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Entregado a los estudios de filosofía, el origen hebreo de Georg Simmel obstaculizó durante
mucho tiempo el ejercicio de la profesión docente. Profesor libre de la Universidad de Berlín en
1892, a pesar del prestigio de su enseñanza y de la fama de sus obras (pronto difundidas incluso
fuera de los círculos meramente filosóficos), no llegó a ser profesor extraordinario hasta 1900, y
sólo en 1914, pocos años antes de su muerte, debida a un cáncer, obtuvo una cátedra en
Estrasburgo.
Espíritu sensible a todos los aspectos de la existencia, Simmel gustaba de filosofar, más que
acerca de los grandes temas tradicionales, sobre las cosas próximas y comunes, tras las cuales
sabia ver cuanto oculta la vida cotidiana: el arte, el dinero, la moda, la coquetería, etc. Sus clases
eran muy concurridas; por otra parte, únicamente los discípulos singularmente dotados podían
participar en los "seminarios privadísimos" que organizaba en su casa.
En la filosofía de Simmel suelen distinguirse dos etapas, no opuestas entre sí sino complemento
una de la otra. En la primera lleva a cabo una crítica radical de la universalidad moral kantiana,
que denuncia como formalismo vacío, o sea como forma extraña a todo contenido. En una de
sus obras iniciales, la Introducción a la ciencia moral (1892), que suscitó gran revuelo, negaba la
posibilidad de una ética normativa, empresa según él ajena a la ciencia, que sólo puede admitir
una ética meramente descriptiva. Según esta última, las imágenes del mundo de los organismos
aislados resultan subjetivas y distintas entre sí, como lo son asimismo los órganos de los
sentidos; precisamente por ello pueden cambiar cuando se modifica también el organismo
psicofísico.