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María Fernanda Justiniano, «América: de colonia a reino y de periferia a centro», Nuevo Mundo Mundos

Nuevos, 2016 [En línea: http://nuevomundo.revues.org/69742 ]

Agradezco a quienes evaluaron de modo anónimo el artículo original los valiosos aportes, críticas y sugerencias realizados
que han contribuido a mejorar la versión final que aquí se presenta. Sin embargo, si se encontrasen vacíos, errores o
falencias son de mi estricta responsabilidad.

En 1954, Sigfrido Radaelli realizó la reseña de la obra de Ricardo Levene, Las Indias no eran colonias, que
había sido publicada por la editorial Espasa-Calpe, en 1952.1 Sobre la afirmación contundente de
Levene respecto de que las tierras americanas no eran colonias expresó : “Es fácil y es natural que
todos nos encontremos hoy en esta corriente ; que españoles y americanos coincidamos en una
valoración de hechos y circunstancias, de obras y figuras que hoy nos parecen indiscutibles,
sólidamente insertadas en el sentido histórico de nuestro tiempo”.2 Fue justamente, a iniciativa de
Levene que la Academia Nacional de la Historia de la Argentina aprobó la propuesta de evitar el uso
de la expresión “período colonial” en las obras de textos de historia americana, y propuso en cambio
el empleo de los términos “período hispánico” o “período español”.3

Vale destacar, que este movimiento de revisión del estatus colonial de los territorios americanos fue
iniciado un lustro antes que el libro de Levene comenzara a circular. El propio jurista argentino, había
escrito en 1948 un artículo titulado del mismo modo que su libro. Esta iniciativa de los estudiosos de
la historia de Argentina tuvo una repercusión favorable en ambos lados del Atlántico. Entre 1949 y los
años que siguieron, una serie de encuentros internacionales, a la par que aprobaban la interpretación
de los argentinos, recomendaban el uso de expresiones que reemplacen el término “período colonial”.
1
Sin embargo, pese a la apreciación de Radaelli y a las recomendaciones emanadas de los encuentros
internacionales de americanistas, la labor de sustitución de conceptos no fue exitosa. Todo lo contrario.
Los argumentos jurídicos de Levene perdieron centralidad en las explicaciones históricas.

Tres décadas después, otro argentino, Ricardo Zorroaquín Becú volvió a interrogarse sobre la
condición política de las Indias. Nuevamente, desde el derecho se objetó el uso del término colonia,
por cuanto éste recién comenzó circular en la época de Carlos III, con el fin de referenciar a regiones
subordinadas y por imitación del vocabulario de los autores franceses contemporáneos.4 A diferencia
de sus colegas de otras disciplinas sociales que por aquellos años encontraron que la profundidad de
las “dependencia” económica y política explicaba el fracaso de las subdesarrolladas sociedades
latinoamericanas5, Zorroaquín Becú afirmó el régimen indiano se caracterizó por un sistema de
provincias con un gobierno descentralizado, con poderes autónomos de legislación y con una gran
independencia jurisdiccional.

El clima de época de la segunda posguerra y los viejos y nuevos aires historiográficos ayudan a explicar
el rotundo fracaso de la sustitución de los términos. Como expresa Annick Lempériere, en un artículo
de 2004 muy difundido, la categoría “colonial” respondió en la historiografía del siglo XX más a un
uso ideológico que a una descripción científica del período.6
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Fue durante el siglo XVIII cuando la locución colonia hizo el tránsito de un vocablo unívoco y
relativamente poco polisémico a un concepto sociopolítico fundamental de la modernidad occidental
e ibérica, advierte Francisco Ortega, en coincidencia con Zorroaquín Becú.7 Afirma éste investigador
colombiano, que a mediados de la década de 1810 la palabra colonia adquirió varios significados.
Empezó a aludir a experiencias arbitrarias de desigualdad política, pero también la expresión fue usada
para indicar realidades de representación electoral disminuida o, señalar situaciones de denegación de
la soberanía local. Aclara que ello no supuso, ni que los americanos hubieran aspirado a la
independencia nacional en su momento, ni que las guerras de independencia puedan ser
conceptualizadas como anticoloniales.8

Este constructo, elaborado en el siglo XVIII y apropiado por las historiografías de las nacientes
repúblicas americanas, adquirió dimensiones explicativas notables a fines del siglo XIX. En el siglo XX
se verá reforzado, por cuanto se convirtió en clave explicativa para los diferentes modos de hacer
historia que nacieron y perduraron en la centuria pasada.

A comienzos del siglo XXI se volvieron a alzar voces para cuestionar la categoría de colonia dada a los
territorios americanos. Los profundos cambios que trajeron consigo la crisis y renovación
historiográfica acaecida en las últimas décadas del siglo pasado son responsables de este
desplazamiento y mutación conceptual.
2
Estas profundas mudanzas interpretativas no fueron obra de los argentinos o americanos, tal como
fue el caso de la revisión demandada por Levene, en la primera mitad del siglo pasado. Tampoco
encontraron su justificación en los argumentos jurídicos señalados por los juristas latinoamericanos.
Las exigencias de reconsideración del epíteto de colonia surgieron de la crisis de los análisis estructural
y funcionalistas que caracterizaron a la historiografía vigesimal, el ascenso de las perspectivas
relacionales en la práctica historiográfica, el desmoronamiento del Estado weberiano y del relato
eurocéntrico que le era inherente.

Es intención de este artículo dar cuenta de esta mudanza conceptual acaecida en la exposición histórica
escrita. Las actuales objeciones al status de colonia de los territorios americanos se derivan de los
profundos cuestionamientos realizados, en las últimas décadas al constructo historiográfico de Estado
moderno, en cuanto a su modernidad, absolutismo, estatidad. En las páginas que siguen se pretende,
por un lado, realizar un derrotero que permita, desde diferentes aportes, aventurar respuestas que
posibiliten entender cuándo, por qué y cómo se produjo este desplazamiento del concepto de Estado
moderno, al punto que éste se ha vuelto irreconocible ; y señalar por qué estas mudanzas conceptuales
derivaron en las objeciones al estatus de colonial de los territorios americanos.

América : De colonia a reino

La implantación del sistema estatal-nacional como principio organizador de la sociedad y de su estudio


fue una labor de la ciencia y su historiografía, en el sigloXIX. Este ascenso del paradigma del Estado
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Nacional en las investigaciones históricas fue estudiado en los últimos tiempos por historiografía
española, y no sólo ella.9 El recorrido se inicia en la filosofía alemana a partir de finales del S XVIII,
cuando intelectuales como Herder, Fichte o Ranke formularon una alternativa a la tesis del “progreso
de la civilización” desarrollada en los tiempos de la Ilustración. Emergió, de este modo una nueva
concepción filosófica de la organización política basada en un espíritu común, que sería defendida más
por los filósofos, y aplicada por el historiador como criterio para escribir la historia. El descubrimiento
del “espíritu del pueblo” dio lugar al proceso de construcción del discurso identitario, la creación de
una metapatria y la construcción de la doctrina nacionalista. Este nacionalismo elaboró el relato y
construyó la Historia de las nuevas entidades políticas soberanas decimonónicas europeas. De este
modo Nación y Estado tuvieron un origen común y una necesidad mutua, y también se convirtieron
en unas de las más fuertes normativas de la cultura del siglo XIX. Este ejercicio discursivo construyó el
Estado nación y dio forma al paradigma estatal. Así, la organización nacional emergente se convirtió
en el principio estructurante de la acción social y política, pero también en la unidad de análisis obligada
de toda investigación científica social.10

Los americanos no escaparon a esta demanda identitaria y de organización estatal propia del clima de
época a ambos lados del Atlántico, increpado por las ideas ilustradas, convulsionado por los ejércitos
de Napoleón y el consecuente reclamo de reversión de la soberanía. El Catecismo político escrito por
Juan Fernández Sotomayor y publicado en Cartagena de Indias en 1814, es un ejemplo de 3
manifestación de la situación de desigualdad de esta parte la Monarquía, al referirse a la injusticia de la
dependencia y en especial a la conquista : “Los conquistados, así como el que ha sido robado, pueden
y deben recobrar sus derechos luego que se vean libres de la fuerza, o puedan oponerle otra
superior”.11

