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Imagonautas 2 (2) / 2012/ ISSN 07190166

Los imaginarios sociales como herramienta

Los imaginarios sociales como herramienta


Social Imaginaries as a Tool

Francesca Randazzo Eisemann


Universidad de Santiago de Compostela
francescahonduras@yahoo.com

Resumen
Vivimos en un “mundo instituido de significado” que opera como marco interpretativo para dar
asidero a la experiencia social e individual. Los imaginarios sociales “están siendo” entendidos
como esa base social que encierra las representaciones de la realidad, construyendo tanto un
modo de ver el mundo, como una vida en común, proporcionando referencias que se encuentran
en la vivencia social.
Los imaginarios sociales como herramienta de las ciencias sociales permiten buscar entre las
formas en que se describen las cosas, aquellas capaces de crear nuevas realidades sociales; las
palabras en relación a marcos conceptuales, se estudian como elementos mismos de los
problemas.

Palabras clave: imaginarios sociales, realidad social, marcos, esquemas mentales

Abstract:
We live in a world where "meaning is instituted" operating as interpretative frames that sustains
our social and individual experience. Social Imaginaries "are being" understood as the social basis
that contains the representations of reality, building both a way of seeing the world and a
common life, providing references that belong to social experience.
Social Imaginaries as a tool of Social Sciences allow to research the ways in which description is
capable of creating new social realities; words are part of conceptual frames, that is they are
elements of the problems themselves.

Key words: Social imaginaries, social reality, frames, mental schemes

Francesca Randazzo/ pp. 77 – 96


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1. Una volátil noción

“La verdad de un acontecimiento que rompe con el orden existente


no puede ser medida, y menos aún valorada en términos pragmáticos,
esto es, de sus resultados positivos de poder.” (Tischler, 2009:130)

El imaginario social es referido habitualmente en ciencias sociales para designar las


representaciones sociales encarnadas en las instituciones, y es usado habitualmente como
sinónimo de mentalidad, cosmovisión, conciencia colectiva o ideología. No es sencillo acercarse
a la vaga, imprecisa, pero cada vez más utilizada, noción:

Tiene que ver con las “visiones del mundo”, con los metarrelatos, con las mitologías y las cosmologías, pero
no se configura como arquetipo fundante sino como forma transitoria de expresión, como mecanismo
indirecto de reproducción social, como sustancia cultural histórica. Tiene que ver también con los
“estereotipos” (en cuanto que generan efectos de identificación colectiva), pero va más allá de las simples
tipologías descriptivas de roles porque precisamente rompe la linealidad articulando un sentido. (Pintos,
2001a)

Si bien la noción de imaginarios ha comenzado a ser usada frecuentemente, pocas veces


es utilizada con pertinencia y rigor, con lo cual sigue siendo una noción al uso, que de alguna
forma se puede intuir, pero que difícilmente se logra explicar. Si bien el concepto se presenta
como una nueva llave teórica, un “elemento heurístico de la sociedad”, es a menudo utilizado
indiscriminadamente por distintos profesionales (periodistas, antropólogos, sociólogos, etc.),
sin llegar a esclarecer el concepto (Aliaga, 2008).

Lo que se llama desde 1964 imaginario social -“terme repris depuis et utilisé un peu à
tort et à travers” (Castoriadis, 1975:23), no tiene que ver con lo spéculaire (la imagen de y la
imagen reflejada, lo ficticio). Lo imaginario no se construye a través de la imagen en el espejo o
la mirada del otro –las cuales son ya obras del imaginario. Tal como indicaba Castoriadis (1975),
el imaginario pareciera tener una esencia, un carácter propio.

Pese a la volatilidad de la noción, los esfuerzo teóricos contemporáneos tienden a


conceptualizar los imaginarios sociales como unas matrices de sentido que permiten
comprender, dar forma a la experiencia, incorporarla y comprenderla dentro de lo que ya
sabemos. Pintos (2005a) destaca una serie de aspectos para elaborar una definición de los
imaginarios sociales. El primero es entenderlos como esquemas, por su grado de abstracción,

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continuidad1 y jerarquización, en función de lo que resulta relevante –esto implica que también
ha de tenerse en cuenta aquello que permanece en la opacidad. Su función es la de permitir
percibir, explicar e intervenir sobre referencias semejantes de percepción (espaciales,
temporales, geográficas, históricas, culturales, religiosas, etc.), de explicación (marcos lógicos,
emocionales, sentimentales, biográficos, etc.) y de intervención (estrategias, programas,
políticas, tácticas, aprendizajes, etc.). Dentro de un marco de pensamiento sistémico, al cual el
autor se adscribe, si bien las referencias son semejantes en cada sistema social diferenciado, la
realidad es percibida de forma particular, lo cual permite afirmar que no puede haber una
verdad única si no múltiples verdades.

