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Sociedad Teosófica
Vol. 129 - Número 9 - Junio 2008 (en Castellano)
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ALAN SENIOR
(El Sr. Alan Senior a menudo da conferencias sobre Arte, Música y Teosofía y es el Editor de Círculos, la revista de la Sociedad
Teosófica en Escocia. Este artículo aparecerá en tres partes.)
Introducción
Parsifal de Richard Wagner, desde que se puso en escena por primera vez en julio
de 1882, fue sometido a mucha crítica, incluso al ridículo, aunque el compositor lo
consideró como su concepción más refinada, semejante a El Anillo, refiriéndose a él
como un `Drama Sagrado’. Friedrich Nietzsche lo calificó como “el Cristianismo
preparado para los vagnerianos” (pero mostró su aprecio en algún otro lugar, como
veremos más adelante). H. P. Blavatsky, que nunca lo vio en escena, fue muy mordaz
en sus comentarios, llamándolo ‘infantil en extremo’. (Collected Writings de H. P.
Blavatsky –Antología de Escritos de HPB, IV, p. 328)
Hace poco, un juez de Miami apareció con un modo novedoso de castigar a los
conductores culpables de conducir con sus estéreos a todo volumen, ¡los sentencia a
asistir a la ópera una noche! El Juez Swartz nunca opta por la ópera, excepto como
castigo, en cuyo caso, dice, recomienda rigurosas dosis vagnerianas de incomodidad
retributiva, miseria, y aburrimiento como por ejemplo Parsifal. Desafortunadamente,
esa es la opinión de gran número de personas que nunca escucharon bien a Wagner,
como Mark Twain que una vez exclamó ‘Me han dicho que la música de Wagner es
mejor que lo que suena.’
Otros han tomado la mala fama racista del compositor, y consideran a Parsifal y su
tema de pureza como “un breve tratado de la pureza Arya con los Caballeros del Grial
como predecesores de las temibles tropas de Hitler”, aunque son monjes, no
soldados; y ciertamente no hay indicios de militarismo en la música (no se encuentra
en la partitura el himno del partido nazi). Además algunas feministas consideran el
personaje femenino Kundry como mitad ‘sirviente doméstico’ y mitad seductor,
lamentablemente, la idea de muchos hombres respecto a la mujer perfecta. Sin
embargo, en esta serie de artículos espero demostrar que estas críticas son todas
falsas, y que el drama musical, la mayor y más radiante composición de Wagner, nos
brinda una rica enseñanza esotérica. Se dice, y no sé cuán verdadero puede ser, que
se han escrito más libros sobre Wagner que sobre ningún otro ser humano en la
historia, con excepción de Jesucristo y Napoleón Bonaparte. Sobre esas obras
eruditas, sólo unas pocas exploran en detalle el contenido esotérico de sus dramas
musicales, y aún menos, mencionan sus planes para una escuela de entrenamiento
musical esotérico de seis años, o tratan de explicar los significados más profundo y
ocultos que se encuentran en Parsifal.
Por lo tanto, existe una extensa variedad en las diferentes versiones de la leyenda,
pero en todas ellas el Grial es un objeto místico, mágico, ya sea una fuente de oro, un
caldero (que los cuentos celtas le otorgaron abundancia sin fin), un cáliz adornado
con joyas, o una piedra sagrada. El caldero de la abundancia también se asemeja al
recipiente de los antiguos misterios eleusinos que se celebraban cerca de Atenas, y
que si alguien bebía de él, fácilmente alcanzaba Bradhna, o el lugar del esplendor (los
Cielos). Otra copa de trascendencia se asocia con el Soma védico, una bebida de
iniciación que conducía a la gnosis divina o a la iluminación. Otros creen que la tierra
misma es un tipo de Grial, que incluye sitios sagrados tales como Iona y Glastonbury
en Gran Bretaña.
