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Análisis Relato 1 PDF
Análisis Relato 1 PDF
. Introducción
. E l p a c t o n a r r a t i v o : a u t o r, a u t o r i m p l í c i t o , n a r r a d o r
. Historia y discurso, de Aristóteles a la narratología
. El discurso nar rativo (): a) La voz
. Bibliografía básica
. I N T RO D U C C I Ó N
A pesar de que en nuestro día a día apenas lo percibamos, el hombre es por ex-
celencia un animal narrativo. Desde la infancia, el niño entra en contacto con
una «galaxia» plagada de narraciones que tendrá que aprender a descifrar: lo que en
principio es sólo una mera sucesión de ilustraciones o palabras (las de las canciones
infantiles, los cuentos, los dibujos animados) se hilvana y convierte en historias con
planteamiento, nudo y desenlace. Y ello gracias a la «competencia narrativa» de nues-
tra cultura, es decir, a esa capacidad de comprender y crear narraciones que los ha-
blantes vamos adquiriendo con nuestro aprendizaje cultural (Valles Calatrava, ,
p. ).
Afirma el escritor italiano Claudio Magris que «quien narra una historia, cuenta el
mundo». La narración es un vehículo para entender la realidad y para comunicarnos
con los demás. Sin conciencia de ello, la utilizamos diariamente en nuestras relaciones
familiares y laborales (porque contamos qué tal nos ha ido en el dentista o nuestro fin
de semana), y absorbemos a su vez las narraciones de los anuncios publicitarios, de
las noticias y reportajes de la prensa y televisión, de las películas, de los chistes, de la
música de moda y hasta de los videojuegos.
No nos puede extrañar, pues, que muchas de las manifestaciones artísticas del ser
humano se materialicen en el relato, y que el narrativo se haya convertido en uno de
los tres grandes géneros de la tríada, junto al lírico y al dramático. Ya antes de que la
Literatura se tornara littera (se plasmara en letra, por tanto ), la oralidad sostenía un
gran cauce de narraciones, a menudo de carácter mítico o religioso. Leyendas, fábu-
* C a r o l i n a M o l i n a e s d o c t o r a p o r l a U n i v e r s i d a d d e E x t r e m a d u r a . Re c i e n t e m e n t e
ha publicado Gabriel Gar cía Márquez: crónica y novela, Cáceres: Universidad, .
P E R A B BAT
E n e f e c t o, e l d i s c u r s o d e l u n r e l a t o e s s i e m p r e u n a o r g a n i z a c i ó n c o n -
vencional que se propone como verdadera. En el mundo de la ficción […]
per manecen en suspenso las condiciones de verdad referidas al mundo real
e n q u e s e e n c u e n t r a e l l e c t o r a n t e s d e a b r i r e l l i b r o. [ … ] E s e p a c t o e s e l q u e
d e f i n e e l o b j e t o — l a n o v e l a , e l c u e n t o, e t c. — c o m o v e r d a d y e n v i r t u d d e l
m i s m o e l l e c t o r a p r e h e n d e l a s c o n d i c i o n e s d e E n u n c i a c i ó n - Re c e p c i ó n q u e s e
dan en la misma […]. No hay novela que no invite al lector a ace ptar una re-
t ó r i c a , u n a o r d e n a c i ó n c o n v e n c i o n a l p o r l a q u e e l a u t o r, q u e n u n c a e s t á p r o -
piamente como persona […], acaba disfrazándose constantemente, cediendo
su papel a personajes que a veces son muy distintos de sí. Entrar en el pacto
nar rativo es ace ptar una retórica por la que la situación enunciación-rece p-
ción que se ofrece dentro de la novela es distinguible de la situación fuera
d e l a n o v e l a ( Po z u e l o Yv a n c o s, , p. ) .
Las palabras de Pozuelo profundizan en uno de los aspectos más estudiados por
los teóricos de la ficción literaria. Si por una parte está la literatura, con sus personajes
de papel, y por otro la vida, tendremos que afirmar que el autor «nunca está propia-
mente como persona», que «acaba disfrazándose constantemente, cediendo su papel
a personajes que a veces son muy distintos de sí». Así, por poner un ejemplo extremo,
el hecho de que Raskólnikov asesine a una vieja usurera en Crimen y castigo no quiere
P E R A B BAT
decir en absoluto que Dostoievski haya precisado probar tal experiencia para repre-
sentarla, de la misma forma que no hace falta haber estado en la Tierra Media para
describir a un hobbit como lo hace Tolkien (aunque en ciertas épocas esto se olvida,
recordemos las acusaciones a Flaubert tras la publicación de Madame Bovary, y el
famoso aserto «Madame Bovary, c’est moi»).
Sucede que los escritores, conscientes de la efectividad del pacto narrativo, a me-
nudo favorecen la exhibición y relevancia de algún aspecto biográfico (aunque sólo
sea el nombre) en sus propios relatos. Con ello se logra un efecto de gran verosimi-
litud: por ejemplo, en Pabellón de reposo (), de Camilo José Cela, un tal «C.J.C.»
firma muchas de las cartas que conforman esta obra, y el protagonista de El castillo
() de Kafka aparece nombrado siempre como «K»; inevitablemente, pensamos
que alguna relación tienen ambas siglas con estos dos escritores. Hay incluso algunos
autores que se convierten en verdaderos seres de papel: recordemos que «Miguel de
Unamuno» es un personaje de Niebla (), o que en La vida exagerada de Martín
Romaña (), novela de Bryce Echenique, un tal «Alfredo Bryce Echenique» llama
a la puerta de la habitación parisina de Martín y mantiene una larga conversación con
el joven.
El juego llega hasta tal punto que ciertos autores han bautizado con sus propios
nombres a los personajes narradores de sus novelas. En El filo de la navaja (),
novela del escritor inglés William Somerset Maugham, el narrador dice llamarse So-
merset Maugham, y con frecuencia se hace alusión a su oficio de escritor. Lo mismo
sucede en La piel (), del italiano Curzio Malaparte: el narrador, llamado «Curzio
Malaparte», acompaña a las tropas americanas en su viaje por Italia, y detalla la cruel-
dad de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. La más reciente Soldados de
Salamina (), de Javier Cercas, está narrada por un periodista que curiosamente
se llama «Javier Cercas», y que investiga un episodio confuso de la vida del falangista
Rafael Sánchez Mazas.
Es verdad que el autor puede servirse de sus vivencias para su material narrativo,
pero en absoluto podemos afirmar que ese ser de papel, ficcionalizado, sea el escritor
real, el de fuera de las páginas.
