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Espiritualidad Litúrgica PDF
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PERE FARNÉS
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4. De Santa Teresa del Niño Jesús, por ejemplo, que pertenece a este período
del primer resurgir litúrgico, sabemos que, cuando niña se preparaba con su familia
a la celebración del domingo con la lectura de l'Année liturgique de Guéranger (Cf.
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PIAT, Histoire d'un famille, Lisieux 1896, pág. 249). También San Pío X desde el
comienzo de su pontificado ve en la liturgia la fuente de la piedad cristiana según
la célebre expresión que, de su Motu Propio Tra le sollicitudini, pasa luego y se
repite en multitud de documentos magisteriales posteriores: «La participación activa
en los santos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia es el primero
e insistituible manantial del verdadero espíritu cristiano».
5. Este es un punto que nos parece debe subrayarse sobre todo porque poste-
riormente parece haberse olvidado un tanto y la liturgia corre el riesgo de olvidar
su matiz más fundamental y verse casi únicamente bajo otros aspectos menos con-
naturales a su propia naturaleza, como pueden ser, por ejemplo, los estudios histó-
ricos, la reflexión sobre el contenido teológico de sus formularios y ritos (como
lugar teológico,) su relación con la arqueología y el arte cristianos, su instrumentali-
dad pastoral (pastoral litúrgica), su contribución a la formación cristiana, etc.
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6. Friburgo 1871-1890.
7. Lovaina, 1914. J. Urdeix acaba de publicar por vez primera la versi6n caste-
llana de este interesante escrito: L. BEAUDUIN, La piedad de la Iglesia, Cuadernos
Phase, Barcelona, Centro de Pastoral litúrgica, 1996.
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-sobre todo entre los más «piadosos» y mejor formados- por se-
guir las directrices y enseñanzas «espirituales», cada vez más abun-
dantes, de los primeros «padres» del movimiento litúrgico y las
orientaciones que en esta ámbito de espiritualidad pronto empeza-
ron a emanar del Magisterio invitando a los fieles a participar en las
celebraciones -o por lo menos a «seguirlas» 8 espiritualmente por
medio de los «Misales de los fieles» que empezaron a editarse y en
los que junto al texto latino que usaba el sacerdote figuraba la ver-
sión en lengua popular que facilitaba a los fieles el seguimiento de
la liturgia. La rápida divulgación de estos misales en las diversas len-
guas hizo más común e intenso entre los fieles el deseo de conocer
y incorporarse a la «piedad de la Iglesia»; así el movimiento litúrgico
en su vertiente de espiritualidad se fue afianzando y ganando círcu-
los cada vez más amplios.
8. Los primeros pasos del movimiento litúrgico centraron sus esfuerzos y tuvie-
ron como ideal que los fieles, a través sobre todo de los pequeños misales bilingües,
siguieran lo que el sacerdote realizaba en la liturgia; más adelante se comprendió
que seguir la misa era insuficiente y que el ideal a perseguir era que la asamblea
participara en la celebración realizando sus acciones propias, sin limitarse a seguir
simplemente lo que realizaba el ministro.
9. Fue especialmente célebre su obrita La liturgie catholique. Essai de sinthese sui-
vi de quelques développements, Ed. Maredsous, 1913.
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cer y echar raíces cada vez más profundas, sobre todo en algunos
seminarios y comunidades religiosas centroeuropeas. Leer hoy algu-
nas revistas de aquel tiempo puede abrir horizontes quizá insospe-
chados y resultar especialmente clarificante para comprender incluso
-no para aprobar- algunas de las reacciones actuales en el abando-
no de todo acto piadoso que no sea la celebración litúrgica. Estas
exageraciones, a nuestro juicio, son aún en el fondo respuesta in-
consciente de aquellas remotas luchas en pro de uno de los bandos
-el de la liturgia- que salió vencedor, y el de la «devoción» -que
ha quedado prácticamente olvidado o por lo menos relegado 10_.
