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NORA RABOTNIKOF
Instituto de Investigaciones Filosóficas, UAM, México
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La dicotomía difícil
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En su uso político, el adjetivo «público» en los siglos xvii y xviii irá marcan-
do un cambio en las relaciones de la comunidad y el Estado con los individuos y
grupos, dando lugar a una progresiva diferenciación entre el Estado, la comunidad
y el individuo. Tal vez dos deslizamientos de sentido resulten primordiales. Pri-
mero en Inglaterra y luego en Francia, el «interés público» aparecerá como la voz
«desde abajo» que desafía las pretensiones del gobierno autocrático. A la identifi-
cación de lo «común» con un Estado que parece sustraerse a la publicidad (en el
sentido de manifestación y de apertura) sucederá el progresivo acercamiento de lo
público a lo social entendido como conjunto de individuos. El proceso es claro en
larevoluciónpuritana donde lo público adquiere una modificación importante en
su asociación con la nueva connotación adjudicada al término «interés»." El inte-
rés público se enfiíenta al interés del Estado autocráticamente definido, en una
particular amalgama de los nacientes principios liberales con elementos de la tra-
dición republicana. Por un lado, si bien el pueblo podía no tener esa particular
«sabiduría de lo público» (nacida de la información, la visión del conjunto, de la
percepción desde el Estado, etc.), sufría las consecuencias de las decisiones: «El
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pueblo común podía no ver, pero podía sentÍD>,"' como dice un dictum de 1640.
Por otro lado, se abre camino la idea del interés público como la suma de los
intereses individuales, con la particular relación entre expresión de ese interés y
participación electoral.'^ Se reformulaban así, en sentido individualista, las anti-
guas ideas en tomo al deber social.
La transición al interés público como conjunto de intereses privados parece
haber sido gradual.'*" La conversión a una forma individualista de percibir las
totalidades sociales fue acompañada por una gradual adaptación de la distinción
entre dos formas del bien público, una que refería al bienestar general del Estado
y otras que tomaba la forma del bien común fundado en el bienestar de los priva-
dos. Así, cuando los defensores de un «interés público» de procedencia popular
presentaban su causa como la defensa de «la preocupación que cada hombre
particular tiene de su inmediata participación (share) en el interés público», mani-
festaban de manera gradual como «el ámbito tradicional, una cosa de estructura
orgánica, con presencia y voluntad real independiente de los sujetos, se transfor-
maba en "un público", una colección de voluntades y conciencias».''^
Ésta, que algunos llaman la reformulación republicana del interés público,
pero que también puede leerse como una transición hacia el individualismo de
corte liberal, enraizaba los objetivos nacionales en las preocupaciones de la
comunidad y rompía con las antiguas doctrinas del deber social. Si la comuni-
dad era entendida como el conjunto de sus partes, la supremacía del bien públi-
co dejaba de ser una barrera frente a algunas legítimas ambiciones privadas.
La Razón de Estado, en cambio, será la versión «oficial» del discurso
sobre el interés público en Francia, al menos hasta losfisiócratas.^"Éstos, en
cambio, fundamentarían el bien público en la suma de los intereses particulares,
en su equilibrio a través de un programa económico racional, que parecía apelar
tanto al interés de la sociedad como a la razón público-estatal,-'
Lo público como asunto de «un público» (privados reunidos en calidad de
público) seguirá caminos de desarrollo diferentes desde el punto de vista de su
conformación social, su representación política y su «autoconciencia».^^ En
el caso modélico inglés, la temprana parlamentarización en sentido moderno, el
desarrollo de la prensa, la también temprana conquista de varios elementos del
Estado de derecho, hacen que la voz de ese público se traduzca primero en una
public opinión que controla, cuestiona y se enfrenta a las medidas de gobierno y
más tarde, en los public meeüngs y asociaciones políticas locales que otorgarán
una base más amplia y fuerte a los partidos como representantes del público.^
En Francia, un público se desarrolla en los ámbitos literarios y en «el secreto»
protector de la censura y el control estatal. No será hasta la Revolución France-
sa cuando se intente dar forma institucional a la voz de ese público, a ese
«espíritu público» o a esa conciencia pública (Saint Just) que permitiría recons-
truir la unidad social sobre las nuevas bases revolucionarias, a través de la
participación en la vida colectiva.^''
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intenta superar la distinción absoluta entre «lo estatal» y «lo privado» (esqueleto
de los diagnósticos neoliberales más simplistas) reivindicando una dimensión
aparentemente ausente en los programas progresistas en América Latina: la di-
mensión de «lo público».*' La propuesta se dibuja claramente sobre el horizonte
de la reforma democrática del Estado y apunta sobre todo al fortalecimiento de
la participación ciudadana en la decisión y la gestión de los asuntos colectivos.
