Está en la página 1de 1

La magia de la metáfora

1.14 Lección al almuerzo

Los pequeños ratoncitos habían nacido sólo hace unos pocos días. Estaban llenos de alegría.
Bajo la atenta mirada de su madre, saltaban, caían, retozaban, chillaban y gritaban, pasándola
muy bien.

De pronto, todos ellos se congelaron en sus pisadas. Una sombra grande y negra había caído
sobre ellos y el lugar en el que jugaban.

Lentamente voltearon sus pequeñas cabecitas de ratón para ver la fuente de la sombra. Ahí,
fijamente agazapado y listo para abalanzarse, se encontraba un enorme gato negro. Sus ojos
amarillos eran grandes como platos, sus bigotes eran extensos y amenazantes, y sus dientes
eran amarillentos, filudos y goteaban saliva. Si aquel gato hubiera podido hablar, hubiera
dicho: “¡A almorzar!”

Rápida como un rayo, la mamá ratón saltó por sobre los ratoncitos ocupando el espacio entre
ellos y el gato. Mirando furiosamente a los ojos del gato, ladró fuertemente y con actitud:
“¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!“

El gato se sorprendió tanto que dio media vuelta y salió disparado a lo lejos, con la cola entre
las patas.

La mamá ratón se volteó hacia los ratoncitos y dijo: “Ahí tienen, mis queridos, que sea una
lección para ustedes. Nunca subestimen la importancia de aprender un segundo idioma.”

Fuente principal: Hugh Lupton

Hugo Albornoz G.

También podría gustarte