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YO

Yo estaba feliz aquel día. Bueno en realidad todos los días lo


estaba, pues esa era mi condición de ser. Pero aquel día estaba
especialmente radiante.

-¡Me había decidido! ¡Lo haría por fin!

Me advirtieron de que estaría nervioso y que sentiría muchas


emociones contradictorias.

-¿Emociones?

Tampoco sabía muy bien a que se referían, pues yo era amor


puro. Pero aun así lo llevaría a cabo. No podía creerlo. Realmente
era muy arriesgado y solo los más valientes lo habían echo. Pero
yo ese día supe que debía hacerlo. Que quería hacerlo. Y que lo
agradecería después. No sería fácil. Nunca lo es. Pero todos los
que lo hicieron, regresaron llenos de amor y mucho más plenos.
Sería una nueva experiencia que yo necesitaba vivir. Llevaba
tiempo pensándolo, pero por fin ese día lo vi claro. Ahora era el
momento. Bajaría a la tierra.

Yo volaba con ligereza por todos lados. Sin esfuerzo alguno. Por
todo el universo. Por todos los sitios a la vez. Estaba fuera del
tiempo y del espacio. Podía hacer e ir a donde quisiera y no
necesitaba nada. Solo era luz. Luz infinita y amorosa que se
balanceaba por donde quería, jugaba con otras luces, se fundía con
ellas y con la Fuente. La luz creadora de todo cuanto existe y la
cual solo desprende amor. Lo derrama por todo cuanto baña. Toda
la creación surge de ella. Absolutamente todo surgió de la luz de la
Fuente y solo algunas almas de luz, entre ellas la mía, se
atrevieron a convertirse en forma. A jugar al juego dual de las
sombras allá abajo, en lo que llaman tierra.
Solo es un juego, pero un juego peligroso según dicen. Pues una
vez bajas y te transformas, no recuerdas nada de lo que eres
realmente. Olvidas que eres luz. Olvidas que eres amor y lo peor,
olvidas a la Fuente que te creó.

Dicen que los que bajan a jugar, a tener forma y 5 sentidos, al


principio es divertido, pero después se acaban creyendo su propio
juego y no saben como salir de él. Dicen que es un reto y que solo
es para los más valientes. Pero que cuando has vivido tantas
experiencias y superado tantas adversidades allí abajo, a tu ser
divino se le van sumando muchas facetas. Facetas de gran
cantidad de variantes de amor. Facetas de entendimiento, de
respeto hacia los demás y hacia ti mismo, de cariño, de
honestidad, de creatividad, etc... Todas esas variantes del amor las
siembran en la tierra y de esa manera ayudan a que las demás
almas valientes, sobre todo las que más se han perdido, vuelvan a
recordar y vuelvan a casa.

Pero lo cierto es que por ser un juego, un juego dual, tu ser


también se ve envuelto en inmensidad de facetas oscuras. De
sombras opuestas a la luz del amor. Y también hay que lidiar con
ellas y comprender que no son más que nuestro propio amor falto
de luminosidad.

El juego de la dualidad trata de eso. De trascender las sombras,


hasta darles luz y convertirlas en lo que verdaderamente son:
Amor. Solo que disfrazado de miedo.

Yo había observado mucho a las almas que bajaban. Lo hacían


libremente. Para aportar amor allí abajo. Algunas lo conseguían y
otras desgraciadamente se perdían en su propia sombra. Pero todas
lo hacían por la misma razón: Iluminar aportando sabiduría y
comprensión de nuestra existencia. Yo tenía ganas de bajar y
experimentar todo eso.
-¡Mi inmenso amor me protegerá! -pensaba- Yo les mostraré a
todos que ellos también son amor. Aunque lo hayan olvidado. Les
recordaré que todos formamos parte de la Fuente.

Yo podía observar la tierra. Ver como vivían en todos sitios y hasta


oír sus pensamientos. Así que elegiría una familia con la que
pudiera trabajar ciertas variantes del amor. Pues según la Fuente
todos necesitamos trabajar cosas diferentes para aportarlas a la
tierra y así entre todos en perfecta armonía y unión sanar tantos y
tantos años de sufrimiento y de oscuridad sin entendimiento.

Se me asignarían una serie de miedos para transmutar y una serie


de dones para regalar y así pues, yo mismo elegí la familia
perfecta, la zona geográfica perfecta y la cultura perfecta para
poder llevar a cabo precisamente esa función. Mi experiencia dual
comenzaba. Estaba preparado.

Yo elegí una joven familia que vivía al sur de España. Ellos eran
exactamente las personas que yo necesitaba para llevar a cabo mi
función.

Mi madre sería una joven y bella muchacha de un pueblecito. Era


sencilla, dulce e inexperta. Mi padre sería un joven algo más
experimentado, pero con más prejuicios y algo desconfiado. Estas
características no eran malas ni buenas, simplemente eran. Y eran
justamente las que ellos habían elegido antes de su viaje para
trasmutar, lo único que no lo recordaban.

También tendría una hermana. Una hermana algo mayor que yo.
Ella hacía poco que también había bajado a la tierra. Apenas
llevaba allí dos años. Y ambas habíamos pactado no hace mucho
que jugaríamos el papel de hermanas ahí abajo.

Esos serían nuestros personajes para el gran juego. Digo ambas


porque también acabada de decidir otra cosa. ¡Yo sería mujer! Ya
solo faltaban algunos detalles más y pronto tendría todo mi
escenario listo para empezar a jugar.

También debía escoger un plan de vida. Una misión para llevar a


cabo durante mi estancia en la tierra. Por supuesto un físico
adecuado para llevarla a cabo y unos rasgos de personalidad
concretos según mis dones y mis miedos. Todo mi equipaje estaba
formado por decisiones. Yo debía tomarlas absolutamente todas
para realizar mi viaje.

Así pues comencé a llevar a cabo el plan. Desde aquí arriba


parecía todo muy fácil, pero al proceder a llevarlo a cabo me di
cuenta de la dificultad de la que hablaban muchos.

Mi madre quedó embarazada. Mi cuerpo empezó a formarse. Era


muy pequeñito, a penas lo formaban unas células. Pero yo aun
permanecía aquí arriba.

Dicen que durante el embarazo, aun puedes estar aquí en casa con
la Fuente, protegido y que puedes ir entrando y saliendo del
cuerpo para ir probando. Pero que una vez que naces ya no puedes
regresar hasta el final de tu trayecto. Así que eso iba haciendo. Yo
entraba a aquel cuerpecito o mejor dicho a aquel embrión un
ratito. No se estaba mal. Era bastante caliente, pero después
regresaba para no agotarme demasiado.

Poco a poco el embrión fue creciendo y yo cada vez estaba más


familiarizado con él. Aunque más tarde vino una fase en la que me
desorienté por completo. Poco a poco se formó el cerebro y con él
vino un intruso. Eso fue lo que menos me gustó. No entendía muy
bien quien era aquel tipo. El cerebro se dividió en dos. Se
llamaban hemisferios. Este ser se apoderó totalmente del
hemisferio izquierdo, dejándome a mí unicamente responsable del
hemisferio derecho.
Yo aun podía salir y entrar pero el tipo que se apoderó de la mitad
de mi cerebro permanecía ahí sin moverse. Parecía algo rígido,
calculador y analítico. Pero la Fuente ya me advirtió que así debía
de ser. Que él también tenía una función como yo. Era la de
proteger de los peligros, la de analizar, memorizar y organizar.
Pero que este ser no entendería la vida como Yo y que pondría
impedimentos para que Yo recordase aquí en la tierra mi
verdadero origen.

Aquel tipo extraño no era malo, solo quería protegerme, pero no


se daría cuenta de que a veces me sobre protegería y eso nos
dañaría a los dos. Este tipo era el ego y más me valía llevarme
bien con él y conectarnos los dos, pues íbamos a estar juntos
compartiendo cuerpo mucho tiempo.

Poco a poco los cambios continuaban en mi nuevo cuerpo. Ya


cada vez me costaba más salir y regresar a la Fuente. Así que cada
vez pasaba más horas dentro de él. Al menos había un sitio del que
podía gozar Yo solo a mis anchas. Ese era el corazón. El cual
también debía estar conectado a mi cerebro para que todo
funcionase correctamente. Tanto al hemisferio derecho como al
izquierdo.

Se fueron formando mis extremidades. Cada vez más, sentía como


mi inmensa e infinita esencia, la cual estaba acostumbrada a vagar
por todo el cosmos a sus anchas, se veía más limitada por esta
piel. Sentía mi ser chocar con la yema de mis dedos. Nunca antes
había sentido tal cosa. De repente todo acababa ahí. En la yema de
mis dedos.

Por un lado tenía ganas ya de estar a fuera. Pero por otro sentía
una extraña sensación de miedo a lo desconocido. “Miedo” Esa
sensación también era nueva para mi. Formaría parte de mis
emociones. Yo, siendo amor infinito y pleno estaba
experimentando la otra polaridad, totalmente contraria a mi ser: El
miedo. Pero aun así, este siendo la misma cosa que Yo, solo que
llevada al extremo más oscuro de las dimensiones.

Cada uno de nosotros tenemos muchísimas dimensiones formadas


desde la Fuente, siendo esta la más plena y pura hasta las más
densa y oscura que puede encontrarse fácilmente aquí en la tierra.
Las demás intermedias, pueden encontrarse a mitad de camino.
Como los ángeles y los guías que vienen a ayudar sutilmente a los
más densos de todos: Los Humanos. Así pues, nuestras
dimensiones se pueden observar como la luz de una linterna
cuando alumbramos.

La luz que sale reciente del foco seríamos nosotros saliendo de la


luz de al Fuente y a medida que se va proyectando, se va
agrandando la forma y va perdiendo luminosidad hasta llegar al
objeto que alumbra. Ahí, pues, adopta la forma del objeto
alumbrado, pero no es tal objeto. Nunca lo fue. Esta sería la de los
humanos convertidos en forma. De ahí su confusión al
identificarse con el cuerpo denso que están usando, pero que no
les pertenece, no son ellos.

Realmente los humanos como la luz densa de la linterna nunca se


desconectaron de su fuente de raíz. Siempre pueden pararse un
momento, mirar en su interior y ver desde donde están conectados
con la luz de la Fuente, del universo. Solo lo podrán ver si miran
dentro de ellos mismos. Si por lo contrario miran a fuera se
confundirán. Todo en el mundo existe para distraer y lo cierto es
que así será, se distraerán y olvidaran por completo a su Fuente, a
su naturaleza.

Yo todo esto ya lo sabía. Pero lo que no sabía es que al nacer se


me olvidaría todo tan rápido.

-¡No podía creerlo!


Algo me empujaba. Todo se movía. Me sacaban de mi zona de
confort. Ya no estaba caliente. De repente experimenté el frío.

¡Mi primera experiencia!

No era muy agradable. Oía voces. Manos gigantes me cogían.


También oía una extraña vocecilla muy cercana a mí y que me
hacía tomar aire y sacarlo de mis pulmones. Era mi propia voz en
llanto. Pero yo no la controlaba en absoluto. Solo sabía que tenía
que llorar. Y así podría vivir. Notaba el aire entrando en mí.

-¡Cuantas sensaciones juntas!

-¡Me sentía desbordaba!

-¿Desbordada?

¡Oh sí! El medico le dijo a mi madre que era una niña. También
habían elegido un nombre para mí. A partir de ahora me llamaría
Carmen, como mi abuela. Acto seguido pasó algo trascendental.
Ya nada sería lo mismo. De repente mi conexión con la Fuente se
cortó de raíz. Ya no la sentía conmigo, abrigándome,
resguardándome. Me habían cortado el cordón umbilical.

Poco después, todo ese cúmulo de sensaciones nuevas y


desconcertantes cesó. Algo brotó de mi pequeño cuerpo, como si
fuera una extensión de él. De repente tenía brazos largos y cálidos
que me arropaban. Volví a sentirme como en la Fuente. La
extensión que brotó de mí también me dio alimento. Solo tenía
que abrir la boca y succionar. Aquel líquido estaba tibio y dulce.

Mientras mi estomago se iba llenando volví a sentir aquel palpitar.


El mismo que llevaba oyendo todos estos meses. Me sentía de
nuevo como en casa. La verdad es que no se como lo hice, pero Yo
misma pude cubrir todas mis necesidades en un momento.
Bueno...No era para tanto de eso de bajar a la tierra como decían...

ADAPTANDOME A LA VIDA

Poco a poco fui creciendo y poco a poco me fui dando cuenta de


que lo que siempre me reconfortaba, me abrigaba y Yo pensaba
que era parte de mí, no lo era. Era otro ser. Otro ser amoroso y
bondadoso que cuidaba de mí con todo detalle.

Ese ser era mi madre. Ella siempre me cuidaría. No lo dudaba ni


un momento. Cuando necesitaba algo, allí estaba ella. Solo tenía
que hacerme escuchar mediante mi voz. “Mi voz” Vaya
instrumento más poderoso. Podía usarla cuando quisiera y al
volumen que quisiera. Sabía que así ella no tardaría en venir.

Mi madre, Puri como la llamaban todos, era una joven muchacha


delgada de pelo oscuro y lacio, ojos castaños, cristalinos y llenos
de vida. Su sonrisa era especial. Era sincera y tierna. Y siempre
tenía una sonrisa para todo el mundo.

Ella estaba llena de vida y de ilusión, pues su sueño siempre fue


ser madre. Y ahora tenía dos niñas. Ella nos cuidaba con todo su
amor y su cariño. Todo nos lo daba a mí y a mi hermana. Tanto se
entregaba que a veces no le quedaba nada para ella. Pero ella
sentía que así debía de ser.

Mi cuerpecito fue creciendo muy deprisa. Y yo había


experimentado muchas de las emociones a las que se referían los
humanos. Hambre, frío, soledad, sueño, enfado y muchas más. Mi
mente, separada ahora de la Fuente, pensaba por ella misma. Ya no
era pensada por la mente del universo, o al menos
conscientemente. Era muy extraño. Ahora tenía que decidir y las
decisiones que tomaba no siempre eran las más acertadas. Ahora
existía un presente. Pero lo cierto era que tal presente no existiría
si no existiera un pasado y un futuro.
Cuando estaba en casa no existía nada de eso. Simplemente Yo
era, fluía con todo sin más. Sí que es verdad que cuando observaba
los pensamientos de los humanos. Sobretodo cuando estaba
eligiendo a mi familia. Me daba cuenta de que ellos si que
diferenciaban el tiempo en sectores. Y se regían en base a sus
experiencias pasadas y también en sus deseos más anhelados. Y no
podían ver que la vida solo sucedía aquí y ahora. Nada más. Lo
demás eran expectativas. En realidad no existían.

Yo desde arriba cuando observaba esto me parecía muy curioso e


incluso incomprensible, sin embargo ahora lo estaba
experimentando en mi propia piel.

Había momentos que viví que me desagradaron. Dentro de un


tiempo volví a vivir cosas parecidas y automáticamente mi mente
lo relacionó con aquello que no me gustó y sentí rechazo.

Un día me di cuenta de que aquel tipo extraño, al que nunca me


cruzaba, por cierto. “El ego” también tomaba decisiones. Y
cuando él las tomaba yo no podía pronunciarme. El se apoderaba
del cuerpo. Y entonces surgían todas esas emociones densas como
el enfado, las rabietas, etc. Pero en cambio si las decisiones la
tomaba Yo. Me sentía bien. Sentía que todo se conectaba. El
cuerpo se sentía mejor, y se relajaba, todo fluía. Lo raro es que en
esos momentos no tenía noticia alguna del tipo extraño.

A lo mejor no era casualidad que no coincidiéramos. Quizás


estábamos destinados a ir por caminos distintos. Lo que sí estaba
claro era una cosa. Alguno de los dos tenía que llevar las riendas.
Y por lo que estaba observando, más valía que fuera Yo si quería
que mi cuerpecito pudiera expresar el amor que había venido a
expresar. De lo contrario se perdería por caminos contradictorios,
oscuros y llenos de confusión.
Mi cuerpecito y Yo fuimos creciendo. Yo era una niña menudita de
ojos entre azules y grises muy expresivos y de pelo moreno muy
rizado y alborotado. Mi piel era blanca impoluta pero por encima
de mi respingona nariz y mis mejillas brotaban un montón de
graciosas pecas.

Pronto aprendí a moverme solita. A levantarme, a caminar. Sentía


mucha emoción cada vez que aprendía algo nuevo. También
aprendí algunas palabras. Se las oía decir a mi madre y a las
personas de mi entorno y empecé a imitarlas. Me di cuenta de que
según que palabras pronunciaba tenían un efecto diferente en los
demás. A veces reían, a veces me besaban o a veces me reñían.
Eso no lo entendía muy bien.

-¿Porqué las palabras e incluso los actos que Yo cometía, influían


de una manera u otra a las personas de mi entorno?

Sí, a veces me reñían. Yo me sentía muy mal. Realmente no


entendía porqué había cosas que estaban “bien” y cosas que
estaban “mal”.

-¿Sería esto a lo que se referían allá arriba en casa, cuando


hablaban de dualidad?

Recuerdo que yo vine para trazar un viaje. Pero ya había olvidado


un montón de cosas. Mi mente, ahora nueva e individual (a la vez
que colectiva) se estaba empezando a entretejer con las mentes
humanas allí halladas, las cuales algunas estaban totalmente
perdidas y olvidadas de la Fuente. Sin querer, mi mente se iba
contagiando de ellas e iba perdiendo gran parte de la verdad que
poseía.

A veces lloraba, pataleaba y me desesperaba y otras veces oía a la


Fuente en mi mente aun de niña pequeña.
Yo, olvidada de muchas cosas, quizás no recordada bien a la
Fuente y quizás no sabía muy bien de donde venían esos
pensamientos, pero lo cierto era que de alguna manera los oía. Me
decían algo así como:

-“No olvides el objetivo de tu viaje. Debes conocerte para poder


amarte. El viaje del auto-conocimiento consiste en trascender el
ego para re-conectar con la esencia que verdaderamente somos y
donde se encuentra la felicidad, la paz y el amor que
equivocadamente ellos buscan fuera”.

Pero claro, todas estas ideas o pensamientos se me pasaban por la


cabeza, por supuesto, sin esas enrevesadas palabras que ni siquiera
entendía. No había lenguaje, solo entendimiento. Yo realmente
sentía eso pero era incapaz de ponerle palabras o de expresarlo. Ni
siquiera sabía lo que era el ego.

Yo había olvidado casi todo ya en mi primera infancia. Solo sabía


que algo más había que esa simple existencia de limitaciones y
negación, pero no sabía el qué.

Yo en la soledad de mi habitación cuando me preguntaba que


hacía Yo realmente allí, sin saber como calmar esa sensación de
ansiedad, solo podía repetir la palabra “Yo”. No sabía porqué pero
eso me tranquilizaba. Y debajo de mis sabanas limpias con olor a
lavanda, muerta de miedo por la sensación de vulnerabilidad ante
la vida, solo repetía:

-Pero... Yo, Yo, Yo... ¿De donde habré salido... ?

Yo, aun siendo muy pequeña a veces observaba la yema de mis


dedos muy de cerca, anhelando algo. Sin saber que era. Pues
sentía la necesidad de expandirme como antes por el cosmos, pero
veía que algo me lo impedía, sin saber muy bien el qué. Yo miraba
mis dedos, jugaba con ellos, les ponía sombreros con telas de mis
vestidos y de mis sábanas, algo inocente y tierno para los adultos.
Lo que ellos no sabían era que lo que yo añoraba realmente era
darles alas a esos dedos para que fueran infinitos y eternos y poder
volar. Volar con ellos y con todo mi cuerpo.

Pero con los años empecé a creer que esas “tonterías” que Yo
hacía cuando era muy pequeñita, solo eran fantasías.

Cuando cumplí más edad. Como unos 4 años, me di cuenta de que


todo eso que pasaba por mi mente no lo podía compartir
absolutamente con nadie. Ni con mi hermana, ni con mis primos,
ni por supuesto con mis padres. En el fondo Yo sabía que ellos no
entenderían nada de lo que Yo dijera y es más, se reirían de mí.