Frente a la alternativa entre mercado y Estado, entre la mercantilización de
todas las relaciones sociales y el protagonismo exclusivo de una figura estatal
que ha agotado sus posibilidades, el espacio público se piensa como una esfera
autónoma, escenario de la participación social y, en algunos casos, instancia de
descentralización de las decisiones.
Dentro de esta primera invocación a una esfera pública autónoma, algunas
versiones ponen el énfasis en la dimensión de la integración societal.^' La ver-
sión recuerda cierta recuperación del republicanismo clásico a la Arendt e inten-
ta pensar un tipo de «comunidad» no fundada ni en la tradición ni en una base
étnico-religiosa, ni en núcleo sustantivo valorativo, sino en un conjunto de insti-
tuciones que constituirían una suerte de hogar público. Las expectativas cifradas
en el espacio público se sustentan, en este caso, en el campo de tensión entre la
modernidad y los problemas de la modernización.''^ Si mal no interpreto, esta
tesis entiende la modernización como el aspecto técnico-formal de la transfor-
mación de los procesos económicos sociales y a la modernidad como la catego-
ría que hace referencia a la dimensión normativa y cultural. En América Latina
estaríamos asistiendo a procesos de modernización inevitables, con fuertes ras-
gos excluyentes que ponen en peligro la integración normativa de la sociedad.
La utopía de fundar esa integración en el mercado se ha evaporado y este
fracaso se evidencia no sólo en los riesgos de desintegración social sino en una
«demanda de sentido» que crece a medida que se transforman valores y formas
de vida. En esta demanda no está en juego sólo la relación entre régimen políti-
co y condiciones económicas sino la autoimagen de la sociedad: «La pregunta
es ¿cómo defender algún sentido de lo colectivo frente a los procesos de atomi-
zación y diferenciación que llevan consigo la modernización y el desarrollo?».'^
Si la modernidad es entendida como renuncia a las garantías trascendentes,
como afirmación de la autoproducción del orden, como mptura con todo funda-
mento no creado por la acción humana, entonces, a las «demandas de sentido»,
que tradicionalmente se asocian con los procesos de modernización, parecen
sumarse, en el caso de América Latina, aquéllas que surgen de una moderni-
zación traumática y excluyente a las que se hace frente desde una modernidad
normativa o cultural insuficientemente desarrollada. El dilema de la democracia
en América Latina pasa por encontrar una legitimación de orden mediante una
integración normativa y una eficiencia económica que exige medidas que im-
pulsan la desintegración social.
Esa «demanda de sentido», en este caso producto de una modernidad defi-
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[...] lealtad individual hacia las instituciones políticas, bajo la forma del Esta-
do: sin mediaciones de linajes, vasallajes, gremios, comunidades o corporaciones.
Fundamentación basada en alguna idea del Bien Común o del Interés Público y la
conciencia de un vínculo de solidaridad con el resto de los ciudadanos mediado
por la ley.
