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Volumen 13 - Junio de 2016
Volumen 13 - Junio de 2016
13
Mitologías
hoy
revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos
Dossier 1:
Escritoras
entre siglos
Beatriz Ferrús y Alba del Pozo (coords.)
Dossier 2:
Relecturas del
sujeto en la literatura
latinoamericana
Elena Ritondale y Constanza Ternicier (coords.)
Mitologías hoy 13
DIRECCIÓN
Chiara
Bolognese,
Università
La
Sapienza.
Roma,
Italia
Fernanda
Bustamante,
Universitat
Autònoma
de
Barcelona
Beatriz
Ferrús
Antón,
Universitat
Autònoma
de
Barcelona
Helena
Usandizaga
Lleonart,
Universitat
Autònoma
de
Barcelona
Mauricio
Zabalgoitia
Herrera,
Ibero-‐Amerikanisches
Institut
(Alexander
von
Humboldt
Stiftung),
Alemania
COORDINACIÓN
(2015-‐2017)
Mauricio
Zabalgoitia
Herrera,
Ibero-‐Amerikanisches
Institut
(Alexander
von
Humboldt
Stiftung),
Alemania
EQUIPO
EDITORIAL
Constanza
Ternicier,
Universitat
Autònoma
de
Barcelona
Elena
Ritonalde,
Universitat
Autònoma
de
Barcelona
Coordinación
de
los
dossiers:
Universitat
Autònoma
de
Barcelona
Beatriz
Ferrús
y
Alba
del
Pozo
Facultat
de
Filosofia
i
Lletres
Elena
Ritondale
y
Constanza
Ternicier
Departamento
de
Filología
Española
Vol.
13,
verano
2016
Edificio
B,
Campus
Bellaterra,
08193
www.revistes.uab.cat/mitologiashoy
revista.mitologiashoy@uab.cat
ISSN:
2014-‐1130
DOSSIER 1
ISSN: 2014-1130
vol. 13 | junio 2016 | 3-4
ÍNDICE
DOSSIER 2
FROILÁN FERNÁNDEZ
Parte de guerra. Memoria y ficción en la novela Los pichiciegos de Fogwill ……….121-132
War Report. Memory and Fiction in Fogwill´s Novel Los Pichiciegos
NAZANIN MEHRAD
Los cuentos de Juana: una obra experimentalista de Álvaro Cepeda
Samudio……………………………….…………………………………………...163-169
Los Cuentos de Juana: an Experimentalist Work by Álvaro Cepeda Samudio
RESEÑAS
ENDIKA BASÁÑEZ
Diario Camaleón de Maro Julio Robles: la violencia de la cotidiano como memorias
de la ciudad...…………………………………………...……………….................177-179
DOSSIER 1
INTRODUCCIÓN
ESCRITORAS ENTRE SIGLOS:
IMAGINARIOS, IDENTIDADES, GÉNEROS
tuvo lugar en un contexto muy receptivo a sus acciones e ideas, las cuales fueron
juzgadas, para bien y para mal, como avanzadas.
Cabe aclarar que en estas líneas no se pretende ilustrar la forma en que dos
escritoras viajeras miraron el entorno que visitaban, como se ha hecho
recientemente en trabajos sobre ellas y otras decimonónicas (Ferrús Antón, 2011,
2015; Spicer-Escalante, 2012). Se trata de colocar en primer plano la perspectiva
de los sujetos con quienes establecieron contacto: por un lado, los críticos literarios
y periodistas de la Ciudad de México, quienes primero se mostraron gratamente
admirados ante el inusual periplo de las españolas, y después dieron muestras de
incomodidad ante la posible repercusión de ese ejemplo entre las escritoras
mexicanas pues, como ocurría con Flora Tristán, bajo la apariencia de relatos de
viajes las peninsulares hacían “críticas a la situación social” (Pratt, 2010: 289).
Por otra parte, junto a la preocupación de los críticos asoman las
principales beneficiarias de la visita: las escritoras de la excolonia, para quienes sus
colegas peninsulares se erigieron en paradigma, pues contribuyeron a reforzar su
convicción de que era posible participar en el espacio público a través de la palabra
escrita. Así pues, este trabajo se declara deudor de un trabajo publicado por
Carmen Ramos Escandón (2001), quien ha sostenido que el solidario registro de la
historia de las mexicanas, llevado a cabo por Gimeno durante su estancia en el país
(y que también realizó Serrano, por cierto), contribuyó en la construcción de la
identidad femenina finisecular; salvo que en estas líneas me detengo sólo en una de
las facetas de esa identidad, una faceta, por cierto, novedosa en el territorio que
visitaron Serrano y Gimeno: la de las escritoras.
Hoy podemos ver con claridad en Emilia Serrano a una pionera, cuya escritura
constituyó un “acto de reivindicación personal y profesional” (Ferrús Antón, 2015:
53). También estamos en condiciones de mirar a Gimeno como la autora de
ensayos “contundentes y reivindicativos”, donde refutaba lugares comunes sobre la
condición de las mujeres (Díaz Marcos, 2012: 164). En el México de la década de
1880 hubo quien atisbó esas turbadoras novedades, agazapadas detrás de la
estridente forma en que la prensa convirtió en un espectáculo el arribo de la
primera, e intentó restar fuerza discursiva a la segunda aludiendo a su gentil
aspecto. Acaso debido a la temerosa sospecha de que eran mucho más que eso la
etapa final de aquellas visitas fue hostil por parte de la crítica.
Pero cuando Serrano y Gimeno arribaron a México, las precedía la
reputación de autoras prolíficas y bien relacionadas con los círculos intelectuales
español y francés. Prueba de su fama eran los cognomentos con los cuales se
trazaban sus perfiles: doña Concepción era llamada la “defensora de la mujer”, o la
“cantora de las virtudes de la mujer”, como prefería designarla su marido, el
periodista catalán Francisco de Paula Flaquer, quizá para atenuar en parte la
intrépida vena subversiva de la aragonesa. Doña Emilia era “la Ondina del
Mediterráneo” o, como la calificó hiperbólicamente Juan Eugenio Hartzenbush, la
resultaba atractivo desde la infancia y tal interés había renacido cuando perdió a su
primer marido y a su hija, algunos años antes (Ferrús, 2011: 43).
No es posible soslayar aquí la existencia de una reputación que acompañaba
a Serrano mucho antes de su viaje a América y que tenía voceros en México. Puede
ser ilustrada citando al poeta, narrador y periodista Manuel Gutiérrez Nájera,
quien escribió una juguetona presentación para su serie de colaboraciones en El
Federalista, donde Alfredo Bablot, redactor en jefe, le solicitaba:
una charla, una crónica o una revista de los petites affaires de la semana [y
Gutiérrez Nájera respondía:] ¡Yo!, ¡el menos apropiado para ello! ¡Yo, que así
soy entendido en achaques mujeriles, en modas y alifafes, como en
sideromancia y en alquimia! ¡Yo, que confundo un ruló con una tabla, y un
polisson con una polonesa! ¡Yo, que jamás leo ni leeré nunca las crónicas de la
baronesa de Wilson ni las revistas de María del Pilar Sinués de Marco!
(Gutiérrez Nájera, 1877: 1)
Domeñar lo excepcional
Las literatas tienen en contra suya a los estúpidos, los ignorantes, los burlones
de oficio, los pedantes de profesión, los poetastros, los retrógrados, los
entendimientos apolillados, los hombres de ideas rancias y las mujeres necias.
No quedan en apoyo de las literatas más que los hombres de verdadero talento,
que desgraciadamente están en minoría. (Gimeno de Flaquer, 1883a)
por la mexicana Laura Méndez de Cuenca, quien en un cuento del libro Simplezas
(1910) mostró a sus lectoras cuán importante era desplegar las alas en un acto
liberador. Un acto necesario para permitir el diálogo en pareja, esto es, el “ideal”
perseguido por la española según Gutiérrez Nájera:
La mujer suele viajar por vía distinta de la vía que sigue el hombre. Ella se
viste, él estudia. Él trabaja, ella gasta. Él consulta los libros; ella, el espejo.
Júntalos el amor, y el tedio los separa. […] De estas fuerzas, que opuestas e
irreductibles se destruyen, surge, cuando están unidas, el amor duradero, el
que no acaba. El hombre salva las distancias en un ágil caballo de carrera. La
mujer marcha a pie. Tiene alas, pero no conoce su empleo. Cuando lo sepa y
vuele, la pareja sagrada pasará en la vida como Paolo y Francesca pasan en el
poema del Dante: inseparablemente unida y estrechamente abrazada. Este
ideal persigue en su periódico la señora Gimeno de Flaquer. (Gutiérrez
Nájera, 1883: 2-3)
El fervor con que las dos españolas respaldaron la educación de las mujeres tuvo
mala acogida en ambientes conservadores, aun si en opinión de Gimeno el suyo era
[años atrás] vino a Lima una literata llamada la Baronesa de Wilson, una
baronía de pega probablemente. Esta señora viajó por todas las repúblicas
solicitando protección para una Historia de América que se proponía
escribir o publicar. En todas partes embarcó a algún Presidente o Ministro
de Estado y cosechó buenos duros, sobre todo en México, donde D. Porfirio
Díaz la obsequió cinco mil pesos. […] Al cabo de treinta años recibí, hace
ocho días la sorpresa de que un dependiente del Banco me presentara un
giro de 724 dólares que desde La Habana hacía contra mí la aventurera
estafadora. […] Si está la individua en La Habana, dé Ud. a conocer lo que
le cuento, para que no siga explotando allá a la gente de buen corazón, y de
candosidad [sic] suprema. (en Simón Palmer, 2008: 398; las cursivas son
mías)
Staurofilia, de María Néstora Téllez Rendón, quien murió un año más tarde.
Además, recientemente viuda, Laura Méndez de Cuenca retomó su carrera literaria
y periodística.
Aquella constelación literaria era una muestra de lo que la ilustración podía
hacer por las mujeres de la clase media favorecida por la apertura de instituciones
educativas especializadas: “[Ellas] son las que quieren ser médicos, abogados,
legisladores [...] en vez de muñecas de tocador” (Méndez, 1907: 10), escribió Laura
Méndez de Cuenca al principio del siglo XX. Ejemplo de eso fue Matilde
Montoya, la primera médica titulada en el país (1887). A propósito de tan feliz
acontecimiento, Concepción Gimeno se sumó a las escritoras Refugio Argumedo,
Francisca Cuéllar, Laureana Wright, Camerina Pavón y Oviedo, Concepción Luz
Trillanes y Arrillaga, “dos señoritas de Monterrey” y “siete señoritas de los Estados
Unidos”, en la elaboración de poemas, artículos y misivas de felicitación, las cuales
evidenciaban un poderoso ánimo solidario que Montoya agradeció en una carta
pública (Montoya, 1887: 2).
El respaldo de la aragonesa se tradujo también en la difusión internacional
de la obra de sus colegas mexicanas. En el Álbum de la Mujer, Gimeno acogió
trabajos de María del Refugio Argumedo, sor Juana Inés de la Cruz, Esther Tapia,
Laureana Wright y Titania (Fanny Nataly de Testa); si bien esta última no había
nacido en México sino en Estados Unidos, era en el país hispanoamericano donde
desarrollaba desde hacía algunos años su trabajo como cantante de ópera y
redactora. Ya radicada en España, Gimeno elaboró un artículo donde fue más
pródiga y enlistó a Isabel Prieto, Esther Tapia, Dolores Prieto, Laura Méndez,
Laureana Wright, Teresa Vera, Rosa Carreto, Josefa Heraclia Badillo, Dolores
Correa, Gertrudis Tenorio, Mateana Murguía, Refugio Barragán, Josefina Pérez,
Refugio Argumedo, Luz Murguía, Luisa Muñoz-Ledo, Dolores Mijares e Isabel
Pesado, reconociendo su distinción en materia de poesía (Gimeno de Flaquer,
1904: 1-2). Por su parte, en El mundo literario americano, Serrano compiló poemas
de sor Juana y Laura Méndez, presentándolas mediante breves pero apasionadas
semblanzas. En América y sus mujeres, por otro lado, se ocupó de referir “la
existencia de una tradición intelectual” femenina (Ferrús Antón, 2011: 48).
Algunos años después, en febrero de 1905, cuando fundaron la Sociedad
Protectora de la Mujer, Dolores Correa y Laura Méndez, entre otras intelectuales a
quienes la peruana Clorinda Matto recordó con gusto en el fraterno ensayo “Las
obreras del pensamiento en la América del Sud” (Boreales, miniaturas y porcelanas,
1895), recurrieron a las nociones libertarias de Gimeno para afirmar explícitamente
que ellas también eran feministas. Su reivindicación principal era la educación que
permitiría a las mujeres desarrollarse individualmente. Divulgaron su ideario a
través de La Mujer Mexicana. Revista mensual consagrada a la evolución y
perfeccionamiento de la mujer mexicana. Dirigida, redactada y sostenida sólo por
Señoras y Señoritas (1904-1907). Sintomáticamente, varias habían colaborado antes
en El Correo de las Señoras (1882-1883), El Álbum de la Mujer (1883), de Gimeno,
y Violetas del Anáhuac (1887-1889).
Aquello era parte de una sólida red donde se promovía y apoyaba el trabajo
de las colegas. Muestra de esa actitud fue la felicitación que Dolores Correa
extendió a Columba Rivera, nombrada en 1904 inspectora médica de la Normal
de Profesoras, y a Esther Huidobro, designada subdirectora de la primaria anexa a
la Normal: “Hoy la superioridad eleva por primera vez a las mujeres a puestos que
antes ocupaban los hombres. […] A los antifeministas les damos el más sentido
pésame, pues a este paso el presupuesto de egresos ingresará al bolsillo de las
damas” (Correa, 1904: 11-12).
La bravura era heredera del osado discurso de Gimeno, quien en 1883
dosificó en dos entregas un artículo, anteriormente mencionado, que brindó
argumentos a las escritoras nacionales para responder las más comunes censuras
que les eran prodigadas por algunos de sus colegas; se trata de “La literata”, que
circuló en las páginas del Diario del Hogar, periódico donde era colaboradora
habitual desde su arribo a México. Muy lejos del memorial de agravios, la autora
adjetivó con aspereza y convicción a sus fustigadores; los llamó estúpidos,
ignorantes, burlones de oficio, pedantes de profesión, poetastros, retrógrados,
entendimientos apolillados y de ideas rancias. En esa caracterización insistió
cuando los develó injustos e intransigentes (“si la literata es reservada, la
denominan orgullosa; si es expansiva, charlatana; si es seria, altanera; si es alegre,
loca”), los descubrió petulantes (“al ver publicados ocho versos en un periodicucho
no leído, se adjudican el título de poetas”), los mostró necios y neófitos (“filósofos
de diez y ocho años”) y evidenció cuán proclives eran a erigirse en mentores de
mujeres frívolas y envidiosas, tan sedientas como ellos de la atención justamente
acaparada por las poetas (Gimeno de Flaquer, 1883a y 1883b).
Pero la mayor aportación de la aragonesa consistió en elaborar un retrato
idóneo para desacreditar a críticos asaz frívolos. El texto de doña Concepción era
argumentativo y combatiente, pues recurrió a la refutación como mecanismo para
sustentar su razonamiento y develar las falacias de los maldicientes (tal como había
hecho Juana Inés de la Cruz siglos atrás y como harían, años después, las mexicanas
Laureana Wright y Laura Méndez en sendos ensayos). Para analizarlos con mayor
minucia, limitó su examen a España, su país natal, e Hispanoamérica, en una de
cuyas naciones habitaba a la sazón. Rebatió, por ejemplo, la insistente acusación de
abandono de los “deberes domésticos”; para ello ilustró su posición relatando el
caso de Laureana Wright, quien administraba su hogar, escribía poesía y
confeccionaba su ropa y la de su hija. Con base en esto negó también la especie de
que “casa de literata es sinónimo de casa de desorden” (cursivas del original), para lo
cual contrastó el caso de una fútil aristócrata española cuyo hogar estaba ordenado
sólo porque contaba con servidumbre, y el de Emilia Calé, escritora gallega y
madre de cuatro hijos educados con esmero por ella con la ayuda de juguetes
celosamente elegidos para favorecer su aprendizaje. El remate de ese ejemplo
esclarecedor consistió en indicar la opinión del marido de Calé: “el padre de las
niñas bendice la hora en que eligió para esposa una mujer instruida” (Gimeno de
Flaquer, 1883b).
