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LOS ESPÍRITUS LIBRES

Reflexiones sobre “Nietzsche: Las aventuras del heroísmo”, Antonia Birnbaum, FCE, 2004

Para trabajar basta con estar convencido de una cosa:


Que trabajar es menos aburrido que divertirse.
Charles Baudelaire

Salí de la nada,
Para llegar a ninguna parte.
Groucho Marx

El “yo” es una nada que lo aniquila todo.


Max Stirner

No hay una verdad que no merezca una carcajada


Enrique González de la Aleja Barberán

Los espíritus libres no pueden entender su existencia, su devenir, cualquiera

que este sea, como una trayectoria en la cual el conocimiento vence a la

ignorancia, no pueden suscribir este ingenuo “plan de progreso” de la

existencia, no creen que la razón se impone a la realidad y tampoco que la

seriedad establece su dominio en un camino en el cual lo definitivo vence a la

circunstancia o lo permanente se impone a lo transitorio. No creen que una

verdad sea superior a una mentira.

El espíritu libre no puede ver el conocimiento como un estado final de las

cosas, como “verdades absolutas”, como algo que se alcanza para luego

“descansar” sobre el logro. Pues no es un logro que merezca la pena por sí

mismo, lo que en otras palabras significa que el conocimiento no se justifica


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por y para sí mismo. Pero entonces, ¿qué es? ¿De dónde nació la idea o

convicción de que el conocimiento debe ser serio? ¿Por qué la seriedad es

más importante que la risa?

Podemos ver el ejercicio de conocer de otra manera: No se trata de alcanzar

la estabilidad de un hecho cierto, sino de cómo superar la certeza alcanzada

previamente. Cómo lanzarse a lo desconocido, cómo ver nuevas

posibilidades: Se trataría de superar siempre los límites anteriores. Si conocer

no es superar la ignorancia, entonces el conocimiento no puede verse como

una victoria. Conocer no verifica nada y tampoco invalida nada. No resuelve

un conflicto. Saber no es alcanzar la razón y, sobretodo, “no puede más que

lo que no tiene razón”.

Para los espíritus libres el conocimiento nunca triunfa definitivamente,

porque su propósito no es el establecimiento de verdades inconmovibles. No

se trata de alcanzar y sostener un estatus, sino de buscar la forma de romper

los límites de cada estatus de conocimiento, de moverse de la situación

vigente, superar la inmovilidad. Así, el conocimiento no mira hacia atrás, sino

hacia delante. No se compromete con lo que es, sino con lo que puede ser.
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Lo que es, ya está muerto y sólo promete vida lo que vendrá. El

conocimiento, pues, es “dejando” de ser.

Por tanto, el conocimiento no “atrapa” al mundo, no lo “agota” y no lo

“domina”. Se triunfa cuando aparece un pensamiento que toca un aspecto

antes ignorado, que mira al presente como una promesa de posibilidades

inexploradas. Pero, sobre todo, debe tenerse claro que toda victoria del

conocimiento es, a la vez, transitoria y móvil. Es de esta manera como el

espíritu libre supera el compromiso con la verdad, porque la verdad de hoy

es simplemente la mentira de mañana y, por tanto, no requiere la seriedad

de lo inmóvil y permanente.

Superada la seriedad, el espíritu libre se siente invitado a asumir la alegría

propia de la falta de compromiso con lo imposible. Conocer se torna una

aventura que invita al riesgo, a la diversión y a la risa. Se trata de una alegría

constitutiva del hecho mismo de existir: Un goce más. Ríe ante la verdad

porque sabe que es o será falsa mañana. Por eso, ama lo falso tanto como la

verdad y celebra su transitoriedad.


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Se trata de una actitud que nace de la destrucción de la fascinación por lo

absoluto, del abandono de las verdades primeras y últimas y que, por tanto,

borra todo dogmatismo presente y futuro. Supera toda voluntad de dominio

e invita a asumir el conocimiento a partir de una actitud diferente: No se

trata de vivir para conocer, sino de conocer como una estrategia más para

vivir, como un medio y no como un fin. Conocer pasa a ser un medio para

diversificar y enriquecer la vida y no más un fin en sí mismo.

Liberarse del conocimiento absoluto es como “librarse de una carga” y

produce idéntica sensación de alivio. Un alivio que alegra y que no es

racional. Así pues, conocer ya no es más un trabajo serio, no es luchar por

negar lo falso y encontrar las verdades de la vida.