Por tanto, y de modo general, las ideas del autor implícito suelen coincidir con
las del autor real, aunque hay numerosos ejemplos donde no sólo no armonizan sino
que son plenamente contradictorias. El caso de Fernán Caballero es ilustrativo a este
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respecto: Cecilia Böhl de Faber, autora absolutamente liberal en su vida real, defendió
siempre posturas reaccionarias en sus novelas ( y así lo demostró Montes Doncel, en
una monografía de ).
No todos los teóricos del relato se muestran a favor de esta noción de autor implí-
cito (es un ejemplo relevante el de Gérard Genette, de él hablaremos más adelante),
pero lo cierto es que se trata de un concepto que ayuda a entender de qué forma la
vida y la literatura tienen nexos en común, a pesar de que los separe la frontera del
papel:
AU T O R LECTOR
PAC T O N A R R AT I VO
N OV E L A :
AU T O R I M P L Í C I T O
(ideología del autor)
NA R R A D O R
Afirma Roland Barthes, y es un aserto que se repite mucho entre los teóricos de
la ficción, que «quien escribe no es quien existe»: como acabamos de ver, el narrador
puede llegar a ser una entidad muy diferente al autor, aunque también es posible que
las líneas del relato se conviertan en resquicios de la ideología de este último. He aquí
una de las grandezas del pacto narrativo.
. H I S T O R I A Y D I S C U R S O, D E A R I S T Ó T E L ES A LA NARRATOLOGÍA
Esa larga cadena de reflexión sobre la narratio (que continuaron Quintiliano, Cice-
rón, las retóricas y poéticas medievales y renacentistas... ) es recogida por las distintas
escuelas del siglo ; especial relevancia han adquirido para el análisis narrativo las
propuestas del Formalismo Ruso.
Movidos por la pretensión de buscar la literariedad (es decir, aquello que más
allá del tema dota a un texto de carácter literario ), los formalistas rusos inauguraron
un modelo de análisis inmanente, ajeno por tanto a todo aquello que no estuviera
en el «texto». A los formalistas rusos les preocupaba la «forma» del relato y no tanto
el contenido o los aspectos biográficos que se cuelan tras la palabra artística, y con ello
se alejaron enormemente de los modos de la crítica decimonónica. Son un resultado
de tales planteamientos la famosa Morfología del cuento del folclorista Vladimir Propp,
así como las investigaciones de Tomachevki, Tinianov, Sklovski, Eichenbaum... Todos
estos estudios se consideran hoy un referente para los narratólogos.
A pesar de que el Formalismo Ruso se consolida como escuela teórico-literaria
en la década de los veinte, sus aportaciones se conocieron muy tarde en Europa,
en torno a los años sesenta. Resultaron determinantes el tratado de Víctor Erlich
(El formalismo ruso, de ) y la recopilación y traducción que hizo Tzvetan Todorov
de algunos de estos estudios ( Teoría de la literatura de los formalistas rusos, de ).
Sucede que la difusión de tales ideas no es ajena al auge del Estructuralismo, y que
esta corriente lingüística, bajo el magisterio de Jakobson (quien ya había pronunciado
su famosa conferencia Lingüística y Poética ), absorberá muchos de los fundamentos
de los formalistas rusos.
El Estructuralismo, especialmente en su rama francesa, se afana en configurar
una «gramática del relato», un modelo descriptivo y teórico de validez general: ha
nacido la Narratología. Autores como Greimas, Brémond, Barthes, Todorov, Genette
publicarán a lo largo de los setenta estudios donde se combinaban las propuestas teó-
ricas y su aplicación práctica en obras como el Decamerón, Las amistades peligrosas,
En busca del tiempo perdido, el noveau roman... Hoy en día, muchos de estos estudios
han sido criticados porque su excesivo apego al texto y su estructura impediría ver
la complejidad de ese fenómeno comunicativo que es la literatura, pero lo cierto es
que abrieron una brecha en las investigaciones sobre la narrativa. Tampoco podemos
olvidar que el mundo anglosajón, con los escritores Henry James y E. M. Forster
en la vanguardia, ha originado una interesante producción de la mano de Wayne
Booth, Norman Friedman, Seymour Chatman, cuyas monografías se han conver-
tido ya en clásicos del relato. En el ámbito hispánico, cabe destacar trabajos como
los de Mario Baquero Goyanes ( Estructuras de la novela actual ) y M.ª del Carmen
Bobes Naves (Teoría general de la novela ), ambos con una perspectiva semiótica muy
enriquecedora.
Tras la explosión estructuralista de los años y , no podemos olvidar la im-
portancia que para los estudios del relato posee la reflexión de otras escuelas teórico-
literarias como la Estética de la Recepción, la Lingüística del Texto o la Pragmática
Literaria. Y todavía falta por ver, en los próximos años, las aportaciones de las teorías
P E R A B BAT
feministas, del postcolonialismo o de los estudios del canon (para una explicación de
todas estas corrientes, es muy recomendable la monografía coordinada por D. Villa-
nueva, Curso de Teoría de la Literatura, ).
QUÉ CÓMO
Aristóteles suceso fábula (mythós)
Fo r m a l i s m o trama a r g u m e n t o ( sjuzet )
Crítica anglosajona stor y plot
Nouvelle critique récit raconté récit racontant
Narratología historia discurso
Resulta muy interesante comprobar cuáles son los procedimientos que tornan
una historia más o menos conocida, más o menos previsible, en discurso novelesco.
Por ejemplo, un tema muy recurrente en el siglo , el adulterio femenino, propi-
ció varias novelas —varios discursos— bastante disparejos entre sí ( Madame Bovary
de Flaubert, Ana Karenina de Tolstoi, La Regenta de Clarín, El primo Basilio de Eça
C Ó M O S E A N A L I Z A U N A N OV E L A
E l d í a q u e l o i b a n a m a t a r, S a n t i a g o N a s a r s e l e v a n t ó a l a s 5 . 3 0 d e l a m a ñ a n a
p a r a e s p e r a r e l b u q u e e n q u e l l e g a b a e l o b i s p o. H a b í a s o ñ a d o q u e a t r a v e s a b a
un bosque de higuerones donde caía una llovizna tier na, y por un instante
f u e f e l i z e n e l s u e ñ o, p e r o a l d e s p e r t a r s e s i n t i ó p o r c o m p l e t o s a l p i c a d o d e
c a g a d a s d e p á j a r o s. « S i e m p r e s o ñ a b a c o n á r b o l e s » , m e d i j o P l á c i d a L i n e r o, s u
m a d r e , e v o c a n d o a ñ o s d e s p u é s l o s p o r m e n o r e s d e a q u e l l u n e s i n g r a t o. « L a
semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que
v o l a b a s i n t r o p e z a r p o r e n t r e l o s a l m e n d r o s » , m e d i j o. Te n í a u n a r e p u t a c i ó n
m u y b i e n g a n a d a d e i n t é r p r e t e d e l o s s u e ñ o s a j e n o s, s i e m p r e q u e s e l o s c o n -
t a r a n e n a y u n a s, p e r o n o h a b í a a d v e r t i d o n i n g ú n a u g u r i o a c i a g o d e e s o s d o s
s u e ñ o s d e s u h i j o, n i e n l o s o t r o s s u e ñ o s c o n á r b o l e s q u e é l l e h a b í a c o n t a d o
e n l a s m a ñ a n a s q u e p r e c e d i e r o n a s u m u e r t e.