Habiendo concluido las guerras intestinas que coparon a México durante décadas,
y gracias a la ampliación de opciones formativas destinadas a las mujeres, las
escritoras americanas que conocieron el trabajo de Concepción Gimeno y Emilia
Serrano atisbaron a través de ellas un horizonte posible, forjado a partir de la
confianza en la pertinencia y el valor del trabajo propio. Acaso el ejemplo de la
primera fue el más poderoso para esa generación que, pocos años después, la citaba
BIBLIOGRAFÍA
ISSN: 2014-1130
Recibido: 01/03/2016
vol.º 13 | junio 2016 | 25-38
DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/mitologias.314
Aprobado: 08/05/2016
Lourdes Parra Lazcano
1
De acuerdo a Pitman (2007), Altamirano emitió este discurso de forma retórica para incitar a
otros mexicanos a viajar y escribir sobre estas experiencias.
2
Véase también Méndez (2011: 415). Durante la época histórica en que Méndez de Cuenca
vivió en Berlín, esta ciudad era la capital del Reino de Prusia. A su vez, parte de lo que
actualmente se conoce como Alemania pertenecía al Segundo Imperio Alemán (1871-1918),
liderado por Prusia y parte de otros reinados. Durante esta etapa, el Imperio Alemán era una
Posicionamientos de mujer(es)
su vez, aunque como turista Méndez recorre el Castillo Real, no deja de lado su
posicionamiento antimonárquico, el cual encubre con sátira. Luego de
evidenciar el olvido histórico de las mujeres en los reinados, ironiza con las
acciones de los visitantes, quienes “trapeaban diligentemente con […] zapatillas
de fieltro los pisos” (Méndez, 2011: 568). La escritora agrega: “[e]ra imposible
levantar un pie sin dejar la zapatilla en el suelo. ¡Y qué bruñido y lustroso que
estaba! Como que en vez de que las visitas lo ensucien, pagan sus 50 feniges,
pagar por colaborar en el aseo de la casa imperial” (Méndez, 2011: 567). En vez
de quedarse maravillada, la escritora se muestra incómoda de tener que pagar
por visitar el lugar, y además, tener que recorrerlo-limpiarlo-trapearlo en sigilo.
A propósito de su crítica incorpora una cita de Echegaray: “¡qué poderoso es
Ramsés, que a todos los tiene opresos; y qué…” (Méndez, 2011: 570). Y luego
le pide al lector que busque la continuación que no escribe y va así: “miserables
esos que se arrastran a sus pies!” Pues tan sabrosos placeres (con ironía y
desprecio) has gozado por tal modo, ya Ramsés lo tienes todo: no comprendo
lo que quieres” (Echegaray, 2013 [1883]: 29). En crónicas posteriores, la
escritora volverá nuevamente criticará al káiser (Méndez, 2011: 711-712 y
753). En este sentido, aunque Méndez no se atreva a externar una crítica
abierta contra esta forma de gobierno alemán, sí ironiza sobre su papel. Al
respecto, es importante hacer notar que esta escritora había trabajado en el
gobierno de Porfirio Díaz, quien históricamente encabezó una “dictadura
elegida” (Garnier, 2015). Ante este hecho, Méndez de Cuenca no hace ninguna
comparativa entre el gobierno mexicano y el alemán; por lo cual su postura,
aunque crítica hacia lo extranjero, permanece institucional hacia lo mexicano.
En Europa, Méndez se queja de que los diarios no hablen de los
mexicanos y sólo les interese saber lo que les pasa a los extranjeros en México
(Méndez, 2011: 575). A su vez, teniendo presente a quienes la leen en México,
hace comparativas para establecer vínculos de cercanía: “Dresden dista tres
horas de Berlín, como quien dice Toluca de México” (Méndez, 2011: 586). No
obstante, cuando esta escritora evoca México es menos nostálgica que cuando
vive en Estados Unidos y mucho más crítica hacia los mexicanos(as) que sólo se
apropian de lo extranjero. Sobre este tema escribe: “[l]o que era propiamente
nuestra idiosincrasia de trescientos años de ser apéndice de una nación europea
lo hemos mandado a mala parte, y como la avutarda de la fábula, llenamos
nuestros nidos de huevos de otros pájaros y también de pajarracos” (Méndez,
2011: 662). En síntesis, la postura de esta escritora mexicana es crítica en
relación a lo extranjero aunque esto no la exime de puntos de inflexión; por
ejemplo, su rechazo a las proyecciones del cinematógrafo por percibirlas
inmorales, o su silencio ante el gobierno mexicano, el cual mantendrá,
probablemente por motivos personales y políticos, hasta la publicación de su
libro sobre Álvaro Obregón. En este sentido, su discurso, aunque evoluciona en
algunos aspectos, en otros expresa las ambivalencias y multiplicidades
foucaultianas. Ahora bien, en el tema de la raza, que se estudiará en el siguiente
apartado, coincide con otras viajeras mexicanas —como Isabel Pesado (1910) y
las hermanas Larrainzar (1882 y 1883)—, en relación a la exclusión de otros
grupos minoritarios en su intento por homogeneizar “la raza latina”.
Cuando Méndez visita París busca criticar la xenofilia, aunque termina cayendo
en el exotismo. De esta ciudad apunta: “es la tierra de promisión de la América
sajona que lo admira despreciándolo y de la América Latina que lo admira
incondicionalmente, lo venera envolviéndolo en un aura de deseos y lo copia
servilmente en cuanto la capital del mundo tiene de inconmensurable”
(Méndez, 2011: 594). Pero párrafos después reconocerá que a pesar de estar en
contra de la xenofilia: “todos hemos soñado con París” (Méndez, 2011: 594).
Aunque luego será ambivalente en relación a dónde posicionar a la “raza
latina”, tratando a españoles, mexicanos y franceses como “salvajes” por igual:
Conclusiones
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raciales y de clase que imperaban en aquel escenario. Así, cada alegato y cada
postura abogaba por intereses afines que sobrepasaban los marcos en cuanto a
la condición de mujer se refiere. 2 Comenzaron entonces a formularse
planteamientos que solidarizaban con los estamentos raciales y sociales
impuestos por las élites dominantes de una manera sofisticada (Barcia, 2005).
Nacía así una de estas expresiones: Minerva, revista quincenal dedicada
a la mujer de color. Con un discurso reivindicativo en gran parte de su retórica
—haciendo alusión a la diosa romana de la sabiduría— entró a jugar un papel
esencial dentro de este movimiento literario femenino por el rol que ostentaba
la ‘raza’ como categoría de distinción social y por su estrecho vínculo con la
institución esclavista. Abolida legalmente en 1886, ésta seguía teniendo
repercusiones lacerantes (Scott, 2001).
Minerva apenas logró sobrevivir un corto período en las postrimerías
decimonónicas de la sociedad cubana, y la mayoría de las mujeres negras y
mulatas que escribieron en ella figuraban como colaboradoras, ya que no
contaban con entidad jurídica para ocupar cargos. Como resultado, la junta
directiva estuvo conformada por hombres. Sin embargo, en líneas generales,
todo el trabajo de elaboración de las diferentes secciones fue desarrollado por
ellas, y pese a su corto período de circulación (1888-1889), el impacto que tuvo
fue significativo. Posteriormente, renació en el siglo XX (1910-1915),
planteando otras propuestas y preocupaciones, propias de la época en la que
circuló en su segunda etapa. El tema que nos ocupa en este análisis es el que
concierne a la primera.
Ya algunos exámenes, fundamentalmente desde el ámbito
historiográfico, han analizado las páginas de Minerva. Con un enfoque muy
anecdótico y descriptivo, un número bastante limitado de referencias se ha
ocupado de refrendar el legado de esta publicación. Ninguno de ellos discute,
desde un amplio espectro, los complejos asuntos a los que se enfrentaron las
colaboradoras de esta revista, ni hacen alusión a algunos de los debates teóricos
contemporáneos con los que dialogaremos.
Uno de los primeros acercamientos de los que se tuvo noticia fue el
artículo de la historiadora cubana María del Carmen Barcia: “Mujeres en torno
a Minerva” (1998). Aquí la autora hace un minucioso acercamiento a esta
publicación, destacando algunas referencias concretas a su estructura, niveles de
organización y de distribución.
También subraya algunos de los temas que propondremos en este
análisis como: la educación, las demandas referidas a la emancipación jurídica
de las ex esclavas, el significado de esclavitud y las consecuencias que generó al
validar un sistema racista pecaminoso.
Otro de los temas en el que este artículo pone especial atención es el de
la mulata. A partir de este prisma, destaca la cuestión de los bailes de raíz
africana. En este sentido, propone una reflexión contradictoria para las
colaboradoras de Minerva, porque pone de manifiesto la asunción desmesurada
2
En este proceso se produjo un hecho inaudito, consecuente con la publicación periódica,
centro de nuestro análisis: ve la luz el periódico La Cebolla. Periódico Ilustrado: órgano oficial
de las prostitutas (1888). Véase Barcia (1991-1993); Calvo Pena (2005).
de los valores de la cultura occidental, que desprecia con vehemencia a los que
provenían de la cultura africana.
Por último, Carmen Barcia hace hincapié en el la moralidad. Este será
uno de los contenidos claves en nuestro análisis, pero aquí se llegará a una
interpretación distinta, que no aborda este tópico atendiendo a formulaciones
teóricas desde la perspectiva de género, aunque sí destaca claramente la
promoción de los arquetipos de mujer por parte de Minerva, de acuerdo a los
valores y preceptos patriarcales que regían la sociedad decimonónica (Montero,
2007).
Otro sugerente texto lo proporcionó la investigadora cubana Carmen
Montejo Arrechea: “Minerva: A Magazine for Women (and Men) of Color”
(1998). Aquí, se establece un examen con las dos etapas de la revista. En la
primera, la autora examina la interacción de contenidos respecto al debate
antirracista propuesto por las colaboradoras de la revista y otras publicaciones
en las que tenían un peso considerable algunos de los líderes negros y mestizos
más relevantes de la época.3 También resalta las principales líneas editoriales
que desarrollaron, dialogando sistemáticamente con algunas de las
problemáticas que hemos ido planteando.
Un singular aporte lo constituyó una publicación compilada por los
historiadores Lynn Stoner y Mario González. En ella, recogieron de manera
muy peculiar algunas de las líneas temáticas más relevantes desarrolladas en
Minerva. Esta iniciativa propició que se destacara el excelente trabajo
desarrollado por estas autoras, recopilando sus más polémicos alegatos a través
de cartas, reflexiones, crónicas, notas sobre moral, representaciones teatrales o
poemas (Stoner y González, 1998).
Partiendo de dichas referencias pretendemos examinar, desde un
enfoque más abierto, el discurso de varias de las interlocutoras de Minerva4.
Favorablemente, contamos con algunos de sus textos, dentro de los cuales se
abordan los asuntos que mayor preocupación causaban. Y resulta importante
mencionar que, en su mayoría, mantuvieron una entera sincronización con
algunas de las reclamaciones compartidas en otras publicaciones partícipes del
movimiento literario femenino al cual hemos hecho alusión.5
A continuación, nos proyectamos a considerar varias interrogantes. En
primer lugar, ¿en qué medida estuvo implícito el discurso de género en las ideas
compartidas por las colaboradoras de esta publicación?, y ¿hasta qué punto su
condición racial sugestionó su posicionamiento?
Estas dos interrogantes abren un diapasón considerable. La primera,
intenta impulsar un debate complejo y a la vez dinámico, a la hora de analizar
al sujeto mujer en una dimensión más amplia y diversa. La segunda establece
3
Véase Deschamps Chapeaux (1963).
4
Es bueno resaltar que, los pocos ejemplares de la revista, a día de hoy atesorados en el
Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, ya no pueden ser consultados por el mal
estado en el que se conservan.
5
Otras importantes publicaciones dentro de este movimiento fueron: Ramillete Habanero
(1854), La Noche (1864), Las Hijas de Eva (1874), El Recreo de las Damas (1876), El Álbum de
Matanzas (1881), La Armonía (1882), La Familia (1884), La Mulata (1891), La Cotorra
(1891) y Revista Blanca (1894). Consúltese la Colección de Prensa del Siglo XIX de la
Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística.
una plática directa con varios de los fundamentos que redefinían a la ‘raza’,
como parte intrínseca de los procesos de construcción de la nación. Para ello,
entablamos una discusión profunda con algunas de las posturas planteadas en
su momento para contribuir a este cometido.
que ello resultase, sensible sería que la mujer negra no sirviese en Cuba
más que para los deleites de la danza y no tratase de conocer los
sacrosantos deberes del hogar, despreciando las frivolidades, que dicen
muchos ser las propias de nuestro sexo. […]. Y he aquí, amigo Director,
el ideal que antes yo le hablaba: constituir las mujeres de buena voluntad,
las inconformes con nuestro estado actual, las que deseamos otro
provenir más diáfano para nuestros hijos […], constituir, repito, una
asociación para la enseñanza de la mujer de nuestra raza; en donde
podamos aprender todas, tanto la niña como la mujer ya hecha, todo lo
necesario e indispensable de nuestros deberes, una asociación que
responda a todas nuestras necesidades morales.6
[…] siempre he creído que mientras todos los individuos de nuestra raza
no estén en condición de hacerlo, no se eduquen, y por medio de la
educación se moralicen, no podremos entrar en el concierto de las
sociedades que se titulan cultas, sin que del seno de las mismas se levante
alguna voz dispuesta a arrojarnos en cara faltas que, verdaderamente no
son más que lamentables consecuencias del triste estado de abyección a
que ominosas instituciones sociales nos tenían relegados hasta ahora.7
Condeno los extremos por viciosos; y opino que la mujer debe instruirse
en cuantos ramos del saber humano sean compatibles con su delicado
organismo, y con la misión que está llamada a desempeñar en el mundo,
y que le sean suficientes la libertad de la más odiosa esclavitud: la
ignorancia.8
preceptos dictados por la moral, y exigidos por las leyes. Tenga presente
que sin familia no hay organización sociológica posible.
Cada hombre de color busque su esposa entre las mujeres honradas y
mejor educadas de su clase; no reniegue de su raza, que eso lo abatiría
más. No exija todavía que su elegida sea hija de mujer casada; recuerde
que esa madre fue esclava.9
Sin embargo, y fiel a su tiempo, esta publicación también incorporó cierta línea
temática conservadora. Fueron partícipes, en correspondencia con el resto de
las publicaciones impulsoras del movimiento literario femenino que
mencionamos, de una reproducción de valores morales, reflejando en líneas
generales: “[…] un mundo de espacios privados, en los cuales el paisaje y la
familia eran temáticas centrales. […], resaltó los roles familiares, la madre, la
esposa y la hija […]” (González Pagés, 2005: 25).
Las prerrogativas de este tipo de contenidos estaban, de manera
desafortunada, intrínsecamente imbuidas en la mentalidad colonial, con lo
cual, su organización formaba parte de los parámetros sociales también regidos
por las complejas relaciones de género y ‘raza’ establecidas.
En cierta medida, estaba fijado con mucha naturalidad un patrón en el
que cada persona tenía que conocer y aceptar el lugar que ocupaba en la
sociedad. Por ello, era importante persistir en la perpetuación de ciertos valores.
Así opinaba Felipa Basilio en enero de 1889:
La mujer negra sañudamente tratada por sus viles explotadores, viene hoy
a ser blanco más saliente a donde dirigen sus saetas envenenadas aquellos
mismo que más traficarán con su noble sangre en los luctuosos días de
esclavitud. Por eso, enervado nuestro espíritu por el duro tratamiento de
ayer y el torpe juicio de hoy, nos preparamos a la defensa en el constante
11
“A Cuba”, en Minerva, 16 de marzo de 1889, n.º 11, pp. 2-4.
Esta perspectiva también era consecuente con una crítica voraz a lo que
significó la esclavitud. Aunque abolida legalmente, las escritoras de Minerva
eran conscientes de que sus rezagos todavía calaban con mucha fuerza en la
mentalidad social. Se hacía necesario entonces criticarla cuanto más fuera
posible, colocando en el centro de la polémica algunas de sus lacerantes
repercusiones, como reflejan las palabras de K. Lanita en su escrito
“Prosigamos”, publicado en diciembre de 1888:
12
“Reflexiones”, en Minerva, 28 de febrero de 1889, n.º 10, pp. 2-5.
13
“Prosigamos”, en Minerva, 30 de diciembre de 1888, n.º 6, pp. 4-5.
14
“A mi querida condiscípula Etelvina de Zayas”, en Minerva, 15 de mayo de 1889, n.º 15, pp. 3-4.
15
“Gratitud”, en Minerva, 15 de febrero de 1889, n.º 9, pp.1-2.
Elige tú, que canto yo. Vigencia e interpretación del legado ‘minervista’
16
Algunas de estas ideas son enarboladas por la autora en su ensayo inédito: ¿Y las negras qué?
Pensando el afrofeminismo en Cuba, el cual recibiera mención en el Premio Extraordinario de
Estudios sobre la presencia negra en América y el Caribe convocado por Casa de las Américas
en el año 2012.
BIBLIOGRAFÍA
17
“La mujer y la academia”, en Minerva, 30 de mayo de 1889, n.º16, pp. 5-6.