Existe una clara dificultad para explicar el funcionamiento social independientemente de


lo cultural, lo histórico, lo individual y la ecología del momento. Desde la psicología social, Jean
Pierre Déconchy en su trabajo “Sistemas de creencias y representaciones ideológicas”
(Moscovici, 1985) duda sobre la capacidad “de estudiar de forma experimental sistemas
sociales complejos y relativamente completos (es decir, sistemas que incluyan las
representaciones y significados de todo tipo que suscitan), de una fuerte implicación o contra-
implicación individual, intrínsecamente independientes de sus condiciones históricas de
producción y decadencia” (Moscovici, 1985: 442).

Pero ¿qué son? ¿Dónde se encuentran? ¿Es a través de los imaginarios sociales que se
construye lo que llamamos realidad social? Estas son sólo algunas de las preguntas que afloran
al enfrentar una noción que, a pesar de su gran poder de seducción, está muy propensa a
mostrarse tremendamente problemática. Antes que todo, parece que no fuese nada, pues
interviene en un proceso que no es directamente observable, ya que de la “realidad” no
percibimos más que sus manifestaciones o nuestras interpretaciones: “we act not directly on
the world but on beliefs we hold about the world” (Geertz, 2000:196).

2. Imaginarios o esquemas

En su artículo “Estampas intelectuales de un itinerario junto a Juan Luis Pintos. De la


teoría crítica a los Imaginarios sociales”, Enrique Carretero Pasín comenta que el campo de los
Imaginarios sociales remite a una “invisibilidad” social preconfiguradora de lo que nos
empeñamos en considerar como “la realidad” (Carretero y Coca, 2009:61). Duvignaud (1990)
habla del juego y la actuación dentro las sociedades humanas, interacción que reproduce las
estructuras invisibles que definen el mundo y no cuestionan la legitimidad de una moral oscura
y que a veces inclusive transgrede las reglas mismas.

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Este aspecto puede ponerse en paralelo con lo que Williams (1976) llama una predispuesta continuidad, es decir,
la tradición entendida como una versión del pasado que se pretende conectar con el presente y ratificar.
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En el momento en que parecieran escapar en su irremisible inmaterialidad, los


imaginarios sociales parecen serlo todo, puesto que el ser humano –y la sociedad misma– se
crea y recrea a través de ellos. Al considerarlos como esquemas socialmente construidos que
permiten percibir, explicar e intervenir en lo que se considera como realidad, serían la
estructura de base de todo el edificio social (Pintos, 2005b). Esto recuerda la concepción de los
fenómenos sociales elaborada por Durkheim (1968), como unas formas específicas en base a las
cuales se desenvuelven las conciencias individuales. En Las Reglas del método sociológico, el
sociólogo considera que las maneras de actuar, de pensar y de sentir están dotadas de una
potencia imperativa y coercitiva, y que, justamente, es a este tipo de fenómenos que debe
darse y reservarse la calificación de sociales. En base a lo anterior, Pintos afirma que lo propio
de la praxis sociológica sería el campo de los imaginarios sociales, en vista de ser la matriz de
conexiones entre diferentes elementos disponibles en un ámbito cultural determinado (Pintos,
2001a).

Modelos
personales

Memoria Espacio

social
Marcos o esquemas
mentales

Modelos
de
Tiempo
contexto

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Figura No. 1. Intento de representación esquemática de factores que conforman un imaginario social.
Elaboración propia.

Si de la realidad no percibimos más que una representación de ella, son los imaginarios
los que proporcionan esos esquemas necesarios para poder percibirla, explicarla e intervenir en
ella (Pintos, 2001a). Para el autor, la función primaria de los imaginarios sería la elaboración y
distribución generalizada de instrumentos de percepción de la realidad social construida como
realmente existente.

Este estructurante originario, fuente de lo que se da cada vez como sentido indiscutible e indiscutido,
soporte de las articulaciones de lo que importa y de lo que no importa, origen del exceso de ser de los
objetos de inversión práctica, afectiva e intelectual, así como individual y colectiva, este elemento no es
otra cosa que lo imaginario de la sociedad. (Beriain, 2005: 157)

3. Dimensión cognitiva

En las ciencias cognitivas este concepto se emparenta con los “marcos” que conforman
desde las metas, formas de actuar y valorar, hasta la política y las instituciones. “Los marcos son
estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo” (Lakoff, 2007:17),
esquemas para entender situaciones y comportamientos (de persona, de rol, guiones), es decir,
andamios mentales, estructuras para entender la información social (Baron y Byrn, 1998). A su
vez, los esquemas y prototipos son modelos o marcos mentales, formados a través de la
experiencia, que permiten interpretar las situaciones sociales, organizando grandes cantidades
de información que no podemos manejar fácilmente. Los marcos mentales contienen
información relativa a rasgos, situaciones y acciones, y una vez formulados ejercen fuertes
efectos en el pensamiento social (Baron y Byrn, 1998).