Pero a veces olvidaba todas esas “fantasías” de mi mente, las


dejaba a un lado y me dejaba llevar totalmente por la experiencia
aquí en la tierra.

Yo también sabía disfrutar de ella, de mi cuerpo, de mi energía y


de la inocencia de ser niña.

Yo corría, brincaba, experimentaba... Tenía infinidad de energía.


Siendo una niña disfruté mucho de mi temprana infancia y de mi
inocencia intrínseca, sabiendo mantener perfectamente la armonía
y el equilibrio entre cuerpo y alma, cosa que la mayoría de
adultos, tristemente han olvidado por completo.

A veces mi padre me cogía en su regazo y jugaba con migo. Mi


padre, Demetrio, un hombre alto, delgado y guapo de cabello y
ojos oscuros. Trabajador, serio y tajante pero a la vez divertido. Yo
lo admiraba cuando era pequeña y a pesar de su seriedad, él a
veces jugaba conmigo y a mí me encantaba.

Jugaba a que Yo intentara cogerle un dedo. Entonces él con


muchísima agilidad iba guardando y sacando los dedos de su
mano rápidamente para que Yo no pudiera agarrarlos. Yo intentaba
agarrarle alguno, pero él era muy rápido y Yo no podía, entonces
me decía:

-¡Venga! ¡Venga! ¡Cógeme uno!

Yo no podía agarrar ninguno y reía, no podía parar de reír mientras


lo intentaba. Mi papá en esos momentos me parecía el mejor super
héroe del mundo y también el más fuerte.

Luego me tiraba al sofá y me hacía infinidad de cosquillas. Yo,


pataleando e intentando librarme se sus incesantes dedos
cosquillosos, me defendía como podía. Retorciéndome por las
mangas de su camisa, llegando a sentir de cerca su particular olor
a sudor, indiferente para mí y entre carcajadas y gemidos le decía:

-¡Para ya! Jijiji...¡Para ya!

Mi ABUELA CARMEN

Una mañana de verano Yo correteaba por el enorme patio de


piedra de la casa de mi abuela. (La mamá de mi mamá).

Las casas antiguas no eran como las de ahora. Tan


extremadamente pequeñas y agobiantes. Sin espacio para correr,
brincar y saltar, que precisamente era lo hacíamos todos los niños.
Yo ya tenía 5 años y por lo menos 10 o 15 primos que yo supiera.
Así pues, cada vez que mi madre nos llevaba a mí y a mí hermana
a visitar a la abuela, siempre coincidíamos con alguno.

En seguida que nos veíamos nos mirábamos a los ojos y con una
picara sonrisa salíamos corriendo y bajábamos a la planta de abajo
montados en la gruesa baranda de piedra pintada con pintura
marrón como si fuese un caballo. Nos deslizábamos por su
divertida curva y pegábamos un salto al llegar a bajo. Todos los
primos lo hacíamos y aun así la fuerte y resistente baranda
continuaba intacta. Después abríamos la puerta de madera y
salíamos al que llamaban el primer patio.

Correteábamos por todo el primer patio, donde se encontraba la


altísima y llena de vida palmera datilera dando sombra a casi todo
cuanto allí se hallaba con sus grandes hojas verdes. También
encontrábamos la pequeña y cuadrada piscina de obra pintada con
pintura azul que mi abuelo Pepe había echo con sus propias
manos, después había una puerta. Una puerta de madera vieja
también pintada de azul y que estaba cerrada con una aldaba muy
ancha. Pero todos los primos sabíamos abrirla, daba igual que
estuviese abierta o cerrada. Nosotros con mucha maña siempre la
abríamos y pasábamos al segundo patio.

El segundo patio o también llamado “corralón” era un terreno


muy extenso un poco salvaje por sus hierbajos altos sin cortar y
sus flores naciendo de entre las piedras del suelo.

A mi abuela no le hacía mucha gracia que entráramos ahí porque


no estaba tan cuidado como el otro, pero a nosotros nos encantaba
pasar allí horas y horas.

Yo me sentía totalmente libre en aquel lugar. Podía respirar hondo


y sentir el agradable olor a manzanilla y a romero. Ese olor tan
fresco que me recordaba a la pureza y a la esencia del campo más
selvático que pudiera imaginar y a la vez a la ternura más dulce de
un hogar como era la casa de mi abuela.

En el corralón estaba el cuarto de los cartones, que era una


especie de casita construida también por mi abuelo, techada pero
sin una de las paredes frontales para poder pasar ampliamente y
dejar allí todo tipo de trastos, en la que dentro entre otras cosas,
había un montón de cajas vacías de la tienda de mis abuelos. Justo
detrás se encontraba el almacén, que era una habitación cerrada
con sus cuatro paredes pero mucho más grande y con forma
rectangular. Allí dentro había de todo. Desde unos cubos llenos de
maíz dorado y oloroso hasta un par de neveras que para mi
sorpresa al abrirlas no era precisamente comida lo que encontré en
ellas, sino, un montón de herramientas de mi abuelo. Y por ultimo
había lo que todos los primos estábamos deseosos de ver siempre
que llegábamos:

-¡Las gallinas!

Las gallinas se encontraban dentro de un vallado metálico,


aunque a veces se escapaban porque alguien de vez en cuando se
dejaba la puerta abierta.

Aquel era un lugar mágico para mí. Recuerdo en aquella casa


muchos de lo mejores momentos de mi infancia. Aunque también
fue el lugar donde más heridas, rozaduras y moratones llegué a
hacerme.

Aquel día cuando corría sin medida a toda velocidad por aquellos
hierbajos altos del corralón con mis alborotados y salvajes rizos al
aire, tropecé con una madera y caí al suelo. Cuando me quise dar
cuenta estaba tumbada bocabajo en el suelo con la cara en una
piedra y un hilo de sangre saliendo de mi labio superior.

Cuando me levanté y vi que en mis manos y en mis rodillas


también había sangre, empecé a llorar desconsoladamente. Mis
primos se acercaron para consolarme pero nada podía calmarme.

Sentía una gota espesa de sangre caer por mi boca y tenía un


desagradable sabor a hierro, el cual, aun me ponía mas nerviosa.
Así que decidí irme corriendo a decírselo a mi abuela.

Subí las escaleras de mármol blanco con esas pintitas oscuras


acompañada de mis compasivos primos y llegué hasta la cocina.
Allí estaba mi abuela rodeada de sus ricos olores culinarios de
siempre, los cuales, me tranquilizaron un poco.

Mi abuela siempre estaba cocinando. Su especialidad era el pollo


con salsa de verduras. Se podía apreciar el olor de todas las
verduras cociéndose lentamente soltado ese humillo tan peculiar
para hacer el sofrito y por otro lado el olor consistente del pollo,
siempre de su corral, dorándose a fuego lento.

No se por qué pero ya no me dolía el labio.

De postre no podía faltar aquel bizcocho casero que ella llamaba


“El rosco “que,
-¡Cuantas veces habrá preparado para nosotros!

Esponjoso, con huevos de sus gallinas, formando una miga


apetitosa con un tono amarillento y dorado por encima.

Entre sollozos le dije a mi abuela que me curara y ella con gran


calma y paciencia y siempre con una sonrisa en sus labios y una
palabra agradable para los niños, me curó.

-No pasa nada Carmensita -me decía mientras me agarraba de las


axilas para sentarme en un vieja silla de madrea que tenía en la
cocina- No corráis tanto por el corralón porque ahí hay muchas
piedras y os podéis hacer daño.

-Sí abuela -le contestaba Yo con toda la intención de obedecerla.

Después me daba un abrazo y me decía cuanto me quería.

Yo ya me sentía estupendamente. Era como si todos esos olores y


el cariño de mi abuela me hubieran hipnotizado.
Me quedé sentada allí, junto a ella y me entretenía observándola.
Un toque de canela y limón impregnaban toda la casa cada vez
que hacia aquel rosco, pudiéndose apreciar su agradable aroma
dulce y caliente como su mismo hogar.

PONIENDO BARRERAS

Según fuimos creciendo, mi hermana se convirtió en una niña muy


sociable con los demás. Era muy extrovertida y todo el mundo
quería estar con ella. Yo admiraba mucho a mi hermana aunque
tuviéramos nuestras peleillas.

Adriana, que era su nombre, era una niña muy guapa. Su cabello
era dorado, liso y largo. Su piel a diferencia de la mía era morena
y sus ojos marrones verdosos. Tenía muchas amigas en el colegio
y se relacionaba genial con todos nuestros primos.

Yo en cambio según fui creciendo, cada vez más me sentía más


tímida, retraída y con mucho miedo de expresar mis sentimientos.
Cada vez me veía más diferente a los demás. Pues pensaba que
esas cosas tan raras que a veces Yo pensaba, solo las pensaba Yo y
que los demás no sentían nada de eso. En otras palabras, me sentía
un bicho raro.

Aunque eso sí, con mi heramana siempre me sentía bien. A veces


gozábamos tanto de nuestros juegos, que perdíamos la noción del
tiempo inmersas en él y disfrutando del momento presente. Daba
igual donde nos encontrásemos. Nuestras almas puras aun en la
niñez, a veces se conectaban de tal manera que podíamos llegar a
disfrutar muchísimo de nuestros juegos y nuestras fantasía más
sublimes las dos unidas.

-¡Mami! ¿Me puedo quedar a dormir a casa de la prima? -Le


supliqué a mi madre una tarde de juego incesante en casa de mi
tita Cheli (la hermana mayor de mi madre).
Pues ese día estábamos jugando mi hermana y Yo con mi prima
Sisi en su casa y Yo me lo estaba pasando muy bien, pero ya era
hora de irse.

Mi madre no dijo nada y se quedó pensando.

De repente mi prima Sisi, Mayor que mi hermana y que Yo dijo


impulsivamente:

-¡No! Mejor que se quede Adriana, ¡Que Adrianilla es más


divertida!

Yo sentí un intenso y agudo dolor en mi pecho al oír esas palabras.


No tenía ni idea de que mi prima se lo pasaba mejor con mi
hermana que con migo. De echo Yo me lo estaba pasando genial
con ella pero al oír eso, pensé que a lo mejor mi prima no se lo
estaba pasando igual de bien conmigo, pero sí con mi hermana
que era mucho más divertida.

Yo no dije nada, pero di un paso atrás, fui acercándome cada vez


más a mi madre, sin hablar le tiré de su vestido hacia abajo para
intentar decirle que nos marchásemos de allí, ya que mi garganta
parecía haberse quedado completamente muda. Solo podía sentir
un enorme nudo que no me dejaba tragar y me dolía.

Ese día mi hermana se quedó a dormir allí y Yo me fui a casa con


mi madre. Lo que nadie supo jamás es que me fui con el corazón
roto.

Yo poco a poco me fui encerrando más en mí misma. Observaba el


comportamiento de los demás y podía intuir que ellos no sentían
ni pensaban lo mismo que Yo. Así que decidí callar. Asignarme un
personaje concreto para poder sobrevivir en aquel entorno, a veces
hostil y disimular para que pensasen que Yo era igual a los demás.
Que no sentía nada.

La gente de mi entorno casi nunca lloraba, sobretodo los adultos.


Parecían no tener emociones. Sin embargo Yo sentía la necesidad
de llorar. Pero ellos no lo hacían y menos delante de alguien ajeno
a la familia. Entonces Yo empecé a imitarles. Pensaba que eso no
se debía hacer en publico. Que así mostraría mi debilidad a los
demás y estos nunca podían saber de ella.

Así fue como yo empecé a crear mi propio personaje aquí en la


tierra. Me volví muy introvertida y celosa de mi intimidad. No
quería que nadie supiera cuales eran realmente mis sentimientos.
Y cuando se me escapaban, inevitablemente, yo me enfadaba y
sentía ira. Cosa que me perturbaba aun más. Me escondía detrás
de mi madre. No quería que me vieran llorar ni enfadarme, mis
tíos, familiares etc... Y poco a poco, a muy temprana edad, fui
poniendo barreras ante mí. Barreras para que no me conocieran.
Para que no supieran que era débil y que a veces lloraba.

También a veces sentía vergüenza y no sabía como enfrentar esa


emoción. No sabía muy bien porqué la sentía, pero la sentía.
Entonces nuevamente me escondía. Prácticamente todas mis
emociones me daban miedo. Mi madre siempre decía que yo era
una niña muy tímida. Así me definía ante los demás. Yo escuchaba
como se lo decía. Mientras que le decía que mi hermana, en
cambio, era más extrovertida.

Yo creía a mi madre. Lo que ella dijera para mi era una absoluta


verdad. Pues ella era mi diosa en aquella realidad. Yo dependía de
ella física y emocionalmente. Tanto era así que pasarían muchos
años hasta que contara con un cerebro lo suficientemente
desarrollado como para gozar de una cualidad extraordinaria: La
consciencia y así pensar por mi misma. Así que la creí. Y de echo
así seguí comportándome.
Mi escudo era cada vez más grande. No me gustaban los
desconocidos y así es como fui perdiendo el contacto cada vez
más con mi esencia divina.

Yo prefería estar en casa con mis padres y mi hermana, nada más.


Por que eso era lo que conocía. Sintiendo y oliendo los olores
familiares de mi hogar. Así me sentía segura. Pero pronto me
empezaron a llevar al colegio y allí todo cambió.

EL COLEGIO

Cuando empecé a ir al colegio conocí a otras niñas y niños como


Yo. De mi misma edad. Pero algunos muy diferentes a mí. Este
personaje que Yo me había creado, cada vez se consolidaba más.
O quizás no lo creé Yo. Lo que sí era cierto era que cada vez me
sentía menos capaz de tomar ninguna decisión sobre aquella
existencia, sin embargo el tipo extraño parecía llevarlo todo
perfectamente al pie de la letra. El personaje de aquella niñita
tímida y frágil parecía haberlo inventado él. Puesto que él era el
que tomaba todas las decisiones.

Yo en aquella situación me iba haciendo cada vez más pequeña.


Me sentía abrumada por tantas y tantas emociones y no tenía ni
idea de como gestionarlas, ni si quiera sabía que eso se podía
hacer. Pronto empecé a sentirme como un león enjaulado. Sin
espacio para respirar y acumulando ira la cual no expresaba en
todos lo momentos que deseaba. Mientras le iba cediendo todo mi
poder al tipo extraño.

Cuando fui al colegio por primera vez, sentí una sensación de


soledad enorme en mi pecho. Mi madre me dejaba allí con aquella
profesora y aquellos niños totalmente desconocidos para mí y se
marchaba. Yo no sabía que hacer allí. Miraba todo a mi alrededor
y todo me parecía muy nuevo y muy extraño. Los pupitres, las
clases, el material e incluso las ventanas.
-Que sitio tan extraño -me decía Yo a mí misma- ¿Porqué estaré
Yo aquí?

Los olores a ceras y a pintura plástica también me desconcertaban,


pues también eran nuevos para mí. Al olerlos cada mañana al
entrar al aula, sentía un nerviosismo por todo mi cuerpo que me
alertaba de que otra vez estaba en aquel lugar tan insólito para mí
y que otra vez volvería a sentir aquella infinita soledad.

Uno de los primeros días de colegio. Cuando salí al patio, Yo


estaba sola como siempre, pero no me importaba. Me dedicaba a
pasear por toda su superficie. Daba vueltas al edificio que rodeaba
las clases una y otra vez. Inmersa en mi imaginación. Acababa y
volvía a comenzar. Pero de repente cuando caminaba por la
estrecha acera que rodeaba las instalaciones, dejando al otro lado
la pista de baloncesto, de pronto me detuve en seco. Yo que
habitualmente caminaba mirando hacia el suelo, no pude pasar por
alto aquel desagradable detalle.

-¡Una cucaracha! -exclamé, para mis adentro por supuesto.

Después de mi torpe encontronazo con aquel inocente ser pero


indeseable para mi, retrocedí lentamente y volví por donde había
venido.

Yo continué dando vueltas a aquel patio, pero ya no pasaba por


aquel lugar. De echo estuve todo el curso sin aparecer por allí. Lo
evitaba a toda costa. No se muy bien porqué pero aquella imagen
no desapareció de mi mente en mucho tiempo y de echo cuando
veía cucarachas por algún sitio, automáticamente lo relacionaba en
mi mente con un gran sentimiento de soledad.

Era algo inexplicable, pero así fue como poco a poco se fueron
formando todas mis creencias y mis pensamientos limitantes. Yo
por supuesto de esto no tenía ni idea, solo sabía que según que
cosas o que personas me hacían sentir muy mal y quería alejarme
de ellas a toda costa.

A partir de ese día cuando salíamos al patio, me dedicaba a ir


detrás de mi hermana y de su amiga, pues tenía miedo de volver a
encontrarme con la cucaracha.

Ambas caminaban y hablaban. Yo simplemente seguía sus pasos,


justo detrás de las dos con la cabeza hacia abajo como de
costumbre, para comprobar que todo en el suelo estuviera en
orden.

Pasado un tiempo en el colegio me hice una amiga. Era una niña


muy parecida a mí. También era tímida y apenas se relacionaba
con nadie. Las dos congeniamos muy bien, aunque Yo seguía
pasando mucho tiempo sola porque era como mejor me
encontraba. Pero también había otras niñas que a veces se metían
con nosotras y nos insultaban.

Estas niñas creían que eran mejores que nosotras. Yo cuando


recibía sus insultos, sobretodo por mi pelo rizado y alborotado o
por la blancura de mi piel, no me defendía. No sabía lo que tenía
que hacer. Solo sabía que eso me hacía sentir muy mal. Pero no
tenía ni idea de como solucionarlo.

-¡Oye tu! -me gritó una niña de mi clase mientras Yo jugaba sola
tranquilamente en el patio.

-Qué... -respondí Yo tímidamente y en voz baja.

-¿Tienes algo que hacer esta tarde?

-No -respondí con ilusión pensando que quizás esa niña quería
acercarse a mí para ser mi amiga.
-Pues entonces vente luego para mi casa que a mi madre se le ha
acabado el estropajo de fregar y tu la puedes ayudar con esos pelos
que tienes.

Ella y otras niñas que la acompañaban se echaron a reír y salieron


corriendo.

Yo me quedé tan bloqueada que ni siquiera quise seguir con mi


juego. Agaché la cabeza, tragué saliva para intentar no llorar y fui
a sentarme sola a una esquina donde no me viera nadie hasta que
fuera la hora de volver a entrar a clase.

Yo me sentía desbordada. No entendía porqué recibía esas críticas


tan duras. Ni sabía como afrontarlas. Pero me dolía muchísimo.
Me dolía el corazón. Me sentía pequeña. Y cada vez escondía más
mis sentimientos por miedo a que pensarían de mí los demás.

Cuando mi madre me peinaba en casa y Yo me miraba al espejo,


no me gustaba nada lo que veía. Empecé a odiar mi pelo. Parecía
que llevaba unos rulos encrespados por toda mi cabeza y aunque
mi madre mi hiciera una coleta se me veía igualmente encrespada
y se me escapaban un montón de pelillos rizados y cortos por mi
frente y mis patillas. Yo veía que casi todas las niñas tenían el pelo
liso y no estas hondas a lo afro que salían de mi cuero cabelludo y
entonces me sentía aun más bicho raro. A veces observaba mi
propia sombra y detestaba mi silueta.

EN CASA

Mi hermana siempre fue mi cómplice. Yo siempre confié en ella.


Para mí era una pieza fundamental en mi vida y Yo la admiraba.
Con ella jugaba, reía, lo pasábamos en grande ideando mil juegos.
Aunque a veces y a mi pesar, cuando había otros niños de por
medio, bien fueran primos, amigos o vecinos, ella guiada por su
efusiva personalidad se iba con ellos y a mí me dejaba sola.

-¡Vente Carmen! -me gritaba entusiasmada mientra corría con


otros niños.

Pero Yo prefería jugar con ella a solas y la mayoría de las veces


me retiraba. Tenía que tener mucha confianza con los otros niños
para poder jugar con ellos. Sin embargo a mi hermana le resultaba
muy fácil.

-¡No! -le respondía Yo.