ISSN: 2014-1130
Recibido: 05/02/2016
vol.º 13 | junio 2016 | 57-71
Aprobado: 17/03/2016
DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/mitologias.306
Valentina Salinas Carvacho
Introducción
Teresa de la Parra es una de las escritoras que ingresa al ejercicio letrado en calidad
de mujer feminista, tocada al mismo tiempo por una modernidad que amenazaba
2
Aunque estudiada en menor medida, esta tendencia también se desarrolló desde la historiografía.
Ejemplos de ello lo constituyen Mario Briceño Iragorry y Mariano Picón Salas, ambos historiadores
venezolanos que criticaron el reduccionismo bajo el cual se había leído el periodo colonial durante
el siglo XIX, proponiendo estudiarlo como la “etapa fundacional de la nacionalidad” (Rodríguez,
2002: 94-95).
A través de su estudio de las crónicas, Parra lee la historia entre líneas y advirte que
el rol de los mediadores es el que permite que los denominados genios puedan
constituirse en sujetos relevantes. En este caso, la mediación opera mediante el
ejercicio de traducción de las lenguas, gracias a lo cual se inicia la “futura
reconciliación de las dos razas” (1982: 482). Por tanto, lo que se pone de relieve es
la naturaleza colectiva de la conquista, en la cual son ciertos individuos quienen
obtienen mayor renombre, forjándose como héroes a costa del ensombrecimiento
de otros. Una crítica similar vemos cuando se refiere a Garcilaso y su madre la
“ñusta doña Isabel”, quien se habría encargado de contarle “la suave leyenda de
Manco Capac y de su mujer, hijos del Sol, civilizadores del mundo” (488), y que
daría forma al libro Los comentarios reales (1609). Este texto es para Parra “todavía
el eco de la voz maternal cuando señalando las estrellas relataba en la noche las
cándidas leyendas de la tradición incaica” (489). En ese sentido, advierte el carácter
polifónico del escrito, el cual se teje en un diálogo con individuos que tienen una
participación invisible, a modo de transmisores de un saber oral escrito por el autor
oficial, único posibilitado de hacer uso de la letra.
Cuando se refiere al periodo colonial, Parra se dedica a examinar a las
“místicas y soñadoras”; quienes no serían otras que las monjas en calidad de
intelectuales. Como ejemplos trae a escena a Santa Teresa, Sor Juana Inés de la
Cruz y a una poeta colombiana anónima de seudónimo Amarilis. Ellas habrían
ingresado al convento “para vivir entre los libros” (1982: 495), de tal manera que
llegaron a constituirse como “prototipos de la mística intelectual que tanto
abundaba en los conventos coloniales” (495). Parra conoce muy bien la historia de
cada una de estas mujeres y se dedica a biografiarlas resaltando su enorme
contribución para el campo de las letras. Es interesante observar que si bien
menciona a escritoras que habían sido, aunque en un grado mínimo, relevadas
dentro de la historia, también en su curiosidad por indagar sobre la existencia de
otras desconocidas, realza a Amarilis señalando: “Esta exquisita Amarilis que pasa
como una sombra por la literatura colonial, sin dejar más que una carta, merecería
estudiarse escribiendo sobre ella un libro entero y su poema epistolar debería ser
más conocido en los países en que se habla español” (501). En esta frase se advierte
Uno de los sentidos del presente artículo reside en visibilizar una trayectoria que en
silencio y felicidad realizaron las mujeres de otro tiempo histórico, pues allí es
donde se encontrarían muchas claves para construir el presente. Por tanto, para
ella, ambos periodos históricos no debiesen oponerse, sino complementarse. Sin ir
más lejos, considera a las monjas de la colonia como las “precursoras del moderno
ideal feminista” (493), en tanto practicaron desde el misticismo una vida interior a
partir de la cual florecieron escritos intelectuales y una cultura propiamente
femenina, alejada de los ruidos del automóvil y los viajes que no respetan “puertas
cerradas” (472).
El interés de Parra por relevar la tradición femenina colonial tiene una explicación
que se encuentra en su propia biografía, lo cual nos permite aproximarnos a la
persistencia de la Colonia en un contexto de modernización incipiente. Ella misma
declara que “casi toda mi infancia fue colonial” (1982: 491), más aún, que el
“espíritu colonial” no fue capaz de romperse a pesar de todo un siglo XIX que
intentó dejarlo atrás (491). Ante esto, cabe preguntarnos: ¿qué sería este espíritu
colonial para Parra? Sería una actitud que sobrevive en su contemporaneidad,
basada en un espíritu de “ternura y generosidad” (491), con un profundo sentido
poético que se mantiene gracias a los conventos, “relicarios vivos de tres siglos de
Colonia” (492). Es tal la importancia del espacio conventual, que llega afirmar que
la misma Colonia “se encierra toda dentro de la Iglesia, la casa y el convento”
(492). Esa vida en el convento es transmitida a Parra mediante las narraciones de
una monja expulsada de uno, llamada “Madre Teresa”, gracias a la cual pudo
construir muchas de las imágenes de la Colonia que mantiene vivas (de allí
también se explica la importancia que para la venezolana tienen este tipo de
Pascual bailando no era especialidad de aquella criada, sino que es devoción muy
común entre los negros de Venezuela” (494). En tercer lugar, esa relación afectiva
propia de las relaciones esclavistas idealizadas entre patrones y esclavos que a Parra
tanto conmueve, probablemente por su procedencia aristocrática: “reconocía ya en
lontananza aquella Colombia de las primeras visiones románticas de mi infancia: El
Valle del Cauca; la gran casa de hacienda; el estanque de los baños trémulo de
rosas; el perro Mayo; la negra Feliciana” (472). La mujer “negra” como objeto
accesorio del paisaje criollo, pero también como sirvienta leal que acompaña a la
aristocracia en sus penas: “con su blanco paño de esclava por la cabeza llorando de
emoción le manda besos, él, [Bolívar] se detiene, hace parar todo el cortejo,
atraviesa la multitud y corre a abrazar a su negra vieja” (524). Me parece vital
advertir la existencia en el imaginario de la época de “lo negro” para comprender
cómo se lee y se reelabora la Colonia en la época de Parra, lo cual pareciera pasar
inadvertido en los estudios críticos sobre su ensayo. 7 Los “negros” aparecen
constantemente en sus conferencias como acompañantes de la elite, sin condena
alguna del sistema esclavista. Son, al mismo tiempo, sujetos históricos de gran valor
pues mantienen una cultura colonial que florece de modo espontáneo, lo cual para
ella sería fundamental rescatar. Así, los negros y las mujeres anónimas forman parte
de ese pueblo que tanto la inquieta y le llama a investigar.8
Todas estas huellas coloniales ––los sujetos históricos que mantienen viva
las tradiciones–– serían vitales para su propia inscripción en una tradición
identitaria femenina subalterna, que se configuraría como una de las bases de la
identidad latinoamericana. Tal como ella señala “esos vestigios coloniales junto a
los cuales me formé están llenos de encanto en mi recuerdo y lo mismo en Caracas
que aquí en Bogotá, que en el resto de América ellos constituyen para mí la más
pura forma de la patria” (491). Para ella, la patria es un sentimiento que emana de
las vivencias asociadas a cierto tipo de identidad, y que se oponen al nacionalismo
como construcción abstracta androcéntrica. Nuevamente la correspondencia nos
permite aproximarnos a esta idea, esta vez en carta a Lydia Cabrera: “He pensado
hoy que soy enemiga de esa independencia que hizo nacionalidades en donde antes
la gente vivía ingenuamente, sin haber tomado conciencia de ellos mismos en esa
forma tan antipática que es la nación y su derivado, el nacionalismo” (Hiriart,
1988: 194). Esta crítica al nacionalismo tiene como horizonte comprender la
identidad en clave continental, “una apropiación, entonces, de la idea
latinoamericanista de una unidad cultural supranacional que, por supuesto, Teresa
7
En efecto, los estudios revisados hacen hincapié, desde distintos puntos de vista, en la importancia
que tiene en su ensayo el rescate de la mujer en la historia, sobre todo en términos políticos. Sin
embargo, no han ahondado en los elementos más bien marginales en su discurso, pero que están sin
duda presentes, y que son fundamentales para tejer el entramado de imaginarios que conforman su
idea de la Colonia, como es el caso de los “negros”.
8
Como le expresa a Vicente Lecuna en 1931: “pienso escribir a algunos amigos pidiendo me envíen
lo que haya sobre folklore venezolano. Tengo algo pero es muy poco y también me parece
indispensable conocerlo lo mejor posible, pues el pueblo, por su misma ignorancia de las cosas
oficiales, conserva mucho la tradición y la trasmite sin esfuerzo” (Parra, 1982: 556).
había bebido del ideal bolivariano y martiano, reinterpretado desde una tradición
femenina” (Mattalia, 2003: 161). No obstante, tales ideas son leídas críticamente y
poniendo en tensión las denominaciones ensayadas hasta la fecha:
Yo creo que mientras los políticos, los militares, los periodistas y los
historiadores pasan la vida poniendo etiquetas de antagonismos sobre las
cosas, los jóvenes, el pueblo y sobre todo las mujeres, que somos numerosas y
muy desordenadas, nos encargamos de barajar las etiquetas estableciendo de
nuevo la cordial confusión. Me refiero especialmente al molesto
antagonismo, obra de la imprenta y no de la lengua viva que ha venido a
oponer el indoamericanismo, al hispanoamericanismo. Yo no quiero hablar
aquí de la maldad que encierran estas dos fórmulas enfrentadas como dos
temas de discordia dentro de la misma casa: de un lado el inhumano desdén
del blanco ininteligente e insensible que se cree todavía dueño y señor; del
otro lado el indianismo romántico, el odio sordo del mestizo hacia la raza
intrusa, el odio que espolea dariamente la divulgada e injusta versión de la
conquista española a sangre y fuego. (Parra, 1982: 476-477)
Existen en esta cita dos elementos claves para comprender la relación entre historia,
identidad y género. En primer lugar, la correspondencia que establece entre la
etiqueta de una identidad producida y los hombres. Lo hombres, a diferencia de las
mujeres y el pueblo que “confunden” las nominaciones establecidas, han creado
dichas etiquetas, legando a la sociedad una historia de la Conquista basada en
antagonismos que para Parra no representan el alma de la Colonia: “inquieta,
inteligente, generosa y tolerante” (490). En este sentido, polemiza con las
ideologías de intelectuales como Mariátegui o José Vasconcelos, quienes buscan
reelaborar la identidad latinoamericana en base a la figura del indio o del mestizo,
en contra de la herencia colonial. Distanciada de estas lecturas que interpreta como
negativas, propone leer la Colonia en clave femenina-subalterna, puesto que son las
mujeres, los negros, indios, cronistas, y todos aquellos sujetos que aparecen como
anónimos, quienes se desmarcarían de los conflictos políticos y bélicos que
opondrían a las razas, transmitiendo un ideal de quietud, paz y serenidad. La
propuesta de Parra, entonces, implica leer la historia mediante un ejercicio de
Conclusiones
Quisiera cerrar con la frase de inicio de este ensayo, escrita por la propia Teresa de
la Parra: “Actualmente me ocupo en estudiar la época colonial hispanoamericana
sobre la cual quisiera escribir algún día” (1982: 600). La escritura de la historia
tiene una larga data, con origen en términos disciplinares en el siglo XIX, y una
intensificación tras su profesionalización en el siglo XX. Sin embargo, otras formas
de narración histórica ingresaron, a modo de ensayos, conferencias, entre muchas,
para disputar construcciones de la historia que hasta cierto momento estuvieron al
servicio de códigos masculinos del hacer. Lo interesante de estas otras narraciones
—alivianadas de la carga de pretensión de cientificidad— es que interpelaron a los
discursos historiográficos, creando historias desde el plano de la experiencia, las
lecturas, las conversaciones con sujetos históricos vivos, los viajes por espacios
“congelados” en el tiempo, que no sólo nos muestran otro modo de los sujetos de
relacionarse con el pasado, sino de la importancia que dicho pasado puede tener
para resignificar las identidades, en este caso, las identidades de las mujeres en
términos políticos. Aunque Parra no pudo dar a luz a su proyecto de escribir sobre
el periodo colonial producto de su temprana muerte, nos legó un documento
inicialmente escrito para ser expuesto, un ensayo hasta el día de hoy de circulación
menor; el cual, junto a un corpus de textos de mujeres que en su misma época se
atrevieron a estudiar el pasado desde otras fuentes no androcéntricas, son
fundamentales a la hora de estudiar las representaciones de la identidad, de la
historia y de la persistencia de “lo colonial” en nuestras sociedades
latinoamericanas.
BIBLIOGRAFÍA
DULCE MARÍA LOYNAZ: UN LIBRO, UN VIAJE Y UN GRAN AMOR. NOTAS
Y ENIGMAS PARA UN ESTUDIO DE JARDÍN
Dulce María Loynaz: a Book, a Journey and a big love. Notes and
Conundrum for a Study of Jardín
Abstract: The Spanish translation of Matilde Serao's book Ella non risponse,
by Dulce Maria Loynaz, published in Cuba on 2013 and the introductory
study made by the Cuban researcher Zaida Capote are the axes that motivate
the following essay. The main purpose of this goes around Loynaz’s
translation: the possible motivations that determined the choice of that book,
such as some stylistic peculiarities present in the translating exercise and
assessments of the “influence” of the Italian novel in Jardin.
Keywords: Gender Studies, Literary Translation, Intercultural Relations
between Cuba and Italy
Preliminar1
1
A mis amigos cubanos Verónica Alemán, por sus indicaciones académicas, y a Javier Montenegro,
que desde La Habana exploró aquella casa mágica donde residía la poeta, cuyas imágenes me
inspiraron en Roma.
Sin embargo, ¿cómo descubre la escritora cubana durante su viaje a Italia (por el
año 1938) la novela Ella no responde (1917) que evocaría su gran historia de amor
con Pablo Álvarez de Cañas? ¿Acaso debido a un hallazgo fortuito? Alrededor de
ese hecho solo se formulan interrogantes. Lo que es bastante probable —siguiendo
atentamente la pesquisa de Zaida Capote— es que la escritura genésica de Jardín se
fundara con los tiempos de esta traducción. De ahí que deriven cuestiones
primordiales de influencias literarias: por cuanto la novela epistolar italiana incide
en la novela lírica cubana, cuestión medular planteada por la investigadora en el
citado trabajo.
En términos de estilo la estudiosa marca puntos cardinales sobre la
impronta de Ella no responde en Jardín: concuerdan especialmente en aquellos
episodios en que se abren una serie de cartas de amor escritas por el amante
desesperado, a quien la mujer no responde en ninguno de los libros. Las dolencias
de ese amor, manifiesto en el tono predominante que asume el narrador-personaje
Paolo Ruffo, de la Serao, aparecen también en determinados pasajes del amante
misterioso de Jardín (Capote Cruz, 2013: 17). Por otra parte, sostiene la
investigadora que Dulce María Loynaz pudo haber encontrado inspiración en esa
novela para la ambientación de la vida fuera del jardín, así como sobre
determinadas notas de estilo dadas por la fragmentación del discurso que también
es propia de Matilde Serao.
En fin, una historia, signada por un viaje a Italia, una traducción literaria y un
gran amor, se convierte en el fondo de nuevos asedios a la enigmática novela
Jardín.
¿Por qué hablar de «convergencias literarias» entre dos autoras si está claro que hay
un margen temporal notable y, en este caso, la influencia ocurre siempre en una
dirección: del texto antiguo, es decir, del autor precedente, al moderno? ¿Podría
acaso fracturarse dicha lógica? De ser posible, entonces aritméticamente hablando,
podrían encontrarse las siguientes soluciones: a) que el texto, o más bien, el autor
moderno influya/condicione al antiguo; b) que los dos textos o autores converjan
en puntos comunes motivados por un tercer factor. Posibilidades polémicas las dos
y solo filosóficamente verificables, pero que quisiera tener en cuenta al analizar el
caso de la traducción española de Dulce María Loynaz, pues de la repercusión que
para su libro Jardín conllevó la novela Ella no responde, de Matilde Serao, he citado
la investigación anterior.
Como puede apreciarse la traducción que hace de la Serao, Dulce María no busca
una simple correspondencia de una palabra a otra, tampoco traslada la idea general
de cada estructura gramatical, lo que al parecer persigue es un ensayo de
2
El tachado corresponde a la parte del texto que Dulce María Loynaz omite en su traducción.
Para abordar la propuesta en la que dos textos se relacionen sin influir uno en otro
de modo directo, sería preciso apelar a consideraciones teóricas que han centrado el
....alla vostra cintura alta e molle di seta bianca, sul vostro vestito bianco che era,
mi è parso, di lana leggera, voi portavate, un'ora fa, o Diana, quando i miei
occhi si sono beati della vostra visione, Diana, cuor del mio cuore, voi portavate,
sul lato sinistro, tre stupende rose bianche. Perchè i fiori che vi adornano, Anima
cara, sono sempre bianchi? (Serao, 1919: 13)3
...ti ringrazio per avermi mandato il bellissimo libro della poetessa Dulce Maria
Loynaz intitolato Jardín.
