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Cuando menos lo esperas

AdRi_HC

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En una hamburguesería del centro, la cola para pedir cada vez era más larga. Los niños
corrían por el local mientras sus madres y familiares guardaban su turno hasta llegar al
mostrador. Aquel día a causa de la festividad escolar las calles se habían convertido en
parques improvisados. Los centros comerciales en refugios para padres que
aprovechaban para charlar mientras los niños jugaban por la zona y en atracciones que
habían montado por aquel día.

Cuando ya veía que tras unos segundos les tocaría a ellas alzó la voz llamando a su hija.

-¡Alba ven aquí!

Al: ¡Voy mami!

Veloz se despidió de aquellos nuevos amigos mientras corría hacia su madre, se colocó
a su lado y pasó varios segundos mirando hacia el cartel en lo alto. La chica tras el
mostrador sonreía al ver su calma mientras su madre a su lado se cruzaba de brazos y
la miraba esperando.

-Te están esperando, cariño… decídete ya.

Al: Eh…. Vale pues... yo quiero… una hamburguesa con queso y… patatas deluxe…. Con
una fanta de naranja grande.

-Mediana mejor.

Al: ¡Mamá! he dicho grande –se quejaba.

-Ya cariño, pero luego no te la terminas, mejor mediana… -miró a la chica y esta asintió-
Y a mi póngame una ensalada y un botellín de agua.

Al: Puag mamá… te quedarás con hambre.

-Ya verás cómo no. -acarició su pelo mientras esta estaba apoyada en el mostrador.

Al: Sí… y seguro que luego quieres de mis patatas… pero tranquila, te daré alguna.

-Gracias cariño. -sonrió y miró a la mujer que había tras ella, que sonreía al escuchar a
la niña.

-Aquí tiene.

-Gracias, vamos a una mesa cariño.

Con la bandeja en las manos siguió a la niña que corría hacia una mesa en el lateral del
establecimiento. Al llegar la dejó sobre la mesa y se quitó el abrigo, colocándolo al otro
lado mientras ella se sentaba junto a su hija y la ayudaba a sacar toda su comida.

-Hola Alba.
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Al: ¡Luis! -bajó de un salto de la banca y se colocó junto a él- Mira mami, es Luis, llegó
ayer al cole.

-Hola Luis.

Al: ¿Con quién has venido, con tu mami? -preguntó entusiasmada por verle ahí.

-No, con mi tía… ha venido a vivir a Madrid.

Tras despedirse de su amigo volvió junto a su madre que ya le había preparado todo
para que comenzase a comer. Pasaban el rato de una manera divertida, creando juegos
de palabras que a Alba le gustaba compartir con su madre.

-Venga… acábate el postre que nos tenemos que ir a casa que la abuela irá a dormir
contigo.

Al: Jo mami… ¿otra vez?

-Cariño… sabes que yo a veces trabajo por las noches y no puedes estar solita.

Al: Está bien…

-¿No te gusta dormir con la abuela?

Al: Sí… pero no me gusta que trabajes por la noche.

-Venga vámonos que al final llegará antes que nosotras.

Al: ¡Voy a despedirme de Luis!

-No tardes, cielo.

Mientras se colocaba de nuevo el abrigo vio como su hija corría hacia una mesa del
fondo. La mujer permanecía de espaldas a ella mientras el amigo de Alba se bajaba de
su asiento y hablaba sonriente.

Al: Nos vamos ya, que mi mami tiene que ir a trabajar.

L: Nosotros aun nos queda un rato.

Al: ¿Ella es tu tía?

L: Si… tita, es Alba una amiga del colegio

-Hola Alba.

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Al: ¿Cómo te llamas?

-Esther.

Al: Me gusta tu nombre. -sonrió contagiando a la mujer.

-¡Alba nos tenemos que ir!

Al: ¡Voy! Hasta mañana Luis.

L: Hasta luego.

Ya junto a su madre se agarraba de su mano y comenzaban a caminar hacia el exterior.

-¿Quieres que pasemos por el video club y cogemos una peli para que veas esta tarde?

Al: ¡Vale! , pero de esas que le gustan a la abuela no.

-Vale… –rió- de esas no.

Al: Una de dibujos.

-Vale cariño, una de dibujos. -sonrió abriendo el coche- Ponte el cinturón.

Nada más llegar al edificio y poder aparcar sin tener que bajar hasta el parking, fueron
hasta el interior. Para su suerte, la abuela de Alba aun no había llegado y podría
preparar algo con tiempo de sobra. Al entrar en la casa la niña fue corriendo hasta su
dormitorio quitándose el abrigo por el camino.

-Alba coge los deberes y los haces antes de ver la película que ayer no los hiciste.

Al: Mamáaaa…

-Ni mamá, ni mamó… se lo pienso decir a la abuela, y si no los haces no hay película,
que te quede claro.

Al: Eres una madre mala.

-Soy lo que tú quieras, pero los deberes antes.

Al: ¡Pues no te pienso dar un beso antes de irte! -se cruzó de brazos y fue de nuevo
hasta su dormitorio.

Mientras ella preparaba café escuchaba como la niña volvía a salir hasta el salón,
sentándose en el suelo colocando después sus cuadernos sobre la mesita frente a la
tele cuando sonó el timbre de la calle.

-Abre la puerta anda.

Al: ¿Quién es? –preguntaba tras la puerta.


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-Soy yo cariño… -la puerta se abría dando paso a una mujer mayor que se agachó a
besarla.

Al: Hola abuela.

-Hola cielo, ¿y mamá?

Al: En la cocina…

-Hola Concha.

C: Hola hija. -le daba dos besos- ¿Te ayudo con algo?

-No tranquila, ya está preparado… vamos a la mesa. Me tengo que marchar enseguida,
lleva la bandeja y dejo tu bolsa en el dormitorio

Segundos más tarde aparecía en el salón con su bolso y su abrigo, lo dejó en una de las
sillas y pudo comprobar cómo Alba había encendido el televisor.

-Alba, los deberes… -acto seguido lo apagó.

Al: Jo mamá…

C: Venga cariño, hazle caso a mamá. Cuando acabes los deberes la volvemos a
encender.

Al: Está bien. –colocaba el mentón sobre su mano mientras seguía escribiendo.

-¿Concha como va tu resfriado?

C: Bien, bien… con lo que me diste ya está casi fuera.

-Me alegro.

C: ¿Y tú cómo estás?

-Bien… ya sabes, el trabajo, la niña…

C: Deberías pensar un poco más en ti… salir con tus amigas, distraerte, sabes que a mí
no me cuesta nada quedarme con la niña.

-No te preocupes, yo estoy bien… -se levantó- Me tengo que marchar, esta noche
llamo. Dame un beso cariño.

Al: No trabajes mucho, mami.

-Y tú termina los deberes.

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Tras despedirse se cubrió con el abrigo y colocándose el bolso salió hasta el rellano.
Nada mas cerrar, la puerta del ascensor se abrió bruscamente, después pudo apreciar
el cuerpo de una mujer cargada con varias cajas.

-Ho…hola

-¿Te echo una mano? –se ofreció.

-No, no… no se preocupe si… voy aquí mismo. -dejó las cajas en el suelo- Pero gracias.

-No me hables de usted… tampoco debo ser mucho más mayor.

-Perdona. –sonrió.

-¿Te mudas aquí? –preguntó con curiosidad.

-Sí, le he comprado el piso a la señora Josefa.

-Pues bienvenida. -extendió su mano- Soy Maca, seremos vecinas.

-Esther.

M: Un placer Esther, debería irme… o llegaré tarde a trabajar.

E: Pues nos veremos por aquí.

M: Claro, hasta luego.

E: Hasta luego.

Ya en su coche se incorporó al tráfico mientras ponía la radio y se acomodaba en su


asiento. Odiaba aquella hora punta y sabía que aun tardaría unos minutos en llegar al
hospital. Suspiró acomodando el rostro en su mano mientras esperaba a que el
semáforo diera paso y recordó las palabras de su suegra. Llevaba años diciéndole lo
mismo, y tal era así que su contestación nunca había cambiado, y recordó a Lucia.

M: Cariño… deja a mami que está cansadita.

Al: ¿Ta dumiendo?

M: Sí, porque está muy cansada y tiene que descansar mi amor, anda ve a tu cuarto.

Al: Ale.

La niña se marchaba de allí mientras ella despacio se acomodaba a su lado, viendo


como su mujer al sentirla abría los ojos despacio con una sonrisa.

M: Hola mi amor.

L: Hola… ¿y la niña?
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M: La he mandado a su habitación, quería estar contigo pero…

L: Es una niña list.a -sonrió de nuevo casi sin fuerzas.

M: Estarías muy orgullosa de ella.

Dando un giro a su volante llegó al hospital, donde tras detener el coche en su


aparcamiento bajó cogiendo el maletín del asiento de al lado caminando rumbo al
edificio.

M: Hola Teresa.

T: Hola Maca… hay varios niños esperando.

M: Dame diez minutos y me mandas al primero con una enfermera por favor.

T: Claro.

En su nuevo apartamento, Esther metía las últimas cajas en el interior. Fue hasta el
frigorífico y sacó la lata de cerveza que había metido en el congelador rato antes
viendo como ya había cogido la temperatura y volvió con ella y una bolsa de patatas
hasta el salón. Se sentó en el suelo junto a una de las cajas y comenzó a beber.

E: Ah… que rica. -miró a su alrededor- Pues ya está, solo queda ordenar y limpiar esto
un poco. Espero tenerlo medio organizado en un par de días… -cogió el móvil y marcó-
¿Marta?

Ma: Hola cariño, ¿Cómo vas?

E: Bien, acabo de subir la última caja, estoy en un descanso… cuando vuelva a ponerme
no sé cuando acabaré.

Ma: ¿Los muebles ya están ahí no?

E: Sí, sí… los trajeron ayer, pero tengo que colocar todo, limpiar un poco, ordenar la
ropa y… buf, que pereza.

Ma: Hoy ya no puedo, pero mañana podría ir y echarte una mano.

E: Pues te lo agradecería, además tengo que coger el periódico y buscar trabajo, no he


tenido tiempo ni para eso.

Ma: Bueno, poco a poco Esther, las cosas así no puedes hacerlas a la ligera ya lo sabes,
si quieres puedo preguntar por ahí.

E: Te lo agradecería… porque de aquí sabes que conozco más bien poco, y no creo que
pidan mucho de lo mío en un periódico.

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Ma: No lo sé… ya veremos, tampoco te estreses mucho que ya veremos algo, primero
acomódate y luego…

E: Ya… lo primero que organizaré será mi habitación.

Ma: ¿Tienes algo para cenar?

E: Pediré algo, tampoco me apetece ponerme a cocinar ahora.

Ma: Vale… te llamo mañana si no pudiera ir, pero no creo que tenga problema.

E: Gracias… dale un beso al enano.

Ma: Otro para ti.

Dejo el móvil a un lado y terminó de beber la lata y comerse las patatas de aquella
bolsa. Sacudiéndose las manos fue hasta el reproductor que había colocado en una
esquina y puso algo de música para comenzar de nuevo con la faena.

Ya había amanecido cuando llegó a su casa. Una nota sobre el frigorífico le decía que su
suegra había llevado a la pequeña hasta el colegio. Recogió lo que aun permanecía del
desayuno sobre la mesa de la cocina y fue hasta su dormitorio. Se quitó el abrigo y lo
dejó sobre la percha, desabotonando su blusa después sin prisa. Se sentó a los pies de
la cama quitándose las botas y el pantalón. Frotó su rostro en aquella misma postura y
se levantó caminando después hasta el baño, despojándose allí finalmente de su
camisa y la ropa interior.

El agua caliente recorría su cuerpo relajando sus músculos de tal manera que sintió el
sueño por primera vez desde hacia muchas horas. Minutos más tarde salía envuelta en
su albornoz de nuevo hasta su dormitorio, tomó la crema corporal que siempre usaba
impregnando sus piernas con ella, masajeándola con cuidado al sentir como sus
músculos estaban realmente cargados por aquella guardia.

Exhausta decidió dormir sin prenda alguna. Dejó el albornoz de nuevo en el baño y fue
desnuda hasta la cama, cubriéndose con la manta por completo, aspirando el olor de
su almohada mientras se iba relajando minuto a minuto, hasta quedarse dormida.

Dormida profundamente tardó en escuchar la alarma de su móvil, abrió los ojos con
pesadez y estiró el brazo hasta la mesilla cogiendo el teléfono para detener aquel
estridente ruido.

M: Uf podría dormir mil horas más… -se estiró bajo las mantas y supo que no podía
permanecer allí más tiempo, tenía que recoger a Alba del colegio- Venga Maca, arriba.

Esa vez con la idea de que quería ir lo más cómoda posible, se puso uno de sus
vaqueros y una camiseta bajo su chaqueta, sonriendo al pensar que quería darle una

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sorpresa a su hija. Cogió las llaves y ambos cascos bajando hasta el parking. Frente a
ella sonrió recordando cuanto le gustaba aquella moto, y que poco podía disfrutar de
ella de un tiempo a esa parte.

Subió y colocándose su casco colgó el de la niña en su brazo, saliendo después sin prisa
hacia el colegio. Minutos después permanecía en la puerta esperando a su hija.

Al: ¡Mami! -corrió hacia ella subiendo en sus brazos- Hola.

M: Hola cariño ¿Qué tal el cole? -comenzó a caminar con ella brazos.

Al: Guay... hoy nos han dado espaguetis para comer

M: ¡Guau! Espaguetis, ¿te los has comido todos?

Al: Sí mami, estaban muy ricos. -en aquel momento miró al frente y vio aquella moto
delante a ellas, miró a su madre sorprendida y bajó emocionada corriendo hasta ella-
¡Bien! ¡bien! ¡has venido con la moto mami!

M: Hacia tiempo que no dábamos un paseo.

Al: ¿Trajiste mi casco?

M: Claro. -abrió el compartimento trasero sacándolo- Toma.

Al: Jo mami… que guay.

M: Venga, póntelo que vamos a merendar.

Al: Eres la mejor madre del mundo. -se abrazó su cintura feliz- La mejor.

Riendo llegaban de nuevo al parking. Alba bajaba con cuidado y su madre dejaba la
moto bien colocada en su sitio de siempre antes de bajarse de ella. Igual de animadas
entraban en el ascensor y llegaban hasta la puerta de casa.

A: Ha sido súper guay mamá.

M: Venga sal, súper guay… -imitaba la voz de la niña mientras le mantenía la puerta
abierta y la de su nueva vecina se abría sorprendiéndola- Hola.

E: Hola.

Al: ¡Hala! ¡Tú eres la tía de Luis! –daba un pequeño salto.

E: ¿Alba? -preguntó sorprendida y sonriendo- Que casualidad.

Al: ¿Vives aquí?

E: Sí, me he mudado aquí.

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M: Vaya… parece ser que ya sabes más que yo. -miró a la pequeña.

E: Nos conocimos ayer en la hamburguesería, ¿verdad? -acarició el pelo de la niña.

Al: Sí. -sonrió ante el gesto- Venimos de merendar, mamá ha ido a recogerme con la
moto, es súper chula.

E: ¿Moto? Que guay ¿no?

Al: Sí… mucho.

M: Venga cariño… que seguro estamos entreteniendo a Esther.

E: No si… en realidad iba a la ferretería a por un medidor de corriente.

M: ¿Tienes algún problema?

E: Es que no sé si es que se ha roto o… tengo un andador y parece que no funciona


quizás sea la corriente.

M: Si quieres puedo echarte una mano, tengo uno en casa.

E: No quiero molestarte.

M: No es molestia de verdad… además somos vecinas ¿no?

E: Claro. –asintió con timidez- Pero de verdad que…

M: Bueno… –la cortaba- pues espera un segundo. Alba vamos dentro y dejas el abrigo…
salimos ahora mismo.

E: Vale. –sonrió agradecida.

Entraban en la casa y mientras Alba hacia lo que su madre le había indicado esta iba
hacia la caja de herramientas y sacaba el medidor dejando también su chaqueta antes
de salir.

M: Vamos a ver ese andador.

Al: ¿Vives sola? -entró tras su madre.

M: Alba, no seas mal educada.

E: Tranquila… si no pasa nada. -sonrió a la niña- Sí, vivo sola.

M: ¿Dónde tienes el…?

E: En el dormitorio… ven.

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M: Pues listo… no sé como no lo cambiaron antes de venderte el piso.

E: Igual ni se dieron cuenta. –quitaba importancia.

M: Bueno, pues no tienes por qué preocuparte, no creo que te dé problemas.

E: Gracias, de verdad.

M: No ha sido nada, no te preocupes .-se limpiaba las manos con un trapo- ¿Alba que
haces? -alzaba la voz.

Al: ¡Tiene una pecera mami! ¡es enorme!

M: Perdona, es que le encantan los animales y…

E: Es una niña, es normal… ¿quieres algo de beber? Solo puedo ofrecerte cerveza
pero… -sonrió tímida.

M: No hace falta gracias.

E: Es lo menos que puedo hacer… después de ayudarme.

M: Está bien. –sonreía.

Despacio caminaba tras ella rumbo a la cocina, escuchaban la voz de la niña describir
cada uno de los peces que llamaban su atención, y tras coger algo de picar salieron
bandeja en mano hasta el salón junto a Alba.

E: ¿Te gustan? –iba hasta ella quedándose a su lado mirándolos también.

Al: Este rojo es precioso… cambia de color con la luz.

E: Es mi preferido. –se arrodillaba- Henry.

Al: Guau ¿puedo tener peces mami?

M: No, recuerda nuestro trato.

Al: Vaaaaale.

E: ¿Entonces vas a la clase de Luis, eh? -se sentaba en el suelo haciendo que la niña la
imitase.

Al: Sí… hoy nos hemos sentado juntos, me cae muy bien.

Ambas mujeres se miraron por las palabras de la niña y sonrieron a la vez que se
rompía aquel contacto visual. Alba seguía hablando mientras aquella chica la
escuchaba con atención y contestaba a sus preguntas.

E: Es hijo de mi hermana… pero prácticamente ha crecido sentado en estas piernas…


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Al: ¿Dónde vivías antes?

M: Alba. -reñía de nuevo.

E: Tranquila… -la miró para tranquilizarla- Pues decidí probar en otro sitio, pero al final
he decidido que no, que me venía aquí que están mi hermana y mi sobrino, me gusta
más estar con ellos.

Al: Y a Luis le gustará más también.

E: Sí, eso también. –sonreía.

Se habían despedido con la excusa de que Alba tenía trabajos de clase por hacer, y
cierto era que Maca prefería que terminase con ellos antes de la hora de la cena.
Aquella chica que había pasado a ser su vecina le resultaba agradable, simpática, y
bastante natural. Le gustaba tener alguien así y no como aquel último inquilino que
había ocupado el apartamento meses antes.

Al: Es simpática ¿a que sí?

M: Sí, cariño, ponte a hacer los deberes.

Al: Así puede venir Luis y jugamos mami… estaría guay, no tenemos que salir jejeje.

M: Sí mi amor, pero termina los ejercicios que la cena esta casi lista.

Al: Sí, sí… voy mami, voy.

Después de cenar y tras insistir de manera que el arma principal era que quería pasar
más tiempo con ella, la dejó sentarse a su lado en el sofá y ver la televisión un rato.
Como cuando era aun más niña, se sentó entre las piernas de su madre mientras esta
la abrazaba en silencio.

Al: ¿Mañana tampoco trabajas?

M: No… yo te llevaré al cole y por la tarde te recogeré.

Al: Guay ¿puedo dormir contigo esta noche?

M: Claro… pero enseguida vas a la cama ¿eh?, que tienes que descansar.

Al: Vale. -guardó silencio unos minutos- Oye mami.

M: Dime cariño.

Al: Hace tiempo que no vamos a ver a mamá. -se giró para mirarla- Podíamos ir ¿no?

M: Claro. –le acarició el pelo- Este fin de semana vamos y le llevamos flores ¿quieres?

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Al: Sí. -se abrazó a ella- A veces sueño con ella… pero no recuerdo como era su cara y
tengo que mirar la foto que tengo en mi cuarto.

M: Bueno… pero eras muy pequeñita cariño, es normal.

Al: Pero no quiero que se me olvide… por eso todas las noches la miro.

No pudo contestar a sus palabras, se dedicó a seguir abrazándola mientras pensaba


nuevamente en ella, pero como pasaba varias veces ya, aquel sentimiento era
diferente, y la trastornaba. Suspiró y se levantó haciendo entender a Alba que su
tiempo allí había acabado, fue con ella hasta su cama y la dejó a un lado.

M: Buenas noches cariño, que sueñes con los angelitos.

Al: Buenas noches mamá. -se abrazó a su cuello besando- Y no te enfades.

Sonrió calmándola y salió de nuevo hasta el salón. Abrió el mueble bar sacando una
botella de whisky y un vaso llevando ambas cosas hasta la mesa frente al sofá. Se sirvió
un vaso bebiéndolo después prácticamente de un trago.

M: Ah -cerró los ojos con fuerza- Que rico… -en aquel momento una música llegaba a
sus oídos- ¿Pero qué? -levantándose supo de donde provenía y sin pensarlo fue a tocar
a su puerta.

Sin esperar a que parase abrió la puerta y salió al rellano, tocando insistente la puerta
de su vecina, primero con la mano, pero tras unos segundos donde no recibía
respuesta y la música seguía sonando, colocó el dedo sobre el timbre.

E: ¡Voy! -se escuchaba desde su interior, la música cesó y abrió la puerta- Hola.

M: ¿Sabes qué hora es?

E: ¿Cómo?

M: Acabo de acostar a la niña y creo que tienes la música bastante alta.

E: Per… perdona -frunció el ceño- Aunque no creo que fuera para tanto, estaba
colocando unas cosas y bueno… no miré la hora, lo siento.

M: Bueno, pues te agradecería que para otras veces pienses que tienes al lado a una
niña que a estas horas esta durmiendo, y la música molesta.

E: Claro.

Sin más se dio media vuelta dejando a su vecina sin saber que mas decir, vio la puerta
cerrarse y al igual actuó ella segundos después cuando aun intentaba reaccionar.

E: Será borde la tía. -miró su reloj- Pues tampoco es tan tarde, joder.
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En su casa Maca había vuelto al sofá, llenando nuevamente el vaso, pero esa vez
bebiéndolo más despacio mientras pensaba en lo que acababa de suceder.

M: Pues como lo vuelva a hacer se entera… odio a la gente así de irrespetuosa, ¿tan
difícil es pensar en que vives con más gente al otro lado de la pared?

Un rato mas tarde decidió que era hora de acostarse, fue hasta el baño y mientras se
lavaba los dientes no podía quitar esa arruga de la frente que tenia desde el
encontronazo con su vecina, “vaya vecina” se repetía una y otra vez.

Se puso el pijama y fue de nuevo a la cocina a beber un poco de agua.

M: Con lo simpática que parecía, pues la has cagado jovencita… vaya que si la has
cagado.

Mientras ella permanecía con aquel mismo enfado, unos metros a su izquierda en
aquel andador que ella misma había ayudado a hacer funcionar, Esther corría
empapada en sudor dejando que sus palabras salieran cortantes y secas.

E: Idiota… borde… -seguía corriendo cada vez más rápido- No sé a quién narices habrá
salido la niña, pero seguro que al marido… estúpida…

En un golpe seco paró la maquina y bajó del aparato intentando recobrar el aliento
mientras caminaba por la casa con los brazos en jarra, sintiendo el calor en su pecho.

E: Voy a darme una ducha, pero con cuidado, no sea que me de por cantar y moleste a
la señora… -corrió con fuerza la cortina de la ducha- Que le den…

Había vuelto de llevar a Alba al colegio, aquella mañana se había levantado con una
jaqueca de lo mas guerrera haciéndola malhumorarse casi hasta del ruido de su propia
respiración. Suspiró desde la cocina mientras se tomaba una aspirina para ese dolor, y
pensó en echarse aunque fueran unos minutos a que ésta hiciera efecto con calma.

Cubría la mitad de su rostro con el brazo de manera que sus ojos se mantuvieran
cerrados a cualquier movimiento o reacción de su cuerpo. Permanecía sumida en su
silencio, dejándose llevar por el único sonido de su respiración, encontrando una calma
que la hizo descansar de aquella incomodidad con la que había despertado. Justo
cuando más cómoda estaba, un estridente ruido llegaba desde su pared, se incorporó
sobresaltada sintiendo como miles de punzadas recorrían su cabeza teniendo que
llevarse las manos a ella.

M: La mato… yo, la mato. -se levantó como bien pudo y salió de nuevo, tocando con
golpes realmente furiosos sobre la madera.

E: ¿Quién coño…? Tú. –espetó al verla.

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M: ¿Se puede saber qué narices haces?

E: No creo que sea asunto tuyo. -colocó la mano en el marco de la puerta mirándola
con decisión- ¿También es una hora marcada para tu silencio o qué?

M: Mira… -cerró los ojos no queriendo exaltarse- Hoy tengo una mañana bastante
mala, no te aconsejo que agotes mi paciencia.

E: Mira… -imitó su tono de voz- Estoy en mi casa, es una hora más que prudente para
hacer lo que me dé la gana, que en este caso es colocar las estanterías que tengo que
colocar, así que si te molesta que quieres que te diga… te aguantas.

En un pasó se colocó frente a ella haciendo que Esther diese uno en dirección contraria
quedando pegada a la pared. Acorralada, descubrió aquellos ojos que la miraban
desafiantes mientras su mandíbula se apretaba en segundos intercalados.

M: Te lo voy a pedir por favor… solo veinte minutos de silencio ¿vale?

Sin decir nada más se giró y fue hasta su casa, cerrando tan tranquilamente que Esther
pensó que hubiera sido mejor escuchar un portazo de enfado. Tragó saliva y cerró la
puerta con el pie, sintiendo como casi no podía moverse aun.

E: Joder con la tía, cualquiera le dice algo…

En su habitación y con la persiana bajada por completo, permanecía mirando al techo,


sabía que se había pasado, que no debía haber hablado así, pero también que había
sentido rabia al ver cómo le plantaba cara con tanto descaro. Negó con la cabeza
girando su cuerpo, quedando de medio lado abrazando a la almohada, sintiendo como
poco a poco se le cerraban los ojos.

Una posición incómoda la hizo revolverse en su posición y un ligero alivio recorrió su


cuerpo al sentir que aquel dolor de cabeza se había marchado, a la vez que un
escalofrió recorrió su espalda, abrió los ojos y saltó de la cama en un segundo.

M: ¡Joder! Alba

Salió corriendo del salón, cogiendo su chaqueta y las llaves del coche para dirigirse a la
puerta literalmente a pasos agigantados. Nada más abrirla se sorprendió al ver como el
ascensor llegaba a su planta la vez que ella salía.

Al: ¡Mami! -corrió hasta ella abrazándola- ¿Estás mejor?

Alzó la mirada encontrándose con Esther que salía tras la niña y se cruzaba de brazos
mirándola. De nuevo miró a su hija y suspiró aliviada mientras le dejaba un beso en la
cabeza.

Al: Esther me dijo que estabas malita y que ella me traería a casa ¿estás mejor?
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M: Eh… sí cariño, sí, mamá ha descansado.

Al: He quedado con Luis en que vendría mañana a jugar conmigo ¿me dejas, a que sí?

M: Ya veremos. -levantó de nuevo la vista encontrándose con sus ojos- Entra en casa
cariño…

Al: Vale.

E: Fui con mi hermana al colegio a ver a mi sobrino y no te escuché salir de casa así
que… estuvimos esperando un rato y al ver que no llegabas supuse que no era
conveniente dejarla allí sola.

M: Gracias, me quedé dormida y… no me di cuenta de que había pasado tanto tiempo.

E: No tienes que agradecerme nada, solo lo he hecho por la niña. Por mucho que
pienses de mí no soy ninguna retorcida, y no podía dejarla allí… -giró sobre sus pasos y
fue directa a su puerta abriéndola- Por cierto… me alegro de que estés mejor. -se giró
de nuevo- ¿Puedo seguir arreglando mi casa o vendrás dentro de diez minutos a
volverme a llamar la atención?

M: Pasa de mí… -se dio la vuelta cerrando esta vez sí, con un portazo.

E: ¡Pues me da igual que vengas! ¡Pienso hacer el ruido que me dé la gana! -gritó desde
su puerta.

Al: ¿Por qué grita Esther, mamá?

M: Porque es… -se mordió el labio parando sus palabras- No lo sé cariño, ¿tienes
deberes?

Al: No mami, hoy no.

M: Bien… pues te preparo la merienda y luego vamos al baño ¿eh?

Ya en el baño, Maca secaba a la niña mientras esta permanecía sentada en sus piernas
y le contaba como había ido su día, haciendo que por aquellos minutos no pensase en
otra cosa que no fuera en ella.

Al: Y Esther es súper guay mami… me dijo que cuando quisiera podía ir a ver a sus
peces, ¿me dejarás verdad?

M: ¿Tan bien te cae?

Al: Es muy simpática, y sabe de música… de esa que me gusta a mí, y de series… es muy
divertida.

M: Ya…
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Al: Mientras no venias hemos estado jugando en la puerta del cole y no veas lo que
corre. Siempre nos pillaba a Luis y a mí.

M: Bueno, ponte el pijama que voy a recoger todo esto.

Llevaba más de una hora despierta, mirando al techo mientras su mente permanecía
en blanco sin darse cuenta de que los minutos pasaban y llegaría el momento de
levantar a Alba. No así el despertador, que programado por ella misma, sonaba a las
siete y media en punto.

Como cada mañana, desde hacían seis años ella se bastaba para organizar la vida en
aquella casa y como tal, salía con la niña rumbo al colegio.

Llegó al hospital y nada más cruzar hasta la puerta de urgencias vio como alguien que
creía conocer permanecía apoyada en el mostrador hablando animadamente con
Teresa.

M: ¿Desde cuando bellezones así vienen a este hospital? -se había colocado a su
espalda viendo perfectamente como aquella mujer se giraba con una sonrisa en los
labios.

-¿Y desde cuando usted se cree que voy a caer ante semejante coquetería?

Ambas sonreían abrazándose después, Maca cerraba los ojos sintiendo como aquel
abrazado había sido rogado en silencio durante mucho tiempo.

M: Te he echado mucho de menos.

-Y yo a ti sin vergüenza.

M: ¿Por qué no me dijiste que venias anoche cuando hablamos?

-Porque era una sorpresa cariño, a ver si te crees que yo voy por ahí pregonando
cuando voy o vengo.

M: Pues si lo hubieras hecho ahora podría tomarte el día libre.

-Eso ya esta mas que controlado cariño… ¿Qué te crees?

M: ¿Cómo?

T: Cruz ha dicho que te vuelvas a ir por donde has entrado y que te espera pasado
mañana.

M: Eh… a ver… ¿Qué pasa aquí? -elevó las manos extrañada- ¿Por qué ha dicho eso
Cruz?

T: Porque aquí tu amiga ha hablado con ella y se ve que es convincente.


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M: ¿Qué tú has hecho qué?

-¿No pretenderías que para dos días que tengo para estar contigo los ibas a pasar
trabajando?

M: ¿Y por eso hablas con mi jefa? ¿Qué le has dicho?

-Eso te lo contaré cuando me invites a desayunar que estoy desmalladita. -se cogió a su
brazo- Bueno Teresa, hasta la próxima.

T: Hasta luego hija, y a ver si consigues que se relaje un poco.

-Eso no se duda, Teresa.

Una vez fuera comenzaron a caminar hacia el parking sin prisa. La pediatra sonreía aun
por aquella sorpresa que sin duda la había hecho mucha ilusión.

-¿Has venido en la moto o en el coche?

M: En el coche, claro.

-Ais… tengo que recuperar a mi Maca.

Habían llegado hasta una terraza del centro, ambas reían sin parar recordando viejos
tiempos, contando por primera vez anécdotas de aquel tiempo sin verse. Maca reía
feliz, tranquila, disfrutando de aquel momento junto a quien había conseguido que se
relajase sin proponérselo.

-¿Y mi ahijada como está?

M: Cada día más grande, más curiosa y más guapa… -sonreía orgullosa- Ya verás
cuando te vea, ¿Por qué duermes en casa, no?

-Claro, y… ¿de mujeres como andábamos?

M: Como no hables por Alba me da que no tienes nada que hacer.

-Por dios, Maca ¿Cuánto tiempo llevas así?

M: Ana por favor, no empecemos. –bajaba la mirada hacia la mesa.

A: No sé qué narices te pasa, ¿te vas a pasar toda la vida sola por cabezonería?

M: No estoy sola, y la cabezonería no tiene nada que ver.

A: ¿Ah no? -se cruzaba de brazos seria- ¿Cuándo tuviste tu última cita?

M: Pues con Lucia.

A: Maca… no deberías hacerte eso. Estás en edad de disfrutar y merecer.


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M: Mira Ana, soy una mujer viuda, de treinta y seis años, con una hija de once que
requiere de todo mi tiempo cuando no trabajo, ¿Qué quieres que haga?

A: ¿Y qué pasa con tu suegra? Tengo entendido que te ayuda con la niña.

M: Pero no para que salga con nadie Ana, las cosas no son así. Además, no sabría ni
que hacer, llevo seis años sin hacer otra cosa que no sea trabajar y cuidar de la niña…

A: Esas cosas no se olvidan ¿Qué ha sido de aquella Maca que era capaz de conquistar
a las plantas?

M: No digas tonterías.

A: Esta noche tú y yo nos vamos a cenar y a dar una vuelta, ya te puedes hacer a la
idea.

M: ¿Tú cuando hablo que haces? ¿Recitar el padre nuestro en voz baja o qué?

A: Me da igual como te pongas, a cabezota no me ganas así que puedes hablar lo que
quieras.

Comieron en el restaurante de siempre cuando Ana visitaba la ciudad. Tomaron café y


decidieron caminar hasta el colegio de la niña ya que estaba cerca y no tendría que
buscar aparcamiento. Frente a la puerta, Maca había decidido llamar a Concha
mientras Ana miraba sonriente a los niños salir esperando ver a Alba.

Al: ¡Tita!

A: ¡Hola preciosa! -tal como había saltado a sus brazos la elevó manteniéndola contra
su cuerpo- ¡Pero qué grande estás!

Al: ¿Cuándo has venido?

A: Esta mañana… voy a pasar un par de días con vosotras.

Al: ¡Guay! -volvió a dejarla en el suelo viendo como esta miraba a una mujer con un
niño a su lado- ¡Mira Luis! ¡Es mi tita Ana!

L: Hola… -habló algo avergonzado.

A: Hola campeón.

Al: Y ella es Esther, tita de Luis y nuestra nueva vecina.

A: ¿Nueva vecina? -miró a la niña que asentía sonriendo- Hola soy Ana. –extendía su
mano.

E: Encantada.

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A: ¿Entonces eres vecina de Maca?

E: Si, llevo allí solo un par de días.

M: Perdón… -fue caminando mientras terminaba de bloquear el móvil y al levantar la


vista dio con el rostro de Esther- Vaya… hola.

E: Hola. -contestó fríamente.

A: ¿Qué dice la abuela? –preguntó con claro interés.

M: Que no se puede quedar con la niña, que tiene no sé qué cena y ya no puede
cancelarla.

A: Jue con la señora Concha.

Al: ¿Es que me tengo que quedar con la abuela otra vez? –preguntó mirando a su
madre.

M: No cariño, ya no… cenaremos las tres en casa.

A: ¿Y por qué no llamas a una canguro? en Madrid tienen que haber miles.

M: No dejaré a la niña con una canguro.

E: Si quieres se puede quedar conmigo… -ambas mujeres la miraron sorprendidas por


escuchar aquello- Si no te importa vamos, si tenéis que salir no me importa quedarme
con ella.

Al: ¡Sí, mami! -fue hasta ella tirando de su abrigo- Además vive frente a casa.

A: ¿De verdad no te importa?

E: No pensaba salir, aunque en mi casa no estaría cómoda, aun no está del todo lista.

A: ¡Ah pero ese no es problema! Os quedáis en su casa y…

M: Ana… -la cortó- No creo que sea la cosa para que se quede con ella, dejémoslo.
-contestó mientras iba hacia la niña para coger su mochila.

A: Nosotras vamos a salir, y si la chica se ofrece ¿Qué malo tiene?

E: Si no quieres no pasa nada, lo decía por ti pero vamos…

A: ¡No, no! Si te lo agradecemos ¿Verdad Maca? -se giró buscando el rostro de su


amiga mientras reflejaba una mueca para convencerla.

M: ¿De verdad que no te importa?

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Y retándose con la mirada guardaron silencio. Maca erguida y recta, aguatando su
postura casi inflexible con ella, haciéndole ver que la amabilidad no nacería con ella esa
tarde. Mientras, Esther con la mano sobre el hombro de su sobrino intentaba
diferenciar lo que aquella mirada le producía, en un silencio donde Ana, Alba y Luis
miraban a ambas mujeres extrañados por aquel momento.

De camino a casa de la pediatra, en el coche no se percibía más que el ruido del


exterior, ya que dentro del vehículo la conversación era nula. Ana extrañada por aquel
comportamiento estaba dándole un espacio necesario para poder hablar con ella al
llegar, y Alba creyendo que su madre estaba disgustada en aquel momento prefirió
guardar silencio y no llevarse alguna riña.

Ya en el piso la niña fue directamente a su dormitorio mientras Ana iba tras los pasos
de Maca al suyo arrastrando su maleta.

A: ¿Me vas a contar que te traes con la vecina?

M: ¿Yo? Nada en absoluto, es una niñata.

A: Ya… -se cruzó de brazos mirándola- ¿No habéis discutido ni nada por el estilo?

M: Pues sí, algo hemos discutido sí, pero porque es una irrespetuosa y se cree que
aunque esté en su casa puede molestar a los vecinos con su ruido.

A: ¿Y desde cuándo te has convertido en una vecina puñetera si se puede saber?

M: Ana. -se giró enfadada- No me toques las narices ¿Quieres?

A: Uy… ya salió mi Maca borde.

Al: Mami… -ambas se giraron viendo como la niña permanecía en la puerta- ¿Estás
enfadada?

M: Claro que no, mi amor… -ante aquella respuesta Alba se acercó hasta ella.

Al: ¿Y por qué se quede Esther tampoco?

M: -suspiró- No cariño, no me enfado.

Al: Vale.

De puntillas y ayudada por su madre dejó un beso en su mejilla marchándose después


sin prisa, mientras al igual que su madre Ana la miraba sonriendo.

A: Tienes un encanto de hija.

M: Sí.

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A: Bueno, a lo que iba… ¿no te gustará la vecina?

M: Mira… me voy a la ducha, porque aguantar estas gilipolleces no tiene recompensa.

A: A ti te gusta la vecina… -cantó caminando tras ella.

M: Paso de ti, Ana.

A: Vale, pero a ti te gusta la vecina. -volvió a cantar.

Vio como entraba decidida en el baño y sonriendo negó con la cabeza mientras se
quedaba unos segundos pensativa y salía de nuevo rumbo a buscar a la niña

A: Oye cariño.

Al: Dime tita.

A: ¿A qué hora va a venir la vecina? -se sentaba junto a ella en la cama.

Al: Pues dijo que cuando la avisásemos, que iba a estar toda la tarde arreglando algo,
no sé.

A: Vale… -miró hacia el pasillo escuchando el ruido de la ducha- Vigila a tu madre, voy a
hablar con ella.

Sin esperar más tiempo fue directa a la puerta. Escuchó por última vez como el ruido
de la ducha la hacía salir con seguridad y de aquella forma se detuvo frente a la puerta
de aquella mujer que podía hacer cambiar sus planes. Tocó con su mano sobre la
madera hasta que escuchó como los pasos la hacían adivinar la presencia de Esther en
su interior.

E: Hola.

A: Eh... hola, verás… -miró hacia atrás nerviosa- Si Maca se entera de esto seguramente
me matará –sonrió.

E: ¿Ocurre algo?

A: Quería preguntarte algo, ya que ella no me dice nada coherente.

E: Claro, dime.

A: ¿Habéis discutido? –se inclinó hacia ella con una sonrisa.

E: ¿Cómo…? ¿Por qué preguntas eso?

A: Verás… Maca nunca se pone de una manera tan irascible con nadie, pero en cambio
tú… parece que la sacas de sus casillas… -sonrió de nuevo.

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E: ¿Y eso te hace tanta gracia?

A: No de la manera en la que piensas, seguramente creerás que estoy loca pero… ¿Por
qué parece que os lleváis tan mal?

E: Pues es algo que debería explicarte ella, ya que yo creo que no tuvo razón alguna en
ponerse como lo hizo.

A: Ya… bueno pues… siento haberte molestado, ¿Te veo luego?

E: Sí, claro… cuando os marchéis me tocas el timbre y me quedo con Alba.

A: Gracias, hasta luego Esther.

E: Hasta luego.

Cerró la puerta tras de si y observó como el cuerpo de la pediatra permanecía erguido


y quieto frente a ella al final de pasillo, pensó en hacer caso omiso pero aquella mirada
que llegaba hasta ella era imposible de ignorar.

A: ¿Qué tal la ducha? ¿Bien?

M: ¿Qué hacías? O más bien… -comenzó a caminar hasta ella con los brazos cruzados
bajo su pecho- ¿De qué hablabas con ella?

A: Nada mujer… solo he quedado con ella para luego, no sé por qué te pones así.

M: No me pongo de ninguna manera, pero nos conocemos Ana.

A: Y yo conozco esa arruguita que ya tienes en el entrecejo. -señaló a escasos


centímetros de su piel- Así que haz el favor de tranquilizarte.

Al: ¡Mami!

M: Dime cielo.

Al: Ya que Esther se queda ¿podemos pedir pizza para cenar?

Llegado el momento en que tenían que salir, Maca se colocaba los pendientes sin
haber salido aun del dormitorio mientras Ana cruzaba el descansillo y llamaba al piso
donde Esther, libro en mano, abría para recibirla.

E: Hola ¿os marcháis ya?

A: Sí ¿no te interrumpo, no?

E: No tranquila, estaba leyendo mientras me bebía un chocolate. Espera un segundo


que coja las llaves.

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A: Claro.

Uniendo sus manos tras ella bajó la vista mientras observaba la punta de uno de sus
tacones y pensaba a casi la velocidad de la luz. Sonrió al recordar el carácter de su
amiga y escuchó como el tintineo en el llavero de la joven la hacía volver a levantar la
vista y encontrarla frente a ella.

A: ¿Tú crees que he acertado con los zapatos? -ambas bajaron la vista al suelo.

E: Sí… pegan con la falda.

A: ¿De verdad lo crees?

E: Quizá algo no tan oscuro le iría mejor… pero no queda mal, a mí me gusta.

Ana elevó su rostro mostrando una sonrisa y cerró la puerta tomando a Esther
segundos después por los hombros mientras se encaminaban hasta el piso de la
pediatra.

A: ¡Alba mira quien ha venido!

Al: ¡Esther! -corrió hacia ella- Estoy haciendo un puzle, ¿me ayudas?

E: Claro que sí –sonrió.

A: Pasa con ella, voy a ver cómo va mi gruñona favorita…

Las vio entrar en el comedor de manera casi familiar, como se sentaba sin pensarlo en
el suelo junto a la niña y esta le explicaba lo que aun no había conseguido completar.
Sonrió y comenzó a recorrer el pasillo hasta el dormitorio.

A: ¿Estás ya? –entraba al dormitorio.

M: Sí… no encontraba el móvil.

A: ¿Y para que lo quieres?

M: No pienso irme a cenar y no tener manera de hablar con mi hija si fuera necesario.

A: Estará bien, Maca, no tienes por qué preocuparte.

M: No pienso cambiar de opinión, ¿nos vamos?

A: Si, vámonos anda.

Con Ana por delante caminaba hacia el salón donde ya escuchaba las risas de su hija y
Esther. Tomó su bolso en la entrada y entró sin esperar más tiempo para despedirse. Al
hacer su aparición el rostro de Esther se giró al escucharla. Se quedó parada

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observándola, iba vestida de una manera sencilla, pero llamaba su atención, sacudió su
mente un par de veces fijándose unos segundos después en el puzle.

M: ¿Habéis llamado a la pizzería?

Al: Sí, mami…

M: Vale, pues nosotras no tardaremos mucho así que…

A: Sí. -le cortó- Vamos a tardar, así que Esther, cuando sea la hora la acuestas ¿vale?

E: Claro, no os preocupéis.

Al: Estás muy guapa mami. -le dio un beso en la mejilla haciéndola sonreír- ¿A que sí,
Esther?

La chica se vio acorralada por aquella pregunta, a la vez que una Ana curiosa casi hacia
estirar su cuello dos centímetros para ver su rostro y escuchar su respuesta.

E: Si, está muy guapa.

Al: Jejeje

M: Hasta luego cariño, y no te acuestes muy tarde.

Al: No, mami.

A: Vamos anda, que no nos hemos alistado a ninguna guerra… -agarró su brazo y tiró
de ella hasta la puerta.

E: ¿Tienes más hambre?

Al: No ¿quieres helado? Creo que aún queda de chocolate.

E: ¿Tu madre te deja comer helado después de la cena?

Al: Claro. -contestó segura- Pero no me apetece, si quieres puedo traértelo.

E: No hace falta ¿Por qué no te pones el pijama y vemos un peli?

Al: ¡Guay!

La niña salió corriendo hacia su habitación haciéndola sonreír. Mientras tanto ella
comenzó a recoger todo los enredos de la cena y calentó un poco de leche en el
microondas para después buscar el cacao.

Al: En el de arriba. –aparecía tras ella para colocarse a su lado.

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E: Gracias ¿te gusta con o sin azúcar?

Al: Con, con… -sonrió mientras se sentaba tras ella- ¿Tú te haces otro?

E: Claro… yo soy muy golosa.

Al: Jejeje

E: ¿Vamos a ver esa peli?

Mientras en el restaurante, habían pasado a pedir el café tras la cena. Ana reía al
haberse visto descubierta repasando la anatomía de uno de los camareros, momentos
como ese era el que hacía que ambas recordaran cuanto podían llegar a echarse de
menos.

M: Te veo una solterona de novio en novio pasados los cuarenta.

A: ¿Y qué malo tiene eso? Mi cuerpo lo disfrutará seguro.

M: Una manera de ver la vida. -dio un sorbo a su café- No sé tú pero yo no aguantaría ir


a otro lugar ahora. –se recostaba en su asiento.

A: Ya… se nos ha hecho tarde con la cena, pero aun podemos aguantar un poquito aquí
hasta que nos echen.

M: Claro.

A: ¿Me vas a contar por qué soportas tampoco a la vecina? A mí me cae bien.

M: No la conoces para que te caiga bien, y tampoco yo he dicho que no la soporte.

A: ¿Entonces? –insistió sin borrar la sonrisa.

M: Somos personas distintas, y ella es más joven y tiene otra mentalidad, chocamos…
no hay más.

A: Ya… -asentía mirándola fijamente.

M: ¿Qué?

A: Nada, nada… no he dicho nada.

M: No hace falta que lo digas, nos conocemos demasiados años.

A: Ais… que cerradica eres a veces amiga mía… con lo maja que has sido tú… -se
recostaba mirando a otro lado.

M: Y tú una lianta.

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Aguantando la risa para no despertar a la niña entraban en el piso despacio. Ana se
quitaba los tacones nada más entrar y Maca encendiendo la luz del recibidor
comenzaba a caminar hasta el dormitorio de la pequeña.

M: La peque duerme como un tronco.

A: Pues esta también.

Extrañada por el comentario se asomó a la puerta del salón y miró hacia el sofá donde
pudo ver a una Esther profundamente dormida. Con las piernas encogidas y abrazada a
uno de los cojines. Por un momento olvidó la relación que ambas mantenían desde
aquel encontronazo y vio ternura en aquella mujer.

A: ¿Qué vas a hacer?

M: ¿Respecto a qué? -se giró para mirarla.

A: ¿La vas a despertar o….?

Sin contestar giró sobre sus pasos y fue hacia la otra parte de la casa. Extrañada, Ana
permaneció allí a la espera de saber que era aquello que haría su amiga, viéndola
regresar segundos después con una manta bajo su brazo.

Entró despacio no queriendo despertarla y desplegó la manta antes de llegar a ella.


Una vez se había acercado lo suficiente la dejó caer sobre su cuerpo arropándola con
cuidado para que no cogiese frio. Ana desde la puerta sonreía observando a su amiga
que después se acercaba de nuevo hasta ella.

M: ¿Qué?

A: Que no lo puedes evitar Maquita… eres un encanto.

M: Bla bla bla.

Dándole la espalda comenzó a caminar al dormitorio haciendo que la siguiera. No dijo


nada en varios minutos en los que se puso el pijama y se aseó antes de meterse en la
cama. Una vez lista Ana regresaba ya cambiada para ocupar el otro lado.

A: Es guapa.

M: Ana por favor. -hundió el rostro en la almohada- Es tarde, ¿Por qué no dormimos?

A: ¿No te lo parece?

M: Puf… cuando te pones pesadita no te gana nadie. -se giró mirando hacia la ventana-
Buenas noches.

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A: Solo dime si te parece guapa. -subió sobre su hombro intentando mirarla- ¿Qué te
cuesta?

M: Eres peor que mi hija.

A: ¿Tan difícil es admitirlo?

M: ¡Si Ana! -se giró bruscamente no haciendo otra cosa que contagiar su sonrisa a su
amiga- ¡Es guapa! ¿Contenta?

A: Sshh la niña.

M: Increíble. -se volvió a girar golpeando la almohada varias veces- Buenas noches.

A: Buenas noches

Colocó sus brazos por detrás manteniendo el peso de su cabeza mientras miraba al
techo y aquella sonrisa volvía a alojarse en sus labios.

Empezó a sentir un movimiento sobre los pies de la cama. Despacio se desperezó y


miró el reloj sobre la mesilla, aun era temprano y extrañada se incorporó lo justo para
ver a Alba sentada sobre sus piernas dobladas dando pequeños saltitos.

M: ¿Qué hace usted aquí?

Al: Que me desperté y ya no podía volver a dormir.

A: Mmm ¿Qué pasa? -se incorporó con el pelo completamente revuelto.

MyAl: jajaja

A: ¿Qué? –preguntó extrañada.

Al: Tu pelo tita. –señalaba.

A: A ver… que una no puede estar las 24 horas del día tan guapa, me tengo que tomar
mis descansos.

M: Ve a lavarte anda, y te preparo el desayuno.

Al: Ya lo hice… y Esther me preparó la leche y unas tostadas.

M: ¿Qué Esther te….?

Al: Si, pero ya se fue… dijo que no quería molestar cuando os levantaseis.

A: Vaya, vaya… pues sí que es apañadita la chica, sí.

Al: Ayer lo pasamos súper bien, le dije que alguna tarde podríamos seguir con el puzle,
¿puedo mami?
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A: Claro que puedes, ¿Cómo no vas a poder? -miró a la pediatra que aun seguía algo
extrañada- ¿por qué no vas a ver los dibus un rato?, tu madre y yo nos levantamos
ahora mismo.

Al: ¡Vale!

De un salto bajó del colchón mientras Ana se comenzaba a estirar sin prestar atención
a la reacción de la pediatra que lentamente se giraba para quedar sentada al borde de
la cama.

A: ¿Qué haremos hoy?

M: No sé, ¿Qué quieres hacer? Tenemos todo el día.

A: Después de llevar a la niña y que me invites a desayunar vamos a ir de compras


¿Qué te parece?

M: Como quieras, voy a ducharme.

Una vez la vio entrar al baño se puso una bata y salió hasta el salón, donde la pequeña
miraba con atención la televisión hasta que la escuchó llegar y se giró sonriente hacia
ella a la vez que se sentaba a su lado.

Al: ¿Vendrás con nosotras al cole?

A: Claro… Luego me llevo a mamá a desayunar y de compras para que vaya guapa –la
niña sonreía- Oye cariño… dime una cosa… ¿Sabes cuántos años tiene Esther?

Al: Creo que veintinueve… ¿Por qué?

A: Nada… curiosidad de la tita. –sonrió rodeándola con su brazo- ¿Qué ves?

La llamada de su hermana había sido excusa perfecta para marcharse de allí. A media
noche sus ojos se abrieron haciéndole sentir el desamparo de su cama, miró a su
alrededor y recordó donde se encontraba, observó su cuerpo tendido en aquel sofá y la
manta que la cubría, se sintió invasora en campo del enemigo y no pudo volver a
dormir.

Sonrió al ver el cuerpo de Alba a su lado con miedo a despertarla, sin duda alguna
aquella niña estaba ganándose su cariño a pasos agigantados. Pero tras prepararle el
desayuno y tomar también ella un poco de leche a su lado decidió que lo mejor era
marcharse.

Le había conseguido una entrevista de trabajo en un hospital no muy lejos de casa, y


sintió la energía e ilusión en aquel nuevo reto. Se duchó con rapidez y se vistió
queriendo causar buena impresión, “la imagen cuenta tanto como cualquier otra cosa”,
algo que su madre le había dicho en más de una ocasión.
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Al salir al rellano escuchó las risas en la casa de al lado, sonrió con timidez mientras
esperaba el ascensor y escuchaba levemente la vida tras aquella puerta.

Veinte minutos después un taxi la dejaba frente a la puerta de urgencias, había


preferido llegar con tiempo y con más calma encontraría el mejor camino para ir desde
casa. Sintiendo como los nervios iban abandonándola se quedó frente al mostrador
mientras una mujer al otro lado hablaba con insistencia por teléfono.

-¡No! Es que lo pedimos hace más de media hora, es algo que necesitamos con
urgencia… por favor… -habló intentando calmarse- el paciente estar realmente débil…
¿podría ser algo más responsable con todo esto?... está bien… veinte minutos… -colgó
mostrando su desesperación.

E: Perdone.

-Un segundo… ahora viene quien debe atenderla.

E: No si… yo venía por una entrevista de trabajo, me dijeron que preguntase por la
Doctora Cruz Gándara.

-¿Eres Esther?

E: La misma.

-Perdona. -sonrió mientras salía del mostrador- Yo soy Cruz… -extendió su mano para
saludarla- Es que llevo una mañana de locos, y acabamos de empezar… urgencias es lo
que tiene.

E: Supongo. –sonrió.

C: Vamos a mi despacho, acompáñame por favor.

Mientras caminaban veía lo que creía era lo habitual allí. Médicos caminando con prisa
de un lado a otro, celadores con pacientes de un sitio a otro, y no podía evitar pensar
que le gustaría mucho aquel trabajo, aquel ritmo. Algunos se detenían en su camino y
Cruz la presentaba encontrando gente curiosa a la vez que amable con ella.

C: Toma asiento.

E: Gracias. -movió su bandolera de forma que quedase en su regazo y cruzó ambas


manos guardando silencio.

C: La jefa de enfermeras lleva tres meses pidiéndome personal, pero ni tiempo para eso
tenemos aquí hija… es una locura ¿así que hermana de Marta?

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E: Sí. -sonrió con timidez- Lo que si… no quisiera que diera la impresión que voy
buscando trabajo por enchufe, si crees que estoy cualificada y lo ves oportuno estaría
encantada de formar parte de este hospital.

C: Y si te gusta.

E: Claro.

C: Tu hermana ya me advirtió de que me dirías algo como esto. -su cara mostró el
agrado por aquella chica- Pues la base seria un contrato de tres meses, prorrogable
después si nosotros estamos contentos y tú a gusto por supuesto, con un periodo de
prueba de quince días como es habitual.

E: Me parece bien.

C: Bien, ¿lo traes todo? -Esther asintió- Pues baja donde mismo estaba yo antes, estará
Teresa, se lo das a ella y ya lo pasará a admisión para que hagan tu contrato y te den de
alta, seguramente mañana te llamemos para decirte cuando empiezas… -se levantó
con calma.

E: Pues muchas gracias -sonrió despidiéndose de ella esta vez con dos besos.

C: No hay de qué mujer… nos vemos. Por cierto… -la hacía girarse de nuevo- Antes de
que te topes con él y quieras correr… -sonreía- Vilches es el jefe de urgencias, y es un
tanto peculiar… parece peligroso pero no te preocupes.

E: Vale, lo tendré en cuenta para cuando lo vea. –sonrió despidiéndose segundos


después.

M: Yo no me veo con esto Ana, lo siento… -miraba su cuerpo frente al espejo


frunciendo el ceño- No

A: Pues yo veo que te queda de muerte, tienes que tener la frecuencia en otro mundo.

M: Mira que eres tonta ¿eh?

A: Venga Maca, te queda genial, date un caprichito anda.

M: ¿Y cuando me pongo yo esto? -se giró colocándose en jarras mientras la


dependienta sonreía por la escena- Dime.

A: Ya habrá ocasión, por eso no te preocupes. Pero sería un sacrilegio que después de
vértela puesta en ese cuerpo lo mandes de nuevo a la percha.

-Tiene razón.

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Ambas se giraron mirando a la dueña de aquella voz, que de brazos cruzados
permanecía a un lado casi con media sonrisa que a Ana le supo a gloria.

A: ¡Esther! -fue hasta ella dándole dos besos y arrastrándola después del brazo- Otra
que da su voto a que sí.

M: Pues a mí me da igual, no me gusta… -se volvió a girar hacia el espejo.

A: ¿Qué haces por aquí? -ignoró el comentario de su amiga volviéndose a Esther.

E: He pasado por la puerta, os he visto y… vengo de una entrevista de trabajo.

A: ¡Qué bien! ¿No? ¿Qué tal ha ido?

E: Bien… me llamarán mañana para decirme cuando empiezo.

M: ¿Y a que te dedicas? ¿Pinchas discos en alguna discoteca? -la miró de refilón por el
cristal.

E: Pues no. -contestó aguantando su mirada.

A: Bueno…. Quítate eso que lo paguemos, y nos tomamos algo con Esther y le
agradecemos que cuidase de Alba anoche.

E: Lo siento, pero no puedo… -vio como Maca se giraba recriminando con la mirada por
aquella invitación- Tengo que ir a hacer unas compras, aun me quedan cosas que hacer
en casa.

A: Vamos mujer, una cervecita y…

E: De verdad que no puedo. -sonrió agradecida- Pero gracias.

A: Bueno, por esta vez vale… pero a la próxima no admito un no.

E: Está bien… -sonrió- Hasta luego.

Mientras se marchaba de allí Ana la siguió con la mirada, al igual que una Maca que
disimulaba desde el espejo cuando su amiga se giraba mostrando un claro rostro que le
gritaba que ahora le caería una buena reprimenda.

A: Cuando quieres ser borde te luces hija, te luces… ahora cámbiate que nos vamos.

M: No te enfades va… que te pones muy fea.

A: ¡Es que no puede ser Maca! ¿Qué cosa tan grave te ha hecho la pobre? Con lo bien
que se porta.

M: Voy a quitarme esto, no me gusta esta conversación.

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A: Siempre igual -se giró hablándole a la dependienta- Y en el fondo es un encanto…
pero está de un rancio.

Sin saber muy bien donde ir a comer ese día, decidieron que lo mejor era ir a casa de la
pediatra y hacerlo en tranquilidad y así salir después directamente a por la niña al
colegio.

Maca frente a la sartén terminaba de hacer lo que comerían minutos después mientras
Ana tras ella servía dos copas de vino y daba un primer sorbo a la vez que le tendía la
otra a su amiga. Mantenían una breve conversación hasta que un rato después fueron
hasta la mesa del salón.

M: Se va a tirar más tiempo en el armario que fuera de él, verás.

A: ¿Qué te apuestas a que al final le coges el gusto y te la pones? –sonrió tras su copa.

M: Pues bien estaría para lo que me ha costado. La tarjeta casi explota cuando me ha
cobrado la chica.

A: Te lo puedes permitir. –bajó la mirada hacia su plato- ¿Vas a seguir mucho tiempo así
con la vecina?

M: No sé cómo no te aburres de sacar ese tema. No llegarás a ninguna parte, Ana, por
si no te has dado cuenta.

A: ¿Pero que tiene? –preguntó todavía perdida- Es simpática, guapa, joven –recalcó-
Además se lleva de perlas con tú hija. No sé que le ves para que te caiga así de mal.

M: ¿Y por qué ha de caerme bien? ¿eh? Es mi vecina no tiene por qué ser mi amiga y
mucho menos lo que tú quieres que sea. Así que zanjemos el puñetero tema porque ya
me está cansando.

Viendo que el humor de la pediatra se torcía irremediablemente, decidió no hablar


más de la chica. Minutos después habían conseguido de nuevo aquel estado de
normalidad con temas que no crispaban tanto a Maca y poder así seguir con la comida.

Cerca de las cinco de la tarde se levantaban del sofá y ponían rumbo al colegio. Ana
esperaba en la puerta mientras Maca iba a por su bolso y nada más verla aparecer por
el pasillo la abría y pasaba al rellano.

M: ¿A qué hora sale tu avión?

A: A las ocho y media. –llamaba al ascensor- Como ya será tarde para la niña me cojo
un taxi no te preocupes.

Justo cuando se disponía a abrir la puerta del ascensor, la de Esther también lo hacía.
Ambas se giraron por el sonido de la cerradura y descubrieron a la joven.
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E: Hola. –se giró para cerrar con llave.

A: ¿Bajas, Esther?

E: Si, gracias.

Aquel metro cuadrado se vio ocupado por las tres mujeres que por el silencio que las
rodeaba bajaron la vista al suelo. Ana comenzó a mirar la punta de sus zapatos
mientras Esther desbloqueaba su móvil y volvía a bloquearlo para mantenerse ocupada
con algo. Distintamente Maca había elevado su rostro para mirar a su vecina. Tenía las
manos pegadas a aluminio que formaba uno de los laterales y aunque no con una
seriedad extrema se mantenía con aquella postura. Sintiéndose observaba, Esther hizo
lo propio y descubrió su mirada. Ninguna rompió aquel momento mientras guardaban
silencio. De aquella manera no pudieron ver como llegaban a la planta baja y Ana abría
la puerta para salir después.

A: Eh… -se extrañó al ver que no se movían- ¿Se ha parado el tiempo y yo no me he


dado cuenta?

Al escuchar aquellas palabras ambas se giraron sorprendidas y carraspeando casi a la


misma vez salieron sin decir nada más y rumbo a la calle.

A: Oye Esther, ¿vas a por tu sobrino?

E: La verdad es que sí.

A: Pues… -se giró para mirar a su amiga.

En la parte trasera de aquel coche Esther se dedicaba a mirar por la ventana. Ana
guardaba silencio y la pediatra había decidido poner la radio y no sentir aquella
incomodidad por falta de conversación. Conducía sin prisa mientras brevemente
miraba por el espejo retrovisor y podía ver a aquella mujer con la mirada perdida a
través de la ventanilla.

Un semáforo en rojo le obligó a pisar el freno y suspirando acomodó la cabeza en el


asiento para nuevamente mirar por aquel espejo. Parecía verla triste y por un
momento se sintió estúpida por la forma en la que llevada días tratándola. Mientras
permanecía de aquella manera aquel rostro que observaba se giró y descubrió sus ojos.
Tuvo la intención de apartarla de ahí pero al ver que ella no lo hacía le fue imposible.

El sonido de un claxon llamó su atención haciendo que llevase de nuevo la vista a la


carretera sin poder ver con una pequeña sonrisa se alojaba en los labios de Esther.

A: ¿Y cómo es que vienes tú? –preguntó de camino a la puerta.

E: Mi hermana tenía algo que hacer y me pidió que me quedase con él un par de horas.

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A: Ah –sonrió mirándola- Bueno, así seguro que ya tienes el cursillo hecho para cuando
te animes –la chica sonrió ante el comentario- Mira, por ahí salen.

Las tres mujeres llevaron la vista hasta la mitad de aquel patio de colegio por donde un
gran número de niños salían rumbo a quien les esperaba fuera. Enseguida
distinguieron como Alba salía riendo junto a Luis que llevaba un video juego en las
manos y reía también. Esther sonrió y bajó la vista al suelo para después volver a
elevarla y ver por un segundo como la pediatra también sonreía.

Al: ¡Mami! –corrió hasta ella saltando después para que la cogiese en brazos.

M: ¿Qué tal mi princesa?

Al: Bien. –sonrió besando después su mejilla- ¿Sabes que Luis tiene un juego súper
chulo en la PSP?

M: ¿Ah, sí? –volvió a dejarla en el suelo.

L: Me lo regaló Esther –sonrió orgulloso- ¿A que sí, tita?

E: Sí. –contestó con cariño- ¿Vienes a casa conmigo? Mami ha tenido que ir a hacer
unas cosas

L: ¡Vale!

Al: ¿Pueden venir con nosotras mami?

Las tres mujeres con los pensamientos en otra parte, se sorprendían por aquella
pregunta casi a la misma vez que se giraban para mirarla, la niña tenía los ojos puestos
en Luis que se acercaba a ella videojuego en mano para continuar con lo que habían
dejado apartado momentáneamente.

A: La niña ha hablado, así que caminando.

Colocó una mano en cada una empujándolas por la espalda para que comenzasen a
caminar mientras ella se limitaba a sonreír.

A: Me parece a mí que la niña te lo va a poner difícil –susurró cerca del oído de la


pediatra que la miró entrecerrando sus ojos.

La llegada al parking del edificio fue con las únicas voces de los niños como presencia
viva en ese coche. Esther en la parte trasera con ellos se dedicaba a mirar su móvil
mientras Ana miraba a su amiga de tanto en cuando encontrando de nuevo su
seriedad. Frente a la puerta del ascensor se pararon hasta que este llegó frente a ellos.

E: Me parece que todos no cogemos.

A: ¿Cómo que no? Verás cómo sí. Todo el mundo dentro.


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Extendiendo los brazos comenzó a empujar a los niños a la vez que a ellas haciendo
que pegados por completó entraran en aquel mínimo espacio. Cuando las puertas se
cerraron Esther permanecía de lado con su hombro pegado al pecho de la pediatra que
intentaba pegarse todo cuanto podía a la pared mientras su hija a su izquierda, reía al
lado de su amigo y Ana como podía estiraba el brazo marcando la planta.

M: Me clavas el codo, Esther.

E: Perdona.

Movió el brazo llevándolo detrás del cuerpo de la pediatra teniendo que sujetarse en
su cintura para no perder el equilibrio. La miró en un acto reflejo.

E: No tengo donde ponerlo.

M: Tranquila.

Una risa floja se escuchó haciendo que ambas se girasen y vieran como Ana y los niños
intentaban no reírse mientras se tapaban la boca y miraban al suelo.

M: Que graciosos estáis todos hoy.

Cuando el ascensor llegó, Alba salió corriendo seguida de Luis dejando espacio para las
mujeres que parecían poder respirar por fin. Esther se despegó con rapidez de la
pediatra haciendo que está arquease una ceja al verla.

A: No te extrañes. Que habrá estado asustada por si le mordías o algo.

M: Eso quisiera ella. –la esquivó para salir.

A: ¡Esa! ¡Esa es mi Maca! –la señaló mientras la seguía.

Al: Esther, ¿se puede quedar Luis un rato?

E: Pues… -se giró para mirar a la pediatra.

M: Por mí no hay problema. –se encogía de hombros.

A: ¿Y por qué no pasas tu también y tomamos café? –la rodeó por los hombros.

E: No, gracias, no quiero molestar.

A: ¡Que vas a molestar! –casi gritó- ¿A que no molesta? –preguntó a la pediatra.

En la cocina la pediatra miraba la cafetera en silencio mientras escuchaba las risas


provenientes del salón. Incluso la voz de Ana llegaba a sus oídos en alguno de los
juegos que suponía, los niños habían inventado. Colocó tres tazas en la bandeja junto
al café y el azúcar y con cuidado de no tirar nada se dirigió hasta el salón, donde

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encontró a Esther en el suelo con los niños sobre ella mientras Ana los animaba en su
guerra.

M: Cualquiera diría que he montado una guardería en casa.

A: Ais… que bien huele.

Al: ¡Mami! ¡Mami! ¿Me dejarás luego tu taza?

A: Ya te la doy yo cariño, que a tu madre también le gusta hacer esa cochinada. –miró a
la pediatra que sonreía mientras servía el café.

M: ¿Quieres azúcar, Esther?

E: Sí, por favor.

M: ¿Tú dirás cuantas? –echó la primera y esperó.

E: Con otra más me vale. –vio como echaba otra cucharada y cogía la taza- Gracias.

A: ¿Y a mí no me lo echas? –preguntó al ver que se disponía a tomar el suyo.

M: ¿Nunca has oído eso de que la confianza da asco? Pues eso.

Unos minutos después, Esther había recuperado su asiento en el suelo junto a los
pequeños mientras Ana y la pediatra empezaban una conversación tranquila, mirando
de vez en cuando a los tres niños frente a ellas.

A: Es muy mona.

M: Ajá. –dio un tragó.

A: No me lo puedes negar. –la miró un instante para volverse a mirar al frente- Y


simpática. Sé lleva genial con tu hija.

M: Solo falta que me digas que es rica y me tiro a sus brazos.

A: Que imbécil estás ¿eh? –la miró de nuevo- ¿Por qué no pones un poquito de tu
parte?

M: Porque te montas unas películas, Ana, que la leche –siguió con un tono bajo de voz
evitando así que las escuchasen- Además, ¿Quién te ha dicho a ti que le gustan las
mujeres? Nadie, nadie te lo ha dicho. Así que haz el favor de dejar ya el temita que me
cansas.

A: Esther. –dijo de repente a la vez que miraba hacia ella.

E: Dime. –se dio la vuelta sin borrar su sonrisa.

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A: ¿Tienes novio?

Cuando Maca escuchó esa pregunta sintió como el café que pretendía tragar se
espesaba de tal manera que parecía no querer avanzar a la vez que impedía que el aire
también llegase a sus pulmones haciendo que fuese cuestión de vida o muerte llevarse
la mano a la boca e intentar toser-tragar el liquido que le impedía respirar.

Al: ¡Mami!

A: ¡Pero Maca! –casi se abalanzaba sobre ella.

E: Que alguien traiga agua. –se levantó con prisa para ir hasta ella- Tose Maca. –le dio
en la espalda- Tose que te ahogas.

Tal y como escuchó dejó salir parte del café que no había podido ingerir a la vez que
Esther le mantenía un pañuelo cerca de los labios dándole seguridad. Cuando parecía
calmarse comenzó a frotar su espalda.

E: ¿Mejor? –la pediatra asentía.

Al: Toma. –llegaba corriendo con un vaso de agua.

E: Bebe un poco anda. –se lo tendía y con rapidez comenzaba a beber para después
suspirar más tranquila.

M: Ya está, gracias.

Separándose de ella y dejándole espacio, se quedaron todos en silencio viendo como


se acomodaba de nuevo a su respiración. Fue tal que al darse cuenta la pediatra miró a
todos.

M: ¿Podéis dejar de mirarme? Solo me he atragantado.

Al: ¿Estás mejor, mami? –se sentaba a su lado.

M: Sí cariño, se me fue el café para otro sitio. –miró entonces a Ana.

Al: Que susto, mami… menos mal que estaba Esther.

M: ¡Eso! –miró a su amiga- Que tu mucho ¡Pero Maca! Pero bien que podía ahogarme
sin que hicieses nada.

A: Ay chica –se quejó- Me bloqueé ¿Qué quieres que te diga? Aquí la médico eres tú no
yo. Sois los de vuestro gremio los que mantenéis la calma.

E: Será por eso… -se calló sacudiendo la cabeza y volvió a sentarse en el suelo.

A: ¿Qué?

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E: Nada… -acarició el pelo a su sobrino.

L: Mi tita es enfermera –sonrió mirando a Alba.

Ana abrió los ojos al escuchar aquella información y miró a su amiga que apenas había
reaccionado a lo que el niño había dicho. Carraspeó y dio el último trago a su café.

A: Toma cariño. –le tendía la taza a la niña.

Al: Gracias. –la cogió y se sentó en el suelo con ella entre las manos.

E: ¿La dejáis tomar café? –preguntó extrañada.

A: Que va. Lo que pasa es que tiene la misma fea manía que su madre en meter el
dedo y recoger el poso del café con el azúcar.

Al: ¡Está rico! –se defendió.

M: Di que sí. –sonrió a su hija.

E: Sí. Si yo también hago esa guarreria. –sonrió a la niña no pudiendo ver como Ana
mirada a Maca moviendo las cejas hasta hacerla casi reír.

A: Pues qué casualidad… una pediatra y la otra enfermera. Estoy por mudarme aquí,
estaría bien protegida.

E: Sí, una casualidad.

A: ¿Y dónde vas a trabajar? –preguntó con curiosidad.

E: En el Central.

A: ¡Ja! –miró a su amiga mientras se cruzaba de brazos- ¿Qué te parece?

M: Ana, por favor.

E: ¿Qué ocurre? –preguntó perdida al ver la cara de Ana que detonaba satisfacción y
muy por el contrario la de Maca.

Al: Mi mami trabaja en el Hospital Central también –miró a su vecina- Seréis


compañeras.

Esther se giró como reacción a esa frase y encontró los ojos de Maca que puestos en
ella, parecían querer descifrar lo que el saber eso pudiera producir en la enfermera.
Viendo que nada decía se encogió de hombros en una mueca nada efusiva y rompió el
contacto visual a la vez que se levantaba para llevar la bandeja a la cocina seguida por
Alba.

A: Me parece a mí que tendréis que empezar a llevaros bien.


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E: Eso parece. –suspiró girándose hacia su sobrino- Despídete, Luis, nos vamos.

Poco más de una hora después Esther se quedaba sola en su piso y decidía salir hasta
la terraza. El sol comenzaba a no ser tan fuerte y apoyada en la barandilla se dedicaba a
mirar a la gente pasear, hablar… bajó la vista hasta sus brazos y pensó en lo que había
removido su tranquilidad, “trabajar con ella”.

M: ¿Lo llevas todo?

A: Sí, Maca, sí. –terminaba de cerrar la pequeña maleta- Y te vuelvo a decir que ya
llamo a un taxi, no es necesario que me lleves.

M: ¡Alba ponte el abrigo que nos vamos! –gritó colocándose su cazadora.

A: ¿Te la vas a poner? –preguntó sorprendida.

M: ¿Qué pasa? –sonrió con chulería- Para eso me la he comprado ¿no? Pues eso hago.

A: Vas guapa.

M: Claro, porque lo soy.

Sonrió por encima de su hombro dejando a Ana algo sorprendida y que cogiendo su
maleta, salía tras ella viendo como la niña corría hacia la puerta abriéndola. Treinta y
cinco minutos después permanecían a la espera frente a la puerta de embarque y
escuchaban la llamada a los pasajeros.

A: Ese es el mío –se ponía en pie cogiendo su bolso y su abrigo- Dame un abrazo bien
fuerte pequeñaja.

Quedándose de rodillas en el suelo abrió los brazos a la vez que Alba caminaba hasta
ella y la rodeaba por el cuello.

A: Portante muy muy bien ¿eh?

Al: Sí, tita.

A: Y cuando reniegue mucho mamá me llamas que yo le canto las cuarenta.

Al: jajaja vale. –sonrió.

M: Sigo aquí.

A: Ya, ya lo sé. –se puso de nuevo en pie.

Se acercó a ella para abrazarla también y pasaron unos segundos de aquella manera
mientras la niña sonreía al verlas.

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A: Haz el favor de no ser tan jodidamente responsable en todo y date el gusto, Maca.
Igual te llevas una sorpresa.

M: Que tengas buen viaje. –se separó sonriendo- Y llámame cuando llegues.

A: Cabezota.

Colocó el bolso en su hombro y con el abrigo en los brazos comenzó a caminar hasta la
puerta de embarque donde un azafato tomaba su billete. Quedándose tras él sin que
este pudiera verla, se giró hacia su amiga y comenzó a mover la mano a la vez que se
pellizcaba el labio.

M: jajaja.

Al: ¿Qué hace la tita, mami?

M: Nada, cariño… que tu tía está un poco loca y a veces tiene momentos así. –se giró
negando sin poder borrar su sonrisa mientras su hija se agarraba a su mano.

Al: Oye mami.

M: Dime.

Al: ¿No te cae bien Esther?

Sentada en su terraza bebía de una taza de café mientras que con las piernas en alto se
dedicaba a mirar el color negro del cielo. “Nunca se ve ninguna estrella” dijo para sí.
Recordó la pregunta de su hija en el aeropuerto, como no había sabido exactamente
que decirle, pues tampoco sabía que creía ella misma.

E: Y eso… mañana tengo que estar allí a primera hora.

Bajó con rapidez los pies de donde los tenía y se acomodó en la silla al escuchar como
Esther salía también y se quedaba a apenas dos metros de ella desde su terraza. Por un
instante pensó en salir de allí, pero al siguiente la sensación de curiosidad pudo mas
haciendo que le fuese imposible marcharse.

E: Estaré bien, tranquila… por eso tampoco hay problema… sí… solo me queda que
poner los plafones en el salón pero lo he dejado para mañana… no por qué ya es tarde
y está Alba al lado y no quiero despertarla… no es por su madre, es por la niña –cambió
el tono de voz haciendo que la pediatra pusiese más atención- si razón tenía Marta
pero fueron las formas… además que voy a trabajar con ella y no quiero tener ya a
alguien con quien no querer cruzar una palabra… los primeros días fue bastante
amable…

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La pediatra bajó la vista al suelo sintiéndose bastante culpable y decidió que no debía
escuchar más de aquella conversación. Cogió la taza y no haciendo ruido se marchó de
allí cerrando después la puerta.

Ma: Pero por eso no vayas a ir de tonta, Esther.

E: Yo voy a hacer mi trabajo y punto. Por eso no quiero tener que empeorar las cosas
con ella, que luego la tengo al lado, Marta.

Ma: ¿Y sigues sin saber del padre?

E: Aquí solo viven ellas, no ha venido nadie más en todo este tiempo y la cría ni ella han
mentado a nadie. Es más, vino una amiga de la madre y dormían juntas.

Ma: Igual es divorciada.

E: No sé, y tampoco me importa mucho la verdad.

Cinco minutos más tarde y tras acabar la conversación con su hermana fue hasta la
cocina y sacó la bolsa de basura anudándola después para sacarla a la calle. Cogió las
llaves y colocándose la chaqueta salió hasta el rellano donde cerró con cuidado. Bajaba
las escaleras con tranquilidad mientras pensaba en las palabras de su hermana. Ya en la
calle miró a ambos lados antes de cruzar y llegó hasta uno de los contenedores donde
dejó su bolsa. Moviendo las llaves regresaba hasta el portal. Ya dentro se paró a mirar
los buzones y recordó que aun no había puesto su nombre en el suyo. Sin pensarlo
siquiera buscó el de al lado y pudo leer solamente su nombre, Macarena Wilson. El
ruido de las puertas del ascensor al cerrarse la sacaron de sus pensamientos haciendo
que se girase y pusiera de nuevo rumbo hasta su piso.

En su cama, Maca, miraba al techo recordando aquel día en que habló de mala manera
a la enfermera. Aunque pensaba lo mismo que entonces reconoció en silencio que no
había hecho aquello de la mejor de las maneras.

M: Venga cariño, acábate la leche que llegamos tarde. –recogía todo con rapidez.

Al: Ya está, mami.

M: Pues coge la mochila. –se giró hacia ella- ¡Vamos, vamos!

Mientras, la puerta de Esther se abría y esta salía colocándose los cascos de su mp3
para bajar las escaleras en pequeños saltos hasta llegar a la calle y perderse después en
una de las bocas de metro cercanas al edificio.

Al: ¿Luego vendrás tú a recogerme?

M: Si nada cambia sí. –miraba hacia la derecha para girar el volante- ¿Llevas el
cuaderno de matemáticas?
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Al: Sí, mamá.

En el vagón miraba por el cristal a la gente que permanecía sentada en una de las
paradas. Pasó de canción mirando la que seguía en la lista de reproducción y subiendo
un poco el volumen comenzó a dar pequeños golpes con su pie en el suelo al ritmo de
la música.

M: Pórtate bien y hazle caso a la seño. –le dejó un beso en la mejilla mientras le
desabrochaba el cinturón.

Al: Hasta luego mami. –salía prácticamente corriendo mientras la pediatra la observaba
entrar en el colegio.

Subía las escaleras sin prisa mientras miraba el reloj y tras girar en una de las calles veía
el hospital a unos metros. Respiró hondo y se quitó los auriculares guardando después
todo en su bolso para después cerrarlo y dirigirse hacia la puerta.

Aparcaba el coche en su plaza y cogiendo su maletín salía de él cerrando la puerta con


prisa y se encaminaba hacia la entrada de urgencias.

E: Hola. –sonrió llegando al mostrador.

-Hola.

E: ¿Teresa, verdad?

T: La misma. –sonrió agradecida- ¿Tu primer día, eh? Pues tú tranquila que aquí todos
somos la mar de majos y verás como enseguida te sientes como en tu casa. –golpeó su
mano sobre el mostrador.

E: Seguro que sí.

M: Teresa me voy a mi despacho que hoy tengo que terminar todos los informes que
dejé a medio y… -levantó el rostro sin haber terminado de firmar al notar como Teresa
la miraba en silencio- ¿Qué? –la mujer le indicó que había alguien a su lado.

E: Hola Maca.

M: Ah… -se incorporó al verla- Hola Esther.

T: ¡Anda! ¿Pero ya os conocéis? –preguntó con sorpresa.

M: Sí. –volvió a girarse- ¿Me llamas si me necesitan por aquí?

T: Sí, claro. –arrugó la frente viéndola marchar- Pues parece que la señorita hoy tiene
un mal día –suspiró girándose de nuevo a la enfermera.

E: Bueno… voy a cambiarme y a empezar. Deséame suerte.


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T: Seguro que todo va bien, tranquila.

Sonriendo se marchó hasta el vestuario y encontró una taquilla con su nombre y las
llaves puestas en la cerradura. Se quitó la chaqueta dejándola después con el bolso en
el interior. Sacó el pijama azul que había dentro y comenzó a desnudarse para
colocárselo mas tarde. Ya ataviada con su ropa de trabajo salió colocándose la
identificación que había encontrado también en la taquilla y justo entonces una mujer
algo mayor se acercó hasta ella presentándose como su jefa.

La mañana pasaba lenta, demasiado. Dejó el bolígrafo y comenzó a frotarse la frente


con algo de desesperación. Dejó reposar su rostro sobre su mano izquierda mientras
miraba hacia una de las estanterías y suspiró justo cuando llamaban a su teléfono.

M: Dime.

T: El Samur trae a tres críos que se han caído en un pozo.

M: Bajo ahora mismo.

Cogió el fonendo de la mesa y lo dejó alrededor de su cuello mientras salía con


decisión de su despacho. Llegó a urgencias colocándose los guantes y descubrió a
Esther de igual manera.

M: ¿Te apuntas? –le sonrió.

E: Claro.

Los gritos del médico del Samur dieron luz verde a las prisas. La pediatra corrió hacia la
camilla seguida por Esther que cogió el suero que la enfermera de la ambulancia le
tendía y comenzaron a caminar casi corriendo hasta urgencias.

Dentro del box, Maca reconocía rápidamente al primero de los críos que habían llegado
mientras Esther se afanaba en quitarle la ropa empapada que llevaba pegada al
cuerpo.

M: Abre mas el suero, Esther.

E: Sí.

Seguidamente la pediatra pudo ver la herida en el costado del joven y como esta
comenzaba a sangrar de nuevo.

M: ¿Sabemos el grupo sanguíneo ya?

E: A negativo, ya he pedido dos unidades.

M: Que las calienten antes. La temperatura no le sube.

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Media hora después salían del box mientras los celadores llevaban la camilla a una
habitación en planta. Esther llegó hasta el mostrador de rotonda con el informe en las
manos.

M: Lo has hecho bien.

E: Gracias. –la miró un segundo antes de continuar- Es fácil trabajar contigo.

M: ¿Eso es un cumplido? –se apoyó a su lado mientras la miraba.

E: Eso es que me ha sorprendido no ver a la borde de mi vecina. –sonrió antes de


marcharse.

Apenas diez minutos antes de que su turno acabase se vio sin nada más que hacer. De
esa manera decidió ir hasta el vestuario y cambiarse sin prisa. Nada más entrar fue
directa al banco de madera que había frente a las taquillas y se quitó los zuecos para
después deshacerse de la camisa. Comenzó a masajear sus pies y pudo notar la
satisfacción de la presión por sus dedos. Se pinzó el labio mientras cerraba los ojos y
estirando su brazo abrió la taquilla para sacar su camiseta y colocársela para quitarse el
pantalón después.

Poniéndose la chaqueta comenzaba a caminar hasta la salida. Tras el mostrador una


Teresa ya con el abrigo puesto se anudaba un pañuelo al cuello mientras sonreía al
verla.

T: ¿Qué tal el primer día?

E: Cansado pero una maravilla. No tiene nada que ver con donde trabajaba antes… aquí
una no para.

T: Ais… ya te quejarás por eso, ya…

E: Supongo, pero por ahora disfruto. –sonrió ampliamente firmando.

T: ¿Vienes en coche o en metro? –preguntó.

E: En metro… el coche lo vendí cuando me fui a vivir fuera. Tendré que volver a
planteármelo… pero bueno, mientras tanto me voy en metro.

M: Si quieres te llevo.

Teresa que había salido de su rincón y Esther que permanecía a su lado, se giraron al
ver como la pediatra al otro lado dejaba algunas carpetas sin mirarlas.

M: Si prefieres ir en metro no pasa nada eh… -la miró por primera vez.

E: Eh… pues… -miró a Teresa.

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T: ¡Pues claro que se va contigo! –alzó la voz- Además, vas a comparar el metro con el
cochazo que tiene la doctora Wilson. –se giró dándole la espalda a la pediatra a la vez
que sonreía- Bueno, yo me voy que mi Manolo ha pitado por ahí fuera. Hasta mañana
chicas

E: Hasta mañana, Teresa

M: Hasta mañana. –cerraba su abrigo mientras rodeaba el mostrador- ¿Entonces qué?


¿Metro o coche? Eso sí, tengo que ir a por Alba al colegio de camino.

E: No quiero molestarte.

M: No me molestas, así puedo comentarte una cosa. –la enfermera frunció el ceño-
Tranquila que no pienso gritarte ni nada por el estilo, solo hablar contigo en privado.

E: Está bien.

M: Pues vamos… -comenzó a caminar hacia la puerta- Por cierto, ¿Qué tal el primer
día?

E: Bastante bien, no me puedo quejar.

M: Para quejarse siempre hay tiempo. –sonrió llegando a su puerta.

Una vez dentro, la pediatra dejó en la parte trasera tanto su bolso como el maletín.
Esther al otro lado se colocaba el cinturón y se abría un poco la chaqueta. Su cuerpo
había tomado una posición algo tensa y Maca lo notó al girar el contacto mientras la
miraba.

M: Puedes relajarte, Esther… de verdad que no tienes por qué estar así.

E: Ya bueno… -miró hacia el lado contrario- No se puede decir que nuestros encuentros
sean agradables.

M: Ya… -suspiró colocando las manos sobre sus piernas- De eso exactamente quería
hablar contigo. Y pedirte disculpas por cómo te hablé aquel día.

E: ¿Cuál de ellos? –se giró para mirarla.

M: Mira, soy una persona bastante amable en la mayoría de los casos, pero tengo un
carácter algo autoritario y sé que puedo ser una puñetera y hablar de malas cuando mi
humor no es el mejor, pero también sé asumir mi culpa. No debí hablarte como lo hice
y te pido disculpas… pero tú también pusiste de tu parte y no era yo sola en esa
conversación.

E: ¿Perdona? –ladeó su rostro sorprendida- Yo abrí la puerta de la mejor de las


maneras y fuiste tú quien empezó a hablarme como si fuera un matón de discoteca.

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M: Alucino. –dejó el peso de su brazo sobre la ventanilla mientras miraba al frente- ¿No
eres capaz de admitir tu parte o qué?

E: Lo empezaste tú. –miró hacia la ventanilla cruzándose de brazos.

M: Parece que esté discutiendo con mi hija. –metió la marcha y pisó el acelerador-
¿Eres siempre así? ¿Tan infantil con todo?

E: Yo seré infantil pero tu una borde de cuidado… no sé como tu hija es como es.

M: Parece que discuto con una niña. –susurró.

E: Y tú insoportable.

La pediatra la miró un par de segundos antes de llegar al semáforo en rojo y apretó la


mandíbula para después morderse la lengua y no contestar lo que se le había pasado
por la cabeza. Apretó las manos sobre el volante y esperó a que se pusiera verde de
nuevo y acelerar.

Frente al colegió, Esther había salido quedándose en la puerta mientras hablaba con su
hermana que esperaba a su hijo. Cuando las puertas se abrieron la pediatra hizo lo
propio quedándose junto a las hermanas.

E: Marta, ella es Maca.

Ma: Hola.

M: Encantada. –ofreció su mano.

Al: ¡Mami mira lo que he hecho! –llegando a ella en una carrera hizo que la pediatra
sonriese y Esther se quedase observándola en silencio.

De nuevo en el coche, Alba iba detrás contándole a las mujeres como había sido su
tarde mientras cada una sonreía olvidando por un momento a quien tenían al lado.

La mesa puesta frente al televisor mientras madre e hija cenaban y reían de tanto en
cuando. La pequeña le contaba a su madre el juego que habían tenido aquella tarde un
rato antes de acabar la clase. La pediatra sonreía feliz mientras pinchaba del plato de
su verdura cuando escucharon un gran golpe en el piso del al lado. La niña presa del
susto se llevó las manos a la boca mientras miraba a su madre y esta se giraba
mecánicamente mirando a la pared.

Al: ¿Es un terremoto mami?

M: No. –guardó silencio mientras prestaba atención.

Al: ¿Le habrá pasado algo a Esther? a lo mejor se ha caído mami. –dijo con miedo.

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M: Quédate aquí. –se levantó con prisa hacia la puerta para ir a la casa de la enfermera
y llamar a la puerta- ¿Esther? –alzó la voz.

Al: A lo mejor no te ha oído.

M: -se giró al escucharla- Te he dicho que te quedes dentro, Alba.

Al: Pero mami…

M: ¡Esther! –golpeó de nuevo en la puerta- Quédate aquí y sigue llamando al timbre


cariño.

Al: ¿Dónde vas?

M: Haz lo que te digo.

Corrió hacia el interior de la casa y puso dirección a la terraza. Desde la suya se inclinó
para mirar en el interior de la casa de la enfermera pero las cortinas impedían que
pudiera ver el interior aunque la luz del salón permaneciese encendida. Escuchó como
su hija tocaba el timbre con insistencia y llamaba a la joven. Miró hacia la calle y los
metros que había hasta abajo. Tragó saliva y subiéndose en una de las sillas se cogió al
pequeño muro que dividía los balcones y con un pie sobre la barandilla se abrazó a este
poniendo el otro en el de su vecina. Cerró los ojos con fuerza a la vez que llevaba la
otra pierna hacia ella. Los abrió y de un saltó cayó dentro. Fue hasta la puerta y
abriéndola con rapidez pudo ver a Esther tendida en el suelo y una escalera volcada a
su lado.

M: ¡Esther!

En apenas tres pasos se quedó junto a ella de rodillas y buscando sus constantes
suspiró aliviada al ver que respiraba. Se levantó de nuevo y fue hasta la puerta y para
abrir a su hija.

M: Cariño, ve al salón y quédate con ella.

Al: Vale.

Mientras su hija hacia lo que le había pedido fue deprisa hasta el cuarto de baño y
buscó por si tuviera un botiquín. En uno de los armarios encontró un fonendo y una
pequeña caja. Cogiendo todo fue hasta la cocina y abrió el congelador sacando hielo.
Lo colocó en un trapo y cogiendo por los extremos comenzó a golpearlo contra el
mármol.

Al: Ha dicho algo mamá pero no la entendí –se hizo a un lado cuando llegó a su lado.

M: Quita los cojines del sofá cariño, que la vamos a acostar ahí.

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Cogiendo el cuerpo de la enfermera en peso caminó hasta llegar al sofá y dejarla
tendida. Se sentó a su lado y retirándole el flequillo de la cara vio como se iba
formando un pequeño hematoma en la frente. Cogió el trapo con el hielo y se lo colocó
en la frente con cuidado.

Con la sensación de que le dolía demasiado la cabeza comenzó a querer a abrir los
ojos. Humedeció sus labios al sentirlos secos y le pareció escuchar la voz de alguien a
su lado. Dejó caer el rostro hacia esa dirección a la vez que abría los ojos despacio. Lo
primero que vio fue una sonrisa que le resultaba familiar hasta que descubrió el rostro
de la pequeña.

E: ¿Qué ha pasado?

Al: Te caíste de la escalera… te ha salido un buen chichón.

M: ¿Cómo te encuentras? –la acarició la mejilla.

E: ¿Uhm? –giró de nuevo su rostro viendo a la pediatra sentada a su lado- Me duele


mucho la cabeza.

M: Deberíamos ir a urgencias, no sea que haya sido más de lo que parece.

E: No… -se fue incorporando con dificultad- No es nada.

M: Esther… -se hizo a un lado- Te has dado un golpe muy fuerte en la cabeza, no es
ninguna tontería. Así que hazme caso.

E: De verdad que no es para tanto… -miró a la niña y sonrió- Estaba poniendo el plafón
y me caí.

M: ¿Puedes levantarte?

E: Sí, creo que sí.

M: Vale, dime donde tienes el pijama que vaya a por él. –se levantó sin dejar de
mirarla- Venga.

E: No te entiendo, ¿para qué quieres saber eso?

M: No pienso dejar que duermas sola después del golpe que te has dado, dormirás en
casa y así te vigilo.

E: No digas tonterías, no pienso dormir en tu casa por esto.

Al: Yo de ti no le llevaría la contraria, puede enfadarse mucho. –miró a su madre.

Minutos después la pediatra acomodaba la cama mientras la enfermera y Alba


esperaban en el sofá del salón viendo la tele.
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E: ¿Tu madre es muy cabezota, no?

Al: Sí. –sonrió- Pero luego se le pasa, es muy buena… solo que tiene que ponerse seria.
–dijo con tanta seguridad que hizo sonreír a la enfermera.

E: Ya…

M: Pues ya está. –aparecía en la puerta del salón colocando los brazos en jarra-
¿Vamos?

La enfermera y Alba se miraron para después sonreír, haciendo que la pediatra en la


puerta frunciese el ceño por tal escena.

E: Vamos anda…

Al: Espera que te ayudo. –se colocó a su lado dejando que Esther pasase el brazo por
sus hombros.

E: Gracias cariño.

Ya en el dormitorio de la pediatra Esther se acomodaba sobre la cama.

M: ¿De verdad que no quieres nada? Igual deberías tomar algo para que el anti
inflamatorio no te haga mucho daño en el estomago.

E: De verdad, Maca, que estoy bien.

M: Vale. Yo estaré en el sofá pero entraré de vez en cuando a verte. Si te despiertas


encontrándote mal o lo que sea me llamas.

E: ¿Me choca mucho, sabes? –la miró fijamente desde la cama.

M: ¿El qué?

E: Hace unas horas hemos discutido en tu coche y ahora estás aquí tratándome como si
no hubiera pasado nada.

M: ¿Hubieras preferido que te dejase ahí en el suelo? –arqueó una ceja.

E: No es eso… -miró hacia otro lado- Por cierto… ¿Cómo entraste en mi casa?

M: Eso si que no te lo voy a decir. –se levantó para caminar hacia la puerta- Si necesitas
algo me llamas.

Apagó la luz y entornó la puerta dejando pasar la del pasillo. Desde la cama escuchaba
como había entrado en la habitación de su hija.

Al: ¿Y tú no vas a dormir?

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M: Ya veremos cariño… pero tú no pienses en eso y descansa. –la arropaba sentándose
a su lado después.

Al: Pero si no duermes mañana tendrás sueño.

M: A ver… -cogió su mano- ¿Tú cuando te pones malita no entro a verte muchas
muchas veces por la noche para ver si estás bien?

Al: Sí.

M: Pues es lo mismo. Esther vive sola y no podemos dejarla en su casa y que a media
noche se ponga malita y no haya nadie ¿no crees?

Al: Es verdad… así la cuidas.

M: Claro. –sonrió- Dame mi achuchón –la niña se incorporaba y la abrazaba fuerte- Así
me gusta.

Al: Buenas noches mami.

M: Buenas noches cariño.

Desde la otra habitación y en la cama de la pediatra Esther sonreía al escucharlas. Se


giraba para abrazarse a la almohada y descubrir entonces el buen olor que esta
desprendía. Hundió el rostro en ella aspirando con fuerza.

E: Que bien huele la jodia.

Eran las tres de la mañana cuando Maca leía acomodada en el sofá. Entraba cada hora
a ver a la enfermera y hasta entonces todas las veces la había encontrado
profundamente dormida. Cerró el libro quitándose las gafas después y dejándolo todo
a un lado se colocó las zapatillas de andar por casa y puso rumbo a su dormitorio. Por
el camino abrió la puerta del cuarto de su hija para echarle un vistazo, al ver que seguía
en la misma postura continuó andando hasta llegar al final del pasillo.

Sin hacer ruido caminó hasta la cama y se sentó en el borde tocando la frente de la
enfermera. El chichón comenzaba a notarse en su mayor apogeo.

E: Amfe de…

La pediatra arrugó la frente al escuchar aquel balbuceo y sonrió al ver como se encogía
en si misma y seguía durmiendo. Le acarició el pelo sin borrar aquella sonrisa y la
arropó antes de marcharse.

M: Vaya dos marmotas.

Un rato después y de nuevo en el sofá miraba el televisor mientras en la pantalla se


reproducían una serie de imágenes de una grabación casera. Una Alba de apenas dos
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años bailaba frente a la cámara de video mientras Maca grababa y Lucia le hacía
palmas a un lado. Sonreía sin poderlo evitar al ver como también sus padres se
deshacían ante las ocurrencias de su nieta.

L: Cariño deja la cámara un rato, anda… -salía en la pantalla.

M: Dentro de unos años me agradecerás que haya grabado esto. Alba cariño, échale un
beso a mamá.

La pequeña se giraba cogiendo los bajos de su vestido y tras mirarla unos segundos
dejaba un beso en su mano y se lo mandaba haciendo reír a todo el mundo.

-Maca, hija, ven y deja eso.

M: Ahora voy papá.

Mientras sonreía escuchó los pasos que llegaban al salón y se incorporó dándole al
pause. Al girarse descubrió a una Esther con los ojos a medio abrir, entrando.

M: ¿Estás bien?

E: Sí… fui al baño y me pareció escuchar voces…

Al girarse vio el televisor encendido y la imagen de una mujer sonriendo con la que
supuso Alba hacia unos años.

M: Es… es la madre de Alba. –dijo mientras metía las manos en los bolsillos de su
pantalón.

E: ¿La madre de…? –se giró sorprendida- Ah… no sabía que…

M: Ya bueno… -sonrió nerviosa- Lo normal sería otra cosa ¿no?

E: Tampoco es eso… supongo que es lo primero que se piensa. –la miró- ¿No duermes?

M: Ya da igual… y puedo estar bastante tiempo sin dormir. No hay problema.

E: Aun queda un rato para que amanezca, puedes echarte un rato y dormir lo poco que
puedas, seguro que el cuerpo te lo agradece.

M: Da igual, no te preocupes.

E: En serio, Maca, tu cama es enorme… podemos estar las dos perfectamente.

Eran cerca de las ocho cuando Esther se despertaba y se giraba viendo como la
pediatra aun dormía. Se quedó de aquella manera observando cómo aun así, aquella
mujer parecía estar siempre igual. El pelo en su sitio, el rostro relajado…

E: ¿Cómo eres en realidad, Maca?


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Apenas susurró aquella pregunta antes de girarse con cuidado y levantarse de aquella
cama.

Girándose y quedando bocarriba comenzó a desperezarse cuando recordó a Esther.


Abrió los ojos con rapidez encontrándose sola después. Se incorporó y escuchó a su
hija y a la enfermera en la cocina. Se levantó y colocándose la bata salió para ir hasta
donde ellas se encontraban.

Al: Pero yo le dije que no, es un tonto.

E: Tú cuando te diga esas cosas no le hagas caso eh, tú a lo tuyo o te vas con las niñas
de tu clase.

Al: Ya… pero es que en el comedor nunca me deja, siempre se está haciendo el chulo y
sus amigos le ríen los chistes.

E: Ya…

M: ¿Qué haces tú tan temprano despierta, eh? –pasó al lado de su hija dejándole un
beso en pelo.

Al: Hablando con Esther.

E: Tienes café hecho y las tostadas acaban de saltar, están todavía calientes.

M: Gracias. ¿Cómo tienes el chichón? –con la taza de café en una mano se colocó
frente a ella retirándole el flequillo para ver la hinchazón- Vas a tener sitio ahí hasta
para que te firmen.

Al: jajaja –la pediatra se alejaba con la taza tapando su sonrisa.

E: Que graciosa ¿no? Anoche no te reías tanto.

M: Porque anoche estaba preocupada, hoy ya sabemos que vas a seguir siendo la
misma y no hay peligro. –mantuvo la mirada con la enfermera.

Al: ¿Sabes que saltó desde el balcón para entrar en tu casa? –preguntó orgullosa.

M: Y nunca ¿me oyes? –se digirió a la niña con autoridad- Jamás se te ocurra algo así,
nunca.

E: ¿Saltaste por el balcón? –preguntó sorprendida- ¿Tú estás loca?

M: Preferí eso a echar la puerta abajo… -comenzó a untar una de las tostadas- De
alguna manera tenía que entrar.

E: Y decidiste que saltar por la terraza era lo mejor, claro…

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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


M: Bueno, cambiemos de tema… -dio un mordisco- ¿Tú te has lavado ya, señorita?
Seguro que no, así que venga, lávate y cámbiate que hoy vamos con tiempo al cole.

Al: Vaaale.

La pediatra se giraba viendo como su hija se marchaba lentamente para volver a girarse
y descubrir de nuevo la mirada recriminatoria de la enfermera.

M: ¿Puedes no hablar de esto delante de la niña? –susurró.

E: ¿Tú ves normal saltar de balcón a balcón para colarte en una casa? –susurró también
haciendo que la pediatra apretase la mandíbula y se girase tan solo un segundo para
cerciorarse de que su hija no regresaba.

M: ¿Preferías que te dejase ahí tirada, eh? ¿Y hoy encontrarte de cualquier forma?

E: Mira, está visto que tú y yo no podemos hablar… -tiró la servilleta a la mesa- Voy a
mi casa.

M: Haz lo que te dé la gana. –contestó malhumorada.

E: Pues eso hago.

Yendo cada una por su lado al hospital se encontraron más tarde por los pasillos de
urgencias. Tanto una como otra guardaron silencio no dejando así, olvidar el encuentro
en la cocina de la pediatra. Pasadas unas horas Maca junto a Cruz tomaban algo en la
cafetería cuando la enfermera cruzaba la puerta buscando un lugar donde poder tomar
su almuerzo.

C: Mira, ahí está Esther.

M: ¿Y? –preguntó con indiferencia.

C: ¡Esther! –alzó el brazo llamando ignorando la postura de la pediatra- Siéntate aquí


con nosotras, anda.

E: Hola. –llegaba plato en mano.

M: Hola. –contestaba fríamente.

C: ¿Qué tal? ¿Cómo llevas el día? –dejaba a un lado el periódico- La cosa está tranquila.

E: Sí. Me han mandado a hacer inventario y he asistido una operación con… -se detuvo
intentando recordar el nombre- No recuerdo como se llama, es así alto y delgado.

C: Aimé. –afirmo.

E: Eso, Aimé… -abrió su zumo.

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C: Que bien, tu segundo día y ya has tenido una operación.

E: Sí. –sonrió.

Mientras la enfermera daba su primer trago el silencio se instaló de manera brusca


haciendo que Cruz suspirase de forma que pareciese menos tenso el momento y
mirase a Maca que repasaba un informe sin prestar atención a su alrededor.

C: Me ha dicho Teresa que sois vecinas.

La pediatra sin cambiar su postura miraba a Cruz para después mirar a Esther que se
limpiaba con una servilleta sin contestar.

M: Sí. Somos vecinas… ¿por?

C: No, por nada… -cruzaba los brazos por encima de la mesa- Que casualidad ¿no?

E: Sí, mucha casualidad –daba un mordisco a su tostada.

C: Por cierto, pásate después que te mire eso que no tiene buen color ¿Eh?

E: No hace falta, Cruz. En un par de días se me habrá quitado y no será nada más que
un mal recuerdo.

C: ¿Qué te cuesta mujer?

M: No la vas a convencer, es cabezota como ella sola. –habló sin quitar la vista de los
papeles.

E: Quien vino a hablar… -susurró.

M: ¿Decías? –elevó el rostro mirándola.

E: Que tú no te quedas atrás así que no sé a que ha venido eso. –la miró fijamente.

Ambas, aguantado la mirada, permanecían en silencio como si el resto del mundo se


hubiera detenido a observar aquella batalla. Cruz sorprendida se mantenía casi
recostada en su asiento mirando a una y a otra sin atreverse a decir una palabra.

M: Pues la próxima vez te dejo sola en tu casa y si te quedas tonta del golpe pues eso
que te llevas ¿vale?

E: Es imposible estar más de cinco minutos contigo sin discutir ¿Verdad?

C: Parecéis un matrimonio.

Se giraron a la vez mirando a la cirujana que solo terminar aquella frase ya se había
arrepentido. La enfermera cogió su plato y dejándolo en el mostrador se marchó ante
la mirada de sus compañeras.
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C: ¿Y esto?

M: Mejor lo dejamos estar ¿Vale? Quisiera tener un día tranquilo.

C: Claro. –alzó las manos.

A: Hola chicas… -el médico llegaba y se sentaba junto a ellas- ¿Qué tal? –miraba a una y
a otra.

C: Unas mejor que otras… ¿y tú?

A: Yo muy bien, gracias. –sonreía- Por cierto, muy buena la nueva enfermera eh…
-cogía una galleta del plato de la cirujana- ¿Esther se llama, no?

La pediatra levantó el rostro de nuevo fulminando con la mirada al médico antes de


cerrar la carpeta malhumorada y marcharse sin despedirse.

A: ¿Qué he dicho?

C: No le hagas caso.

Los días posteriores eran una nueva batalla entre pediatra y enfermera. Los
compañeros fueron descubriendo como podían estar cinco minutos sonrientes para
después dar un giro de 180 grados y propinarse palabras punzantes que alcanzaban
incluso en la distancia. Los únicos momentos en los que ambas parecían firmar una
tregua era frente a Alba y Luis. La niña parecía tener un cariño incondicional a la
enfermera que en más de una ocasión había pasado minutos hablando con ella como si
de las mejores amigas se tratasen.

Era viernes por la tarde y Esther se disponía a salir del hospital cuando la pediatra
parecía correr hacia ella antes de que saliese por la puerta.

M: ¡Esther, espera! –la enfermera se giraba sorprendida.

E: ¿Ocurre algo?

M: Me tienes que hacer un favor. Tengo una operación dentro de diez minutos y Alba
me espera en el colegio para que la recoja, mi suegra no contesta a mis llamadas y…
-suspiró recobrando el aliento.