Entonces iba en busca de mi madre a refugiarme en sus faldas de


mi silenciosa y decepcionante sensación de abandono, mientras
que tenía que escuchar charlas aburridísimas de los adultos y
también exponerme a que quisieran darme un beso, cosa que
odiaba. Pero era eso y sentir el caliente arropo de mi madre o
exponerme a sentir un sin fin de sensaciones nuevas y
abrumadoras entre juego y juego con un montón de niños
mayores, enérgicos y dominantes. De echo una vez más, me
vencía el miedo a lo desconocido.

Aunque la relación con mi hermana era buena, nunca fue fácil.


Las dos éramos muy pequeñas y nos peleábamos. Discutíamos,
queríamos el mismo muñeco, nos tirábamos del pelo. Pero lo peor
era la regañina de mi padre cuando nos pasábamos de la raya.

Mi padre era un hombre chapado a la antigua. Serio, tajante y


dictador, aunque a veces jugara con nosotras.

Todo lo quería en orden y sin contratiempos. Cuando oía más jaleo


de la cuenta, en seguida nos llamaba a voces y nos exigía que nos
calmáramos, o lo que era aun peor, a veces nos castigaba
duramente y nos pegaba por nuestros hechos cometidos. Cuando
esto sucedía, las dos nos íbamos corriendo y nos encerrábamos en
alguna habitación.

Yo lloraba desconsolada. En esos momentos siempre añoraba con


fuerza mi hogar, a la Fuente. Pero no sabía expresar lo que sentía,
solo lo sentía. Tampoco recordaba exactamente a la Fuente. Solo
la intuía. Sabía que había algo en mí y de lo que Yo formaba parte
que no eran esas emociones ni esos pensamientos dañinos que Yo
misma me provocaba.

-¡No! Eso no podía ser todo.

Había algo más, algo que era inmenso y que no acababa en las
yemas de mis dedos. Yo estaba segura. Pero lloraba y lloraba y no
encontraba lo que era, ni por qué buscaba algo. Ni tan siquiera
sabía que hacía Yo allí y porqué sentía tanto dolor.

-¿Rechazo de mi padre? ¿Era eso una verdadera emoción? ¿O era


más bien un pensamiento, una idea...?

En cualquier caso me dolía. Y no sabía que hacer con aquel dolor.


Mi cara se humedecía en aquella habitación y mi soledad se iba
abriendo camino.

Hasta que de repente se abría la puerta y llegaba mi paz. Mi


madre con los brazos abiertos me cogía y me contaba que mi
padre no era malo. Que solo nos estaba enseñando a como
comportarnos a mi hermana y a mí. Yo no entendía absolutamente
nada de aquella enseñanza. Pero mi madre me abrazaba con fuerza
y Yo podía descansar en su espalda, en el olor de sus guisos en sus
manos, en el de su pelo recién lavado y sentir sus caricias en mi
piel.

Un día algo ocurrió en mi casa fuera de lo normal. Mis padres nos


anunciaron una noticia increíble a mi hermana y a mí. A mí me
pareció de lo más inimaginable y emocionante que me podían
haber dicho en aquel momento.

-¡Íbamos a tener una hermana!

Las dos estábamos eufóricas. Dábamos saltos de alegría. Y así fue


como dentro de unos meses tuvimos en nuestra familia a nuestra
pequeña hermana Marta.

Marta parecía que había llegado a nuestro hogar a dar paz. A parte
de que era un bebé muy tranquilo. Yo percibí como su llegada
apaciguó tanto la sed de ser la mamá perfecta de mi madre, como
la exigencia de mi padre. De repente en casa todo estaba en calma.

Pero esa sensación de calma no duró mucho. Aquí en la tierra todo


era dualidad y cuando algo vibraba en alta vibración, ya debíamos
imaginar que otra cosa vendría después con baja vibración y así se
equilibraban los polos. Esa es la ley. Algo incomprensible para la
mente del ser humano.

Una fresca tarde de invierno estaba Yo tranquilamente viendo mi


programa preferido en la televisión (Barrio Sésamo). Mi madre
estaba peinando el cabello de mi hermana Adriana y mi hermana
Marta dormía plácidamente en su moisés. Todo parecía en calma,
pero estaba a punto de ocurrir algo trascendental para mi inocente
y vulnerable mente.

Se acercaba Navidad y Yo estaba muy ilusionada con las


celebraciones, la alegría de la familia, los regalos, pero a mi
hermana Adriana, justo en ese momento se le ocurrió decirme algo
tan brusco como verdadero.

-¡Tú no sabes una cosa que Yo si se! -me decía chinchándome,


pues le encantaba chincharme.

-¡Seguro que sí lo se! -le reprochaba Yo retirando totalmente mi


atención de aquel programa y centrándome en lo que me había
dicho mi hermana.

-Adriana calla -le decía mi madre sutilmente mientras le hacía una


coleta con su abundante y brillante melena.

-¿El qué? ¿El qué es? ¡Decírmelo! -me quejaba Yo sintiendo que
ambas compartían una información que Yo no sabía y eso me
ponía nerviosa.

-Nada... -decía mi madre.

-¡Sí! ¡Sí que es algo! -replicaba mi hermana- ¡Que los reyes


magos no existen! -añadió del tirón.

Yo me quedé tan sorprendida por la afirmación tan contundente de


mi hermana, que me quedé unos segundos paralizada y sin
pestañear, acto seguido salí corriendo a más no poder por aquel
largo pasillo hasta llegar a mi habitación. Allí cerré con fuerza la
puerta, me lancé sobre mi cama y arranque a llorar
desconsoladamente.

No podía creer lo que acaba de oír. Para mí los reyes magos era
una cosa muy mágica. ¿Significaba eso que la magia no existía? O
lo que era aun peor, ¿Significaba eso que tampoco existía dios?

A mí me habían contado que existía un dios, pero un dios externo


a nosotros. Que te premiaba si eras bueno, no decías palabrotas e
ibas a la iglesia a rezar y que te castigaba duramente con ir al
infierno si cometías algún hecho considerado como pecado. Me
explicaban que ese ser nos había creado y que estaba en el cielo,
separado de nosotros, observándonos para ver si nos portábamos
bien. Lo describían como un humano, con sus juicios hacia
nosotros y hasta con cuerpo y con barba blanca.
Yo en mi inocencia y en mi ignorancia relacionaba a ese dios con
los reyes magos. Sin embargo jamás se me hubiese ocurrido
relacionarlo con el poco recuerdo que aún tenía de la Fuente.

Yo solo recordaba a la Fuente cuando jugaba con un perro, cuando


el sol me daba en la cara y lo sentía profundamente cerrando mis
ojos o cuando estaba en plena naturaleza.

Pero sí lo relacioné con los reyes magos. De echo ambos vivían en


el cielo, eran mágicos y te observaban a ver si te portabas bien
¿No?

Automáticamente, tras la noticia trasmitida por mi hermana me di


cuenta de que si mis propios padres me habían mentido en algo
así, también me habrían mentido en lo de dios. Entonces toda mi
fe se desvaneció.

Yo era aun muy pequeña pero desde ese momento supe que la vida
no era lo que nos habían contado, y ahí empezó mi búsqueda de la
verdad. Aunque en ese momento no tenía ni idea de que había
comenzado, solo sentía sufrimiento, decepción y tristeza, con mi
carita empapada bajo esas olorosas sabanas recién lavadas, pero
inconscientemente sí comenzó. Ahora no lo creería todo sin más,
me volvería con los años más analítica, más observadora y al final
más curiosa por todo mi entorno.

A veces cuando parece que algo es “malo” y te atrapa la baja


vibración, solo te está impulsando hacia arriba con más fuerza que
antes, hacia la alta vibración, pero que de otra manera no podrías
haber alcanzado.

Yo me volví un poquito más intuitiva pero el tipo extraño no se


daba por vencido y ahí seguía, día a día transmitiéndome todo su
miedo por la vida.
DESHONESTIDAD CON MIGO MISMA

Mi padre era una persona muy poco estable, tanto emocionalmente


como en su vida laboral. El deseaba nuestro bien, pero
constantemente tuvimos que cambiar de ciudad y empezar de cero
debido a su nuevo empleo y a sus nuevas perspectivas. Eso a mí
me desestabilizaba y cada vez que iba a una escuela nueva o a un
sitio nuevo, me volvía más insegura.

Yo desde mi inseguridad a veces fantaseaba y deseaba que alguien


moviera los hilos por mí. Incluso los movimientos de mi cuerpo.
Que eligiese las palabras que salían de mi boca y así no tener Yo
esa responsabilidad tan abrumadora. Lo cierto era que eso ya
estaba sucediendo y Yo no me había dado cuenta. Lo hacía todo el
tiempo el tipo extraño.

El tiempo pasaba rápidamente en aquel plano, aunque a veces


lento. Todo era en función de quién lo mirase y como lo mirase.
Yo en mi tierna infancia era feliz. Tenía todo lo que necesitaba.
Tenía casa, tenía una familia que me quería... pero de vez en
cuando, me seguía sintiendo muy desdichada y llena de confusión
en aquel escenario donde me encontraba.

Lo cierto era que la vida allí era como una espiral. Ibas avanzado
pero a la vez siempre retrocediendo unos pasos. Pasabas un nivel y
bajabas otro. Pero después subías dos de golpe. En fin. Mi cuerpo
fue creciendo y con él mis mecanismos de defensa. Según iba
viviendo experiencias, mi mente se iba asustando e
inevitablemente iba creando patrones de conducta y capas y capas
“protectoras” llenas de oscuridad.

-¿Realmente Yo tenía miedo? Si Yo era amor.

El caso era que una vez más el tipo extraño se apoderaba de todo
el cuerpo cada vez que Yo sentía esas emociones.

-¡No hay porqué temer! -quería avisarle- ¡Siente las emociones y


déjalas ir!

Pero era inútil, él nunca me escuchaba. Y entonces me arrastraba.


Su miedo hacía mucho ruido y era más fuerte que lo que Yo podía
gritarle. Y nos perdíamos los dos. En ese tipo de situaciones
ambos nos poníamos una máscara y llenos de pánico fingíamos
ser otro personaje en aquel juego, pensando que el que éramos no
era adecuado.

Yo, en aquel cuerpecito de apenas 10 años, me tocó vivir una


experiencia que fue trascendental para el resto de mi vida allí en la
tierra. No se muy bien como ocurrió, pero de repente me di cuenta
de que no todo el mundo de mi entorno me estaba respetando.
Personas de mi vínculo familiar más cercano se aprovecharon y
abusaron de mí. Yo no era consciente de hasta que punto esto tenía
importancia hasta que lo compartí con mi ya casi adulta prima
Sisi.

Ella me avisó de que esto tenía que ser sabido por mis padres, que
era de suma importancia avisarles, cosa que a mí no me lo parecía
tanto, ya que moriría de vergüenza como esto se supiera.

Si, habían abusado sexualmente de mí. Y Yo solo quería que nunca


se supiera, que nadie se enterara. De pronto en mi cuerpecito se
instauraron con infinita fuerza la culpa y la vergüenza. Me sentía
desbordada y no sabía que hacer con todo eso. Solo quería
esconderme. Pero aun así mi prima hizo lo que tenía que hacer y
avisó a mis padres.

Por supuesto ellos no se lo tomaron nada bien. Y pusieron


distancia entre mi abusador y Yo, pero no por mucho tiempo.
El autor de los echos cometidos, los cuales se convirtieron en el
reto a superar más grande de toda mi vida, fue mi abuelo paterno.
Y lo cierto es que pasado un tiempo volvimos a visitarlos por
navidad, cuando a ojos de mis padres todo había amainado gracias
al tiempo. Pero para mí no había amainado nada. Yo no quería
verlo nuca más.

-¡Moriría de vergüenza!

Pero ellos decían que éramos familia y que lo teníamos que


superar.

-¿Pero por qué tenemos que ir mamá? -refunfuñaba Yo.

-Porque son los padres de papá Carmen. Tarde o temprano se


tendrán que arreglar las cosas. No van a estar toda la vida sin
hablarse y además está la abuela. Que ella no tiene culpa de nada y
tiene muchas ganas de vernos -argumentaba mi madre intentando
convencerme de algo en lo que Yo jamás creí.

Mi abuela Kika, madre de mi padre, era una mujer muy cariñosa y


amable pero se dejaba influenciar mucho por el qué dirán, así
como por la superficialidad de las personas. Por ejemplo, las
juzgaba según cuanto dinero tenían, que coche tenían, que estatus
social tenían e incluso por la belleza o no que poseían. Ella no era
mala pero no tenía muy claro cual era el valor de los seres
humanos en realidad.

Mi abuela adoraba a su marido, de echo todos los de su aldea lo


adoraban y por lo visto este tema, mi abuela no supo tampoco
como abordarlo. Ella directamente no me creyó. Pensaba que Yo
me lo había inventado todo o eso quiso creer. Pero este tema
tampoco se tocó cuando nos volvimos a reunir todos después del
tiempo.
-¡Hay mis niñas! -gritó de alegría mi abuela!- ¡Qué ganas tenía de
veros!

Nos besaba impulsivamente las mejillas.

-¡Pasar! ¡Pasar “palante”!

Mi abuelo también nos saludó como si nada. Nos besó las mejillas
a todos y nos invitó a pasar.

Yo mientras avanzaba por el largo pasillo, impregnado por ligeros


olores a comino de casa de mi abuela y entre el bullicio de todos
hablando a la vez, me restregué la mano por la cara para quitarme
el beso de mi abuelo.

Yo entonces hacía como si no hubiera pasado absolutamente nada.


Lo mismo que hacían todos y poco a poco la relación con mis
abuelos se fue “normalizando” Aunque la mía conmigo misma se
vio envuelta por mentiras e incoherencias.

Así pues, Yo crecí escondiendo una gran carencia que sentía en mi


profundidad: La verdad. Pero no me quedó más remedio que
seguir las reglas de mi familia para sentirme aceptada. Lo que más
de dolía era como actuaba mi madre. Ella que lo era todo para mí.
Mi diosa. Mi heroína...

Esto me llevó a pensar que Yo a lo mejor no lo era todo para ella.


Pues no la vi defenderme en ningún momento y si acatar las
ordenes de mi padre de “normalizar” la familia.

Mi madre pensaba que lo que sentía por mi padre realmente era


amor, pero Yo al observar esto me planteé que a veces el amor no
es decir a todo que sí y complacer, si no todo lo contrario.

Mi madre según fue pasando el tiempo se fue alejando de mí. El


dolor que sintió como le desgarraba poco a poco todo su cuerpo y
toda su alma, se negó a sentirlo. Y tan insoportable le parecía esa
sensación que no podía tratarme como antes, porque Yo formaba
parte de su dolor.

Aunque ella no se daba cuenta de que esto sucedía, Yo sí. El ser


que me dio vida, me amamantó, me resguardó ante los demás y
siempre estuvo ahí cuando lo necesitaba, de repente se alejó de mí.
Puso una barrera entre nosotras. Ella lo hacía inconscientemente
pero el caso es que se sentía sin fuerzas para seguir protegiéndome
y decidió abandonar. Decidió ocultar lo que pasaba, decidió
ocultar su dolor.

Cuando tu ocultas tu dolor, significa que prefieres no sentir para


dejar de sentir el dolor que te atormenta, pero cuando decides eso,
tampoco puedes sentir el regalo de la vida, la gratitud ni la paz,
pues has construido un muro de piedra entre tu y tus sentimientos
con el cual no sientes dolor no, pero tampoco todo los demás. Por
eso Yo sabía que ella no podía amarme porque no podía amar.

Ella y mi padre se centraron en criar a Marta que ahora era su


debilidad, su ojito derecho y para más inri otro ser más, quiso
unirse a esta familia, justo mientras atravesaban su dolor más
latente. El reto más grande a superar para todos sus miembros.

Entre toda la penumbra existente, se encendió una lucecita en el


camino, una bocanada de aire fresco y tuvimos el inesperado
regalo de recibir a mi hermano Deme, el miembro más pequeño de
la familia.

Mi madre ahora sí que tenía la escusa perfecta para no hurgar más


en mi herida ni en la suya, así pasaría pagina. Estaba ocupada
cuidando de su nuevo bebé y de mi hermana pequeña. Mi hermana
Adriana y Yo automáticamente pasamos a otro plano, lo sentimos
en nuestra piel, pero ambas tuvimos que espabilar y seguir para
adelante.

RESENTIMIENTO OCULTO

Yo fui creciendo y mis máscaras también. Yo las usaba para


demostrarle a todo el mundo que Yo era como ellos. Que podía ser
fuerte y que aparentemente nada me hundiría. Pero en realidad no
era sí. Poco a poco fui cambiando. Y la niñita tímida y retraída fue
desapareciendo para dejar paso a la adolescente conflictiva en la
que me iba convirtiendo. Lo único que no me daba cuenta era de
que detrás de todas esas máscaras solo había una cosa:
Resentimiento.

Yo, una adolescente de 14 años, observaba mi belleza física, en lo


que me había convertido exteriormente, disfrutaba y me
deslumbraba. Ahora ya no me veía fea. Me sentía más guapa que
nunca. Me arreglaba, me maquillaba y me lucía ante los demás.

Ahora tenía el cabello muy largo y mis abundantes rizos formaban


una melena exuberante y vistosa. Mis ojos verdes resaltaban en mi
piel y mi cuerpo se fue trasformando en el de una quinceañera
bonita, delgada y proporcionada. Lucía pantalones ajustados y
camisetas ombligueras y me perfuma con aguas de colonias de
toques afrutados.

En casa todo iba cambiando. Habíamos cambiado nuevamente de


ciudad, ahora todo era nuevo. Colegio nuevo, amigas nuevas, piso
nuevo e incluso idioma nuevo.

Al principio me sentía totalmente fuera de lugar, pero pronto


conocí a unas niñas con las que empecé a juntarme a menudo. A
mi madre no le gustaban, decía que eran un poco mal educadas y
descaradas, pero Yo me sentía bien con ellas. Pronto me dejó de
interesar el colegio y lo que estudiaba, Yo seguía asistiendo pero
cada vez me interesaba menos lo que me enseñaban los maestros y
más lo que me enseñaban aquellas niñas.

Ellas fumaban y a veces se saltaban las clases. Yo pronto empecé


a hacer lo mismo que ellas y a suspender todas las asignaturas.

-¡Carmen! -me gritaba mi madre enfurecida- ¿Otro suspenso?

-¡Es que el profesor me tiene manía mamá! - me defendía Yo.

-¡Pues voy a tener que castigarte! Porque no puede ser que saques
todo suspenso cuando tu has sido una niña de todo 10.

Mi madre me castigaba en mi habitación y después llegaba mi


padre del trabajo y era aun peor.

-¡No! ¡Es que vas ha estar aquí metida hasta que me de a mí la


gana! -me contaba mi padre enfadadísimo.

Yo agachaba la cabeza cuando el venía. A mi madre alguna replica


siempre le argumentaba pero a mi padre jamás se me hubiera
ocurrido, era pavor lo que sentía cuando él estaba enfadado.

-Es que Carmen tu no tienes que hacer todo lo que hagan esas
niñas -me decía mi madre intentando quitarle hierro al asunto
delante de mi padre(como siempre)- Es que no tiene bastante
personalidad- le decía a mi padre con migo delante- Yo se que por
ella no lo haría pero al ver a las otras...

Yo en esos momentos me sentía muy tonta. Me quedaba allí con la


cabeza agachada, la cara sonrojada por la vergüenza y pensando
que de verdad Yo no tenía personalidad, que ni si quiera era digna
de estar en esa familia, ni en ese colegio ni con esas amigas.

Entonces mi iba a mi cuarto a llorar. Hasta que a mi padre le diera


la gana de perdonarme. Y lloraba, pero esta vez lloraba con rabia,
sentía mucha ira y a veces destruía cosas. Cuadernos, bolis, lo que
fuera. Las rompía con mis propias manos, enfurecida y rabiosa.
Hacía fuerza con la garganta y apretaba mis dientes hasta no poder
más intentando expresar la rabia que sentía y que no les podía
expresar a mis padres. Apretaba fuerte mis puños y daba saltos en
mi habitación intentando dejar salir por algún lado esa energía tan
poderosa y abrumadora que no sabía como controlar. Y cuando se
me pasaba la rabia, me sentía culpable por haber roto las cosas,
con la garganta dolorida y las manos y los puños a veces
ensangrentados.

