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DEL CIUDADANO

V OTROS ROEIVIAS

/ EDICIONES CULTURALES DE MENDOZA


Colección Libros del Cuyum
Gobernador de la Provincia
L ic. RODOLFO FEDERICO GABRIELLI
Vicegobernador
Dr. CARLOS LEONARDO DE LA RO SA
M inistro de Cultura, Ciencia y Tecnología
Lic. M A R IA SUSANA PUERTA DE GONZALEZ
Subsecretario de C ultura y Com unicación Educativa
Sr. LEON ERNESTO REPETUR
Director de Com unicación C ultural y Educativa
Sr. OSVALDO GERM AN RO DRIG UEZ
-o
*\

VICTOR HUGO CUNEO

EL N A C IM IE N T O
DEL C IU D A D A N O

3 .6 °i
SS 1 h LOM O NO Sh yu.i-.ui: VHKU.

EDICIONES CULTURALES DE MENDOZA


o COLECCION LIBROS DEL CUYUM
"El Nacimiento del Ciudadano" fue editado en Mendoza por
D'Accurzio Impresor, en 1952.
"La Campana" apareció en plaqueta literaria de Ediciones
Romance - Galería Giménez. Mendoza, 1955.
El "Poema a Vincent Van Gogh" fue editado en Córdoba por
Burmichón en 1960.
Segunda edición Ediciones Culturales de Mendoza, 1995.
Diseño de tapa: Síntesis.

Carlos Alonso es el autor de los dibujos que


ilustran “El Nacimiento del Ciudadano” y
fueron tomados de la primera edición. La
ilustración para el poema “La Campana”
es de Enrique Sobisch y aparece en la primera
edición de esa obra.

Printed in Argentina
Libro de edición Argentina

IMPRESO EN ARGENTINA
EDICIONES CULTURALES DE MENDOZA - CASA DE GOBIERNO
:m i >. su r.s u K i.o - (5500) M e n d o z a - r e p ú b l i c a a r g e n t i n a
LOS POETAS NO TIENEN BIOGRAFIA,
TIENEN DESTINO
(Hojas de Bitácora N9 2)

I tulilu nacido en San Juan un uno de diciembre de 1925. Fue


Cúneo, poeta, librero lihador de palabras y de vinos, maestro en
tu»I<<IM<I< H. Fiel al pacto con los íncubos y súcubos que alimentablan sus
ItnniN. Un 21 de noviembre de 1969, cumplía los últimos rituales de
entrenarse a la muerte que él mismo había convocado días antes.
Cuando burlara entonces los prados inquietos y las flores sutiles, el
n Ib»rozo de las palomas y el asombro cruel de aquellos adolescentes
primerizos en el amor. Ese día la plaza Independencia conoció otros
ruegos que no eran los del Sol, no los fuegos celebrantes de la vida,
eran lus llamas encendidas por el primer dudador de la historia, que
venían, pedidas por la soledad de Cúneo, a vengarse de los límites
del cuerpo que lo tenían prisionero.

Entre los que lo conocimos, amigos unos, discípulos inconfesos


otros, hoy tal vez no digamos sus poemas, su manera de ser y su
tristeza, su mutismo súbito, su encerrarse de golpe en vaya uno a
saber qué búsqueda misteriosa, cuando lo venian a exigir los impa­
cientes fantasmas artlianos que rondaban su existencia. O quizás
guardemos silencio. Víctor Hugo Cúneo fue como aquellos que convo­
caron la muerte llevando como única compañera de viaje, la dignidad
de los héroes.

Algunas de sus obras fueron publicadas: “El nacimiento del


ciudadano”, “Poema de Víctor Hugo Cúneo a Vincent Van Gogh”,
"L r campana”, los postumos “Poemas” editados por su amigo Bur-
nlchón, y tantas otras diseminadas en diarios y revistas. Sabemos
también do muchos borradores escritos en las madrugadas, en el rincón
<lo una plaza. Sólo podemos imaginarlos. Como su autor, ahora vuelan
InvIlIbleN y fatigados entre los bancos, los árboles y los poetas jóvenes
que renuevan su destino, su biografía imposible.