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dad», las garantías y el control público. Ambas suponen tanto una teoría sobre
el nacimiento, arraigo y desarrollo de las instituciones como un análisis de las
diversas formas de moralidad pública o de la cultura política.
Y eso nos lleva al último gmpo de estudios. Hace muchos años Tocquevi-
lle exponía la fuerza causal y el arraigo de las costumbres. Descubría también
que la cultura política no se inventa, aunque la geografía (América y Francia) se
transformara en una excusa para el análisis comparativo y en una apuesta a la
posibilidad de transformación. Presentar las formas alternativas a la «morídidad
cívica» como soluciones colectivas que han dado resultado y que mostraron una
coherencia pragmática con el contexto de acción (todas ellas construidas sobre
una borrosa distinción ente lo público y lo privado) tiene la ventaja de sacar a la
luz una serie de «instituciones»" sin las cuales sería imposible hacer inteligibles
las acciones y decisiones y reconstruir su racionalidad. Contiene también el
riesgo de transformarlas complacientemente en «tradiciones» políticas que so-
breviven demasiado tiempo a los problemas que pretendieron resolver y a las
condiciones de su génesis. En cualquier caso parecería importante recordar que
la necesidad de la distinción público-privado que está en la base del legado
valorativo del liberalismo y del republicanismo fue también parte de una solu-
ción a problemas de autoridad, jerarquía y justicia.** Soluciones que contribuye-
ron a generar identidades ciudadanas, a crear nuevo tipo de vinculación entre
los miembros de la comunidad política y lúieas de previsibilidad y orientación
de la convivencia pacífica.
La invocación a lo público anuda así problemas específicos de la región
(la particularidad de los procesos de modernización, la crisis económica y del
Estado, las culturas políticas) con núcleos históricos y teóricos más amplios (la
identificación de lo público con lo estatal, la diferenciación sociedad civil-Esta-
do, el principio de publicidad, la idea republicana y los valores del liberalismo).
Para formar parte de una alternativa propositiva tendrá que hacerse cargo de
estos y otros desafíos. En todo caso la comparescencia de identidades fragmen-
tarias, los legados de nuestra moralidad pública, la compleja trama institucional
formal y no formal, los dilemas de la modernización, la crisis del Estado y la
construcción del mercado plantean problemas que superan también con mucho
lo imaginado hace ya varios años por John Dewey.
NOTAS
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los términos, cuando se dice, por ejemplo, «El Estado debe ocuparse sólo de lo público», o
cuando se aclara que «lo público» no debe identificarse ya con «lo estatal».
2. «Este modelo de la publicidad helénica, tal como lo hemos recibido, estilizado por la
autointerpretación de los griegos, comparte desde el Renacimiento, con todos los llamados clási-
cos, la fuerza propiamente normativa que ha llegado hasta nuestros días» (Habermas, Historia y
crítica de la opinión pública, Barcelona, G. Gili, p. 44). Tanto un relato explícitamente recupera-
dor de la antigüedad (hasta el punto de poder ser calificado por algunos de «pre-modemo»)
como el de Arcndt como otro que intenta reencontrar esos contenidos en el proyecto de la
Modernidad (Habermas) se reclaman deudores de esta imagen de lo público.
3. Véase J. Fierre Vemant, Les origines de la pensée greque, París, PUF, 1988, p. 42.
4. «La aijé ya no puede ser la propiedad exclusiva de alguien, el Estado es aquello que se
ha despojado de todo carácter privado, particular y que saliendo del tejido de los gens aparece
como cuestión de todos», ib(d., p. 42.