Al interactuar adquirimos información, parte de la cual se introduce en la memoria para


combinarse con otra información previamente almacenada y que permite establecer juicios,
predecir acciones y perfilar inferencias, permitiendo así “dar sentido” al mundo social (Baron y
Byrn, 1998). Las investigaciones en psicología social sugieren que los esquemas ejercen fuertes
efectos en la atención, codificación y recuperación en los procesos cognitivos sociales (Wyer y
Srull, 1994). Los esquemas influyen en qué es recuperado en la memoria: su activación
determina lo que se lleva a la mente. Prestamos más atención a lo que resulta inconsistente
con los esquemas existentes2, a las acciones o acontecimientos inesperados. Sin embargo, una
vez que los esquemas han sido formados, la información relativa es más fácil de recordar que lo

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Por eso Zelaya llama tanto la atención, en vista de que su comportamiento es inconsistente con las expectativas
que se tienen sobre un presidente.
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que no lo es, cosa que no sucede al comienzo: entonces la información inconsistente puede ser
captada y codificada (Baron y Byrn, 1998).

Esto recuerda la metáfora del lente de Kuhn, donde el paradigma opera como un filtro o
unos lentes que hacen que los científicos vean las cosas de una manera y no de otra. Heidegger
hablaba ya de las pre-estructuras del entendimiento, las cuales provocan un drop out of
consciousness, como el que se experimenta delante de la transparencia de las ventanas de una
casa (Heelan, 1991). Estos conceptos son recuperados en el marco de la noción de imaginarios
sociales en el postulado del Ojo Semiósico (Dittus, 2008). El imaginario opera como un
elemento naturalizado que no se percibe (Aliaga, 2008). En esta línea, el imaginario social
dejaría de ser sinónimo de signo o representación colectiva, pues sería sencillamente como
unos anteojos que “mejoran” –yo añadiría también que “deforman”– la visión: a través de
“esas imágenes vemos el mundo, pero lo hacemos sin observar al propio imaginario” (Dittus,
2008: 349).

Interacción
Figura No. 2. Perspectiva e interacción del observador. Elaboración propia.

Desde un ámbito socio-cognitivo los imaginarios se conciben como un tipo de pensar


abstracto, es decir como una capacidad psíquica (Dittus, 2008). Estas matrices de sentido que
existen en nuestras mentes, se inscriben dentro de la sociedad como sistema de interpretación
del mundo. De allí la necesidad de estudiar la producción social de sentido. De hecho,
Castoriadis (1975) afirma que la categoría de sentido es el verdadero lugar natural del
imaginario. Entonces, el escenario en que se construiría la realidad sería en la organización de la
experiencia y el conocimiento, es decir en la dotación de significado. Justamente, el recurso al
psicoanálisis es el que permite a Castoriadis trabajar con el sentido humano, más allá del
recurso identitario a “estructuras”, “leyes” y “necesidades humanas”, ir más allá del sujeto
lógico y moral. A partir de los procesos genesíacos del sentido humano brotan las asociaciones
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metafóricas de un magma de afectos, emociones y pasiones, es decir, de la matriz imaginaria


sobre la que opera la dimensión lógica del pensar humano (Sánchez Capdequí, 2003).

4. Dimensión hermenéutica

Los imaginarios son eso que permitiría entender el sentido social de las cosas, quizá
aquello que nos falta al tener una sensación de incomprensión al visitar una cultura distinta a la
nuestra, o remontarnos en el tiempo sin comprender ya las viejas usanzas, o ese código propio
de una banda juvenil, sin el cual su actuar aparece a los demás absurdo o sencillamente es
incomprendido. Dittus (Coca et alt., 2011) propone una interesante manera de abordar la
otredad, como parte de aquella imaginería simbólica que se nutre de atributos, estereotipos y
arquetipos, y que condiciona la mirada que dirigimos hacia los demás. A falta del imaginario
adecuado para interpretar esos mundos tan diferentes, estos serían captados con nuestros
propios imaginarios a través de su función de reorganización de lo significante, viniendo a ser
un factor de equilibrio psicosocial.

Para Lakoff (2007) uno de los descubrimientos fundamentales de la ciencia cognitiva es


aquel según el cual la gente piensa en términos de marcos y de metáforas, es decir de
estructuras conceptuales: “Los marcos están en las sinapsis de nuestro cerebro, presentes
físicamente bajo la forma de circuitos neuronales. Cuando los hechos no encajan en los marcos,
los marcos se mantienen y los hechos se ignoran” (Lakoff, 2007: 110). Interpretamos,
analizamos, recordamos y utilizamos información sobre el mundo social mediante procesos
cognitivos sociales (Baron y Byrn, 1998) fuertemente influenciados por los efectos que los
esquemas ejercen en la atención, codificación y recuperación (Wyer y Srull, 1994).

Los imaginarios son esquemas de significado a partir de los cuales entendemos la


realidad. De alguna forma, predeterminarían lo que es posible de acontecer en función de lo
que puede ser entendido dentro de unos esquemas pre-estructurados, pero también engloban
las estructuras bien fraguadas, como las instituciones. Para Castoriadis (1975) el imaginario
social instituido se conforma por las significaciones imaginarias sociales y las instituciones
cristalizadas, asegurando en la sociedad la repetición de las mismas formas que regulan la vida
en sociedad.

