovsky, de Lejeune y de Michel Contat, Colonna
sostiene una tesis mostrando que el fenómeno de ficcionalización de sí mismo es
universal, pero que el neologismo de autoficción ganaría al quedar restringido a los
autores que se inventan una personalidad y una existencia literaria.
De esta tesis se retuvieron dos ideas contradictorias, como lo explicó J. Lecarme en 1993 y
1997, una vulgata que hacía de la autoficción un vasto fenómeno de naturaleza ficcional y
otra que lo limitaba a una forma de autobiografía novelada, por otra partem, la idea de que
solo las autoficciones fantásticas (Dante, Borges) merecía el nombre de autoficción. Los
años no han suprimido este equívoco.
Gracias a esta categoría muchas obras que están mal distribuidas entre la autobiografía y la
novela, entre la fantasía y lo factual, aparecen con una lógica desconocida. Allí donde uno
veía una mezcla mal hecha emerge un continente escondido y una red de afinidades y
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filiaciones. Es decir, VC, considera la categoría una suerte de paradigma de lectura que
permite relevar aspectos de la escritura que no sería visibles de otro modo.
Colonna sostiene que la autoficción se parece a una nebulosa, ya que es una masa informe
de diálogos, satíricos o didácticos, de comedias y de dramas, de nouvelles y cuentos
fantásticos, de novelas, de catedrales narrativas, de ensayos novelados, de autografías
ficticias, de puestas en abismo, de autorretratos imaginarios, de relatos de sueños, se
ensueños místicos, de elegías, de odas, de epigramas, de himnos, de fantasmas íntimos.
Reconoce que su solo mérito es haber encontrado la fuente de donde corren las
ficciones transgresivas, que explican las autoficciones contemporáneas, de las cuales
algunas se consideran un hallazgo francés reciente a partir de la lectura de la obra de
Luciano de Samosata un escritor de origen sirio del imperio romano en la época de
Marco Aurelio (siglos I y II, dc).
El modelo de Luciano es Homero o mejor Ulises cuando deviene narrador ( CAP. XIX a
XII de la Odisea) y como él, este autor describirá a los cíclopes y a los antropófagos, es
decir, los ensueños inhumanos. Su tema es lo inhumano. Lo monstruoso, lo terrible, lo
espantable, lo insoportable, en todos los dominios, corporal, intersubjetivo, sexual, social.
Lo feérico, lo utópico, lo milagroso, el encantamiento del mundo es también inhumano pero
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Tesis 2: La autofabulacion puede existir sin ningun privilegio dado a la vida interior, es
decir, fuuera del reino de la interioridad subjetiva, de su sxaltacion narcisista tan común
hoy, porque en la época de luciano, la subjetividad en sentido moderno no existe o solo
muy debilmente para que sus huellas puedan ser detectables. En estos textos no hay
desdoblamiento del yo, nadie analiza, critica o justifica sus estados de ánimo, y la
historia de su personalidad, la vida secreta, íntima, es desconocida o casi. El Sujeto se
definia exclusivamente en relacion con el otro, bajo la mirada de los otros, a través de
su ser social, esa era la sola forma de existencia posible para la subjetividad.
Tesis 3: El hecho de que las formas autoficcionales de Luciano aparecen en una época
en donde la vida interior tenía un débil desarrollo o no se había desarrollado, indica que
la fabulación de sí no está ligada a la existencia de un sujeto con una interioridad plena
y rica, y no está condicionada por la existencia de la subjetividad moderna ni aún en su
forma más íntima, la autoficción biográfica, por lo tanto, la ficción del yo, no es un
efecto de la modernidad, del proceso de desarrollo del individuo, de la crisis del sujeto,
ni una consecuencia del psicoanálisis, o de la recomposición de las relaciones entre lo
público y lo privado , es una tendencia más antigua, una fuerza más revulsiva, una
pulsión arcaica del discurso.