En Europa y en América las historiografías decimonónicas se pusieron al servicio de las distintas


realidades estatales-nacionales emergentes y del capitalismo que se afirmaba global. Pese a la influencia
que tuvo la Constitución de Cádiz de 1812 en los distintos textos fundamentales de las naciones
latinoamericanas, pocos se detuvieron en el análisis de aquel artículo 1° que dejaba claro que la Nación
española era la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios, y del 5°que establecía que
españoles eran todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los
hijos de éstos. En el mismo artículo, se expresaba que también formaban parte de la nación española
los extranjeros que hubieran obtenido de las Cortes cartas de naturaleza, o los que llevaban diez años
de vecindad en cualquier pueblo de la Monarquía y también los libertos hubieran adquirido la libertad
en las Españas.12

Los libros de texto que comenzaron a circular en colegios secundarios y universidades nombraban a
los dominios americanos y asiáticos como colonias. Es el caso de la reconocida obra del historiador
español Pedro Aguado Bleyes, quien dedicó todo un apartado a la “La política colonial española en
América (1517-1808). Aunque, al referirse a la creación del Virreinato de Nueva España en 1535, aclaró
en una nota al pie de página que éste “bello nombre, que en realidad convenía a todos los países
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españoles de América, ya que nunca fueron tratados ni considerados como colonias fue propuesto por
Hernán Cortés a Carlos V”.13

De este modo con el concepto de Estado, el término colonia se introdujo en las exposiciones históricas
del siglo XX. La historia escrita del Viejo mundo afianzó las construcciones decimonónicas, aunque
los nuevos meta-relatos emergentes tuvieron orígenes y fines diferentes. En tiempos que la
historiografía asiática al estilo occidental todavía no se había desarrollado, los historiadores marxistas
y los vinculados a Annales centraron sus interrogantes sobre cuándo y dónde se produjo el despegue
que llevó a la superioridad europea.

Las respuestas surgieron marcadas por el nacionalismo metodológico que impregnó el quehacer
investigativo hasta casi hoy y el eurocentrismo que caracterizó a las ciencias sociales hasta la fecha. La
originalidad británica, la particularidad francesa, fueron características implícitas en las tempranas
tesis.14Había un modo de hacer, que marcaba las diferencias. Ese modo de hacer tenía un nombre : el
Estado.

Max Weber fue el científico social más influyente y el responsable de elaborar magistralmente esta
singular dinámica de las sociedades occidentales caracterizadas porque sólo en ellas se dio la evolución
del Estado racional, único donde podía prosperar el capitalismo moderno, desarrollarse una burocracia
profesional y el derecho racional.15 Agregaba, que en el Estado moderno, el verdadero dominio, que 4
no consiste en los discursos parlamentarios ni en los problemas de monarcas sino en el manejo diario
de la administración, se encuentra necesariamente en manos de la burocracia, tanto militar como
civil.16

La obra del sociólogo alemán no solo articuló un relato explicativo sino que le dio realidad y
consistencia histórica al Estado moderno. Éste se diferenciaba ampliamente de la Edad Media y era un
antecedente al Estado constitucional que vendría después. La historiografía de los años de 1960, 1970,
e incluso 1980 entendió a los llamados tiempos modernos como el apéndice necesario para explicar
los tiempos contemporáneos. La Edad Moderna era la antesala donde se desenvolvían todos los
procesos que explicaban la sociedad contemporánea posterior. De allí, que toda la historiografía de
esta época se convirtió en un relato teleológico.

Como se observó, a finales del siglo XIX el relato teleológico, nacionalista y secular ya estaba concluido
en los principales centros intelectuales europeos y las nacientes ciencias sociales y humanas fueron las
encargadas de su propagación. Sin embargo, el discurso, sobre la superioridad y originalidad occidental
todavía no estaba andamiado.

Fue la idea de Estado en el sentido weberiano del término la que permitió con éxito cumplir el doble
propósito de articular el relato y explicar el milagro del ascenso de Europa sobre el resto del mundo.
Fueron las ciencias sociales occidentales, nuevamente, quienes elaboraron las categorías que hicieron
de la historia europea el modelo a seguir por el mundo no occidental.
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La historiografía en sus diferentes vertientes contribuyó a afirmar la perspectiva eurocéntrica que tiene
como actor protagónico al Estado en el sentido weberiano.17 Este camino a la civilización y el progreso
en clave weberiana fue también compartido de modo crítico por las perspectivas marxistas.18

El término colonia, ya sea como sustantivo a como adjetivo, fue parte de las contribuciones renovadas
de la historiografía americana vigesimal. José Luis Romero, en una obra fundante de la exposición
histórica escrita argentina propuso para entender “la evolución de la estructura económica y social en
que hunde sus raíces el mero fenómeno político” una periodización en la que distinguió tres etapas de
la historia de Argentina : la era colonial, la era criolla y la era aluvial. Para el autor fue la colonia la época
decisiva del proceso de formación de la nacionalidad argentina, por cuanto en la era colonial se
elaboraron el principio político autoritario y el principio liberal cuyo duelo constituye el nudo del drama
político argentino. Romero afirmó que en la era colonial ya existía Argentina, en cuanto tal.19

Otro ejemplo paradigmático fue la obra de Sergio Bagú, uno de los representantes más significativos
de las ciencias sociales marxistas de América Latina. El historiador y economista argentino afirmó en
su obra publicada en 1949, que la determinación de la índole de la economía colonial era algo más que
estrictamente técnico, por cuanto afectaba a la interpretación misma de la historia económica y adquiría
un alcance práctico inmediato, ya que la economía de los países latinoamericanos seguía manteniendo
una estructura colonial. Para Bagú, la estructuración económica de la sociedad colonial hispano-lusa
adquirió sus líneas definitivas a mediados del siglo XVI. La originalidad de su planteo radicó en
5
proponer que las colonias americanas no surgieron a la vida para repetir el ciclo feudal, sino para
integrarse en el nuevo ciclo capitalista que se inauguraba en el mundo. Señaló que la característica que
definía a la economía colonial americana era la producción para el mercado. Concluyó taxativo, que el
régimen económico luso-hispano del período colonial no es feudalismo, es capitalismo colonial.20

Ahora bien, estos sólidos constructos historiográficos resultantes sobre todo del trabajo de
historiadores vinculados a los enfoques de Annales y los marxistas tuvieron una vigencia plena hasta
los años 1980 y 1990.21 El cambio de perspectiva resquebrajará los presupuestos historiográficos de
casi doscientos años de producción histórica en Europa, al punto que el concepto de Estado moderno
construido, hoy es irreconocible, y con él también sucumbió la el estatus de colonias de los territorios
americanos. “Épocas diferentes conllevan perspectivas diferentes. Lo que parecía lógico, necesario y
hasta deseable a fines del siglo XIX, parece menos lógico y necesario, y un tanto menos deseable, desde
nuestra privilegiada atalaya de principios del XXI”, escribía John Elliott al referirse a las profundas
trasformaciones historiográficas acaecidas.22

Si bien no es objetivo de estas páginas intentar explicar el porqué de estos cambios de rumbos en el
quehacer histórico, es dable señalar que síntomas semejantes padecieron la química, la biología, la
matemática, la geometría, la meteorología y la cibernética, cuyos hallazgos develaron un conjunto de
rasgos de la existencia, no contemplados en las teorías científicas previas.23
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Si bien en una mirada retrospectiva estas transformaciones fueron profundas, sus impactos en la
exposición histórica escrita fueron, más en sentido de desplazamientos conceptuales, que en términos
de cambios bruscos. Estas mutaciones y/o desplazamientos conceptuales implicaron que la práctica
investigativa en nuestra disciplina fue embebiéndose de las contribuciones de una propuesta
transdisciplinar y compleja de la racionalidad. Los esencialismos, dicotomías, oposiciones binarias,
fragmentación, disyunción, objetivación, que caracterizaron a las teorías sociales propias de la
perspectiva de la simplicidad y que fueron rasgos esenciales de las ciencias sociales se fueron
desmoronando.24

Los retraimientos de la racionalidad positivista encontraron argumentos en sus propios fracasos. El


progreso occidental se desvaneció entre la Gran Depresión, las guerras mundiales y los totalitarismos.
El ascenso de los Tigres asiáticos invalidó la propuesta historicista de Rostow y el desarrollismo que
caracterizó a las teorías de la modernización en todas sus vertientes de izquierda y derecha. Los
movimientos descolonizadores no supusieron un mejor vivir, y las políticas de bienestar comenzaron
a desmantelarse a nivel planetario. El riesgo ambiental desplazó el miedo al famoso botón rojo de la
llamada guerra fría y la incertidumbre aplastó las flechas de la historia que marcaron los reclamos de la
izquierda y la derecha del siglo XX. El desmoronamiento de los mundos socialistas liberó la voracidad
del capitalismo y las desigualdades se hicieron evidentes, en un clima en el cual la guerra religiosa se
erigió como una posibilidad que erosionó la racionalidad liberal que caracterizó a Occidente.25 6
Todo ello, y mucho más, implicó los cuestionamientos y la caída de los grandes meta-relatos
construidos por las ciencias sociales de los siglos XIX y XX, que supusieron la victoria de Occidente
a partir de una modernización simple, lineal e industrial cuyo eje era el Estado racional weberiano : el
Estado Moderno.