Dalla lettura attenta che ne ho fatto mi rendo conto che tutti gli elogi che tu hai
fatto dell´opera sono perfettamente meritati e l´autrice é certamente dotata di un
temperamento poetico di prim´ordine.5
De haberse publicado en tal ocasión Jardín, cuya matriz genésica se debe en parte a
una novela italiana, a un viaje a Italia y a un gran amor, habría regresado entonces
tempranamente a ese país, donde aun hoy no ha llegado tal libro, para cumplir así
la realización de su ciclo literario.
BIBLIOGRAFÍA
CAPOTE CRUZ, Zaida (2013), “Dulce María Loynaz traduce a Matilde Serao”, en
Matilde Serao, Ella no responde. Matanzas, Ediciones Vigía. pp. 7-18.
FRYE, Northrop (1986), Il grande codice. La Bibbia e la letteratura. Torino,
Einaudi.
LOYNAZ, Dulce María (1951), Jardín. Madrid, Aguilar.
_____ (1950), “Mi poesía: autocrítica”. Consultado en
<http://www.habanaelegante.com> (20/03/2016).
_____ (2000), Fe de vida. La Habana, Letras Cubanas.
MARTÍNEZ MALO, Aldo (2015), “¿Cómo se escribió Jardín?”. Consultado en
<http://www.cervantesvirtual.com> (21/03/2016).
RUSSOTTO, Márgara (1990), Tópicos de retórica femenina. Memoria y pasión del
género. Caracas, Monte Ávila Latinoamericana.
SERAO, Matilde (1919), Ella non risponse. Fratelli Treves, Milán. Consultado en
<http://www.classicistranieri.com > (14/05/2014).
_____ (2013), Ella no responde. Matanzas, Ediciones Vigía.
5
“…te agradezco haberme enviado el bellísimo libro de la poeta Dulce María Loynaz titulado
Jardín. De la lectura atenta que he hecho me doy cuenta de que todos los elogios que hiciste de la
bra son perfectamente bien merecidos y la autora está ciertamente dotada de un temperamento
poético de primer orden”. Carta inédita, archivada en la Fondazione Mondadori en Milán.
Abstract: this essay aims to revisit the path traced by the poet Delmira
Agustini (1886-1914) in dialogue with Rubén Darío’s poetic proposal in
order to emphasize just how the symbols of Modernism were
reinterpreted, even outnumbered, by the Uruguayan. Thus, the poet
undertook the path to a subversive representation of women’s desire at
the beginning of the 20th century.
Keywords: Delmira Agustini, Rubén Darío, Modernista, Women Poets
1.
2.
Como afirma Jorge Luis Castillo (citado por Jrade, 2009: 63), la íntima,
elegante y cálida alcoba que dibuja la uruguaya recuerda al suntuoso interior
burgués que aparece en “De invierno” de Darío (Azul…):
3.
Si para Rubén Darío fue importante cultivar su genio artístico a lo largo de una
existencia que fue, al mismo tiempo, fuente de placer y angustia, no lo fue
menos para Delmira Agustini. Sin embargo, ambos lo afrontaron desde diversas
perspectivas y, en ese sentido, el diálogo entre sus textos permite vislumbrar dos
aproximaciones a una serie de signos poéticos que el modernismo cimentó.
Darío, con su exhibición simbólica de la sexualidad y sus interpretaciones
eróticas del mundo, brindó el punto de vista masculino: recreó un lenguaje
poético donde el cuerpo de la mujer aparece como construcción artificial,
1
Pierre Bourdieu afirma lo siguiente: “Sabiendo, por tanto, que el hombre y la mujer son vistos
como dos variantes, superior e inferior, de la misma fisiología, se entiende que hasta el
Renacimiento no se disponga de un término anatómico para describir detalladamente el sexo
de la mujer, que se representa como compuesto por los mismos órganos que el del hombre,
pero organizados de otra manera. Y también que, como muestra Ivonne Knibiehler, los
anatomistas de comienzos del siglo XIX (Virey especialmente), prolongando el discurso de los
moralistas, intenten encontrar en el cuerpo de la mujer la justificación del estatuto social que le
atribuyen en nombre de las oposiciones tradicionales entre lo interior y lo exterior, la
sensibilidad y la razón, la pasividad y la actividad” (Bourdieu, 2000: 28-29).
objeto del deseo masculino. Agustini parte de esa simbología modernista, pero
desestabiliza su preciosismo “para dar cabida a una nueva visión del lenguaje
erótico concebido por una mujer” (Caballé, 2004: 649).
En general, la poesía agustiniana se fundamenta en una concepción
personal a partir de la cual le da 'forma' de sueño al deseo, el cual se bifurca en
dos vertientes: el deseo amatorio y el deseo de colmar el genio artístico por
medio de la escritura; la necesidad de crear un espacio donde también sea
posible una “dialéctica del deseo”, en palabras de Barthes. 2 Ese deseo es
representado oníricamente como recurso discursivo voluntario, y no porque el
deseo se fundamente en la irrealidad. Es decir, Agustini se refugia en lo onírico
para dibujar los contornos de ese deseo y no simplemente como una forma de
evasión. Como sabemos, la crítica literaria de su tiempo malinterpretó lo
anterior y enfatizó que su deseo no era en realidad sentido, vivido,
experimentado, sino más bien sólo soñado. Precisamente, Carlos Vaz Ferreira
escribió el siguiente comentario después de que la poeta publicara Cantos de la
mañana (1910), despojándola de su voluntad reflexiva: “Si hubiera de apreciar
con criterio relativo, teniendo en cuenta su edad, etc. diría que su libro es
simplemente un ‘milagro’… No debiera ser capaz, no precisamente de escribir,
sino de ‘entender’ su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir lo
que ha puesto en ciertas poesías suyas […] es algo completamente inexplicable”
(Agustini, 2000: 211).
A medida que Agustini se adentra en ese universo, el deseo se vuelve
más explícito. Por ejemplo, en Los cálices vacíos (1913), su libro más
transgresor, encontramos poemas dedicados a la boca del amante (“Maravilloso
nido del vértigo, tu boca!”), a sus ojos (“¿Sabes todas las cosas palpitantes /…/
que pueden ser tus ojos?”), a sus manos (“Manos que vais enjoyadas / Del rubí
de mi deseo”) (Agustini, 2000: 228, 231, 251). La poeta repite una y otra vez el
aspecto físico de la unión de los amantes y expresa libremente su deseo.
Precisamente, algunos poemas como “Otra estirpe” (“Así tendida soy un surco
ardiente”), “Visión” (“Te inclinabas a mí supremamente”) y “Para tus manos”
(“Con finos dedos tomasteis / la ardiente flor de mi cuerpo”), terminaron
escandalizando a los círculos sociales de su tiempo, a las señoras de la burguesía
(Agustini, 2000: 236, 243, 251). Manuel Ugarte aseguró en su momento que
“la espontaneidad salvaje y el fuego sensual […] produjo enseguida en torno de
2
En El placer del texto (1973), Roland Barthes enfatiza que “al texto se va con todo el cuerpo”,
algo que José Miguel Marinas, en su introducción a este ensayo, explica muy bien al subrayar
que el filósofo francés “rescata lo corporal del acto de escribir. Cuerpo de quien escribe que no
sólo es instrumento, escenario de muchas historias menudas que salen al texto a su manera,
sino que es campo arado por el escribir mismo. […] Escritura, sujeto, cuerpo: la ampliación del
campo de reflexión sobre la importancia ética y política del escribir, incluye en el proceso
llamado texto su entramado cultural y también su entramado inconsciente, el que circula —
mudo pero dando voces— por el cuerpo” (Marinas, 2007: X-XI). De ahí se entiende que
Barthes señalara lo siguiente “Si leo con placer esta frase, esta historia o esta palabra es porque
han sido escritas en el placer (este placer no está en contradicción con las quejas del escritor).
Pero ¿y lo contrario? ¿Escribir en el placer, me asegura a mí, escritor, la existencia del placer de
mi lector? De ninguna manera. Es preciso que yo busque a ese lector (que lo ‘ligue’) sin saber
dónde está. Se crea entonces un espacio de gozo. No es la ‘persona’ del otro lo que necesito, es el
espacio: la posibilidad de una dialéctica del deseo, de una imprevisión del gozo: que las cartas no
estén echadas sino que haya juego todavía” (Barthes, 2007: 4).
ella una especie de cordón sanitario. Las almas apocadas y prudentes se alejaron
como de un foco de perdición” (Ugarte, 1939: 1342-1343).
Sin embargo, la presencia carnal del amante en la poesía de Agustini no
es obstáculo para que éste adquiera una dimensión fundamentalmente
sobrehumana ya que crece, hiperbólico, en el terreno de la creación literaria. Es
decir, ese amante tan vívidamente presente a través de la descripción de sus
ojos, boca, manos, es también uno que ha adquirido unas dimensiones
extraordinarias frente a las cuales el yo poético goza fascinado, aspecto que hace
ya algún tiempo enfatizó Angelina Gatell (1964: 586). Agustini incluso lo
describe a partir de referencias que recuerdan a los dioses griegos o que
enfatizan su naturaleza sublime: “Venías a traerme mi destino, / Tal vez desde
el Olimpo, en esas manos” (“Para tus manos”, Los cálices vacíos) (Agustini,
2000: 251); “El amante ideal, el esculpido / En prodigios de almas y de
cuerpos, / Arraigando las uñas extrahumanas / En mi carne…” (“El surtidor de
oro”, Los cálices vacíos) (Agustini, 2000: 247). En este aspecto recuerda a Darío
quien, en poemas como “Venus” (Azul…), también se mostró deseoso de
experiencias tórridas con diosas: “¡Oh reina rubia! –díjele– mi alma quiere dejar
su crisálida / y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar; / y flotar en el nimbo
que derrama en tu frente luz pálida, / y en siderales éxtasis no dejarte un
momento de amar” (Darío, 2000: 28). Sin embargo, en la poesía de Darío no
suele haber intercambio: la mujer o diosa es casi siempre observada, provoca
querencia, deseo, pero la acción no trasciende para materializarse en el
intercambio carnal que a menudo aparece en la poesía de Agustini.
Como ya dije, Darío perfila a la mujer como objeto de deseo y lo hace
representándola en dos vertientes: ya sea a través de la imagen de la amada
pura, virginal e intangible típicamente romántica, o de la mujer-pasión, es
decir, la femme fatale, propia del decadentismo finisecular. En otras ocasiones, a
la mujer se le adjudica, como máximo, el papel de intermediaria entre el Poeta-
Hombre y el Arte, es decir, se le convierte en la musa inspiradora. Pero
Agustini cambia los papeles. Es cierto que, en parte, la uruguaya reproduce
figuras o modelos femeninos patriarcales; pero la diferencia es que ella los
presenta matizados y profundamente erotizados.
Tomemos como ejemplo la figura de la flor. Darío, para subrayar la
ligereza femenina, en “Canción de carnaval” (Prosas profanas) le dice a la musa:
“para volar más ligera, / ponte dos hojas de rosa” (Darío, 2000: 46).
Asimismo, en “Para la misma” (Prosas profanas), el poeta nos dice lo siguiente:
“princesa tan gentil, / digna de que un gran pintor / la pinte junto a una flor /
en un vaso de marfil” (Darío, 2000: 47). Mientras que en “Bouquet” (Prosas
profanas) se enumeran sustantivos tales como nieve, cirios, lirios, espuma, todo
lo cual enfatiza la blancura de corazón, la pureza, de una muchacha a la que al
final el hablante le exclama: “¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco / La más
roja rosa que hay en mi jardín!” (Darío, 2000: 49), una clara alusión al vaivén
del deseo masculino que aquella provoca y que se concreta en la flor como
reflejo de ese deseo.
La flor de Agustini no se mantiene pasiva o está allí sólo para ser
descrita, observada o deseada, como tradicionalmente se le ha retratado, sino
que se 'abre' al contacto del amor o del cuerpo del amado, o es una flor que se
abre por 'sí sola' para ofrecer sus néctares: “Como una flor nocturna allá en la
sombra / Yo abriré dulcemente para ti” (“Íntima”, El libro blanco,) (Agustini,
2000: 164); “… yo desato / Cabellos y alma para tu retrato, / Y me abro en
flor!...” (“Con tu retrato”, Los cálices vacíos) (Agustini, 2000: 241); “La eléctrica
corola que hoy desplego / Brinda el nectario de un jardín de Esposas (“Otra
estirpe”, Los cálices vacíos) (Agustini, 2000: 243).
En la mayoría de los poemas de Agustini no se alude a una autoridad
que reprime al deseo: este fluye libremente, por lo tanto, el yo lírico femenino
nunca aparece devaluado, tiene una voz contundente en cuanto expresa sus
anhelos más íntimos. Es evidente que el afán poético agustiniano no surgió
para enfatizar cualidades asociadas a las “virtudes femeninas” (modestia,
delicadeza, pureza), sino para desentrañar la aguda tensión entre su identidad y
su deseo.
La tendencia exótica del modernismo, su orientalismo y
cosmopolitismo, su refinamiento, estuvo acentuada no sólo por elementos
inspiradores simbolistas como el spleen, el dandismo y la figura del flâneur, sino
también por la mujer. Para Darío, la constante fue “cuerpos bellos, bebedizos
diabólicos”, como nos recuerda Pedro Salinas, y que el mismo Darío nombró
en su novela inconclusa Oro de Mallorca (Tovar, 1987: 119). Más allá de la
anécdota, en la poesía dariana, el artista se nutre de la mujer para crear belleza.
En ocasiones, se vale de la imagen de la femme fatale, siguiendo a los simbolistas
franceses, como en “Querida de artista” (El canto errante, 1907). Aquí, el poeta
le insta a una mujer-hechicera que se ponga a la altura de su amante artista y
que lo inspire, lo haga producir arte; pero al mismo tiempo enfatiza que esa
inspiración la debe ejercer sin abusar de sus “destrezas femeninas”:
Recordemos que las ideas abstractas del Simbolismo hicieron uso de una
“forma concreta” de mujer a la que le otorgaron una dimensión conceptual, es
decir, arquetípica: “Y aunque la mujer es también la esposa casta, la madre-
Madonna, y la soeur d’election baudeleriana, ella es, sobre todo, la mujer fatal”
(Bornay, 1998: 98). Es decir, mujer deseada y temida a la vez. En “Divagación”
(Prosas profanas), Darío perfila a un yo lírico que adora no a uno sino a varios
de esos iconos femeninos que vienen a ser siempre la mujer fatal. Al final,
exclama lo siguiente: “Ámame así, fatal, cosmopolita, / universal, inmensa,
única, sola / y todas; misteriosa y erudita: / ámame mar y nube, espuma y ola”
(Darío, 2000: 42).
En contraste, Agustini utiliza el arquetipo de la femme fatale para
recrear un sujeto poético femenino que se adentra en su genio artístico, que
interroga y desenmascara. Es evidente que Agustini se abrió paso en el mundo
literario reinterpretando la estética de su tiempo y esto le permitió establecer
una dialéctica entre el propio ser y su representación. En dicho proceso
dialéctico intervinieron múltiples factores, la mayoría enraizados en un
imaginario que la precedía: mitos, arquetipos, imágenes, figuras femeninas
creadas por el imaginario tradicional, léase masculino. Agustini lo adopta, sí,
pero su identificación con el modelo de la femme fatale a menudo surge de la
necesidad de representarse como una individualidad poderosa, al mismo
tiempo que rechaza la imagen —más tradicional— de la mujer lánguida y
sentimental. En este sentido, la construcción artificial de la imagen femenina
realizada por los simbolistas franceses de finales del siglo XIX, y de la que bebe
Darío, juega un rol importante. En pocas palabras, como le ha sucedido a
tantas mujeres escritoras y artistas, las representaciones de Agustini —las
identidades femeninas que perfila— se encuentran confinadas en la
contradicción, pues están determinadas por la oposición binaria, por dos
formas fijas, fosilizadas, de ser mujer (virgen-ángel-madre versus puta-femme
fatale-estéril). Pero, aunque el arquetipo de la mujer fatal la encierra en un
símbolo, la poeta uruguaya se las ingenia para fugarse por las grietas de dicho
símbolo: lo reinterpreta y, al hacerlo, desafía al “mundo de la cultura” y
proclama su agudeza.