E: Quieres que yo la recoja.

M: Te lo agradecería muchísimo… No sé a quién mas recurrir.

E: Así que soy tu última opción. –se cruzaba de brazos- Vaya situación ¿eh?

M: Esther venga… no te comportes así. Seamos adultas ¿Vale? Además, a la niña le


encantará que la recojas tú.
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E: ¿Y que gano yo?

M: ¿Cómo? –frunció el ceño tal escuchar la pregunta.

E: Claro, a mí no me importa ir a por la niña, es mas… seguro que nos lo pasamos bien,
¿pero luego tú qué harías por mí? ¿Seguir con ese carácter antipático y borde que
tanto usas conmigo?

M: Esto debe ser una broma. –se frotaba la frente mientras se giraba de lado a ella.

E: No es ninguna broma.

M: ¿Nunca te comportarás como una mujer adulta, verdad? Siempre con esa
inmadurez por delante.

E: ¿Y tú siempre serás tan cuadriculada para todo? ¿Tendrás que ser siempre tú la que
domine la situación y no permita fallos ni alteraciones?

Se quedaron unos segundos con la mirada fija en la otra. La pediatra apretando la


mandíbula sin saber cómo o que responder. Esther sonrío de medio lado y negando
mínimamente se giró dándole la espalda.

E: No te preocupes, yo iré a por tu hija.

Chasqueando la lengua se giró de nuevo cuando descubrió la mirada de Teresa fija en


ella. Comenzó a caminar despacio hacia el mostrador y rodeándolo se colocó a su lado
cogiendo la planilla de quirófanos para observarla en silencio.

T: Quizás tenga razón.

M: ¿Qué? –se giró sorprendida.

T: Si la mirases con otros ojos seguramente te sorprendería y no irías todo el día


ladrando por los pasillos. –se colocó las gafas y continuó con su trabajo dejando a la
pediatra descolocada.

En casa de Maca, la enfermera pasaba el rato junto a Alba haciendo lo que a esta más
le gustaba.

E: ¿Ponemos esta aquí?

Al: Sí, es parte de esta nube ¿Ves? –señalaba parte del puzle.

E: Tienes razón. –sonreía- Pero faltan dos para terminar esa de ahí. –movía las demás
piezas en el suelo.

Al: No pasa nada, seguro que después las vemos.

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E: Oye, ¿te puedo preguntar algo? –la miró sonriendo.

Al: Claro. ¿Qué quieres preguntar?

E: ¿Dónde están tus abuelos? Las papás de mamá.

Al: En Cádiz… viven allí y mamá y yo vamos todos los veranos. A veces por navidad
vienen ellos.

E: ¿Y no tienes primos o tíos aquí en Madrid?

Al: Mi mamá Lucia tenía un hermano pero de pequeño se puso malito y se fue al cielo…
-seguía montando el puzle mientras hablaba- Mi abuela Concha es la única que vive
aquí… Y mamá no tiene hermanos tampoco.

E: Así que eres la princesita de toda la familia ¿eh? –sonrió haciendo que la niña la
mirase ilusionada.

Al: Jejeje sí.

E: Y como eres la niña de mamá te mimará mucho ¿no? –se fue quedando de rodillas.

Al: Mis abuelos me compran más cosas que mamá. –sonrió con picardía.

E: Pues me voy a tener que hacer tu mejor amiga para que también me regalen cosas a
mí.

Sin que la niña lo esperase se lanzó hacia ella recostándola en el suelo de aquella
terraza para comenzar a hacerle cosquillas. La pequeña casi se retorcía riendo a voces
mientras la enfermera buscaba sus costados zafándose de sus manos también riendo.

No se dieron cuenta de que la puerta del piso se abría y una Maca seria dejaba el
maletín en la entrada para pasar después al salón. Se detuvo al escuchar las voces y
entonces miró hacia la puerta del balcón. Pudo ver a la perfección como la enfermera
tenía a su hija entre las piernas mientras ambas reían a gusto.

Por un instante olvidó todo lo demás centrándose en el rostro de su hija. Reía sin parar
mientras repetía su nombre una y otra vez. Movió sus ojos lentamente hasta que su
vista se detuvo en ella, la culpable de sus incontrolables cambios de humor, fuente de
ese mal carácter que hacía semanas que no abandonaba, y por primera vez sonrió
tranquila al mirarla. Repasó su cuerpo sin percatarse de las formas, miró sus manos
sujetando las de alba, el cuello que se dejaba ver entre la corta melena que lucía, y
finalmente en aquella sonrisa que regalaba sin pedir nada a cambio. No pudo dejar de
mirarla por un tiempo que no sintió que pasaba. Hasta que finalmente la pequeña giró
su rostro y vio la figura de su madre a unos metros de ella, momento en el que Esther

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al descubrirla dejó de hacer fuerza y la niña se escurrió de entre sus piernas y salió
corriendo hacia el interior de la casa.

Al: ¡Mami! –saltaba a sus brazos- Estamos haciendo un puzle ¿vienes?

M: Eh… -giró su rostro- Perdona cariño. –le dejaba un beso en la mejilla.

Al: Que si vienes con Esther y conmigo a la terraza.

M: Mami necesita darse una ducha que ha estado muchas horas de pie. –dejaba a la
pequeña en el suelo.

E: Hola. –entraba al salón.

M: Hola.

E: ¿Necesitas que me quede o…?

Tras la invitación y persuasión de Alba, Esther había accedido a quedarse un rato mas
mientras Maca se duchaba como había dicho. Habían recogido el puzle y sentadas a los
pies del sofá hacían las tareas del colegio que tenia la pequeña aquel día.

Cuando la pediatra salió de su ducha cubrió su cuerpo con una toalla azul marino para
después recogerse el pelo con una pinza. Escuchaba las voces en el salón pero esa vez
eran más tranquilas. De camino a su dormitorio sintió sed y dio media vuelta para
dirigirse a la cocina, entró sin ser vista gracias a que la puerta del salón permanecía
entornada. Abrió el frigorífico y sacó una jarra con agua para servirse un vaso, abrió de
nuevo para dejarla cuando al querer cerrarla después, se sorprendió al ver a Esther a
escaso medio metro de ella.

E: Me ha dicho que quiere un poco de leche. –carraspeó por la situación.

M: Sí, claro… espera.

Se giró para ir hasta uno de los armarios y sacó una taza de color amarillo para después
servir un poco de leche fresca. Sacó el cacao y el azúcar para echarlo también.

Mientras la pediatra se movía casi mecánicamente para preparar la leche de la


pequeña, Esther se quedó parada tras ella. Veía su espalda aun mojada mientras varias
gotas caían de su pelo y resbalaban para perderse en aquel camino y morir justo donde
la toalla rozaba su piel.

M: Toma. –se giró sorprendiéndola- ¿Ocurre algo?

E: No, no. –se apresuró en coger la taza- Gracias.

Parada aun, vio como se marchaba de allí algo nerviosa. Se giró para beberse el agua y
segundos después se dirigía hacia su habitación. Cerró la puerta y descubriendo su
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cuerpo se encaminó hacia el armario para sacar su ropa interior. Se colocó después un
pantalón de deporte y cuando se cubría con una camiseta escuchó la puerta cerrarse.

Toalla en mano e intentando secar todo lo posible su pelo salió hasta el salón donde
solo encontró a Alba con sus deberes.

M: ¿Y Esther?

Al: Se ha ido. Ha dicho que tenía cosas que hacer y no podía quedarse más rato.

M: Ya… -suspiró y miró hacia la puerta- Ahora vengo.

Cogió las llaves de la mesa de la entrada y abrió la puerta para dejarla entornada
después. Se detuvo delante de la casa de la enfermera y respirando con tranquilidad
llamó al timbre para escuchar después los pasos hacia la puerta.

M: Hola.

E: Hola… ¿pasa algo? –preguntó extrañada.

M: No, solo que… que quería darte las gracias por recogerla y quedarte con ella.

E: Tranquila, yo también estoy a gusto con tu hija así que no es ningún esfuerzo.

M: Bueno yo… quería también decirte que si… si te gustaría cenar con nosotras en
casa. Seguro que a Alba le hace ilusión.

E: ¿Cenar? –preguntó descolocada- ¿En tu casa?

M: Sí. –se encogía de hombros sin dejar de mirarla.

Mientras la pediatra lo disponía todo en la cocina, Esther junto a Alba preparaba la


mesa en el comedor. La niña iba sacando todo del cajón para tendérselo después a la
enfermera que iba colocando todo sin borrar su sonrisa al ver a la niña tan
emocionada.

Una vez dispuso todo se encaminó hacia la cocina donde Maca ya dejaba tres platos
listos con verdura y pescado para llevarlos al salón.

E: Me los llevo ¿Vale?

M: Sí, voy a terminar de poner algo de queso y fiambre en el plato y voy.

Mientras Esther llevaba dos de los platos con la cena se afanó a terminar aquel con
queso y un poco de pavo fresco e ir también al salón segundos después.

M: ¿Te has lavado las manos, cariño?

Al: Sí, mami. –se subía a su silla- ¿Te gusta el pescado Esther?
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E: Claro que sí, está muy rico y te hace crecer mucho. –sonrió mirando a la niña.

Al: Jejeje pero tú ya eres mayor.

E: ¿Ah, sí? Pues a tu lado no lo soy tanto eh… también podría pasar por una niña –le
susurró haciendo que sonriera a la vez que la pediatra.

Poco a poco las tres comenzaron a llevar por buen cauce una conversación donde la
principal voz era la de la pequeña. La pediatra le prestaba toda su atención y sonreía al
escuchar las ocurrencias de la enfermera que hacían reír a veces a madre e hija sin casi
darse cuenta.

Al: ¿Y sabes que me dijo?

E: ¿Qué?

Al: Que era adoptada porque no tenía papá.

La enfermera abrió los ojos por completo a la vez que se giraba para mirar a Maca que
se había quedado pálida al escuchar a su hija.

M: Pero será…

E: Maca. –llamó su atención no queriendo que terminase la fase- Cariño… -volvió a


mirar a la niña- ¿sabes que no tienes que hacer caso de eso verdad?

Al: Ya. –comía sin darle importancia- Le dije que era un tonto y que yo tenía las dos
mamás mejores del mundo.

Sonriendo, la enfermera acarició el pelo de la niña mientras Maca daba un trago de su


copa de vino y suspiraba conteniendo su humor.

Poco más de una hora después, Esther aguardaba al regreso de la pediatra mientras
esta arropaba a su hija en la cama. De todas las veces que había estado en esa casa
nunca se había parado a mirar nada. Frente al mueble observaba varias figuras y un par
de fotografías de Alba de niña. Sonrió con ternura y continuó hasta otra donde se
detuvo con algo de curiosidad. Una mujer se abrazaba a Maca sonriendo en la playa.
Miró el rostro de aquella desconocida y pudo descubrir varias semejanzas con Alba.

M: Es de un año antes de que Alba naciese.

Se giró al saberse descubierta y bajó la mirada sintiendo la vergüenza apoderarse de


sus mejillas.

M: ¿Te apetece una copa?

En el sofá cada una sostenía su vaso mientras guardaban un silencio que ninguna sabia
como romper. Esther suspiró y dio un trago antes de dejar el vaso sobre la mesa.
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E: No hay que hacerle caso a los niños, Maca, dicen las cosas sin ser conscientes. –la
pediatra giraba su rostro para mirarla- Además tu hija es muy inteligente.

M: Ya lo sé. –volvió a mirar al frente- Pero hacia bastante tiempo que no contaba algo
así. Hace unos años pasó una mala época por comentarios como ese.

E: Me imagino.

M: Tuve que pasar muchas noches escuchándola llorar porque se sentía diferente
¿Sabes? Llamando a Lucia sin que yo pudiese hacer nada… por mucho que yo también
sea su madre es algo muy diferente al vínculo que tenia con ella.

E: No digas eso. –acarició su hombro- Tú hija te adora, Maca, te quiere con locura.

M: No digo lo contrario, pero la conozco, y sé que muchas veces yo no soy suficiente…


necesita respuestas que yo no sé darle y de alguien que esté con ella de manera
diferente.

E: Te diré una cosa Maca, es muy difícil criar a una hija sola, y mucho mas hacerlo como
tú lo has hecho. Tienes una hija alegre, feliz, inteligente, y no debes dudar en si lo
haces bien o no, porque créeme que lo has hecho mejor que cualquiera.

M: Cuando Lucia murió me vi sola con una niña de tres años y sin nadie que me
pudiese ayudar más que mi suegra. Mis padres están siempre liados con la empresa
familiar aunque los primeros meses si estuvieron aquí… y yo no podía dejar mi
trabajo…

E: Pues con más razón Maca, si has podido sacarla a delante de esa forma…

M: ¿Pensarás que estoy loca, no? –sonrió de medio lado mirándola por unos segundos.

E: No. Te tengo por alguien muy inteligente la verdad.

M: No soy tanto como la gente cree saber. –unió sus manos mirando al suelo- No soy
tan fuerte como intento que todo el mundo piense.

E: Eso no es justo para ti ¿lo sabes, no? –buscó sus ojos- Que tú dosifiques tu vida y
dejes de lado las cosas que necesitas no hará que tu hija sea más fuerte o más valiente
cuando se convierta en una mujer… lo único que hará será que cuando te des cuenta,
te arrepientas de haber dejado tu vida en un segundo plano y no hayas podido
disfrutar de ella, y créeme que puedes hacerlo con tu hija a tu lado.

Justo cuando terminaba de arrastrar aquellas últimas palabras llevó su mano hasta las
de la pediatra que seguían unidas. Ante el contacto la pediatra las movió lo justo para
dejarla entre las suyas y sentir el calor que esta desprendía. Con su vista fija en aquella
mano comenzó una leve caricia con su pulgar antes de mirarla.

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M: Al final van a tener razón…

E: ¿Sobre qué?

Mirándose fijamente a los ojos no llegó contestación alguna. La pediatra rompió el


contacto visual y volvió a fijarse en aquella mano entre las suyas mientras no cesaba en
el movimiento de su caricia.

E: Será mejor que me vaya… -retiró la mano- Ws tarde.

Se levantó despacio mientras frotaba ambas manos en la tela de su pantalón. Comenzó


a caminar hacia la puerta y antes de salir de aquel salón escuchó su voz.

M: Esther… -se levantó mirándola a la vez que la enfermera se giraba.

Apenas cinco segundos después una pequeña sonrisa salía de los labios de la
enfermera antes de girarse de nuevo y marcharse de allí.

E: Teresa guarda esto, anda. –le tendía un informe mientras miraba hacia la entrada.

T: Has venido ya cuatro veces en una hora, Esther… ¿Estás bien?

E: ¿Yo? ¿Y por qué iba a estar mal? Estoy perfectamente, no sé qué tiene que pasarme.
Te tenía que dar esos informes y he venido, no hay más. –dejaba caer varias carpetas a
la vez cuadrándolas juntas.

T: Cualquiera diría que estás nerviosa. –se apoyó de lado mientras la miraba con una
sonrisa.

E: No digas tonterías.

Sin más se giró para marcharse de allí mientras Teresa mordía la patilla de sus gafas
viendo como se alejaba a pasos agigantados.

T: Me parece a mí que esto va a traer juego…

La mañana pasaba y la enfermera intentaba centrarse en cualquier cosa que no fuera la


llegada de Maca al hospital. La noche anterior tras llegar a su casa no había podido
moverse del sofá. Aun sentía aquella caricia en su mano y era como si la pared que las
separaba no existiese, podía apreciar aun el olor de aquel espacio.

C: Esther, te necesito. –pasaba con prisa por su lado sacándola de sus pensamientos.

E: Voy.

Sacando el fonendo de uno de los bolsillos de su pijama comenzó a correr


colocándoselo en el cuello. Entró en el box tras Cruz quedando a un lado de la camilla.

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Comenzó a trabajar sin pensar en nada más. Respondía a cada señal de la cirujana sin
perder tiempo a la vez que daba órdenes a una segunda enfermera.

C: Bárbara ve y dile a Teresa que llamé al pediatra de guardia que está en planta,
¡rápido!

Esther miró algo confusa a la enfermera y a Cruz mientras no dejaba moverse con
rapidez. Cuando hubo terminado de ponerle la vía y la cirujana aun trataba de
contener la pequeña hemorragia la miró para hablar.

E: ¿Y Maca donde está?

C: Llamó a primera hora que la niña tenía fiebre y tenía que quedarse en casa con ella.

E: Pero… ¿está bien? Quiero decir… ¿es algo grave?

C: Parece que es cosa de la varicela, nada que no se cure con una semanita de
talquistina y mimos –sonrió.

Al acabar el turno, Esther se apresuraba a recoger todo y salir cuanto antes para ir a ver
el estado de Alba.

E: Me voy Teresa, hasta mañana.

T: ¿Pero a dónde vas con esa prisa? –alzó la voz viéndola marchar- Esta cría…

Entró en casa y dejó el bolso y su chaqueta para volver a cerrar la puerta. Frente a la
casa de la pediatra y sin tocar el timbre se llevó las manos al pelo para moldearlo un
poco pues por la carrera que se había dado desde la parada de metro había quedado
de una manera nada ordenada. Suspiró y tocó al timbre para quedar a la espera de que
abriera la puerta.

M: Ey… -sonrió al verla- Hola.

E: Hola. Me dijo Cruz que Alba está enferma. ¿Se encuentra mejor? –preguntó con
preocupación.

M: Se queja… pero pasa, no te quedes en la puerta. –se hizo a un lado y la enfermera


entraba manteniéndose después a un lado- Ven que la veas, seguro que le subes el
ánimo.

E: Pobrecita, debe estar inquieta.

M: Por cierto. –se detuvo- ¿Has pasado la varicela, verdad?

E: Sí. –sonrió- Hace años ya de eso.

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M: Entonces se te permite la entrada. –sonrió también y continuó andando hasta el
dormitorio de la pequeña- Alba mira quien ha venido.

Al: ¡Esther! –se sentaba con rapidez.

E: Hola pequeña. –se sentó a su lado- ¿Cómo estás?

Al: Me pica mucho y no me deja rascarme. –se quejó mirando a su madre.

E: Ya cariño, pero si te rascas te picará mas y te harás pupas que luego no se irán, y se
quedarán feas –arrugó la nariz haciendo que sonriera- Y no quieres eso ¿a qué no?

Al: No.

E: Pues por eso tienes que aguantarte un poquito y no tocarte.

M: ¿Quieres tomar algo? Ahora mismo le iba a preparar la merienda a la granuja esta.

E: No gracias.

M: Bueno, vengo ahora mismo.

Alba y la enfermera siguieron el rastro de Maca hasta que despareció por completo en
aquel pasillo. Fue entonces cuando entre las dos volvía a nacer aquel momento como
si de las mejores amigas se tratase. La pediatra escuchaba las risas desde la cocina y
una vez más se preguntaba que hacia aquella mujer para haberse ganado con esa
facilidad a su hija. Con un sándwich y un vaso de leche regresaba al dormitorio cuando
nada más entrar veía como Esther soplaba en uno de los brazos de la pequeña.

E: ¿Mejor?

Al: Sí. –contestó con timidez.

M: Bueno… ¿Quién se va a comer el sándwich como una niña buena? –ladeó su rostro
sonriendo a su hija.

Al: Mami… ¿me pones la peli de Blancanieves?

M: Claro que sí. –cogió la caratula de una de las estanterías y metió el DVD en el
reproductor para segundos después apreciar como aparecían las primeras imágenes-
Bueno, aprovechando que aquí la enfermera nos ignorará presa de su
ensimismamiento con los dibujos… -ambas sonrieron- ¿Te apetece un café, Esther?

Frente a la pequeña mesa ambas permanecían sentadas en el sofá y disfrutando de


aquel café que Maca había preparado. Poco a poco, y bastante diferente a otras
ocasiones, habían comenzado una agradable conversación. La enfermera le relataba el
día en el hospital y alguna que otra situación que hizo reír a la pediatra. Luego fue el

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turno de Maca que le contaba como a media noche la niña había ido a su cama
encontrándose mal.

E: Pobre… realmente se pasa mal eh… yo aun recuerdo como me metía mi madre en la
bañera con agua fría y no quería salir de ahí en todo el día. –sonreía- Pero claro, tenía
que salir si no quería también coger una pulmonía.

M: Si estuviéramos en verano ya sí lo haría, estaría mejor pero dada las circunstancias


solo puedo ponerle paños frescos para calmárselo un poco. Y como la humedad
tampoco la ayuda los tengo que meter en el congelador un rato y parece que hace más
efecto y dura más la temperatura.

E: Buena idea. –la miró sorprendida- Intentaré recordarlo.

M: ¿Quieres tener hijos? –preguntó sorprendiéndola.

E: Supongo que como todo el mundo ¿no?

M: Como todo el mundo no… hay muchas personas que prefieren no complicarse la
vida de esa manera y ni siquiera valoran la posibilidad.

E: ¿Vosotras lo teníais claro?

M: Creo que sí… tampoco fue algo que hablásemos mucho. Una noche estábamos
tranquilamente en el sofá y salió el tema y ambas estuvimos de acuerdo… a ella le
hacía mucha ilusión y yo no podía imaginar algo más maravilloso que tener un hijo con
mi mujer.

E: ¿La echas de menos?

No supo por qué había hecho esa pregunta, ni por qué no la sopesó antes de abrir sus
labios y tomar aire. La pediatra ladeó su rostro para mirarla a los ojos y mostrar una
pequeña sonrisa antes de suspirar y mirar al frente mientras pensaba antes de
contestar.

M: Es distinto… los primeros meses después de que muriera me encontraba perdida.


Me había acomodado a una vida donde ella era la principal persona cada día. Tuve que
acostumbrarme a no verla, a no despertar con ella a mi lado… no sentirla a media
noche abrazarse a mí… Supongo que el tiempo va curando las heridas y un día me
desperté y sonreí… simplemente recordándola y no sufriendo por no tenerla conmigo.
–la enfermera pudo apreciar como cambiaba el tono de su voz- Fue como si algo se
desprendiese de mi cuerpo y hubiera cambiado sin darme cuenta… pienso en ella y
recuerdo lo muchísimo que la quería pero dejó de doler y con ello me di cuenta de que
ya no era lo mismo.

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En un acto reflejo, Esther llevó la mano hasta su hombro apretándolo con la fuerza
justa para que la pediatra no se desmoronase en aquel instante.

E: Es algo lógico, Maca, no puedes culparte por ello.

La pediatra giró su rostro encontrándose con la calma de aquella mirada. La sonrisa


que le regalaba intentando así hacer menos duro aquel momento y el remolino de
sentimientos y recuerdos que amenazaba con cambiar la paz de la pediatra. Sonrió
agradecida y llevó su mano hasta la que aun reposaba en su hombro.

Los días siguientes se mostraron distintos. Esther visitaba a la niña cada día pasando un
rato con ella en el que la pequeña olvidaba aquel picor y se distraía entre los juegos y
conversaciones con su vecina. Maca había acecido a ir al hospital mientras la
enfermera se hacía cargo de su hija en las ocasiones en que su suegra no podía hacerlo.

E: Hola Concha. –saludaba entrando en la casa.

C: Hola hija. –cerraba la puerta para seguirla- ¿Maca aun no ha salido?

E: Le quedaba un rato, me ofrecí a venir por si tenias que marcharte. No tardará en


llegar.

C: ¿Te apetece un café?

E: Sí, gracias.

Entró en el salón viendo a Alba sentada en el suelo sobre una sabana mientras pintaba
en uno de sus cuadernos. Se colocó a su lado encontrando la sonrisa de aquella niña y
que tanto empezaba a significar para ella.

Al: ¿Mamá aun no viene?

E: No cariño, pero no tardará. –acarició su pelo y se levantó para acudir a la llamaba de


Concha.

C: Aquí tienes. –deslizaba la taza por encima de la mesa a la vez que la enfermera
tomaba asiento.

E: Gracias. ¿Cómo se encuentra?

C: Bien, bien… -se colocaba a su lado- Con mis tensiones y esas cosas que tenemos los
mayores. Pero no me puedo quejar.

E: Ya quisiera llegar yo a su edad y conservarme así de bien.

C: Exagerada. –sonrió con timidez- ¿Y tú qué tal?

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E: Como siempre. Mi vida no es nada emocionante… -sonreía- Hospital y a mi casa, a
veces también aquí.

C: ¿Con Maca bien? –se interesó.

E: Sí, claro, ¿por?

C: No por nada… -dio un trago de su taza- A veces es que me da la impresión de que…


no sé, como si sin daros cuenta mantuvieseis una distancia entre las dos.

E: No la entiendo.

C: Conozco a Maca muchos años. –sonrió- Y sé que puede ser muy antipática y la
persona más encantadora un segundo después… y también noto que a ti eso no te es
indiferente en ninguno de los casos. –la enfermera la miraba sin decir nada- Nunca la
había visto tan a gusto con nadie desde que mi hija murió.

E: Concha, yo…

C: Con esto no quiero decir nada eh… que no soy quien para meterme en tu vida. –
colocó su mano sobre la de la enfermera- Solo que… desde que apareciste tú esta casa
tiene otro color. Solo se tenían la una a la otra y estoy segura de que ahora no se
sienten tan solas como antes.

Esther miraba los ojos claros de aquella mujer mientras le sonreía. Su garganta se había
secado de manera automática a la vez que unos pensamientos que creía haber
malinterpretado salían de nuevo a la luz martilleando su cabeza.

Al: ¡Esther mira!

Giró su rostro al escuchar como la niña corría hacia ella alzando uno de sus dibujos y
sin esperar un segundo se sentaba en su regazo para enseñárselo. Miró su rostro y
sonrió sin darse cuenta mientras aquella voz llenaba de nuevo sus sentidos. Elevó su
rostro de nuevo y pudo ver una expresión de ternura en las facciones de Concha que
parecía decir demasiado sin tan siquiera alzar su voz.

Concha se había marchado y Esther y la pequeña habían pasado a ocupar el sofá.


Antes, la enfermera había cubierto este con una sabana de manera que la niña no
sintiese el roce y tampoco lo manchase con los restos de talco en su espalda. Un par de
minutos después de que empezasen los dibujos animados, Alba había buscado el
cuerpo de Esther haciendo que esta la rodease con su brazo y quedase de esa forma
apoyada en su pecho mientras guardaba silencio.

La puerta se abrió a la vez que la pediatra avisaba de su llegada y no recibía


contestación alguna. Caminó extrañada hasta llegar a la puerta del salón, de donde
provenían las voces del televisor y pudo ver una imagen que la hizo suspirar si
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percatarse de todo cuanto expulsaba. Sonrió viendo a su hija abrazada a la cintura de la
enfermera y no queriendo despertarlas caminó con cuidado hasta tomar el mando a
distancia y detener la película.

Prefirió dejarlas en aquella comodidad y fue rumbo a la ducha. Minutos más tarde
regresaba con ropa cómoda y un libro en las manos. Se colocó las gafas y sentada en
uno de los sillones individuales se dispuso a leer. En ocasiones, y sin pensarlo, elevaba
la vista de las páginas de su libro y se quedaba por un rato mirando la imagen a escaso
dos metros de ella. El rostro relajado de la enfermera mientras rodeaba el cuerpo de su
hija, y cayó en la cuenta de lo que le había hecho sentir descubrir eso mismo al llegar a
casa después de un día de trabajo. Volver a sentir algo así la turbaba haciendo que
volviese a prestar atención a su libro.

Poco a poco comenzó a sentir un dolor en el cuello por la postura que llevaba tiempo
sin cambiar. Empezó a abrir los ojos lentamente recordando a la vez donde se
encontraba. Respiró recomponiéndose del sueño y giró su rostro terminando de
despertarse. Lo que vio llamó su atención y pareció despertar sus sentidos por
completo. La pediatra leía con completa concentración sin percatarse de que la miraba
y de esa manera se mantuvo en silencio observándola.

Colocó dos dedos en la esquina de una de las páginas para pasarla cuando terminase
con aquellas últimas palabras y una vez lo hizo elevó el rostro.

E: Hola.

M: Buenas tardes. –sonrió- ¿Has dormido bien?

E: Ni me di cuenta. –se movió mínimamente no queriendo despertar a la niña- Y no he


sido la única.

M: Espera.

Dejó el libro y las gafas a un lado y se levantó llegando hasta el sofá. Se inclinó para
coger a la niña y esta se quejó mínimamente haciendo sonreír a la enfermera que la
miraba aun abrazada a ella. Cuando finalmente se dejaba coger por su madre elevó el
rostro encontrando los ojos de la pediatra a apenas unos centímetros. Momento en
que ambas se miraron en silencio y pocos segundos después se creaba la distancia
cuando Maca comenzó a caminar con su hija en brazos hasta su habitación.

Al sentir la liberación de su cuerpo estiró los brazos desentumeciéndose y cerrando los


ojos con fuerza. Se mantuvo unos segundos recuperándose para abrirlos nuevamente y
encontrarse la figura de Maca frente a ella sonriendo.

M: ¿Te has quedado a gusto?

E: Perdona. –se encogió cohibida y sintió el calor subir a sus mejillas.


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M: No tienes que disculparte. –caminó hacia el sofá y se sentó a un lado- ¿Qué tal? –
con el codo sobre el sofá sostuvo su rostro mientras la miraba con una pequeña
sonrisa.

E: Eh… bien. –se sentaba de forma erguida- ¿Y en el hospital?

M: Al final todo bien, si. Cruz entró conmigo en quirófano y lo sacamos adelante.

E: Me alegro. –la miró unos segundos para luego volver hacia cualquier punto que no le
hiciese sentir tan nerviosa.

M: ¿Te puedo preguntar algo, Esther?

La enfermera se tensó ante las palabras de una Maca aparentemente serena. Se


removió en su asiento y carraspeando lo justo para poder respirar mejor volvió a
mirarla intentado apaciguar sus nervios.

E: Claro.

M: ¿Estás a gusto aquí? Quiero decir… ¿Vienes porque te gusta estar con nosotras? ¿Ya
no me ves como una borde antipática?

Tras expresar aquellas preguntas se mantuvo en silencio esperando la respuesta. Esther


seguía con la vista fija en ella pero sin decir nada. En aquel momento pensó en que no
había hecho bien. Que no debió preguntar aquello por mucho interés que tuviera en
saber la verdad. Suspiró y bajó la mirada hasta el sofá deteniéndose en una de las
franjas que dibujaba la tela.

E: ¿Quieres saber si me gusta estar contigo? –la pediatra elevó su rostro con rapidez al
escucharla- Sí, me gusta estar contigo. ¿Por qué? realmente no lo sé, solo me gusta
estar aquí, pasar un buen rato con la niña, charla contigo, aquí o en el hospital, eso me
da igual… Aquella mujer que me sacaba de quicio ya no es la que tengo delante ahora
mismo. –mantuvo la mirada sin saber si continuar o como- No sé que mas decirte
tampoco, lo siento. –bajaba la mirada hasta sus manos.

Maca miraba a aquella mujer como el que descubre un secreto oculto en su propio
espacio. Sus labios se habían secado y aquel murmullo que llevaba tiempo escuchando
parecía hacerse más y más fuerte sin que pudiera entonces ignorarlo. Bajó la vista
hasta las manos de la enfermera, estas nerviosas, temblaban, y cuando se fue a dar
cuenta ya llevaba la suya hasta ellas. Rozó con sus dedos lo justo para llamar su
atención y que esta la recibiese en silencio.

Al: Mami…

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Ambas se giraron sorprendidas por la voz de la pequeña y la pediatra tardó dos
segundos en ir hacia su hija que somnolienta se rascaba los ojos mientras caminaba
despacio hasta ellas.

E: Bueno, será mejor que me vaya. –cogió las llaves de encima de la mesa a la vez que
Maca se giraba impactada por su intención- Hasta mañana.

M: Esther.

Sin soltar a su hija esperó a que esta se girase y aunque despacio, con el pomo ya en las
manos, se giró lo justo para poder mirarla a los ojos y bajar más tarde la vista al suelo
para marcharse de allí.

Ya en su casa tiró las llaves sobre el sofá mientras con los brazos en jarra caminaba de
un lado a otro del salón. Se mordía el labio inquieta intentando a la vez ordenar todo
cuanto había en su cabeza. Frente a la puerta del balcón cerró los ojos con fuerza
mientras no podía borrar su imagen, su olor. Sacudió sus pensamientos y volvió a abrir
los ojos para encontrarse con el color naranja del cielo, pintado aun por un sol que
amenazaba con dejarla a oscuras con sus dudas.

E: ¿Qué estoy haciendo?

En el sofá, la pediatra intentaba calmar el picor de la pequeña aun sabiendo que sus
pensamientos estaban al otro lado de aquella pared. Sabía que no podría evitarlo, lo
supo cuando entró en su casa, cuando la vio dormida en su sofá, cuando miró sus ojos
y tomó su mano sintiendo como ella misma se estremecía con aquel simple tacto.

Al: Mamá.

M: Dime cariño. –seguía esparciendo la talquistina por su espalda.

Al: Que me pica aquí y no me haces caso. –se quejó.

M: Perdona… ¿aquí? –acariciaba su costado.

Al: Sí, ¿me soplas un poquito?

M: Claro cariño. –mientras acariciaba la piel marcada por aquellas pequeñas


inflamaciones tuvo una idea.

En la casa de la enfermera, las hermanas se disponían a tomar el café.

Ma: ¡Luis!

L: ¿Qué mami? –se giraba asustado.

Ma: Que no metas la mano en la pecera, hijo… por favor. –suspiró- ¿Me decías?

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E: Que ando nerviosa por algo y no sé si es realmente lo que pienso o simplemente
estoy confundida o qué.

Ma: ¿Es alguien del hospital?

E: Sí. –bajó la vista.

Ma: Quizás es por veros a diario cariño… o que realmente te gusta. ¿Por qué tanta
preocupación? Ya era hora de que te fijases en alguien hija… -se dejó caer pegándose al
respaldo del sofá y cruzando sus piernas- Que ya pensaba que te quedabas para vestir
santos después del subnormal ese.

E: Es que no es solo eso, Marta… -miró al niño y luego a ella- El problema no es ese…
aunque tampoco sé si eso me causa un problema.

Ma: Como no seas más concreta no te pillo, Esther.

E: Es… -volvió a mirar a su sobrino.

Ma: ¿Quién? ¿Quién es? –insistió impaciente.

E: Es Maca. –se acercó lo justo para poderle susurrar sin que Luis se percatase.

Ma: ¿Perdona? ¿Has dicho Ma…

E: Marta. –apretó la mandíbula no dejándola acabar la frase.

Ma: Espera que me he perdido. –se inclinó hacia delante dejando descansar sus brazos
sobre sus rodillas mientas miraba al suelo para después volver a su hermana- ¿Me
estás diciendo que te atrae? ¿Físicamente?

E: Es que lo no sé marta, Marta, es lo que no sé y me estoy volviendo loca... pero es


que creo que sí –se sujetaba la cabeza con ambas manos.

Ma: Luis cariño, ¿Por qué no vas al despacho y juegas un rato con el ordenador de la
tita, vale?

L: Vale.

Ma: ¿No me dijiste que os llevabais fatal?

E: Y así era, pero hace un tiempo que la cosa cambió totalmente y es… es como si la
buscase con la mirada sin darme cuenta ¿sabes? En el hospital ando mirando la hora
cada dos por tres cuando creo que llega a una hora y es a otra… me gusta estar
simplemente a su lado, de la forma que sea.

Ma: Madre de dios. –se frotó el rostro sorprendida.

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E: Ayer le dije que me gustaba estar con ella… -Marta giraba el rostro para mirarla- Y
creo que pilló por donde iba.

Ma: Pues que quieres que te diga… si tan claro lo tienes inténtalo.

E: ¿Así? ¿Sin más? Ya está. –contestaba malhumorada- Te estoy contando que me atrae
una mujer, que puede que me atraiga mucho en todos los sentidos, y me dices que lo
intente, ¿Qué intente qué?

Ma: Pues que intentes estar con ella en alguna situación que no sea ni trabajo ni niña,
porque está claro que así pocos vas a poder hacer… No te diré que no me ha
sorprendido, pero si lo piensas sin todo ese rollo de “oh una mujer” bla bla bla… No lo
verías tan complicado y pasarías a estar ilusionada ¿no?

E: Supongo…

Ma: ¿Y ella está igual?

E: A veces pienso que sí.

Ma: Pues ya está… quédate con ella a solas y deja que surja lo que tenga que surgir…

Era jueves por la tarde y el turno de aquel día en urgencias parecía pasar tan
lentamente como segundos en un mes. Esther repasaba la lista de inventario sentada
en una de las sillas del gabinete cuando la puerta se abrió y quien aparecía tras ella la
sorprendía allí sola.

M: Hola. –se detuvo.

E: Hola.

Tras saludarla bajó de nuevo la vista queriendo concentrarse en lo que tenía frente a
ella. Sin mirarla directamente supo que cerraba tras de si y caminaba hasta el otro
extremo de la mesa. De reojo y en tan solo un segundo vio como dejaba varias
carpetas y se acercaba hasta la cafetera para servirse un café. La pediatra, al girarse, se
quedaba tras ella guardando silencio.

M: Toma. –dejaba un vaso a su lado- Con leche y dos de azúcar.

E: Gracias. –la miró visiblemente nerviosa y cogió el vaso para dar un primer trago-
¿Alba está mejor?

M: Sí. –sonreía- Ya apenas le pica y el lunes ya irá al colegio… Me preguntó por ti, no
has vuelto desde que…

E: Ya bueno, es que he estado un poco liada y…

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La puerta volvía a abrirse haciendo que ambas se girasen para ver quién era el creador
de la intromisión. Héctor caminaba con prisa y tras saludarlas fue hasta uno de los
muebles buscando un libro en concreto. Al notar que el silencio era lo único en aquel
lugar se giró extrañado.

H: ¿Che las interrumpí? –ambas volvieron a girarse clavando los ojos en la mesa-
Bueno, bueno… ya me vuelvo a ir… -caminaba de nuevo hacia la puerta- Raritos son
por acá…

Ambas sonrieron por aquel comentario sin dejar de mirar hacia la mesa. Fue Maca la
primera en buscar su rostro de nuevo y esperar unos segundos hasta que la enfermera
la miraba sin girar su rostro. Sonrió con timidez y la pediatra le contestó con otra
sonrisa antes de levantarse despacio e ir hasta la silla que había junto a ella. La separó
sin hacer ruido y tomó asiento apoyándose después con los brazos en la mesa, bajando
la mirada hasta la carpeta que tenia la enfermera.

M: ¿Qué haces?

E: Repaso el inventario de farmacia para hacer el pedido –se separó un poco para que
la pediatra mirase sin problema.

M: ¿Y es entretenido? –la miró fijamente sin dejar de sonreír.

E: La verdad es que no. Es un rollo… -la miró con nerviosismo para colocarse después el
flequillo detrás de la oreja- ¿Tu que hacías?

M: Buscar una cosa rara que no encuentro en internet… san Google como dicen por ahí
–sonrió- ¿Sabes qué?

E: ¿Qué?

M: Que pensaba pedirte algo y ahora me da vergüenza… -bajó la mirada con timidez.

E: ¿Pedirme qué? –preguntó con curiosidad.

La pediatra elevó de nuevo el rostro quedándose por unos segundos en silencio


mientras miraba sus ojos fijamente.

M: Que me dejes invitarte a cenar.

Caminaba por la habitación nerviosa mientras solo había atinado a colocarse la ropa
interior. La ropa permanecía desperdigada sobre la cama de matrimonio mientras ella
miraba sin decidir desde la puerta. Se pinzó el labio y fue en tres pasos hasta el
teléfono. Marcó con rapidez y esperó a que contestasen.

-¿Si?

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M: Ana, soy yo.

A: Venditos oídos que te escuchan. ¿Tanto has tardado en echarme de menos?

M: Tengo un problema y necesito que me ayudes. Pero antes tienes que prometerme
que te ahorrarás la charla para otro momento porque ahora no tengo tiempo.

A: Madre mía. Que acelerada ¿no?

M: ¿Me ayudas o no? –insistió.

A: Sí, sí… dime qué te pasa. Porque debe ser algo de vida o muerte para que estés de
esa manera.

M: Voy a salir a cenar con Esther y no sé si ir informal, con algo más especial o como…

A: Espera, espera… ¿has dicho con Esther?

M: Ana… -suspiró- En otro momento te dejo que me digas lo que quieras, pero ahora
necesito que te centres. No quiero llegar y a la primera cagarla o asustarla ¿Vale?

A: Está bien. ¿Dónde iréis?

M: Como no quería atosigarla así de buenas a primeras había pensado que en el


mejicano que hay al final de la calle. Sé que le gusta y así estará más tranquila.

A: ¿Pero habéis hablado para que tenga que estar nerviosa?

M: Sé lo que me digo. ¿Entonces qué dices?

A: Pues hija… con la percha que tienes cualquier cosa te sirve.

M: Eso no me ayuda.

A: Vale, vale… a ver, los vaqueros esos pitillo con las botas está bien… arriba ponte la
camiseta esa negra del escote.

M: No quiero espantarla ¿te lo había dicho? –enarcó una ceja.

A: Vas a enseñar la mercancía, dudo mucho que se espante por eso… al contrario
cariño. Déjala que fantasee un poco y seguro que después le es más fácil.

M: ¿Seguro?

A: Tú hazme caso. Que te mire y desee está bien, le ayudará a agilizar el proceso.

M: Yo no pretendo agilizar ningún proceso, Ana, solo quiero que… -se calló girándose
hacia la ventana- Me gustaría que esto saliese bien por mucho tiempo que lleve, quiero
hacerlo bien, Ana.

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A: Claro que saldrá bien, no te preocupes por eso.

Al otro lado, Marta esperaba sentada en el borde de la cama a que su hermana saliese
del baño. Se miraba las uñas cuando la puerta se abrió y la enfermera aparecía ya
vestida. Llevaba unos vaqueros y unos zapatos oscuros y planos. Una camisa azul pálido
de manga corta con el doblado de la manga y el cuello en blanco. Un par de botones
desabrochados y un pequeño colgante que no llegaba a su escote.

Ma: Estás muy guapa.

E: Informal pero sin pasarse. –sonrió nerviosa- No sé dónde vamos y tampoco quería
arreglarme mucho o no llegar. Ni una cosa ni la otra.

Ma: Tranquila ¿vale? –se levantó para ir hasta ella y coger sus manos- Vamos que te
arregle un poco el pelo y ya estarás que se va a tener que poner babero.

E: No digas tonterías. –se sentó de espaldas a ella.

Ma: ¿Suelto verdad?

E: Sí. –la miró a través del espejo.

Ma: Pues te paso un poco el secador para alisártelo y sacarte un poco las puntas que
no te haga la cara larga. –sonrió.

E: Está bien. –suspiró colocando las manos sobre sus rodillas- ¿Luis?

Ma: Su padre y él se han ido al cine a ver no se qué película de uno que vuela o salta,
no recuerdo.

E: ¿No está mal, verdad?

Su hermana encontró la mirada de la enfermera en el espejo. Había notado la voz casi


angustiada de aquella pregunta y en un paso se quedó a su lado cogiéndola por el
mentón para que la mirase a los ojos.

Ma: Quítate eso de la cabeza ¿me oyes?

E: Pero…

Ma: No hay peros que valgan. Tienes el mismo derecho que cualquier otra persona en
divertirte y sentirte atraída por cualquiera que se te cruce en el camino. Así que no
creas que vas a decepcionar a nadie. Firmaría ahora mismo porque al salir por esa
puerta pudieras ser feliz toda tu vida si ella fuese a conseguirlo.

Sonrió agradecida y de nuevo la vio colocarse tras ella y secador en mano terminar
para estar lista a la hora acordada.

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A las nueve en punto sonaba el timbre de su casa y se ponía de pie tan rápidamente
que hizo reír a Marta desde el sillón. Cogió el bolso y la chaqueta y mirándose por
última vez en el espejo suspiró.

Ma: La vas a dejar alucinada. –besó su mejilla y le dio un pequeño empujón hacia la
puerta- En cuanto os vayáis me voy a casa.

E: Deséame suerte.

Ma: No la necesitas hermanita.

Respirando lo más profundamente que pudo aguantó la respiración los segundos en los
que giraba el pomo de la puerta y encontraba a la pediatra frente a ella con una rosa.
Se miraron un par de segundos hasta que la pediatra sonrió y estiró el brazo
tendiéndole lo que llevaba en la mano.

E: Gracias.

M: No es nada.

La enfermera cerraba la puerta y Maca abría la del ascensor dejándole pasar a ella
primero. Una vez dentro marcaba la planta baja y a su lado la miró fijamente de nuevo.

M: Estás muy guapa.

E: Tú también. –la miró entonces sonriendo- ¿Dónde me vas a llevar?

M: A que comas a gusto que sé que con eso gano puntos.

Abrió la puerta de la calle y pudo ver la sonrisa de la enfermera antes de salir. Suspiró y
salió detrás para comenzar a caminar.

Ya en la mesa disfrutaban de lo que primero habían pedido para ir picando. Parecían


que los nervios se habían quedado en aquel ascensor y Esther hablaba animadamente
y escuchaba con atención a la pediatra.

E: ¿Y Alba donde está?

M: Concha se ha quedado con ella. La llamé ayer en cuanto salí del hospital para que
no hiciese planes. Ahí donde la ves tiene una agenda siempre apretada.

E: Tú suegra es fantástica. –sonrió a la vez que la pediatra frunció el ceño por aquello-
¿He dicho algo?

M: No la llames así. Hace tiempo que ni yo lo hago… es un poco incómodo.

E: Perdona. –bajó la mirada.

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M: Pero oye… -cogió su mano por encima de la mesa- Que no me pongas esa cara que
me enfado ¿eh? –sonrió tranquilizándola- Así está mejor.

Poco a poco volvieron a la normalidad, una en la que Esther disfrutaba de la comida


con todos sus sentidos. La pediatra la observaba con fascinación mientras podía ver en
su rostro el placer que sentía. Llegado el postre se tomaba su café con tranquilidad
mientras la enfermera devorada un trozo de pastel de chocolate y sonreía al verse de
aquella manera.

M: ¿Voy bien entonces, no?

E: ¿Uhm?

M: Que la cena bien. –sonrió dejando la taza sobre la mesa.

E: Sí, a veces encargo comida aquí.

M: Me alegro haber acertado entonces. –en aquel momento un trozo de chocolate caía
del tenedor de Esther para ir a parar hasta su pantalón- uy… no te muevas.

E: ¿Qué pasa?

M: Se te ha caído un trozo. –mojó la servilleta con un poco de agua y de pie se inclinó


para llegar hasta el muslo de la enfermera- Si se seca sí que no la quitamos.

Los ojos de Esther fueron irremediablemente al escote de la pediatra. Su cuerpo se


paralizó al ver a la perfección que no llevaba sujetador y llegaba a apreciar un lunar que
llamó toda su atención. La pediatra, al sentir la rigidez en el cuerpo de la enfermera
detuvo su mano y buscó sus ojos y el camino de estos después. Viendo donde estaban
sonrió de medio lado y volvió a su asiento viendo como Esther se removía en su
asiento.

M: Ya está. –dejaba la servilleta a un lado.

E: Gracias.

M: ¿Estás bien? Parece que hayas visto un fantasma.

E: No, no… fantasmas no… -suspiró rascándose la frente- ¿Has acabado ya?

M: ¿Te quieres ir? –preguntó preocupada.

E: Necesito que me dé un poco el aire. –cogió el cuello de su camisa abriéndola varias


veces de forma seguida.

M: Está bien, voy a pedir la cuenta y nos vamos.

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Diez minutos más tarde el camarero cogía la tarjeta de crédito de la pediatra y volvía
después para que se pudieran marchar. Ya en la calle, Esther comenzaba a caminar
haciendo que la pediatra la siguiese sin poder poner objeción.

E: ¿Te apetece que nos sentemos? Hay buena temperatura y se está a gusto.

M: Claro.

Un banco del parque más cercano sirvió de asiento para ambas mientras se instalaba
de nuevo el silencio. La enfermera miraba al frente con las manos en los bolsillos de su
chaqueta mientras la pediatra permanecía de brazos cruzados mientras guardaba
silencio.

E: Nunca antes me había fijado en ninguna mujer.

Había hablado con la mirada perdida y no podía apreciar como Maca giraba su rostro
para mirarla. Tenía el rostro sereno pero podía distinguir una pequeña arruga en el
centro de su frente.

E: No sé si esto es normal… si estoy confundiendo algo… o si realmente me gustas y


cuando me dé cuenta me dará todo igual –suspiró.

M: No tienes por qué preocuparte porque estés viviendo algo nuevo.

E: Siempre he tenido muy mala suerte ¿Sabes? Todos los hombres con los que he
estado me han acabado engañando o dejando por otra… Pero al final siempre
terminaba encontrando a otro capullo con pinta de persona normal y creyendo que
sería el definitivo.

M: Esther…

E: He llorado tanto que a veces creo que ya no me quedan reservas –sonrió de lado- El
último me dijo que me fuera con él a Praga, que había encontrado un buen trabajo y
quería que tuviésemos una vida juntos… no llegó al año cuando ya me engañaba con
otra y en mis propias narices. –giró su rostro para mirarla- Fue entonces que vine a
Madrid y me encontré sin casa… sin trabajo… y otra vez dolida y humillada… y apareces
tú, primero con tu amabilidad, con esa sonrisa… -miró sus labios- Luego con esa mala
leche. –arrugó la nariz- Con tu imagen de mujer seria y malhumorada continuamente.
–sonrió- Y ahora no hay una mañana que abra los ojos y no piense que estas al otro
lado y que te veré después en el hospital.

M: No todo el mundo es igual, Esther… yo no voy a hacerte daño.

E: Soy muy infantil, me gustan los dibujos animados, me encanta ver Aida los domingos
por la noche con una tarrina de chocolate… me divierto hablando con tu hija, lloro con
muchas tonterías y aun creo en la magia, Maca…
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La pediatra sonrió apoyando el brazo en el banco para sostener su rostro y mirarla
fijamente a los ojos. La mantuvo el tiempo suficiente para ver como las mejillas de la
enfermera se iban pintando de rojo y decidió coger su mano antes de hablar.

M: Yo sé hacer magia ¿sabes?

E: Eso, tú ríete de mí.

M: Que te lo digo en serio. –cambió su rostro permaneciendo seria- No me rio de ti.

E: ¿Y cómo la haces, a ver?

M: Puedo besarte sin tocarte. –la miró fijamente a los ojos.

E: ¿Besarme? –miró sus labios por inercia.

M: Sin tocarte.

Poco a poco fue inclinándose hacia ella viendo como cerraba los ojos cuando ya podía
percibir su aliento. Se humedeció los labios y recorrió la pequeña distancia que aun
quedaba entre las dos para crear el primer roce. No recibió una negación que le
impidiese continuar así que volvió a acortar distancias ejerciendo esa vez más presión,
abriendo su boca mínimamente para capturar su labio inferior, sintiendo a la vez como
la mano de Esther llegaba a su mejilla en forma de caricia. Pasados unos segundos se
separaba abriendo los ojos y descubriendo a Esther de manera contraria.

M: Vaya… no me ha salido bien. –susurró sin apenas alejarse de ella.

E: Parece que no… -abrió los ojos lentamente- Puedes… puedes intentarlo otra vez si
quieres.

M: ¿Si? –sonrió prácticamente ya contra sus labios.

Pasados los primeros minutos, aquel beso había cambiado en intensidad y los labios
enrojecían al tiempo que parecían no poder parar aquello. Las manos de la enfermera
tomaban el rostro de Maca impidiéndole recular en su posición a la vez que ella misma
parecía haber encontrado en aquellos labios la adicción oculta de su vida.

M: Me gustas mucho Esther. –se separaba lo justo para unir sus frentes y respirar por
fin.

E: No sé si seré lo que esperas.

M: Seguro que es mucho mejor de lo que pueda imaginar… -sonreía- ¿Quieres que
tomemos algo en mi casa? Alba ya estará en la cama.

E: Vale.

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Se levantaron a la vez y el brazo de la pediatra fue sin dudarlo hacia ella para rodearla
por la cintura y pegarla a su cuerpo. Esther no puso impedimento y la abrazó quedando
con la cabeza apoyada en su hombro mientras caminaban los pocos metros hasta llegar
al edificio.

En el ascensor, Esther jugaba con los dedos de la pediatra que sonreía mirándola.
Cuando llegaron le dejó un beso en la sien antes de abrir la puerta para que saliese
primero.

E: ¿Y Concha?

M: Ahora pedimos un taxi, nunca quiere quedarse cuando llego tarde. –abría la puerta-
Ya estamos aquí. –dejaba las llaves y entraba en el salón seguida por Esther que no se
había quitado la chaqueta.

C: Hola. –se levantaba del sofá.

E: Hola, Concha.

C: Bueno… pues ya que habéis llegado, voy a llamar al taxi. –fue hasta el teléfono.

M: ¿Qué te apetece?

E: Lo que sea, elige tú. –sonrió.

Mientras la pediatra se perdía en la cocina Esther decidió sentarse en el sofá. La


presencia de Concha le hacía sentir algo fuera de lugar y optó por guardar silencio.

C: Está bien, gracias. –colgaba y se giraba suspirando- El servicio de taxi de esta ciudad
es horrible. –suspiraba antes de sentarse- ¿Qué tal la cena?

E: Bien, bien –sonrió como pudo.

C: Me alegro. ¿Y tú qué tal? Te veo algo nerviosa. –acarició su mano.

E: No, si estoy bien de verdad… un poco cansada.

C: Bueno –sonrió.

M: Ya estoy aquí. ¿Ha llamado al taxi para que venga? –le tendía el vaso a Esther antes
de sentarse.

C: Sí, me dijo que no tardaría, a ver si es verdad.

M: ¿La niña ha cenado bien?

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C: Ha renegado un poco pero al final se lo ha comido todo. Luego le he dado la leche y
me he echado un rato con ella para ver una película de dibujos, no ha durado ni quince
minutos.

Un rato después la pediatra despedía a la mujer en la puerta mientras Esther miraba su


vaso removiendo el líquido en su interior. Escuchó la puerta cerrarse y los pasos de
Maca llegar hasta ella para después sentarse a su lado.

M: ¿Estás bien? –cogía su mano con cariño mientras la enfermera se limitaba a asentir
con una sonrisa- ¿Seguro? Has estado muy callada desde que llegamos.

E: Me da cosa que… que Concha me vea entrar aquí cuando sabe perfectamente por
qué.

M: Ya… pues tranquilízate porque Concha y yo sabemos cómo son las cosas y ella no se
mete en mi vida ¿Vale? Es más, estoy segura de que se alegra por mí.

E: ¿Sí?

M: Sí –sonrió y acarició su mejilla- ¿sabes que me apetece?

E: ¿Qué? –bajó la mirada para acariciar una de sus manos.

M: Abrazarte muy muy fuerte. –con la mano en su barbilla la obligó a subir su rostro-
¿Me dejas?

Sonriendo por la timidez, la enfermera se abrazó a ella sintiendo como la pediatra


encajaba el rostro en su cuello. Ella se acomodó de lado sobre su hombro y notó como
la encerraba entre sus brazos sin escapatoria alguna. En aquel momento se sintió
tranquila, protegida y sin querer que se acabase.

Permanecía con los ojos cerrados cuando una sonrisa se escapó de sus labios al sentir
un beso en su cuello.

M: Me encanta estar aquí.

E: ¿Pero por qué te gustan los cuellos o por qué es mi cuello? –sonrió sin moverse.

M: Porque me encantas tú y ahora también tu cuello. –dio un sonoro beso y volvió a su


estado normal- ¿Estás cómoda? ¿Quieres algo?

E: ¿Mañana trabajas?

M: No, pero el domingo sí, ¿por? ¿Me vas a raptar o algo? –sonrió.

E: ¿Tienes un escucha bebes de esos, no? –se levantó.

M: Sí, claro. De cuando Alba era pequeña. ¿Para qué quieres ahora eso?
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E: Ponlo en su habitación, te espero en la puerta. –sonrió y caminó con rapidez.

Aunque no muy segura de aquello, le hizo caso y colocó uno de los transmisores en el
dormitorio de su hija. Segundos más tarde salía de nuevo encontrando a la enfermera
con su abrigo en las manos esperándola.

M: ¿Me dices donde vamos?

E: No te preocupes que no vamos lejos y no pasará nada. –cogió su mano y comenzó a


correr escaleras arriba tirando de ella.

Cuando llegaron al último piso abrió la puerta del tejado y sonrió mientras se giraba y
entraba de espaldas sin soltar las manos de la pediatra. Esta miraba el cielo sobre ella y
sonrió también. Despacio fueron hasta una de las salidas de aire y la enfermera se
sentó en el suelo apoyándose en el pequeño muro mientras abría las piernas y la
invitaba a colocarse entre ellas. Sin rechistar lo hacía sintiendo como era abrazada por
detrás.

M: No he subido aquí desde que compramos la casa.

E: ¿Qué pasará con la niña?

La pediatra suspiró para después moverse lo justo para quedarse de lado aun entre sus
piernas. La miró a los ojos entre toda aquella oscuridad y encontró una preocupación
real.

M: ¿Tú no sabes el cariño que te ha cogido, verdad?

E: Eso da igual, Maca. Puedo caerle bien y luego que piense que quiero ocupar un
espacio que no es mío y que me odie. –bajó la mirada.

M: Pues ya te digo que eso no pasará. Y dudo mucho que alguien pueda llegar a odiarte
si te conoce realmente.

E: Tú has estado a punto si es que no lo conseguiste. –sonrió de medio lado mirándola.

M: No más que tú a mí.

Acariciando su mejilla intentó que dejase ese miedo a un lado y disfrutase de aquel
momento. La enfermera la miró por fin con aquella sonrisa que descubrió tanto le
gustaba y sintió de nuevo el vértigo en el estomago.

E: ¿Cómo era el truco de magia ese que no te ha salido antes? –con las manos en el
suelo se inclinaba despacio hacia ella.

M: No recuerdo. –miró al cielo intentando no sonreír.

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E: Ese de besarme sin tocarme ¿uhm? ¿Lo vuelves a intentar? –ya prácticamente en sus
labios se detuvo mientras se miraban a los ojos.

M: Va a ser que no… porque lo que más me apetece tocarte.

Después de una media hora en lo alto de aquel edificio volvieron a poner rumbo hacia
el piso de ambas. Bajaban las escaleras intentando no reír demasiado fuerte por las
horas y cogidas de la mano se arrinconaban antes de llegar. Frente a ambas puertas
Esther sacaba las llaves de su casa.

M: Espera. –colocó su mano encima- ¿Por qué no duermes en casa?

E: ¿Contigo?

M: O si quieres te pongo una silla donde la niña y duermes ahí… -había dejado caer sus
hombros mientras la miraba- Claro que conmigo, Esther.

Algo dubitativa sostenía aun las llaves en la mano mientras miraba al suelo y luego a los
ojos de la pediatra. Esta ladeaba el rostro queriendo que sonriese, consiguiéndolo unos
segundos después. Con la mano alzada en el aire esperaba que Esther la tomase y así
accediese a su proposición. No tardó mucho en llegar y dando dos pasos hacia el lado
contrario abría la puerta.

E: Espera, voy a coger un pijama. –soltándose de su mano fue con prisa hacia su casa
reapareciendo un par de minutos después- Ya está.

M: ¿Eso es un pijama? –miraba las prendas en su mano.

E: ¿Qué le pasa? –miraba la ropa y luego a la pediatra- Así duermo yo.

M: Nada, nada… vamos para dentro.

E: Voy al baño primero. –sonrió dando un pequeño salto y alejándose de ella.

M: Claro. –la vio marchar- Pues a ver cómo me contengo yo con eso. –en la cocina se
llenaba un vaso de agua y lo bebía prácticamente de un trago- Vamos allá.

Después de que la enfermera saliese del baño entraba ella para asearse y quitarse el
maquillaje. Cuando salió lo hizo ya con el pijama puesto y encontró a la enfermera por
igual sentada ya en la cama. Pantalón corto con un pequeño dibujo en el lateral y una
camiseta de tirantes blanca. Rodeó la cama y fue hasta el lado opuesto para sentarse y
quitarse las zapatillas.

E: ¿Por qué duermes tan abrigada si tienes la calefacción puesta?

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M: Costumbre supongo. Pero tampoco paso calor, no es tan grueso como parece.
-levantó la colcha metiendo las piernas y quedándose sentada mientras la miraba- ¿Y
tú por qué duermes tan fresca? –miró sus piernas.

E: Porque lo hago más a gusto. –sonrió- Podías probarlo.

M: Yo ya duermo a gusto así.

E: Pero porque no has probado otra forma. –con rapidez se sentaba sobre ella- ¿Qué
llevas debajo? –tiró del cuello de su camiseta y pudo ver que llevaba otra de manga
corta blanca debajo- Levanta los brazos.

M: ¿Qué?

E: Que levantes los brazos, venga. –cogía la prenda por los extremos y esperaba
sonriendo- Vamos.

La pediatra levantaba los brazos sintiendo con la enfermera no tardaba en levantar


aquella camiseta de manga larga y la deshacía de ella. Una vez lo hizo la tiró al sillón
cercano y volvió a girarse a la vez que la pediatra colocaba las manos en su cintura.

E: Ahora el pantalón.

M: ¿Cómo que el pantalón? –arqueaba una ceja- ¿Piensas quitarme el pantalón?

E: ¿Llevas algo debajo verdad? –sonrió moviéndose hacia atrás- Venga.

En los pies de la cama le quitó los calcetines y los dejó al lado de la camiseta. Con
ambas manos sobre el colchón la pediatra veía sorprendida al como tiraba de su
pantalón quitándoselo sin dudar para volver después a sentarse sobre ella.

E: Ahora no me digas que no estás más cómoda.

Sin poder evitarlo llevó las manos a la espalda de la enfermera y se inclinó hasta llegar
a sus labios. Esta no tardó en responder a aquel beso mientras la rodeaba con sus
brazos. Poco a poco la pediatra fue haciendo fuerza con su cuerpo hasta recostarla a un
lado de la cama y quedar sobre ella sin romper aquel contacto.

Una de las manos de la enfermera se coló por debajo de su camiseta acariciando su


costado para subir después por su espalda. El beso iba incrementando en intensidad
mientras el calor se iba apoderando de sus cuerpos y buscaban abarcar el mayor
espacio posible. En un momento que no esperaba la pediatra abandonó sus labios para
esconderse en su cuello y acariciarlo con sus labios.

E: Maca…

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Sin separarse apenas de su rostro abandonó aquella piel respondiendo a la llamaba de
la enfermera que tomaba su rostro entre ambas manos. Sin decir nada se quedó
mirando sus ojos, encontrando justo lo que andaba buscando, y sin moverse giró su
rostro encontrando el interruptor de la lámpara que había sobre la mesilla y
apagándola, quiso dejarse llevar.

Sin dejar de mirarse entre aquella oscuridad llevó sus brazos atrás en una clara
intención que la pediatra aceptó quitando de su cuerpo la camiseta de tirantes que
cubría su torso para después sentarse y quedar en igual de condiciones.

De nuevo sobre ella se enzarzaron en otro beso más tranquilo pero igual de intenso
que el anterior. Las manos de la enfermera recorrían la espalda desnuda de Maca sin
cesar. Haciendo que su piel se erizase a su paso recordando aquella sensación. Decenas
de ellas que se creían olvidadas llenaban su cuerpo de nuevo mientras que con una de
sus manos acariciaba su costado memorizando cada centímetro.

Suspiró abandonando sus labios para besar su cuello. En dirección descendente


mientras su corazón comenzaba a inquietarse. Llegó a su pecho y besó el centro de
este mientras su mano derecha comenzaba a acariciar lo que poco a poco iba
endureciéndose. Sonrió contra su piel y dejando un camino de besos llegó hasta la
zona que la llamaba a gritos.

Aquella protuberancia entre sus labios hacia revivir sus instintos más escondidos,
haciendo que la necesidad de atraparlo entre sus dientes fuera mayor que su
paciencia. Un dolor excitante recorrió la espalda de la enfermera que se curvaba
soltando un suspiro. Sin separarse de aquel lugar cogió por los lados el pequeño
pantalón que aun cubría su cuerpo y arrastró con él la ropa interior dejándola
completamente a su merced.

Encima de su cuerpo desnudo volvió a necesitar de su boca y ocupándola por completó


sintió la excitación de Esther que colaba ambas manos por debajo de su ropa interior
llegando a sus nalgas. Acariciándolas, apretándolas con inquietud.

No duró mucho sobre su cuerpo cuando la enfermera las hacia rodar sobre el colchón
quedando sobre ella y desnudándola también. Maca había abierto sus piernas dejando
el hueco justo para que se acomodase entre ellas e inclinándose fue hacia uno de sus
pechos para acariciarlo y mover su pulgar con calma mientras se humedecía los labios
con impaciencia. Sin esperar más tiempo comenzó a recorrer con su lengua aquella
aureola sintiendo las manos de Maca acariciar su pelo.

Satisfecha volvió a sus labios a la vez que la pediatra movía levemente sus caderas
chocando ambos sexos, haciéndola gemir.

E: Maca…

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M: Sí.

Dejándole espacio para que respirase atacó su cuello mientras guiaba su mano entre
ambos cuerpos llegando al sexo de la enfermera. Esta dio un respingo al sentir como
varios dedos resbalaban en su humedad y estimulaban su clítoris. Cerró los ojos con
fuerza a la vez que movía su cintura sin tan siquiera proponérselo.

Un mordisco en su hombro la despertó de su éxtasis cuando sentía las manos de la


pediatra sobre su trasero indicándole que se moviese con ella. Colocó ambas manos
sobre el colchón sosteniendo el peso de su cuerpo y buscó con urgencia sus ojos. La
mano de Maca fue con rapidez hasta sus labios mientras su respiración también se
aceleraba y capturó sus dedos humedeciéndolos con su lengua.

Cada vez aquel ritmo era más rápido, más intenso, más necesario. Irremediable
volvieron a buscarse y comenzaron un beso húmedo y fuerte. Sus lenguas peleaban en
aquella cárcel de suspiros y gemidos cuando una sacudida llegó sin esperar más tiempo
e hizo que sus músculos se tensasen.

M: Tenias razón… -intentaba recuperar la respiración- Sí que estoy mas cómoda.

La enfermera sonrió dejándose caer sobre ella mientras se escondía en su cuello y la


pediatra la abrazaba no queriendo que dejase aquel lugar.

Eran pasadas las ocho cuando destapándose bajó de la cama colocándose sus
zapatillas. Se rascaba los ojos comenzando a caminar hacia el pasillo y mirando al otro
lado vio la puerta cerrada. La abrió sin dudarlo y cuando dio el primer paso se detuvo
impactada por la imagen; su madre de espaldas a la puerta abrazaba a alguien que no
llegaba a ver. Siguió caminando mientras bordeaba la cama y pudo ver entonces de
quien se trataba. Se llevó la mano a la boca y salió casi corriendo de allí cerrando la
puerta después.

Al: ¡Que guay!

Algo la hizo despertarse y buscar una posición más cómoda. Fue entonces cuando
sintió que estaba abrazada a su espalda. Sonrió mientras abría los ojos y descubría la
nuca de la enfermera a escasos centímetros de su rostro. La estrechó mas entre sus
bazos y besó aquella piel sintiendo como Esther parecía abandonar su sueño.

M: Hola… -susurró cerca de su oído.

E: Pero si debe ser temprano todavía. –se giró hacia atrás quedando bocarriba.

Sonrió mirando aquel rostro adormecido y metió la mano bajo su camiseta acariciando
su vientre, gesto que hizo reaccionar a la enfermera que abría sus ojos y sonreía para
mirarla.

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M: ¿Has dormido bien?

E: Sí… poco, pero bien. ¿Qué hora es? –se giró para mirar el reloj sobre la mesita- Maca
si no son ni las nueve. –se dejó caer sobre el cuerpo de la pediatra- Es sábado… y no
trabajamos –se quejaba.

M: Pero hay una niña que seguro ya está en el salón esperando su desayuno.

E: Yo no me he movido de aquí, eh. –sonrió mirándola.

M: Mmm me parece a mí que tú eres muy lista, señorita. –fue acercándose hasta su
rostro- Y todavía no me has dado un beso ni nada que te haga merecedora de un buen
desayuno en la cama.

E: Eso puedo arreglarlo.

Subiendo a horcajadas sobre ella puso sus manos una a cada lado mientras ejercía la
fuerza necesaria para que no las moviese y fue inclinándose hasta quedar cerca de sus
labios. Maca la observaba en silencio mirando sus ojos hasta que quiso besarla y esta
se alejaba.

M: ¿Y mi beso?

E: No hagas nada… solo quédate así.

M: ¿Así como?

E: Mirándome.

Sin alejarse demasiado pero a una distancia prudencial se mantuvo mirándola. La


pediatra miraba sus ojos sin comprender muy bien que era lo que Esther quería. De
aquella manera encontró un color distinto al que conocía, y sin dejar de observarlos
reconoció a la perfección la sonrisa que iba dibujando en sus labios. Liberando una de
sus manos la llevó hasta su mejilla para acariciarla y fue entonces cuando amabas se
unieron en aquel beso de buenos días.

E: ¿Ahora me he ganado el desayuno?

M: Que morro tienes. –sonrió.

E: El tuyo también está rico. –se relamía los labios sin pudor- Mucho además.

Un par de minutos después se colocaba el pantalón del pijama y salía de allí dejando
aun a la enfermera en su cama. Cuando aun no había llegado al salón pudo escuchar el
sonido del televisor y suspirando fue a ver a la pequeña.

M: Hola, cariño.

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Al: Hola, mami. –apartaba la vista del televisor para mirarla.

M: ¿Hace mucho que te has levantado? –se sentaba a su lado para darle un beso y
rodearla con uno de sus brazos para mirar el televisor.

Al: Un rato… ya no tenía más sueño. ¿Me preparas la leche?

M: Ahora mismo, pero quería hablar contigo de una cosa antes. –tomándola por las
axilas la sentó en su regazo.

Al: ¿De Esther? –la pediatra la miraba extrañada- Entré a tu habitación y vi que ha
dormido en casa.

M: Ya… -bajó la mirada acariciando una de sus manos- A ti te cae bien Esther ¿a que sí?

Al: Sí.

M: Y sabes que a veces las personas mayores también se llevan así de bien y les gusta
pasar tiempo juntas ¿verdad?

Al: ¿Te gusta estar con Esther?

M: Sí, me gusta mucho estar con Esther… igual que a ti.

Al: ¿Entonces pasará mucho tiempo con nosotras? ¿Aquí en casa?

M: Seguramente… algunos días comeremos y cenaremos todas juntas, dormirá


conmigo algunos días… iremos al jardín, al cine…

Al: ¿Cómo una familia?

M: Parecido… –sonrió acariciándole el pelo mientras ella asentía- Bien, pues ahora ve
que aun está en la cama y le das un achuchón de buenos días que ahora voy yo con el
desayuno para las tres ¿Vale?

Al: Vale. –de un salto bajó de sus piernas y comenzó a correr por el pasillo.

Sonriendo se levantó y fue hasta la cocina. Desde allí pudo escuchar como las risas ya
salían de su habitación y negando en silencio preparó un café, dos vasos con leche y un
plato con galletas y bizcocho. Lo dejó todo sobre una bandeja y con ella en las manos
fue caminando por el pasillo hasta llegar a su dormitorio. Nada más cruzar la puerta
pudo ver a Alba sobre el cuerpo de Esther queriendo hacerle cosquillas.

M: ¿A quién riño primero?

Al: ¡Ha empezado ella mamá! Yo solo me defiendo. –pudo ver como la enfermera le
susurraba algo a la niña y las dos a la vez se quedaban de rodillas sobre la cama.

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M: Ni se os ocurra. –las apuntaba con el dedo- Esther…

E: ¡Ahora!

La pediatra salía corriendo seguida por la niña y una Esther mas rezagada hasta llegar al
salón donde fue derribada sobre el sofá por las dos.

M: ¡Castigadas las dos!

Al: ¡Esther, por aquí! –la enfermera corría hasta quedarse detrás de la pediatra para
coger sus manos.

E: Ya está capitán, ya no se puede mover. Tortúrela.

M: Os la vais a cargar, las dos. –reclinó su cabeza buscando a la enfermera- Tú ya verás


después.

E: Capitán… la prisionera sigue sin hacernos caso, proceda a hacerle cosquillas.

En aquel momento Alba subió la camiseta de su madre lo justo para poder pellizcar sus
costados sin problemas y la pediatra comenzó a revolverse en el sillón hasta que logró
soltarse de las manos de la enfermera, agarrándolas después por la cintura a una y a
otra que también comenzaban a reír.

Pasaron el sábado como un día especial. Esther fue a ducharse a su casa y cambiarse
de ropa para volver a comer con la pediatra y la niña. Tras eso y cuando la gente se
animaba a salir a pasear, decidieron ir al parque que había junto al centro comercial.

Esther se subía también al tobogán para caer después de Alba sin que esta se moviese.
Fue la escena perfecta para que Maca sacase una foto desde su móvil mientras sonreía.
Cenaron en una hamburguesería para después regresar a casa y acostar a la pequeña.

Aunque sin estar muy convencida, la pediatra se despedía de Esther en la puerta hasta
la mañana siguiente donde seria la enfermera quien se quedaría con Alba mientras ella
hacia su turno en el hospital.

M: Te podrías quedar… -se quejaba aun cerca de sus labios.

E: ¿Y que se pierda la gracia tan pronto? –sonreía agarrándola del cuello de su


camiseta- Así me echas de menos y mañana me quedo…

M: Quédate hoy –se acercaba aun mas.

E: No, no… hoy duermo en mi casa y según me eches de menos, mañana decidimos
que hacer.

M: Vale. –apoyó su frente en la suya- Pues que descanses.

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E: Tú también. –la besó despacio- Y que lo hagas cómoda.

Sonrió alejándose para finalmente entrar en su casa y cerrar la puerta. La pediatra


suspiró y entró también para echar la llave después. Apagó la luz del comedor y se
encaminó hacia su dormitorio.

M: ¿Qué haces conmigo?

Sentada en el borde de la cama miraba la fotografía que horas antes había sacado con
su móvil. Aquella sonrisa, aquella forma de ser, ella… tecleando con rapidez hizo
porque aquella imagen ocupase el fondo de la pantalla del teléfono y poniendo la
alarma a su hora se dejó caer en la cama sabiendo que poco dormiría aquella noche.

A las siete y media llamaba a la puerta en pantalón corto y camiseta esperando a que la
pediatra abriese la puerta.

M: ¿Se puede saber que haces así? –rió al ver como entraba corriendo y se abrazaba a
ella- Si estás helada.

E: Es que ahí fuera hace frio y me pienso meter en tu cama ahora mismo que aún es
temprano.

M: No sabes tú nada. –bajó su rostro mirándola con cariño mientras esta se colgaba de
su cuello.

E: ¿Me has echado de menos?

M: Mucho… no he pegado ojo. –besó su nariz.

E: ¿Pero has dormido cómoda como te enseñé? –sonrió.

M: Ajá… -comenzó a balancear sus cuerpos- Me he quitado hasta la camiseta.

E: ¡Oye! –golpeó su brazo- Eso aun no te lo había enseñado, no puedes ir pasando


temas sin que esté la profesora contigo que luego te me descontrolas.

M: Pues tendrás que vigilarme ¿no? –se pinzó el labio mirándola.

E: Eso parece…

Desde la puerta se volvían a despedir cuando la pediatra entraba en el ascensor con su


maletín para segundos más tarde la enfermera fuera en una carrera hasta el dormitorio
para meterse bajo la manta y abrazarse a la almohada.

E: Ahora sí que dormiré yo bien…

Sin prisa, la enfermera y Alba caminaban llegando a la zona de urgencias.

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Al: ¿Sabe que vamos a verla? –caminaba agarrada de su mano.

E: Es una sorpresa, luego nos vamos a comer por ahí ¿te apetece?

Al: Guay. -sonrió- La semana que viene nos vamos de excursión toda mi clase ¿Sabes?
Será súper chuli.

E: ¿Ah, sí? ¿Y donde vais?

Al: A un campamento en la sierra. Dormiremos en literas y jugaremos todo el día con


los profes.

E: Jo… ¿y yo puedo ir contigo? –sonrió.

Al: Jajaja no puedes, solo pueden ir niños y profesores.

E: Pero si me pongo a tu lado y llevo mi mochila seguro que no se dan cuenta, tú


puedes esconderme.

Al: Mejor te quedas con mamá y así no estará sola.

Esther sonrió ante aquella ocurrencia y la cogió en brazos para seguir caminando los
pocos metros que quedaban hasta entrar a urgencias. Recorrieron el muelle de la
misma manera hasta llegar al mostrador donde Teresa ya las miraba sorprendida hasta
que la enfermera sentó a la pequeña frente a ella.

T: ¡Pero a quien tenemos aquí! –cogió la cara de la niña para besarla.

Al: Hola, Teresa.

E: ¿Y Maca? ¿Está muy liada?

T: Pues no sé hija, yo hace rato que no la veo… pero la llamamos ahora mismo, espera.
–la mujer se quitaba uno de los pendientes y se colocaba el teléfono- Maca, alguien te
busca aquí… vale. –volvía a colgar- Ahora mismo baja… Oye, ¿Y cómo es que habéis
venido juntas?

Al: Esther está conmigo hoy mientras mami trabaja… -sonrió mirando a la enfermera.

T: Anda… -miró también a Esther- Pues mira que bien.

Al: Sí.

M: Pero bueno.

Las tres mujeres se giraron al escucharla y Alba bajó del mostrador para ir a abrazar a
su madre que la subía en brazos besándola después.

M: ¿Y esta sorpresa? –preguntó sonriente.


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Al: Se le ha ocurrido a Esther, mami.

M: Hola. –sonrió acercándose a la enfermera para darle un beso en la mejilla.

E: Hola. ¿Tienes mucho trabajo?

M: No, además me quedan diez minutos. –se miraba el reloj- ¿Me esperáis aquí y nos
vamos a comer?

E: Claro.

M: Venga. –dejaba a la niña de nuevo en el mostrador- Pues ahora mismo vuelvo.

Teresa que había presenciado la escena algo sorprendida, se colocaba de nuevo las
gafas y miraba a Alba que cogía una revista que tenia sobre el mostrador y se quedaba
entretenida de aquella manera. Se giró hacia Esther que permanecía apoyada con
ambos brazos.

T: ¿Me explicas esto?

E: ¿El qué, Teresa? –sonreía.

T: Mira, déjalo… -movía la mano- Que seguro que lo entiendo menos.

E: Jajaja.

Las tres comenzaban a comer ya en el restaurante cuando Esther se quedaba mirando


a la niña.

E: Alba… -con su tenedor iba hacia algo que la niña había apartado- ¿No te gusta?

Al: No. –arrugaba la nariz.

E: Pero si está muy rico… ¿has probado a echarle limón? –la niña negaba- Vamos a
echarle un poquito y lo pruebas ¿Vale?

Al: Vale.

En su asiento, la pediatra miraba la escena en silencio. Esther con una sonrisa podía
acaparar la atención de su hija y convencerla. De esa manera Alba comía aquello de lo
que en un primer momento renegó y sonreía a la enfermera mientras esta la
observaba.

Al: Está rico.

E: Claro que sí, a ver si te vas a creer que yo te daría algo que está malo.

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Sonrió por última vez y se giró mientras pinchaba de su verdura encontrando la mirada
de Maca fija en ella. Al ver que este gesto no acababa bebió un poco para aclararse la
voz y sonrió.

E: ¿Qué pasa?

M: Eres genial ¿lo sabías? –se acercaba hacia ella mientras esta negaba- ¿No? –volvía a
negar- Pues eres la mejor.

Miró a su hija con rapidez viendo como permanecía concentrada en su plato y volvió a
girarse hasta la enfermera, atrapando sus labios en un primer beso que repitió un par
de veces más hasta que volvió a su postura sonriendo.

M: Que rico… -se humedecía el labio inferior.

E: No me vuelvas a hacer esto… -suspiró- ¿Te queda claro? –la señalaba con el tenedor.

M: Ya veremos.

Tras comer y dar un paseo fueron de nuevo hasta el parking del hospital para coger el
coche. Ya en casa fue directa a la ducha mientras Esther y Alba se acomodaban en el
sofá a la espera de que regresase y poder ver una película.

Salía secándose el pelo con una toalla cuando las descubrió comiendo palomitas y
riendo.

M: ¿Os lo pasáis bien?

E: Te estamos esperando –señaló la televisión- Vamos a ver Cars –sonrió.

M: Yupi. –fingió entusiasmo- Me seco un poco el pelo y vuelvo.

Al: ¡No tardes mami!

De regreso al salón se sentó entre sus dos chicas y fue Alba quien cogía el mando para
reproducir la película. Con las palomitas en sus piernas, las tres guardaban silencio
hasta que estas se acabaron y tanto Alba como Esther buscaron comodidad en su
cuerpo.

Minutos más tarde y con la cabeza apoyada en su hombro, la enfermera dormía


abrazada a ella. Besó su frente antes de acomodar el rostro sobre su cabello y
comenzar a acariciar su brazo. La niña siguió el camino de la enfermera minutos
después y las miró a ambas sonriendo.

Eran las once de la noche cuando después de cenar y meter a Alba en su cama iban
hacia el dormitorio de la pediatra. Esta abrazando a Esther que caminaba despacio por
delante de ella guiándola y riendo.

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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


M: ¿Vamos a dormir cómodas esta noche?

E: Mmm no sé, me lo tengo que pensar. –sonreía llegando a los pies de la cama.

M: ¿Qué tienes que pesar, uhm? –la hacía girar mientras rodeaba su cintura- También
podías enseñarme algo más. –se inclinaba en dirección a su cuello.

E: ¿Enseñarte?

Tras la pregunta, la enfermera había ido hasta la puerta para echar el pestillo siendo
observada por Maca. De nuevo frente a ella la había hecho sentar en la cama para
desnudarla impidiéndole que la tocase o la besase. Desnuda, la abandonó el tiempo
necesario para ir al cuarto de baño que había en la habitación y llenar la bañera.
También desnuda llegaba otra vez a su lado y la llevaba de la mano.

M: ¿Me vas a enseñar a bañarme?

E: No. –sonreía entrando primero- Te voy a enseñar a relajarte.

Sentada ya en el interior le tendió la mano para después rodearla con sus piernas y
hacer que pegase la espalda a su pecho.

E: ¿Sabes qué?

M: Uhm…

E: No te mentí cuando te dije que nunca antes me había fijado en una mujer…
-comenzaba a recorrer su pecho con la esponja- Pero no te dije que si me fijé en ti
desde que saliste del ascensor aquel día… No sé decirte si de otra forma se me hubiera
pasado… pero después, incluso cuando entraste en casa con Alba, me quedé pensando
en ti después.

M: ¿Sí?

E: Sí… y luego cuando llegaste con esa manera tan encantadora diciéndome que
quitase la música –la pediatra reía- Luego cuando discutíamos me enfadaba pero
también me quedaba pensando en lo guapa que estabas así, con mala uva y esa voz de
madre mandona…

M: ¿Crees que soy una madre mandona? –se giró para mirarla.

E: No eres una madre mandona… eres una vecina pesada. –la besó- Muy pesada.

M: Ya… -comenzaba a acariciar su rodilla- Me pasé mucho.

E: Una de las veces en las que me encaraste antes de empezar a llevarnos bien estuve a
punto de agarrarte por la camisa y hacerte callar.

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M: ¿Y cómo me ibas a hacer callar tú? –se giraba de nuevo.

E: Me subestimas.

Con una de sus manos hizo girar aun más su rostro para después buscar sus labios y
dejar pasar la lengua de la pediatra.

M: ¿Y si vamos a la cama?

E: Aquí mejor.

Sin darle opción a hablar de nuevo llevó la mano hasta su sexo arrancado un gemido de
sus labios, los cuales mordió con desesperación.

M: Ven aquí. –obligándola a moverse acabó debajo mientras le enfermera se sentaba


sobre ella- Me vuelves loca ¿lo sabías?

Creando nuevamente un beso descontrolado se dejaban llevar por la situación


mientras las manos de la pediatra se sumergían queriendo llegar a un punto exacto de
aquel cuerpo.

Los días pasaban y con ellos llegaba la excursión de Alba. La mañana del lunes
amanecía con un pequeño caos en casa de la pediatra. La pequeña corría de un lado a
otro cogiendo cosas que quería llevarse en su viaje y la enfermera preparaba un par de
bocadillos para el camino mientras Maca se afanaba en colocar toda la ropa en un
pequeño macuto.

M: ¿Cariño, lo tienes todo?

Al: Sí, mami. –se echaba la mochila a los hombros- ¿Mi gorra roja la has cogido?

M: Ahora te la doy.

E: Aquí están los bocadillos de la pequeña excursionista. –agachándose a su lado abría


la mochila y los dejaba dentro- Llevas uno de mortadela y otro de sobrasada con
queso.

Al: Gracias.

M: Venga, ¿lo tenemos todo? Te he puesto la cremita por si te quemas con el sol,
también una para los mosquitos y mercromina por si te caes y…

E: Maca. –se colocaba a su lado- ¿No crees que si se hace algo allí tendrán lo que
necesitan? Van a un campamento de críos, no le pasará nada.

M: Tienes razón. Venga, vámonos que llegamos tarde.

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Frente al autobús los padres esperaban a que abriesen las puertas y así despedirse de
sus hijos. La pediatra se quedaba de rodillas frente a Alba mientras le daba sus últimas
indicaciones.

M: Tú siempre al lado de los profesores ¿Vale? No vayas sola a ningún sitio y tápate
bien que en la sierra hace frio, cariño. –le subía la cremallera del anorak.

Al: Mamá que me ahogas. –se quejaba.

M: Perdona, cielo. –uno de los monitores alzaba la voz para que fueran subiendo-
Dame un beso que ya te vas.

Al: No te preocupes mami.

M: No, cariño.

E: Dame un achuchón, enana –se agachaba frente a ella- Y pásatelo pipa eh, que luego
me lo tienes que contar todo.

Al: Vale. –sonreía y le daba un beso en la mejilla y otro después a su madre- ¡Cuando
llegue te llamo mami!

M: ¡Que no se te olvide!

Alzaba la voz mientras la veía correr hacia el autobús. La enfermera sonreía por la
escena y se colocaba a su lado abrazándose a su brazo.

E: Maca…

M: Nunca ha estado lejos de mi tanto tiempo, déjame ser una madre neurótica por un
rato anda… -miraba al autobús en todo momento.

E: Estará bien no te preocupes.

Media hora más tarde llegaban al hospital cogidas de la mano y caminaban hacia el
mostrador donde una Teresa más que eficaz, no había perdido detalle de la entrada de
ambas.

M: Buenos días, Teresa.

T: Hola. –se bajaba las gafas- ¿Qué tal la niña?

E: Bien, la hemos dejado de camino a la sierra. –sonreía- Aunque aquí una esté de los
nervios.

M: Bueno, antes de ser diana de tus risas me marcho que tengo trabajo –se inclinó
para darle un beso rápido- Ahora nos vemos.

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En el mostrador Esther sonreía viéndola marchar mientras Teresa no podía cerrar la
boca impresionada por lo que acababa de ver.

E: Teresa, que en boca cerrada no entran moscas. –con su mano subía el mentón de la
mujer antes de marcharse riendo.

En el gabinete la pediatra se dedicaba a terminar informes cuando Cruz llegaba


sentándose a su lado.

C: ¿Qué tal la mañana?

M: La verdad es que fatal. He tenido que operar casi nada más entrar y luego la pila de
informes que hay sobre mi mesa que no hay narices a quitarlo.

C: Vaya… yo que pensaba que la mía era mala. –sonreía dando un trago a su café.

M: Y para colmo Alba se ha ido hoy de excursión y no volverá hasta el sábado.

C: Bueno, tómatelo como unos días de descanso que puedes tomar para tus cosas.

M: Es la primera vez que la dejo sola tantos días, Cruz…

C: Es una niña, se caerá si tiene que caerse, llorará si tiene que llorar… y no sería una
niña si no hiciera todas esas cosas. Estará bien.

M: Ya… eso dice Esther.

C: Y hablando de eso… -se inclinó hacia ella- Que dice Teresa que os habéis besado esta
mañana justo delante de ella.

M: ¿Y? –la miró ladeando su rostro.

C: Que ya lo sabe todo el hospital… Creía que os llevabais mal, aunque hace ya varias
semanas que no os he visto discutir.

M: Las cosas han cambiado –la miró sonriendo de lado- Estoy muy a gusto con ella, la
verdad.

C: Pero… ¿desde cuándo? –preguntó curiosa.

M: Hace dos semanas la invité a cenar y… pues eso. –bebía de su café.

C: Pues si estáis bien me alegro. –sonreía.

M: Gracias.

En aquel momento la puerta se abría dando paso a la enfermera seguida por un


celador mientras parecían hablar acaloradamente. Pediatra y cirujana se giraron
sorprendidas y decidieron mantenerse al margen. Casi por sorpresa Esther alzaba la voz
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haciendo que el muchacho que parecía no dejarla seguir con su trabajo bufase
finalmente para marcharse. La pediatra sonrió apoyando el rostro sobre su mano.

C: Madre de dios, Esther…

E: Es que me viene dando el coñazo ya media hora, Cruz, me estaba cansando ya. –la
pediatra seguía con su sonrisa- ¿Y tú de qué te ríes?

M: ¿Yo? De nada.

C: Bueno, yo me voy que no quiero morir que aun soy joven y tengo una hija que ver
crecer.

La puerta se cerraba y la pediatra se recostaba en su asiento dando unos pequeños


golpes sobre su regazo. La enfermera caminaba sin ocultar su enfado hasta ella y se
sentaba en sus piernas. Maca rodeaba su cintura con ambos brazos y dejaba un beso
en su hombro.

M: ¿Me vas a gritar a mi luego en casa, eh?

E: Estoy enfadada, Maca.

M: Ya veo, ya… ¿Me cuentas que ha pasado?

E: Que el tío este se piensa que porque sea el último mono me puede mandar hacer lo
que al le dé la gana y no es así, yo tengo mi trabajo y el tiene el suyo, si le digo que
lleve a alguien a rayos pues lo lleva.

M: Claro que sí. –contestó rotunda.

E: Pues no, he tenido que llamar a Vilches para que me hiciera caso y no llevarlo yo.

M: Que barbaridad. –negaba con la cabeza justo cuando la enfermera giraba su rostro
con cara de pocos amigos- Vale, vale… no me mires así.

Queriendo que se le pasase aquel enfado la abrazó con fuerza haciendo que finalmente
se recostase en su cuerpo y se apoyase en su hombro. Comenzó a acariciar su espalda
despacio mientras besaba su frente.

M: ¿Mejor?

E: Sí. –se escondía en su cuello- Pero si sigues otro poquito se me pasa.

M: Jajaja.

En el sofá de casa de la pediatra ambas descansaban, mientras Maca leía la enfermera


veía el televisor. Movía su pie derecho acariciando la pierna de la pediatra mientras
esta con la mano izquierda acariciaba su tobillo guardando silencio.
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Con el mando en la mano cambiaba de canal después de un rato de no encontrar nada
entretenido. Suspiró y giró su rostro posando sus ojos en el rostro de la pediatra que
parecía no cambiar su expresión. Sonriendo comenzó a subir su pie acariciando la parte
de piel que se escapaba de la tela de su camiseta. Maca sonreía sin cambiar su postura
y seguía con su lectura. Mordiéndose el labio quiso ir más allá, elevando su pierna llegó
con la punta de los dedos hasta su pecho.

E: No me haces caso. –se quejaba.

M: Estás viendo la tele y yo leyendo… -cogía aquel pie dejándolo sobre su regazo y
comenzaba a acariciarlo por encima del calcetín.

E: ¿Te queda mucho con eso?

M: Me queda hasta que no quiera leer más…

E: ¿Y vas querer leer mucho rato más? –movió su pie de nuevo.

La pediatra suspiró dejando el libro a un lado para quitarse las gafas después. Giró su
rostro para mirarla pero sin decir nada.

E: ¿Qué?

M: Eso digo yo… ¿Qué? Ya he dejado de leer. –la enfermera sonreía y dando un salto se
colocaba de pie en el sofá para más tarde sentarse sobre ella- ¿Siempre te sales con la
tuya?

E: Normalmente sí. –la besó- Pero contigo cuesta eh… Eres cabezota.

M: Nos mas que tú, créeme. –sonrió- Entonces todo esto es porque estabas aburrida
¿no?

E: Un poco… pensé que podíamos hacer algo.

M: ¿Algo como qué?

E: No sé… dar una vuelta, ir al cine, a dar un paseo… -se encogía de hombros- Hace
buen día.

M: ¿Qué te apetece más?

E: Hace tiempo que no voy al cine, algo deben estar poniendo que valga la pena ¿no?

M: Mientras no sea ninguna americanada de adolescentes, ni dibujos animados yo veo


la que tú quieras –la besó pegándola contra ella- ¿Entonces cine?

E: Cine. –sonrió.

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Cogidas de la cintura miraban los carteles en la puerta del cine mientras la enfermera
no parecía decidirse. Maca miraba también en silencio mientras se daba cuenta de que
casi todo era justo lo que ella había negado ver.

E: Me parece a mí que nuestras posibilidades se reducen a dos y ninguna me llama la


atención.

M: Eso ya lo sabía yo. –sonrió girándose para mirarla.

E: Pues cambio de planes, vamos. –cogida de su mano comenzó a tirar de ella.

M: ¿Dónde vamos?

E: A comer algo, tengo hambre.

M: Y cuando no… -puso los ojos en blanco dejándose arrastrar.

Pasaron por un puesto de kebabs y pidieron un par para llevar y dos cervezas bien frías.
Con la bolsa en la mano, la enfermera parecía tener una ruta fija en la mente mientras
Maca le preguntaba una y otra vez donde se dirigían.

La noche había llegado, pero un parque parecía ser centro de reuniones de bastante
gente aquella noche. Buscaron un hueco en el césped y encontraron un lugar perfecto.
La enfermera se sentó comenzando a sacar las cosas de la bolsa y la pediatra a su lado
miraba todo sin demasiado conformismo.

M: ¿Y no podíamos a ver ido a un lugar con mesas y sillas?

E: ¿Y lo a gusto que estas aquí conmigo no es suficiente? –sonrió sin mirarla mientras
sacaba una de las servilletas que había cogido del puesto- No te quejes y ayúdame.

Extendió la servilleta sobre el césped para dejar después las dos latas de cerveza y los
kebabs aun envueltos. Cogió el suyo y quitándole el papel de plata que los rodeaba dio
un primer mordisco.

E: Esto está de vicio.

M: Si notas que cruje mucho es que son las hormigas que opinaban lo mismo.

E: Jajaja vamos Maca, no me seas carca y disfruta. –la pediatra arqueaba una ceja.

M: ¿Carca?

E: Un poquito si eres a veces cariño… -daba un nuevo mordisco a su cena- No lo puedes


evitar, tampoco te culpo.

M: ¿De verdad?

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E: No te me ralles ,eh –con una mano sobre el césped dio un par de saltos hasta llegar a
su lado y coger su barbilla- No te pongas ahora a pensar en eso que era una broma.

M: Es que a lo mejor tienes razón.

E: Pero vamos a ver… -se sacudía las manos mientras terminaba de tragar- ¿Tú estás
tonta? –la pediatra sonreía- A mí me encanta como eres, Maca, crees que más de uno y
una no me tendrá envidia por estar contigo ¿uhm? –se iba acercando a ella- No tienes
que cambiar nada.

M: ¿Seguro? Yo sé que a veces soy aburrida Esther, me gusta estar leyendo en casa
mientras a ti te apetece salir.

E: Pero las dos cosas no son incompatibles, has leído un rato y luego hemos salido a
que nos dé el aire. Luego volveremos a tu casa y leerás pero otra cosa. –sin que la viera
venir se lanzaba sobre ella haciéndole caer.

M: ¿Y qué voy a leer si se puede saber?

E: El prospecto de las vitaminas que te vas a tener que tomar cuando te deje sin
fuerzas.

M: Jajaja.

E: ¿Te ríes? –se separaba para mirarla- Te lo digo en serio, eh.

M: Hacen falta más como tú para dejarme a mi sin fuerzas. –con agilidad hacia que
girasen para quedar ella encima- Que seis años menos no son algo que me superen a
mí.

Un pañuelo cubría la lámpara de la mesita de noche creando una luz bastante débil
pero a la vez suficiente para que pudieran distinguirse sin problema. Un par de copas
ya secas permanecían junto a una botella de vino casi vacía.

La ropa esparcida por el suelo dibujaba un camino desde el pasillo hasta los pies de
aquella cama. Las sabanas apenas aguantaban por completo sobre el colchón y la
almohada había ido a parar a un rincón junto a la ventana. Las sombras se dibujaban
en una de las paredes como figuras inquietas entre la luz de aquella noche.

La enfermera de espaldas sobre el colchón, sentía como la lengua de la pediatra


recorría su columna sin piedad. Mordiendo en alguna ocasión haciendo que necesitase
respirar más profundamente. Sus manos se aferraban al borde de la cama como si su
vida dependiese de ello. Pero poco podía hacer cuando los labios de la pediatra
llegaban de nuevo a su cuello y mordían el lóbulo de su oreja.

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Sintió como su mano se colocaba por debajo de su cuerpo hasta llegar a uno de sus
pechos, el cual fue estrechado con fuerza mientras los labios seguían torturándola.
Gimió sin reparo a la vez que se giraba sintiendo una bocanada de aire fresco en su
cuerpo.

La pediatra no esperó ni un segundo en lanzarse a su boca cuando la tuvo frente a ella.


Necesitaba ladear su rostro cuando solo quería apoderarse de ella por completo. Las
manos de la enfermera recorrían cada centímetro de su torso cuando ella decidió
descender por su cuello abandonando el calor de su lengua. Pasó por su pecho
deteniéndose lo justo para complacerla y continuar con su camino. Cuando llegó a su
cadera se recostó sobre su vientre mientras con su mano derecha apretaba
mínimamente aquella piel para besarla después.

Otra vez de rodillas le hizo abrir las piernas con sus propias manos y comenzó a dejar
un reguero de besos desde la rodilla hacia su muslo. La enfermera la observaba desde
su posición y respiraba intranquila mientras veía hacia donde se dirigía. De aquella
manera dejó caer el peso de su cabeza mientras cerraba los ojos y ladeaba su rostro de
manera inquieta. Justo cuando sintió la sacudida por aquellos labios recorriendo su
sexo la mano de la pediatra subía por su torso parándose en su pecho.

Mordiéndose el labio colocó su mano sobre la de la pediatra y mirando al techo


entrelazó sus dedos mientras apretaba con fuerza al sentir como apenas podía resistir
por más tiempo. Momento en el que la pediatra trepaba con rapidez para colocarse
con precisión sobre ella y refugiarse en su cuello para segundos después abrazarse
ambas con fuerza dejando escapar el aire de sus pulmones.

M: ¿Te traigo las vitaminas? –consiguió decir sonriendo.

E: Cállate. –golpeaba su hombro conteniendo su risa a la vez que la pediatra


abandonaba su cuello para mirarla mientras aun respiraba con dificultad.

M: Y van tres. –sonreía de nuevo.

E: ¿Vamos a por el cuarto? –se acercaba a sus labios- ¿O te has quedado sin fuerzas?

M: Ataca pequeña.

Sin dejar de sonreír, la enfermera se escurría en su posición descendiendo con su


cuerpo mientras la pediatra pasaba a tener que sostener el suyo con ambos brazos
sobre el colchón.

Estiró el brazo hacia la mesilla cuando comenzó a escuchar que su móvil sonaba. De
medio lado daba la espalda a la ventana, por donde entraba demasiada luz para ella, y
miró con dificultad la pantalla hasta poder distinguir que se trataba de su hermana.

E: Dime. –se dejaba caer de nuevo en la cama.


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Ma: ¿Dónde estás? Estoy llamando a tu puerta y no me abres.

E: ¿Qué estás aquí? –se incorporaba de nuevo- ¿Ha pasado algo? –preguntó
preocupada.

Ma: Que tenía que hacer unas cosas aquí cerca y he recordado que hoy no trabajadas.
¿Dónde estás que no me abres?

E: Espera, no te vayas que ahora voy.

Ma: Vale.

Volvió a dejar el móvil sobre la mesa y se giró viendo como Maca colocaba una mano
sobre su cintura. Se abrazó a ella dejando varios besos en su hombro hasta que esta
reaccionaba.

E: Tengo que levantarme un momento.

M: ¿Qué pasa? –preguntó sin moverse o abrir los ojos.

E: Mi hermana está en la puerta de mi casa.

M: Vale. –quedando bocabajo se tapó la cabeza con la almohada con la intención de


seguir durmiendo.

Con un pantalón de la pediatra y colocándose una camiseta de manga corta salía


rascándose la cabeza y con los ojos a medio abrir. Llegó a la puerta y tas pegar la frente
a la madera durante unos segundos que aprovechó para bostezar, abría viendo como
su hermana se giraba sorprendida.

Ma: Ah… que estabas ahí perra. –sonreía- Y en la cama…

E: Anda pasa. –movía la cabeza indicándole que la cruzase.

Ma: ¿Mucho trabajo ayer? –preguntaba mientras se quitaba la chaqueta y sonreía.

E: Graciosilla. –se dejaba caer en el sofá y se abrazaba a uno de los cojines- ¿Qué has
hecho por aquí?

Ma: Me he acercado a una tienda de muebles que está en la otra calle y venia para ver
si te pillaba para almorzar o algo.

E: Es que no tengo ni hambre, Marta. –apoyaba la cabeza en el sofá- Solo tengo sueño.

Ma: Uy por dios. –se levantaba de nuevo- Pues venga a la cama otra vez, yo iré a ver si
Pablo puede escaquearse en la oficina para invitarme.

E: ¿De verdad que no te importa?

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Ma: Que no, tonta. –se colocaba de nuevo el bolso- Aprovecha y duerme.

E: Gracias. –le daba un beso en la mejilla ya en la puerta.

Ma: Hasta luego fiera. –sonrió antes de perderse en el ascensor.

E: ¡Hazme sitio que vuelvo!

Gritó desde el pasillo mientras iba con paso ligero hacia el dormitorio.

Cuando cruzó la puerta vio como la pediatra estaba de medio lado mirando hacia ella.
Se quitó la camiseta y el pantalón con rapidez y se metió debajo de la colcha
abrazándola y cerrando los ojos.

M: ¿Qué ha sido ese grito a lo Tarzán que has dado?

E: No sé… venia para aquí y te avisaba. –se colocaba entre la almohada y su cuello.

M: ¿Tú hermana está bien? –le acariciaba la espalda volviendo a cerrar los ojos- Has
vuelto enseguida.

E: Pasaba por aquí y quería que almorzásemos juntas. Ha ido a secuestrar a su marido
yo estoy demasiado a gusto aquí y no me apetece irme.

M: Mejor. –cerraba mas el abrazo- Hoy no pienso dejar que te muevas de donde yo
esté.

E: ¿Me vas a secuestrar? –sonrió.

M: Sí. Quien quiera verte que venga aquí. Y si tienes que avisar a alguien estás a tiempo
de hacerlo para que no se asuste.

E: Tonta. –besaba su hombro.

Sin darse cuenta ambas volvieron a dormirse sin romper aquel abrazo. Dos horas
después era Maca quien abría los ojos y se levantaba con cuidado para ir hacia la
ducha. Cuando aún no había salido, la enfermera también abandonaba su sueño y sin
dudarlo un instante se dirigía al baño sorprendiendo a la pediatra tras la mampara,
empezando así el primer juego amatorio del día.

Después de comer algo ligero Maca volvía a sumergirse en su libro mientras Esther
echada en su regazo veía la televisión sintiendo la caricia de la pediatra en su
estomago.

E: Oye Maca.

M: ¿Uhm? –seguía sin apartar la vista del libro.

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E: ¿No hablas con tu familia nunca?

La pediatra cerró el libro sorprendida por aquella pregunta y la enfermera se giraba


para mirarla.

M: ¿Por qué preguntas eso?

E: No sé, en el tiempo que llevamos juntas o antes… nunca te he oído mencionar nada
de tu familia o hablar con ellos por teléfono.

M: Pues es algo complicado… -suspirando se quitó las gafas dejándolas a un lado junto
al libro.

E: ¿Por qué?

Maca comenzó a dejar una caricia en su pelo mientras la miraba con una sonrisa de
cariño y más tarde sentía como esta cogía su mano despacio.

M: Porque desde hace años la relación con mis padres no es digamos estrecha. Cuando
empecé a salir con Lucia ponían el grito en el cielo siempre que la nombraba… más
tarde parecía que lo iban aceptando pero nada más lejos que porque no tuviera
motivos para discutir con ellos. Pocos días después de que les enviásemos la invitación
a la boda nos llegó un sobre bastante sorprendente y una disculpa por no poder venir.

E: Lo siento.

M: Cuando Alba nació pensé que con eso todo cambiaria. Estaban encantados con ella
e incluso venían a menudo a vernos. Comenzamos a ir en verano para pasar las
vacaciones y cuando Lucia enfermó me ayudaron bastante. Después de que muriese
insistieron en que me mudase cerca de ellos para seguir echándome una mano pero no
podía separar a Concha de Alba, no era justo cuando esa mujer es la que
verdaderamente nos ayudó. Todos los meses suelen llamar para hablar con la niña y le
mandan regalos de vez en cuando… lo que no ha cambiado es lo de pasar el verano allí,
si yo no puedo ir todo el mes la llevó y me vuelvo para quedarme aquí en Madrid.

E: ¿Y no has intentado hablar con ellos? No sé, ¿arreglar las cosas y aunque sea en la
distancia tengáis mas relación?

M: No es tan fácil. Ellos tienen su vida y yo la mía.

E: Las personas somos las que hacemos las cosas difíciles, y en muchos casos la
solución es más fácil de lo que parece…

A media tarde el teléfono sonaba y Maca sonreía al escuchar a su hija.

M: Hola mi amor… -sonreía- ¿Cómo lo estás pasando?

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Al: ¡Súper bien mami! Hemos hecho una tirolina y los profes nos han puesto en grupos,
el mío va ganando.

M: ¡Qué bien! ¿Y estás comiendo todo lo que te ponen, a que sí?

Al: Sí, mami, aunque alguna cosas no me gustan mucho… no es como tu comida –se
quejaba.

M: Bueno, pero seguro que las cosas están ricas y si las pruebas te gustan.

Al: ¿Sabes qué? Anoche hicieron una hoguera y quemamos nubes ¡Están ricas! Uno de
los profesores nos contó historias chulas y luego Jaime se puso a contar chistes, nos
reímos mucho.

M: Me alegro cariño… ¿Quieres hablar con Esther?

Al: ¡Sí!

M: Toma… -le tendía el teléfono a la enfermera.

E: ¿Cómo está la reina de la casa? ¿Has cogido muchos bichos?

Al: ¡Un escarabajo grandísimo con alas! Yo nunca había visto ninguno.

E: ¿Y de qué color era? –sonreía.