Ta m p o c o S a n t i a g o N a s a r r e c o n o c i ó e l p r e s a g i o. H a b í a d o r m i d o p o c o y
mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento
d e e s t r i b o d e c o b r e e n e l p a l a d a r, y l o s i n t e r p r e t ó c o m o e s t r a g o s n a t u r a l e s
de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media no-
che. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a
las . hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un
p o c o s o ñ o l i e n t o p e r o d e b u e n h u m o r, y a t o d o s l e s c o m e n t ó d e u n m o d o c a -
s u a l q u e e r a u n d í a m u y h e r m o s o ( C r ó n i c a d e u n a m u e r t e a n u n c i a d a , p p. – ) .
bien, veremos en las siguientes páginas que éstas son cuatro de las distinciones con
las que la narratología explica ese proceso mediante el cual una historia se convierte
en discurso.
Advertimos, ya desde aquí, que este breve compendio sobre cómo se analiza una
novela se centrará en lo que algún teórico ha denominado la «narratología del dis-
curso»: nos detendremos en aquellos conceptos narratológicos más estrechamente
ligados a la elocutio verbal. Dejaremos a un lado el estudio de la manera en que se
secuencian los acontecimientos (conceptos de motivo, función, núcleos y catálisis... ), y
el análisis del espacio y de los personajes. Son todos ellos aspectos muy interesantes
y profundamente tratados por la crítica, tal y como puede comprobar el lector en la
bibliografía adjunta.
. E L D I S C U R S O N A R R AT I VO
a ) L A VO Z
La palabra «narrador» procede en última instancia del vocablo latino gnarus (adjetivo
derivado del verbo gnosco o nosco, «conocer»), que se suele traducir al español como
«sabedor». La etimología prueba la enorme importancia que tiene esta categoría na-
rrativa: el narrador es el puente que el autor nos tiende hacia la ficción; la narración
nos llega a través de sus palabras, y precisamente de su sabiduría (aunque como
precisa Chatman saberlo todo no significa contarlo todo ) dependemos los lectores.
Los estudios sobre el narrador han insistido siempre en su doble papel de hablante
y de organizador de toda la información, el narrador maneja los hilos del relato pero
a su vez da forma al discurso a través de sus palabras. Lo explica con claridad M.ª del
Carmen Bobes Naves:
P E R A B BAT
E l n a r r a d o r, e s a p e r s o n a f i c t a , s i t u a d a e n t r e e l m u n d o e m p í r i c o d e l a u t o r
y de los lectores y el mundo ficcional de la novela, y que a veces se pasa
a l m u n d o d e l a f i c c i ó n c o m o u n p e r s o n a j e o b s e r v a d o r, e s e l c e n t r o h a c i a e l
que converg en todos los sentidos que podemos encontrar en una novela, y
del que parten todas las manipulaciones que se pueden señalar en ella, pues
es quien dispone de la voz en el discurso y de los conocimientos del mundo
n a r r a d o ; é l e s q u i e n d a c u e n t a d e l o s h e c h o s, e l q u e e l i g e e l o r d e n , e l q u e u s a
las palabras en la for ma que cree más conveniente, y a par tir de aquí cons-
t r u y e c o n u n d i s c u r s o v e r b a l u n r e l a t o n o v e l e s c o, d o t a d o d e s e n t i d o p r o p i o
q u e p r o c e d e d e l c o n j u n t o d e l a s u n i d a d e s t e x t u a l e s y d e s u s r e l a c i o n e s. To d a
la materia, todas las funciones y relaciones que generan sentido en una no-
v e l a t i e n e n s u c e n t r o e n l a f i g u r a d e l n a r r a d o r ( B o b e s N a v e s, , p. ) .
No parece posible, pues, que exista una narración sin una voz que la cuente, tal
y como sostuvo durante una parte del siglo cierta crítica angloamericana (Percy
Lubbock, Norman Friedman o Émile Benveniste). El ya citado Wayne Booth, junto
con los narratólogos franceses (Roland Barthes, Tzvetan Todorov, Gérard Genette )
han venido proclamando en sus estudios la imposibilidad de una enunciación sin
enunciador, pues como afirma Todorov, los acontecimientos no se cuentan a sí mis-
mos, «no hay relato sin narrador» ( apud Garrido Domínguez, , pp. –). Es
cierto que los narradores pueden ser más o menos visibles (los de Hemingway, por
ejemplo, son casi imperceptibles), pero el hecho de que la voz esté solapada y ape-
nas quiera dejarse percibir no significa en absoluto que la historia se cuente sola, tal
y como veremos más adelante.
En las clasificaciones tradicionales de las voces narrativas, se suele hablar de que
existen dos tipos de narradores, los narradores «en 3.ª persona», y los narradores «en
1.ª persona». En el primer caso, el relato nos es transmitido desde una 3.ª persona
gramatical (así, el narrador de El Quijote ); por el contrario, el otro tipo de narrador
se revela en esa primera persona gramatical de los verbos (y es característico, por
ejemplo, de la picaresca española). Sin embargo, Gérard Genette ha cuestionado esta
identificación entre voz narrativa y persona gramatical, y propone una nueva termino-
logía que poco a poco se va imponiendo en los estudios sobre la novela. Partiendo del
cultismo diégesis (término de origen griego que significa «narración, relato, desarrollo
narrativo de los hechos»), el narratólogo establece una oposición entre relato hetero-
diegético y relato homodiegético:
• En el relato homodiegético, la propia voz está inserta en la diégesis, así que el na-
rrador forma parte de la historia que cuenta. El prefijo homo se encarga de señalar
esa inclusión. Ahora bien, el narrador homodiegético puede ser tan sólo espectador
y relator de la historia (su función es la de mero relator testigo, el caso paradigmático
de este tipo de narradores es El Gran Gatsby de Scott Fitzgerald ), o puede ser él
C Ó M O S E A N A L I Z A U N A N OV E L A
El relato heterodiegético
En los relatos heterodiegéticos abundan los narradores omniscientes, es decir, aquellos
«que lo saben todo», y que poseen el don de la ubicuidad. Se trata del narrador más
propio de la novela decimonónica: es la voz de las obras de Galdós, de Clarín, de
Tolstoi, de Víctor Hugo, de Stendhal, de Balzac, de Flaubert. Este narrador se pasea
por la ficción sin ningún tipo de trabas: es capaz de introducirse en la conciencia de
los personajes y reproducir sus pensamientos ( por ejemplo, sabe lo que piensan Ana
Ozores, el Magistral, Álvaro Mesía), puede cambiar de lugares sin problema (y de lo
más recóndito de la habitación de la mujer conducirnos a la sacristía de la catedral ),
conoce el pasado de sus figuras y a veces se retrotrae a él (sabemos, así, de la triste
infancia de Anita, con el famoso episodio de la barca que tanto le marcará ); es, por
tanto, un pequeño «dios» dueño absoluto de su propia creación.