5. Max Weber, «Sociología del Derecho», en Economía y Sociedad.
6. Véase Georges Duby, Historia de la vida privada, t. 3., p. 20.
7. Bobbio, op. cit., p. 15.
8. El medioevo se presenta como un territorio histórico que parece resistirse a la aplicación
de las categorías jurídicas romanas de lo público y lo privado. «Derecho público y privado
formaban una masa indistinta y homogénea. Elementos correspondientes al derecho público mo-
derno se encontraban enclavados en el ámbito del derecho privado y relaciones basadas en vín-
culos de vasallaje hereditario eran sostenidas por el derecho público». Véase Gustav Radbruch,
introducción a la Filosofía del derecho, FCE, 1951. En todo caso, suele señalarse la concurren-
cia del derecho romano con la tradición germánica de lo gemeinlich, de donde convergerá una
idea de «lo común» con lo público. Se enfatiza el tercer sentido, el de lo abierto y lo accesible;
hay lugares de uso común, abiertos y hay lugares ceirados, recintos que son sede de otro tipo de
convivencia. Véase Max Weber, op. cit., p. 753.
9. En Hobbes esta «privatización» pasa por la reducción de la conciencia a opinión.
10. Habermas, op. cit.; Kosselek, Critique and crisis. La esfera de lo privado se constituye
así entre otras cosas como la esfera de la conciencia moral y religiosa,
11. Sobre la evolución del «secreto de Estado» ver Clementi, Fabricio y Musci Aldo, «II
Segreto di Stato», Centro di Studi e inizietivi per la riforma dello Stato, Dimocrazi e Diritto
(septiembre-noviembre 1990).
12. Mauricio Virolli argumenta bastante convincentemente en tomo a la ruptura entre la
ratio publicas utilitatis (o ratio status, ratio reigis) medieval y la moderna noción de «Razón de
Estado». La primera deriva de las fuentes jurídicas romanas y supone la subordinación a una
razón de la comunidad como entidad «naturalmente existente», identificándose con «el arte de
la ciudad». En contraste, la Razón de Estado aparece como lo opuesto de la república o de la
ciudad, en tanto consiste en una dominación privada sobre las leyes y las instituciones públicas.
La primera requiere por definición del gobierno de la ley y de la prioridad de las instituciones
públicas sobre los intereses y ambiciones de los ciudadanos privados. Véase Mauricio Virolli,
«Revolution in the concept of politics», Political Theory, vol. 20, n.° 3 (1992).
13. «La actividad económica privada ha de orientarse de acuerdo con un tráfico mercantil
sometido a directivas y supervisiones de carácter público: las condiciones económicas bajo las
que ahora se realiza están emplazadas fuera de los confines del hogar, por primera vez son de
interés general», Habermas, op. cit. Este desarrollo del mercado y de la socialización de la
producción será, como se sabe, interpretado por Arcndt como «el ascenso de lo social» o sea
como la progresiva ocupación o destrucción del espacio público por una especie de «doméstico
ampliado», y la consiguiente reducción de lo político a empresa administrativa especializada.
Véase H. Arendt, The human condition y On revolution.
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14. J. Habermas, op. cit. p. 62. Dejamos aquí de lado la polémica interpretación del término
«cntica»; baste con entender que con la progresiva diferenciación entre sociedad y Estado .se
constituye esa zona de entrecruzamiento entre iniciativa privada y reglamentación público-cslalal
que será «espacio» y «tema» de la opinión pública.
15. El término «interés», introducido en el vocabulario inglés alrededor de 1640: tener un
interés —sea individual, de clase, de grupo o de Estado— puede tanto sugerir que quien lo posee
subjetivamente siente una preocupación y puede por tanto promoverio activamente, o puede
encerrar la pretensión de algún observador de que la parte interpelada es objetivamente afectada
por ciertos factores, ya sea que la situación haya provocado o no una necesidad. Pero original-
mente al menos, el interés de la comunidad no era problemático. El interés de los Estados era
asunto de los estadistas y los tratados franceses aclaran que sólo ellos eran políticamente compe-
tentes. Pertenecía a la provincia de la razón, específicamente de la razón de Estado, una forma de
sabidurí'a encamada en máximas y fundada en información restringida, que preservaría a la co-
munidad de mayores desastres. El interés público era una pretensión invocada básicamente por
gobiernos no participatorios, cuando no absolutos, y su dimensión objetiva era enfatizada. Véase
J.W.A. Gunn, «Public Interest», en Terence Ball y James Farr, Political innovation and conce¡>-
tual changa, Cambridge, 1989.