En un artículo publicado en 1992, John Elliott ya advirtió a la comunidad de historiadores sobre estos
desplazamientos/mutaciones que estaban acaeciendo en relación a la idea de Estado Moderno.
Señalaba que las ideas sobre el estado territorial soberano seguían siendo, por entonces, el principal
foco de atención en las visiones de conjunto sobre la teoría política de la edad moderna, a expensas de
otras tradiciones que se ocupaban de formas alternativas de organización política después consideradas
anacrónicas, en una Europa que había vuelto las espaldas a la monarquía universal y había subsumido
sus particularismos locales en estados-nación unitarios”.26

Para dar cuenta de esta afirmación el historiador británico retomó un artículo publicado por H. G.
Koenigsberger en 1975 que afirmaba que los Estados del período moderno eran Estados compuestos, los
cuales incluían más de un país bajo el dominio de un solo soberano. En nota al pie refrendó esta
aseveración con la cita a Conrad Russell, quien propuso para el caso británico el concepto dereinos
múltiples.

Este desplazamiento conceptual de estado moderno a estados compuestos, monarquías compuestas, reinos múltiples,
culminó en una propuesta contundente de la invalidación del término de Estado moderno y con ello
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de todo lo que éste suponía. El reclamo vino de la historiografía del derecho y de la nueva vitalidad
que comenzó a tomar la historiografía española. En 1981, Bartolomé Clavero calificó de ficción al
término de Estado y lo invalidó como concepto para capturar el mundo señorial de los
siglos XV al XVIII.27 El encadenamiento lineal y causal entre el mundo moderno y el contemporáneo
comenzó a tener serios cuestionadores en la península ibérica. La obra de otro historiador del derecho,
Antonio Hespanha se difundió rápidamente en los centros académicos y con ella su propuesta de
conceptualizar a las entidades políticas modernas como monarquías corporativas, y por ende a la
Historia Moderna como un período político corporativo.28

Interesa aquí destacar que la asunción de estos aportes conceptuales es explicada por Elliott, tanto por
las necesidades de la situación geopolítica de Europa y de la comunidad económica europea al
momento de escribir el artículo, como por “un reconocimiento histórico cada vez mayor de la verdad
en que se basa la afirmación de Koenigsberger de que ‘la mayoría de los estados del período moderno
fueron estados compuestas, los cuales incluían más de un país bajo el dominio de un solo soberano’”.29

Con la expresión “a la verdad en la que se basa” debe entenderse la fuerza explicativa de las fuentes.
Pero también debe entenderse que está expresando ya un cuestionamiento a la idea de Estado racional
territorial y con ello a las teorías sociales que le dieron origen. Al respecto Elliott alertó en 1992 sobre
que esteEstado compuesto no era una parada intermedia y obligada en el camino a la estatalidad unitaria,
y agregó que no debería darse por sentado que a caballo entre los siglos XV y XVI éste ya era el destino
7
final del trayecto.

Como se observa, la Edad Moderna dejó de ser conceptualizada como la antesala de los tiempos
contemporáneos, su introducción o su prólogo. Con el resquebrajamiento de este relato lineal, se
resquebró también la función que cumplía en la articulación con los tiempos contemporáneos la
categoría de Estado moderno. Esta nueva cosmovisión historiográfica sobre los tiempos modernos se
anticipó en la historia política, más bien en la nueva historia política que había tomado forma.30 Ya estaba
derrumbada en la escritura histórica de fines del siglo XX esa visión lineal, ascendente y teleológica, de
un encadenamiento de los procesos que llevaba al Estado nación liberal.

Cinco años después del artículo de Clavero, Sharon Kettering apoyada en los trabajos de antropólogos,
sociólogos y politólogos revisó la noción de fidelidad desarrollada por Roland Mousnier. Ello le
permitió articular una poderosa propuesta explicativa basada en las solidaridades y lealtades, tanto
horizontales y verticales, que se articulan en la sociedad de antiguo régimen, mediante redes de
clientelismo y patronazgo.31 Este trabajo fue el que motorizó, a juicio de algunos, la crisis del modelo
del absolutismo monárquico y contribuyó al inicio de su revisión.32

La obra de Kettering supuso la introducción de la perspectiva relacional en los estudios de las


sociedades de los tiempos modernos. Ello también significó el abandono al tradicional desglose
sociológico de lo social, al cual tanto los enfoques estructuralistas y funcionalistas nos habían
acostumbrado. A partir de mediados de los años de 1980, las sociedades del antiguo régimen dejaron
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gradualmente de ser analizadas en términos de grupos/estamentos/clases y comenzaron a ser


estudiadas a partir de redes de relaciones clientelares y de patronazgo.

De este modo la práctica historiográfica tomó distancia de diferentes atributos propios de la


perspectiva de la simplicidad. Por un lado, se renunció a la idea de totalidad, a la fragmentación de ese
todo en partes y a las oposiciones binarias sobre las que se construyó el paradigma estatalista. Vale
observar, que el análisis relacional obliga a dejar de lado las tradicionales dicotomías público/privado
y tradicional/moderno que caracterizaron y fueron necesarias en el enfoque weberiano. En este
proceso de apartamiento también se puso en duda la idea fuerza del Estado como una maquinaria
burocrática despersonalizada y la conceptualización de América como colonia.39Los desarrollos de la
nueva historia política acordaron que la visión tradicional del rey con un poder absoluto no era la
adecuada para entender las realidades políticas de las sociedades del antiguo régimen. Los vínculos de
patronazgo, amistad y clientelismo dieron cuenta que el paradigma dominante se había desplazado
desde un monarquía centralizada y absoluta a una monarquía y un rey que ejercía su poder en
“colaboración” con poderosas cortes y poderosas elites, tal como la caracterizó el historiador
estadounidense William Beik.33 Un rey que gobernaba mediante compromiso, negociación,
distribución de recursos, para poder permanecer en el poder y sostener las diferencias jerárquicas.

Una nueva visión sobre el absolutismo francés pasó a convertirse en la renovada ortodoxia que
comenzó a desplazar las viejas formulaciones del siglo XIX. Al respeto, Beik advirtió que estos cambios
8
de paradigma eran una preocupación de la historiografía anglófona, que a diferencia de su par francesa
había dirigido sus intereses a profundizar los nuevos estudios en materia de historia política.34

En este proceso de revisión profunda de los trazos dejados por la historia escrita de los siglos XIX y
XX, los tiempos modernos dejaron de ser vistos como la antesala de los procesos contemporáneos y
perdieron también el carácter de transición que les había asignado la historiografía marxista. La nueva
historiografía asume que tienen características que le son propias, tales como la venalidad de los cargos,
las redes de patronazgo, un sistema social en el cual los privilegios, las jerarquías y las desigualdades
son vistos por el conjunto societal como naturales. Pero, también entiende que no son medievales,
aunque el poder de los “grandes” y las cortes siga presente y, aunque la práctica de gobierno del
monarca sea en base a las relaciones personales e incluso sin su presencia física.