CARLOS LEVY
El Nacimiento
del Ciudadano
LOS CAMPESINOS
El origei. de las ciudades americanas está
en los barcos, el palo mayor se trasladó a
tierra y la ceremonia de fundación fue copia
del bautismo de las naves. Los europeos que
llegaron a América no encontraron un sueño
como pensaban en el viaje hacia la niñez de
la humanidad que habían descubierto en este
nuevo continente, sino que América también
era una realidad. Las leyendas, los tesoros
y la Ciudad de los Césares dejaron un dejo
amargo porque no existían. Y el oro de los
Incas fue poco para abastecer todos los
anhelos. Entonces, fueron leales a la tierra.
La aventura es buena después de las som­
nolencias y más buena si se tiene un hogar
a donde se regresa del mundo. Entonces,
fundaron ciudades.
to.
Recreo la historia que sabe a origen de río:
Porque las islas se asentaron en las órbitas
que hacen posible los ojos y los pájaros lluviosos:
los anhelos emigraron de las algas,
se alejaron con lo necesario de los peces y las bestias:
experiencia plantada en el cuerpo del hombre.

La historia no es una leyenda, aunque respire


[una leyenda
es la tragedia de la especies en los panoramas de
[ia realidad,
hechas del amor del sol y la tierra,
cestero de mi cuerpo y de las ciudades.
Relato la verdadera historia, la historia de los
[alimentos
— ah los panes, los dulces panes que saben a miel
[y la luna—
y la historia de los anhelos: agrícolas del sol.

Porque la tierra es un rostro de cantar trigales


junto al rumor de los declives:
espigas sembradoras, racimos cuajados
cuando el im án de los pájaros desmonta la tierra
Y la montura de nidos del árbol brumoso de las hojas.
Como tu leyenda, oh tierra y yo ya no sé...
Entonces, escúchame cantar: los anhelos
son los dueños, los verdaderos dueños de todos
[los graneros.

El bosque fue la necesidad del poblador, habi­


tante de los mitos para el cantor del follaje vuelto

— 15 —
estrellas de viento. Vivió en sus brazos, en sus carreras
de niño. Amó el árbol de las veletas verdes, leñoso
de años, alfarero de frutos, en los horizontes que
enmantelan las nubes, en las hondonadas que reali­
zan mundos.
Y ahora, es recordado como el capitán de brazos
bajo la nuez de las ordenaciones, crecida en la cebolla
de labios y ojos como un timón para dirigir sus
pasos, la cabeza cultivada en los hombros que tienen
posadas gaviotas de dedos: soltadores de flechas, un
pájaro muerto arrojado a un pájaro vivo, enjauladas
en un arco: armadura aborigen, canoa de flechas,
semejante a los navios disparando el palo mayor y
yo no sé por qué pienso en los caballeros andantes,
vestidos de barcos, y en el perfil de sus escudos.
Yo quiero decirte, grupo del bosque y de las
cabañas, grupo de las aldeas y de las ciudades, a
quiénes amo con las imágenes del profeta que quiero
hacer hablar de nuevo; quiero decirte que tú eres
amor del sol y de la tierra subido en la corcova de
intemperie o desmontado en las arcadas del valle
donde el mundo juega a corderito y a pedacito de
niño, que tú eres el querer vivir que está más alto
que todas las banderas y que yo quiero arrancar de
los brazos de los infieles, palpadores de joyas.
Vino de un delta recostado y abierto, desembo­
cadura de estar aquí, mujer de las florestas, frutal
para sus ansias, cuyas piernas aprendieron el llegar
de las aguas y que tenía antecedentes de hierbas en
su piel, de matorrales en su cabeza y de hondonadas
en sus brazos.
Mujer de las florestas en cuyo vientre se amaron
el sol y la tierra. Después de estos salieron a andar
por un pan porque en los brazos llevaban una raza.
Era vivir en las andanzas, en medio del fervor. Junto
a las bestias que llevan un corazón anheloso y que
se montan de amor en los panoramas del huevo de
luz, bajo las aves que realizan sus archipiélagos
corales y ponen astros de vuelos en los matorrales:
cántaros de alas, ojos plumosos en órbitas de estero,
un pájaro que se toma de la mano de otro pájaro en
los cielos de América. Los pierdo de vista y encuentro
el espacio.
Pájaros en la albúm ina del espacio, dentro del
cascarán azul, el cielo del huevo de luz. Pájaros, eso
es el sol. Se despiertan los niños y los caserones por­
que ellos también son el sol, la copa de luz que les
amanece. Dios de la sangre, lava de las venas,
enrojecida en la fragua del contacto de un amor con
otro amor. Sol de las labores agrícolas, estrella de
los leñadores, todo plumaje en medio de lunas. Dios
de los alimentos, en la red azul, plenacuaria en cuya
aventura de montanares y de árboles velámenes
tengo la locura andariega. Dios de los ojos. Dioz azul,
plenacuario. El sol y la tierra se abrazan y allí nacen
ternuras que yo llamo especies o pueblos y trigales
no para que amemos, sino porque somos amados.
Recuerdo el porrón del cuerpo en el canastro de
abrazos. Ribereña, mundial: sabes que tienes una
desembocadura entre las piernas y el poblador un
ansia de nadar en tu cuerpo. Y no me olvido de las
m anadas porque ellas también son el amor. Todo es
amor del sol y la tierra en el espacio que señala la
torre. Allí donde me amo a mí mismo nacen los bos­
ques, las especies y los pueblos cuyas maneras se me
confunden con los climas plurales que abrazan a la
tierra, nieve de los viajeros.
Huésped del follaje que era espuma de mar
enarbolada para sus ardores. Montaba parado las
llanuras. Habitante del relieve, de los paisajes de
tórtola y de piedra marina. Más tarde sería el ciuda­
dano por cuadras de profesiones y entre panales de
oficios.