Cuando el Grial se convirtió en la copa llevada por José de Arimatea para recibir la
sangre de Cristo en la Crucifixión, todo el significado cambió, en palabras de Wagner,
en ‘la consciencia del Grial’, el Yo divino o âtmâ-buddhi, purificado y redimido. Ahora
el cáliz se transformó en el símbolo más poderoso de pureza, el objetivo final de
quienes están en el sendero espiritual. Von Eschenbach introdujo a los Caballeros
Templarios como los únicos dignos de ser los guardianes del Grial, y versiones
posteriores, influidas por el Abad Cisterciense San Bernardo de Clairvaux (un
fundador de los Templarios), presentaron la Búsqueda del Grial como una exploración
de la unión mística con Dios. El conocimiento, el amor puro, y el sacrificio son los
atributos inherentes en el alma, encontrando su contraparte objetiva en la leyenda del
Grial. Por lo tanto el Grial otorga a sus guardianes fortaleza corporal y gnosis,
conocimiento interno que lleva a la dedicación, devoción, humildad, y auto-sacrificio.
El relato se convierte en nada menos que una búsqueda de instrucción para el Yo
interno, para hacernos completos, íntegros, y capaces de restablecer el equilibrio tan
necesario en el mundo fragmentado actual. El reino del Grial no es un lugar en el
tiempo o el espacio, y el Grial mismo no es un objeto terrenal sino algo espiritual
dentro de todo ser humano, la fuente de la vida. Alcanzar este Grial que siempre
cambia, es buscar profundamente en el interior y así alcanzar un sendero personal
hacia Dios.
Mientras tanto, los psicólogos y algunos poetas, a menudo piensan sobre el Rey
herido y el desolado páramo a su alrededor, como una metáfora de la carencia de
equilibrio en nuestra civilización entre lo masculino y lo femenino, un símbolo de la
carencia o indiferencia de lo Femenino Divino en la cultura occidental. La mujer es
definitivamente descripta como la portadora del Grial en las leyendas, de modo que el
restablecimiento de lo femenino en nuestro inconsciente colectivo es un objetivo
importante para todos en la civilización occidental actual. Además, ¿son nuestras
guerras y el daño medioambiental en aumento, el cambio climático, etc., similares al
páramo espiritual? ¿Podemos regenerar nuestra tierra contaminada y profanada, o
es demasiado tarde? Los políticos eminentes del mundo están haciéndose esta
misma pregunta en este momento, y la solución sólo puede lograrse con un esfuerzo
coordinado entre todas las naciones de la tierra. ¿Tenemos una voluntad colectiva de
hacerlo? Si lo logramos, podría llevar a un planeta verdaderamente unido y al
surgimiento de la consciencia en una humanidad dividida.
El drama musical
Podemos ver por el drama musical proyectado Los Vencedores, que Wagner era un
estudiante serio de Budismo como se percibe en sus cartas, las que muestran que
tenía la idea del Nirvâna en mente cuando compuso Tristán e Isolda, que también es
un drama de iniciación y de despertar a una plena auto-consciencia. Wagner incluso
preparó un final budista para El Anillo, con Brunilda alcanzando el Nirvâna, pero al
final lo cambió. A su amiga íntima y probablemente su amante en algún momento,
Mathilde Wesendonck le escribió: “Involuntariamente me he vuelto budista”, y en otra
ocasión dice:
Sólo la idea de la reencarnación concebida profundamente, pudo darme algo de consuelo ya que
esa creencia muestra cómo todo finalmente puede alcanzar la completa redención. Según esta
bella creencia budista, la pureza sin tacha de Lohengrin encuentra una explicación simple en el
hecho de que él es la continuación de Parsifal, quien tuvo que luchar por su pureza. Aún así, Elsa
en su renacimiento alcanzaría la altura de Lohengrin… Así toda la terrible tragedia de la vida es
vista como nada excepto el sentido de Separatividad en el Tiempo y en el Espacio.