Ahora bien, este tipo de voz omnisciente puede manifestarse en distintos grados.
Hay veces en las que los lectores advierten al narrador detrás de cada línea, en otras
pasa casi desapercibido. Norman Friedman habla de «omnisciencia editorial» en los
casos en los que el narrador es absolutamente explícito, y de «omnisciencia neutral»
cuando éste se afana en parecer imparcial y oculto. Vamos a detenernos en el prin-
cipio de El callejón de los milagros (), del egipcio Naguib Mahfuz; se trata de un
buen ejemplo de narrador heterodiegético con abundante presencia, nos hallamos por
tanto ante una clara omnisciencia editorial:
q u e a c a b ó s u p a s a d o g l o r i o s o, a n t e d o s i n m u e b l e s c o n t i g u o s, c o m p u e s t o s d e
t r e s p i s o s c a d a u n o.
Los r uidos del día se habían apag ado y comenzaban a oírse los del atar-
d e c e r : s u s u r r o s d i s p e r s o s, j a c u l a t o r i a s, « B u e n a s n o c h e s a t o d o s » , « Pa s a d , e s
l a h o r a d e l a t e r t u l i a » , « ¡ S é b u e n o, t í o K a m i l , y c i e r r a l a t i e n d a ! » , « ¡ C a m b i a
el agua del narguile, Sanker!», «Este hachís me oprime el pecho», «Cinco
años de apag ones y bombardeos es el precio que hemos de pag ar por nues-
tros pecados».
D o s t i e n d a s, s i n e m b a r g o, l a d e l t í o K a m i l , e l v e n d e d o r d e d u l c e s, a l a
derecha de la entrada del callejón, y la barbería de enfrente, continuaban
abiertas después de la puesta del sol. El tío Kamil tenía la costumbre de
s e n t a r s e e n u n a s i l l a a l a p u e r t a d e s u t i e n d a — m e j o r d i c h o, s u c o v a c h a —
y d e d o r m i r c o n u n m a t a m o s c a s s o b r e e l p e c h o. N o s e d e s p e r t a b a h a s t a q u e
n o e n t r a b a u n c l i e n t e , a n o s e r q u e A b b a s a l - H e l u , e l b a r b e r o, l o h i c i e r a c o n
u n a d e s u s b r o m a s. E r a u n h o m b r e c o r p u l e n t o, c o n d o s p i e r n a s c o m o t r o n -
cos y un enor me trasero redondo como una cúpula: la parte central reposa-
b a s o b r e u n a s i l l a y e l r e s t o d e s b o r d a b a p o r l o s l a d o s. E l c u e l l o n o s e v e í a ,
p e r o d e e n t r e l o s h o m b r o s s a l í a u n r o s t r o r e d o n d o, h i n c h a d o e i n y e c t a d o e n
s a n g r e , c o n l o s r a s g o s d e s d i b u j a d o s p o r l a s h i n c h a z o n e s, s i n p o d é r s e l e v e r
e n é l n i n g u n a t r a z a ( E l c a l l e j ó n d e l o s m i l a g r o s , p p. – ) .
pues se trata de un comentario que no tiene que ver con el universo narrativo, sino
que alude a la enunciación, a la materia textual, al acto discursivo en sí. De hecho en
el ejemplo de El callejón de los milagros el narrador menciona su propia alocución,
se señala a sí mismo («me refiero»). La metalepsis provoca, pues, «una transgresión
o cambio de unos elementos pertenecientes a un nivel narrativo […] a otro distinto»
(Valles Calatrava, , p. ).
En realidad, la metalepsis de El callejón de los milagros confiere a la novela una
hechura netamente clásica: ese primer fragmento, separado del resto del capítulo por
un espacio en blanco (como en la lírica, también los blancos son semióticamente re-
levantes en narrativa), tiene visos de pequeño prólogo, de introducción de la historia.
Al igual que en los libros de caballería europeos, el narrador se presenta como un
«cronista» que va a contar una historia —verídica, por supuesto, de ahí la referencia a
los «muchos testimonios» en la primera línea—, y que nos muestra en presente el es-
pacio donde se va a desarrollar la narración. Obsérvense la abundancia de pinceladas
descriptivas con verbos en dicho tiempo verbal, a modo de fotografías: «el callejón
es una preciosa reliquia del pasado», «hermoso empedrado que lleva a la histórica
calle Sanadiqiya», «tiene el café que todos conocen como el Café de Kirsha», «tiene una
vida propia». Para la retórica clásica, los verbos en presente son indicio de evidentia,
es decir, de que el narrador quiere señalarnos con el dedo la realidad de ese lugar de
El Cairo, que aparece no como una creación de un demiurgo sino como un espacio
físico real. Esta pequeña introducción tendría su equivalente en el lenguaje cinemato-
gráfico en los planos panorámicos que abren muchas películas, y en las que, a menudo
desde el aire, se nos muestra el lugar donde va a acontecer la historia. Así lo hacen,
por ejemplo, Woody Allen al comienzo de Manhattan (), Wim Wenders en Cielo
sobre Berlín (), o Clint Eastwood en Mystic River ( ).