El individuo se enfrenta a una complejidad del mundo social que viene a ser resumida y
esquematizada gracias a la capacidad de comprensión, de dar un sentido. Como «centro
simbólico», el imaginarios social tendría que ver con las «articulaciones de sentido últimas»,
dotando de una sólida inteligibilidad a la totalidad del acontecer y de la praxis cotidiana,
procurando una «homogeneidad de sentido» a lo social. Para Enrique Carretero Pasín (Coca et
alt., 2011), la cohesión social reposa en una matriz más imaginaria que propiamente real,
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funcionando como un cemento colectivo que propicia la transformación de la multiplicidad en


unidad, un vínculo de unión colectivo que periódicamente es reavivado. En general, los
significados otorgados no son contingentes, pues además de estar bajo la influencia de unos
sentidos oficialmente establecidos y legitimados, encuentran una “resonancia” somática en las
mayorías, permitiendo que sean percibidos como propios y comprendidos (Heelan, 1982).

Existen dos heurísticas, es decir unas reglas simples para tomar decisiones complejas o
hacer inferencias rápidamente, más utilizadas y son la representatividad (juzgar por similitud) y
la disponibilidad (lo más fácil de recordar es lo primero que viene a la mente) (Baron y Byrn,
1998). Bryant y Charmaz (2008) aludiendo a Wittgenstein dicen “don’t think, but look!”,
aludiendo a la capacidad humana de observar a family of ressemblances, es decir, lo que hace
que se parezcan los miembros de una familia, buscando encontrar similitudes, relaciones y no
“cosas en común”. Es importante recalcar que “…las representaciones sociales no se adquieren
tan sólo directamente, de una manera abstracta (y usualmente discursiva), sino también como
generalizaciones sobre las experiencias diarias” (van Dijk, 1998:289).

La percepción de la realidad es al mismo tiempo una y diversa. De hecho, los marcos de


significado específicos, son esencialmente contradictorios. Para evitar una ruptura cognoscitiva,
las distintas percepciones de la realidad deben conectarse a unos marcos de referencia que se
encuentran en la vivencia social, un ‘mundo instituido de significado’ que opera como marco
interpretativo. La misma sociedad humana puede ser entendida como un sistema de
interpretación del mundo, de hecho, Catoriadis (1975) llama la atención sobre la
institucionalización de un magma de significaciones imaginarias que garantiza la inteligibilidad
y solidifica un sentido de realidad. Cada visión del mundo está configurada por patrones de
entendimiento (patterns of meaning) de dimensión imaginaria e identitaria (Geertz, Berger,
Castoriadis), que incluyen modos de clasificación, representación y fabricación.

Frames facilitate our most basic interactions with the world—they structure our ideas and concepts, they
shape the way we reason, and they even impact how we perceive and how we act. For the most part, our
use of frames is unconscious and automatic—we use them without realizing it. (Lakoff y Rockridge
Institute, s.f.: 9)

5. Imaginarios, síntesis y metáfora

Searle (2002) enfatiza ciertos factores en el momento de interpretar la realidad, entre


ellos el rol de la unidad para dar sentido (la tendencia a ver las cosas como un todo o gestalt), la
intencionalidad (la consciencia es siempre consciencia de algo), la distinción entre centro y
periferia, el estado emocional de predisposición, la dimensión de placer o displacer, la atención
que se presta a ciertas cosas, la familiaridad y la conciencia (o quizá determinación) de los

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límites físico-espaciales. Todos estos factores deben de entrar en juego en aquello que
socialmente cobra o no validez social. Se trata de un complejo entramado social donde lo “real
sólo es sentido y experimentado por medio de toda una alquimia que va más allá de las simples
impresiones y del reflejo totalmente pasivo” (Ledrut, 1987:42-43). Los imaginarios pueden ser
entendidos como una forma transitoria de expresión que se formula y existe a través de lo
simbólico; como una facultad cognitiva articuladora de sentido; como una faceta inconsciente,
ajena a la lógica de la realidad objetiva.

En El avance de la insignificancia, entrevista que realiza Jean Liberman (1997) a


Castoriadis, (la cual lleva el mismo título de su libro publicado en 1997), éste sostiene que
ninguna sociedad puede perdurar sin crear una representación del mundo y, en ese mundo, de
ella misma:

“Los hebreos del Antiguo Testamento, por ejemplo, plantean que hay un Dios que ha creado el mundo y
que ha elegido la línea de Abraham, Isaac, Jacobo, etc., hasta Moisés como «su» pueblo. Para los griegos,
para los romanos, existían representaciones globales que jugaban el mismo papel. Los occidentales
modernos se han representado como aquellos que, por una parte, iban a establecer la libertad, la igualdad,
la justicia y, de otra, iban a ser los artesanos de un movimiento de progresión material y espiritual de la
humanidad entera. Nada de esto vale para el hombre contemporáneo. Éste no cree más en el progreso,
excepto en el progreso estrechamente técnico, y no posee ningún proyecto político. Si se piensa a sí mismo,
se ve como una brizna de paja sobre la ola de la Historia, y a su sociedad como una nave a la deriva.”

De una forma mucho más poética, estas últimas imágenes se encuentran en la Tesis IX
sobre la historia de Benjamin (2008:24):

Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de
alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas.
El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros
aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre
ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel
ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas,
mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos
progreso.