Sobresalen, por ejemplo, sus representaciones femeninas del vampiro y
la serpiente que le permiten saltarse las restricciones, la gazmoñería, pero
también para desgranar su deseo, uno que resulta paradójico, especialmente
porque se experimenta dentro de las barreras y los tabúes represivos de su
tiempo. Así, su sujeto poético desplaza al hombre como protagonista del deseo
y se inscribe dentro de un territorio marcado por tensiones, oposiciones, fuego
y sombra: “¿Por qué fui tu vampiro de amargura? / ¿Soy flor o estirpe de una
especie oscura / Que come llagas y que bebe llantos?” (“El vampiro”, Cantos de
la mañana) (Agustini, 2000: 186); “Enróscate; ¡oh serpiente caída de mi
Estrella / Sombría a mi ardoroso tronco primaveral!” (“Supremo idilio”, Cantos
de la mañana) (Agustini, 2000: 188).
También aparece una Salomé meditativa y, en ese sentido, desgarra esa
paradigmática imagen femenina —objeto de arte desde hace siglos— para
mostrarnos un sujeto que reflexiona sobre la cabeza que tiene en sus manos, a
veces en un afán de posesión (“Mis amores”, El Rosario de Eros), en otras
intentando aprehender y comprender lo que lleva dentro (“Tu dormías”,
Cantos de la mañana). De esta forma, Agustini plantea el problema de las
fronteras o las barreras del lenguaje, el aprieto que implica encontrar un
verdadero interlocutor cuando la lengua tiende a cerrarse, escurrirse, congelarse,
inmovilizarse, dentro de los lugares comunes y las convenciones administradas
por lo “políticamente corregidor” (Marinas, 2007: XV). ¿Es posible transmitir
la complejidad de la idea, la mudez del inconsciente, por medio de una lengua
de antemano limitada, limitante? Esto coincide con la dificultad de expresar
3
Los poemas ya citados son algunos ejemplos de la inscripción del carácter del cisne en Darío.
Además, hay que mencionar “El cisne”, incluido en Prosas profanas, así como la serie titulada
Los cisnes y el poema “Leda”, incluidos en Cantos de vida y esperanza (1905).
4
Los poemas que pertenecen a la serie Los cisnes son los siguientes: “¿Qué signo haces, oh Cisne,
con tu encorvado cuello?”, “En la muerte de Rafael Núñez”, “Por un momento, ¡oh Cisne!,
juntaré mis anhelos” y “¡Antes de todo, gloria a ti, Leda!”.
4.
5.
BIBLIOGRAFÍA
DOSSIER 2
INTRODUCCIÓN
RELECTURAS DEL SUJETO EN LA LITERATURA LATINOAMERICANA:
Abstract: this paper studies the treatment of the myth of the "unknown
soldier" in Latin American Literature. The first part analyzes the
historical origins of that myth, as well as its literary embodiments. The
second part studies the way that El soldado desconocido (1922) by
Salomón de la Selva, Los pichiciegos (1983), by Rodolfo Fogwill and
España, aparta de mí estos premios (2009), by Fernando Iwasaki demystify
the myth of the 'unknown soldier'.
Keywords: Postnacional Literature, Latin American Literature, Rodolfo
Fogwill, Salomón de la Selva, Fernando Iwasaki
1.
2.
abril, el genocidio de 1915. Finalmente, los sin papeles de la iglesia Saint-Bernard movilizaron
al soldado desconocido y la memoria de los soldados senegaleses para pedir su regularización,
invocando los sacrificios de sus abuelos y afirmando que en aquella tumba podría haber un
combatiente negro (Naour, 2008: 76).
2
También es interesante el caso de la URSS, donde el culto a la personalidad de Lenin y de
Stalin impidió que prosperase el culto al soldado desconocido y el caso de Alemania, donde la
estructura federal del estado y el hecho de haber perdido ambas guerras mundiales impidieron
la realización de un símbolo unitario alemán como era el del Soldado Desconocido. Aun así, en
1969, Alemania construirá un monumento a un soldado y a un deportado desconocidos,
convirtiéndose, de este modo, en el único país que, además de conmemorar a sus propios
muertos, conmemora a aquellas personas de cuya muerte se considera responsable (Le Naour,
2008: 97).
3
Sobre los procesos de formación de mitos y rituales nacionales, véase Hobsbawm 2002a y
2002b.
frente norte (1917), suponían, siguiendo las palabras de Rilke, quien redactó
forzadamente varios de estos títulos, la "negación de todo lo espiritual".4
En su brillante ensayo Guerra y lenguaje, Adan Kovacsis nos informa de
que durante los primeros meses de la Gran Guerra se escribieron, sólo en
Alemania (aunque cabe sospechar que ni Francia ni Inglaterra se quedaron a la
zaga), unos cincuenta mil poemas patrióticos, entre los cuales bastará citar los
siguientes versos del famoso "Canto de odio a Inglaterra", compuesto por el
auto-proclamado poeta austríaco judío Ernst Lissauer, y que todos los niños y
soldados austríacos debieron aprender durante los años de la Gran Guerra:
Que todas estas obras, junto con aquellas que cantaban las heroicidades del
soldado desconocido, hayan sido olvidadas en nuestros días no implica que la
producción pseudoliteraria o pseudoartística asociada al nacionalismo haya sido
totalmente abandonada. De un lado, la reducida variedad de las experiencias
humanas asegura que ningún mito puede quedar desactivado durante
demasiado tiempo; del otro, el regreso de un nacionalismo que apenas había
empezado a irse, como respuesta a los desajustes económicos, sociales y
culturales de la globalización, ha supuesto una recuperación de viejos mitos
nacionalistas que algunos creían, ingenuamente, superados (Girardet, 1986).
Finalmente, el nacionalismo revolucionario o antiimperialista, que dominó
durante los años 1960 a 1990 en muchas zonas del tercer mundo, llevó a la
izquierda europea a desatender sus raíces internacionalistas y pacifistas para
flirtear con el ideario nacionalista, especialmente en el caso de las naciones sin
estado, que tendían a equipararse a las colonias de la periferia. No disparamos,
pues, contra una ambulancia, cuando nos interesamos por aquellas obras que
han buscado criticar el mito del soldado desconocido como parte de un
proyecto de desmantelamiento de la cosmovisión nacionalista.5
4
Carta a Anton Kippenberg del 15 de febrero de 1916.
5
Dentro de este tipo de literatura, que hemos dado en llamar posnacional, nos encontramos,
claro está, con obras que caen en la mera literatura de tesis y otras que trascienden ese proyecto
filosófico-político concreto para instalarse en el ámbito de autonomía intelectual y variedad
temática que caracteriza a la gran literatura. Del mismo modo que la obra de Montaigne,
Cervantes, Shakespeare o Voltaire participaban, aunque no siempre de forma plenamente
consciente, de un proyecto filosófico-político de secularización, y aun así no se reducían a mera
literatura de tesis, también algunas de las obras adscribibles a la corriente de la literatura
posnacional participan de un proyecto semejante, sin caer por ello en el panfleto. Lo cierto es
que la literatura posnacional se nos presenta como heredera de la literatura renacentista e
ilustrada, que buscaba, en progresión ascendente, oponer a la concepción trascendente,
espiritualista, ascética e intelectualmente ancilar de la existencia, propia del teocentrismo
cristiano, otra concepción de corte inmanentista, materialista, hedonista y librepensadora. A su
Mitologías hoy | vol.º 13 | junio 2016 | 105-119 109
Bernat Castany Prado
6
Vale la pena recordar el fragmento entero: "Quiero, por si me muero, / confesarte que casi /
todas las noches lloro, / pero que sin embargo / me estoy poniendo gordo, / y ya nada me
importa, / quienes ganen o pierdan, / pues no sé cómo, ahora / lo único que creo / es que la
guerra es mala. / Tus palabras hermosas / me avergüenzan por eso". (70)
Mitologías hoy | vol.º 13 | junio 2016 | 105-119 113
Bernat Castany Prado
-¡Pasá una seca! –pidió, pero por tanto tiempo sin hablar la voz le
había salido resquebrajada.
-¿Qué? –quería entender el llegado.
-¡Una seca! ¡Una pitada! –ordenó. (15)
Es que el miedo suelta el instinto que cada uno lleva dentro, y así como
algunos con el miedo se vuelven más forros que antes, porque les sale el
dormido de adentro, a él le despertó el árabe de adentro: ese instinto de
amontonar las cosas y de cambiar y de mandar. […] Y a otros, el miedo
les sacaba el hijo de puta que tenían adentro y perdían enseguida. Para el
principio de mayo, ya no quedaba ni uno de ésos entre los pichis. Los
otros pichis ya los habían acabado, o se habían ido.
Y a otros, el miedo les saca el inservible de dentro. Se volvían tan inútiles
que casi nadie se los acordaba. Podían pasar tres días enteros durmiendo,
comiendo las sobras de los vecinos de chimenea y sin salir a mear, para
no hacerse ver por los que mandan. (141)
La tercera y última obra que vamos a tratar es España, aparta de mí estos premios
(2009), de Fernando Iwasaki Cauti. Ya desde el epígrafe, en el que Borges
afirma que los "sudamericanos" tienen el privilegio de poder manejar los temas
europeos "sin supersticiones" y con "irreverencia" (en Iwasaki, 2009: 11) y el
prólogo, en el que Iwasaki afirma que escribe siempre "para la España que sabe
reírse de sí misma" (14), el libro se presenta como un ataque al nacionalismo,
en general, y a los nacionalismos peninsulares, en particular.
La brillante estructura del texto, que se basa en la repetición de un
mismo cuento con las modificaciones necesarias para adaptarse a las bases y
expectativas de diversos concursos literarios, le permite al autor satirizar la
realidad española desde múltiples perspectivas encontradas, puesto que son las
bases de los certámenes, quintaesencia de los varios dogmatismos identitarios
que campan por la Península, las que obligan al autor a escribir y reescribir de
esa manera el cuento original. De este modo, el verdadero protagonista, que es
el autor novel que desea ganar alguno de esos concursos literarios, representa a
todas las personas que, sin identificarse ciegamente con ninguno de los bandos
en lucha, debe realizar todo tipo de malabarismos para adaptarse a la proteica
locura que le envuelve.
7
"…a san Martín, en las Malvinas, se le hubiera resfriado el caballo" (179).
que han formado un bipartito, hecho que obliga al ficticio autor del cuento a
todo tipo de contorsiones. Finalmente, el viejo japonés que había permanecido,
no ya en una cueva malagueña, sino "dentro de las galerías subterráneas del
Alcázar de Toledo" (42), también "ignorante del final de la guerra civil
española" (42), tomará, al despertar, como rehenes, a los manifestantes de
ultraderecha, reunidos para conmemorar la defensa del Alcázar de Toledo y a
los contramanifestantes de izquierdas, a los que el narrador llamará "los rehenes
de las dos Españas" (41).
En los cinco relatos restantes, el elemento militar no es tan evidente, de
modo que no pueden ser considerados como sátiras del culto al soldado
desconocido. Tal es el caso de "La geisha cubista", en el que Iwasaki se burla de
lo políticamente correcto, en general, y de cierto feminismo, en particular, así
como del nacionalismo catalanista, en la figura de Michiko Arakaki, que "había
permanecido escondida sesenta y siete años dentro del Ayuntamiento de
Barcelona, ignorante del final de la dictadura franquista" (66); de "El sake del
pelotari", donde "Ahitori Tsurunaga y los kirishitan de Ogimachi habían
permanecido escondidos más de trescientos años en las inaccesibles montañas
de Shirakawa-Go, ignorantes del final de la persecución del cristianismo" (86);
"La katana verdiblanca", donde dos japoneses llevan más de cincuenta años
viviendo en Coria del Río, siendo uno seguidor del Sevilla y el otro del Betis;
"El sushi melancólico", donde se enfrentan un cocinero vasco experimental y
un japonés educado en la comunidad kirishitán de Nagasaki, que prepara
cocina vasca tradicional; y, finalmente, "Tsunami de Sanlúcar", donde en la
celebración, en el Starlight Roof del Waldorf Astoria, de la presentación del
langostino de Sanlúcar en Manhattan, organizado por la Junta de Andalucía
(139), acaba actuando un conjunto japonés llamado "Tsunami" de Sanlúcar.
Conclusión
de los deportes nacionales supone una especie de comunión dominical, con sus
cánticos, vestimentas, comidas compartidas.
No debemos, sin embargo, pensar que se trata de un trasvase inocente
de elementos meramente formales. Tampoco es suficiente cerrar el debate
afirmando que el nacionalismo es una religión civil, como si dicha expresión
apuntase a una religión secularizada, civilizada, domesticada. Lo cierto es que,
bajo estos parecidos formales, perduran ideas de corte religioso que afectan a
cuestiones de orden metafísico, moral e, incluso, antropológico; hecho que
supone una agresión contra uno de los principios esenciales del liberalismo
ilustrado, esto es, la separación de las esferas religiosa y política. Ese fondo
religioso puede resumirse en el sacrificio de la vida real y material en aras de
una trascendencia supuesta y espiritual.
Es en este sentido que afirmamos que las palabras que Sarmiento
escribió en la pared de los baños de Zonda, "On ne tue point les idées", "No se
mata a las ideas", cobran una resonancia irónica, puesto que las ideas religiosas
no parecen haber sido eliminadas de la esfera religiosa. Irónica, pero no trágica,
porque eso no quiere decir obligatoriamente que la estructura de fondo que
conserva esa especie de metempsicosis es necesaria, esto es, que el ser humano
no puede vivir sin ellas.
BIBLIOGRAFÍA
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Seuil. DOI: <http://dx.doi.org/10.12681/mnimon.471>.
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París, Gallimard.
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Nueva Nicaragua.
TORRIENTE BRAU, Pablo de la (2000), Aventuras del soldado desconocido
cubano. La Habana, Centro Cultural de la Torriente Brau.
PARTE DE GUERRA. MEMORIA Y FICCIÓN EN LA NOVELA
LOS PICHICIEGOS DE FOGWILL
FROILÁN FERNÁNDEZ
UNIVERSIDAD NACIONAL DE MISIONES
difusus@gmail.com
1
Con el fin de diferenciar un discurso de ficción constituido a partir de reglas miméticas para
representar un modelo “real” y un discurso de ficción que postula la emergencia de un mundo
narrativo con sus propias reglas lógicas de constitución, seguimos el planteo de Dolezel (1997)
acerca de los mundos posibles de ficción. En Mimesis y mundos posibles, este autor plantea que
el modelo de una semántica ficcional cuyo fundamento es la mimesis, vuelve a los mundos
narrativos de la literatura discursos parasitarios de un modelo “real” que es representado en el
texto artístico. Sin embargo, y en defensa de la relativa autonomía de la ficción, Dolezel
propone una serie de premisas que consideran, a partir de una filosofía de los mundos posibles
y de los aportes de la semiótica textual, a los mundos de ficción de la literatura como
configuraciones que presentan un universo narrativo posible gobernado por su propia lógica.
En este sentido, resaltamos la diferencia entre representación y presentación mencionada
anteriormente.
2
Con una escritura fechada entre el 11 y el 17 de junio de 1982, Los pichiciegos constituye un
experimento ficcional que se desarrolla en paralelo a la frenética guerra llevada adelante en las
Islas Malvinas, planteándose como el primer texto que abre una serie de indagaciones estéticas
sobre el conflicto, entre los que puede destacarse, además de este relato: la novela Las islas
(1998) de Carlos Gamerro (Cfr. Zunini, 2014; Sarlo, 2007). Si seguimos la lectura de Julieta
Vitullo (2012), entenderemos que tal carácter fundacional del texto de Fogwill reside en el estar
constituido como un ficción que, además de proponer un relato alternativo al modelo de la épica
nacional promovida por los relatos oficiales, revela la continuidad de los crímenes de la dictadura
militar argentina (1976-1983) y la propia guerra. Se destaca, de hecho, una “ética de la
supervivencia” en la figura de los pichis. Esta visión estratégica en clave ficcional, sitúa a la novela de
Fogwill como un texto seminal en las reconfiguraciones que las narrativas de la memoria hacen de la
guerra.
3
El conflicto bélico entre Argentina y Reino Unido, denominado Guerra de Malvinas o del
Atlántico Sur, se desarrolló entre el 2 de abril —día del desembarco argentino a las islas— y el
14 de junio de 1982. El conflicto tuvo su eje en la intención argentina de recuperar la posesión
de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, que forman parte de la plataforma
marítima de ese país. El reclamo por la soberanía de Malvinas es llevado adelante por Argentina
desde que en 1833 un contingente británico desalojara a la administración argentina, asentada
en ese territorio desde 1820. Tal queja provocó que, desde 1965, la situación de las islas fuera
examinada por el Comité de Descolonización de la ONU, que las considera un territorio no
autónomo. Ahora bien, más allá de esta historia de reclamos diplomáticos, y considerando la crisis
social y política que amenazaba su hegemonía, la Dictadura Militar argentina promovió la toma
militar de las islas en 1982 y sostuvo un conflicto bélico que dejó casi 700 muertos; la mayoría de
ellos jóvenes sin formación y entrenamiento militar. La derrota argentina en la Guerra aceleró la
caída del régimen dictatorial y el restablecimiento de la democracia en 1983.