Mi hermana Adriana se había convertido en una adolescente súper


popular, tanto en el colegio como en el barrio. Yo siempre había
admirado a mi hermana o más bien, ella era mi guía, mi ejemplo a
seguir. La adoraba, pero en aquella época esa admiración se fue
convirtiendo en celos y en rabia.

Ella sabía como ganarse la confianza de todos y como enamorar.


Era muy atractiva y tenía un encanto especial que a todo el mundo
volvía loco.

Ella se arreglaba y salía a la discoteca. Tenía un montón de


amigas y amigos, hacía en la calle lo que le daba la gana y cuando
le daba la gana y después volvía a casa y se comportaba como una
hija ejemplar. Ayudaba a mi madre con la tareas de la casa, con
mis hermanos pequeños y estudiaba y sacaba buenas notas, en fin
lo que es una hija ideal.

Yo, también era una adolescente, también salía a discotecas y me


divertía. Pero Yo no era una hija ejemplar. O al menos esto era lo
que mi mente me contaba.

Todo lo que se fue instaurando silenciosamente en mi mente


durante mi niñez, brotó sin mesura en mi adolescencia sin que yo
pudiera controlar absolutamente nada.
Me pasaba a menudo que no podía centrarme en las palabras que
las personas me transmitían, porque estaba constantemente
observando su lenguaje corporal, su físico e incluso imaginando el
mio y mis gestos mientras hablaba con ellos. Me había convertido
en una persona super insegura pero a la vez rebelde.

Digo que Yo pensaba que no era una hija ejemplar porque siempre
veía a mi madre sufrir por mi culpa.

-¿Por mi culpa? -me preguntaba Yo desde mi esencia más


profunda- Si cada uno elije sus pensamientos y es dueño de sus
emociones...

-¿Por qué mi madre entonces sufría con mi comportamiento y de


alguna manera me lo reprochaba?

Luego me daba cuenta por un momento de que el que había


elegido ese pensamiento por mí, como no...era el tipo extraño.
Pero mi lucidez no duraba mucho y una vez más, le volvía a creer
y volvía a entrar en su juego.

Era muy fácil caer, muchísimo más de lo que parecía desde arriba,
desde mi hogar. Aquí abajo todo era tan confuso... Lo cierto era
que no sabía tampoco porqué, pero Yo volvía a repetir aquellos
comportamientos que a mi madre nada le gustaban una y otra vez.
Y todo se volvía a enredar. Yo a mis 15 años llegaba tarde a casa
sin avisar, salía a discotecas y no regresaba a dormir y empecé a
coquetear con las drogas.

Mi madre, aquel ser tan amoroso para mí. Al que Yo idolatraba y


amaba desde que llegué a este mundo, a veces hostil. Gracias al
cual Yo pude sobrevivir, ahora sin saber por qué Yo la hacía sufrir.

Que sentimiento más doloroso me causaba eso. Y peor aun era


cuando lo volvía a repetir una y otra vez.

Mi mente terrenal había desarrollado un patrón, un mecanismo de


resentimiento hacia mi madre, por eso Yo me comportaba de tal
forma, pero lo cierto era que Yo no tenía ni idea.

-¿Un mecanismo de resentimiento? ¿Pero por qué?

De alguna forma todo lo que pasó en el pasado y Yo había


interpretado a mi manera, no estaba sanado y volvía a resurgir una
y otra vez, una y otra vez.

Lo que estaban intentando estos acontecimientos era que los


miráramos de frente hasta llegar a su interior, a su verdadera raíz y
así de una vez por todas poder sanar.

Ese era el sentido de la vida aquí abajo. Cuando me comprometí a


bajar también me comprometí a trasmutar todos mis miedos, pero
a estas alturas lo había olvidado absolutamente todo. De echo no
sabía tan si quiera quien era Yo ni para que estaba allí.

CAMBIO DE ESCENARIO

En mi casa todo se volvió contra mí. Mis padres, ambos, me


reprochaban mi comportamiento. Mi hermana me dio la espalda
completamente y se puso a favor de mis padres, argumentando
que Yo les hacía daño. Yo me sentía más sola que nunca aunque
estuviera rodeada de gente. Empecé a sentir un hueco en mi
pecho, un vacío cada vez más grande y cada vez más insoportable.

Yo seguía saliendo de noche con malas compañías y me drogaba.


Cada vez lo hacía más y más a menudo.
Me arreglaba muchísimo, me maquillaba y peinaba de fantasía.
Adornaba mi menudo cuerpo de adolescente y me vestía
provocadora. Todo lo hacía solo para distraerme e intentar evitar
sentir lo que sentía. Todos los fines de semana estaba deseando de
desaparecer de mi casa para no tener ni idea de cuando regresar.

En esos momentos lo olvidaba todo. Era otra persona


completamente extasiada y feliz. No tenía ningún problema y me
sentía llena de energía positiva. Pero claro era éxtasis
prefabricado. No era verdadero, ni había brotado de mi propia
consciencia, de la esencia de mi ser, si no de unos traficantes de
barrio mezclando substancias químicas. Con lo cual, de nada me
servía. Cuando se me pasaba el efecto, ahí seguía Yo. Aun peor
que antes. Todas mis emociones seguían ahí. De echo cuanto más
las ignoraba más grandes se volvían y Yo solo quería escapar.
Pero,

-¿A donde?

Yo seguía estando en mí fuera donde fuera, hiciese lo que hiciese


y mis emociones me acompañaban a todos lados. Pero el monstruo
de la soledad y del miedo que existían en mi mente, crecían y
crecían y Yo cada vez me sentía más fuera de mi centro. Me
alejaba de mí misma queriendo huir, sin darme cuenta de que era
imposible y ni siquiera me enteraba. Mis barreras crecían y mi
deshonestidad hacia mí misma y hacia los demás también.

Fue una época de mi vida de lo más dura (mi adolescencia) Pero


también con la que más aprendí. De echo Yo había bajado para
eso. Para aprender a recordar que Yo y todos los seres éramos
amor. Solo era un juego. No había que tomárselo en serio. Pero
allí abajo y sobretodo aquellos años, recordarlo era casi imposible.

Estaba totalmente desconectada de mi esencia. Era como una


zombi caminando, dejándose llevar por su hambre humana. En mi
caso mi hambre era de amor, estaba totalmente falta de amor y
dejándome llevar por el ego.
En aquel entonces le cedí totalmente las riendas de mi vida a él y
él me arrastraba por la vida según su criterio. Así raramente
encontraría el amor que era. Pero mi mente seguía y seguía
intentándolo, guiada por el ego. Chocándonos una y otra vez con
la incomprensión, la tristeza, la injusticia y el miedo. Realmente
era agotador.

-¡No tenía ni idea de qué hacía Yo en la tierra ni de como había


llegado!

En mi casa solo recibía castigos por parte de mis padres por mi


mal comportamiento. Ellos me juzgaban continuamente y Yo solo
sentía incomprensión y dolor a su lado.

Yo muy pronto dejé los estudios que nada atractivos me resultaban


y me puse a trabajar. Trabajé muy joven, desde los 16 años con el
único fin de poder irme de casa de mis padres. Esa fue siempre mi
prioridad y por lo que luché durante años.

Un buen día recibí una noticia que me llenó de ilusión el corazón.

-¿Sabes qué? -me dijo mientras nos arreglábamos en su baño mi


amiga, vecina y compañera de fiestas Mary- Mi padre es amigo de
unos que tienen un restaurante y dice que si queremos podemos
trabajar allí los fines de semana.

-Ah, ¡Pues que bien! -exclamé Yo aceptando gustosamente la idea


de poder ser independiente económicamente.

-Así tendremos dinerito para la fiesta tía -me argumentaba la


Mary.

-¡Sí! ¡Y para lo que nos apetezca!- grité Yo eufórica y llena de


ganas de comenzar ese proyecto.
Yo junto a mi amiga Mary y algunas chicas más que vivíamos en
el mismo barrio empezamos a trabajar en aquel restaurante.
Trabajando justas nos divertiamos, ganabamos dinero y muchas
veces nos ibamos juntas de fietsa cuando cerraban el restaurante.
Lo pasabamos bien y estabamos contentas con nuestro trabajo,
aunque por otro lado nuestros jefes nos explotaban y bastante,
pero eso a nosotras no nos importaba demasiado.
Una noche de frío invierno, me encontraba Yo trabajando como
cada fin de semana. El restaurante se encontraba en plena
carretera. No había muchos clientes a pesar de su popularidad,
pues era una noche tan fría que hasta los arboles se helaban. Ni
siquiera nosotros los empleados, teníamos ganas de estar allí.
Aquella noche apetecía más que nunca sofá con mantita y
chimenea y una buena película de fondo. Pero mi jefe se empeñó
en abrir.
Mi jefe se llamaba Miguel y su hermano Paquito. Ellos eran los
dueños del restaurante. Realmente funcionaba muy bien desde
hacía años, pero ambos eran bastante exigentes con el personal. En
cierto modo me recordaban a mi padre.
Les gustaba supervisarlo todo al detalle y eran muy
perfeccionistas. Reclamaban que todo saliese perfecto en cada
servicio, tanto a los cocineros como a nosotras las camareras.
Paquito era el jefe de cocina y Miguel se ocupaba de la caja. Eran
hombres de negocios, altos y apuestos de unos 40 o 45 años.
A los clientes les resultaban personas muy atentas y amables, sin
embrago, con el personal se mostraban serios, distantes y secos en
pleno servício, aunque despues de este sí que dejaban caer alguna
que otra broma. Ambos eran padres de familia y miraban mucho
por su negocio. Incluso podían tratar al personal como si fuéramos
números y efectuar despidos improcedentes si les interesaba, ya
que eran fríos y calculadores.
Paquito era algo más bromista que Miguel, pero a veces se pasaba
de la raya ya que poseía un humor un tanto negro y ofensivo.
-¿Donde se habrá metido la gente?- se preguntaba Miguel con
ansias de facturar.
-Yo creo que va a nevar- dijo Paquito -Por eso no han salido de sus
casas.
Estábamos a -7 grados y en la calle no había ni un alma. En la
cocina había 5 trabajadores.
Nati era la encargada de las ensaladas. Ella era Dominicana,
bajita, regordeta y de piel oscura. Tenía el pelo rizado y corto
como una escarola. Era de esas personas que dice las cosas como
las piensa y no se guarda nada para ella.
-¡Cosa que a mí me encantaría!
Aunque mi ego juzgara duramente a la gente que lo hacía.
A pesar de la seriedad de los jefes, ella siempre estaba cantando y
hablando en voz alta.
Mientras preparaba una de sus ensaladas con su buen carácter y
simpatía caribeña y alzando bien la voz le dijo a Paquito:
-¡Ya puedes cerrar el restaurante! !Aquí no va a venir nadie hoy!
Paquito la miró con indiferencia y continuó con su trabajo.
Ana se encargaba de fregar todos los cacharros. Tenía 50 años. Era
una mujer extremadamente delgada con el pelo teñido de rubio y
con apariencia de haber tenido que luchar muchas batallas en su
vida. Su fuerte olor a alcohol cuando te acercabas a ella, sus ojeras
negras y su mal carácter la delataban. Ana siempre tenía una
cerveza en la mano y cuando la veías sin, te decía:
-Shhh... !Niña! Tráeme una cervecita anda!
-Toma Ana -le decíamos la Mary y Yo llevandole una cerveza de
lata entre risas y cachondeo.
-Niñas vosotras que sois jovenes, buscaros otro trabajo que aquí
nos explotan los cabrones estos y nos tratan como a perros -nos
decía Ana tambalenadose mientras agarraba la cerveza que le
habíamos traído.
A nosotras en esos mometos solo se nos ocurría reirnos.
Ana al contrario que Nati, siempre estaba de mal humor y siempre
se quejaba por todo.
-¡Pues eso pienso yo también! -dijo en voz alta después de darle
un largo trago a la cerveza- Lo que tenemos que hacer nosotros es
irnos hoy ya de aquí, ¡Que aquí ya nos pintamos "na"!
Paquito levantó la mirada dejando por un momento de limpiar la
sepia que tenía entre sus manos y le contestó bruscamente:
-¡Pues yo a ti no te pago por pensar! Así que venga... ¡A callar y a
fregar!
Nadie en la cocina dijo nada.
Mientras en el comedor las camareras permanecíamos en pie y
con los brazos detrás de la espalda esperando a que algún cliente
valiente se dignara a entrar por la puerta.
Ese día no vino absolutamente nadie al restaurante, pero nuestros
jefes nos hicieron limpiar todas las neveras por dentro, limpiar a
fondo las sillas y las mesas y también las estanterias de los vinos.
Yo cuando llegaba a casa después de cada día de trabajo estaba
relamente agotada por el esfurzo físico que realizaba. Pero gracias
a mi ímpetu de salir de casa de mis padres, de estar con mis
amigas y a la energía inagotable de mi juventud, me duchaba y me
volvía a ir a la calle. De esta manera conseguía estar horas y horas
fuera de casa.
Entonces llegó el momento en el que pensé que ya no podía más,
No quería estar más en casa de mis padres.
Yo no confiaba en nada, ni siquiera en mí misma, pero aun así, un
día intenté tomar la riendas de mi vida y decidí cambiar el
escenario. Lo que no sabía es que solo era eso, cambiar de
escenario. Pensaba que si cambiaba mi vida a fuera todo lo que
sentía a dentro cambiaría también y me sentiría mejor. Pero nada
más lejos de la realidad.
Me fui de casa de mis padres. Lo estaba deseando desde temprana
edad. Me fui muy joven, con solo 19 años. Yo pensaba que el foco
de mi dolor eran mis padres y cuando me vi con un poco de dinero
no lo pensé dos veces.

En ese momento quise pasar página y empecé a mirar un poquito


por mí. Dejé de tomar drogas y de ir con gente poco recomendable
con la que me dejaba bastante influenciar. Realmente no me costó
ningún esfuerzo dejar las drogas. Pues en realidad no estaba
enganchada. Solo lo hacía inconscientemente para llamar la
atención de mi familia, así que una vez fuera de casa lo dejé todo
sin ninguna dificultad. Algunas amistades se quedaron
boquiabiertos de lo poco me me costó, pero así fue.

Al principio estaba eufórica. No podía creerlo. ¡Por fin sería feliz!


Empecé a trabajar en una peluquería como aprendiz y compartía
piso para compartir gastos.

-¡Todo sería perfecto! -me contaba mi mente terrenal- ¡Ahora


podría vivir tranquila! Sin tener que aguantar sus criticas, sus
descontentos conmigo y sus enfados constantes.

Pero cual fue mi sorpresa cuando al cabo de unos meses toda mi


euforia se había aniquilado.

Ya solo quedaba desilusión y mucha preocupación. Preocupación


por no poder pagar la renta, por no llegar a fin de mes, porque
nadie reconocía mi trabajo y era el último mono en la peluquería.
Y de nuevo volví a sentir mi vacío interior. Un eco en mi pecho
me decía que algo no iba bien. Sufría y no quería sufrir. Así que de
nuevo busqué un cambio en mi vida exterior.

FABRICANDO MIEDOS

Poco a poco me convertí en una esclava del tipo extraño. Yo le


seguía a todos lados. Cambiábamos todo en el exterior cada vez
que nos sentíamos mal, una y otra vez. Yo hacía mucho tiempo
que no sentía la alegría de mi ser. Mi ego y Yo acatando sus
ordenes, la buscábamos a fuera desesperadamente y cada vez
estaba más lejos.

Cambiaba de trabajo cada dos por tres. Cuando llevaba un tiempo


en uno, me daba cuenta de que no estaba augusto y reaccionando
siempre desde mis mecanismos aprendidos, lo dejaba todo y
empezaba de nuevo.

Empecé muchas profesiones diferentes, pero ninguna me llenaba


y por lo tanto no llegaba a desarrollar ninguna del todo. Mi mente
había fabricado un mecanismo tan poderoso que Yo pensaba que
era real y que la culpa de que Yo no encontrara mi lugar en
ninguna profesión (ni en el mundo) era de los demás.

-¡Sí! ¡Ellos no saben comprenderme! -me contaba el tipo extraño-


Solo saben reconocer el trabajo de otros, pero nunca reconocerán
el mío. ¿Por lo tanto para que esforzarme? Nadie me reconocerá
jamás. Son los demás los que triunfan. Yo no tengo cualidades.
Nunca conseguiré nada. Si intento destacar solo se reirán de mí.
Mas vale pasar desapercibida.

Así pues el ego me contaba historias terribles sobre mí. Me


aplastaba completamente, no me dejaba respirar ni tampoco
expresar todo el amor con el que Yo había bajado a regalar a la
tierra. Yo estaba totalmente anulada y olvidada. Cada vez me hacía
más pequeña y tenía menos hueco para respirar dentro de aquel
cuerpercito joven y asustadizo. Mientras que el ego lo dominaba
prácticamente todo y lo llenaba de miedo, inseguridad, angustia y
resentimiento.

En aquel momento no pude desarrollar mi capacidad creativa para


realizar ninguna profesión, utilizando mis dones y talentos
regalados por la Fuente. Ni tan siquiera recordaba a la Fuente en
absoluto. Solo sentía miedo a vivir, miedo a las personas y a raíz
de mi imaginado “fracaso profesional”, miedo al dinero.

Yo había vivido en un montón de pisos, de barrios e incluso de


ciudades diferentes. Desde pequeñita vi como mi padre cada vez
que algo no le funcionaba como él quería, lo dejaba todo y
empezaba de nuevo en un lugar a muchísimos km de allí y
arrastraba a toda su familia con él.

Nosotras cambiábamos de colegio, él de trabajo y la familia


entera tenía que adaptarse otra vez a situaciones nuevas. De esa
manera se podía sentir por un momento la alegría ilusoria y
adictiva de tener una nueva oportunidad de empezar de nuevo y
poder cambiar las cosas que antes, en el antiguo escenario no
podíamos cambiar. Pero cuando pasaba un tiempo, la inercia de la
vida lo volvía a poner todo otra vez en su sitio y de repente mi
padre se veía a sí mismo con los mismos problemas y las mismas
limitaciones que tenía antes.

Lo que la vida quería mostrarle con eso no era más que por más
que se cambie el escenario a fuera, si no cambias el interior no hay
cambio verdadero. Pero mi padre no lo entendía y Yo en aquel
momento tampoco.

Yo en la independencia de mi juventud reaccionaba exactamente


igual que mi padre. Tenía su mismo patrón dentro de mí y
automáticamente, cuando algo dejaba de funcionar, simplemente
me mudaba de piso o cambiaba de trabajo. Era como una huida y
así solo obtenía inestabilidad, tanto económica, social como
emocional. Nunca llegaba a hacer amigos de verdad solo conocía
a personas y me relacionaba con ellos desde lo más superficial y
jamás logré desarrollar una profesión, pues iba dando bandazos
por la vida, sin encontrar nunca el momento de centrarme, de
mirar hacia dentro para conectarme con migo misma.

EXPERIENCIAS INOLVIDABLES

Cuando apenas acaba de cumplir los 24 años, un día me llamaron


para trabajar en un almacén farmacéutico como mozo de almacén.
Fue uno de mis mejores trabajos y de los que más duré. Allí estuve
durante dos años. Me gustó mucho trabajar allí, no por el trabajo
en sí sino por el ambiente laboral y las personas que allí conocí.

Fue una experiencia muy gratificante. Conecté muy bien con todos
los trabajadores y también con los jefes. No pasó mucho tiempo
desde que entré en la empresa hasta que empecé a tener relaciones
muy personales con el encargado de turno. Se llamaba Romero y
era un hombre de 54 años que perfectamente podía ser mi padre.
Pero Yo conecté con él de verdad, con su alma. Me encantaba
estar en su compañía y por lo visto él en la mía también. El estaba
casado y tenía hijos más mayores que Yo y Yo tenía muchas ganas
de pasármelo bien y de hacer lo que me diera la gana en aquel
momento, sintiendo aun la rebeldía de mi adolescencia que parecía
no tener fin.