En esta misma línea, para Beriain (2005) las principales significaciones sociales
imaginarias –en plural– serían los dioses, el progreso, el desarrollo, la autopreservación, etc. y
estarían a la base de nuestras actuaciones. En cada sociedad y en cada cultura habría un
imaginario radical, ya fuese un dios o una bandera. Castoradis de hecho divide el imaginario
social en dos planos de significación distintos y dependientes. Los primarios o centrales, que
son creaciones Ex nihilo, instituciones imaginadas que no dependen sino de su misma idea para
referenciarse, como Dios, la familia o el Estado. Los secundarios, que surgen y dependen de los

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primarios, por ejemplo la idea de ciudadano no puede concebirse sin la idea de Estado. Por eso
estas representaciones son consideradas instrumentales, jugando un simple papel reproductor
de los primarios.

Para Castoriadis la sociedad es un magma de magmas, desde la cual se puede extraer un


sinfín de elementos sin poder nunca reconstituirla totalmente, ni siquiera de forma ideal al
determinar sus “encarnaciones” en la forma de instituciones/significaciones, como los partidos
políticos o la mercancía.

6. Realidad social e imaginarios sociales

Algunos conceptos más que ayudar a entender la realidad, cierran su acceso a ella.
Tristemente en las ciencias sociales predomina la utilización de forma rutinaria de una serie de
conceptualizaciones y categorías débiles. En este sentido, los estudios sobre imaginarios
sociales vienen a ser una forma de generación de nuevo conocimiento -y por lo tanto de poder
hacer-, especialmente en un momento en que se percibe en las ciencias sociales un vacío de
carácter ontológico (Coca et alt., 2011).

Valencia (2003) considera que el desencantamiento político y el nuevo encuadre


epistemológico llevan a Castoriadis a un distanciamiento crítico y a considerar una alteración de
la relación entre las cosas y sus representaciones. Pintos (2005a) refiere en este sentido al
decaimiento de la razón como argumento de la validez máxima, al desarme conceptual de las
ciencias sociales, también apuntado por Boron (2000) quien habla de la actual crisis en las
ciencias sociales, proveniente del paradigma newtoniano-cartesiano, que nos hereda el
dualismo humanidad-naturaleza, cuerpo-espíritu, así como la simetría entre pasado y futuro. El
modelo de la ciencia en general, que se traslada a las ciencias sociales en la forma del
positivismo, en lugar de garantizar una anhelada objetividad y neutralidad muchas veces no
hace más que consolidar el orden público y la resignación, llegando a legitimar teóricamente la
sociedad capitalista, en la que la vida económica rige la totalidad de la vida social.

Fiel al proyecto de transformar radicalmente la sociedad, Castoriadis (1975) exige que se


comprenda lo que se desea transformar y que se identifique lo que en la sociedad es
contestario y se encuentra en lucha contra su forma presente, para mostrar que la teoría no
está para producir ideas generales sino para hacer coincidir su propia dialéctica con la dialéctica
de lo real histórico, y de sacar del movimiento de lo real tanto los fundamentos de la acción
revolucionaria como su orientación. Porque se dice revolucionario, para Castoriadis (1975) su
punto de partida es una revisión del marxismo, lo cual exige que se comprenda lo que se desea
transformar. Insiste en recordar a Marx en las tesis sobre Feuerbach: ya no se trata de
interpretar el mundo, sino de transformarlo.
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“La reflexión teórica no es ajena a la lucha, es un momento fundamental de la praxis” (Tischler, 2009:30). La
recuperación de la memoria de las luchas populares por su emancipación tiene que hacerse con unas
herramientas y un lenguaje nuevo: “no podemos hacer una interpretación revolucionaria de la historia con
las mismas herramientas conceptuales que la tradición de los vencedores ha cultivado” (Tischler, 2009:24).

Justamente, la idea es identificar las formas contestarías y en lucha, visibilizarlas y


encausarlas dentro del movimiento de cambio que la coyuntura social ha generado, siguiendo a
Castoriadis (1975), quien entiende la actividad política como la capacidad que tienen los actores
sociales de concienciar el protagonismo de sus infraestructuras pasionales y emocionales en la
creación de las instituciones mediante el binomio del sentido y de la autonomía humana
(Sánchez Capdequí, 2003). La idea de la autonomía social e individual precisa que, a pesar del
funcionamiento en la sombra del imaginario, la psiquis dispone de mecanismos de
esclarecimiento racional. Esta dimensión política permite el cuestionamiento de la certidumbre
e interpretación alternativa de “lo real” (Carretero, 2001).

La autonomía del sujeto es clave para emprender procesos de emancipación sostenibles, es el poder del
individuo frente a las fuerzas que pretenden colonizar su voluntad y energías. No se trata, se subraya, del
aislamiento del sujeto sino de que éste cuente con la información, conocimiento, actitud y mecanismos
sociales que permitan establecer los límites del Estado, el mercado y la comunidad. Este planteamiento
puede propiciar verdaderos procesos de solidaridad, integración, versus la alienación y la seudointegración
por la fuerza o la domesticación del pensamiento. (Cálix, 2010:38)

7. Realidad social y conocimiento

La realidad, el conocimiento y los imaginarios se encuentran estrechamente vinculados.