Pero además de esta clara metalepsis, la voz de El callejón de los milagros se deja
traslucir en otros aspectos: según S. Chatman, «la presencia manifiesta de un narrador
está indicada por la descripción explícita» ( , p. ). Describir supone recrear un
espacio u objeto con palabras, y las palabras, evidentemente, las dice alguien, por eso
la descripción es, como afirma Philippe Hamon, «la conciencia lexicográfica del enun-
ciado» ( , p. ). La extensa descripción que hay en el fragmento queda apuntalada
por dos aspectos lingüísticos: las formas verbales y la adjetivación. Respecto a las
formas verbales, además de ese tiempo presente que nos pone ante los ojos el lugar,
el narrador hace uso del imperfecto del indicativo, un tiempo muy adecuado para esta
tipología textual por su ausencia de demarcación aspectual en la línea temporal. Son
muchos los imperfectos, y todos perpetúan el aspecto durativo de esa «fotografía» de
la que hablábamos antes, como si el tiempo permaneciera en suspenso: «se anunciaba
la puesta de sol», «se entraba a él», «comenzaban a oírse los del atardecer», «continua-
ban abiertas»... Obsérvese además la ingente cantidad de adjetivos calificativos ante-
puestos que acumula este narrador: «rutilante estrella», «preciosa reliquia», «hermoso
empedrado», «histórica calle», «abigarrados arabescos», «fuertes efluvios». Tampoco
escasean cuando el heterodiegético describe al primer personaje sobre el que se cen-
P E R A B BAT
tra tras su paseo por el callejón, el tío Kamil, en una clara perspectiva de abajo-arriba
digna de un cuadro expresionista: «hombre corpulento», «enorme trasero redondo»,
«pechos abultados», «rostro redondo, hinchado e inyectado en sangre», «rasgos des-
dibujados». A la descripción ayudan, además, las continuas comparaciones de las que
se sirve la voz para dibujarnos más claramente tanto el callejón como el vendedor de
dulces: «como una ratonera», «como troncos», «como una cúpula», «como un tonel».
La descriptio es tan evidente que está marcada incluso por índices espaciales: «a un
lado», «al otro», «a la derecha», «enfrente». Por ello no podemos decir que el narrador
se oculte, puesto que ha paladeado su propio entramado textual, se ha detenido en sus
palabras sin importarle aparecer detrás.
Otras de las huellas discursivas de los narradores representados son las genera-
lizaciones, es decir, aquellas observaciones o comentarios que se presentan como
verdades generales (Chatman, , p. ). Justamente el pacto narrativo, el contrato
tácito que aceptamos al abrir un libro, nos obliga a asumir las sentencias y afirmacio-
nes que hagan los narradores, aunque no tengan que ver exactamente con la trama
de su obra, con su universo narrativo. Se ponen siempre como ejemplo de este tipo
de generalizaciones la primera frase de Ana Karenina de Leon Tolstoi: «Si bien todas
las felicidades suelen parecerse, cada desgracia suele tener un sello peculiar». Eviden-
temente, no tenemos por qué estar de acuerdo con dicho aserto, pero si queremos
seguir leyendo el libro hemos de aceptarlo. En dichas generalizaciones se trasluce
claramente un narrador (alguien tiene que decir la frase) y además con mucho poder,
precisamente por la carga categórica con la que son enunciadas.
Pues bien, en este fragmento de El callejón de los milagros hay al menos una gene-
ralización, aderezada además con lo que parece un matiz irónico: después de pregun-
tarse a través de metalepsis en qué época se sitúa la historia que va a contar, enuncia el
decisivo aserto: «La respuesta sólo la saben Dios y los arqueólogos». Evidentemente,
un gnarus, un sabedor omnisciente, conoce perfectamente en qué momento se sitúa
la acción, pues como «pequeño dios» también decreta sobre la cronología. Con la
afirmación sobre Dios y a los arqueólogos (pensemos en la importancia de este ofi-
cio en la sociedad egipcia) aprovecha su simulada condición de cronista para omitir
adrede el dato, de forma que se recalca su omnisciencia y su presencia. En una lectura
profunda, el lector ha de percatarse de esta jugada irónica: ¿cómo que la respuesta sólo
la saben Dios y los arqueólogos? ¿Y ese narrador omnisciente que poco después nos
revelará lo más recóndito de la mente de los personajes? Por un instante, quien cuenta
ha decidido no compartir con los lectores toda su sabiduría, y se guarda el dato am-
parándose en dos entidades intocables (¿o quizá discutidas? ) en dicho país.
Otro de los índices de la presencia del narrador de El callejón de los milagros se
halla en un pequeño paréntesis que seguramente pasa desapercibido en una primera
lectura. Cuando el narrador describe el espacio del tío Kamil, asegura que se sienta
«a la puerta de su tienda», afirmación que es precisada enseguida con un paréntesis
gráfico: «—mejor dicho, su covacha—». El procedimiento es una figura retórica de
larga tradición, y recibe el nombre de «corrección» ( correctio ). La corrección es una
C Ó M O S E A N A L I Z A U N A N OV E L A
enmienda sobre lo dicho, pero lo que interesa aquí es que el recurso revela el «ente»
que hay detrás del texto, ya que reflexiona sobre su propio enunciado y precisa su
primera versión. Es otra explícita e intencionada marca de la presencia del narrador,
porque el autor no tiene ninguna necesidad de trasladar sus dudas lingüísticas a la
versión definitiva de la novela. El paréntesis con el que se perfila el vocablo revela
una vez más el trabajo del narrador sobre el discurso, el esmero sobre su propio texto
creativo.
Por supuesto, no todos los narradores son tan explícitos como el que acabamos de
comentar. La heterodiégesis y la omnisciencia no suponen necesariamente la presen-
cia explícita de las marcas del narrador. La historia de la novela cuenta con excelentes
ejemplos de narradores solapados, de instancias vocales que parecen desaparecer
como si la narración se contara a sí misma. En este sentido, parece obligado citar un
fragmento de Gustave Flaubert, a quien siempre se pone como ejemplo de objetivi-
dad narrativa. Los narradores de este creador se caracterizan porque, a pesar de la
omnisciencia, quieren pasar desapercibidos:
Re g r e s a r o n a Yo n v i l l e p o r e l m i s m o c a m i n o, v o l v i e r o n a v e r s o b r e e l
b a r r o l a s h u e l l a s d e s u s c a b a l l o s, u n a s a l l a d o d e l a s o t r a s, y l o s m i s m o s
m a t o r r a l e s, l a s m i s m a s p i e d r a s e n l a h i e r b a . N a d a h a b í a c a m b i a d o e n t o r n o a
e l l o s ; y s i n e m b a r g o, p a r a e l l a h a b í a o c u r r i d o a l g o m á s i m p o r t a n t e q u e s i l a s
m o n t a ñ a s s e h u b i e s e n d e s p l a z a d o. Ro d o l p h e d e v e z e n c u a n d o s e i n c l i n a b a y
le tomaba la mano para besársela.
¡ E s t a b a e n c a n t a d o r a a c a b a l l o ! E r g u i d a , c o n s u t a l l e f i n o, l a r o d i l l a d o -
blada sobre las crines del animal y ligeramente coloreada por el aire libre
sobre el fondo rojizo de la tarde.
A l e n t r a r e n Yo n v i l l e c a r a c o l e ó s o b r e e l p a v i m e n t o.
Desde las ventanas la miraban.
Su marido en la cena le encontró buen aspecto; pero ella pareció no oírlo
c u a n d o l e p r e g u n t ó s o b r e s u p a s e o ; y s i g u i ó c o n e l c o d o a l b o r d e d e s u p l a t o,
e n t r e l a s d o s v e l a s e n c e n d i d a s.