Porque mientras el trabajo del conocimiento sea “conseguir verdades, ser

coherente y permanente”, inevitablemente tratará de superar lo transitorio,

lo superfluo y lo aparente… rechazará lo cotidiano, lo inmediato, lo pequeño

y lo disfuncional. Todo el esfuerzo deberá estar en función de lo importante y

no de lo accesorio. Así, todo lucirá siempre frívolo frente a la verdad. Es así

como se da una torsión negativa al hecho de conocer y “todo exceso y toda


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laguna debe ser corregida”. Es un conocimiento que quiere la perfección, que

¡¡¡nada se escape!!!

Pero, ¿es verdaderamente esto lo propio del conocimiento? ¿Un

conocimiento que niega, no termina necesariamente negándose? Lo cierto es

que un conocimiento que aspira ser autosuficiente y apoyarse en sí mismo

usurpa un derecho que no le corresponde y que realmente corresponde a la

vida, a la realidad y al mundo. La realidad sí que se basta a sí misma y no

necesita justificación para ser. Simplemente es. El conocimiento no será

nunca más que una mala copia.

Entonces, qué conocimiento es este que pretende auto sostenerse sin la

realidad que pretende explicar. ¿Cómo es posible que haya un conocimiento

así? ¿Un conocimiento que ES la realidad? ¿Un conocimiento que no

interpreta la realidad, sino que la sustituye? ¿Cómo es un conocimiento que

no necesita justificación? Respondamos: Es una estafa.

Decir que la realidad no necesita justificación ni nada que la contenga tiene

evidentemente implicaciones: significa que la realidad existe para NADA.


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Existe y punto. Significa automáticamente que la existencia es superflua. Que

no requiere ningún discernimiento. Significa que la realidad está presente

por nada y para nada. Puede ser que ella incite al conocimiento, pero nunca

se entrega de parte a parte, totalmente.

“El hecho (es) que existimos para nada, en razón de nada sino de esta cosa

sin razón que es nuestra presencia”. El conocimiento existe, pero nunca es

pleno y final y, sobretodo, siempre es falso. Es decir, siempre hay desajustes

entre el conocimiento y la realidad. Por eso, un saber asegurado es imposible

y estéril. Por eso, en lugar de buscar la “seguridad” del conocimiento, hay

que tomar el riesgo de buscar lo nuevo.

Buscar un conocimiento seguro es una fórmula alienante, detrás de la cual se

encuentra el afán de dominio y control que inveteradamente surge para

azotar la libertad del espíritu humano. Quien se afana en conseguir el

dominio y el control del conocimiento, en realidad, es un cómodo o un

miedoso, es decir, alguien que disfruta de ventajas en el estatus actual del

conocimiento o alguien que no asume la inevitabilidad del devenir y la

muerte y quiere congelarse, pero lo traiciona el hecho de que de esta manera


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tampoco vive. Es un esclavo, un esclavo, siempre en busca de amo, como

decía Max Stirner.

Por todo esto, tampoco el verdadero conocimiento se confabula con el poder

y cuando esto ocurre, se traiciona a sí mismo y termina esclavo del dogma al

que termina tributando. En cambio, el verdadero conocimiento se jacta de no

ser verdadero y de su imperturbable libertad que, después de todo, como

escribió Cornelius Castoriadis, es la función que mejora todas las demás

funciones humanas.

Un conocimiento seguro es un vulgar prejuicio burgués, que el cristianismo y

todas las religiones monoteístas no sólo suscriben sino que promueven, por

ser ellas mismas, la fuente originaria de ese maniqueísmo simplista que

organiza el mundo a partir del debate entre el bien y el mal. Es un prejuicio

burgués porque, como dice Enrique González de la Aleja, lo característico de

un ambiente burgués es que hay que forzar lo que sea “para que todo sea

como debe ser”. Es la cama de Procusto. Por eso, aunque parezca absurdo, el

futuro de la humanidad, una sociedad de espíritus libres, tendría que ser una
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sociedad que supere las fórmulas del paradigma positivista tanto liberal-

burguesa como marxista.

Tendría que formularse un imaginario que a partir de lo contingente y frágil

de la condición humana disuelva la neurosis de las figuras de poder y dominio

que siempre han constelizado a la humanidad y convierta la política en el

ejercicio del cuestionamiento permanente de las instituciones, en el hábito

de la auto-institución, el cambio y el devenir, en la movilización psíquica y

social de los individuos, que permita al individuo y a la sociedad salir de los

“unitarismos” mutiladores que representan las grandes religiones

monoteístas y sus hijas: la modernidad, el liberalismo burgués y el marxismo,

el fanatismo y el dogma como forma de vida.

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