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Parte I
El sufrimiento físico nos da una pista sobre cuál es el dominio de la vida en que
nos sentimos culpables. El grado de daño físico nos permite saber hasta qué
punto era severo el castigo que necesitábamos, y a cuánto tiempo debíamos
estar sentenciados.
¿No estará usted negando algo que sucede en su presente? ¿Qué es lo que no
quiere enfrentar? ¿Tiene miedo de contemplar el presente o el futuro? Si
pudiera ver con claridad, ¿qué vería que ahora no ve? ¿Puede ver lo que está
haciéndose a sí mismo?. Sería interesante considerar estas preguntas.
- Las migrañas o jaquecas se las crean las personas que quieren ser
perfectas y que se imponen a sí mismas una presión excesiva. En ellas está en
juego una intensa cólera reprimida. Es interesante señalar que casi siempre
una migraña se puede aliviar masturbándose, si uno lo hace tan pronto como el
dolor se inicia. La descarga sexual disuelve la tensión y, por lo tanto, el dolor.
Tal vez a usted no le apetezca masturbarse en ese momento, pero vale la pena
probarlo. No se pierde nada.
La laringitis significa generalmente que uno está tan enojado que no puede
hablar.
Pero el corazón no nos «ataca». Somos nosotros los que nos enredamos hasta
tal punto en los dramas que nos creamos que con frecuencia dejamos de
prestar atención a las pequeñas alegrías que nos rodean. Nos pasamos años
expulsando del corazón todo el júbilo, hasta que, literalmente, el dolor lo
destroza. La gente que sufre ataques cardíacos nunca es gente alegre. Si no
se toma el tiempo de apreciar los placeres de la vida, lo que hace es
prepararse un «ataque al corazón».
- Las úlceras no son más que miedo, un miedo tremendo de «no servir
para». Tenemos miedo de no ser lo que quieren nuestros padres o de no
contentar a nuestro jefe. No podemos tragarnos tal como somos, y nos
desgarramos las entrañas tratando de complacer a los demás. Por más
importante que sea nuestro trabajo, interiormente nuestra autoestima es
bajísima, y constantemente nos acecha el miedo de que «nos descubran».
La próxima vez que tenga algún problema con las rodillas, pregúntese de qué
está justificándose, ante qué está negándose a inclinarse. Renuncie a su
obstinación y aflójese. La vida es fluencia y movimiento, y para estar cómodos
debemos ser flexibles y fluir con ella. Un sauce se dobla y se mece y ondula
con el viento, y está siempre lleno de gracia y en armonía con la vida.
Puede que nos resulte difícil creerlo, pero los accidentes los provocamos
nosotros; no somos víctimas desvalidas de un capricho del destino. Un
accidente nos permite recurrir a otros para que se compadezcan y nos ayuden
al mismo tiempo que curan y atienden nuestras heridas. Con frecuencia
también tenemos que hacer reposo en
cama, a veces durante largo tiempo, y soportar el dolor.
Cuando se odia a sí mismo, en realidad odia una idea que tiene de sí mismo.
Y las ideas se pueden cambiar.
¿Qué hay en usted que sea tan terrible? ¿Se crió en una familia que criticaba
continuamente su comportamiento? ¿O eran sus maestros quienes lo
criticaban? En sus primeros contactos con la religión, ¿le dijeron que así, tal
como usted era, «no servía»? Con demasiada frecuencia procuramos hallar
razones «comprensibles» que nos digan por qué no nos quieren ni nos aceptan
tal como somos.
¿Conoce usted a alguien en este planeta que sea «perfecto»? Yo no. ¿Por
qué nos imponemos normas que nos exigen que seamos «superpersonas»
para sentirnos apenas aceptables? Ésta es una expresión muy fuerte del «no
sirvo», y es una carga pesadísima de llevar.
Es frecuente que las personas con tendencias espirituales crean que «no
deberían» enojarse. Ciertamente todos nos esforzamos por llegar al momento
en que ya no culpemos a nadie por nuestros sentimientos; pero mientras no
hayamos llegado a ese punto, es más saludable que reconozcamos qué es lo
que sentimos en un momento dado.
El sentimiento de culpa es una emoción totalmente inútil, que jamás hace que
nadie se sienta mejor ni modifica para nada una situación.