—¡Enma!— dijo él.
—¿Qué?
— B u e n o, h e p a s a d o e s t a r t a r d e p o r c a s a d e l s e ñ o r A l e x a n d r e ; t i e n e u n a
P E R A B BAT
vieja potranca todavía muy buena, con una pequeña herida en la rodilla so-
l a m e n t e , y q u e n o s d e j a r í a n , e s t o y s e g u r o, p o r u n o s c i e n e s c u d o s …
Y añadió:
—Incluso pensando que te gustaría, la he apalabrado…, la he compra-
do… ¿He hecho bien? ¡Dímelo!
E l l a m o v i ó l a c a b e z a e n s e ñ a l d e a s e n t i m i e n t o ; l u e g o, u n c u a r t o d e h o r a
después:
—¿Sales esta noche?— preguntó ella.
—Sí, ¿por qué?
— ¡ O h ! , n a d a , n a d a , q u e r i d o.
Y c u a n d o q u e d ó l i b r e d e C h a r l e s, E n m a s u b i ó a e n c e r r a r s e e n s u h a b i t a -
c i ó n ( M a d a m e B o v a r y , p p. – ) .
Este fragmento de Madame Bovary, muestra fiel del estilo predominante en toda
la novela, responde a lo que Norman Friedman denomina «omnisciencia neutral»: la
instancia vocal tiene plena capacidad de meterse en la mente de sus personajes, pero
no juzga, no comenta, procura ser imparcial. Afirma Mario Vargas Llosa en su libro
La orgía per petua (brillantísimo ensayo sobre la novela de Flaubert) que el narra-
dor de Madame Bovary es invisible, y ello le exige «una actitud impasible frente a lo
que narra, le prohíbe entrometerse en el relato para sacar conclusiones o dictar sen-
tencias. Su función es describir, no absolver o condenar» ( , p. ). Como si
estuviéramos ante un tratado científico, el escritor francés sólo pretende diseccionar
el alma de sus personajes, ofrecer los resultados con absoluta asepsia y dejar que el
lector saque sus propias conclusiones.
Este tipo de narrador nos obliga, pues, a cooperar activamente en la interpretación
de la obra. El texto pertenece al capítulo de la novela, que sucede al de los famo-
sos comicios agrícolas: el donjuán Rodolphe Boulanger (adviértase que en francés el
apellido significa «panadero») convence al doctor Bovary de que la delicada salud de
Emma podría mejorar con excursiones a caballo, y él mismo se ofrece a acompañarla.
A pesar de sus iniciales reticencias, los ánimos del propio marido hacen que la mujer
acabe aceptando. Ya en esta primera salida con Rodolphe, en medio de un bosque
solitario que se torna locus amoenus, Emma se entrega a él y se convierte en adúltera;
el fragmento corresponde a la vuelta de ese significativo paseo.
La muestra más clara de que este narrador es omnisciente reside en el constante
cambio de punto de vista: a pesar de su relativa brevedad, sabemos lo que pasa por la
mente de Emma («para ella había ocurrido algo más importante que si las montañas
se hubiesen desplazado»), por la de Rodolphe («¡Estaba encantadora a caballo!» ), y
por la del doctor Bovary («Su marido en la cena le encontró buen aspecto» ). Este in-
sistente trueque de perspectiva y la breve incursión en la mente de los tres personajes
sitúa al lector en una atalaya que parece conferirle el poder del narrador.
Ahora bien, esta omnisciencia flaubertiana no significa que la instancia vocal se
revele como «hablante». Resulta muy significativo que el discurso del narrador de la
primera parte se sustituya, a partir de la mitad, por el diálogo entre los dos esposos. Se
ha preferido que sean los propios personajes quienes se muestren mediante el estilo
C Ó M O S E A N A L I Z A U N A N OV E L A
directo. En ningún momento asevera la voz que Charles siente inseguridad y dudas
acerca de cómo tratar a su mujer, pero descubrimos sus contradicciones (dice haber
apalabrado la yegua, al momento se corrige: «la he comprado» ) e incluso oímos sus
balbuceos, gráficamente representados por la figura estilística de los puntos suspensi-
vos (llamada en retórica aposiopesis ). Y por otra parte, descubrimos que Emma, que
parece no oír a Charles cuando le pregunta sobre su paseo, desea incluso perderlo de
vista. El diálogo escueto de la protagonista, que apenas responde con monosílabos
y sube en cuanto puede a su habitación, revela el propio estado de ánimo de Emma,
para quien el episodio con Rodolphe ha tenido una importancia inusitada. Además, en
todo este diálogo el narrador ha evitado cuanto le ha sido posible el empleo de verba
dicendi, pues a fin de cuentas los verbos introductorios del diálogo («dijo», «decía» )
son una marca explícita de la presencia de la voz.
Y tampoco parece haber valoración en esa primera parte en la que la instancia
vocal narra el regreso a Yonville con sus propias palabras. Ahora bien, esta aparen-
te asepsia implica siempre selección de detalles, y éstos pueden ser semióticamente
imprescindibles para el receptor. Por ejemplo, la trimembración del primer párrafo
(«volvieron a ver sobre el barro las huellas de sus caballos, unas al lado de las otras,
y los mismos matorrales, las mismas piedras en la hierba» ) hace aún más agudo el con-
traste entre el bullente interior de la mujer y el anodino Yonville ( «Nada había cambia-
do en torno a ellos; y sin embargo, para ella había ocurrido algo más importante que si
las montañas se hubiesen desplazado»). Obsérvese además que el narrador se detiene
en el hecho de que las huellas de los equinos permanecen juntas («unas al lado de las
otras»), precisamente en un lugar de tan poca pureza como el «barro».
La revelación de los pensamientos de Rodolphe desenmascara al personaje, pues
si bien a Emma le ha hablado de un amor puro («Usted está en mi alma como una
madona en su pedestal», le ha dicho páginas antes ), el narrador nos dibuja el recorrido
visual de quien observa el físico de la mujer: «Erguida, con su talle fino, la rodilla do-
blada sobre las crines del animal». Es muy sutil, además, el hecho de que en la descrip-
ción de la potranca se nos diga, unas líneas más abajo, que tan sólo tiene «una pequeña
herida en la rodilla». La circunstancia de que en tan poco espacio textual se citen las
rodillas de ambas parece animalizar a Emma Bovary, algo que no extraña a un lector
que sabe de las verdaderas intenciones de su amante. Adviértase, además, que luego el
galán «caracoleará» ante todos, como si estuviera celebrando ufano su triunfo.