El concepto de Estado perdió con los nuevos hallazgos su poderoso poder explicativo. Los
historiadores encontraron más adecuado el término monarquía para referirse a estas particulares
entidades políticas configuradas entre los siglos XVI y XVIII. Esta mutación conceptual puede
observarse en la obra citada de John Elliot, para quien “las monarquías compuestas estaban construidas
sobre un contrato mutuo entre la corona y la clase dirigente de sus diferentes provincias, que confería
incluso a las uniones más artificiales y arbitrarias una cierta estabilidad y resistencia […], sólo podían
tener esperanzas de sobrevivir si los sistemas de patronazgo se mantenían meticulosamente y ambas
partes se atenían a las reglas básicas establecidas en el acuerdo original de unión”.35
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Estos nuevos modos de entender el ejercicio del poder se expresaron en la influyente obra de Antonio
Hespanha, quien propuso que la administración portuguesa de Antiguo Régimen fue en los territorios
americanos mucho más débil de lo que tradicionalmente se supuso. Obsérvese, que no sólo quedó
objetado el poder absoluto sino también el concepto de colonia en su acepción económica, pero
también política.36

Una línea argumental semejante desarrolló José Martínez Millán quien entendió que fue este modelo
de coordinación política usado por los reyes españoles el que permitió mantener juntos, a modo de
ejemplo, a todos los territorios de la monarquía española. Los reinos de Castilla, Aragón, Portugal y
Navarra, durante el siglo XVI preservaron sus autonomías, conservaron sus casas, pese a que los
monarcas podían residir en cualquier lugar.37

En un artículo reciente, publicado en una revista argentina otro historiador español, Manuel Rivero
aseveró que “el modelo bilateral, el colonialista y el nacionalista debe descartarse para interpretar la
Monarquía”. Rivero reclama porque se atienda el carácter representativo de los consejos para entender
la dinámica de la Monarquía hispánica.38 Entiende que a la muerte de Felipe II, estos consejos
permitieron cohesionar la monarquía alrededor del rey, y configurar un espacio común que unía a
todos los territorios e intermediaba la comunicación rey-reinos. De este modo, el rey no gobernaba
individualmente cada reino como si sólo fuera su soberano, existieron éstas entidades situadas entre el
rey y el reino, los consejos de Indias, Aragón, Italia, Flandes, Borgoña y Portugal. Todos ellos crearon
9
una jurisprudencia y generaron normas comunes para el conjunto de los territorios que gobernaban y
representaban, de manera que crearon una unidad donde antes no existía nada parecido, cohesionaron
la administración de justicia de los territorios y crearon un corpus recogido en diversas colecciones
legislativas.39

Desde otra vertiente interpretativa de más reciente cuño, se propuso la categoría de monarquías
policéntricas para analizar los dominios de las coronas de los Habsburgo españoles y la portuguesa a
nivel global. A juicio de Alberto Marcos Martín, los impulsores de esta innovación conceptual
consideran que centro y periferia son vocablos insuficientes que contribuyen a la simplificación del
entendimiento de las relaciones entre los diversos territorios de las monarquías ibéricas.40 Pedro
Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini, advirtieron que estas monarquías
pudieron lograr y mantener una hegemonía global por la existencia de diferentes centros
interconectados, sea con el rey, sea entre ellos, que les permitió participación y forjamiento del
gobierno. Sostienen, que más que nacionales, proto-nacionales, o coloniales son entidades
multiterritoriales porque incluyen diferentes reinos, ciudades-estados, y los territorios ultramarinos.41

Como se observa, la categoría de colonia ya no es indispensable en el análisis histórico. Al respecto


Jean Frédéric Schaub brinda argumentos que exceden los estrictamente historiográficos, en especial
para referirse a por qué en el caso francés es inconveniente la creación de un campo de estudios
coloniales. Entiende que el uso del término colonia contribuye a perpetuar las divisiones entre la
Francia continental y la historia de sus territorios de ultramar ; pone un sesgo europeo sobre la región
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en estudio y la cosifica. Concluye que el momento está dominado por el descentramiento de lo europeo
y que el fenómeno colonial debe encontrar su lugar en el debate general de los procesos históricos de
cambio.42

En el próximo apartado se intentará mostrar el desplazamiento conceptual en el campo de la


historiografía económica. Los nuevos consensos, desde diferentes perspectivas, comenzaron a discutir
el rol subordinado o periférico de América en los tiempos modernos.

América : De periferia a centro

La declinación del eurocentrismo que caracterizó a los grandes enfoques elaborados sobre el mundo
de los siglos XVI al XVIII es otra muestra de la profundidad del cambio de perspectiva. Los nuevos
estudios en materia de historia económica cuestionaron seriamente el papel central del Occidente
europeo en el devenir histórico moderno. Una Edad Moderna global, policéntrica o asiatocéntrica
comenzó a tomar forma desde hace más de una década. En esta mudanza de enfoque el papel de
América o de las colonias se ha modificado en los relatos explicativos.

Este cambio de visión es el resultado de un profundo quiebre epistemológico y metodológico también


en la disciplina historia económica, que no implicó el renunciamiento al interrogante sobre por qué
crecen las naciones. Pregunta que mantiene su rol de pivote en los estudios sobre el pasado económico,
10
tal como lo estableciera hace más de doscientos años, Adam Smith, en su obra cumbreInvestigación de la
naturaleza y causas de la riqueza de las Naciones, publicada en 1776 bajo el título An Inquiry into the Nature
and Causes of the Wealth of Nations.

Ya, a fines del S XVIII éste filósofo escocés, considerado el padre de la Economía había dejado sentado
que, entre las naciones de su tiempo, las más prósperas eran las europeas. El punto de comparación,
en aquel entonces, era la lejana China.

Como se expresó en páginas anteriores, a comienzos del siglo XX, ya estaba establecido un consenso
hegemónico que tenía como axioma la superioridad de Europa producto de la peculiaridad de sus
instituciones, únicas capaces de dar a luz al capitalismo.

Hubo voces que cuestionaron “las causas” del éxito del Viejo Continente, pero no lograron imponerse
en el macro clima científico eurocéntrico construido, desde Smith hasta Weber. Karl Marx, sin
cuestionar la superioridad europea, reflexionó sobre las relaciones de Europa y el resto del mundo.
Para el activista y filósofo alemán, las colonias, tanto las Indias Orientales como las Occidentales
formaban parte del punto de partida del régimen capitalista. De este modo, los siglos de la Edad
Moderna coincidieron con el proceso de acumulación originaria propuesto en la obra marxiana.
Denominado así porque formaba parte de la prehistoria del capital y del régimen capitalista de
producción.
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Para Marx, la acumulación originaria no era más que el proceso histórico de disociación entre el
productor y los medios de producción.43 La historia colonial forma parte de las diversas etapas de la
acumulación originaria, las cuales tienen su centro, por un orden cronológico más o menos preciso en
España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En el análisis marxiano, estos territorios extra
europeos, pero integrados al continente como colonias, eran parte del proceso de la génesis del
capitalismo, aunque no centrales para su explicación.

A lo largo del Siglo XX, muchos de estos aportes iniciales que habían dado forma a las explicaciones
del crecimiento de Europa y su superioridad económica fueron difuminándose. Las comparaciones
con China se hicieron innecesarias, como así también el papel de los espacios del globo no europeos,
entre ellos América. Ello acaeció en casi toda la historiografía occidental, incluida la marxista.

Una vía explicativa centrada únicamente en Europa emergió con fuerza, atrapada todavía por la
convicción de que las fuerzas maltusianas marcaban el ritmo de una economía estancada y de una
población al borde permanente del hambre durante la Edad Moderna. Desde este punto de vista, sólo
la Revolución Industrial rompería con este ciclo, convirtiéndose en el gran parteaguas de la historia de
la humanidad, después de la Revolución Neolítica.

Numerosos fueron los historiadores económicos que desarrollaron estas perspectivas. Entre ellos
pueden destacarse el alemán Wilhelm Abel, quien a diferencia de Marx y Engels observó que la 11
Revolución Industrial era la superación al estado de pauperización. Los historiadores marxistas
británicos no escaparon a estos planteos, a la vez que explicaron la transición del feudalismo al
capitalismo en los diferentes espacios nacionales.

El francés Leroy Ladurie, miembro destacado de Annales, fue otro de los que más abrevó al enfoque
de un estancamiento económico que sólo se vería interrumpido a mediados del S XVIII.44 También,
en esta línea pueden situarse a Fernand Braudel, Michael Postan, E. A. Wrigley, sólo para nombrar a
los más renombrados.