Que en nuestra época esta tendencia sea aprovechada por pequeños escritores
narcisistas, o reinscrita en una moda sin precedente de escritos egocéntricos es bien
comprensible: esta fuerza discursiva es un instrumento ideal para el individualismo
subjetivo que nos domina. En ella esta fuerza no responde a ninguna necesidad histórica
y a ninguna presión cultural contemporánea. El ejemplo de Luciano de Samosata
permite ver que la autoficción biográfica está desligada de la interioridad y es ir muy
rápido al condenarla como un fenómeno social desnudo de valor artístico propio de la
subjetividad burguesa.
Una genealogía de la autoficción, deviene posible a partir de estas ideas porque a partir de
Erasmo y de Rabelais la figura creada por este escritor inconoclasta, Luciano de Samosata,
no cesará de ocupar la literatura. El olvido producido en el siglo XIX no nos debe cegar,
durante 300 años Luciano ha sido frecuentado por Proust y por Beckett.
Todos los complejos entramados literarios donde un escritor toma un rol bajo su nombre
propio (o un derivado indiscutible) en una historia que presenta las características de la
ficción, ya sea con un contenido irreal, por una conformación convencional (novela,
comedia) o por un contrato con el lector.
El género es una categoría demasiado estrecha para encasillar a este fenómeno literario.
Malraux decía que la novela excedía la frontera de las formas y era más un dominio que un
género. Estas grandes categorías vagas o fluidas según nuestra necesidad de orden orientan
la percepción y la apreciación de la literatura, en los lectores como en los escritores y los
editores. Pensemos que estos dominios son archigéneros (novela, nouvelle, autobiografía)
del prefijo griego Arké que marca la superioridad, su rango elevado en la arquitectura de las
categorías que organizan el horizonte de lectura. (Ver Genette: El archigénero)
No hay una forma de autoficción sino muchas como existen numerosos mecanismos
para convertir una persona histórica en personaje ficticio. El solo rasgo que dibuja la
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Con Luciano se descubre que las posturas diferentes de fabulación, y la existencia de dos
líneas de autoficción deriven más o menos de su obra, la fantástica y la especular. Pero hay
una autoficción ligada a la tercera persona, biográfica, que no se encuentra en este
escritor.
Colonna declara haber sido ecléctico en sus medios pero que el lector formalista reconocerá
los criterios de su tipología donde se cruzan dos dimensiones decisivas de la obra literaria:
• el estatuto del personaje, doble ficcional del autor (según su rol principal o
secundario),
• el estatuto modal del texto (según lo que la obra dé a leer como verosimil o
francamente irreal)
Por último señala que la teoria no es predictiva y participa del devenir de la literatura.
Una forma literaria se caracteriza por el efecto que provoca en el lector más que por
los elementos que la organizan. Los formalista dijeron en 1920 que la función es más
importante que la forma, siempre mercenaria. Y las funciones decisivas de determina en
el interior de una obra concreta (función constructiva), en el interior de un sistema
letrado de una época (función literaria), y en el funcionamiento discursivo de una
sociedad (función verbal). Las funciones o los efectos no son lógicas posibles no
preexisten a la literatura pero nacen y se agitan en obras singulares. Por lo tanto los
tipos de autoficción producidos por la historia literaria no son de fórmulas algebraicas
que preexisten, son resultantes. Resultantes encontradas en vista de la producción de un
fin, de una cierta emoción artística. Para un escritor la búsqueda de fines es primero, los
medios son intercambiables.
Autoficción especular
En esté capítulo Colonna apela a la analogía con la pintura. Los ejemplos son variados, se
adjuntan dos imágenes: la del Atellier de un pintor de Courbet (ver al final) y la del
Autorretrato de Johanes Gumpp (ver al final). La primera se refiere al modelo que se define
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Definición:
Reposando sobre un reflejo de autor o del libro dentro del libro, esta orientación de la
fabulación de sí o ficción del yo, no puede concebirse sin pensar en la metáfora del espejo.