Al: Pues era negro pero si le daba el sol se ponía azul y verde, lo metimos en un bote de
cristal y luego volvimos a soltarlo.

E: Muy bien.

Al: Y esta mañana se metió una ardilla en el comedor y todos se pusieron a gritar
menos yo que fui detrás de ella para verla, pero se escapó.

E: Porque se asustaría, ¿pero la viste bien?

Al: Era muy bonita. Tenía manchitas blancas y corría mucho jejeje.

E: Mándame un beso muy grande que te ponga con mamá y le das otro a ella –al otro
lado la niña daba un sonoro beso y hacia reír a la enfermera- Así lo quería yo… te paso
con mami cariño.

M: Oye cielo, tienes que preguntarle a la profe a qué hora llegáis el sábado
exactamente que vayamos a por ti ¿Vale? Y me lo dices la próxima vez que hablemos.

Al: Vale mami, y ahora te dejo que me llaman para ir a jugar.

M: Venga, pórtate bien y diviértete.

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Al: Sí. –le mandaba otro beso- Hasta luego.

M: Hasta luego, cariño. –dejaba el teléfono sobre la mesa y se quedaba mirándolo-


Pues parece que se lo está pasando de muerte.

E: Claro, es una niña y esta con todos sus amigos y en medio del campo, es imposible
que se lo pase mal o se aburra.

De repente el teléfono móvil de la pediatra volvía a sonar y esta lo cogía dejando


escapara el aire después. Se tapó la cara de una forma graciosa haciendo que la
enfermera se inclinase para ver la pantalla y sonreír.

E: ¿Por qué no lo coges?

M: ¿Tú sabes lo que me espera a mi si contesto?

E: Trae… -le arrebataba el teléfono- ¿Sí?

A: ¿Maca?

E: No señorita –ponía un acento diferente- No haber aquí ninguna Maca, Paca sí…

A: Per… perdone, me habré equivocado. –colgaba.

M: Jajaja ¡pero serás mala!

E: Toma, seguro que vuelve a llamar –se inclinaba y le daba un beso en los labios para
marcharse después a la cocina cuando como había dicho, el móvil volvía a sonar.

Mientras aun sonreía por la ocurrencia de la enfermera, miraba la pantalla del móvil y
podía ver como de nuevo, Ana llamaba desde su casa. Suspiró y descolando se
quedaba en silencio unos segundos antes de contestar.

M: ¿Si?

A: ¿Maca? ¿Eres tú?

M: Sí, sí… soy yo. –sonreía.

A: Chica, es que antes me ha cogido una guiri el teléfono y quería pasarme con no se
qué Paca, y la cosa es que yo creía que había marcado bien.

M: Jajaja habías marcado bien, Ana.

A: ¿Cómo que había marcado bien? –la pediatra se mantuvo en silencio- ¡¿Quién ha
sido la cabrona que me ha tomado el pelo?! –alzaba la voz llegando incluso a
desgallitarse haciendo que la pediatra riera aun mas- ¡Maca!

M: Yo te juro que yo no he sido, de eso puedes estar segura.


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A: Entonces… Esther… -susurra- Ya verás ahora, verás.

M: Pobrecita que le han tomado el pelo… jajaja. –volvía a reír.

A: ¡Tú no te rías! Será posible… Bueno, entonces tengo que asumir que si está allí es
porque…

M: Ajá… -sonreía.

A: ¡Lo sabia! ¡Y no me llamas, maldita!

M: Perdona mujer… pero es que llevo unas semanas algo ocupadilla y pues… se me
olvidó.

A: Se te olvidó… ¿y tú eres mi amiga? Que tía puñetera… ¿Entonces qué? Yo tenía razón
¿no? Que al final te has liado con la vecinita.

M: No lo digas así porque parece otra cosa… estamos juntas, sí.

A: Ais… y la tía que no… que me cae mal, que es una niñata… -imitaba a la pediatra- Y
mira por donde ahora…

M: Bueno, las cosas cambian y ya está…

A: ¿Y cómo va? ¿Andáis empalagosas todo el día? ¿Vais despacito? ¿Os habéis acostado
ya?

M: ¿Por qué tienes que ser siempre tan bruta?

A: Pero vamos a ver… somos adultas ¿no? yo me intereso mujer… ¿Os habéis acostado
o no?

M: ¡Ana! –en ese momento la enfermera llegaba de nuevo al salón y caminaba hasta
sentarse a su lado.

E: ¿Qué pasa?

A: ¡Dile que es una cabrona!

M: Pues no pienso decirle eso. –sonreía- Ahora se lo dices tú si quieres…

E: Trae… -le arrebataba el teléfono- ¿Qué te pasa?

A: ¿Te has reído mucho a mi costa verdad? Y yo apurada pensando que me había
equivocado.

E: Jajaja.

A: Otra que se ríe… -se quejaba- ¡Sois las dos buenas¡

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E: Ais… perdona, pero es que me salió así…

A: Bueno y qué… ¿Cómo vais? Que ya me ha dicho la gruñona de tu novia que andáis
de mejor humor que cuando me fui.

E: ¿Mi novia? –se giraba para mirar a la pediatra que sonreía- Pues bien, al final se dio
cuenta de que estaba loca por mí y ya ves… comiendo de mi mano que la tengo.

M: Buah… -se apoyaba de lado en el sofá.

A: Y ya que no me lo dice ella… ¿la cama que tal?

E: Jajaja Esta es como yo… -le decía a la pediatra- Para que andarse con rodeos…

A: Pues claro que sí, además… que tengo que saber si aquí mi ídola sexual ha perdido
facultades o sigue siendo la misma.

E: Pues no sé antes… pero ahora no está nada mal.

M: Esther, por dios, no le sigas el rollo que no se calla y ya la tienes preguntándote cada
vez que habléis.

E: Jajaja.

Casi veinte minutos después, y tras haberle devuelto el teléfono a la pediatra,


terminaban aquella conversación y ambas se mantenían con una sonrisa por aquel
momento.

E: Es genial ¿eh?... se la ve una gran mujer.

M: Sí que lo es… -sonreía- Bueno y… así que no estoy nada mal ¿uhm? –la miraba.

E: Bueno, hasta el día que no vea lo contrario yo soy sincera… -se dejaba caer hacia
atrás sin apartar la mirada de ella- Y por ahora…

M: Por ahora… -se inclinaba hacia ella hasta llegar a sus labios- ¿Vamos y vemos si no
he cambiado?

E: Vamos a verlo aquí. –llegaba hasta sus labios encontrando estos ya abiertos para
recibirla.

En el box, ambas permanecían ateniendo el mismo caso mientras actuaban de manera


ya controlada.

M: Coloca otra vía Esther, y ponle un anticoagulante.

E: Parece que los morados del brazo son de tiempo ¿no? –giraba uno de ellos- Y diría
que son marcas de dedos.

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M: Puede ser, ahora hablamos con el padre está fuera.

E: ¿Te preparo la seda para los puntos de la ceja?

M: Por favor. -sentada al lado de la camilla comenzaba a curar alguna de las heridas.

E: Toma, voy a limpiarle un poco la sangre.

M: Gracias. –la puerta del box se abría.

-El padre está montando un pollo fuera porque quiere entrar a ver la hija, ¿le dejo
pasar o sales tú, Maca?

M: Ahora salgo.

Una hora más tarde la pediatra rellenaba un informe después de hablar con el
psicólogo del hospital y haber concertado una cita con el asistente social que había de
guardia.

C: Hola… ¿Cómo ha salido lo de la niña? –entraba con rapidez dirigiéndose hacia la


cafetera.

M: Pues dice que él no le ha puesto la mano encima, pero las marcas están ahí… así
que hemos llamado al juez y manda un asistente social y el psicólogo está con ella.

C: Esta tarde vas a por tu pequeña ¿no?

M: Y que ganas tengo… Esther y yo vamos ahora al colegio a por ella.

C: ¿Y con Esther bien? –se sentaba a su lado.

M: Genial. –sonreía girando su rostro un segundo.

C: ¿Y en qué punto estáis? No sé… cuéntame algo –sonreía- Si es tan genial debes estar
hecha una reina con ella, y ella contigo.

M: No sé… lo que me gusta es que estando aquí, aunque nos miremos y sepamos las
cosas sin tener que hablar, nos compenetramos a la perfección a la hora de trabajar, es
un gusto estar a su lado. Luego salimos por la puerta y no tarda ni un segundo en
abrazarme y ser cariñosa conmigo… en casa ya no hace falta que lo diga… -sonreía
bajando la mirada mientras movía el bolígrafo entre sus dedos- Estos días en los que
Alba no ha estado me ha ayudado a no estar preocupada, ha estado en todo momento
pendiente de mí.

C: Hija, que envidia.

M: Es lo que faltaba en mi vida ¿Sabes? Ese punto de hacer las cosas porque sí, porque
me apetecen y sin tener que hacer un estudio antes de si es correcto o no.
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C: Me alegro por ti, Maca, de verdad… Mucha gente lo dice eh, que ahora sonríes
mucho más que antes y se te ve más feliz.

M: Es que lo soy. –la puerta se abría haciendo que ambas se girasen.

E: Hola ¿Estas ocupada? –preguntaba sin entrar del todo.

M: Para ti no. ¿Pasa algo?

E: Bueno… era por si… -miraba a Cruz- Te apetecía venir a tomar un café antes de que
vayamos a por la niña.

M: Claro que sí. ¿Vienes Cruz?

C: Id vosotras. –sonreía a la enfermera- Yo tengo que mirar una cosa.

M: Pues nada, vamos. –colocando la mano en la espalda de Esther le daba paso para
que saliese antes.

E: ¿Os he interrumpido?

M: Nah. –sonriera- Hablábamos de ti.

E: ¿De mí? –se paraba sorprendida- ¿Cómo de mí? ¿De qué hablabais? –la pediatra se
inclinaba hacia su oído.

M: De lo mucho que sonrió ahora.

Sobre el capó del coche, pediatra y enfermera charlaban mientras más padres
alrededor hacían lo mismo a expensas de que el autobús escolar llegase con todos los
niños. Maca reía teniendo que evitar dejarse caer hacia atrás mientras Esther a su lado
fortalecía su argumento. Mirándose y sin poder dejar de reír escuchaban el autobús
llegar y de esa manera comenzaban a caminar hasta él.

M: Verás como viene con las rodillas o los codos pelados de haberse caído.

E: ¿Y? lo raro sería que viniese tal la dejamos, Maca.

M: Sí, sí. –estiraba el cuello entre la gente buscando la figura de Alba.

Justo entonces una niña bajaba de un salto con la mochila a cuestas y la gorra torcida,
prenda que no ocultaba lo despeinada de su coleta. Ambas sonrieron al verla correr
hacia ellas sujetándose la gorra. Maca se inclinó lo suficiente para cogerla en brazos y
recostarla en ellos a la vez que la besaba con efusividad.

M: ¡Pero si llevas la boca llena de chocolate!

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Al: Me he comido un helado. –se zafaba de los brazos de su madre para ir hasta la
enfermera.

E: ¡Que pintas! Jajaja Parece que vienes de le guerra.

Al: ¡Mira! ¡Mira Esther! –dejaba la mochila en el suelo y la abría con emoción- Lo
encontré ayer.

E: ¡Hala!

Al: Es un trébol de cuatro hojas mami, la profe me dijo que dan suerte. –sonreía con
ilusión.

M: Es muy chulo, cariño, eso tienes que guardarlo.

Al: Y os he traído un regalo a cada una pero os lo doy en casa. –se volvía a colocar la
chaqueta mientras ambas se miraban.

M: Bueno… cuéntame que tal lo has pasado. –cogía su mano caminando ya hacia el
coche.

Al: ¡Súper bien mami! Hemos cantado y jugado mucho. Me han enseñado a hacer
queso y yogur. Y también hemos hecho figuras con barro. Hice un pajarito. –se cogía
también a la mano de Esther sonriendo.

E: ¿Lo has pintado?

Al: No. Allí no había pinturas y solo utilizábamos el horno, hice también un cenicero
pero se me cayó y se rompió.

E: Pues yo tengo pinturas de colores en casa, luego lo pintamos si quieres ¿Eh?

Al: ¡Sí! Podemos hacerlo de azul y amarillo, como el que vimos allí.

E: Como tú quieras lo pintamos.

Ya en el coche, la niña contaba todo con emoción mientras Esther miraba hacia atrás
prestándole toda su atención y Maca sonreía con la vista en la carretera. Una vez
llegaron a casa, la pediatra fue directa a al cuarto de baño con su hija para llenarle la
bañera y que se metiera mientras la enfermera preparaba algo de merienda.

M: Lleva chocolate hasta en las cejas.

E: Y lo tranquila que estás tú de verlo. –sonreía dándole la espalda- Pero ha venido


contentísima y sobre todo sana y salva.

M: Pues sí. ¿Qué preparas? –se acercó por detrás apoyando la barbilla en su hombro.

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E: Un poco de fruta… está fresquita y seguro que le apetece. ¿Quieres que haga un
poco de café?

M: Mmm te deberé un favor si lo haces. –la abrazaba dejándole un beso en el cuello.

E: ¿El que yo quiera? –sonreía.

M: Lo que tú quieras. –cogía un trozo de manzana.

E: Vale, pues iré pensando cual será el precio del maravilloso café que te voy a
preparar.

Al: ¡Mami ven que ya he terminado!

Sentada en el suelo del salón les enseñaba todo cuando había llevado consigo de la
excursión, así como varias fotos que los monitores habían sacado para más tarde darles
a los niños como recuerdo de su estancia allí. Esther acababa sentándose a su lado
mirando todo con atención y siguiendo con ella la conversación.

M: ¿Y nuestro regalo donde está?

Al: Sí. –se levantaba e iba hacia su mochila- Las he hecho yo. –volvía al suelo y obligaba
a la pediatra a sentarse a su otro lado- Nos enseñaron a hacerlas.

E: Pulseras… que chulas.

Al: Yo llevo otra ¿Ves? –enseñaba la suya- Son pulseras de la amistad. Las vuestras son
iguales y tenéis que llevarlas siempre. –anudaba primero una en la muñeca de su
madre- Y si se rompe o se cae guardarla, no podéis tirarla. –se giraba hacia la
enfermera para ponérsela también- ¿Os gustan?

Esther, emocionada por aquel gesto, arrastró las primeras lágrimas que amenazaban
con recorrer sus mejillas y que así la pequeña no se percatase. Sonrió con mejor sabia
hacer y rodeando su cuerpo con un brazo la acercó lo suficiente para besarla
repetidamente en la frente.

E: Son preciosas.

Al: ¿Y a ti mami? ¿Te gusta?

M: Me encantan cariño, no me la quitare nunca nunca. –sonreía acariciándole el pelo.

Al: ¿La abuela va a venir a verme?

M: Sí, me ha dicho que en un ratito venia a ver todo lo que has crecido esta semana.

Al: Jejeje –se giraba hacia la enfermera- ¿Pintamos ya el pajarito?

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E: Claro, vamos a por los colores venga. –se levantaba y le tendía la mano- Ahora
venimos.

Viéndolas marchar, la pediatra se levantaba para recoger los restos de café y merienda
de la mesa. Bandeja en mano llegó a la cocina y se dispuso a terminar de llenar el
lavavajillas. Cuando de nuevo iba a girarse encontró a su suegra en la puerta de la
cocina.

M: Joder, Concha. –suspiraba- Me ha asustado.

C: La puerta estaba abierta. –señalaba la entrada- ¿Pasa algo? -preguntó extrañada.

M: No, no… es que Alba ha ido con Esther a su casa para coger unas pinturas. No te las
has cruzado de milagro.

C: Ah… ya me había preocupado. ¿Qué tal la niña?

M: Pues imagínese, ha llegado que no para quieta ni cinco minutos. Esta noche caerá
rendida en su cama.

C: Los niños tienen energía de sobra. –sonreía mientras se sentaba acompañándola- Si


lo ha disfrutado es lo que importan.

En aquel momento las risas y el sonido de la puerta del piso de Esther inundaban la
casa haciendo que la pediatra sonriese mientras se sacaba las manos.

M: Por ahí vienen.

Al: ¡Abuela! –corría hacia ella para abrazarla.

C: Hola cariño… ¿Cómo está mi pequeña buscadora de tesoros? ¿Te lo has pasado
bien?

Al: Sí, muy bien abuela… ¡he ordeñado vacas!

C: No me digas. –sonreía.

Al: Y he preparado queso también… ¿a que sí mami?

M: Claro. –sonreía y alzaba la vista hasta la puerta de la cocina donde Esther


permanecía en silencio- ¿Encontrasteis las pinturas?

E: Sí, sí, las hemos traído.

M: Pues vamos al salón venga… Vamos Concha.

Al: Sí abuela, y te enseño las cosas que he traído.

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Después de que Concha se marchase de nuevo, la pediatra había ido hasta la
habitación de la pequeña para ordenar todos los nuevos artilugios que su hija había
llevado a casa después de su viaje. Cuando hubo ordenado todo fue hasta la lavadora y
sacó la ropa de la pequeña para meterla después en la secadora y tenerla lista para
colocar al día siguiente.

La cena había transcurrido de la forma más agradable. Había podido ver como la
enfermera parecía llevarse muy bien con Concha y esta no tenia reparo en tener una
conversación con ella. Parecía que todo iba mejor de lo que ella misma había
imaginado y eso le daba una fuerte dosis de ilusión que le hacía sentir mucha calma.

Recogiéndose el pelo en una coleta llegó de nuevo al salón y pudo ver como ya la niña
se apoyaba en el hombro de Esther mientras esta daba los últimos retoques a su pájaro
de barro.

E: Creo que a alguien le llama la cama. –sonrió mirando a la pediatra.

M: Sí, ya es hora de que vaya recargando las pilas. –se agachaba junto a ellas- Alba
cariño ¿Vamos a la cama?

Al: Sí mami. –antes de coger la mano de su madre se giró para besar la mejilla de
Esther- Buenas noches.

E: Buenas noches, cariño.

Después de coger la mano de la pediatra se abrazó a su cintura caminando junto a ella


hasta su dormitorio. Mientras en el salón la enfermera recogía todo y cerraba los botes
de pintura dejando después el pájaro junto a la ventana de manera que se secase lo
más rápido posible. Lo metía todo en la caja cuando sintió que la pediatra la abrazaba
por la cintura.

M: ¿Y mi niña grande tiene sueño también? –preguntaba haciéndole sonreír.

E: Tu niña grande debería dormir que mañana trabaja aunque tú tengas el día libre –se
iba girando.

M: ¿Dormir? –chasqueaba la lengua- Pues que pena ¿no?

E: Pues sí… -dejó un beso rápido en sus labios- ¿Te apetece subir un rato?

M: Me encantaría.

Volvieron a dejar en transmisor en la habitación de Alba y cerrando la puerta con llave


se encaminaron por las escaleras hacia la azotea. En aquel mismo lugar que la primera
vez, la pediatra se sentaba entonces primero invitando a la enfermera a acomodarse
entre sus piernas.

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M: Ya empieza a no hacer frio…

E: Sí, un día de estos podíamos ir a patinar por el retiro. Seguro que a la niña le encanta
y nos divertimos.

M: Espera, espera… -la enfermera se giraba- ¿Patinar? ¿Esas cosas con ruedas para los
pies?

E: Llamados también patines, sí. –sonreía- ¿Qué pasa? No me digas que no sabes ¿Te
da miedo?

M: ¿Miedo? No, miedo no… -apoyaba la espalda contra la pared mientras la miraba.

E: Pero sí que sabes…

M: Claro que sé, a ver si te crees que no he patinado nunca. –ladeaba un poco el rostro
mientras apretaba la mandíbula casi sin fuerza- Sé patinar.

E: Vale –sonreía- Pues iremos a patinar. –volvía a darle la espalda cogiendo sus brazos
para que la abrazase.

M: Pues iremos a patinar. –cerraba los ojos con fuerza mientras soltaba el aire para un
lado de forma que Esther no se diese cuenta.

Teniendo las manos de la pediatra acariciando su cuerpo, las miró para después llevar
la suya hasta su muñeca, justo donde aquella pulsera en colores azul y verde reposaba.
La acarició con el pulgar y la hizo girar lentamente mientras la pediatra acomodaba el
rostro en su hombro para mirarla.

E: Me ha encantado la idea de la niña…

M: Sí, para que veas lo mucho que le gusta que estés con nosotras, tonta. –besaba su
mejilla.

El despertador sonaba y la enfermera intentaba desprenderse del cuerpo de Maca sin


que esta despertase. Cuando la pediatra sintió el frio de la falta de aquel cuerpo se
abrazó a la almohada haciéndola sonreír. Fue hasta la ducha y minutos después salía
envuelta en una toalla para colocarse la ropa que previamente había seleccionado la
noche anterior de su armario.

Con cuidado se sentó en el borde de la cama para así anudarse las deportivas. Miró el
reloj y comprobó que tenía tiempo de sobra. Giró su rostro y vio a la pediatra con los
ojos abiertos y puestos en ella pero sin soltar aquella almohada.

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M: Buenos días. –sonrió.

E: Hola.

Despacio comenzó a inclinarse hasta quedar cerca de su rostro. Con la punta de la nariz
acarició sus labios y su barbilla para después dejarle un beso.

M: Me gusta que hagas eso… -cogía su mano- ¿Has dormido bien?

E: De maravilla como siempre.

M: Bien. –con la ayuda de uno de sus brazos fue incorporándose mientras cubría su
pecho con la sabana, ladeando su rostro haciendo que el pelo le cayese por el hombro.

E: No me hagas esto, anda. –la miraba fijamente.

M: ¿El qué?

E: Provocarme de esa manera –bajaba la mirada hasta el borde de aquella sabana.

Con la mano que sostenía aquella sabana fue hasta el mentón de la enfermera y la hizo
elevar el rostro para más tarde llegar hasta sus labios. La enfermera comenzó
enseguida a corresponder a ese beso mientras ejercía fuerza obligándola a recostarse
de nuevo, quedando parcialmente sobre ella.

E: Así consigues que no quiera irme, y lo haces con idea.

M: Claro, con toda la idea del mundo. –agarró de nuevo su rostro creando un beso mas
intensó que el anterior, tanto que poco tardó en sentir una de las manos de la
enfermera apoderarse de su pecho- Venga, que te tienes que ir.

E: Eres mala. –suspiró- Esta te la devuelvo. –se separó de un salto mientras sacudía su
cuerpo durante apenas un segundo haciéndola sonreír- A ver ahora como hago yo para
centrarme.

M: Seguro que lo consigues. –la observó llegar hasta la puerta- Hasta luego.

E: Hasta luego… -volvió a suspirar y cerró la puerta dejando a Maca abrazada de nuevo
a la almohada y con una sonrisa.

Aproximándose ya a la puerta de urgencias cogió el bolso que llevaba cruzado en el


pecho y llevándolo de la mano recorría el corto camino hasta el mostrador.

E: Buenos días, Teresa –firmaba en el acta.

T: Buenos días hija… -limpiaba sus gafas- Que pereza trabajar en domingo ¿Verdad? –la
enfermera asentía- Yo he dejado a mi Manolo roncando que daba gusto oírlo.

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E: Y yo he dejado a Ma… -Teresa giró su rostro queriendo escuchar aquello con
atención- Bueno, voy para dentro. –bajó la vista al suelo y aceleró el paso hasta el
vestuario.

T: Casi. –sonrió poniéndose las gafas.

A media mañana la enfermera llegaba hasta un box donde Aimé la esperaba.

E: Aimé, dice Teresa que me necesitas –entraba en el box colocándose los guantes.

A: Sí, tengo una cesaría en diez minutos. –los celadores se llevaban la camilla- ¿Te
animas?

E: Claro. –sonreía- Me voy entonces a ir preparando todo ¿te parece?

A: Yo voy enseguida, voy a hablar con los padres.

Esquivando el cuerpo de la enfermera, el médico salía rumbo a la sala de espera. Nada


más llegar llamó a los familiares que permanecían allí y fueron hasta él.

A: Tenemos que entrar en quirófano, ella está inconsciente y al niño hay que sacarlo.

-¿Pero mi hija está bien doctor?

A: Sí, se ha desmayado y hemos preferido tenerla sedada para que su alteración no


repercuta en el parto. No me han dicho por qué llegó tan alterada.

-El cabrón de su marido. –espetó con furia el padre.

A: No entiendo. –se cruzaba de brazos mientras la mujer intentaba tranquilizar a su


marido.

-Mi hija dejó a su marido hace un par de meses después de muchas peleas… empezó a
drogarse y prometía que lo dejaba, que no era problema. Luego llegaron los insultos y
los bofetones…

A: Entiendo… ¿dieron parte a la policía?

-Susana no quería, y hoy se presentó en casa queriendo llevársela.

A: Bueno, no se preocupe. Hay vigilancia en la puerta si algo pasase avisen y llamamos


a la policía.

Dicho eso frotó el brazo de la madre en un intento de tranquilizarla y volvió hasta el


mostrador para relatar a Teresa lo que acababa de escuchar. Puesta al día accedió a
estar pendiente en todo momento de lo que ocurriese en aquella entrada de urgencias.

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Ya cambiado para la operación entró en el quirófano encontrando a Esther junto a otra
enfermera y al anestesista.

A: Bueno… ¿Empezamos?

E: Sí, ya está todo listo… ¿Qué tal la familia?

A: Pues que el padre de la criatura es un drogadicto que la tiene acosada, así que igual
tenemos lio hoy.

Sin querer esperar más tiempo comenzaron con la intervención. En el momento en el


que el pequeño pasó a los brazos de Esther está no pudo contener las lágrimas
mientras sonreía.

E: Es el primer parto en el que asisto estando aquí. –explicaba al notar como Aimé
sonreía al verla.

A: Bueno, yo me quedo cerrando esto. Llévatelo y que lo dejen listo para cuando
despertemos a la madre.

E: Claro.

Sin que pudieran ellos percatarse, un hombre avanzaba veloz reteniendo con uno de
sus brazos a un celador. La gente que se cruzaba con ellos se protegía al ver la escena y
este seguía acercándose hasta donde pretendía.

-Es aquí. –anunciaba temeroso.

El hombre se asomaba por el cristal de la puerta y soltando al hombre de un empujón


entraba casi chocando con Esther.

E: Pero que….

-¡Todo el mundo donde yo lo vea! –gritó empuñando el arma.

Sentada en la terraza sostenía una taza de café mientras permanecía en silencio


mirando al cielo. Sonreía simplemente por pensar en ella y era una sensación que
llevaba experimentando muy a menudo de un tiempo a esa parte. Después de dar un
último trago dejó la taza a un lado para levantarse.

Apoyada en la barandilla miraba a la gente en la calle. El mundo seguía su curso. Como


cualquier otro domingo, las familias salían a pasear aprovechando la buena
temperatura, almorzaban en las terrazas o iban al retiro a pasar la mañana.

Al: Mami ya me he tomado la leche y he dejado el vaso en el lavavajillas. –aparecía en


la terraza.

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M: Pero si mi niña ya está despierta. –se agachaba con una sonrisa para darle un beso-
¿Y las galletas también te las comiste? Las dejé junto a la leche.

Al: También, ¿tú has desayunado aquí sola?

M: Hace un buen día y me he tomado aquí el café… pero porque no sabía que tú te
habías levantado, si no me hubiera ido contigo. –le acariciaba el pelo.

Al: ¿Qué haremos hoy?

M: Pues si quieres podemos vestirnos y luego ir a recoger a Esther cuando salga para ir
a comer ¿Qué te parece?

Al: Guay, ¿luego podríamos ir al cine las tres?

M: Ya veremos… -sonrió mientras se levantaba y escuchaba que el teléfono sonaba en


el salón- Ve a ver quién es.

Al: Vale.

Corriendo salía de la terraza mientras la pediatra se giraba para coger su taza para ir
hasta la cocina. Cuando entró en el salón vio a la niña asentir mientras se daba la
vuelta al escuchar a su madre, arrugó la frente y se quitó el teléfono de la oreja.

Al: Es Teresa, mami, pero no sé que dice… habla muy rápido.

M: Dame. –quitando las zapatillas de la niña del suelo se sentaba en el sofá- Dime
Teresa.

T: ¡Maca! ¡Ay Maca! –alzaba la voz.

M: Pero Teresa ¿qué te pasa? ¿Ocurre algo?

T: Esther… Esther… ¡Ay Maca! –comenzaba a sollozar.

M: ¿Esther? ¿Le ha pasado algo a Esther? –no escuchaba nada al otro lado- ¡Teresa!
¿Qué pasa con Esther?

T: Un hombre con pistola, tiene a Esther y a Aimé en quirófano, no los deja salir…
-respiraba- La policía está aquí.

Tan rápido como pudo y nada más terminar de escuchar lo sucedido vistió a Alba
intentando no llorar y mantenerse firme con ella para después subirla en el coche y
llevarla a casa de Concha. Después de verla entrar en el portal pisó el acelerador y puso
rumbo fijo al hospital. Aparcó al otro lado ya que un cordón policial le impedía entrar
en el parking y corriendo fue hasta el muelle encontrando a Teresa con una tila sentada
en la entrada.

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M: Teresa… -llegaba casi sin aliento.

T: ¡Maca! –se levantaba corriendo para abrazarla- Aun están dentro.

M: ¿Qué ha pasado?

Sentada en el suelo, Esther abrazaba al pequeño y Aimé a su lado se mantenía todo lo


sereno que podía mientras seguía mirando las constantes de la madre aun en la
camilla. El anestesista consolaba a la segunda enfermera en un rincón.

A: Esta mujer necesita medicamentos que aquí no hay, por no decir tu hijo no puede
estar aquí tanto tiempo.

-Aquí se hará lo que yo diga ¿te queda claro? –comenzó a caminar hasta él- Tú –miró a
Esther- Levanta… ¡Rápido!

E: Está bien, pero no te pongas nervioso… -despacio se quedaba frente a él.

-Dame al crio.

E: No pienso dártelo con la pistola en las manos, podría haber un accidente.

El hombre sorprendido por aquella pregunta apretó la mandíbula para mirar después
unos segundos al suelo. La miró de nuevo después y comenzó a subir su mano
apuntándola con el arma.

-El accidente que ocurrirá es que te pienso volar la cabeza como no me des a mi hijo y
cojas el teléfono para que hable con algún poli de los que hay fuera ¿Entendido?

A: Dáselo, Esther.

Sin dejar de mirarle a los ojos extendió sus brazos acomodando al bebé en el que el
padre tenía libre sin el arma.

-Ahora delante de mí. –le daba un pequeño golpe en el hombro- Coge el teléfono y que
te pongan con quien mandé por ahí fuera.

Respirando hondo, la enfermera descolgaba y marcaba el teléfono del mostrador en


urgencias. Escuchó como empezaba a dar señal y tras el cuarto tono un hombre cogía
el teléfono.

-¿Si?

E: Soy Esther, una enfermera.

-Dile que quite a los hombres que tiene en este pasillo o me cargo a alguien –hablaba
nervioso.

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E: Dice que quiere que los policías del pasillo se marchen.

-Está bien. –contestaba el policía- Soy el inspector Sanz, Esther, ¿Estáis bien? ¿Hay
algún herido?

E: No, estamos todos bien.

-Dame el teléfono –se lo arrebataba con dureza- Escúchame cabrón, quiero que todos
los inútiles que tienes aquí desaparezcan y me prepares un coche con el depósito lleno
en la puerta.

-Vale, pero tienes que dejar que salgan de ahí.

-¿Y eso quien lo dice? ¿Tú? ¡Aquí mando yo gilipollas! –gritaba enfurecido- ¡Y se hará lo
que yo diga!

-No te alteres… yo te despejo el pasillo y te pongo un coche, pero deja que alguien
salga, tienes a cuatro personas ahí.

-Prepárame el coche. Quiero que en media hora esté todo como he dicho. –colgaba
dando un golpe- Vale, dos saldréis de aquí, pero los otros dos se quedan conmigo, así
que ya podéis decidirlo rapidito.

En el muelle, la pediatra caminaba de un lado a otro mientras Teresa lloraba sentada


junto a la pared. Vilches hablaba con la policía y los médicos de guardia intentaban
atender lo más rápidamente queriendo así mantener una pequeña normalidad.

V: Va a dejar que salgan dos del quirófano. –la pediatra se giraba con rapidez.

M: ¿Solo dos?

V: Por ahora sí, los policías que estaban en el pasillo se han escondido para que él no
los vea y mantener la zona limpia.

M: ¿Y ahora qué? –preguntaba asustada- ¿Se piensa ir?

V: No lo sabemos. Solo que quiere llevarse al crio y el problema es que a la madre le


queda poco para que se despierte y no han podido ponerle más que antibiótico.

M: ¡Joder!

-Preparaos, va a soltar a dos rehenes.

La voz del hombre llegó a ellos que se giraron viendo como dos policías mas
empezaban a correr hasta el ascensor. Maca quiso acercarse pero fue retenida por los
brazos de Vilches frustrando así la intención de echar a correr.

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Todos allí se mantuvieron en silencio mientras miraban hacia el final del pasillo. La
pediatra se llevó las manos a los labios mientras cerraba los ojos con fuerza y rogaba
por que fuese Esther quien saliese de aquel ascensor.

La iluminación en el marcador del techo les hizo saber que ya bajaban. Por uno de las
radios de los policías escucharon que así era. Maca cogió aire al ver como las puertas
se abrían y como pocos segundos después de las cuatro personas que salían ninguna
era Esther.

T: ¡Carmen! ¿Carmen como estás, hija?

Ca: Que miedo, Teresa. –se abrazaba a la mujer- Que miedo.

M: Carmen… -se acercaba hasta ella- ¿Esther está bien? ¿Le ha hecho algo?

Ca: Está bien Maca, Aimé está con ella. Decidió no venir después de que ella dijese que
se quedaba.

M: ¿Cómo que dijese? –preguntó casi gritando.

Ca: Fue ella quien dijo que se quedaba, y Aimé detrás…

Sintió como le fallaban las piernas y ayudada por Teresa se sentó en uno de los bancos
de la sala de espera. No conseguía asimilar aquello. Esther había decidido quedarse en
aquel quirófano junto a un hombre armado.

-¡El coche ya está en la puerta! –gritaba uno de los oficiales.

-Vamos a llamarle. –descolgaba y marcaba la extensión del quirófano.

E: ¿Sí?

-Soy el inspector Sanz, dile que ya tiene el coche en la puerta.

E: Dice que ya tienes tu coche. –se giraba hacia él.

-Venga, pues tú delante de nosotros. –se dirigía a Aimé- Y tú guapa coges al niño que
vas a ir bien pegadita a mí.

En la calle varios policías aguardaban armados en la entrada. Los pasillos en completo


silencio se mantenían vacios salvo un número reducido de agentes que esperaban
escondidos a la señal. El muelle permanecía vacio mientras Maca miraba nerviosa
hacia la entrada desde su posición en el exterior.

Como había dicho, Aimé se colocaba delante de ellos mientras detrás, el hombre
rodeaba a Esther por el cuello con uno de sus brazos y la apuntaba con la pistola. La
enfermera mantenía al pequeño entre sus brazos y mantenía la calma.

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-Camina despacio y no te adelantes o te meto un tiro.

A: Tranquilo.

Despacio abría la puerta del quirófano y la mantenía así esperando que ellos también
saliesen. Ya fuera se quedaba a tan solo un paso de ellos. El hombre, nervioso miraba a
su alrededor cuando vio el reflejo de alguien en uno de los cristales del pasillo. Se
detuvo mirando más fijamente.

-¡Para!

Tiró del brazo del médico mientras comenzaba a caminar hacia atrás arrastrando
también a la enfermera. Antes de cerrar se mantuvo en la puerta.

-¡Os he visto cabrones! ¡¿Me oís?! –el inspector cerraba los ojos al escuchar aquel grito
desde la radio de uno de sus hombres.

De nuevo la puerta del quirófano se cerraba y Maca con ambas manos sobre el capó de
uno de los coches cerraba los ojos con fuerza conteniendo el llanto.

-Llama otra vez. –le ordenaba a Esther- Dame el teléfono.

-¿Si?

-¡Le dije que ni un policía! ¿Es así como quiere hacer las cosas? ¡¿Me tengo que cargar
a alguien para que me haga caso de una puta vez?!

-Escúchame…

-¡No! ¡Escúchame a mí! Quiero una radio, déjemela en la puerta y la chica saldrá a por
ella. Y como se le ocurra hacer algo me la cargo. –colgaba de nuevo.

Bastante nervioso comenzó a caminar por el quirófano mientras Aimé y Esther se


miraban con preocupación mientras en la camilla la mujer parecía comenzar a
despertar.

E: Se me ha ocurrido algo. –susurró.

A: No hagas tonterías Esther.

-¿Se está despertando? –preguntó mirándola.

A: Sí, y hay que ponerle medicación… aquí solo tenemos antibióticos.

-Algo podrás hacer medicucho, así que levanta y hazlo rapidito.

E: Ya lo hago yo. –se levantó con rapidez.

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-Sin tonterías, eh. –la apuntaba mientras le dejaba el niño a Aimé- No quiero matarte,
aun me haces falta.

Mientras colocaba los goteros y miraba por encima de su hombro, pensaba en cómo
hacer para que aquel hombre no la descubriese y poder coger lo que ya tenía
localizado sobre una de las bandejas.

A: Voy a subir un poco la temperatura ¿Vale? –se levantaba con cuidado- El niño no
puede coger frio.

-Despacio. –lo fue apuntando.

Aquel momento fue el que ella esperaba. Se giró con rapidez y después de coger lo que
quería lo metió en uno de los bolsillos de su pijama. Tragó saliva y fue hasta donde
antes permanecía sentada.

-Asómate y mira si han dejado la radio.

Despacio volvió a levantarse y caminó hasta la puerta. De puntillas se dispuso a mirar


por el cristal cuando vio a un policía dejar una de las radios sobre el suelo. Vio como
este se marchaba de nuevo corriendo y giraba en uno de los pasillos.

E: La acaba de dejar.

-Sal a por ella, y no olvides que te estoy apuntando con la pistola. Yo de ti no se me


pasaría por la cabeza huir.

Asintiendo abrió la puerta y dio los apenas cinco pasos hasta aquella radio de mano. La
cogió y regresó hasta el quirófano para dársela. Este la miró hasta que volvió a su lugar
y encendió la radio. Suspiró y se sentó en una silla cerca de la puerta.

-¿Me escucha? –esperó unos segundos.

-Sí, le escucho.

-¿El coche sigue en la puerta?

-Lo tiene con el depósito lleno y cosas para el niño. –uno de los policías le miraba
extrañado y este negaba en silencio.

-Está bien, seré piadoso y no tendré en cuenta ese primer error que ha cometido… voy
a volver a salir, la enfermera irá delante de mí. –Maca se acercaba asustada hasta el
policía- Como vea algo extraño, escuche que alguien nos siguen, u ocurra algo que me
haga pensar que no sigue mis indicaciones le pegaré un tiro ¿Queda claro?

-Muy claro, sí.

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-Saldremos en cinco minutos y llevaré la radio encendida, así que no se aleje de ella. –
se metió la radio en uno de los bolsillos- Levantaos, venga.

Como hiciera antes, Aimé iba por delante mientras Esther con el pequeño en los brazos
se dejaba agarrar para que él fuera pegado a su espalda. Justo antes de que empezasen
a caminar metió la mano en el bolsillo y alcanzó la jeringuilla que había cogido de la
bandeja.

-Vamos.

Ya en el pasillo comenzaban a caminar despacio. Sin que se diera cuenta quitó la


protección de la aguja y la dejó de modo que solo tenía que clavarla y apretar con el
pulgar.

E: Oye… -se detenía.

-¿Qué pasa? –preguntaba nervioso.

E: Que tienes cara de cansado.

Escurriéndose como pudo, clavó la jeringuilla en su pierna a la vez que se escuchaba un


disparo y unos cristales caer al suelo. En la puerta de urgencias se escuchaba el grito de
Teresa y Maca comenzaba a correr hacia el interior siendo retenida por un policía
mientras comenzaba a gritar.

Tras el disparo, los policías junto al pasillo corrieron hasta ellos mientras Esther se
dejaba caer protegiendo el cuerpo del niño. El padre fue cayendo despacio conforme
sentía que las piernas no le respondían y finalmente caía inconsciente al suelo. Aun así
fue esposado y dos médicos aparecieron también tomando sus constantes.

Una enfermera cogió al pequeño mientras otra junto a un médico entraban en el


quirófano para atender a la madre. Aimé se incorporó viendo como un rastro de sangre
manchaba el rostro de la enfermera.

En el pasillo junto al box, Maca observaba como atendían a Esther a la espera de que la
dejasen entrar. Dos policías la interrogaban y justo cuando salían le dejaron pasar.

M: Esther. –corrió hacia ella para abrazarla.

E: Estoy bien, estoy bien…

M: Cariño. –se alejaba lo justo para coger su rostro entre sus manos y mirarla.

E: Me dio uno de los cristales en la frente… -sonrió- Estoy bien de verdad.

M: ¿Cómo se te ocurrió querer quedarte? ¿Estás loca? –la abrazaba de nuevo- No


vuelvas a hacerme esto, Esther.

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E: Maca… no podía dejar al niño con él.

M: No vuelvas a hacerlo. –se acercó para besarla- ¿Me oyes? –la besaba de nuevo.

E: Te lo prometo.

T: ¡Esther! –entraba llorando haciendo que la enfermera sonriese.

E: Estoy bien, Teresa. Solo es un rasguño.

T: ¿De verdad? –la miraba mientras le palpaba los hombros- ¿Estás bien?

E: Que sí, Teresa –la mujer la abrazaba- No aprietes tanto mujer.

T: Perdona, perdona.

M: Vamos a casa. –cogía su mano para que bajase de la camilla- Que allí te vas a
enterar, no te creas que te libras de una conversación. –la enfermera se detenía.

E: A ver si voy a preferir quedarme aquí.

Mirándose fijamente durante unos segundos vio como finalmente la pediatra sonreía y
volvía a abrazarla para besarla después.

Ya en el piso de Maca, Esther fue directa a la ducha. Mientras tanto la pediatra


preparaba algo de tila para ella y una pastilla junto a un zumo para la enfermera
queriendo que no le doliese mucho la herida cuando se pasase el efecto del primer
calmante. Diez minutos después la vio aparecer con ropa cómoda.

M: ¿Cómo te encuentras? –se levantaba.

E: Estoy bien cariño, de verdad… no te preocupes.

M: ¿Cómo quieres que no me preocupe? Has estado dos horas con un loco armado en
un quirófano ¿Y quieres que no me preocupe? –se sentaba de nuevo a su lado.

E: Tú hubieras hecho lo mismo en mi lugar.

La miró con seriedad, manteniéndose igual durante un rato antes de bajar la mirada y
unir sus manos a la vez que suspiraba. Vio el vaso sobre la mesa y lo cogió para
tomarse la pastilla ante la mirada de la pediatra que seguía en silencio.

E: ¿La niña donde está?

M: La he dejado con Concha… luego la trae ella. Quería que descansases. –estiró el
brazo para acariciarle el pelo- ¿Quieres algo?

E: Que me abraces.

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Fue entonces que se acercó a ella y sintió como la rodeaba con sus brazos. Subió sus
piernas al sofá para flexionarlas después y recostarse en el pecho de la pediatra. Cerró
los ojos y por primera vez en varias horas sintió que nada malo podía pasarle.

Aun en su sueño, sentía como algo muy suave acariciaba su mejilla. Se concentró en
continuar con los ojos cerrados y no abandonar su estado, pero le fue imposible.
Finalmente se despertó y muy lentamente fue abriendo los ojos. Frente a ella, Alba
permanecía de rodillas en el suelo mirándola y acariciándole la piel cerca de la frente.
Miró su cuerpo y se vio tendida en el sofá sin la pediatra. Sonrió y volvió a mirar a la
niña.

E: Hola.

Al: ¿Te duele mucho? –preguntó preocupada.

E: No, no me duele… -sonrió y cogió su mano- ¿Mamá donde está?

Al: Ha bajado a la farmacia… me dijo que me quedase aquí vigilándote por si te


despertabas.

E: ¿Te echas aquí conmigo un ratito? –preguntó mientras dejaba un espacio más
grande para ella.

Al: Vale.

Con rapidez se giró para colocarse en el hueco que la enfermera había dejado para ella
y pegando la espalda a su pecho vio como la rodeaba con su brazo a la vez que
agarraba su mano. Esther suspiró cerrando de nuevo los ojos.

Al: ¿Has pasado miedo?

E: ¿Por qué preguntas eso?

Al: La abuela puso la tele y salió el hospital… hacía mucho tiempo que no veía a mamá
llorar.

E: Sabia que no pasaría nada. –suspiró no queriendo preocuparla.

De nuevo se hizo el silencio y Esther volvió a recordar lo sucedido a la vez que las
palabras de Alba la hacían sentirse entonces culpable por la preocupación que había
sentido la pediatra por ella. Aun en sus pensamientos escuchó la puerta abrirse y
volver a cerrarse para dar paso a Maca que entraba en el salón.

Se detuvo al descubrir como ambas permanecían echadas en el sofá y sonrió viendo


como la enfermera abrazaba a Alba con los ojos abiertos y puestos ya en ella.

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M: Que bonito… ¿Necesitan algo las señoras? ¿Están a gusto? –Esther sonreía mientras
sentía que la niña se despegaba de ella para levantarse.

Al: ¿Puedo jugar un rato con el ordenador, mami?

M: Claro que sí, cariño… -se agachó dejándole un beso en la frente.

E: Te parecerá bonito irte y dejarme sola en el sofá… -se sentaba mirándola- Menos mal
que estaba tu hija que me cuida como dios manda.

Fue hasta el sofá para sentarse a su lado y con cuidado retiró el flequillo de su frente
para despacio y con cuidado despegar la gasa que cubría su herida. Con total
concentración miró los puntos y volvió a cubrirlo.

M: ¿Te duele?

E: Apenas… me pica un poco –se quejaba.

M: Bueno, pero eso se te pasará en cuanto vaya cicatrizando… Es cuestión de tener un


poquito de paciencia… Y mira que siempre los golpes en el mismo sitio… -sonreía- Voy
a tener que comprarte un casco.

E: Maca… -tomaba la mano con la que la acariciaba- Quería pedirte perdón.

M: ¿Perdón por qué? –preguntaba extrañada.

E: Siento haberte preocupado… Te he complicado el día totalmente y…

M: No seas tonta, Esther… No ha sido culpa tuya, y claro que me preocupo. ¿Cómo no
lo voy a hacer? Pero no es culpa tuya ¿me oyes? –Esther asentía.

Sin borrar su sonrisa siguió con la caricia que había dejado segundos antes
tranquilizando así a la enfermera.

Después de cenar habían ido directamente a la cama. La enfermera necesitaba


descansar y Maca quería que así lo hiciese. Aun con la lámpara encendida permanecían
en silencio mientras miraban el televisor esperando a que el sueño les venciese a
ambas.

La primera fue Esther haciendo que su respiración así se lo hiciese saber a la pediatra
que con el mando a distancia apagaba la televisión y más tarde la luz para volver a
recostarse y quedarse de lado mirándola, sabiendo que tardaría bastante en poder
conciliar el sueño.

Horas más tarde rodeaba su cuerpo por detrás cuando escuchó como comenzaba a
balbucear nerviosa a la vez que se movía agitada. Encendió la luz y se incorporó.

M: Esther… Esther, cariño.


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La enfermera abría los ojos con rapidez mirando al techo durante unos segundos para
después comenzar a llorar y abrazarse a ella.

M: Sshh ya está… ha sido una pesadilla, cariño. –la obligaba a separarse para limpiarle
las lágrimas- Estoy aquí.

E: Ha sido tan real… Estaba delante de mí con esa pistola y…

M: No te preocupes. –acariciaba sus labios para que no continuase- Estoy aquí y no me


voy a mover de tu lado ¿Vale? –la besó en los labios- No va a pasarte nada.

E: ¿Te he despertado? –preguntó con timidez.

M: No. –sonrió- No me has despertado… ven aquí.

Recostándose de nuevo la rodeó con sus brazos mientras la enfermera se sobre su


pecho suspiraba abrazándola.

M: Vuelve a dormir.

Esther finalmente dormía profundamente sobre su pecho. Con los ojos aun abiertos
miraba al techo mientras pasaba su mano una y otra vez por su hombro, pensando
incluso que parecía haber sido hipnotizada por aquella caricia.

Recordaba una y otra vez el miedo que se había apoderado de ella al recibir la llamada
de Teresa, cuando llegó al hospital y aun mas cuando no la vio salir de aquel ascensor.
Se reproducía a la perfección el sentimiento en su interior haciendo que su piel
reaccionase también. Giró su rostro lo suficiente para mirarla. Besó su frente y suspiró
al pensar en si la hubiese perdido también. La estrechó entre sus brazos haciendo que
esta se quejase mínimamente para volver a acoplarse después. Cerró los ojos con
fuerza queriendo borrar aquellos pensamientos a la vez que la angustia volvía a
apoderarse de su pecho haciendo que necesitase soltar un aire que la ahogaba.

Su mente fue hasta el momento en que la puerta del ascensor se abría dejando paso a
esa sonrisa. La primera discusión días después. Se vio colándose por su balcón, Esther
tendida en el suelo inconsciente. Su sonrisa de nuevo. La vio junto a Alba formando
uno de sus puzles. Sonriendo nada más abrir los ojos por la mañana.

M: Te quiero…

Al día siguiente, Maca había conseguido convencerla de que lo mejor era que se
quedase en casa, teniéndole que decir incluso que eran órdenes directas de Cruz, que
también le había dicho a ella que se tomase el día libre para estar junto a la enfermera.

E: Échate aquí conmigo anda… -la miraba desde el sofá.

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M: ¿Qué te pasa? –se sentaba a su lado sintiendo como rápidamente se abrazaba a
ella.

E: ¿Has hablado con Teresa?

M: Sí.

E: ¿La madre y el niño están bien?

M: Están los dos bien… el niño dice Teresa que es muy guapo y que la madre quiere
verte para darte las gracias… el ex marido está detenido y seguramente no vea la calle
en mucho tiempo.

E: Me alegro… -la abrazaba aun mas- Me gustaría ver al crio… ¿crees que cuando
vuelva aun seguirán allí?

M: Pues no lo sé, cariño… -acariciaba su pelo despacio- Si están pues los ves, si no pues
la llamas y te interesas… seguro que le hace ilusión.

E: He vuelto a tener una pesadilla cuando dormía la siesta… y me jode porque no


siento que le tenga miedo, pero sueño con él y…

M: Es normal, cariño. –la abrazaba- Fue un momento tenso, muy difícil… en unos días
todo habrá pasado y verás cómo no tienes más pesadillas. –besaba su frente- No te
preocupes por eso… tú tranquila que te recuperes pronto para volver al hospital.

E: ¿La niña te ha preguntado algo más?

M: Está preocupada porque cree que estás malita, y como lo vio en la tele pues… es
normal, en cuanto te rías un poco con ella y hagáis el ganso como siempre se le pasa.

E: El ganso como siempre dice… -la miraba- ¿Qué ganso?

M: Pues el ganso… eso que haces tú tan bien y que ella parece ir pillándole también el
truco.

E: Y te quedarás tan tranquila después de decirme esto.

M: Claro que sí… -contestaba con seriedad- Además, el ganso está muy rico si se sabe
cocinar. –se lanzaba a su cuello.

E: ¡Maca!

M: Mi gansita… -metía la mano bajo su camiseta- Que me la voy a comer yo de


merienda.

E: Esto es acoso en toda regla. –se quejaba dándole en los hombros.

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M: ¿Y lo que te gusta a ti que yo te acose, uhm? –sonreía besándola- Si te encanta que
lo sé yo… -besaba de nuevo su cuello viendo como entonces no ponía impedimento.

E: Pues no… -sonreía sin ser vista- No me gusta que lo hagas.

M: Si te gusta tonta… -bajaba empezando a besar su pecho por encima de la ropa- No


mientas.

E: Ais… -suspiraba hondamente- Sí que me gusta, sí.

Los días habían pasado consiguiendo que la normalidad regresase. Esther tras unos
días retomó el trabajo en el hospital encontrando una protección y preocupación en la
pediatra que le hacía sentirse tranquila.

Nadie allí podía decir desconocer el cariño con el que se trataban, sobre todo por parte
de Maca que se deshacía en cuidados y atenciones hacia la enfermera. Muchos
andaban sorprendidos con aquella faceta hasta entonces desconocida para la mayoría,
haciendo que incluso en algunos momentos le dejasen claro que aquella debilidad
dejaba rastro por donde fuera que iba.

De esa manera, hacían la vida en el piso de Maca. Gran parte de la ropa de Esther ya
era acomodada casi sin hablarlo entre la de la pediatra que había ido dándole su
espacio sin preverlo.

La primavera pasaba y como dijeran aquella noche en la azotea, el primer domingo en


que ambas libraban habían preparado una salida al retiro para patinar las tres. Alba
andaba por el piso impaciente mientras la pediatra se anudaba las deportivas y
escuchaba como era llamada desde la entrada. Resignada cogía el macuto con los
patines y salía sin prisa por el pasillo.

E: Cualquiera diría que no tienes ilusión por patinar con nosotras. –sonreía desde la
puerta.

M: ¿Acaso se van a llevar el retiro a otra parte? –cogía las llaves con indiferencia- No sé
por qué hay que ir con tanta prisa.

E: Anda gruñona. –se abrazaba su cintura- Si seguro que te gusta.

Aquel susurro desarmó su pose y no pudo más que sonreír y negar con la cabeza en lo
que esperaba que fuese una clara amenaza. Media hora después llegaban a la entrada
y Alba corría hasta un banco para quitarse su calzado.

Al: ¡Venga mami!

M: Sí, sí… que pasadas que estáis por dios.

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Ya listas, Esther y Alba recorrían los primeros metros mientras la pediatra, sin ninguna
prisa, terminaba de cerrar sus patines y después se iba levantando ante la mirada de
sus chicas.

M: Si esperáis a que me caiga os podéis dar una vuelta porque no ocurrirá. –ante el
comentario ambas rieron.

E: Venga vamos. –extendía su brazo para que cogiese su mano- Iremos despacio hasta
que te acostumbres.

A: ¡Verás lo que corro! –comenzaba a moverse.

M: ¡Alba no quisiera recogerte del suelo, eh! –alzó la voz al ver como se iba alejando.

E: Quieres no ponerte así. –se detenía dando un ágil giró hacia ella.

M: ¿Así como? –le preguntaba sin soltar su mano.

E: Que disfrutes cariño. –se iba acercando despacio hasta ella- Que nos vamos a
divertir. –antes de llegar a sus labios se detuvo cerrando sus dientes en un falso
mordisco al aire que dejó a la pediatra esperando su beso.

M: ¡Pero oye!

E: ¡Cógeme! –comenzaba a patinar.

Casi una hora después, la pediatra había tomado control absoluto de sus patines y
sonreía yendo de un sitio a otro con soltura. Esther reía retándola en más de una
ocasión viendo como casi podría llegar a ganarla. Alba disfrutaba viendo como su
madre iba detrás de ella fingiendo no poder correr mas mientras ella intentaba que no
le diese alcance.

La hora de comer llegaba y sentándose en una sombra sobre el césped sacaban los
bocadillos que habían preparado para aquel día.

E: Buf… estoy muerta. Mañana verás que agujetas… -daba un mordisco- No vamos a
poder movernos.

M: Yo sé de una que esta noche dormirá como un tronco. –Esther y Alba se miraron-
Bueno, dos… -ponía los ojos en blanco mientras miraba al cielo y ambas reían.

Al: ¿Vendremos otra vez? Yo me lo he pasado muy bien.

E: Claro que sí. Mientras mamá patinadora nos pueda seguir el ritmo. –sonreía de
espaldas a ella.

M: No me hagas contestarte a eso… -amenazó.

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E: ¿Me está amenazando doctora? –se acercaba lentamente hasta su rostro.

M: Podría ser… sí. –la miraba fijamente.

E: Pues que sepa que no le tengo ningún miedo eh… -rozó sus labios- Ningún miedo. –
finalmente le daba un beso escuchando después una risa de Alba- ¿Y usted de que se
ríe, bandida?

Al: De nada… -sonreía dando un mordisco a su bocadillo.

M: ¡Ahora verás!

Sin dejar que se escapase se lanzó sobre su hija comenzando una guerra de cosquillas a
la que poco tiempo después se sumaba la enfermera aliándose con la pequeña y
derrumbando a Maca que se quejaba por lo desequilibrada de la situación.

Nada más terminar su cena, Alba caía rendida en el sofá sobre las piernas de Esther
que esperaba a que Maca saliese de la ducha. Miraba el televisor cuando finalmente la
escuchaba llegar al salón.

E: Ya se ha dormido.

M: Pues a la cama. –se agachaba frente a ella para cogerla en brazos- ¿Te duchas
mientras?

E: Sí.

Veinte minutos más tarde salía ya cómoda y caminaba hacia la cocina, donde la
pediatra terminaba de recoger todo para ir también a dormir. La abrazaba por la
cintura dejando un beso en su hombro.

E: ¿Esta mi patinadora profesional muy cansada?

M: Depende. –sonreía girándose- ¿Tienes algún plan que me interese?

E: Podría ser… sí. –rodeaba su cintura sin dejar de sonreír- Me apetece un postre a la
Maca… -se pinzaba el labio.

M: Uhm… y… ¿yo puedo pedir uno pero a la Esther?

E: Claro, hoy la casa invita y puedes repetir si quieres. –sin soltarse de su cintura se
colocaba de puntillas para morder su labio inferior- ¿Qué me dices?

M: Pues que vamos a por ese postre ya… -cogía su mano con fuerza y comenzaba a
caminar hacia el dormitorio arrastrándola.

E: Jajaja.

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En el parking, la pediatra sacaba las bolsas de la compra mientras aguantaba el móvil
entre su hombro y la oreja. Después de abrir la puerta y pasar a la escalera respiraba
para comenzar a subir.

M: Espera Ana que está el ascensor roto y tengo que subir por la escalera.

A: Si ves que te ahogas me avisas, eh –sonreía.

M: No me ahogo por otras cosas y lo voy a hacer por esto… -sonreía abriendo ya la
puerta de su casa.

A: Así me gusta, dando envidia a las hambrientas. Puñetera.

M: Jajaja. –dejaba las bolsas sobre la mesa- Voy a sentarme que vengo muerta.

A: ¿Y Esther no sale aun?

M: Que va, tiene guardia esta noche y hasta las siete no sale. Alba está con su hermana
y con Luis que han ido al parque de atracciones.

A: ¿Entonces todo bien?

M: No puede ir mejor… -suspiraba recostándose.

A: ¿Todo, todo? –insistía.

M: Sí, sí… -se quedaba en silencio- Solo es que… bueno… -colocaba ambos codos sobre
sus rodillas- Hay un cambio que… bueno que…

A: ¿Qué? ¿Qué? –preguntaba impaciente.

M: Que no me atrevo a decirle que me he enamorado de ella… -cerraba los ojos con
fuerza no sabiendo como reaccionaria su amiga.

En aquel estado y esperando alguna reacción veía que esta no llegaba. Comenzó a
morderse el labio mientras miraba al suelo y empezaba a ponerse más y más nerviosa
ante el silencio.

M: Di algo Ana, por favor.

A: No sabes lo que me alegra oírte decir eso, Maca… de verdad. –sonreía emocionada.

M: Ya…

A: ¿Y por qué no te atreves si se puede saber?

M: Pues porque ella no ha dicho nada que me haga pensar que ella también está…
bueno que... ¿Y si se lo digo y lo estropeo?

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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


A: ¿Pero cómo vas a estropearlo por decirle que la quieres? ¿Estás tonta o qué?

M: Ya Ana, pero cambia las cosas… Yo no sé si ella no quiere nada más serio de lo que
ya tenemos. No sé si quiere tener el peso de una relación con una mujer que tiene una
hija… que es viuda y no tiene la misma libertad que pueda tener ella para hacer las
cosas…

A: Eso es una tontería.

M: No Ana, no es ninguna tontería. A ella le apetecerá hacer cosas que yo ya hice en su


día o que ahora no puedo por tener a Alba.

A: Sigo pensando que son tonterías. Además… estoy segura de que si se lo dices te
darás cuenta de que tenias que haberlo hecho antes.

M: No lo sé… -se frotaba la frente- Me da miedo perder lo que tenemos, me he


acostumbrado tanto a tenerla siempre a mi lado… que si eso cambiase no sé lo que
haría la verdad.

A: Ais Maquita… que te han pillado pero bien.

M: No lo sabes tú. –sonreía dejándose caer de lado en el sofá.

A: Jajaja.

Eran las siete y cuarto cuando Esther abría la puerta y se quitaba los zapatos sintiendo
como le dolían bastante los pies después de aquella guardia. Volvió a echar la llave y
dejando el bolso en la entrada comenzó a caminar hacia el dormitorio. Sonrió al ver
como Maca dormía sin haberse dado cuenta de su llegada y después de desnudarse iba
hacia la ducha. Diez minutos después y con un pantalón corto y una camiseta iba hacia
la cama.

Nada mas cubrirse con la sabana buscó el cuerpo de la pediatra que respondió casi al
instante abrazándola y dándole un beso en la frente.

M: ¿Qué tal la guardia?

E: He venido muerta… -se acurrucaba mas contra ella- Solo quería llegar aquí para
meterme en la cama contigo.

M: Pues ahora a dormir. –se giraba un poco sin dejar de abrazarla.

Y tan solo un par de minutos después, la pediatra volvía a dormirse junto a Esther.

En la cocina Maca sonreía al escuchar a su hija mientras le preparaba el desayuno.


Había cerrado la puerta para no despertar a Esther, aunque dudaba que algo lo lograse.

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Con su café también listo se sentaba junto a Alba que había comenzado a mojar sus
galletas en la leche.

Al: Oye mami… ¿Y Esther vendrá con nosotras a casa de los abuelos en vacaciones,
verdad?

Al escuchar aquella pregunta terminó de dar su trago al café para lentamente ir


dejando la taza sobre la mesa. No había pensado en aquello y ya apenas quedaba un
mes para que se tomasen ambas las vacaciones.

M: Pues tendré que llamar a la abuela para decírselo.

Al: Yo quiero que venga mami… y estar las tres allí.

M: Claro que sí. –sonrió.

Después de dejar a la niña en el colegio regresó a casa y se sentó en el sofá. No había


dejado de darle vueltas a la conversación durante el desayuno. No había pensado en
eso y ahora debía llamar a su madre y decirle que iría con alguien allí. Pero sobre todo
debía hablar con Esther y que esta accediese a pasar las vacaciones con ella.

Se levantó no queriendo que aquello le preocupase más de la cuenta y comenzó a


caminar hacia la habitación. Se quitó la ropa y volvió a meterse en la cama con la
enfermera. Se abrazó a su cuerpo pegándose a su espalda. Pasó largo rato de aquella
manera sin despertarla, dejando apenas una leve caricia en su abdomen. De aquella
forma sintió como Esther se movía.

E: ¿Qué hora es? –preguntó girándose.

M: Casi las doce…

E: ¿Te quedas aquí conmigo? –susurró pegándose completamente a ella.

M: Sí.

E: ¿Estás bien? –se incorporó como pudo- Te noto tristona…

M: Estoy bien. –sonreía con sinceridad- Y tú tienes una cara de sueño que es para
sacarte una foto. –reía.

E: ¡Pero no te rías! –le daba en el hombro casi sin fuerzas- Que tengo sueño… -se
dejaba caer sobre su pecho- He tenido una guardia horrorosa.

M: Pobrecita mía… -sonreía besándole la frente.

E: Recuérdame que luego te diga una cosa ¿Vale? –bostezaba después de hablar- Que
seguro se me olvida.

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M: Vale cariño. –volvía a besar su pelo y la abrazaba.

Nada más abrir los ojos comprobó como la enfermera seguía durmiendo, y sabía que si
la dejaba, podría hacerlo todo el día. Sonrió y fue a la cocina, exprimió un par de
naranjas para llevarle un buen zumo y cortó un trozo de bizcocho para después ponerlo
en un plato.

Bandeja en mano volvió de nuevo al dormitorio y dejó el desayuno sobre la cómoda


para ir primero a despertar a su bella durmiente.

M: Pequeña… -susurraba- Dormilona venga… -comenzaba a acariciar su abdomen- Te


he traído el desayuno.

E: ¿Uhm? –no se movía.

M: Tengo un trozo de bizcocho que lleva tu nombre. –sonrió al ver como se giraba-
¿Con eso sí, no? Con eso si me haces caso.

E: Tonta.

Sonriendo se colgó de su cuello haciendo que la pediatra tuviera que echarse sobre ella
por la fuerza que ejercían sus brazos. Suspiraba no dejando que se alejase de ella
sintiendo como besaba repetidas veces su cuello.

E: Buenos días…

M: Buenos días dormilona. –se despegaba para mirarla- ¿Has descansado?

E: Sí… pero si me dejas duermo todo el día ya lo sabes. –sonreía- ¿Y tú? ¿Has dormido
bien sin mí?

M: Pues la verdad es que no… estuve a punto de ponerme un pantalón e ir a por ti. –
sonrió inclinándose para besarla- Venga, que te he traído el desayuno.

Entre algún que otro juego y risas, consiguieron que el desayuno desapareciese de la
bandeja. Tras eso Esther decidió darse otra ducha y despejarse así para ser mas
persona. Cuando salió de nuevo se encontró con Maca doblando la ropa limpia sobre la
cama.

E: ¿Te echo una mano? –se colocó tras ella acariciando su espalda.

M: Tengo que ir a la tintorería… ¿te apetece vestirte y vamos dando un paseo?

E: Claro.

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Caminaban por el centro rumbo a la tintorería y Esther no soltaba la mano de la
pediatra que la miraba con una sonrisa mientras se paraba cada dos por tres el
cualquier escaparate. Esperando para cruzar por el paso de peatones, la enfermera se
había colocado delante de ella mientras le hablaba de forma cariñosa. Una mujer
mayor que permanecía junto a ellas las miraba por el rabillo del ojo hasta que se cruzó
con la mirada de Maca.

E: ¿Qué pasa?

M: Que a la gente le gusta mucho cotillear lo que no debe. –alzaba la voz lo suficiente
para que la mujer se diese por aludida.

E: ¿Y qué más da? Deja que la mujer se distraiga. –sonreía a la vez que en dos pasos
rápidos se quedaba tras ella para dar un salto- ¡Aúpa!

M: ¡Esther! –con rapidez llevaba sus manos atrás para que no cayese.

E: ¿Me llevas a caballito? –pegaba el rostro a su cuello- ¿A que sí? –dejaba un beso-
Que estoy cansadita cariño.

M: Haces lo que quieres conmigo. –sonreía comenzando a cruzar la calle y viendo


como algunas personas también sonreían ante la escena- Igual si ponemos un gorro
delante cae algo.

E: Jajaja.

Mientras Maca se daba una ducha, Esther y Alba habían ido hasta el piso de la
enfermera para regar las cuatro plantas que lo adornaban y limpiar la pecera. Habían
echado los peces en un barreño donde Alba metía el dedo queriendo tocarlos.

Al: Se resbalan mucho… -sonreía- Pero Henry si me deja que lo toque.

E: Eso es porque le has caído bien.

Al: A una niña de mi clase le han regalado un perrito por su cumple. Es muy bonito y le
ha llamado Pancho.

E: Yo tenía uno hace unos años. –sonreía recodándolo- Era una bola de pelo
desordenado.

Al: Yo quiero tener un perro, pero mami no quiere.

E: Bueno, pues yo hablaré con ella a ver si la convencemos ¿Vale?

Al: ¿Sí? –se levantaba deprisa- ¿De verdad?

E: Yo lo intento y a ver que dice… seguro que se lo piensa y nos deja tener uno. Y lo
llamaremos como tú quieras.
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Al: ¡Guay! –comenzaba a saltar- Y lo sacaremos al parque y correremos con él. –
hablaba emocionada.

Mientras Esther terminaba de ordenar y colocar a los peces en su sitio, Alba fue de
nuevo hasta casa con un libro de cuentos que la enfermera tenía en casa y le había
dado.

M: ¿Y Esther donde está? –preguntó al ver que entraba sola.

Al: Enseguida viene… -se sentaba junto a ella- Me ha dejado un libro de cuentos que
tenía en casa. –sonreía.

Pocos minutos después la enfermera regresaba y se sentaban en el sofá junto a la


pediatra. Esta, como en otras ocasiones, la rodeaba con su brazo mientras se
acomodaba en ella para ver la televisión mientras Alba en un sillón aparte miraba su
libro.

M: Por cierto… ¿Qué es eso que me tenías que decir?

E: ¿Ves? –se incorporaba para mirarla- No me lo has recordado y ya se me había


olvidado… -suspiraba en un fingido drama que hizo sonreír a la pediatra.

M: ¿Me lo dices ahora?

E: Que mi hermana va a preparar una comida el fin de semana que viene en su casa. Es
su cumpleaños y van a ir tíos, primos, etc, etc… Ha dicho que no se nos ocurra no ir.

M: ¿Nos?

E: Sí… nos –puntualizaba- ¿Pasa algo? ¿No quieres?

M: Eh… sí, sí… no es que no quiera pero… -giró su rostro viendo que la niña seguía
concentrada en el libro- ¿No te dirán nada? Vas a llegar con una mujer y una niña.

E: Estás de broma supongo. –fruncía el ceño- ¿Verdad?

M: Cariño. –cogió sus manos- No te enfades lo digo por ti, no quiero que vivas una
situación incómoda por mi culpa.

E: Alba cielo… ¿Quieres ir al ordenador y buscar en internet el libro ese que querías
que te comprase?

Al: Vale. –sin extrañarse por aquello bajaba del sillón para ir hasta el despacho
dejándolas solas.

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Esther se levantó despacio mientras observaba como la pequeña salía del salón.
Suspiró y se giró con los brazos cruzados para mirar a la pediatra que seguía en el sofá.

E: ¿Me lo explicas mejor? Tú como si yo fuera tonta, que lo entienda.

M: Esther, no te pongas así.

E: ¿Qué no me ponga cómo? Le estoy diciendo a mi novia que mi hermana nos espera
en su cumpleaños y lo primero que veo es como se preocupa por el qué dirán, cuando
eso es a mí a quien debería preocupar ¿no?

M: No me entiendes, y tampoco haces por entenderlo… -suspiraba- No es por mí


Esther, nunca antes has estado con ninguna mujer y ahora vas a presentarte en una
comida familiar conmigo y con la niña. Lo que no quiero es que lo hagas por cumplir
conmigo.

E: ¿Cumplir contigo? ¿Cuándo me ha importado el que dirán? ¿Acaso desde el primer


día no me comporto contigo dándome igual el resto?

M: Haz el favor de no ponerte así porque estás sacando todo esto de quicio. Solo
intentaba hablar contigo como dos personas adultas.

E: Si no dijeses esas tonterías que dices no me pondría de ninguna manera.

M: De verdad… cuando te pones así no hay manera. –apoyaba la frente sobre sus
manos- No sé puede hablar contigo.

E: Pues nada, ya me callo y no te molesto… -se sentaba lejos de ella con los brazos
cruzados.

M: ¿No puedes no pensar en que no quiero ir y creer que lo hago porque me preocupo
por ti? ¿No puedes, no?

E: Es que no tienes porque preocuparte, nadie te lo ha pedido y ya soy mayorcita para


saber que quiero o no quiero hacer con mi vida.

M: Genial, pues haz lo que te dé la gana. –cruzaba sus piernas malhumorada.

E: Ahora no vengas y te pongas estupenda que conmigo no funciona Maca. Puedes


ahorrarte tu borderia.

M: ¿Sí? –la miró con seriedad- Pues me da igual, pienso decir lo que me apetezca que
para eso estoy en mi casa.

Se miraron durante unos segundos mientras Esther apretaba la mandíbula y la pediatra


aguantaba en su posición. De repente la enfermera se levantó dirigiéndose hacia la
mesa donde estaba su bolso y sacó las llaves.

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M: ¿Dónde vas? –se levantaba tras ella.

E: A mi casa a decir y hacer lo que me dé la gana, como tú. –caminaba hasta la puerta.

M: Esther no seas cría, no lo he dicho por eso. –la cogía del brazo pero esta se zafaba y
seguía hasta su casa.

E: Buenas noches.

M: Esth… -la enfermera cerraba dando un portazo- ¡Ah! –apretaba la mandíbula- ¡Pues
bien! –cerraba frustrada.

Al: ¿Qué pasa mami? –preguntó al ver a su madre en la puerta.

M: Nada cariño… no pasa nada.

En la casa de la pediatra solo se apreciaba un espeso silencio. Sentada en el sofá había


encendido un cigarro presa de la desesperación y no podía dejar de darle vueltas a la
discusión con la enfermera. En ningún momento había buscado molestarla, y tampoco
había pensado en que lo conseguiría.

Había pensado un par de veces en ir a llamar a su puerta, pedirle disculpas por algo
que no había hecho con mala intención e intentar solucionarlo. Pero justo cuando
pensaba abrir se daba la vuelta enfadada y volvía al sofá.

Mientras tanto, al otro lado de la pared, Esther estaba a un par de metros de la puerta
con la intención de salir. Se sentía avergonzada, sabía que había tomado muy a la
tremenda sus palabras y que podía haber hecho porque no llegasen al punto en el que
se encontraban.

Suspirando salió y cerró la puerta de su casa, se paró frente a la de la pediatra y llamó


con el puño un par de veces para dejar los brazos atrás y bajar la mirada a la espera de
que quisiera abrir. Tras unos segundos que se le hicieron eternos, escuchó los pasos al
otro lado y como la cerradura iba girando hasta abrir la puerta y ver a la pediatra frente
a ella.

Se miraron durante unos segundos en los que no dijeron nada y Maca finalmente se
giraba para volver al salón. Sentada en el sofá escuchó que la puerta se cerraba y el
cuerpo de la enfermera se detenía en la puerta mientras ella apagaba el cigarro y
acomodaba ambos brazos sobre sus rodillas.

E: ¿Me perdonas?

La pediatra giró su rostro para mirarla y sin contestar volvía a mirar al suelo haciendo
que Esther apretase los labios y comenzase a caminar hacia el sofá.

E: Siento haberme comportado así… sé que no lo has dicho porque no querías venir.
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M: ¿Y eso lo sabes ahora? –la miró de nuevo.

E: Lo siento… -bajaba la mirada- Me he comportado como una estúpida y no debí


hablarte como lo hice. –volvió a mirarla- ¿Me perdonas?

M: No lo sé… -habló sin dureza a la vez que se iba recostando para pegar su espalda al
sofá sin dejar de mirarla.

E: Te he traído esto… -extendió su brazo mostrando una flor que había llevado oculta
hasta entonces.

En silencio Maca se quedó mirándola mientras le ofrecía aquella flor, de las que le
sonaban había en una de las macetas grandes de su balcón. La cogió y la llevó hasta su
rostro para olerla. Volvió a mirarla y cogió su mano tirando de ella después para que se
sentase sobre sus piernas.

M: ¿Y qué más?

La enfermera sonrió tímidamente y se acercó a sus labios dejando un beso corto antes
de volver a separarse.

M: ¿Y qué más?

Volvía a acercarse para besarla pero más despacio que la vez anterior. Atrapando sus
labios mientras acariciaba una de sus mejillas.

E: ¿Me perdonas? –preguntó de nuevo.

M: Dame un beso en condiciones y tendrás alguna posibilidad.

La enfermera sonreía ampliamente. Sentándose a horcajadas le hacía dejar la flor a un


lado del sofá y tomando su rostro con ambas manos llegaba a sus labios que ya
abiertos la esperaban mientras la rodeaba con sus brazos acariciando su espalda por
debajo de la camiseta. Tras un par de minutos en los que habían sucumbido a la
necesidad se separaban para volver a mirarse.

M: Me tienes que decir que le gusta a tu hermana para comprarle un buen regalo…
tengo que causar buena impresión a la familia. –sonreía sintiendo como tras aquella
frase la enfermera la abrazaba rodeando su cuello con ambos brazos.

En su casa aprovechaba un rato para llamar a Ana.

A: ¿Qué tal el encuentro familiar?

M: Genial, tiene una familia fantástica. Alba disfrutó de lo lindo con todos los demás
niños y fue un día bastante cómodo, la verdad.

A: ¿Entonces bien, no? ¿Nadie que se metiese de mala manera donde no debía?
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M: Que va, al contrario… No sé si porque Marta ya había ido diciendo algo pero me fue
presentando a todo el mundo y muy bien. Se portaron como si nos conocieran de toda
la vida. Es más… su tía Julia nos dijo que fuésemos al pueblo este verano un día a
comer arroz, se ve que lo hacen en una sartén enorme para que coman todos los del
pueblo.

A: Mira que bien… te veo saliendo en el programa ese de Está pasando comiendo arroz
junto a los abuelillos.

M: No seas tonta, Ana.

A: ¿Y le has dicho lo de pasar el mes con los abuelos Wilson?

M: No… lo que me da miedo es decírselo a mi madre. La conozco y no quiero que sea


como es con Esther.

A: Me parece a mí que Esther no se iba a callar con las impertinencias de tu madre,


Maca. Sería mejor que la pusieses al corriente no sea que tengas guerra entre mujeres
y sin barro de por medio.

M: Ya… tendré que hablar con ella… -en ese momento se abría la puerta de casa y
podía escuchar como entraban Esther y su hija- Ya están aquí.

E: ¡Pero oye! –Alba corría delante de ella hacia su habitación y entraba en el salón
viendo a Maca con el teléfono- Perdón…

M: No tranquila, hablo con Ana.

A: Pásame a tu chica, anda, que me apetece hablar con ella y que me suba el ánimo. –
la pediatra sonreía.

M: Quiere hablar contigo… -le tendía el teléfono viendo como se sentaba sobre sus
piernas para hablar.

E: Dime guapa… sí, me la he llevado a dar una vuelta que aquí la mamá estaba cansada
y quería que durmiese un rato… -sonreía- Será la edad sí.

M: Estoy aquí, eh… -la miró frunciendo el ceño recibiendo un beso después.

E: Pues muy bien… -seguía con Ana- Les encantó a todos y ya me dijeron que había
tenido buen ojo… jajaja… ahora en serio, les cayó a todos muy bien… claro…

Mientras Esther seguía con su conversación al teléfono, la pediatra decidía


entretenerse como buenamente podía, que era con el cuerpo de la enfermera.
Irguiéndose lo justo para alcanzar su cuello llegó hasta él dejando uno tras otros varios
besos que hacían sonreír a Esther mientras seguía hablando.

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E: Maca… -susurraba.

M: Tú sigue a lo tuyo que yo estoy bien.

Como había dicho, siguió besando aquella parte de su cuerpo mientras despacio metía
la mano bajo su camiseta para acariciar su estomago sintiendo como se estremecía sin
remedio.

E: Bueno Ana, que te tengo que dejar… sí, a ver si vienes un día… venga guapa, hasta
luego. –colgaba y dejaba el teléfono sobre la mesa- ¿Se puede saber qué te pasa?

M: Que me apeteces mucho. –sonrió mirándola.

E: ¿Te apetezco? –preguntó sorprendida.

M: Mucho.

E: Pues tu hija está aquí y no puede ser… -se levantaba sintiendo como volvía a tirar de
ella sentándola de nuevo- Maca. –el timbre sonaba.

M: ¡Alba, abre que es la abuela y te va a llevar al cine! –sonrió mirando a la enfermera.

Ambas desnudas, permanecían en silencio en lo que comenzaba a ser un momento


tranquilo de caricias y besos sin ninguna clase de prisa. Esther sentada sobre Maca,
que con la espalda en el cabecero de la cama, permanecía con los ojos cerrados
dejándose hacer.

La enfermera, muy despacio, paseaba su nariz por el rostro de la pediatra en suaves


caricias. Por su mejilla uniéndola después con la suya. Por sus labios lentamente
mientras ella misma ladeaba su rostro para ir descendiendo por su mentón y bajar por
su cuello. Dejó un casi imperceptible beso en su clavícula para volver a subir
acariciando su garganta hasta llegar a la barbilla y subir por sus labios, nariz, hasta sus
ojos, los cuales besó despacio antes de volver a acariciar su mejilla.

M: ¿Te he dicho ya que me encanta que hagas esto?

E: Alguna vez… -seguía.

Sin abrir los ojos comenzó a mover sus dedos acariciando la piel sobre la cadera de la
enfermera. Suspiraba sintiendo la completa relajación que le hacía conseguir y era en
momentos como ese que le gritaría cuanto la quería, dejaría de callarse lo que tanto
necesitaba decir, pero cuando el aire llegaba a su garganta secaba su boca sin remedio.

M: Tenía que hablar contigo de algo. –abría los ojos despacio.

E: Dime.

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M: La niña y yo queremos que vengas con nosotras estas vacaciones a casa de mis
padres.

Cuando escuchó aquello se detuvo a la altura de sus ojos abriéndolos también parar
mirarla. La pediatra llevó su mano hasta su mejilla acariciándola despacio.

E: ¿Lo dices en serio?

M: Claro… no pienso estar un mes sin verte. –sonreía- Quiero que vengas con nosotras.

E: ¿Y tus padres?

M: Por eso no te preocupes. Lo que si es que… -suspiraba- Ya te he hablado de mi


madre, de cómo es… -la enfermera asentía- Si dijese algo, lo que sea, que sintieras que
te ataca o que intenta incomodarte que no entres en su juego ¿Vale? Es lo que ella
quiere y disfruta sabiendo que lo consigue… y si lo hace sin que yo esté delante quiero
que me lo digas.

E: Pero Maca…

M: Conozco a mi madre, Esther, y ojalá que no… Pero no me extrañaría que esperase a
que no esté contigo para decirte cualquier cosa, y quiero que vengas a contármelo. No
te calles porque entonces es cuando cree conseguir lo que se propone.

E: Está bien… -se recostaba en su hombro.

M: Además, hay una casita pequeña que podíamos ocupar nosotras y no estaríamos
con ellos todo el tiempo…

E: ¿Y me vas a llevar de turismo? –sonreía separándose de nuevo- ¿Me vas a enseñar


donde ligabas, uhm? –se acercaba a sus labios.

M: Esther… -se quejaba sonriendo.

E: Lo digo en serio, eh…

M: ¿Y por qué no pasamos a cosas realmente serias? –se giraba con Esther entre sus
brazos dejándola sobre el colchón- Aun nos da tiempo a seguir donde lo hemos dejado
antes.

E: ¿Y donde lo hemos dejado antes?

M: Pues yo estaba por aquí abajo mientras tú… -sonrió mientras comenzaba a
descender.

E: Eh… sí… ya, ya me acuerdo….

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La terraza de una cafetería en el interior del parque era el escenario perfecto que
Esther y Marta habían decidido para que mientras ellas hablaba, Alba y Luis pudieran
estar a sus anchas y jugar teniéndoles siempre cerca.

Ma: ¿Y cuando os vais?

E: Pues aun no lo sé. En principio era este viernes pero ha estado llamando a su madre
y no hay manera de dar con ella. Me ha dicho que esta tarde volvía a intentarlo desde
el hospital. –miraba hacia el columpio donde estaban los niños.

Ma: ¿Y tan gruñona es esa mujer? Porque tal la pintáis.

E: Maca dice que no es mala, pero que siempre ha tenido un carácter agrio. No llevó
muy bien que se casase con Lucia. En cambio a la niña parece que la adora.

Ma: Que menos… -giraba su rostro también para mirarles.

E: La que me preocupa es Maca… se preocupa demasiado por las cosas y sé que va a


estar todo el tiempo pendiente de mí y vigilando a su madre.

Ma: Bueno, es mayorcita para saber lo que tiene que hacer.

E: Ya Marta, pero si voy con ella es para pasar unas vacaciones tranquilas con la niña.
No quiero que esté todo el día tensa y pensando en si su madre aparecerá de repente.

En aquel momento Alba comenzaba a correr seguida por Luis llegando segundos
después hasta la mesa, la cual rodearon varias veces en la misma carrera hasta que la
niña se detuvo junto a Esther agarrando su silla.

E: Estás sudando, cariño… -pasaba la mano por su nuca- ¿Quieres un poco de agua?

Al: Sí… -respiraba fatigada- ¡Luis ahora vamos al columpio de ahí!

E: Alba descansa un poco anda, que lleváis una hora corriendo y mira cómo estás… -le
tendía un botellín de agua.

L: Mami yo también tengo sed… -se sentaba junto a ella.

Ma: Toma tu botella. -sonreía viendo como ambos bebían casi sin respirar.

Al: ¿Sabes lo que hemos visto antes? –preguntaba de repente a la enfermera.

E: ¿Qué habéis visto?

Al: ¡Un saltamontes! He querido cogerlo pero las patas pinchaban y enseguida ha
saltado… no lo hemos podido coger.

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E: Si supieras la poca gracia que le hace a tu madre que andes queriendo coger bichos
todo el tiempo. –sonreía cogiendo la botella que Alba le entregaba- Un día me la
cargaré yo.

Al: ¡Vamos Luis!

L: ¡Sí!

Ambos salían corriendo con Alba a la cabeza que llegaba hasta lo que ellos habían
bautizado como “nuestro castillo”. La enfermera sonreía viendo como la pequeña subía
hasta lo más alto y llamaba a su sobrino que llegaba segundos después.

E: Estos se llevan muy bien ¿no? –sonreía mirando a su hermana.

Ma: Que no te extrañe que aun siendo hermanas también dentro de unos años seamos
consuegras.

E: Jajaja.

La pediatra terminaba de recoger todo sobre la mesa de su despacho y cuando ya


estaba lista para marcharse recordó que no había vuelto a llamar a su madre. Suspiró
dejándose caer de nuevo en su sillón y descolgó el teléfono.

-¿Si?

M: Por fin… -suspiraba- Llevo dos días queriendo hablar contigo y no hay manera.

-Hola hija. ¿Ocurre algo?

M: Yo estoy bien mamá ¿Qué tal estás tú? –preguntó con ironía viendo como el silencio
continuaba- Vamos a ir para allá el viernes. ¿Estaréis en casa?

-Pues no lo sé porque tu padre anda preparando los acuerdos para promocionar no se


qué convención y hemos estado dos días en Vigo.

M: Ya… bueno pues eso. Que vamos a ir el viernes, llegaremos sobre la hora de cenar
y… -carraspeaba- Dile a Carmen que prepare la casita del abuelo que vamos a estar ahí.

-¿Cómo que ahí? La niña tiene su dormitorio aquí y tú el tuyo. ¿De qué vais a dormir
allí?

M: Esther viene con nosotras… -apretó los labios mientras se recostaba en su asiento y
miraba el borde de la mesa mientras lo acariciaba esperando una reacción- Alba quiere
que venga con nosotras y yo también.

-Ya…

M: ¿Solo vas a decir eso?


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-¿Y qué quieres que diga? Si ya se ve claramente que lo tienes todo planeado. Si
quieres te dejo las llaves en la entrada y no hace ni falta que vengáis aquí.

M: No sigas por ahí mamá.

-¿Y por donde quiere la señorita que lo haga? Estoy un año sin ver a mi nieta y ahora
vienes a decirme que vendrás con esa que se pasa el día en tu casa.

M: No has visto a tu nieta porque no te ha dado a ti la gana, así que no vengas ahora
con aires de abuela dolida porque no va contigo. –comenzaba a enfadarse- Hasta el
viernes mamá.

Sin tan siquiera responder, escuchaba como su madre colgaba el teléfono al otro lado
haciendo que prácticamente tirase el aparato sobre la mesa, frustrada como otras
tantas veces que hablaba con ella. Cerró los ojos intentando calmarse y sacó el móvil
de su bolso.

E: Hola, cariño.

M: ¿Dónde estáis? Voy a salir ahora mismo.

E: ¿Sabes el parque ese de los patos? El que tiene la cafetería en el centro…

M: Sí. Pues salgo para allá, apenas tardo quince minutos ¿vale?

E: Vale, un besito.

Sintiéndose algo más tranquila guardó de nuevo el móvil y cruzándose el bolso salió de
su despacho para ir junto a las dos personas que podían conseguir arreglar su día.

Aparcó el coche cerca del parque y cogiendo tan solo su bolso se encaminó hacia
donde Esther le había dicho que estaban. Podía ver como bastante gente salía ya a
pasar mejor las horas del calor de verano. Ella misma había ido con Esther de compras
para renovar su vestuario, comprando un sinfín de camisetas de tirantes y pantalones
cortos. Sonriendo por recordarlo, vio como en una mesa a pocos metros descubría la
posición de las mujeres.

M: Ya estoy aquí –se inclinaba para besar a la enfermera.

E: Que fresquita estás… -sonreía- como se nota que viene con el aire acondicionado
puesto.

M: Como para no. –se dirigía hacia su cuñada- Hola Marta.

Ma: Hola guapa. ¿Qué tal el trabajo? Traes carilla de cansada…

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M: Pues bueno… -suspiraba y sentía como la enfermera llevaba la mano hasta su nuca
para acariciarla- En verano ya se sabe, abuelos con bajones de tensión… niños que
pillan insolaciones en las piscinas… todo muy entretenido –sonreía.

E: La niña anda por ahí también deshidratándose. –se giraron para verla junto a Luis en
los columpios.

M: He hablado con mi madre… -se giró para mirarla mientras cogía su mano- Han
estado en Vigo y por eso que no la localizaba. Le he dicho que el viernes para cenar
estaríamos allí.

E: ¿Bien, no?

M: Si bueno… luego hablamos en casa. –le ofreció una sonrisa de medio lado y miró los
vasos sobre la mesa- ¿Queréis algo más? Yo necesito algo muy frio.

Ma: No gracias.

M: ¿Y tú cariño? –se inclinó hacia ella- ¿Una cervecita?

E: Vale. –sonreía asintiendo- Pues qué bien… -suspiraba una vez se hubo alejado.

Ma: ¿Qué pasa?

E: Pues que tiene cara de haber discutido con ella… seguro que le ha dicho algo. –se
apoyó sobre la mesa- No estamos allí y ya está consiguiendo que le cambie el humor.

Ma: Bueno tranquila… es normal. Cuando estéis allí verás cómo no es tanto como
parece.

Al: Esther… -llegaba de nuevo hasta la mesa- ¿Mamá cuando viene?

E: Pues… -sonrió de repente- Agáchate aquí conmigo que ha ido a pedir algo de beber y
sale ahora mismo. Le vamos a dar un susto.

La niña sonrió ampliamente mientras se colocaba a su derecha y se ocultaba con la


silla. Luis intentando no reír, se colocaba junto a su madre y Esther se quedaba mirando
a la puerta esperando que saliese.

E: Ya viene… -susurraba.

M: Hola Luis… -sonreía al llegar- ¿Alba donde está?

Al: ¡Bu! –salía dando un salto.

M: ¡Me caguen…! –dejaba los vasos sobre la mesa y salía tras ella- ¡Ahora verás tú! –la
cogía de la cintura sintiendo como esta de dejaba caer.

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Al: ¡Ha sido Esther, mami! ¡Ha sido Esther! –reía con fuerza.

La pediatra se giraba al escuchar aquello y Esther viendo sus intenciones se levantaba


quedándose detrás de su hermana intentando protegerse.

E: Maca que ha sido una broma de nada. Tampoco es para tanto.

Ma: ¡Ah no! Detrás de mí no… -la empujaba para que se moviese- Yo no quiero tener
que ver en esto que no he hecho nada.

La pediatra seguía caminando hacia ella sin decir nada mientras Esther comenzaba a
reír de manera nerviosa al ver como se aproximaba cada vez más a ella.

E: Va cariño… no seas así. –la pediatra sonreía alzando su mano para llamarla con un
movimiento de su dedo incide- No… ¡Pero que ha sido ella! –reía más nerviosa- ¡Que
no!

Sin pensarlo salió corriendo hacia los columpios seguida de la pediatra que en pocos
pasos casi estaba pegada a ella. La enfermera se colocó detrás de un banco que la
protegía, riendo sin poder parar mientras Maca delante pretendía darle alcance. Otra
vez salía corriendo pero siendo más rápida, la pediatra la rodeaba por la cintura
haciendo que segundos después cayesen sobre el césped.

E: ¡Maca! –intentaba soltarse- ¡No seas rencorosa que solo ha sido una broma! –daba
patadas al aire mientras la pediatra se sentaba sobre su vientre.

M: Las cosas se pagan ¿sabes? Y a ti te gusta mucho darme sustos y reírte a mi costa…
-sonreía inclinándose.

E: Y a ti ponerme nerviosa y después tirarme en cualquier sitio, que siempre hace


igual… -seguía intentando liberarse a la vez que Maca pretendía llegar a sus labios- ¡No
te dejo! ¡Quita!

Sonriendo y buscando sus labios, la pediatra conseguía llegar a ellos sintiendo como en
un primer momento la enfermera ponía resistencia y tenía que girar su rostro con
fuerza no queriendo que se despegase de ella. Segundos después conseguía su
propósito y comenzaba a besarla sin soltar sus manos.

M: Ale… -se ponía en pie junto a ella- Ya eres libre. –se sacudía el pantalón.

E: ¡Ahora verás!

Dando un salto la rodeó con sus piernas por la cintura haciéndola caer de espaldas de
nuevo sobre el césped de manera que las dos comenzaron a reír por el golpe.

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E: ¡Te gané! –comenzó a alzar los brazos en señal de victoria haciendo que los niños
corriesen hasta ellas queriendo formar parte de aquella batalla- ¡Venga chicos! ¡La he
derrumbado!

Desde la mesa, Marta sonreía por la escena y negaba en silencio al ver como su
hermana disfrutaba como una niña con la pediatra.

El taxi llegaba a la estación de AVE y Esther junto a la pequeña iban directas al maletero
mientras la pediatra pagaba al taxista para echarles una mano después. Dentro, la
enfermera subía a coscaletas a Alba mientras Maca tiraba del carro con las maletas e
iban hacia el andén.

M: Alba no seas tan cómoda que hace calor y pesas mucho.

Al: Vale… -bajaba no muy convencida- ¿Pondrán película mami? –se cogía de la mano
de Esther.

M: Pues no lo sé cariño, seguramente.

E: Es por aquí… -señalaba hacia donde un azafato recogía las maletas.

M: Toma, sube con ella y ahora voy yo… -le daba los billetes.

Tal y como le había dicho, caminaba sin soltarse de la mano de Alba hasta uno de los
vagones para poco después encontrar los asientos. La niña sonrió al ver que su madre
había elegido justo lo que a ella le gustaba, cuatro asientos divididos por una mesa en
medio que ella usaba para dibujar durante el camino.

M: Ya estoy aquí… -se sentaba junto a la enfermera quedando la niña frente a ellas.

E: Has tardado, ¿ha pasado algo?

M: Que el tío era un inútil y metía las maletas de cualquier forma y no me ha dado la
gana callarme.

E: Ais… mi renegona. –se acercó a ella para besarla.

Al: Oye mami… -se colocaba de rodillas en su sitio- ¿Y la abuela estará cuando
lleguemos?

M: Pues no lo sé, los abuelos andan liados y seguramente nos esperen en casa.

E: ¿Le has llamado para decirle que salíamos?

M: He hablado con Carmen y me ha dicho que cuando la viese se lo diría… tendremos


un coche esperando en la estación para que nos lleve. He pensando que cuando
lleguemos nos podemos ir a cenar al puerto.

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Al: ¡Sí! Yo quiero ir mami, yo quiero ir…

M: Cuando lleguemos llamamos a la tita Ana que me dijo que si podía se venía con
nosotras.

Cuando el tren comenzó a moverse, azafatas y azafatos empezaron a recorrer los


pasillos ofreciendo prensa y varias opciones para picar algo. Alba cogió el libro que
previamente la pediatra le había comprando y sacó sus colores para ir entretenida
mientras Esther miraba por la ventanilla, aunque poco podía distinguir dada la
velocidad, y la pediatra leía concentrada su libro.

E: Ahora vengo… -se puso en pie esquivando las piernas de la pediatra para salir.

M: ¿Dónde vas?

E: Me aburro tanto mirar a ningún sitio.

La pediatra frunció el ceño y la vio caminar por el pasillo rumbo a la cafetería. Cerró el
libro y suspiró guardándolo en su bolso.

M: Cariño, dejo el bolso aquí vale… venimos enseguida, tú no te levantes.

Al: Vale mami.

Cuando llegó a la cafetería la buscó con la mirada encontrándola al fondo en una mesa.
Disculpándose comenzó a esquivar a las personas que casi llenaban aquel vagón y llegó
hasta ella, viendo como elevaba su rostro mostrando una media sonrisa antes de que
se sentase a su lado.

M: ¿Por qué te has venido aquí sola?

E: No sé… -se encogía de hombros quitándole importancia- No se puede mirar


prácticamente nada por la ventanilla y me aburría.

M: ¿Por qué no me lo has dicho? -cogió su mano acercándose a ella para dejarle un
beso en el hombro- ¿No te pasa nada mas?

E: No quiero fastidiarte las vacaciones, Maca. –la miró entonces mostrando su


preocupación- Y sé que será un problema el que yo vaya con vosotras.

La pediatra frunció el ceño al escuchar aquellas palabras y se quedó mirándola a los


ojos por un rato. Esther finalmente bajó la mirada para comenzar a acariciar su mano
mientras la observaba.

M: No vas a estropear nada, muy al contrario vas a hacer que sean las mejores
vacaciones en mucho tiempo solo por el hecho de que estás conmigo. ¿Te arrepientes
de haber venido?

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E: No. –contestó con rapidez.

M: ¿Y no te gusta la idea de pasar un mes juntas con la niña? Ir a la playa, pasear…

E: Claro que sí, no es eso. –negó con la cabeza para mirarla de nuevo- Me encanta estar
contigo, más que ninguna otra cosa.

M: ¿Entonces? –acarició con la nariz su mejilla.

E: No quiero que tú te arrepientas de traerme… que tu madre consiga enfadarte por mi


culpa o no pases los días como esperas.

Rodeándola por los hombros con uno de sus brazos la atrajo hacia ella abrazándola
después. Suspiró y besó su frente dejando pasar unos segundos en silencio para que la
enfermera encontrase calma en aquel gesto.

M: Solo con que tú estés aquí ya es motivo para que nada pueda estropear este viaje.

Más tranquila, caminaba tras la pediatra que no soltaba su mano de camino a sus
asientos. De nuevo cada una en su sitio, Maca no tardó ni cinco segundos en volver a
abrazarla mientras Esther se acomodaba en su hombro. Sonrieron a la pequeña y esta
siguió con su libro.

Pasadas las siete de la tarde el AVE se detenía en la estación de Sevilla y arrastrando de


nuevo el carro con las maletas llegaban hasta la puerta donde como bien había dicho la
pediatra, Rafael, el chofer de la familia, las esperaba con el coche para llevarlas hasta la
finca Wilson.

E: ¿Tus padres tienen chofer propio? –preguntaba dentro del coche.

M: Sí. Está desde que yo era pequeña con ellos y es como de la familia. Dentro del
coche es muy serio, luego te lo presento. –sonrió cogiéndole la mano.

Al: Rafael… -se inclinaba hacia él.

R: Dígame, señorita. –la miraba por el retrovisor sonriendo.

Al: ¿Cuándo lleguemos me abres el techo a que sí? –sonreía.

R: Claro. En cuanto entremos me lo recuerda y yo se lo abro.

Al: ¡Guay!

M: Le gusta ponerse de pie en el asiento y mirar desde ahí. Rafael va más despacio y así
no hay peligro. –le susurró a la enfermera.

E: ¿Y yo puedo también?

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M: Jajaja.

La llegada fue de todo menos aburrida. La niña no tardó ni un par de segundos en


pedir a Rafael que abriese el techo para después ponerse de pie sobre el asiento y
sacar parte del cuerpo para ver toda aquella tierra. Esther de igual manera se puso en
pie colocándose a su lado y quedar completamente impresionada por todo aquel
espacio de viñedos y más viñedos. Sonreía al sentir como el aire chocaba contra su
rostro con un olor que jamás apreciado de esa manera y que le hacía cerrar los ojos
queriéndolo disfrutar. Desde su asiento la pediatra sonreía al escucharlas a ambas reír
y gritar mientras alzaban los brazos imaginando que volaban.

Minutos después el coche se detenía frente a la gran mansión de los Wilson y Esther
bajaba del coche aun mas sorprendida por todo cuanto estaba viendo.

E: Por dios, Maca… -se cogía a su brazo- Esto es enorme.

M: Y aun no has visto lo realmente bonito. –sonrió mirándola- Vamos a bajar las cosas
del coche y vamos a la casa a dejar las maletas. ¡Alba ven aquí!

La niña que ya había comenzado a correr detrás de uno de los perros regresaba y cogía
su macuto para caminar hasta la pequeña casita que había a uno de los lados de
aquella parte de la finca. Esther seguía de cerca los pasos de la pediatra mirando al
fondo la casa que esta había dicho que ocuparían. Pero lejos de haberse hecho una
idea correcta, aquello era más de lo que hubiera imaginado.

Sin poder de dejar de mirar a su alrededor escuchaba como Maca abría la puerta
dejando las maletas a un lado y encendía la luz.

M: Pues aquí estaremos más de tres semanas.

Lo que vio ante ella no hizo otra cosa que dibujar una sonrisa en sus labios. Aun más
cuando sintió como Maca abrazaba su cintura por detrás y pegaba su mejilla contra su
rostro.

M: ¿Te gusta?

E: Es preciosa, Maca… -miraba hacia arriba viendo hasta donde llegaba la escalera-
Cuando dijiste casita de madera la verdad es que no pensé en esto…

M: Antes estaba bastante mal. Al morir el abuelo mi madre la mandó reformar


pensando en mantenerla para los invitados. Ven… -cogía su mano sonriendo- Te la voy
a enseñar.

Subieron las escaleras tan rápido que la enfermera no podía evitar reír mientras se
agarraba para no caer rodando de nuevo hacia abajo. Ya en la parte superior pasaron
hasta el dormitorio que había al final del pequeño pasillo.
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M: Esté será nuestro dormitorio… -abría la puerta dejando que entrase ella primero.

E: Me encanta… -caminaba despacio- Es perfecta –se giraba de nuevo viendo una


puerta- ¿Este es el baño?

M: Sí –sonreía desde la puerta mientras metía las manos en los bolsillos de su


pantalón- Abajo hay uno más grande, pero me gusta más este… no sé.

E: ¿Y esta escalera donde va? –se asomaba desde la barandilla.

M: Baja a ver… -le hacia una señal con la cabeza haciendo que prácticamente bajase
corriendo haciéndola sonreír.

E: ¿Tenemos una terraza para nosotras? –preguntaba sorprendida desde abajo- ¡Madre
de dios!

M: ¡Sube que te enseñe lo demás, anda!

Sin soltarse de la mano de Maca iban hasta la habitación que ocuparía la pequeña, que
se afanaba en sacar su ropa para colocarla y bajaron de nuevo al salón. La enfermera
volvía a detenerse para mirar todo con detalle para más tarde seguirla de nuevo hasta
otro dormitorio pequeño y un despacho.

M: Este es el baño… tan pijo como mi madre así que no te asustes.

E: La leche… si debe dar pena entrar por si lo estropeas. –la pediatra sonreía.

M: Ven, que seguro que la cocina te va a encantar… la elegí yo. –sonrió girándose hacia
ella- Así de paso bebo un poco de agua que estoy que me da algo.

Después de unos metros llegaban a la puerta. La cual empujaba la pediatra sin tener
que girar ningún pomo y le daba paso a Esther.

E: Que bonita… -caminaba acariciando la madera- ¿Y quién limpia todo esto? Porque
me da pena… -se giraba sonriendo- Yo saldría corriendo.

M: ¿Entonces te gusta? –se acercaba a ella rodeándola por la cintura.

E: ¿Cómo no me va a gustar? Tendría que estar ciega… ¡y tampoco! –reía- Es genial… iré
con mil ojos para no tocar nada no sea que luego tu madre lo note.

M: No digas tonterías anda… -se acercaba para besarla- Además, apenas estaremos
aquí y… cuando lo estemos estarás bastante entretenida.

E: ¿Uhm? –sonreía.

Al: ¡Mami! ¡Mami! ¡La tita Ana está en la puerta con su coche!

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La niña salía corriendo hasta la puerta mientras ellas sonriendo se besaban antes de ir
en la misma dirección.

Cuando ambas salieron pudieron ver un deportivo rojo aparcando a unos metros de la
casa. La niña ya corría hacia él cuando Ana salía del vehículo abriendo los brazos para
coger a la pequeña en brazos.

A: ¡Qué guapa que es, leche! –comenzaba a besarla con fuerza- ¡Si es que te comía!

Al: Jajaja.

M: Déjame algo de ella que me la tengo que volver a llevar a casa en un mes. –sonreía
frente a ellas.

A: ¡Y a ti no te como porque está tu enfermera delante!

Corrió hacia ella para abrazarla también y dejar dos sonoros besos en su rostro y
volverla a abrazar como anteriormente. Segundos después y sin borrar su sonrisa se
separaba para ir hasta la enfermera.

A: Hola, Esther. –le daba dos besos y un pequeño abrazo- ¿Qué tal la casita?

E: Pues ya ves. –sonreía metiendo las manos en los bolsillos traseros de su pantalón.

A: Lo sé, vergonzosa de pequeña que es… -ponía los ojos en blanco haciéndolas reír-
Bueno ¿y qué? ¿Nos vamos a dar un paseíto y a cenar? Me tenéis que poner al día.

M: ¿Sí, no? –se giraba hacia la enfermera.

E: Yo estoy que me comería una vaca entera… así que yo voto que vayamos a cenar.

A: No se hable más. ¿Viene la pequeña amazona conmigo? –se inclinó hacia la


pequeña- Y vamos con la capota bajada ¿Vale?

Al: ¡Sí! ¿Puedo mami?

M: Sí, pero el cinturón puesto y los brazos dentro del coche. Que no te vea haciendo lo
contrario.

A: Ay chica… Cuando te pones así me recuerdas a tu madre, de verdad te lo digo. –


cogiendo la mano de la niña se giró para ir yendo hacia el coche.

E: ¿Y no vamos a ir a ver si está tu madre?

M: Si no ha salido cuando hemos llegado con Rafael es que no está, así que no te
preocupes… -la rodeó por los hombros para ir hasta el garaje- ¿Qué prefieres? ¿Negro
o azul?

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E: ¿Cómo que negro o azul? ¿El qué?

Sonriendo, la pediatra accionaba la puerta del garaje haciendo que esta comenzase a
esconderse mostrando tras ella un gran espacio con varios coches. La enfermera abrió
los ojos por completo al ver varios modelos llamativos frente a ella y fue entonces
cuando descubrió un Audi descapotable en azul oscuro.

E: ¡Por supuesto que azul!

M: Pues venga… -se giró para ir hasta un pequeño armario en la pared, el cual abrió y
buscó entre varios juegos de llaves hasta dar con el que quería- Arriba.

E: ¿Qué pasa con tu familia? ¿Qué tenéis acciones de Audi o qué? –entraba sonriendo.

M: En eso mi padre y yo nos parecemos… -entraba en el coche- El mío aparte de que


me guste lo compré porque es grande y lo prefiero por la niña.