Estas líneas sólidamente desarrolladas después de la primera guerra mundial y hasta el último cuarto
del siglo XX, comenzaron a ser seriamente cuestionadas entre 1970 y 1980. Entre los responsables de
este cambio de perspectiva puede citarse al inglés Nick Crafts45, quien junto a Knick Harley, a
mediados de la década de 1980 produjeron un gran impacto sobre el estado de las interpretaciones de
la Revolución Industrial.46

A juicio de ambos, a partir del estudio cuantitativo de la productividad en Gran Bretaña y Francia
durante los siglos XVIII y XIX, el crecimiento económico habría sido más gradual que revolucionario.
Los estudios del historiador económico alemán Alexander Gerschenkron sobre los patrones de
desarrollo de la Revolución Industrial en Europa hicieron de sustento y contención las aseveraciones
de Crafts y Harley. La concepción de la existencia de una ruptura o discontinuidad a fines del siglo
XVIII fue socavada a ambas márgenes del Canal de la Mancha.
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Nuevos, 2016 [En línea: http://nuevomundo.revues.org/69742 ]

Cada vez menos estudiosos acordaban con que los tiempos previos a la revolución industrial se habían
caracterizado por un estancamiento económico y poblaciones al límite de la subsistencia. Eran más los
convencidos de que cambios graduales habían tenido lugar en las centurias previas. Todos ellos dieron
cuenta que los tiempos de la Edad Moderna eran dinámicos y renunciaron a concebir la concepción
de la Revolución industrial como ruptura.47
A fines de la década de 1980 y mediados de 1990, habían cambiado sustancialmente la mirada que
teníamos sobre los tiempos modernos. Las respuestas sobre el porqué de la riqueza de algunas naciones
se tornaron mucho más complejas y dejaron de ser taxativas. Sin embargo, mantuvieron como
denominadores comunes el nacionalismo metodológico expresado en los estudios de caso de escala
regional/nacional y la centralidad europea. Ésta última afirmada con mayor convencimiento.

Un ejemplo de este cambio de perspectiva es la obra de Eric Jones titulada The European
Miracle. Environments, economies and geopolicts in the history of Europe and Asia, y publicada en 1981. Pese a
sus planteos con recurrentes argumentos eurocéntricos, la obra de Jones trajo como novedad la
introducción nuevamente del espacio asiático en el análisis, que venía munido de una propuesta de
análisis comparativo.

Estas trayectorias habían tomado fuerza después de la segunda guerra mundial en las explicaciones de 12
larga duración del historiador francés Fernand Braudel. Fueron Braudel e Immanuel Wallerstein los
responsables en dotar a la historiografía económica de las herramientas epistemológicas, metodológicas
y empíricas que le permitieron superar las barreras de los análisis nacionales, aunque el utillaje de
conocimientos de la época no les permitió desembarazarse de las tesis eurocéntricas.

De este modo, Fernand Braudel encontró en el mercado transregional la posibilidad de explicar la


acumulación de riquezas y el capitalismo. Esta capacidad de superar el estrecho marco analítico
nacional es quizás una de las mayores originalidades del historiador francés, quien se verá obligado a
crear un utillaje conceptual propicio a la realidad que pretendía describir, tal como el concepto de
economía mundo.

Immanuel Wallerstein se dejó influir por la propuesta braudeliana, resignificándola en una de las
perspectivas de análisis global más relevante del siglo XX, la Teoría del Análisis del Sistema Mundo.
La perspectiva del Sistema-mundo parte de entender que la acción social toma lugar en una entidad
dentro de la cual se lleva a cabo una división del trabajo. Además, señaló que la acumulación continua
de beneficios en el “centro” caracterizado por trabajo libre requiere de la continua existencia de
pobreza, y generalmente periferias con trabajo no libre. La desigualdad entre “centro”, “periferia” y
“semiperiferia” es la garantía del crecimiento y la acumulación. América ingresó de este modo
nuevamente a la explicación histórica en carácter de periferia cuyo centro era Europa.
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Pese a esta profunda renovación epistemológica y metodológica, el sociólogo estadounidense mantiene


una explicación eurocéntrica. Para Wallerstein el motor del crecimiento europeo es la particular
combinación de trabajo libre, urbanización, comerciantes y gobiernos que facilitaron el comercio a
larga distancia y la reinversión de las ganancias.48

A mediados de la década de 1990, la naciente perspectiva global comenzó a cuestionar e invalidar los
antiguos enfoques caracterizados por el nacionalismo metodológico y el eurocentrismo. Al respecto
de esta mutación en los modos de asir las realidades pasadas, el historiador alemán Jürgen Kocka,
advierte que, aunque sobreviva el paradigma histórico clásico decimonónico, centrado en la perspectiva
nacional, esta vieja alianza entre la historia como disciplina y el Estado nación ya se ha perdido. Observa
que el antieurocentrismo y la invitación a “provincializar” Europa o “re-orientar” la historia global
constituyen rasgos característicos de los escritos de historia global, impulsados por las series de críticas
que deconstruyeron los sentimientos europeos de superioridad y por el impacto del pensamiento
poscolonial.49

Esta desmitificación del ascenso de Occidente tiene a Kenneth Pomeranz como uno de los principales
artífices en el mundo historiográfico de la historia económica occidental. Los títulos de la obra y del
capítulo introductorio dan cuenta de conceptos que nos ubican en una perspectiva global y relacional.
Términos como conexiones y narraciones se introducen sin sonrojarse en este libro de historia 13
económica de la Escuela de California, que posee además la característica singular de economizar el
número de tablas y gráficos.

A diferencia de la historiografía europea del siglo XX, que dató los inicios del ascenso europeo al año
mil, o después de la crisis del siglo XIV, Pomeranz señala desarrollos similares entre regiones de Asia
y Europa. La divergencia de los desarrollos se producirá en el siglo XIX, en el contexto de un acceso
privilegiado a los recursos de ultramar, por parte de los europeos.50

Pomeranz toma distancia en su análisis de los aportes de Wallerstein. No comparte, por un lado, la
centralidad asignada a Europa, previo a 1800 y, por otro, las estructuras temporo-espaciales utilizadas,
tales como centro y periferia. Insiste que el mundo previo a la Revolución industrial es policéntrico,
con ausencia de un centro dominante. Plantea, que los metales americanos no eran simplemente
moneda que los europeos distribuían y convertían en recursos reales que distribuían en el Viejo Mundo.
Las necesidades europeas no eran las únicas conductoras de la historia. Otras regiones crearon
necesidades no menos reales que las europeas. Fue la intersección de Europa y otras dinámicas
regionales que determinaron el alcance y la naturaleza de estos flujo de metales : la economía mundial
se mantuvo policéntrica y las fuerzas que emanaba de otras partes podían darle forma como podía
darle forma las que emanaban de Europa.51Afirma que sólo, después de la Revolución industrial,
Europa se convertirá en un centro hegemónico52.
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Un lustro previo, a estas aseveraciones, Dennis Flynn y Arturo Giráldez, habían puesto en
cuestionamiento las explicaciones de Wallerstein que asignaban a Europa una centralidad en el naciente
sistema capitalista. Los investigadores de la universidad estadounidense de Hawaii, enfatizaron en el
papel de intermediario que le cupo a Europa, durante los primeros siglos de la Edad Moderna. Fue
China, en el análisis de estos dos historiadores, quien ocupó el centro de la economía mundial.