El ‘realismo’ del texto, su verosimilitud, se vuelve en él un elemento secundario, y el autor
no se encuentra en el centro del libro, incluso puede no ser más que una silueta, lo
importante es que viene a ocupar un ángulo de su obra, que refleja, entonces su presencia
como lo haría en un espejo. Hasta el tiempo de los ordenadores, el espejo fue una imagen
de la escritura en el trabajo, de su maquinación y de sus emociones, también de su vértigo:
el término especular parece pues indicado para designar esta postura reflejante.
Son tres las formas en que se puede dar la autoficción especular: a través de la ficción de sí
miniaturizada, la metalepsis y la puesta en abismo. Para ejemplificar el primer caso,
Colonna se propone remitir al comienzo de Las aventuras de Tom Sawyer de M. Twain en
que una primera persona apenas bocetada pone en cuestión la verosimilitud de la historia
que se va a presentar, evalúa las pequeñas exageraciones, en tono irónico insistente. Esta
forma de la autoficción obliga a Colonna a preguntarse por la posibilidad de definirla como
género: afirma que no se trata de analizar las condiciones de un género homogéneo sino de
abrir el camino al “interior de una nebulosa (como en otros casos, siguiendo la discusión
sobre el elemento ‘fussées’ retoma un componente léxico tomado de la astronomía)”. Otro
ejemplo que ilustra esta miniatura es la recurrencia de ‘Will’ en los sonetos de Shakespeare.
espectacular, más amplia también, porque el efecto de espejo tiene una incidencia
retrospectiva sobre la obra entera. Es el ejemplo de En busca del tiempo perdido de M.
Proust, en que el narrador omnipresente no es nombrado jamás. Su mención es
cuidadosamente esquivada o disimulada. En la lectura, el anonimato del héroe-narrador
parece una parte fundamental, una elección estética cuidadosamente premeditada para
invitar al lector a hundirse en ese “yo” rememorativo y darle una cualidad universal.”
Este procedimiento pone en cuestión la relación entre lo real y lo ficticio, entre lo verdadero
y lo presentado, es decir la idea de límite o frontera entre sujeto/objeto:
Colonna completa su análisis con una suerte de definición y la relación de esta forma con la
obra de Luciano, para extenderlo como recurso fundamental de toda literatura: “La poética
moderna ha designado con el término ‘metalepsis’ (G.Genette) esta transgresión de la
frontera ontológica entre el mundo real y el mundo narrado, la actividad histórica de narrar
y el producto ficticio de esta actividad. En el Pecador, Luciano procedió con una ruptura de
este orden cuando obligó a seguirlo a los filósofos increpados en otro diálogo satírico
(Filósofos en la almoneda, cuya lectura e interpretación vuelve un juego de la historia). El
olvido de Luciano colabora, nos hace volver con Borges a la figura del Quijote, pero la
inspiración de este procedimiento parece tan vieja como la escritura: en la inscripción
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acróstica del nombre del autor en los escritos mesopotámicos o egipcios, que heredaron esta
seudocriptografía a la literatura griega y latina.”
Puede ser el medio de una delegación de autoridad, una técnica de imposición del sentido:
es evidente en la literatura de tesis y el diálogo didáctico. El recurso textual sostenido es el
de la homonimia, ya sea total o parcial, y algunas formas de cifrada.
La metalepsis y su figura hermana, la puesta en abismo, poemas en el poema así como los
multiplica Dante en la Comedia, teatro en el teatro como en Shakespeare, novela en la
novela como el Les Faux-Monnayeurs, estas dos figuras han tentado a los escritores a llevar
sus efectos extraños y contradictorios hasta la fascinación, a través de la duplicación, la
naturalización, las variables de autolegitimación, de circularidad, de torsión y de aporía.