4
La profusa y extensa obra de Rodolfo Enrique Fogwill ha sido abordada desde múltiples
perspectivas por la crítica literaria argentina que, no obstante, destaca matices realistas como un
denominador común de su proyecto narrativo. En este sentido, cabe mencionar que las novelas
de Fogwill abordan el realismo de modo tangencial y excéntrico, desarticulando las variables
canónicas de esta tradición estética. Como en la obra de Roberto Arlt, también eminentemente
urbana, los desplazamientos sobre el habla cotidiana y los rasgos de verosimilitud del relato
vuelven a la obra de Fogwill una configuración singular e influyente para la narrativa argentina
contemporánea. Estas condiciones permiten caracterizar su realismo como un “realismo
atorrante” y provocador (Cfr. Camblong, 2005, 2014; Vázquez, 2009).
Por instantes, algo les surca las bocas, el ojo o la pupila del ojo y esa
sombra, manera de escribirlo o de advertirlo, es también una manera de
indicar que algo ha debido suceder detrás, en la memoria, bajo las caras
verticales de esos reconcentrados ¿Tal vez un pensamiento, un
sentimiento, algún fragmento de la memoria repetidora que ha subido de
súbito para fijar por un instante la vida del tenaz? La respuesta sólo la
5
Todas las citas de la novela corresponden a la quinta edición de la misma, publicada por la
Editoral Interzona, Buenos Aires, 2007.
La extensa cita nos permite dilucidar algunas creencias acerca del arte de hacer
novelas. En primer lugar, la ficción literaria es considerada como un campo de
operaciones sobre las reservas de la memoria; en el dispositivo ficcional, arte
combinatorio, los acontecimientos y el pensamiento son reelaborados. Por otra
parte, la ficción y la memoria comparten mecanismos de configuración
discursiva e histórica, con efectos disímiles. Así como novelar significa
combinar piezas, la memoria puede pensarse como un artificio sociohistórico.
Una tercera afirmación: la novela se queda corta ante la crudeza del exterior, ese
afuera donde transcurren las historias que el novelista actual simplifica. Sólo le
queda la pose convincente que le permite espetar opiniones en los medios de
comunicación ––la construcción mediática de una “memoria difusa”, siguiendo
a Barei––. Hay algo de desaliento para la novela, sin embargo:
Los aspectos semióticos de la cultura tienen un desarrollo regido por las leyes de
la memoria. Así, los mecanismos de la memoria superan la barrera personal, de
la conciencia individual, y pasan a formar parte de las complejas relaciones
dialógicas que constituyen la cultura. Lotman define al complejo cultural como
la memoria no hereditaria de la comunidad; una configuración paradójica de
carácter dinámico pero cuyos componentes (la lengua, la moda, el arte, la
política) manifiestan velocidades diferentes en su propia dinámica de
vez una sola y múltiple, en contra de todo lo que pueden ser los intereses de la
historia” (Bessiere, 2004: 8).
Una sola y múltiple. Sobre esta fórmula trabaja la novela de Fogwill
dando lugar a una palabra extraña en medio del conflicto oficial. Por esta
razón, la relectura de la novela y su disposición como paradigma de un discurso
que ponía en evidencia las contradicciones de la historia fueron posibles diez
años después de su publicación.6 Una sola pero múltiple: el amasijo de la
memoria cultural no puede narrarse desde una única voz hegemónica, la
heroicidad no puede contarse únicamente a partir de las estrategias discursivas
del manual escolar, el comunicado militar o el dispositivo mediático. Necesita
de las operaciones ficcionales de la literatura en tanto teatro del otro. Cuando
las estrategias gráficas del fotomontaje disponían una versión del conflicto en
Malvinas entretejida a partir de una lógica espectacular, y vacía de voces
testimoniales, las “visiones de una batalla subterránea” (subtítulo de la novela)
configuraban un mundo donde el protagonista se convierte en testigo, la
clandestinidad se transforma en la única salida posible y la guerra no puede
verse completamente, sino sólo percibirse. Una memoria edificada a partir de la
experiencia de lo extraño, del sentirse fuera de lugar, para construir un espacio
colectivo aunque secreto:
6
En 1994 Beatriz Sarlo relee la novela afirmando que esta produce una verdad sobre la guerra
de Malvinas, a partir de la imposibilidad reflexiva y la carencia de futuro de los personajes. La
potencia semiótica y cultural de la novela de Fogwill, su condición desestabilizadora de
cualquier relato épico sobre la guerra, reside en su capacidad para poner en lenguaje una verdad
material sobre el conflicto, hablando sobre la destrucción de los cuerpos y los objetos, sobre las
necesidades y las carencias de esos sujetos hundidos en el conflicto: “La novela”, escribe Sarlo,
“imagina, así, cómo es materialmente una guerra: la ficción puesta en situación concreta a
partir del registro de las acciones y del inventario de las cosas, piensa cómo es el frío, el dolor de
una herida, el dolor del cuerpo vivo o descomponiéndose, en situación de guerra. Y como se
trata de una guerra del siglo XX, la ficción piensa con los números, las cantidades, los pesos, las
medidas, las distancias, las materias. Sin héroes y sin traidores (porque la suspensión de los
valores en el teatro de esa guerra hace casi imposible su emergencia), la novela evalúa en
términos de un mercado de sobrevivientes y, se sabe, un mercado es abstracto de
funcionamiento general de intercambios y concreto en la apreciación particular de las
mercancías que se intercambian en cada acto” (2007: 451). De este modo, el cuerpo, la
materialidad y la memoria forman un complejo que, en clave ficcional, interpela la guerra y su
narrativa, pero también configura un matiz característico de la narrativa del autor: cuerpo,
materia y memoria se funden en una literatura que indaga los límites de la sensibilidad
mundana, celebrando la incorrección política de la escritura.
––¡No! ¡Más fácil!: le agarrás la cola como si fuera una manija con los
dedos, y le metés el dedo gordo en el culo. Entonces el animal se ablanda,
encoge la uña, y lo sacás así de fácil.
––¡Así se hace con el pichi! —confirmó el santiagueño, contento.
––¡Y tienen cuevas hondas, hondísimas, de hasta mil metros, dicen…! ––
comentó el tucumano que casi nunca hablaba. (Fogwill, 2007: 28-29)
Algunos calcularon que había más pichis en la isla. Sólo así se justificaba
lo tanto que se venía hablando de ellos. Pero si hubiera habido más,
tendrían que haberlos visto. Todos quisieran encontrarse con otros pichis
de otros lugares. Si había más pichis, sería útil que entre ellos se
conociesen.
Él pensó así una noche, subiendo al montecito que llamaban El
Belgrano. Allí creyó escuchar que alguien picaba la piedra abajo. Puso la
Esta nueva serie de disposiciones hace posible que la ficción pueda concebirse
como un proceso de desarticulación de las identidades predefinidas por otros
campos de la discursividad social, como un espacio de operaciones y abordajes
políticos que intenta poner en cuestión series narrativas establecidas por los
dispositivos hegemónicos de la educación y la historia. Inquietante y
contradictoria, la novela juega un papel estratégico al reconfigurar la memoria
cultural sin pretender desplegar lecturas totalizadoras de la vida social, sino una
serie de detalles sutiles ––sostenidos por las prácticas descriptivas características
del género desde la modernidad–– que aguijonean el sentido común. De tal
forma, cuando el narrador-sobreviviente cuenta la debacle de esa comunidad
subterránea explica, como una alegoría del olvido al que serán sometidos los
soldados que regresen al continente, lo siguiente:
Cuando empiece el calor y los pingüinos vuelvan a recubrir las playas con
sus huevos, cuando se vuelva a ver el pasto y las ovejas vuelvan a
engordar, la nieve va a ir derritiéndose y el agua y el barro de la nieve
rellenarán todos los recovecos que por entonces queden en la Pichicera.
Después las filtraciones y los derrumbes harán el resto: la arcilla va a
bajar, el salitre de las napas subterráneas va a trepar y los dos ingleses, los
veintitrés pichis y todo lo que abajo estuvieron guardando van a formar
una sola cosa, una nueva piedra metido dentro de la piedra vieja del
cerro. (Fogwill, 2007: 155)
La ventaja del texto artístico reside en poder operar con cierta libertad sobre
esos textos codificados por la memoria y la esfera de los saberes culturales
legitimados. Ello genera un discurso novedoso y funda un nuevo objeto a partir
de políticas de la escritura que reúnen elementos disímiles de las demás
prácticas culturales ––la ética y el conocimiento científico, por ejemplo: este
gesto vuelve a la ficción literaria un “acto de memoria” (Bubnova, 2002).
Bubnova considera a la memoria como un acto y acontecimiento estético
característico del discurso literario, es decir; una vivencia poética entendida
como un fenómeno que articula las experiencias individuales con las complejas
redes de la vida social, elevando ciertos acontecimientos a un rango
universalmente significativo que reconfigura sentidos definidos por el
imaginario social. Así, la práctica de la escritura literaria convoca a la memoria
y la política en su propia enunciación: el dispositivo lingüístico como bien
comunitario involucra a otros textos, otras voces y otros pensamientos. La
cuestión es indagar qué caminos toma esa escritura al ingresar en la trama
textual de la cultura, qué política de la memoria privilegia: ¿homenajea o
taladra los emblemas de la cultura? En los Pichiciegos hallamos una política del
trasvase, un aguijoneo de las redes de la memoria oficial y heroica, a partir de la
voz extraña de quienes narran y dialogan aquí. Sin embargo, la presencia de
esas voces-márgenes no edifica una verdad paralela, sino un universo de
posibilidades ignoradas, tan ficcional como la propia Historia.
BIBLIOGRAFÍA
Abstract: In this paper I examine the gaze and critique of the animal aspect
in the novel Bestiaria vida, of mexican writer Cecilia Eudave. Mainly, I
highlight the artistic analysis of the author, while taking into account the
historical role assigned by western culture to fauna in general. At the same
time, I point to the limitations of the perception of it in the literary imagery,
when trying to construct a notion of mankind.
Keywords: Animality, Mankind, Modernity, Critique, Gaze
Introducción
surgimiento de una literatura consciente del mundo natural, que asimila los
indicios de “lo menor” (Deleuze y Guattari, 1990: 28-30) y apuntala el ideario
estético de una manumisión que, en principio, se libera de las prebendas del pasado
más anquilosado, o al menos de aquél que apenas si capta el elemento animal. A la
vez, esgrime la ideación de una biología distante que se separa de la humanidad y
encarna la imagen extrema de la otredad (el famoso “devenir animal” de Deleuze y
Guattari como posibilidad perceptual)3 o, si pretende ser más radical todavía ––lo
cual ocurre con frecuencia––, se revela en contra del uso atroz de la naturaleza
animal: una naturaleza que, cabalmente, se ve diezmada gracias a la impudicia del
mercado.
Tras hacer una breve mención de semejante literatura, que evidencia la
asimilación diferente de lo animal, destaco los nombres de las siguientes obras y
autores, aparecidos a mediados de la década pasada: Bestias (2005), de Ricardo
Guzmán Wolffer; Zoofismas (2005), de Raúl Fernando Linares; Zoomorfías (2008),
de Leonardo Da Jandra; El androide y las quimeras (2008), de Ignacio Padilla; El
animal sobre la piedra (2008), de Daniela Tarazona; Ojos de lagarto (2009), de
Bernardo Fernández; Los animales invisibles (2009), de Mauricio Montiel Figueiras;
La octava plaga (2011), de Bernardo Esquinca; La torre y el jardín (2012), de
Alberto Chimal; Hormigas rojas (2012), de José Pergentino y El matrimonio de los
peces rojos (2013), de Guadalupe Nettel. Autores que desde sus perspectivas, y
echando mano de recursos particulares, predican la imagen de una entidad activa,
las más de las veces singular, que gira en torno al fenómeno en cuestión: la
representación compleja de la fauna, la cual (en este escenario) está lejos de
adaptarse a categorías elementales, binarias y simplificadoras que fortalezcan las
reglas del discurso homocéntrico. En síntesis, las reglas de ese alegato racional-
moderno que establece criterios de exclusión, y además ensalza el especismo de la
humanidad (Singer, 1999: 231).4
3
Para sintetizar el planteamiento de estos filósofos con respecto al “devenir animal”, plasmado en el
libro Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (2004: 239-216), tomemos en cuenta las reflexiones de
Rosario Pérez Bernal, quien afirma que: “La idea de devenir para Deleuze y Guattari se halla
estrechamente ligada con el concepto de minoridad; en términos generales, devenir animal, devenir-
menor se refiere a la experiencia y a la figura por la cual la idea un sujeto ontológicamente fuerte, a
la manera del cogito cartesiano, queda debilitado por experiencias que matizan lo humano, que lo
descentran. Por ejemplo, la experiencia de la humanidad, la feminidad, la indiscernibilidad, que
para Deleuze se expresan mejor en la literatura, vendrían a cuestionar esta concepción de un sujeto
como sustancia racional, coherente y completa” (2012: 80).
4
Sobre las temáticas abordadas por estos escritores, anotemos que han partido de la consideración
explícita de “la grandeza de lo mínimo” (da Jandra, 1997: 8); lo que dicho en otros términos
supone que, como generación, y "tras la crisis de muchas concepciones rectoras en el ámbito de las
letras no sólo mexicanas, sino también hispanoamericanas, [han considerado que] es factible hablar
de la presencia y configuración de [una imagen novedosa de la fauna si se recala, particularmente,
en] las siguientes cuestiones [...]: 1) en la heterogeneidad formal-corporal [producto de la
intervención de la humanidad]; 2) en la desterritorialización [que padece]; 3) en la multiplicidad de
roles [que adquiere] y 4) en la inter e hipertextualidad [a la que remite, literaria e iconográficamente
hablando]. [...] Insistimos: tal criterio está presente en la imaginación de los creadores aludidos, y
tan lo está que, en un contexto de cambio material y de enorme deterioro ecológico, como es el que
Por lo demás, dos son los temas generales en Bestiaria vida que analizaré: 1) la
proliferación de un discurso extraño, enrarecido, que, a lo largo de las páginas de la
obra, si remite a algo es a la voz profunda y singular del animal; y 2) la consecuente
extrapolación del correlato irracional, el mismo que pone en crisis la lógica
colectiva de los hombres, en especial aquella desprendida de actividades sistémicas
como las que el trabajo remunerado y las relaciones cívicas representan, y las cuales
definen los alcances actuales de lo que se ha nombrado, ampulosamente, como la
“personificación” (Braidotti, 2009: 526).
El objetivo de mi trabajo, que tiene presente las valoraciones literarias-
mexicanas de lo fáunico, se relaciona con la estimación de este concepto al ser visto
y tratado como constructo complejo que vigoriza la imagen diversa de la realidad.
Además, precisa y advierte la rareza de los elementos en juego, en cuanto toma
como punto de partida una perspectiva diferente, que muestra las formas del
mundo, y recusa, en el mejor de los casos, los esfuerzos simplistas de aquellas
expresiones que inducen al lector a no distraerse en la contemplación de un ente
biológico que, a diferencia del ser humano, difícilmente “puede aspirar a [su]
unidad, [...] a [su] coherencia”, debido a que “no piensa [...], no sabe y, lo que es
peor, no sabe que no sabe” (Bacarlet Pérez y Pérez Bernal, 2012: 6).
Por consiguiente, subrayo la importancia de Bestiaria vida en el escenario
de la literatura mexicana reciente, por cuanto que Eudave nos hace conscientes de
los supuestos que colige la perspectiva funcional, y las respuestas mayormente
caóticas que refiere y magnifican la percepción no sólo de la otredad, sino desde la
otredad. Vale decir, desde la especificidad de un discurso anómalo que va contra la
corriente y reclama el debate profundo del statu quo entendido como inmovilidad
de los valores y las lógicas del poder.
Pero comencemos con el primer punto, relativo a la aportación fáunica y su
visión del conjunto.