Los dos quedábamos para tomarnos cervezas. Nos reíamos, nos


contábamos cosas y hablábamos de la vida. Realmente Yo me
sentía genial con aquel tipo. Casi con nadie podía expresarme así
de claro y hacer todo cuanto quisiera sin dar explicaciones.

Sentía que él realmente me comprendía y podía ser Yo misma. Eso


sí, siempre que salíamos debíamos escondernos. Que nadie nos
viera, pues como iba a estar bien que dos personas como nosotros
(me refiero a físicamente) Se vieran juntos. El encargado
cincuentón y la jovencita. Estaríamos en boca de todos. De echo
en la empresa pronto estuvimos. Se oían comentarios como:

-Esta va con él para que la ascienda...

-Anda que con la edad que tiene él ya y andándose con tonterías


de niñas, poniendo su matrimonio en peligro.

Pero a mí nada de eso me importaba.

Lo que Yo sentía con aquella persona no lo había sentido con


nadie. Tal era la vibración que ambos teníamos que al acercarnos a
menos de un metro, allí en la misma empresa, disimulando, de
repente todo lo de alrededor desaparecía cuando él me hablaba. Se
me olvidaba que tenía que disimular y solo podía mirarlo
intensamente a los ojos mientras en mi rostro se dibujaba una
estúpida e incontrolable sonrisa. Mi cara se enrojecía y mi pecho
sentía algo parecido a una inmensa tranquilidad conectándose al
suyo como por un especie de canal y dejando sin importancia todo
lo de nuestro alrededor. De repente me sentía como en una nube
anestesiada y sostenida por su sonrisa completamente
correspondida a la mía.

-¡Vaya sensación!

Era parecida a la del éxtasis prefabricado que consumía en mi


adolescencia, ¡Pero esta era de verdad!

-¡Ufff...! Que sensación.

Como él me mirase a los ojos y dejara derramar todo ese caudal de


armonía, aprobación y comprensión hacia los míos con una medio
sonrisa y esa mirada pícara por encima de sus gafas, Yo podía
derretirme allí mismo y sentir exactamente las sensaciones que él
remitía. Nos sincronizábamos a la perfección. Era cuestión de
química más que de amor. Nos entendíamos con la mirada y
saltaban chispas cuando la manteníamos. Solo por sentir aquellas
cosas en esos momentos mereció la pena vivir. No teníamos que
hacer el amor para sentir gozo, pues lo sentíamos con tan solo
mirarnos. Sentíamos verdadero placer en nuestra carne. Eran
mágicos aquellos momentos. El tenernos que esconder en aquella
empresa y fuera de ella, le daba a nuestra relación un toque
aventurero, sintiéndonos como niños revedles que creo que ambos
necesitamos vivir. En mi vida nunca sentí momentos como
aquellos. Solo fue allí ,con el Romero. Aquel hombre mayor de
gafas y achacado por la vida que a cualquiera de mis amigas que
Yo le contara lo que me estaba sucediendo me decía....

-¿Que dices tía! ¿Con ese viejo?

Pues sí señores con ese “viejo” Yo he sentido grandísimas cosas


en mi alma. Mi hizo sentirme especial, llena de vida y por
supuesto me sentía protegida y amada como nunca.

-¿Ausencia de padre? Quizás busqué al padre que nunca tuve...


Quizás...Pero esa experiencia de mi vida no la cambiaría por nada.

Seguro que su alma y la mía hicieron un pacto allí arriba para que
aquí nos encontráramos y nos reconociéramos.

Pero pronto empezaron a meterse personas por medio, una de ella


mi hermana Adriana

-¡Pero Carmen! ¡Que haces tú con ese hombre que podría ser
nuestro padre! ¿Es que te has vuelto loca?

-Adriana me siento genial cuando estoy con él, no puedes juzgar a


las personas por su apariencia ni por su edad -le decía Yo
intentando defenderme de su irreal ataque hacia mí.

-Pero Carmen...¡Si está hasta casado! Ese es un aprovechado y un


mujeriego que se está aprovechando de ti y que solo está contigo
porque eres joven y guapa, pero ese no va a dejar a la mujer ni
nada...

Me dolían las palabras que mi hermana me decía. Ella nunca


confió en mí, así como Yo confiaba en ella plenamente y siempre
fue mi ejemplo a seguir desde pequeñita. Yo veía que no era
reciproco lo que Yo sentía por ella. Que ella siempre intentaba
protegerme, pero protegerme como si Yo fuese incapaz de hacerlo
por mi misma, como si fuera tonta e incluso inútil al no darme
cuenta de que él no iba a dejar a su mujer.

-Adriana, ¡Yo no quiero que deje a su mujer! ¡Estamos bien como


estamos! ¡Y lo que esto dure, durará!
Pero ella me prohibió que volviera a verlo. ¡Sí señores me lo
prohibió!

-¿Pero quien se creía que era? ¿Mi madre? Si tan solo tenía dos
años más que Yo.

El ego de mi hermana solo quería protegerme. Por alguna extraña


razón ella sentía esa necesidad.

Pero como me dolía que mi hermana adoptara esa actitud. Sin


embargo ella, siempre la adoptó y el caso era que tan solo lo hacía
conmigo, ni tan siquiera con mis dos hermanos pequeños actuaba
de esa forma.

-¿Acaso creía que Yo era imbécil? -juzgaba y se ensañaba mi ego.

Eso era lo que sentía cuando mi hermana actuaba asía con mingo.
Me sentía pequeña y toda la admiración que Yo siempre le había
tenido en esos momentos se convertía en celos y envidia.

Ella siempre la hija perfecta, la que tenía la carrera. Ella siempre


del lado de mis padres y Yo siempre la mala y lo que es peor, Yo la
tonta que no sabe hacer nada por ella misma y a la que su propia
hermana con tan solo dos años más que ella, le tiene que decir
como son las cosas.

Que vibración más baja.

Yo me sentía inútil frente a aquella situación, por eso me dolían


sus palabras, porque no eran de comprensión hacia mis
sentimientos. Aunque por supuesto no pensaba dejar mi relación
con el Romero.

Fue pasado un tiempo cuando ocurrió naturalmente, como era de


suponer. Cuando todo lo nuestro, como al que le llega el día su
muerte, sin más de repente cesó. Permanecí un tiempo triste sí. Lo
echaba de menos y de echo nunca lo olvidaré, pero Yo era
perfectamente consciente de que tarde o temprano aquello
acabaría. Mi trabajo allí también se acabó y Yo volví a empezar de
cero una vez más, aunque con una diferencia:

“El alma del Romero jamás se iría de mi mente ni de mi corazón”.

PELENADO CON LA VIDA

Yo pensaba que la vida era muy dura y había que pelear y ganarse
el pan con el sudor de nuestra frente y que solo así, a lo mejor,
podías llegar a tener algo de mi deseada estabilidad, pues eso era
una cosa que a mí se me escapaba entre los dedos y jamás lograba
alcanzar. Era como una utopía. Pero Yo y mi cabezonería ahí
seguíamos una y otra vez, intentando alcanzarla.

Yo ya tenía 25 años y trabajaba duro en cualquier trabajo que


encontraba mal pagado y haciendo un montón de horas. Pero ahí
seguía. Lo malo era que había tenido que volver a casa de mis
padres en una de mis mudanzas porque no me llegaba para pagar
un alquiler.

Para mí eso era un completo fracaso. No poder subsistir por mí


misma y tener que depender de ellos. Quienes en teoría “me
habían arruinado la vida”.

Era muy humillante para mí. Sentía que fracasaba una y otra vez.
Pues de echo tuve que regresar unas cuantas veces tras mi intento
de independencia. Algo fallaba, no sabía bien el qué. Parecía como
que un cordón umbilical imaginario seguía unido a ellos y Yo no
pudiera emanciparme hasta que no lo cortara. Yo lo intentaba y lo
intentaba pero no conseguía nunca la estabilidad ni física ni
tampoco emocional que deseaba.
En lo trabajos que encontraba nunca llegaba a adaptarme como los
demás, si no que me sentía cada vez más fuera de lugar. Me sentía
torpe a la hora de trabajar, inadaptada. No llegaba a conectar
nunca con mis compañeros. En fin... Sentía que sobraba y que mi
trabajo no era valorado por los demás.

Trabajé mucho y me esforcé mucho sobretodo físicamente.


Pensaba que si trabajaba como una mula, los demás me
reconocerían y me valorarían, pero nada más lejos de la realidad.
Trabajé de cajera, de peluquera, de camarera, como operaria de
fabrica, limpiadora de hotel y hasta de guardarropas de una
discoteca. Pero todo era inútil. Al final siempre me sentía que
sobraba y Yo misma acababa abandonando.

Pero Yo en mi plena juventud y con mi cuerpo lleno de energía, en


cuanto sufría otro fracaso profesional, me iba de fiesta con mis
amigas. Me reía, me emborrachaba, echaba culpas a fuera, me
liberaba y decía que no pasaba nada, que volvería a empezar.

Entonces una noche de locura desbordante llena de juventud y


frustración conocí a un hombre. Yo trabajaba en aquel entonces
como limpiadora, sin ningún entusiasmo por lo que hacía y con el
amor propio totalmente pisoteado, pero ese día conocí a un
hombre del cual creí enamorarme.

El era maduro, experimentado, tenía trabajo fijo, estabilidad y una


casa propia.

-¡Todo lo que Yo buscaba!

De echo así me sacaría de la cabeza de una vez por todas al


Romero y tendría una pareja “normal” Vamos, lo que estaba bien
visto por la sociedad...
En las circunstancias en las que Yo me encontraba no lo dudé ni
un segundo. Los dos nos enamoramos y en poquísimo tiempo Yo
ya estaba viviendo en su casa.

-Ahora sí -pensaba Yo- Ahora podré vivir en paz y olvidarme por


fin de todo mi pasado. El cual no me deja respirar cada vez que
pienso en todo el dolor que he sentido con mi familia.

-Mi pecho empieza a desbocarse y mi pensamiento me envuelve


con un sin fin de creencias de culpa y de que no soy capaz de
valerme por mí misma, que Yo sola nunca podré y que jamás,
jamás deseo volver a casa con mi familia. Por eso me uní a él,
pensando que quizás podría formar mi propia familia y que cerca
de él siempre estaría a salvo.

Así pues tomé la decisión de irme a vivir con aquel hombre. Jose.
A mis padres no les pareció muy buena idea pero claro, a mi eso
no me importaba.

NUEVAS RELACIONES

La vida con mi nueva pareja iba bastante bien. Nos entendíamos


en casi todo. Hasta que pasados unos meses descubrí su lado
oscuro.

Jose era una persona llena de dolor y de miedo pero no era


consciente de ello. Cuando aun era un chiquillo falleció su padre y
esto parecía no haberlo encajado muy bien y como no, con los
años estaba dando su fruto.

Todas nuestras frustraciones, miedos, sensaciones de abandono,


rabia, ira, etc. Nos están mostrando precisamente lo que tenemos
que sanar. Nuestro dolor físico, nuestras enfermedades son más de
lo mismo. Son avisos a nosotros mismos, llamados a nuestro ser
para que veamos en donde es que tenemos que trabajar para sanar
aquella emoción que nunca quise sanar y que cada vez se hace
más llamativa para que la veamos.

Eso es lo que Yo todo el tiempo quería mostrarle al tipo extraño,


ya que en mí también ocurría. Pero él ni siquiera me escuchaba. Se
asustaba tanto de estas emociones que bloqueaba el cuerpo donde
ambos convivíamos. Y Yo ya nada podía hacer. Yo veía como en
todas las personas existía aquel tipo de alguna u otra forma y a
todas, absolutamente a todas le hacía lo mismo.

El mundo se había convertido en un lugar lleno de almas calladas.


De sentimientos sin expresar, de mentes totalmente manejadas por
el ego y de almas como Yo intentando sobrevivir, atrapadas en los
cuerpos. Amordazadas por sus dueños para no dejar salir jamás a
la luz lo que son realmente. Lo que somos realmente.
Simplemente amor.

Jose no tenía ni idea de todo esto, pero Yo lo vi clarísimo, pues él


me lo estaba reflejando constantemente en mi ser, aun así él lo
único que hacía era evadirse de su dolor. Sin querer enfrentarlo,
sin la más mínima intención de mirar su dolor, lo único que se le
ocurría hacer era beber.

Jose bebía y bebía hasta perder el control de su cuerpo. Ingería a


diario grandes de cantidades de alcohol. Y llevaba años así. Al
principio Yo pensaba que sería algo pasajero, de todas maneras.

¡Yo también me emborrachaba con mis amigas cuando salía los


fines de semana!

Pero según fue pasando el tiempo, fue a peor.

Jose era alcohólico. Y Yo me había dado cuenta pero él no. El


decía que eran imaginaciones mías. A raíz de ahí tuvimos muchos
problemas.
Yo, con mis miedos, mis carencias y mis traumas arrastrados
desde la infancia, seguía sin verme capaz de vivir por mi cuenta.
Aunque ese era desde siempre mi gran deseo. Me sentía insegura y
paralizada. Me sentía muy pequeña ante este mundo tan exigente,
lleno de gente sin escrúpulos, gente muy preparada
académicamente, y Yo... en fin Yo no me veía capaz de competir
con ellos. Así que seguí limpiando en aquellas casas y continué mi
relación con Jose.

-¿No querrás volver otra vez a vivir con tus padres y sufrir otra
vez sus criticas, su rechazo silencioso y su infravaloración hacia tu
persona?

Esto es lo que el tipo extraño me contaba y Yo una vez más, a


penas sin voz ni voto, tuve que ceder.

También caí en la trampa de querer cambiar a una persona. Cosa


que es imposible que haga un ser humano. Solo el ego se empeña
en este tipo de tareas queriendo resolver el mundo, sin tener en
cuenta que no vinimos para resolver nada, si no para aceptar.

Yo a penas podía oírme. Me había perdido tanto que no sabía


regresar de nuevo a mi cuerpo y tomar las riendas de mi
consciencia. Me sentía tan aplastada por el tipo extraño, tan
ahogada...

El me pisaba y lo manejaba todo. Se le metió entre ceja y ceja que


teníamos que salvar a Jose de su alcoholismo y casi acaba con los
dos.

-¡No puedes salir del trabajo e irte directamente al bar, estar


bebiendo allí como si no hubiera un mañana y volver a casa casi
cuando Yo ya me voy a acostar! -le gritaba Yo a Jose una fatídica
tarde cuando regresó completamente ebrio a casa.
-Venga... vas a decirme tu ahora lo que yo tengo que hacer -me
contestaba balbuceando y a penas aguantándose en pie.

Un fuerte olor a alcohol desprendía su aliento y a mí se me metía


por entre mis fosas nasales.

Solo sentir ese olor, automáticamente activaba mi rabia, mi ira,


incluso deseos de pegarle un puñetazo con todas mis fuerzas. Algo
en mí se despertaba cuando Yo sentía ese olor. Era como si un
monstruo viviera dentro de mí y al sentir su hediento aliento de
cubatas de garrafón sintiera la necesidad de salir de mi cuerpo y
acabar con él a toda costa.

-¡Esto no es una vida en pareja! ¡A penas nos vemos y Yo te


necesito! -le gritaba llorando y con el corazón echo añicos-
Además mírate como vienes, das vergüenza.

Yo en esos momentos sentía ira, culpa, asco, miedo, vergüenza,


frustración y un sin fin más de emociones que me desbordaban
completamente y me apretaban el pecho.

Esta fue una de las muchísimas discusiones que Jose y Yo


tuvimos.

Yo no aceptaba que él estaba eligiendo ese camino y sufrí, sufrí


muchísimo.

Aguanté viviendo con Jose tres años, pero mi mente se había


llenado tanto de odio por sufrir todo lo que conlleva aguantar a un
alcohólico todos los días y no aceptarlo, que se sentía desbordada.

Estaba completamente al límite. Desarrollé nuevos mecanismos


de defensa aun más fuertes y aun puse más muros a mi alrededor.
Ya casi no podía ni respirar. Sufría serios ataque de ansiedad. Me
había perdido completamente. Ahora el poco sentido que le vi a la
vida hasta aquel momento, había desaparecido por completo. Ya
nada me conmovía, ya nada me emocionaba, estaba cerrada
completamente a todo y solo sentía ganas de abandonar aquel
escenario.

-Pero ¿Por qué habré venido a este mundo? -me preguntaba Yo-
¿Por qué no acabar con todo esto de una vez por todas? ¡Ya no
puedo soportar más dolor! -y gemía en llanto a solas en mi
habitación llena de confusión y derrotismo.

Yo solo le permitía salir de mi cuerpo a ese doloroso llanto en mi


soledad, si no:

-¿Que pensarían los demás?

Siempre después de mis derrotas Yo me levantaba, me lavaba la


cara, me vestía y me maquillaba y salía a a la calle en busca de
mis amigas.

Mis amigas en aquel entonces eran aquellas personas con las que
Yo salía de fiesta, me reía y nos divertíamos juntas. Chicas de mi
barrio que conocí en la adolescencia y con las que Yo me solía
relacionar.

Pero cada vez me empecé a dar más cuenta de que cuando tenía
problemas de verdad, nunca estaban ahí. Solo estaban para lo
bueno, la diversión y el cachondeo, pero para lo malo jamás las
encontraba, jamás me ayudaban. Cada vez me daba más pereza
quedar con ellas.

-En fin, si tampoco puedo expresarle a ellas mis sentimientos más


puros... No entienden nada más que de fiesta, modelitos y
diversión -me decía Yo misma.
Yo ya me sentía fuera de lugar con ellas. A veces no sabía ni de
que hablar. No me integraba en las conversaciones y me parecían
superficiales.

Me di cuenta de que Yo estaba cambiando porque antes me sentía


bien con ellas, pero cada vez más esas relaciones se me fueron
cayendo.

Siempre después de nuestras peleas, Jose venía y me suplicaba


entre llantos que lo perdonara, que iba a cambiar y que por favor
le diera otra oportunidad. Si se tenía que arrodillar se arrodillaba,
me agarraba de la mano y me suplicaba, me decía que me amaba y
que nadie jamás me iba a amar como él. Yo realmente en aquellos
momentos quería creerle, porque me sentía muy sola y de veras
creía que no tenía a nadie más en la vida, nadie más que a él. Y
volvía con él una y otra vez. La historia siempre se repetía y todo
volvía a empezar.

UN SER MUY ESPECIAL

Un día, un trascendental día en mi vida, pasó algo que lo


cambiaría todo. Como si de algo mágico se tratara y con un toque
de varita mágica tocara mi cerebro, ese algo trasformó en mí lo
que nunca antes Yo me había atrevido a trasformar. Mi
pensamiento de repente hizo ¡Clic! Y Yo dije:

-¡Hasta aquí! ¡Ya no aguanto más a este hombre! Me vuelvo a


casa de mis padres.

Ese pensamiento vino del fruto de mi cuerpo. Alguien divino y


sagrado vino a echarme una mano, a ayudarme a recordar y me
dio la fuerza que Yo necesitaba para salir de aquella relación
toxica y de dependencia en la que estaba totalmente enganchada.
Sí amigos, no fui Yo sola, otra alma vino a mi ¡Estaba
embarazada!
Parece una paradoja, pero realmente así fue. En el momento de
que me quedé embarazada de Jose, mis sentimientos fueron
inmediatos de separación. Lo único que se me pasaba por la mente
era:

-Mi hijo no va a sufrir a este hombre como Yo lo he sufrido. El


será libre. Yo lo liberaré.

Tenía a muchas personas en mi contra, toda su familia, pero Yo


tiré para adelante. ¡Tendría a mi hijo Yo sola!

La relación que habíamos tenido mi familia y Yo hasta ahora, para


mí, no fue muy buena porque Yo sentía cosas como que me habían
traicionado (con lo de mi abuelo) sentía abandono, sentía rechazo,
sentía muchas cosas respecto a ellos, pero sin embargo, ellos
pensaban que nuestra relación sí era bastante buena y ni siquiera
eran conscientes de mi dolor.