Cierra con una evaluación amplia relacionada con la originalidad de la propuesta especular:
“Dije que la autoficción tenía siempre algo de especular: una vez puesto en circulación el
nombre, en las páginas de un libro en que está ya su firma, el escritor provoca un fenómeno
de redoblamiento, un reflejo del libro sobre sí o una muestra del acto creativo que lo hizo
nacer. (…) Es otra diferencia entre las dos figuras, una puesta en abismo no menta
necesariamente la fabulación de sí. (…) La ficción literaria se muestra entonces no como el
lugar de una ilusión (un viejo reproche) sino como un laboratorio en que sus mecanismos
son desmontados y presentados al examen del lector. (…) Desde los virajes de Luciano, de
Sterne, de Diderot, las superposiciones del romanticismo alemán, de la nueva novela
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El tramo final también repone una suerte de diálogo con su lector sobre la originalidad en la
producción literaria actual: “Invito a leer otra vez, a preguntarse quién escribe y quién
cuenta, a visitar las bases de tu espectáculo. Ordinariamente, hay un texto y sus márgenes,
una escena y su escenografía, como en el teatro, y no se toca esta división antigua (…). En
la literatura fácil, no se tocan los márgenes: el riesgo de fuga lectural. En la tradición
biblioclasta, al contrario, se anotan los márgenes de historias, una página ennegrecida es
cuestión de muerte, un croquis reemplaza una descripción inútil, el guión y la comilla
tienen atribuidas funciones diferentes, para permitir otras alternativas de lectura. El libro se
vuelve un objeto de arte por sí, y los fundamentos de la representación son sacudidos.
Como en Rabelais, Sterne, Poe, Hoffmann, Mallarmé, Aragon, Perec. Entre los vivos Butor
y Recardoy son conocidos por haber perseguido esta alternativa de manera teórica: Denis
Roche (en su única novela Louve basse, 1976) o Mark Z, Danielewski (en su novoela
gótica La casa de las hojas, 2000) la practican de manera encarnada y finalmente más
convincente. Ninguno de estos escritores han escrito autoficciones (…) Es suficiente
releerlos para encontrar mil ideas para fabular la posición de autor. Hoy a pesar de las
virtualidades vueltas posibles por el hipertexto y la nuevas tecnologías de imprenta, aparte
de algunas pequeñas audacias de autor –dedicatorias y agradecimientos- el libro es más
tímido, ordenado, lineal, rutinario, apurado. A volverse audaz, plástico, inquietante…”
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Gumpp, Autorretrato
La autoficción fantástica
El escritor se encuentra en el centro del texto como en la autobiografía, es el héroe, pero
transfigura su existencia y su identidad, en una historia irreal, indiferente a la verosimilitud
realista. En doble proyección deviene un personaje fuera de norma, un puro héroe de
ficción, que no producirá en nadie la idea de que de allí se extrae la imagen del autor. No se
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trata de narrar y editar la existencia del autor sino del inventarla. La separación entre la vida
y la escritura se vuelve irreductible, la confusión imposible, la ficción del yo, total.
La aproximación con la pintura es aclaradora, existe en el Renacimiento un tipo de retrato
denominado In figura, en el cual la figura del pintor se desliza dentro del cuadro travestido
en figura religiosa o histórica. La impostura se descubre porque esa figura se destaca
dentro del cuadro ya que su mirada se sale del espacio pictórico y se orienta hacia el
observador a quien parece mirar. Durero se pintó así bajo la figura del Salvador en Cristo
de los ultrajes de 1493. Masacio también se ha presentado en sus pinturas como personaje
secundario.
Los modernos explotan el procedimiento a través de una transfiguración en la figura de
Cristo, y los ejemplos abundan en Gaugin, Ensor, Dali, Lichtenstein, etc. Esta es una
estrategia que abunda en la pintura, se lleva a cabo una representación de sí mismo en un
mundo mítico o legendario. La diferencia entre autoficción fantástica y fabulación
biográfica es la misma que hay entre un autorretrato y una representación in figura.