Existe una relación de interdependencia entre lo que es considerado en una sociedad como real
y su imaginario. Althusser (1965) considera que la expresión de la relación de los seres
humanos con su “mundo” es la unidad conformada por su relación real y su relación imaginaria
con sus condiciones de existencia. La forma en que estudiamos la realidad, la cuestiona,
legítima o incluso crea. Las ciencias sociales, son también parte de una especie de diario en el
que se refleja la humanidad y ese reflejo contribuye a su constitución misma. Lakoff (2007)
enfatiza la importancia de entender las dimensiones cognitivas de la política y considera que
cada acto analítico es un acto político.

Searle (2007), habla de la intencionalidad, que señala hacia la dotación de contenido


(aboutness), es decir, aquella facultad que se relaciona con asociar un determinado significado.
En Collective intentions and actions, Searle postula que el comportamiento intencional colectivo
no es la suma de los comportamientos intencionales individuales; y que la intencionalidad de
grupo o individual es independiente de la falsedad o veracidad de las creencias del individuo.
Para Searle hay una forma en que ciertos aspectos de nuestro mundo se materializan como

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resultado de la intencionalidad combinada de aquellos que los usan. Por ejemplo, un billete de
cinco euros es un billete de cinco euros tan sólo en virtud de la intencionalidad colectiva.

Ciertos aspectos de nuestro mundo se materializan como resultado de la


intencionalidad combinada de aquellos que los usan. El lenguaje que utilizamos, el concepto de
propiedad y las relaciones con los otros dependen fundamentalmente de tales
intencionalidades implícitas: “Collective intentionality is all that is necessary for the creation of
simple forms of social reality and social facts” (Searle, 2007:85).

La interpretación tiene un rol fundamental en la creación de la realidad social,


añadiendo el sentido que conformará lo que socialmente se considera como real. Es decir que
el mundo se vuelve real en el proceso mismo de su construcción (Heelan, 1991). Los problemas
reales de una época o sociedad son aquellos acordes según su imaginario social. Los seres
humanos no llegarán a resolver esos problemas reales sino en la medida en que sean capaces
de imaginarlos (Beriain, 2005). En su artículo El imaginario como lugar de encuentro: diálogo
con Juan Luis Pintos, Celso Sánchez Capdequí, señala las condiciones de posibilidad de la
representación colectiva.

Se trata de un principio trascendental histórico que principia, posibilita y faculta a los hechos fragmentados
para, a través de los dibujos e imágenes que proyecta, convertirlos en experiencia social con-sensuada y
con-sentida. Constituye la raíz viva y vivificadora que alienta formas organizadoras de la experiencia social,
pero sin estas formas exteriores su capacidad de formalización deviene imposible. (Carretero y Coca,
2009:305)

Castoriadis (1975) nos habla de la posibilidad de la que goza una sociedad para descubrir
el carácter autoinstituyente de sus significaciones imaginarias. Se trata de alcanzar un
cuestionamiento de la certidumbre (la “evidencia”) así como de abrir la posibilidad de una
interpretación alternativa de “lo real”. Se trata de desentrañar la determinación social de lo que
se asume como natural y evidente. A pesar de que se señala tradicionalmente que los grupos
desfavorecidos están sometidos a las definiciones de realidad de los que detentan el poder, en
el orden social existente la dotación de significado social depende de configuraciones mucho
más complejas. Las personas disponemos de una capacidad de cuestionar permanentemente
las instituciones establecidas, de debatir la legitimidad de cualquier significación impuesta.

¿Cómo vivir sin representaciones? Pero también ¿Cómo vivir sin la crítica de las representaciones? Así se
esboza un movimiento dialéctico. Algunas representaciones tapan la vista y el horizonte, forman anillo y
círculo (vicioso). Otras se abren hacia la superación. (Lefebvre, 1980:96)

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8. Crítica, ensoñación y cambio

Si bien los imaginarios sociales son configuradores y estructuradores de lo real, pues


determinan y crean una percepción de lo que es aceptado como tal, tienen también una doble
faceta aparentemente contradictoria, pues trabajan tanto en el mantenimiento como en el
cuestionamiento del orden social (Carretero, 2005). Lo social no sólo se construye y legitima a
través de ellos, sino que también es a través de ellos que se deslegitima y transforma la
realidad social. Las significaciones imaginarias institucionalizadas cristalizan una percepción
natural del mundo que puede ser combatida por ese cuestionamiento deslegitimador y radical
(Carretero, 2001: 183). Ledrut (1987) hace énfasis en una función desequilibradora de lo
imaginario, que paradójicamente implica una realización y movilización de lo real.

El análisis de lo imaginario rompe con “la consistencia y la contundencia de una


experiencia social que no es otra cosa que proyección imaginaria” (Carretero y Coca, 2009:305),
esto obliga a la sociedad, para Sánchez Capdequí, a incorporar la provisionalidad, la
precariedad, la contingencia y la duda. Tischler (2009:44-45) advierte que “las categorías
sociales no sólo son positividad (lo que son): están constituidas por la negatividad social”, es
decir lo que está en la forma –desarrollada o no– del excedente respecto a lo que se es. Los
imaginarios sociales encierran también lo que todavía-no es.

