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Jorge Wagensberg en su casa barcelonesa. ¿Algunos políticos aún no han entendido que los
países ricos no hacen ciencia porque tengan dinero, sino que tienen dinero porque han
hecho ciencia¿ (Propias)
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NÚRIA ESCUR
17/05/2015 00:15 | Actualizado a 17/05/2015 13:56
Erase una vez un poeta encerrado en el cuerpo y el cerebro de un científico. Jorge
Wagensberg Lubinski (Barcelona, 1948), profesor universitario, investigador, doctorado
en Física, convencido enamorado del concepto renacentista del hombre, ha
publicado Alguns anys després (Ara Llibres), memorias de infancia y adolescencia. Intenso,
ocurrente y respetado, quien fue director del Museu de la Ciencia y alma del CosmoCaixa
liderará la sede del Hermitage en Barcelona.
Fue alumno de la Escuela Suiza y el Liceu Francés y agradece que nunca tuviera que
asistir a clase de religión.
No quiero exagerar pero cada vez estoy más convencido de que la escuela no debe inocular
dogmas y creencias.
James Watson salió de allí diciendo "es el museo de la ciencia más extraordinario que
he visto en todo el mundo".
¡Y lo decía el científico vivo más importante, el hombre que descubrió el ADN!
CosmoCaixa sigue siendo un gran referente. A mí lo que me derrumbó fueron frases como
"¿por qué hacer una exposición sobre Darwin?"
Algún sector purista del oficio le habrá echado en cara su vocación interdisciplinar.
Sí, por eso escribí El pensador intruso. El vecino siente desconfianza. Pero me anima
pensar en la Viena de los años veinte por ejemplo, donde hubo colisión entre científicos y
artistas, fuegos cruzados de ideas...
Cíteme su aforismo preferido, usted que los considera el género literario más
científico.
"Vivir envejece". Y el que escribí ayer: "Si no eres capaz de desequilibrarte para crear te
vas a desequilibrar por no haber creado".
Tímidos, azar y violín
Sara, su madre, llegó a Barcelona con apenas siete años de edad. Su padre a los 19. Ella era
una mujer de espíritu crítico, cáustica; él un hombre austero, gran tímido. Wagensberg
reúne la mezcla depurada de esos ingredientes.No fue un alumno ideal, ese que padres y
maestros esperan, “muy inquieto, me gustaba más divertirme que sufrir”. Un día se plantó
en la Clínica Manchón con un huevo de saltasaurus en las manos, para ver si había un
embrión dentro.Propuso el primer debate entre científicos y filósofos sobre el azar a una
poderosísima entidad catalana y no se lo dejaron hacer. “Al final fue la casa de Dalí la que
albergó el proyecto y, ante el éxito, Costa y Vilarasau, visionarios, me llamaron para el
Museo de la Ciencia”.Sus aportaciones abarcan múltiples disciplinas y términos tan
extraños como la simulación de Montecarlo. Doctor honoris causa y Creu de Sant Jordi, su
dispersión le ha llevado a curiosidades como ser lanzador de martillo y estudiar violín a la
vez.