La voz animal
enunciación, la cual expresa las claves de una óptica concreta que “enrarece” las
cosas nombradas y no sólo eso: transmite la idea de que las relaciones entre las
criaturas vivientes, en el fondo, no son tan distantes como parecen a simple vista,
menos si se apela a los poderes descriptivos-transformativos del código lingüístico-
oral. De tal modo, en Bestiaria vida, Eudave registra semejante discursividad
precisamente al sugerir la idea de que quien narra es un ser no humano: un ente
que, al nacer, no llora como el resto de los niños, y por ese motivo se hace “como
los caracoles deben hacerse hasta antes de tener su caparazón: un círculo sobre sí
misma” que “se comprime” en su mundo interior:
Como se expone en estas líneas, el grupo familiar construye, en una primera fase, la
identidad de un ser sin recuerdos que, además, se cierra al exterior en una especie
de tentativa personal por denegar el contacto con la humanidad, y
consecuentemente, con su noción utilitaria de la realidad, del lenguaje, en fin: de
todo aquello que se impone como normativa grupal y modifica el perfil animal del
sujeto a partir del instante en que socializa con los demás y se adapta a las reglas
que existen y pautan su desarrollo individual. El planteamiento que se desprende
de la novela implica, así, la asunción de la perspectiva-naturaleza fáunica, en el
sentido de que para Eudave es importante subrayar la mirada del otro, su visión del
mundo, ya que tal planteamiento le ayuda a “trasladar” al lector a un espacio
extraño donde se descubre que quien habla es aquél que parte del desconcierto, del
caos, del problema comunicativo y, no obstante, brinda una reflexión periférica de
las cosas. Se trata de una reflexión que, asimismo, es incierta y ambigua, necesitada
de sus propios referentes, precisamente para transmitir un mensaje básico con el
que la interlocutora del texto subraye la existencia de otra narrativa, y altere el
“valor de la realidad y el papel que el mundo le asigna a ésta como modelo de
referencia ético”.6 En razón de ello, Eudave escribe, refiriendo la voz del ente no
6
“De forma simultánea, la noción de ‘realidad’ es colocada en contraposición a otras como las de
ficción, imaginación y recuerdo. Pero la novela no pretende que el lector borre las fronteras entre
estos ámbitos ni trata de la incapacidad de la protagonista de discernir unos de otros. Por el
contrario, se busca establecer sus puntos de correspondencia y la imposibilidad o, mejor dicho, el
riesgo de comprenderlos como universos ajenos entre sí. En este sentido, Bestiaria vida denuncia los
riesgos de querer comprender lo real sólo por medio de la incursión del sujeto en el círculo vicioso
de la certeza y el deber ser. La ficción, la imaginación y los recuerdos son descritos como los espacios
humano, frases como las siguientes, altamente sugestivas: “Sí, así veo a mi familia,
como a un minotauro, como un laberinto, como a bestias que resguardan su
centro, y yo debo vencerlas para salir, para olvidar, para vivir” (Eudave, 2008: 15).
Lo anterior significa (a grandes rasgos) que, desde la perspectiva heterodoxa de la
narradora, es importante renunciar a los beneficios pragmáticos e intelectuales que
la “mente prodigiosa” (15) brinda, pues lo fundamental no es la comprensión ni
tampoco el acto amoroso que supone el vínculo filial, sino lo contrario: el
reconocimiento del enemigo; la lucha por emprender la huida y alcanzar, en algún
momento, la salvación, que es ––a la par–– renuncia del clan y adquisición de una
identidad propia que poco o nada tiene que ver con la monserga determinista de
que “uno es su recuerdos, nada más, nada más, nada más”. Apunto luego que, con
esta idea, la sugerencia de Eudave remite a la cuestión de que la experiencia animal ––
en el ámbito humano–– es una experiencia perjudicial, dañina, que, desde el
nacimiento del sujeto-narrador, determina la crisis existencial del yo y, extensivamente,
la ampliación y fortalecimiento de un estilo vital que sólo se habrá de cuestionar si se
apela a la desmemoria, por un lado, y, por otro, a la renuncia de la civilización. Y esto,
finalmente, porque alguien que se “sincera” y ni “siquiera [sabe] si así son las cosas”
(12) se asume como “anormal”, como fuera del límite; situación, pues, que se
corrige desde el punto de vista del lenguaje, debido a que a nadie le conviene que
un ser “descarriado-aconchado” ponga en duda el orden familiar, en un primer
momento, y las políticas públicas que se postulan para efectos del orden y del
control, en un segundo. Apunta la narradora:
Según se capta, en nombre del nexo familiar se construye un discurso ficticio que
modifica la percepción de los seres enrollados-animalizados, incluso si hay que
recurrir a los elementos sorpresivos-crípticos del relato fantástico, que favorezcan la
producción de un “acontecimiento imposible de explicar” (Todorov, 1998: 24).
De este modo, las implicaciones de la imagen del “hombre mitad negro y mitad
blanco”, para alguien que asimila las vertientes de la animalidad, suponen la
confirmación expresa de una superioridad o, si se prefiere, de una jerarquía
simbólica en la que están presentes cada una de las partes del “todo”, excepto las
que pertenecen a la “otra mitad”. Esto, definitivamente, explica el porqué de la
cuestión del “viejo” cuando se pregunta que “¿quién pudo tener en su familia a un
por excelencia de la incertidumbre y, al mismo tiempo, son mecanismos que ayudan a comprender
la realidad de una forma más completa puesto que encierran la capacidad de colocarla en
perspectiva” (Martínez, 2012: 3-4).
La crítica animal
Es relevante mencionar, por otra parte, que en Bestiaria vida este discurso animal
trae consigo un complemento crítico que cuestiona el sentido transformador de la
razón, y en consecuencia los procesos de control que genera como parte de un
esquema integral que enfatiza, por encima de cualquier cosa, la productividad y la
obtención del beneficio material. En particular, aludo a ese cuestionamiento
discursivo que, a lo largo del texto, se expresa mediante una invectiva integral
contra el mito del hombre moderno y los esfuerzos cotidianos que exhibe por
controlar el mundo exterior, antes que por atender las necesidades personales-
profundas que tiene y le exigen, de vez en vez, asumir un esquema de vida más
equilibrado. De tal modo, Eudave, a través de su narradora, da rienda suelta a los
reclamos de una voz (la voz animal) con el objeto de transmitir aquellos
argumentos explícitos que discriminan el sentido unitario de la racionalidad, y
reflejan abiertamente las necesidades subjetivas, variables y antiproductivas del
sujeto individual, es decir: del sujeto “precario”, del sujeto “nulo”, ajeno a los
esquemas teledirigidos de la modernización, y no obstante, conocedor de las
variables de una expresividad problemática, antimetódica y, ¿por qué no decirlo?,
antirracional, interesada en transmitir las limitaciones del yo. Frente a dicha
inmovilidad, la lógica animal de Bestiaria vida se apoya en otros contrasentidos que
captan y difunden lo que se desconoce, o apenas si forma parte de los estamentos
habituales de la humanidad: en este caso, la voz del animal, pero también, las
implicaciones de su desarrollo vital.
Consiguientemente, una de las variables de la relación voz animal-otredad
que en la novela de Eudave se patentiza tiene que ver con el discurso crítico;
discurso que cuestiona los desequilibrios propios de la relación entre el hombre y el
animal, tal como se descubre en el siguiente párrafo, donde “una” voz, que se siente
“escapada” de la “persona” ––y de la “mente prodigiosa”––, refiere los actos
presuntuosos (e irracionales) de la humanidad. Escribe Eudave:
que, desde luego, entra en crisis cada vez que la protagonista se “enfrenta con su
naturaleza humana” y se “enrolla” en la memoria de un ayer infantil, en el que el
contacto con el elemento animal resulta habitual:
Cuando eras niña, no piensas en nada de esto. Crees que el mundo en el que
vives es de naturaleza noble. Luego lo descubres inhóspito y ruin. Es un gran
escenario donde debes enfrentarte a tus iguales y resistir sus embestidas.
Crecer, sobrevivir, reproducirte y finalmente esperar a no morir en manos de
alguna circunstancia histérica y entaconada [...] Estoy mejor ahora,
arrumbada en mi sillón, recordando mis pesadillas y comiéndome la vida tan
despacio que nadie recordará que pasé por aquí. Mejor así. Mejor seguir
ignorando al miedo, aunque esté aquí, sentado en este mismo sillón,
compartiendo sus proezas con los fantasmas que él me ha sembrado por el
camino. Mejor seguir bajo el agua, sacando los ojos apenas como lo hacen los
cocodrilos, sin olvidar el instinto de conservación para evitar el taconazo
entre las cejas. ¿Mejor? (33-36)
BIBLIOGRAFÍA
1
Incluida en el tomo XV de los Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi, proyecto editorial llevado
a cabo por su hijo Manuel y por Francisco Cruz entre 1895 y 1901 (Terán, 2004: 10).
68). En la escena se le franquea el acceso a ese "lector espía que se insmiscuye con
deleite en territorios prohibidos", como lo expresa Adriana Rodríguez Pérsico, cuyo
voyeurismo resulta frustrado, ya que Alberdi "se aleja del tono íntimo para transitar
un registro despojado" (Rodríguez Pérsico, 1992: 147).
Por su parte, Tulio Halperin Donghi no desconfía de la sinceridad de las
afirmaciones de Alberdi sobre el alcance restringido de su escrito: "es preciso tener
por totalmente válida su declaración de que el relato autobiográfico que emprende
no aspira a alcanzar más que al círculo familiar" (Halperin Donghi, 2013: 384). La
ausencia de la "dimensión íntima" marcada por los críticos mencionados2 se
explicaría, según Halperin Donghi, en función de "la naturaleza del vínculo que lo
une a ese tan vasto círculo familiar: ningún lazo basado en íntimos afectos lo liga
con muchos de esos tan numerosos colaterales y sobrinos, a la mayoría de los cuales
no ha visto nunca" (2013: 385).
A nuestro entender, el carácter numeroso de su familia constituye un
astuto argumento, un pretexto para eludir la promesa de intimidad al planificar la
publicación del texto. Alberdi, no obstante, no se demora en develar sus verdaderas
intenciones y el alcance real que anhela para su texto. En el segundo apartado —
que constituye junto con el primero una suerte de prefacio, de "texto liminar",
espacio donde el autobiógrafo anticipa "el fenómeno de la recepción" y define "las
modalidades necesarias y suficientes para la buena comprensión del texto" (Miraux,
2005: 103)— Alberdi se entrega a una serie de valiosas reflexiones. En estos pasajes
iniciales se verifica ese desdoblamiento, señalado por Miraux, de la autobiografía en
un meta-discurso, en "una meta-autobiografía, donde el comentario sobre la
escritura pasa a alimentar a la propia escritura" (Miraux, 2005: 35).
En ese espacio, Alberdi confiesa el motivo que determina su texto: "Varias
biografías se han publicado en América y Europa. Esto que debiera ser razón para
no hacerla yo mismo, es cabalmente el motivo que me determina a bosquejar la
presente con el objeto de llenar y rectificar lo que falta en las otras" (2010: 163).
El propósito de dialogar con las biografías preexistentes excede claramente el
ámbito privado, dado que se articula con una intención de configurar una imagen
pública —en tanto arrojada a la prensa— de sí mismo, que corrija y complete las
imágenes ya disponibles. Su propia versión ofrecería mayores garantías de
veracidad, en la medida en que "Cada viviente [...] será siempre presumido conocer
su vida propia mejor que el que no la ha hecho" (2010: 163). Como bien señala
Fontana, esta "afirmación algo ingenua" es refutada a continuación por el propio
Alberdi al exponer "la hipotética autoridad del 'yo' para hablar de sí" (2015: 67) y
resguardar "el derecho de los otros a corregir las faltas del egoísmo o de la vanidad
contra la realidad de los hechos" (Alberdi, 2010: 163). Esta advertencia de Alberdi
remite directamente al "pacto referencial" que presuponen los textos
autobiográficos y biográficos, postulado por Philippe Lejeune, en tanto "pretenden
aportar una información sobre una 'realidad' exterior al texto, y se someten, por lo
2
Halperin Donghi se refiere concretamente en este punto a las afirmaciones de Molloy (Halperin
Donghi, 2013: 385).
De la casa de Heredia, Alberdi pasa a las aulas porteñas del Colegio de Ciencias
Morales, donde tiene lugar un provechoso reencuentro con la lengua y la cultura
latinas, esta vez de manera formal:
Al mencionar que aprobó los cinco exámenes de latín, Alberdi deja constancia de
que cumplió las formalidades exigidas para la adquisición de la lengua latina, lo
que no significa, como él mismo se encarga de destacar, su comprensión ni
asimilación. Se percibe en estas palabras una crítica a la necesidad del aprendizaje
del latín. El empleo de la despectiva calificación de "idioma muerto" constituye un
gesto en cierta medida avant la lettre, dado que en la época evocada —décadas de
1820 y 1830— su enseñanza formaba parte de los programas oficiales4 y se
promovían, además, pruebas y exámenes en latín para acceder a los títulos
habilitantes en Jurisprudencia y Medicina (Chávez, 1973: 58-59). El latín no
constituye, entonces, un "capital lingüístico amenazado", para decirlo en términos
de Pierre Bourdieu (2014: 38), dado que su enseñanza es impulsada activamente
desde las instituciones estatales. En la época existe, por lo tanto, cierto mercado
lingüístico donde el latín y los contenidos culturales asociados a él tenían un precio
o valor. Valor que se ve reforzado por los escritores que cultivan una literatura
neoclásica, para quienes evidentemente el latín, el griego y las culturas clásicas
tenían una marca de prestigio, ya que estaban asociadas al ámbito de la perfección
que debía servir de modelo a imitar, en función de reglas elaboradas en el espacio
de dichas lenguas y culturas.
3
El Arte de Nebrija es conocido también como Introductiones Latinae, texto publicado en 1481
y sujeto a varias reformas, que se adopta como texto oficial a fines del siglo XVI y durante el
XVII en instituciones universitarias de España y Portugal (las Universidades de Salamanca y
Lisboa) y que a partir de 1598 es impuesto por medio de una Real Cédula "como texto único y
oficial para el aprendizaje del latín en las universidades y centros de enseñanza" (Martínez
Gavilán, 2007: 327-328).
4
En el Colegio Republicano Federal y en el Colegio Filantrópico Bonaerense —ambos impulsados
por el gobernador de Buenos Aires— se enseñaba latín (Chávez, 1973: 50-51; 55).
5
Existe abundante material sobre el pensamiento filosófico y estético de Alberdi. Para profundizar
en su estudio, recomendamos la siguiente bibliografía, que no pretende ser exhaustiva: Alberini
(1981); Carilla (1987); D’Auria, Balerdi et al. (2001); Dotti (2011); Feinmann (2004); García
Mérou (1890); Mayer (1973, 1983); Murga, García et al. (2011); Myers (1998); Piossek Prebisch
(2008); Rodríguez Pérsico (2003); Terán (2004).
6
Cfr. “Los escritores nuevos y los lectores viejos” (La Moda n° 23, 21 de abril de 1838, p. 4).
7
"Prospecto" (La Moda n° 1, 18 de noviembre de 1837, p. 1).
8
Para nuestro análisis no tendremos en cuenta el componente tecnológico y de los soportes
materiales, ya que excede los propósitos del presente trabajo.
9
Este pasaje no es objeto del análisis de Molloy, quien, como señala Halperin Donghi, sólo se
refiere de manera marginal a los escritos autobiográficos de Alberdi (2013: 381).
10
Cfr. Mujica Láinez (2000: 24) y Molloy (2001: 116).
en Alberdi el gusto por Rousseau, su respuesta al ser interrogado por éste sobre el
libro que acababa de sacar de su bolsillo es elocuente en este sentido:
[El Iniciador] representaba en las dos márgenes del Plata, las intenciones
sociales y literarias de los jóvenes conocidos entonces con el nombre de
románticos. Distinguíales un sentimiento orgulloso de suficiencia, un gran
desdén de los 'viejos' y es forzoso decirlo, una cultura literaria incompleta.
Sus frecuentes pecados contra la disciplina literaria y contra los modelos de la
antigüedad en bellas letras, eran mortales [...]. (Gutiérrez, 1871: 327-328)
11
Mujica Láinez habla de la “sustitución de La Eneida por La Nueva Heloísa” (2000: 25),
interpretando que los versos de Virgilio que recita Guerra, no identificados por Alberdi, pertenecen
al poema épico.
12
"Al anónimo del Diario de la Tarde", La Moda n.° 8, 6 de enero de 1838, p. 3.
BIBLIOGRAFÍA
ALBERDI, Juan Bautista [1900] (2010), "Mi vida privada que se pasa toda en la
República Argentina", en Alberdi, J. B., Palabras de un ausente y otros escritos
íntimos. Buenos Aires, Emecé, pp. 159-193.
_____ [1900] (2010), "Impresiones de viaje", en Alberdi, J. B., Palabras de un
ausente y otros escritos íntimos. Buenos Aires, Emecé, pp. 59-125.
ALBERINI, Coriolano (1981), Precisiones sobre la evolución del pensamiento
argentino. Buenos Aires, Docencia - Proyecto CINAE.
BATTICUORE, Graciela (2005), La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritores en
la Argentina: 1830-1870. Buenos Aires, Edhasa. DOI:
<http://dx.doi.org/10.5195/reviberoamer.2007.5384>.
13
En esta institución participa con la lectura de su escrito “Fisonomía del saber español: cuál deba
ser entre nosotros”, recogida por F. Weinberg en su valioso estudio sobre el Salón Literario
(Weinberg, 1977: 145-157).