El ser humano en sociedad se va creando y consolidando a sí mismo a través de sus


imaginarios. La facultad social de conservar ciertas pautas, y crear incesantemente otras, está
condicionada por ciertos esquemas o matrices de sentido, en función de los cuales se abren las
posibilidades de lo plausible, pero también de lo inverosímil. Duvignaud (1986) afirma que lo
imaginario es también la capacidad de anticipar la experiencia actual sobre la experiencia que
está por venir. Esto apunta hacia las serendipias3, esa mezcla de suerte y agencia, por ejemplo,
cuando un autor escribe sobre algo que ha imaginado y que no se conoce en su época, pero
que posteriormente será parte del mundo cotidiano. Las serendipias –en la ciencia y en la
literatura – son parte de ese universo de lo posible, de lo que finalmente se alcanza a ver.
Suelen definirse como un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se
produce cuando se está buscando otra cosa distinta; pero apuntan también hacia lo que puede
finalmente ser visto, es decir lo nuevo.

Para Carretero (2001) se trata de una facultad creadora y ensoñadora, en definitiva


utópica, de lo imaginario, consistente en elaborar posibilidades confrontadas a la realidad
3
Este término fue establecido por Horace Walpole en 1754 a partir de un cuento persa: “Los tres príncipes de
Seredip” en donde los príncipes hacen descubrimientos por accidente y sagacidad. El ejemplo más citado de
serendipias es el de las novelas de Julio Verne, De la Tierra a la Luna (1865) o Veinte mil leguas de viaje submarino
(1869).
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establecida, que pueden llegar inclusive a la subversión del orden social. El imaginario como
principio de ensoñación capaz de subvertir la realidad institucionalizada es una fuente de
posibilidades alternativas a la realidad socialmente dominante. Precisamente, el estudio de los
imaginarios sociales permite la posibilidad de hacer visibles en las sociedades las posibilidades
oníricas y poéticas que han sido enraizadas en las cosas, tal como señala Bachelard (2002).

¿Qué transformación de la experiencia adquirida no se debe antes que nada a lo imaginario? ¿Qué cambio
no ha sido formulado simbólicamente a través de una ficción? ¿Y qué ficción no se ha opuesto, si ha sido
significativa, a la cultura en la que ha aparecido? No estamos hechos de repetición ni de formalismo, sino
“tejidos de la materia misma de nuestros sueños”. (Duvignaud, 1986: 35-36)

Pensar determina la realidad misma y establece un vínculo indeleble con la esperanza.


Pensar es traspasar, como diría Ernst Bloch (2004). Concebir nuevas imágenes abre la
posibilidad de vislumbrar otro campo de lectura, perfora las manifestaciones evidentes de la
acción y deja salir a la superficie el proceso del cual son parte. Estas imágenes “no remiten
únicamente a la particular subjetividad del autor, agotándose en ella, sino conforman un
material que sólo puede revelar sus contenidos más profundos con el golpe del pensamiento”
(Tischler, 2009:28).

Los pensamientos, los actos, incluso las palabras de los hombres tienen una función continua en la cualidad
y persistencia del ser. El espectador, el lector, el oyente, se hallan implicados dinámicamente. Sus
respuestas y sus interpretaciones son esenciales para su significado. Eurípides une la necesidad de hombres
y mujeres de recrear su mundo social, político y filosófico, no a la imagen de los antiguos dioses que
nacieron de la noche, sino a la de las esperanzas razonables y los ideales en plena evolución. Dieu a besoin
des hommes, declaraba Sartre… (Steiner, 2005:72)

9. El lenguaje y lo nuevo

Para Castoriadis (1975) los imaginarios son auténticas fuentes de inspiración capaces de
influir con mucha fuerza en las maneras de pensar, decidir y orientar las acciones sociales.
Como herramienta metodológica los imaginarios sociales permiten hablar de las luchas y la
emancipación con un lenguaje nuevo.

Como argumenta Kuhn en The Copernican Revolution, no fue sobre la base de observaciones
telescópicas o sobre la base de alguna otra cosa como decidimos que la Tierra no era el centro del universo,
que la conducta macroscópica podía explicarse a partir del movimiento microestructural, y que la principal
meta de la teorización científica debía ser la predicción y el control. En lugar de eso, después de cien años
de estéril confusión, los europeos se sorprendieron a sí mismos hablando de una forma tal que daba por
sentadas esas tesis solapadas. Los cambios culturales de esa magnitud no resultan de la aplicación de

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criterios (o de una «decisión arbitraria»), como tampoco resulta de la aplicación de criterios o de actes
gratuits el que los individuos se vuelvan teístas o ateos, o cambien de cónyuge o de círculo de amistades.
En tales cuestiones no debemos buscar criterios de decisión en nosotros mismos, como tampoco debemos
buscarlos en el mundo. (Rorty, 1991:26)

Wittgenstein (2008) señala que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro
mundo; en este sentido, el alcance de nuestra mente, pensamiento, palabra o juicio estaría
atrapado dentro de las fronteras de nuestra sociedad. Geertz (2000) considera en cambio que
los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje, pues el alcance de nuestras
mentes, lo que somos capaces de interpretar es lo que define el espacio intelectual, emocional
y moral en el que se vive. En la medida en que intentemos comprender lo que significa ser
como los otros, cómo somos nosotros, lo que nos parece extraño y lo que nos es similar,
atractivo o repelente, irán surgiendo las palabras para nombrarlo. Lakoff (2005) considera que
los marcos o esquemas mentales refieren antes que todo a los valores y los sistemas primarios
de ideas y en segundo lugar a los lenguajes que se usan para expresarlos.