Flynn y Giraldez tomaron distancian de los, hasta entonces, sólidos constructos historiográficos
elaborados por historiografía de la segunda posguerra, desde los marxistas hasta de los teóricos del
análisis del sistema mundo. También revisaron las interpretaciones de Hamilton sobre la Revolución
de los precios y discutieron las tradicionales explicaciones sobre el ascenso y caída del imperio
español.53

El análisis de las conexiones comerciales desde una perspectiva global posibilitó deconstruir las
afirmaciones que andamiaron la visión eurocéntrica de la historia. Europa, a juicio de esta nueva óptica,
tuvo un importante rol en el nacimiento del comercio mundial, pero su papel fue simplemente de
intermediario en el vasto comercio de la plata. Masivas cantidades de este mineral fueron transportadas
por el Atlántico, a través del africano Cabo de Buena Esperanza, pero también fueron enormes las
cantidades de plata llevadas por el Pacífico, desde Acapulco a Manila.
14
La centralidad de lo marginal, o el nuevo lugar que le dan a América estas interpretaciones fue
desarrollada y defendida por Mariano Bonialian en 2012. El autor nos invita a descentrarnos del
Atlántico y a enfocar nuestra atención en las relaciones mercantiles que vincularon a América con
Asia.54

Paralelo a estos desarrollos que afirman las perspectivas global y relacional como necesarias, la propia
historiografía económica latinoamericana modificó en las últimas décadas la concepción subordinada,
dependiente y periférica, que se había construido sobre los territorios del nuevo mundo dominado por
las monarquías ibéricas. Recuérdese que las explicaciones clásicas sitúan el origen del
subdesarrollo/fracaso latinoamericano contemporáneo en instituciones coloniales defectuosas ligadas
a la desigualdad. John H. Coatsworth aunque reafirma afirma la importancia de las limitaciones
institucionales, argumenta que estas no surgieron de las desigualdades coloniales55 Expresa, que ahora
se acepta por regla general que las áreas de Latinoamérica bajo el control efectivo de España o Portugal
consiguieron probablemente ingresos per capita equivalentes a los de Europa Occidental.56

A modo de cierre

A partir de los años de 1990, han tomado forma nuevos consensos que socavaron las explicaciones
dominantes del pasado sobre los territorios americanos dominados por las monarquías ibéricas, entre
los siglos XVI al XVIII. Categorías, enfoques, conceptos propios de las historiografías decimonónica
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y vigesimal comenzaron a ser abandonados. Las nuevas exposiciones históricas renuncian a las
perspectivas que caracterizaron a América como colonia y periferia.

A diferencia de los planteos jurídicos realizados por los argentinos Levene y Zorroaquín Becú, estos
renunciamientos se explican por los cambios acaecidos en la historiografía en el último cuarto del
siglo XX. Fue en el proceso de desplazamiento del concepto de Estado moderno, a Estado compuesto,
Monarquías compuestas, Monarquías corporativas, Monarquías, Monarquías policéntricas que se explica el
abandono del concepto de colonia, por insuficiente para aprender las monarquías ibéricas de la edad
moderna.

América, en tanto, pasó de ser un espacio innecesario para el análisis del crecimiento económico
europeo a un espacio central para explicar la dinámica del comercio global y la hegemonía ibérica. La
historiografía económica, en cambio, fue más propensa a mudar de enfoques y conceptos para
entender las articulaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo en la edad moderna. Más que
desplazamientos se observan mutaciones conceptuales o de perspectiva, que conceptualizan una
dinámica global primero eurocéntrica, y luego asiacénctrica o policéntrica.

En este artículo se argumenta que estos cambios son resultantes de la imbricación del devenir histórico
del siglo XX y la emergencia de una racionalidad compleja, que reclama trans-disciplinariedad, análisis 15
en red, superación del eurocentrismo, de los esencialismos y del nacionalismo metodológico, para dar
respuestas a los problemas globales que acechan al género humano y al planeta.

Puede afirmarse junto a Sanjay Seth, que en los últimos veinte años se ha afirmado una política de
conocimiento que desafía y escapa al eurocentrismo.57Los historiadores latinoamericanos nos
encontramos ante el desafío de interpelar la historiografía construida en estas regiones, para transitar
hacia una historia de nuestro pasado y sus conexiones globales más allá del eurocentrismo, que dialogue
con las nuevas perspectivas globales y relacionales.

Notes

1 En este artículo interesa el término colonia como constructo historiográfico. Vale recordar que hasta
principios del siglo XVIII el vocablo colonia designaba sin connotaciones ideológicas cualquier
dependencia europea de ultramar vinculada a alguna monarquía. De aquí que el Diccionario de
autoridades de 1729 estipulaba que colonia significaba población o termino de tierra que se ha poblado
de gente extranjera, trahida de la Ciudad Capital, u de otra parte. En, Ortega Yobenj, Francisco y
Aurcado Chicanga-Bayona (Eds), “Entre constitución y colonia, el estatuto ambiguo de las Indias en
la monarquía hispánica”, en Ortega Martínez, Francisco A., Conceptos fundamentales de la cultura política de
la Independencia, Bogotá, Universidad de Colombia, 2012, p. 62.
2 Radaelli, Sigfrido, “Reseña : Las Indias no eran colonias, por Ricardo Levene”,Revista Historia de
América N° 37/38, Dic-Ener, 1954, p. 413-417.
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3 Existe una transcripción en línea del Acta de la sesión del 2 de octubre de 1948 de la Academia
Nacional de la Historia donde se discutió el proyecto presentado por Levene. “Las Indias no eran
colonias”, en Hispanoamérica Unida. Por la creación de un Estado hispanoamericano, 17 de noviembre de 2013,
consultada 10 de julio de 2015, https://hispanoamericaunida.com/2013/11/17/las-indias-no-eran-
colonias.
4 Zorroaquín Becú, Ricardo, “La condición política de las Indias”, Revista de Historia del Derecho n° 2
(1974) : 362. Disponible en la siguiente URL :http://inhide.com.ar/portfolio/revista-de-historia-del-
derecho-no-2-ano-1974.
5 A partir de la década de 1960, en las ciencias sociales latinoamericanas tomó forma la denominada
teoría de la dependencia que representó un esfuerzo crítico para comprender las limitaciones de un
desarrollo iniciado en un periodo histórico en que la economía mundial estaba ya constituida bajo la
hegemonía de enormes grupos económicos y poderosas fuerzas imperialistas, aun cuando una parte
de ellas estaba en crisis y abría oportunidad para el proceso de descolonización. En Dos Santos,
Theotonio, “La teoría de la dependencia ; Balances y Perspectivas”,Theomai, consultada 25 de agosto
de
2016,http://theomai.unq.edu.ar/Conflictos_sociales/Theotonio_Dos_Santos_Teor%C3%ADa_de_
la_Dependencia.pdf.
6 Lampérière, Annick, “La ‘cuestión colonial’”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos N° 4, 2004, En línea,
URL : http://nuevomundo.revues.org/index437.html.
7 Ortega, F., p. 14.
8 Ortega, F., p. 28.
9 No es intención de quien escribe este artículo realizar una síntesis de las producciones que dan cuenta
16
de la crisis del paradigma estatalista moderno. El lector interesado puede encontrar en las obras que se
detallan a continuación algunos de los principales aportes escritos en español, que tienen el mérito de
situar el paradigma estatalista como una construcción de “operación ideológica” de los siglos XIX y XX,
de brindar información bibliográfica y argumentos, que explican tanto su proceso de elaboración y
quiénes, a juicio de los autores, son responsables de su desmoronamiento. Tal es el caso del artículo
de Garriga, Carlos, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Istor n° 16 (2004), que
encontró al Estado Weberiano como el arquetipo de esta construcción ideológica y advirtió de modo
temprano la ruptura del consenso historiográfico construido en torno al que se denominó Estado
Moderno. En su propuesta explicativa sitúa como responsables de una nueva mirada los aportes
provenientes de la historiografía jurídica europea, y reconoce a Otto Brunner, Bartolomé Clavero y
Antonio Hespanha como los principales artífices del cambio de perspectiva.
Una alternativa interpretativa diferente a la de Carlos Garriga se propone en Martínez Millán, José, “La
sustitución del “sistema cortesano” por el Paradigma del “Estado Nacional” en las Investigaciones
históricas”, Libros de la Corte IULCE, 2009. Aquí la operación ideológica está situada antes de Max
Weber, en la obra de filósofos e historiadores alemanes, como Herder, Fichte o Ranke y la elaboración
de una ideología alternativa a la tesis del “progreso de la civilización” desarrollada en los tiempos de la
Ilustración a la que denominaron “espíritu del pueblo”. Los estudios sobre la corte y en las líneas de
investigación que le dieron origen, le permiten a Martínez Millán afirmar la obsolescencia del concepto
de Estado moderno y proponer que la monarquía hispana optó por la corte como forma de articulación
en el aumento de los reinos.
A diferencia de los anteriores Fernández Albadalejo, Pablo “Imperio e identidad : consideraciones
historiográficas sobre el momento imperial español”, SEMATA, Ciencias Sociais e Humanidades vol. 23
(2011) : 131-148, no se ubica en un lugar crítico del paradigma estatalista. Para el autor la crisis del
concepto de Estado moderno deviene de una “nueva forma global de soberanía”, el Imperio de Hardt
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y Negri, que encuentra la necesidad de proclamar con mayor o menor necesidad el fin del Estado-
soberano. Para este autor, la influencia de globalización fue decisiva en el ascenso de esta nueva mirada.
A semejanza de Garriga reconoce a los iushistoriadores del Sur europeo como sus forjadores, y la
define como la minimización del Estado en el relato de la modernidad. Ante esto, considera que la
categoría de imperio surge como adecuada para el estudio de este pasado que ha sido des-estatalizado
y des-nacionalizado.
Argumentos distintos desarrolla en un reciente artículo Herrero Sánchez, Manuel, “Paz, razón de
Estado y diplomacia en la Europa de Westfalia. Los límites del triunfo del sistema de soberanía plena
y la persistencia de los modelos policéntricos (1648-1713)”, Estudis. Revista de Historia Moderna, 41,
(2015) : 43-65. Asentado en una línea interpretativa que entiende que en la Europa moderna persisten
de modo preponderante estructuras políticas policéntricas, fragmentadas, cuestiona el esquema
explicativo que entiende que, durante el sigloXVII, tras la paz de Westfalia, se pusieron las bases del
triunfo del moderno Estado-nación.
En resumen, treinta y cinco años transcurrieron desde que Bartolomé Clavero propuso la jubilación
del concepto de Estado moderno en Clavero, Bartolomé, “Acerca del concepto historiográfico de
"Estado moderno", Revista de Estudios Políticos 19 Nueva Época (1981). Los artículos citados son
ejemplos de la vitalidad adquirida en las últimas décadas por la historiografía española, y su capacidad
de contribución teórica y metodológica a las discusiones globales de la disciplinares y a las específicas
de la península.
Por fuera de la discusión específica española, puede citarse como ejemplo de contribución a la
problemática el artículo de María Fernanda Justiniano, "Ser o no ser" : el dilema del Estado moderno
en la exposición histórica actual", Guillermo Nieva Ocampo, Rubén González Cuerva y Andrea M. 17
Navarro, (editores), El príncipe, la corte y sus reinos. Agentes y prácticas de gobierno en el mundo hispano (SS. XIV-
XVIII) (Tucumán : Humanitas, 2016), que entiende a estas transformaciones que acaecen en las
interpretaciones históricas como resultantes de la introducción de una racionalidad compleja en el
quehacer historiográfico.
10 Martínez Millán, José, “La sustitución del “sistema cortesano” por el Paradigma del “Estado
Nacional” en las Investigaciones históricas”, Libros de la Corte IULCE, 2009
11 Portillo Valdés, José M., “Repúblicas, Comunidades perfectas, Colonias. La crisis de la Monarquía
Hispana
como laboratorio conceptual”, Historia Contemporánea 28, 2004, 157-184.
12 Constitución Política de la Monarquía Española. Promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812.
José M. Portillo Valdés sostiene que a pesar de las declaraciones de la Junta Central, la Regencia y las
Corte los territorios americanos no fueron admitidos a la fiesta de regeneración de la monarquía
española como confederación de juntas primero y como nación española después. Concluye, que es
este el sentido en que cree que los territorios americanos fueron expulsados de la nación española en
mucha mayor medida que voluntariamente segregados de la misma. En, ob. cit, p. 178.
13 Aguado Bleye, Pedro, Manual de Historia de América. Descubrimiento y exploración política colonial. América
Independiente, Bilbao, Imprenta de José Antonio Iturriza, 1927, p. 121-122.
14 Las grandes obras de la historiografía occidental se delinean bajo la influencia de este nacionalismo
metodológico.
15 Weber, Max, Economía y Sociedad. México, FCE, 1992.
16 Weber, p. 1060.
17 Así, por ejemplo, Tenenti, Alberto, La edad Moderna siglos XVI-XVIII (1 ª edición en italiano, 1993).
Crítica, España, 2000 ; Kamen, Henry, El siglo de Hierro, (1 ª ed. en inglés, 1971). Madrid, Alianza, 1977.
María Fernanda Justiniano, «América: de colonia a reino y de periferia a centro», Nuevo Mundo Mundos
Nuevos, 2016 [En línea: http://nuevomundo.revues.org/69742 ]