Wagner conoció por primera vez el Budismo a los veinte años, mientras vivió con su
cuñado, un maestro y erudito en sánscrito. Sabemos que también estaba
familiarizado con la Francmasonería, con la que entró en encarnizado debate, y
conoció algunos rosacruces. En su biblioteca Bayreuth existen traducciones de los
Upanishads y del Mahâbhârata, ambas publicadas en su época, junto con Indische
Sagen (Stuttgart, 1854) de Adolf Holtzmann, y la monumental Introducción a l’Histoire
du Buddhisme Indien de Eugène Burnouf (Paris, 1844). Pero fue el descubrimiento
de Wagner de la filosofía de Arthur Schopenhauer en 1854, lo que cambió su vida y
su comprensión del universo, principalmente por medio del libro: The World as Will
and Representation (El Mundo como Voluntad y Representación). Schopenhauer
también argumenta en una obra menor que la compasión es la única base de la
moralidad, y le dio a Wagner una lista de libros sobre religiones orientales, uno de los
cuales, el de Burnouf, pasó a ser la base de su esquema para Los Vencedores. Pero
Wagner y Schopenhauer parecen haber tenido alguna dificultad en comprender la
diferencia entre metempsicosis (como la enseñó Pitágoras, Platón y los Brâhmines) y
palingenesia o renacimiento espiritual, la doctrina budista más sutil[1]. Pero en
Parsifal Wagner se concentra en ‘la comprensión interna por medio de la compasión’
(esencial en budismo y cristianismo) y las referencias a la pureza de Parsifal en sus
cartas muestran que él creía que se puede lograr por medio del mérito kármico a
través de incontables vidas pasadas (referidas cuando Parsifal en el Acto I habla de
sus muchos nombres, ahora olvidados).
Wagner se dio cuenta que la leyenda contiene algunas de las verdades espirituales
más profundas e insondables para el avance de la humanidad. Redujo todos los
elementos realistas a un mínimo y, según el conocimiento de que todos los mitos,
leyendas y alegorías yacen más allá del tiempo y del espacio, le hace decir al notable
caballero Gurnemanz: “Aquí, el tiempo se vuelve espacio”. En esta época mítica
algunos de los personajes son eternos y no hay necesidad de un escenario
específico. Siguiendo la tradición del Templo de los Misterios, Parsifal se divide en
tres Grados: Preparación, Purificación y Perfección, y también tiene relación con los
tres Grados Masónicos de Aprendiz, Compañero y Maestro. Desgraciadamente, un
crítico de la época lo describió como algo entre la misa y la orgía, y la ‘pesada mezcla’
de simbolismo religioso y mito siempre lo convirtió en el más difícil de interpretar entre
sus trabajos. Sin embargo pocos pueden dejar de sentirse elevados con la escena
final, con su enorme sentido de epílogo, realización y optimismo, a través del cual se
le da al mundo una nueva esperanza de redención por medio de la compasión. Y si
alguna vez la compasión y la iluminación espiritual fueron necesarias, es seguramente
ahora en nuestro mundo destrozado por la discordia.
Estoy siendo usado como el instrumento para algo más elevado que mi propio ser justifica…
Mientras estuve trabajando en esto, tuve muchas experiencias maravillosas y excitantes en ese
reino invisible. Creo que la vibrante energía universal nos une a la fuerza suprema del Universo,
de la que todos somos una parte.
¿Ha representado algún pintor en alguna oportunidad, una mirada de amor tan triste como lo hace
Wagner en los tonos finales de este Preludio? Dios nos dio la música de modo que nosotros,
primero y principalmente, seamos guiados hacia arriba por ella… Su propósito principal es conducir
nuestros pensamientos hacia arriba, de modo que nos eleve. La vida sin música es un error.
(continuará)
[1]Ver ‘Carta a Mathilde de Richard Wagner, Reencarnación y Karma’ de Derrick Everett (Monsalvat: la
página principal en Internet de Parsifal)
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