Durante sus investigaciones, Raymond Williams reparó en reflexionar acerca del rol que
tiene el uso y significado de las palabras, su gama, variación, conexión e interacción. En uno de
sus escritos comenta:

Por supuesto, no todas las cuestiones podían entenderse mediante el mero análisis de las palabras. Al
contrario, la mayoría de los tópicos sociales e intelectuales, incluidos tanto los desarrollos graduales como
las controversias y conflictos más explícitos, persistían en y más allá del análisis lingüístico. No obstante,
comprobé que, en realidad sobre muchas de las cuestiones no podía reflexionarse exhaustivamente, y en
algunas de ellas, creo, ni siquiera pueden abordarse a menos que seamos conscientes de las palabras como
elementos de los problemas. (Williams, 1976:20)

Insiste Williams (1976) en que no se trata de hacer creer que la lengua refleje
meramente los procesos de la sociedad y la historia, sino que, bien al contrario, algunos de
éstos se producen dentro de la lengua misma, siendo las palabras, de esta forma, un elemento
integral de las relaciones sociales. De tal forma, el «método» no sólo consistiría en volver a
describir las cosas de una manera nueva hasta crear una pauta de conducta lingüística que
adopte la generación en ciernes (Rorty, 1991), sino además observar las formas en que las
mismas relaciones sociales generan sus propias respuestas dentro de la lengua misma.

Conclusiones

Los imaginarios operan como un filtro prácticamente invisible que preconfigura “la
realidad social”. Frente a grandes cantidades de información que no se pueden manejar
fácilmente, los imaginarios funcionan de forma heurística, permitiendo tomar decisiones
complejas o hacer inferencias rápidamente. Son capaces de influir en las maneras de pensar,
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decidir y orientar las acciones sociales, especialmente al ser formulados, legitimados,


institucionalizados.

Los imaginarios sociales estructuran el edificio social en base a esquemas mentales


socialmente construidos, que funcionan como sistema de interpretación, donde las
significaciones imaginarias institucionalizadas cristalizan una percepción natural del mundo.
Configuradores y estructuradores de lo real, determinan y crean una percepción de lo que es
aceptado como tal, asegurando la repetición de las mismas formas que regulan la vida en
sociedad. Pero los imaginarios no sólo se construyen y legitiman lo social, también lo
deslegitiman y transforman (Carretero, 2005) a través de su función desequilibradora (Ledrut,
1987).

La producción social de sentido es el lugar natural del imaginario (Castoriadis, 1975).


Esta se realiza como generalizaciones sobre las experiencias diarias, que conforman los valores
y los sistemas primarios de ideas, de una manera abstracta, usualmente discursiva, a través de
los lenguajes que se usan para expresarlos. Existe una relación entre el lenguaje y el mundo
social, ya sea porque el lenguaje se encuentra atrapado dentro de las fronteras de nuestra
sociedad (Wittgenstein, 2008); o porque en la medida en que conocemos mejor lo propio y lo
extraño van surgiendo las palabras para nombrarlo (Geertz 2000). No solo la lengua refleja los
procesos de la sociedad y la historia, sino que éstos se producen dentro de la lengua misma,
siendo las palabras, de esta forma, un elemento integral de las relaciones sociales (Williams,
1976). Como nueva llave teórica y herramienta metodológica, los imaginarios sociales son parte
de un lenguaje nuevo, de un decir y un hacer distintos, donde las palabras son consideradas
como elementos de los problemas pero también de las respuestas.

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Datos del autor

Francesca Randazzo Eisemann es Máster en Ciencias Sociales (FLACSO, Guatemala, 2005) y se


encuentra a punto de defender una tesis doctoral sobre Imaginarios sociales en el marco del último
golpe de Estado en Honduras (USC, Santiago de Compostela, 2012). Entre su participación en
trabajos de investigación destaca su colaboración en el Archivo Lunardi (IHAH, Honduras-Italia,
2006-2008), en los estudios sobre migración y corta de café (Ayuda en Acción, Honduras, 2006-
2007), y en evaluaciones sobre cultura de paz (Plan Internacional, Honduras, 2006-2007). En la
actualidad es subdirectora de la Revista Sociología y Tecnociencia y parte del equipo de redacción
de la Revista Hermes analógica.

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Historia editorial
Recibido: 20/06/2012
Primera revisión: 25/06/2012
Aceptado: 06/07/2012
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