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2.3 Corporación 2.3.1 Definición de Término
2.3 Corporación 2.3.1 Definición de Término
3 Corporación
Para seguir con parte del análisis de la evolución de las organizaciones económicas
dentro de nuestra sociedad contemporánea es importante primero conocer y definir
lo que significa finalmente una corporación ya que esta misma es la tercera parte
de la “cadena evolutiva” que han tenido las organizaciones económicas a lo largo
de la historia, tocando también en esta parte conceptos claves que están ligados a
las corporaciones como la misma sociología de las organizaciones y la
globalización.
Una vez definido el concepto de corporación debemos detallar como es que está
clase de organización económica es conocida en realidad, conocemos entonces
con el nombre de corporación al “cuerpo” que conforman el conjunto de personas
que se reúnen integrando una sola personalidad jurídica, con un fin que en general
responde a un interés público o general, diferenciándose así en sentido estricto de
otras asociaciones. El reconocimiento de las personas jurídicas se remonta al
antiguo Derecho Romano, que no efectuó una clasificación de las mismas. Savigny
consideró a las corporaciones como personas jurídicas de existencia artificial, a
diferencia de las que poseen existencia natural, como ocurre con el Estado o los
municipios. En la Antigua Roma para que existiera una corporación se requería que
en sus inicios estuviera integrada al menos por tres personas, para poder resolver
por mayoría de votos. Además se necesitaba contar con un fin lícito, un patrimonio
propio diferenciado de sus integrantes, un estatuto que las rigiera, un representante,
y autorización estatal para funcionar, esto último a partir del emperador Augusto. A
diferencia de las corporaciones, las fundaciones no son conjuntos de personas que
cumplen un fin con un patrimonio, sino que son patrimonios con un fin específico.
Actualmente muchas veces se habla de corporaciones sin distinguirlas de otras
entidades con o sin fines de lucro.
2.3.2 Significado epistemológico.
En Europa medieval, se incorporaron las iglesias y los gobiernos, tales como el del
Papa y el de la ciudad de Londres. El objetivo de esto era que las corporaciones
duraran más tiempo que cualquiera de sus miembros, existiendo en perpetuidad. La
corporación comercial más antigua en el mundo hasta hoy conocida es la
comunidad minera en Falun, Sweden Stora Kopparberg. Algunas naciones han
autorizado a las corporaciones a conducir empresas coloniales, como la Compañía
Holandesa de las Indias Orientales o la compañía de la Bahía de Hudson,
corporaciones que han jugado papeles importantes en la historia del corporativismo
colonial.
- Personería jurídica
- Responsabilidad limitada
- Acciones transferibles
- Gestión centralizada bajo una estructura directiva.
2.2.5 La globalización.
Para entrar a tallar sobre las grandes corporaciones tenemos que hablar
obligatoriamente de este inmenso fenómeno que ha revolucionado a la sociedad tal
cual la conocíamos con anterioridad, entonces podríamos decir que, la globalización
es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a escala planetaria que
consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países
del mundo uniendo sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de
transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global.
La globalización es a menudo identificada como un proceso dinámico producido
principalmente por las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático o
la democracia liberal, y que han abierto sus puertas a la revolución informática,
llegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura
política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones
internacionales.
Los efectos de este proceso son: la presencia de esas empresas en otros mercados,
sus consecuencias tributarias y la repercusión de este aspecto en sí, en la
Administración Pública de esos países. Los gobiernos se han visto obligados a
aplicar reglas fiscales que graven a las empresas multinacionales, creando
problemas complejos tanto para los gobiernos como para las empresas, dado que
las reglas sobre las operaciones comerciales deben ser aplicadas bajo un enfoque
internacional.
Byrne (1999) indica que la apertura de las economías en los países de América
Latina, las hizo susceptibles de los riesgos en el ámbito de la tributación
internacional al considerar que éstas operaciones realizadas en un contexto
nacional no representan mayor problema, ya que los precios determinados por una
empresa que lo considere gasto, para la otra empresa representarán un ingreso, no
afectando la recaudación global.
En los últimos cien años, mientras ha ido avanzando el capitalismo global y los
Estados-nación han venido cediendo parte de su soberanía en cuanto a las
decisiones socioeconómicas, las grandes corporaciones han logrado ir
consolidando y ampliando su creciente dominio sobre la vida en el planeta.
Y es que aunque, en realidad, los antecedentes de lo que hoy son las grandes
corporaciones pueden situarse varios siglos atrás –se habla de la existencia de
empresas de este tipo ya a finales de la Edad Media, con los ejemplos de la Banca
de los Médici o la Compañía de Indias–, no es hasta finales del siglo XIX y principios
del XX, cuando compañías estadounidenses como General Electric, United Fruit,
Ford y Kodak comienzan a extender sus negocios fuera de su país de origen, en
que las grandes corporaciones empiezan a adquirir un papel de extraordinaria
relevancia en el concierto internacional. Y eso se potencia, especialmente, en las
tres últimas décadas del siglo pasado y en lo que va de este, ya que el avance de
los procesos de globalización económica y la expansión a escala planetaria global
de las políticas neoliberales han servido para construir un entramado político,
económico, jurídico y cultural, a nivel global, del que las empresas transnacionales
han resultado ser las principales beneficiarias.