18 La obra clásica y de referencia obligada sobre el Estado, entre los siglos XVI al XVIII, fue escrita
por Perry Anderson, El Estado absolutista, (1 ª ed. en inglés, 1974). México, SXXI, 1987.
19 Está disponible en línea la totalidad de la producción de este influyente historiador argentino, en el
sitio José Luis Romero-Obras Completas (www.jlromero.com.ar).
20 Bagú, Sergio, “La economía colonial”, en Michael Löwy, El Marxismo en América Latina : antología,
desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile : Lom, 2007, p. 253-255.
Sergio Bagú forma parte de un conjunto de historiadores marxistas de los años cuarenta y cincuenta
que confrontaban la interpretación oficial de los partidos comunistas latinoamericanos, los cuales
sostuvieron y sostienen el carácter feudal o semifeudal de la economía colonial americana
21 Es dable agregar que para muchos el debate está abierto. Esta revista. protagonista activa de la
discusión del término colonia, fue testigo de la respuesta que le dio Carmen Bernand a las afirmaciones
de Annick Lamperiere, citadas en páginas anteriores. Al respecto, coincide en la modernidad de los
términos colonia y colonialismo, pero entiende que existe una “situación colonial” en los términos
descritos por Georges Banlandier en 1955, que implica la imposición de un poder exterior a las
poblaciones sometidas ; explotación de los recursos en beneficio principal sino exclusivo del país
colonizador, ausencia de derechos políticos a los indígenas, asimilación forzada”. En, Bernand,
Carmen, “De colonialismos e imperios : respuesta a Annick Lempérière”, Nuevo Mundo Mundos
Nuevos [En línea], Debates, Puesto en línea el 08 febrero 2005, consultado el 18 septiembre 2016.
URL : http://nuevomundo.revues.org/438 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.438
22 Elliott, John, España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800). España, Taurus, 2010, p. 30.
23 Carrizo, Luis (ed.), Mayra Espina Prieto, Julie Thompson Klein, “Transdisciplinariedad y
complejidad en el análisis social”. En Luis Carrizo y Enrique Gallicchio (eds), Desarrollo local y gobernanza. 18
Enfoques transdisciplinarios. Montevideo : CLAEH, 2006, p. 45.
24 Desde los orígenes mismos de la ciencia occidental hubo quienes innovaron en las formas de
conocimiento propias de la racionalidad científica positivista. H Poincaré, por ejemplo, en el siglo
mostró las matemáticas no son exactas y que la realidad no es absoluta porque todo depende del punto
de vista del observador.
Il y a Prigogine desafió la certidumbre y el orden al plantear que la incertidumbre y el desorden son los
comportamientos propios de la materia. A diferencia de Einstein consideró que el tiempo no es
reversible y propuso la imagen de un universo en el cual la organización de los seres vivientes y la
historia del hombre ya no son accidentes extraños del devenir cósmico. De este modo, los procesos
irreversibles ponen en juego las nociones de estructura, función e historia. En la perspectiva del
científico ruso la irreversibilidad es fuente de orden y creadora de organización y el hombre se inserta
en forma protagónica en el mundo.
Entre los hallazgos que también contribuyeron a estos análisis denominados de dinámicas no lineales
y de auto-organización merecen citarse las investigaciones sobre no linealidad, de Lorenz. También las
investigaciones desde la cibernética que aportaron con la idea de retroacción y causalidad no líneal.
Aportes relevantes fueron los objetos fractales, de Mandelbrote ; los atractores extraños, de Reulle ; la
nueva termodinámica, de Shaw ; la autopoiesis de Maturana y Varela. Además de las teorías de la
información que investigaron universos en los cuales orden y desorden son procesos simultáneos, de
los cuales se extrae algo nuevo. La teoría de los sistemas ayudó a entender que el todo es más que la
suma de las partes y que la organización del todo produce cualidades emergentes, no preexistentes en
las partes. No debe olvidarse la noción de auto-organización aportada por la teoría de Von Neuman
de los autómatas auto-organizados sobre las máquinas vivientes, que tienen la capacidad de
reproducirse y auto-regenerarse.
María Fernanda Justiniano, «América: de colonia a reino y de periferia a centro», Nuevo Mundo Mundos
Nuevos, 2016 [En línea: http://nuevomundo.revues.org/69742 ]