El magisterio, sobre todo de Pío XII y del Vaticano I1, afirmó que
la liturgia era la parte o aspecto principal de la piedad de los fieles,
pero no ciertamente la única; pero, como pasa con frecuencia, el
unilateranismo gano a no pocos y con ello la relación entre piedad
personal y liturgia quedo altamente dañada.
10. El interés, hoy renovado, por la religiosidad popular ¿no será una nueva ma-
nifestación de la misma realidad? ¿No es un intento de la devoción, vencida por la
liturgia en la época postconciliar, que vuelve a la lucha e intenta recuperar el cam-
po perdido? Es necesario lograr, de una vez para siempre, el equilibrio entre las
dos facetas de la espiritualidad cristiana, sin confusiones entre ambas y sin olvidos
de ninguna de ellas.
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11. Hasta las mismas vísperas del Vaticano Il el año cristiano, por ejemplo, tal co-
mo lo vivían en realidad la mayoría de fieles (incluidos los seminarios, casas religiosas
y clero) consistía casi exclusivamente en una serie de prácticas de devoción distribui-
das a través de los meses: «Novena de la Inmaculada», «Devoción de las 40 avemarías»
y «Novena de Navidad» (diciembre); «Siete Domingos» y «Mes de San José» (febrero-
marzo); <Nia-Crucis» (domingos o viernes de Cuaresma); «Visitas al Monumento»
Gueves y viernes santos); «Mes de María.> y «Novena al Espíritu Santo» (mayo), «Mes
del Sagrado Corazón» (junio); «Mes del rosario» (octubre); «Novenario» y «Mes de
las ánimas» (noviembre). A este año cristiano se añadían otras devociones, o bien
periódicas como los «Primeros viernes de mes», la «Salutación sabatina», o bien dia-
rias, como la visita al Santísimo o el examen de conciencia. Algunas de estas devo-
ciones eran extraordinariamente populares; las parroquias, por ejemplo, al llegar los
siete domingos de san José, debían atender a un número realmente extraordinario
de confesiones y comuniones que no se daban, ni mucho menos, ni los domingos
ni, por supuesto, en el tiempo pascual, que pasaba casi desapercibido.
12. Esta es la visión que tiene ya en el s. XIII Santo Tomás de Aquino (Cf. S.
Th. 2, 2, q. 83, a. 12).
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15. Pero no reducida únicamente a ella (Cf. Sacro Conc., núm. 12).
16. Como simples ejemplos de la larga lista de intervenciones del Magisterio en
este sentido podríamos recordar: (Pío XII, Mediator Dei, especialmente partes I y
IV (Cf. edic. GUERRERO, El magisterio pontificio contemporáneo, vol. 1, núms. 45
y 216-218; Vaticano 11, Sacrosanctum Concilium, núms. 12-13; JUAN PABLO 11, Vi·
cesimus Quintus Annus, núm. 18). Y como prueba de que esta enseñanza cuesta ser
recibida puede aducirse la facilidad con que se introducen preces espontáneas (ora-
ción privada) en las celebraciones litúrgicas (especialmente en la Oración universal).
17. Más que de mera disciplina debería hablarse de sacramentalidad teológica (Cf.
Sínodo 1985, Relatio finalis, B, 2 (PARDO, Enchiridion, núm. 304).
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18. El fenómeno es tan nuevo como frecuente. Nuevo porque, a pesar de lo que
imaginen algunos en torno a la espontaneidad de las antiguas liturgias, de hecho
en ninguna época las plegarias eclesiales han sido creadas por cada celebrante o gru-
po celebrante (los estudiosos descubren y conocen cada día mejor los formularios
-o los vestigios de formularios por lo menos- usados por las antiguas comunida-
des). Frecuente porque improvisaciones, jaculatorias y oraciones espontáneas e indi-
viduales hoy se escuchan entre los salmos del oficio, en la intercesión universal, en
las paráfrasis incluso en la Plegaria eucarística de no pocos celebrantes. Todo ello
viene a significar que se confunde la plegaria personal con la voz de la Iglesia.