E: Sí, sí… -sonreía- Y porque te gusta vacilar con él.

M: Ais… -negaba con la cabeza mientras arrancaba y salía hacia el exterior colocándose
paralelamente con Ana en la salida- ¿Me sigues?

A: Claro. Pero no vayas por el centro que a estas horas estará horrible, echa por aquí
detrás y vamos por la playa y llegamos al puerto mejor. –la pediatra asentía.

Al: ¡Esther! ¿A que está guay? –preguntaba emocionada.

E: ¡Ya ves! ¡Luego yo te peino a ti y tú a mí! ¿Vale?

M: Jajaja anda que vaya tela, cariño –sonreía mirándola- Vaya tela.

Como habían quedado, la pediatra dirigía el coche por la parte trasera de la finca.
Varios minutos después salían por otra de las puertas y recorrían un camino de tierra
que se adentraba por una zona alta y aun no podía distinguirse que había tras ella. La
enfermera de lado, llevaba la mano derecha de la pediatra entre las suyas mientras
escuchaba como iba contándole alguna cosa sobre aquel lugar.

En una pequeña subida la pediatra cesó en sus palabras y despacio fue girando en una
curva hasta llegar a la bajada por donde ya se veía la carretera hasta la playa. Esther
comenzó a mirar al frente justo cuando ya cogían velocidad y distinguía el mar al fondo,
que aunque ya anochecía, se apreciaba perfectamente.

E: Estoy deseando ir a la playa y bañarme.

M: Mañana en cuanto nos levantemos lo preparamos todo y nos bajamos. –sonreía-


Donde vamos está justo en el paseo y la playa a pocos metros.

E: Me encanta este sitio, Maca… tiene que ser una maravilla vivir todo el año aquí.
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Sonrió girando su rostro. Las luces de los bares y comercios que aun permanecían
abiertos daban vida a todas aquellas calles por las que pasaban. Aun se podía ver como
bastantes personas regresaban después de un día de playa con las toallas en la mano y
en trajes de baño.

Poco después llegaron al puerto viendo como decenas de barcos se iban acumulando.
La enfermera lo miraba todo sin borrar su sonrisa.

Tras dejar los coches en un parking público que había no muy lejos comenzaron a
caminar sin prisa hasta el restaurante. La niña corría por el paseo mientras la pediatra
caminaba junto a Ana viendo a Esther seguirle el juego a la pequeña.

A: Mamá Wilson no ha hecho aparición ¿no?

M: No. Hemos llegado y no ha salido nadie así que supongo que estarán por ahí. Pero
lo prefiero… así esta noche estamos tranquilas.

A: Ya, pero en algún momento tendrás que tenerla delante. Y cuanto antes mejor que
así si tienes que no querer verle el careto durante el resto del mes lo decides pronto.

M: Que bruta eres, Ana.

A: Pero es la verdad y lo sabes… Lo que me gustaría ver es como Esther le canta las
cuarenta… -sonreía.

M: Esther no va a hacer eso porque no es como ella. Tiene carácter vale, pero ya lo
hemos hablado y sabe lo que hay.

A: Lo que le hace falta a tu madre es que alguien se le ponga delante y le diga cuatro
cosas bien dichas para que se le quite la tontería.

Ya en la terraza del restaurante tomaron asiento alrededor de una de las mesas.


Pidieron refrescos y una jarra con sangría, y varios platos con calamares, marisco y
patatas fritas para complacer a la pequeña.

Al: Esther… ¿me pelas una gamba?

E: Claro que sí… -cogía una de la fuente y comenzaba a pelarla sobre su plato- Toma.

Al: Gracias.

A: Parecéis toda una familia, eh… -susurró a la pediatra que sonreía para volver a
mirarlas.

Después de cenar todo y cuanto habían querido pedir, un grupo de niños se acercó a la
mesa para preguntar a Alba si quería ir con ellos a jugar, a lo que las tres mujeres

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sonrieron para más tarde recibir la aprobación de la pediatra con la condición de que
pudiera verla en todo momento.

Así habían pasado al postre y Ana junto a la enfermera disfrutaban de un flan casero
con nata y la pediatra su habitual café solo.

A: No sé cómo no acabas de los nervios con tanto café. Acabarás con el estomago
destrozado, verás.

M: Pero tú déjame a mí ¿no? –sonreía- Cada una tiene sus vicios y el mío es el café y
punto.

A: Que cosa de mujer… -negaba mientras miraba a Esther que sonreía.

E: ¿Quieres un poquito cariño? Esta fresquito y riquísimo.

M: Si me lo das tú sí. –sonrió acercándose.

E: ¿Te hago el avioncito o te basta con que te lo meta en la boca? –sonreía con la
cuchara en el aire.

M: No me vaciles, eh… -la miró arqueando una ceja y segundos después recibía su
flan- Está rico sí.

E: Ya te lo decía yo. –untaba su dedo en la nata para marcharle la nariz- Que guapa.

La pediatra giraba su rostro para mirar a Ana sin quitarse aquel pegote blanco de la
cara. Se encogió de hombros haciendo que esta soltase una carcajada y más tarde la
enfermera contagiada se acercaba de nuevo a ella.

E: Dame que te lo limpie anda.

M: Me pierden el respeto… -negaba mirando el café- Yo no sé que mas hacer.

E: Trae quejica.

Tomándola por la barbilla la obligó a girar su rostro y entonces atrapar la nariz entre
sus labios limpiando así la nata.

A: Uy uy uy… que esto parece para ponerle un rombito.

M: Oye y… -ignorando el comentario de su amiga se acercaba aun mas a la enfermera-


¿Y a ti eso de la nata te gusta?

E: ¿El que de la nata? –la miraba fingiendo no entenderla.

M: Tú… yo… la nata. –subía repetidas veces las cejas mientras sonreía.

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E: Jajaja ¡Luego soy yo la que revoluciona sabes! –miraba a Ana- Y en el fondo la
morbosa es ella. –la señalaba riendo- Que lo sepas.

M: Pero si eres tú que me altera. –fue con rapidez hasta su cuello para darle un
mordisco- Me altera. –se dirigía a Ana- Es su culpa.

A: Me parece a mí que las dos andáis cachondas todo el día y vais de angelitos por el
mundo.

MyE: Jajaja.

A: Sí, sí… vosotras reírse pero es que la cosa tiene tela… le quitáis a una las ganas de
salir a vuestro lado. Viciosas, que sois unas viciosa.

E: No te creas eh… que aquí la señora no rinde tanto como quisiera… -doblaba la parte
de su mantel.

M: ¿Perdona? –se giraba con rapidez.

E: Jajaja. –riendo de nuevo se abrazaba a su cuello- Es broma cariño, es broma no te


enfades.

A: Y oye… una cosita. –se apoyaba en la mesa mirando a la pediatra- ¿Y esa ropa?
Porque en tu armario no la tenías antes. Para otra cosa no, pero para recordar ropa
nadie me gana.

Mientras hablaba repasaba el cuerpo de su amiga, que sin ser como era habitual en
ella, iba ataviada con un pantalón corto vaquero y una camiseta de tirantes en colores
azul y verde creando una imagen bastante cómoda como veraniega.

M: Pues aquí la niña… -movía la cabeza señalando a la enfermera- Que me llevó de


tiendas casi a la fuerza para comprarme de todo, tengo diez pantalones cortos y de
camisetas ni hablemos… -apoyaba el codo sobre la silla acomodando después su
mentón sobre su mano.

A: Pues bien que hiciste. –asintió mirando a Esther.

E: Ya lo sé, tampoco me costó mucho no te creas. Pero es que verla de camisa y


pantalón largo me daba calor hasta a mí. Ahora va fresquita y cómoda.

M: Pues sí.

E: Lo único malo es que he pillado a más de uno comiéndosela con los ojos y puede
que tengamos un disgusto un día por eso. –suspiraba- No quiero tener que matar a
nadie hasta dentro de unos años.

MyA: Jajaja.

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M: No hace falta que mates a nadie cariño. –sonreía cogiendo su mano- Si con que le
des dos gritos de esos tuyos le queda más que claro a cualquiera.

A: La verdad es que a mí ni se me ocurriría acercarme, eh.

E: ¿En serio? –preguntó con seriedad.

A: Y tan en serio… -miraba a otro sitio.

E: Pues genial… y sin ponerle empeño ¿ves? –se giraba hacia la pediatra- Todita para
mí.

M: ¿Acaso lo dudabas?

E: No, pero me gusta tenerlo aun más claro. –se acercaba a ella- Pero sobre todo que lo
sepas tú.

M: Yo eso lo tengo muy claro, cariño. –sonreía sin moverse.

A: ¡Pero por favor! ¿Podéis parar? Que mira que me meto en una discoteca y veis como
desaparezco. Me estáis dando la noche. –se cruzaba de piernas mirando a otro sitio.

Al: ¿Qué te pasa tita? –llegaba corriendo a la mesa y cogía su vaso de agua bebiendo
después casi todo de un trago.

A: Nada hija… que a veces hay hambre y… -la pediatra giraba su rostro para mirarla- y
nada…

M: Cariño no bebas tan rápido no sea que te atragantes… -esta seguía- Alba. –volvía a
reñirle.

Al: Aahh –respiraba- Ya está.

E: Ya lo vemos. –sonreía- Ahora no corras mucho que te dará flato y eso duele.

M: A ella no, ya se puede beber un barril entero que luego te corre la playa de punta a
punta y se bebe otro.

Al: ¡Adiós!

M: ¿Ves? –estiraba el brazo mirando a la enfermera- Es algo sin explicación… pero así
es.

E: Será igual que la madre y no tiene hartura para lo que le gusta. –sonreía mirando a
Ana.

A: Esto es asqueroso. –suspiraba.

MyE: Jajaja
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De vuelta a la finca, Alba iba durmiendo en la parte trasera después de apenas cinco
minutos en camino. Se habían despedido de Ana hasta el día siguiente que irían a la
playa a pasar la mañana. Ya frente a la casa, Esther cogía en brazos a la pequeña
mientras la pediatra iba abriendo puertas delante de ella hasta llegar al dormitorio.

E: Pobre… con el día que lleva y luego el tute que se ha dado corriendo por ahí.

M: Pero mañana a las nueve la tienes despierta y queriendo irse a la playa ya verás. –
sonreía cerrando la puerta- ¿Y tú qué? ¿También estás cansada? –la abrazaba.

E: Tanto que tengo que coger energías… -se giraba- ¿Y a que no sabes de quien las voy
a coger, uhm? –agarraba los tirantes de su camiseta.

M: Ni idea… -sonreía.

E: Pues ven que te lo voy a contar.

Cogió su mano y tirando de ella comenzó a caminar hasta el dormitorio. Una vez
dentro cerró la puerta sin apenas separarse de ella y se giró de nuevo quedando frente
a frente. Maca colocaba las manos en su cintura mientras era obligada a caminar hacia
atrás.

E: ¿Qué tal el día? –preguntaba mientras llevaba las manos hasta el botón de su
pantalón.

M: Muy bien, sí… -la miraba sin moverse- ¿Y el tuyo?

E: Genial. –la miraba fijamente mientras con las manos en el borde del pantalón los
movía para que cayesen al suelo.

Una vez en silencio vio como la enfermera se agachaba para quitarle el pantalón por
completo. Desde aquella misma posición elevó su rostro viendo como la pediatra la
observaba y cogió los extremos de su braguita para bajarla también acompañando el
gesto por una caricia en el descenso.

E: Pero lo mejor aún está por venir.

La pediatra sintió un escalofrió al escucharla mientras la veía volver a ponerse de pie


frente a ella. La obligó a subir los brazos para después, bastante despacio para su gusto,
quitarle la camiseta dejándola entonces completamente desnuda.

E: Échate.

M: ¿Y a mí no me dejas? –preguntó acercándose a ella.

E: No. –negó en silencio mientras daba un paso atrás- Échate.

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Mientras la pediatra llegaba hasta la cama y se recostaba sin dejar de observarla, dio
dos pasos más atrás con los ojos fijos en ella a la vez que tiraba del hilo de su pantalón.
Sintiendo como este ya no se apretaba a su cintura metió ambos pulgares por el borde
y comenzó a bajarlos los justo para que finalmente cayesen por su propio peso.

Elevando una tras otra las piernas las sacó por completo y los alejó de ella con el pie.
Cogió los extremos de su camiseta y elevándola despacio fue dejando su torso
desnudo.

Sin prisa y habiéndose desprendido de la ultima prenda, llegó hasta el borde de la


cama, subió ambas rodillas para ir acercándose despacio hasta Maca que con la
espalda apoyada en el cabecero la miraba en todo momento.

E: ¿Me has echado de menos?

M: No. –sonrió pegándose a sus labios.

E: ¿Entonces no quieres que siga? –se alejaba de ella para mirarla a los ojos.

Haciendo que la pediatra no cambiase su posición fue acercándose a su rostro. Esta


respiraba lo mas tranquilamente que podía mientras la miraba en todo momento.
Ladeó su cabeza para dejar un beso en su cuello e ir bajando de manera lenta hasta
llegar a su hombro.

La pediatra llevó una de sus manos hasta su pelo, acariciándolo sin prisa, suspirando al
sentir que comenzaba a besar su pecho, teniendo que cerrar los ojos al sentir como su
lengua ya jugaba con su pezón.

El aliento cálido de la enfermera chocaba contra su piel con absoluto deseo. Sentada
sobre sus piernas flexionadas volvió a marcar dirección a su cuello. Diferente a la vez
anterior, dio un pequeño mordisco de bienvenida mientras llevaba sus manos a los
costados de la pediatra. Su lengua impasible quiso marcar también aquella piel
arrancando así los primeros gemidos de Maca mientras sentía como las manos de la
enfermera apretaban su piel.

M: Esther… -ladeando su rostro buscaba el de la enfermera.

Sintiendo como la buscaba, giró su rostro lo justo para que sus labios se alcanzasen.
Aquel primer roce pareció más bien un choque impaciente. La presión y la fuerza casi
llegaban a deformar la figura de los labios de ambas mientras hacían lo posible para
llevar el control.

Tras unos minutos en los que la respiración llegaba a su estado más inquieto, Esther se
separó respirando agitadamente, mirando sus ojos, sus labios… volvió a besarla con
desesperación a la vez que le iba indicando que abandonase su posición para
recostarse.
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No se soltaban, aquello era lo que querían y así permanecían. Gimiendo en la boca de
la otra, arrancado de los labios ajenos el suspiro que llevaba el aire a sus pulmones, la
humedad que impedía que aquella piel se secase.

Con ambas rodillas sobre el colchón y el cuerpo de la pediatra entre ellas, la enfermera
volvía a separarse, Maca protestó volviendo a buscarla, encontrando la distancia que
era impuesta, suspiraba mirándola para volver a intentarlo y ver que no era complacida
en aquel momento. Sin dejar de mirarla, Esther mantenía su posición, podía distinguir
a la perfección como su pecho subía y bajaba intensamente, se movió con rapidez
acariciando los labios de la pediatra con su lengua separándose de nuevo cuando esta
quería impedírselo.

Sonrió con malicia cuando comenzaba a moverse para descender en su posición,


teniendo su pecho fácilmente al alcance. Se inclinó comenzando a besar uno de ellos,
encontrando tan solo segundos después como este respondía a sus estimulaciones y el
cuerpo de la pediatra se curvaba a la vez que escuchaba su nombre una y otra vez.

Bajando llegó a su estomago, mordiendo por instinto, lamiendo por excitación,


besando por necesidad… Su ombligo fue presa fácil cuando la pierna derecha de la
pediatra se movía dejando espacio y haciéndole sonreír. Su lengua se coló curiosa en
aquel pequeño hueco mientras su mano descendía por si sola hasta colarse por donde
pretendía, encontrando calor, humedad, una tentación solo para ella. La pediatra gimió
ante el contacto moviendo su cuerpo.

E: Mmm… -mordía de nuevo volviendo a descender despacio.

M: Esther… vamos…

Con impaciencia movía sus caderas buscando su cuerpo, queriendo acabar con aquella
lejanía que torturaba sin clemencia.

E: Sshh.

Mordió la piel cerca de sus nalgas mientras con su mano derecha apretaba uno de sus
muslos por la parte inferior, descendiendo.

Acoplándose entre ambas piernas hacia creer a la pediatra que por fin llegaría el
momento en que cesaría la tortura, seria complacida. Así lo hacía Esther que dejando
su rostro a pocos centímetros de su sexo lo miraba con calma, viendo como este se
contraía impaciente, esperándola con ansia.

Lo acarició mínimamente viendo como su cuerpo se retorcía. Sonrió pinzándose el


labio mientras unía sus dedos índice y corazón para lentamente ir abriendo camino. Las
manos de la pediatra se agarraron con fuerza al sentir la intromisión, primero pausada,

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reconociendo, buscando, hasta que incrementando poco a poco su movimiento,
comenzó a salir y a entrar en ella sin compasión.

Se mordió el labio no queriendo gritar, lo necesitaba, suspiraba cerrando sus ojos con
fuerza, movía su cuerpo alejándose para acercarse después arrepentida.

Cuando creía que debía parar no queriendo que llegase ya el momento, la enfermera
sacó sus dedos escuchando un gran suspiro, uno que no fue suficiente para la calma,
aquel cuerpo seguía moviéndose presa de la excitación recorriendo sus venas, se
acomodó mejor frente a aquel mismo punto y acariciando su clítoris tan solo unos
segundos se inclinó lo suficiente para llegar con sus labios.

Sabía lo que quería, sabía que aquello no duraría, no quería alargarlo y eso haría.
Atrapó su punto más sensible, rodeándolo con sus labios, succionando a la vez que con
la punta de su lengua parecía querer darle mas placer.

Un dolor placentero llegó a su columna recorriendo esta a la velocidad de la luz. Esther


parecía haberse adueñado de aquel lugar no dejando que escapase de entre sus labios.
Casi enloquecida, y haciendo fuerza con los talones sobre el colchón, elevó sus caderas
intentando que aquello acabase, pero la enfermera no estaba por la labor y
moviéndose junto a ella seguía aquella dirección. La miraba, sabía que llegaba, faltaba
poco y tomando aire por última vez, succionó con aun más fuerza, estirándolo, hasta
que tensando su cuerpo por completo, la pediatra recibía lo que había estado
esperando, cayendo de nuevo exhausta sobre el colchón.

Sobre la enfermera, Maca se mantenía de rodillas en la cama con su cuerpo entre las
piernas. Besaba su cuello ejerciendo presión en sus manos, obligándola a no poder
moverlas o elevarlas del colchón. Besaba su cuello mientras le dejaba espacio y total
libertad. Girando su rostro hacia que Esther la imitase pero hacia el lado contrario
mientras ella seguía recorriendo su cuello, sintiendo como se estremecía al contacto
con su aliento.

Lentamente se había ido separando lo justo para quedar frente a su rostro. Miraba sus
ojos viendo casi a la perfección como sus pupilas se contraían y bajando su mirada
descubría sus labios mínimamente abiertos para dejar pasar el aire. Sin dudarlo se
inclinó hasta ellos, atrapándolos entre los suyos, humedeciéndolos al mismo tiempo en
que dejaba pasar su lengua…

Liberando una de sus manos llevaba la suya hasta su costado, acariciándolo en el


descenso con tan solo la punta de sus dedos hasta llegar a su cintura para volver a
ascender mientras no se había separado aun de su boca. Estirando por unos segundos
su labio inferior se separaba finalmente para quedar a escasos centímetros mientras
guiaba su mano despacio entre ambos cuerpos sin dejar de mirarla a los ojos.

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Inclinando el hombro derecho conseguía llegar a la perfección sintiendo como abría sus
piernas casi automáticamente haciéndole sonreír. Se pinzó el labio al sentirla, al
deslizar sus dedos entre aquella piel mientras notaba su propia excitación y también
necesitaba suspirar.

Mirando sus ojos introducía apenas la punta de sus dedos sintiendo como la enfermera
curvaba su espalda.

M: Pídemelo… -susurraba contra sus labios- Dime qué quieres…

La enfermera abrió sus ojos a la vez que tragaba y se humedecía los labios sin poder
dejar de mover sus caderas. La miró fijamente y con rapidez fue hasta sus labios para
morderlos mínimamente y comenzar un beso fiero y apasionado mientras llevaba su
mano hasta la de la pediatra, obligándola a entrar por completo, soltando entonces el
aire que llenaba sus pulmones.

Movía su mano sin ningún miramiento, sintiendo como la enfermera rodeaba su cuello
con ambos brazos, respirando junto a su oído.

Después de un rato separaba su mano de aquel rincón y volvía a coger las de la


enfermera para dejarlas sobre el colchón, se miraban de nuevo, respiraban con
dificultad, tenían calor, sentían el sudor recorrer sus cuerpos, el tiempo se había
parado y ellas tenían el mundo en aquella habitación…

La pediatra comenzaba a mover sus caderas sobre ella, friccionando sus sexos con total
facilidad, no dejaban de mirarse, de moverse, ambas al mismo ritmo, Esther cerraba los
ojos un instante para volverlos a abrir y ver el rostro de Maca frente a ella, su pelo
balancearse en el aire, sus hombros brillar mínimamente por la luz que se colaba por la
ventana…

En movimientos lentos, pero ejerciendo más presión, ambas cerraban los ojos al sentir
que apenas unos segundos después llegaría, volvieron a mirarse y colocando las manos
sobre el colchón, la pediatra se inclinaba para llegar a sus labios sin llegar a tocarlos,
justo cuando dejaban de respirar por un instante, cuando el corazón se detenía para
después dar un fuerte latido contra el pecho antes de recuperar su ritmo y volver
lentamente a la normalidad.

Despacio fue dejando su cuerpo caer, pegando su rostro a la almohada mientras


intentaba respirar y sentía las manos de Esther sobre su espalda. De nuevo se
incorporaba para poder mirarla y sonreír.

E: Estás sudando… -arrastraba las palabras en un suspiro mientras pasaba la mano por
su frente retirándole el flequillo.

M: Si es que este es un deporte bien sano.

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E: Jajaja. –reía a la vez que la pediatra se escondía en su cuello.

Bocabajo en la cama comenzó a sentir como besaba su espalda y sonrió sin moverse
dejando que siguiese. El peso sobe su cintura le hizo saber que se había sentado sobre
ella y segundos después continuaba con los besos acompañados también con caricias
sobre su costado.

M: ¿Qué haces ya despierta? –preguntó sin girarse.

E: Que son las nueve y media… la niña se ha levantado y ha ido a ver a tu madre.

M: Ah… -contestó sin entusiasmo.

E: ¿Te levantas o qué? –se dejaba caer a su lado para mirarla- Vaya pelos que llevas
cariño. –sonreía.

M: Pues anda que tú. Ya podías haberte peinado… -volvía a cerrar los ojos.

E: Yo por lo menos me he levantado y ya he dado de desayunar a tu hija. –contestaba-


Todo por no molestarte y dejar que durmieras.

M: Pues haber seguido en la cama, ya me hubiera levantado yo.

E: ¿Nos hemos despertado de malas? –le daba un pellizco en el trasero.

M: ¡Esther! –se incorporaba manteniendo su peso con ambos brazos sobre el colchón-
Eso ha dolido ¿sabes?

E: Me alegro. –se levantaba- Yo voy a ducharme y a vestirme. Y si no quieres que me


presente delante de tu madre sin ti ya puedes hacer lo mismo.

Viendo que se levantaba malhumorada se sentó en el borde de la cama cubriéndose


aun por la sabana. Suspiró y fue hasta ella para quedar a su espalda.

M: Perdona… -bajó la vista.

E: ¿Por qué? Si ya conozco ese humor tuyo… en el fondo me pone. –quiso esquivarla
pero la pediatra agarraba su brazo- ¿Qué? –preguntó enfadada.

M: Que lo siento ¿Vale? Por un momento había olvidado a mi madre y no sé por qué
me he puesto así. Perdóname.

Fue soltando su brazo poco a poco con la esperanza de que no volviese a hacer por
marcharse. Bajó la vista al suelo y apretó los labios arrepentida por haberle hablado de
aquella manera. Casi arrastrando los pies se giró para ir de nuevo hasta la cama y
sentarse a los pies de esta.

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E: ¿Por qué te afecta tanto, Maca? ¿Por qué no intentas hacer tu vida sin que tu madre
consiga ponerte de ese tan mal humor?

M: Porque es mi madre y la conozco.

La enfermera suspiró y caminó hasta ella para sentarse sobre sus piernas. Con la mano
en su barbilla la obligó a mirarla.

E: ¿Y a mí me conoces? ¿Confías en mí? –la pediatra asentía bajando de nuevo la


mirada- Pues no te preocupes anda. Y levántate.

Le dio un rápido beso en los labios para girarse de nuevo con intención de ir a la cocina.
En la puerta se detuvo sonriendo.

E: Y si eso pues le puedo ladrar un poquito ¿no? –la pediatra se giraba lo justo para
mirarla y ladear el rostro mostrando una pequeña sonrisa- Vale… no ladrar a la suegra.
–salía de allí cerrando la puerta.

De la mano caminaba junto a Esther hasta la casa de sus padres. Antes de llegar se
encontró con el jardinero y este les hizo saber que se encontraba en el jardín trasero
con la pequeña. La pediatra suspiró y guió a Esther hasta metros después donde ya
podían escuchar a Alba. La enfermera por inercia soltó la mano de Maca haciendo que
esta se detuviese extrañada.

M: ¿Por qué haces eso?

E: Así de primeras seguro que es mejor, Maca. Si no pensará que llegas con intención
de molestarla.

Mirándola a los ojos volvía a coger su mano pero con más fuerza.

M: No vuelvas a hacerlo ¿Vale? –preguntó con suavidad- Nunca más me sueltes la


mano por nadie.

E: Vale, perdona.

Se inclinó lo justo para llegar a sus labios y darle un beso para después volver a
caminar. Justo antes de girar para llegar al jardín, la enfermera sintió como apretaba
con fuerza su mano y contestó al gesto queriendo que se sintiese acompañada. Pocos
fueron los segundos que permanecieron inadvertidas hasta que Alba bajó de su silla
para correr hasta ellas haciendo que el matrimonio se girase descubriéndolas caminar
juntas.

M: ¿Has dormido bien cariño? –la cogía en brazos.

Al: Sí, mami. La abuela me está dando fresas… -sonreía- ¿Vamos a ir a la playa?

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M: Enseguida. –volvía a dejarla en el suelo.

Escuchando lo que su hija le contaba sonreía mientras terminaba de recorrer los


metros hasta la mesa donde estaban sus padres. Justo cuando llegó alzó la vista
encontrándose con la misma mirada de su madre, repasando, queriendo ver más allá
de todo…

M: Hola, mamá… -se inclinaba para darle un beso- Hola, papá.

-Hola, hija.

M: Os presento… -su padre se ponía en pie- Ella es Esther, mi padre Pedro…

P: Encantando. -se acercaba para darle dos besos.

E: Un places señor Wilson.

M: Y Rosario… mi madre. –daba un paso atrás mientras miraba a la niña.

E: Señora Wilson. –viendo que esta no se levantaba extendía su mano saludándola.

R: Hola. –respondía al gesto.

P: ¿Vais a ir a la playa? –le preguntaba a su hija metiendo ambas manos en los bolsillos
de su pantalón- Llévate el cuatro por cuatro y podéis meter mejor lo que queráis llevar.

M: No te preocupes, vamos a pasar la mañana así que no necesitamos tanto espacio.


¿Vais a comer aquí?

P: Nos vamos en un rato que nos invitaron a una cata y luego vamos con tu tío Alfredo
a comer.

M: Ya bueno, pues… -miró a Esther- Nosotras nos vamos que queremos coger sitio
antes de que todo el mundo decida ir. Alba, dale un beso a los abuelos.

Sin moverse de su posición, veía como la pequeña iba hasta su abuela primero y era
abrazada con cariño. Sonrió triste al ver como solo con ella, parecía dejar aquel
carácter autoritario. Después de despedirse también de su abuelo volvía hasta ella
cogiéndose de la mano de Esther.

Al: ¿Sabes que mis abuelos también tienen caballos? –preguntó mientras comenzaban
a caminar.

E: ¿Si? Que guay ¿no?

Desde su posición, seguía observando cómo su hija se marchaba y aquella mujer


hablaba con su nieta de forma bastante familiar. Suspiró levantándose haciendo que
Pedro la mirase.
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R: Ahora le van más jóvenes que ella… A ver qué será lo próximo.

P: Rosario, no empecemos. –bajaba de nuevo la vista al periódico.

En el coche, Esther se mantenía en silencio mientras miraba en todo momento a la


pediatra que con la mirada fija en la carretera no había vuelto a decir nada
prácticamente desde que dejaron aquel jardín. Cuando llegaron a la playa pudieron
dejar el coche aparcado cerca y llevándolo todo entre las tres comenzaron a caminar
por la arena hasta una parte donde aun no había mucha gente.

E: Antes de que te vayas, que te veo que queman los pies por correr al agua… -sonreía
agachándose frente a Alba- Vamos a echarte la crema, ¿la tienes ahí, Maca?

M: Sí, espera. –se giró para coger la bolsa de playa- Toma. Échale sobre todo en la cara
que se quema hasta en los parpados.

Al: Pero no me eches mucha que luego tarda en irse… -se quejaba.

E: Te echo lo justo para que no te quemes, tranquila.

De rodillas en la arena esparcía el protector solar por el cuerpo de la pequeña que


miraba impaciente el agua. Cuando las palabras mágicas salieron de labios de la
enfermera cogió su flotador y salió corriendo rumbo a la orilla.

M: ¡No te vayas de donde pueda verte!

Al: ¡Sí, mami!

E: Yo era igual… -sonreía dejándose caer en la silla que había puesto Maca junto a la
suya- ¿Y tú que, uhm? –se colocaba el flequillo- ¿Me piensas cambiar la cara esa de
acelga que has puesto?

M: Estoy bien. –la miró sonriendo.

E: ¿Seguro? –se acercaba- Porque yo te veo tristona… y no quiero verte así.

M: Si me das un beso seguro que estaré mejor.

E: ¡Acabáramos! Que lo que tú quieres son mimitos pero no pedirlos, amiga. –la miraba
con seriedad.

M: Me has descubierto.

Sin pensarlo un momento, la enfermera se levantaba para sentarse sobre ella y


comenzar a besarla repetidas veces.

E: ¿De verdad estás bien?

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M: Contigo siempre estoy bien… -sonreía- Pero estoy mejor si sigues haciendo eso que
hacías…

E: ¿El qué? ¿Esto? –la besaba.

M: Sí, eso. –acariciaba sus labios con el pulgar.

E: ¿Así? –volvía a besarla pero separándose más rápidamente.

M: Esther… -se quejaba dejando caer su cabeza hacia delante.

E: Jajaja ¡no tienes ningún aguante! Eres peor que un niño… -volvía a mirarla- Para
tener una hija no tienes ninguna paciencia, cariño.

M: Es que tú acabaste con ella. –la rodeó por la cintura para besarla otra vez pero con
más fuerza haciendo que esta riera.

La pediatra disfrutaba del sol sobre una de las toallas en un rato en que la enfermera
había ido junto a la niña al agua. Se dedicaba a tener los ojos cerrados estando
bocabajo cuando ya empezaba a sentir el calor de una manera bastante fuerte.

Al: ¡Míranos mami!

Poco a poco y sin moverse abrió los ojos encontrando primero las piernas de ambas,
que completamente embadurnadas de arenas no dejaban ver apenas un trozo de piel.
Fue subiendo y descubriendo que el resto del cuerpo seguía de igual forma. Cuando
llegó arriba del todo ambas sonreían al verse cubiertas de arena hasta la cara.

M: Uy… guapísimas estáis, ahora al agua y no me toquéis.

Tras decir aquello giró el rostro haciendo que las dos dejasen de sonreír. Esther puso
los brazos en jarra y miró a Alba que se encogía de hombros.

E: Ahora verás.

Fue corriendo hasta el agua para zambullirse y quitarse toda la arena haciendo que la
niña la imitase. Un minuto después salía dejando caer el agua de su cuerpo. Caminaba
con decisión hasta la toalla y cuando estaba a la altura de sus pies se colocó de rodillas
con rapidez dejándose caer después sobre la espalda de la pediatra.

M: ¡Esther!

E: ¿Esta fresquita cariño, uhm? –sonreía pegándose aun mas evitando que la tirase.

Al: Jajaja. –las miraba desde una de las sillas.

M: ¡Esther quitante de encima ahora mismo! –alzaba la voz queriendo levantarse-


Esther hablo en serio.
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E: Yo he hecho lo que tú me has dicho. Y como te veía aquí sudandito pues vengo a
refrescarte… no te enfades… -miró a la niña sonriendo.

M: ¡Pero qué he hecho yo dios mío!

Poniendo las manos sobre la toalla sacó toda la fuerza que podía para incorporarse,
gesto que no hizo que Esther se separase rodeando entonces su cintura con ambas
piernas mientras se aferraba a su cuello evitando caer.

M: ¿No te piensas mover? –la miró por encima de su hombro.

E: Nooop. –sonrió agarrándose con fuerza.

M: Pues vale.

En otro impulso consiguió ponerse en pie aun con la enfermera a su espalda. Alba reía
por verlas de aquella guisa y como segundos después la pediatra, con Esther a
coscaletas, caminaba hacia el agua en un aparente mal humor. Varios niños en la orilla
miraban como entraban sin detenerse y Esther los miraba desde su altura.

E: Hola, guapo… -movía su mano saludándolo.

M: Esto no tiene nombre.

Viendo que ya podía lanzarse sin que ninguna de las dos sufriese un percance
chocando con el fondo, se tiró sin pensarlo haciendo que ambas permaneciesen unos
segundos bajo el agua. Momento en el que Esther se soltó para salir un instante
después frente a la pediatra.

E: Ahora si estás fresquita. –hacia la misma operación abrazándose a ella y rodeándola


con sus piernas- Y que pena que estemos a plena luz del día y rodeada de niños… -se
dirigió a su cuello.

M: Pues sí… -sonrió.

Al: ¡Hola!

Ambas se giraron sin soltarse descubriendo como Alba, y un grupo de niños a su lado,
las miraban sonrientes dando pequeños saltitos evitando así que las olas que llegaban
dieran contra sus rostros. Ambas volvieron a mirarse.

M: Todo esto solo lo consigues tú ¿lo sabes verdad?

E: Jajaja. –se soltaba de ella- ¡Yo seré Peter pan y vosotros los niños perdidos! ¿Vale?

-¡Sí! –contestaron todos a la vez.

E: ¡Y esta chica tan guapa será Wendy! –rodeó los hombros de la pediatra.
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M: Cuando lleguemos a casa te pienso matar… -sonreía mirando a los niños- Y no como
te gustaría… -seguía sonriendo.

E: ¿Y lo bien que nos lo vamos a pasar qué? –rió.

Los días pasaban quizás demasiado rápido. Maca no cruzaba más que un cordial saludo
con sus padres sin pasar más que el tiempo necesario junto a ellos. Alba por el
contrario siempre que no estuvieran en la playa y sus abuelos estuvieran en casa lo
pasaba con ellos yéndose también a dar algún paseo por la ciudad.

Así era aquel día, Maca preparaba la comida mientras Esther sentada tras ella leía el
periódico y comía de un plato de aceitunas que habían preparado de aperitivo junto a
un par de cervezas bien frías.

E: El mundo está hecho un asco… -negaba con la cabeza- Un hombre mata a sus hijos y
a su mujer para después suicidarse y dejar una nota diciendo que lo ha hecho porque
estaba endeudado hasta las cejas. –pasaba la página malhumorada- No sé por qué no
se matan ellos antes y dejan a los demás en paz.

M: Por desgracia pasan muchas cosas así en el mundo de las que ni nos enteramos,
Esther…

E: Pero no deja de ser un asco.

M: Ais… -se giraba hacia ella para abrazarla- No te pongas a leer cosas de esas andas. –
le cerraba el periódico- ¿Qué te apetece que hagamos esta tarde? Mis padres dormirán
fuera con la niña y tenemos todo el sitio para nosotras solas… -besaba su cuello.

E: No sé… -ponía voz infantil.

M: ¿Quieres que luego nos demos un baño en la piscina?

E: Si luego es esta noche sí… -se giró pinzándose el labio- ¿Qué dices?

M: Nos bañamos esta tarde que hará calor y después de que cenemos nos damos otro
baño ¿Vale? –acariciaba su barbilla.

E: Vale. –asentía.

M: ¿Quieres comer aquí dentro o en el jardín? –volvía a girarse.

E: Comemos fuera que hay una buena sombra y nos da el aire… hace buen día y
nosotras aquí sin movernos cuando no estamos en la playa.

M: ¿Acaso te me aburres estando aquí? –fue con rapidez hasta ella- Porque me da que
lo haces bien a gusto.

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E: No, no… si lo hago a gusto. –sonreía- Bueno, que me lías y se te quema eso. Voy a
poner la mesa fuera.

Después de comer y disfrutar ambas de un buen trozo de helado. Entraron para dejar
hacer la digestión y más tarde, toalla en mano, caminar hasta la parte trasera de la
casa. En el rodeo, la enfermera se cogió a su mano haciéndola sonreír antes de llegar a
la zona donde había varias tumbonas.

E: Sigo viendo esto la típica casa de famoso que sale en las revistas… -se sentaba junto
a ella- No pensaba que hubieras sido tan pija tú.

M: Esto es cosa de mis padres, yo prefería estar con mis amigos por ahí… Además
estaba siempre sola o con Carmen. No era todo tan divertido como puede parecer…
Pero no hablemos de eso, vamos a darnos un señor baño.

Dejándole un beso en la nariz sonrió antes de girarse y comenzar a correr hacia la


piscina para dar un salto desde la orilla y lanzarse haciendo que el agua llegase hasta la
enfermera.

Sentada en uno de los escalones más bajos de la piscina, sostenía el cuerpo de Esther
que permanecía sentada en su regazo. El agua ocultaba más de la mitad de sus cuerpos
mientras ellas, sin ninguna prisa, se dedicaban a besarse desde hacía ya un rato.

Las manos de la pediatra resbalan por su espalda para después volver a subir y
detenerse después en su cintura. Mientras que Esther abrazada a su cuello no dejaba
que se alejase de ella. Giraban sus rostros cambiando el sentido de los besos que
subían cada vez más en intensidad consiguiendo que comenzasen a respirar de manera
agitada.

M: ¿Y si paramos un poquito? –sonreía saboreando su labio inferior.

E: Sí… -suspiraba a la vez que se apoyaba en su hombro- Anoche mientras te duchabas


hablé con mi hermana… mi tía Julia a preguntado por nosotras.

M: Me cayó muy bien… bueno, toda tu familia es genial.

E: Pues te diré que mi tía no invita a cualquiera, y si lo hizo fue porque le entraste bien
por el ojo… y eso dice mucho.

M: Si quieres podemos ir cuando regresemos, nos vamos unos días antes y vamos a
verla.

E: Vale… -besaba su cuello y suspiraba sin alejarse- Mira que siempre voy a parar al
mismo sitio oye… -seguía besándola.

M: Ya veo, ya. –sonreía- Y no ayudas nada cariño.

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E: Pero es que no puedo evitarlo. –le daba un pequeño mordisco- Eso o seguimos con
lo otro. –se quedaba frente a su rostro- Tú eliges.

Sin contestar se lanzó de nuevo a sus labios abriendo estos por completo nada más
llegar. Sus lenguas no tardaron en buscarse para enzarzarse en una lucha por llevar el
control y sentir como de nuevo el calor se apoderaba de ambas haciendo que la
enfermera se moviese sin apenas darse cuenta buscando su cuerpo.

-¿No hay habitaciones para eso?

Al escuchar aquella voz tras ellas, ambas se detuvieron para separarse segundos
después. La enfermera se pasó la mano por los labios mientras se ponía en pie sin
llegar a salir de la piscina y la pediatra giraba su rostro hacia su madre.

M: Hola, mamá.

Despacio se levantó y comenzó a subir las escaleras para ir hasta su toalla, seguida de
la enfermera que se sentaba en una de las tumbonas.

Al: ¡Esther! –llegaba entonces junto a Pedro- Mira lo que me han comprado.

E: Hala que chuli… -sonreía intentando recomponerse.

R: Parece mentira que te comportes así, Macarena… -masculló cerca de ella- Podía
haberte visto la niña.

M: Preocúpate por cosas más importantes mamá, como es organizar tus citas de esta
semana. –se giró dándole la espalda- ¿Qué lleva ahí mi pequeña?

Al: El abuelo me ha comprado un video juego, mira…

M: Papá… -lo miró- No debes comprarle siempre lo que se le antoja.

P: Es mi nieta y puede pedir lo que quiera… -sonrió mirándola- Al final nos quedamos
aquí.

M: Ya veo, ya… -suspiraba.

Lejos de su madre, y en aquel espacio neutral, Maca había decidido darse una ducha.
Había cometido un error dejándose ver de aquella manera. Le frustraba no poderse
comportar como cualquier persona. Pero no, ahí estaba ella con su reproche, con sus
miradas y palabras justas para hacer daño de la mejor manera. Le había puesto en
bandeja una razón para engrandecerse frente a ella, poder espetarle su
comportamiento, y todo por hacer lo que cualquier pareja en un momento de
intimidad.

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En la habitación se colocó un pantalón corto y una camiseta para ponerse después las
zapatillas de deporte. Anudándose el pelo en una coleta salía hasta el salón donde
Esther y Alba veían la tele.

M: Voy a ir a la playa a correr un rato ¿Vale? –cogía las llaves del coche y se las
guardaba en el bolsillo mientras caminaba hacia la puerta.

E: Maca, espera. –la pediatra se detenía antes de salir para girarse- ¿Estás bien?

M: Sí, solo necesito correr un rato y… -bajaba la mirada- No te preocupes ¿Vale? –


sonrió- En un rato estoy aquí.

Inclinándose dejó un beso en sus labios para después girarse y emprender el camino
hasta el garaje. Desde la puerta, la enfermera la seguía con la mirada hasta que la vio
desaparecer. Suspiró y antes de volver a entrar pudo ver como Rosario miraba a través
de una de las ventanas de la casa.

Al: ¿Podemos ir a ver los caballos?

E: ¿Ahora? –frunció el ceño.

Al: No está lejos… por fi… -unía ambas manos mirándola- Solo a verlos.

E: Está bien… espera que me ponga otra cosa anda.

Minutos después y con un pantalón largo pero bastante fino, cogía la mano de la
pequeña para comenzar a recorrer el camino. Durante el trayecto se paraban a coger
alguna que otra flor, con las que poco a poco, harían un bonito ramo para la pediatra.

Cuando llegaron hasta los establos vieron como un hombre algo mayor limpiaba y
peinaba a uno de los animales. Alba comenzó a correr hasta él haciendo ver la
confianza que tenia con el hombre.

E: Hola… -acariciaba el lomo del caballo.

-Hola, señorita. –sonreía de forma agradable.

Al: ¿Has visto que bonito? Este es el de mi abuelo… me ha montado muchas veces con
él.

E: Es muy bonito.

Al: ¿Quieres ver el de mami? –sonrió ampliamente.

E: Vale.

-Un segundo y les acompaño.

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El hombre dejó lo que ocupaba sus manos, pasándose después un pañuelo por la
frente para colocarse de nuevo la gorra y comenzar a caminar delante de ellas hasta el
interior. Pudo ver varios caballos y bastantes grandes, claramente cuidados y
atendidos.

Al: Mira… -entraba- Se llama Max. –sonreía.

E: ¿Max? –negaba con la cabeza- Pija hasta para los nombres… -sonreía- Es muy bonito.

Tras pasar casi una hora con los caballos decidieron que era hora de regresar. Por el
camino fueron recogiendo más flores para el improvisado ramo.

Al: Vamos un momento a casa de los abuelos, que allí seguro que encontramos lazo.

E: Eh… no cariño, si no hace falta. Ya encontraremos algo.

Al: ¡Vamos! Carmen seguro que tiene.

E: Alba… -suspiraba.

Al: ¡Venga ven! –cogió su mano tirando de ella hasta la entrada.

Conforme llegaba sentía como un nudo se le iba alojando en la garganta y los pies le
pesaban tanto como el cuerpo. La pequeña abrió la puerta y entró con total
naturalidad mientras ella, encogida en si misma apenas daba un paso.

Al: Pero no te quedes ahí, vamos… -nuevamente cogiendo su mano tiraba de ella.

De esa manera llegaron hasta la cocina esperando ver a la mujer, encontrándola vacía y
sin rastro de nadie cerca. La niña comenzó a abrir los cajones de uno de los muebles
buscando lo que quería y que parecía no encontrar allí.

E: Venga cariño, vámonos y vemos que tenemos allí.

R: Hola.

La enfermera se giró con rapidez encontrando a la mujer de semblante serio y brazos


cruzados en la puerta. Alba fue hasta ella sonriendo a lo que la mujer contestó con
cariño mientras se agachaba frente a ella.

Al: Estamos buscando lazo… hemos cogido flores para mamá y queremos dárselas
cuando venga.

R: Ah, pues… creo que Carmen tiene por ahí.

Al: ¿Dónde está?

R: Pregúntale si tiene en el cesto de la costura, ve y pídeselo que está en el jardín.

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Al: ¡Vale! Ahora vengo. –salía corriendo de la cocina.

E: No, si no hace falta… -cerró los ojos frustrada al ver que la niña se marchaba
dejándolas solas.

Rosario comenzó a dar pasos cortos hasta estar más cerca de la enfermera que
sostenía las flores con ambas manos como si de eso dependiese su estabilidad en aquel
momento. Suspiró y bajó la vista al suelo.

R: ¿Mi hija donde está?

E: Fue a la playa a correr… no creo que tarde. Yo… voy a esperar a la niña fuera. –
comenzó a caminar hasta la puerta.

R: Espera.

Sus pies se detuvieron como si el suelo se hubiese vuelto espeso y la obligase a no


continuar su camino. Tragó saliva a la vez que se giraba con la cabeza alta para mirar a
la mujer que la retaba a tan solo unos metros con la mirada fría y dura.

R: No sé que buscas en esta relación con mi hija, pero no creo que sea tu lugar.

E: ¿Cómo dice? –frunció el ceño.

R: De sobra se ve que sois muy diferentes… ella es una mujer adulta y tú aun tienes ese
aire adolescente y desaliñado que… -suspiraba- Sois de mundos distintos.

E: ¿Y eso quien lo dice? ¿Usted o su orgullo?

Rosario apretó la mandíbula dibujando una sonrisa cínica en sus labios y de forma
arrogante a la vez que la miraba de arriba abajo.

R: También descarada… mi hija no deja de sorprenderme la verdad… -comenzó a


caminar hasta uno de los muebles para sacar una botella de vino- Y ahora me dirás que
lo vuestro es una relación seria, que os queréis y que todo es maravilloso y sois muy
felices… -vertió el líquido en una copa.

E: No creo que deba darle explicaciones, y si así fuese no sería de mí de quien debería
recibirlas.

R: Por lo menos parece que algo de educación te dieron. –daba un trago mirándola.

E: Usted no me conoce, y no tiene derecho a juzgarme. Así que si me disculpa… -se giró
de nuevo para ir hacia la puerta.

R: ¿Quieres dinero? –la enfermera se detenía en la puerta- Aquí hay de sobra y lo


sabes… ¿Cuánto quieres por dejar a mi hija y acabar con toda esta bochornosa
situación?
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Apretaba tanto la mandíbula que creía que de un momento a otro podría desencajarla.
Suspiró intentando que todas las palabras que se le amontaban en la garganta no
saliesen directamente contra aquella mujer y dio una bocanada de aire antes de volver
a caminar.

Al: ¡Esther ya tengo el lazo!

E: Que bien… -sonrió como pudo- Yo te espero allí ¿vale?

Acarició el pelo de la pequeña y como había dicho, salió de aquella casa sintiendo que
si no lo hacia se asfixiaría sin remedio. De camino a la casa escuchó un coche y se giró
con rapidez para ver que se trataba de Ana, que al ver sus ojos enrojecidos y a punto
de estallar se acercó a ella con preocupación.

A: ¿Estás bien, Esther?

E: No sé cómo me he callado Ana, te juro que no lo sé.

Suspirando y queriendo evitar llorar a toda costa comenzó a casi correr hacia la casa
seguida por Ana que no entendía nada de aquello.

Una vez dentro dejó las flores sobre la mesa y se sentó en el sofá cubriendo su rostro
con ambas manos, mordiéndose el labio por no estallar. Comenzó a balancearse
sintiendo como los nervios iban en aumento.

A: Esther… ¿Qué te pasa?

Aun fatigada llegaba hasta el coche y se sentaba dejándose caer. Bajó las ventanillas
antes de ponerse en marcha y sintiendo que aquella carrera había hecho lo que
buscaba, regresaba hasta la finca con ganas de ver a sus chicas.

De camino y antes de salir del centro, vio una pastelería y aparcó como bien pudo
dejando las luces puestas para entrar en una carrera y comprar varias cosas que sabía,
les gustarían. Con la bolsa volvió a entrar en el coche y entonces sí, pisó el acelerador
para no volver a detenerse.

Desde fuera accionó la verja y despacio comenzó a recorrer el camino hasta la casa. El
ruido de la tierra bajo las ruedas la despertó de sus pensamientos y ver que ya había
llegado. Dejó el coche dentro del garaje y sonriendo movía las llaves cuando llegaba
hasta la puerta. Fue entonces que vio la puerta entornada y escuchó la voz de Esther
en el interior.

Se extrañó al reconocer que parecía estar llorando y se mantuvo a apenas un paso sin
llegar a entrar.

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E: Me callé por ella Ana, te juro que lo hice por ella… -arrastraba las lágrimas con un
pañuelo- Pero nadie tiene derecho a decirme lo que me dijo.

A: Esa mujer es una cabrona, Esther… como se le cruce alguien en su camino que no le
guste va a por él.

E: ¡Pero no tengo porque soportar que me trate así! –alzó la voz frustrada- ¿Quién
narices se piensa que es su hija? Se cree que puede manejar su vida como quiera y si
no ya está su dinero para conseguirlo.

La pediatra frunció el ceño al escuchar aquello y se acercó aun más a la puerta.

E: No sé cómo me fui… si llega a ser otra persona…

A: Venga, cálmate… -le acariciaba el pelo- Has hecho lo mejor que podías hacer, si le
hubieras contestado solo hubieras conseguido que tuviera una excusa para seguir por
donde quería.

E: Me dio tanta, tanta rabia… ofrecerme dinero por dejarla… -recordaba.

Fue entonces que Maca abrió por completo los ojos dejando caer la bolsa al suelo. Las
chicas desde dentro escucharon el ruido para más tarde ver como la pediatra
empujaba apenas la puerta para en dos pasos quedar frente a ellas.

M: ¿Qué mi madre ha hecho qué?

E: Maca… -se levantó sorprendida.

Ana al ver la escena se levantó también creyendo que aquello, seria la gota que
colmaría el vaso. Esther temblaba con el pañuelo en la mano sin saber que decir y
cuando tuvo la intención de ir hasta ella, la pediatra se giró para caminar veloz hasta la
casa.

E: ¡Maca! –corría tras ella- ¡Maca déjalo estar!

Pero esta no se detenía, corría dejando a la enfermera y a Ana atrás que no lograban
darle alcance. Esther le pedía que se detuviese pero no podía parar. Entró y cerró la
puerta para ir a buscarla por la parte baja de la casa pero no daba con ella. Fue hasta
las escaleras y las subió en otra carrera hasta el primer piso.

E: Maca, por favor… -llegaba hasta ella para cogerla del brazo- No le digas nada, déjalo
¿vale?

M: Déjame, Esther. –se deshacía de su mano.

E: Te lo pido por favor, Maca, déjalo… No ha pasado nada ¿vale? Ya está… lo olvidamos
y…

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M: No.

Sin ser brusca la movió de donde permanecía y abrió la puerta de la biblioteca, donde
pudo ver que su madre bebía de manera cómoda en un sillón frente a la ventana. Cerró
la puerta y fue entonces cuando Ana llegó encontrando a Esther a punto de volver a
llorar.

R: Vaya… si has vuelto. ¿Te ha sentado bien la carrera?

M: ¿Por qué mamá?

R: ¿Por que qué? –se cruzó de piernas- ¿Por qué del cambio climático? ¿Por qué las
acciones suben y bajan?

M: ¿Por qué disfrutas amargándome la vida? ¿Por qué eres incapaz de dejarme vivir sin
cruzarte en mi camino?

R: Pensé que después de unos años teniendo que criar a una hija tú sola
comprenderías que las madres hacemos lo mejor para los hijos.

M: Tú no. –negaba con la cabeza mientras apretaba los labios- Tú te empeñas en


romper todo lo que yo me esfuerzo en mantener… disfrutas viéndome perder lo que
más feliz me hace…. –tragó saliva para continuar- Te pones como meta destruir todo lo
que no puedes manejar.

R: No me vengas ahora con esas Macarena… -se levantaba sin prisa- No hicimos nada
cuando preferiste acostarte con mujeres, no dijimos nada cuando te casaste ¿no? Te
ayudamos en todo lo que pudimos para sacar adelante a Lucia… Y quiero a mi nieta…
-comenzó a caminar paralelamente a ella- Solo he hecho lo que he creído más
oportuno. Esa chica no es lo que te conviene.

M: ¿Y que sabes tú de lo que me conviene? Es mi vida y yo decido en ella.

R: Entiendo que es más joven, que llame tu atención y que podías disfrutar en
vuestros… -movía la mano- momentos a solas, pero realmente… ¿ves tú vida al lado de
esa mujer?

M: La quiero. –apretó la mandíbula sintiendo como las lágrimas comenzaban a caer.

R: No me vengas con tonterías Macarena… ¡He consentido que estés aquí con ella!
Pero no esperes que crea que no lo haces para molestarme.

M: ¡La quiero mamá! –gritó con todas sus fuerzas- ¡Estoy enamorada de esa mujer! Y
no eres nadie para decirme que o no hacer. La quiero y mientras ella esté a mi lado ni
tú ni nadie va a conseguir que eso cambie, ¿me oyes? -comenzó a caminar hacia la
puerta.

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R: No hemos terminado, Macarena. –dio un paso hacia delante a la vez que su hija se
giraba de nuevo.

M: Nunca más te atrevas a meterte en mi vida… jamás.

Abrió la puerta encontrándose a la enfermera sentada a unos metros y con el rostro


encogido por el llanto. Ana a su lado la miraba también llevada por el mal momento y
sin esperar a nada mas comenzó a caminar hacia las escaleras para salir de allí.

Apenas cinco minutos después, la enfermera recorría uno de los jardines cercanos a la
casa. El cuerpo de la pediatra le daba la espalda cuando ya se podía ver como el sol
comenzaba a ocultarse y el cielo se pintaba de rojo y naranja.

Despacio fue acercándose sin apartar la vista del suelo hasta colocarse a su altura. La
pediatra giró su rostro al sentir su presencia y tras verla volvió a mirar al frente.

E: ¿Estás bien?

Asentía mientras miraba al frente y contraía su barbilla evitando volver a llorar. Esther
al verla sintió como de nuevo se empañaban sus ojos y se quedó observándola en
silencio viendo como bajaba el rostro parar mirar al suelo.

E: Yo también te quiero. –le dio daba un pequeño golpe con el hombro llamando su
atención.

La pediatra giró su rostro dejando ver como su intento por no llorar había sido en balde
y las lágrimas ya caían sin esfuerzo ningún por sus mejillas.

M: ¿Sí?

Sintiendo un nudo en la garganta, la enfermera asintió intentando sonreír mientras sus


ojos dejaban caer lo que le nublaba la vista.

Comenzando a llorar con más fuerza a la misma vez que la pediatra se pegaba a su
cuerpo abrazándola refugiándose en cuello mientras la estrechaba más y más fuerte.
De aquella forma las dos rompieron a llorar al unísono sin poder remediarlo.

E: Te quiero mucho.

Maca volvía a separarse lo justo para mirarla y arrastrar con sus pulgares las lágrimas
que caían una tras otra. Sonriendo la enfermera la imitaba y sintiendo que volverían a
llorar no pudieron evitar reír a la vez mientras de nuevo se abrazaban.

La noche había sido larga. Tras acostar a Alba se habían sumergido en una conversación
que las llevó por horas sentadas en el porche. La pediatra dejaba por primera vez salir
todo cuanto la envenenaba por dentro encontrando el consuelo necesario en los
brazos de Esther que la mecían queriendo calmar aquel sentimiento.
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Después, sobre la cama, habían dejado que la calma y lo que habían expresado aquella
tarde vagase por suspiros y caricias que eran entregadas sin pedir nada a cambio.

Mirando al techo habían terminado después de un par de horas, dejándose llevar por
la relajación. La enfermera permanecía apoyada sobre el brazo de Maca que acariciaba
su cuello despacio mientras ella con la mano en su vientre, comenzaba a subirla
lentamente.

Los dedos, en la búsqueda, dieron por fin con aquello que buscaban, centrándose en
bordearlo, acariciarlo, atraparlo apenas sin fuerza.

Maca sonrió al sentir como al igual que en otras ocasiones, la mano de la enfermera
había ido a parar a uno de sus pechos, entreteniéndose de manera calmada y sin
apenas darse cuenta en un primer momento.

M: Siempre haces lo mismo… -giraba su rostro para mirarla.

E: ¿El qué?

M: Llevar las manos al pan. –bajaba la mirada hasta su mano sonriendo.

E: Es que me relaja… -se acomodaba aun más- Y se pone así de durito que ya no puedo
parar… -sonreía.

M: Ya cariño, pero es que a mí no me relaja precisamente… y ya ves como se pone.

E: Pero a mí me gusta… -rebatía de nuevo acomodándose de manera que podía ver


más fácilmente su pecho- Y como me gusta y es mío hago lo que quiero con él… y se
pone así porque sabe que soy yo y se pone contento.

M: Jajaja manda narices… -comenzaba a reír - ¡Pero qué morro que tienes! –se giraba
quedando sobre ella- ¿Cómo que tuyo?

E: Es mío… toooodo es mío. –sonreía- Tus pies, tus piernas, los brazos, las manos… el
culo. –llevaba las manos hasta él- Toda tú eres mía.

M: Entonces tú también eres mía. –miraba sus labios.

E: Hasta los dedos de los pies…

M: Y puedo hacer contigo lo que quiera cuando quiera… -la enfermera asentía- Quiero
que vivas formalmente conmigo –susurró mirándola con seriedad.

E: ¿Formalmente?

M: Ajá… -acariciaba su barbilla.

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E: ¿Con mis llaves, el cartelito en el buzón y todo eso? –la pediatra asentía sonriendo-
Con mis cosas ocupando tu casa y mi música, mi andador y…

M: ¡Sí! ¡sí! ¡sí! –giraba el rostro de un lado a otro con los ojos cerrados haciendo reír a
la enfermera- Todo lo que tú quieras.

E: Vale.

M: ¿Sí? –sonreía mientras se acercaba a sus labios- ¿De verdad de la buena?

E: De verdad de la buena.

Comenzaba a amanecer y Esther, raramente, yacía despierta en la cama. Giró su rostro


y vio como Maca dormía profundamente. Sonrió colocándole bien el flequillo y besó su
frente con cuidado de no despertarla y se levantó de la cama.

Después de colocarse un pantalón y una camiseta fue hasta la cocina y preparó un


poco de café para después caminar descalza hasta llegar a la puerta. Salió al porche y
respiró hondamente a la vez que sonreía e iba hacia la barandilla, apoyó una mano
mientras daba un sorbo de café. Suspiró y recorrió con la miraba todo cuanto tenia al
frente cuando por un lado le pareció ver a alguien sentado en la banca junto a la
ventana.

E: Joder. –dio un paso atrás asustada.

R: Perdona… no quería asustarte. –apoyaba ambos brazos sobre sus rodillas.

E: Pues lo ha hecho. –tragaba girándose apenas para poner los ojos en blanco- ¿Qué
hace aquí? Es muy temprano.

R: No podía dormir… -se levantaba despacio para ir junto a ella y apoyarse en la


barandilla.

A apenas un metro de Rosario, la enfermera sostenía la taza entre sus manos sin saber
qué hacer. Miraba al suelo frotándose el cuello para dar un trago después y pellizcarse
el labio para mirar al frente y permanecer en silencio.

R: Debes pensar que soy una madre horrible… -hablaba mirando al frente sin poder ver
como la enfermera asentía mínimamente en silencio- Y creo que realmente lo soy.
Cuando era pequeña quería protegerla tanto que su padre me decía que tenía que ir a
un psicólogo. Quería que todo el mundo viese en ella lo que yo. Era una niña muy
inteligente y tan despierta que daba miedo… Te preguntaba todo cuanto llamaba su
atención… -sonreía- Con veinte años tenía un grupo de amigos del instituto… nunca los
traía a casa, decía que no quería que la viesen como una niña rica. Un día comiendo
con unas amigas me dijeron que la habían visto en la playa con una chica… en una
actitud bastante cariñosa, decían... empezaron a reírse diciéndome que la gran hija que
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yo decía tener andaba por ahí besándose con sus amigas… Cuando la vi aquella noche
llegó a casa como si nada pero yo no podía borrar esas risas de mi cabeza… era como si
mi niña hubiese dejado de existir aquel día… -se giró entonces hasta la enfermera.

E: ¿Por qué me cuenta todo esto?

R: Perdí a mi hija por sentir vergüenza… por creerme traicionada y frustrada por no
haber conseguido lo que yo creía que quería para ella. Quiero muchísimo a mi hija,
Esther… Muchísimo… Pero sé que no he sido una madre para ella en muchos años y
has tenido que venir tú para que ella me diga las cosas a la cara y vea que se ha
convertido en una mujer aun habiéndole puesto trabas desde aquel día.

E: Todo esto no debería decírmelo a mí…. sino a ella, es quien las merece y sobre todo
las necesita.

R: Seguramente ya sea demasiado tarde para arreglarlo. Y si la he perdido solo me


quedará resignarme y… -bajó la mirada un segundo para volver a mirarla después-
esperar que tú la hagas feliz.

E: ¿No va a hablar con ella? –preguntó extrañada.

R: No le digas que he estado aquí… ni nada de lo que te he dicho. –bajó la mirada a la


vez que comenzaba a caminar para marcharse de allí.

Sin más, Rosario se marchaba de allí dejando a la enfermera con un rostro que
mostraba claramente la confusión que sentía en aquel momento.

E: ¿Y cómo no le digo yo esto a Maca?

Llevaba varias horas sentada en la cama observándola dormir. Acariciando su pelo


como si con aquel gesto, todo lo que pudiera atormentarla se esfumase con tan solo un
roce de sus dedos. Suspiró y dejó descansar su cabeza en el cabecero mientras miraba
al techo.

Pensó en todo lo que Rosario le había dicho, recordando también el encuentro en la


cocina. Bajó la mirada mientras cruzaba sus manos y fue cuando vio a la pediatra con
los ojos abiertos.

E: Pensé que dormías.

M: Has dejado de tocarme y me he despertado. –sonreía- ¿Qué haces despierta? –


despacio fue incorporándose a la vez que bostezaba y se sentaba junto a ella
apoyándose en su hombro.

E: Te miraba dormir. –cogió su mano.

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M: Ya… y ahora querrás que piense que es todo normal y natural y tú… -la miraba a los
ojos- marmota de nacimiento, te has despertado antes que yo porque sí.

E: Pues sí. –miraba al frente sonriendo- Justamente ha sido eso, sí.

M: ¿Qué te parece si hoy preparamos unos bocadillos y nos pasamos todo el día en la
playa? Así a lo domingueras. –sonreía mirándola.

E: Me parece genial… Nos compramos unas palas, una barajita de cartas y a pasar todo
el día en la playa.

M: A la enana seguro que le encanta la idea.

E: Seguro… -bajó de nuevo la vista.

M: Pero nada de hacer grupitos de niños y todo ese rollo de Peter pan, eh… -le daba un
golpecito en la nariz- Que acabé con un dolor de espalda horroroso de tanto cargar
niños.

E: Nada de Peter pan… -negaba sonriendo- Pero oye… ¿me compras un gorrito o algo,
no? Que a mi si me da mucho el sol en la cabeza luego…

M: ¿Luego qué?

E: Que luego no rindo y a ver qué haces tú. –se acercaba con rapidez robándole un
beso- Sin tu dosis de mí.

M: Jajaja.

E: Ríete pero es verdad… y no pienso consentir que haya ninguna queja de mis
servicios. –sonreía.

M: ¿Te he dicho cuanto me encantas? –la enfermera negaba con la cabeza- ¿Seguro? –
volvía a negar- Pues me encantas… -se inclinó hasta rozar sus labios.

E: ¿Cuánto te encanto? –sonreía.

M: Mucho y más… me encantas todo… -se acercaba- Y me encantas toda.

Despacio fue obligándola a recostarse quedando parcialmente sobre ella. Junto a su


rostro paseaba sus labios sin llegar a rozarla haciendo que esta cerrase los ojos. Fue
bajando por su cuello de manera que Esther se movía dejándole espacio y abría los
ojos.

E: Maca. -le daba con el dedo en el hombro.

M: Qué... –seguía.

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E: Maca. –le volvía a dar.

M: ¿Qué quieres? –la miraba y veía como esta señalaba a la puerta haciendo que
mirase- ¡Joder, Ana!

En la puerta, una Ana en bikini y pareo se mantenía de brazos cruzados sonriendo.


Esther comenzó a reír y Maca, frustrada, se levantaba de la cama para encerrarse en el
baño.

E: Ya le has dado la mañana. –se levantaba.

A: ¡Maca date una ducha fría que nos vamos a la playa! –le guiñaba un ojo a la
enfermera y segundos después la puerta del baño se volvía a abrir.

M: Eres una envidiosa. –tan rápido como dijo aquello volvía a cerrar la puerta.

AyE: Jajaja.

Con un color en la piel que dejaba claro el haber pasado todo el día en la playa, el pelo
pidiendo un cepillado, pero sobre todo riendo, regresaban a casa después de un largo,
pero buen día. Alba contaba las conchas que había recogido y llevaba en su cubo
mientras Esther miraba una que le había gustado especialmente.

E: Me pienso hacer un collar con ella.

M: ¿Y me lo piensas regalar después? –la miró sonriendo.

E: Ya veremos.

De nuevo mirando al frente, ambas se detuvieron al ver como los padres de la pediatra
permanecían junto al coche mientras Rafael metía varias maletas y Pedro hablaba por
el móvil. La pediatra frunció el ceño y se detuvo sin saber qué hacer. Alba comenzó a
caminar deprisa hasta su abuela que sonreía al verla llegar.

Al: ¿Abuela donde vais?

M: ¿Os marcháis? –preguntó ya frente a ella.

R: Sí, vamos a Roma con tus tíos…

M: ¿A Roma? –justo entonces Pedro caminaba hacia ellas- ¿Cómo que os vais a Roma?

P: Tu tío nos llamó esta mañana que se iba con Felipe, no sé si te acuerdas de él, y
vamos a estar allí quince días.

M: ¿Qué bien, no?

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Miró a su madre que bajaba entonces la vista mientras la pequeña iba hacia su abuelo
para enseñarle todo cuanto había encontrando en la playa.

R: Así estaréis tranquilas el tiempo que os queda. Carmen está avisada y siempre que
queráis que os prepare algo pues… Si lo preferís podéis estar en casa, tienes tu
habitación tal y como la dejaste, igual es más cómodo para la niña.

Al: ¿Y ya no os veo, abuela? –preguntó llamando su atención.

R: He hablado con el abuelo y si podemos pasaremos por Madrid antes de que


empieces el cole y te llevaremos un regalo ¿sí?

Al: ¡Sí! –se abrazaba a su cintura- Que lo paséis bien.

R: Gracias, cariño.

P: Dame un beso, hija… que tenemos que llegar al aeropuerto. –acercándose a la


pediatra le daba dos besos y después por igual a Esther hasta llegar a la niña.

R: Un placer, Esther… -extendía su mano- Supongo que nos veremos en Madrid.

E: Igualmente y que tengan un buen viaje.

Mirando a su hija, dio los pasos que las separaban para con una mano en su hombro,
dejarle un beso en la mejilla.

R: Hasta pronto. hija.

Desde el mismo lugar, las tres veían como el coche se alejaba hasta poco después
desaparecer. La niña como si tal cosa se giró para ir hacia la casa mientras Esther se
quedaba mirando a Maca y esta finalmente se volvía para mirarla.

M: ¿Si te digo que aun siendo mi madre no lo entiendo?

E: No le des vueltas… -rodeó con el brazo su cintura- Y vamos a darnos una ducha que
llevas arena hasta en las cejas.

Sentada en el suelo, Esther ayudaba a Alba con alguna de las tareas que le habían
mandado para las vacaciones en el colegio. Apenas tenía que decirle nada así que se
limitaba a estar a su lado y mirar por donde iba. En un momento de profundo silencio
giró la cabeza buscando la ubicación de la pediatra y la vio sentada en el balancín que
había en la entrada. Miró a la niña que seguía concentrada y finalmente se levantó para
ir hasta ella.

E: ¿Qué haces aquí solita? –se sentaba a su lado.

M: Me apetecía estar aquí… -la miró sonriendo- Está todo muy tranquilo.

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E: Ah bueno… entonces me voy que no quiero molestarte. –la pediatra no soltaba su
mano haciendo que se volviese a mirarla.

M: Quédate conmigo, anda… -tiraba de ella- Y dame un beso que no sé las horas que
llevas sin hacerme caso.

E: ¿Sin hacerte caso yo? –ladeaba el rostro besando su mejilla quedándose después
frente a ella- Eso no puede ser, yo siempre te hago caso.

La pediatra se mantuvo aguantando su sonrisa mientras la miraba y permanecía en


silencio. Esther, aun así, podía diferenciar que aquella no era la suya, no era esa sonrisa
que se le contagiaba irremediablemente solo con mirarla. Acarició su mejilla y besó sus
labios sin ninguna prisa para después abrazarse a su brazo y recostarse en su hombro.

E: ¿En qué piensas?

M: La verdad en demasiadas cosas… -suspiraba apoyando su mejilla en ella.

E: ¿Y también piensas en mí? –se movió para mirarla.

M: Yo siempre pienso en ti. –sonreía.

E: Pues entonces no sé por qué tienes esa cara, si piensas siempre en mí deberías estar
sonriendo y dando saltos de alegría mínimo. –volvía a acomodarse en su hombro sin
poder ver la sonrisa de la pediatra- Otra cosa es que estés pensando en tu madre.

M: Me extraña mucho que decida marcharse así como así después de lo que pasó. Ella
no es así…

E: Quizá debería contarte algo… -se sentaba de nuevo de forma erguida mientras esta
la miraba.

M: ¿Contarme algo? –se sentaba de lado- ¿Sobre qué?

E: Me dijo que no lo hiciera pero yo no puedo hacer eso… no me siento bien


ocultándote algo así, Maca.

M: ¿Pero te ha dicho algo? ¿Te ha vuelto a hablar mal? ¿Es eso? –preguntaba nerviosa-
Si es eso me quiero que me lo digas ¿me oyes?

E: No, no ha sido eso.

M: ¿Entonces?

Mientras la enfermera le relataba el encuentro en aquel mismo lugar con su madre,


Maca la miraba sin apenas pestañear. Esther de una manera sorprendida le hacía llegar
las mismas palabras que Rosario le había confesado sin ella esperárselo.

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Sin haberse dando cuenta, la pediatra miraba al suelo dejando que la voz de Esther
llegase a ella. Hacia lo posible por asimilar las mismas mientras intentaba encontrar
todos aquellos recuerdos que se entrelazaban al escucharla.

E: Yo la vi arrepentida, Maca. –decía finalmente.

M: A mí no me vale que después de tanto tiempo venga a decir en cinco minutos algo
como eso. Yo he pasado muchas horas sin saber que era lo que hacía para que me
tratase de esa manera.

E: No te digo que hacer, porque tampoco sé que haría yo… pero no sé ¿es una paso no?
–buscaba sus ojos- Igual quiere cambiar las cosas.

M: Cuando ya no he podido más y he acabado explotando.

La enfermera la miró con tristeza y comenzó a acariciar su pelo intentando que aquella
expresión de disgusto no siguiese creciendo en su rostro.

M: Pero en algo si tiene razón.

E: ¿En qué?

M: Que has tenido que venir tú para que esto cambie… -sonreía con tristeza- Tienes
que venir tú para que las cosas cambien y… -suspiraba.

E: Pero cariño… -se despegaba apenas para mirarla- No sé de qué te extrañas, si yo soy
la caña de España.

La pediatra no pudo más que reír ante el comentario y dejarse abrazar mientras la
enfermera se sentaba sobre ella sin dudarlo.

M: Eres un caso tú, eh… -sonreía mirándola.

E: Pero te encanto… Y no lo puedes negar porque me lo has dicho tú.

M: Tienes razón. –asentía.

Al: Hola… -salía hasta ellas manteniéndose a unos metros.

M: Ven aquí cariño… -extendía el brazo- Que aun me queda esta pierna para ti. –
sonreía.

Sonriendo y casi corriendo, llegaba hasta ellas y se sentaba en la pierna libre de su


madre. La pediatra dejó un beso en su mejilla para después darle otro a la enfermera
rodeando después la cintura de ambas.

M: Que suerte que tengo… las dos chicas más guapas del mundo aquí conmigo. –
miraba a una y a otra.
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Al: Y tú también mami. –se abrazaba a ella.

E: Eso… y tú también mami. –imitaba a la niña recibiendo después un golpe en el


trasero por parte de la pediatra.

M: Un poco de respeto niña.

Era la hora de la siesta y aprovechando que la peque se había quedado durmiendo en


su cama, fueron hasta el dormitorio para echar ellas también su “siesta”. Después de
varios giros sobre el colchón y alguna que otra guerra por llevar el control del
momento, disfrutaban del tiempo que les quedaba hablando, besándose y con alguna
que otra caricia en lugares recónditos.

M: ¿Y si te muerdo aquí? –iba hacia su cuello.

E: Pues hazlo fuerte que me tenga que vengar después… -le rodeaba la cintura con sus
piernas.

Sintiendo la reacción por sus palabras, mordía su cuello para atrapar después aquella
misma piel entre sus labios. Notando como la enfermera clavaba los dedos en su
espalda.

M: ¿Te mordería de verdad lo sabes? –se separaba para mirarla y morder sus propio
labio- Es que se me cruzan los cables.

E: Jajaja a ver si voy a tener que llevar cuidado por si me chupas la sangre.

M: La sangre te iba a chupar, sí. –llegaba hasta sus labios.

E: ¿Sabes que a lo mejor me compro un coche?

Sorprendida por aquella pregunta se separó parpadeando varias veces. La miró a los
ojos y vio como esta esperaba que contestase.

M: ¿Pero qué dices?

E: ¿Eh?

M: ¿Cómo me dices ahora que te vas a comprar un coche? ¿En qué narices estabas
pensando?

E: ¡Ais Maca! No te pongas así… -con rapidez hacia que girasen quedando ella encima-
Me acaba de venir a la cabeza y te lo he dicho.

M: Estamos aquí las dos aprovechando el rato y me sales con un coche.

E: Pero no te enfades… -la besaba.

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M: ¿Cómo quieres que no me enfade? Es que has cortado la gracia así en un segundo.
–se quejaba.

E: Seguro que consigo que vuelva… -se inclinaba besando su clavícula- Pero no te
enfades… relájate anda.

Empeñada en conseguirlo, besaba su cuello, sus hombros, bajaba por su pecho…


Entrelazaba sus dedos con los de la pediatra mientras despacio colocaba una de sus
piernas entre las suyas acoplándose.

M: ¿Y de qué color lo quieres?

La enfermera se incorporó para mirarla mientras fruncía el ceño y recibía una mueca de
venganza de la pediatra.

E: ¡Mira que eres rencorosa!

M: ¡Pues no haber empezado tú! –le daba en el hombro- Que tienes cada cosa…

E: ¿A que me levanto y te quedas con las ganas? –amenazaba.

M: ¿A que no tienes lo que hay que tener? –ladeaba el rostro mirándola con seriedad.

Se mantuvieron en aquella posición esperando que la otra diese su brazo a torcer.


Maca la miraba intentando no sonreír hasta que la enfermera suspiraba abrazándola.

E: Te libras por lo que te libras.

M: Jajaja.

En el porche, se dedicaban a cenar con tranquilidad aprovechando la brisa que corría


en aquellas horas. Alba disfrutaba enrollando los espaguetis en su tenedor sonriendo
después a las dos mujeres que la observaban.

La pareja había preferido refrescarse con una buena ensalada y picotear de un plato
con queso a la vez que de otro con patatas fritas y un puñado de frutos secos que la
enfermera había dejado caer disimuladamente.

E: ¿Alba que color te gusta más por si me compro un coche?

Al: ¿Te vas a comprar un coche? –preguntó sorprendida.

Mientras tanto la pediatra había girado su rostro entrecerrando sus ojos para ver
después como la enfermera sonreía mirándola de reojo y esperando su reacción. Esta
llegó en forma de cacahuete lanzado por Maca dando justo en su frente.

E: ¡Pero oye! –se quejaba- ¡Que me has dado!

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M: Eso pretendía cariño, si no ya me dirás que gracia tiene.

Apretando los labios, Esther cogía otro y se lo lanzaba dándole en el pelo


sorprendiendo a la pediatra.

E: ¡Toma! –la miraba.

M: ¡Pero quieres parar! –le tiraba otro.

E: ¡Para tú! –volvía a lanzarle- Que tú me has dado en la frente ¡y duele!

M: ¿Pero qué va a doler? Si es un cacahuete… -le tiraba otro sonriendo.

E: ¡Au! –llevándose las manos a su ojo derecho se agachaba quejándose.

M: Perdona, cariño –se inclinaba hacia ella- ¿Te he hecho daño?

Mientras la pediatra preguntaba preocupada, Esther ladeaba su rostro sonriéndole a la


pequeña que también se había levantado y esta sonreía sin que su madre la viese.

E: Dios, Maca… voy a perder el ojo. –fingía llorar.

M: ¡Pero qué dices! Levanta que te lo mire… venga Esther, que me estás asustando.

E: Ay Maca me duele mucho… ¡Ay! –se quejaba todavía.

M: ¡Joder Esther! Pero quieres levantarte. –alzaba la voz mientras la cogía por un brazo.

En aquel momento, la enfermera dejaba caer algo de sus manos haciendo que cayese
sobre la mesa. Maca se movió impresionada a la vez que Esther se incorporaba con el
ojo cerrado. Miró la mesa y vio como una aceituna rodaba hasta caer al suelo. Movió la
parte inferior de la mandíbula y volvió a mirarla.

M: Eres tonta.

E: Jajaja.

Al: ¡Que cara has puesto mami! –reía con la enfermera.

M: ¡No se te ocurra hablarme en lo que queda de noche! –cogía la aceituna y se la


lanzaba haciendo que esta se encogiese en su asiento- ¡Te aviso con tiempo!

Al: Mami no te enfades que ha sido una broma…

E: Va Maca… no te pongas así.

Pero la pediatra ignorándolas a ambas, seguía comiendo de su plato. Moviendo su


brazo al notar como la enfermera intentaba llamar su atención. Alba miró a Esther y
esta frunció el ceño mirando de nuevo a Maca que parecía no cambiar su actitud.

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En el sofá, la niña se había dormido apoyada en la pediatra mientras Esther se dedicaba
a mirar al televisor para de vez en cuando, fijarse en que Maca no cambiaba su
posición ni decía nada. Permanecía apoyada en su mano guardando silencio.

E: La niña se ha dormido. -Susurraba temerosa de que pudiera molestarla.

Maca giró su rostro para mirar a Alba y como bien había escuchado, permanecía
dormida sobre su hombro. Se movió con cuidado para cogerla en brazos y comenzó a
caminar hacia la escalera para después perderse en el dormitorio de la niña.

Esther miraba de vez en cuando hacia arriba esperando verla bajar de nuevo hasta que
muy al contrario, observó cómo salía para ir en dirección contraria y entrar en la
habitación que ambas ocupaban. La enfermera suspiró dando un golpe en el sofá y
apagó en televisor para ir rumbo al piso de arriba.

Cuando llegó al dormitorio la vio de lado dando la espalda a la puerta y con cuidado
cerró para después comenzar a desnudarse e ir a la cama. En un primer momento se
quedó tras ella en silencio, esperando que quizás se diera la vuelta pero no era así, el
tiempo pasaba y seguía dándole la espalda. Se acercó despacio hasta ella quedando
con cuidado sobre su brazo queriendo mirarla.

E: Maca… -susurraba- Jo Maca… háblame por favor.

Como respuesta, la pediatra se movía quedando bocabajo sin decir una palabra.
Apoyada sobre su brazo derecho, la enfermera arqueaba una ceja al ver como seguía
en sus trece.

E: Anda cariño… que ha sido una broma. No puedes ponerte así.

Despacio se fue colocando sobre su espalda besando su nuca. Apoyaba la mejilla en su


espalda y esperando de nuevo. Los segundos y los minutos volvían a pasar y no recibía
respuesta alguna.

E: Me vas a hacer llorar, que lo sepas. –se quejaba besándola de nuevo- Maca por
favor… perdóname.

Dándose por vencida se volvió a su sitio dándole también la espalda. Abrazada a la


almohada miraba la pared arrepintiéndose de haberle gastado aquella broma. De
repente sintió un movimiento en el colchón y sonrió al pensar que iría hacia ella, pero
poco a poco aquella sonrisa fue borrándose al sentir que no era así.

Se giró mínimamente y vio como había vuelto a su postura anterior.

E: ¡Pues no me hables! –se levantaba de nuevo para colocarse la ropa- Pero aquí no
duermo. Buenas noches. –cerraba la puerta después de salir- Cabezota, joder.

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Casi clavando los pies en el suelo fue bajando los escalones hasta llegar de nuevo al
salón. Se sentó en el sofá mirando todo aquel espacio.

E: Pues nada… a dormir en el sofá que es bien grande.

Cuando despertó se fue girando despacio hasta quedar bocarriba ocupando toda la
cama. Miró al techo y recordó que la enfermera se había marchado al poco de llegar.
Suspiró y se abrazó a la almohada mirando hacia la puerta.

Pasados unos minutos se incorporó y calzándose se puso en pie para estirar sus brazos
y salir al pasillo. Miró hacia el salón pero no había nadie. Abrió la puerta de la
habitación de la pequeña pero la cama ya estaba hecha y tampoco se escuchaba nada.
Cerrándola de nuevo pensó en que habrían salido a dar un paseo y fue de nuevo hasta
el dormitorio con la intención de darse una ducha.

Desnuda entraba en el cuarto de baño y entornaba la puerta caminando hacia la


ducha. Corrió la mampara y entró para después volver a cerrar y abrir el grifo. Mantuvo
el agua hacia otro lado hasta que comprobó que estaba justo como la quería. Volvió a
colocarlo en el agarrador de la pared y se giró para que le cayese en la espalda.

La puerta del baño volvía a abrirse para ser cerrada del todo después. Caminaba de
puntillas no queriendo que descubriese aun su presencia y se quitó la ropa con rapidez.
Ya desnuda corrió la mampara encontrándola de espaldas. Cerró y en tan solo dos
pasos llegó hasta ella para abrazarla y dejar que el agua cayese sobre su cuerpo.

E: Lo siento Maca… de verdad. –cerraba mas los brazos- Te prometo que no lo vuelvo a
hacer más en la vida… pero háblame. Por favor.

Sin girarse sonrió y suspirando tranquilamente fue ladeando su rostro hasta ver como
la enfermera se aferraba a su espalda con los ojos cerrados. Girándose sintió como
Esther dejaba de ejercer presión y la miraba con el rostro casi compungido. Sonrió y
acarició su mejilla.

Despacio fue acercándose a ella sin llegar a rozarla, besó su nariz y unió su frente a la
de la enfermera de forma cariñosa.

E: ¿Me perdonas? Te juro que nunca más lo vuelvo a hacer y no te gastaré mas bromas
pesadas… -negaba con la cabeza- Te juro que no lo haré mas, Maca.

La pediatra no pudo más que sonreír al ver como se disculpaba y acariciar su mejilla
con cariño. Esther bajó el rostro nerviosa por seguir sin escuchar nada de sus labios y
no queriendo llorar volvía a mirarla.

E: Maca… no he pegado ojo en toda la noche y como sigas así de verdad que me va a
dar algo.

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Cuando aun arrastraba aquellas últimas palabras la pediatra decidió que no quería
esperar más y la besó. Rodeándola con sus brazos abrió los labios para buscar su
lengua. La enfermera sin pensarlo ya contestaba a aquel beso sintiendo como el
corazón se le disparaba y necesitaba abrazarla tanto como podía.

Pasados unos segundos Maca se separaba lentamente sin alejarse mucho de ella.
Acariciando con el pulgar sus labios mientras aun permanecía con los ojos cerrados.

M: No vuelvas a irte de la cama dejándome sola… -susurraba.

E: Pero no me hablabas y… -la pediatra la hacía callar.

M: ¿De verdad crees que me iba a pasar toda la noche sin hablarte? ¿Uhm? –volvía a
besarla con calma.

E: Nunca más te gastaré una broma así, Maca… -besaba su rostro- Te lo juro… -volvía a
besarla- Pensé que nunca más me hablarías.

M: Ven aquí anda… -volvía a abrazarla- Me enfadé, no te voy a decir que no… pero
tampoco iba a caer a la primera de cambio, cariño… te lo tenias que currar un
poquito… -cogiendo su rostro la miraba fijamente- Pero es que tú también, vaya
bromitas.

E: Lo siento.

M: ¿La niña donde está?

E: La he dejado con Carmen…

M: Así que estamos solas… -la enfermera asentía- Pues ya puedes empezar a
compensarme por el enfado. –sonreía.

Era jueves por la noche y habían decidido que el sábado por la mañana regresarían a la
Madrid. El viernes habían quedado a cenar con Ana y esa noche era la última que
tendrían para ellas por completo. Después de acostar a la niña en su cama y asegurarse
de que no despertaría, sonrieron a la vez que se cogían de la mano para salir de la casa.

Caminaban con una dirección fija mientras se miraban y se detenían en alguna ocasión
para besarse. Después de unos minutos llegaron lo suficientemente lejos para que las
luces de la finca no llegase a ellas y la pediatra se sentó invitando después a la
enfermera a hacerlo entre sus piernas.

M: Aquí sí que se ven las estrellas… -miraba a cielo.

E: Que bonito Maca… se ven muchísimas, eh… parece que aquí hayan más.

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M: Sí… aquí todo es diferente… se ve todo sin la contaminación de la ciudad y es
distinto… no tiene nada que ver. –la abrazaba con fuerza.

E: Gracias por haberme traído. –sonría contra su mejilla.

M: Las gracias te las tengo que dar yo a ti… -susurraba con cariño.

E: ¿Por qué?

M: Por aparecer… Por soportarme todo ese tiempo en el que fui una imbécil… -sonreía-
Por darme una oportunidad y cambiar mi vida como lo has hecho.

E: No digas eso. -se cobijaba en su cuello con timidez.

M: Es verdad, Esther. –besaba su frente- Siempre había creído que mi vida seguiría
igual que estaba, pero llegaste tú con tus cajas y mira… -sonreía- cuando menos lo
esperaba descubrí que había alguien por llegar y hacerme feliz… como solo tú podrías
hacerlo.

Sintiendo como el rubor inundaba sus mejillas, salió de aquel escondite con los ojos
cristalinos. La pediatra sonrió acariciando su rostro y dejando un beso en su nariz.

E: Te quiero mucho, Maca… -besó sus labios despacio.

M: Y yo a ti.

Nuevamente, la enfermera se apoyaba en su cuerpo dejando la cabeza sobre su


hombro. Maca la rodeaba con sus brazos y apoyaba la mejilla sobre su frente para
quedarse en silencio después. La brisa corría suave, el olor envolvía aquel espacio, la
luna, única capaz de presenciar aquel momento, y ambas encontrando el equilibrio en
el cuerpo de la otra, sin falta de nada mas en aquel momento, solo ellas, solo el
silencio.

E: ¿Sabes qué?

M: ¿Qué?

E: Que hacía mucho tiempo que me sentía sola… desde que mis padres murieron solo
tenía a Marta, pero ella tiene su familia y… -sonrió girándose- Ahora ya siento que
tengo la mía.

M: Claro que la tienes. –la miró emocionada- Sí que la tienes.

Abrazándola de nuevo sonrió feliz por lo que acababa de escuchar. Pensando en la


suerte que había tenido al encontrar a quien había conseguido hacerla volver a querer
disfrutar de su vida, de una que quería vivir con ella a toda costa.

A: ¿Le has dicho ya a Rafaelito que yo os llevo a la estación?


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M: Sí. Y creo que le he alegrado el día porque la sonrisa que ha puesto no tenia precio…
-sonreía cerrando la maleta- ¿Esther estás ya, cariño? –gritaba incorporándose.

E: ¡Ya salgo!

M: Cuando quiere parece que en vez de una ducha se da un baño… -se giraba hacia la
mesita.

A: Oye… ¿y vais a ir al pueblo ese con su familia?

M: Pues no lo sé, lo último que me dijo es que no le apetecía mucho… si no pues nos
quedaremos unos días descansando hasta que empecemos a trabajar y Alba tenga que
ir al colegio.

A: Ah bueno… igual es mejor, así no empezáis con el tute en el cuerpo todavía.

M: Que por cierto… -sonreía mirándola- No te lo he dicho.

A: ¿El qué?

M: Que Esther se viene a vivir con nosotras.

A: Pero si ya se pasa la vida en tu casa… no es nada nuevo, Maca.

M: No… se va a venir con sus cosas, tendrá sus propias llaves y pondremos su nombre
en el buzón. –sonreía al recordar sus palabras- Quiero que viva conmigo.

A: En plan parejita feliz… -sonreía.

M: Sonará cursi, pero exactamente eso… Como tú has dicho se pasa la vida en casa, así
que traeremos lo que necesite de su piso para que no tenga que ir para nada, aunque
lo mantenga ahí, que esa casa es suya y hará con ella lo que quiera.

A: ¡Qué bonito! –unía ambas manos junto a sus labios.

M: ¡Ya no te cuento nada más! Siempre riéndote hombre. –la puerta del baño se abría
saliendo la enfermera segundos después- Por fin.

E: No te quejes tanto ¿has hecho mi maleta? –la pediatra la miraba arqueando una
ceja- ¿Eso es que no?

M: ¿Quieres también que te seque y te vista?

A: Anda que tú también… vaya cosa dices, diría que sí encantada. –se cruzaba de brazos
riendo.

M: Tú haz el favor de ir a ayudar a mi hija y sal de aquí que se vista la señorita.

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A: Bueno, bueno… -alzaba las manos caminando hacia la puerta- Esther… -se giraba-
Hazle un favorcito ahora que puedes y que se vaya relajadita… yo entretengo a la niña.
–le guiñaba un ojo.

Ambas abrían los ojos al máximo sorprendidas mientras Ana cerraba la puerta riendo.

Tras unos segundos en los que reaccionaban ante aquella intención de Ana, volvieron a
girarse con una media sonrisa. Esther negó con la cabeza y fue hasta la ropa que tenía
colocada en una de las sillas. Se deshizo de la toalla dejando su cuerpo desnudo al
alcance de la vista de la pediatra que tras un segundo, se detuvo en sus movimientos
para quedarse observándola.

Primero se colocó un tanga de color negro para inclinarse después hasta el sujetador,
momento en el que Maca dejándose llevar fue hasta ella pegándose a su espalda.

M: ¿Y si le hacemos caso a Ana? –iba hacia su cuello.

E: Ja, ja… -se colocaba el sujetador- Ya sabía yo que al final… -se giraba para
abrochárselo haciendo que la pediatra colocase las manos en su cintura.

M: ¿Eso es que no?

E: Te diré… -ladeaba el rostro- Ahora no… que acabo de ducharme y nos tenemos que
ir…

M: Anda… uno rapidito si nos da. –remoloneaba acercándose.

E: Que no. –sonreía frente a sus labios- Y si digo que no es que no. Así que coge lo que
tengas que coger que nos vamos. –se giraba de nuevo.

M: Esto no se hace, que lo sepas.

Fue hasta la cama de nuevo. Cogiendo las últimas prendas que había sobre ella para
meterlas en la maleta de la enfermera. Doblando una camiseta sintió como esta se
pegaba a su espalda rodeándola con sus brazos por la cintura.

E: ¿Que quieres, uhm? –susurraba cerca de su oído.

M: Ahora nada.

E: ¿Seguro? –metiendo las manos bajo su camiseta fue despacio hasta su pecho.

Cerró los ojos ante el contacto para llevar sus brazos después hacia atrás pegándola
mas su cuerpo. Acariciaba su cintura despacio. Suspirando al notar los labios en su
cuello, su aliento recorriéndolo despacio. Con la ayuda de sus labios, la enfermera
hacia caer el fino tirante de la camiseta de la pediatra, consiguiendo que su hombro
quedase libre por completo al igual que una parte de su espalda.

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Comenzó a besarla despacio a la vez que guiaba su mano entonces en sentido
descendente hasta llegar a su pantalón. La pediatra suspiró al ver el recorrido de sus
dedos, ladeando su rostro, buscando sus labios con desesperación. Los abrió sin pudor,
colando su lengua en busca de la suya, recibiendo el calor de su boca, apoderándose
con fervor de su piel, creando el sonido de aquella batalla…

La mano de Esther llegó hasta su propósito, aquel pantalón era fácil de sortear,
introdujo despacio los dedos por debajo de la tela y ahí estaba, el camino hasta la
meta. La pediatra reclinó su cabeza con rapidez por la impaciencia, la enfermera no iba
a dar tregua y llegó tan solo unos segundos después.

Resbalaban con facilidad, recorrían todo aquel espacio recreándose en la piel,


apretando en el sitio justo, buscando sus puntos sensibles.

M: Venga, cariño… -comenzaba a mover sus caderas.

E: ¿Ya? –besaba su cuello.

M: Sí, sí… vamos.

Con su mano libre fue hasta su pecho de nuevo, apretándolo para sentir como la
pediatra colocaba la suya encima impidiendo que abandonase ese lugar. En su sexo, los
dedos de la enfermera, comenzaban a apoderarse de ella, haciendo que buscase sus
labios para acallar su voz de nuevo.

Sus caderas se movían, tenía que buscar el equilibrio en el cuerpo de la enfermera, las
piernas comenzaban a temblarle y sentía que faltaba poco. Se agarró con fuerza a su
nuca cuando sintió que lo hacía más rápido, más fuerte y esperando que llegase al
orgasmo. No tardó en hacerlo teniendo que ser el brazo de Esther quien consiguiese
que se mantuviera en pie. Segundos después y cuando ya controlaba su respiración, la
pediatra suspiró.

E: Jajaja ¿y eso? –se colaba por su cuello.

M: No sé… -sonreía dejándose abrazar.

E: Entonces… -la miraba- ¿más relajadita? –sonreía.

M: Ya te digo. –contestaba con susurrando haciendo reír a la enfermera.

Una vez en Madrid cogieron un taxi desde la estación. Nada más llegar al piso de la
pediatra, se dispusieron a deshacer maletas y dejar todo medianamente listo para
entonces sí, relajarse. Alba distintamente, después de estar cinco minutos en el sofá
había caído rendida.

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La enfermera regresaba de echar un vistazo a su casa cuando vio como Maca salía del
dormitorio con un montón de ropa en las manos.

E: ¿Cómo vas? –cerraba la puerta.

M: Ya está… pongo una lavadora y ya mañana será otro día. ¿Qué tal tus peces?

E: Bien, Marta no me los ha matado ni nada por el estilo… -sonreía- ¿La peque se ha
dormido?

M: Como un tronco, ¿la llevas a la cama mientras preparo de picar para nosotras? Yo
tengo hambre.

E: Claro. –le dejaba un beso rápido e iba hacia el salón.

Sin ninguna dificultad, consiguió que Alba se agarrase a su cuello para llevarla en
brazos hasta la cama. Arropándola hasta la cintura con la sabana, vio como cogía de
nuevo su posición y sonrió sentándose a su lado.

Al: Esther…

E: Dime, cariño.

Al: ¿Nos quieres a mamá y a mí? –la miraba medio dormida.

E: Claro que sí. –sonreía acariciándole el pelo- Os quiero mucho, mucho, mucho… -se
inclinaba de nuevo para besarla.

Al: ¿Y te quedarás siempre con nosotras?

Sus labios se estiraban de nuevo en una sonrisa aun mayor, emocionada al recibir aquel
cariño de la pequeña. Suspiró y arrastrando la lágrima que amenazaba con caer por su
rostro, se inclinó encontrando el abrazo de Alba.

E: Buenas noches, pequeña.

Al: Buenas noches.

Mirando hacia la cama, apagó la luz de la habitación y cerró la puerta hasta dejarla
entornada. Sonreía aun cuando llegó al salón y segundos después hasta el sofá. Así la
encontraba Maca cuando aparecía bandeja en mano frente a ella.

M: ¿Y esa carita? –se sentaba a su lado.

E: ¿Eh?

M: Ahora es cuando me dices que estabas pensando en mí y por eso tienes esa cara, si
no me enfadaré. –sonreía sirviendo vino en dos copas.

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E: Sí… pensaba… -acomodaba ambos brazos sobre sus rodillas bajando la mirada.

M: Ey… -se giraba hacia ella- ¿Estás bien? Me estás preocupando.

E: ¿Te puedo preguntar algo?

Sentándose completamente de lado hacia ella, la pediatra la miraba después de asentir


y esperando lo que tuviera que decir, quizás con algo de temor al ver su actitud, con
curiosidad al ver que se tomaba su tiempo en volver a mirarla.

E: Tú… -suspiraba- cuando… cuando piensas en nosotras… -la pediatra asentía dándole
seguridad- ¿lo haces…? quiero decir… -carraspeaba- ¿lo haces creyendo que esto
quizás se acabe en algún momento o al revés?

M: Cómo al revés –preguntaba perdida.

E: Sí en algún momento piensas en que será para siempre.

Bajó la mirada a la vez que comprendía a donde quería llegar. Cogió sus manos
mientras con tranquilidad las acariciaba y buscaba las palabras exactas. Pasaban
apenas un minuto en silencio, hasta que sin soltar sus manos buscó de nuevo sus ojos.

M: La vida me enseñó que por mucho que queramos que algunas cosas sean para
siempre, no está en nuestras manos conseguir eso… Pero si intentar que hasta donde
sea que se llegue, sea de la mejor manera posible… si yo tuviera que decidir eso,
firmaría donde fuese para tenerte así… -sonreía- como ahora, todo el tiempo del
mundo… -llevó su mano hasta la barbilla de la enfermera- ¿Acaso lo dudabas? –
sonreía.

E: No sé… -bajaba la mirada- Tú ya tenias tu vida resuelta y…

M: Ahora la tengo que no la cambiaría por ninguna otra. –se acercaba a su rostro- Y si
tenias alguna duda en eso ya puedes quitártela de la cabeza ¿me oyes? O te cojo y no
sé lo que te hago.

E: Vale. –asintió con timidez.

M: Ais…. –suspiraba antes de abrazarla- Que esta mi niña mimosa hoy… -sonreía
haciendo que ambas se recostaba en el sofá- ¿Y todo esto a que ha venido? –la miraba.

E: No sé… -encogía los hombros.

M: ¿Quieres que nos demos un bañito? Ponemos musiquita tranquila y nos relajamos
un poco antes de ir a la cama.

E: Vale. –la abrazaba con más fuerza.

M: Nos llevamos el vino y pasamos un rato tranquilo las dos… y te doy un masajito
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E: Eso me gusta como suena. –sonreía- Sobre todo lo del masajito.

M: Jajaja Claro… claro que te gusta como suena. –iba hacia su cuello- Porque eres muy
lista tú, amiga…

E: Oye… que luego tú también tendrás lo tuyo, y también lo sabes. –sonreía al sentir
como descendía por su cuello.

M: Lo sé, lo sé… y… -volvía a mirarla- ¿Si vamos ya? –elevaba las cejas repetidas veces.

E: Jajaja.

En la puerta, Esther cogía las llaves que colgaban en la pared para girarse hacia el
pasillo después.

E: ¡Maca! Cojo las llaves de tu coche ¿vale? –preguntaba desde la puerta.

M: ¡Eh! –rápidamente salía del dormitorio- Me ha parecido oír que cogías el coche… -la
miraba a ella y a la niña que esperaba a su lado.

E: Es lo que he dicho, que cojo las llaves del coche. Hace mucho calor para ir en metro.

M: Eh… -carraspeaba- ¿Llevarás cuidado verdad? No lo roces Esther, por dios…

E: ¿Pero que te crees que voy a hacer? Que voy a por Luis y son diez minutos…
-sonreía- No le pasará nada a tu coche, Maca. –sonreía mirando a la niña.

Al: Llevaremos cuidado.-la pediatra suspiraba no muy convencida.

E: Venimos enseguida… -le dejaba un rápido beso en la mejilla- No me llevo ni el móvil.

M: ¡No corras! –gritaba justo cuando se cerraba la puerta- Como lo roce me la cargo.

En el coche, Alba cantaba junto a la enfermera que había puesto la música nada más
arrancar. Se sonreían mutuamente mientras movían el cuerpo al ritmo de la canción.

E: ¡Teeeengo el corazón conteeento! ¡El corazón conteeeento!

Al: ¡Y lleno de alegriiiiia!

E: ¡Tengo el corazón contento desde aquel momento en que llegaste a miiiiii!

Al: ¡En que llegaste a miiiii! –cantaba a la vez.

E: Recuérdame que quitemos el disco cuando bajemos que tu madre si escucha esto
nos mata a las dos… y nos quedamos sin disco.

Al: Vale. –sonreía.

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E: ¿Quieres que aprovechando que se queda Luis con nosotras vayamos a la piscina? –
la miraba rápidamente.

Al: ¡Sí! ¡Pero podíamos ir al Aquopolis! Que allí hay toboganes y nos lo pasaremos bien.

E: Tu madre me matará. –apoyaba el brazo en la ventanilla pensando en su reacción.

Al: Yo quiero ir Esther, está guay. –la miraba.

E: Ya. –sonreía- Ya sé que está guay, pero hay que ver como convencemos a mamá
porque me da que a ella no le parecerá tan guay.

Cinco minutos después llegaban a casa de su hermana. Esta ya tenía la mochila del
pequeño lista a la espera que la enfermera llegase. Así que recibiendo la nueva
información de la posible escapada al parque acuático metió en la bolsa el bañador del
pequeño que también mostraba su emoción por la idea de Alba.

Tras abrochar el cinturón de cada uno en la parte trasera volvía a su asiento y


arrancaba el coche para ir de nuevo a casa. Cantando llegaron al garaje y comenzaron a
subir las escaleras.

E: Y no digáis nada hasta que yo la convenza.

Los niños subían corriendo hasta llegar al piso dejando a la enfermera rezagada.
Encontraron la puerta abierta y a la pediatra esperando cuando entraban sin cesar en
su carrera.

M: ¡Pero bueno!

Al: ¡Mami! ¡Mami! ¿Sabes qué? –preguntaba nerviosa- ¡Esther ha dicho que mañana
vamos al Aquopolis!

La pediatra abría los ojos por completo mientras giraba el rostro a la vez que la
enfermera llegaba a la puerta y reñía con la mirada a la niña que de nuevo salía
corriendo seguida por Luis.

M: ¿Qué has dicho qué?

E: Eh… -sonreía de manera nerviosa mientras cerraba la puerta- No he dicho seguro, he


dicho que te lo diría a ti, cariño. –llegaba hasta ella para abrazarse a su cintura.

M: Ya, seguro… ¿y esa maravillosa idea de quien ha sido?

E: Te juro que ha sido ella… -señalaba hacia el pasillo- Yo he dicho de ir a la piscina y


ella ha dicho lo del Aquopolis.

M: Y le has dicho que sí.

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E: No, le he dicho que… bueno que… -la pediatra la miraba arqueando una ceja
mientras esperaba- Que te convencería. –decía por fin.

M: Me convencerías.

E: Sí. –asentía- Ahora no puedes dejarme mal, cariño. –le daba un beso en los labios-
Además nos lo pasaremos bien, preparamos bocadillos ¡y a pasar el día tirándonos por
los toboganes! –sonreía ampliamente.

M: ¿Y si ahora digo que no qué? ¿Se lo dices tú? ¿eh?

E: Ais… ¿pero que te cuesta? Ni que fuera una tortura.

M: Pero en esos sitios es fácil que se te pierdan los críos y que se metan en cualquier
sitio donde cubre y que les pase algo.

E: Por dios, Maca. –se separaba de ella para caminar hasta el salón- Y también cuando
van al colegio les puede pasar cualquier cosa y aun así van todos los días. No seas así.

M: Además de que está tu sobrino y seria la monda que le pasase algo estando tu
hermana fuera. –colocaba los brazos en jarra mirándola.

E: Pues nada, ¿no quieres ir? No vamos, tranquila, que ya se lo digo yo. Pero tela
contigo, eh… -pasaba por su lado mirándola.

Suspirando la vio marcharse y perderse por el pasillo. El portazo en el dormitorio le


dejaba claro que su mal humor había llegado. Bajó la mirada al suelo y se giró para ir
hasta ella, al pasar por la habitación de Alba vio como estos jugaban con la video
consola y siguió su camino hasta llegar a la puerta.

Abrió con cuidado y la vio sentada dándole la espalda mientras se descalzaba. Cerró de
nuevo y fue hasta la cama sentándose a su lado.

E: ¿Qué? –la miraba fijamente.

M: Que no te pongas así. –la miraba igual.

E: Si quieres te hago la ola… -se quitaba la camiseta mientras se levantaba- O te


aplaudo.

M: Ya vale, Esther.

E: Pues ya está. –se colocaba otra de tirantes quitándose después el pantalón.

M: Eso de que tengas que decir siempre la última palabra te juro que me pone de los
nervios. –suspiraba.

E: Pues lo mismo que haces tú.


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La pediatra se giró al ver que volvía a hacerlo y esta con una sonrisa se lanzaba sobre
ella derribándola y sentándose encima a la vez que iba hasta su cuello para darle un
pequeño mordisco.

M: Sabes que me da mucha rabia que hagas eso. –se quejaba.

E: Claro, por eso lo hago… -sonreía acomodándose en ella- ¿Entonces qué? ¿Quiere
mamá que vayamos o no?

Ya por la mañana, la enfermera entraba en la habitación de la niña para ver cómo iban.

E: ¿A ver cómo están estos diablillos? –asomaba por el dormitorio.

L: Yo ya estoy tita.

E: Venga, pues al salón que nos vamos… ¿y tú, Alba? –la miraba sentada en la cama.

Al: Sí, estaba buscando mi gorra, pero no la veo.

E: Creo que mami la está lavando cariño, yo te dejo la mía ¿Vale? No te preocupes.

Al: Vale. –mas convencida cogía su mochila y caminaba delante de ella hacia el salón.

E: Ya estamos todos… ¿nos vamos? –miraba a la pediatra- Si nos vamos pronto no


pillamos caravana que seguro que ira medio Madrid con el calor que hace.