Estas investigaciones obligaron a repensar la racionalidad clásica. De este modo emerge un tipo de
praxis cognitiva que rehúye de los fundamentos esencialistas y entiende que la realidad es relativa,
asimétrica y contextual y exige epistemologías que puedan asir a fenómenos inciertos y alternativos. Se
abre de este modo una necesidad una ciencia que algunos definen como pospositivas, complejas o
posmodernas. Entre los referentes que postularon interesantes sistematizaciones de este pensamiento
complejo encontramos a Edgar Morin, Carlos Reynoso, Eduardo Nicol, entre tantos otros, cuyos
aportes pueden encontrarse desarrollados en Márquez Fernández, Alvaro B. y Díaz Montiel, Zulay C.,
“La complejidad : hacia una epísteme transracional”, Revista de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias
Sociales [En línea], Vol 13 (1) (2011).
URL :http://publicaciones.urbe.edu/index.php/telos/article/viewArticle/1900/3237.
25 Esta relación dinámica entre realidad y conocimiento de la realidad desde la escritura de la historia
fue abordada también en otros artículos : a) Justiniano, María Fernanda, “Tiempo e Historia Los
tiempos de Newton, Einstein, Prigogine, Hawking y los modos de hacer historia” en línea, Revista 3
Escuela de Historia nº 3 2004. URL : http://www.unsa.edu.ar/histocat/revista/revista0305.htm;b)
Justiniano, María Fernanda, “Aportes de las perspectivas relacional y global a la historiografía de los
tiempos modernos”, Academia.edu (sitio web), 2012, consultado el 31 de agosto de
2016,https://www.academia.edu/8068394/Aportes_de_las_perspectivas_relacional_y_global_a_la_
historiograf %C3 %ADa_de_los_tiempos_modernos ; c) Justiniano, María Fernanda, “De las
sustancias a las relaciones, de la política dirigida por reglas a la política modificadora de reglas. Aportes
de la nueva historiografía para el estudio de Salta y la región en el siglo XIX”, Revista Escuela de
Historia, (2014) ; d) Justiniano, "Ser o no ser" : el dilema del Estado moderno en la exposición histórica
actual", Guillermo Nieva Ocampo, Rubén González Cuerva y Andrea M. Navarro, (editores), El 19
príncipe, la corte y sus reinos. Agentes y prácticas de gobierno en el mundo hispano (SS. XIV-XVIII)
(Tucumán : Humanitas, 2016), c) Justiniano, María Fernanda, “El problema del crecimiento
económico en la Europa moderna : del eurocentrismo al asiacentrismo y
policentrismo”, Tiempo&Economía, V 3 N° 1 (2016).
26 Elliott, Europa…, ob. cit., p. 31
27 Clavero, Bartolomé, ob. cit, p. 43-45.
28 Hespanha, Antonio M, “Historia das Instituiçôes. Épocas medieval e moderna” (Coimbra : Livraria
Almedina, 1982), 207-208.
29 Elliott, Europa…, ob. cit., p. 32.
30 Gil Pujol, Javier, Notas sobre el estudio del poder como nueva valoración de la historia política
31 Kettering, Sharon, Patrons, Brokers, and Clients in Seventeenth-Century France. New York : Oxford
University Press, 1986.
32 Breen, Michael, P. “Introduction to James B. Collins, “Resistance and Order in Early Modern
France”, en línea, H-France Salon, URL : http://www.h-france.net/Salon/Salonvol4no1intro.pdf
33 Breen, Michael P., ob. Cit.
34 Beik, William, “Review Article The Absolutisme of Louis XIV as social collaboration. Louis XIV
and the Parlaments : The Assertion of Royal Authority by John Hurt”. Past & Present nº 188, 2005,
p. 196.
35 John, Elliott, España y Europa…, ob. cit., p. 39
36 Estas afirmaciones pueden consultarse en las reseñas realizadas por Gomes, João Pedro, “Hidras
de siete cabezas : las monarquías globales de España y Portugal de los siglos XVI al XVIII”, Cuadernos
de Historia Moderna (2014) :281.
2014, 39, 279-287
María Fernanda Justiniano, «América: de colonia a reino y de periferia a centro», Nuevo Mundo Mundos
Nuevos, 2016 [En línea: http://nuevomundo.revues.org/69742 ]

37 José Martínez Millán, “The Triumph of the Burgundian Household in the Monarchy of Spain. From
Philip the Handsome (1502) to Ferdinand VI (1759)”, p. 743.
38 El autor citado, se ocupa también de realizar una crítica a la categoría de monarquías policéntricas.
39 Manuel Rivero Rodriguez, “La reconstrucción de la Monarquía Hispánica : La nueva relación con
los reinos (1648-1680)”, Revista Escuela de Historia, 2013, vol. 12, n.1 En línea
URL : http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1669-
0412013000100002&lng=es&nrm=iso>. ISSN 1669-9041.
40 Martín, Marcos Alberto, “Epilogue. Polycentric Monarchies : Understanding the Grand
Multinational Organizations of the Early Modern Period”, en Polycentric Monarchies : How Did Early
Modern Spain and Portugal Achieve and Pedro Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano
Sabatini, Editores, Polycentric Monarchies : How Did Early Modern Spain and Portugal Achieve and Maintain a
Global Hegemony, (Reino Unido : Sussex Academic Press, 2014), 218.
41 Pedro Cardim, Tamar Herzog, José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini,Polycentric …,3 y 4.
42 Schaub, Jean-Frédéric, “La catégorie « études coloniales » est-elle indispensable ?”, Annales.
Histoire, Sciences Sociales, 2008/3 63e année, p. 625-646.
43 Marx, K. (1946). El Capital (1 ª ed. en alemán, 1867). México : SXXI, 1946, p. 608.
44 Van Zanden, J. L. “Early modern economic growth : a survey of the European economy, 1500-
1800”. En Maarten Prak (ed.) Early Modern Capitalism. Economic and social change in Europe, 1400–1800.
Londres y Nueva York, Routledge, 2001.
45 Crafts, Nick, British Economic Growth during the Industrial Revolution. Oxford : UPb, 1985.
46 Harley, Kinick, “British Industrialization Before 1841 : Evidence of Slower Growth During the
Industrial Revolution”. The Journal of Economic History, vol. 42 No. 2, 1982 : 267-289.
20
47 Van Zanden, ob.cit, p. 67-68
48 Pomeranz, Kenneth, The Great Divergence. China, Europe and the Making of the Modern World Economy.
Estados Unidos, Princeton University Press, p. 15.
49 Con los términos “provincializar” y “re-orient” Kocka nos remite a los seminales aportes de Dipesh
Chakrabarty y Ander Gunder Frank respectivamente.
50 Pommeranz, K., p. 14.
51 Pommeranz, K., p. 273.
52 Pommeranz, K., p. 5.
53 Flynn, D. y Giráldez, A. (1995). “Born with a “Silver Spoon” : The Origin of World Trade in
1571”. Journal of World History, vol 6, nº 2.
54 Bonialian, M. (2012). El Pacífico hispanoamericano. Política y comercio asiático en el Imperio Español (1680-
1784). México, El Colegio de México.
55 John H. Coatsworth, “Desigualdad, instituciones y Economía”, Economíavol. XXXV, N° 69
(semestre enero-junio 2012) : 204-230.
56 John H. Coatsworth, “Estructura, dotaciones, e instituciones, en la historia económica de
Latinoamérica”, [en línea], Aracauria (2008). URL :http://www.mabelthwaitesrey.com.ar/wp-
content/uploads/Araucaria-dependencia-2008.pdf
57 Seth, S. (2014). “The Politics of Kowledege : Or, How to Stop Being Eurocentric”. History
Compass 12/4, 2014, 311-320.

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