LOS CUENTOS DE JUANA: UNA OBRA EXPERIMENTALISTA
DE ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO
NAZANIN MEHRAD
UNIVERSIDAD DE TEHERÁN
nazaninm@hotmail.com
Abstract: In this article I analyze the last book of Álvaro Cepeda Samudio,
Los cuentos de Juana, considering the author’s approach to the short story
form. Samudio’s experimentalist work consists of a series of stories about the
extravagant character of Juana and highlights the vitality of the author and
his desire to improvise. Los cuentos de Juana was not well-received by many
critics when it was published, but today, forty years since its publication, it
deserves to be reread and reevaluated, with a new lens.
Keywords: Álvaro Cepeda Samudio, Los cuentos de Juana, Experimentalism
Los cuentos de Juana, publicados en 1972 por Ediciones Aco, salieron en otoño, tan
sólo unos días antes de la muerte del autor. Este libro, formado por veintidós
textos y acompañados de las pinturas conceptuales de Alejandro Obregón,1 pintor
colombiano y uno de los miembros del grupo de Barranquilla, 2 es una obra
1
Alejandro Obregón Rosés (Barcelona, 1920 - Cartagena, 1992), de madre catalana y padre
colombiano, fue uno de los grandes maestros del arte plástico de Colombia. Su padre era industrial
y quería que su hijo también lo fuera, pero Alejandro, desde pequeño, tenía instinto de rebeldía.
Pintó sus primeras obras siendo adolescente y después de años de disputa con sus padres, pudo
convencerles de que le permitieran estudiar arte. La obra creativa de Obregón se caracteriza por su
contenido de crítica política y social. Así, las obras inspiradas en el asesinato del líder liberal, Jorge
Eliécer Gaitán, revelan la violencia colombiana. Obregón dibujó en sus cuadros una Colombia
envuelta en conflictos.
2
Álvaro Cepeda Samudio perteneció al grupo de Barranquilla, círculo de intelectuales y amigos de
la Costa Atlántica, al que también pertenecían Gabriel García Márquez, Alfonso Fuenmayor,
Germán Vargas, Alejandro Obregón y José Félix Fuenmayor. Según uno de los miembros de este
grupo, el periodista Germán Vargas, el nombre grupo de Barranquilla fue acuñado por Próspero
Morales Pradilla. En el año 1954, por primera vez, Morales Pradilla mencionó en el principal
Aunque por más de veinte años hemos vivido juntos; disparado juntos a las
lechuzas y a los faroles de las escuelas de Bellas Artes; toreado juntos; cantado
juntos las nanas de las garrapatas que parió la gata; construido cartillas
reemplazando en las letras encerradas los cuadros coloreados de la bandera
colombiana por símbolos que nos permitan juntos entendernos mejor; […]
aunque por más de veinte años hemos cogido juntos la vida por los cachos, y
si ha sido necesario también por el rabo, y la hemos tratado de agotar a
patadas y a riesgo de piel sin perder nuestro infinito afán de estar vivos y
juntos: y a pesar de todo esto yo nunca he escrito sobre Obregón porque es el
único hombre a quien confiaría mis hijos para siempre. (Cepeda Samudio,
1980: 10)
Por su contenido y enfoque, Los cuentos de Juana pueden ser leídos cada uno
individualmente o, por otro lado, como distintos capítulos de un libro. Dada su
peculiar forma, esta obra no resulta fácil de clasificar en cuanto al género literario al
que pertenece. Aparentemente, la única vinculación entre estos cuentos es la
presencia de Juana como protagonista. Sin embargo, en el prólogo el autor la
considera como una novela: “esa novela que hace diez años estoy pintando”
(Cepeda Samudio, 1980: 10). Como Jacques Gilard señala, en su artículo titulado
“Álvaro Cepeda Samudio, el experimentador tropical”, estos cuentos son pedazos
de una historia inacabada porque tienen poco que ver con el concepto que el autor
tenía del cuento anteriormente citado:
Ariel Castillo Mier, en el artículo titulado “La poética de Los cuentos de Juana”,
considera que hay una serie de planteamientos en el prólogo que coinciden con las
formulaciones de género narrativo que por las décadas de los sesenta y los setenta
exponen Julio Cortázar, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Severo
Sarduy, y cuya característica común es la experimentación:
Sin embargo, no todas las críticas desestimaron Los cuentos de Juana. Como
confirma Jaques Gilard, 6 se trata de una obra experimental que necesita ser
reevaluada. Es importante disfrutar con ella y captar su sentido del humor hasta
cierto punto cruel. Justamente, algunos críticos como Juan García Ponce admiran
la extravagancia, la particularidad y lo sorprendente de esta obra:
6
“La misma voluntad de experimentar —que, en este caso, se ha venido considerando como menos
lograda (ver la mínima difusión del libro)— puede reconocerse en la última obra de Cepeda, Los
cuentos de Juana. […] es un enigma y un reto (puede ser un reto malogrado, pero ésta sería otra
cuestión), un libro que requiere ser reevaluado o simplemente evaluado, en todo caso era otra cosa y
más que la fracasada colección de cuentos de la que se ha hablado hasta ahora” (Gilard, 1982: 65).
BIBLIOGRAFÍA
RESEÑA
MOSAICO TRANSATLÁNTICO.
ESCRITORAS, ARTISTAS E
IMAGINARIOS (ESPAÑA - EEUU,
1830-1940)
Desde el prólogo del texto nos acercamos al concepto de mosaico como esta
serie de elementos multicolores y multiformes que, finalmente, constituyen un
todo; del mismo modo como entendemos que lo transatlántico hace referencia a
lo que su nombre indica, el cruce de dicho océano que nos traslada a las costas
españolas y norteamericanas, pasando a su vez por otras escritoras, otras artistas
y otros imaginarios femeninos del período que se indica. El presente mosaico,
que ha salido a la luz bajo el aporte del Instituto Franklin de la Universidad de
Alcalá de Henares, es un conjunto de estudios de diversas autorías y temáticas
que se irán detallando a continuación
Mosaico transatlántico abarca cerca de doscientas páginas que nos
ayudan a atravesar esta distancia de conocimientos y experiencias asomadas en
las otras costas. ¿Existe, entonces, un choque de costas (de culturas, de formas)?
Por supuesto. Y es apreciable desde que tomamos el texto en nuestras manos,
donde debajo del título se erige llamativa Estatua de la Libertad intervenida
digitalmente con una mantilla y un traje andaluz.
Los estudios que se presentan abarcan el período 1830-1940, sobre el
que el prólogo destaca la consolidación de las recién independizadas naciones
americanas, la aparición de las nuevas retóricas neo-imperiales y la
incorporación de la mujer al mundo intelectual y profesional.
ISSN: 2014-1130
Recibido: 13/05/2016
vol.º 13 | junio 2016 | 171-175
Aprobado: 30/05/2016
DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/mitologias.321
Juan Pablo Marcoleta Hardessen
Unidos es un mundo de ‘otros’, porque “no era un país, sino el material del que
están hechos los países”.1
El siguiente artículo lleva por título “Asociaciones e instituciones
culturales receptoras de la intelectualidad exiliada en Nueva York”, escrito por
Lucía Cotarelo de la Universidad Complutense de Madrid. La historia ya lo ha
dicho, 1936 fue para España un año complejo, no sólo porque es fecha clave en
cuanto al exilio político, sino porque ese exilio también fue intelectual. En el
caso del país norteamericano, las políticas migratorias habían empezado mucho
antes de la fecha mencionada, aunque se habían agudizado tras el Crack del
1929. Por tanto, la llegada de los españoles a tierras americanas no fue sencilla.
Es por ello que Cotarelo realiza un importante análisis estadístico e histórico de
lo que significó ese exilio. Si bien ser un intelectual podía significar una puerta
de entrada, puesto que fue más sencillo para filólogos y personajes de la cultura
que para el área de las ciencias o los estudios experimentales. En ese sentido el
trabajo de Lucía Cotarelo apunta, de manera muy inteligente, a un análisis de
las asociaciones e instituciones durante la guerra y la posguerra dedicado al
auxilio y la difusión de la cultura española. Si bien en comparación con los
otros textos éste parece ser un trabajo más breve en cuanto a extensión, su
lectura estadística da para una discusión y profundización mucho mayor.
Dolors Poch presenta un trabajo denominado “Tejiendo redes
transatlánticas: la retórica del discurso culinario finisecular”. El texto comienza
con una contextualización histórica aclarando que, en sus inicios durante la
Edad Media, tanto los recetarios como sus autores (hombres) solo servían a un
señor. Salvo excepciones como Sor Juana Inés de la Cruz, las mujeres no
aparecen como autoras de libros de cocina hasta más tarde.
Poch comenta como mientras los hombres cocinaban manjares para las
mesas cortesanas, las mujeres cumplían las tradiciones de las casas particulares,
para adentrarse en los recetarios de Juana Manuela Gorriti y Emilia Pardo
Bazán. El trabajo presenta una abundante bibliografía, establece las diferencias
sustanciales entre receta y recetario y analiza estos últimos a través de la voz de
sus propias autoras en el plano dialógico. Poch también combina un estudio
lingüístico acerca de las estructuras básicas de una receta con una
profundización en sus aspectos más “literarios”. Resulta un interesante estudio
que, con el inicio de la contextualización histórica, comienza a leerse de manera
circunspecta, para acabar leyéndolo con algo de humor… y más de apetito.
El siguiente trabajo tiene por título “La lengua de una escritora
miscelánea: Juana Manuela Gorriti” de Margarita Freixas. Si bien en el título
identificamos a Juana Manuela Gorriti, habiendo conocido de ella por medio
del trabajo anterior, aquí se muestra una perspectiva diferente, con un
interesante análisis de los géneros misceláneos y lo que éstos significan, sean
leyendas, cuentos, pensamientos, etc. de la misma autora argentina. El texto
muestra, además, la reconocida internacionalización de la autora, incluyendo
también hay comentarios en torno a su gramaticalidad, a su poder de
evocación, a lo costumbrista, a su selección y riqueza léxica, acerca de las
relaciones que establece entre la civilización y lo indígena… en resumidas
cuentas, lo ‘misceláneo’ es también un ‘mosaico’.
1
Carther, Willa (2002[1918]), Mi Antonia, Barcelona: Alba Editorial, p. 23.
RESEÑA
ISSN: 2014-1130
Recibido: 03/11/2015
vol.º 13 | junio 2016 | 177-179
Aprobado: 11/02/2016
DOI: http://dx.doi.org/10.5565/rev/mitologias.289
Endika Basáñez Barrio
común— actúan como astros que viajan a la deriva, impulsados por una serie
de instintos humanos desmedidos.
La cotidianidad de la vida en la metrópoli es la fuente de material
narrativo prioritaria de la que Robles se nutre para la consecución de sus relatos
(no en vano, Diario...), aunque dicha rutina diaria —lejos de ofrecerse aburrida
al lector— resulta sorprendente en sus detalles, al hallarse estos colonizados por
una violencia intrínseca que actúa como cimiento sobre el que se sustenta la
sociedad urbana descrita. Lo cierto es que, si se practica un ejercicio de
abstracción sobre el contenido de la obra, la violencia de lo cotidiano resulta ser
la base de los nueve relatos y sus manifestaciones se materializan tanto en actos
de micro como de macroviolencia, mostrados de manera minuciosa y detallada
a través de un discurso rutinario que tiende a desechar toda excepcionalidad.
Este es el caso de un irónico insulto racista en una sociedad característicamente
mestiza: "sólo se trataba de una mujer; y además era una india. Había caído
bajo en su elección" (22) y, en el extremo más radicalizado, del asesinato
compartido por varios verdugos cuyo resultado material acaba por formar parte
del ciclo de la vida "primero fue el regalo de la mano, luego le ofrecía algo aún
más delicioso en la curva de su cuello. Masticó hasta alcanzar la dureza de los
huesos" (11).
La sexualidad es, de igual forma, una constante en prácticamente la
totalidad de las diversas historias y es siempre intencionadamente exhibida por
el escritor como máxima representación del instinto animal más impulsivo:
desde el primer despertar sexual homoerótico, inocente y confuso ("Puertas")
hasta la líbido adulta recreada en formas corporales insinuantes ("Retrovisor"),
lo que tiende a 'universalizar' a los personajes frente al 'localismo' imperante en
que el autor poblano los sitúa. Precisamente los personajes son diseñados con
gran acierto como actantes responsables de dar vida a dichas historias mientras
que, a su vez, ofrecen su particular mirada para (des)encadenar los elementos
del relato, resultando sus perspectivas tan dispares y alejadas como la de un
perro ansioso, un hombre al volante estresado o un niño confundido en una
escena adulta. Al más puro estilo de los cuentos del escritor y activista
puertorriqueño Pedro Juan Soto, el espacio donde dichos personajes pululan se
muestra en continua degradación y asfixia latente, aspecto este que se ve
metafóricamente enfatizado por la presencia de todo tipo de insectos voladores
cuya simple presencia delata un estado de putrefacción próximo y cuyo
zumbido resulta angustiante en la cabeza del personaje (y del lector). La ciudad
del artista poblano rezuma así un hedor vetusto, carece del oxígeno renovador
propio de la metrópoli y, aunque sus personajes desarrollen escamas como
escudos sobre su piel al igual que los camaleones, el ritmo de la vida acaba por
fagocitarlos en su propia espiral de apatía y acritud cotidiana. De este modo, los
diversos relatos que integran Diario Camaleón terminan por convertirla en una
obra de ficción narrativa que hace las veces de las memorias de las relaciones
deshumanizadas por turnos, que se suceden sobre las travesías de una misma
ciudad hispanoamericana en el tiempo actual y bien pueden conformar en la
diversidad de su conjunto la intrahistoria unamuniana de la misma.
Por todo lo apuntado con anterioridad, resulta pues conveniente señalar
que el autor de Puebla ofrece una lectura entretenida y de notable atractivo (lo
que no significa que las imágenes evocadas por su contenido resulten siempre
amables), haciendo así de las poco más de ochenta páginas que componen la
obra un interesante ejercicio de aproximación a la biografía de una serie de
personajes que coinciden en un mismo espacio, al que unos llegan y del que
otros huyen, y van relacionándose entre sí. En este mismo sentido, y con la
finalidad de captar la mayor diversidad posible, el escritor aprovecha con
inteligencia la distribución de la obra en relatos independientes y sabe cumplir
su cometido: la heterogeneidad de las historias contenidas en ellos ofrece una
imagen "poliédrica", detallada y minuciosa de un objeto al que describe, pero
nunca juzga. Asimismo, el manejo del elemento lingüístico del mexicano es,
sencillamente, delicioso y elegante, y reniega en la elaboración del texto de todo
ornamento superfluo. Es esperable, por último, que la obra de Robles actúe
como un estimulante para el intelecto del lector y le invite a preguntarse si,
lejos del exótico y remoto paisaje latinoamericano descrito, la violencia se
comporta también en su propio entorno como elemento indisociable de la
cotidianidad humana que lo rodea, especialmente palpable esta en las redes
sociales que se van entrelazando sobre el asfalto metropolitano, tal y como
ocurre en el escenario de ficción dibujado por el autor en su Diario.
RESEÑA
Habrá quien piense que sobre la obra y la figura de Jorge Luis Borges está todo
escrito. El mismo Borges ficcionalizó esta posibilidad en relatos tan celebrados
como "La biblioteca de Babel". También jugó con la hipótesis panteísta de que
todos los autores son un mismo autor, de que el escritor puede confundirse con
la literatura, de que "la casi infinita literatura estaba en un hombre": un
hombre inmortal.
Sin embargo, Vicente Cervera Salinas (Albacete, 1961), esgrimiendo su
larga y sólida experiencia como docente y poeta, demuestra con este libro que
seguir indagando el universo literario de Borges es, más que posible, necesario.
Esta lectura crítica implica la aceptación de una contradicción que está a la
altura de cualquier sucesión tautológica de hexágonos ad infinitum: la escritura
de Borges es también la escritura sobre Borges, de modo que ésta no agota su
literatura. En su riguroso compendio de estudios borgeanos, Vicente Cervera
Salinas plantea un recorrido que no renuncia a ninguna de las facetas de la obra
del escritor argentino, pues el análisis de su obra poética, narrativa y ensayística
discurre intercalado a lo largo de los once capítulos que componen el volumen.
Además, el libro consta de un prólogo memorable y un último capítulo a modo
de epílogo, que, como un oráculo benefactor, nos anuncia: "A Borges lo
volveremos a encontrar en cada vuelta del camino. Aunque hayamos querido
olvidarlo" (349).
De este modo, ahuyentando a los fantasmas de la redundancia y del
simple parafraseo, el autor propone un conjunto de ensayos literarios del más
alto nivel académico, aunque la forma limpia y elegante de su prosa, y el
carácter heterogéneo de los textos, abran las puertas a una lectura no sólo
erudita y especializada, sino también placentera para cualquier persona