M: Sí, ya estoy, vámonos. –colocaba la mano en su espalda- ¿Has cogido el protector?

E: Va en nuestra bolsa.

En el ascensor bajaban hasta el garaje mientras la enfermera se afanaba en hacer que


la pediatra sonriera. Mientras esta se resistía los niños reían sin pudor alguno viendo a
Esther.

Ya en el coche se abrochaban el cinturón mientras la puerta se abría.

M: ¿Qué hora es?

E: Las once… -miraba su reloj.

M: Entonces vamos bien. –giraba el contacto del coche haciendo que la música
comenzase a sonar, fruncía el ceño y se quedaba mirando el salpicadero mientras la
enfermera se giraba con rapidez hasta la pequeña.

-Yo quisiera que sepaaaaas… pa pa pa paaa… que nunca quise asiiii… pa pa pa paaa…

M: ¿Pero esto qué es? –elevaba las manos.

Al: ¡Déjala mami! –comenzaba a aplaudir.

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E: Jajaja. –se giraba en su asiento no queriendo mirar a la pediatra.

M: ¿Esto es tuyo? –la miraba.

E: ¿Mío? –intentaba ponerse seria- Jajaja ¡qué va!

M: La madre que te pario, Esther… -negaba con la cabeza mientras intentaba quitar la
música.

E: ¡Pero no la quites! –le cogía las manos.

M: ¡Pero cómo que no lo quite! ¿Tú quieres que a mí me de algo escuchando esto o
qué?

E: Jajaja.

Ya saliendo del centro la pediatra suspiraba y conducía con una velocidad fija mientras
con un brazo en la ventanilla intentaba aguantar el tipo. Muy diferentemente a lo que
ella había querido, la música seguía y a un coro de tres voces, cantaban a pleno
pulmón.

E: ¡Tengo el corazón contento! ¡el corazón contento! ¡Y lleno de alegríaaaaa!

Al: ¡Tengo el corazón contento! ¡el corazón contento! ¡Y lleno de alegríaaaaa!

L: ¡Tengo el corazón contento! ¡el corazón contento! ¡Y lleno de alegríaaaaa!

E: Yo quisiera que sepaaaaas… -se acercaba a la pediatra.

Al: Pa pa pa pa paaa. –coreaban.

L: Pa pa pa pa paaa.

E: Que nunca quise asiiiiii.

Al: Pa pa pa pa paaa.

L: Pa pa pa pa paaa. –gritaba mirando a Alba.

E: Que mi vida comienzaaaaa. –sonreía al ver que la pediatra la miraba con el ceño
fruncido.

Al: Pa pa pa pa paaa.

L: Pa pa pa pa paaa.

E: Ay cuando te conociiiiii. –le daba un beso en la mejilla.

M: Quien me dijese a mí que yo iba a pasar por esto… -rezaba haciendo que Esther la
escuchase.
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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


E: Jajaja.

M: El disco lo tiro en cuanto ponga un pie en el suelo… te lo digo con tiempo.

Después de pagar las entradas y pasar al interior, la enfermera se agarró al brazo de


Maca que miraba todo a su alrededor. Dejaron las mochilas en una de las consignas y
comenzaron a recorrer el lugar mientras decidían cual sería la primera parada.

Frente a una gran piscina con pasillos flotantes y agarradores, los niños sin pensarlo
corrieron para lanzarse de lleno haciendo reír a Esther que cogió la mano de la pediatra
para tirar de ella. Esta intentaba zafarse negándose por completo a bañarse todavía.

M: Que no me apetece, Esther.

E: ¡He dicho que al agua! –tiraba de su mano- Será mejor por las buenas, Maca. No
seas cabezota.

M: Que no. –insistía.

E: Vale… -dejaba de hacer presión sin soltar su mano- No quieres, pues no quieres.

La pediatra se relajó al ver que había cesado en su insistencia y miró hacia otro lado.
Esther sonrió y tirando con aun más fuerza la hizo caer al agua haciendo ella lo mismo
segundos después. Cuando salía de nuevo al exterior, Maca se retiraba el pelo de la
cara.

E: ¡Oe oe oe! –miraba a los niños que reía.

M: ¡Ahora verás! –saltaba hacia ella para empujarla desde la cabeza para sumergirla.

Al: ¡Mamá que la ahogas!

M: Será solo un momento… -mantenía el cuerpo de la enfermera bajo el agua mientras


sonreía para soltarla después.

E: ¡Pero tú estás tonta!

M: ¡Oe oe oe! –la imitaba para quedarse después seria frente a ella- ¿A qué jode? –
susurraba.

E: ¡Chicos! ¡A por ella! –comenzó a correr.

M: ¡Ni se os ocurra!

Al: ¡A por ella! –reía mientras intentaba correr tan rápido como la enfermera.

L: ¡Tita! ¡Que tú corres más! –se quejaba.

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M: ¡Esther! –amenazaba sin dejar de correr- ¡Siempre igual, leche! –se colocaba detrás
de uno de los pilares- Sabes que después yo te puedo.

E: Porque me dejo… -la miraba mientras aminoraba la velocidad- ¡Pero tú me has


ahogado!

M: Por dios… -dejaba que le diera alcance- Veeenga, ahógame tú… -ponía los ojos en
blanco.

E: Por supuesto que lo haré… -miró hacia atrás esperando a los niños- ¡Al agua! –la
empujaba hacia el agua.

Sonriendo hacia fuerza con ambas manos mientras la sumergía. Miraba a Alba que
parecía no estar disfrutando mucho y cuando fue a dejarla salir sintió un mordisco por
encima de la parte inferior de su bikini que le hizo soltar un grito.

E: ¡Pero serás bruta!

M: Jajaja. –se retiraba el pelo hacia atrás- Mujer de recursos. –sonreía mientras se
pinzaba el labio- ¿Lo hacemos otra vez? –Esther entrecerraba su mirada- ¿Eso es un
no?

E: Eso es que eres peor que yo aunque lo finjas. –se giró para comenzar a caminar
hasta una de las escaleras.

Al: Se ha enfadado, mami. –saltaba frente a ella.

M: Ya veo ya… Pero enseguida se le pasa, tú no te preocupes… ¿nos subimos al


tobogán? –miraba a Luis.

L: ¡Sí!

En el césped de una de las zonas de descanso, la pediatra había caído dormida en las
piernas de Esther que acariciaba su pelo mientras miraba a los niños en una de las
piscinas más próximas. Sonreía al verlos lanzarse desde la orilla y jugar a los piratas en
el agua.

Giró su rostro para ver a un matrimonio que también descansaba cerca de ellas con un
niño de apenas dos o tres años disfrutando de un helado. Sonrió y vio como este fijaba
su vista en ella. Le mantuvo la mirada hasta que este, sonriendo, le sacaba la lengua. La
enfermera puso una mueca de sorpresa haciéndole reír para después sacarle la lengua
también.

M: A ver si me voy a tener que poner celosa…

E: Ey… -sonrió mirándola- ¿Qué tal la siesta? –le daba un beso rápido.

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M: Genial… -se giraba hacia ella- ¿Qué te llevas con el enano? –miraba también al niño.

E: Me ha retado con la mirada. –reía- No podía quedar impune.

M: Eres adorable… -sonreía cogiendo su mano- Es un gusto verte con los niños… se ve
que disfrutas.

E: Será porque soy una niña en el fondo.

M: En el fondo dice…

E: ¡Oye! –le daba en la mano.

M: Si a mí me encanta que seas así tonta… -se incorporaba quedando frente a su


rostro- Me dan ganas de abrazarte y no soltarte.

E: Pues hazlo… -sonreía ladeando su rostro mientras con ambas manos sobre el césped
sostenía su cuerpo erguido.

M: ¿Has pensado alguna vez en tener hijos? En serio.

E: Claro… me encantan los niños. Desde siempre he tenido buena conexión con ellos…
-se encogía de hombros- Supongo que mi forma de ser ayuda a llevarme bien con casi
todos…

M: ¿Pero te has llevado mal con alguno? –sonreía.

E: Uy sí. Cuando tenía… -cerraba los ojos haciendo memoria- dieciséis o diecisiete años,
no lo recuerdo. En el pueblo había una familia gallega, eran todos muy simpáticos y
tal… -sonreía- pero el niño, que tendría la edad de tu hija ahora, era un demonio…
llevaba a todos los abuelos de cabeza. Un día nos cruzamos en las fiestas y yo estaba
sentada con unas amigas tomando algo, los críos estaban llenando globos de agua para
jugar y vi en su cara como maquinaba tirarnos uno… -la pediatra sonreía.

M: No me digas que te liaste a globazos con el crio.

E: ¡Hombre! Nos tiró uno que me dio a mí en toda la pierna… llegó a su casa llorando
porque una niña mala del pueblo le había dado con un globo en la cabeza.

M: Jajaja.

E: Que no hubiera empezado… yo estaba muy tranquila. –sonreía al verla- Luego mi


abuela me echó una bronca de las que hicieron historia.

M: Ais… que es rebelde mi chica. –se acercó a sus labios.

E: Mientras no se metan conmigo… -susurró esperándola.

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M: ¿Y si se meten conmigo?

E: Pues que corra y se esconda el que sea, que me lo como… -sonreía llegando a sus
labios.

De nuevo en la piscina, reían junto a los niños que habían encontrado en ellas, las
piezas perfectas para sus juegos. Maca subía a Alba en sus hombros mientras Esther
hacia lo propio con su sobrino y estos intentaban derribarse mutuamente.

La pediatra, cabecilla del juego sucio como gritaba la enfermera, aprovechaba los
momentos de cercanía para con su pie, intimidarla y hacer que perdiese el equilibrio.

E: ¡Maca! –se quejaba.

M: Pero si no hago nada. –reía- ¡Alba! Hazle cosquillas.

L: ¡Eso no vale! –se escurría entre las manos de su amiga- ¡Tita eso no vale!

E: ¡Pues claro que no vale! –en tan solo un segundo llevó su mano hasta el pecho de la
pediatra y dándole un pellizco hizo que de manera automática soltase a su hija y esta
cayese al agua- ¡Ganamoooos!

L: ¡Campeoooones! –alzaba los brazos.

Al: ¡Mami me has tirado!

M: Niños… dejarnos solas un momento que tengo que hablar seriamente con Esther.

La enfermera abrió los ojos asustada y con cuidado hizo bajar a su sobrino. Alba,
creyendo que su madre estaba enfadada guió a su amigo hasta otra parte de la piscina
dejando a las mujeres a solas. Esther guardaba silencio mientras esperaba que aquello
fuese una broma por parte de la pediatra y observaba como esta se acercaba poco a
poco hasta ella.

M: Eres una tramposa.

E: Tú has empezado antes… -rebatió- Y tampoco te he pellizcado tan fuerte, no seas


quejica.

La pediatra seguía caminando hacia ella, consiguiendo que se pusiese nerviosa y


comenzase a sonreír. Caminaba hacia atrás con las manos por delante protegiéndose.
Llegaban al final de la piscina quedando a pocos metros de la orilla.

E: ¡Joder Maca! ¡Que me pones nerviosa!

Golpeó el agua frustrada a la vez que la pediatra se abalanzaba sobre ella para rodearla
con sus brazos haciendo que esta riera.

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E: ¡Maca!

M: ¡Maca! ¡Maca! ¡Maca! –la imitaba burlándose.

E: ¡No te rías! –intentaba zafarse- ¡Vale ya!

M: Eso tengo que decidirlo yo ¿no? –iba hacia su hombro dándole un mordisco- Eres
mía y hago lo que quiero contigo.

En el forcejeo, la enfermera conseguía zafarse y echar a correr riendo. Maca por detrás
la seguía sin borrar su sonrisa hasta que sintió un pinchazo en la planta del pie.

M: ¡Joder! –saltaba con una pierna- ¡Mierda!

E: ¿Qué pasa? –iba hasta ella preocupada.

M: Creo que me he cortado con un azulejo del fondo… -se mordía el labio y se cogía a
los hombros de la enfermera que la ayudaba a llegar a la orilla.

En la caseta del socorrista, la pediatra esperaba sentada mientras Esther a su lado le


miraba la herida.

E: Menuda tajo, Maca… esto necesita puntos.

M: No me jodas, Esther… -intentaba mirarlo- ¿Puntos?

E: Es profundo, y te pilla justo al lado del puente… en cuanto lo muevas un poco se


estira… lo mejor sería darte dos o tres puntos para que se mantenga unido.

M: ¡Genial! –se cruzaba de brazos- Pues a mí ningún niñato de piscina me pone puntos,
que te de las cosas y lo haces tú.

E: Jajaja cariño por favor, que parece mentira que seas médico.

M: ¡Que no! O los pones tú o me voy así y me desangro por el camino hasta el hospital.
Tú decides.

-Ya estoy aquí… en cinco minutos viene una enfermera.

E: Eh… -se levantaba girándose hacia él- Verás, yo es que soy enfermera… y si no os
importa, le hago yo la cura y además necesita un par de puntos.

-Pero no hace falta, ya les digo que viene la enfermera y se encarga de todo.

M: Ha dicho que ella lo hace. –lo miró fijamente desde su silla.

E: Maca… -la reñía con cariño- No es por nada eh, es solo que prefiere que lo haga yo…

-Pero…

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M: No pienso dejar que nadie me toque el pie… -se cruzaba de brazos- Y por cierto, ya
podíais buscar con lo que me he cortado y cambiarlo, porque si pilla a un crio ya le saja
el pie…

E: Maca… -se giraba de nuevo- Haz el favor ¿eh?

-Hola… -una mujer entraba sonriente portando su maletín- ¿A quién tenemos que
curar?

La enfermera se giró con una sonrisa hacia Maca que apretando los labios se mantenía
de brazos cruzados mirando a la pared. Minutos después, y habiéndole explicado la
situación, la enfermera del recinto accedía sin problema a que Esther fuese quien
hiciese la cura. Le dio unos guantes y todo lo necesario mientras ella se sentaba a un
lado para observarla.

E: Voy a pincharte un poco de anestesia, Maca, así que no te muevas…

Con ambas manos agarrando el borde la de silla, la pediatra cerraba los ojos sintiendo
el pinchazo en la planta del pie. Se relajó dos segundos después viendo la sonrisa de
Esther.

M: ¿Qué?

E: Que te pones monísima así… -apretaba los labios girándose hacia el maletín.

M: Habría que verte a ti… igual estabas llorando.

E: Seguramente. –sonreía- Bueno… ahora no te muevas que voy a coserte este pie tan
precioso que tienes.

M: Menos cachondeo. –se quejaba.

La enfermera frente a ellas sonreía por la escena. Miraba a una y a otra descubriendo
como parecían saber las palabras exactas para que la otra respondiese, y vuelta a
empezar.

-¿Sois hermanas o algo así?

E: ¿Hermana de esta? –seguía mirando la herida- Nah… solo es mi novia. –sonreía sin
poder ver como la pediatra hacia lo mismo.

M: Igual me quedo soltera otra vez cuando salga de aquí… -cerraba los ojos al sentir un
tirón.

E: No seas quejica que no te puede doler… oye, ¿has pensado que ahora no puedes
conducir?

M: Sí lo he pensado, sí.
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E: ¿Y que seré yo quien conduzca tu coche de vuelta?

M: No me toques las narices, Esther, que no estoy para cachondeos.

E: Jajaja. –se reía mirando a la enfermera que no sabía dónde meterse- Tú tranquila,
ladra mucho pero luego nada de nada.

Ya de vuelta, la pediatra descansaba en el asiento del copiloto mientras no perdía vista


de la carretera mientras era Esther quien conducía el cohe.

M: No te acerques tanto al de delante, Esther.

E: Pero si es que primero le pisa y luego frena… me lleva como en una procesión el
imbécil.

Al: ¿Te duele mucho el pie, mami?

M: No, cariño. ¿Luis que hace? Va muy callado.

Al: Se ha dormido… -sonreía.

M: Échate tú un poquito que aún queda para que lleguemos… y me da que pillaremos
atasco al entrar a Madrid.

Con la radio puesta, los niños en la parte trasera dormían tranquilos después de un
largo día en el agua. Maca, apoyando el mentón en su mano, miraba la carretera
mientras Esther, esperando a que se moviesen los coches, guardaba silencio.

Después de un par de minutos sin moverse dejó caer la mano derecha sobre su pierna
a la vez que dejaba su cabeza apoyada en el asiento. La pediatra en un acto reflejo
cogía su mano girando su rostro hacia ella.

E: ¿Cómo estás?

M: No me duele… pero estoy cansadísima. –cerraba los ojos- Espero que caigan pronto
en la cama..

E: Seguro que sí… -acariciaba su mejilla- A ver si anda esto porque yo me estoy
desesperando.

M: Oye…

E: ¿Uhm? –pisaba apenas el acelerador recorriendo los metros que parecía avanzar la
cola.

M: ¿Cuándo vamos a ir pasando tus cosas? –preguntaba sonriendo.

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E: Si quieres este fin de semana… pero tú con ese pie poco vas a poder hacer cariño. No
tenemos prisa.

M: Tienes razón, como tampoco voy a dejar que te vayas a ningún sitio no pasa nada…
-se acercó hasta llegar a su cuello- ¿Luego me vas a dar mimitos a que sí?

E: Claro… -sonreía encogiendo su hombro por las cosquillas- Todos los que quieras.

M: ¿Los que quiera? –seguía besándola.

E: Ajá.

M: Pues quiero muchos, eh… vas a tener trabajo.

Quince minutos después conseguían llegar al centro y finalmente hasta el garaje del
edificio. Los niños cargaban con sus mochilas mientras la pediatra, agarrada del cuerpo
de Esther, caminaba con cuidado. Dentro del piso respiraban tranquilos por llegar.

E: ¿Te dejo en la ducha y cuando termines me llamas y te ayudo a salir?

M: También podías quedarte. –susurraba de camino al baño.

E: Claro, y dejar a dos delincuentes solos por la casa… no sé por qué no lo he pensado
antes. –sonreía.

M: Lástima no tener una vecina maja que se quedase con ellos. –la miraba de reojo.

E: Déjate de vecinas que luego mira lo que pasa.

M: Jajaja.

Después de dejar a la pediatra en la cama, la enfermera fue hasta el dormitorio de Alba


para sacar la cama supletoria que había bajo la de la pequeña, comenzó a arreglar todo
para que no tardasen más que lo justo en acostarse.

E: Niños, a la cama… que ya están las dos preparadas para que los piratas descansen. –
apagaba el televisor.

Al: ¿Podremos ver la tele, Esther?

E: No… -contestaba cantando- Nada de tele que ya es tarde y tenéis que dormir. Así
que venga. –comenzó a dar palmadas consiguiendo que fuesen en una carrera hasta la
habitación.

L: Tita… -la llamaba ya tendido sobre la cama- Mañana no podremos salir porque tía
Maca no puede andar ¿a qué no?

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Sorprendida por aquella expresión, la enfermera sonrió yendo hasta la ventana para
subir un poco la persiana y que entrase algo de aire fresco.

E: La tía Maca estará coja unos días así que tendremos que pasar el día aquí.

Al: Podemos alquilar una peli.

E: Algo haremos, por eso no os preocupéis. –les dio un beso a cada uno y fue de nuevo
a la puerta para apagar la luz- Buenas noches.

Al: Buenas noches.

L: Buenas noches.

Sin dejar de sonreía fue hasta el dormitorio donde la pediatra miraba el televisor
acomodaba mientras la esperaba. Comenzó a desvestirse para después colocarse su
pantalón corto y una camiseta con la que no pasase calor y finalmente acomodarse a
su lado.

M: Hola. –sonreía al verla.

E: Hola.

M: ¿Por qué entras con esa sonrisilla?

E: Luis… ha dicho algo que me ha hecho gracia. –sonreía aun mas viendo como la
pediatra esperaba a que continuase- Nada… que entro y me dice, tita… -imitaba la voz
del pequeño- Mañana no podremos salir porque tía Maca no puede andar ¿a qué no?

M: Tía Maca… -sonreía sorprendida.

E: Ya ves… -se abrazaba a ella- Ya eres Tía Maca oficialmente.

M: No suena mal… -se quedaba pensativa.

Quedándose nuevamente en silencio, se mantenían mirando uno de los programas


típicos veraniegos por esas fechas. Se dedicaban caricias mutuas intercalando algún
que otro beso. La enfermera sonreía mirándola mientras acariciaba su abdomen.

E: ¿Qué dijiste de mimitos antes?

M: Es verdad… -asentía con seriedad- Que ya te ibas a escaquear… -susurraba.

E: ¿Quiere la tía Maca mimitos, uhm? –se sentaba sobre ella.

M: La tía Maca quiere que la tía Esther la mime mucho… -la besaba por fin.

A la mañana siguiente, Maca permanecía sentada en el baño mientras esperaba a que


Esther entrase para ver cómo iba su herida.
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E: Vamos a ver como tiene mi gruñona el pie… -se sentaba sobre una banqueta y ponía
el pie de la pediatra sobre su rodilla.

M: Lleva cuidado que me duele.

E: Lleva cuidado que me duele… -imitaba recibiendo la mirada enfadada de Maca- Es


que eres muy exagerada, cariño.

M: Exagerada dice… con lo que escuece.

E: Pues lo tienes muy bien… Voy a echarte un poquito de Betadine y te lo vuelvo a


tapar.

M: A ver… -flexionaba la pierna- Madre mía que tajo… no sé cómo no lie una y gorda.

E: Ni yo. –sonreía volviendo a cogerle el pie- Con lo que tú has sido... –negaba
sonriendo.

M: Idiota.

Al: Halaaa… -se quedaba tras la enfermera.

L: ¿Te duele mucho? –miraba la herida.

M: Que va… -la enfermera la miraba- Si no es nada… un cortecito que en unos días se
cura.

E: Será posible… -susurraba- Y a mí se me queja como una niña pequeña.

M: Tú a callar.

Al: ¿Vamos a ver una peli, mami? He preparado palomitas para que Esther las meta en
el microondas…

M: Ahora vamos, cariño.

E: Luis… -se giraba- Llama a mamá desde mi móvil y pregúntale a qué hora te llevo a
casa que dijo que me llamaría esta mañana.

L: ¿Dónde está?

E: En la mesa del salón. –se giraba de nuevo- Esto ya está… -se quitaba los guantes-
¿Quieres que te lleve al sofá o como no te duele vas tú solita?

M: Haz el favor de no vacilarme y ayúdame. –se ponía en pie- No esperarás que le diga
al crio que sí me duele… -se quejaba- Parece mentira.

E: Cuando te pones así… dan ganas de dejarte hablando sola, que lo sepas. –la
agarraba de la cintura.
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M: ¿Ah, sí? –se detenía para mirarla- Pues vete, corre. –se soltaba de ella- No tengas
que aguantarme.

E: No seas tonta, venga. –volvía a cogerla.

M: Que no, que te vayas que ya me apaño yo. Eso sí… si me caigo por el camino será tu
culpa.

E: Como sigas así me voy a ir de verdad y te vas andando tú solita al sofá, te lo advierto.
–se colocaba en jarras- A mí tonterías las juntas.

Apretando la mandíbula, la pediatra la miraba no queriendo ceder. Miró al suelo y pasó


de nuevo su brazo por los hombros de la enfermera sin mediar palabra. Segundos
después caminaban con cuidado hasta el salón.

E: Si es que hago lo que quiero contigo. –sonreía mirando al suelo a la vez que la
pediatra giraba el rostro.

M: ¿Perdona?

E: Es broma, es broma. –la besaba repetidas veces- No he dicho nada.

M: Un día de estos verás… -suspiraba.

E: No te enfades va… que era una broma. Ahora nos echamos en el sofá a ver la tele un
ratito y te doy muchos besitos.

M: Entonces vale. –la enfermera sonreía mirándola.

Echadas en el sofá miraban la televisión mientras los niños disfrutaban también de la


película que habían elegido.

M: ¿Pero solo él entiende al ratón o qué? –susurraba.

E: Él tampoco lo entiende, Maca… -sonreía- Solo que con señas y cosas pues acaban
apañándose.

M: Vaya tontería.

E: Es una película para niños, no tienes que encontrarle nada. –besaba su mejilla- Pero
no me digas que no es mono.

M: Uy sí… monísimo. Como que tú ves uno y te paras a ver que te hace señas. Gritas y
corres.

E: Jajaja.

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Viéndola reír, la pediatra se quedaba en silencio. Le encantaba verla así, ver como su
mirada se cerraba y sus ojos se iluminaban con su sonrisa. Besó sus labios cuando hubo
terminado y siguió mirándola. La enfermera sin borrar su sonrisa hacia lo mismo.

E: ¿Qué?

M: Nada. –se encogía de hombros.

E: ¿Y por qué me miras? –seguía sonriendo.

M: Me gusta. ¿Te molesta que te mire?

E: No, pero me gustaría saber qué piensas mientras lo haces. –acarició su nariz- ¿O me
miras sin pensar?

M: Simplemente te miro… me relajo y te miro... Si pienso en algo no me doy cuenta.

Tras ver la película y merendar algo, la enfermera pasó a prestar atención a los
pequeños mientras Maca leía tranquilamente en la terraza. Pasadas las siete, Luis
comenzaba a recoger sus cosas mientras Esther se vestía y salía de nuevo al salón.

E: He pensado que podría pasar por la pizzería de vuelta y traer la cena. –se sentaba al
lado de la pediatra.

Al: Yo también quiero cenar pizza.

La pediatra giraba su rostro negando con la cabeza, Esther sonreía y besaba sus labios
para quedarse después unos segundos mirándola.

E: ¿De qué quieres que la traiga?

M: Vete con ella y a su gusto, que ya que cenará pizza que coma más de un trozo
porque luego diga que no le gusta.

E: Alba ponte los zapatos que te vienes conmigo.

Al: ¡Guay! –salía corriendo.

E: ¿Quieres que traiga helado o algo que te apetezca?

M: Una tarrina de chocolate si podrías traerte… y luego nos la comemos tranquilitas.

E: ¡Pues marchando helado de chocolate para la señorita lisiada! –se levantaba del
sofá.

M: ¡Pero oye! –le lanzaba uno de los cojines- Que no soy ninguna lisiada.

E: No… -sonría balanceándose- Solo que no puedes andar tú sola porque te duele y te
caes.
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M: ¡Ven aquí!

E: No, que me pegas… -seguía sonriendo y negando con la cabeza.

M: Cuando te pille verás… que te vas a enterar. –se cruzaba de brazos.

L: Ya estoy tita… -aparecía con su mochila.

E: Pues dale un abrazado a la tita Maca que nos vamos. –sonreía al ver como el
pequeño iba hasta el sofá.

L: Hasta luego tía Maca. –le daba un beso en la mejilla haciéndola sonreír.

M: Hasta luego campeón. –se quedó mirándolo hasta que llego junto a Esther y su hija-
¿Y tú no me das un beso, señorita?

Al: Yo vengo ahora, mami… jejeje.

M: Aquí el que me da un beso es el único niño bueno, que no da follón y se porta bien.
–el pequeño sonreía- Y las otras dos que son demonios no me dan ninguno.

E: Ais ¡vale! –fingía- ¡Yo te lo doy!

Sonreía sin ser vista por los dos niños mientras caminaba hacia la pediatra que la
miraba en todo momento. Con ambas manos sobre el sofá se fue inclinando poco a
poco hasta quedar frente a ella sin llegar a besarla.

E: Lástima que estén delante. –fue hasta su frente besándola con rapidez.

M: Pero… -la miraba abriendo la boca.

E: Los niños… -extendía ambos brazos caminando hacia atrás- Enseguida venimos.

La puerta se cerró y la pediatra seguía mirando por donde Esther había desaparecido
segundos antes. Suspiró cruzándose de brazos para mirar de nuevo al televisor.

M: Me dejan sola y sin beso.

Esa noche, cuando la ciudad se mantenía en silencio pudiendo apreciar cualquier ruido,
cuando la oscuridad pintaba hasta el último rincón y la ciudad dormía, cuando la
mayoría cerraba los ojos por el sueño, dejándose llevar por los brazos de Morfeo…

En la cama, Esther sentada sobre la pediatra, con los restos de un helado ya derretido
en la mesilla, se acariciaban entre susurros. Los labios de la enfermera se paseaban por
su rostro en un casi imperceptible roce que estremecía cada centímetro de piel.
Separándose lo justo guiaba sus manos hasta aquel mismo lugar, recorriéndolo por
igual, acariciando sus parpados, sus labios, su cuello…

222

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M: Te quiero.

La enfermera sonreía ladeando su rostro para besarla, una vez, dos, una tercera… Sin
dejar de mirarla entrelazó sus dedos, inclinándose para besar su hombro mientras
Maca seguía mirándola.

Volvió a ladear su rostro, quedando por encima de su pecho, dejando un nuevo beso,
comenzando a acariciarla con la punta de la nariz. Maca sonreía observándola, Esther
seguía en aquella caricia y después de apenas unos segundos comprendía lo que
marcaba en su piel; te quiero.

Quedando de nuevo frente a su rostro llevó la mano hasta sus labios, extendiéndola
mientras miraba fijamente sus ojos. Besando después su pulgar, su dedo índice, yendo
después al siguiente…

Tras besarlos, aquellos dedos acariciaban su mejilla, llamando a su acercamiento.


Fueron los labios de la pediatra los que también la llamaban. Necesitaban de ella, de
sus caricias, de su calor… Dejaba cortos besos encontrando también su respuesta. Lo
que le hacía volver a besarla, pero nunca saciarla.

Poco a poco, como si fuera irremediable, sus cuerpos se unían, se acercaban queriendo
sentirse. Los brazos de la pediatra la rodeaban por completo, mientras ella buscando el
refugio de su cuello, la abrazaba dejando ambas manos en su espalda, subiéndolas y
bajándolas lentamente mientras besaba sus hombros.

M: Quédate siempre conmigo… -susurraba.

Mirando sus ojos acariciaba sus labios, por donde mismo habían salido aquellas
palabras.

E: No quiero estar con nadie más que no seas tú…

Sin despegarse la una de la otra, comenzaron a besarse sin miramientos. Necesitaban,


se buscaban, sentían lo único que pedían en aquel momento.

Eran segundos escapándose del orden del tiempo, breves instantes en los que
respiraban y continuaban sin dejar que pasase el aire entre ellas. Se dibujaban caricias
acompañadas de silencio, se besaban dependiendo de los labios que a la vez rogaban
vida para seguir…

Cuando volvieron a mirarse una leve brisa entró por la ventana y un escalofrío recorrió
sus cuerpos de principio a fin haciéndolas sonreír.

Echadas por completo, permanecían de lado mirándose, rozándose con la punta de los
dedos, descubriendo un mínimo brillo en los ojos de la otra, sonriendo por saber, que
nadie más conocería nunca algo como aquellos momentos entre ellas.
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El verano había pasado, con él la vuelta al colegio y tener que organizarse para llevar y
traer a la niña, teniendo que echar mano de Concha y de Marta que se ofrecía en más
de una ocasión a llevar a Alba a su casa hasta que alguna de las dos pudiera ir a
recogerla.

Como dijeron, un fin de semana después de que la pediatra se hubiera recuperado de


su herida, pasaron todo cuanto Esther pudiera necesitar, acomodándose
definitivamente con ellas.

Aquella tarde, era Maca quien iba a casa de su cuñada a recoger a la pequeña. Aparcó
frente a la puerta y tras tocar el timbre, subió hasta el piso entrando directamente y
escuchando las risas que procedían desde el cuarto de Luis.

M: Hola. –sonreía pasando al salón.

Ma: Hola, Maca. –se levantaba para darle dos besos- Los niños están con Pablo jugando
con no sé qué juego nuevo.

M: Ya me figuraba… -se sentaba en uno de los sillones.

Ma: Voy a traer el café que ya estará listo.

M: Vale. –recostándose en el sillón escuchaba como Alba parecía salir a su encuentro-


Vaya… si es mi hija.

A: Hola, mami. –besaba su mejilla- ¿Nos quedamos un rato? Es que estamos


pasándonos una pantalla súper difícil.

M: Sí, nos quedamos un ratito. –le daba una palmada en el trasero y esta salía
corriendo de nuevo.

Ma: ¡Ue! –se movía para no ser atropellada- Estos críos parece que no se les acaben las
fuerzas, siempre corriendo- Bueno, he estado hablando con Pablo y me ha dicho que la
llamará para entretenerla mientras tú y yo arreglamos todo en su piso. Así que
tendremos un par de horas hasta que regresen.

M: Bien, yo he llamado a los números que me diste y menos dos, todos pueden venir,
así que con los del hospital seremos unos veinte.

Ma: He pensado que lo mejor sería un catering ¿no? Así llegan, dejan la comida y solo
nos dedicamos a decorar un poco e ir recibiendo a la gente según lleguen.

M: Genial, y es más cómodo.

Ma: Luis me lleva loca con su regalo. Se ha empeñado en pintarle un cuadro… -sonreía-
Cuando era pequeño Esther lo sentaba encima y se ponían a pintar monigotes que
luego eran todos feísimos, pero oye… el crio quiere pintarle un cuadro.
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M: Es adorable tu hijo… además tienes muchas cosas de Esther.

Ma: A mí me lo vas a contar, que cuando era pequeño lidiaba con él y con ella.

M: Me imagino… Alba enseguida se alía con ella y tendrías que verlas.

Ma: Esa es mi hermana, amiga de los niños.

M: Bueno, será mejor que nos vayamos yendo. –se levantaba y llamaba a la pequeña.

P: Uf… estos un día pueden conmigo. –entraba en el salón- Hola, Maca.

M: Hola, Pablo. –le daba dos besos.

P: ¿Os vais ya?

M: Sí, que Esther salía una hora después que yo y quiero llegar antes que ella y que
Alba se bañe.

Al: ¿Nos vamos?

M: Sí, despídete, cariño. –se colocaba el bolso- Te llamo el viernes y ya quedamos


¿vale?

Ma: Claro.

Sentada en sus piernas dejaba que su madre le desenredase el pelo sin prisa. Mientras
tanto ella miraba su pulsera haciéndola girar una y otra vez en su muñeca.

Al: Oye mami… ¿Mi regalo para Esther lo has guardado bien?

M: Claro que sí… es imposible que lo encuentre, tú tranquila. –sonreía- El sábado lo


saco y te lo doy para que lo guardes tú.

Al: Vale… ¿Tú que le vas a regalar?

M: Cuando lo recoja te lo enseño ¿Vale? –ladeaba su cuerpo para mirarla- Abajo


sirenita, que ya hemos terminado.

Mientras se quedaba allí recogiendo el baño, escuchaba como la puerta se abría y el


primer saludo de la enfermera llegaba a viva voz. Sonreía negando con la cabeza y con
las toallas bajo el brazo salía para recorrer el pasillo y encontrarla en el salón.

E: ¡Pero qué bien huele!

Al: Jajaja.

Esther subía en brazos a Alba mientras hundía el rostro en el pelo de la pequeña. Esta
reía sin poder soltarse de ella hasta que finalmente la dejaba en el suelo.

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E: ¿Mami donde está?

Al: Ahí… -señalaba con su brazo hacia la puerta de manera que la enfermera se giraba
con rapidez.

E: Mira… si está aquí la mami. –se quitaba el bolso para ir hasta ella- Y despeinada.

M: ¿Qué simpática vienes, no? –recibía un primer beso mientras esta la rodeaba con
sus brazos por la cintura.

E: Tenía ganas de llegar. –la besaba de nuevo- ¿Esas toallas es porque también estás
preparando mi baño?

M: De eso nada guapa, tú una ducha y vas bien. –se giraba sonriendo.

E: Así me gusta llegar a casa, sí señor. –se sentaba en una de las sillas de la cocina- Yo
no tengo mucha hambre, así que si vas a preparar cena yo me hago un sándwich o algo
¿Vale?

M: ¿Estás bien? –iba hasta quedarse frente a ella- Tienes mala carita.

E: Estoy muy cansada. –suspiraba- He estado hablando con Beatriz… me ha propuesto


algo que no sé la verdad que pensar.

M: ¿Ha pasado algo? Cuando yo me fui estaba todo bien… -se acomodaba a su lado.

E: No, si malo no es, no… todo lo contrario pero… -la miraba de nuevo- No sé, no me
hagas caso, luego lo hablamos. –se inclinaba para darle un beso- Voy a darme una
ducha.

M: Vale…

Girándose se quedaba observándola hasta que se perdía por el pasillo.

Después de cenar, Esther se había sentado en el suelo junto a Alba para intentar
terminar el puzle que habían dejado a medio el día anterior. La pediatra las miraba
desde el sofá absorta, fijándose en el rostro de la enfermera que volvía a su sonrisa
habitual.

E: Y si ponemos está aquí… -intentaba colocarla- No, aquí no va… -volvía a dejarla.

Al: La nariz de este caballo no la encuentro… y antes estuve mirando.

E: A ver si la vemos por aquí.

Bocabajo, se apoyaba con ambos brazos en el suelo mientras recorría con la mirada
todas las piezas que había a un lado.

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E: ¡Ajá! Aquí hay una piececita que está dada la vuelta… -la pediatra sonreía
escuchándola- ¿Será esta? ¿No será esta? –Alba la miraba impaciente- Le daremos la
vuelta a ver si es la pieza ¡perdida! –finalmente la giraba- ¡Es esta! ¡Bien!

Al: ¡Mami! ¡Ya tengo un caballo!

M: Que guay… -sonreía mirándolas- Verás como enseguida lo termináis.

Media hora más tarde, las fuerzas de Alba se iban escapando haciendo que sin poner
apenas resistencia, su madre la llevase a la cama. Cuando regresaba Esther seguía en el
suelo. Fue hasta ella sentándose a un lado con la espalda pegada en el mueble.

M: ¿No vas a dejar eso?

E: Voy a ver si le encuentro las que les faltan por ahí sueltas y mañana le doy una
alegría cuando lo vea.

M: ¿Qué es lo que te ha dicho Beatriz?

E: Pues… -suspiraba- Que ha hablado con Cruz… y que va a pedir la jubilación


anticipada.

M: ¿Y eso que tiene que ver contigo?

E: Que quiere pasarme el puesto de jefa de enfermeras. –se giraba quedando apoyada
de lado.

M: Pero eso es genial, cariño. –la miraba emocionada mientras se acercaba a ella- Eso
es fantástico…

E: No lo es Maca, ¿llevo cuantos…? ¿Siete meses en el hospital? No soy capaz de llevar


algo así, debería habérselo ofrecido a otra.

M: Pues con más razón, Esther, si lo ha hecho es porque te ve capacitada y confía en ti.
–la obligaba a sentarse- Es una gran responsabilidad pero también estoy segura de que
eres capaz de hacerlo mejor que cualquiera.

E: Tú no eres objetiva. –sonreía de lado.

M: Soy más objetiva que nadie… y si yo digo que eres capaz es que lo eres. –colocaba la
mano en su barbilla- Serás la mejor jefa de enfermeras que ha tenido el Central, cariño.

E: Le he dicho que lo hablaría contigo y que… que ya le diría algo.

M: Pues ahora vamos a la cama, nos echamos y lo hablamos tranquilamente ¿Vale? Sin
prisas, y no te agobies que te veo.

E: Abrázame un poquito anda… -se dejaba caer apoyándose en su hombro.


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Era viernes por la tarde y aprovechando que ambas la tenían libre, recogieron a la niña
y pusieron rumbo al centro comercial. Con la lista en la mano, la pediatra caminaba
junto al carro que llevaba Esther a la vez que esta hablaba con la niña.

Al: Vamos a hacer una fiesta de disfraces, yo he dicho que quiero vestirme de
Blancanieves.

E: ¡¿Puedo ir yo de enanito contigo?! –la pediatra sonreía mirando una de las


estanterías.

Al: No puedes jejeje.

E: Pues vaya rollo de fiesta… -se apoyaba con ambos brazos en el agarrador-
Blancanieves sin enanitos no es Blancanieves.

M: Yo te compro un traje de enanita, no te preocupes. –dejaba un varios paquetes de


arroz en el carro.

E: ¿Sí mami?

M: Que idiota… -reía girándose de nuevo.

Al: Las madres van a ir a clase para ayudar a pintar y a recortar lo que pondremos en
los pasillos…

E: Bueno, ya veremos si podemos ir las dos o nos tendremos que turnar.

Al: Luis dijo que se vestiría de tortuga ninja.

E: Jajaja… como no, mi sobrino siempre dando el cante. –veía como la pediatra echaba
un bote de guisantes.

Al: Puag… -miraba a Esther.

E: Sshh ahora verás… vamos a hacerla rabiar un poquito.

Sonriendo, cogía el mismo bote que la pediatra había dejado segundos antes y lo
quitaba del carro dejándolo después en una de las estanterías que tenía cerca. Alba se
llevó las manos a la boca evitando reír.

E: ¿Entonces de Blancanieves, no? –disimulaba.

Al: Sí… es la que más me gusta. Lidia va de la bella durmiente pero de eso se visten ya
muchas en carnaval.

E: Claro.

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Maca dejaba otra vez en el carro varias cosas y volvía a girarse. Alba cogía todo y salía
corriendo para dejarlo en una mesita que había con una plancha de muestra y
regresaba al carro.

E: Pues yo me vestiría de…. ¡De Pluto! –alzaba el brazo- De Pluto me vestiría yo. –la
pediatra se giraba sorprendida- ¿Qué pasa? Pluto mola mucho.

M: No, si yo no digo nada…

Al: Jajaja de Pluto…

En el pasillo de las verduras, la pediatra iba dejando bolsas y bandejas con varios tipos
mientras Esther y Alba se miraban intentando no reír. Cada vez que Maca dejaba algo,
la enfermera lo sacaba y lo dejaba en un hueco que había encontrado junto a los
limones. Cuando esperaba para coger lo siguiente, la pediatra se detuvo mirando al
carro, frunció el ceño y las miró a ellas.

E: ¿Qué pasa? –miraba también el carro.

M: ¿Me estáis vacilando, no? –se colocaba erguida mirando fijamente a la enfermera-
Estáis las dos gamberras hoy.

E: ¿Pero qué dices, cariño? –miraba también a Alba que fingía seriedad- Nosotras no
hemos hecho nada.

M: Voy a contar hasta diez… -se cruzaba de brazos- Y quiero que todas las cosas que
habían aquí vuelvan. Uno…

Justo en ese momento, ambas se afanaban en coger todo cuando habían ido dejando
en ese pasillo para después ir a los que habían dejado detrás. Después volvían
corriendo hasta la pediatra que por tenerla ya a unos metros, aminoraban el paso
mientras llegaban abrazando todo cuando habían dejado en el camino.

M: Así me gusta, eficacia y rapidez. –se giraba de nuevo mientras las dos respiraban de
nuevo- Hoy cenaremos espinacas, solo por eso.

Esther y Alba se miraron con una mueca de disgusto a la vez que la pediatra se giraba
conteniendo su risa, algo que solo pudo hacer durante un par de segundos.

M: Vaya dos… -negaba- Tú, enana… ve a los helados y coge uno que te gusta, venga.

Al: ¡Guay! –salía corriendo.

E: ¿De verdad vamos a cenar espinacas? –la miraba haciendo pucheros.

M: Te parecerá bonito incitar a la niña a hacer esas cosas… -guiñaba la mirada


acercándose a ella.

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E: Era solo una broma… -se defendía- Además, ya lo tienes todo ahí.

M: Eres un diablillo tú, eh… -se inclinaba.

E: Solo un poquito. –la besaba- Pero a ti te gusta, y no puedes decir que no porque lo
sé. –sonreía.

M: Tienes suerte de que me gustes tanto… porque si no ya te hubiese dado una patada
en culo. –susurraba cerca de ella.

E: Jajaja que agresiva por dios, con lo simpática, maja, graciosa, cariñosa, guapa, y todo
lo que soy yo…

M: ¿El ego bien, no? –sonreía.

E: Estupendamente, sí. Además, no sabes eso de ¿haz el amor y no la guerra?

La pediatra se giraba de nuevo sonriendo por aquello y arqueaba una ceja mientras
Esther reía.

E: Me encanta ese lema. –caminaba de nuevo empujando del carro.

M: Y a quien no… -sonreía mirando de nuevo la lista.

Al: ¡He traído esto! –llegaba cargada de cajas de helado y se paraba frente a ambas.

M: ¡Pero oye! Que no he dicho que cargases con todo lo que hubiera en la nevera.

E: ¡Rápido Alba! ¡Échalos al carro y corre! –la niña hacia lo que esta le decía y ambas
comenzaban a correr con el carro por delante.

Después de salir del centro comercial habían decidido cenar en una hamburguesería
cercana. Ya en casa y tras colocar todo en su sitio, prácticamente habían caído rendidas
después de acostar a Alba también, así que en el dormitorio, ambas terminaban de ver
una película.

Maca rodeaba el cuerpo de la enfermera con su brazo mientras apoyaba la mejilla en


su pelo. Sin cambiar su posición miró el reloj sobre la mesita y sonrió al ver la hora;
23:58.

Sin dejar de mirarlo, acariciaba su hombro esperando a que diesen las doce.
Irremediablemente llegó a su cabeza la imagen del día anterior cuando llegó de la
joyería esperando no encontrarla en casa y escondiendo la cajita en un rincón del
armario.

M: Cariño… -susurraba girándose hacia ella.

E: Uhm. -seguía mirando al televisor.


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M: Feliz cumpleaños. –besó su mejilla sonriendo- Son las doce ya. –la enfermera giraba
su rostro y se abrazaba a ella.

E: Gracias.

M: ¿Cuántos son? ¿Quince eran, no? –sonreía acomodándole el flequillo detrás de la


oreja.

E: Son menos, cariño. –se cobijaba en su cuello.

M: ¿Quieres ya tu regalo o….?

E: ¿Regalo? –se incorporaba con rapidez- ¿He escuchado… regalo? –ladeaba su rostro
mientras fingía oler su rastro.

M: Jajaja ¿entonces lo quieres o no?

E: ¡Claro que lo quiero! –se colocaba de rodillas con rapidez mientras Maca encendía la
luz y se levantaba- Quiero mi regaaaaaloooo, quiero mi regaaaaaloooo. –cantaba
sonriendo.

Después de abrir el armario y coger lo que buscaba, la pediatra regresaba a la cama y


se tendía de lado mientras le entregaba una pequeña bolsa. Esther sonreía nerviosa y
sacaba una caja rectangular. Elevó su rostro para mirarla de nuevo.

E: No deberías haberte molestado, Maca.

M: Ábrelo anda.

Algo nerviosa, comenzó a abrir la caja para descubrir una cadena de plata que sostenía
un colgante. Suponiendo lo que era, lo sostuvo entre sus dedos y presionando en una
pestaña del lateral, este se abría dejando ver una pequeña foto de Maca y Alba.

E: Es precioso… -la miraba emocionada- Me encanta.

M: ¿De verdad?

E: No me lo pienso quitar nunca. –se giraba para que la pediatra se lo colocase.

M: No me gusta mucho el oro por eso preferí que fuera en plata. –terminaba de
cerrarlo y la enfermera se giraba de nuevo- Te queda bien. –sonreía.

E: ¡Me encanta! –se lanzaba sobre ella- Es el mejor regalo que me han hecho nunca.

M: Me alegra que te guste. –la besaba- No la tenía todas conmigo… pero no quería
regalarte ninguna tontería de la que te aburrieras enseguida.

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E: Es perfecto. –la besaba otra vez- Así llevo a mis dos mujeres siempre conmigo. –la
pediatra sonreía emocionada- Oye… ¿y si celebramos mi cumple ya?

M: No es mala idea. –hacia que ambas girasen quedando ella encima- Pero… -fue
acercándose a su cuello- Tú eres la cumpleañera y me tienes que dejar a mí.

E: Uy si… yo te dejo. –sonrió sintiendo como descendía por su cuello.

En casa de su hermana entraba quitándose el abrigo mientras caminaba hasta el salón.


Segundos después lo seguía por el pasillos.

E: Bueno… ¿Qué es eso que no puedes montar tú solo?

P: Tu hermana se empeñó en ir a IKEA a comprar el mueble para la habitación de Luis, y


antes de volverme loco prefiero que me eches una mano. –llegaban hasta el
dormitorio- Ahí lo tienes.

E: Madre de dios… ¿no había uno más grande?

P: Cosas de tu hermana. –se encogía de hombros.

E: Pues vamos a ponernos manos a la obra que cuando antes acabemos antes nos
vamos.

Mientras tanto, en el piso de la enfermera, Maca y Marta recibían a los trabajadores


del catering que iban colocando todo en la mesa que ellas habían dispuesto momentos
antes.

Al: ¡Mami! Luis y yo inflamos los globos.

M: Vale cariño, pero coge el inflador que hay en el mueble… -señalaba sin mirar.

Ma: Pablo me ha hecho una llamada perdida, acaban de ponerse con el mueble.

M: Pobrecita mía. –sonreía- En su cumpleaños y montando un mueble… luego me la


cargaré yo, verás.

Ma: Nah… luego no se acordará de eso. –se subía en la escalera- Dime si pongo este
extremo aquí o se queda muy tirante.

M: No, ahí está bien.

Ma: Vale… entonces… -bajaba de nuevo.

-Esto ya está señora… Hemos dejado las bebidas en la nevera que hemos traído y las
demás bandejas están en la cocina.

Ma: Está bien, gracias.

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M: Pues vamos a terminar de decorar esto y vamos arreglando a los críos.

Más de una hora después, la enfermera junto a Pablo, observaba el mueble desde la
puerta del dormitorio. Sonreían orgullosos por su trabajo y decidieron que ya era hora
de ir al encuentro de Maca y Marta.

P: Adelántate tú, yo me ducho aquí y nos vemos en tu casa.

E: Está bien…

En el coche regresaba deseando darse una buena ducha y después ir a cenar con todos
como habían acordado aquella mañana su hermana y ella por teléfono. Después de
aparcar fue en una carrera por la escalera hasta llegar a la puerta.

E: ¡Ya estoy aquí! –dejaba las llaves y se quitaba la chaqueta.

M: Hola cariño. –salía a saludarla- Tú hermana ha ido un momento con los niños al
quiosco que andaban algo desesperados.

E: Vale, voy a darme una ducha que vengo toda sudada de mi sesión de bricolaje. –le
dio un beso para comenzar a caminar hasta el baño, antes de llegar se giraba- Por
cierto… -regresaba hasta ella- ¿Dónde vas tú así de guapa?

M: He quedado con alguien. –sonreía.

E: Con alguien, eh… -llegaba hasta ella- Pues mándame a ese alguien cuando llegue que
se va a quedar sin ganas de ir a ninguna parte.

M: Anda a la ducha que vienes buena.

E: ¿No te pongo así de sudadita? ¿Uhm? –se acercaba a su cuello- Ais… siempre
oliendo tan bien. –se quejaba- ¡Me voy a enfadar, eh!

M: Jajaja ¡tira! –alzaba el brazo.

E: Ya voy, ya voy…

Después de darse una ducha rápida, fue hasta el dormitorio para vestirse. Toalla en
mano prestó atención al no escuchar nada y parecía estar todo en silencio. Frunció el
ceño y fue de nuevo hasta el cuarto de baño para darse un poco de espuma en el pelo
y dejárselo rizado.

Con el bolso ya en la mano salía de nuevo llamando a la pediatra que parecía no


contestar. Miró en la cocina encontrándola vacía y suspirando fue al salón viéndolo de
igual forma. Dio otro grito llamándola pero solo su voz inundaba aquella casa.

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E: ¿Pero donde narices está la gente? –fue hasta la puerta encontrando una nota
pegada en ella- Estamos en tu piso esperando… -leía- ¿En mi piso? ¿Y qué hacen en mi
piso?

Fue hasta el cajón del mueble de la entrada para sacar el juego de llaves y con decisión
fue hasta su casa. Tras abrirla encontró todo oscuro.

E: ¡Si me estáis tomando el pelo no tiene ninguna gracia!

Justo entonces las luces se encendían y un grupo de personas gritaban recibiéndola. La


enfermera sorprendida se llevó la mano al pecho mientras reconocía casi tras cada
segundo a rostros conocidos frente a ella. Amigos a los que llevaba meses sin ver,
compañeros del hospital, Pablo ya estaba allí junto a Marta, Maca sonreía a un lado y
más abajo Alba y Luis aplaudían.

La primera en acerarse era la pediatra que sin dejar de sonreír se quedaba delante de
ella.

M: Feliz cumpleaños.

E: Te voy a matar… -la besaba- Recuérdame después que lo haga.

Poco a poco todos iban acercándose hasta ella para felicitarla. Abrumada, la enfermera
iba saludando a todo el mundo llevándose más de una sorpresa por personas que no
esperaba allí. Después de una media hora parecía que volvía la calma y los más
hambrientos se acercaban hasta la mesa con los aperitivos.

E: Dios… hacia más de un año que no nos veíamos, eh. –sonreía.

-Ya ves, desde aquel concierto en Leganés, ¡Pero tú sigues igual, puñetera! –la
abrazaba de nuevo.

E: Que alegría verte.

-Oye… y ¿qué es eso de que tienes novia? –la rodeaba con uno de sus brazos por el
cuello.

E: Pues ya ves… la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida… -cantaba.

-Es muy guapa.

E: Es guapiiiisima, ¿Dónde está? –se giraba buscándola- ¿Te la han presentado? ¡Maca!
–la llamaba- ¡Ven!

M: Dime. –sonreía llegando hasta ella.

E: Ella es Virginia, una amiga de la infancia… -se separaba de ella presentándola.

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M: Mucho gusto.

Vi: Igualmente. –sonreía dándole dos besos a la vez que la enfermera esperaba para
abrazarse a la cintura de la pediatra.

E: ¿Es guapísima o no es guapísima? –le dejaba un beso en la mejilla.

M: Esther, va… -miraba a otro sitio ruborizada.

E: ¡Pero es que lo eres!

La gente reía, algunos cantaban, otros bebían, los niños corrían por la casa siendo
perseguidos en más de una ocasión por la enfermera que con parte de la decoración
sobre su cabeza parecía disfrutar por completo de aquella fiesta.

Un grupo de gente probaba uno de los regalos frente al televisor. Una videoconsola de
última generación parecía ser la excusa perfecta para hacer que los más mayores
volvieran a sus años de infancia y rieran saltando y pasándose el mando entre ellos.

En uno de los sofás, Marta y Maca bebían de sus copas mientras miraban a Pablo junto
al jefe de urgencias en una rivalidad absoluta por ganar.

Ma: Si los dejas se tiran así horas, después dicen de los niños.

M: Hombres… -negaba con la cabeza.

Ma: Oye, que ya he echado en el coche la mochila de la niña, eh… no te vuelvas loca
después buscándola.

M: Gracias. –sonreía- Tengo la moto preparada, luego veré que hago para engañarla.

Ma: Va a ser difícil que olvide este cumpleaños…

M: Espero que nunca lo haga. –ambas se giraban al escucharla llegar con los niños.

Con Luis a coscaletas entraba en el salón seguida por Alba que pretendía darles
alcance. Después de unos segundos lo dejó en el suelo rendida y respirando buscó con
la mirada a Maca que la miraba sonriendo desde el sofá.

E: Ais… -se dejaba caer en las piernas de la pediatra.

M: ¿Cómo va la cumpleañera? –le acariciaba la espalda.

E: Cansada hasta los tuétanos. –sonreía girándose- Pero ahora mejor –se apoyaba en
ella.

Ma: Tú consola está pasando la fase de reconocimiento…

235

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E: Ya veo, ya. ¡Vilches! ¡A ver si voy a tener que pasar parte en el hospital de que te
ganan con un video juego!

V: ¡A ver si te vas a chupar todas las guardias lo que queda de mes! –contestaba de
espaldas.

Todos: Jajaja.

Ma: Por cierto… que no me has enseñado tu primer regalo. –se inclinaba para mirarla.

E: ¡Ah, sí! Mira… -cogía el colgante con ambas manos y lo abría mientras se acercaba a
ella y tanto su hermana como la pediatra lo miraban- Llevo a mis dos mujeres. –
sonreía.

Ma: Que chulo.

E: ¿A que sí? –sonreía mirando a la pediatra.

Una hora después, ya parecía que todos iban con más calma y Esther después de
hablar con algunos de sus amigos, había llegado hasta el balcón con Virginia.

E: Pues por mí no habría problema eh, te lo digo en serio.

Vi: No sé, miraré algo por ahí y si no encuentro nada pues te llamo y te digo. Porque ya
te digo que me gustaría.

E: Tú no te preocupes, en cuanto me llames la tienes para ti, ya ves que para lo que la
usamos. –sonreía.

Ma: Nosotros nos vamos Esther… -se asomaba.

E: ¿Ya? –miraba su reloj- Madre mía que tarde es. Los críos tienen que estar ya
durmiéndose por las paredes.

Ma: Pues no te creas. –pasaban de nuevo al salón y estos jugaban con Pablo- ¡Niños
despedirse que nos vamos!

E: ¿Niños? ¿Es que te llevas también a la mía?

Ma: Eh… si.

En la puerta, la pareja iba despidiendo uno a uno a todos los que habían acudido a la
celebración. Después de que los últimos rezagados también lo hiciesen, la enfermera
volvía al salón donde Maca, sentada en el sofá, la miraba sonriendo.

E: Madre mía… como cansa esto ¿no? –se dejaba caer a su lado- Parece que haya
estado tres días sin parar.

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M: Pues aun queda otra cosa. –le colocaba bien el flequillo.

E: ¿Otra cosa? ¿Qué cosa?

M: Aahh… es una sorpresa, pero me tienes que hacer caso y no preguntar. –se
levantaba tendiéndole su mano- ¿Qué dices? ¿Hay trato o no hay trato?

Después de estrechar su mano, fueron apenas dos minutos en los que todo ocurría con
normalidad. Antes de salir por la puerta, Maca se quedaba a su espalda colocándole un
pañuelo en los ojos haciéndole sonreír. Siendo guiada en todo momento y por el olor,
supo que habían llegado hasta el garaje. Después de más de un intento en ponerle el
casco sin que el pañuelo cayese y causando varios minutos de risas, consiguieron que
subiera sin más problema, abrazándose a la cintura de la pediatra después.

Recorrían la autovía y Esther sin ver nada en absoluto, solo podía sentir el viento,
helado, haciendo que inconscientemente buscase el calor en el cuerpo de la pediatra.

Sin saber nada más que iba con ella a alguna parte, no podía borrar la sonrisa de sus
labios al pensar que todo aquello era por ella, solo por ella. Pensamientos que hacían
que cerrase más aquel abrazo cuando ya empezaba a sentir demasiada curiosidad por
aquel secretismo.

Maca vio el desvío que esperaba y giró cambiando de carril despacio, haciendo que la
enfermera se acomodase a sus movimientos sin problema. Poco a poco iba
reconociendo todo hasta que llegó a una pequeña rotonda que había que sortear para
llegar a la urbanización. Aminorando la velocidad llegaba hasta la entrada y sin bajarse
de la moto hacia que la puerta se abriese pasando después sin ninguna prisa.

M: Tú no te muevas hasta que yo baje.

Con agilidad bajaba de la moto y sin que la enfermera lo hiciese, tomaba uno de los
puños y agarraba la parte trasera, para que de un empujón, el caballete quedase bien
puesto y la moto quieta.

E: Jajaja ¡Mas! ¡Mas! –reía por lo brusco del movimiento.

M: No te rías y dame las manos que vas a bajar, y quiero que lo hagas de una pieza. –
sujetándola con fuerza conseguía que esta bajase y casi al segundo se pegaba de nuevo
a ella buscando su rostro.

E: ¿Me has secuestrado? ¿uhm?

Sabiendo que no era vista, se alejó lo justo para quedarse mirándola y sonrió dejando
un beso en su nariz para volver a caminar mientras escuchaba las quejas por parte de
la enfermera.

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M: Ahora hay tres escalones, lleva cuidado… -se detenía para que fuese subiendo.

E: Madre mía, Maca, cuanto secretismo por dios.

M: Venga, que ya estamos, no te quejes tanto y anda. –sonreía.

Como bien había dicho, llegaron apenas en dos pasos más hasta la puerta. La pediatra
la hacía parar y esperar hasta que nuevamente ella volviese. La enfermera escuchó
como una puerta se abría pero por mucho que lo intentase no podía averiguar nada
más. Mientras, la pediatra se afanaba dentro de aquel lugar hasta que con rapidez,
volvía hasta ella para quedarse pegada a su espalda.

M: Bien… -se acercaba a su oído- Ahora te voy a quitar el pañuelo despacio ¿Vale?

E: Sí, sí… vamos, vamos. –hablaba con impaciencia haciéndola sonreír.

La presión en el nudo de aquel pañuelo fue disminuyendo hasta que finalmente este
caía y era retirado de su rostro. Adaptándose a la luz por un par de segundos, pestañeó
hasta que pudo ver un pequeño salón recubierto de velas que dibujaban un camino
hasta una escalera que había al fondo.

E: Pero… ¿Dónde estamos? –se giró queriendo ver lo que había en el exterior- ¿Dónde
me has traído? –miraba a la pediatra.

M: ¿Nunca te he contado que tenía una casita en la sierra? –ladeaba el rostro para
besarla, viendo como después esta volvía a girarse para ver de nuevo aquel salón.

E: ¿Pero yo con quien estoy? ¿Con la hermana bastarda de las Koplovich o qué? –se
giraba hacia ella otra vez.

M: Jajaja mira que eres ¡Esto es serio, eh! Yo aquí queriendo que todo fuese
romántico…

No pudo terminar la frase cuando ya la enfermera había rodeado su cuello lanzándose


a sus labios. Después de unos segundos de aquella forma volvía a separarse.

M: ¿Eso es que te gusta?

E: Eso es que vamos a ver donde acaba el caminito ese que has hecho con las velas. –
sonreía a la vez que cerraba la puerta con el pie.

Con Maca entre sus piernas, las cuales rodeaban su cintura, bebían lo últimas gotas
que aun quedaban de una botella de cava que habían abierto hacia más de una hora.
La enfermera se entretenía en saborear aquel sabor seco del cava mezclado con el
cuello de la pediatra que suspiraba de nuevo al sentirla llegar con aquel frio en sus
labios.

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E: ¿Sabes que ha sido el mejor cumpleaños de mi vida? –susurraba.

M: Pues el año que viene a ver como hago para sorprenderte y que gane a este…
-sonreía dándole espacio mientras ladeaba su cabeza.

E: Yo de ti lo iba pensando ya… te va a costar superarlo.

M: Algo se me ocurrirá. –se giraba lo justo para mirarla pegada a su rostro- ¿Ha faltado
algo?

E: Nada en absoluto. –frotaba la nariz con la suya.

M: ¿Seguro? Es para apuntarlo y solucionarlo el año que viene… -se escondía en su


cuello.

E: Mientras estés tú no faltará nada… aunque estemos sentadas en un banco con una
bolsa de pipas. –sonreía- Aun así sería perfecto… sin querer desmerecer nada, eh.

M: ¿Eres feliz? –buscó sus ojos.

E: Muy feliz. –asentía- ¿Y tú?

M: No, yo no… -sonreía acercándose a su boca- Me tratas fatal. –mordía su labio


inferior.

E: ¡Pero bueno! –se movía con rapidez- ¿Qué te trato fatal? Dímelo a la cara si tienes
narices.

M: Me tratas fatal. –iba incorporándose para quedar de rodillas en la cama mientras


retrocedía- Horriblemente mal.

E: ¡Ahora verás!

La pediatra, agarrando la sabana, salía corriendo del dormitorio seguida por la


enfermera. Cuando llegaba al final del pasillo se giró para ver a Esther correr tras ella
desnuda.

M: ¿Pero dónde vas así? –reía con fuerza mientras la veía correr encogida- Jajaja
¡Esther!

E: ¡Ay que frio! Hazme sitio.

Abriendo la sabana esperó su llegada, la enfermera se abrazaba con fuerza a ella


sintiendo como la rodeaba con sus brazos llevando con ellos también la sabana. Se
pegó a su pecho mientras la pediatra aun reía.

M: Solo a ti se te ocurre salir de la cama desnuda con el frio que hace.

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E: Es que ha sido un impulso. –sonreía- Es lo que tiene hacer las cosas sin pensar.

M: Sin pensar. –tomándola por la cintura la obligaba a saltar haciendo que la rodease
con sus piernas mientras la llevaba en brazos de nuevo a la cama.

E: ¿Y esto?

M: No sé… -sonreía- Lo he hecho sin pensar. –besaba su pecho.

E: Cariño… vas a tener que no pensar más a menudo, eh… ¡Te lo ordeno!

M: Jajaja –hacia que ambas cayesen en la cama quedando ella encima- Me vuelves
loca.

E: ¿Y cuan seria es esa locura tuya, uhm?

M: Ahora lo veremos…

Cubriendo su cuerpo con una de las mantas, había llegado hasta el pequeño porche de
aquella casa. Aquel olor mezclado con el aire frio se colaba en sus pulmones de forma
fuerte, haciendo que suspirase tras dar una gran bocanada de aire. Sonriendo se
dispuso a observar todo aquel espacio verde y amplio que tenia frente a ella.

Encogiéndose en si misma miraba tan lejos como podía, dejando la mente en blanco,
los pensamientos en un segundo plano, hasta que en tan solo un segundo, su rostro se
dibujaba frente a sus ojos, su sonrisa, su voz…

¿Te echo una mano?... Pues bienvenida, soy Maca, seremos vecinas… No es molestia
de verdad… Acabo de acostar a la niña y creo que tienes la música bastante alta… ¿Se
puede saber qué narices haces?

Sonrió sin poderlo evitar al recordar aquellos primeros encuentros, como en tan solo
unos días había conseguido que se llevasen tan mal que cualquier motivo, por muy
pequeño que fuese, daba paso a una discusión.

¿Y a que te dedicas? ¿Pinchas discos en alguna discoteca?... Me clavas el codo, Esther…


Mira, soy una persona bastante amable en la mayoría de los casos, pero tengo un
carácter algo autoritario y sé que puedo ser una puñetera y hablar de malas cuando mi
humor no es el mejor… Parece que discuto con una niña.

Tan borde y tan sincera. Podía sacarla de sus casillas, pero también admitía para si en
momentos como ese, que aquel carácter, por mucho que saliese de aquella manera
frente a ella, guardaría sus secretos, una forma de ser que llamaba a su curiosidad de
una manera tan fuerte que aunque siempre discutiesen, parecía querer y esperar más.

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No pienso dejar que duermas sola después del golpe que te has dado, dormirás en casa
y así te vigilo… Es… es la madre de Alba… Pues la próxima vez te dejo sola en tu casa y
si te quedas tonta del golpe pues eso que te llevas ¿vale?

Así era todo, discusiones, roces, palabras más altas que otras, pero como si de un imán
se tratase, siempre la encontraba, en un pasillo, una cura, en el portal… Hasta que sin
ella esperarlo, todo pareció cambiar sin darse cuenta de hasta qué punto.

Bueno yo… quería también decirte que si… si te gustaría cenar con nosotras en casa…
Al final van a tener razón… ¿Estás a gusto aquí? Quiero decir… ¿Vienes porque te gusta
estar con nosotras? ¿Ya no me ves como una borde antipática?... Que pensaba pedirte
algo y ahora me da vergüenza… Estás muy guapa… No tienes por qué preocuparte por
que estés viviendo algo nuevo… yo no voy a hacerte daño… Yo sé hacer magia
¿sabes?... Me gustas mucho.

¿Podía pasarse tan rápido de un extremo a otro? Sí se podía, y ella conocía aquella
sensación. Había llegado de miradas punzantes, palabras rasgadas de rabia, a confesar
que llevaba días pensando en ella. Y eso había sido, como si hubiese caído la venda de
los ojos, como si detrás de todas las discusiones hubiera algo que la llamase a querer
descubrir que se escondía. Y cuando vio por fin que era, supo que había merecido la
pena, que todo aquello que comenzaba a vivir, era todo cuanto había esperado toda su
vida.

Abrazarte muy muy fuerte ¿Me dejas?... ¿Eso es un pijama?... ¿Cómo que el pantalón?
¿Piensas quitarme el pantalón?... ¿Seguro? Yo sé que a veces soy aburrida Esther, me
gusta estar leyendo en casa mientras a ti te apetece salir… Ataca pequeña… De lo
mucho que sonrió ahora… Espera, espera… ¿Patinar? ¿Esas cosas con ruedas para los
pies?... Estoy aquí y no me voy a mover de tu lado ¿Vale? No va a pasarte nada…Haces
lo que quieres conmigo… Cariño… No te enfades lo digo por ti, no quiero que vivas una
situación incómoda por mi culpa… De verdad… cuando te pones así no hay manera, no
sé puede hablar contigo…

Sonreía recordando aquel día, como cuando el carácter de ambas se asomaba aquello
podía ser tan fuerte como una guerra de cabezotas queriendo tener la razón. Pero era
poco el tiempo que duraba hasta que de nuevo se buscaban sin remedio.

¿Te he dicho ya que me encanta que hagas esto?... La niña y yo queremos que vengas
con nosotras estas vacaciones a casa de mis padres… Solo con que tú estés aquí ya es
motivo para que nada pueda estropear este viaje… No vuelvas a hacerlo ¿Vale? Nunca
más me sueltes la mano por nadie… Si me das un beso seguro que estaré mejor…
¡Esther quitante de encima ahora mismo! Esther hablo en serio… Sí, solo necesito
correr un rato y… No te preocupes ¿Vale?… ¡La quiero mamá! ¡Estoy enamorada de esa
mujer!

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Aquellas palabras fueron como la fuerza final, el último empujón a todo, a todo cuanto
no podía ni siquiera imaginar. Y ella, impulsiva de nacimiento, cuando miraba aquellos
ojos, cuando la sentía cerca, cuando la tranquilidad llegaba de su voz, era como si toda
esa inquietud desapareciese y solo existiese ella, ella y la paz que le trasmitía, la
seguridad con la que llenaba cada minuto de cualquier día que se despertase a su lado.
Pero a la vez, sentía la necesidad de ser ella, de crear esos momentos en los que solo
una simple sonrisa, podía desmoronar todo su mundo.

Entonces tú también eres mía… Y puedo hacer contigo lo que quiera cuando quiera…
Quiero que vivas formalmente conmigo… ¿Te he dicho cuanto me encantas? ¿Seguro?
Pues me encantas… Yo siempre pienso en ti… ¿Y si te muerdo aquí?... ¡No se te ocurra
hablarme en lo que queda de noche! ¡Te aviso con tiempo!... No vuelvas a irte de la
cama dejándome sola… Por aparecer… por soportarme todo ese tiempo en el que fui
una imbécil… por darme una oportunidad y cambiar mi vida como lo has hecho… Ahora
es cuando me dices que estabas pensando en mí y por eso tienes esa cara, sino me
enfadaré… si yo tuviera que decidir eso, firmaría donde fuese para tenerte así… como
ahora, todo el tiempo del mundo… Si a mí me encanta que seas así tonta… Me dan
ganas de abrazarte y no soltarte nunca… Ais… que es rebelde mi chica… Eso tengo que
decidirlo yo ¿no? Eres mía y hago lo que quiero contigo.

Una mujer que siempre quería aparentar seriedad, que era la mejor madre y a la vez
debía hacerlo sola. Había aprendido a mostrarse vulnerable, a entregarse a ella con sus
miedos y con sus risas. Con momentos donde la madurez perdía su sitio y el encanto de
la improvisación y la parte más infantil renacían desde años de oscuridad para alzarse
vivas, para reír y llorar si era necesario, solo porque así debía ser, sin tener que valorar
si estaba bien o no.

¡Genial! Pues a mi ningún niñato de piscina me pone puntos, que te de las cosas y lo
haces tú… Ha dicho que ella lo hace… La tía Maca quiere que la tía Esther la mime
mucho… Que no, que te vayas que ya me apaño yo. Eso si… si me caigo por el camino
será tu culpa… Me gusta. ¿Te molesta que te mire?... Te quiero… Quédate siempre
conmigo… Tienes suerte de que me gustes tanto… porque si no ya te hubiese dado una
patada en culo… Feliz cumpleaños… es una sorpresa, pero me tienes que hacer caso y
no preguntar… ¿Qué dices? ¿Hay trato o no hay trato?.. Bien… Ahora te voy a quitar el
pañuelo despacio ¿Vale?... ¿Nunca te he contado que tenía una casita en la sierra?...
¿Eres feliz?

M: ¿Qué hace mi chica aquí solita, y con el frio que hace? –la rodeaba con sus brazos
mientras se pegaba a su espalda.

E: Pensar en todo lo que no cambiaría por nada del mundo.

M: ¿Y en todo eso hay un sitio para mí? –preguntaba susurrando mientras la enfermera
se giraba para mirarla.
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E: No hay nada ni nadie más que tú… -terminó por acercarse atrapando sus labios.

El día siguiente al festejo del cumpleaños de la enfermera, Marta terminaba de dar de


comer a los pequeños de la casa.

Ma: Voy a traer un yogur para cada uno, así que ni se os ocurra levantaros de las sillas.
–señaló a uno y a otro.

L: Vale mami… -colocaba los brazos sobre la mesa- ¿Y tú mamá y Esther vendrán hoy?

Al: Pues no sé. –se encogía de hombros- Mamá me dijo que me quedaría aquí que ellas
iban a ir a un sitio donde tenían que ir solas.

L: ¿Qué sitio será ese?

Al: No sé… pero tiene que estar chuli, Esther siempre va a sitios chulis…

L: Mi tita es muy diver –sonreía- Mi mamá es más seria que tía Esther… tú tienes suerte
de tenerla más tiempo.

Al: Sí. –sonreía ampliamente- ¿Tú la quieres como a una mamá o solo como a una tita?

L: Es que una tita es seria… y ella no… -movía una naranja sobre la mesa- Es como una
hermana mayor… pero la quiero más…

Al: Pero no tienes hermanos, no sabes si la quieres más que eso.

L: ¡Si lo sé! –hablaba con firmeza- La quiero más.

Al: Yo creo que la quiero como a una mamá…

L: Pero para quererla como a una mamá tienes que preguntarle si quiere serlo… si la
quieres como a una mamá será más seria y no jugaréis tanto.

Al: ¡Eso no es verdad!

L: Las mamás no juegan igual…

Al: Mi mami si juega conmigo. Las dos juegan conmigo y no son serias.

L: Pues que suerte… -se giraba al escuchar como Marta entraba de nuevo- Mamá.

Ma: Dime, cariño. –dejaba un yogur frente a cada uno.

L: ¿Por qué eres una mamá seria y no como tía Esther? –comenzaba a comerse su
postre.

Ma: ¿Cómo que seria? –le hacía cosquillas haciendo que riera.

L: Eres más seria que la tía.


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Ma: Pero es que tu tía es diferente… ella siempre esta riéndose y jugando, es como una
niña mayor.

L: Entonces… -se giraba de nuevo hacia Alba- Si la tía es también tu mamá, tú serás mi
prima… -abría los ojos sorprendido- ¡Seremos primos!

Al: ¡Guay!

Ma: A ver… ¿de qué están hablando ustedes dos? –miraba a uno y a otro.

Al: Que creo que quiero a Esther como a una mamá… y si le pregunto y quiere seremos
primos. –sonreía.

Ma: Aahh –asentía impactada- Pues no hace falta que se lo preguntes, cariño, tú se lo
dices y ya está, seguro que le hace mucha ilusión.

Al: ¿De verdad?

Ma: Seguro que sí. –sonreía.

Mientras la pediatra cerraba las ventanas y se aseguraba que en la cocina estuviese


todo bien recogido, la enfermera la esperaba fuera con ambos cascos mientras miraba
todo a su alrededor. Cuando escuchó la puerta se giró sonriendo.

E: Es bonita la casa… lo malo es que no tengas piscina.

M: Claro… y si quieres también compramos un tobogán se esos rizados en plan tubo y


montamos aquí un parque acuático.

E: No es mala idea, ponemos un cartel en la puerta… -simulaba mientras señalaba con


el brazo- Dos euros la entrada, no se admiten mayores de dieciocho.

M: ¿Y eso?

E: Ah pues no… -la miraba- Que las niñas ahora están muy espabiladas y aquí solo
quiero bien pequeñas.

M: Jajaja que cosas tienes.

E: Oye… hablando de cosas… -se acercaba y colocaba la mano en su cintura- Si me


sacase el permiso de moto…

M: ¡No! –negaba casi al instante- Ni loca… -la miraba acercándose a ella- Es que ni loca
vamos, mi moto no.

E: Pero cariño… -la miraba ladeando la cabeza.

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M: Que no… -sonreía- Que la moto no, Esther… es que no se la dejo ni a mi padre. La
moto es la moto y no se toca, lo siento.

E: Eres una niña caprichosa y consentida que no deja sus cosas. –se cruzaba de brazos-
¡Ni que la fuera a destrozar!

M: Es que no… y no quiero que conduzcas motos que son peligrosas y puede pasarte
algo. –la miraba descubriendo como arqueaba una ceja mientras iba reclinándose un
poco- No me mires así… no hay motos que valgan.

E: Ahora dime que me castigas por no cenar y ya me rio del todo.

M: Me da igual lo que digas… -sonreía acercándose para besarla- No hay moto.

Apretando la mandíbula seguía cruzándose de brazos mientras la pediatra se colocaba


los guantes y miraba hacia abajo. Escuchó un bufido y sonrió ladeando el rostro viendo
como esta seguía mirándola. Negó con la cabeza y volvió a bajar la mirada.

E: ¡¿Pero por qué?!

M: Pues porque no quiero que un día suene el teléfono y que alguien me diga que te
has caído con una moto Esther, sin más.

E: A cabezota no me ganas, y si quiero me saco el permiso y me compro la moto sin


que me tengas que dejar la tuya.

Frente a aquella respuesta, la pediatra se irguió mirándola con seriedad. Esther


aguantaba su mirada a la vez que sabía que ya no estaba de broma, suspiró y cogió su
mano.

E: Vale… ya dejo el tema.

M: No es que lo dejes, ya sé que si quieres te comprarás una moto, y dará igual lo que
yo diga, pero si no comprendes por qué lo digo pues nos ahorramos esta conversación
y ya está. –se colocaba el casco y se subía a la moto esperando a la enfermera para
arrancar.

Cuando de nuevo llegaban a Madrid, la enfermera sabia que tendría que reaccionar
pronto y no dejar que aquel enfado siguiese su curso. Bajando la rampa del garaje ya se
despegaba de su espalda para después, al sentir que se detenía junto al coche, bajar
primero y sacarse el casco viendo como la pediatra hacia lo mismo.

E: Antes de que Marta traiga a la niña ¿Te apetece una duchita?

M: Sí, podías preparar algo mientras para cuando venga Alba que será la hora de cenar.
–se colgaba el casco al brazo y caminaba hasta el ascensor.

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E: Justo lo que yo estaba pensando… -susurraba antes de caminar tras ella.

Mientras subían, la enfermera buscó la mano de Maca que dejándose hacer, sentía
como pellizcaba las yemas de sus dedos despacio, uno a uno hasta llegar al pulgar. El
ascensor llegaba y abría la puerta dejando que ella saliese primero viendo como
después entraba hasta casa.

M: Voy a darme una ducha.

Desde la puerta del salón la vio marcharse y llegar hasta el dormitorio. Se pinzó el labio
y dejando el casco sobre la mesa salió a paso ligero por el pasillo, descubriéndola aun
en la habitación.

E: Maca…

M: Dime. –hablaba de espaldas.

E: Que no… -llegaba hasta ella y la hacía caer al borde de la cama para sentarse encima
de sus piernas- Que yo decía de ducharnos juntas, no tú sola. –la obligaba a levantar
los brazos para quitarle el suéter- Y no quiero que te enfades conmigo. –la besaba.

M: No estoy enfadada… -giraba su rostro viendo como atacaba entonces su cuello-


Venga, Esther…

E: Venga Esther, no. Estás molesta y yo solo estaba bromeando… -se separaba para
mirarla- Pero tú enseguida sacas esa vena de madre protectora y mira como te pones.

M: ¿Cómo me pongo?

E: Cabezota como tú sola, Maca. Y conmigo eso no vale… a mí no me vale que no me


hables y quieras ducharte sola, ¿te queda claro? –la tomaba por la barbilla para que la
mirase a los ojos- Aquí se habla, se habla y no se enfada una por tonterías.

M: ¿Sí?

E: Sí. –asentía con firmeza pero no pudiendo evitar sonreír.

Rodeándola por la cintura, la pediatra se lanzaba a sus labios con determinación.


Reculando por la sorpresa, Esther la recibía casi al segundo abriendo también sus
labios.

M: A la ducha.

Con ella en brazos se levantaba para caminar a tientas hasta llegar al cuarto de baño.

Después de poner la mesa para la cena, la pediatra se había sentado a beber de una
copa de vino, siendo abordada escasos segundos después por Esther que se
acomodaba en su regazo de forma cariñosa.
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E: Le dije que yo podía alquilarle mi piso, está ahí muerto de risa y lo que saque pues
para pagar lo que gaste de luz y de agua y ya está ¿no? ¿Qué te parece?

M: No es mala idea. –la miraba- Es tu amiga y lo veo un bonito gesto. Y si ya no estás


allí…

E: ¿De verdad? ¿Te parece bien?

M: Que sí cariño, que sí… -sonreía.

E: Además es muy simpática, y responsable… no tendremos ningún problema con ella.


La conozco desde que éramos niñas.

M: Cuando digo que sí ¿tú en que andas pensando? –sonreía rodeándola con ambos
brazos por la cintura- Dime.

E: Uy… en muchas cosas. –sonreía- En que sí –puntualizaba- me quieres, que sí me


adoras, que sí te mueres por mis huesos, que sí te volverías loca lejos de mí…

M: Ya, ya… ya me hago a un idea… -ladeaba la cabeza sin dejar de sonreír mientras
Esther besaba su cuello- Muy segura estás tú.

E: Vamos. –la miraba de nuevo- Lo tuyo conmigo es una locura que todo el mundo
conoce, si tú no puedes vivir sin mí.

M: Pero será posible… -sonreía mirándola- ¿Pero quién te crees tú que eres eh? ¿La
reina de Saba?

E: De Saba no, pero tuya sí. –se acercaba besando sus labios con rapidez- Y tú la mía,
mi reina… -la besaba de nuevo- Mi reinecita.

M: Si es que siempre te sales con la tuya… -suspiraba- La lías y luego lo arreglas y


encima quedas bien.

E: Jajaja.

En aquel momento el timbre sonaba y tras preguntar, la enfermera abría la puerta


escuchando las pisotadas de la niña subiendo por la escalera. La esperó en la puerta y
cuando llegaba caminó lo justo hacia atrás para esperarla con los brazos abiertos.

E: ¡A ver como salta!

Y como solía hacer, Alba corría hasta ella para que al llegar, la enfermera la cogiese en
brazos y comenzase a hacerle cosquillas.

E: ¡Y esta es la princesa! –alzaba la voz entrando en el salón.

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M: El día que se te escape o corra más de la cuenta verás. –sonreía dando un beso a su
hija.

E: ¿Cómo esta mi enana? ¿Te lo has pasado bien?

Al: ¡Sí! Hemos jugado a la consola y tío Pablo nos llevó esta mañana al zoo.

E: ¡Al zoo! Jo que envidia, Maca… -se giraba para mirarla- Yo quiero ir al zoo.

M: Y yo no trabajar nunca más y mírame… en urgencias nada menos. –se levantaba-


Voy a por la cena.

E: Aguafiestas.

Después de cenar, la enfermera permanecía en el sofá mientras Maca, en el dormitorio


de la pequeña, recogía lo poco que había por en medio para después preparar la ropa
para el día siguiente. Esther miraba al televisor cuando Alba se movió llamando su
atención.

Al: Esther… ¿si yo te quisiera como a una mamá dejarías de ser tan divertida conmigo?

La enfermera abrió los ojos impactada por aquella pregunta y tomando aire para hablar
vio que no sabía que decirle en ese momento. Se giró aun mas quedando frente a ella y
la miró sonriendo. Poco a poco creía comprender que era lo que la niña preguntaba y
miró al techo un segundo queriendo no dejarse llevar por la emoción.

E: Yo nunca voy a cambiar como soy contigo, cariño.

Al: Entonces… -miraba a un lado mientras se mordía el labio y volvía a girarse hasta
ella- Si yo… te quiero como si fueras mi mami también, pero te sigo llamando Esther…
¿tú me querrás igual?

E: Ven aquí… -se daba un golpecito en las piernas haciendo que esta se sentase con
rapidez en ellas- ¿Por qué eres tú tan lista, eh?

Al: No sé. –se encogía de hombros sonriendo.

E: ¿Tú sabes que yo te quiero mucho mucho mucho, verdad? –la niña asentía- Y aunque
tú tengas tu mamás, yo te quiero como si también fueras mi niña. –sonreía- Y tú
puedes quererme como quieras, que lo hagas como lo hagas yo te seguiré queriendo
igual y seguiré jugando contigo y las dos haremos rabiar a mamá como nos gusta hacer.

Al: Yo es que no te quiero como antes. –se cruzaba de brazos haciéndola sonreír- Te
quiero mas y no sé… te quiero como si fueras mi mami también, pero tú eres más
divertida.

E: Y te haces un lio, claro… -afirmaba con seriedad haciendo que riese.

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M: ¿Qué pasa aquí? Que siempre esperáis a que me vaya para reíros las dos. –se
sentaba junto a la enfermera.

E: Pues aquí… esta señorita y yo estamos teniendo una conversación entre mujeres.

M: Vaya… ¿puedo quedarme o me está prohibido?

Al: Puedes quedarte, mami jejeje.

M: Gracias. –miraba a la enfermera- ¿Y de que habláis?

Al: Pues que Luis y yo hemos estado hablando esta tarde y… -ambas la miraban
sonriendo- Yo le he dicho que quiero a Esther como si fuera también mi mami…
-ladeaba el rostro dándole importancia a la vez que sorprendida, la pediatra se giraba
para mirar de nuevo a la enfermera que se encogía de hombros sonriendo ya
emocionada- Y que si ella quería pues entonces él y yo seriamos primos. ¿A que está
guay?

E: ¿Y yo que digo ahora, eh? –miraba a la pediatra.

M: Ah, no sé… -sonreía limpiándole las lágrimas- Es tú conversación no la mía, tú sabrás


como sales de esta.

Cuando Esther miraba otra vez a la pequeña, Maca sonrió y apoyó su barbilla en su
hombro mientras ambas miraban a Alba que seguía sonriendo y dando aquella
explicación, que sin duda, haría aun mas especial aquel fin de semana.

E: Y ahí me ves a mi llorando como una tonta mientras la niña me decía esas cosas…
-sonreía recordándolo.

T: Si es que esa cría vale millones, desde pequeña siempre ha sido muy despierta y
daba ganas de comérsela.

E: Ais… -suspiraba- A veces me da miedo de que todo vaya tan bien ¿Sabes, Teresa? Es
que todo es… perfecto. –la miraba- Y nunca me había pasado.

T: Aprovecha mujer, que en menos de un año parece que te haya tocado la lotería…
-miraba hacia la puerta- Bueno, no a ti sola.

Ambas se giraban al ver como Maca entraba seguida de uno de los residentes cuando
parecía darle instrucciones. Esther apoyó la mejilla en su hombro mientras no le
quitaba ojo de encima y sonreía de aquella manera.

T: Anda que quien que os iba a decir acabaríais así cuando llegaste.

E: Se lo ponía difícil, Teresa… si no hubiera sido todo muy aburrido. –seguía mirando a
Maca que ya se acercaba.

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M: Uf… mira que me gusta poco eso de tener residentes todo el día pegados a mi culo.

E: ¿Y qué haces tú con un residente?

M: Salinas no ha venido y me lo han encasquetado… -suspiraba- ¿Y tú qué haces?


Aparte de no trabajar y sí ponerte las botas. –miraba los restos del almuerzo sobre la
mesa.

T: Me contaba la última de Alba.

M: Ah… -sonreía mirando a la enfermera- Está desde anoche que anda tontita ella. –se
acercaba para besarla.

E: ¿Y cómo quieres que esté? Si es que en ese momento me la hubiera comido. –


sonreía- Es una puñetera, como tú.

M: Hombre claro, se tiene que parecer algo a mi sin más narices. Pero ya te dije que
ahora tienes que ser más responsable.

E: De eso nada, yo seré la mami divertida y tú la gruñona, para equilibrar.

M: ¿Tú te crees? –miraba a Teresa.

T: Hombre… es lo más lógico y fácil, porque lo de gruñona a ti te sale por naturaleza.

E: Jajaja.

M: ¿Por qué todo el mundo se acaba pasando a tu bando, eh? –preguntaba


acercándose a la enfermera mientras apoyaba los brazos sobre la mesa.

E: Será porque soy más maja que tú.

T: Bueno yo me voy… que ya veo como vais a acabar y yo no tengo ganas de verlo.

MyE: Jajaja –se giraban de nuevo para mirarse.

M: ¿Cómo esta mi reina hoy?

E: Esperando que la otra reina le haga un poquito de caso que me lleva ignorando toda
la mañana.

M: Pues eso lo arreglamos ahora mismo… -ladeaba el rostro dándole varios besos
cortos pero seguidos para pasarle después el pulgar por los labios- ¿Has hablado con
Beatriz ya?

E: Sí, y de eso quería hablar contigo… ya le he contestado, aunque aún no hemos


hablado con Cruz.

M: ¿Qué le has dicho?


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E: Que sí… -apretaba los labios mirando a la mesa unos segundos- Y sé que me
arrepentiré.

M: No digas tonterías. –sonreía para besarla después- Si lo vas a hacer genial, ya lo


verás.

E: Yo creo que no será tan genial… -la miraba de nuevo- Me da mucho miedo hacerlo
mal y cagarla, Maca, que….

M: Que, que, que… que nada, que lo harás genial y en cuanto pasen unos días estarás
en tu salsa con el puesto y mandando a las demás convirtiéndote la bruja de la jefa.

E: ¡Pero oye!

M: Es broma, tonta… -cogía su mano- ¿Cuándo hablaréis con Cruz?

E: Antes de acabar el turno… dice que antes de que acabe el mes lo tendrá todo listo y
ya empezaré… ¿Y si lo hago mal, Maca?

M: ¡Ay Esther! –se levantaba siendo seguida por la enfermera- Que pesadita te pones.

E: ¡Pero es que puede ser! –la perseguía.

M: Sí, el hospital va a explotar cuando imprimas el primer turno de enfermeras.

Entrando en urgencias, la pediatra caminaba mientras Esther tras ella, intentaba


detenerla haciendo que varios compañeros en el camino, rieran al ver la escena.

Cuando el turno ya había acabado, Maca esperaba en el mostrador mientras hablaba


con Teresa. Miraba el reloj viendo como la enfermera se retrasaba demasiado y
suspiraba apoyándose con ambos brazos haciendo que la mujer la mirase por encima
de sus gafas.

T: Ya sé que no soy la mejor compañía pero podías disimular.

M: No es eso, Teresa. –se quedaba de lado- Es que tarda ya mucho.

T: ¿Pero qué pasa?

M: Tú no digas nada, eh… -sonreía acercándose- Pero Beatriz va a pedir la jubilación


anticipada y va a pasarle a Esther el puesto de jefa de enfermeras.

T: ¡Qué me dices! –sonreía- ¡Pero eso es un notición!

M: Teresa, no puedes decir nada que solo lo sabemos nosotras… hasta que no llegue el
momento tú no sabes nada.

T: Vale, vale…

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Por fin la enfermera salía ya vestida de calle cruzándose el bolso para llegar hasta el
mostrador.

M: ¿Qué tal? –cogía su mano.

E: Ya está… Cruz lo arreglará todo para cuando…

T: ¡Ay qué alegría! –salía del mostrador- Dame un abrazo… -la enfermera se dejaba
abrazar mirando a la pediatra.

E: ¿Qué es Teresa? –preguntaba extrañada.

T: Lo de que vas a ser la jefa… -sonreía feliz cuando Esther giraba el rostro para mirar a
la pediatra.

M: Teresaaa… -se quejaba.

T: Perdón… la emoción. –se encogía de hombros.

Entrando a casa, la enfermera seguía con la regañina que habían comenzado desde que
saliesen del garaje.

E: Es que no sé por qué tenias que decirle nada a Teresa… -entraba por delante.

M: Yo que sé cariño, tardabas y sabía que le haría ilusión saberlo. –dejaba las llaves y la
seguía hasta el dormitorio- Además, se iban a enterar tarde o temprano.

E: Ya, pero es que Teresa tiene la boca como un buzón de correos.

M: Pero vamos a ver… -iba hasta ella abrazándola por detrás- ¿Qué más da? Si apenas
quedan tres semanas y la cosa se iba a saber antes. Es una buena noticia.

E: Ahora todo el mundo vendrá con lo mismo, felicidades Esther… -imitaba-


enhorabuena Esther…

M: ¿Y? –la hacía girar.

E: Pues que me pondrán más nerviosa, Maca. Y no quiero estarlo más.

M: Hagamos una cosa, en cuanto a alguien se le ocurra felicitarte por esa cosa tan
horrorosa me avisas que voy y se lo hago pagar… -le susurraba- Será un trabajo limpio y
sin testigos.

E: Idiota. –la abrazaba.

M: Yo también te quiero… -sonreía mirando al techo- ¿Entonces qué? Preparamos algo


para que comamos las dos que nos lo tenemos merecido ¿o seguimos aquí planeando
la aniquilación de todo aquel que se alegre por la noticia?

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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


E: Comer, comer.

Sin soltar las manos de la pediatra, comenzó a caminar hacia la cocina haciendo que
fuese tras ella. Segundos después la rodeaba por la cintura sin dejar de caminar.

M: Comer, comer, comer… con lo que le gusta a ella comer.

E: Comer es un deporte muy sano y a la par puede ser muy divertido. –se giraba ya en
la cocina.

M: Para ti divertidísimo… -la soltaba para ir hasta el frigorífico- ¿Qué te parece si nos
hacemos estas hamburguesas que hay aquí? Cortamos lechuguita y unos tomates.

E: ¡Y freímos cebolla! –la pediatra se giraba para mirarla- Una hamburguesa sin cebolla
no es una hamburguesa, Maca. –afirmaba.

M: Que sepa usted señorita… -volvía a darle la espalda para ir hasta uno de los
armarios- no sé cuando, pero un día… comenzaremos a comer sano y nos dejaremos
estas porquerías, porque las comes muy seguidas, Esther… -colocaba la sartén en la
vitrocerámica y se giraba- ¿Esther? –se giraba buscándola- ¡Me has dejado hablando
sola!

E: ¡Estoy haciendo la maleta!

M: Jajaja. –reía mirando a la puerta, viendo como segundos después la enfermera


volvía a entrar.

E: Era broma… había ido a por una goma para el pelo. –se hacia una pequeña coleta.

M: Simpaticona es ella…

E: Así soy yo cariño… -suspiraba quedándose a su lado- Simpática y majísima. –sonreía


de manera exagerada.

M: En fin… vamos a comer que tengo hambre.

E: Eso, eso… aliméntame que estoy en fase de crecimiento.

M: Sí, crecimiento hormonal, porque de otro crecimiento tú poco… -sonreía sin mirarla.

E: ¡Oye! –se giraba hacia ella- ¿Qué me quieres decir con eso, eh? –caminaba hasta
ella.

M: Esther no que está la sartén encendida… -retrocedía.

E: ¿Qué que querías decir con eso? –movía la lechuga en el aire haciendo que varias
hojas saliesen despedidas.

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M: Jajaja Venga Esther… que estas lanzando la lechuga.

E: ¡Que me lo digas! –dejando la lechuga sobre la mesa y controlando que la pediatra


se alejase de la sartén antes, saltaba sobre ella quedando en su espalda mientras le
daba un mordisco en el cuello.

M: ¡Esther!

En el coche se dirigían hacia la escuela para recoger a Alba. Vieron un lugar donde la
pediatra pudo aparcar e ir caminando después hasta la puerta. A unos pocos metros
había una serie bancos de manera que algunos padres se sentaban ahí a esperar y
fueron ellas las que también ocuparon uno.

Mientras Maca se sentaba mirando al frente, la enfermera permanecía de lado


colocando una de sus piernas sobre las de la pediatra haciendo que esta la acariciase
de manera casi automática mientras miraban a la puerta y hablaban.

E: ¿Has pensado alguna vez en apuntar a la niña a alguna actividad extraescolar?

M: Alguna vez, pero era bastante difícil compaginar mi horario con lo que fuese o
arreglármelas con Concha…

E: Ahora podrías hacerlo, si no estás tú estoy yo… ¿no?

M: Sí… pensé en apuntarla a natación, van varias niñas de su clase y así también hace
ejercicio que nunca está de más.

E: Luego en casa lo hablamos si eso… -giraba su rostro mirando de nuevo al colegio-


Mira, ahí está mi hermana… -sonreía alzando el brazo mientras esta comenzaba a
caminar hasta ellas.

Ma: Hola parejita. –les daba dos besos a cada una.

E: Hola, ¿no dijiste que no vendrías tú?

Ma: Ya, pero Pablo ha tenido que ir a la oficina sí o sí, y he tenido que dejar la limpieza
de armarios para otro día.

M: Uf… yo odio eso. –sonreía- De verdad, lo odio.

Ma: Pues dímelo a mí, con un hijo que por mucho que crezca no quiere desprenderse
de sus camisetas y un marido que cree que su barriga es la misma que la de hace cinco
años.

MyE: Jajaja.

Ma: Es deprimente… -se sentaba junto a su hermana.

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E: Oye Marta… -se giraba hacia ella- Que Maca y yo estábamos hablando de apuntar a
la niña a algo después del colegio, Luis antes iba a natación ¿verdad?

Ma: A ver… cuando te fuiste se me aburría la criatura.

M: Jajaja. –Marta se inclinaba para mirarla reír.

E: Déjala… va a tomar por deporte nacional reírse de mí, ¿Dónde lo apuntaste?

Ma: Donde mismo ibas tú.

E: ¿Ah, sí?

M: ¿Tú hacías natación? –preguntó sorprendida.

E: ¿Tú que te crees que soy yo? Yo he sido muy deportista… me pasaba el año
apuntándome a cosas.

Ma: Por eso ahora del edredoning no la sacas… -miraba a la pediatra.

M: Jajaja.

E: Iros las dos a la porra… -se levantaba- Yo voy a por mis enanos que ya salen.

Y mirándola desde el banco, ambas reían observando cómo después cogía a Luis con
un brazo y a Alba con otro mientras ambos se resistían.

E: Eso es… sí, no hay problema… no, no, cuando tú quieras, me llamas y quedamos para
que traigas tus cosas… no, por eso no te preocupes… está bien… ajá… de acuerdo, pues
en eso quedamos… venga guapa… un beso. –colgaba para dejar el móvil sobre la mesa.

M: ¿Qué dice?

E: Que la semana que viene ya se podría venir. –sonreía- Que bien ¿no?

M: Claro… ¡Alba! ¡La cena se enfría cariño!

Al: ¡Ya voy!

Segundos después llegaba corriendo hasta el salón, y subía hasta su silla para comenzar
a devorar la comida sobre su plato. Esther y la pediatra se quedaron mirándola por un
momento en el que la niña parecía no salir de su mundo.

E: Puedes comer más despacio ¿sabes? Que la comida seguirá ahí.

Al: Es que tengo hambre.

M: ¿Y por qué no venias? –preguntó extrañada.

Al: Estaba haciendo una cosa… -las miraba entonces- Vale, ya como más despacio.
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E: Oye peque… ¿te gustaría ir a la piscina dos tardes a la semana con Luis?

Al: ¿En serio? –la miraba sorprendida- ¿Puedo? –miraba a la pediatra.

M: ¿No te lo está diciendo ella, cariño? –sonreía.

Al: ¿Entonces puedo? ¿Puedo ir con Luis a la piscina? –preguntaba haciendo que Esther
sonriese.

E: Sí, mami y yo lo hemos hablado y esta semana iremos a apuntaros a los dos, ¿vale?

Al: ¡Guay! ¡Qué bien mami!

Con aquel tema de conversación durante un rato, llegaron al postre. Alba hablaba
emocionada de cómo quería ir equipada a sus clases de natación mientras su madre se
limitaba a asentir y la enfermera le daba alguna idea haciendo que Maca le diese algún
que otro pellizco.

E: Como me salgan moretones, verás. –amenazaba rumbo al dormitorio.

M: ¿Qué me vas a hacer tú, eh? –le hablaba fingiendo desaire- Si eres una piltrafilla…
-se giraba hacia el armario.

E: ¿Qué me has llamado?

M: ¿Yo? –la miraba sonriendo- Piltrafilla… una muy guapa, eso sí.

E: ¡Ahora verás! –de un salto hacia que la pediatra la cogiese en brazos pero sin poder
evitar que ambas cayesen sobre la cama.

M: Jajaja ¡Tú siempre igual! Un día mi espalda no se repondrá del golpe.

E: La que no se va a reponer vas a ser tú… -se acomodaba sobre ella- A ver quien
muerde mas a quien.

M: Mmm no sé si quejarme o decirte que empieces. –reía.

El despertador sonaba y la pediatra al escucharlo se giraba haciendo que el cuerpo de


la enfermera se quedase bocabajo al perder su apoyo. Se sentó en el borde de la cama
mientras bostezaba y se resistía aun a abrir los ojos.

E: ¿Qué hora es?

M: Las ocho… -se dejaba caer de nuevo quedando frente a ella.

Se quedó mirándola mientras acariciaba su frente y le colocaba el pelo en su sitio.


Esther comenzó a sonreír hasta que finalmente se movía lo justo para quedar de lado
hacia ella para mirarla.

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E: ¿No te despiertas o qué?

M: Pues… -miraba su pecho- Ya empiezo sí… sí, sí… -la enfermera bajaba la mirada y
comenzaba a reír- No te muevas que me estoy despertando y necesito concentración.

E: No sabes tú nada.

M: Yo sé mucho, sí… -suspiraba quedando parcialmente sobre ella- Pero es que me


pones eso delante así de buena mañana y claro…

E: Ya. –sonreía.

M: ¿Despiertas a la enana mientras yo me doy una ducha? ¿uhm? –besaba su hombro.

E: Mmm levantarme en mi día libre… no sé, no sé…

M: Anda… -seguía besándola- Hazlo por mí… así aprovechas el día y puedes hacer lo
que quieras. –volvía a mirarla.

E: Bueno, pero lo hago porque soy buena persona y no quiero que vayas con prisas. –le
dejaba un beso rápido y se levantaba para ir hasta el armario.

Frente a él se colocó un pantalón gris y una camiseta de manga corta para anudarse
después el pelo en una coleta antes de salir rumbo al dormitorio de Alba. Abrió
despacio y la vio enredada con el edredón y un muñeco de peluche, no pudiendo hacer
otra cosa que sonreír.

En silencio se colocó en los pies de la cama y se fue agachando hasta quedar de rodillas
y con el pie de la pequeña a pocos centímetros. Mirándola comenzó a pasarle su dedo
índice por la planta haciendo que lo moviese por impulso y que ella sonriese mientras
se agachaba no queriendo que la viese. Tras unos segundos volvió a erguirse para ver
como seguía durmiendo. Sin esperar realizó la misma operación y volvía a agacharse
escuchado como Alba se movía en la cama.

Al: ¡Te vi!

E: ¡Oh, no! –se dejaba caer mientras la pequeña saltaba sobre ella.

Desde el baño, la pediatra que había comenzado a desvestirse, sonreía al escuchar el


ajetreo que ya tenían a esa hora.

E: Lávate bien mientras yo te preparo un desayuno ¡rico, rico!

Al: ¿Con cereales? –preguntaba mientras se ponía las zapatillas.

E: Mmm ¡con cereales! Pero tienes que estar allí antes de que yo cuente cinco. –Alba
abría los ojos para prepararse antes de echar a correr- Unooooo

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Y nada más empezar, la pequeña corría hasta el cuarto de baño mientras ella recogía
los peluches y alguna que otra cosa en el suelo para dirigirse después hasta la cocina.

Al: ¡Y volaba! Iba y venía del cole volando… ¿a que está guay?

E: Pues sí que está guay sí, si yo pudiera volar también iría al cole volando, eh…
-afirmaba con seriedad.

Al: Pero tú ya no vas al cole jeje

E: ¡Uy! Digo… al trabajo, al trabajo… -sonreía- Que pediste.

Al: ¿Te duele? –preguntaba mientras llevaba la mano a su cuello.

E: ¿El qué, cariño? –se tocaba por inercia- ¿Tengo algo?

Al: Tienes un morado ahí… -bebía de su leche- Pero no es muy grande.

E: ¿Pero como que tengo…? –abría los ojos al máximo antes de levantarse e ir hasta el
espejo de la entrada- ¡Me cagüen!

Apretando los labios se giraba para ir hasta la cocina cuando veía que la pediatra
regresaba secándose el pelo con una toalla y ya vestida.

E: ¡Maca!

M: ¿Qué? –la miraba extrañada por aquel grito- ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?

E: ¡Mira! –ladeaba la cabeza enseñando como en una parte de su cuello había una zona
bastante roja- ¡Bruta!

M: Ay va… -se acercaba para tocarlo.

E: ¿Ay va? ¿Ay va? ¿Me marcas y solo dices ay va? –le daba un golpe en el brazo.

M: Pero cariño… -sonreía acariciándole la zona- No me he dado cuenta. ¿De verdad


piensas que te haría eso a conciencia?

E: Pues a ver si voy a tener que poner un ajo al lado para la próxima vez ¡eh!

M: Que exagerada… -negaba entrando en la cocina.

E: Exagerada no, tú que eres una bruta…

Al: ¿Cómo se ha hecho eso Esther, mami? –se levantaba para dejar la taza en el
friegaplatos y la enfermera la miraba cruzándose de brazos esperando su contestación.

M: Pues… que le picó un mosquito anoche, eso le pasó. –sonreía girándose para que no
la viese.

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Al: ¿Un mosquito?

M: Sí, un mosquito que se colaría en la habitación y con hambre. –sonreía.

E: Un mosquito que llevaba una semana sin comer, diría yo.

M: Jajaja.

E: Ve a cambiarte, cariño. –se dirigía a la pequeña- Que mami ya está y se toma el café
en cinco minutos.

Al: Vale.

La niña se marchaba y la pediatra se servía el café que la enfermera había dejado listo
para ella. Dando un primer trago se giraba encontrando la mirada recriminatoria de
Esther que seguía cruzada de brazos.

M: Jajaja va, Esther… ha sido un despiste, mañana ya no lo tienes. –dejando la taza


comenzaba a caminar hacia ella hasta rodearla con sus brazos por la cintura- ¿No te
irás a enfadar por eso?

E: No, enfadarme no… -intentaba no sonreír.

M: Pues ya está, cariño… -iba hacia su cuello para dejar varios besos sobre la zona
afectada- Si es que como me pones como me pones pues pasa lo que pasa.

E: ¡Ahora échame a mí la culpa!

M: Que no… -la abrazaba con fuerza- Pero que sepas… que yo no soy la única, aunque
no pensaba decirte nada.

E: ¿Decirme de qué? –en ese momento la pediatra se bajaba un poco el cuello de la


camiseta y enseñaba una marca semejante en uno de sus pechos- ¡Toma! Mira que
chulo. –lo acariciaba con el pulgar.