Realmente siempre pensaron que todo estaba bien. Así que, con
mi relación de pareja rota en mil pedazos y cansada de soportar a
Jose, a su dependencia con el alcohol y a mi soledad estando con
él, pensé que quizás no era tan malo volver con mi familia...en fin,
más vale malo conocido que bueno por conocer “historias que me
contaba el ego”

Ellos me acogieron bien. Yo pensé que a lo mejor, podíamos


arreglar las cosas y todo podía volver a ser como antes. Como
cuando era pequeña. Así que una chispa de esperanza reparó una
milésima parte de mi corazón roto aunque fuera por un momento y
mi ser descansó. Al poco tiempo di a luz.

No podía creerlo. Había venido a mí un ser sagrado. Lleno de


vida. Era como un ángel. Nunca en la vida había visto a un ser con
una carita que desprendiera tantísima paz.
-¡Era una niña!

Una niña preciosa que desde el momento en que la vi supe que mi


camino empezaría a cambiar. Mi cuerpo descansó y mi alma
también. Le miraba sus ojitos oscuros como el café y podía
perderme en ellos. Realmente deseaba perderme en esos ojitos y
sabía que me llevarían por senderos increíbles. Su piel olía a vida
y su carita redonda y su naricilla chata provocaban en mí una
sonrisa y una nueva ilusión por la vida. La cual había perdido hace
mucho tiempo.

Los primeros días de vida de mi hija Paula me hicieron reflexionar


mucho en todo esto de la vida, en los errores que todos cometemos
y en el perdón. Una idea rondaba por mi mente una y otra vez y
Yo no podía ignorarla.

-Tengo que darle a Jose la oportunidad de ser padre. De ver a este


ser maravilloso, olerlo, acariciarlo. No puedo ser tan egoísta de
hacerlo solo Yo. Necesito ofrecerle la posibilidad de que pueda
ejercer de padre y como no, también a mi niña la de tener un padre
-me contaba Yo a mí misma.

Y como no, así fue. Yo le expuse a mis padres el deseo que sentía
de que ambos se conocieran y darles una nueva oportunidad. Pero
para mi sorpresa, toda esa paz y esperanza que deposité en mi
herido corazón se aniquiló inmediatamente. Pues esa idea no fue
aceptada por ellos como Yo imaginaba en mis expectativas.

-¿Qué? ¿Que vas a irte otra vez a su casa? ¿Y con la niña? ¡Tu te
has vuelto loca! -me dijo con cara de entre sorpresa, locura y poca
aceptación mi madre.

-Si -añadí Yo intentando quitarle hierro al asunto- Pero solo quiero


ver si con la niña él cambia su actitud, se responsabiliza y quizás
cambie su estilo de vida. ¡Mírale la carita! Yo creo que por un ser
así y siendo de tu sangre tienes que sentir la responsabilidad de
cuidarla a la fuerza ¿No?

-Bueno Carmen tu sabrás pero que sepas que ni tu padre ni yo


estamos de acuerdo, que él no va a cambiar y que si te vas, aquí
ya no vuelvas más.

Esas palabras helaron lo que quedaba de mi corazón. Se clavaron


en él como un cuchillo afilado.

Mi padre ya ni me hablaba. Hacía años que cada vez estábamos


más distanciados y aunque hubiera vivido con él desde pequeña,
se había convertido en un total extraño para mí.

Cuando nos cruzábamos por el pasillo Yo le miraba de reojo y él


siempre andaba cabizbajo sin mostrar a penas su rostro y emitía
como una especie de gruñido para que le dejara pasar, entonces Yo
me echaba a un lado totalmente contraída y él pasaba.

En esos momentos Yo me iba inmediatamente a algún sitio seguro


como a mi habitación o algún sitio de la casa que no hubiera
nadie. Sentía como un escalofrío por todo mi cuerpo y una
sensación de rechazo en mi pecho.

Cuando estábamos solos a penas sabía de que hablarle, pero él


tampoco a mí. Entonces Yo podía palpar la tensión densa y espesa
que se producía. No me gustaba nada estar en su compañía, pues
sentía que mi cuerpo se empequeñecía y vibraba en baja vibración.
Así que buscaba siempre huir de donde él estuviera. Ya ni si
quiera era capaz de decirme las cosas que le molestaban. Solo me
las hacía saber atreves de mi madre.

Mi madre si me hablaba, pero estaba totalmente sometida a las


opiniones de mi padre y a mí eso me dolía.
Pero Yo había tomado una decisión y aunque me doliera
enormemente oír sus opiniones, llena de rabia y de tristeza, cogí
todos mis macutos, cargué mi coche, cogí a mi niña y me fui.

VOLVER A EMPEZAR

Jose vio a Paula. Su niñita hermosa. La pudo oler, tocar y


acariciar. Yo sabía que él lo deseaba. Nos acogió otra vez de nuevo
a las dos. Pero no pasó más de un mes cuando, de nuevo el
conflicto se presentó en nuestras vidas.

-¡Ya puedes llevarte todas tus ropas y tus cosas de aquí! -me
gritaba Jose enfurecido mientras sacaba impulsivamente toda mi
ropa del armario y con perchas incluidas la iba lanzando
bruscamente sobre la cama.

Yo estaba atónita mientras lo observaba, pero también muy


enfadada. Habíamos vuelto a discutir porque él vino borracho a
casa y Yo en mi más infinita decepción le había dado una bofetada
en la cara.

No quería que eso volviera a suceder. No quería que se


emborrachara más y no quería aceptar la realidad allí presente. Yo
Llena de frustración, miedo y desespero no tuve más acierto que
soltarle una bofetada en la cara con todas mis fuerzas.

Fue en ese momento cuando él reaccionó impulsiva e


inesperadamente para mí y me agarró del cuello con sus dos
grandes manos. Yo caí en la cama del impulso y él se vino encima
mio sin quitarme sus rudas manos del cuello. En realidad Yo sabía
que no estaba empleando toda su fuerza. Pero aun así intentaba,
pataleando y forcejeando quitármelo de encima a toda costa.

Paula que dormía en el moisés de la habitación, justo a nuestro


lado, arrancó en llanto desesperadamente.

-¡Suéltame! ¡Pero como te atreves! -pude pronunciar Yo cuando al


fin me liberé de sus insistentes manos- ¡Voy a coger a la niña y
nos vamos a ir de aquí! ¡Así que mírala bien porque ya no la vas a
volver a ver más!

-¡Estupendo! ¡Iros las dos! ¡Así podré hacer lo que me de la gana


por fin!

Yo, agarré de nuevo todos mis macutos, esta vez con toda mi ropa
y la de mi hija arrugada y de cualquier manera, la agarré a ella
mientras lloraba desconsolada tras presenciar nuestro lamentable
espectáculo y nos fuimos de allí.

Mientras arrancaba mi coche iba pensando en donde podíamos ir


Paula y Yo. La casa de mis padres ya no era una opción. Yo
circulaba por la ciudad sin rumbo, pensando un lugar donde al
menos pasar aquella noche, mientras tanto me iba secando las
lagrimas incesantes de mis ojos con la manga de mi camiseta para
poder ver la carretera. Paula para mi tranquilidad se durmió en su
sillita y Yo conduciendo mi coche con el maletero otra vez lleno
de ropa continué mi camino.

Después de estar un buen rato en un descampado aparcada con mi


bebé, tomé una decisión.

Aquel descampado estaba en lo alto de una pequeña montaña y


tenía un mirador con bonitas vistas a toda la ciudad. Casi nunca
había nadie y Yo lo conocía porque había ido muchas veces allí a
llorar después de discutir con Jose.

Estaba atardeciendo y las alargadas y rosadas nubes que se


hallaban en el horizonte justo debajo del sol completamente
naranja y redondo, formaban un espectaculo digo de admirar.
Yo respiré. Una lagrima caía lentamente por mi mejilla pero ya
estaba mas tranquila, miré a Paula y dormía plácidamente, fue
entonces cuando tras un profundo suspiro lo decidí.

-No me queda otra que volver con mis padres.

Yo volví a casa de mis padres y sin muchos detalles les expliqué


que tenían razón, que él no cambiaría y que si Paula y Yo nos
podíamos quedar allí.

Mi madre sin dudarlo ni un momento aceptó y me ayudó con la


pequeña para que Yo volviera a descargar mi ropa del coche por
enésima vez. Mi padre no dijo nada. Pero tampoco se opuso.
Siguió mirando la televisión que es lo que estaba haciendo cuando
Yo llegué e hizo como si Yo no estuviera allí.

Mi madre disfrutaba mucho de la niña. Ella la cuidaba encantada y


Yo sabía que eso le llenaba el corazón.

Yo decidí meter todas mis cosas abajo, en el sótano. Allí había dos
habitaciones y un pequeño baño y Yo pensé que allí estaría mejor
que arriba conviviendo con mis padres y mis dos hermanos
pequeños.

Mi hermana Adriana hacía tiempo que se había independizado.


Vivía con su novio en un piso en el centro, terminó su carrera de
asistenta social y estaba trabajando.

Yo me daba cuenta de que por más que lo intentara no avanzaba


en la vida. Mi ansiada estabilidad nunca llegaba. Me comparaba
con los demás y veía como todo el mundo iba consiguiendo
logros, avanzando de alguna manera, todos menos Yo.
Eso pensaba mi ego totalmente arruinado, mientras intentaba
colocar toda la ropa otra vez en aquel húmedo sótano con olor a
cerrado con un pellizco agudo en el corazón.

FUERZAS DE FLAQUEZA

Y allí estaba Yo rodeada de agua. Miré a mis pies y veía como


estaban apoyados en una fina y alargada madera donde a penas me
cabían y tenía que hacer malabarismo para poder mantenerme
erguida. Levanté la vista y la madrera continuaba. Se perdía en el
horizonte, así que lo vi claro, lo que tenía que hacer era continuar
avanzando. Haciendo malabarismos hasta donde esa única base
solida quisiera llevarme, pues a ambos lados podía observar el
inmenso océano oscuro y turbio. Todo a mi alrededor estaba
oscuro. Pero mi mayor sorpresa fue cuando poco a poco fui
consciente de mi cuerpo y me di cuenta de que estaba agarrando a
mi bebe entre los brazos.

Los tenía totalmente agarrotados, duros. No quería moverlos


Porque,

-¡Si no se me caería al agua mi vulnerable bebe recién nacida!

Yo no salía de mi asombro, de repente...

-¿Que hacía Yo ahí?

No entendía nada e iba descubriendo lo que pasaba muy


lentamente. Solo sabía que tenía que dar otro paso porque si no
caería al agua. Cuando avanzaba otro pasito en esa fina madera mi
equilibrio aguantaba un poco más y así hasta que daba otro pasito.
No podía quedarme quieta, pues sino seriamos presas del enorme
y oscuro océano mi niña y Yo. Así que avanzaba, poco a poco pero
avanzaba. Pero:
-¿A donde llegaría esto? ¿donde me llevaría?

Yo tragaba saliva y daba otro inestable y cortito paso en aquella


madrera. De repente me tambaleé. Todo mi cuerpo se tambaleó y
mi bebe se despertó y empezó a llorar. Yo me estaba poniendo
cada vez más nerviosa. No podía dar otro paso. Estaba bloqueada.

¡O no! ¡Me voy a caer!

Mi corazón palpitaba a toda maquina cuando de repente:

-¡Nooooo!

Me desperté bruscamente.

¡Uf! Menos mal solo era un sueño.

Miré a mi alrededor. Vi la habitación del sótano de casa de mis


padres. A mi lado mi niña durmiendo.

-¡Uf! Vaya pesadilla -me dije- Por un momento pensé que las dos
nos íbamos a hogar.

Después me levanté y empecé a calentar agua en un cubo para


llenar la bañerira portátil de Paula.

Allí abajo no había calefacción y estábamos en pleno invierno. A


-7 grados fuera de casa. En aquel sótano solo había una pequeña
estufa de gas, la cual acerqué a la bañera de mi hija.

Si no me ponía a un palmo de la estufa, Yo sentía morir de frío.


Mis pies y mis manos se congelaban y hasta podía salir bao de mi
boca allí a dentro.

En la cama había un montón de mantas, pero a la hora de


levantarte era terrible.

Yo llenaba de agua caliente de la ducha aquel cubo para llenar la


bañera de mi bebé.

Mi madre me había insistido en que me quedara arriba con ellos,


ella me advirtió de que abajo estaba todo un poco rudimentario,
pero Yo al ver la cara de mi padre y oír su incomodo refunfuño
mirando la tele y cambiando de postura cuando me oyó hablar con
mi madre en la entrada, no quise quedarme ahí. No podía soportar
más indiferencia hacia mí en mi familia, de veras me dolía y si no
hubiera sido por mi niña no habría vuelto allí.

Abajo estaba más tranquila. Al menos estaba sola. Pero mientras


mi mente estaba completamente abstraída pensando todo eso, noté
como se mojaban mis congelados pies.

-¡Oh no!

El cubo que estaba llenando había rebosado y se me había


inundado el cuarto de baño. Inmediatamente después empezó a
llorar Paula desde la cama. Se había despertado.

Yo, madre primeriza, inexperta y con una clarísima depresión pos-


parto en ese momento me desbordé y arranqué a llorar Yo
también.

Corté el agua dejando todo encharcado, fui a consolar a mi bebé,


la apretujé fuertemente junto a mi pecho, le acaricié su suave y
olorosa cabecita y mientras apretaba fuertemente los ojos
queriendo escurrir al máximo mis pobres lagrimas pensé:

-¿Como voy a criar este bebe Yo sola si ni si quiera puedo


cuidarme a mí?
Un lamento escandaloso salió de mi cuerdas vocales sin ningún
control. Después un sinfín de lagrimas ocuparon mi rostro,
mientras apretaba más fuerte a mi niña contra mí. Ella ya no
lloraba, pero Yo sí.

-Ahora entiendo mi sueño -reflexioné en mitad de mi caos- Yo


estoy sola con mi niña ante el inmenso océano y lo único que
tengo que hacer es avanzar.

Cesé de llorar. Me di cuenta de que tenía que reaccionar y sacar a


delante a un ser indefenso Yo sola. Le miré la carita, suspiré hacia
fuera queriendo a toda costa salir de aquella emoción y fui a
cambiarme de calcetines, tenía los pies empapados.

SOBREVIVIENDO

Pasado un tiempo me volví a mudar. Esta vez lo hice a un piso que


tenían vacío mis padres. Era un quinto sin ascensor y ellos me
cobrarían un alquiler, pero a mí me daba igual.

Yo cogí más casas para limpiar. Limpiaba 8 horas diarias en


diferentes casas, para así ganarme “más o menos” un sueldo y
poder criar a mi niña como ella se merecía. La apunté a la
guardería y de esa manera podía trabajar. Yo estaba dispuesta a
hacer cualquier cosa por ella y entonces, un pensamiento positivo
y perseverante me decía:

¡Ahora sí! ¡Encontraré mi estabilidad!

Un día llamaron a la puerta. Yo contesté por el interfono.

-Hola -me dijo aquella persona.

-¿Quien es? -contesté Yo.


-Soy Jose.

Yo me quedé helada. No contesté y colgué el interfono. Fui


caminando despacio hacia el sofá y me senté. El interfono volvió a
sonar. Yo no quería abrir. No quería ver a Jose y un montón de
pensamientos se instauraron por su cuenta en mi mente. Yo sabía
que era cosa del ego, siempre lo era. Pero como seguía
amordazada por él, no podía pronunciarme.

De pronto vi como una cucaracha cruzaba tranquilamente por el


comedor.

-¡Oh no! -pensé.

Me llevé las manos a la cabeza y volví a sentir aquella sensación


de soledad que sentí de niña en el colegio. También sentí asco y
mucho rechazo. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Después vi
como habían cucarachas por todas partes.

-¡Era una plaga!

Ya solo podía llorar. El interfono sonó otra vez y Yo me apreté los


oídos con las manos, mientras iba subiendo las rodillas a mi
pecho.

-¡No puedo soportarlo más! Que desagradable sensación de


rechazo.

Las cucarachas subían por las paredes, por los muebles, se


escondían por todas las rendijas. Los dedos de mis pies se
engurruñían mientras pensaba en cuando mi hija gateara por aquel
suelo.

Yo permanecí en el sofá un buen rato en esa postura, inmóvil,


presa de mil pensamientos asaltantes, hasta que Jose dejó de
llamar. Después poco a poco pude salir de mi engarrotada postura
y fui a comprar mata cucarachas.

Aquellos pensamientos asaltantes siguieron todo el día por mi


mente. Me decían:

-¿Pero como habrá averiguado donde vivo? La niña ya tiene 9


meses y no la ha visto desde que nació, ¿Que querrá ahora?

Jose siguió viniendo a casa pero Yo no le abría. Sentía pánico cada


vez que llamaban a la puerta. Me enviaba mensajes al móvil y me
decía que quería ver a la niña.

Un día me lo encontré por la calle. Quise esconderme, pero él vino


rápidamente hacia mí.

-¿Porqué no me coges el teléfono? -me preguntó un tanto alterado-


Te estoy llamando cada día. ¡Quiero ver a la niña!

-¿Ahora quieres verla? -respondí Yo indignada y con la voz


entrecortada- ¿Y que ha pasado con todos los meses de atrás?
¡Nunca te has preocupado! ¡La estoy sacando adelante Yo sola! ¡Y
no te has preocupado jamás de si necesito algo! Aunque de ti poco
necesitamos la verdad...

-¡Pero yo soy su padre! ¡Tengo derecho a verla!

-Derecho tendrías si te hubieras ocupado de ella desde el


principio.

Una lucha de egos se hacía hueco en nuestros cuerpos. Se podía


sentir el palpitar en mi pecho y en el suyo como si fueran dos
bombas a punto de estallar. Nuestras bocas se llenaban de saliva
espesa al pronunciar aquellas palabras asaltantes.
-Carmen -me dijo Jose bajando el tono de voz- Yo lo que quiero es
que tu y yo de vez en cuando quedemos, yo os veo, así ella me va
conociendo y no se olvida de mí.

-Tu lo que quieres es verme a mí y convencerme para que vuelva


contigo, como has echo siempre. ¡Ella no te importa nada! sino ya
me lo habrías demostrado -le dije Yo con los ojos brillantes a
punto de llorar y con un hilo de voz- Te di una ultima oportunidad
poniéndome a toda mi familia en contra, mi padre ni si quiera me
habla y aun así la desaprovechaste.

-¡Lo siento! Lo se, te pido perdón, me volví a equivocar pero


quiero ver a mi niña por favor.

Jose arrancó a llorar sin consuelo como un niño asustado.

-Si de verdad quieres ver solo a la niña y no a mí, vamos a hacer


una cosa -le dije Yo intentando buscar una solución.

Yo sabía que Jose no era malo, lo que ocurría era que estaba
totalmente enganchado a la bebida y ya llevaba tantos años que
era muy difícil que volviera a ser él mismo.

Estaba totalmente fuera de sí. Sus actos sus impulsos, sus


palabras, todo era ofensivo hacia los demás, aunque Yo sabía que
ese no era él realmente. Sabía que no era el hombre del que me
enamoré un día.

-Mira esto es lo que vamos a hacer -añadí- Cuando quieras ver a la


niña, queda con mis padres, yo la dejaré en su casa y tu vas y la
ves un ratito. ¿Que te parece? Así no me verás a mí, solo a ella.

-Pues no me parece bien -contestó él- Yo quiero que me la traigas


tú, quedar contigo en mi casa o en un parque, porque si no, yo a
casa de tus padres no voy a ir.
Mi cara fue de sorpresa, aunque ya algo me imaginaba. En el
fondo Yo sabía que Jose lo que quería era enredarme otra vez
como me había echo todas las veces que habíamos vuelto. Pero
esta vez no caí. Ahora tenía algo muy valioso entre mis manos.
Algo con lo que tenía que tener mucho cuidado a quien le ponía
cerca, porque sabía que según que personas no le harían bien,
aunque fueran de su propia sangre. Así pues, tuve que guardar
distancias con Jose.

El no se daba por vencido. Venía a mi casa una y otra vez, me


llamaba al móvil, me escribía mensajes, hasta que al final, tras
comprobar mi tajante ignorancia hacia sus llamadas y a sus visitas
incesantes, por fin se dio por vencido y comprendió que Yo
realmente había tomado una decisión.