16. Citado por J.W.A. Gunn, ibícl.
17. «Inicialmente los hombres desafiaron una versión serenamente absolutista del policy
making con la afirmación de que, a pesar de que el grueso de la población podía no ser plena-
mente capaz de discernir las prioridades nacionales, podían sentir el peso de la carga [...]. Muy
pronto esta concesión a los arcana imperii fue superada y encontramos a James Harrington
apelando a la visión electoral (suffrage view) de la verdad que a veces se imputa a Lxjcke». «If a
man knows not what is his own interest, who should know it? And that which is thc interest of
the most particular man, the same being summe up in the common vote, is the public interest»,
ibícl.
18. En realidad, «la doctrina hobbesiana de un interés propio inerradicable era molesta para
el discurso público porque soslayaba la distinción entre egoísmo ordinario y búsqueda legítima
de objetivos defendibles, a menudo percibidos no sólo como intereses sino como derechos», ibícl.
19. Ibíd.
20. Es interesante notar que aunque Harrington intentó adaptar la noción de razón de Estado
a su modelo de gobierno republicano, resultó difícil reformular un tema cortesano en función de
las preocupaciones de los ciudadanos privados.
21. Kosseleck analiza el proceso de enfrentamiento entre sociedad y Estado durante el An-
cien Regime y la separación del ámbito público en dos esferas: la del Estado con su lógica
propia (necesidad de decisión, responsabilidad, calculabilidad, etc.) y la naciente sociedad que
encama el punto de vista de la moral. En su interpretación, la gestión de Turgot, su reforma
«contra» la revolución fue el último intento de hacerse cargo de la crisis en una combinación de
fortalecimiento del poder estatal y concentración de la decisión política en manos del soberano
con la abolición de los privilegios especiales, la superación de las diferencias religiosas y el
establecimiento de la igualdad ante la ley. «Fracasa así el único intento de atender indirectamente
las demandas de la sociedad, es decir, formalmente dentro del Estado absolutista y en unión con
el monarca», Reinhart Kosselleck, Critique and crisis, p. 153. Vale la pena recordar además lo
que se considera un signo del reconocimiento decisivo de la opinión pública: el balance del
presupuesto nacional sometido a conocimiento público por parte de Necker.
22. Y podnamos decir que esto se relaciona no sólo con las diferentes formas de institucionali-
zación política de ese público, sino también sobre las diferentes interpretaciones en tomo a su
génesis. Para Habermas, antes de que la publicidad así ubicada en un campo de tensiones entre
Estado y sociedad se hiciera cargo de funciones políticas, la subjetividad surgida en la intimidad de
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46. De hecho, esta pregunta que, a primera vista parece lógica y teóricamente mal formula-
da, surge cada vez que se discute el tema.
47. Por supuesto, se enfatiza la construcción ideal-típica a la manera weberiana como
«acentuación unilateral» de una serie de rasgos, esquema coherente y libre de contradicciones,
altamente estilizado, etc., y no como ideal en el sentido «regulativo» o modélico. El problema es
que si bien podemos construir un tipo ideal de moralidad cívica con objetivos predominantemen-
te heurísticos, ésta es, al menos para un conjunto más o menos grande de gente, también un
«ideal» regulativo, o más simplemente, un conjunto de valores escogidos, defendidos y practica-
dos con mayor o menor intransigencia que nos permiten o nos obligan, además de a comprender,
a juzgar, a preferir y a veces, hasta a actuar de manera bastante irracional (en el sentido de
consistencia pragmática con la situación y con la manera habitual de hacer las cosas).