19. Santo Tomás de Aquino sitúa el culto - la liturgia- como parte de la virtud
cardinal de la justicia (2 a 2ae, qq. 80-83). Pío XII en Mediator Dei sigue aún esta
ubicación; Sacro Conc., en cambio, bajo este aspecto es radicalmente innovadora:
sitúa la liturgia no como parte de la justicia sino como actualización de la «historia
salutis».
20. Cf. v. gr. S. Theol. 2, 2, q. 83, a 12.
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21. Uno de los hechos que más evidencian el modo deficiente de cómo se com-
prendió -y se continúa comprendiendo las más de las veces- la participación acti-
va de los fieles es la frecuencia con que se confunde o reduce la participación activa
en la liturgia con el ejercicio de los ministerios. O el hecho de centrar la participa-
ción en solos los actos externos -olvidando la participación activa interior- a pe-
sar de las claras y explícitas afirmaciones del Vaticano II al respecto (Cf. v. gr. Sacro
Conc., núms. 2 y 48).
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24. Las plegarias que éstos organizan, por mucho que crean lo contrario, de he-
cho son oraciones personales e individualistas; pero como, en aras a la modernidad,
no admiten otra plegaria que no sea la comunitaria, introducen su oración indivi·
dual -bastaría analizar el vocabulario que emplean- en lo que piensan ser oración
de la Iglesia.
25. Cf. S. CIPRIANO, De cath. Eccl. unitate, 7, CSEL 3, 1, págs. 215-16; EP. 66,
8, 3, CSEL 2, 2, págs. 732-33.
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26. Al hablar de liturgia en nuestra época casi nunca se hace referencia a las rú-
bricas o ceremonias externas, como era habitual antes del Vaticano 11; hoy se habla
más bien de pastoral litúrgica. Pero el antiguo referirse a las rúbricas no está quizá
tan distante del actual lenguaje de pastoral litúrgica como pudiera parecer. La reali-
dad es que en ambos casos (rúbricas y participaci6n externa) en el fondo se conti-
núa pensando en estructuras o maneras externas, y bastante menos en la comuni6n
de quienes participan con la realidad del misterio que se celebra, realidad no exclu-
sivamente pero sí preferentemente interna o espiritual (Sacr. Conc., núm. 2). La
misma expresi6n pastoral litúrgica no es quizá excesivamente feliz. La pastoral litúr-
gica, por lo menos en su significado más obvio, pertenece propiamente a los pasto·
res, (a lo sumo a aqpellos fieles que les ayudan en su pastoreo), no a los fieles o
asamblea en general. La pastoral litúrgica en efecto es aquella parte de la misi6n de
los pastores que les enseña a organizar y a presidir las celebraciones de tal manera
que a la asamblea le sea más fácil participar. Bajo este aspecto las rúbricas son tam-
bién parte de la pastoral litúrgica en cuanto enseñan a los pastores a presidir de ma-
nera eclesialmente expresiva para la asamblea. A los fieles propiamente no les inte-
resa la pastoral litúrgica sino la participación lo más plena posible, espiritual sobre
todo, en la liturgia para lo que se requiere que los pastores actúen expresivamente;
es como al enfermo a quien no le interesa la medicina sino la salud que seguirá
si el médico conoce bien la medicina.
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Hemos visto más arriba los difíciles avatares por los que discu-
rrió la recuperación de la liturgia como fuente de espiritualidad y có-
mo la «re-situación» de la liturgia en el ámbito de la piedad no fue una
simple veleidad de algunos, ni tan solo una de las posibles maneras de
«devoción» o espiritualidad. Pero con ello no todo queda ya clarificado.
Porque si es verdad que la liturgia consta de elementos humanos y
divinos, visibles e invisibles 37, también lo es que lo humano y visi-
ble es más asequible que lo divino e invisible. Por ello se corre el ries-
go de reducirlo todo a los elementos externos 38. El Vaticano Il, co-
mo previendo el riesgo, advirtió ya de manera tajante que en la litur-
gia «lo humano debe ordenarse y subordinarse a lo divino, lo visible a
lo invisible» 39. Los ritos, los textos, el canto y las actitudes comunes
de los fieles, la disposición del lugar, el ejercicio de los diversos minis-
terios y tantas y tantas otras cosas se han renovado ciertamente; pero
no puede olvidarse que todo ello son solo elementos visibles. Es ne-
cesario preguntarse también por el progreso de los elementos invisi-
bles, es decir, por la participación activa espiritual 40 •
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43. «La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo en la que los signos sensi-
bles ... realizan la santificación del hombre» (Sacr. Cone., núm. 7).