M: ¡Pero tendrás morro!

E: Aahh… -la miraba sonriendo- Es que el mío está en un sitio más mejor.

M: ¡Ahora te vas enterar! –salía corriendo tras ella.

Después de que Maca y Alba se marchasen, Esther se había servido un café para ir
después hasta el ordenador y ver qué era lo que pasaba por el mundo en uno de los
periódicos digitales. Ojeaba por encima hasta que con la taza vacía regresaba a la
cocina para empezar a hacer cosas por la casa.

Antes de ponerse manos a la obra fue hasta el salón y frente a sus discos comenzó a
mirar por encima para decidir que ambientaría su tiempo en las tareas hogareñas. Uno
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de ellos llamó su atención y lo sacó sin pensarlo un segundo más. Apenas un minuto
después comenzaba a sonar la música y sonriendo salía de allí para ir hasta el
dormitorio de la niña.

Apartó de la cama peluches, almohada y el pijama que había dejado hecho


prácticamente un ocho y se dispuso a sacudir las sabanas para después estirarlas y
colocar la colcha. Estirando antes para que no quedase ninguna arruga volvió a colocar
los peluches para después doblar el pijama mientras una idea se pasaba por su cabeza
y miraba fijamente la cama

Sonriendo comenzó a recoger los apenas dos o tres juguetes que habían por el suelo
para colocarlos en su sitio. Antes de girarse para marcharse vio algo sobre la mesa del
escritorio que llamó su atención. Conforme se acercaba no podía evitar sonreír hasta
que finalmente distinguió a la perfección de que se trataba.

Emocionada cogió aquel folio y lo acercó para verlo mejor. En varios colores se veía a
un lado a Maca y a otro a ella con la niña en medio cogiéndolas a ambas de las manos.
A los pies de cada una había algo escrito a lápiz, Mami, Alba y M. Esther.

E: Jo… -se limpiaba las lágrimas sin poder dejar de sonreír mientras lo dejaba de nuevo
en su sitio.

Despacio cerraba de nuevo la puerta y se dirigía hasta la habitación de matrimonio,


nada más entrar se detuvo recordando lo que había pensando minutos antes y sin
dudarlo un segundo fue hasta la ducha. Diez minutos después se vestía y una vez lista
cogía las llaves saliendo a la calle.

-Buenos días… ¿puedo ayudarla? –preguntaba una de las dependientas.

E: Pues sí, gracias… Buscaba una más llamativa, es para una niña de once años y quería
algo de colores, algo vistoso.

-Sígame.

De nuevo en casa metía lo que había comprado en la lavadora y tras poner el programa
corto iba hacia las habitaciones de nuevo para recoger lo que momentos antes de salir
de casa había arreglado. Cuando la lavadora le avisaba de que había terminado pasaba
todo a la secadora y volvía a programarla.

Habiendo dejado todo listo en el cuarto de Alba terminaba en la habitación que


compartía con la pediatra y pasándose la mano por la frente miraba desde la puerta
como había quedado. Cerró la puerta y volvió hasta el salón para entonces sí sentarse y
mirar el reloj para darse cuenta de que se acercaba la hora de comer y Maca estaría a
punto de llegar.

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Con la comida lista iba hasta el salón para terminar de preparar la mesa y ver que la
pediatra no tardaría en aparecer. Abrió una botella de vino para servirse un poco y
volver a la cocina.

E: Pues esto ya está… -llevaba la ensalada a la mesa cuando escuchaba la puerta.

M: Ya estoy aquí. –cerraba y dejaba las cosas en la entrada.

E: Hola. –salía a su encuentro con una sonrisa- Cierra los ojos y dame la mano.

Mirándola sonrió mientras estrechaba su mano y hacia lo que le pedía. La enfermera


comenzó a tirar de ella sin prisas mientras recorrían el pasillo. Al ver que llegaban hasta
el final la pediatra buscó su cuerpo abrazándolo sin dejar de caminar ni abrir los ojos.

M: ¿No puedes esperar o que, uhm?

E: No seas tonta, anda. –sonreía- Es una sorpresa que espero que te guste.

M: A ver esa sorpresa…

Unos segundos más tarde ambas se detenían y la enfermera abría la puerta del
dormitorio quedándose frente a ella e indicándole que aun no los abriera. De esa
manera fue hasta la ventana y corrió las cortinas dejando que entrase más luz haciendo
que la pediatra lo notase y sonriese.

E: Ya puedes abrirlos.

Despacio lo hacía tal y como le había indicado, encontrando algo distinto a como había
visto aquella habitación la última vez antes de irse. Sobre la cama había un nórdico en
color negro con un detalle en blanco en un lateral, en finas líneas parecía dibujar una
serie de flores sin llegar a marcar realmente sus formas. Dos cojines grandes sobre la
almohada del mismo color hacia que todo tomase una imagen distinta.

E: ¿Te gusta? –preguntó temerosa al ver que no decía nada.

M: Mucho… -sonreía acercándose para acariciarla- Pero… huele… -se agachaba


aspirando su aroma- ¿Es nuestro suavizante?

E: Sí, bueno… es que me gusta más y en cuanto llegue de la tienda las lavé… -se encogía
de hombros.

M: Me gusta mucho. –caminaba hasta ella para abrazarla.

E: Hay… hay otra cosa en la que no te has fijado. –se hacía a un lado señalándole la
mesilla en su parte de la cama.

Sin soltarse de ella se giró para ver aquello en lo que no había reparado y descubrió un
marco que antes no estaba. Agarrando la mano de la enfermera recorrió los pasos
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hasta llegar para poder cogerlo y ver la fotografía. Sonriendo pudo ver que era una de
las fotos que Ana les había sacado a las tres en Cádiz.

M: Gracias. –le dejaba un beso en la nariz.

E: Aun hay más. –sonreía tirando de ella.

M: ¿Mas? Pero cariño… ¿te ha dado la vena de remodelación o qué?

E: Tú calla y sígueme. –de aquella forma llegaron hasta la habitación de Alba y abría la
puerta haciendo que la pediatra se asomase.

M: Madre mía… -miraba como también le había comprado un juego de cama- Cuando
vea tantos colorines se va a volver loca de alegría.

E: ¿A que está chulo? En cuanto lo vi no dudé en comprarle ese.

M: ¿Y todo este despliegue de detalles a que se debe? –la abrazaba de nuevo.

E: No sé… dirás que es una tontería pero es que esta mañana me di cuenta de que todo
esto estaba tal y como cuando llegué… Y sentí que necesitaba algo así, saber que
aunque sean estas cosas, si os gustan y… Bueno, que yo había tenido algo que ver. –la
pediatra sonreía mirándola- ¿Entonces te gusta de verdad?

M: Me encanta… -se inclinaba para besarla- Me gusta mucho… -la besaba de nuevo-
Mucho… -volvía a besarla- ¿Pero sabes lo que más me encanta?

E: ¿Qué?

M: Tú… -le dejaba un beso en la nariz- De todo el mundo… tú eres lo que más me
gusta.

La pediatra conducía de regreso a casa mientras Esther, casi de lado por completo a la
niña que iba detrás, escuchaba su historia de aquel día.

Al: Los niños hicieron un grupo y las niñas otros, pero eran muy brutos.

E: ¿A qué jugabais?

Al: Al mate… pero cuando ellos tienen la pelota la tiran para hacer daño. Así que yo me
enfadé y me fui con Luis… -la enfermera miraba a la pediatra que ya sonreía- Estuvimos
jugando con su PSP y luego comimos en la misma mesa.

E: ¿Y Luis no va con sus amigos?

Al: Los niños son unos tontos… nunca va con ellos. Siempre está conmigo o solo
jugando con su consola.

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E: ¿Solo? –preguntó extrañada.

Al: Sí, es que un día en el comedor me querían coger mi postre y él me ayudó, pero se
peleó con ellos también.

E: Aahh… -asentía.

M: Todo caballero. –sonreía- Quedan pocos de esos ya.

E: Es que mi sobrino lleva sangre García, perdona… Y la sangre de los García es mucha
sangre, a ver que te crees.

M: Uy por dios jajaja nunca se me ocurriría decir lo contrario, no.

E: Y mas te vale que no lo hagas. –le daba con el puño en el hombro.

M: Esa manía que tienes de darme en el hombro te la voy a quitar yo ¿me oyes? –cogía
su mano aprovechando uno de los semáforos en rojo.

E: ¡Maca no! ¡Los dedos no que me hacen falta! –la pediatra la miró conteniendo una
carcajada al igual que ella y al ver que la niña seguía a lo suyo volvieron a mirarse para
entonces sí, reír.

M: Siempre pensando en lo mismo. –aceleraba de nuevo.

E: Encima que lo digo por ti.

M: ¡Pero para ya! –le daba ella entonces.

E: ¡Para tú! –la imitaba dándole otra vez en el hombro- Que siempre estás igual.

Al: ¿Y por qué no paráis la dos? –preguntaba sin dejar de mirar su libro.

Esther se giró sorprendida por aquella pregunta y la pediatra miraba de forma rápida
por el retrovisor, segundos después se miraban sin decir nada y sonriendo.

E: Que sea tu hija la que te tenga que parar tiene delito… -susurraba sonriendo.

M: Pues también te has parado tú. –le sacaba la lengua.

Frente a la puerta, la enfermera le tapaba los ojos a la niña mientras Maca abría. La
pequeña, impaciente, daba pequeños saltos siendo retenida por Esther evitando así
que saliese corriendo, y cogiéndola con uno de sus brazos, llegaron hasta el dormitorio.

E: Unaaaa, doooos, y….

Al: ¡Tres! –le quitaba las manos ella misma- ¡Halaaaa! –iba corriendo hasta la cama-
¡Qué bonita!

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E: ¿Te gusta? –se acercaba mientras la pediatra miraba todo con una sonrisa desde la
puerta- Es el que más colores tenia.

Al: ¡Es chulísimo Esther! –iba hasta ella para abrazarla- Gracias.

En el sofá, se había dado una situación algo cómica para quien la viese sin saber cómo
habían llegado a eso. La niña permanecía en su habitación mientras la pareja,
sonriendo, apenas despegaban sus rostros un segundo cada vez que una dejaba un
beso en los labios de la otra. Así, uno tras otro se iban besando, haciendo apenas una
presión rápida para que la otra hiciese lo propio siguiendo con aquel ritmo que habían
empezado minutos atrás convirtiéndose en un juego que parecía no poder acabar
nunca.

Al: Mami mira… -la pediatra giraba su rostro.

E: ¡Gané! –se quedaba de rodillas en el sofá mientras elevaba los brazos.

M: ¡Ey! Eso no vale, que ha venido la niña. –se quejaba.

E: Uy, sí que vale… -sonreía- Claro que vale y por eso ¡he ganado! –apretaba los puños
en el aire.

M: Eres una tramposa. –le lanzaba un cojín para después girarse hacia la niña- ¿Qué
querías, cariño?

Al: Me dieron esta nota en el cole para que la firmases, nos van a poner la vacuna.

M: A ver… -la enfermera se levantaba cogiendo los vasos de café que habían ya vacios
sobre la mesa.

E: Recuérdame luego que te debo un regalo. –le susurraba a la niña haciendo que
sonriera.

M: Dame un boli, cariño… -apoyaba el papel sobre la mesa- Gracias… -mirándolo por
última vez comenzaba a dejar su firma- Toma.

Al: Gracias, mami… -parecía girarse para volver pero lo pensó mejor y volvió a dirigirse
hacia su madre- He hecho un dibujo, ¿lo puedo poner el frigorífico con los otros?

M: ¿Y no me lo enseñas antes?

Con el papel entre sus manos la niña asentía y se giraba para ir entonces hasta su
dormitorio. La enfermera regresaba de la cocina con una bolsa de patatas haciendo
que Maca sonriese y negase en silencio.

E: ¿Qué? –se sentaba sin dejar de mirarla.

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M: Dame una anda… -se inclinaba mirando el interior a la vez que metía la mano-
Siempre comiendo porquerías.

E: Pues tú bien que me pides. –se metía otra en la boca.

M: La niña ha ido a por un dibujo que ha hecho y va a poner en la nevera…

E: Pues yo no quiero llorar ahora. -se quejaba cerrando la bolsa con una mano.

M: ¿Llorar? ¿Por qué ibas a llorar?

Justo entonces la niña entraba en el salón y ambas se giraban. La pediatra miraba de


nuevo a la enfermera y otra vez a su hija que se sentaba en uno de los brazos del sofá y
cogía el dibujo de sus manos. Lo miró para sonreír casi al instante y entonces leer lo
que había escrito justo en los pies de lo que era el dibujo de la enfermera.

M: Pues ya tenemos por lo menos para una semana… -sonreía mirando a la enfermera
que ya había comenzado a llorar y se escondía entre su hombro y el sofá- ¡Pero Esther!
Jajaja

En la mesa, las tres cenaban en silencio mientras la pediatra y Alba miraban de reojo a
la enfermera que no había dicho una palabra hacia ya un buen rato. En eso, Esther
cogía la fuente de patatas y dejaba caer unas cuantas en su plato. Al volverla a dejar las
miró.

E: ¿Qué?

M: Pues que no has dicho una palabra en más de media hora, cariño, es preocupante. –
la enfermera se encogía de hombros- ¿Estás bien?

E: Sí… -bajaba la mirada centrándose de nuevo en su plato.

Otra vez, parecía que el silencio iba a ser principal invitado de la cena. Cuando Maca se
disponía a seguir pinchando de su plato vio como Esther se llevaba una mano al rostro
para llevarse unas tímidas lágrimas que volvían a caer.

M: Pero Esther… -se levantaba quedándose de rodillas a su lado- ¿Qué pasa? ¿Por qué
lloras? –hacia que girase el rostro para limpiarle las mejillas.

E: Estoy sensible… me tiene que venir la regla.

Al: Esther… -se levantaba también y se acercaba a ella- No llores…

E: Tú tienes culpa… -sonreía y lloraba a la vez- Por dibujar eso… -lloraba de nuevo y la
niña la abrazaba.

M: Ais… -también la abrazaba.

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E: ¡Venga! Que Esther llore que es gratis.

Haciendo que ambas rieran por aquel comentario, hizo que sin proponérselo, poco a
poco se fuese recobrando la normalidad. Después de recoger todo y pasar un rato
viendo la televisión, fue Esther quien acompañó a Alba hasta la cama y tras varios
besos y achuchones, apagaba la luz para ir hasta su dormitorio.

Nada más entrar vio a la pediatra que ojeaba una revista ya arropada con el nórdico y
se dispuso a desvestirse por completo para meterse después en la cama, siendo
seguida en todo momento por los ojos de la pediatra.

M: ¿Eso es para que deje la revista? Porque yo la dejo, eh… -la tiraba en un movimiento
de muñeca y se giraba hacia ella.

E: Pues no era para eso. -la abrazaba recostándose en su pecho- Me apetece dormir así
hoy.

M: Para estas cosas tienes que contar conmigo, cariño… Que a mí puede apetecerme
otra cosa. –en un movimiento rápido se colaba bajo el nórdico para atacar su pecho.

E: ¡Maca!

M: ¿Qué? –sacaba la cabeza sin bajarse de su cuerpo- Estás calentita, eh… -la abrazaba
acurrucándose- Y hueles bien… -aspiraba directamente de su pecho.

E: ¿Y cuando huelo yo mal, idiota?

M: Jajaja ais… ya sabes que no lo digo por eso… si tú siempre hueles bien cariño. –la
besaba- Pero hoy hueles mejor…

E: Vale, entonces te perdono.

M: Y que digo yo que… -se separaba sentándose a su lado mientras se quitaba el


pantalón- Que ya que estás así no voy a ir yo desequilibrando la situación ¿no?

E: Haz lo que quieras pero yo pienso dormir.

M: Claro… -sonreía- dormir.

Tirando su pijama al suelo volvía a acercarse a la enfermera. Yendo directamente hacia


sus labios que la recibieron gustosos. Las manos de Esther poco tardaron en comenzar
a acariciar la espalda de la pediatra mientras esta buscaba una posición más cómoda.

M: ¿Dormir no? –preguntaba sonriendo a escasos centímetros de ella.

E: Sí… mas tarde.

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M: Mejor. –se acercaba de nuevo para seguir con lo que había interrumpido segundos
antes.

En la cafetería del hospital, Maca esperaba al regreso de la enfermera mientras


finalizaba la llamada que la había entretenido apenas un par de minutos.

M: El día va de abuelas. –se guardaba el móvil en la bata.

E: ¿Y eso? –le tendía una taza de café sentándose a su lado- ¿Era tu madre?

M: Era Concha, que esta tarde se pasa por casa… y mi madre me llamó antes, que eso
te iba a contar ahora. –daba un sorbo- Que dice que este fin de semana vienen a ver a
la niña.

E: ¿Bien, no? Ya que no pudieron venir cuando dijeron…

M: Sí, pero que quieres que te diga… No me apetece aguantar a mi madre dos días.
Porque seguro que tenemos que ir a comer a cualquier sitio con ellos o a las malas que
coman en casa por lo menos… no sé, prefiero no pensarlo todavía.

C: Hola, hola, hola… -cantaba sentándose frente a ella- ¿Puedo, no? Espero no
interrumpir nada.

E: No, tranquila.

C: Luego tienes que pasarte por mi despacho y ya me firmas el cambio de contrato


¿Vale? Que con todo esto… -miró a la pediatra sonriendo y luego de nuevo a la
enfermera- Pues ya te hacemos fija ¿no?

Maca giró su rostro al escuchar aquello mientras sonreía ampliamente y la enfermera


no conseguía decir nada. Sin esperar más la pediatra le daba un abrazo y cogiendo su
rostro entre sus manos la besaba.

M: Si es que… -la volvía a besar- Luego me invitas a cenar para celebrarlo.

C: ¿No dices nada? –ambas la miraban.

E: Yo… -miraba Maca.

M: Cariño… reacciona. –sonreía cogiéndole una mano.

E: ¿Pero por qué me hacéis esto? Que estoy sensible joder.

Dejándose caer en el hombro de la pediatra comenzaba a llorar consiguiendo que esta


negase con la cabeza mientas la rodeaba con sus brazos y sonreía mirando a Cruz que
abría los ojos sorprendida.

M: Ni caso… que le tiene que venir la regla y anda sentimental y muy sensible ella.
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C: Ah bueno, entonces que llore lo que quiera.

E: Eso hago.

Refunfuñaba agarrando la bata de la pediatra con ambas manos haciendo que las dos
rieran al verla y así volver a quejarse mientras se escondía en el cuello de Maca.

A: ¿Y a esta que le pasa? –preguntaba extrañado al llegar a la mesa.

M: Ni preguntes Aimé que te la cargas tú por llegar el último.

E: ¡Eso! –abrazaba a la pediatra- Hoy dejarme que no estoy para nadie… que vaya dos
días llevo…

T: ¿Y esta reunión? –los miraba a todos y finalmente a Esther- ¿Y a ti que te pasa?

E: Otra… -se separaba de la pediatra para levantarse y marcharse.

M: ¡Esther, espera! –salía tras ella.

T: ¿Pero que he dicho? Al final pensaré que no me queréis en ningún sitio eh, os aviso.

C: No digas tonterías, Teresa… ¿quieres una galleta?

T: Si es para que me calle te la comes tú, bonita.

CyA: Jajaja.

Saliendo del polideportivo la enfermera miraba el papel de días en sus manos mientras
caminaba junto a la pediatra.

E: Pues ya tenemos días de piscina… -sonreía- Lunes y jueves de seis a siete y media.

M: Ahora hay que estar pendiente de que alguna de las dos libre esos días para que si
no decírselo a tu hermana.

E: No te preocupes por eso… -plegaba el papel- ¿Sabes que he pensado?

M: ¿Qué? –cogía su mano saliendo ya a la calle.

E: Que podíamos ser nosotras las que organicemos una comida para tus padres, en
casa o fuera, como tú lo prefieras… pero así seguro que se llevan una sorpresa.

M: No sé, cariño… Es que preparar una comida ya de por si es pesado, pero hacerlo
para mi madre es como un castigo, seguro que luego se queja por todo.

E: Pues yo lo veo una idea estupenda.

M: Y seguro que diga lo que diga la acabaremos haciendo en casa y tú te saldrás con la
tuya.
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E: Por supuesto… lo que yo diga va a misa y tú asientes.

M: Ja, ja… tú aprovecha que cuando me canse, verás.

E: Uy… que miedo me da… -temblaba exageradamente una vez llegaron al paso de
peatones- ¿Te vas a transformar en una bruja malvada? Porque aquí parece que te sale
la verruga ¡eh!

M: Tú cachondéate… -sonreía mirándola- Que cuando ocurra ya te echarás las manos a


la cabeza del susto.

E: ¿Me está amenazando?

M: Yo no amenazo, aviso… -alzaba el dedo- Y camina que ya está verde. –tiraba de ella.

E: ¿Y me vas a reñir, uhm? –se acercaba a ella sin parar sus pasos.

M: ¿Sabes qué? –se detenía frente al coche.

E: ¿Qué?

M: Que se me acaba de ocurrir una cosa… -se soltaba de su mano- Sube al coche.

E: ¡Oh! ¡Oh! Una sorpresa… -corría hacia su puerta para entrar con rapidez- ¿Dónde me
llevas?

M: Sshh… -arrancaba el coche y se ponía el cinturón- Ahora lo verás.

E: Ais… que guay. –daba palmadas mientras miraba a la pediatra con una sonrisa.

Veinte minutos después la pediatra aparcaba el coche y la enfermera salía tras ella
siguiendo sus pasos. Cruzaban una calle donde había varias tiendas pero Maca parecía
llevar un camino en concreto. Tomó la mano de Esther y cruzando en una carrera
llegaron hasta el otro extremo.

E: ¿Aquí? –entraba sorprendida mientras la pediatra le mantenía la puerta abierta.

M: Entra y calla. –sonreía.

-Que sorpresa… -una mujer mayor salía tras una pequeña puerta.

M: Hola, Elena. –le daba dos besos.

-¿Qué te trae por aquí? –miraba a ambas y se detenía en la enfermera- Vaya… entonces
ella es… -la señalaba.

M: La misma.

-Un placer conocerte, Esther. –se acercaba hasta ella para darle dos besos.

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E: Igualmente. –sonreía sin entender nada de aquello.

M: Elena es quien te preparó el colgante para tu cumpleaños… lo ha visto por eso te ha


reconocido.

E: Ah… -asentía- Menos mal, ya estaba empezando a asustarme.

M: Jajaja.

-Bueno, ¿y en que puedo ayudarte esta vez?

M: Pues queríamos dos anillos…

E: ¿Dos anillos? ¿Dos anillos para quién? –la miraba de nuevo perdida.

M: Pues para quien va a ser… uno para ti, y otro para mí. ¿Qué prefieres, oro o plata?

E: Estás de broma… -se apoyaba en el mostrador de lado para mirarla.

M: No estoy de broma. –negaba.

-Mientras lo habláis entro a terminar una cosa. –sonreía- Cuando estéis me llamáis y
salgo. –la pediatra la seguía con la mirada hasta que finalmente desparecía.

E: ¿Qué te ha dado? ¿Por qué quieres dos anillos?

M: Pues que antes cuando he hecho así… -alzaba el dedo- Me he dado cuenta de que
no llevo ningún anillo… y tú tampoco. –cogía su mano- Y he decidido que las dos
tendremos un anillo igual.

E: Ya… -asentía lentamente- ¿Estás tú un poco loca, no?

M: Siempre igual, eh… -negaba mientras alzaba la mano- Todo por renegarme, ¿quieres
o no que los compre? Porque si no te lo vas a poner me ahorro el dinero.

Aguantando su mirada intentaba no sonreír mientras veía que poco a poco, el ceño de
la pediatra se fruncía al ver que no contestaba. Giró su rostro mirando los anillos que
había tras el cristal del mostrador y sonrió.

E: Está bien, pero tú pagas el mío y yo pago el tuyo.

M: De eso nada… -negaba poniendo ambas manos encima del cristal.

E: Pues no hay anillos. –sonría mirándola.

M: No me chantajees porque no, Esther… si he dicho que yo los compro, yo los


compro.

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E: Tú decides… -se apoyaba con ambos brazos y total paciencia- Si quieres anillos cada
una paga el de la otra, si no, no…

M: Como te odio… -susurraba mirándola.

E: Jajaja -se abrazaba a ella- Ya sé que me quieres mucho, cariño… -se separaba para
quedar a escasos centímetros- Yo también a ti… pero aquí mando yo.

En casa, Concha se dedicaba a dar forma al pelo de su nieta mientras la pediatra se


mantenía en silencio en uno de los sillones.

Co: Mira qué guapa ha quedado mi niña. –sonreía sosteniéndole la trenza.

Al: ¿A mami también le hacías trenzas así, abuela?

Co: Uy… cada tarde cuando se sentaba conmigo a merendar… le gustaba mucho llevar
una trenza como la tuya.

La pequeña sonrió por descubrir aquel detalle y unos segundos después se bajaba del
sofá para ir a su habitación. Maca sonreía mientras removía su café.

Co: ¿Y Esther donde está?

M: Ha ido a la librería para buscar un libro que Alba lleva tiempo pidiendo. No creo que
tarde ya en venir.

Co: ¿Estáis bien?

M: Muy bien, sí… -sonreía.

Co: Me alegro mucho, Maca… de verdad. Es una buena chica y te hacía falta alguien así.

El ruido de la cerradura les avisaba de que, como bien había dicho Maca minutos antes,
la enfermera llegaba de sus compras. Alba salía corriendo en su busca y entraba junto a
Esther al salón, que cargaba algunas bolsas.

M: ¿Se puede saber que es todo eso que llevas ahí?

E: Ahora lo verás. –sonreía dándole un beso y dirigiéndose después a Concha- Buenas


tardes.

Co: Hola hija…

Al: ¿Has comprado mi libro? –preguntaba con impaciencia mientras buscaba entre las
bolsas.

E: Pero espérate bribona… -le quitaba la bolsa haciéndola reír- A ver… primero para la
abuela… -la mujer abría los ojos sorprendida mientras la pediatra sonreía observando

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la escena- Que he pasado por una pastelería y he visto unos dulcecillos de esos que a
usted le gustan. –le tendía una bolsa- Para que se los coma en casa con sus amigas.

Co: Vaya, gracias… no tenias que haberte molestado.

E: No es nada… -volvía a mirar en las bolsas- Para la enana de la casa traigo su libro y…
-se lo tendía para volver a mirar- Un peli.

Al: ¡Hala! –cogía ambas cosas- ¿Has visto mami? ¡Qué guay! Gracias, Esther… -sin soltar
nada de las manos rodeaba el cuello de la enfermera para dejar varios besos en su
rostro- ¡Voy a verla a mi cuarto!

Co: Pues ya sé que ofreceré mañana en el café. –sonreía.

M: No se te puede dejar sola ¿eh? Que te pones y mira… si te descuidas te traes el


centro comercial bajo el brazo.

E: Exagerada… y aun queda una cosa, pero eso mas tarde. –se levantaba- Voy a
cambiarme.

Después de que saliese del salón, Maca bajó la vista al suelo sin borrar su sonrisa.
Concha la observaba en silencio hasta pocos segundos después que se levantaba
llamando su atención.

Co: Yo me voy a ir yendo.

M: ¿Quiere que la lleve? –se levantaba rápidamente.

Co: No te molestes hija, el autobús me deja frente a casa… -cogía su bolsa- Despídeme
de Esther y dale de nuevo las gracias por los dulces.

M: Lo haré.

Tras despedirse de su nieta y hablar apenas un par de minutos con la pediatra en la


puerta, Concha terminaba de marcharse haciendo que Alba corriese de nuevo a su
dormitorio a la vez que Esther salía de nuevo.

E: ¿Se ha ido ya?

M: Sí, cuando lleva mucho rato sentada le duele la cadera y prefiere irse.

E: Bueno… por lo menos se va con algo. –sonreía llegando hasta el salón.

M: Me ha dicho que vuelva a darte las gracias por los dulces… -se sentaba junto a ella
en el sofá- Le ha hecho ilusión.

E: Me alegro.

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M: ¿Y a mí no me has comprado nada?

E: Claro… -cogía su mano- Ese anillo tan chulo que llevas… -lo giraba en su dedo- Es
bonito ¿eh?

M: Mucho, sí. –asentía- Entonces no me has traído nada… muy bien.

E: ¿Y que querías que te trajese? –se acomodaba de lado para mirarla- ¿Te hace falta
algo que no me hayas dicho?

M: Pues sí… -asentía con seriedad- Quiero que me compres una maquinita para poder
para el tiempo cuando yo quiera… -se acercaba a ella quedándose frente a su rostro.

E: Pues veré que puedo hacer con eso… aunque no te puedo prometer nada.

M: Bueno, pero si me das un beso igual lo conseguimos.

E: ¿Sí? –miraba sus labios.

M: Ajá…

Al: ¡Mami! ¡Mami! –la pediatra cerraba los ojos al escucharla.

E: Ais… será en otro momento. –le dejó un beso en la nariz justo cuando Alba entraba
en el salón- ¿Qué pasa que gritas?

Al: Hay un cartilla en la caratula de la peli que si lo rellenamos y lo mandamos me


mandan un juego… -sonreía caminando con él en las manos.

E: A ver eso… -extendía el brazo.

M: ¿Y de que es el juego? –se inclinaba hacia la enfermera para intentar verlo- Como
no… parece que todas las empresas se alían para que jueguen con las consolas.

E: Es normal, Maca… además este juego es educativo… ¿Ves? –le acercaba la cartilla.

Al: ¿Entonces la podemos mandar?

E: Trae un boli anda… que esto lo hacemos nosotras en menos de lo que tú dices
Esplenomegalia…

Al: ¿Espe que…? –preguntaba extrañada.

M: Ni caso hija… tú, ni caso… -negaba con la cabeza.

E: Ven enana. –movía la mano sin dejar de mirar el papel- Que esto es para ti y también
tú tienes que contribuir.

Al: ¿Qué pone? –se sentaba sobre sus piernas.

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E: Me tienes que decir que tres películas de dibujos animados te gustan más.

Al: ¿Solo tres?

E: Es una puñeta, sí… pero solo puedes decir tres.

M: Yo me voy antes de que me dé un ataque Disney en toda regla y me tenga que


tratar seriamente.

En el sofá, Maca miraba el televisor mientras la enfermera había ido con Alba hasta la
cama. Permanecía concentrada hasta que escuchó el ruido de una bolsa y giró su rostro
viendo como Esther entraba con una en la mano.

M: ¿Y eso?

E: Tu cosa… -sonreía quedándose de rodillas en el sofá- Toma anda…

M: A ver, porque esa cara que tienes es por algo y no tiene que ser bueno. –abría la
bolsa y sonreía sacando lo que había en su interior.

E: Es tu talla, así que no puedes decir que no te la pones porque no te viene.

M: ¿Quieres que me ponga esto? –la extendía sobre sus piernas.

E: Pues claro, por eso te la he traído… la vi y no pude contenerme.

M: Ya podías haber comprado dos para ponértela tú también de vez en cuando ¿no? –
la miraba sonriendo.

E: Ah no… es perfecta para que tú te la pongas, no yo.

M: ¡Pero tendrás morro! –se lanzaba sobre ella.

E: No me puedes copiar la idea… -hablaba ya tendida y con la pediatra acomodada en


su cuerpo- Se me ha ocurrido a mí y te aguantas.

M: ¿Y me la tengo que poner para salir a la calle o vale aquí en casa?

E: No, no, no… tienes que ponértela para salir, mañana mejor, es una buena
oportunidad.

M: Mañana… -pellizcaba con los dientes su barbilla.

E: Además, seguro que a Teresa le encanta… igual me pide otra. –reía.

M: Sabes que me van a estar tomando el pelo todo el día ¿Verdad? Y que después
tendrás que pagar por ello.

E: Yo pago pero tú te la pones.

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A primera hora llegaban al parking del hospital y la pediatra bajaba la cremallera de su
cazadora. Esther a su lado cogía su mano para caminar junto a ella hasta llegar al
muelle, donde Teresa recién llegada también, comenzaba a ordenar su trabajo sobre el
mostrador.

T: A los buenos días, pareja.

E: Buenos días, Teresa… -se disponía a firmar cuando la pediatra se quitaba la cazadora
y se paraba frente a la mujer.

T: ¿Qué pone? –se colocaba bien las gafas para leerlo- Anda… ¿y eso?

M: Pues eso Teresa, eso… -asentía con una sonrisa para segundos después firmar.

T: Cosa tuya, claro… -miraba a la enfermera.

E: Anda esta… ¿Y de quien si no? Pobrecita de ella que yo me enterase…

M: Eso… pobrecita yo, que no me respetan. –susurró aquello último cerca de la


enfermera antes de encaminarse hacia el pasillo.

E: ¡Espera que voy contigo!

T: Esta juventud… así da gusto, y no como en mi época que andábamos con tonterías y
al final ¿para qué? Si la vida son dos días…

C: ¿Todo bien Teresa? –preguntaba sonriendo al verla hablar sola.

T: Estupendamente, si…

Pasadas unas horas la pediatra y Cruz explicaban el estado de un niño que había
entrado grave a su madre, que nerviosa frente a ellas parecía no querer entender todo
cuanto le escuchaba.

M: Escúcheme por favor, su hijo ha llegado en un estado bastante grave, así que si no
ponen de su parte esto será peor.

-¡Quiero ver a mi hijo!

-Cariño cálmate… -el marido la tomaba por los hombros.

C: La doctora Fernández ya le ha intentado explicar lo sucedido, ahora le pedimos por


favor que cooperé con nosotras y vaya con la enfermera para darle unos datos que
hacen falta ¿De acuerdo?

-¿Después podré verle?

M: Después yo misma le acompaño a la habitación si hace falta. –hablaba con seriedad.

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Las dos, paradas en uno de los pasillos de urgencias, veían marchar al matrimonio
acompañados por una enfermera. Cruz suspiraba y se giraba para mirar a la pediatra
que seguía apretando la mandíbula presa de la tensión del momento.

M: En momentos como este es cuando me hubiera gustado estudiar otra cosa.

C: Tranquila ¿Vale? Haremos lo posible, pero ese niño ha llegado bastante mal y está en
una situación que por su enfermedad no podemos hacer mucho.

M: Es un niño Cruz, un niño de siete años al que seguramente no podamos salvar… y su


madre me juzga a mí antes de poder hacer nada.

C: Bueno, gajes del oficio, Maca… nosotros hacemos lo que está en nuestras manos…

M: Voy a ver cómo va y a ver si podemos operar ya, ¿entras conmigo?

C: Claro, te busco en diez minutos.

M: Hasta ahora.

Mientras recorría el pasillo rumbo a la UCI no podía levantar la vista del suelo. Se
encontraba en una situación de miedo, ese que un médico debería saber esquivar en
situaciones como aquella. Llegó hasta donde el niño permanecía sedado y cerró la
puerta tras ella. Miró sus constantes en el monitor y suspirando apoyó ambas manos
en la cama mientras lo observaba en silencio.

Inevitablemente pensó en Alba, en como estaría ella si ocupase el lugar de aquella


madre temerosa, impaciente y asustada por la salud y vida de su hijo.

M: Tienes que poner de tu parte ¿Vale? Yo pondré todo de la mía… -en eso la puerta se
abría y una enfermera entraba.

-Ya está, Maca, lo vamos a preparar…

M: Está bien… -se hacía a un lado mientras metía ambas manos en los bolsillos de su
pijama- ¿Sabes por dónde anda Esther?

-Pues también está en una operación, tiene para rato.

M: Vale gracias. –salía de la habitación.

C: Maca ¿Entráis ya? –caminaba junto a ella.

M: Sí.

C: He ido a buscar a Esther pero Vilches ha sido más rápido así que nos la apañaremos
nosotras ¿Vale? –frotaba su espalda.

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M: Venga vamos.

-¡Doctora! –la madre corría hasta ella- ¿Lo operan ya?

C: Haremos todo lo posible, no se preocupe… -hablaba viendo como esta seguía


mirando a la pediatra.

-No deje que se muera… haga lo que tenga que hacer, pero que mi hijo salga vivo de
ese quirófano.

La pediatra aguantaba aquellos ojo de dolor puestos en ella, pero sobre todo el frio
que recorría su cuerpo mientras la voz de aquella mujer se iba clavando poco a poco en
su cabeza. Bajó la mirada sintiendo como no podía seguir mirándola y se giró para ir
hasta el quirófano.

Después de la operación, Maca había salía bastante agotada y desanimada. Frente al


espejo se echaba agua en la cara para después recogerse el pelo de nuevo y suspirar
dejando que el peso de su cuerpo se liberase lentamente.

Apoyada con ambas manos sobre el metal la encontraba Cruz segundos después.

C: Venga… al final no ha ido mal, Maca. –frotaba su espalda al verla de aquella forma.

M: Casi lo pierdo… -cerraba los ojos- Pensé que se me iba… estuve a punto de tirar la
toalla.

C: Bueno, ahora relájate y vete al gabinete un rato a descansar… urgencias está


tranquilo.

M: Eso haré, sí.

Suspirando le dedicó una pequeña sonrisa a su jefa para después esquivarla y salir de
allí metiendo las manos en los bolsillos de su pijama.

La enfermera recorría los pasillos de planta después de haber pasado por pediatría
buscando a Maca sin conseguirlo. Se detuvo esperando el ascensor durante cosa de un
minuto hasta que este llegó y esquivando a un par de familiares caminaba hasta el
fondo de este donde Cruz, leía algo ensimismada.

E: Hola.

C: Hola, Esther… -sonreía- ¿Cómo va el turno?

E: Bien… andaba buscando a Maca pero no doy con ella, ¿Sabes por dónde está?

C: Acércate al gabinete que la mandé hará diez minutos, si me ha hecho caso debes
encontrarla allí, andaba un poco agobiadilla.

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E: ¿Y eso?

C: Una operación complicada, ha estado presionada por la familia y bueno… ya sabes lo


que es eso… seguro que consigues animarla un poco, que falta le hace.

Con solo esa idea en la cabeza, salía del ascensor para ir hasta ella. De camino fue en
una carrera hasta el mostrador donde Teresa la veía llegar sin cambiar su postura.

T: ¿Qué buscas?

E: ¿Es que te los has comido todos, Teresa? –preguntaba sorprendida levantando
algunas carpetas.

T: ¿Cómo voy a hacer eso bruta? –alzaba la voz- Están en el cajón de ahí abajo, que si
no sí que no los ves listilla.

E: Vale.

T: ¡De nada, eh! –casi gritaba al verla marcharse- Aquí ni gracias ni nada Teresa…
-hablaba para sí- Si no sé de qué te sorprendes.

Guardando lo que había cogido en uno de los bolsillos, caminaba esquivando a sus
compañeros hasta quedar frente a la puerta del gabinete. Llamó no queriendo
sorprenderla y segundos después abría encontrándose a la pediatra sentada en el sofá,
con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.

E: ¿Se puede? –cerraba despacio mientras la pediatra se colocaba de forma erguida


para mirarla- Me ha dicho un pajarito que estabas aquí.

M: Un pajarito de metro sesenta y morena.

E: Ese mismo… -sonreía mientras apoyaba una rodilla en el sofá para sentarse segundos
después encima- Estás guapa… -le peinaba el flequillo con la mano.

M: Sí, tengo que estar guapísima.

E: No quería decir tanto pero sí, estás guapísima… -sin borrar su sonrisa se sentaba
correctamente pegándose a ella- Mira lo que he traído…

Haciendo que esta mirase sus manos, buscaba en el bolsillo lo que minutos antes había
guardado. Sacó tres bombones, los tres con el papel que lo envolvía en distinto color y
con ellos en la mano, la extendía frente a la pediatra.

E: Me los han regalado ¿sabes? Una caja entera.

M: ¿Y quién te regala bombones? Que me lo pienso cargar… -elevaba el rostro para


mirarla.

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E: Un paciente que dice que he sido muy profesional y simpática con él… -comenzaba
desenvolver uno- Era guapo.

M: Guapo…

E: Sí… así rubito, alto y fortote… varias enfermeras iban por ahí con la babilla. –sonreía.

M: Y te ha regalado los bombones a ti…

E: Claro.

M: Ahora buscaré el informe y me voy a enterar yo quien es el imbécil ese que te regala
bombones.

E: ¿Lo quieres? –lo alzaba manteniéndolo entre sus dedos.

M: Pues no lo sé la verdad, si te los ha regalado un noviete no los quiero… -se cruzaba


de brazos mientras la miraba sonriendo.

E: ¿Seguro? –despacio lo dejaba entre sus dientes y se inclinaba a ella viendo como se
acercaba despacio- Ah, ah… -negaba sonriendo mientras se alejaba, cuando repetía la
acción lo colocaba por completo dentro de su boca y comenzaba a masticar- Has sido
lenta.

M: Tampoco lo quería… -la miraba con seriedad- Que no eran para mí.

E: Probemos con otro… -volvía a desenvolver uno de los bombones- Pero ahora se mas
rápida, eh… -terminaba de quitarle el envoltorio y la pediatra se lo quitaba de la mano
para echárselo a la boca- ¡eh!

M: Más rápida… -sonreía.

E: ¡Pero eso no vale! –le daba en el hombro- ¡Has jugado sucio!

M: No me has dicho como cogerlo, solo que fuese rápida… y eso he hecho.

E: Pero yo quería que me lo cogieras de la boca… -se cruzaba de brazos- Si no ya me


dirás la gracia que tiene que te comas un…

Haciendo que se callase, la pediatra la tomaba por la cintura con uno de sus brazos
pegándose a ella para entonces besarla. Hicieron falta tan solo unos segundos para que
la enfermera correspondiese a aquel beso y finalmente se separase para mirarla.

E: ¿Otro bombón?

M: Jajaja

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El día de la comida con sus padres había llegado y Maca parecía no poder encontrar la
tranquilidad en ningún poro de su cuerpo. Se movía de un lado a otro sin detenerse
más que un par de segundos.

M: Alba, cariño, ve a cambiarte de camiseta que mira como te has puesto y los abuelos
están al llegar.

Al: Sí, mami…

M: ¿Esther donde está? –preguntaba nerviosa.

Al: Hablando por teléfono en la habitación… ¿le digo que venga?

M: Sí, cariño, porque si voy yo se lo diré pero no como tú…

La niña se giraba dando pasos cortos y lentos en dirección al dormitorio de la pareja.


Cuando ya llegaba podía escuchar como la enfermera hablaba como ella ya sabia y
abrió la puerta colgándose del pomo haciendo que Esther la viese.

E: Alba no te cuelgues que se rompe, tesoro…

Al: Mami dice que vayas que si viene ella no te lo dirá como yo. –decía como si hubiese
memorizado.

E: Ais… Marta, que te tengo que dejar que la mami anda nerviosa… vale, luego o
mañana si eso ya te llamo… venga gracias. –dejaba el móvil sobre la mesita- ¿Y usted
porque se ha manchado, eh? –la cogía por la cintura.

Al: Jajaja me haces cosquillas.

E: ¿Qué te hago cosquillas? –comenzaba a dar pequeños mordiscos en su tripa- ¡Anda


a cambiarte cochinilla! –le daba una palmada en el trasero antes de que saliese
corriendo.

M: ¡Esther! –en ese momento la enfermera entraba en el salón y abría los ojos por el
grito.

E: ¿Pero qué pasa, cariño? –se quedaba tras ella- ¿Quieres tranquilizarte un poquito?

M: En diez minutos estarán aquí, la niña se ha manchado, tú andas por ahí hablando
por teléfono y yo no paro de mirar esta jodida mesa y siempre la veo mal… -respiraba
por fin mientras se giraba colocando los brazos en jarra.

E: Maca…

M: ¿Qué? –preguntaba mirándola fijamente.

E: Dame un besito y tranquilízate, va… -rodeaba su cintura con ambos brazos- ¿Vale?
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Despacio, la pediatra se inclinaba para darle un corto beso, pero después la enfermera,
con una mano en su mejilla se quedaba mirándola y la besaba de nuevo.

E: Tranquila, todo va a salir bien.

M: Vale. –suspiraba- ¡Alba! –el timbre sonaba- ¡Ya están aquí! –se giraba con rapidez
para ir hasta la puerta.

E: ¡Maca! –hacia que se detuviese y se giraba para mirarla- O te tranquilizas o me


encierro en una habitación, te lo advierto.

Frente a la puerta, y con la enfermera y Alba tras ella, suspiraba antes de abrir. Estaba
en su terreno, y aunque de manera mínima, eso le daba un punto de apoyo a la hora
de pensar que, como seguramente ocurriría y ella esperaba, su madre cayese en la
tentación de volver a actuar como solía hacer frente a ella.

M: Hola.

P: Hola, hija… -con una mano en su cintura le daba dos besos.

Al: ¡Abuelo! –corría hasta él- ¿Qué tal el viaje?

P: Muy bien, cariño.

M: Hola, mamá… -le daba un beso en la mejilla.

R: Hola, hija. –sonreía- ¿Cómo esta mi nieta? –le dejaba un beso en la frente mientras
se mantenía en los brazos de su abuelo- Mas grande cada día.

Al: Jejeje

E: Hola señor Wilson… -le ofrecía la mano cordialmente.

P: Hola, Esther.

E: Señora Wilson… -efectuaba la misma operación sorprendiéndose después al ver que


se acercaba para darle dos besos.

R: Hola, Esther.

Mientras el matrimonio prestaba toda su atención a la pequeña, la enfermera se giró


sorprendida, buscando los ojos de Maca que aun desde la puerta, parecía haberse
quedado como ella, y por lo tanto, sin saber cómo reaccionar.

E: ¿Qué ha sido eso? –preguntaba susurrando.

M: Y yo que sé. –contestaba de igual forma mientras entraban también en el salón.

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Pocos minutos después, se sentaban a la mesa mientras Maca y Esther iban sacando
los platos para comenzar a comer. Gracias a la niña, aquel momento que de primeras
creían iba a ser tenso y silencioso, comenzaba a tomar un aire distinto.

Pedro pasó a contar lo que los había tenido ocupados aquellos meses, dirigiéndose
tanto a su hija como a la enfermera, siendo ayudado incluso por su mujer, que se
sumaba a la conversación de manera discreta pero aun así, sorprendiendo a su hija.

M: Pues Esther será la jefa de enfermeras en un par de semanas. –sonreía cogiéndole


la mano.

E: Maca…

P: Eso es una gran noticia… sobre todo por el poco tiempo que llevas allí, dice mucho
de cómo debes hacer tu trabajo.

M: Pues de maravilla papá, es una gran enfermera.

E: Gracias. –sonreía con timidez.

R: Enhorabuena.

Ambas se giraron a la vez viendo como Rosario parecía sonreír con sinceridad hasta
que segundos después volvía a bajar la mirada.

M: ¿Hasta cuándo os quedaréis entonces?

P: Pues hemos reservado en el hotel hasta el lunes por la mañana, el avión sale a las
doce.

R: Habíamos pensado que… -se giraba a mirarlas mientras dejaba su taza sobre la
mesa- Si no os importa, llevarnos a la niña hoy y mañana después de comer venimos y
ya cenamos con vosotras. Por pasar este tiempo con ella.

Al: ¡Sí! ¡Sí, mami! –corría hasta ella- ¿Puedo?

M: ¿Pero donde dormirá?

P: Me he permitido el lujo de pedir una habitación con dos camas, ella tendrá la suya
propia.

M: Pues… -miraba a la enfermera.

E: A ella le hace ilusión… y seguro que se lo pasaba bien. –la niña sonreía sentándose
sobre sus piernas.

M: Está bien… voy a prepararte entonces la mochila que te lleves ropa para mañana y
el pijama.
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Al: ¡Voy contigo!

Casi empujándola por la cintura, hacia salir a su madre del salón rumbo al dormitorio.
La enfermera las siguió con la mirada mientras sonreía y se giraba después viendo
como tanto Pedro como Rosario la miraban en silencio.

E: Pues… ¿quieren más café?

P: No gracias, yo con esto servido.

E: ¿Y usted Rosario? –hizo el amago de levantarse para coger la bandeja.

R: Tranquila, estoy bien. Pero si me voy a comer otra galletita de estas, están ricas.

E: Son de… de una confitería que hay en un barrio de aquí al lado, hacen todo de forma
casera.

R: Pues mañana me dices donde exactamente porque están riquísimas, me recuerdan a


las que hacia tu madre… -miraba a Pedro- Esas con vinito que nos daba cuando íbamos
a verla los fines de semana con la niña.

P: Pues sí, ahora que lo dices sí que se parecen.

E: Bueno, pues mañana si quiere vamos y se lleva usted una buena bandeja. –sonrió.

R: Seguro que a Carmen le encantan.

M: Pues ya la tenéis equipada… -regresaba hasta el salón.

R: Hija, mañana Esther y yo vamos a ir a la confitería donde ha comprado estas galletas


que son como las de tu abuela Elvira y nos llevamos una buena bandeja.

M: ¿Vais a ir? ¿Las dos?

E: Sí. –la miraba sonriéndose mientras se encogía de hombros.

P: Me veo comiendo galletas toda la semana… -se acomodaba en el sofá- Y haciendo


que le mandéis de vez en cuando más.

MyE: Jajaja.

Después de que se marchasen con la niña, la enfermera había decidido darse una
ducha mientras Maca recogía todo en el salón. Aun andaba pensando en el
comportamiento de Rosario. En su tono al hablar con ella, tan distinto al de aquellos
días en Cádiz, en sus buenas maneras, tanto con ella como con la pediatra. Aquella
comida, sin duda alguna, había salido mejor de lo que ninguna hubiese esperado.

Ya fuera se secaba con calma cuando la puerta se abría sorprendiéndola.

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E: La leche que te dieron, vaya susto…

M: Perdona. –sonreía entrando.

E: ¿Tanta prisa tienes que no podías esperar a que saliese? Me quedaban dos minutos.
–se enrollaba la toalla al cuerpo.

M: Bueno mujer, ni que nunca te hubiera visto así… -caminaba hacia ella- Además
tengo una sorpresa… -se sentaba frete a ella- Que fuerte lo de mi madre ¿no?

E: Ya te digo, a mí me ha dejado a cuadros de colores… Parece que te la hayan


cambiado.

M: Igual a recapacitado por fin… -se cruzaba de brazos- Porque normal, normal… no ha
sido que digamos.

E: Bueno, pero mejor ¿no? –acercándose hasta ella comenzó a pasarle la mano por el
pelo mientras ella la rodeaba con sus brazos desde su posición- Igual poco a poco las
cosas van cambiando y podéis volver a tener una relación normal.

M: ¿Y de verdad irás con ella mañana a comprar las galletas esas?

E: Claro que sí, y si ves que no volvemos pues llamas a la policía que nos busque.

M: Tonta… -sonreía cerrando los ojos mientras seguía acariciándola y finalmente la


abrazaba pegando el rostro a su vientre- Que bien hueles.

E: Es lo que tiene haber salido ahora mismo de la ducha.

M: Y si te quitamos esto… -metió las manos bajo la toalla llegando hasta sus caderas.

E: ¡De eso nada! –agarraba la prenda con fuerza- Que manía, eh… nunca me dejas
tranquila cuando salgo de ducharme.

M: Es que no lo puedo evitar cariño… -se levantaba para abrazarla y besar sus
hombros- Si ya de normal me encantas… así… recién duchadita… -seguía besándola- Es
que me encerraba contigo donde fuera.

E: Venga, Maca. –intentaba zafarse- Por qué no nos vestimos y vamos a dar una vuelta
¿eh? A bailar o algo.

M: ¿Y por qué no bailamos aquí solitas…? -se dirigía hasta su oreja- En casita… en la
cama por ejemplo. –besaba su cuello.

E: Maca…

M: Dime… -susurraba quedando de nuevo frente a ella.

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E: ¿Y la sorpresa? –miraba sus labios.

M: ¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa? –sonreía acercándose para besarla.

Sobre la cama, Esther reposaba su cabeza en el pecho de la pediatra que se dedicaba a


acariciarle el vientre en silencio. Se miraban en alguna ocasión y tras sonreír, se
buscaban de nuevo.

E: Mañana viene Virginia para ir dejando cosas… esta semana ya se instalará.

M: Vale…

E: He pensado que podíamos ayudarla a subir las cosas, y luego ella que se apañe…
¿no? Y comemos por ahí tú y yo.

M: Vale… -sonreía.

E: Y ya pues venimos aquí a esperar a tus padres… -jugaba con el borde del nórdico.

M: Vale…

E: Y luego por la noche si eso pues tú te quedas aquí y yo me voy por ahí de fiesta con
mis amigas a ver si ligo.

M: Jajaja –reía para volver a poner rostro serio- No.

E: Ya pensaba que solo sabias decir vale. –se giraba quedando de lado y sonreía- Era
por probarte a ver si me escuchabas o no.

M: Yo siempre te escucho.

E: Entonces no puedo salir por ahí a ligar ¿no?

M: No. –negaba sonriendo- Tú ya no puedes ligar… A ver, como poder puedes, pero
dentro de esta casa y cuando solo esté yo, de otra manera no.

E: Pero entonces lo tengo muy fácil, a ti te ligo en cinco minutos.

M: Bueno, así tenemos más tiempo para terminar de conocernos después ¿no? –se
inclinaba quedando a escasos centímetros de sus labios.

Sin llegar a besarla, se mantuvo en silencio. La enfermera con los ojos fijos en ella, se
mantenía en completa seriedad. Sin decir una palabra, sin moverse, tan solo en
silencio.

M: ¿Sabes que intimidas cuando miras así?

E: Jajaja

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Comenzó a reír de improviso haciendo que la pediatra sonriese observándola. Se giraba
de nuevo mirando al techo intentado de aquella manera que su respiración se
normalizase y segundos después volvía a mirarla.

E: Ais que risa, Maca… -sonreía acariciándole la mejilla.

M: ¿Te ríes?

E: ¿Cómo no voy a reírme? Yo no intimido a nadie, Maca, mírame…

M: Ya… si mirarte es lo que más me intimida, tonta.

Sin esperar nada más y no dándole opción a replica, llegó hasta sus labios, con tanta
efusividad que las manos de la enfermera fueron con rapidez hasta su rostro y cuello
no dejando que se marcharse de allí.

En el portal, cogían uno de los muebles de Virginia para ir con él hasta el piso.

E: Coge de ahí, cariño… -colocaba las manos por un lado de la mesa.

M: A la de tres, una, dos y…

E: ¡Tres! –la cortó sonriendo- Venga, ahora voy yo primero y tú detrás, a ver si no nos
matamos.

Vi: Esther que eso coge en el ascensor.

M: No, no coge… -negaba mirando a la enfermera que comenzaba a subir los


escalones- Parece que sí, pero no.

Vi: A ver si os vais a hacer daño.

E: Tranquila… si mi chica está fuerte y lleva el peso. –se mordía el labio mientras no
dejaba de ascender.

M: Venga, venga… que tienes mucho morro tú.

Mientras ambas subían por las escaleras, Virginia cogió varias cajas y montando en el
ascensor llegó antes que ellas para abrir la puerta. Empezó a arrastrar cajas hacia el
pasillo hasta que finalmente la pareja llegaba.

E: ¿Dónde la ponemos?

Vi: En el comedor, luego ya la muevo yo, bastante habéis hecho ya.

E: Vale… pues esto ya está… -se sacudía las manos- ¿No subes nada mas, no?

Vi: No, no… ya está todo, gracias chicas, de verdad.

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M: No hay de qué, tranquila… además somos vecinas ¿no? –sonrió mirando a la
enfermera que arqueaba una ceja- ¿Qué? Es verdad.

E: No uses esas frasecitas señora, que no. –negaba con un dedo alzado- Que tienes tú
mucha idea.

M: Jajaja que tonta.

E: Si algún día viniese a decirte que tienes la música muy alta haz el favor de llamarme
si no estoy en casa que se la carga. –miraba a su amiga.

M: Jajaja.

Vi: Sé que me pierdo algo y no sé el qué.

M: No le hagas ni caso… -la rodeaba con su brazo por el cuello- Es que es la hora de
comer y tiene hambre, ¿a que sí?

E: Pues sí, así que vamos… que hoy invitas tú. –le daba cariñosamente en el estomago-
Nos vamos, cualquier cosa esta tarde ya estaremos en casa ¿Vale?

Vi: Tranquilas, y que aproveche la comida.

M: Gracias.

E: Hasta luego, guapa. –rodeando la cintura de la pediatra comenzaba a caminar a su


lado para después cerrar la puerta y comenzar a bajar las escaleras- ¿Nos vamos en la
moto?

M: Pues vamos en la moto… ¿Dónde quieres ir?

E: Me apetece comerme un buen trozo de pizza con mucho peperoni y una coca cola
bien fría.

M: Siempre guarrerias. –la soltaba ya frente a la moto- El día que me digas que te
apetece un buen plato de verdura me va a dar un infarto.

E: Oye, que yo me como tu verdura, y tu pescado…. Y todo lo que haces, así que no me
vengas con tonterías.

La pediatra la miró con seriedad y optó por callarse mientras le aguantaba la mirada.
Poco a poco pasaban los segundos hasta que en un paso que la enfermera no se
esperaba, Maca se pegaba a ella abrazándola mientras la apretaba con fuerza.

M: Como me vuelvas a hablar así… te estrujo y verás.

E: Jajaja

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Sobre uno de los bancos de madera que daban asiento en la pizzería, Esther leía por
cuarta vez la hojita de las distintas pizzas y aperitivos. Apenas unos minutos después la
pediatra llegaba con una bandeja con y la chica que la había atendido con dos coca
colas que dejaba sobre la mesa para marcharse después.

E: Mmm como huele… -sonreía acomodándose.

M: Pues espérate un poco que aun quema y te vas a quedar sin lengua.

E: Uy no, sin lengua no. –sonreía mirándola- ¿Qué? me lo has puesto a huevo así que
no me digas nada.

M: ¿He dicho algo? –daba un trago de su refresco.

E: No, pero me miras y lo dices todo.

M: Que exagerada. -la chica volvía y dejaba un cuenco con patatas fritas sobre la mesa-
Gracias.

E: ¿Y esto? –cogía una.

M: Para que no te aburras mientras se enfría la pizza. –la miraba comer.

E: Por cierto… te ha sonreído. –movía la cabeza señalando hacia donde había ido la
chica.

M: Claro, y yo a ella… se llama gratitud. –asentía.

E: Ja, ja… -movía el rostro de un lado a otro- Se llama gratitud. –la imitaba- Se llama
coquetear… que gratitud ni leches. Además, cuando venía detrás de ti iba con cara de
lela, que a saber donde miraba.

M: Jajaja mira que eres pavoncia.

E: Pavoncia tú. –le daba en el hombro- Que andas por ahí seduciendo camareras
mientras yo espero aquí.

M: Si yo hubiese seducido a la camarera da por hecho que no estaba ahí donde está.

E: ¡Ja! Serás creída.

M: Dame un beso anda… -se acercaba a su rostro- Que llevas un buen rato sin darme
ninguno.

E: Que te lo de tu camarera. –giraba el rostro hacia el frente.

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M: Bueno… voy a ver si… -con las manos sobre la mesa hacia el amago de levantarse
hasta que la enfermera tiraba de la trabilla de su pantalón haciendo que volviese a
sentarse.

E: Ven aquí anda… -elevando la mano que llevaba untada con el aceite de las patatas se
acercaba para besarla repetidas veces- ¿Ya?

M: Ya. –asentía con retundida.

E: Bien, pues ahora mira a ver si está caliente… -cogía un trozo de pizza mientras se
relamía los dedos de la otra mano y le tendía la porción para que la pediatra mordiese
directamente.

M: Ya puedes empezar. –masticaba viendo como segundos después se llevaba la pizza a


la boca- Sí quema que me queme yo ¿no?

E: Claro.

Ya en casa, ambas sonreían al escuchar como la pequeña contaba cada detalle del
tiempo con sus abuelos mientras estos, la miraban también con una sonrisa.

Al: Me comí tres… -sonreía.

M: ¿Tres? ¿Tres helados? –se giraba hacia su madre- ¿Cómo le dejas que se coma tres
helados?

R: Eran pequeños Maca, a lo sumo se comió uno y medio… no es para tanto.

E: Pues qué envidia enana… -le daba con el dedo en la tripa- Yo nunca me he comido
tres helados.

Al: Pues yo sí. –se cruzaba de brazos orgullosa.

P: Por cierto Maca, quería comentarte una cosa… a ver qué te parece.

M: ¿Sobre qué?

P: Unas tierras que estoy por vender, pero antes quiero hablarlo contigo.

R: Uy, esto suena a aburrido… Esther, ¿Qué te parece si vamos a por esas galletas
ahora? Y damos un paseo con la niña.

E: Eh… -se giraba para mirar a la pediatra- Claro… sí, por mi bien. Vamos ahora.

R: Pues vamos. –se levantaba cogiendo su bolso- En un rato venimos.

Al: Esther ¿me montas a caballito?

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E: Venga sube. –se colocaba frente a ella y la niña de un salto se subía a su espalda
rodeando su cuello con ambos brazos- Enseguida venimos.

M: ¡No cargues, Esther, que nos conocemos!

E: ¡Que no! –hablaba ya desde la puerta.

M: Bueno… y que era eso de lo que querías hablarme. –se dirigía a su padre
acomodándose en el sillón.

P: Verás… supongo que recordarás que al morir la abuela, el terreno que tenia se valló
ya que lo que tenia ella por allí se taló y se limpió…

M: Sí, claro.

P: Tu tío me ha dicho que él no piensa hacer nada con esa casa, y las tierras son
nuestras. Me ha ofrecido que se la compre para quedarme con todo, reformarlo si lo
veo oportuno y revender después.

M: ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

P: Pues que si tú lo ves bien, he pensado comprársela y ponerlo todo a nombre de la


niña. Hasta que no sea mayor de edad está claro que tú tendrás poder sobre ella, pero
luego pasaría a su propiedad.

M: ¿Me estás diciendo que vas a poner todo a nombre de una niña de once años?

P: Exactamente eso, es mi nieta y quiero lo mejor para ella, podéis reformarla a vuestro
gusto cuando vosotras queráis, y así cuando sea una mujer la tendrá en propiedad para
hacer con ella lo que le plazca.

M: Pues no sé qué decir la verdad… -lo miraba fijamente apoyando el rostro en la


palma de su mano.

P: Hombre, piensa que eso se revalorizará, la zona es muy buena, ya lo sabes. Tendrá
una casa que fue de su bisabuela y que sería una pena desaprovechar.

M: Ya… no, si… estar está bien, lo veo bien… pero… -volvía a mirarlo con una media
sonrisa- Hablamos de algo de mucho dinero.

P: ¿Y qué? es no es un problema y lo sabes, es algo que quiero hacer por mi nieta y por
su futuro.

De camino a la confitería ambas mujeres caminaban con tranquilidad junto a la


pequeña.

R: ¿Qué tal la mudanza? La niña me dijo que una amiga tuya va a ocupar tu piso.

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E: Bien, bien… -asentía- Durante esta semana ya se instala definitivamente.

Al: Esther dice que es una chica divertida. –sonreía a su abuela- Y que también le gusta
la misma música que a nosotras.

R: Seguro que sí.

E: Vamos a atajar por el parque que llegamos antes. –señalaba la entrada.

R: Vale.

Al: ¡Yo voy por delante! –comenzaba a correr- ¡Ahora me pilláis!

E: ¡Pero que yo te vea, eh! –alzaba la voz viéndola marchar.

R: Te quiere mucho… -sonreía mirándola- Ayer se pasó el día hablando de ti y de todo


lo que hacéis juntas, bueno… las tres.

E: Sí… nos lo pasamos bien.

R: Aunque no te lo creas, me alegro mucho de que cuides de ellas como lo haces… -la
enfermera giraba su rostro sorprendida- Antes Maca era… muy solitaria, muy…

E: ¿Gruñona? –sonreía.

R: Sí, gruñona… -asentía mirando a la niña- Cuando iban en verano se pasaba los días
en la finca, leyendo, paseando sola, con la niña, de vez en cuando Ana la sacaba a dar
una vuelta pero era raro… yo tampoco la ayudaba, para que mentir. –Esther bajaba la
vista al suelo- Pero ahora no sé, está totalmente distinta… en el poco tiempo que
estamos aquí solo la he visto sonreír, y me tranquiliza mucho.

E: ¿Por qué no habla con ella? Si lo hiciese créame que ella se sentiría mucho más feliz.

R: Llámame Rosario, Esther… y tutéame, creo que ya va siendo hora. –la miró con una
pequeña sonrisa- Tenía pensado hacerlo, no irme dejando las cosas como están, pero
me da miedo.

E: ¿Miedo? No te tengo por una mujer que pueda tener miedo… conmigo está
hablando y a mí no me debe nada, en cambio a ella sí.

Justo cuando terminaba de decir aquellas palabras sintió que se había equivocado, que
no debía haber dicho aquello y cerró los ojos un instante, uno en el que solo una
disculpa llegó a su mente.

E: Lo siento, no debí decir eso.

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R: Tienes razón, tranquila. –suspiraba- Contigo es fácil hablar. –sonreía
tranquilizándola- Pero con ella… con ella distinto… y tengo miedo a que sea tan tarde
que diga lo que diga, no quiera darme otra oportunidad.

Al: ¡Esther! ¿A que las galletas hay que comprarlas ahí? –señalaba la siguiente calle
mientras se agarraba de su mano.

E: Sí cariño, es ahí.

Mientras se instalaba el silencio, la enfermera miraba a la niña que le contaba algo que
había visto en ese breve paseo en solitario por delante de ellas, y Rosario, encontrando
lo que quizás antes no había sido capaz de ver, comprendía mucho en pocos segundos.

E: ¡Ya estamos aquí! –esperaba a que entrase Rosario y cerraba la puerta.

R: Pedro, he hablado con la mujer de la confitería, me ha dado su teléfono y cada vez


que queramos nos mandará galletas y varios pasteles que he visto. Esa mujer es una
artista. –se sentaba a su lado.

Al: Hemos comprado un bizcocho de chocolate, mami. –llegaba hasta ella- Está
riquísimo.

M: Ya sabía yo que traeríais algo.

P: Pero vamos a ver… -la enfermera sonreía llegado al salón- ¿Has quedado con la
mujer en que te mande dulces? ¿Para qué?

R: Pues para nosotros, para quien sino. Si los hubieras visto me comprenderías.

M: ¿Y tú solo has traído un bizcocho? –preguntaba a la enfermera mientras sus padres


seguían hablando.

E: Si traigo porque traigo, si no traigo porque no traigo… cariño de verdad, eh.

M: Si no digo nada Esther, solo que me extraña que no hayas cargado y en cambio mi
madre venga con esa ilusión por los dulces.

E: Pero es que yo ya conocía ese sitio. –sonreía.

R: Además la mujer es de lo más agradable, lo que no sabía es que le tenía tanto cariño
a Esther. –la pediatra se giraba para mirarla- Parecían conocerse de toda la vida.

E: Bueno, al principio de llegar aquí, cuando vivía con mi hermana, me llevaba a Luis
cada tarde para comprarle la merienda y la mujer pues me cogió cariño.

M: Sí, seguro… te tendría como su mejor clienta que no es lo mismo. –ante aquello
todos comenzaron a reír.

292

Cuando menos lo esperas AdRi_HC


Después de pasar casi toda la tarde conversando de una manera bastante agradable,
llegó la hora de la cena. Ambas en la cocina preparaban todo encontrando después el
agradecimiento del matrimonio, que parecía disfrutar de aquella comida. Tras el café la
pediatra se levantaba para recoger la mesa y Esther hacia lo propio para ayudarla.

R: Espera Esther, ya la ayudo yo. Quédate tú aquí.

E: Pero… -la mujer la miraba intentando que entiese su intención- Claro, claro… me
quedo aquí.

Al: Esther… hazle a mi abuelo el juego del papelito.

E: Alba cariño. –sonreía con timidez- Deja al abuelo que aun esta con su café y no es
cuestión de molestarle.

P: No si no me molestas, me lo contó ayer y me tiene intrigado. –sonreía mirándola.

E: Eh…

Al: ¡Venga, venga!

Mientras tanto en la cocina, la pediatra se afanaba en meter todo dentro del


lavavajillas mientras su madre echaba los desperdicios a la basura y guardaba varias
cosas en el frigorífico.

R: Maca… -se giraba hasta ella.

M: Dime. –contestaba aun de espalda sin poder ver como su madre se había quedado
parada esperando a que se girase, pasados unos segundos de silencio se giró
descubriéndola de aquella manera- Dime. –insistía.

R: Yo… quería hablar contigo…

M: ¿Hablar? ¿Sobre qué? –se secaba las manos con un trapo.

R: Verás… desde que… desde que estuvisteis en casa no he podido de dejar de pensar
en todo cuanto me he equivocado y en todo lo que te he podido fallar y… -suspiraba-
Aunque este no es lugar ni momento para disculparme e intentar hablar contigo de una
forma correcta, quería pedirte perdón, por todo lo que te haya podido hacer o decir
causándote daño.

M: ¿A qué viene esto mamá? –preguntaba con seriedad pero sin llegar a ser dura
mientras se cruzaba de brazos.

R: Me gustaría arreglar o por lo menos intentarlo, todo lo que he ido estropeando


durante estos años.

M: Ya… -bajaba la mirada.


293

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R: Sé que es injusto pedirte esto cuando yo he sido la que no te ha dado ninguna
oportunidad desde hace mucho tiempo, pero si… -volvía a mirarla a los ojos- si me
dejases, intentaría arreglarlo Maca.

M: Bueno… quizás con el tiempo pues… no sé…

Al: ¡Mami! –corría hasta ella- Esther le ha hecho al abuelo el juego del papelito. –
sonreía.

M: ¿Sí? –sonreía.

Al: Sí, y le ha salido que tenía que darle yo cinco besos y uno Esther. –la pediatra abría
los ojos sorprendida.

M: ¿Y se lo ha dado?

Al: Sí. –reía.

M: Vamos al salón venga. –la cogía en brazos- Que yo también quiero jugar y ganarme
muchos besos. –comenzaba a caminar- ¿Vienes mamá?

R: Sí, claro.

Desde el sofá, Rosario miraba como Esther volvía a hacer aquello del juego del
papelito. Pedro sonreía a su lado escuchando a su nieta y viendo a su hija como se
concentraba. En el momento en que Maca debía entonces ver que le había tocado, su
madre posó sus ojos en ella viendo como su sonrisa era de tanta felicidad, que suspiró
sin poder dejar de mirarlas.

M: Uy uy uy… tú me tienes que dar uno largo –señalaba a la niña- y tú, diez cortos…
-miraba a la enfermera.

E: ¿Cómo diez cortos? Eso no puede ser, a ver… -extendía su mano para intentar verlo
pero la pediatra lo alejaba- ¡Eh! ¡Estás mintiendo!

M: Yo no miento y aquí dice que me tienes que dar diez cortos, así que empieza…
-colocaba su mejilla.

E: ¡Que no! quiero ver lo que pone.

Al: ¡Mami eres una tramposa! –se colocaba en su espalda haciéndola reír- ¡A ver!

M: Yo quiero mis besos, y como no me los deis os castigo a las dos. –se intentaba
proteger mientras la niña quería arrebatarle el papel de las manos.

Pedro miró a su mujer y encontró una sonrisa en sus labios mientras miraba a la pareja
y a la niña en el otro sofá. Cogió su mano y esta lo miraba sin borrar su sonrisa.

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En el gabinete, los médicos, Beatriz y Esther, esperaban a Cruz que ya se retrasaba para
hablar así del nuevo cargo de la enfermera. La pareja, sentada una junto a la otra,
escuchaban a Héctor que relataba su fin de semana. Disfrutaban de un café mas una
magdalena la enfermera, que entretenida en pellizcarla para llevársela a trozos a la
boca miraba hacia abajo mientras escuchaba a su compañero.

H: Fue de lo más romántico… velas, una cena perfecta, y ella… -sonreía.

M: Así da gusto, creo que eres de los pocos hombres que hace eso aún en los tiempos
que estamos.

H: Es que las mujeres el detallismo lo lleváis en la sangre.

E: Algunas más que otras. –hablaba sin subir la mirada.

M: Pues como en todo, Esther…

E: A ver si pudiera hablar. –la miraba entonces- ¿Por qué puedo, verdad?

M: Claro que puedes, cariño. –se acercaba para besarla- Tanto como quieras, faltaría
más.

H: Che… ¿y vos que elige para una cena romántica? Porque yo miré varios libros hasta
dar con algo que me convenció.

M: Ah… eso es fácil. –se recostaba en su silla- Esther, por supuesto.

H: ¿Eh?

E: Ja… -la miraba por el rabillo del ojo.

M: A mí me encanta cenar Esther, desayunar, comer, merendar, todo Esther…

E: Eres tonta ¿lo sabías? –se giraba para mirarla- ¿Cómo le dices esas cosas al pobre
Héctor? A ver qué va a pensar de nosotras.

H: Pero es que no la entendí. –miraba a ambas.

MyE: Jajaja

E: Ay Héctor de verdad… que inocente eres a veces. Si es que… -le acariciaba la mejilla.

En aquel momento la puerta se abría y todos se sentaban correctamente mirando


como la directora del hospital ocupaba la silla vacía en uno de los extremos de la mesa.
Dejó caer varias carpetas y elevó la mirada repasando a quien allí había.

C: Siento llegar tarde, pero me fue imposible hacerlo antes… -suspiraba- Bueno, la
razón por la que estamos aquí es porque como algunos ya sabéis, Beatriz se marcha. –

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los compañeros que no sabían la noticia miraron a la mujer que sonreía mientras
recibía algunas palabras- Y como necesitamos otra jefa de enfermeras discutimos las
posibilidades y ella se inclinó por alguien en concreto, yo lo vi una opción perfecta así
que… darle la enhorabuena a Esther que será la próxima jefa de enfermeras.

En aquel momento todos se levantaron para felicitar a Esther que con algo de timidez
iba agrediendo el gesto y las palabras de sus compañeros. Maca la miraba justo al lado,
dejándole su espacio y que disfrutase de aquel momento, sonriendo por ver como las
mejillas de su chica iban enrojeciéndose por segundos.

C: Oficialmente ocupará el cargo mañana, así que ya sabéis, no me la volváis loca y que
no se me queje.

Sonrió antes de marcharse de nuevo y poco a poco se fueron quedando solas en aquel
lugar. Cuando escuchaba al último de los médicos, suspiró y vio como Maca se servía
otro café a escasos dos metros de ella.

M: ¿Ya puedo acercarme yo? –sonreía.

E: Si no me abrazas ahora mismo puede que me de algo, así que… por favor. –abría los
brazos mientras se acercaba a ella.

M: Ais mi jefa… -la abrazaba con fuerza mientras esta pegaba el rostro a su pecho- Que
está nerviosilla.

E: No me gusta ser el centro de atención… lo paso mal, de verdad.

M: Pues no lo entiendo… -buscaba sus ojos- Su tú eres el centro de toda mi atención y


no te quejas. –sonreía.

E: Pero contigo no es lo mismo. –se quejaba abrazándose de nuevo- Y pobre de ti que


sea otra.

M: Jajaja ais… -rodeándola por la cintura la elevó del suelo haciendo que por fin riera.

Dos meses después

Esther andaba leyendo concentrada una circular que le habían hecho llegar desde
dirección mientras cruzaba la zona de cortinas. Tan ensimismada iba que no podía
apreciar como Maca se había detenido varios metros delante en su mismo camino,
haciendo que esta la viese cuando ya prácticamente la tenia encima.

E: Ey… -sonreía- ¿De pinote por algo en especial?

M: Que te he visto tan seria que me he quedado aquí mirándote. –sonreía también.

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E: Es que iba leyendo esto y no me he dado cuenta. –se abrazaba a su carpeta- ¿Cómo
vas?

M: Bien, sin lio apenas… ¿Por qué ibas tan concentrada?

E: Pues que me han mandado esto desde la dirección del hospital… -le tendía el papel-
Por el lio que tuvimos con el paciente de psiquiatría, formulé una queja y ahí está la
respuesta.

M: Esto es bueno ¿no?

E: Claro, a ver si así por lo menos no me pegan a las enfermeras que era lo que faltaba,
que también nos llevásemos las marcas a casa.

M: Bueno… -le acariciaba el pelo- Seguro que ahora controlan más a los pacientes.

E: Eso espero… Por cierto, voy yo a recoger a la niña como hemos quedado ¿no?

M: Sí, claro… yo no me podré ir a mi hora, aunque espero no irme muy tarde y llegar
para la cena.

E: Vale, pues si no nos vemos antes de irme… no trabajes mucho ¿eh? –de puntillas le
daba un beso tardando varios segundos en separarse- Guapa.

M: Tú más. –sonreía mirándola cuando se marchaba.

Después de poder terminar su turno, la pediatra montaba en su coche deseando llegar


a casa. La suerte se ponía de su parte haciendo que el tráfico apenas estuviera
presente en su camino y de esa manera pudiese tardar lo menos posible.

Sacaba las llaves del bolso cuando salía ya del ascensor y justo cuando pensaba abrir la
puerta escuchaba la voz de Esther y la risa de Alba tras ella. Frunció el ceño y se fue
acercando a la puerta del piso de la enfermera y entonces apreció con facilidad como
estaban en el interior de la casa. Sin pensarlo apretó el timbre y segundos después
Virginia abría la puerta.

Vi: Hola. –sonreía- Pasa, las tienes a las dos aquí.

M: Sí, por eso he llamado, me había parecido oírlas… -entraba despacio hasta llegar a
la puerta del salón- Muy bonito…

Al: ¡Mami! –corría hacia ella- Estamos jugando a las cartas, Esther va ganando.

M: Es que a Esther se le da muy bien jugar. –miraba a la enfermera- ¿Tú qué? Ni un


beso… ni hola cariño, ni nada…

E: Ais… -se levantaba apoyando las manos en sus rodillas- Que viene pidona la mami. –
se colocaba frente a ella para besarla- Vámonos a casa que estarás cansadita.
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Vi: Otro día la revancha ¡eh! –alzaba un dedo en señal de amenaza.

E: Buah… te volveré a ganar. –sonreía y le besaba la mejilla- Que descanses perdedora.

Vi: Hasta luego chicas.

Al: ¡Hasta luego, Virginia! –movía la mano con efusividad.

M: Hasta luego.

Entraban en casa y tras cerrar la enfermera la puerta, se dirigía hasta el dormitorio,


hacia donde segundos antes la pediatra había puesto rumbo. La vio sentada en el
borde de la cama quitándose las botas y fue por encima de la cama hasta quedar a su
espalda para abrazarla y comenzar a dejar besos por su cuello.

E: Hola.

M: Hola… -sonreía girando su rostro.

E: ¿Qué tal al final? ¿Mucho trabajo o te han dejado tranquilita?

M: Ni fu ni fa… no ha sido mucho pero tampoco he estado quieta. Me apetece darme


una ducha y dejarme caer en el sofá.

E: Vale, pues mientras te duchas yo te preparo algo y nos echamos a ver la tele un rato
¿Quieres?

M: Quiero… -susurró llegando a sus labios- Oye… -dejaba de besarla un instante pero
seguía mirando sus labios- ¿Eso del beso…?

E: ¿El qué del beso?

M: El que le has dado a Virginia… -miraba entonces sus ojos- Te he visto ahí tan
efusiva…

E: No me diga doctora que está celosa. –sonreía- Por un beso en la mejilla…

M: No estoy celosa, pero no sé… le has plantado ese beso en la cara que me he
quedado un poco sin saber si arrastrarte o darle yo otro.

E: Jajaja que tonta. –se sentaba sobre ella a horcajadas- Pero si yo solo tengo ojitos y
besitos para ti… -besaba de nuevo su cuello.

M: Pues bien que le has dado uno a ella. –se quejaba con voz infantil.

E: Mírame…

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Sin poner objeción, la pediatra buscaba sus ojos y se quedaron mirando fijamente. No
se decían nada, Esther ladeaba su rostro de manera cariñosa mientras no apartaba su
mirada de ella y sentía como la rodeaba por su cintura.

E: No dudes de mí ¿Vale? No tienes motivo para pensar eso y te lo digo yo. –contestó
con rotundidad- Seria incapaz de hacerte algo así.

M: Ya… perdona. –miraba a otro sitio apenas durante dos segundos- Ha sido un
pensamiento tonto.

E: Pues sí. –la rodeaba por el cuello con ambos brazos- Pero está bien eso de saber que
te fijas en esas cosas y que no te da igual que vaya por ahí besando a cualquiera.

M: Hombre, ya te llevarás tú cuidado de hacer eso.

E: Ni se me ocurriría. –sonreía de nuevo- Todos mis besos son para ti y para nadie
más…

M: Bien, bien.

E: Bueno y… -carraspeaba- Te has puesto celosilla, eh… -la abrazaba con fuerza
haciendo que cayese hacia atrás.

M: Buena cosa te he dicho, ahora se te va a subir más a la cabeza.

E: Jajaja

Al otro lado, en el piso de la enfermera, Virginia recogía todo lo que había por encima
de la mesa. Recogía las cartas sonriendo, recordando a la niña y las payasadas de la
Esther, siempre había encontrando en ella a la mejor persona para dejar que todo lo
demás que pudiera estropearle el día se esfumase y pudiera reír.

El timbre sonaba haciendo que dejase aquello y fuese hasta la puerta.

-Buenaaaas… -una chica entraba tras saludarla.

Vi: Hola Elvira, ¿Qué tal?

El: Bien, bien… oye que chula la casa, eh. –miraba todo alrededor.

Vi: ¿Cómo sabes que vivo aquí? Apenas se lo he dicho a dos personas…

El: Tomás, lo vi ayer y me dijo la dirección… ¿Cómo has encontrado este piso? Joder, yo
tengo un cuchitril y sin luz.

Vi: Es el piso de Esther, ya no vive aquí y me lo ha alquilado.

El: ¿Esther? ¿Qué Esther?

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Vi: Pues Esther, Elvira, Esther… la Esther de siempre y toda la vida.

El: ¿Tu Esther?

En la cocina, la enfermera preparaba un plato con queso y un poco de jamón, servía


vino en una copa y llevándolo todo en una bandeja llegaba hasta el salón donde Maca
miraba la televisión.

E: El tentempié de mi señorita ya está aquí. –sonreía dejando la bandeja sobre la mesa.

M: Mmm con jamoncito y todo. –colocando la mano en su cintura haciendo que


sentase en su pierna- ¿Y tú no comes nada?

E: Ya cené con la niña… pero un trocito de jamón sí que te voy a quitar.

M: No me lo vas a quitar porque yo te lo doy con todo el cariño del mundo. –


inclinándose cogía uno de los taquitos de jamón y se lo llevaba hasta la boca.

E: Que rico. –sonreía.

Al: Mami… -aparecía en el salón- Ya he terminado de hacer lo que me faltaba.

M: Vale, pues la próxima vez no lo dejes porque mira qué hora es, lo deberes se hacen
por la tarde ¿vale?

Al: Vale… -bajaba la mirada al suelo.

M: Si hicieras las cosas como sabes que hay que hacerlas no tendría que reñirte.

E: Venga va… no nos pongamos tan serias. Se despistó y ya está. –se levantó para ir
hacia la niña- ¿Preparamos la cartera con las cosas para mañana?

Al: Vale.

E: Vamos. –le tendió la mano y la niña la agarraba para ir hasta su dormitorio- No te


pongas así que mamá está cansada y no lo dice enfadada anda.

Al: Si está enfadada.

E: Que no… verás como ahora se le pasa y no ha pasado nada.

Después de terminar con la mochila, la niña no quería volver a salir y se puso una
película de dibujos animados en su dormitorio. La enfermera regresaba al salón donde
Maca terminaba de comer lo que esta le había preparado y se sentó a su lado.

E: Maca…

M: ¿Uhm? –giraba su rostro mientras masticaba.

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E: Que la niña se ha quedado chafadilla porque piensa que estás enfadada… dile algo.

M: Pero si le he dicho las cosas bien. –se extrañaba- ¿No? Le he hablado bien.

E: Ya cariño… pero si ve que te disgustas por su culpa pues se pone tonta y ahora no
quiere salir.

M: ¿Cómo que no quiere salir?

E: Pues no, no quiere porque dice que estás enfadada y no quiere.

M: ¡Alba! –alzaba la voz para llamarla y dar un trago de vino después, segundos más
tarde la niña aparecía y se quedaba parada en la puerta- ¿Puedes venir por favor?

Al: Estás enfadada… -miraba al suelo.

E: Que no está enfadada, cariño… ven por fa. –extendía su brazo y la niña comenzaba a
caminar despacio hasta llegar a la enfermera y colocarse entre sus piernas mientras
esta la rodeaba con sus brazos.

M: No estoy enfadada, cielo… ¿acaso te he hablado mal? ¿Te he dicho algo que no te
gustase?

Al: Me has reñido… -susurraba.

M: Pero lo he hecho porque sabes que los deberes tienes que hacerlos pronto… Pero te
lo he dicho bien cariño, no estoy enfadada.

Al: ¿De verdad?

Sonriendo, cogió su mano y tiró de ella hasta poder rodear su cuerpo y comenzar así a
hacerle cosquillas consiguiendo que comenzase a reír entre sus brazos. Esther sonrió
quedándose en silencio mientras las observaba.

M: Venga… -le daba una palmada en el trasero- Lávate que vamos a la cama.

Al: Vale.

Más tranquila, la niña volvía a dejarlas solas para hacer lo que su madre le había dicho.
Esther se apoyó de lado en el sofá mirando a la pediatra que remataba su copa de vino
con tranquilidad.

E: Si es que eres más mona…. –la pediatra giraba su rostro.

M: Ya lo sé, no sé de qué te sorprendes a estas alturas. –la enfermera sonreía- A la que


si voy a reñir es a ti.

E: Anda… ¿Y eso por qué?

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M: Porque me apetece… -se fue acercando a ella hasta quedar pegada a su rostro- Me
encanta reñirte.

E: Pues vamos, vamos… que hoy he sido maliiiisima. –se levantaba y se detenía a
esperarla- ¡Vamos!

M: Jajaja

A primera hora, Esther y Alba ya permanecían en la puerta esperando a que la pediatra


saliese del dormitorio para poner rumbo al colegio.

E: ¡Maca! –la llamaba desde la puerta.

M: ¡Ya voy! Ya voy… -salía con prisa mientras se colocaba la cazadora- No encontraba
las llaves.

E: Al final llegaremos tarde. Vamos enana… -con la mano en su espalda comenzaba a


salir.

M: ¿Lo llevas todo, no? –cerraba con llave.

E: Sí, sí… vamos, vamos.

Después de dejar a la niña en el colegio y volver a subir al coche ya parecían que llevar
un ritmo normal. No llegaban tarde al hospital y recorrían el camino hasta él con
tranquilidad.

E: Por cierto, ¿has llamado ya a tu madre? Porque no me has dicho nada y no tengo ni
idea de lo que tienes pensado para noche buena y tengo que hablar con mi hermana.

M: No, luego la llamo yo… me dijo que estaban liados y no sabían si irían a otra parte,
pero espero que vengan.

E: Bueno, pues lo que sea me lo dices. Si no es en Nochebuena en Nochevieja tenemos


que ir con mi hermana.

M: Claro, no te preocupes.

Ya cruzando el parking, la enfermera buscaba el cuerpo de la pediatra intentando así


calmar su frio. Pegadas prácticamente entraban a urgencias encontrándose con Teresa
que soplaba a una taza de café mientras la sostenía con ambas manos.

E: ¡Hace frio, eh! –se frotaba las manos.

T: Madre mía… me he quedado hecha un marmolillo cuando he bajado del coche.

M: Muy frioleras sois vosotras, tampoco es para tanto.

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E: Eso tú que tendrás calorías de sobra para mantenerte caliente. –se quejaba.

M: Pero lo mío da para las dos, tonta… -susurraba en su oído para separarse después-
Voy al tajo.

T: ¡Eh! –chasqueaba los dedos llamando la atención de la enfermera- ¡Despierta!

E: ¿Eh? –se giraba por fin- ¿Qué?¿Qué pasa?

T: Que te has quedado alelá hija… que calentamiento tenéis siempre vosotras dos por
dios, vais con las hormonas activas.

E: Mira, me voy porque tú también… -negaba mientras firmaba.

T: Toma anda, todo esto es para ti.

E: Gracias, ahora nos vemos… -comenzaba a caminar hacia el vestuario cuando de uno
de los pasillos salía ya la pediatra con su pijama y comenzaba a caminar a su lado- ¿Tú
no ibas al tajo?

M: Aun me quedan diez minutos…

E: ¿Y dónde vas? –sonreía al verla ir detrás de ella.

M: Contigo. –contestaba con naturalidad.

E: Ya pero es que yo voy al vestuario y tú no puedes entrar… -abría la puerta y se


quedaba sin llegar a entrar.

M: ¿Desde cuándo no puedo entrar?

E: Desde que te han dado ese pijamita lila que tan bien te queda… -sonreía mirándola
de arriba abajo.

M: Pero… -se quedaba mirándola- No seas así Esther, va… -ladeaba su rostro a la vez
que la enfermera miraba a un lado y a otro para ver que nadie pasaba y agarrarla
después de la pechera haciendo que entrarse- Esta es mi chica. –reía antes de cerrar la
puerta.

Despacio caminaba hasta la entrada de urgencias. Tuvo que sortear a varias personas y
hacerse a un lado al ver como gente del Samur llegaba corriendo con una camilla. Se
quedó observando aquella imagen hasta que unos segundos después llegaba hasta el
mostrador.

Vi: Buenos días.

T: Hola… -se quitaba las gafas.

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Vi: Venia preguntando por Esther, Esther García…

T: ¿Esther? Pues… creo que, espera un momento… -descolgaba- ¿Quién es usted?

Vi: Dígale que Virginia.

Metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta se mantuvo a la espera mientras


Teresa parecía buscar a la enfermera. Se giró de nuevo al ver como la mujer terminaba
de hablar por teléfono y le decía que esperase apenas unos minutos que enseguida
llegaba.

Comenzó a caminar por aquel lugar en dirección a la salida para después girarse de
nuevo y entonces ver como Esther aparecía sonriendo.

E: Ey… ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? –colocaba las manos en sus hombros.

Vi: Pasaba por aquí y pensé que tendrías tiempo para tomarte un café, si no puedes no
pasa nada…

E: Sí, claro que sí… espera un segundo, o mejor… entra en la cafetería que ahora mismo
voy yo.

Vi: Vale. –sonreía.

La enfermera recorría de nuevo los metros hasta el mostrador y se mantenía callada


hasta que Teresa se giraba hacia ella.

E: Estoy en la cafetería, Teresa, si alguien me necesita me llamas.

T: Tranquila.

De nuevo regresaba hasta la cafetería y tras ubicar a Virginia en una de las mesas iba
hasta la cafetera para servir un par de ellos e ir hasta la mesa.

E: Toma… -le deslizaba la taza por la mesa.

Vi: Gracias… de verdad que no te molesto ¿verdad?

E: No tranquila, si ya necesitaba un parón… -sonreía- No he parado desde que entré.


Con decirte que no he visto a Maca en más de dos horas.

Vi: Vaya…

E: Y bueno, ¿Qué hacías por aquí?

Vi: He ido al gimnasio porque han traído varias máquinas nuevas y el jefe quería que
las viera también… luego me he puesto a dar un paseo y he llegado aquí.

E: Te veo mustia, ¿te pasa algo?


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Vi: Tengo el día tristón, no sé… -se encogía de hombros.

Después de abandonar el box miró a su alrededor por si veía a la enfermera y tras unos
segundos decidió ir donde sabia, seguro podrían decirle algo.

M: Teresa…

T: Dime guapa. –la pediatra sonreía.

M: Y… ¿Esther?

T: Pues en cafetería con una amiga que ha venido a verla, hará diez minutos que están
ahí. –ordenaba varias carpetas sobre el mostrador.

M: ¿Amiga? ¿Qué amiga?

T: Virginia creo que era… sí, Virginia, una así morenita de pelo rizado y así de alta como
tú.

M: Sé quién es Virginia, Teresa… -se giró lentamente para ir hasta la cafetería.

T: Pues y yo que sé… -la miraba marcharse- Encima que una intenta ser amable…

Ya dentro, alzaba la vista buscando entre los que allí habían hasta que las vio en un
lateral y comenzó a caminar hasta ellas.

M: Hola… -saludaba con una sonrisa.

E: Hola, cariño. –se ponía en pie para besarla y luego cogiendo su mano tomaba de
nuevo asiento haciendo que ella lo hiciese a su lado.

Vi: Hola, Maca.

M: Hola… ¿Qué tal? Aquí de charlilla, eh…

E: Que ha pasado por aquí y ha entrado a ver si tenía tiempo para un café, llevaba ya
rato necesitándolo. ¿Tú qué tal?

M: Pues liadilla, pero he tenido un rato y te andaba buscando…

Vi: Será mejor que vaya marchando que tengo que hacer algunas cosas y se me echa la
mañana encima a este paso. –se levantaba colocándose el bolso- Hasta luego chicas.

MyE: Hasta luego… -la miraban marcharse.

M: ¿Qué le pasa?

E: No sé, dice que anda tristona hoy. He intentado sonsacarle pero no hay manera…
-suspiraba- Bueno, y mi chica ¿quiere un café?

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M: Mmm sí, bien cargadito.

E: Marchando. –se levantaba para ir a servirle un café y volver después a la mesa-


Toma.

M: Gracias, cariño.

E: Mi hermana me llamó hace un rato, luego nos llevamos a Luis un rato a casa ¿vale?

M: ¿Y eso?

E: Anda de discusiones con Pablo y esta tarde no trabajan ninguno de los dos y quiere
ver si pueden hablar.

M: ¿Discusiones por qué? Si se llevan genial.

E: Pues no sé… -cogía la mano de la pediatra para comenzar a acariciar sus dedos-
Nosotras no llegaremos a eso ¿Verdad? De no hablar y dejar que las cosas pasen.

M: Contigo eso sería imposible. –sonreía.

E: Te lo digo en serio, Maca, es muy triste ver eso… Quererse y dejar de luchar
haciendo que se pierdan las pequeñas cosas y llegar a discutir todo el tiempo.

M: Ya…

E: Pero bueno, no pensemos en esas cosas ahora.- le dejaba un beso en el hombro-


¿Has llamado a tu madre? –preguntaba con una sonrisa.

M: No, cariño, no… luego la llamo, de verdad. –asentía.

E: A ver si te lo tuviera que decir otra vez. –se levantaba para dejando antes un beso en
sus labios- Luego te busco.

M: Vale –sonriendo se giraba para verla marchar.

Mientras Alba y Luis hacían las tareas del colegio en la mesa grande del salón, Esther
repasaba varias cosas del hospital que se había llevado a casa. La pediatra salía de
darse una ducha y ya vestida llegaba hasta ellos, caminando hacia el sofá donde la
enfermera leía concentrada. Se sentó a su lado y pegando la mejilla en su hombro la
hizo reaccionar.

M: Hola.

E: Hola… ¿Qué tal la ducha? –preguntó sin mirarla.

M: Bien… -movió su rostro para quedar junto a su oído y susurra- Aburrida…. –la
enfermera la miraba sonriendo- ¿Y tú qué haces?

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E: Pues repasando esto, ayer durante el turno de noche desaparecieron varias cosas y
estoy repasando las entradas de las enfermeras con varios controles de todo el turno.

M: Que raro.

E: Sí… porque es algo que solo se le administró a un paciente –el timbre sonaba.

Al: ¡Voy yo! –saltaba de la silla para ir corriendo hasta la puerta.

E: Mañana hablaré con ellas y…

Al: ¡Tita!

MyE: ¿Tita? –se miraban extrañadas.

Sin dudarlo se levantaron para ir hasta la puerta, donde pudieron ver sorprendidas a su
hija en brazos de Ana mientras esta la abrazaba sonriendo y besándola antes de volver
a dejarla en el suelo.

A: Y vosotras que ¿no me dais un abrazo?

Caminando hasta ellas, que seguían casi sin creerse aquello, las rodeaba con sus brazos
para abrazarlas sintiendo como era correspondida al instante.

A: ¿A que me habéis echado de menos?

M: Pero… ¿Qué haces aquí? –la miraba- ¿Eres incapaz de avisar cuando vienes o qué? –
se colocaba en jarras.

A: Ais… entonces no sería una sorpresa… -miraba a la enfermera- ¿La tienes a régimen
que anda así de rancia?

E: Que va… -sonreía.

Al: ¿Te vas a quedar, tita?

A: Hoy solo, cariño… -le acariciaba el pelo- ¿Puedo entrar o me vais a tener aquí toda la
tarde? Porque vengo muerta, eh.

E: Pasa, pasa… -cerraba la puerta.

M: ¿Qué haces en Madrid? –entraban en el salón seguida por la enfermera.

A: Tenía que venir por motivos de trabajo y no podía venir y no veros. –se sentaba en el
sofá- Que ya viene navidad y todo ese rollo y será imposible venir.

E: ¿Y hasta cuando te quedas?

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A: Pues me voy mañana a primera hora, tengo habitación en un hotel y un coche que
me recogerá en la puerta a las ocho, así que imagínate… un viaje relámpago rápido. –
sonreía.

Después de casi una hora charlando y riendo mientras se ponían al corriente de todo,
los niños terminaban los deberes y se reunían con ellas. Fue poco el tiempo que se
mantuvieron tranquilos cuando de nuevo querían jugar y moverse.

E: Hacemos una cosa, los llevo media hora al parque y luego dejo a Luis en su casa y
volvemos ¿Vale?

Al: ¡Sí, sí!

L: ¿Tita y nos compras un donut?

E: Ya veremos… ¿hacemos eso? –cogía la mano de la pediatra.

M: Como quieras, cariño ¿Pero de verdad quieres ir sola? Podemos ir contigo y dar así
un paseo.

E: No, que Ana está cansada, yo apenas tardo… -se levantaba después de besarla-
¡Coger todo en lo que yo cuento diez!

Las amigas sonreían al ver a los niños correr e ir a por sus cosas mientras en la entrada,
la enfermera se colocaba el abrigo y cogía su bolso. Apenas siete segundos más tarde
aparecían abrigados y la enfermera colocaba su mano en el aire para que la chocasen
mientras abría la puerta.

E: Ahora venimos. –sonreía guiñándole un ojo a la pediatra.

A: Te ha tocado la lotería, que lo sepas… -daba un trago de su café y la pediatra


suspiraba mirándola.

M: No te voy a contradecir porque es así.

A: ¿Y cómo estáis? Aunque ya veo que solo os falta tener un papel diciendo que sois un
matrimonio.

M: Pues genial, como vamos a estar… Si con ella es todo así, y Alba ya ves… la quiere
con locura.

A: Se ve, sí…

M: Es que es fácil ¿Sabes? Es así, como la ves… no tiene maldad ninguna, es toda
cariño… Es toda alegría, te la contagia, es como si la llevase toda dentro y cuando se
acerca… pum… -gesticulaba con las manos- Te la da, te la regala, no puedes no sonreír

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teniéndola al lado, estas de mal humor y ella lo cambia, estás triste y ella te quita ese
sentimiento, lo cambia por completo sin que te des cuenta, sonríe y todo mejora…

De repente se quedaba en silencio mientras miraba al suelo, pensando en todo cuanto


había dicho y que solo con hablar de ella, sentía como su pecho se agitaba por dentro.

A: Es precioso eso que has dicho.

M: Nunca… nunca me había pasado esto, Ana… nunca. Cuando estaba Lucia creía que
no podía querer mas a nadie, que todo cuanto la quería a ella era todo lo que podía
dar… pero no era así, con Esther es todo… todo mas grande, tan intenso que la miro y
se me para el tiempo, y todo lo que hago por ella me parece poco.

A: Oye Maca… -carraspeaba- Sé cómo eres, y te noto un poco… como lo diría,


sobrepasada… todo esto que me estás diciendo a mí… ¿Se lo has dicho a ella?

M: Ella ya lo sabe, Ana.

A: Las cosas pueden saberse, o exteriorizarlas, pero es mejor soltarlas cariño… Y sentir
tantas cosas por alguien y no soltarlo, es como cogerte de una cuerda a cien metros de
altura y mantenerte con tus propias fuerzas todo el tiempo…

M: Ya he comprado su regalo de navidad… -susurraba mirándola.

A: Y esa cara que tienes es porque…

Sin Luis ya con ellas, la enfermera y Alba regresaban a casa en el coche mientras Esther
la miraba de tanto en cuando encontrándola aun de brazos cruzados.

E: No me gusta que discutáis Alba, así que dime que ha pasado.

Al: Nada. –refunfuñaba.

E: Pero si vosotros os lleváis bien cariño… ¿a que ha venido eso?

Al: Es un tonto… y no quiero jugar más con él.

E: ¿Pero me dices que ha pasado o no? Porque cinco minutos antes estabais bien, llega
esa amiga vuestra y discutís.

Al: No voy a jugar más con él y me da igual. –miraba por la ventanilla.

E: Vale, vale… no insisto.

Diez minutos después llegaban al parking y tras bajar del coche subían en el ascensor
en completo silencio. La enfermera la miraba encontrando aquel mismo semblante que
llevaba durante todo el camino y nada más abrir la puerta de la casa caminaba hacia su
habitación sin decir una palabra.
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M: ¿Y a esta que le pasa? –preguntaba extrañada.

E: No sé… -se quitaba el abrigo- Ha discutido con Luis en el parque y va con un ataque
de narices todo el camino, ni a mí me dice que ha pasado.

Al: Uy uy uy… que estos…

M: Ana… -la miraba con seriedad- Que son niños, haz el favor…

E: Luego volveré a intentarlo… -suspiraba y se sentaba junto a la pediatra para besarla y


quedarse mirando al as dos- ¿Qué hacíais?

M: Eh… nada. –miraba a Ana- Hablar…

A: Sí, eso… hablar y hablar, ya sabes cómo somos… nos ponemos y no hay quien nos
pare.

E: Ya… -miraba a una y a otra- ¿Y por qué estáis tan ratitas, uhm? –sonreía mirando a la
pediatra.

M: No estamos raras…

E: No, claro que no… y yo soy rubia, mido uno ochenta y además soy tonta… -arqueaba
una ceja.

A: Uf… que imagen más mala jajaja

M: Pues sí, cariño… yo no quiero una novia rubia, jirafota y encima tonta… -sonreía
acercándose a su labios.

E: No me cambies de tema que te conozco Macarena.

A: ¡Oh! Esto se pone serio.

M: No me das miedo que lo sepas… -bebía de su café- Así que ahórrate llamarme así.

E: Pues nada… no me lo cuentes, luego no te eches las manos a la cabeza por las
consecuencias… -se levantaba mientras la pediatra abría los ojos sorprendida- ¿Te
quedas a cenar, verdad?

A: Eh… sí, sí, me quedo…

E: Bien, pues voy a preparar la cena. -se marchaba.

A: Tiene carácter ¿eh? –reía.

M: En un rato se le pasa… y más aún porque voy yo ahora mismo y con unos besitos se
le olvida. –iba hacia la cocina.

310

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Cuando llegó a la cocina vio a la enfermera de espaldas cortando lechuga muy
afanadamente. Caminó despacio hasta llegar a ella para rodearla con sus brazos
poniendo después las manos sobre su vientre. Se inclinó queriendo refugiarse en su
cuello y dejó un corto beso antes de apoyarse en su hombro.

M: No te has enfadado ¿a qué no? –susurraba.

E: Sí.

M: Pues no te enfades, cariño… ¿por qué te has enfadado a ver? –seguía hablando
cariñosamente.

E: Porque hablabais de algo y os habéis hecho las locas.

M: Eres tonta, eh… -la enfermera giraba su rostro para mirarla- Eso no es para que te
pongas así.

E: No me pongo de ninguna manera, dime que es algo que no me quieres contar y ya


está, pero no me dejes por tonta porque no lo soy.

M: Perdooona. –la volvía a besar- No te enfades, venga… -comenzaba a balancearse


pegada a ella.

E: ¿De qué hablabais? –se giraba despacio con la vista en el suelo- ¿Y por qué no lo
puedo saber? –se quejaba.

M: Pero a ver… hemos hablado de muchas cosas, cariño… -cogía su rostro con ambas
manos- No pienses cosas raras ¿Vale?

E: ¡La cosa es no decírmelo! –se abalanzaba sobre ella para abrazarla.

M: Jajaja –daba un paso atrás de la fuerza con la que esta llegaba.

E: Bueno, vete al salón con Ana y ve poniendo la mesa, yo me encargo de esto… -le
daba una palmada en el trasero- Y así podéis seguir hablando.

M: Oh… -la miraba- Eso ha dolido.

E: Pues te aguantas. –contestó de espaldas sonriendo.

Negando con la cabeza, la pediatra regresaba al salón donde Ana hablaba por su móvil.
Sacó el mantel y se dispuso a poner la mesa tal y como la enfermera le había dicho.

A: ¿Qué tal con la fiera? –preguntó nada mas colgar.

M: Bien, si llego, sonrió un poquito, le doy dos besos y se le pasa todo…

E: ¡Te he oído! –gritaba desde la cocina.

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MyA: Jajaja

A: Es la mejor. –reía- Soy su fan.

Justo en ese momento el timbre sonaba y era la pediatra que, aun sonriendo, iba hacia
la puerta. Nada más abrir encontró a Virginia parada en el umbral.

M: Hola.

Vi: Hola Maca, venía a decirle algo a Esther.

M: Pasa, está en la cocina.

Vi: Gracias… -sonreía y caminaba hasta la cocina- Hola.

E: Ey… hola. –sonreía- Que sorpresa… ¿ocurre algo? –se giraba.

Vi: He hablado con Iván, están en la ciudad de paso y esta noche van a salir a tomar
algo, me han dicho que te lo dijese para que te vinieras.

E: ¿Salir esta noche?

M: ¿Salir a donde? –preguntaba entrando en la cocina.

Vi: Pues… -se giraba- Unos amigos de fuera están en Madrid de paso y quieren que
Esther venga a tomar algo…

E: Ya pero es que ya es tarde, íbamos a cenar ahora. –miraba a Maca.

M: Como tú veas cariño. –les daba la espalda abriendo el frigo y volver a mirarlas
después- Si te apetece hazlo.

Vi: Si no puedes no pasa nada ¿eh? Yo les digo lo que sea y ya está.

M: Vete… -volvía a mirar a la enfermera- Sal un rato con ellos, seguro que te apetece y
por nosotras no tienes que dejar de hacerlo.

E: Pero Maca…

M: No te preocupes, si quieres salir, sal… –sonreía y se marchaba de nuevo al salón.

Diez minutos después la enfermera salía rumbo a su habitación y cogía una chaqueta y
su bolso. Regresaba encontrando a Virginia en la puerta.

E: En la plancha se está haciendo el pescado… -miraba a Maca- Yo no tardo ¿vale?

A: No te preocupes por eso Esther, sal y pásatelo bien que no es nada malo, mujer…

M: Venga… -se levantaba- Pásatelo bien cariño. –le dejaba un beso y se dirigía a la
cocina.
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E: Pues hasta luego.

A: Hasta luego.