Es evidente el poder que, en términos económicos, tienen las corporaciones
transnacionales. Basta comprobar, por ejemplo, cómo la mayor empresa del mundo,
Wal-Mart, maneja un volumen anual de ventas que supera la suma del Producto
Interior Bruto de Colombia y Ecuador, mientras la petrolera Shell tiene unos ingresos
superiores al PIB de los Emiratos Árabes Unidos. Asimismo, las corporaciones
globales disponen de un innegable poder político: son moneda de uso corriente las
estrechas relaciones entre gobernantes y empresarios, no hay más que ver cómo,
por citar solo algunos casos, los expresidentes González, Aznar, Blair y Schröder
han entrado en el directorio de corporaciones como Gas Natural Fenosa, Endesa,
JP Morgan Chase y Gazprom, respectivamente; de la misma manera que, en
sentido contrario, Mario Draghi y Mario Monti pasaron de Goldman Sachs a las
presidencias del Banco Central Europeo y del gobierno italiano.
Igualmente, las corporaciones globales poseen una extraordinaria influencia sobre
la sociedad tanto en el terreno cultural –las grandes compañías emplean la
publicidad y las técnicas de marketing para consolidar su gran poder de
comunicación y persuasión en la sociedad de consumo– como en el plano jurídico:
los contratos y las inversiones de las multinacionales se protegen mediante una
tupida red de convenios, tratados y acuerdos que conforman un nuevo Derecho
Corporativo Global, la llamada lex mercatoria, con el que las grandes corporaciones
ven cómo se protegen sus derechos a la vez que no existen contrapesos suficientes
ni mecanismos reales para el control de sus impactos sociales, laborales, culturales
y ambientales.
Todo este poder que han acumulado las grandes coporaciones se ha venido
acrecentando, de forma acelerada, desde los años setenta hasta hoy. Esto es,
desde que con la aplicación de las medidas económicas promovidas por Milton
Friedman y la Escuela de Chicago, el neoliberalismo fue imponiendo su ideología
por todo el globo aprovechando los golpes militares, las guerras, las catástrofes
naturales y las sucesivas crisis económicas para introducir drásticas reformas sin
apenas oposición popular en el marco de “la doctrina del shock”. En los últimos
cuatro años, desde que estalló el crash financiero global, y siguiendo la máxima de
“privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”, las instituciones que nos
gobiernan están aplicando en Europa las mismas políticas que se llevaron a cabo
en los países periféricos en las décadas de los 80 y 90: reformas laborales que
recortan derechos laborales básicos, modificación del sistema de jubilaciones para
favorecer los planes de pensiones privados, aumento de los impuestos indirectos y
de la fiscalidad sobre las rentas del trabajo, reducción de la tributación de empresas
y grandes fortunas, mercantilización de los servicios públicos que todavía quedan
por privatizar, eliminación de la inversión pública en educación, sanidad,
cooperación, dependencia, etcétera.
De este modo, mientras se inyectan presupuestos públicos millonarios a las mismas
empresas que durante todos estos años se han beneficiado de la falta de regulación
del sistema económico y financiero, la crisis es la excusa para avanzar con más
fuerza en el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la privatización de los
bienes comunes y la apertura de puertas al capital transnacional para que pueda
controlar más y más cuestiones que tienen que ver con los derechos fundamentales
de la ciudadanía.
Las corporaciones globales controlan los sectores estratégicos de la economía
mundial: la energía, las finanzas, las telecomunicaciones, la salud, la agricultura, las
infraestructuras, el agua, los medios de comunicación, las industrias del armamento
y de la alimentación. Y la crisis capitalista no ha hecho sino reforzar el papel
económico y la capacidad de influencia política de las grandes corporaciones, que
tan pronto hacen negocio con los recursos naturales, los servicios públicos y la
especulación inmobiliaria, como con los mercados de futuros de energía y
alimentos, las patentes sobre la vida o el acaparamiento de tierras. Asistimos a una
crisis sistémica que no es solo económica, sino también ecológica, social y de
cuidados, que está produciendo estragos en las condiciones de vida de la mayoría
de la población mundial.
En este complejo contexto, resulta imprescindible continuar con la investigación, el
análisis, la denuncia y la movilización en contra de los abusos que cometen las
empresas transnacionales en su expansión por todo el globo. Porque, lejos de
debilitarse con la actual crisis económica y financiera, el hecho es que las grandes
corporaciones continúan fortaleciendo su poder e influencia en nuestras sociedades
gracias a sus renovadas estrategias corporativas y a la constante aplicación de
nuevos modelos de negocio. Por eso, a la vez que se profundizan las desigualdades
y las mayorías sociales ven cómo sus derechos quedan relegados frente a la
protección de los intereses comerciales y los contratos de las compañías
multinacionales, se hace más necesario que nunca fortalecer las luchas y
resistencias en contra de las empresas transnacionales. A la vez, ha de avanzarse
en la reflexión y la construcción de alternativas socioeconómicas que nos permitan
mirar más allá del capitalismo, abriendo ventanas hacia esos otros modelos
posibles, otras realidades que no pasen por situar a las grandes corporaciones en
el centro de la actividad de la sociedad sino que, justamente al contrario, las
desplacen a un lado para colocar en su lugar a las personas y a los procesos que
hacen posible la vida en nuestro planeta.
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