Gracias a Paula había conseguido salir de años de dependencia


emocional.

INERCIA INESPERADA

Una mañana de mayo le dieron una fatídica noticia a mi padre. Mi


padre acostumbrado a llevar siempre rutinas en su vida, incapaz de
aceptar una derrota e incluso un simple contratiempo. A partir de
aquel día, para él nada volvió a ser lo mismo.

Mi padre llevaba trabajando cuarenta años como montador de


conductos de aire acondicionado. En aquel momento él se había
juntado con tres hipotecas (una de ellas el piso donde vivía Yo) y
aquella mañana de mayo le dieron la noticia de que su empresa
había quebrado.

Él tenía tres hipotecas, no porque fuera rico sino, porque siempre


deseó serlo, pero al parecer no lo enfocó de la manera correcta.
Era avaro y apegado a todas sus pertenencias. No entendía que la
abundancia es un bien del cual todos tenemos derecho y podemos
gozar libremente si sabemos relacionarnos correctamente con ella.

Pero mi padre era una persona tan insegura y mediocre que tenía
miedo del dinero. Miedo a perderlo, a compartirlo por si se
quedaba sin, miedo a fracasar como hombre y miedo a lo que
pensarían de él sus seres queridos si no era un “triunfador”.

Aquella mañana llegó a casa cabizbajo y decaído. Yo estaba allí


por casualidad con mi niña porque también quería darle una
noticia a la familia, pero tras escuchar la suya Yo pensé que este
no era el momento de comunicar lo mio y callé.

Yo iba pocas veces a visitar a mis padres. Básicamente porque no


me sentía bien recibida. Notaba una energía densa y oscura cada
vez que entraba al comedor donde ellos siempre se encontraban.

Mi madre siempre venía a agarrar a la niña y a decirle todo tipo de


arrumacos con voz infantil y cariñosa, mientras que a mí me
miraba de reojo y me decía un simple hola. Mi padre la mayoría
de las veces no me decía ni eso, realmente ni me miraba, ni se
levantaba del sofá donde siempre estaba sentado. El seguía
mirando la televisión como si nadie hubiera llegado.

Pero aquel día sí me habló, nos habló a todos con el corazón en un


puño. Nos explicó lo que había sucedido en su empresa.

Mi madre lo apoyó incondicionalmente, como siempre había echo


a lo largo de su vida en todas sus decisiones. Dijo que vivirían de
su sueldo de limpiadora y si tenían que dejar de pagar las
hipotecas lo harían. Lo tranquilizó y le dijo que juntos
encontrarían una solución.

Mis hermanos y Yo también lo apoyamos y le dimos ánimos. Pero


ni todo el apoyo y comprensión de su familia fue suficiente para
él.

Él se sentía hundido y fracasado. Mi padre era una persona muy


poco sociable. Nunca tuvo amigos, o al menos que se le
conocieran. Siempre caminaba por la vida ensimismado y con una
percepción de esta muy particular. Era terco y chapado a la
antigua, por esa razón pensaba que ya todo había acabado para él.

-Si un hombre no era capaz de mantener a su familia ¿Qué le


quedaba?

Lo que todo el mundo preguntaba en aquel momento para más inri


para él era:

-¿Porqué diablos tenía tres hipotecas?

La respuesta ni tan siquiera la tenía él.

Durante toda su vida solo intentó almacenar más y más y poco a


poco todo se le iba de las manos como el agua que intentamos
agarrar.

Cambiaba de casa de dos por tres. Toda su vida fue una persona
muy inestable.

En las temporadas que ganaba mucho dinero no se daba ningún


capricho, ni tan siquiera se fue nunca de vacaciones. Tampoco
ponían la calefacción en casa cuando era invierno. Todo por
“ahorrar”

-¿Y ahorrar para qué? -se preguntaba ahora.

Todos los deseos que alguna vez tuvo él, mi madre o nosotros
cuando eramos pequeños nos los negó.
-¿Y para qué? Ahora ya da igual todo -se lamentaba- Podría haber
vivido como un señor, pero claro, ¿Cómo íbamos a saber esto de
la crisis?

Mi padre se regocijaba en la crisis una y ora vez. Veía las noticias


a todas horas, leía los periódicos y veía programas de debates
políticos. Él, ignorante de la verdad, realmente se creía toda esa
basura que nos hacen creer y se sentía una victima más del país
como tantos otros muchos, sin darse cuenta de que es exactamente
eso lo que ellos quieren que sintamos. Que echemos culpas a fuera
para dejar de empoderarnos y responsabilizarnos con lo que
pensamos, sentimos y decimos.

Pero mi padre no era más que otra pobre oveja del rebaño, como
lamentablemente tantas y tantas hay. Él en su día arriesgó para
comprar tantas casas, pero arriesgó con miedo a perderlo todo.
Moría de miedo en su subconsciente y no confiaba en sí mismo,
con lo cual, eso fue lo que verdaderamente ocurrió.

Cuando compró la tercera vivienda, él solo quería vender las otras


dos deprisa y quedar en paz, pero no se vendían.

La gente que lo conocen siempre decían que no valía para los


negocios incluso sus propios padres, sin embargo, él siempre lo
hizo todo con su mejor intención y lo mejor que supo o pudo.

Una tarde de aquella recordada primavera, Yo me desplacé a casa


de mis padres para, ahora sí, darles la noticia que les tenía que dar.
Y sin contemplaciones, les dije nada más entrar:

-Mamá, papá, Voy a irme de vuestro piso y me voy a alquilar algo


por mi cuenta.

-Ah, bueno... -dijo mi madre- ¿Y que pasa, que no estas bien allí?
-Pues no mucho la verdad porque eso de subir cada día a un quinto
sin ascensor con la niña... Cada día pesa más y para hacer la
comprar ni te digo. Además no puedo vivir más con esas
cucarachas ¡Se mueren con el líquido y vuelven a salir más!¡Son
indestructibles!

-Bueno Carmen como tu veas.

Mi madre lo entendió y para mi sorpresa mi padre también. Yo


pensaba que pondrían alguna pega ya que así dejarían de ganar
también el alquiler que Yo les daba, pero no fue así. Mi padre
estaba tan derrotado que hasta le dio igual lo que Yo les expuse
allí.

Pasaban los días, las semanas y los meses y mi padre permanecía


inmóvil sentado en el sofá de su casa. Entretanto mi madre y mi
hermano pequeño eran los que trabajaban y fueron ellos quienes se
encargaron de traer el pan a casa.

Mi padre se lamentaba una y otra vez de su situación y en lugar


de colaborar en lo que pudiera, cosas de casa, compra etc. Cada
vez se encerraba más en sí mismo y se podía tirar horas en frente
del televisor. A veces no hablaba con nadie durante días. Mi madre
decía que no sabía como ayudarle, que lo veía hundido y
depresivo. Ella decía que él siempre fue una persona bastante
huraña y algo negativa, pero cuando tenía trabajo algo le
empujaba a llevar a cabo su propósito de vida. Ahora, sin
embargo, se encontraba profundamente ofuscado y sin fuerzas
para levantarse.

Mi padre había tirado la toalla. Se había rendido. Así pues, un


buen día decidió irse a vivir al campo, a casa de sus padres. Mis
abuelos eran ya muy mayores y vivían solos y a muchos
kilómetros de allí. Puso como escusa que se iría a cuidarlos, pero
todos sabíamos que eso tan solo era una huida más, una huida de
él mismo, pero,

-¿A caso no se encontraría con él mismo y con sus emociones allá


donde fuera?

Mi madre no podía entender porque tenía que irse tan lejos, pero
él deseoso de cambios en su vida se marchó. Ella se quedó en
aquella casa unicamente con mi hermano. Mi hermana Adriana,
Marta y Yo ya nos habíamos independizado así que ella se aferró
mucho a él, ya que no sabía estar sola.

Mi padre era una persona acostumbrado a llevar rutinas, pero


ahora necesitaba cambiar. El se marchó con la intención de
encontrarse a sí mismo ya que se había perdido hacía ya
demasiados años, pero mi madre jamás lo entendió y desde
entonces en su matrimonio se abrió una brecha que difícilmente
podría sanarse nunca.

ABRIENDO LOS OJOS

Yo volví a empezar de cero. Paula iba creciendo muy deprisa y Yo


envuelta en un montón de trabajo tanto fuera como dentro de casa
iba retomando las riendas de mi vida. Cuando mi familia parecía
haberse roto en pedazos, paradójicamente mi vida empezó a
arrancar.

Yo vivía en un bonito piso decorado a mi gusto. Tenía trabajo, no


el que hubiera deseado, pero iba tirando y mi niña estaba cada día
más grande y más hermosa.

Mi estabilidad tampoco llegó en ese momento, pero supe lidiar


mucho mejor con los contratiempos. Me mudé unas cuantas veces
más, e incluso llegué a vivir en una de las casas que Yo limpiaba
como interna. Vivimos Paula y Yo durante 6 meses. La chica de la
casa me lo ofreció porque su marido estaba de viaje y ella tenía
dos niños pequeños y un trabajo al cual le dedicaba gran parte de
su día. Fue un acuerdo mutuo. Ella me lo ofreció porque le iba
bien que Yo estuviera allí con sus hijos y por supuesto aceptó que
Yo me llevara a la mía. Yo lo acepté porque así ganaría más dinero
y no tendría que pagar un alquiler, así aproveché aquella
oportunidad que la vida me brindó para vivir por aquel tiempo en
aquella casa enorme, llena de bonitos espacios y un jardín
inmenso con columpios y césped donde sus hijos y la mía corrían
y se divertían como si todos fueran hermanos.

Siempre estaré agradecida con aquella bella persona que me


ayudó a quitarle hierro al asunto de la vida y a saber disfrutarla
mucho más.

¡Gracias Laia!

Me costó mucho superar todo aquello. Fueron lecciones muy


duras, pero llevaban un gran aprendizaje. Mi Yo de entonces no lo
sabía pero eran justo las lecciones que Yo había planeado vivir
cuando estaba en casa con la Fuente. Eran justo los aprendizajes
necesarios para llevar a cabo mi experiencia de vida y poder
transmutar todo mi dolor para poder dar amor.

Tras toda esa tormenta que llevaba a mis espaldas. Confusión,


miedo, dolor... de repente todo se fue amainado y Yo aun dentro de
mi confusión, pude ver una pizca de luz en mi camino. Un sentido
de la vida que antes jamás había observado. Me empecé a dar
cuenta de que todo tenía un sentido y de que absolutamente nada
pasaba por casualidad.

En aquel momento se puede decir que vi una luz al final del túnel
y me empecé a interesar mucho por el mundo espiritual, holístico,
la meditación, leía libros, etc. Al realizar todas esas actividades
sentía paz. De repente cuando oía una charla de alguien que ya
había experimentado todo eso que Yo empezaba a experimentar,
sentía como se abría el camino delante de mí. Era como:

-¡Ahhh...! Ahora lo entiendo. Nunca lo miré de ese modo.

De repente toda la culpa que había sentido que tenían mis padres
por todo lo que viví con ellos se fue deshaciendo. Me fui
responsabilizando de todo cuanto había acontecido en mi vida. Mi
mente se abrió un poco más y pude sentir que algo más había que
todo este sufrimiento mundano. Pude recordar a la Fuente. No en
toda su esencia pero si en pequeños segmentos que se me iban
mostrando de maneras muy sutiles. Yo fui atando cabos y aun no
la recordé en su totalidad, aun no lo he echo y no se si lo podré
hacer algún día con este cuerpo y esta mente de humano, pero sí
puedo percibirla y darme cuenta de su infinito poder amoroso.

-Nosotros somos parte de ese amor, entonces ¿Yo también soy así
de poderosa?

La respuesta es SI.

Mi miedo se fue empequeñeciendo y Yo poco a poco fui


entendiendo.

Paula fue un ser muy especial y lleno de amor que vino a mi vida
a mostrarme que Yo también era amor. A recordármelo. Pues lo
había olvidado completamente. Ella solo era un bebe y su llegada
fue tan linda como traumática pero fue exactamente como tenía
que ser para que Yo por fin abriera los ojos y viera. Pues estaba
ciega. Ciega creyendo que no era merecedora de amor. Ciega
creyendo que Jose tenía que cambiar por mí. Ciega por pensar
siempre que mis padres tenían la culpa de todo y de que nunca
lucharon por mí y ciega por no darme cuenta de que la vida que
vemos ante nuestros ojos, la estamos creando nosotros mismos.

Creamos desde a dentro con nuestras emociones, nuestros


pensamientos... y lo que vemos a fuera no es más que su reflejo,
Así que...

-¿Como podemos culpar a otros de lo que nosotros mismos hemos


creado?

Paula me enseñó todo esto. Lo vi gracias a ella. Cuando la parí en


medio de todo aquel caos, no tuve más remedio que mirar lo que
nunca había querido mirar. Mirarme mis heridas en profundidad,
enfocarme hacia mi ser, hacia dentro, para poder sanar y entonces
criarla en el amor y no en el miedo y en el sufrimiento. Pues si Yo
no sanaba la estaba condenando a que viviera mis propios miedos
y sintiera mi propio dolor. Esto lo intuí enseguida que vi la carita
de recién nacida de aquella personita que vino a salvarme de mi
caos.

-¡Gracias infinitas Paula!

VOLVIENDO A RECORDAR

Yo sentía que había dado un pasito en mi despertar. Pero aun así,


muchas veces me seguía sintiendo desdichada. Y de echo ahora
más que nunca se me ocurrían planteamientos sobre la vida
demasiado complejos, cosas que antes ni si quiera me cuestionaba.
Esto me enfadaba y me hacía pensar cosas muy abstractas. Como
cuando era niña y sentía esa diferencia entre los demás y Yo.
Cuando me sentía que solo era Yo misma cuando estaba en la
naturaleza y cuando había sentido tanto dolor en mi crecimiento y
en mi adolescencia que me creí morir.

A veces me sentía que no era de este mundo. Que paradoja cuando


realmente nadie lo es. Era como si nadie se diera cuenta de lo que
estaba pasando realmente en las relaciones humanas, o si nadie se
preguntara nunca que hace aquí. Pues Yo no paraba de
preguntármelo sobretodo cuando algo iba “mal”. Osea que no
ocurría según mis cálculos. No lo podía evitar. Era como de
repente no querer estar aquí. Querer marcharme ya para dejar de
sentir lo que creo que estoy sintiendo o lo que creo que está
ocurriendo. Pero en redilad no esta ocurriendo nada. Solo son
interpretaciones mías.

-¡Claro! Esto ya lo he vivido. Me pongo así por culpa de mis


patrones de pensamiento aprendidos y heredados, pero en realidad
no son míos, ni siquiera son Yo.

Pero que más da. En esos momentos mi ego toma el control


totalmente y se cree que sí. Así que sufro y quiero escapar. Quiero
huir.

-¿Pero como? ¿La muerte?

¿Eso es lo que quiero en esos momentos? No lo creo... Si el ego


huye de la muerte...

Entonces una intensa ansiedad se apodera de mí.

-¡No se lo que quiero!

Simplemente porque hay algo que se escapa de mi control, que no


ocurre según mi planificación y no me gusta. Entonces ocurre, me
desbordo y me pierdo. Después pienso en la naturaleza y la veo
tan equilibrada, tan conectada en absolutamente todos sus
participantes. Desde una pequeña hormiga hasta el inmenso
océano, pasando por bosques, árboles, animales...

-¡Está todo conectado!

Y después vuelvo a pensar.

-¿Porqué los seres humanos no?


Después vuelvo a pensar en las relaciones humanas y me vuelve la
desesperación.

-¡Es horrible! ¡Somos los únicos que no encajamos aquí! Y lo peor


de todo es que ¡Nadie se da cuenta!

Todos viven inmersos en sus pensamientos, en sus deseos, en sus


posesiones y nadie parece pararse a pensar porqué.

-¿Porque no somos felices con lo que tenemos? ¿Porque no


tenemos paz interior como todo lo que hay en el resto del planeta?
Una flor, una ardilla...Y aun así...¿Nos creemos la especie
inteligente?

Yo seguía trabajando en mí y hacía mucho tiempo que me


preguntaba esas cosas. Lo cierto es que creo que siempre me lo
pregunté. Pero cuando era niña de una manera más natural e
inexacta. No ponía palabras. Pues así expresado parece un
rompecabezas, sin embargo algo abstracto y lleno de verdad no se
alejó nunca de mi mente desde mi infancia.

El caso es que ahora de mayor había investigado el tema y había


puesto palabras a mis pensamientos. No era muy diferente. En
realidad seguía siendo igual. No entendía absolutamente nada de
la vida, solo que ahora era consciente.

-¡Pero claro!

No podía compartir mis ideas ni hablar de esto con nadie de mi


entorno, pues bien sabía que mis familiares y amigos pensarían
que soy la persona mas rara del planeta.

Pero mis pensamientos seguían y seguían. A veces intentando


comprender. Otras frustrados por los acontecimientos externos,
frutos de mis pensamientos pero negados y enjuiciados.

Casi siempre después de estas frustraciones, solía pensarlas


fríamente, relajarme y finalmente hacer lo que llevaba todo este
tiempo intentando aprender, antes de que se me olvidara una y otra
vez que la solución era: Aceptarlas.

Estaba en el proceso de aprender.

Pues las frustraciones forman parte del personaje que elegí en la


totalidad del amor, pero que sutiles son. Como se olvidan y se
escurren entre nuestros dedos.

Y claro, después de todo esto pensaba...

-Entonces me he puesto así porque mi hija se ha despertado de la


siesta justo cuando Yo iba a comer...¿En serio?

Pues sí. Ese había sido mi contratiempo. ¡Claro! Si Yo quería


compartir esa información con mi hermana, por ejemplo y encima
pretender sentirme apoyada ¡Lo llevaba claro!

Ella solo me diría :

-¡Oh vaya! A mi me pasó lo mismo. Que se le va a hacer.

Y ni si quiera se habría planteado para que vino al planeta ni que


pretendía enseñarle el universo con esa acción. ¡Y luego la rara
soy Yo!

Poco a poco aprendí que los niños son un espejo enorme en los
que puedes mirarte para aprender de ti. Ellos vienen a enseñarnos
constantemente con sus conductas e incluso con sus rabietas.

Pero Yo tenía demasiado dentro y no sabía como expresarlo. A


veces salía en forma de ira, otras en desesperación, otras en
tristeza... Pero a mí me seguía pareciendo increíble que la gente no
analizara sus emociones para poder canalizarlas. Porque Yo las
canalizaba y aun así me salían disparadas por donde querían.

-¡Que difícil era esto de vivir!

Y de repente un día vuelvo a caer en mi oscuridad. Me vuelvo a


asustar. No entiendo en absoluto a la sociedad y sus reglas.
Totalmente opuestas a las de la naturaleza. Todo está lleno de
control o más bien de deseo de control, sobretodo exterior. Aunque
nunca se llegue a controlar nada porque es imposible.

La naturaleza tiene sus propias reglas y nada podemos hacer


contra ellas, solo aceptarlas y fluir con ellas. Pero tanta resistencia
en el mundo lo está enfermando. Las mujeres y los hombres
sentimos un deseo inagotable de controlarlo absolutamente todo,
sin siquiera pararnos a pensar que es imposible. Las empresas las
sociedades, las instituciones, la televisión... Todo está fabricado
para controlar y controlarnos.

Yo sentía un ansiedad terrible cuando me hablaban de papeles que


se necesitaban para tramitar, para verificar, para comprobar, para
pagar.

-¡Sí señores! El resto de personas lo veía normal.

Era un mero tramite y algo normal que debían asumir y realizar


cuanto antes, sin embargo a mí me resultaba una tarea pesada e
incomprensible. Yo pensaba:

-Pero vamos a ver, si nosotros somos amor, hemos venido para dar
amor, descubrir lo que amamos y decidir con el corazón ¿Porque
tengo que hacer la declaración de la renta?
De echo había gente que disfrutaba con eso, quizás volvía a juzgar
mi ego.

Yo sin embargo entre tanta palabrería que para mí no significaba


nada, no podía entender el porqué de la existencia de casi todas las
leyes sociales y por esa razón me sentía totalmente fuera de lugar.

