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E
l 16 de julio de 1808, la Gaceta de México informaba a la opinión pú-
blica de la abdicación del rey Carlos IV a favor de su hijo Fernando,
y la de este en la persona de José Bonaparte. La crisis política mo-
nárquica en la península de inmediato alteró el ánimo de los novohispa-
nos y las fuerzas políticas de la ciudad de México expresaron sus opinio-
nes en torno a la crisis y a la forma en que debía enfrentarse el problema
de ilegitimidad del gobierno impuesto por Napoleón. En los siguientes dos
meses la capital se vio envuelta en un torbellino de ideas, propuestas y
contrapropuestas que culminó con el golpe de Estado en contra del virrey
José de Iturrigaray.1 Los grupos más conservadores se apropiaron del po-
der político de la Nueva España con la finalidad de mantener el statu quo,
sin cambios en las estructuras políticas, económicas y sociales.
Tres días después de difundida la noticia, el Ayuntamiento de la
ciudad de México se adjudicaba el derecho de “tomar la voz de todo el
reino” y convocar al establecimiento de un gobierno provisional que
gobernara mientras el monarca permaneciera en prisión. La propuesta
estaba hecha, ahora correspondía a las distintas corporaciones del
virreinato expresar su parecer sobre la pertinencia, o no, de una medida
tan delicada. Mientras las provincias se mostraron expectantes y de vez
en cuando manifestaron su punto de vista, la ciudad de México se con-
virtió en el centro de la discusión sobre el futuro del virreinato.
1. Los indicadores que definen un golpe de Estado son: la acción es encabezada por órganos
de gobierno civiles y militares con la finalidad de hacer un cambio de liderazgo político;
el aparato burocrático y policial se mantiene sin cambio alguno, así como la eliminación
(destitución, destierro o asesinato) de los adversarios. “El golpe de Estado instaura siempre
un nuevo orden jurídico, pues la violación de la legalidad del orden interior implica también
el cambio de su norma fundamental y, por lo tanto, la invalidación de todas las leyes y
disposiciones emanadas en virtud de la misma”. Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y
Gianfranco Pasquino, Diccionario de Política, México, Siglo XXI, 1991, 7a. ed., pp. 723-726.
6. Ibíd., p. 35.
7. De Iturrigaray al Real Acuerdo, México, 6 de agosto de 1808, citado en Genaro García,
Documentos, t. II, pp. 47-49.
8. Del Real Acuerdo al virrey Iturrigaray, México, 6 de agosto de 1808, citado en Genaro
García, Documentos, t. II, p. 46.
9. Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España.
Un estudio político administrativo, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, pp. 71-72.
10. Memoria póstuma..., p. 26.
pués del soberano, eran los ayuntamientos de las ciudades y villas, los
representantes de la “verdadera fuente de legitimidad”, y a la voluntad
de los ayuntamientos debían someterse el resto de las autoridades del
virreinato.11 Por su parte, la Real Audiencia y demás tribunales, lo que
no querían era quedar subordinados a una Junta General y menos a
Iturrigaray. Para ellos era mejor reconocer a la de Sevilla y así no cam-
biaba nada.12 Eso es lo que ellos creían. La realidad les rebasó.
El 9 de agosto se llevó a cabo la primera reunión de notables de la capi-
tal para discutir la pertinencia, o no, de la instalación de la junta. El grupo
lo conformaban criollos y peninsulares, mineros comerciantes, burócratas,
clero, ilustrados, nobles y gobernadores de indios, entre otros. Además, un
representante de la “diputación del Ayuntamiento de Xalapa”, Diego Leño.13
En ella juraron lealtad a la “estirpe Real de Borbón” y proclamaron a Fernan-
do VII, rey de las Españas y de las Indias. También resolvieron no reconocer
ninguna orden que procediera de Bonaparte y solo obedecer a la junta que en
la península fuera establecida y/o ratificada por Fernando VII o sus poderes
legítimos. Por último, se reconoció al virrey Iturrigaray como el “legal y verda-
dero lugarteniente de Su Majestad”.14 Desde esta primera reunión el cisma se
hizo evidente. Como informaría después al gobierno peninsular, el Real
Acuerdo, es decir, los oidores de la Real Audiencia, “oyó con escándalo en
boca del síndico Primo de Verdad excitado por el virrey hablar de la soberanía
del pueblo americano”. Sin embargo, el Real Acuerdo decidió no romper el
diálogo con el virrey por temor a las reacciones populares que pudiera
haber.15
16. De Isidro Sáinz al virrey, México, 3 de septiembre de 1808, García, Documentos, t. II, pp.
84-85; correspondencia de Guillermo Aguirre, el arzobispo Lizana y Francisco de Castro
al virrey, México, 3 de septiembre de 1808, pp. 85-95; del Marqués de San Juan de Rayas
al virrey, México, 5 de septiembre de 1808, pp. 103-105; correspondencia de Francisco de
Azcárate y Agustín del Rivero al virrey, México, 6 de septiembre de 1808, pp. 106 y 118-133;
de Matías de Monteagudo al virrey, México, 5 de septiembre de 1808, pp. 115-117.