Curiosamente en la historia de la fotografía, uno de los primeros testimonios que se
conservan es, al mismo tiempo, una autoficción. En una foto, Hippolytte Bayard hace una
puesta en escena de sí mismo usando la técnica renacentista denominada in figura. Su
famoso “Autoportrait en Noyé” (1840) lo muestra casi desnudo, rodeado de un drapeado, y
con su cuerpo blanco apoyado sobre el respaldo de una silla. El rostro está como
adormecido y un sombrero de ala ancha se ubica a la izquierda. Vincent Colonna (2004:76-
7) poner el acento en la forma híbrida de representación de sí mismo que usó el fotógrafo,
al no elegir un autorretrato más realista, ni elaborar una ficción que se disociara en mayor
medida de su identidad. La categoría que encuentra para designar el uso de este
procedimiento ambiguo de representación es la de autoficción.
En la autofabulación fantástica o autoficción fantástica el efecto que se obtiene es una
exploración casi chamánica de lo inhumano totalmente extranjera a la tradición
autobiográfica ya que el lector, lejos de creer que quien narra es el mismo que protagoniza
la narración, experimenta un devenir ficcional, un estado de desubjetivación, de
despersonalización, y la expansión del nomadismo del yo. El hombre ya no es un artista
sino una obra de arte, se funde en la escritura.
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Este procedimiento de reificación artística por el cual el escritor no es solo una persona
sino un objeto estético es visible en los diarios de Gombrowicz, ya que allí el autor se
interroga sobre este tema. La figura del autor se transfigura en un ser fabuloso. Se opera el
procedimiento de condensación que borra todo resto de mundo real, y la figura del escritor
se vuelve lábil, polimorfa y se produce un juego de identidades.
Sin embargo el efecto de este tipo de ficciones es paradojal, ya que resulta una versión
contradictoria de la función autor: por un lado la oculta, la traviste; por el otro, magnifica,
convierte en dorada la leyenda del autor, reforzándola. Por otro lado al mismo tiempo que
el sujeto desaparece se produce un modo imperialista de que el yo brille por todas partes.
Autoficción biográfica
Definición:
El escritor es siempre el héroe de su historia, el pivote en torno al cual la materia narrativa
se organiza, pero a pesar de que el fabula su existencia a partir de hechos reales, queda la
idea de un verosimil ficcional. Es un mentir verdadero, de una versión. Esta es la versión
más extendida y más controversial de la autoficción.
Muchos críticos confunden esta forma con la autobiografía, o con el testimonio pero gracias
al mencanismo del mentir verdadero el autor modela su imagen literaria con una libertad
que el tipo de literatura íntima del yo, ligada a la postura de sinceridad sostenida por
Rousseau, no permite. De este modo la noción proteica de autoficción en su acepción más
corriente y vaga marca una evolución significativa de la escritura del yo, por la cual el
desarrollo autobiográfico deviene de ahora en adelante una operación de geometría
variable, cuya exactitud y precisión no son más virtudes teologales. Con la opción
autobiográfica pura que subsiste, el autor puede además redactar su vida, o un espisodio de
ella, ficcionalizando más o menos sin que el grado de ficción sea un problema importante
como sucede en La vita nova de Dante. Más adelante, después del Romanticismo, el
principio de subjetividad absoluta se generaliza tanto en la escritura como en la recepción
de textos novelescos: es la paradoja de Jean Coteau en Opera (1976) donde se dice: “Yo
soy un mentiroso que dice siempre la verdad”, o la fórmula de Denis Roche en Louvre
basse de la misma fecha “No busque más se trata de mi. De la ficción.” -ak resoecti duce
C. Isherwood en Christophe et le monde (1976), “Todo lo que uno inventa sobre sí es parte
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