48. Sobre la función de la ley en el cálculo social en el México contemporáneo, véase
Femando Castañeda, «Corporativismo y crisis del cálculo social», en Relaciones corporativas en
un período de transición, II/SAJNAM, 1992.
49. Sobre todo para las interpretaciones que hacen de la República restaurada, el momento
de oro de la legalidad, la vigencia de los derechos y el ejercicio de las libertades. Véase Krause,
Por una democracia sin adjetivos, Joaquín Mortiz, 1986.
50. Me refiero, por ejemplo, a las conocidas «microescenas» de Guillermo O'Donnell, Pri-
vatización de lo público en Brasil, o al ¿Vd. sabe con quién está hablando? y los trabajos de
Roberto Da Matta, «A propósito de microescenas y macrodramas: notas sobre el problema del
espacio y del poder en Brasil», Nueva Sociedad (1989), y A casa e a rúa, Sao Paulo, Editora
Brasiliense, 1985. También en ese sentido, Guillermo de la Peña, en busca de algo parecido a un
«espacio público» como «conjunto de lugares físicos e institucionales que, en principio se en-
cuentran abiertos a la participación de todos los miembros de la colectividad, sin mediación
corporativa» en zonas urbanas de México parece apuntar a la fragilidad de la identidad ciudadana
en los sectores populares, a la persistencia de relaciones informales que preceden a los derechos,
y las identidades fragmentarias y contradictoriamente relacionadas con las instituciones públicas,
donde las lealtades grupales y no los individuos son los actores y donde la estructura jurídica no
es la que rige las relaciones sino aquellas que resultan de negociaciones entre grupos privilegia-
dos. El enfoque tiene la virtud de relacionar conciencia nacional y conciencia ciudadana. Véase
Estructura e historia: la viabilidad de los nuevos sujetos, Colmex, 1992, mimeo.
51. Da Matta, «A propósito de microescenas...», op. cit, p. 117; «[...] todo indica las dificul-
tades del sistema para vincular democráticamente sus leyes universales con las singularidades de
cada caso o persona. Son esas mismas prácticas las que consolidan la inconsistencia entre lo
público y lo privado, legitimando nuestra resistencia a todas las leyes y ampliando nuestra infini-
ta condescendencia ante los pedidos de los amigos».
52. La discusión entre presidencialismo y parlamentarismo, reavivada en América Latina en
los últimos años se «cruza» en este punto con el tratamiento de lo público. A diferencia de las
posiciones «partícipacionistas» o de radicalización de la democr^iia, que comparecen en el deba-
te americano y europeo, que en todo caso mantienen una relación «tensa» con las instituciones
de la democracia representativa (partidos y parlamento), el énfasis en el terreno institucional está
puesto aquí en la recomposición de un esquema ampliado de participación sintetizado en el
Parlamento. Se cmza así con la idea de publicidad entendida como transparencia y apertura del
debate y con la defensa del órgano tradicionalmente pensado como mediación política entre
sociedad y Estado: el pariamento.
53. Tomamos aquí la definición citada por O'Donnell de instituciones: «patrones regulares
de interacción que son conocidos, practicados y regularmente aceptados (aunque no necesaria-
mente aprobados normativamente) por agentes sociales que, en virtud de esas características,
esperan continuar interactuando bajo esas reglas y normas formal o informalmente incorporadas
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en esos patrones». En el caso mexicano podríamos hablar del destape o de las «auscultaciones»,
como instituciones donde los rasgos de lo público (tanto en el sentido de lo colectivo, como de lo
manifiesto o de lo accesible) y de lo privado, en el mejor de los casos, se encuentran confiín-
didos.
54. Y no sólo parte de un «proceso civilizatorio» diferente o insuficientemente desarrollado
en estas costas. Tal vez esa sea la única forma de no volver a caer en el desgarramiento entre la
transacción desencantada y la fuga del mundo que parece haber acosado a los liberales decimo-
nónicos.
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