Si la descripción era otra característica de los narradores que se hacen notar, se po-
drá advertir que apenas existen en este fragmento. Hay tan sólo un apunte cromático:
sabemos que Emma regresa «ligeramente coloreada por el aire libre sobre el fondo ro-
jizo de la tarde». Por supuesto, el lector sabe que la tez de Emma no ha adquirido ese
color sólo por el paseo, y tampoco podemos olvidar que el «fondo rojizo» parece una
romántica (y libresca) consonancia de la pasión que han sentido ambos personajes.
La ausencia de metalepsis, de comentarios explícitos sobre la historia, de llamadas
al receptor o de descripciones más o menos gratuitas son los síntomas de un narrador
heterodiegético que quiere pasar desapercibido. Se trata de simular que la historia se
P E R A B BAT
cuenta sola y que no hay un entramado discursivo sustentado por la instancia vocal.
Es el narrador invisible del naturalismo, pero también el de grandes novelas del siglo
como Manhattan Transfer () de John Dos Passos, La peste () de Albert
Camus (en la que la objetividad narrativa permite un interesante juego de heterodié-
gesis y homodiégesis), o La canción del verdugo () de Norman Mailer.
El relato homodiegético
Un tanto diferentes a lo hasta ahora visto son los narradores homodiegéticos, aquellos
que participan (bien como protagonistas, bien como meros espectadores ) de la histo-
ria que cuentan. El principio de otra gran novela francesa, El extranjero () del ya
citado Albert Camus, constituye uno de los ejemplos más llamativos de las múltiples
homodiégesis que podamos encontrar en la novela del siglo :
H o y, m a m á h a m u e r t o. O t a l v e z a y e r, n o s é . H e r e c i b i d o u n t e l e g r a m a
del asilo: «Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame». Nada quiere
d e c i r. Ta l v e z f u e a y e r.
E l a s i l o d e a n c i a n o s e s t á e n M a r e n g o, a o c h e n t a k i l ó m e t r o s d e A r g e l . To -
maré el autobús de las dos y lleg aré por la tarde, así podré velarla y reg resaré
mañana por la noche. He pedido a mi patrón dos días de per miso que no me
p o d í a n e g a r c o n u n a e xc u s a s e m e j a n t e. Pe r o n o p a r e c í a s a t i s f e c h o. L l e g u é
i n c l u s o a d e c i r l e : « N o e s c u l p a m í a » . N o r e s p o n d i ó . Pe n s é e n t o n c e s q u e n o
d e b í a h a b é r s e l o d i c h o. Po r s u p u e s t o, n o t e n í a p o r q u é d i s c u l p a r m e. E r a a
é l , m á s b i e n , a q u i e n c o r r e s p o n d í a d a r m e e l p é s a m e. Pe r o l o h a r á s i n d u d a
p a s a d o m a ñ a n a , c u a n d o m e v e a d e l u t o. Po r e l m o m e n t o, e s u n p o c o c o m o
s i m a m á n o h u b i e s e m u e r t o. D e s p u é s d e l e n t i e r r o, p o r e l c o n t r a r i o, s e r á u n
asunto resuelto y todo habrá revestido un aire más oficial.
S a l í e n e l a u t o b ú s d e l a s d o s. H a c í a m u c h o c a l o r. C o m í e n e l r e s t a u r a n t e
d e C e l e s t e , c o m o d e c o s t u m b r e . To d o s e s t a b a n m u y a p e n a d o s p o r m í , y C e -
leste me dijo: «Sólo hay una madre». Cuando salí me acompañaron hacia la
p u e r t a . Yo e s t a b a u n p o c o a t u r d i d o, p o r q u e f u e n e c e s a r i o q u e s u b i e r a a c a s a
d e E m m a n u e l p a r a q u e m e p r e s t a s e u n a c o r b a t a n e g r a y u n b r a z a l e t e. Pe r d i ó
a s u t í o h a c e a l g u n o s m e s e s.
H u b e d e c o r r e r p a r a n o p e r d e r e l a u t o b ú s. E s a p r i s a , e s a c a r r e r a , t o d o
e l l o s i n d u d a , a ñ a d i d o a l t r a q u e t e o, a l o l o r d e l a g a s o l i n a , a l a r e v e r b e r a -
c i ó n d e l a c a r r e t e r a y e l c i e l o, h i z o q u e m e a d o r m e c i e r a . D o r m í d u r a n t e c a s i
t o d o e l t r a y e c t o. C u a n d o d e s p e r t é , e s t a b a e c h a d o c o n t r a u n m i l i t a r, q u e m e
s o n r i ó y m e p r e g u n t ó s i v e n í a d e l e j o s. C o n t e s t é « s í » p a r a n o h a b l a r m á s
( E l e x t r a n j e r o , p p. – ) .
de tomar los billetes y de hacer dos horas de viaje». Es sorprendente la crudeza con
que se nos manifiesta el poco apego a la progenitora, pero es que pensemos que en
el segundo párrafo de la novela nos percatamos de que la mujer está en un asilo (con
todo lo que puede significar un asilo de ancianos en una colonia francesa de los años
cuarenta), que su intención es velarla y regresar pronto, califica de «excusa» el viaje,
habla de «asunto resuelto» después del entierro, y parece preocuparle tan sólo «el aire
oficial» que revista todo.
Por otra parte, este narrador no parece asumir en ningún momento las palabras
de los otros, hasta el punto de que recoge siempre en estilo directo las intervenciones
de los demás, y las suyas propias. Se nos reproducen literalmente el telegrama, sus
respuestas al patrón y al soldado del autobús («Llegué incluso a decirle: “no es culpa
mía”»; «Contesté “sí” para no hablar más»), y el pésame de la mujer del restaurante
(«Celeste me dijo: “Sólo hay una madre”»). Veremos al analizar el modo que la vero-
similitud determina, en muchos casos, la fiel reproducción de las conversaciones; sin
embargo, parece que en este caso el narrador ha buscado a su vez el alejamiento de
todo y todos, como si el personaje no quisiera implicarse en aquello que está diciendo,
como si quisiera permanecer ajeno a su propia historia. Reproducir en estilo directo
los diálogos de los demás personajes es establecer una separación —también tipográ-
fica— entre las palabras del narrador y las de los interlocutores.
De todo lo expuesto hasta aquí, podemos reflexionar acerca de cuál es la impre-
sión que tiene el lector del personaje tras la lectura de estas líneas. Pensemos que no
se ha dudado en determinar todos aquellos aspectos que dibujan a Meursault como
un ser egoísta, que vive ajeno a la propia madre, y al que de su muerte sólo parecen
preocuparle las incomodidades que le acarrea. Desde luego, al menos hasta este punto
parece claro que este autor implícito no se muestra muy de acuerdo con la actitud de
su narrador.