44. Es lo mismo que acontece en el plano teológico: al subrayar la importancia
de las actitudes personales en la recepción de los sacramentos -lo que los teólogos
llaman opus operantis- a veces queda en la penumbra la acción de Cristo a través
de los gestos sacramentales -el ex opere operato de los teólogos- que es sin duda
el aspecto primordial (su necesidad forma parte incluso de la fe católica, definida
dogmáticamente en Trento) Cf. Conc. Trid., Sess. VII, c. 8; D. 851).
45. Sacro Conc., núm. 26.
46. Id.
47. Es bajo este aspecto que el obispo o presbítero que preside una celebración
en nombre y representación de Cristo se llama con razón celebrante; aunque toda
la asamblea sea celebrante, es decir, sujeto de la celebración, el que preside, como
imagen que es de Cristo, es celebrante en un sentido singular.
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No conozco a nadie que pueda decir con verdad: «porque soy santo», a
no ser aquel único que se halla sin pecado en este mundo, aquel que per-
dona los pecados sin haber cometido él pecado alguno. En el salmo reco'
nocemos, pues, la voz de Cristo en aquella condición de siervo que había
asumido, en la que dice «Protege mi alma, porque soy santo». En su con-
dición humana tiene el Señor carne y alma, no sólo había carne y Verbo,
como dijeron algunos, sino carne, alma y Verbo; y este todo era un solo
Hijo de Dios, un solo Cristo, un solo Salvador: en la forma de Dios
igual al Padre; y en la forma de ·siervo, Cabeza de la Iglesia. Luego cuan-
do oigo: «porque soy santo», escucho su plegaria, ¿y apartaré de esta ora-
ción mi propia plegaria? Cuando ora así, ciertamente habla unido a su
Cuerpo. Por ello me atreveré a decir: «porque soy santo» (Enarrat. in
psalmos, 81, 2).
Dios no pudo hacer a los hombres un don mayor que el de darles por
cabeza al que es su Verbo, por quien creó todas las cosas, uniéndolos a
él como miembros suyos, a fin de que Cristo fuese al mismo tiempo Hi-
jo de Dios e Hijo del hombre, Dios uno con el Padre y hombre con
los hombres. Por ello cuando nos dirigimos a Dios en la oración no nos
sentimos separados del Hijo y cuando ora el Cuerpo del Hijo (entiéndase
la Iglesia) no se siente separado de su Cabeza... Así el Hijo de Dios,
nuestro Señor Jesucristo, es quien ora por nosotros y ora a través de
nuestra voz ... Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora a través de
nuestra voz como nuestra cabeza... Reconozcamos, pues, en él nuestra
voz y su voz en nos~tros. (Id)
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57. Vale la pena subrayar que la oraci6n personal se apoyaba no s6lo en los tex-
tos litúrgicos sino también en los gestos celebrativos que resultaban elocuentes para
la espiritualidad. Recuérse, por ejemplo, lo que dicen las Catequesis mistag6gicas
de Cirilo de Jerusalén sobre la actitud de las promesas y renuncias bautismales
-situaba los catecúmenos de cara a Oriente y a Occidente respectivamente-, o lo
que explica Tertuliano sobre la posici6n de las manos durante la plegaria. En épo-
cas posteriores, cuando las palabras de la liturgia ya no se comprenden, muchas ex-
plicaciones se centran en los gestos, pero éstos, desprovistos del significado que le
daban las palabras, se interpretan abusivamente de manera aleg6rica y con frecuen-
cia algo ridícula.
58. Esta es la deficiencia que ha empobrecido la espiritualidad de los fieles en
algunos períodos de la historia (Cf. Sacro Canc., núm. 21).
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Profesor de Liturgia
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