— 17 —
Peregrino de la plenitud frutal, regional de la
necesidad con la que viajó a un solo país: los tra­
montes. Andariego de mejores frutos, pueblo de los
panoramas, hijo territorial, viajero de los paraísos de
azúcar. No tuvo placeres, sólo móvil de su drama
físico. Edad de la sangre corsaria. No dijo nostalgias
ni contemplaciones, sino andanzas. Epopeyas de su
salud, un viento de caballos montados, montañosos
de músculos, cascabeles de andar con huesos de
montaña en albañales de luz.

A veces, enfermo de intemperies


se curaba con hierbas de montaña
para volver a montar potrancas de viajes
y muchachas de nacimientos,
transformadoras de alb as en niños de futuro,
pequeña fauna de sus piernas
porque en los brazos llevan un puerto de amar.
Es el amor en el amor del sol y la tierra.

Construyó templos de mitología. Aprendió a des­


nudar las especies para vestirse. Aprendió cántaros
y cuchillos, esculturas de su necesidad, y que era
agrícola la tierra. Entonces, el poblador de las canoas
le puso techo a la intemperie.

Primavera de los asentamientos.


Circundar y techar un espacio
donde no llovería ni correría viento.
Tempranas aldeas
de habitaciones zancudas en las marismas.
Los anhelos habían encallado en los triqales y la
[familia.

Hijo montañoso, desértico. Fue ráfaga de nece­


sidad, origen torrentoso del ciudadano. Para él la
tierra sólo era frutal. Se puso sus raíces en sus llagas
— 18 —
de hambre, esperó los pájaros en las casas de follaje
y los peces en los claros de a g u a o en el nido de
las migraciones, piel panorámica, granero de los pes­
cadores: el océano de montones de olas pegad as y en
movimiento de amarre que quieren pasar a golon­
drina. Y ahora contemplo barcos sobre el mar como
el hombre de las piernas náufragas sobre los hombros
del de los ojos en secano, desanegados de niñas y
bandadas.
Esta es la leyenda, la tragedia de las especies en
los panoram as de la realidad: los andariegos de la
necesidad y el destino entre el sol lluvioso y la tierra
en movimiento como las cosas móviles entre las
manos del malabarista. Círculos concéntricos de
fuego, piedras y viajeros.

II

Después: muchacho con albas en el estero de


[las venas,
embanderado con ropas de sol hilado en los
[bosques y las bestias
iba amarrando semillas de otoño a la tierra,
hechas pájaros sus manos,
porque el querer vivir hace nacer trigales.
Era en el valle de espera
cuando el regreso siembra ban dadas en los nidos
[de arribo.
Entonces, había que sembrar para cantar.