-Luego se preguntarán porqué no encajo en ninguna empresa ni he


encontrado ningún trabajo que me llene. ¡Es que Yo no soy como
ellos! ¡No me siento de este mundo! -lloraba Yo entre mis
sabanas- Jamás encajaré en un lugar donde no se respeta el origen
de donde venimos.

Yo veía absurdo cosas como pagar la luz y me sentía un bicho raro


por ello, pues como iba nadie a cuestionar esas cosas.

-¿Pagar luz? -pensaba Yo- Si nosotros somos luz.

Eran cosas totalmente contradictorias a lo que realmente somos.

Yo sentía una gran confusión en aquellos momentos y por eso


sentía ansiedad y ganas de huir.

-Pero ¿Huir a donde? ¿Otra vez? ¿Salir de mi vida?

No era posible. Que sentimientos más contradictorios. Otra vez el


ego se había apoderado de mí.

LA VERBENA

Fue pasando el tiempo y Yo ya había superado en gran medida lo


que ocurrió con mi abuelo, o al menos así lo creía. Tanto él como
mi abuela estaban mayores y vivían en aquella casa de campo en
un aldea escondida entre los cerros cordobeses.
Un verano toda la familia nos reunimos para pasar allí el día de la
verbena de la aldea. Yo ya había visitados muchas veces a mis
abuelos siendo adulta y se podía decir que con mi abuelo tenía una
relación “cordial” Yo estaba totalmente acostumbrada a saludarle
sin sentir absolutamente nada en mi interior, pues lo había
aprendido desde pequeñita y mis verdaderos sentimientos hacia él
estaban bien escondidos. Tan escondidos estaban que ni Yo misma
sabía donde se encontraban.

La relación con mi abuela era más verdadera, ella nos quería


mucho a todos y siempre se volvía loca de contenta cuando
íbamos a visitarla. Allí también vivían algunos tíos míos y primos
y todos nos recibían con los brazos abiertos.

Aquel día todo estaba muy animado. Todos los aldeanos habían
colaborado para decorar cuidadosamente sus dos calles y su plaza,
pues no había más para decorar. A mí sinceramente me gustaba
estar allí, sentía el aire puro de la naturaleza, la tranquilidad y la
cercanía de sus aldeanos.

Habían colocado un montón de bombillas sujetadas con cables a


las farolas de un lado al otro de la calzada formando estrellas y
cascabeles. La mayoría de la gente de esta aldea eran personas
mayores, excepto mis primos que eran los más jóvenes de la zona.
Pero gran parte del vecindario eran familia nuestra.

Ya casi no quedan aldeas como esta, perdidas en la montaña y con


tan poca población. Todas las mañanas pasaba el panadero con su
furgoneta y de vez en cuando pasaba la furgoneta de los helados.
Era como viajar al pasado. Cuando alguien necesita comprar algo
extra, se tenía que desplazar al pueblo más cercano. Pero en gran
medida, allí todo el mundo vivía de su propio cultivo.

Todos tenían huerto, algunos gallinas y pavos y otros cerdos y


cabras, que era el caso de mis tíos, los padres de mis 5 primos
varones. Estos se encargaban de cuidar a todos los animales, ya
que mis tíos ya estaban mayores y habían bregado mucho en la
vida. De esa manera ellos siempre se proveían entre unos y otros
de lo que necesitaban, como antiguamente cuando existía el
trueque.

Aquella gente era muy servicial, eran sencillos y naturales y


siempre estaban deseando de que viniera alguien de fuera para
ofrecerle cuanto necesite. Lo cierto era que la mayoría de ellos
admiraban a mi abuelo. Allí todos lo querían y hablaban
maravillas de él. Yo bien sabía que si alguno de ellos se hubiera
enterado de lo que me hizo cuando era niña, dentro de su rustica
ignorancia, no le hubiera dado importancia y lo seguiría
idolatrando. Eso a veces sí salía de mi pecho cuando estaba allí y
los veía a todos idolatrando a aquel ser que a mí tanto me quitó.
Pero Yo lo volvía a esconder aun más adentro. Que nadie lo
notara. Que todos pensaran que Yo también lo idolatraba, aunque
pasara lo que pasó.

Aquella noche estábamos arreglándonos en el baño de mis abuelos


mis dos hermanas y Yo. Todos los aldeanos lucirían sus mejores
galas para este día tan especial para ellos y nosotras queríamos
estar a tono con ellos. Vendría una orquesta a tocar y en la terraza
de una vecina, la cual siempre se ofrecía, montarían una barra de
bar con tapas y bebida de todo tipo.

Paula estaba durmiendo en una habitación de la casa de mis


abuelos y nosotras cuando acabamos de arreglarnos salimos a
fuera a “la puerta de mis abuelos”. Allí siempre sacaba mi abuela
unas sillas de plástico cuando empezaba el fresquito de la noche y
unos cuantos venían a sentarse con ella.

En ese momento se encontraban allí mi tita Júlia (madre de mis


primos) y mi tita Encarnación. Mis hermanas y Yo apartamos la
cortina de tiras de plástico que había en la puerta, acercamos más
sillas que había dentro del porche y nos sentamos con ellas.

-¡Estáis muy guapas! -nos dijo mi abuela sonriendo orgullosa de


nosotras.

Enseguida vino mi primo Demetrio, el segundo de los hermanos,


que vive en la casa de justo al lado. Nos ofreció una copa de vino
y se sentó con nosotras. Estábamos todos sentados en círculo,
esperando a que empezara la verbena. Mientras tanto charlábamos,
reíamos y bebíamos algo.

De repente se abrió el gran debate de donde dormiríamos mis


hermanas y Yo aquella noche. Todas deseosas de que las
eligiéramos a ellas. He de decir que mi familia allí hallada tenía un
punto bastante cómico, propio de la gente rural.

-¡Pues en mi casa hay sitio! -dijo mi tita Júlia.

-En la mía también -sugirió mi abuela- Porque se saca el sofá


cama y eso es una cama estupenda.

-Si queréis yo tengo libres las habitaciones de arriba -añadió mi


tita Encarnación.

Mi hermana Adriana y yo nos miramos con una leve y disimulada


sonrisa. Gracias a la conexión que siempre tuvimos y porque
como ya las conocemos, sabíamos muy bien que eso solo era el
comienzo de una larga guerra de anfitrionas.

-A nosotras nos da igual -dijo mi hermana Marta. La cual se


mostraba algo más seria.

Yo bien sabía que la tozudez que caracterizaba a mi abuela no la


dejaría indiferente ante la situación.
-Ellas que duerman donde quieran -dijo- Pero que yo aquí tengo
un sofá cama y también tengo la cama chica de la habitación y si
no… ¡Se puede sacar un colchón y echarlo al suelo!

Por si no era suficiente ella siempre tenía un as en la manga.

Mientras mi primo no paraba de rellenarnos las copas. ¡Este no


puede ver una copa vacía!

-Pues Yo…lo que ellas quieran… -dijo mi tita Encarnación- Pero


yo tengo las habitaciones de arriba nuevas a estrenar porque
hemos hecho reforma hace poco y ahí todavía no ha dormido
nadie…

Entre la sutil guerra de anfitrionas y el vino que nos iba echando


mi primo, Yo cada vez encontraba más cómica la situación. Mi
hermana Adriana les seguía la corriente y también entre sonrisas
comentó en un tono sarcástico.

-Pues yo que se…a mi también me da igual, no se donde se


dormirá mejor…

A mí se me contagiaba la risa si miraba a mi hermana


directamente a los ojos. Intentaba disimular pero era incontrolable.
Así que miraba para otro lado mientras mis ojos chispeantes se
humedecían por la risa.

-Pues yo tengo las habitaciones que dan para el otro lado y allí, si
os queréis acostar pronto, no os molestará la música de la
orquesta- añadió mi tita Júlia.

Mi hermana Adriana soltó una carcajada y Yo al verla no pude


contenerme más y también rompí mi silencio con el sonido de la
guasa incontrolable que me sugería la situación.
Lo bueno es que en esa aldea como todo el mudo se ríe de todo y
siempre se ríen cuando hablan debido a su buen humor, siempre
pasamos desapercibidas con nuestras nobles y sanas ganas de reír
a carcajadas de sus divertidos espectáculos pueblerinos.

Mi hermana Marta, en cambio, nos miraba seria y parecía molesta


con nuestra risa. Yo me di cuenta de que algo le molestaba, pero
seguí con mi risueña actitud con respecto al tema de las camas.

-Bueno pues yo no se tampoco -dije- A mi también me da igual.

-Pues si queréis yo duermo en casa de la abuela -dijo mi hermana


Marta agarrando a mi abuela de la mano y sentada en una silla
junto a ella- Y vosotras dormís donde queráis.

-Hombre… yo lo que digo es que aquí podéis dormir las tres


porque hay sitio, pero lo que vosotras queráis -dijo mi abuela
refunfuñando.

Esta es incapaz de rendirse. Porque ella piensa que cuando vienen


sus nietas a la aldea tienen que dormir en su casa y no en casa de
nadie, por muy familia que seamos todos.

-Pues mira ¡Ya está! -dijo mi tita Encarnación- Estas dos que
duerman en mi casa y la Martita que duerma contigo.

Mi hermana Adriana y yo tuvimos que decir que sí porque si la


cosa se va alargando nos pueden dar allí perfectamente las 4 de la
mañana.

Secándome las lágrimas de la cara bebido al ataque de risa y al


buen momento que estaba pasando, suspiré de satisfacción.
Mientras mi primo se acercó una vez más a rellenarme la copa.

Di un sorbo y respiré, parecía que se me había pasado, pero de


repente dijo mi abuela:

-Bueno pues si vosotras queréis dormir allí pues ya está… pero


habiendo aquí una cama tan buena es una pena…en fin….

-¡Déjelas que duerman donde ellas quieran! -dijo mi tita Júlia que
parecía querer llegar al final de este asunto, pero seguidamente
añadió- Aunque si quieren venirse a mi casa mis puertas están
abiertas.

Miré de refilón a mi hermana Adriana y no pudimos contenernos


más.

Mi hermana Marta continuaba con esa actitud seria y formal


como queriendo guardar la compostura. Nos miraba de reojo y no
con cara muy amigable. Pero Yo no le di más importancia. Cuando
mi hermana Adriana y yo pudimos recomponernos de nuestro
ataque de risa nos levantamos.

-¡Bueno pues no hablemos más de dormir y vayámonos a la


verbena! -dije- ¡Acaban de llegar los de la orquesta!

Había momentos en que Yo me sentía en aquella aldea como si


estuviera en mi propia casa. La pureza de mi familia era tal que
me conquistaba y se me olvidada todo cuanto allí pasé cuando
apenas tenía 10 años. De echo mi abuelo también era una persona
sociable y amigable, mucho más que mi padre y Yo a veces me
sentía bien en su compañía y en la de todos aquellos familiares.
Algo inexplicable lo se... Lo que realmente me hacía sentirme mal
era a veces sentirme bien con él. Pues ese sentimiento lo
rechazaba duramente y aun me dolía más.

Finalmente la orquesta de todos los años llegó a la plaza y todos


nos pusimos en pie para dirigirnos a ella. Empezó la verbena de la
aldea. Mi primo abrió la segunda botella de este preciado regalo
llamado vino.

EMPODERAMIENTO

Cuando pasó algún tiempo mi relación con mis padres se relajó.


Nunca volvió a ser como cuando era una cría y jugaba con ellos
sin otra expectativa que la de reír y divertirme sin más. Siempre
me quedará algo de resentimiento oculto en mi subconsciente de
mente humana. Pero ahora puedo verlo cuando surge de mí. Lo
observo y de esta manera lo sano.

Ellos siguen con su vida a su manera. Yo a veces los entiendo y a


veces no. Pero he comprendido que lo que ellos elijan y decidan es
cosa suya y Yo lo tengo que aceptar.

Mi padre volvió a casa con mi madre pero sigue ensimismado


desde que se arruinó con “la crisis” Ahora con su pelo cano y su
cara de pocos amigos marcada por sus evidentes arrugas, sigue en
su sofá mirando la televisión. Mi madre trabaja como una mula y
decide llevar toda la carga ella sola. Tiene dolores por todo el
cuerpo. Sus ojeras y la curvatura de su espalda dicen que ya no
puede más, ella se queja pero sigue haciendo exactamente lo que
siempre a hecho. Cargar con todo y decir que todo está bien.
Cuando tiene un dolor que ya no le permite casi ni moverse lo
único que se le ocurre es ir al medico y tomar fármacos. Mi
abuelo, ultimo superviviente de su generación (mis otros tres
abuelos murieron) ahora viudo y viejo, vive con mis padres y se
ha convertido en un ser vulnerable y afligido del que ahora se
hacen cargo tanto mi padre como mi madre. Que paradoja.

-¿Quien se lo habría dicho nunca a mi madre que cuidaría de él?

Y de Jose no he vuelto a saber nada más.

Estas personas han formado parte de mi vida, junto por supuesto a


mis hermanos con los que también he tenido mis diferencias y han
sido unos perfectos espejos para mí. Los he amado a todos y en
realidad los sigo amando. Los sigo amando porque he
comprendido y respeto profundamente su camino elegido. El
camino que ellos trazaron un día en casa con la Fuente y del que
Yo desde aquí abajo no tengo ni la más remota idea de cual es, así
que no los juzgo sino que los acepto incondicionalmente. Ese es el
amor más puro que puedes ofrecer jamás y ese es el amor que Yo,
gracias a mis heridas más profundas, un día pude comprender.

De repente me di cuenta de que todo era un sueño y que si Yo


tomaba el control, el ego y sus creencias limitantes se
desvanecerían por completo. Era más fácil de lo que Yo creía. Me
di cuenta de que Yo era la única parte real de mi vida y que estaba
totalmente conectada a la Fuente. Esta nunca me dejó. Mi mente
era parte de la suya.

Cuando el perdón descansó sobre mi mente manteniendola en paz


y libre de deseos, aceptaba el presente y podía fluir. Ahora todo lo
era, nada necesitaba, todo lo tenía aquí y ahora y al fin descansé.

También me di cuenta de que al final pasara lo que pasara Yo


siempre estaba en mí. No podía ir a ningún otro sitio. No podía
escapar. De echo todo mi esfuerzo de gestionar las emociones de
poco valía cuando estas me invadían por completo. Solo tenía que
sentirlas. No tenerles miedo, ni querer que se vayan, o que
cambien. Sentirlas, abrazarlas y aceptarlas tal como eran, solo de
esa manera podrían desvanecerse.

Me di cuenta de que el cordón umbilical invisible que me unía a


mis padres se podía cortar fácilmente. Todo era cuestión de lo que
pensaras que era. Y cuando me di cuenta de que Yo sola podía
subsistir, que no hacía falta depender de ellos para poder
sobrevivir, casi automáticamente, en un segundo sentí la sensación
de separación. Pero separación libre, amorosa, respetada y
entonces creí en mí.

Y en vez de estar llena de expectativas de lo que sucederá o no


con mi vida. De que esto no lo quiero, esto sí... empecé a dejarme
fluir, dejarme vivir por la vida, que ella es la única que sabe por
donde tenemos que caminar.

Tenemos que dejarnos ser y descubrir que en nuestra esencia se


encuentra nuestra vocación, nuestro talento y en definitiva el
inmenso potencial que todos podemos desplegar al servicio de una
vida útil, creativa y con sentido.

Yo aun no había experimentado mi vocación. No tenia ni idea de a


lo que me quería dedicar a mis 34 años, de echo seguía trabajando
como limpiadora. Un trabajo digno y útil pero con el cual Yo no
me sentía identificada.

Pero aun así mi mente se estaba empezando a abrir y Yo me daba


cuenta de que mi alma se expandía haciendo determinadas
actividades, algo que nunca antes experimenté. Entre muchas
cosas estaba escribir. De ahí que os esté contando mi historia. Y
me di cuenta de que la estabilidad que tanto deseaba no era más
que miedo. Miedo de no saber lo que va a pasar, de tenerlo todo
controlado para no tener que lidiar con contratiempos. De nuevo
miedo a lo desconocido, como tenía Yo cuando era pequeña y
como siempre tuvo mi padre. La estabilidad no es más que eso.
Aprendí a dejarme fluir por la vida. A que ella me guiara.

-Si ahora tengo trabajar limpiando esta casa, lo haré. De echo no


estaría aquí si la vida no me hubiese puesto, así que ¿Para que
luchar contra ella?

Esta empezó a ser mi filosofía de vida.

En mi madurez Yo seguía sin tener muchos amigos. Después de


haber tenido muchísimas amigas y amigos en la adolescencia, en
mi madurez realmente apenas tenía. Las relaciones sociales nunca
fueron mi fuerte. Pero es que me había dado cuenta de que la
gente que es verdadera contigo y te aceptan tal y como eres, es
muy poca y prefería no estar con nadie a no ser que me aceptara
en mi totalidad. Por esa razón Yo disfrutaba enormemente de mi
soledad y así me fui conociendo a mí misma.

Yo soy un ángel, un ángel como todos vosotros que habitáis la


tierra y solamente por esa razón se que todos disponemos de ese
gran potencial.

Si no dejáramos a nuestras almas aplastadas bajo del ego como


hice Yo durante tantos años. Si les diéramos alas y las dejásemos
volar. Si no nos condicionáramos por todo lo que dicen los demás
de que podemos o no podemos hacer. Si creyésemos en nosotros
mismos, hoy todos volaríamos alto y nos expandiríamos.

Yo creo que lo que explico es justamente lo que necesito aprender,


por eso sale de mí con tanta fluidez. No es que Yo lo haya
aprendido todo.

-¡Para nada!

Aun me pierdo en el ego todos los días. Pero sí me he dado


cuenta de algo. Esto es lo que forma parte de la vida y vinimos
para jugar. Solo es un juego aunque lo hayamos olvidado. Se trata
de contactar con tu alma una y otra vez, cada vez que nos
perdamos, las veces que haga falta. No pasa nada, no somos
perfectos, solo somos humanos que necesitamos aprender de
nuestros errores para amarlos, aceptar a los demás con los suyos
propios y a nosotros mismos tal y como somos.

Yo he sido victima de abusos sexuales. He estado en el mundo de


la droga. He sentido abandono por parte de mi familia. He tenido
relaciones de pareja con una dependencia emocional enorme y he
sido madre soltera y sin recursos.

Amigos hoy quiero mandar un comunicado a todo el mundo. Todo


esto aunque parezca muy grave no significa nada. Habrá gente que
sienta que tiene o ha tenido problemas más graves y que esto no es
nada. De veras, nada significa nada, solo el significado que tu le
quieras dar a cada cosa. Como bien dice el famoso curso de
milagros. De echo nada significa nada porque nada existe. Todo lo
que hay aquí en la tierra no son más que escenarios que hemos
creado desde nuestra mente inconsciente y que solo tienen el fin
de hacernos despertar de nuestro sueño.

Amigos desde el día que nos cortaron el cordón umbilical, el ser


humano ha sentido una culpa intrínseca solo por el echo de estar
aquí, separado de nuestra Fuente. De ahí el llamado “pecado
original”

Solo sentimos culpa por habernos separado de nuestro padre y


pensar que haber venido a la tierra esta mal. Yo pienso que no esta
mal. Que somos inocentes. Pues solo hemos venido a vivir una
experiencia pero nunca nos desconectamos de nuestra Fuente,
desde la raíz seguimos unidos. Solo tenemos que darnos cuenta y
amarnos al saber que nosotros también somos amor, también
somos luz. No nos sintamos abandonados, separados, solos y
tristes.

-¡No lo estamos! ¡Todos estamos unidos entre sí, de echo somos el


mismo ser y todos uno con la Fuente! ¡Nuestras mentes están
conectadas! ¡Y nuestros corazones también!

Pase lo que haya pasado en tu vida física, mira hacia dentro y


utilizarlo para sanar y recordar que eres amor. Si Yo he podido
recordarlo vosotros también. ¡Respira profundamente el universo
que te envuelve y deja que use!
Gracias infinitas a todos los que me habéis leído, mi camino
continua... Seguiré creciendo.

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