(Continúa en el núm. de Per Abbat)
. B I B L I O G R A FÍ A B Á S I C A
Estudios
ARISTÓTELES, Poética, ed. de V. García Yebra, Madrid: Gredos, .
L a l e c t u r a d e A r i s t ó t e l e s p u e d e s e r u n e xc e l e n t e m o d o d e i n i c i a r s e e n l a t e o r í a
sobre la nar rativa, puesto que el filósofo g rieg o es el punto de par tida de mu-
chas de las ref lexiones que llenan los tratados del siglo .
BAJTIN, Mijail, Teoría y estética de la novela, Madrid: Taurus, .
Este libro del teórico ruso Mijail Bajtin es una de las monografías que más
inf lujo ha tenido en aquellos que se han acercado a la novela desde los más
d i v e r s o s á m b i t o s. E n é l p o d e m o s e n c o n t r a r n o c i o n e s c o m o l a s d e « c r o n o t o p o » ,
«dialogismo» y «plurilingüismo», comunes hoy en los estudios sobre la nar ra-
tiva, además de un iluminador análisis de los distintos tipos de novela (g rieg a,
caballeresca, picaresca).
C Ó M O S E A N A L I Z A U N A N OV E L A
n a r r a t o l ó g i c o a l e s t u d i o d e u n a u t o r c o n c r e t o. C o n t i e n e a b u n d a n t e t e o r í a d e l a
narración, claramente explicada y comentada.
POZUELO YVANCOS, José María, «Teoría de la narración», en Villanueva, Curso,
, pp. –.
E s t e a r t í c u l o c o n s t i t u y e u n e xc e l e n t e m a n u a l p a r a p r i n c i p i a n t e s, p o r q u e e x p l i c a
los aspectos más importantes de la teoría de la narración, incluida la «narra-
t o l o g í a d e l a h i s t o r i a » q u e a q u í n o h e m o s i n c l u i d o. L a b i b l i o g r a f í a e s s e l e c t a y
oportuna.
PROPP, Vladimir, Morfología del cuento, Madrid: Fundamentos, .
E s t e l i b r o d e P r o p p e s u n c l á s i c o e n l o s e s t u d i o s d e l r e l a t o, y p u e d e r e s u l t a r
m u y s u g e s t i v o p a r a a q u e l l o s i n t e r e s a d o s e s p e c i a l m e n t e e n e l c u e n t o p o p u l a r.
REIS, Carlos y LOPES, Ana Cristina, Diccionario de narratología, Salamanca: Edicio-
nes Colegio de España, .
SENABRE, Ricardo, Literatura y público, Madrid: Paraninfo, .
E s t e l i b r o f u e u n o d e l o s p r i m e r o s q u e , e n e l á m b i t o h i s p á n i c o, a n a l i z ó l a i m -
por tancia de la rece pción y el modo en que la literatura se ve condicionada por
e l p ú b l i c o. R i c a r d o S e n a b r e d e s g l o s a , d e s d e l a c r í t i c a , a s u n t o s v e r d a d e r a m e n t e
relevantes para la teoría de la novela, como la existencia de la novela en clave,
la «coar tada» autobiog ráfica, o el orig en del género desde la perspectiva de la
recepción.
SULLÁ, Enric, Teoría de la novela, Barcelona: Grijalbo Mondadori, .
El libro de Enric Sullá es una precisa recopilación de fragmentos sobre el cor-
pus existente en teoría de la narración, y per mite el acceso en español a textos
d e d i f í c i l c o n s u l t a e n n u e s t r a s b i b l i o t e c a s, c o m o e l f a m o s o a r t í c u l o d e N o r m a n
F r i e d m a n d o n d e e x p l i c i t a l o s d i s t i n t o s t i p o s d e n a r r a d o r e s, d e l o s q u e h e m o s
h a b l a d o e n p á g i n a s p r e c e d e n t e s.
TODOROV, Tzvetan (coord.), Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Madrid:
Siglo XXI, .
Se trata de una compilación de artículos imprescindibles para conocer las
t e o r í a s d e l f o r m a l i s m o r u s o, y c o n c e p t o s t a n c i t a d o s c o m o « d e s a u t o m a t i z a -
ción» o «extrañamiento». Destacan los cer teros análisis nar rativos de Boris
Eichenbaum: sus páginas se han tor nado imprescindibles para la nar ratología.
VARGAS LLOSA, Mario, La orgía per petua. Flaubert y “Madame Bovary”, Barcelona:
Seix-Barral, .
Este ensayo es un estupendo ejemplo del buen hacer crítico del escritor per ua-
n o. D e s d e s u p a s i ó n p o r l a l e c t u r a y s i n t e c n i c i s m o s, Va r g a s L l o s a d e s e n t r a ñ a
los misterios de Madame Bovar y y evidencia por qué esta novela es uno de los
g randes pilares de la nar rativa decimonónica.
VALLES CALATRAVA, José Rafael (dir.), Diccionario de teoría de la narrativa, Gra-
nada: Alhulia, .
VILLANUEVA, Darío, Teorías del realismo literario, Madrid: Instituto de España-
Espasa Calpe, .
Te o r í a s d e l r e a l i s m o l i t e r a r i o e s u n a m o n o g r a f í a i m p r e s c i n d i b l e p a r a a q u e l l o s q u e
quieran acercarse a la novela de for ma un poco más profunda, puesto que aun-
P E R A B BAT
q u e s e c e n t r a e n e l r e a l i s m o, s e e x p l i c i t a n m u c h o s d e l o s m e c a n i s m o s q u e h a
ido desarrollando este género a lo largo de su historia. Se trata de un estudio
t e ó r i c o - l i t e r a r i o q u e m a n e j a a b u n d a n t e s c o n c e p t o s t e ó r i c o s, a s í q u e s e r e q u i e -
r e n u n a s m í n i m a s n o c i o n e s e n t e o r í a l i t e r a r i a p a r a p o d e r a b o r d a r l o c o n é x i t o.
H a y u n a v e r s i ó n m á s r e c i e n t e d e e s t e l i b r o, c o n e l m i s m o t í t u l o, p u b l i c a d o e n
Madrid: Biblioteca Nueva, .
VILLANUEVA. Darío (coord.), Curso de Teoría de la Literatura, Madrid: Taurus, .
El libro recoge artículos de grandes críticos y teóricos españoles (Ricardo Se-
n a b r e , Jo s é M a r í a Po z u e l o, D a r í o V i l l a n u e v a ) a c e r c a d e l o s p r i n c i p a l e s a s u n t o s
q u e s e t r a t a n e n l o s p l a n e s d e e s t u d i o a c t u a l e s d e l a a s i g n a t u r a Te o r í a d e l a
Literatura de la licenciatura en Filología.