17. Del Real Acuerdo a la Junta de Sevilla, México, 3 de septiembre de 1808, García, Docu-
mentos, t. II, pp. 81-83.
18. Virginia Guedea, “La Nueva España”, en Manuel Chust, coord., 1808. La eclosión juntera
en el mundo hispano, pp. 95-97; Juan Andreo García, “La plata mexicana para la Guerra
española. El bienio de la Junta Central Suprema de España e Indias (1808-1809)”, en
José Antonio Serrano y Luis Jáuregui, edits., La Corona en llamas. Conflictos económicos y
sociales en las independencias iberoamericanas, Castellón de la Plana, Universitat Jaume
I, 2010, pp. 105-122.
25. Copia del oficio del Ayuntamiento de Veracruz a Pedro de Garibay, Veracruz, 24 de
septiembre de 1808. BL, Mss., 13988.
26. Copia del oficio del Ayuntamiento de Veracruz al Real Acuerdo, Veracruz, 24 de septiembre
de 1808. BL, Mss., 13988.
27. “Relación o historia de los primeros movimientos de la insurrección de Nueva España, y prisión
de su virrey don José de Iturrigaray, escrita por el capitán del Escuadrón de Milicia Provincial
de México, D. José Manuel de Salaverría, y presentado al actual virrey de ella, el Exmo. Sr.
D. Félix María Calleja”, México, 12 de agosto de 1816, en Boletín del Archivo General de la
Nación, t. XII, núm. 1, enero-marzo de 1941, pp. 121-122.
28. Melchor de Talamantes, Escritos póstumos, 1808, México D. F., UNAM, 2009.
29. “Acta de la Audiencia y Real Acuerdo, en que se manifiestan las razones por qué no se
abrieron los pliegos de providencia y se eligió al señor Garibay”, Hernández y Dávalos,
Colección de documentos, doc. 233.
por separado del mando a dicho virrey”.30 Como era de esperar, el hecho
incrementó el odio hacia los europeos y para los americanos quedaba
cancelada la posibilidad del cambio por la vía pacífica. Después del
golpe, los “novohispanos descontentos descubrieron así que se podía
alcanzar el éxito si se seguía el camino del secreto y la conjura”.31
En su informe a la Junta Suprema de Gobierno de España e Indias,
con sede en Sevilla, el virrey informó que la separación del cargo de Itu-
rrigaray había sido con el beneplácito de la “nobleza, cuerpos, tribuna-
les, jefes y oficiales, igualmente que los regimientos y compañías sueltas
y voluntarios de Fernando 7º alistados en la capital para mantener el
buen orden y sosiego”.32
EL GOBIERNO VIRREINAL Y
LA SUPREMA JUNTA CENTRAL
Como hemos podido observar, en el golpe también intervinieron
agentes externos a la política local, como lo fue Jabat en representación
de la Junta de Sevilla. Por medio de la alianza de este con el Real Acuer-
do, los golpistas novohispanos legitimaban su ascenso al poder y en
nombre de la Junta de Sevilla, la que supuestamente representaba los
intereses de Fernando 7º, justificaban todos los actos de represión con-
tra sus adversarios. El nuevo gobierno encabezado por Pedro Garibay
reafirmó la alianza con Sevilla, y como muestra de su lealtad, envió a la
península nada más y nada menos que nueve millones de pesos.33 Según
Garibay, la instalación de la Suprema Junta fue recibida con gran júbilo
y “celebrada en todo el reino con iluminación, repique general de campa-
nas y nueve días consecutivos de rogativas” en las que se imploraba a
Dios la pronta liberación del Rey Fernando VII, el acierto en las delibera-
ciones de la junta y el triunfo de las armas españolas sobre las france-
sas. El 3 de marzo de 1809, en la ciudad de México se desarrolló la pri-
30. “Proclama de Francisco Jiménez avisando la prisión del señor Iturrigaray” y “Proclama y
circular del señor Pedro Garibay en que participa que ha recaído en él el mando político y
militar de la Nueva España”, Hernández y Dávalos, Colección de documentos, docs., 231
y 232.
31. Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, Univer-
sidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1992, p. 20.