Cuando las amigas se marchaban, Ana se mantuvo unos segundos de pie sin moverse
hasta que finalmente decidió ir junto a su amiga. La vio de espaldas mientras
terminaba con la cena y despacio se colocaba a su lado.

M: Estoy mosqueándome con esa tía.

A: Ya sabía yo que no te había visto muy contenta. –suspiraba- ¿Qué pasa?

M: Pues que es muy rara, Ana… cuando estoy yo está tensa, cuando está con Esther se
ríe y de lo más feliz… y últimamente no para de buscarla.

A: ¿Crees que…?

M: Pues no lo sé… -apoyaba las manos sobre el mármol- Y como sea eso me va a oír.

A: Venga cálmate.

M: Es que la otra no piensa mal de nadie y como le diga algo la vamos a tener, y no
quiero discutir con ella, joder. –lanzaba el trapo- Pero es que se nota, se nota que va
detrás…

A: Vamos a cenar venga… y no te enfades todavía.

M: Ya me han dado la noche y hasta que no venga voy a estar de mal humor.

Al: Mami… ¿Cenamos ya? –entraba en la cocina.

A: Sí, cariño… cenamos ya.

En la calle, ambas amigas caminaban en silencio cuando poco a poco se alejaban del
edificio. Esther miraba hacia el suelo mientras no podía dejar de pensar en la pediatra.

E: No tenía que haber venido… seguro que Maca se ha molestado.

Vi: Joder, Esther ¿Molestarse porque salgas un rato? Pues si se molesta por eso…

E: No es por eso, Virginia, si lo hubiera sabido antes sí, pero me voy cuando estábamos
a punto de cenar y cuando Ana ha venido a pasar un rato con nosotras después de que
no la veíamos desde verano.

Vi: Y ahora vas a ver a tus amigos que también hace mucho que no ves, no es para
molestarse.

E: Pero seguro que luego está seria, aunque no me diga nada.

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Vi: Si te soy sincera… os veo muy diferentes, y conociéndote a ti no sé cómo estás con
ella.

La enfermera se paraba en su camino y se quedaba mirándola. Su amiga se giró al dejar


de sentirla caminando a su lado y se volvió hacia ella.

Vi: ¿Qué pasa?

E: ¿Por qué has dicho eso? –Virginia bajaba la mirada- No la conoces como para decir
eso, y aunque así fuera, si he decidido estar con ella es asunto mío.

Vi: Perdona… tienes razón, no debí decir eso.

E: Debería volver… -se pinzo el labio girándose para observar el camino que ya llevaban
recorrido.

Vi: Va… venga, Esther… -se acercaba a ella- No se va a enfadar, si solo va a ser un rato…

Mirándola durante unos segundos, se mantuvo en silencio hasta que decidió volver a
caminar. Aunque su cabeza estuviera en otra parte.

Eras las dos y media de la mañana cuando la pediatra se había vuelto a sentar en la
cama desesperada. Miraba la puerta, su lado en la cama, hacia la ventana, se volvía a
levantar y llegaba hasta la cocina para beber un poco de agua. Mirando el reloj volvía a
maldecir en voz baja hasta que por fin escuchó sus voces en el rellano. Fue corriendo
hasta la puerta y se colocó frente a la mirilla, las amigas salían del ascensor y parecía
que Virginia lo hacía más bebida de la cuenta.

E: Mira que eres bruta… -caminaba con su amiga colgada prácticamente de su cuello-
Dame las llaves anda.

Vi: Espera… -despacio y con dificultad para mantenerse en pie buscaba en sus bolsillos
hasta dar con ellas- Toma.

E: Venga, te dejo en la cama y duermes esa mona…

Vi: Sí… -suspiraba- Cama…

M: Pero tú sola imbécil. -susurraba.

E: Venga… -abría la puerta- Vamos para dentro… -con el pie dejaba cerraba la puerta y
Maca perdida la visión.

M: No tardes Esther…. Déjala y vuelve aquí… -seguía mirando y la luz de la escalera se


apagaba dejando ver cómo salía la del piso de la enfermera por debajo de la puerta-
Venga cariño…

314

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En ese momento la puerta se abría y la pediatra podía ver como la enfermera salía. Se
giró para ir corriendo hasta el dormitorio y volver a meterse en la cama. Desde allí
podía escuchar como Esther entraba en la cocina y después de unos minutos que a ella
se le hicieron eternos, tomaba rumbo hasta el dormitorio.

Un rato después y tras ir al baño, la enfermera se metía en la cama y buscaba el cuerpo


de la pediatra.

M: ¿Te lo has pasado bien? –Esther abría los ojos sorprendida.

E: Pensé que estabas durmiendo…

M: Tengo la costumbre de no hacerlo hasta que me quedo tranquila… -se giraba


quedando bocarriba y sentía como se abrazaba aun mas a ella- ¿Te has divertido
entonces?

E: Bueno… -suspiraba- Vamos a dormir anda. –besaba su hombro.

Mirando al techo entre toda aquella oscuridad supo entonces que aunque la tuviera allí
con ella, aquella desconfianza por la amiga de la enfermera no la dejaría dormir.

Aquel día la enfermera salía antes y debía volver sola a casa. El atasco de aquellas
horas le hacía tener que ir realmente despacio cuando casi a cada semáforo lo
encontraba rojo teniendo así que detenerse. En la espera pensaba en el día que ya casi
acababa, en como apenas había podido hablar con Esther y de las ganas que tenia de
llegar para poder estar un rato a solas.

Cuando ya por fin llegaba hasta la zona, encontraba la calle que daba al garaje cortada,
teniendo que dar la vuelta a la manzana para entrar por el sentido contrario.

De igual forma el tráfico llegaba hasta allí haciendo que tuviese que ir con cuidado y
casi frenando a cada instante. Cuando pasaba por debajo de su balcón subió la vista
encontrando lo que menos esperaba, la enfermera estaba apoyada en la barandilla
junto a Virginia mientras parecían hablar. Se quedó mirando aquella imagen hasta que
se cruzó con los ojos de aquella mujer, quedándose de aquella manera hasta que el
claxon de otro coche llamaba su atención. Sacó la mano por la ventanilla mientras
pisaba el acelerador y seguía mirando hacia arriba viendo como esta no hacía por
avisar a la enfermera de su presencia.

Mientras subía por el ascensor intentaba guardar la calma. Antes de salir se quitó el
abrigó y abriendo la puerta con decisión entró hasta el salón encontrando a la
enfermera sentada sola en el sofá.

E: Hola… -se levantaba para ir hasta ella- ¿Has tardado mucho en llegar? Porque vaya
mierda de tráfico.

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M: Sí, un rato… -miraba hacia la terraza- ¿Estás sola?

E: Sí… Virginia acaba de irse que tenía que hacer no sé qué. ¿Tienes hambre? –iba hacia
la cocina.

M: No. –la seguía con la mirada para segundos después ir tras ella- ¿Y… que hacíais?

E: ¿Quiénes?

M: Virginia y tú. –bajaba a mirada un segundo.

E: Pues nada, hablando… ha venido hace un rato y hemos estado con la niña viendo
una película.

M: ¿Y Alba donde está?

E: Haciendo los deberes en su habitación.

M: Ya… -volvía a bajar la mirada- ¿Antes no me viste?

E: ¿Antes cuando?

M: Cuando estabais en el balcón… pasé por debajo para poder llegar al garaje.

E: No te vi, cariño… ¿si no de qué te iba a decir que no?

M: Pues ella si me ha visto…

E: ¿Te pasa algo? –le acariciaba la mejilla- Llevas todo el día rara y no tienes buena cara.

M: Estaré incubando algo. –suspiraba mientras se giraba haciendo que la enfermera


retirase su mano- Voy a darme una ducha.

E: Vale… -se giraba viendo cómo salía de la cocina.

M: Y no me hagas de cenar, no tengo hambre y me voy a ir directa a la cama.

Durante casi todas las horas que llevaba en el hospital no había podido ver a la
enfermera. Su humor de aquella mañana había hecho que incluso tuvieran un riña
antes de salir de casa y su enfado había ido en aumento sin ella proponérselo.

En rotonda terminaba de rellenar un informe, sin darse cuenta hacia fuerza con sus
dientes creando que la presión en su mandíbula se marcase claramente en su rostro.

E: ¿Sigues con esa mala leche todavía? –preguntaba sin mirarla quedándose junto a
ella.

M: ¿Importa? –tampoco la miraba.

316

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E: ¿Y me puedes decir porque narices estás así? –se colocaba de lado mirándola- ¿O
tampoco?

M: Da igual… ya se me pasará. Tengo un mal día.

E: Eso no hace falta que me lo jures… ya me han dicho que has sacado tu lado más
simpático varias veces hoy.

M: ¿Ahora te van con el cuento? –la miraba con seriedad.

E: Mira, haz lo que quieras.

De mal humor se giraba para dejarla sola y era entonces cuando la pediatra daba un
pequeño golpe con ambas manos sobre el mostrador.

C: Ey… ¿Qué pasa?

M: Que soy imbécil, eso pasa. –se marchaba.

C: Bueno…. Como estamos hoy.

Aunque intentó dar con ella de nuevo, parecía que ésta hacia lo posible porque no lo
consiguiese. Cuando su turno acababa fue hasta el vestuario y después de volver a
ponerse su ropa se encaminó hasta el mostrador viendo finalmente a Esther junto a
Teresa. Se la veía enfadada y sabiendo que le iba a costar se colocó delante.

M: Pues una que se va…

T: Que suerte hija, a mi me queda un buen rato todavía y tengo un hambre…

M: Cariño… ¿Quieres que venga después a por ti? –preguntaba con suavidad.

E: No gracias, ya me voy en metro…

M: Puedo venir, y así no te das el tute… que seguro estarás cansada.

E: No hace falta. –ordenaba varias carpetas mientras seguía sin mirarla y Teresa ponía
toda su atención.

M: Esther… ¿podemos hablar un momento? –por fin la miraba- Por favor…

E: ¿Ahora si quieres hablar? Pues yo no, y si me disculpas tengo trabajo… no me


esperes porque igual tardo en llegar.

M: Esther… -volvía a llamarla pero seguía con su camino alejándose de allí.

T: ¿Enfadadas?

317

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Después de dejar a la niña en natación llegó a casa aun mas desanimada. Sabía que
había metido la pata con Esther y se había dejado llevar por la desconfianza que le
producía Virginia. Y aun sabiéndolo, solo pensar en ella conseguía que de nuevo, la
tensión inundase su cuerpo.

Pensando que la enfermera tardaría en llegar decidió darse un buen baño de agua
caliente. Llenó la bañera y tan solo con un par de velas en el baño, se introdujo
sintiendo como el calor comenzaba a recorrerla, relajando sus músculos.

Antes de entrar se había preparado un vaso de whisky con hielo y cuando ya se


comenzaba a sentir más relajada lo cogió de la banqueta donde lo había dejado y dio
un buen trago, pegando el cristal después en su frente, sintiendo el frio que este
desprendía.

Con los ojos cerrados ladeó su cabeza llevando el vaso hasta su cuello, pasándolo
lentamente por su piel. De aquella forma no pudo apreciar como la puerta del baño se
abría lentamente y Esther, sin llegar a entrar, se quedaba observándola en silencio.

Pasados unos segundos volvía a abrir los ojos y reparó en la presencia de la enfermera,
así se quedaban sin decir nada durante aquel instante.

E: ¿Cabe otra ahí?

M: Claro.

Sin soltar el vaso de su mano, se movió lo justo para pegar la espalda a la bañera y
dejar espacio para que Esther se colocase entre sus piernas.

Desnudándose ante la mirada de la pediatra, poco tardó en poner un pie dentro del
agua y despacio, sentarse pegando la espalda a su pecho. Maca cerró los ojos
rodeándola con su brazo libre mientras llevaba sus labios hasta su cuello.

M: Lo siento…

Sin contestar, la enfermera comenzó a acariciar su rodilla fijándose después en el vaso


que llevaba en la mano. Lo cogió sin prisas y después de moverlo un poco dio un trago
para recostarse por completo en el cuerpo de Maca que la abrazaba con ambos brazos.

M: ¿Me perdonas? Me he comportado como una imbécil hoy.

E: Pues sí…

M: Siento mucho haberte hablado mal…

E: ¿Por qué estás así?

318

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La pediatra suspiró tanteando en tan solo un segundo si debía decirle o no sus
verdaderos motivos. Con la barbilla en su hombro y las manos acariciando su vientre
bajo el agua, se mantuvo unos segundos en silencio decidiendo finalmente no hacerlo,
evitando así que se enfadase como sabía que haría.

M: Mal humor… me desperté con mal humor.

E: ¿Solo eso?

M: Solo eso… -comenzaba a besar sus hombros- ¿Me perdonas?

E: Esto de la bañera te ha dado algunos puntos… -giraba su rostro para mirarla- Pero
poquitos… -la besaba- Tienes que conseguir más.

M: ¿Sí? –la miraba sonriendo.

E: Sí.

Después de un largo rato en el baño donde, como la enfermera había dicho, Maca se
había dedicado a ganar puntos de la manera más satisfactoria para su chica, habían
salido de mejor humor y sin el problema principal de aquel día.

La hora de recoger a Alba llegó y fue Esther quien se ofreció en ir a recogerla. De esa
forma, la pediatra había cogido un libro y leyendo decidió esperarlas. Su móvil
comenzó a sonar sacándola de su lectura y lo cogió con rapidez al ver que se trataba de
su madre.

M: Hola mamá.

R: Hola hija… acabo de tener un rato y te llamo para ver lo de navidad.

M: Eso es… que Esther anda que lo quiere saber cuanto antes para organizarnos,
¿podéis venir para Nochebuena o…?

R: Sí, tu padre a solucionado algunas cosas y no tendremos problema, podemos llegar


la misma mañana y quedarnos un par de días allí después.

M: A pues genial, entonces ya lo hablamos nosotras y lo preparamos todo aquí, a la


niña seguro que le hace mucha ilusión.

R: Por cierto, ¿está por ahí?

M: No, Esther ha ido a recogerla a la piscina, no creo que tarden pero no hace tanto
que se fue.

R: Bueno pues….

319

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Unos ruidos al otro lado de la línea le hicieron fruncir el ceño mientras intentaba
escucharla. Esperó un par de segundos pero no volvía a escucharse bien.

M: ¿Mamá? ¿Mamá, me oyes? –caminaba hasta la terraza en busca de mas cobertura-


¿Mamá? –miraba la pantalla- Joder, se ha cortado.

En ese momento, mientras buscaba el número de su madre para volver a llamarla,


escuchó la voz de alguien junto a ella. Se giró y entonces supo que se trataba de
Virginia desde su balcón. Dudó unos segundos pero sin moverse de donde estaba podía
escuchar a la perfección su voz y lo que hablaba, llamando su atención.

Vi: Si no me emborrachaba no hubiera podido aguantar toda la noche…. No, me dejó


en la cama y se fue… Pues porque no, cuando intento hacerlo me echo para atrás…
Pero es que no sabes cómo se pone… -parecía quejarse- La novia es guapa, pero no
creo que lleguen a ninguna parte… -la pediatra abría los ojos sorprendida- No, porque
es la típica madraza que se preocupa por todo… Tenias que haber visto a Esther la otra
noche, estuvo a punto de volverse porque la otra no se enfadase…

M: Será cabrona… -seguía escuchando.

Vi: Pero si no lo hice entonces fue por lo que fue… Yo no tenía ni idea de que se podía
interesar por una mujer… Si más chasco que yo no se va a llevar nadie… No sé, la
tantearé un tiempo y a ver… Si no me importase no me metería en una relación…
Aunque no sé cómo no se da cuenta, últimamente no paro de llamarla o proponerle
que se venga con la niña mientras Maca no está…

Sin querer escuchar nada mas, entró de nuevo en el salón y caminando de un lado a
otro intentaba evitar ir llamar a su puerta para soltar todo cuanto se le pasaba en aquel
momento por la cabeza. Tiró el móvil contra el sofá y fue con rapidez hasta su
dormitorio. Después de vestirse cogió su bolso y salió de casa.

Veinte minutos más tarde la enfermera llegaba encontrándose con la casa vacía.
Cuando entraba por segunda vez en el salón vio su móvil en el sofá.

E: ¿Y se deja el móvil?

Al: Esther… ¿Dónde está mamá?

E: Pues no sé, cariño… No me dijo que fuese a ir a ningún sitio.

Después de acostar a la niña y hablar con Rosario por haber visto varias llamadas
perdidas en el móvil de la pediatra, prefirió hacerse un café. En el hospital tampoco
sabían nada de ella y después de buscar su bolso había supuesto que por alguna razón,
había decidido salir.

320

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En la soledad de aquella cocina volvía a temer que fuera lo que fuera lo que le pasaba a
la pediatra, volviese a salir haciendo que ella se encontrase lejos sin poder poner
remedio.

Caminando por el salón escuchó como la puerta se abría. Miró su reloj y comprobó
cómo era cerca de la una de la mañana. Con el semblante serio se quedó mirando a la
puerta del salón, donde segundos después la pediatra aparecía sin muy buena cara y
dejaba su bolso en la mesa para caminar hasta ella.

M: Mi chica despierta… -la abrazaba comenzando después a besar su cuello-


¿Aprovechamos y nos divertimos un ratito?

E: Apestas, Maca. –sacando sus fuerzas la separaba de ella para mirarla con enfado-
¿Se puede saber dónde has estado? Me has tenido toda la tarde preocupada.

M: He dado una vuelta… también puedo ¿no?

E: ¿Y no puedes avisar? La niña se ha acostado sin saber dónde estaba su madre.

M: Bueno, seguro que se ha dormido… Además estaba contigo, no había por qué
preocuparse. –volvía a acercarse hacia ella- Me apetecen cariñitos ¿Sabes? –acariciaba
su espalda.

E: Maca, para… -intentaba zafarse.

M: Déjame tocarte un poquito anda… -susurraba cerca de su oído- Sabes que te gusta…
y a mí me encanta…

E: Maca… -insistía aun mas enfadada.

M: Venga, tonta. –comenzaba a descender por su pecho.

E: ¡Maca! –la empujaba haciendo que por fin reaccionase- Estás borracha y mejor
hablamos mañana.

M: He bebido pero no estoy borracha… ¿Acaso tengo que estarlo para querer hacer el
amor contigo o qué?

E: Buenas noches.

M: Igual si vas a tu casa alguien podría convencerte y si querrías… -espetó dejándose


llevar por su estado.

E: ¿Qué has dicho? –se giraba para mirarla.

M: Da igual, vete a la cama. No me apetece hablar ahora… -se sentaba en el sofá y


sacaba un paquete de tabaco de su bolso.

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E: ¿Qué es lo que has dicho, Maca?

M: ¿No me has oído? –la miró fijamente- No quiero hablar ahora… así que será mejor
que te acuestes, es tarde y aquí no haces nada.

E: No sé qué narices te pasa, pero como sigas así mucho tiempo… -se giraba para
comenzar a caminar.

M: ¿Si sigo así que, eh? –alzaba la voz pero la enfermera no estaba dispuesta a seguir
allí- ¡Mierda!

Cuando el sol salía de nuevo, se encontraba con una Maca aun despierta en el sofá, con
la marca bajo sus ojos de la falta de sueño y el rastro de unas lágrimas que no había
podido evitar que saliesen. Viendo la hora y pensando que poco quedaría para que
Esther se levantase fue hasta la ducha.

Sintiendo que el agua recorría su cuerpo haciendo que el cansancio llegase por fin,
decidió quedarse ahí por un largo rato aprovechando que su turno aquel día era por la
noche. Después de más de veinte minutos, salía e iba hasta el dormitorio, nada más
entrar comprobó que la cama ya estaba hecha pero con el nórdico abierto en su lado
de la cama. Se colocó ropa cómoda y fue hasta la cocina para ver a la niña.

De camino escuchó su voz, se detuvo apretando los puños hasta sentir como las uñas
se clavaban en su piel.

Al: Antes lo tenías más corto, es verdad…

Vi: Ibas más guapa, aunque ahora tampoco lo llevas mal, eh…

E: Ya, no sé, luego pienso mejor si ir o no. Alba termínate la leche que vamos al cole.

Vi: ¿Te pilla mal dejarme a mí en el gimnasio? Es que coger el bus ahora…

E: Claro que no, mujer.

Cogiendo aire comenzó a seguir su camino y cuando llegó a la cocina fue directa hacia
la pequeña, dándole un beso y pronunciando un “buenos días” general que llamó la
atención de las chicas. Esther la miraba con preocupación, tenía el rostro realmente
agotado.

Al: Mami… ¿Estás malita?

M: No mi amor… ¿Por qué lo dices? –se servía un café.

Al: Tienes mala cara. -se levantaba para ir hasta ella- ¿Has tenido pesadillas y no has
podido dormir?

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M: No te preocupes, cariño, mami se va a meter ahora en la cama a descansar y
cuando vuelvas estaré mejor.

Vi: Bueno pues… voy a por mi bolso, tócame el timbre ahora y salgo.

E: Está bien. –dejaba su taza sobre la mesa y miraba a la pediatra- Ha venido porque no
le quedaba leche y ya ha desayunado aquí.

M: No tienes que darme explicaciones. –contestaba sin mirarla.

E: Alba… ve a por la mochila venga, que nos vamos.

Al: Vale.

Mirando como bebía su café, apreció el temblor que envolvía sus manos. Apretó los
labios y levantándose se colocó en la silla que había justo a su lado cogiendo una de
sus manos. La pediatra se quedó inmóvil mirando el camino de ésta.

E: ¿Qué te pasa, Maca? Me tienes muy preocupada… tú no eres así.

M: ¿Así como? –preguntaba sin mirarla.

E: Sé que te preocupa algo… Y no me dejas ayudarte… no hablas conmigo, Maca, y


dijimos que no haríamos esto ¿recuerdas? –la pediatra apretaba la mandíbula- Habla
conmigo, por favor…

M: No me pasa nada, Esther… -giraba su rostro- Una mala racha, nada más.

E: Maca… -insistía con cariño.

M: Venga, que llegas tarde, cariño. –se inclinó lo justo para besar sus labios- Y…
perdona por lo de anoche ¿Vale? Lo siento, de verdad. –mostrando una sonrisa que no
convencía en absoluto a Esther se levantaba para marcharse.

En la cama, y sabiendo que ya se encontraba sola, había comenzado a llorar. La noche


anterior había descubierto el miedo, a imaginarse que Esther descubriese las
intenciones de Virginia y decidiese dejarla. Una vida sin ella. Su cuerpo volvía a
temblar, sus lágrimas caían en una carrera veloz por sus mejillas, humedeciendo su
almohada tanto que rabiosa se giraba hacia el otro extremo de la cama, encontrando
allí su olor…

C: Tienes mala cara… -llegaba hasta ella- ¿Estás bien?

E: La verdad es que no, Cruz, la verdad es que no… -se frotaba la frente- ¿Tú sabes si a
Maca le pasa algo?

C: ¿A Maca? –se extrañaba- No… ¿por qué? Bueno… a parte de ese mal humor que
lleva últimamente no sé nada más.
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E: No sé qué le pasa, anoche despareció y llegó bastante tarde a casa y bebida.

C: ¿Bebida?

E: Bebida… -asentía- y esta mañana tenía una cara horrible, no me he venido nada
tranquila dejándola sola.

C: Pues qué raro, Maca no suele hacer esas cosas… ¿Y no os pasa nada? ¿Habéis
discutido por algo?

E: Que va, se levantó antes de ayer con un mal humor insoportable, ayer tarde creí que
estaba mejor, tuvimos una buena tarde, pero cuando llegué de recoger a la niña de la
piscina no estaba y ya fue cuando llegó como llegó.

C: Hagamos una cosa, termina lo que más prisa corra y vete a casa.

E: ¿De verdad?

C: Sí, habla con ella y si ves que no está bien que no venga esta noche. –le frotaba el
brazo.

E: Gracias, Cruz.

Sonriendo, corrió para hacer aquello cuanto antes. Durante casi una hora su ritmo era
frenético. Corría de un lado a otro dejando todo lo necesario listo para poder
marcharse y cuando por fin pudo, corrió hasta el parking sin despedirse tan siquiera de
Teresa que la veía correr sin mirar atrás.

Cuando por fin subía en el ascensor movía las llaves de forma nerviosa. Frente a la
puerta no tardó ni dos segundos en entrar a casa y dejando el bolso en la entrada
caminaba deprisa hasta el dormitorio, viendo como la persiana, completamente
bajada, recreaba casi una noche artificial en el dormitorio. Se quitó los pantalones y
quedando solo con la camiseta fue hasta la cama viendo como dormía en su lado.

Debajo del nórdico buscó su cuerpo, abrazándola con fuerza y besando su espalda
repetidas veces. La pediatra, que había caído rendida por todo su cansancio, comenzó
a girarse una vez despierta viendo a la enfermera pegada a su cuerpo.

M: ¿Qué haces aquí?

E: No podía irme, Maca… -acariciaba su mejilla- No puedo estar lejos sabiendo que te
pasa algo…

El rostro de la pediatra fue contrayéndose poco a poco, su barbilla mostraba la congoja


que comenzaba a inundarla de nuevo y apretando los ojos se abrazaba a ella con
fuerza. Haciendo que Esther realmente se asustase.

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E: Cariño… por favor, dime qué te pasa.

M: Júrame que nunca me vas a dejar Esther… por favor, júramelo.

E: Pero mi amor… -intentaba mirarla a los ojos.

M: Si lo haces me muero, Esther… –lloraba contra su pecho.

Sintiendo como había vuelto a dormirse después de un rato, la enfermera se mantenía


con sus sentidos completamente despiertos. Su frente se mantenía arrugada por la
preocupación y el miedo. No sabía que podía haber hecho que Maca se sintiese así,
había visto un temor demasiado grande en sus ojos, al igual que aquel temblor que no
la abandonaba.

Frente a su rostro la observaba en todo momento. Preguntándole en silencio,


rogándole sin voz que se dejase proteger, que le diese la oportunidad de estar con ella.
Con esos sentimientos llevó la mano hasta su rostro a la vez que acercaba aun más su
cuerpo a ella.

Con la mano sobre su mejilla comenzó a acariciar su rostro con la punta de la nariz.
Dejando besos necesitados. La pediatra se iba despertando pero no quería que aquello
acabase. Necesitaba sentirla de esa manera. Lo necesitaba.

Poco a poco fue abriendo los ojos para encontrarse con ella. La tenía tan cerca que
podría respirar prácticamente de sus labios. Intentó sonreír para ella, pero aquel gesto
no era suficiente y lo sabía. La enfermera besó sus labios despacio, sin dejar de
acariciar su rostro. Pegando después su frente a la suya.

E: Te quiero…

M: Y yo a ti. –miraba sus labios mientras los acariciaba con su pulgar- Mucho.

E: ¿Qué te preocupa? ¿Por qué estás así?

M: Prefiero no hablar de eso ahora… -se abrazaba a ella con necesidad- No quiero
hablar de eso ahora… solo quiero estar así contigo.

E: Maca…

M: Por favor… déjame estas así contigo, sin nada mas… solo así. –cerraba mas aquel
abrazado.

Sin recibir una negación, la pediatra comenzó a besar su cuello con lentitud. Llevando
su mano derecha hasta su cintura, sorteando la tela de su camiseta para acariciar su
piel por debajo, escuchando un primer suspiro escapar de los labios de la enfermera.

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Abandonando el recorrido que habían tomado sus besos se incorporó para mirarla a
los ojos, aquel brillo entre toda esa oscuridad le hacía estremecer, hacer que su
corazón comenzase a bombear inquieto. Tragó un pequeño nudo en su garganta y llegó
hasta sus labios, acariciando con los suyos sin crear un beso, solo un roce, una caricia
suave y sincera.

E: Maca…

M: Sshh. –con uno de sus dedos acallaba su voz.

Con cuidado y despacio, tomó la camiseta que cubría su torso y fue levantándola
lentamente, descubriendo su desnudez, una dulce y suave desnudez que la llamaba.
Sobre ella dejó que sus labios dibujasen su cuerpo, que sus manos acariciasen cada
centímetro de la única persona que podía decir que era su dueña, era a ella a quien
pertenecía sin duda alguna.

Frente a su rostro de nuevo, comenzaba a besar su barbilla para quedarse


contemplando sus labios sin llegar a rozarlos. La enfermera la miraba a los ojos y
acarició su mejilla.

E: Estás temblando…

La miró fijamente durante un tiempo que intentaba que aquel temblor cesase y
suspirando comenzó a besarla con necesidad y desesperación. Soltando un aire que la
agobiaba al sentir el calor de su boca, desprendiéndose de una parte de aquel miedo
que flagelaba su corazón y su tranquilidad.

Después de recoger a la niña regresaban a casa, con la esperanza de que durante


aquella tarde, la pediatra se repusiese. En el coche, la enfermera le daba algunas
indicaciones a la niña para su plan, uno que creía, funcionaria.

Nada más entrar, ambas se quitaron los zapatos y caminando en silencio fueron rumbo
al dormitorio. Tal como la había dejado, seguía sobre la cama, fue hasta la persiana y la
subió poco a poco no queriendo despertarla todavía. Después fueron acercándose a la
cama y muy despacio se metían bajo el nórdico. Esther cogía el extremo haciendo que
las cubriese a las tres hasta la cabeza y rodeando el cuerpo de la niña ambas se
quedaron mirando a Maca dormir.

La niña estiró su brazo y comenzó a acariciar la cara de su madre, haciendo que esta
moviese la nariz y ellas rápidamente tuvieran que contener su risa. Pocos segundos
más tarde la pediatra abría los ojos viéndolas a las dos frente a ella.

Al: Hola mami.

M: Mmm que sorpresa… -sonreía.

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E: Hemos decidido que si te quedas aquí, nos quedamos contigo. –la miraba fijamente
escuchando como suspiraba.

M: Estoy cansada…

Al: Pues nos quedamos. –se giraba quedando bocarriba.

Con el cuerpo de la niña entre las dos, seguían mirándose. La enfermera fue la primera
en moverse, llevando su mano hasta el cuerpo de la niña, donde segundos después
colocaba Maca la suya justamente encima, acariciándola con su pulgar.

E: ¿Sabes que aquí la señorita tiene un premio por un dibujo que ha hecho en el cole?

M: ¿Sí? –miraba a su hija- ¿Y nos lo vas a enseñar?

Al: Cuando me lo den lo traigo y lo veis… Es que ahora está puesto en el mural para que
todos los niños lo vean.

M: ¿Y con Luis te hablas ya?

Al: Es un tonto…

M: Ey… no digas eso. Si os lleváis muy bien.

E: El otro tampoco suelta prenda, no te creas… Parece que quieran tenerlo como un
súper secreto.

Al: ¿Puedo comerme un trozo de bizcocho? –miraba a la enfermera- Tengo hambre.

E: Vale… pero pequeñito.

Al: ¡Sí! –saltaba por encima del cuerpo de Esther para salir corriendo a la cocina.

Poco a poco la enfermera se fue acercando al cuerpo de Maca que no pudo evitar
sonreía al verla. Cuando ya se abrazaba a su cintura le dejó un beso en la nariz.

E: Así que no te vas a levantar de la cama en todo el día ¿uhm?

M: Para ir luego al hospital sí… -susurraba.

E: No vas a ir luego al hospital… He llamado a Cruz y te vas a quedar aquí. No estás en


condiciones de ir a ningún sitio, así que tienes dos opciones…

M: ¿Cuáles? –sonreía.

E: Pues… quedarte aquí, con el coñazo de que nosotras también y no te dejaremos


descansar o… levantarte, nos echamos en el sofá con una mantita, te doy unos
mimitos, vemos una peli y… luego, después de cenar algo… volvemos aquí… y
dormimos juntitas ¿Qué te parece?
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La película iba ya por la mitad cuando la pediatra había caído dormida sobre el hombro
de Esther. Esta se dedicaba a acariciarla despacio mientras la niña, al otro lado miraba
la televisión fijamente. Sorprendiéndola, el timbre sonaba y con cuidado de no
despertar a Maca, se levantó para ir hacia la puerta.

E: Hola.

Vi: ¿Interrumpo algo? Quería comentarte una cosa…

E: Pues… -miraba hacia el salón- Es que Maca no está muy bien hoy y estamos en el
sofá.

Vi: No te robaré mucho tiempo.

E: Está bien… pasa, vamos a la cocina… -cerraba la puerta.

Vi: Hola… -saludaba a la niña en un susurro y un movimiento con su mano, sonriendo al


ver cómo está la imitaba- Me encanta esta niña.

E: Sí… bueno, ¿y qué es eso de lo que querías hablar?

Vi: Verás, ¿recuerdas a mi prima Diana? La del pueblo de mis abuelos.

E: Sí, claro.

Vi: Pues va a venir a Madrid, acaba de terminar los estudios de enfermería y no sé si tú


podrías ayudarnos a que buscase un trabajo donde empezar.

E: Puf… puedo mirar algo, sí.

En el salón, la pediatra comenzaba a despertarse. Buscó el cuerpo de Esther sin abrir


los ojos y después de no dar con ella fue incorporándose, encontrándose solo con la
niña en aquel sofá. Frotó su rostro con ambas manos y miró a su hija.

M: ¿Dónde está Esther?

Al: En la cocina con Virginia, acaba de venir mientras estabas dormida.

Sintiendo como de nuevo comenzaba a ponerse nerviosa, se levantó del sofá para ir
hasta la cocina. Antes de llegar se detuvo para intentar escuchar algo pero por lo poco
que llegaba a ella, parecían estar hablando de trabajo. Sin dudarlo se detuvo en la
puerta mirándolas a las dos.

E: Cariño… ¿Qué haces levantada? –iba hacia ella.

M: No estabas.

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E: Virginia ha venido a comentarme una cosa, era solo un momento. ¿Estás bien? Estás
pálida…

M: Vete de aquí… -miraba fijamente a Virginia.

E: ¿Cómo? –se giraba mirando a su amiga mientras está se mostraba sorprendida.

M: ¡He dicho que te vayas! –alzaba la voz asustando incluso a la enfermera.

Vi: Ya me dirás a que viene esto. -miraba a la enfermera mientras salía de la cocina.

E: Espera… -la cogía del brazo para mirar de nuevo a Maca- ¿Se puede saber qué
narices te pasa ahora? ¿A qué viene esto?

M: ¡Fuera!

Después de que Virginia se marcharse, la pediatra había entrado nerviosa en el salón.


Esther mandó a la niña a su habitación y regresó para descubrir a Maca con ambas
manos sujetando su cabeza mientras se movía bastante nerviosa.

E: Explícame que ha sido eso antes de que me vaya por esa puerta, Maca… -la pediatra
elevaba su rostro nada más escucharla.

M: ¿No te das cuenta verdad?

E: ¡Maca, por dios! ¡Acabas de echar a Virginia de casa como si te hubieras vuelto loca!

M: ¡Ella tiene la culpa de todo! –se levantaba señalando hacia la pared- ¡Ella!

E: ¿Culpa de qué?

M: ¡Anda detrás de ti todo el tiempo! ¡Y no te das cuenta! –seguía alzando la voz- Solo
quiere llevarte a su terreno ¿no lo ves?

E: No digas gilipolleces, Maca.

M: ¿Ves por qué no quería decirte nada? ¡No seas tan ingenua! –cerraba los ojos con
fuerza.

Fatigada volvió a sentarse en el sofá mientras Esther la miraba apretando su


mandíbula. Estaba realmente enfadada y solo tenía ganas de chillarle. Pero verla de
aquella forma hacia que se contuviese.

M: Llevo mucho tiempo viendo cosas raras, Esther, viendo cómo te sonríe y entonces
llego yo y parece que le estorbo, va al hospital, viene continuamente… desde que llegó.

E: Maca… Para porque esto es solo un estúpido ataque de celos que no tiene sentido.

M: ¡La escuché! –se levantaba- ¡Se lo dijo a alguien por teléfono!


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E: Maca… no estás bien.

M: ¿De verdad crees que por un simple ataque de celos estaría así? ¿De verdad crees
que no estoy muerta de miedo porque esa venga y te haga creer que pierdes el tiempo
conmigo?

Después de estar mirándola durante unos segundos y no recibir respuesta fue en una
carrera hasta la puerta mientras Esther intentaba que parase con todo aquello, frente a
la puerta comenzó a dar golpes hasta que Virginia abría.

E: Virginia, lo siento… -cogía el brazo de Maca para regresar a la casa.

M: Ten el valor de decir aquí y ahora que no vas detrás de ella y que no quieres ponerla
en mi contra, ten narices.

Vi: Esther… -la miraba negado- No tengo porque aguantar esto.

M: ¡No me jodas, eh! Que te escuche en el balcón… -Virginia la miraba fijamente- Sí,
sí… te escuché, lo escuché todo perfectamente… es muy hipócrita entrar en mi casa de
esa manera ¿Sabes?

E: Maca, ya vale.

M: No, no vale… -se deshacía de la mano de la enfermera- No te acerques a ella ¿me


oyes? –la apuntaba con el dedo- No se te ocurra.

Mirándola por unos segundos más se giraba finalmente para regresar a su casa. Ya
dentro fue hasta el mueble y sacó el paquete de tabaco que había guardado y se
encendió un cigarro. Mirando por la ventana escuchó como la puerta se cerraba
anunciándole que Esther había vuelto a entrar.

E: Nunca me habían hecho pasar tanta vergüenza, Maca… nunca. –la pediatra se giraba
a la vez que expulsaba el humo de su cigarro.

Aguantando su mirada supo entonces que realmente hablaba en serio. Suspiró


conteniendo sus ganas de llorar y se giró completamente quedando frente a ella. La
enfermera puso los brazos en jarra mientras bajaba la mirada y negaba con la cabeza.

M: Esther no me estoy inventando nada… es así, va detrás de ti y solo pretendía


conseguirlo.

E: ¡Maca ya basta!

Fue tal el grito que la pediatra se irguió apretando la mandíbula. Los ojos de Esther
iban tornándose de un rojo demasiado intenso para ella. Y cuando pensó que
comenzaría a llorar dio un paso hacia delante viendo como esta retrocedía.

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E: ¿Era por esto, eh? ¿Era por todo esto que estás así?

M: Esther…

E: ¡¿Era por esto?! –la pediatra bajaba la mirada haciendo que esta supiese la
respuesta- Nunca hubiera imaginado esto… créeme.

M: Esther, escúchame…

E: ¡No! No, Maca, no… esto es… -se pellizcaba el labio mirando al techo durante unos
segundos- Demasiado para mí…

M: Esther, es así… -caminaba hacia ella- Todo lo ha estado haciendo para que te
alejases de mí.

E: ¡No quiero escuchar nada mas Maca! –alzaba la voz frustrada.

M: ¡He estado muerta de miedo, Esther! ¡Muerta de miedo pensando que ella podría
ser más que yo para ti! ¡Que podría conseguirlo! –comenzaba a llorar- Que cabe la
posibilidad de que tu vida no esté conmigo… -comenzaba a susurrar- No paro de darle
vueltas a… -guardaba unos segundos de silencio intentando respirar con calma- que
por mucho que yo te quiera algo pueda separarte de mí.

E: ¡Maca, por dios!

Al: ¡No os gritéis más!

Las dos se giraron hacia la puerta del salón encontrando a Alba envuelta en llanto
mientras las miraba a ambas. La pediatra superada por todo aquello se sentó sobre la
mesa frente al sofá y se llevó las manos a la cara sintiendo que se mareaba. Esther se
giró despacio para ir hasta la niña.

E: Cariño, no llores… ya está, perdónanos. –la abrazaba escuchando como lloraba con
más fuerza- Venga yo llores que lloro yo también, eh… -la miraba de nuevo secándole
las lágrimas- Vamos a la habitación, venga.

Cogiendo su mano comenzó a caminar con ella a su lado hasta llegar al dormitorio.
Varios minutos después los pasos volvían a escucharse y la pediatra movía su rostro
mirando hacia la puerta.

E: He hablado con la niña… no tienes que preocuparte por eso.

La pediatra bajaba la mirada hasta su mano viendo lo que volvía a remover su interior
haciendo que llorase de nuevo.

M: Esther, no… por favor.

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Eran las nueve en punto cuando la pediatra se detenía frente al mostrador de urgencias
y tomaba la carpeta para firmar.

T: Madre de dios, Maca… ¿Qué cara traes? –preguntaba con preocupación.

M: Pues la que tengo, Teresa… -cogía varias carpetas- ¿Algo para mí?

T: No… -la miraba fijamente- ¿Estás bien?

M: Estoy… -contestaba cortante- ¿Esther ha venido?

T: Tiene turno de noche hoy ¿de verdad que no te pasa nada? –se acercaba a ella-
Tienes una cara, hija…

M: Voy a mi despacho, si me necesitan por aquí me avisas ¿vale?

T: Claro, no te preocupes.

Mientras, en el piso de Marta, la enfermera bebía de su taza de café a la vez que


miraba hacia la calle desde la terraza. Pablo acababa de salir con Luis para ir al colegio y
ella agradecía por fin poder estar como realmente necesitaba sin tener que disimular
frente al niño.

Ma: ¿Cómo vas? –salía junto a ella.

E: No voy… -negaba con la mirada perdida- No consigo ni cerrar los ojos.

Ma: Esther… -susurraba colocándose a su lado- ¿Te has planteado la posibilidad de que
tenga razón?

E: Virginia, Marta… hablamos de Virginia.

Ma: ¿Y? Eso no tiene nada que ver, cariño… puede que sea verdad y…

E: Marta, por favor… bastante tengo ya en la cabeza. Todo se ha ido a la mierda sin que
me diese ni cuenta y… -suspiraba- No sé qué voy a hacer.

Ma: Tendrás que verla en algún momento.

E: Ya lo sé…

En su despacho, la pediatra volvía a llorar sin poder remediarlo mientras ocultaba su


rostro con ambas manos. Había vuelto intentar hablar con ella encontrando lo mismo
que todas las veces anteriores, había apagado el móvil. Sin esperárselo, llamaban a la
puerta haciendo que con rapidez se secase las lágrimas.

M: Adelante. -la puerta se abría dando paso a Cruz que se detenía casi al instante de
ver su rostro.

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C: Pero Maca… -iba con rapidez hasta ella- ¿Qué te pasa?

M: ¿Qué haces aquí? –seguía secándose el rostro.

C: Teresa me ha dicho que no tenías muy buena cara y como Esther ayer me dijo que
andabas pachucha. ¿Estás bien?

M: Como no… Teresa siempre en todo. –contestaba sarcástica- Estoy bien, gracias.

C: Venga, siempre hemos podido hablar. –se sentaba en el borde de la mesa- ¿Qué
pasa?

Bajando la mirada hacia el pañuelo que ya casi no podía aprovechar por más tiempo,
comenzó de nuevo a contraer su barbilla para segundos después volver a llorar y de
nuevo querer ocultarse con ambas manos.

M: Esther me ha dejado.

En el colegio, Alba se balanceaba en un columpio arrastrando los pies por la tierra. Luis,
viéndola desde lejos, cogía su paquete de donuts y caminaba con él entre sus manos
hasta llegar a su lado sentándose después en el columpio.

L: ¿Quieres uno? –Alba giraba su rostro mirándolo- Son de chocolate… mi padre me los
compró esta mañana.

Al: Vale. –estiraba el brazo para coger uno de los dos que le ofrecía- Gracias.

L: ¿Tu mamá está triste?

Al: Sí… -volvía a mirar al suelo- Ha llorado toda la noche, y hoy también.

L: Mi tita también ha llorado… -daba un mordisco de su donut- ¿Crees que se les pasará
el enfado?

Al: Esther me dijo que ahora no podían estar juntas, que no quería discutir con mamá y
que así las dos no se enfadarían.

L: Es un rollo ser mayor… -le daba una patada a una piedra- Siempre discuten.

Al: Ellas no… nunca se gritan.

L: Mis padres tampoco y lo hicieron el otro día… es mejor ser un niño. –la miraba otra
vez.

Al: Nosotros también nos hemos gritado.

L: Pero yo no quiero estar enfadado contigo, eres mi amiga.

Al: Ya… tú también eres mi amigo.


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L: ¿Quieres que vayamos a jugar con la PSP? Tengo un juego nuevo.

Al: Vale. –sonriendo se levantaba para comenzar a caminar a su lado- Luego comemos
juntos ¿vale?

L: Vale. –sonreía.

Cerca de las cinco de la tarde, la enfermera caminaba despacio hasta el colegio. Llevaba
consigo una bolsa con dos bolsas de patatas y un par de chupachups, ya en la puerta se
mantenía seria y con sus gafas de sol puestas mientras miraba fijamente a la puerta. No
quería mirar nada mas, no quería ver a la pediatra aunque fuese lo que buscaba
realmente, pero debía mantener la promesa que le había hecho a la niña. Y haciendo
que sonriera ahí estaba, corriendo hacia ella nada más verla.

Al: ¡Esther!–saltaba haciendo que la enfermera la cogiese en brazos- ¡Has venido!

E: Claro que he venido, ¿no te dije ayer que lo haría? –la besaba sin dejarla en el suelo-
¿Luis donde está?

Al: Ahora sale. –se bajaba de nuevo al suelo.

E: Mira lo que he traído… -se agachaba frente a ella- Pero después de merendar, eh…
que mamá no se enfade. –metía la mano en la bolsa para darle lo que le había
comprado.

Al: ¿No vasa venir a casa? –la miraba con tristeza.

E: No cariño, pero no te pongas triste ¿eh?

Al: Pero es que yo quiero que estés con nosotras… y que te hables con mamá… ella
también está triste.

L: ¡Tita!–corría hacia ella.

E: Hola, campeón. –sonreía- Mira, te he traído esto y ahora cuando merendemos te lo


comes ¿vale?

L: Guay, ¿has venido tú a recogerme?

E: Sí… -le removía el pelo con cariño- Pues… -miraba a su alrededor descubriendo como
la pediatra aun no había llegado- ¿Nos sentamos un rato y me contáis que habéis
hecho en clase?

En uno de los bancos frente a la puerta, los tres se mantenían sonrientes. La enfermera
tenía que hacer grandes esfuerzos por no llorar mientras sonreía escuchando a Alba, se
había acostumbrado tanto a ella que era una de las cosas que más le dolían de aquella
situación.

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E: Pues yo cuando era peque me ponían de cara a la pared cuando hablaba en clase.

Al: Pero nuestra profe es guay.

L: Nos deja beber leche en clase después de comer… y cuando hemos terminado lo que
nos manda podemos dibujar y hablar si no molestamos a los demás niños.

E: Que chuli… -sonreía.

M: Hola.

Los tres se giraban para ver a la pediatra que a apenas un metro de ellos se mantenía
mirando fijamente a Esther. Con el rostro claramente cansado, el pelo recogido en una
coleta y su abrigo largo de color negro, dejando ver su decaimiento y sin apartar su
mirada de ella hasta que la niña se acercaba para darle un beso.

Al: ¿Por qué has tardado mami?

M: No he podido salir antes, cariño… -se agachaba para cerrarle la chaqueta- ¿Qué
llevas ahí? –miraba su bolsa.

Al: Esther me ha comprado una bolsa de patatas y un chupachups para después de


merendar.

M: Que bien… -intentaba sonreír- ¿Le has dado las gracias?

Mientras madre e hija hablaban, Esther las miraba sintiendo como sin pensarlo podría
ir hasta ella y abrazarla, le daban unas ganas terribles de llorar al ver sus ojos, pero no
podía, no podía hacerlo. Suspirando se levantaba dirigiéndose hasta su sobrino.

E: Venga, vamos que tu madre se preguntará donde estamos. –se giraba- No te comas
eso antes de la merienda, eh… -sonreía mirando a Alba.

Al: Vale… -fue hasta ella con rapidez y después de abrazarla le dejaba un beso en la
mejilla- ¿Vendrás mañana?

E: Claro… hasta mañana, cariño.

L: Hasta mañana, tía Maca. –se despedía de las dos.

M: Hasta mañana, guapo… -se giraba para verlos marchar cuando en un segundo y sin
pensárselo decidió llamarla- ¡Esther! –fue hasta ella viendo como se volvía a girar.

E: ¿Qué?

M: Te… te he estado llamando.

E: ¿Para qué?

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M: Yo… -bajaba la vista al suelo mientras bastante nerviosa sentía como se le secaba la
boca.

E: No creo que tengamos que hablar Maca, por lo menos no por ahora…

M: Pero Esther… yo…

E: Maca… déjalo, de verdad. –negaba mínimamente y justo entonces sonaba su móvil,


tras sacarlo se quedaba mirando la pantalla y la pediatra llevaba sus ojos hasta él-
Tengo que irme… -volvía a girarse sin soltar la mano de su sobrino y contestaba la
llamada- ¿Qué quieres?

Vi: Esther… ¿Cómo estás? ¿Dónde has ido?

E: Virginia… -suspiraba- La verdad es que no me apetece ahora mismo hablar con


nadie.

Vi: Ya… supongo que…. Si quieres podemos quedar a tomar un café, y te desahogas o lo
que sea…

E: Ahora mismo no creo que seas la persona más idónea para eso.

Vi: ¿Pero por qué? es ella la que ha liado todo esto, no yo…

En el sofá de casa, llevaba un rato hablando con Ana y desahogando así una parte de
aquel estado que era capaz de abandonar.

M: Me dijo que no podía estar aquí ahora mismo… que no quería que discutiésemos
más y encima tengo que tener a la otra viviendo en frente… -se quejaba.

A: Que fuerte, me has dejado de piedra, Maca… ¿y qué vas a hacer?

M: No lo sé, el móvil lo apaga y si lo enciende no me lo coge, no quiere hablar conmigo


y yo estoy que solo querría cerrar los ojos y no abrirlos más… -se llevaba una mano al
rostro- Solo lloro y lloro y tampoco quiero que la niña me vea así.

A: No digas esas gilipolleces, Maca, ¿me oyes? Como vuelva a escuchar algo mas como
eso te la cargas.

M: Le ha salido bien, y encima a ella si le coge el puñetero teléfono… estará haciendo lo


posible por conseguirlo.

A: No pienses en eso Maca, escúchame… deja que se le pase el enfado ¿vale? Y además
si os vais a estar viendo continuamente digo yo que poco a poco…

M: Esto es una mierda, Ana… y no me cree, no me cree y mientras todo esto esté así la
otra tiene camino libre con ella.

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A: Oye, pues como la tienes en frente en cuanto la veas explícaselo, pero con calma,
dile las cosas como tú sabes y nada de numeritos.

M: Si es que la veo y…

A: Ojalá pudiera estar allí contigo, Maca… pero es que me es imposible.

M: No te preocupes…

Despacio se dirigía hasta la cafetería donde había quedado con Virginia. Tras su
insistencia había pensado que quizás, la pediatra podría tener razón y aquella era la
manera de comprobar si estaba o no equivocada. Por muy descabellada que resultase
la idea, algo le hacía querer probar a su amiga.

E: Hola… -se sentaba tras saludarla.

Vi: Hola, ¿Cómo estás? –cogía su mano por encima de la mesa- No tienes buena cara.

E: Bien.

Vi: ¿Seguro? –preguntaba extrañada.

E: Sí, seguro… por mucho que me joda no voy a consentir que aunque sea ella, haya
hecho esto, y menos contigo.

Vi: Ya… -bajaba la mirada.

E: Porque decir que tú vas detrás de mí es una locura, vamos… así que yo no voy a
tragar sus celos.

Vi: ¿Cómo has pasado la noche? –preguntaba queriendo cambiar de tema.

E: Bueno, el disgusto no me ha dejado dormir mucho… pero supongo que será cuestión
de días.

Vi: Oye… que si quieres volver a tu casa yo me busco otra cosa.

E: No te preocupes por eso ahora, mujer… ya veremos qué es lo que hacemos con eso.

Vi: Ya pero… -el móvil de la enfermera sonaba anunciándole que había recibido un
mensaje.

E: Perdona.

Con el bolso sobre sus piernas buscaba el teléfono y tras cogerlo lo desbloqueaba para
abrir el mensaje. Antes de nada pudo ver como el nombre de la pediatra salía en la
pantalla y suspirando casi en silencio le daba a abrir y comenzaba a leer; Te echo
mucho de menos.

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Vi: ¿Es ella?

E: ¿Eh? –la miraba- No, no… es publicidad de esa pesada que mandan siempre.

En el despacho de casa, Maca miraba algunas fotos en el ordenador. Había acostado a


la niña hacia apenas veinte minutos y antes de salir volvía a preguntarle si Esther
volvería pronto, esperando una respuesta que ni ella misma sabía.

Después de beber las últimas gotas de su copa de vino se llevó las manos a la cabeza
mientras cerraba los ojos y pensaba en ella, en la fatídica tarde en que no pudo mas,
en la conversación que había escuchado desde el balcón, en aquella misma tarde en la
puerta del colegio…

Elevó de nuevo su rostro mirando el monitor del portátil y se quedó fijamente mirando
la última fotografía a la que había llegado, recordaba aquella mañana, tanto como si
hubiera sido el día anterior.

Desnuda y abrazada a la almohada comenzaba a despertarse y abrió los ojos despacio


para comprobar que se encontraba sola sobre la cama. Se quedó unos segundos de
aquella manera hasta que casi asustándola, una luz llegaba a su rostro haciendo que
se incorporase cubriendo su cuerpo con la sabana.

E: Jajaja –sostenía la cámara con ambas manos.

M: ¿Tú estás tonta? Me has dado un susto de muerte. –se quejaba recuperando la
tranquilidad- ¿Se puede saber que haces?

E: Pues… -quitándose la camiseta que llevaba volvía a meterse en la cama acercándose


a ella- Que me he quedado un rato mirándote y me ha gustado, así que te he hecho
una fotito.

M: Uy sí, tengo que estar guapísima. –le arrebataba la cámara para ver la foto- ¡Por
dios!

E: Sales preciosa, así que me la quedo. –volvía a quitarle la cámara- ¿Nos echamos
una?

M: No… -se echaba y hacia que ella hiciese lo mismo para abrazarla.

E: Solo una… seguro que luego te gusta tenerla.

M: Que no… que salgo fatal -se cobijaba en su cuello haciéndola reír, en aquel
momento la enfermera inmortalizaba la imagen.

Ma: ¿Y cómo es que ahora dudas?

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E: No lo sé… ayer estaba muy enfadada y… pero es que tampoco tengo a Maca por
alguien que haga lo que ha hecho sin ninguno motivo, por muy pequeño que sea,
aunque haya hecho las cosas como las ha hecho, porque las ha hecho cangándola y a lo
grande. Y no es que desconfíe de su palabra… es que me cuesta creerlo Marta… y no he
visto lo que sea que ella sí para pensarlo. ¿Me entiendes?

Ma: Tienes tus razones Esther, y ella las suyas…

E: Me cuesta mucho haberme ido Marta, créeme que me cuesta… pero esto es tan
ilógico que conociéndome a mí y conociéndola a ella el tiempo este hará bien.

Ma: ¿Y no le has sacado nada Virginia, no? ¿No has notado nada raro?

E: Yo que sé… -se encogía de hombros- Me llegó un mensaje de Maca mientras


hablábamos y ya dejé el tema, no me apetecía hablar de ello.

Ma: Es normal, cariño. –el teléfono comenzaba a sonar.

E: Si es Maca no estoy, me he ido a dar un paseo.

Suspirando se levantaba para ir hasta la mesita donde estaba el teléfono y ya mirando


la pantalla supo que se trataba de la pediatra.

Ma: ¿Sí?

M: Marta, soy Maca….

Ma: Eh… sí, sí… dime… -disimulaba comenzando a caminar lejos de la enfermera.

M: Estás con Esther ¿Verdad?

Ma: Sí, sí… ¿y qué tal?

M: Te llamo porque quería pedirte un favor… y necesito que me ayudes en algo.

Ma: Claro, dime de qué se trata.

Al día siguiente, y como había quedado con Alba, se arreglaba para ir de nuevo al
colegio y así recoger también a Luis.

E: ¡Marta! Voy a por el niño… -se colocaba el abrigo.

Ma: ¡Vale! –contestaba desde el dormitorio del niño- ¡Y no le compres guarrerias!

Sonriendo abría la puerta para comenzar a bajar por la escalera. Miró el buzón y al
verlo vacio fue hasta la puerta, metiendo las manos en los bolsillos combatiendo así el
frio de aquella tarde. Cuando no había dado ni diez pasos se sorprendió al verla frente
a ella.

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E: ¿Qué haces aquí?

Vi: Pensé que podría acompañarte a recoger a Luis… me aburría en casa.

E: No Virginia, Maca estará allí y no me apetece seguir con todo esto, lo siento… -seguía
caminando.

Vi: ¿Vas a dejar de ser amiga mía solo por ella? –preguntaba mientras volvía a
alcanzarla- ¿Qué culpa tengo yo, eh?

E: No quisiera discutir con ella otra vez, Virginia, compréndelo… eso sería provocarla y
te aseguro que lo que menos quiero es hacerle daño. Parece que quieras… -se contuvo
apretando los labios- No me busques ¿Vale?

Ambas se miraban en silencio mientras esperaban quizás que la otra volviese a hablar.
Virginia bajó la mirada al suelo y suspirando decidió tirar la toalla.

E: Hasta luego.

Parada en la calle veía como la enfermera se marchaba sin aminorar su ritmo y


apretando la mandíbula dio un pisotón al suelo frustrada.

Vi: Pues joder con Maca, ni enfadada con ella…

Frente al colegio y sentada en el mismo banco que el día anterior se cruzaba de piernas
y esperaba que la campana sonase y los niños saliesen. Dándole de nuevo vueltas a lo
raro que se le hacía creer que Maca tuviese razón y Virginia hubiera estado actuando
sin ella darse cuenta. Permanecía ensimismada hasta el punto de no apreciar que
alguien se sentaba a su lado.

M: ¿Hace frio, eh? –hablaba mirando al frente y la enfermera giraba su rostro


sorprendida.

E: Sí… hace frio.

M: ¿Qué tal el turno anoche? –la miraba entonces viendo como esta hacia lo contrario
y volvía a mirar al frente.

E: Bien, bastante tranquilo.

M: Me alegro.

El timbre sonaba y Esther lo agradecía en silencio mientras se levantaba para acercarse


a la puerta. La pediatra no se movió de su sitio mientras la veía avanzar y agacharse
cuando tanto Alba como Luis corrían hacia ella. La niña fue la primera en llegar hasta a
su lado haciéndole sonreír.

L: ¿Hoy no has traído nada? –miraba sus manos.


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E: ¡Pues no! –los miraba a los dos- Que sí… -sonreía y metía la mano en uno de los
bolsillos de su abrigo- Dos piruletas.

Al: Gracias… -le dejaba un beso en la mejilla.

Mientras se volvía a poner en pie veía como Alba iba hacia su madre y como de rodillas
en el banco le enseñaba la piruleta haciendo que sonriese y se quedase observándola
desde su lugar.

E: ¿Nos vamos?

M: ¡Luis! ¿Vienes un momentito, por fa? –le hablaba con cariño haciendo que el niño
fuese hasta ella.

La enfermera sin poder escuchar nada, veía como la pediatra parecía hablar con él,
Alba se acercaba a ellos también como si de un corrillo se tratase y frunció el ceño
extrañada. Segundos después Luis volvía y cogía la mano de su tía.

E: ¿Qué quería?

L: Nada… cosas nuestras, tita.

Nada más llegar a casa de su hermana fue directa a la cama que ella ocupaba. Tenía
demasiadas cosas en la cabeza. La insistencia de Virginia, una que empezaba a hacerle
creer que la pediatra no estaba equivocada pero que por otra parte, no lograba ver lo
que le hacía falta. Maca, le costaba muchísimo estar lejos de ella, sabía que en cierto
modo lo de ir al colegio era una manera de también poder verla a ella, pero con la
comodidad de no tener que admitirlo.

De aquella manera se quedó dormida hasta que la alarma de su móvil comenzó a


sonar, justo a la hora en la que podría aprovechar aun para disfrutar un poco de su
sobrino y cenar tranquilamente antes de ir al hospital.

Frotándose la cara salía hasta el salón, encontrándose con Pablo viendo un partido de
futbol y a su hermana leyendo una revista junto a él.

E: ¿Y el enano donde está? –se sentaba aun aturdida en un sillón.

Ma: Se fue a jugar con una amiga… ¿Qué tal la siesta?

E: Bien, pero no me gusta dormir por la tarde... me quedo hecha un despojo humano. –
arrugaba la nariz.

Ma: Pues espabílate que tienes que ir a por Luis… -se levantaba- Este está aquí con el
futbol y yo tengo que hacer la cena.

E: Claro… -bostezaba- ¿Dónde está?

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Ma: En tu casa.

Al escuchar aquellas palabras abrió aun más los ojos y miró a Pablo que se encogía de
hombros. Rápidamente se levantó del sillón para ir tras su hermana alcanzándola en la
cocina.

E: ¿Has dicho en mi casa?

Ma: Sí… ¿donde vivías antes era una casa, no? Me dijo que quería irse un rato con Alba
y lo llevé hará poco más de una hora.

E: ¿Y pretendes que vaya yo?

Ma: Claro, ¿no querrás que vaya yo? Además, seamos adultas, anda… a ver si ahora no
pudieras ni verla cinco minutos.

E: Joder, Marta… -se quejaba.

Ma: Venga, lávate la cara y espabílate que en media hora tienes que ir a por él. Tienes
tiempo de sobra.

E: No pienso ir. –cruzaba los brazos.

Ma: Claro que piensas ir… y vas a ir.

E: No. –se quejaba de nuevo.

Ma: ¿Qué te apuestas? –la miraba seriamente.

Veinticinco minutos después conducía rumbo a su casa. Apretaba tanto la mandíbula


que cualquiera que la viese dudaría varios segundos en dirigirse a ella o tan solo
acercarse. Aparcó frente a la puerta y con mal humor puso el freno de mano para
después bajar del coche e ir hasta el portal.

Ya frente a la puerta pensó que no quería ser ella quien abriese y tocó el timbre
escuchando como Alba, alzando la voz, anunciaba que iba ella.

Al: ¡Esther! –saltaba sobre ella.

E: Hola, cariño.

Mientras escuchaba el jaleo en la puerta, ella suspiraba frente al espejo. Había


decidido estar lo mejor posible, mantener su calma y la esperanza. Enfundada en unos
vaqueros y un jersey con el cuello en pico se terminaba de pasar las manos por el pelo,
arreglándolo y tomando el pomo de la puerta del baño salía finalmente.

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Caminando por el pasillo la pudo ver por fin. Aun tenia a Alba brazos y riendo la dejaba
de nuevo en el suelo. Fue entonces que sus miradas se cruzaban y se quedó a un par
de metros de distancia.

M: Hola.

E: Hola… ¿Luis donde está? Nos tenemos que ir.

Al: Estamos jugando a la consola ¿quieres venir? –tiraba de su mano- Verás que chulo
está el juego.

E: Alba, cielo…

Dejándose arrastrar al final tuvo que pasar frente a la pediatra, tenerla demasiado
cerca y tener que cerrar un instante los ojos al percibir a la perfección su olor. Llegó
hasta el dormitorio suspirando y quedándose en la puerta vio a Luis sentado en el
suelo con el mando en las manos.

E: Luis tenemos que irnos, mamá está haciendo la cena.

L: Espera tita, que tengo que matar a un monstruo…

E: A ti te iba a dar yo monstruo… -susurraba y giraba el rostro rápidamente al apreciar


como el olor del perfume de la pediatra le llegaba con demasiada claridad.

M: Desde que llegó no salen de aquí.

Su tono de voz, su voz, verla tan pegada a ella. Respiró queriendo mantener su
tranquilidad y desvió de nuevo la mirada hasta el interior de la habitación. Por su parte,
la pediatra seguía mirándola aprovechando la corta distancia. Se dejó caer quedando
apoyada en el marco de la puerta sin dejar de mirarla.

M: Esther… -susurraba cerca de ella- ¿Podemos hablar? Por favor…

E: Luis venga. –entraba repentinamente en la habitación- Nos tenemos que ir.

L: Pero tita, que tengo que pasarme esta pantalla.

E: Otro día vienes y la sigues. Nos tenemos que ir, venga… -cogía el abrigo del pequeño
y una vez se había puesto de pie se lo colocaba sabiendo que tenia la mirada de la
pediatra sobre ella.

L: Vale jo…

Al: Esther… -tiraba de su abrigo para que se agachase hasta ella- Que te quiero mucho.
–le dejaba un beso en la mejilla.

E: Y yo a ti pequeña. –le acariciaba el pelo con cariño.


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Quince minutos más tarde y después de haberse mantenido en silencio todo el camino,
llegaban a casa de Marta y nada más entrar ésta salía de la cocina.

E: Que sea la última vez que te compinchas con ella ¿vale? –seguía caminando- ¡Que os
habéis puesto todos de acuerdo, joder!

Ma: Uy… ¿Qué ha pasado? –miraba a su hijo.

L: No sé… -se encogía de hombros.

Cuando la enfermera se marchaba al hospital, decidió coger el teléfono y llamar a la


pediatra para averiguar que había ocurrido.

Ma: Soy yo…

M: ¿Se ha ido ya al hospital? –preguntaba decaída.

Ma: Sí, hará diez minutos… y con un humor de perros. Yo no querría que me sacase ni
sangre por si se pasa con la aguja.

M: Ha salido fatal, Marta… en cuanto le he dicho que si podíamos hablar ha cogido al


niño y se han ido.

Ma: Paciencia, Maca, porque está bastante enfadada.

M: Me jode tanto, tanto… ¿Virginia no va por allí, no? –preguntó esperanzada.

Ma: No. Oye Maca… quizás no debería decírtelo, pero bueno, me da igual… Esther está
intentando pillar a Virginia esperando que tú tengas razón.

M: ¿De verdad?

Ma: Sí. Si conozco bien a mi hermana, y creo que sí… aunque eso pasase, no lo vas a
tener fácil, está muy dolida, por cómo has actuado.

M: Ya, ya lo sé… pero es que… no sé qué pasó, Marta, me asusté, me dio muchísimo
miedo y… al final la he perdido.

Ma: Bueno, eso de que la has perdido no lo digas porque no es así, ahora mismo pues
está mosqueada, y ya sabes cómo es, que si está con su enfado nadie la hará cambiar
de opinión.

M: Ya…

Ma: ¿Qué piensas hacer entonces?

M: No agobiarla… -bajaba la mirada- Aunque me cueste mucho no hablar con ella, o


por lo menos intentarlo.

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Ma: Venga anímate, ya verás como todo se soluciona y volvéis a ser las empalagosas de
siempre. –la pediatra sonreía.

M: Te dejo que ya es tarde. Gracias por todo, Marta.

Ma: No hay de qué.

M: Hasta luego.

Al: Mami… -llegaba con la mano sobre la tripa- Me duele.

M: ¿Qué te pasa, cariño? –iba con rapidez hasta ella- ¿Te duele mucho?

Al: Sí… -bajaba la mirada.

M: A ver… -colocaba la palma de la mano sobre su frente- Estás ardiendo. Venga,


vamos a ponerte el abrigo que vamos al hospital.

Al: ¿Al hospital?

M: Sí, venga.

Después de abrigarla y subirla al coche no tardaron en llegar a urgencias. Con ella en


brazos cruzaba el muelle y llegaba hasta Julia, que ocupaba aquella noche el mostrador.

M: Julia, voy adentro con la niña… ¿puedes decirle a Esther que me busque que vengo
con Alba?

J: Sí, sí… -descolgaba rápidamente el teléfono

Sobre la camilla, Maca comenzaba a reconocer y palpar el vientre de su hija que se


quejaba con facilidad.

M: Aguántate un poquito, venga…

Al: Es que me duele mucho, mami. –intentaba quitarle las manos.

M: Vale, vale… -las colocaba entonces sobre la camilla mientras suspiraba y la puerta
del box se abría.

E: Hola… -corría hacia la niña- ¿Cómo estás?

Al: Me duele mucho, Esther.

E: ¿Qué le pasa? –miraba la pediatra con preocupación.

M: Ponle una vía y un antitérmico que le baje la fiebre… voy a por el ecógrafo, estoy
casi segura que es apendicitis.

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Sentada a su lado miraba la pantalla mientras Esther cogía la mano de la niña y seguía
también las imágenes en el monitor. La pediatra detuvo su mano y comenzó a mirar
fijamente.

E: ¿Es eso verdad?

M: Sí, ¿ves esto? –señalaba con el dedo- Está inflamado… no es mucho y no hay ningún
peligro pero hay que sacarlo. –comenzaba a limpiar su piel.

C: Hola. –entraba casi corriendo- Me acaban de decir que estás aquí.

M: Sí… ¿Vienes un segundo?

C: Claro… -la seguía hasta el pasillo- ¿Qué tiene?

M: El apéndice… está inflamado y ha venido ardiendo de fiebre, ¿la operas tú?

C: Sí claro, no te preocupes por eso.

M: Gracias. –suspiraba- Que entre Esther contigo, me quedo más tranquila.

Después de arreglar todo en el quirófano y solamente tener que esperar a que


subiesen a la niña, la enfermera fue hasta donde aun aguardaban madre e hija. Cuando
llegaba, Maca sostenía su rostro con una mano pegada a su frente y con la otra
acariciaba la de la niña.

E: Ya está todo…

M: Gracias. –le sonreía mínimamente- Y también por estar ahí con ella.

E: No tienes que agradecerme eso, Maca… -susurraba.

M: Yo me quedo más tranquila si estás con ella.

Acercándose aun más, colocaba la mano en su hombro e instintivamente la pediatra


llevaba la suya también para acariciarla. La miró durante unos segundos antes de dejar
un beso en ella.

E: ¿Tú cómo estás?

M: Eso ahora da igual… -entraba un celador para dirigirse con decisión hasta la camilla.

-Me la llevo ya… -la pediatra se levantaba y besaba la frente de su hija antes de que se
la llevasen.

E: No te preocupes. –le agarraba la mano con fuerza antes de marcharse.

Sentada en el pasillo junto al quirófano frotaba sus manos y casi cada diez minutos se
paraba a mirar el reloj.
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Estaba deseando que las puertas se abriesen y ver a la niña, pero también la actitud de
la enfermera con ella la había dejado tocada. Su preocupación por ella había hecho que
sus nervios diesen un giro. Tenerla de nuevo tan cerca, tocándola… no hacían otra cosa
sino conseguir que su desesperación aumentase.

Envuelta en sus pensamientos escuchó como la puerta se abría y seguida por Cruz y
por Esther, la camilla salía con la niña aun dormida.

M: ¿Qué tal? ¿Cómo ha ido?

C: Muy bien… tranquilízate, ahora dos días ingresada y a casita. Se quejará por los
puntos como es normal pero nada más allá.

M: Gracias Cruz.

E: Vamos a subirla a la habitación… -hablaba entonces- Habían varias vacías y estará


sola.

M: Gracias.

Después de que Cruz se despidiese, ambas seguían caminando junto a la camilla y


entraban en el ascensor. La pediatra cogía la mano de la pequeña y se quedaba
mirándola en silencio. Minutos después llegaban a la habitación y el celador se
marchaba dejándolas solas.

E: Antes de dormirse me ha dicho que después quería seguir durmiendo para no darse
cuenta de lo que le dolía… -sonreía.

M: Pobrecita, me ha dado un susto en casa.

E: Me imagino… -le acariciaba el pelo a la niña- Te vas a quedar claro… -la pediatra
asentía- Si quieres puedes ir a casa a por ropa y traerle algún libro o algo, yo pasaré
cada rato para ver como está.

M: No, si eso mejor mañana por la mañana.

E: Como quieras, me quedo cuando acabe el turno y espero a que vuelvas.

M: Vale… -la miraba fijamente.

E: ¿Te traigo un café? ¿Quieres algo? –se acercaba pero sin llegar a estar a su lado-
Puedo bajar a la cafetería y traértelo.

M: Lo único que necesitaría es que me abrazases… pero también entendería que no


quisieras hacerlo.

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Sin mirarla había soltado aquel pensamiento que finalmente la desmoronaba. Esther
no supo cómo reaccionar y se quedó en silencio observándola, viendo como sus manos
volvían a temblar y parecía contener su llanto.

Aun sabiendo que seguramente después seria mas difícil, fue hasta ella y se quedó
justo delante de donde permanecía sentada, la pediatra elevó su rostro para mirarla y
entonces encontró aquellos ojos, y como de manera lenta, la rodeaba con sus brazos.
Así, pegaba el rostro en su estomago mientras también con sus brazos, impedía que de
alguna manera se despegase de ella.

Cuando a las siete y media volvía a entrar en la habitación, descubría a la pediatra


dormida en el sillón. Se sentó en el sofá al otro lado y se quedó observándola en
silencio. Desde que la conocía nunca había visto su rostro en aquellas condiciones.
Parecía que había envejecido de la noche a la mañana y eso la torturaba, verla de
aquella forma la desarmaba.

Colocando los codos sobre sus piernas se mantenía casi sin parpadear. Recordando la
discusión que podía escuchar casi perfectamente en su cabeza. Bajó la mirada
fijándose en el suelo cuando las imágenes de aquella noche llegaban de nuevo a ella.

Sabiendo que seguramente después seria mas difícil, fue hasta ella y se quedó justo
enfrente de donde permanecía sentada, la pediatra elevó su rostro para mirarla y
entonces encontró aquellos ojos, y como de manera lenta, la rodeaba con sus brazos.
La pediatra pegó el rostro en su estomago mientras también con sus brazos, impedía
que de alguna manera se despegase de ella.

E: Maca no llores, venga…

M: Perdona. –se despegaba de ella para limpiarse las lágrimas.

E: No tienes que disculparte… -le acariciaba el pelo- Yo tengo que bajar, subo en un rato
¿Vale?

M: Vale… -asentía.

E: Eh… -le daba un cariñoso golpe con la rodilla llamando su atención- Cambia esa
cara. –sonreía ladeando el rostro haciendo que también ella sonriese- Eso está mejor…
-se inclinó con rapidez para dejar un beso en su frente y marcharse después.

Ya en el pasillo se pegaba en la pared mientras con los ojos cerrados soltaba todo el
aire que llenaba sus pulmones.

Levantándose se fue acercando a ella y quedando de rodillas a su lado comenzó a


acariciar su rostro. Despacio y casi sin tocarla rozó sus ojeras, las que tan bien se
podían diferenciar. Rozó sus labios con miedo a despertarla y suspirando fue entonces
hasta su mano para cogerla con cuidado.
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E: Maca… -comenzó a susurrar- Maca despierta…

M: Uhm… -se removía mínimamente.

E: Maca son las ocho.

M: ¿Ya? –se incorporaba carraspeando y mirando su reloj- Uf… este sillón es horrible…
-se acariciaba el cuello.

E: Ya. –despacio se levantaba- ¿Vas a ir a casa?

M: Sí, sí. –se levantaba también dejando la manta a un lado- Tengo que llamar también
al colegio para decirles lo que ha pasado. –se frotaba la frente- Voy a lavarme un poco.

E: Vale.

Después de varios minutos la pediatra salía de nuevo con la cara más despejada y el
pelo recogido. Vio a la enfermera controlando los goteros y fue hasta su abrigo.

M: No tardo ¿vale? Me ducho, cojo algo de ropa y algunas cosas para que Alba no se
aburra. –se colocaba bien el cuello del abrigo.

E: No te preocupes, me quedo lo que sea necesario.

M: Vale pues… -se quedaba mirándola- Ahora vengo.

E: Vale. –sonreía.

Después de salir de la ducha había ido hasta el armario para coger algo de ropa para
ella. Varios libros y el reproductor portátil de la niña junto a algunas de sus películas. Se
colocó unos vaqueros y un suéter recogiéndose de nuevo el pelo aun húmedo. Cogió
las llaves y bajó de nuevo al coche dejándolo todo en el asiento de al lado.

Recorriendo el muelle con el macuto al hombro vio como Teresa ya la esperaba en el


mostrador.

M: Buenos días, Teresa.

T: Hola, hija… ya me ha dicho Esther lo de la niña, en cuanto tenga un rato subo a verla.

M: Bueno, cuando son niños no es tan grave, seguro que mañana ya quiere levantarse
de la cama. –sonreía.

T: Ais… lo que te faltaba a ti… -acariciaba su mano- Lo que necesites aquí me tienes
¿eh?

M: Gracias, Teresa… voy arriba.

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Sonriendo aun por las palabras de la mujer se montaba en el ascensor, encontrando el
interés de algunos de sus compañeros que ya conocían la noticia de que su hija estaba
allí como un paciente más. Recorría el pasillo deseando llegar y nada más quedar
frente a la puerta escuchó la risa de su hija, abrió despacio encontrándola como
pensaba y a la enfermera sentada a su lado.

M: Vaya, vaya… ¿ya no te duele? –dejaba el macuto e iba hasta ella.

Al: Esther me ha puesto una medicina mágica que me ha quitado el dolor… -sonreía.

M: Ah… -dejaba un beso en su frente- Pues si ha sido ella seguro que ya no te duele en
el resto de la mañana… tiene una habitación llena de pociones mágicas. -susurraba
haciendo que la niña riese y Esther la mirase sonriendo- ¿Te han traído algo para que
tomes?

E: Le he subido un vaso de leche.

M: Bueno, a ver si ya esta tarde aunque sean un par de galletas puedes comerte, hoy
vas a pasar hambre… -sonreía.

Al: Ya me lo ha dicho Esther. –se quejaba- ¿Qué me has traído de casa?

M: Pues… -iba hasta el macuto- Dos libros… -los sacaba- y… ya está. –se giraba hacia
ellas.

Al: ¿Ya está, mami? Pues me voy a aburrir…

M: Anda, tonta. –volvía al macuto- También te he traído pelis para ver.

Al: Guay. –se giraba para mirar a la enfermera- ¿Te vas a quedar?

E: Pues ahora me voy a ir a casa, que estoy un poco cansada y a la hora de comer
vengo a verte ¿vale? Y vemos una peli. –la niña asentía- ¿Tú que vas a hacer? –
preguntaba a la pediatra.

M: Pues la dejaré entretenida cuando haga falta abajo, Cruz me ha dicho que no me
preocupe y esté aquí mientras no me necesiten.

E: Bien, pues yo luego vuelvo… -se colocaba el abrigo para después darle un beso a la
niña y caminar hasta la puerta seguida de Maca que salía tras ella al pasillo- ¿Tú estás
bien? No te has secado ni el pelo…

M: Ya… total la mala cara ya la tengo ¿no? –bajaba la vista al suelo.

E: Maca… yo… -miraba sus manos- de verdad que aunque no lo creas, no me gusta
estar así, pero ahora mismo es lo mejor.

M: ¿Por qué? –la miraba de nuevo con tristeza.


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E: Porque yo ahora mismo busco a la mujer de la que me enamoré, Maca… a la mujer
que quiero, y no es la que se creyó en poder de tomar las decisiones por si sola en algo
que nos incumbía a las dos. Lo que hiciste yo no lo esperaba ¿lo entiendes?

M: ¿Y qué hice? Decirle a una impresentable que se largara de mi casa por estar detrás
y delante de mi novia, ¿eso hice?

E: Mejor me voy, ¿Ves? Ahora mismo es impensable que estemos de otra forma. –se
giraba comenzando a caminar.

M: Esther… -veía como seguía su camino.

De camino a casa de su hermana prefirió ir dando un paseo por muy cansada que
estuviese. Nuevamente volvía a discutir con ella encontrando la misma rabia y otra vez
el enfado que había olvidado por todas esas horas.

Parada en el paso de cebra esperaba a que se pusiese verde y fue cuando sintió la
presencia de alguien cerca de ella.

Vi: Hola.

Se quedó varios segundos mirándola en silencio, sorprendida y pensativa mientras una


vez más las palabras de Maca llegaban hasta ella:

M: ¿Y qué hice? Decirle a una impresentable que se largara de mi casa por estar detrás
y delante de mi novia, ¿eso hice?

E: ¿Qué haces aquí?

Vi: Te esperaba salir… -se encogía de hombros- ¿Cómo estás?

E: Cansada. –contestaba de mal humor y mirando al frente- Anoche operamos a Alba


de apendicitis y entre el trabajo y el susto no estoy muy bien la verdad.

Vi: ¿Pero ya está bien?

E: Sí, ya está bien… -comenzaba a caminar- ¿Querías algo?

Vi: Verte… -susurraba.

Después de cruzar la calle se detenía sorprendida por aquellas palabras y se giraba para
mirarla a los ojos. Virginia le mantuvo la mirada durante unos segundos hasta que
finalmente la bajaba frotando sus manos.

E: ¿Qué quieres Virginia? Porque me empiezo a cansar y a pensar que realmente estás
montando una película de la cual yo no me entero. –hablaba enfadada.

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Vi: Yo… -carraspeaba- No he sido del todo sincera contigo. –la enfermera fruncía el
ceño.

E: ¿De qué estás hablando?

Vi: Que…

Mirándola de nuevo volvía a callarse y desde su posición comenzaba a inclinarse hasta


la enfermera. Esta la miraba sin saber qué hacer y cuando ya comprendía cual era su
intención fue demasiado tarde, Virginia unía sus labios a los suyos sin encontrar
contestación alguna.

Después de separarse, Esther seguía mirándola hasta que finalmente daba un paso
atrás sin dejar de mirarla.

Vi: Esther… hace años, no es de ahora… pero yo… no creía que tú…

E: ¿Tú sabes lo que estamos pasando por tu culpa? ¿Te haces una idea?

Vi: Esther, de verdad que...

E: No quiero oír una sola palabra más… -alzaba la mano mientras la miraba enfadada y
dolida- ¿Qué pasa contigo? ¿Qué te has propuesto, eh?

Vi: Yo…

E: Lo negaste… lo negaste delante de mí sabiendo que causarías algo así.

Vi: Esther, lo siento… -rebatía angustiada.

E: ¿Lo sientes? ¿Y ahora qué esperas? ¿Qué me lance a tus brazos? ¿Qué me olvide de
ella? –la miraba con dureza- Yo confiaba en ti… y yo sí que siento no haberme dado
cuenta antes.

Vi: Pensé que… -bajaba la mirada.

E: Pues pensaste mal. Yo quiero a Maca, y nadie va a poder cambiar eso… nunca.
-apretó la mandíbula- Búscate un lugar donde quedarte… creo que lo mejor será que
no volvamos a vernos. –se miraban de nuevo- Siento haber creído que realmente eras
una amiga…

Vi: Esther…

E: Déjanos en paz, Virginia… -comenzaba a alejarse- Ya bastante has hecho.

Sin decir nada más se giraba para aun mas enfadada y decepcionada de lo que ya
estaba, marcharse de allí.

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E: ¡Pero como he podido ser tan estúpida! –caminaba nerviosa por el salón- ¡Mierda!

Ma: Esther, cálmate, anda… es tontería que te pongas así.

E: ¿Y ahora qué, eh? Porque por mucho que me joda que Maca hiciera las cosas así,
tenía razón. –se llevaba las manos a la cara- ¿Dios mío que he hecho yo para que me
pase esto?

Ma: ¿Entonces vas a hablar con Maca?

E: Ahora no… -volvía a girarse- Sigo enfadada con ella… aunque tuviera razón debía
haber hablado conmigo y no ponerse como lo hizo, ¡Que debió hablar conmigo!

Ma: Venga, venga… -se levantaba para ir hasta ella- Cálmate ¿Vale? Y deberías ducharte
y después descansar un rato que llevas una hora así y después de toda la noche
despierta.

E: Esto es una pesadilla… -apoyaba la frente en el hombro de su hermana- Si yo voy sin


hacer daño a nadie por el mundo por qué me tiene que pasar esto ¿eh? –la miraba de
nuevo- Yo…

Ma: Tú no puedes hacer nada porque la gente actúe de una forma u otra. –acariciaba
su hombro- ¿Por qué no me haces caso y te das una ducha? Tienes que estar agotada…
y yo me acerco al hospital a ver a Alba.

E: Vale… yo me ducho, me echo una hora y voy.

Ma: Esther… -reñía con cariño- No va a estar sola en ningún momento, échate y te
duermes, cuando te despiertes pues vas.

E: Voy a la ducha porque voy a llorar de un momento a otro y así también grito a gusto.

Arrastrando los pies se marchaba del salón dejando a su hermana parada en el centro.
Esta suspiró y fue hasta su bolso y sin prisa salió de allí para ir al Central.

Después de pasar por el mostrador, llegaba hasta la planta de pediatría mirando hacia
las puertas y buscando el número donde su hermana le había dicho que estaba. Ya
frente a ella tocó un par de veces y la abrió asomándose con una sonrisa al ver a la
pequeña sobre la cama.

Ma: Buenos días…

M: Hola, Marta. –se levantaba del sillón para darle dos besos.

Ma: ¿Cómo está la enfermita? –en dos pasos llegaba hasta la niña y le daba un beso en
la frente.

Al: Me han sacado el apéndice ¿Sabes? Y tengo puntos aquí… -señalaba con la mano.
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Ma: Eres muy valiente ¿Eh? –sonreía.

Al: ¿Vendrá Luis cuando salga del cole?

Ma: Sí, y también te traerá cosas que te va a preparar la seño y no te aburras aquí. –se
giraba hacia la pediatra- ¿Tú como andas? No tienes muy buena cara.

M: Bueno… -metía las manos en los bolsillos de su pantalón- Ahí vamos…

T: ¿Dónde está la niña más guapa de todas? –entraba alzando la voz.

Al: ¡Teresa! ¿Sabes que me han sacado el apéndice?

T: Claro que lo sé… y también sé que te has portado como una mujer y enseguida te vas
a poner buena.

Ma: Oye Maca… ¿podemos salir a tomar un café? Te quería comentar algo.

M: Sí, claro… Teresa ¿te quedas con ella mientras bajamos un momento?

T: Uy, claro, no te preocupes que yo aun tengo un rato para tener que volver a bajar y
aquí esta señorita y yo vamos a ver los dibus ¿Eh?

Nada más llegar, la pediatra servía sendos cafés para después ir hasta la mesa donde
Marta se encontraba y sentándose la miraba expectante por lo que le fuera a decir.

M: Tú dirás.

Ma: Iré al grano… -la miraba fijamente- Virginia ha besado a mi hermana esta
mañana… -la pediatra abría los ojos por completo- La ha esperado en la puerta hasta
que ha salido.

M: No si al final resultará que tenía que habérselo explicado otra vez. –apretaba los
labios.

Ma: Maca… -cogía su mano- Esther no ha hecho nada ¿vale? Es más, le ha dicho que no
quiere saber nada más de ella y que se vaya de su casa. Ha llegado hecha una furia y
arrepintiéndose de cómo te habló, pero…

M: ¿Pero?

Ma: Sigue enfadada por como hiciste las cosas, por no confiar en ella.

Llevándose la mano hasta los labios dejó la mirada perdida sobre la mesa pensando en
lo que acababa de escuchar. Haber tenido razón no quitaba su rabia y en aquel
momento, incluso más que antes, se sentía desbordada por aquella situación.

M: Sabia que haría algo así… es que lo sabía.

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Ma: Pues si te digo la verdad, a mí me ha extrañado. Conozco a esa chica desde hace
muchos años y nunca hubiera pensado que…

M: Eran demasiadas cosas, Marta, debí haberlo parado antes… haber hablado con
Esther…

Ma: Lo hecho, hecho está, Maca. Ya no puedes estar machacándote pensando en y si…
ya no sirve de nada que lo hagas y deberías centrarte en ir acercándote a Esther, pero
con muuucho tacto.

M: ¿Ella como está? –preguntaba con preocupación.

Ma: Se ha tirado una hora de un lado a otro del salón soltando tacos… -sonreía- Puedes
imaginártelo. Al final he conseguido que se diese una ducha y se metiera un rato en la
cama.

M: ¿Entonces Virginia se va de su casa?

Ma: Sí, le ha dicho que se busque otra cosa… supongo que si no hoy mañana se habrá
ido.

M: Cabrona… -susurra- Y haciéndose la victima delante de ella. –suspiraba frotándose


la frente- Y entrando en mi casa.

Ma: ¿Sois de lo que no hay, eh? En vez de centraros en lo importante venga a darle
vueltas a lo mismo… no si al final es que vais a ser iguales. –negaba dando un trago de
su vaso mientras la pediatra la miraba y mostraba una pequeña sonrisa- Antes de
comer la vas a tener aquí, y espero que no se te note que te he contado esto porque si
se entera me la cargo.

M: Tranquila, no le diré nada.

Ma: Bueno… ¿subimos con tu enana? La veo un rato y me voy a casa a ver a tu querida
dama histérica, que espero que esté durmiendo y hago las cosas de la casa.

M: Vamos, anda… -sonreía por sus palabras.

Antes de las dos de la tarde, Esther se vestía para ir hasta el hospital sin haber pegado
ojo. No había podido parar de pensar, recordar todo cuanto Maca había dicho y la
actitud de Virginia.

Nada más entrar en la habitación pudo comprobar que la niña se encontraba sola
viendo una película, le sonrió y fue hasta ella.

E: ¿Cómo estás cariño? –le acariciaba el pelo.

Al: Bien, estoy viendo Blancanieves… -sonreía.

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E: ¿Y mamá donde está? –se quitaba el abrigo para sentarse a un lado de la cama.

Al: Ha tenido que ir a trabajar… Teresa ha estado conmigo un rato antes de irse a
comer.

E: ¿Y a ti te han dado algo? –miraba los goteros- Te tengo que cambiar esto.

Al: Me he bebido un zumo.

E: Ahora vengo ¿Vale? Tardo cinco minutos.

Saliendo de la habitación, puso rumbo fijo saludando en el camino a algunas


enfermeras. Ya en farmacia fue hasta el armario para sacar lo que iba buscando y nada
más salir para regresar a la habitación se topó con la pediatra de frente ataviada con su
pijama de urgencias.

M: Ey… -sonreía- Mo sabía que habías vuelto.

E: Acabo de llegar, el suero de la niña se está acabando y he bajado a por otro… ¿tú
como vas?

M: He tenido un poco de follón, pero ahora iba con Alba.

E: Vamos entonces.

Metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón, Maca la seguía guardando silencio.
Frente al ascensor miraba al suelo y apretaba los labios conteniendo sus ganas hablar
con ella. Una vez dentro esquivaron a varios compañeros colocándose a un lado para
esperar llegar a la planta.

Ya en el pasillo de pediatría caminaban sin decir nada más hasta llegar a la habitación.

M: ¿Y mi princesita? –sonreía llegando hasta ella.

Al: Hola, mami…

E: Bueno, pues esto ya está. –dejaba sobre la mesa la botella vacía- ¿Ha terminado la
peli?

Al: Sí, ¿podemos hacer un puzle? Teresa me ha subido uno que no es muy grande.

E: Claro que sí… -sonreía- Vamos a despejarte la bandeja y lo hacemos ahí…

Cuando fue a coger la botella vacía para quitarla esta se resbaló de entre sus manos
cayendo, haciendo que el cristal se rompiese y se repartiese por el suelo.

E: Mierda… -mascullaba mientras se agachaba.

M: Espera, que te ayudo. -iba con rapidez hasta ella.


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E: No, si es igual, no te preocupes… -recogía los cristales- Ya puedo yo.

M: No me cuesta nada, Esther. –se colocaba a su lado cogiendo algunos de los más
grandes.

E: Joder. –se llevaba la mano a los labios.

M: ¿Te has cortado?

E: Sí… -miraba su dedo y lo llevaba de nuevo hasta sus labios.

M: A ver… -haciendo que se levantase cogía su mano y con cuidado mirara la yema de
su dedo- No es mucho.

E: Ya, pero escuece. –se quejaba.

M: Ven que te ponga una tirita. Ahora venimos, cariño…

Sin soltar su mano la llevaba hasta su despacho que estaba a pocos metros de allí. Ya
dentro abría un botiquín que tenía en el mueble y sacaba algodón, agua oxigenada y
una caja de tiritas para sentarse después en el borde de la mesa para volver a coger su
mano.

M: A ver… -con cuidado le pasaba el algodón limpiando la sangre- Ahora la tirita y ya


está. –sonreía sin mirarla.

Abriendo la caja sacaba una y tras quitarle el papel que protegía el adhesivo la
colocaba sobre su dedo y la pegaba con cuidado.

M: Ya está usted sana y salva. –llevando la mano a su rostro dejaba un corto beso sobre
la herida y se levantaba para girarse y recoger todo.

E: Gracias. –la miraba fijamente.

M: No tienes que agradecer nada… -guardaba todo de nuevo y se giraba metiendo las
manos en los bolsillos de su pantalón- ¿Volvemos?

E: Sí.

Manteniendo la puerta abierta y sin llegar a salir esperaba a que la enfermera lo


hiciese, saliendo justo después y cerrando tras ella.

M: ¿Has dormido algo?

E: Apenas… -contestaba mirándose el dedo- Esta noche me daré al café y ya mañana


espero dormir más.

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M: A ver si es verdad... –la miraba con cariño mientras abría la puerta para que entrase
ella primero.

Al: ¿Te has cortado mucho, Esther?

E: No, es un cortecito de nada. Mami me ha puesto una tirita y ya está. –le enseñaba el
dedo- ¿Quién lo ha recogido? –miraba al suelo.

Al: Vino una enfermera y lo ha barrido.

M: Bueno, ¿hacemos ese puzle? –preguntó mirando a las dos- Porque yo no me pienso
quedar mirando como os divertís vosotras dos.

Media hora después, cada una se había sentado a un lado de la niña mientras que con
la bandeja en el centro, las tres intentaban formal aquel puzle. La niña aunque algo
incómoda por no poder moverse mucho, estaba realmente feliz y fácilmente se podía
descubrir mirando su rostro.

Al: Mami, esa no va a ahí. –la reñía- ¿No ves que es parte de la oreja de este perro?

M: ¿Ah, sí? –miraba fijamente- Pues es verdad…

Al: Esa es de la parte que está haciendo Esther. –señalaba- ¿Ves?

M: Sí es verdad, sí… -asentía- Toma, cariño…

Mientras le tendía la pieza para que la cogiese, la enfermera se había quedado


mirándola en silencio. La pediatra al ver que no la cogía subió la mirada dándose
cuenta entonces de lo que había dicho. Bajó la vista sintiéndose bastante extraña y
dejándola sobre la bandeja se levantaba de la cama.

M: Voy a ver si me necesitan por ahí abajo.

Esther guardó silencio, siguiéndola con la mirada, sintiéndose culpable. Suspiró


mirando al techo y Alba al sentir que algo raro había pasado se quedó mirándola a ella
hasta que recibió una pequeña sonrisa.

En la puerta de urgencias alguien entraba mirando a su alrededor, casi se podría decir


que con temor a encontrarse con quien no quería. De esa manera llegaba hasta el
mostrador quedándose frente a Teresa.

T: ¿Tú eres la amiga de Esther, no? –preguntaba después de haberla visto llegar.

Vi: Sí, ¿Está por aquí?

T: Pues está arriba con la niña, espera que la llamo. –descolgaba para comenzar a
marcar.

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M: No hace falta, Teresa… -ponía los dedos sobre el teléfono cortando la llamada y
mirar entonces a Virginia- ¿Qué quieres?

Vi: No creo que tenga que hablar contigo. –espetaba- Ya no sois nada ¿no?

Con las manos en los bolsillos y apretando la mandíbula, rodeó el mostrador hasta
quedar frente a ella mientras Teresa sorprendida por aquella situación miraba la
escena sin perderse detalle.

M: No me toques las narices y vete de aquí. –movía la cabeza señalando la salida-


Ahora.

Vi: ¿Acaso este hospital es tuyo? ¿No, verdad?

M: ¿Sabes qué? –se fue acercando a ella mientras bajaba un par de segundos la
mirada- He tenido mucha paciencia contigo, no hagas que pierda la que me queda. –se
cruzaba de brazos- Déjanos en paz… si no me equivoco ella misma te ha pedido lo
mismo ¿Verdad?

Retándola con la mirada pudo ver como no tenía por donde salir de aquello. Volvió a
erguirse sin descruzar sus brazos y vio como sacaba un sobre del bolsillo de su pantalón
y lo lanzaba hacia el mostrador mirando después a Teresa.

Vi: Déselo, por favor.

T: Claro… -lo cogía y seguía mirándolas.

M: Fuera.

Mirándola durante unos segundos y sintiéndose frustrada, Virginia se marchaba por fin
siendo vigilada en todo momento por la pediatra. Cuando se alejó lo suficiente para ya
no ser vista, Maca chasqueaba la lengua mientras se giraba hacia Teresa.

T: ¿Pero qué pasa?

M: No preguntes, Teresa… -suspiraba.

T: Pues aquí dentro hay unas llaves. –palpaba el sobre- ¿De qué son?

M: Dame. –cogía el sobre- Yo se lo subo… ¿por aquí no me necesitáis, no?

T: No hija, no… no te preocupes por eso, si pasa algo yo te llamo.

M: Gracias, Teresa.

Con él en las manos llegó hasta el ascensor. Mientras subía no dejaba de mirarlo y
sospechando que pudiese llevar algo más lo colocó al trasluz elevándolo con sus
manos, viendo entonces como no parecía llevar nada más.
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Por el pasillo se guardó el sobre en un bolsillo y llegó hasta la habitación.

M: Ya estoy aquí. –iba directa al sillón para sentarse viendo como la niña se había
quedado dormida en su ausencia.

E: ¿Está la cosa tranquila por ahí? –preguntaba con naturalidad.

M: Ahora sí.

E: Mejor… aunque ya te queda poco. –miraba su reloj- Dentro de una hora acabas el
turno.

M: Sí… Por cierto. –metía la mano en su bolsillo- Esto es para ti… -le tendía el sobre.

E: ¿Qué es? –comenzaba a abrirlo sorprendiéndose después al ver las llaves de


Virginia- Vaya… -las volvía a guardar.

M: ¿Me lo cuentas? –la miraba fijamente.

La enfermera giró su rostro para mirarla durante unos segundos y volver a bajar la
mirada mientras cerraba y doblaba el sobre para dejarlo sobre la mesa. Despacio bajó
de la cama y se sentó junto a ella pero a una distancia prudencial.

E: Tenias razón… -susurraba sin mirarla- Esta mañana me ha esperado en la calle y…


-guardaba unos segundos de silencio- Me ha besado.

M: Ya… -apretaba los labios mientras ponía ambos brazos sobre sus rodillas.

E: Tenias razón, pero no por ello esto va a cambiar, Maca… -la miraba viendo como la
pediatra seguía en su postura- No es que ella hiciese o dejase de hacer… es que tú no
confiaste en mí y preferiste pasarlo mal y preocuparme antes de hablar las cosas
conmigo y solucionarlas.

M: No me hubieses creído.

E: Quizás en un primer momento no… -asentía- Pero si hubiera tenido que confiar en
alguna de las dos hubiera sido en ti, cosa que tú no has hecho… no me has dado esa
oportunidad de hablar y creerte.

M: Lo siento. –susurraba comenzando a desmoronarse.

E: Te lo dije, Maca… dijimos que no quería que nosotras fuéramos como el resto,
nosotras podemos hablar, de lo que sea… o eso creía… ella era una amiga, importante
para mí, sí, pero una amiga… tú eres mi vida, Maca… -la pediatra giraba su rostro
mostrando sus primeras lágrimas- Tú eres todo para mí, y creo que ya deberías tenerlo
claro.

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Sin poder decir una sola palabra, la pediatra acomodaba los codos sobre sus rodillas
llevando así ambas manos hasta su rostro queriendo impedir que las lágrimas siguiesen
cayendo, sintiéndose estúpida, culpable…

M: Me dio miedo y no supe hacerlo mejor… lo siento.

E: Odio estar así, y sé que también habré actuado mal, y lo asumiré… pero ahora
mismo no puedo, lo siento… No disfruto con esto, con esta situación… no me gusta
estar así… no me gusta estar mal, ni verte a ti así. –la pediatra volvía a mirarla- Pero
porque te quiero y quiero hacer las cosas bien, ahora mismo esto es lo mejor. –bajaba
la mirada- Voy a dar un paseo.

Se marchó de allí queriendo llorar, no queriendo ver como ella lo hacía. Se encerró en
el vestuario por más de media hora, un tiempo en que había querido que todo aquel
dolor se fuese, queriendo olvidar todo e ir hasta ella para abrazarla como siempre,
como necesitaba, pero no podía olvidar, realmente no quería olvidar, solo curar…

Cuando regresó a la habitación la niña seguía durmiendo y la pediatra no estaba. Al


igual que ella, pero veinte minutos después, se había marchado de allí.

En el vestuario, bajo el agua de la ducha, lloraba, se disculpaba, pedía perdón y seguía


llorando. Después, vestida de nuevo con su pijama y sintiendo como las gotas de su
pelo iban mojando poco a poco su pantalón por la postura que tenia, miraba al vacio
buscando en su interior toda las fuerzas que sabia iba a necesitar para recuperarla.

El día siguiente dado que la niña aun debía estar ingresada, hicieron porque delante de
ella, nada ocurriese distinto al anterior. Esther pasaba las horas fuera de su turno con
ella, y durante él siempre que podía se escapa para ir a verla y pasar un rato mirando a
Maca dormir en aquel sillón.

Mirarla dormir siempre había sido recibir tranquilidad, mucha tranquilidad, pero
aunque buscase con todo su empeño no conseguía encontrarla. A su lado miraba su
rostro haciendo lo posible por contenerse, no podía echarlo a perder de nuevo y sabia
que aun el momento no había llegado, ese momento en el que pudiera mirarla sin
pensar en lo que le producía aquel dolor.

Mientras lo hacía, la pediatra parecía moverse en sueños, inquieta y con el rostro


tenso. Se acercó lo justo para acariciarle la frente y como si aun en aquel estado
supiera que era ella, buscó su cuerpo, su cuello y se abrazó apenas sin fuerzas. Esther
comenzó a llorar tímidamente entonces, rodeándola con sus brazos y acomodándose
también a su cuerpo.

Cuando el sueño decidió abandonar su cuerpo se encogió en su posición y abriendo los


ojos lentamente se sintió descansada, algo más tranquila que cuando se durmió.
Apoyando el rostro de lado en aquel sillón se quedó durante unos segundos sin
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moverse y le llegó su olor, entonces recordó que durante aquel rato había soñado que
la abrazaba. Se acercó la tela de su camisa hasta el rostro y entonces lo supo, aquello
no había sido un sueño.

M: Venga, tu siéntate que te coloco las zapatillas.

Al: ¿Y cuántos días voy a estar sin ir al cole, mami? –miraba hacia el suelo donde ella
permanecía de rodillas.

M: Pues esta semana seguro que no, la que viene ya veremos cómo vas y si puedes ir o
no. Además tenemos que volver aquí para quitarte los puntos.

Al: Luis me dijo que iría esta tarde a casa para estar conmigo un rato.

M: Que bien… -sonreía.

Al: ¿Y Esther vendrá con nosotras a casa?

M: Pues… -suspiraba poniéndose nuevamente en pie para girarse hasta el macuto con
todas sus cosas cuando la puerta se abría.

E: Hola… -cantaba sonriente mientras entraba.

Al: ¡Esther!

E: Hola, cariño. –se sentaba a su lado abrazándola- ¿Cómo estás?

Al: Bien, con lo que tú me das no me duele…

E: Claro que no, yo quiero que a mi niña no le duela nunca y no voy a permitir que pase
lo contrario. –le daba en la nariz.

Al: ¿Vienes con nosotras a casa?

E: A eso venia… -miraba a la pediatra- ¿Te importa que vaya con vosotras y ya te echo
una mano?

M: Sabes que no. –contestaba casi dolida por aquella pregunta- No ha dejado de ser tu
casa.

E: Pues voy con vosotras. –sonreía a la niña.

Al: Guay.

La despedida en el hospital había resultado ser una visita de enfermeras y celadores


que haciendo reír a la pediatra y a Esther, se iban personando en la habitación uno tras
otro hasta casi llenarla.

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En el camino en coche, Esther se había montado en la parte trasera con la niña y
después fue ella quien la ayudaba a bajar y llegar hasta el piso.

E: Vamos a tu cama.

Al: ¿Y no puedo quedarme en el sofá? Estoy aburrida de estar siempre en la cama. –la
enfermera miraba a Maca.

M: Vale, espera que te lo arregle para que estés cómoda.

Desde la puerta y haciendo que mientras tanto Alba se sentase en una silla, miraban a
la pediatra colocar varios cojines a un lado y dejarlo de manera que la niña no tuviese
obstáculos para poder moverse mínimamente. Pasando por al lado de las dos fue hasta
el dormitorio para coger su almohada y después colocarla en el sofá.

M: Venga.

Cogiendo su mano, la enfermera caminaba a su lado hasta llegar al sofá y dejarla en


una posición cómoda.

M: Ahora te traigo un pijama y te lo pongo para que no estés con la ropa.

Al: Vale, mami.

E: ¿Pongo una peli? ¿O ya las has visto todas diecisiete veces? –sonreía.

Al: Tengo un poco de sueño…

E: Pues entonces a dormir la siesta… -le acomodaba la almohada- Que descanses es


bueno, luego te despertamos para que te tomes la pastilla.

Al: Vale.

Sentada en un sillón a parte se cruzó de piernas y brazos mientras la miraba dormir. La


pediatra llegó apenas cinco minutos después aminorando el paso al ver a su hija con
los ojos cerrados.

E: Me ha dicho que tiene sueño.

M: Pues que duerma que mal no le hace… -comenzaba a colocar algunas de las
películas sobre el mueble.

E: ¿Te apetece café? –se levantaba.

M: ¿Lo haces tú?

E: Vale…

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Después de tenerlo listo avisaba a la pediatra que iba hasta a la cocina viendo como lo
había dispuesto ya todo sobre la mesa. Antes de sentarse volvió al salón y cogió un
cigarro del mueble para entonces sí, sentarse después junto a ella.

E: ¿Tanto fumas que tienes en casa? –preguntó mirándola a los ojos.

M: Estoy nerviosa y me apetece… solo me fumo dos o tres al día. –echaba el humo.

E: Mientras no cojas vicio… -daba un trago- Por cierto, tenía que contarte algo…
-elevaba la vista para mirarla- He vuelto a mi casa.

M: ¿Ah, sí?

E: Sí. Me parecía una tontería estar en casa de mi hermana teniendo la mía y…

M: Y teniendo esta. –susurraba haciendo que la enfermera se detuviera un segundo en


sus palabras y las retomase después.

E: Y así puedo ayudarte con la niña también.

M: Vale. –seguía mirando su taza- Concha va a venir esta tarde… si no quieres estar
aquí…

E: ¿Quieres que me vaya? –la miró fijamente.

M: No me jodas, Esther. –la miraba también- Si por mí fuera no te irías a ninguna parte.

E: Pues no sé por qué dices eso, a mi Concha no me molesta en absoluto.

M: Pues nada, no te vayas. –apagaba el cigarro y cruzaba los brazos sobre la mesa- Cruz
me ha dado dos días para volver al hospital.

E: Me alegro… yo sigo con las noches hasta el viernes.

M: ¿Y eso?

E: Lo prefiero, apenas duermo y así estoy entretenida en algo, luego descanso un poco
por la mañana y ya me vengo a estar con la niña.

M: Pues no sé si me gusta que trabajes tanto y no duermas. –la miró con preocupación
durante unos segundos para bajar la mirada después- Pero bueno, no soy nadie para
decirte que hacer.

E: Maca, vale ya ¿no? ¿Podemos hablar como personas normales o tampoco?

Enfadada, la pediatra apretaba la mandíbula mientras miraba al centro de la mesa.


Esther la observaba en todo momento viendo como no cambiaba su postura y daba su
último trago de café.

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E: Me voy, luego vengo otra vez.

Mirándola la vio marcharse, dio un golpe sobre la mesa y se levantó para ir hasta la
puerta. Frente a ella intentó coger todo el aire que podía y después de llamar dando un
par de golpes con el puño esperó bastante nerviosa. Finalmente la puerta se abría y la
enfermera la miraba extrañada.

M: Siento como estoy últimamente pero es que me agobio y… -intentaba controlar su


voz- Se me hace cuesta arriba tenerte al lado y saber cómo estamos. Solo quiero
abrazarte y sé que no es lo más adecuado ahora mismo y no quiero agobiarte. Me
gustaría arreglar esto pero también sé que no se puede hacer de la noche a la mañana
y… -respiraba para continuar- Solo quiero que sepas que esperaré, lo que haga falta y
tú necesites. –la miraba fijamente- Porque te quiero y esperaría la vida entera si tú me
lo pidieses, Esther… -se frotaba las manos contra el pantalón intentando así quitar
limpiar su sudor- Ya… ya no molesto mas.

Bastante nerviosa se giraba para volver a entrar y cerrar la puerta. Aun en el rellano, la
enfermera miraba al frente mientras, segundo a segundo, se iba formando una
pequeña sonrisa en sus labios y se giraba para entrar también.

Al: Pero ya estoy bien abuela… Sí, mamá y Esther me cuidan mucho… y la abuela
Concha ha estado un rato aquí conmigo… vale… te paso con mami. –le tendía el
teléfono a su madre.

M: Dime mamá… Sí pero ahora solo hay que llevar cuidado con los puntos y ya está…
No te preocupes que está bien, además está todo el mundo encima de ella y tenias que
haber visto como la han despedido en el hospital, todas las enfermeras encantadas con
ella… -sonreía- Vale, un besito.

Al: ¿Me traes un vaso de horchata mami?

M: Claro. –justo cuando se levantaba el timbre sonaba.

Al: ¡Ese es Luis! –se sentaba despacio esperando verle entrar.

M: Hola, guapo… -sonreía al abrir la puerta.

L: Hola, tía Maca. –de puntillas le daba un beso en la mejilla- ¿Está en el salón? –
entraba directamente.

Ma: Hola, Maca.

M: Pasa… -mantenía la puerta abierta- Hay café hecho ¿quieres?

Ma: Te lo agradecería… ¿vamos a la cocina? –la pediatra sentía- Hace un frio que pela.

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M: Ya, por eso tengo la calefacción puesta en toda la casa. No quiero que la niña coja
frio que no quiere estar en la cama, dice que se aburre… -sonreía.

Ma: Normal, ¿mi hermana que hace que no está aquí?

M: No sé… supongo que estará descansando. –se sentaba a su lado teniéndole su taza-
Dile algo, igual quiere venir.

Ma: ¿Habéis hablado?

M: Algo… -comenzaba a darle vueltas a su café- Pero bueno, no quiero cagarla mas así
que me mantendré esperando hasta que ella deje de estar enfadada conmigo.

Ma: Pero no sé… podías hacer algo ¿no?

M: ¿Algo como qué?

Ma: Yo que sé… cuando las parejas pasan por estas cosas se hacen regalitos, detalles…
algo para ir ganándotela ¿no?

M: Nunca se me han dado bien esas cosas.

Ma: Seguro que algo se te ocurre mujer, piensa un poquito y lo mismo te sorprendes. –
sonreía- No pierdes nada por intentarlo, a nadie le amarga un dulce.

L: Mami… -llegaba a la cocina- ¿Puedo llamar a la tía para que venga a jugar con
nosotros?

Ma: Claro que puedes cariño, corre ve…

L: ¡Alba dicen que sí! –gritaba mientras corría hasta el piso de su tía.

Ma: Solo espero que no esté durmiendo y le joda el sueño. –reía.

M: Bueno, seguro que luego estando aquí con ellos se le pasa el enfado. –sonreía.

Rato después y con la enfermera ya allí los niños se distraían jugando a la consola.

E: ¡Eh! –señalaba a Luis- ¡Eso no vale que ese truco yo no lo sé!

L: Jajaja pues yo sí. –sonreía orgulloso mientras no perdía vista de la televisión- Ahora
te voy a hacer una patada que ya te mato directamente.

E: ¡Que no!

Desde el otro sofá, Maca los miraba sin poder borrar su sonrisa. Alba los animaba
esperando su turno mientras tía y sobrino se enzarzaban de tal manera que ya había
pillado varias veces a la enfermera mordiéndose el labio mientras torcía el mando por
inercia y envuelta en la presión de la partida.
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Al: Esther… vas a tener que practicar más. Luis te gana todas jajaja.

E: Buah… Es que este juego es un rollo. –dejaba el mando- A mí no me gusta.

Ma: Eso dices siempre que no sabes jugar a algo… eres peor que ellos, hija. –sonreía
mientras negaba con la cabeza.

E: ¡No me gusta! –se levantaba para ir a la cocina- ¿Queréis algo de beber?

M: No, gracias.

Ma: La que tiene que reponer energías eres tú, así que tampoco. –sonreía.

E: Pues nada, vosotras os lo perdéis. –seguía caminando hasta salir del salón- ¿Queréis
leche con cacao vosotros? –gritaba desde la cocina.

Al: ¡Vale!

L: ¡Sí! ¡Yo también!

Ma: Pues te lo bebes rapidito que nos tenemos que ir a recoger a tu padre a la oficina.

M: ¿Y eso?

Ma: Que su coche está en el taller y me tiene de taxi gratuito con servicio completo,
hija. –la pediatra sonreía- Estoy deseando que se lo den.

M: Si quieres luego le acerco yo, no me cuesta nada.

Ma: No, que me ha dicho que haría los deberes cuando regresásemos y si se queda
luego se escaquea.

M: Entonces no. –miraba al niño.

E: Marchando dos súper cacaos bien calientes. –dejaba uno en la mesa para Alba y el
otro se lo daba a su sobrino.

Cuando Luis se acabó su vaso de leche y como había dicho su madre, se levantaba
siendo llamado por esta para ponerse su abrigo. Tras despedirse se marchaban
quedándose la enfermera en el sofá con la pequeña y la pediatra en el sillón individual.

M: ¿Te quieres quedar a cenar? –preguntó esperanzada.

E: Vale… pero tiene que ser pronto para irme al hospital. –la miraba a los ojos.

M: Preparo algo para las dos y cenamos enseguida. –se levantaba.

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En el sofá, la niña parecía dar una cabezada mientras ella esperaba a la pediatra. Tras
pensarlo unos segundos decidió levantarse e ir hasta la cocina, donde Maca ya escurría
la pasta.

E: ¿Cómo vas? –se colocaba a su lado.

M: Bien. –la miraba rápidamente con una sonrisa- Ensalada de pasta, rápido y te vas
bien cenada.

E: Vale. –sonreía mínimamente mientras bajaba la mirada- La niña se ha dormido.

M: Anda todavía de aquella manera… y con la visita de Luis y el juego con la consola
estará cansada.

Mientras la pediatra se disponía a terminar la cena, se sentó tras ella en una de las
sillas, colocando ambos codos sobre las rodillas y entrelazando sus dedos. Durante
unos segundos de silencio fue Maca quien se giró buscándola, encontrándola entonces
de aquella manera.

E: Sé que yo tampoco he hecho las cosas bien… -hablaba sorprendiéndola- Y que no he


estado a la altura de todo esto.

Viendo que aquello daba pie a una conversación, suspiró mientras con el trapo entre
las manos se dirigía hacia la otra silla.

E: Yo… No sé cómo era tu vida antes, ni como era tu forma de vivirla cuando la madre
de Alba aun estaba aquí, ni cuanto llegaste a quererla… -apretaba los labios- Puedo
entender parte de tu postura, puedo entender muchas cosas… pero yo también tengo
miedo, todo el mundo tiene miedo a algo. –elevaba su rostro para mirarla- Yo nunca
antes he querido a nadie como te quiero a ti… nunca había estado enamorada de esta
manera, Maca… yo haría cualquier cosa por ti, cualquier cosa… Y con el tiempo he
comprendido que aunque tu mujer se muriera y tu matrimonio no acabase porque
dejases de quererla, o lo que fuese, a mí también me quieres… porque me lo has
demostrado, y confío en ti… Y sé que yo soy otra parte de tu vida sin tener que borrar
otra. –la pediatra bajaba su vista- Sé que cuando me fui la otra noche debí haber vuelto
a la mañana siguiente y hablar, o directamente no haberme ido y haber solucionado lo
que fuese en el momento en que ambas tuviésemos la oportunidad… pero me vi de la
noche a la mañana con una Maca que no sabía ni que existía.

M: Debí haber hablado contigo… -susurraba- Lo sé, ahora lo sé… Pero no conocía ese
miedo, conozco otros pero ese no lo conocía… -seguía mirando sus manos- De pronto
surgió la posibilidad de que tú no fueses a estar siempre conmigo… la posibilidad de
que hubiese alguien en algún momento que te alejase de mi lado, y todo lo fuerte que
parece que soy quedase en nada comparado con el miedo que tuve.

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E: ¿Sabes lo que realmente me duele, no? –la pediatra giraba su rostro para mirarla-
Tuviste días para hablarme, los mismos que yo estuve muy preocupada porque no
sabía qué era eso que te hacia estar de esa manera… Y todo esto no ha sido un castigo,
no ha sido que no quisiera estar contigo porque es lo único que me importa, estar a tu
lado… Pero si realmente no tienes asumido que yo te quiero a ti, se ponga delante
quien se ponga, es que algo no funciona, Maca… no puedo tener los cinco sentidos
encendidos toda la vida queriendo darme cuenta de todo para que tú no pases otra vez
por esto… no quiero que dentro de cinco años por un suponer, algo así vuelva a pasar y
explotes como explotaste llevándote por delante todo cuanto había.

M: Ya…

E: Ya bajase San Juan del cielo, una cosa es que se tengan celos… y otra muy distinta
que tragues y tragues y tragues hasta que no puedas mas y entonces sueltes todo de
esa manera. Sea lo que sea, lo puedes hablar conmigo, porque si algo tengo claro es
que si lo hacemos entre las dos, podremos con todo.

Con un nuevo silencio, ambas se miraban en aquella pequeña distancia. Maca


apretando los labios en lo que parecía una mueca de culpabilidad y atención en lo que
estaba escuchando, y Esther queriendo darle tiempo para hablar.

M: He aprendido de mi error… -volvía a bajar la mirada- Y tú has visto que no soy tan
valiente como quiero aparentar. –sonreía con tristeza- Pero solo soy así de vulnerable
contigo… con todo lo demás puedo, o eso creo… pero mi vida ahora tiene una parte
que solo llenas tú.

E: Y tú eres la otra mitad de la mía. –tras mirarse unos segundos cogía su mano- Por
eso debemos ayudarnos… hacer y deshacer la una con la otra para que las cosas vayan
bien… -intentaba sonreír- Si quieres vengo cuando salga del hospital, a media mañana y
seguimos hablando ¿Quieres?

M: Sí. –asentía sonriendo- Vamos a cenar que no quiero que se te eche la hora encima.

Ya frente a frente en la mesa se dedicaban a cenar mientras hablaban tranquilamente,


sobre todo Esther mientras le contaba lo que la llevaba de cabeza en el hospital.

E: Quiero hablar con ellas, ya se han peleado tres veces y si no lo arreglan hablo con
Cruz y que se apañen, me llevan loca.

M: ¿Pero por qué discuten?

E: Porque no se aguantan y quieren tener más narices que la otra, pero conmigo la
llevan clara, a la próxima se lo explico a las dos.

M: Pobrecitas. –sonreía mirando su plato.

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E: Perdona… -arqueaba un ceja.

M: Tienes mucho carácter… -no borraba su sonrisa- Yo no querría estar en el lugar de


ninguna.

E: Que se aguanten o que fuese más responsables y mas adultas.

M: Bueno… ¿quieres un café?

E: Sí, gracias. –la miraba marcharse con los ambos platos hacia la cocina- Enana… ¿tú
como vas?

Al: Bien. –sonreía.

E: ¿No te duele, no? –se levantaba para ir hasta ella.

Al: No, me pica un poco… -se tocaba por encima de la gasa- Pero mamá ya me ha dicho
que no me toque.

E: ¿Quieres que te eche un poquito de crema alrededor a ver si se te pasa?

Al: Vale.

E: Pues espera que voy al baño a por ella… -se volvía a levantar y cuando pretendía salir
del salón se chocaba con la pediatra que quería entrar- Perdona.

M: Tranquila. –la miraba unos segundos para entrar con la bandeja.

Al: Esther me va a echar crema para que no me pique, mami.

M: ¿Te pica mucho?

Al: Mucho no, pero sí me pica… -se quejaba.

M: Bueno, ahora con la crema seguro que se te pasa... –miraba a Esther que volvía a
entrar- ¿Enciendo la luz o ves bien?

E: Veo bien, gracias… -abría el bote- A ver… voy a quitarte primero la gasita con
cuidado… -comenzaba a tirar del esparadrapo despacio- Ya está…. –lo miraba durante
unos segundos- Lo tienes muy bien.

Al: A ver… -miraba hacia la herida- Jo… que grande.

E: No es tan grande. –sonreía y miraba a la pediatra que también se acercaba- Además


te la han hecho muy bonita y apenas se te notará después, ya lo verás.

Al: ¿Y tengo muchas cosas dentro? –le preguntaba a la enfermera que abría los ojos
sorprendida para después mirar a Maca que se había quedado igual.

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MyE: Jajaja.

Después de un rato en el que ambas decidieron pasarlo con la niña durante su cena,
Maca se levantaba para regresar apenas un minuto más tarde.

M: Tengo que ir a un sitio, tardo diez minutos ¿vale? –se colocaba el abrigo en la
puerta.

E: Pero Maca, no tardes que me tengo que ir.

M: Diez minutos, te lo juro.

Sin esperar más tiempo salía veloz por la puerta mientras Esther y Alba se miraban
extrañadas, la enfermera fruncía el ceño exageradamente y la pequeña la imitaba
haciéndole reír.

E: Vaya bicho estás hecha… -sonreía acariciándole el pelo.

Al: Oye Esther… -la miraba más seria- ¿Ya no quieres a mamá?

E: Claro que la quiero, cariño… mucho, mucho… -se la quedaba mirando- Igual que a
ti… -estiraba el brazo por encima del sofá.

Al: ¿Y por qué ya no vives aquí?

E: Pues a ver cómo te lo explico yo… -suspiraba mientras se rascaba la cabeza- Los
mayores, cuando discutimos, aunque sea un poquito, no somos como vosotros los
peques que en poco tiempo ya os habláis.

Al: ¿Por qué?

E: Porque somos unos tontos. –negaba con la cabeza mientras apretaba los labios- Y
como somos unos tontos, pues nos cuesta más tiempo.

Al: ¿Pero la vas a perdonar a que sí?

E: ¿Y porque piensas que la tengo que perdonar?

Al: Porque le dijo a la tita Ana por teléfono que ella tenía la culpa y que había hecho las
cosas mal…

Mirándola comenzó a acariciarle el pelo mientras aun mantenía el brazo extendido y


bajó la mirada hasta el suelo.

E: Yo quiero tanto a mamá que no tengo nada que perdonarle… Solo que tiene que
pasar un tiempo para poder estar como antes, cariño… Para que no discutamos hay
que hacer las cosas bien ¿lo entiendes?

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Al: Sí… -asentía con decisión.

E: Vale. –sonreía justo cuando la puerta se abría de nuevo y la pediatra pocos segundos
después entraba pasando de largo por el pasillo sin tan siquiera decir una palabra-
Bueno, voy a ir preparándome que me tengo que ir. –iba hacia el abrigo.

M: Ya estoy aquí.

E: ¿Qué hacías que has entrado con esas prisas?

M: Eh… no, nada. –miraba a la niña- ¿Te acuestas conmigo y vemos una peli allí hasta
que te entre sueño?

Al: ¡Sí!

E: Pues yo me voy. –le daba un beso a la niña- Que descanses cariño… mañana vengo
¿Vale?

Al: Vale.

E: Buenas noches.

Tras dejar otro beso en la mejilla de la pediatra finalmente se dirigía hasta la puerta
para marcharse.

Después de que la niña se quedase dormida y la llevase a su cama, fue hasta el


despacho. Ya sentada cogió un sobre, un folio en blanco y colocó ambas cosas sobre la
mesa, justo delante de ella.

Suspiró y cogió el bolígrafo. Mirando todo aquel espacio en blanco se mantenía casi sin
moverse mientras buscaba en su mente lo que quería decirle y con las palabras
adecuadas. Pinzándose el labio se dispuso a escribir.

Aun me gusta recordar la primera vez que te vi, tu sonrisa... Pero sobre todo recuerdo
la noche en que te besé por primera vez en aquel banco. En como temblé al hacerlo y
como aun todavía lo hago. Porque solo tu presencia consigue estremecerme de esa
manera. Volviste mi mundo del revés con tu forma de ser, con tus impulsos y tu
necesidad de hacer las cosas cuando las sentías. Y no quiero tenerlo de otra forma,
Esther. Quiero que siga tal y como tú has hecho que esté, en el que tú lo has convertido.
Quiero tu locura, quiero tus sonrisas y ver tus ojos cada mañana, te quiero a ti, todo
cuanto eres y lo que me haces ser a mí. Sigue volviendo mi mundo del revés cada día de
mi vida.

Maca.

Sin apartar la mirada de aquello que había escrito sintió la necesidad de sonreír, y así lo
hizo. Con cuidado comenzó a doblarlo para que cogiese justo en el sobre.
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En el sofá se dispuso a ver las horas pasar, sentir los nervios apoderarse de su
estomago y necesitar levantarse para caminar por el salón. Volver a sonreír con la
esperanza de que aquello saliese bien. Sin poder estar parada fue hasta el despacho de
nuevo y sentándose abrió uno de los cajones sacando lo que allí había metido semanas
atrás. Acariciando después aquella textura tan despacio que casi podía sentir el frio,
con tanto cuidado que podía ver como temblaba.

En la terraza decidió sentarse rodeando su cuerpo por una manta. Estaba ansiosa
porque la enfermera llegase y acabase por fin aquella espera. Necesitaba que saliese
bien, deseaba que saliese bien…

Mirando el reloj de la cocina pensó que ya quedaría poco para que llegase y deprisa
abrió el frigorífico para sacar lo que había guardado después de que Esther se
marchase. Cogió el sobre y un poco de celo y salió para quedar frente a la puerta de su
casa.

Después de dejarlo todo listo volvió a entrar y quedándose tras la puerta se sentó en el
suelo esperando escuchar el ascensor. Pasaban los minutos y poco a poco comenzó a
preocuparse porque algo le hubiera hecho a salir más tarde, pero entonces escuchó las
puertas del ascensor y se levantó casi de un salto para aproximarse a la puerta y
observarla por la mirilla.

La enfermera se detenía al ver como había pegada una rosa a su puerta junto a un
sobre con su nombre. Sonrió sin que la pediatra pudiese verla y despegó ambas cosas
de la madera. Se llevó la rosa al rostro para olerla y sin poder dejar de sonreír sacó el
folio que había dentro del sobre para comenzar a leer.

Maca la veía leyendo y sentía como su corazón comenzaba a latir demasiado fuerte,
así que dando un paso atrás se dispuso a respirar con normalidad para después volver
a acercarse hasta a la mirilla descubriendo entonces que la enfermera estaba frente a
la puerta. Elevaba la mano hasta el timbre pero volvía a bajarla apenas dos segundos
después. Tragó saliva viendo como volvía a mirar el folio y se giraba alejándose de allí.

Sin querer pensar si estaba bien o no, se separó lo justo para abrir la puerta y ver como
la enfermera se giraba sorprendida, cruzando sus miradas en un tiempo que su corazón
parecía querer salirse de su cuerpo.

Bastante nerviosa, pero no queriendo mirar otra cosa que no fuesen sus ojos, se
mantenía todo lo firme que podía frente a ella. La enfermera sonrió emocionada,
bajando la vista de nuevo hasta el papel durante unos segundos en los que la pediatra
decidió dar un paso hasta ella. Mirándose nuevamente pudo apreciar como sus ojos
comenzaban a humedecerse mientras ella también daba un paso al frente haciendo
que sonriera.

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A otro paso de distancia se miraban, sin importarles el tiempo que pasaba en aquel
momento, pero era Maca, en un último paso, que llegaba hasta ella para acariciar su
mejilla y ver como esta cerraba los ojos al sentir el contacto de sus dedos, dejando así
libertad al impulso de la pediatra que tomaba su rostro con ambas manos para poco a
poco, inclinarse hacia ella.

Acarició sus labios con la punta de la nariz despacio, cerrando los ojos, sintiendo como
su piel comenzaba a erizarse por tenerla tan cerca.

Mirándola a los ojos sonrió dejando que sus lágrimas cayesen. Y sin esperar más
tiempo, sin soltar su rostro, y sin poder ni querer que sus labios siguiesen
reclamándola, llegó hasta ellos, dejando un primer beso, uniéndolos por completo para
sentir su calor. Sintiendo como la rodeaba con sus brazos quitó las manos de sus
mejillas para hacer lo mismo y ladear su rostro al comprobar cómo la enfermera
comenzaba a abrir sus labios buscando un beso más profundo.

Después de unos segundos de aquella forma volvían a separarse para mirarse a los
ojos. Ambas sonrieron y fue la pediatra quien se separó lo justo para coger su mano y
comenzar a caminar hasta casa, cerrando la puerta con cuidado de no despertar a la
niña y caminar lentamente hasta el dormitorio.

Frente a la cama le quitó el abrigo que aun llevaba puesto y lo dejó sobre la silla. Hizo
que elevase los brazos para quitarle el jersey y la camiseta para más tarde también los
pantalones. Tardando apenas unos segundos fue hasta el armario y sacó un pantalón
largo y una de las camisetas con las que dormía y regresó hasta ella para vestirla al
igual que la había desnudado con anterioridad.

Descubriendo su parte de la cama del nórdico esperó a que se acomodase para llegar
entonces hasta el suyo y acostarse también, no tardando ni un segundo en buscar su
cuerpo para abrazarse a ella y buscar cobijo en su cuello, suspirando al percibir su olor,
su calor.

Ninguna decía nada, solo se limitaban a abrazarse, escucharse respirar mutuamente,


pero sobre todo sentirse y saber que al abrir los ojos tendría delante lo único que
necesitaban.

Casi amaneciendo, mientras la ciudad despertaba, ellas dos dormirían por fin después
de todo el tiempo en el que un paréntesis las había separado de un abrazo como aquel.
Y una niña que se levantaba despacio para caminar con cuidado, sonreía finalmente al
llegar a la habitación de su madre para cerrar la puerta después y volver a su cama.

Una hora después y de lado hacia ella la observaba dormir. Protegía su sueño con el
mayor de los empeños y las fuerzas, la velaba con todos sus sentidos y sonreía feliz por
volver a tenerla con ella.

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Llevando la mano a su rostro acarició su mejilla, despacio, con el cuidado de quien roza
el mayor tesoro que pudiese poseer. Sin apartar su mano se acercó aun mas colocando
su rostro a escasos dos centímetros, dejando un beso en su nariz, en su frente, casi
imperceptible en sus labios…

Con mucho cuidado decidía levantarse y salir para ir a ver a la niña. Cuando llegó a su
dormitorio la vio casi sentada sobre la cama viendo la televisión.

M: Pero bueno… -colocaba os brazos en jarras- Usted debería estar durmiendo y no


viendo la tele, señorita…

Al: Es que me aburría mami, me desperté…

M: Me aburría mami… -negaba con la cabeza- Voy a prepararte la leche para que te
tomes la medicación.

Al: Mamá… -la llamaba haciendo que se girase todavía en la puerta- ¿Esther ya se no va
a ir mas?

Tomando aire para hablar volvió a cerrar la boca mientras sonreía mirándola. La niña
también sonrió y acercándose a ella, le dejaba un beso en la frente para girarse de
nuevo e ir hasta la cocina.

Mientras se disponía a calentar la leche pensó en llamar a Ana, debía hacerlo pronto y
esperaba que pudiera cambiar sus planes. Con rapidez fue hasta el teléfono y tras
cogerlo marcó uno tras otro todos los números de memoria.

A: ¿Sí?

M: ¿Te he despertado? –preguntaba apurada.

A: No, no… Es que estoy con la garganta tomada y tengo esta voz de Manolo que pone
tanto a los hombres. –la pediatra sonreía- ¿Por qué me llamas tan temprano? ¿Pasa
algo?

M: No, pero tengo que pedirte un favor y no puedes decirme que no.

A: Uhm… ¿y qué favor es ese?

M: ¿Qué planes tienes para mañana? –sonreía echando el nesquik en la taza.

Después de que la niña se tomase la medicación la llevó hasta el sofá y dejándola


entretenida de nuevo volvió hasta el dormitorio. Esther seguía tal y como la había
dejado y quitándose la bata elevaba el nórdico para acostarse de nuevo y quedar
abrazada a su cuerpo para así pegar el rostro en su pecho.

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Casi una hora después sentía como la enfermera acomodaba el brazo rodeándola y
acariciaba su espalda. Despacio dejó un beso sobre la piel que tenia pegada a ella y se
acurrucó más en su cuerpo.

M: Aun es temprano… -susurraba separándose lo justo para mirarla y descubrirla con


los ojos abiertos.

E: Jum… -acariciaba su frente retirándole el flequillo viendo a la vez con la pediatra


cerraba los ojos- ¿Has dormido algo? –negaba aun con los ojos cerrados para segundos
después abrirlos despacio- Pues yo es la primera vez que duermo como dios manda en
estos días.

M: ¿Sí? –acomodaba el rostro sobre la almohada sin dejar de mirarla.

E: Sí… -suspiraba y se abrazaba a ella con fuerza- Se ve que solo consigo dormir a tu
lado. –la pediatra sonreía estrechándola entre sus brazos.

Sin desprenderse del cuerpo de la otra seguían en aquel mismo estado en el que Esther
parecía no querer volverse a dormir y Maca simplemente no podía, se dedicaba a
disfrutarla de aquella manera.

E: Oye… -se separaba para mirarla- ¿Desde cuándo eres tú así de romántica? –sonreía.

M: Pues… desde esta mañana. –se arrimaba mas a ella uniendo casi sus labios- ¿No te
gusta? –comenzaba a susurrar.

E: La verdad es que no me esperaba nada así…. –miraba su labios y después de nuevo a


sus ojos- No te tenia por alguien que escribiese notitas y comprase flores.

M: Pues ya ves… -bajaba la mirada de nuevo a sus labios- Esto solo lo has conseguido
tú…

E: ¿Por eso te fuiste corriendo ayer? ¿Para comprar la flor? –la pediatra asentía- Y te
has quedado en la puerta para esperar que llegase.

M: También… y te he espiado por la mirilla de la puerta… -susurraba entrecerrando sus


ojos.

E: ¿Entonces es verdad que me quieres tanto, uhm? –acariciaba sus labios sin llegar a
besarla.

M: No hay papel para decirte cuanto, ni tiempo en el mundo para que lo escuches… -la
miraba fijamente a los ojos.

E: ¿Y nunca más volverás a pensar que alguien podría ser más importante para mí que
tú? ¿Ni me alejarás de esa manera?

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M: Nunca, te lo juro.

E: Y hablarás conmigo de todo lo que te asusta y me dejarás ayudarte.

M: Sí. –sin proponérselo unas tímidas lágrimas comenzaban a caer de sus ojos.

E: Bien… -con ambas manos sobre arrastraba la humedad de sus ojos.

M: Siento como me comporté… y como hice las cosas. –la miraba- Fue como si no
tuviese nada a lo que agarrarme y… tuve muchísimo miedo.

E: Sé que no hice bien tampoco… -acariciaba su frente retirándole el flequillo- Me vino


todo grande, supongo que nunca creí que a nosotras nos pasase esto.

M: Nunca más volverá a pasar. –se acercaba a ella sin llegar a besarla- Nunca.

E: Vale. -la besaba despacio.

M: Vale. –asentía sin apartar sus ojos de ella.

E: Pues ahora dame un beso de buenos días que me tienes esperando ya un rato.

Acariciando primero sus labios con el pulgar la miró durante unos segundos para
finalmente acortar la distancia que las separaba y llegar hasta su boca. Esta la recibía
abierta, buscando su calor y entregándole el suyo, sintiendo como un suspiro salía de
los labios de la pediatra mientras acariciaba su cintura.

M: Te quiero muchísimo… -susurraba mientras volvía a abrazarla para esconderse en su


cuello.

E: Y yo a ti. –acariciaba su espalda.

M: ¿Vas a quedarte aquí verdad? –se separaba para mirarla- Traerás tus cosas otra
vez…

E: Pues… -miraba al techo intentando no sonreír- Me lo tengo que pensar…

M: Esther… -la miraba fijamente.

Finalmente la enfermera sonreía negando con la cabeza y la besaba de nuevo más


calmadamente varias veces.

E: Al final va a ser verdad que me quieres tanto como dices. –la pediatra fruncía el
ceño- Es broma, tonta... –sonreía.

M: No pienso dejar que vuelvas a irte a ir a ninguna parte que lo sepas, como si tengo
que encerrarte de por vida en esta habitación.

E: Eso no suena nada mal. –sonreía.


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Eras las cuatro de la tarde, el sol daba un agradecido calor en esas fechas de invierno y
la casa se mantenía casi en silencio.

Alba dormía en su cama mientras que en el sofá, la pediatra descansaba sobre el


regazo de Esther que dejaba varias caricias sobre su pelo mientras miraban la
televisión. Rodeando una de sus piernas con su brazo, dejaba la mano descansar sobre
su muslo, moviendo sus dedos casi de forma automática sobre la tela de su pantalón.

Quitando la vista del televisor se dispuso a mirar el recorrido de sus dedos, ir despacio
hasta su rodilla, para luego regresar hasta donde estaban con anterioridad… De aquella
forma pasó varios segundos para finalmente girarse y estar de frente a la enfermera.
Esta bajó la vista sorprendida por sus movimientos y la vio con el semblante serio pero
relajado a la vez, llevando la mano hasta el borde de su camiseta para subirla y
comenzar a besar su vientre.

Esther suspiraba al sentir su aliento sobre su piel y de nuevo moviendo su mano


llegaba hasta acariciar su cabello. Parecía que la pediatra no tenía intención de parar
aquello y comenzaba a incorporarse lentamente mientras seguía avanzando con sus
besos aproximándose a su pecho.

M: Vamos a la habitación… -susurraba mirando sus labios y llevando su mano hasta su


torso.

Sin despegar sus labios, caminaban casi a tientas por el pasillo rumbo al dormitorio.
Nada más entrar la pediatra cerraba la puerta sin girarse y pasaba el pestillo sintiendo
como era arrastrada por los labios de la enfermera hacia la cama.

Cuando Esther sentía que habían llegado se dejó caer para quedar sentada mientras la
pediatra iba tras ella recostándose finalmente encima de su cuerpo, abriendo aun mas
sus bocas. Las manos de Maca decidían formar parte también de aquel momento
llegando hasta su abdomen, agarrando sus costados con fuerza mientras las de la
enfermera buscaban el borde de su camiseta para desprenderse de ella.

Recorriendo con la punta de su lengua su estomago, se iba deslizando sin prisa,


tomando la cintura de su pantalón mientras lo bajaba y Esther subía sus caderas lo
justo para ayudarla.

Desnudas, y teniéndola a su merced, se tendía a su lado llevando la mano hasta su


pecho cuando nuevamente buscaba sus labios. Entrelazando su pierna a la de la
enfermera hacia que su sexo quedase pegado a su muslo, suspirando al no poder
contenerse y sentir como sus caderas me movían buscando la fricción.

La enfermera suspiraba al notar el calor pegado a su piel, y necesitando también de ella


agarraba su mano guiándola hasta su propio sexo, sintiendo como deslizaba sus dedos
por la humedad que ya desprendía. Sin dejar de besarla, Maca lo acariciaba, gimiendo
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directamente en su boca al notar su excitación y la suya propia, comenzando a moverse
más rápidamente en contacto con su piel, colando sus dedos en el sexo de la
enfermera que se movía inquieta.

M: Esther…

Susurrando su nombre con la voz completamente ronca, conseguía que la enfermera,


sin dejar de mirarla a los ojos, ejerciese más presión con su pierna en el punto justo
donde la pediatra necesitaba, sintiendo como su músculos se tensaban en aquellos
últimos segundos… y queriendo que llegasen a la vez, comenzó a mover sus dedos
rápidamente sobre su clítoris, mas y mas rápido mientras ella se movía casi a la misma
velocidad.

Sin dejar de mirarse a los ojos se humedecían los labios que por la respiración,
permanecían secos al contrario que el resto del cuerpo que envuelto en sudor,
comenzaba a relajarse poco a poco.

La mano de la pediatra seguía en aquel mismo sitio, moviéndose lentamente, haciendo


que Esther suspirase complacida y cerrase los ojos mientras sentía como comenzaba a
besar también su cuello.

M: Me encanta acariciarte… -susurraba sin detener los movimientos de su mano.

E: Mmm… -reclinaba la cabeza.

De aquella manera, y durante un espacio de tiempo de aproximadamente una hora,


dentro de aquella habitación solo había lugar para una cosa, quererse sin condición y
demostrarlo de la forma en que las palabras decidían aguardar en un rincón hasta que
llegase su momento.

Después de cenar y no dejando que cruzase la puerta, el cuerpo de la enfermera era


rodeado por los brazos de la Maca mientras besaba su cuello una y otra vez sin poder
ni querer parar de hacerlo. Esther reía y se dejaba hacer hasta que finalmente debía
detener aquello.

E: Cariño, tengo que irme…

M: Pero si yo no te dejo no lo harás… -seguía sin despegarse de ella- Y te quedarás aquí


conmigo.

E: Pero debo irme. –sonreía mientras se separaba de ella sin despegar sus pies del
suelo- Y lo sabes.

M: Ya…

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E: Y vas a ser buena y vas a dejar que me vaya. –la besaba- Y te vas a echar a descansar
con la niña. –volvía a besarla- Y mañana por la mañana como llegaré tarde
desayunamos juntas… -ambas sonreían- ¿Qué me dices?

M: Que mañana va a ser un gran día. –la besaba despacio- Te lo prometo.

E: Buenas noches, cariño.

Soltando su mano poco a poco salía finalmente para entrar en el ascensor y marcharse
a la vez que la pediatra cerraba la puerta y se dirigía al salón donde Alba veía la
televisión.

M: Bueno, vamos a repasar lo que hablamos antes. –se sentaba a su lado.

Al: Vale.

M: Mañana cuando Esther llegué tu seguirás haciéndote la dormida, justo cuando


nosotras nos vayamos vendrá la tita Marta y te irás con ella y con Luis en el coche.

Al: Y tú llamarás para decir qué vais de camino y estemos esperando.

M: Muy bien. –sonreía acariciándole el pelo- Y cuando nos volvamos a ver te dejaré lo
que tienes que llevar para que cuando yo te llame me lo des.

Al: Vale.

Mientras tanto, Esther llegaba al hospital y tras firmar se dirigía hasta el vestuario para
colocarse el uniforme y ponerse manos a la obra. De camino a rotonda se cruzaba con
Cruz que se detenía al verla.

E: ¿Cómo va la noche?

C: Pues tranquilísima… Yo en cuanto acabe lo que estoy haciendo pienso echarme un


rato.

E: Pues eso haré yo. Voy a ver si termino lo que dejé ayer y me echo en la salita.

C: Claro, así descansas y mañana estás fresca cuando salgas. –sonreía guiñándole un
ojo antes para seguir su camino.

Mientras caminaba hacia lencería su móvil vibró dentro de su bolsillo, sonriendo lo


sacó para abrirlo y ver que se trataba de un mensaje; Te quiero.

E: Que tontita está. –sonriendo lo cogía con ambas manos para contestar.

Pasadas las ocho y media, Esther salía ya del vestuario para ir a casa y colocándose la
bufanda alrededor del cuello llegaba hasta el mostrador donde Teresa se disponía a
comenzar su turno.
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E: Buenos días, guapa.

T: Buenos días… -sonreía ampliamente- ¿Qué tal la noche? ¿Tranquila?

E: Mucho, he dormido casi todo el turno… así que estoy como si no hubiera hecho
nada, más fresca que una rosa, vamos.

T: Ais… bueno, ¿y te vas ya? –salía para acerarse a ella.

E: Sí. Maca me está esperando para desayunar en casa… -sonreía.

T: Como me alegro de que hayáis arreglado las cosas hija, como me alegro. -la rodeaba
con ambos brazos y dejar varios besos en su mejilla- Y venga, vete no la hagas esperar.
–le daba cariñosamente en el trasero mientras la seguía mirando.

E: ¿Qué te pasa, Teresa?

T: Nada, que estoy contenta hoy. Pero vete ya, venga… -la enfermera sonreía negando
con la cabeza y se dirigía hasta la puerta- Hasta mañana, hija.

E: Hasta mañana.

Metiendo ambas manos en los bolsillos de su abrigo salía y comenzaba a recorrer el


camino de las ambulancias hasta la puerta principal. Sorprendiéndose comprobó como
un hombre se acercaba a ella a paso decidido.

-¿Esther García?

E: Eh… Depende…

-Soy taxista. Me llamaron para que la esperase en la puerta y la llevase a la dirección


que me dijeron.

E: ¿Le llamaron?

-Así es… Así que si me acompaña por favor.

E: Claro.

Sorprendida siguió a aquel hombre hasta el que suponía era su taxi aparcado en la
entrada. Montó y conforme recorrían la ciudad, veía que como suponía, se dirigía hasta
casa. Frente a la puerta abrió su bolso.

E: ¿Qué le debo?

-Está pagado señorita, no tiene que preocuparse.

E: Pues gracias. –sonreía- Y que tenga un buen día.

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-Igualmente.

Sin poder dejar de sonreír subía las escaleras buscando las llaves en su bolso, cuando
llegó a la puerta esta se abría sorprendiéndola a la vez que la pediatra se colocaba
frente a ella.

M: Buenos días. –colocando una mano en su espalda hacia que se pegase a ella y así
besarla durante unos segundos.

E: ¿Y todo esto? –sonreía.

M: Cámbiate que nos vamos a desayunar. –hacia que pasase.

E: ¿Cómo que nos vamos? ¿Y la niña?

M: Tú no te preocupes por eso, vístete que tenemos que irnos.

Caminando de un lado a otro del recibidor esperaba a la enfermera salir. Se pellizcaba


el labio intentando así apaciguar sus nervios y cuando finalmente la escuchaba regresar
se giraba con una sonrisa en los labios.

E: No me has dicho donde vamos y como tú vas en vaqueros, pues yo voy igual. –
sonreía.

M: Estás preciosa. –cogió su mano con fuerza y tras besarla una vez más abría la
puerta.

E: ¿Y no me dices donde vamos?

M: Sshh

Parándose en el umbral cerraba tras ellas y sonriendo por última vez comenzaba a
subir las escaleras sin soltar su mano y cada vez más deprisa haciendo que la
enfermera riese por la situación.

Una vez abría la puerta de la azotea ambas pasaban y tras caminar unos metros podía
ver como justo donde ellas se sentaban había una manta extendida, un termo al lado
de dos tazas y un plato tapado cuidadosamente.

M: Señorita… -sosteniendo su mano la ayudaba a tomar asiento sobre la manta.

Sin poder dejar de sonreír ni un segundo se sentaba a un lado viendo como ella se
sentaba justo al otro y comenzaba a echar en su taza un chorro humeante de leche con
nesquik haciendo que riera. Destapó el plato mostrando varios dulces y un par de
tostadas con mantequilla y mermelada.

E: Me tienes impresionada. –sonreía dando un trago de su taza cogiendo después una


tostada.
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M: Bueno, no es un desayuno con las vistas de la torre Eiffel pero no está mal. –la
miraba fijamente.

E: Me encanta que hayas hecho esto… -ladeaba su rostro para besarla y después dar un
mordisco a la tostada- Pero… ¿a qué se debe?

M: Querías un desayuno y aquí lo tienes… Y así aprovecho la situación y hago algo que
llevo queriendo hacer hace tiempo.

E: ¿El qué? –se sacudía las manos sin dejar de mirarla.

M: Verás… Antes de que… antes de que pasase todo aquello yo compré algo. –la
enfermera asentía dándole confianza para seguir- Y… -se levantaba para de pie frente a
ella, colocar las dos rodillas en el suelo y estar más cerca- Yo quiero pasar el resto de mi
vida contigo… y… -se detenía y en silencio la miraba a los ojos.

E: Maca…

M: Esther… -carraspeaba acercándose más a ella, intentando permanecer tranquila


mientras metía la mano en su bolsillo sacando después una cajita color granate y
abrirla frente a ella, mostrando sendos anillos en oro blanco- ¿Quieres casarte
conmigo?

Impresionada por ver lo que tenia frente a ella se llevó la mano a los labios mientras
era incapaz de cerrarlos y miraba de nuevo a la pediatra.

M: ¿Qué me dices? –tragaba el nudo en su garganta.

E: Yo… -sonreía nerviosa- Maca… -volvía a mirar los anillos.

M: Esther, si no contestas pronto me va a dar un infarto.

Mirándola de nuevo seguía mostrando una sonrisa nerviosa para finalmente lanzarse
sobre ella haciendo que cayese de espaldas y echadas sobre el suelo comenzaba a
besarla.

E: Sí, sí, sí… -la besa- sí… -volvía a besarla- Me quiero casar contigo. –mirándola
fijamente a los ojos era entonces la pediatra quien llegaba a su labios comenzando un
beso más intenso para separarse segundos después.

M: Levanta. –deprisa hacia que se pusiese en pie para coger su mano y comenzar a
correr hacia la puerta y bajar de nuevo las escaleras.

E: ¡Pero Maca!

M: Tú sígueme, venga. –sin soltar su mano bajaban al garaje y llegaban hasta el coche.

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La enfermera se sentaba en el asiento del copiloto para abrocharse después el cinturón
mientras sentía el mismo nerviosismo que la pediatra sin saber qué pasaba. Después
de arrancar la veía incorporarse a la carretera sin decir una sola palabra. Poniendo el
manos libres del móvil buscaba en la agenda para después llamar y colgar apenas tres
segundos después.

E: ¿Me dices donde vamos, Maca?

M: Ahora lo verás. –sonriéndole tomaba una curva para llegar pocos minutos después
hasta donde pretendía y aparcaba el coche- Vamos.

E: Pero… -se quitaba el cinturón y bajaba del coche encontrando ya a la pediatra junto
a ella para cogerle la mano y caminar hacia la entrada- ¿Qué hacemos aquí?

Recorriendo los pasillos llegaron hasta la sala donde las esperaban y al abrir la puerta la
enfermera abría los ojos por completo al ver a su hermana y a Pablo a un lado con Luis
y al otro a Ana con la niña sentada a su lado. Parándose al sentir que Maca lo hacia se
giraba para mirarla.

M: Ya no puedes echarte atrás, me has dicho que sí… -fatigada, sonreía mirándola.

E: Pero… -volvía a mirar al frente durante unos segundos girándose otra vez después-
¿Ahora? ¿Así? –miraba su ropa.

M: Me casaría contigo en cualquier parte y cuando fuese... –se acercaba a su rostro-


¿Qué mejor momento que este?

Delante del juez ambas miraban al frente mientras este decía su discurso y la parte
legal de la ceremonia. Sonreían y se miraban sin poder remediarlo mientras tras ellas,
Ana no podía contener su llanto y tenía que hacer uso de los pañuelos que había
llevado consigo sabiendo que aquello ocurriría. Marta sonreía y miraba a su marido
que cogía su mano.

En la última parte, la pediatra se giraba hacia su hija y llamándola con la mano hacia
que acercase con los anillos que previamente ella le había dado antes de ocupar sus
sitios. Las dos la miraban sonriendo, viendo como caminaba despacio y con cuidado
hasta que se quedaba junto a ellas y era Maca la primera en coger el que debía ponerle
a la enfermera. Tras deslizarlo por su dedo y repetir las palabras del juez, besaba sus
manos y era Esther entonces quien cogía el suyo y tomando su mano se lo colocaba
despacio para sonreírse una vez más antes de terminar con la ceremonia.

Tras firmar ellas y los testigos, y con el beneplácito del juez, se quedaban frente a
frente para despacio, comenzar a acercar sus rostros para unirse en un beso y
abrazarse durante los segundos que aquel momento duraba.

A: ¡Vivan las novias!


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El grito de Ana las hacia sonreír aun sin despegarse y todos los que aun permanecían
allí comenzaban a aplaudir haciendo que finalmente se separasen y la enfermera se
agarrase al brazo de Maca sintiendo el rubor apoderarse de sus mejillas.

Pocos minutos después y ya en la puerta, las chicas accedían a inmortalizar el


momento mientras Pablo con su cámara sacaba algunas fotos y pedía después que se
juntasen con los niños y más tarde con Ana y su mujer.

M: Y ahora… -susurraba haciendo que se girarse y mirase hacia la salida de los coches.

E: Maca. –abría los ojos por completo- ¿Una limusina?

M: Espérame aquí un segundo. –corría hacia los demás- Ana, toma, las llaves de mi
coche, lo dejas aparcado ¿vale? –le entraba las llaves- Cariño… -se agachaba frente a la
niña- Pórtate bien eh, y no andes mucho que aun estás malita.

Al: Vale, mami. –sonreía dejándose besar.

A: ¡Disfrutad de la noche! –gritaba aun emocionada viendo a la pediatra abrazando a


Esther por detrás mientras se acercaban hasta la limusina.

Entrando en aquel coche la enfermera seguía sin poder reaccionar mientras miraba
todo a su alrededor. Después de cerrar la puerta, el chofer arrancaba y comenzaba a
circular llamando la atención de todo aquel que se cruzaba en el mismo camino.

E: ¿Dónde vamos?

M: A disfrutar nuestra noche de bodas… -susurraba acercándose a ella- Son las once de
la mañana, pero nosotras empezamos ya. –sonreía.

E: Maca… -ladeaba el rostro mirándola- Que nos hemos casado. –reía nerviosa.

Diez minutos después la limusina aparcaba frente a la entrada de un lujoso hotel y un


empleado del mismo abría la puerta del coche para que ambas saliesen. Después de
coger la llave y encaminarse hasta el ascensor llegaban a la última planta y recorrían el
pasillo hasta la habitación que se describía ya en la puerta como “Suite nupcial”.

Nada más cruzarla, la pediatra la rodeaba con sus brazos mientras ella se quedaba en
silencio mirando aquel espacio.

M: Hasta mañana por la mañana mi mujer y yo vamos a disfrutar de un descansito y de


nuestra noche de bodas. –la enfermera se giraba emocionada- ¿Suena bien eh? –
sonreía acariciando su mejilla.

La noche había caído al igual que varias botellas de champagne y los platos de comida
que habían disfrutado como cena sin salir de aquel dormitorio.

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La enfermera dormía bocabajo y desnuda sobre la cama mientras la pediatra había
salido envuelta en uno de los albornoces a la gran terraza que había tras las puertas de
cristal. Miraba al cielo sentada en una de las tumbonas escuchando solamente el
silencio hasta que la presencia de Esther llamó su atención y con una sonrisa se giró
para mirarla mientras extendía su brazo para que se sentase sobre sus piernas.

E: ¿Qué haces aquí solita?

M: Nada… -besaba su hombro- ¿Has dormido bien? –preguntaba acariciando su pelo.

E: Muy bien… Esa cama es fea de grande, eh… -la pediatra sonreía sin dejar de mirarla-
Te pones a hacer el pino y aunque te caigas lo haces dentro. –sonreía- He pensado una
cosa, cariño…

M: Uy que miedo. –sin borrar su sonrisa rodeaba su cintura con ambos brazos.

E: A ver… Ahora tenemos dos casas, y es una tontería… -la pediatra asentía dejando
que continuase- Así que he pensado que podíamos vender los dos pisos y comprar otro
¿no?

M: Un piso.

E: Sí, o… -alzaba el dedo- Que un día hablando con Nuria, la que vive encima de tu
casa, me dijo que andaba de follones con la dueña o no sé qué… así que podríamos
hablar con ella, y ver si podemos conseguir quedarnos con ese a cambio del mío y
comunicar los dos.

M: ¿Y no te parece mejor que vendamos los dos y compremos una casita con jardín?
Con nuestro propio garaje y que tenga más habitaciones… por alguna de esas
urbanizaciones que hay cerca del centro.

E: No es mala idea… -se quedaba pensativa- Sí, me gusta más eso.

M: Claro… -asentía sonriendo.

E: Oye y… ¿podremos tener un perrito? –se acomodaba en su hombro.

M: Uf… -cerraba los ojos sin dejar de sonreír- ¿Ahora también vas a estar tú con lo de
tener un perro?

E: Cariño, si vamos a tener un jardín y espacio no es lo mismo que en un piso… Anda,


por fa… -se abrazaba a ella- Y a la niña le hará mucha ilusión.

M: Ya veremos. –la miraba a los ojos- ¿Vale?

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E: Vale… -guardaba silencio mientras comenzaba a acariciar su brazo y al ver su anillo
brillar en la oscuridad elevaba la mano para quedarse observándolo haciendo que la
pediatra la imitase- Ha sido un buen día…

M: Sí. –entrelazaba la mano a la suya para mirarla- Un gran día.

E: Pero habrán muchos más.

Despacio se levantaba para coger su mano y llevarla de nuevo hasta el interior,


cerrando la puerta de la terraza tras ellas.

La puerta del piso se abría y como si de un terremoto se tratase, Alba y Luis pasaban
corriendo tirando sus mochilas al suelo mientras la enfermera respiraba por fin
entrando al salón, donde Maca los esperaba arreglada para volver a marcharse todos
juntos.

E: Dios, yo no sé que han comido estos hoy pero cualquiera les sigue el ritmo.

M: Tenemos que irnos.

E: ¿A dónde?

M: A ver una cosita. –sonreía besándola- Así que no tienes ni tiempo para sentarte.
Vamos. –llegaba hasta la puerta- ¡Niños volver aquí que tenemos que irnos!

En el coche, tanto la enfermera como los niños preguntaban dónde iban haciendo reír
a la pediatra que sin decir una palabra sentía la insistencia y los nervios de todos.
Varios minutos después, Esther comenzaba a recordar aquel camino, el mes anterior
habían hecho el mismo recorrido y creyendo saber que era lo que pasaba miró a Maca
que sin mirarla a ella sonreía.

Llegaron a una urbanización y tras varias casas la pediatra aminoraba la velocidad hasta
aparcar frente a una de ellas. Los niños bajaban corriendo y esperaban a que ellas
dijesen donde había que ir.

E: Maca…

M: Ahora me riñes lo que quieras pero espérate cinco minutos, anda.

Sacando las llaves de su cazadora abría la puerta que daba a la entrada de la casa y los
niños entraban mirando todo con curiosidad. Caminaron por la parte de jardín que
había hasta la entrada y frente a ella, Maca abría sin prisas para que todos pasasen.

Al: Que chula…

M: ¿Te gusta? –sonreía mirándola mientras esta asentía- Pues sube que la habitación
que está con la puerta abierta es la tuya. –la niña giraba el rostro rápidamente- ¡Venga!

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Al: ¡Luis, vamos! –en una nueva carrera los dos subían las escaleras hasta el piso
superior.

E: ¿Y esto? –se giraba hacia ella.

M: ¿Es la que más te gustó, no? –movía las llaves con ambas manos- Y no me digas que
no, que sé la cara que pusiste al verla.

E: Ya, pero es carísima, Maca.

M: No es tan cara… y he hablado con los del banco y podemos ir mañana a firmar los
papeles.

Mientras la enfermera recorría aquel salón aun vacio no podía evitar que poco a poco
una sonrisa se fuese formando en sus labios para finalmente girarse a varios metros de
ella y mirarla.

Al: ¡Esther! ¡Esther! –gritaba haciendo que ambas mirasen hacia arriba para verla bajar
con algo en los brazos- ¡Mira!

Mirándola para ver qué era lo que la hacía estar así, descubría como con sus brazos
rodeaba el cuerpo de un perro con claros síntomas de haber estado durmiendo.

E: Pero que guapo… -se quedaba de rodillas acariciándolo una vez la niña lo dejaba en
el suelo.

M: Guapa. –puntualiza- Es guapa.

Al: ¡¿Es para mí?! –preguntaba visiblemente nerviosa.

M: Si la quieres, si no la devuelvo y aquí nadie ha visto nada… -sonreía.

Al: ¡Gracias mami! –corría hacia ella para abrazarla- ¡Ya sé como la vamos a llamar! –
miraba de nuevo a la enfermera.

E: ¿Cómo? –preguntaba sonriendo.

A: Tara. –la cogía en brazos.

L: ¿Podemos jugar con ella en el jardín? –preguntaba acariciándola.

M: Pero con cuidado que aun es pequeñita, eh. –sonreía viendo como se marchaban
con la perra en brazos.

E: Eres… -comenzaba a caminar- …la mejor. –sonreía quedándose frente a ella.

M: Podemos poner una casita en la parte de atrás que hay mucho espacio y… -de
improvisto la enfermera cogía su rostro con ambas manos para besarla- ¿Y esto?

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E: Pues que te quiero. –sonreía.

M: Una buena razón, sí… -sonreía también- Pero puedes seguir eh… porque sé que me
quieres mucho.

E: Ven aquí. –agarrándola por el cuello de su camiseta volvía a besarla mientras la


pediatra la rodeaba con sus brazos.

Años después.

Teresa salía del mostrador con el rostro iluminado por la imagen que tenia frente a ella.

T: ¿Pero a quién tenemos aquí? –alzaba la voz.

M: Dile… hola, Teresa… -le susurraba cerca del oído.

-Hola Tesa… -movía la mano.

T: Pero que guapo está. –cogía su mano dejando varios besos en ella- ¿Y Esther?

M: Ha ido a recoger a la niña y ahora viene, así que cuando lo haga le dices que me
busque en el despacho de Cruz ¿vale? Vamos a ver cómo van los pulmones de este
hombrecillo.

T: Yo se lo digo… ¡Pero qué guapo, madre!

-¡Apo ade! –la imitaba.

M: Vámonos que como empiece así tenemos para toda lo que queda de mañana. –reía.

Con el niño en brazos recorría urgencias deteniéndose prácticamente a cada minuto


cuando algún compañero los veía y se acercaba hasta el pequeño. Después de varios
intentos llegaban al despacho de Cruz y tocaba a la puerta entrando después.

M: ¿Se puede?

C: Pasa, pasa… -sonreía levantándose- Pero si tenemos aquí al rey de la casa. –se
sentaba en el borde de la mesa sonriendo- Hola Álvaro… -se inclinaba hacia él.

M: Dile hola, cariño. –le cogía la mano para que la moviese y sonreía escondiéndose en
el cuello de su madre- Uy que timidillo… pero si ya la conoces. –este se escondía aun
mas- Nada, como le dé por la timidez…

C: ¿Le miramos ahora o viene Esther?

M: Ahora viene, ha ido a recoger a Alicia al colegio. Voy a sentarme porque este pesa
ya lo suyo y no veas… -tomaba asiento colocando al pequeño sobre sus piernas.
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C: ¿Cómo va?

M: Bien, apenas tiene pitos ya… -le peinaba un poco el pelo con la mano- Tose de vez
en cuando pero mucho mejor, donde va a parar.

C: ¿Y anda igual de nervioso?

M: Yo creo que eso es suyo para toda la vida, es igual que Esther… -sonreía- Ha sacado
todo su nervio y la impaciencia.

Alv: Allo… -señalaba una figura sobre el mueble.

M: Sí, cariño… un caballo. –comenzaba a moverse queriendo bajar al suelo- ¿Ves?

C: Déjale, anda. –sonreía viendo como comenzaba a caminar hasta el mueble- No va a


poder moverlo de lo que pesa.

Alv: ¡Mamá! –gritaba girándose mientras no soltaba la figura.

C: Mira que bien dice eso. –se cruzaba de brazos.

M: No lo sabes tú bien… -miraba al pequeño- No se puede coger, cariño, pesa mucho…


A ver si viene esta mujer. –miraba el reloj.

Corriendo por la puerta de urgencias entraba Esther con Alicia en brazos y nada más
llegar al mostrador la dejaba encima viendo como Teresa parecía no estar allí en aquel
momento.

E: ¿Dónde está esta mujer?

T: ¿Eh? –se levantaba sorprendiéndola- ¡Hola! –salía de nuevo del mostrador- Hola,
guapísima.

Ali: Hola, Teresa.

E: ¿Qué hacías ahí abajo escondida si se puede saber? –sonreía.

T: Ay hija… buscando una carpeta que como siempre nadie las pone en su sitio. –
miraba de nuevo a la niña- Y tú que mayor que estás, eh…

E: Claro, y muy guapa. –le colocaba bien la coleta- ¿Maca donde está?

T: Ha dicho que vayas al despacho de Cruz que está allí con el niño esperándote.

Ali: Yo quiero ir con el hermano, mami.

E: Vamos, sí… -la bajaba del mostrador- Ahora venimos, Teresa.

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Al igual que pasase con Maca y Álvaro, el camino al despacho de Esther y Alicia era un
parar continuo para que saludasen a la pequeña. Ya frente a la puerta abría
escuchando los balbuceos de su hijo.

M: Pero si tengo aquí a mi princesita. –la cogía de la cintura y comenzaba a besarle el


cuello consiguiendo que riera- ¿Qué tal el cole?

Ali: Bien, hemos hecho figuras con arcilla.

M: Que chuli.

C: No puedes decir que no es igual que tú, por dios. –reía mirando a la pediatra- Es una
fotocopia tuya en pequeño.

E: Así está de guapa… –sonriendo caminaba hasta el pequeño- ¿Y mi cabezota que


hace por aquí andando solo? –lo subía en brazos.

Alv: Allo… -volvía a señalar.

E: ¿Has visto quien ha venido? –iba hacia la pequeña.

Alv: Isia… -bajaba los brazos queriendo ir con ella.

E: ¿Vamos a hacerle la ecografía ya? Como empiece a enjugascarse ya no hay solución.

C: Sí, vamos. –se colocaba el fonendo alrededor del cuello.

E: Venga, venga… -lo dejaba en el suelo- Dale la mano, cariño, y no se la sueltes ¿vale?

Ali: Vale. –comenzaba a caminar para salir del despacho.

C: Que gusto de hijos, madre mía… -metía las manos en los bolsillos de su bata.

M: Eso dilo ahora, que cuando lleguemos a casa es otra cosa. –cogía la mano de la
enfermera mientras caminaba a su lado.

E: Espérate que habla la adulta ¿sabes? Que cuando escuchas risas y escándalo ¿Dónde
está Maca? –la cirujana sonreía- En todo el ajo.

CyM: Jajaja.

Ya con el niño en la camilla, Cruz se mantenía en silencio durante los primeros minutos
mientras observaba con concentración la imagen en la pantalla.

C: Pues aunque parece que hay alguna manchita por aquí… -se acercaba al monitor- Es
muy, muy pequeña para preocuparse.

M: Apenas se ve.

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E: Ya pero no deja de estar ahí… -intentaba mantener al niño quieto mientras miraba la
imagen del ecógrafo.

M: Ya Esther, pero eso con el tiempo se irá, yo no me preocuparía.

E: ¿Seguro?

C: Estoy con ella. –dejaba el aparato sobre la mesa mientras la pediatra comenzaba a
limpiar su pecho del gel- Para tener 18 meses y haber pasado una neumonía así, tiene
unos buenos pulmones.

M: Ya está cariño, ya está. –lo cogía en brazos de nuevo y este comenzaba a mirar a su
hermana.

C: Pues yo creo que con dos semanas más con el aerosol es suficiente. –se ponía en
pie- Le hacemos otra revisión entonces y veréis como ya no está.

E: Ya no tose tanto y apenas tiene pitos… Pero como no para quieto un segundo. –
suspiraba.

C: Bueno, cariño, no puedes pretender que salga tranquilo teniendo la madre que
tiene. –sonreía.

E: Ya estamos con lo mismo. –miraba a la pediatra- ¿Tú no dices nada?

M: Ah no… que yo no quiero llevarme la bronca después. –se giraba mirando al


pequeño- Yo aquí con mi hombre que él no me riñe… ¿a qué no? –sonreía mirando a
su madre y tras darle un beso se giraba hacia Alicia que dibujaba sobre la mesa- Enana
ven… -extendía el brazo para darle la mano- Que nos vamos.

C: A ver si un día preparamos una cena o algo ¿no? Hace tiempo que no quedamos…

E: No estaría mal.

C: ¿Y Alba como está? Hace mucho que no la veo, ya ni se pasa por aquí.

E: Está en la edad de querer ir a su rollo y pensar que el mundo entero está en su


contra. –sonreía.

M: Con decirte que ya nos ha dicho que en cuanto cumpla los dieciocho se busca un
trabajo y un piso para compartir con sus amigas.

C: Jajaja.

E: Tenemos de todo hija, de todo… En casa no nos aburrimos nunca. –acercándose a


Maca cogía a la pequeña también en brazos.

C: ¿Pero ya le queda poco no? ¿Era en septiembre cuando los cumple?


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E: Sí, nos quedan cuatro meses para que llegue el día del juicio final. –llegaban hasta la
entrada de urgencias.

T: ¿Quién quiere un caramelo? –llegaba hasta ellas.

M: Teresa… -se quejaba- ¿Siempre que los veas les tienes que dar caramelos?

T: Déjame… -movía la mano en el aire- La abuela Teresa los malcría que tiene el
derecho. –las tres mujeres sonreía al ver como Álvaro estiraba la mano para coger lo
que esta la ofrecía y luego le daba otro a Alicia- Ahora un besito… -colocaba la mejilla.

M: Y ya vámonos que aun hay que preparar la comida y mira que horas es.

En la cocina, Esther se disponía a preparar lo último para la hora de la comida mientras


Alicia sentada a su lado doblaba las servilletas para llevarlas después a la mesa. En el
salón, las carcajadas de Álvaro llenaban la casa mientras la pediatra no podía también
dejar de reír al verle.

Alv: Ma… -alzaba los brazos.

M: Más.

Cogiéndole de manera que lo alzaba por encima de su cabeza, simulaba primero que
volaba y luego lo dejaba caer a una distancia prudencial sobre el sofá y los cojines que
había preparado para amortiguar su caída.

Alv: Jajaja –colocándose bocabajo se escurría de entre los cojines para poner los pies
en el suelo y volver a mirar a su madre- Ma… -subía de nuevo los brazos.

M: Auupaaa… -lo volvía a mantener en el aire- Y…. ¡abajo! –lo dejaba caer de nuevo
viendo como entonces se quedaba mirándola desde el sofá y de esa manera
comenzaba a colocar todos los cojines encima de él haciendo que solo los pies que
movía en el aire pudieran verse- Jajaja ¿Dónde estás?

Alv: ¡Ah! –con la fuerza de sus manos tiraba los cojines dejándose ver.

M: ¡Hala! –se agachaba hacia él para comenzar a hacerle cosquillas.

E: Venga… que su papilla ya está. –salía con el plato para dejarlo en la mesa.

M: Mira lo que trae mamá… -le señalaba para que mirase- Tú comida.

Ali: ¿Mami le puedo dar yo hoy de comer? –se apoyaba junto a ellos con ambos brazos
sobre el sofá.

M: Claro, ven. –cogiendo al pequeño en brazos iba hacia la mesa y tras sentarlo en su
trona se colocaba en la silla de al lado y dejaba a la niña sobre sus piernas- Vamos a ver
primero si está muy caliente para que no se queme.
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Cogiendo con la cuchara un poco de la papilla del niño se la llevaba a los labios para
comprobar la temperatura. Tras unos segundos la llenaba aun más para dársela a la
niña.

M: Toma.

Despacio, Alicia cogía la cuchara y la acercaba a la boca de su hermano que ya la había


abierto esperándola. La pediatra sonreía mirándolos a ambos y volvía a llenarle la
cuchara.

M: Mira qué bien se la come… te vamos a nombrar jefa para que tú le des de comer. –
la niña sonreía.

E: ¿Alba iba a venir a comer hoy o tampoco? –entraba de nuevo con la bandeja.

M: Cualquiera lo adivina… -suspiraba- Llámala al móvil a ver que te dice. –como le


había dicho, la enfermera iba hasta el teléfono y comenzaba a marcar.

E: Ahora falta que me lo coja. –regresaba a la mesa.

Al: Dime.

E: No, dime tú… ¿vas a venir a comer hoy?

Al: Voy de camino, no he podido salir antes de clase pero me da tiempo a llegar
¿Habéis empezado ya?

E: Si vas a venir nos esperamos.

Al: Vale, pues tardo quince minutos.

E: Que viene en quince minutos… -dejaba el teléfono en el brazo del sofá- Pues voy a
llevar esto otra vez al horno y ahora lo sacamos cuando llegue.

M: Mejor, así terminamos de darle de comer a este caballerete y comemos tranquilas.

Alba llegaba a casa y a tiempo para comer con ellas y su hermana. Tras la comida,
pasaron al sofá a beber el café que la pediatra había preparado. Álvaro, en los brazos
de su hermana mayor miraba a esta mientras no dejaba de tocarle la cara.

Al: ¿Y a este que le pasa que no se duerme?

E: Parece mentira que digas eso a estas alturas… la única que consigue dormirlo a la
hora de la siesta es ella. –sonreía mirando a la pediatra.

M: Anda, dámelo… -extendía los brazos- ¿Vamos a dormir cariño? ¿Tienes nono?

Alv: Nono… -asentía.

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M: Venga.

Dejándolo sentado a su lado, este comenzaba a moverse hasta quedar bocabajo con la
cabeza en las piernas de la pediatra. La enfermera sonreía y seguía mirando la escena.
Maca subía la camiseta del pequeño por la espalda para poder entonces, comenzar a
acariciarla despacio.

E: No es tonto, no.

Ali: ¿Me la arreglas? –apareciendo en el salón se colocaba frente a Alba- Se me ha roto.

Al: Sube aquí. –cogiéndola por las axilas la sentaba sobre sus piernas y colocando la
barbilla en su hombro cogía la cajita que llevaba en las manos- ¿Y cómo se te ha salido?

Ali: Se me cayó al suelo.

Al: Ais…

Mientras ellas se enfrascaban en reparar aquella caja de música la enfermera miraba


de nuevo al pequeño que comenzaba a no poder con el peso de sus parpados mientras
Maca seguía acariciándole la espalda.

E: He hablado con su profesora esta mañana… -susurraba acercándose a ella.

M: ¿Ha pasado algo?

E: Dice que hoy los ha sentado a todos en grupos de cinco y que ella no hablaba con
ninguno, se dedicaba a hacer sus cosas mientras todos los demás se ayudaban.

M: Ya sabes lo callada que es, Esther, pero no quiere decir que sea malo. Tiene sus días
malos y sus días buenos… Pero si nos ha salido así de independiente ¿Qué quieres que
hagamos? –sonreía.

E: No si… -miraba a la niña- Pero es que me da cosa pensar que esté sola.

M: No exageres, anda... Con sus hermanos se ríe mucho y con Luis cuando viene
también... Y no digamos con la niña de al lado.

E: Vale, pues son cosas mías. –se cruzaba de brazos- Voy a llevarlo a la cuna que se ha
quedado dormido.

Ali: ¿Quién me va a llevar al cole?

Al: Si me dejas la moto la llevo yo… -miraba de reojo a Maca.

M: Ja… -sonreía de lado.

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Al: Pues nada, cortad vuestro rato del café y llevarla vosotras… pero es una pena que
con lo a gusto que estáis…

M: Menos cuentos señorita que nos conocemos. –cogía su taza- Y todavía no ha


pasado el mes de castigo.

Al: Joder.

Ali: Joder no se dice… -susurraba mientras la pediatra le recriminaba a Alba con la


mirada.

E: Pues ya está… -dejaba el transmisor sobre la mesa- Dormidito.

Alv: ¡Mamá! -todas miraban al aparato.

M: ¿Dormidito, no? –sonreía mientras se levantaba.

E: Quieta ahí… -la agarraba de la mano obligándola a sentarse- Ya se cansará y se


dormirá, que está muerto de sueño.

M: Pero Esther…

Alv: ¡Mamá! –comenzaba a llorar- Abajaaar… -la pediatra miraba a Esther- Abajaaaar…
-hablaba entre sollozos.

E: Ni se te ocurra moverte de aquí. –bebía de su café.

En el coche, la enfermera conducía hasta el colegio mientras a su lado y con el cinturón


puesto, Alicia pasaba las páginas de su cuento. En la parte trasera, Tara, mordisqueaba
uno de sus juguetes.

E: Adivina… -sonreía mirando al frente mientras la niña se giraba para mirarla también
con una sonrisa.

Ali: Montaña.

E: Este sábado por la mañana nos vamos a la sierra a pasar el fin de semana ¿vale? Y
nos llevamos la pelota para jugar con Tara.

Ali: ¡Sí!

E: ¿Quieres llevarte a alguna amiga del cole? –la miraba unos segundos.

Ali: No sé… -se encogía de hombros.

E: Bueno, pues lo piensas y ya lo hablamos en casa con mamá ¿Vale?

Ali: Vale. –asentía sin borrar su sonrisa.

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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


Un rato después aparcaba frente al colegio y bajándose primero iba hasta la puerta de
la niña para quitarle el cinturón y bajarla del coche. De la mano llegaban a la entrada y
se agachaba para darle un beso y ver como también se despedía de la perra.

Ali: Hasta luego, mami.

E: Hasta luego, cariño… -se levantaba mientras la veía caminar hasta sus amigos.

Cuando de nuevo llegaba a casa abría la puerta trasera para que Tara bajase de un salto
y llamándola hacia que la siguiese para dejarla entrar en casa durante un rato.

Alv: ¡Ara! –señalaba al animal que iba hasta su manta.

E: ¿Se puede saber que hace aquí? –se colocaba en jarras mirando al frente.

Al: No ha durado ni diez minutos en ir a por él cuando te has ido. –hablaba sin dejar de
mirar la revista en sus manos.

M: No paraba de llorar, Esther…

Al: Hola guapa… -se sentaba en el suelo acariciando a la perra- ¿Qué llevas ahí, eh?

E: Pues nada, que coja costumbre de no dormir la siesta que luego verás…

M: Yo lo duermo otra vez y ahora lo subo.

E: Tú sabrás lo que haces. –miraba a Alba- ¿Salimos un rato a jugar con ella?

Al: Vamos.

En el jardín, Esther y Alba se pasaban la pelota haciendo que la perra corriese tras ella
para quitársela, consiguiéndolo en alguna ocasión de manera que iban detrás riendo
para arrebatársela de nuevo.

Al: Esta noche voy a salir a dar una vuelta…

E: ¿Con quién?

Al: Con un chico del instituto… Estrenan una peli que quiero ver y vamos a ir al cine.

E: Ah… -le volvía a lanzar la pelota- ¿Se lo has dicho a mamá?

Al: No, luego lo hago. –se la manda otra vez- También podrías decírselo tú… -sonreía.

E: De eso nada guapa, se lo dices tú…

En eso la pediatra salía con ellas y se colocaba al lado de la enfermera mientras esta
seguía con sus lanzamientos de pelota.

E: Mira a ver lo que dice aquí la señorita…


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M: ¿De qué? –se giraba a mirarla- ¿Qué has hecho ahora?

Al: ¿Y por qué tendría que hacer algo? –le lanzaba la pelota sin que la pediatra lo
esperase haciendo que la cogiese por los pelos.

M: No sé… ¿y qué es eso que tienes que decirme?

Al: Que voy a salir con un compañero del instituto esta noche para ir al cine. –decía
soltando todo el aire y dejando caer los hombros.

M: Querrás decir que nos vas a pedir permiso para salir esta noche.

Al: Pero que solo voy a ir al cine. –se quejaba.

M: Ya, en jueves, y mañana tienes clase… ¿conocemos a ese amigo tuyo?

Al: No… -se sentaba en la escalera del porche- Pero no sé desde cuando tengo que dar
parte de con quién voy o dejo de ir.

E: A ver, a ver… -suspiraba sentándose a su lado- ¿Te va a venir a recoger?

Al: Sí.

E: Pues ya está… -miraba a Maca- Si va a venir le vemos la cara y si no lleva diez


tatuajes y un pendiente en la lengua pues que vaya al cine. –sonreía mirando a Alba.

Al: ¿Y si lleva nueve? –sonreía.

E: No me vaciles niña, que te enteras. –la señalaba con el dedo.

M: ¿Qué pasa que yo aquí ni pincho ni corto, no? –las miraba a las dos colocando los
brazos en jarra.

En aquel momento Alba se acercaba al oído de la enfermera y tras unos segundos la


pediatra empezaba a correr sabiendo lo que vendría después. Subía los escalones de
un salto pasando entre los cuerpos de ambas y llegaba a la puerta del salón para
cerrarla consiguiendo que ellas se quedasen fuera mirándola a través del cristal.

M: Que ya son muchos años de experiencia, hombre. –reía.

Después de cenar y haber acostado a Álvaro, Maca permanecía en el sofá con Alicia en
sus piernas mientras esta pintaba uno de sus dibujos. Esther repasaba algunas cosas
del hospital cuando la puerta se abría y Alba entraba para ir directa a la escalera.

Al: Ahora cuando llamen abrís que yo bajo en diez minutos.

Ali: Se ha peleado con Luis… -dejaba caer como si tal cosa mientras seguía pintando.

M: ¿Qué has dicho, cariño? –la miraba ladeando la cabeza.


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Ali: Que se ha peleado con Luis… anoche se gritaron por teléfono en su habitación. –la
enfermera arrugaba la frente mientras miraba a su mujer.

M: Amiga… -asentía- Ahora entiendo yo este ataque repentino de ir al cine un jueves.

Ali: Y también se besaron en la puerta de casa el otro día.

La pediatra giraba su rostro rápidamente mirando a la niña.

M: ¿Cómo que se besaron? –preguntó con rapidez mientras la niña asentía- Pero… ¿en
la mejilla? –la niña negaba.

Ali: Como tú y mamá. –la enfermera sonreía llevándose la mano a los labios mientras
seguía mirando a la pediatra.

M: Espera… ¿Cómo que como mamá y yo? ¿Cómo se besaron? –insistía- ¿Mucho rato o
poco?

E: Maca… -le reñía comenzando a reír.

M: No, Esther… -le tapaba los oídos a la niña- Es que si fue de mucho rato es cuando
vienen los calentones.

E: Jajaja. –la pediatra quitaba las manos de nuevo.

M: ¿Cómo se besaron, cariño?

Ali: Así… -le daba un corto beso en los labios- ¿Son novios? –volvía a bajar la mirada
hasta su dibujo.

M: ¿Quién hizo de poli bueno la última vez? –miraba a la enfermera.

E: Maca… no exageres, anda.

M: No exagere, no… -volvía a taparle los oídos a la niña- Si está cabreada con él a saber
que quiere hacer con este, que seguro que es para poner celoso al otro.

E: Te dije que estos se traían algo… -asentía- te lo dije.

M: Bueno, pues decidido. –volvía a quitar las manos de los oídos de la niña- ¿Quién fue
el bueno?

E: Creo que tú…

Ali: No, ella fue el malo… -hablaba sin apartar la vista de su dibujo.

M: Sí, cuando lo de la fiesta aquella…

E: Vale, entonces me toca a mí ser el malo… -el timbre sonaba- Pues vamos allá.

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M: Y no me hagas cambiar papeles que te conozco y siempre acabo yo siendo la mala.
–la enfermera se giraba en la puerta sonriendo.

Frente a la puerta se acercaba a la mirilla y descubría algo que le hizo sonreír. El sujeto
en cuestión llevaba puesta una gorra a pesar de que hacía ya horas que el sol se había
ido y en la zona de la nuca el pelo le crecía de manera más prominente que en el resto
de la cabeza. Llevando la vista más lejos vio una moto bastante grande aparcada en la
entrada y pensó en cómo le sentaría eso a la pediatra. Respiró hondo y abrió la puerta.

-Hola.

E: Hola… pasa, Alba baja ahora mismo. –después de que entrase cerraba la puerta y
caminaba hasta el salón viendo como este se detenía en el umbral mirando al interior.

-Buenas noches.

M: Hola.

Ali: Hola. –lo miraba unos segundos para bajar de nuevo la vista.

E: Bueno… ¿y cómo te llamas? –preguntaba cruzándose de brazos.

-Me llaman Dylan. –extendía su mano presentándose.

E: Ah… -asentía mientras lo miraba de arriba abajo y descubría unos vaqueros que
arrastraban varios centímetros por el suelo, una deportivas bastante usadas y más
arriba una camiseta de algún grupo de rock bajo una chaqueta de chándal- Pues… me
llaman Dylan, yo soy Esther. –estrechaba su mano- Y ella Maca.

D: Un gusto, señora. –comenzaba a balancearse mientras metía las manos en los


bolsillos de su pantalón.

E: ¿Dónde vais?

D: Al cine. –la miraba- A ver una película.

E: Claro, es lo que se hace en los cines ¿no? –sonreía- Ver películas.

D: Sí, sí. –comenzaba a ponerse nervioso.

E: Y… la moto de ahí fuera… ¿es tuya? –la pediatra prestaba atención mirándolo
fijamente.

D: Sí señora. –asentía de nuevo.

E: Bien, pues ahora cuando Alba baje le vas a decir que se te ha estropeado y la vas a
llevar en metro ¿Vale? Para evitar disgustos.

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D: Pero… -las miraba a las dos.

M: Yo de ti le haría caso… es que no le gustan las motos. –negaba apretando los labios.

E: Mira… -iba hacia su bolso- Yo te doy mi bono… -le cogía la mano para dejárselo en la
palma y cerrarla ella misma después- Y la invitas, para quedar como un caballero… y de
llegar tarde nada eh, en cuanto acabe la peli a casa que mañana tenéis clase… -se le
quedaba mirando viendo como no reaccionaba- ¿Tienes algún problema?

D: Como usted diga. –bajaba la vista.

E: Así me gusta. Y cuando vengáis si te has portado bien ya vemos como lo hacemos la
próxima vez, ¿eh? –le daba un par de golpecitos en el hombro.

En aquel momento Alba comenzaba a bajar por las escaleras y Esther regresaba al sofá
para sentarse junto a la pediatra.

Al: Hola. –sonreía.

D: Hola… ¿nos vamos? –se acercaba a ella.

Al: Sí, me voy… -hablaba hacia el salón- No llegaré muy tarde. –la enfermera se
levantaba para mirarles.

E: Pásatelo bien. –sonreía.

Al: Hasta luego.

M: Hasta luego… -los quedaba mirando mientras llegaban a la puerta y la enfermera sin
cambiar de postura colocaba la mano tras su espalda para que la niña y la pediatra la
chocasen- Esta es mi mujer, sí señor. –Esther se giraba sonriendo para volver a sentarse
junto a ella.

Cuando la pediatra entraba en casa lo hacía deseando ver a sus hijos y a Esther. Dejaba
la cazadora en la percha de la entrada y llegaba hasta el salón viendo a la pequeña en
el suelo con un cuento y a Álvaro llevando de la mesa al sofá todos sus juguetes.

M: Hola, cariño. –se inclinaba para besar a la enfermera y luego iba hacia la pequeña-
Un beso a mami… -ponía la mejilla.

E: ¿Quieres ver lo que estamos aprendiendo?

M: Claro… -se sentaba en el sofá para coger al niño y tras besarlo varios veces volverlo
a dejar en el suelo.

E: Álvaro, vamos a contar que mamá lo vea ¿vale? –cogía los juguetes y los dejaba
sobre la el sofá- Venga… -el niño cogía el primero- Unoooo

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Alv: Noooo –la imitaba mientras dejaba el juguete en la mesa.

E: Dooos…

Alv: Doooo –la pediatra sonreía.

E: Treees….

Alv: Eeeees -alzaba la voz.

E: Cuatroooo…

Alv: Atoooo –cogía dos dejando uno.

E: Cincooooo….

Alv: Cooooo

E: Y….

Al: Eis… -dejaba el último.

E: ¡Bien! –aplaudía.

Alv: ien… -miraba a la pediatra sonriendo y aplaudiendo también.

M: ¡Pero qué listo que es mi niño! –lo cogía en brazos abrazándolo sintiendo como este
pegaba su mejilla a la suya- A ver ese abrazo. –ejercía más fuerza con sus brazos
consiguiendo que la imitase y diese un pequeño grito.

Alv.: iiiiii

E: Jajaja.

Sin soltarlo se levantaba y caminaba hacia Alicia haciendo que se pusiese en pie para
cogerla con el otro brazo manteniendo así a los dos en peso.

M: ¿Vamos al parque?

Ali: ¡Sí!

M: ¡Vamos al parque! –la enfermera se levantaba asumiendo el nuevo plan.

Alv: ¡Aque! ¡Aque! –aplaudía.

M: ¡Aque! ¡Aque! –imitaba haciendo sonreír a Esther que abría la puerta para que
saliese.

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Cuando de nuevo regresaban, Esther salía del asiento del copiloto para ir hasta la parte
trasera y desabrochar a Álvaro de su asiento, hacer que Tara bajase del maletero y
después con el niño en brazos comenzar a caminar junto a la pediatra y la niña.

M: ¿Ese es Luis? –preguntaba sin haber llegado a la puerta.

E: Parece, sí.

Caminando sin prisa iban recorriendo los metros hasta la entrada y comprobaban
como parecían hablar de manera enérgica hasta que Alba las veía llegar y cesaba en sus
palabras mientras Luis se giraba viéndolas entonces.

E: Hola. –sonreía dándole un beso en la mejilla a su sobrino- Hacia tiempo que no


venias.

L: Estoy liado con los exámenes. –miraba a la pediatra- Hola, tía. –se acercaba para
darle también un beso.

M: Hola. –sonreía.

Ali: ¿Te quedas a merendar con nosotras? –le tiraba del bolsillo del pantalón haciendo
que se girase para mirarla y agacharse después.

L: Claro. –sonreía.

Ya dentro de casa, Luis se sentaba en el sofá con Alicia mientras esta le enseñaba su
nuevo libro y Alba le miraba a él en silencio. Maca con Álvaro en los brazos los
observaba desde la puerta de la cocina.

M: Estaban discutiendo.

E: ¿Quieres dejarles a ellos con sus cosas? –sonreía girándose para mirarla a la vez que
la pediatra entraba de nuevo quedándose a su lado.

M: ¿Pero hago algo? Ni que estuviese espiándoles con una cámara o poniendo micros.
–se defendía.

E: Pues porque no te dejo. –volvía a mirar al frente.

M: No me dejas… -repetía burlona- Sí aquí la que manda soy yo. –la miraba fijamente
viendo como arqueaba una ceja sin girar su rostro- Ya, ya… no me lo creo ni yo. –
sonreía mirando al niño.

E: ¿Sabes que me compré ayer? –hablaba terminando de preparar los bocadillos.

M: Pues no.

E: Un camisón. –sonreía- Es de color azul, de tirantes y bastante cómodo.


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M: ¿Cómo de cómodo? –se inclinaba hacia ella para quedar aun más cerca.

E: Bastante cómodo. –giraba su rostro recibiendo un beso.

M: Pues mañana noche los estrenas. –se erguía sin dejar de mirarla- Que tiene que
pasar por el control de calidad.

E: Sí… ya me conozco yo tus controles de calidad. –sonreía antes de salir con la bandeja
hacia el salón.

M: La tengo loquita ¿sabes? –miraba al niño- No puede vivir sin mí.

Alv: Apa.

M: ¡Tú sí que eres guapo! –comenzaba a besarle el cuello.

En la puerta de casa, Alba se había detenido sin llegar a pasar mientras su conversación
con Luis parecía ir a mas cada minuto que pasaba.

Al: Bueno, dejemos el tema… -se cruzaba de brazos.

L: Dejemos el tema, no. –hablaba con firmeza- Espero que entiendas que por mucho
que quiera estar contigo no voy a ir de calzonazos por el mundo. –se inclinaba hacia
ella- No me gusta que se rían de mí. Y es lo que todo el mundo ha hecho por culpa del
imbécil ese que anda diciendo que sale contigo.

Al: Mira por donde a mí tampoco me gusta que se rían de mí, y no estoy saliendo con
él, solo fuimos al cine. –le retaba con la mirada.

L: ¿Cuándo me he reído yo de ti, eh?

Al: Tratándome de tonta. ¿Por qué no me dijiste que Patricia iba detrás de ti?

L: Otra vez… -se giraba frustrado- ¿Y a mí qué con que Patricia diga o deje de decir que
va detrás de mí? A ti te tiene que dar igual, yo no soy el que va detrás de ella.

Al: Todo el mundo en la fiesta lo sabía menos yo.

L: ¿Y tengo que pagar yo por eso?

Poco a poco Alba había ido bajando el rostro hasta quedar mirando al suelo. Luis la
observaba en silencio queriendo acercarse pero sin hacerlo.

L: ¿Quieres que te avise cuando llegue a casa?

Al: Vale. –susurraba sin mirarle.

L: ¿Me das un beso?

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Lentamente volvía a subir el rostro encontrando una sonrisa que la hizo sentir de nuevo
tranquila. De puntillas se acercaba para dejar un corto beso en sus labios y después
comenzar a caminar para cruzar el jardín hasta casa.

Tras cambiarse y entrar en el salón guardaba silencio en uno de los sillones mientras su
madre la miraba de tanto en cuando viendo como no paraba de coger el móvil para
dejarlo de nuevo a un lado del sillón.

M: ¿Todo bien?

Al: Sí… solo espero un mensaje. –miraba la televisión.

M: Vale… -seguía mirándola- ¿Qué tal el cine anoche? No nos has contado nada de la
peli, ni de… -hacia memoria.

Al: Dylan, mamá…

M: Eso, Dylan. –asentía.

Al: Pues normal, vimos la película y después pillamos el metro para volver. Me
acompañó hasta la puerta y se fue. -volvía a mirar el móvil dando por acabada su
explicación.

M: Se me ha ocurrido algo para mañana…

Al: ¿El qué?

M: Podrías decirle a Luis que venga con nosotros… -al escuchar ese nombre Alba se
erguía en su postura- Si quieres, vamos… porque no te aburras y eso…

Al: No sé…

M: Bueno, llámale si quieres, que nos vamos cuando Esther llegue así que tiene que
estar aquí temprano.

Poco a poco Alba iba sonriendo mientras miraba a su madre para finalmente levantarse
y acercarse a ella para darle un beso en la mejilla y correr después escaleras arriba
hacia su habitación. Sonriendo cogió el teléfono y marcó el número del Central.

- Hospital Central.

M: Soy Maca, ¿Me puedes pasar con Esther?

-Sí, claro, espera que creo que está en el gabinete… -marcaba la extensión y esperaba a
que descolgasen.

E: Dime.

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-Te paso con Maca.

E: Vale… -esperaba a escuchar la señal- Dime, cariño.

M: ¿Cómo está mi reina? –sonreía- ¿Mucho trabajo?

E: Bueno… no me da tiempo a aburrirme tampoco. Estoy cuadrando los turnos del mes
que viene y ya me lo quito de encima que he tenido un rato. ¿Cómo vais por ahí?

M: Los niños durmiendo, y Alba tras llegar a su hora ha estado conmigo un rato aquí y
se ha subido a llamar a Luis.

E: ¿Y cómo sabes eso?

M: Le he dicho que le diga de venirse mañana… ¿y sabes qué?

E: ¿Qué?

M: Que ha sonreído como hacía mucho tiempo que no lo hacía… -suspiraba.

E: Ais… pero eso es bonito, el primer amor es muy importante, Maca.

M: Ya, pero hace nada era un niña que solo quería estar con nosotras y ahora…

E: Ahora tienes que dejarla que decida ella con quien quiere estar… además, sabes que
Luis la adora, ¿con quién mejor que con él?

M: Eso es lo único que me gusta, que sé donde vive. –susurraba como amenaza
haciendo que su mujer sonriese.

E: Bueno, yo tengo que seguir, cariño. Mañana cuando llegue que estéis todos listos
¿vale? ¿Te apañarás sola?

M: Sí, entre Alba y yo no habrá problema.

E: Buenas noches.

M: Buenas noches mi amor. –sonreía y despacio volvía a colgar el teléfono.

En el balancín del porche, Maca rodeaba el cuerpo de la enfermera con su brazo


mientras miraban al frente. Tara corría por el jardín mientras Luis perseguía a Alicia, y
Alba con Álvaro entre sus piernas llamaban a la perra a la vez que el pequeño hacia
palmas. El sol animaba a sonreír en aquella parte de la sierra.

E: Hacen buena pareja…

M: Psss.

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E: Jajaja –la miraba- No seas cabezota, hacen buena pareja… -volvía a colocarse en su
hombro.

M: ¿No hay ninguna ley que obligue a los hijos pasar toda la vida con sus padres?

E: Me temo que no. –sonreía.

M: Pues vaya asco… tendré que inventarla yo.

E: ¿Y el gusto que da verles crecer felices y saber que dentro de unos años podremos
decir que los educamos bien?

La pediatra miraba a sus hijos sintiendo como sus sonrisas se contagiaban en ella y
rodeaba con ambos brazos a su mujer mientras esta la abrazaba suspirando.

M: Lo estamos haciendo bien.

E: Muy bien. –asentía.

Sin dejar de mirarles y en silencio, comenzaron a recordar el tiempo y el camino ya


recorrido juntas. El embarazo de Maca y la primera vez que vieron a Alicia. Los
primeros años de instituto de Alba y con ellos los pequeños cambios en su
personalidad, mas fuerte cada día. La llegada del Álvaro, volver a tener un bebé en casa
y las carreras por la mañana, los cambios de turno para que una de las dos estuviese en
casa, los primeros sustos cuando cayó enfermo. Los juegos a media tarde en mitad del
salón. Los veranos en casa de los abuelos y los largos viajes en coche en los que casi
cada minuto era una anécdota que recodar. Los cinco en la cama una mañana de
domingo antes de ir a patinar.

M: Oye…

E: ¿Uhm? –giraba su rostro para mirarla.

M: ¿Y si nos animamos con otro?

E: De eso nada, Maca… -negaba separándose de ella- ¿Se puede saber que te ha
picado?

M: ¿A mí? ¿Qué me va a picar?

E: ¿Ahora que empezamos a tener el control quieres que tengamos otro hijo? Tú estás
loca. –volvía a abrazarla.

M: Si yo era por ponernos a ello tonta… -susurraba cerca de su oído.

E: Ya veremos luego. –sonreía.

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Llevando de nuevo la mirada al frente guardaban silencio mientras la pediatra
comenzaba a acariciar su hombro despacio.

M: Hoy también será un gran día.

Bajaba la mirada hasta la enfermera que sonriendo se acercaba para besarla y volver a
su posición anterior para mirar a sus hijos.

Habían comenzado a cenar a las nueve. En el salón de aquella casa en la sierra se podía
ver a una familia como a otra cualquiera. El pequeño llorando por querer que
cualquiera de sus madres lo cogiese en brazos, a una niña hurgar entre su cena
apartando lo que no le gustaba, a dos adolescentes mirándose de reojo mientras por
debajo de la mesa sus manos se unían, a un matrimonio sonriendo mientras sin
pretenderlo se rozaban al querer coger la misma botella…

Cuando los pequeños ya dormían, los mayores habían decidido pasar al porche a
disfrutar de una partida de cartas. Luis intentaba ver las de Alba hasta que Esther lo
descubría y le daba un pellizco haciendo que las risas naciesen de la nada. Maca dejaba
sobre la mesa las suyas mientras se recostaba en su silla orgullosa por haber ganado la
partida cuando su mujer se levantaba frustrada y entraba de nuevo en la casa siendo
seguida segundos después.

Antes de ir a la cama, la pediatra había vuelto al salón y acercándose a la ventana se


detuvo al descubrir la imagen que se podía apreciar con facilidad en el jardín. La
oscuridad no impedía que pudiese ver a su hija sentada en las piernas de Luis mientras
este dejaba varios besos en su rostro haciéndola sonreír.

L: Me alegro de que me hayáis invitado.

Al: Pues mañana se lo agradeces a mi madre que fue suya la idea… -sonreía.

L: Sí, claro… Oye tía, que gracias por invitarme ya que aunque no lo sepas somos suegra
y nuero y puedo estar más tiempo dándole besos a Alba.

Al: Jajaja.

L: Me patea el culo.

Al: Que va, si seguro que ya saben algo… y a Esther fijo que la tenemos de nuestra
parte.

La pediatra que no alcanzaba a escuchar nada, apartaba los ojos de aquella escena y
suspiraba metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón. Mientras bajaba la vista
era sorprendida por unos brazos que rodeaban su cintura haciendo que se girase.

E: ¿No estarás espiando, uhm?

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M: No… -susurraba bajando de nuevo la mirada- Había venido a apagar la luz del
porche…

E: Ven. –sonriendo le tendía su mano para comenzar a caminar hasta el dormitorio.

De camino pasaron por la habitación donde Alicia dormía, Maca se asomaba lo justo
para volver a entornarla y repitiendo la misma acción en la habitación de Álvaro,
llegaron finalmente al dormitorio. La enfermera se colocaba frente a ella y le
desanudaba el cordón del pantalón de deporte, tras eso los bajaba agachándose frente
a ella para quitarle las deportivas y sacar el pantalón. Dejándola tan solo con la
camiseta comenzaba a desnudarse también quedándose igual que ella y apenas un
minuto después yacían sobre el colchón acomodándose la una a la otra sin apagar la
luz.

E: ¿Recuerdas cuando llegué al piso y nos encontramos en el rellano?

M: Claro… -acariciaba su brazo mirándola.

E: ¿Y cómo te enfadaste? –sonreía- Y lo difícil que me lo ponías siempre… -la pediatra


sonreía mínimamente sin dejar de mirarla- Pero después me dejaste verte tal y como
eras… -susurraba comenzando a acariciar su piel por encima de la camiseta.

M: Bueno, pero como era contigo… que yo no soy igual con todo el mundo.

E: Ya, ya lo sé… -asentía- Pues por esas cosas pasan muchas personas en el mundo… y
es algo natural. –volvía a mirarla- Y Alba es una chica lista, que está ilusionada con Luis,
otro chico listo y bueno… Por lo que no tienes que ponerte triste, ni preocuparte, ni
enfadarte…

M: Vale, vale… -suspiraba mirando al techo- Ya lo he pillado.

E: Ais mi reina mora… -la abrazaba con fuerza haciendo que sonriese- Que con los años
se me vuelve gruñona.

M: Tonta. –le acariciaba el pelo mientras esta giraba su rostro para mirarla- Oye y… ¿de
verdad que no quieres que tengamos otro diablillo por aquí corriendo, uhm? –despacio
la había hecho girar quedando ella encima.

E: ¿De verdad quieres otro? –la miraba frunciendo el ceño- Ahora que podemos
manejarlos…

M: Pues a mí me gustabas mucho con esa tripita… -le acariciaba al abdomen- Estabas
preciosa.

E: Y tú también y no por eso vamos a pasar por todo otra vez, Maca… y más después de
haber estado con Álvaro malito tanto tiempo.

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M: ¿Entonces lo próximo que será?

E: Ser abuelas. –sonreía ampliamente consiguiendo que la pediatra pegase la frente


sobre su pecho rezando por lo bajo- Jajaja.

M: Y pensar que parece que fue ayer cuando te invite a cenar… -volvía a mirarla.

E: Bueno… -comenzaba a pasar los dedos por su pelo- Piensa que cuando menos lo
esperemos viviremos algo nuevo y podremos también disfrutarlo juntas. –sonriendo
colocaba la mano en su mejilla mientras se acercaba para besarla- Disfrutar de días
como hoy, todos juntos.

M: Y... –se quedaba a escasos centímetros de su rostro- ¿Si volvemos a empezar¿ ¿Si te
pido que me dejes invitarte a cenar? –la enfermera sonreía- Pero… tendríamos un
problema.

E: ¿Cuál?

M: Que cuando te diga en la primera cita que te quiero y que te tienes que casar
conmigo igual piensas que estoy loca. –sonriendo terminaba de acortar distancias para
besarla.

E: Es que estás loca. –sonreía mirándola.

M: Seguramente. –asentía- Pero nadie te va a querer nunca como te quiero yo.

El sol se colaba ya por la ventana, y aunque con timidez, comenzaba a dejar entrever
aquel dormitorio en el que el silencio aun reinaba tras la oscuridad de la noche.

La leve temperatura que se podía disfrutar en aquella parte de la sierra dejaba que aun
por esas fechas las prendas de cama ocultasen los cuerpos combatiendo así el frio que
se colaba aun entre sueños con la cálida temperatura.

Horas más tarde, cuando ya el sol se erguía poderoso en el cielo, ella había abiertos los
ojos. Como cada mañana, frente a ella, veía dormir a quien sabía que, daba equilibrio y
calma en su vida, como nadie más podría hacerlo. La escuchaba respirar, la veía
moverse incluso en aquel estado de inconsciencia buscando su cuerpo, haciéndola
inevitablemente, sonreír.

Acariciando levemente su rostro sintió como hasta sin pensarlo, lo hacía con
delicadeza, no queriendo despertarla, pero si hacerle llegar su caricia. Besó su frente
antes de acomodarse de nuevo sobre la almohada y así, seguir contemplándola cómo
tanto le gustaba hacer, disfrutando de su momento para llenarse de ella y de su imagen
en silencio.

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Cuando menos lo esperas AdRi_HC


El ruido de unos pasos agasajados en la entrada del dormitorio le hizo incorporarse con
cuidado, descubriendo entonces como un rostro asomaba con cuidado y sonreía al
verse descubierta.

E: Buenos días. –susurraba dándole así, paso para entrar.

Al: Hola. –susurraba también mientras caminaba hacia ella y se sentaba en el borde de
la cama- Pensé que dormiríais.

E: Me acabo de despertar. –se movió despacio haciéndole un hueco a su lado- Ven,


échate aquí conmigo.

Al: ¿La dejaste molida anoche, o qué? –sonreía de lado mientras se acomodaba
mirando a su madre.

E: ¿De buena mañana quieres juerga? –la miraba fingiendo seriedad.

Al: Anda si sabes que estoy de broma. –se abrazaba a ella dejando su rostro sobre su
pecho.

E: ¿A qué hora os acostasteis anoche?

Al: ¿Y por qué pluralizas? –sonreía sin ser vista.

E: Porque al ir a apagar la luz del porche os vimos en el jardín… dándoos besitos. –decía
burlona haciendo que Alba volviese a incorporarse aguantando el peso de su cuerpo
con el codo sobre el colchón.

Al: ¿Te puedo contar algo? –susurraba mirando como la pediatra seguía durmiendo.

E: Claro.

Al: Creo que le quiero. –se había inclinado para tener tan solo que susurrar para
después separarse y ver una sonrisa en los labios de Esther.

E: Me alegro mucho.

En aquel momento, el movimiento en el otro lado del colchón las hizo girarse para ver
como la pediatra abría uno de sus ojos a malas penas y comenzaba a mirar a ambas.
Alba, en un primer momento sintió su corazón acelerarse hasta que poco a poco,
viendo la cara de desconcierto de su madre por verla allí cuando aun creía ser
temprano, la hizo suspirar dejando caer de nuevo la cabeza hacia la almohada.

EyAl: Jajaja.

M: No me fio de ninguna. –hablaba contra la tela- Y no pienso preguntar qué andáis


susurrando.

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E: Mejor. –la besaba en la mejilla.

Al: La edad puede contigo, ¿eh? –le daba con el pie en el trasero haciendo que volviese
a mirarla.

M: Pero la edad no me quita las ganas de hacer más largos los castigos. –amenazó
haciendo sonreír a la enfermera y que su hija imitase el cerrar de una cremallera en sus
labios- ¿Ves como aun nos entendemos?

La puerta volvía a abrirse y una cabeza despeinada asomaba con timidez. Las tres se
giraron hacia allí viendo como Alicia no llegaba a entrar.

E: ¡Un duende! –se subía sobre la cama para de un salto bajar y correr hacia ella
consiguiendo que sonriese- ¡He encontrado un duende! –la cogía en brazos
escuchando su risa.

Con ella en brazos regresaba a la cama viendo como Maca finalmente se giraba
colocándose bien sobre la cama y Alba hacia también lo propio.

Ali: Me he despertado… y creo que el hermano también.

Al: Voy a por él. –se levantaba en tan solo un segundo.

M: ¿Cómo ha dormido mi princesita? –la besaba mientras veía como se colocaba entre
las dos.

Ali: Bien… he soñado con los caballos del abuelo. Y que nacía uno pequeñito y me lo
regalaba.

E: ¿Y donde ibas a meter tú un caballo, eh? –comenzaba a hacerle cosquillas.

Al: Estaba despierto. –entraba con Álvaro en brazos- Toma. –se lo daba a la pediatra.

Alv: Avaro uá… -se sentaba sobre las piernas de su madre.

M: ¿Qué dice? –fruncía el ceño mirando a la enfermera.

E: Álvaro jugar. –sonreía- Normal, todos aquí en la cama pues él lo ve como una fiesta.

M: Tengo una idea. –dejando al niño de manera que no se cayese, se levantaba de la


cama para ir hasta el aparador junto a la ventana para abrir uno de los cajones- Hace
tiempo que no nos sacamos una foto.

Al: Si piensas que voy a dejar que me saques una foto con estos pelos vas lista. –se
levantaba corriendo para ir hasta el baño mientras enfermera y pediatra se la
quedaban mirando.

M: Esta niña es tonta. –miraba a su mujer.


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E: Jajaja.

Al: Ya estoy. –salía peinada y se detenía al verse observada- ¿Qué? no voy a consentir
salir en una foto con los pelos que llevaba.

M: No sea que alguien la vea y tengas que huir del país. –exageraba.

Al: ¡Pues sí! –le sacaba la lengua.

E: Venga, venga… colócate aquí anda. –se colocaba mas en el centro con Alicia entre
sus piernas mientras con una mano sujetaba a Álvaro y la pediatra preparaba la cámara
sobre uno de los muebles.

M: Venga. –corría hasta la cama cogiendo después al pequeño que miraba curioso la
luz roja parpadeante.

E: Digamos… ¡Luiiiiis! –sonreía consiguiendo que también Maca lo hiciese y Alba girase
su rostro justo cuando saltaba el flash.

MyE: Jajaja.

Ali: Tonta te has movido. –se quejaba a su hermana.

Al: ¿Qué graciosas, eh? –miraba a la pareja.

Mientras reían, un cuerpo se paraba en el umbral de la puerta haciendo que todos


mirasen allí. Luis miraba la escena algo cortado sin saber si entrar o no.

E: ¡El rey de Roma!

L: Hola. –se rascaba la cabeza.

Alv: ¡Uis! –alzaba la mano.

M: Entra anda… -se volvía a levantar- Que nos vamos a hacer una foto.

E: Ven aquí. –extendía su mano para que se acomodase junto a Alba y ella se iba más
hacia el otro extremo.

L: Buenos días… -susurraba a Alba.

Al: Buenos días. –sonreía mirándole.

Ali: No vamos a salir todos.

M: Sí que salimos, si nos apretujamos, salimos. –afirmaba.

De nuevo, la pediatra se colocaba en el borde de la cama, con Álvaro en sus piernas lo


sujetaba con un brazo mientras con el otro rodeaba el cuerpo de la enfermera que se

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abrazaba a ella y a Alicia que se recostaba sobre su pecho. Alba sonreía mirando a Luis
que se acomodaba a su lado y de nuevo miraban a la cámara.

Al: ¡Ahora decimos Whisky! –gritaba haciendo que todos rieran.

Todos: ¡Whiiiiskyyyyy!

El flash volvía a iluminar sus rostros y tras unos segundos volvían a moverse.

E: ¡Ahora todo el mundo a la cocina! ¡Quien llegue el último friega los platos del
desayuno!

Como si de una estampida se tratase, Alicia saltaba de la cama y Alba cogía a Álvaro en
brazos para comenzar a correr mientras Luis se abría paso recibiendo las quejas de
ambas hermanas por detrás.

E: ¿Usted donde va? –la cogía por la cintura al ver su intención de levantarse.

M: A la cocina. –sonreía viendo como la enfermera negaba obligándola a recostarse de


nuevo.

E: Parece mentira que no pilles las cosas cariño. –sonreía acercándose a ella- Parece
mentira, con lo lista que tú eres.

M: ¿Entonces?

E: Entonces… -susurraba acercándose- Que usted no se levanta de aquí hasta que me


de los buenos días. –dejaba apenas un roce en sus labios.

M: ¿Estás mimosa? –sonreía besándola viendo como asentía- ¿Mucho?

E: Sí. –ladeaba su rostro- ¿Cuánto me quieres?

M: Así. –unía sus dedos índice y pulgar dejando apenas un centímetro de espacio entre
ellos.

E: ¿Solo?

M: Venga va… así. –los separa un poco más.

E: Pues que poco. –apretaba los labios.

Despacio, la pediatra se iba recostando sobre ella para acomodarse y así, mirarla
fijamente a los ojos.

M: Te dije un día que ni en el papel más grande ni con todo el tiempo del mundo,
lograría decirte cuanto te quiero.

E: ¿Y no ha cambiado? –la miraba negar en silencio- ¿Ni un poquito? –volvía a negar.


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M: Si tú realmente supieras cuanto te quiero, dirías que es imposible. –la besaba
durante unos segundos.

E: Zalamera eres. –sonreía.

M: Sí, sí… pero cuando nuestros hijos abandonen el nido voy a comprar un castillo y te
voy a hacer la reina.

Al: ¡No os hagáis las locas que una de las dos tiene que fregar! –gritaba desde la
escalera.

Ali: ¡Eso!

E: Nos pierden el respeto cariño.

Mirándose durante unos segundos guardaban silencio hasta que sonriendo las dos, se
separaban para correr hacia la puerta. Esther saltaba sobre la pediatra que se veía
obligada a parar en su carrera y era adelantada durante unos segundos hasta que
conseguía llegar hasta ella ya en la puerta y la agarraba de la cintura para elevarla en
peso.

M: De eso nada, cariño.

E: ¡Eso no vale!

M: Claro que vale. –la soltaba para volver a correr escaleras abajo- ¡La ley del más
fuerte!

E: ¡Tramposa! –corría tras ella.

La pediatra se detenía aun en la escalera haciendo que la enfermera casi se topase con
ella. La miraba un par de segundos y le dejaba un sonoro beso en los labios.

M: Por mucho que yo te quiera… -se acercaba hasta su oído- Hoy fregarás tú. –volvía a
salir corriendo.

E: ¡Ahora verás! –saltaba de nuevo sobre ella ya en la puerta de la cocina.

M: ¡Esther!

Al: Nunca vais a cambiar.

FIN

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