32. Bando del virrey Pedro de Garibay, México, 21 de abril de 1809. AGN, IV, c. 5418, exp. 26.
33. Juan Andreo García, “La plata mexicana para la Guerra española. El bienio de la Junta
Central Suprema de España e Indias (1808-1809)”, en José Antonio Serrano y Luis
Jáuregui, edits., La Corona en llamas. Conflictos económicos y sociales en las independencias
iberoamericanas, pp. 105-122.
34. De Pedro Garbilla a Josef Negreyros y Soria, México, a 16 de marzo de 1809, en Juan
E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de
Independencia de México de 1808 a 1821, t. 1, México, UNAM, 2007, p. 683.
35. “Proclama del virrey Pedro de Garibay, México a 20 de abril de 1809”, en Juan E. Hernández
y Dávalos, Historia de la guerra de Independencia de México, t. 1, pp. 684-685.
36. Juan Andreo García, “La plata mexicana para la Guerra española. El bienio de la Junta
Central Suprema de España e Indias (1808-1809)”.
37. Manuel Chust, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz (1810-1814), Valencia,
México, Fundación Historia Social/UNAM, 1999, p. 32.
38. Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra..., t. II, p. 461.
39. Ibíd., t. I, p. 686.
40. Gazeta de México, Compendio de Noticias de Nueva España y Europa del año 1809, p. 392.
41. Pedro Garibay a Noriega, México, 15 de octubre de 1808. AGN, IV, c. 3663, exp. 11.
42. Hoja de servicio de Félix María Calleja. AGMS, leg. 532.
46. Bando del virrey Pedro de Garibay, México, 7 de enero de 1809. AGN, IO, vol. 56, exp. 10.
47. “Copia de las diligencias hechas con el fin de averiguar si el Marqués de Rayas y los
concurrentes a su casa son enemigos del gobierno virreinal e intentan independizar a la
Nueva España”, 19 de febrero-24 de julio de 1809, en Genaro García, Documentos, t. I,
1985, pp. 223-253.
48. Bando del virrey Pedro Garibay, México, 5 de mayo de 1809. AGN, IV...
49. Bando del arzobispo-virrey Lizana, México, 21 de septiembre de 1809. AGN, IV, c.
50. Timothy E. Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, México D. F., Fondo
de Cultura Económica, 1981, p. 79.
51. “Relación o historia de los primeros movimientos de la insurrección de Nueva España, y prisión
de su virrey don José de Iturrigaray, escrita por el capitán del Escuadrón de Milicia Provincial
de México, D. José Manuel de Salaverría, y presentado al actual virrey de ella, el Exmo. Sr.
estas y otras opiniones, Lizana solo duró en el cargo diez meses, y fue
removido de su cargo por la Regencia a petición de los comerciantes de
Cádiz que reaccionaban ante las quejas de sus amigos mexicanos contra
el arzobispo-virrey. Su lugar fue ocupado por el regente de la audiencia
controlada por los grupos más conservadores de México. Los comercian-
tes gaditanos también influyeron en la decisión de la Regencia para que
nombrara virrey de Nueva España a Francisco Javier Venegas, en ese
momento gobernador de Cádiz.52
La destitución de Iturrigaray no modificó los planes autonomistas
y/o independentistas de los notables de la ciudad de México. Entre
1808-1810 la insistencia en la creación de una junta americana para
guardar estos territorios a Fernando VII, la defensa del virrey depuesto
y el gran número de personas detenidas acusadas de conspiración,
ponen de manifiesto que los criollos apostaban por el cambio pacífico
formando una Junta General con representación de los ayuntamientos,
depositarios de la soberanía del pueblo en ausencia del rey.53
De las personas que apoyaron a Iturrigaray, muchos se unieron a
la insurgencia. El conde de Casa-Alta, amigo de Iturrigaray, siendo sub-
delegado de Pachuca, cuando los rebeldes llegaron a la villa les entregó
plaza sin oposición. Rafael Ortega, secretario particular del virrey y sar-
gento mayor del regimiento de Michoacán, se unió a los rebeldes en
Valladolid. Ezequiel Lizarza, sobrino de Iturrigaray, fue destituido del
cargo de subdelegado de Tacuba por sospecha de tener trato con los
rebeldes. José María Fagoaga y el marqués de Rayas fueron aprehendi-
dos y encarcelados acusados de conspiración.54
D. Félix María Calleja”, México, 12 de agosto de 1816, en Boletín del Archivo General de la
Nación, t. XII, núm. 1, enero-marzo de 1941, pp. 121-122.
52. Timothy E. Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, p. 81.
53. Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México..., pp. 21-32.
54. Ibíd., pp. 130-131.