Sobrevolaban el bosque ban dadas de río


y alfombras m ágicas de pájaros.
Ramajes nevados de verdores
en caserones de sol y de silencio,
montañas dueñas de sí mismas
y en el tramonto: pajarera de nubes.
— 19 —
Andariego porque unos ojos,
lagos de mímica, cisternas de contemplación,
ojos votivos en su rostro montañoso.
Se arrumoraba en las muchachas
cuando la primavera olímpica.

Desarropaba manzanas, desengarzaba racimos


en genitales cosechas. Era en los pequeños pueblos,
en los pequeños de América en cuyas hondonadas
maternales aprendió los ojos, era en los panoram as
agrícolas y ganaderos con sus adem anes de pájaros.

III

Una aldea, una estación y un tren que p asa;


no es el comienzo de una novela romántica, sino el
escenario de un dram a que une al hombre de las
grandes ciudades con el de los pequeños pueblos.
Una aldea en la que los viajeros de las urbes
—esos eternos hijos pródigos de las calles asfaltadas,
que regresan siempre a los rascacielos y a la turbu­
lencia a pesar de sus nervios— quisieran bajarse
p ara llevar una pobreza romántica, romántica mien­
tras se la contempla al pasar, una vida cuyos sím­
bolos son esos muchachos que saludan sonriendo
desde los andenes, todo un perfume de bosques y
aventura.
Una estación, el punto común de los poblados y
la tangente de los viajes, un portal por donde se
entra a las grandes ciudades y se sale a la monoto­
nía de las llanuras.
Un tren que pasa, el punto móvil de la tangente
por donde se escurren los ensueños de los aldeanos.
Esos hijos del campo gue no regresan de los rascacie­
los y la turbulencia, sino como viajeros de las urbes
— 20
cuando se fueron de los panoram as agrícolas y gan a­
deros y dejaron a otros cultivando sus propiedades
arrebatadas a la libertad con sacrificios y mez­
quindad.
Un muchacho fuerte y tosco como para no triun­
far en los salones, viajando entre una aldea y una
ciudad populosa. Es el viaje de los anhelos. El aldeano
y el hombre de las plazas. Para ir de uno a otro hay
que pasar por los trigales y las estancias. Estancias
y trigales navegando hacia los capitales y las socie­
dades anónimas.
Y en todo esto, el suburbio es por donde cruzan
los campesinos hacia el centro y por donde vuelven
a las huertas o se quedan trabajando en las fábricas
porque no trajeron títulos de propiedad, profesión
de tener.

IV

Es el ciudadano y la muchacha de cintura estre­


cha por los vestidos de modas que traen las revistas
de las fiestas europeas, el hijo de la bruma azul que
se rem ansa en los miradores, y el vuelo del pájaro
que se lleva sus ojos no es sólo el paraíso del mis­
terio o el jardín pensil de los bosques, es el concepto
de libertad que quisiera ralizar.
Muchas veces el hombre natural se rebalsa de
sus trajes de confección. Por eso detrás de los venta­
nales parpadeantes de los rascacielos, escribe libros
sobre propiedades rurales, sobre el despertar del
campesino porque quiere hacer del mundo una Fran­
cia total y porque sueña una filosofía que emocione
las manos:
—Hombres rubios, morenos, asiáticos, africanos;
plurales, pero yo os unifico con mi mano vagabunda
que hace mucho tiempo que la tengo asentada en
los hombros del campesino a quien ya le he entregado
la tierra. Y si hablo así es porque tengo el sino, la
locura de querer hacer del mundo una Granja Mayor
y de proclamar un solo país: la tierra y una sola
nación: los anhelos y de anunciar al reformador
educado con resinas, leche de venado y m édula de
reno y que no se instalará en ninguno de esos museos
de sociología que me resultan los gabinetes de las
naciones, sino que renacerá en cada niño y no será
la palabra, sino la plenitud.
La lucha se remansa en las ciudades porque
dominado el medio sucede la contemplación, la for­
mación de imágenes y la formulación del mundo y j
de los fantasmas que lo hacen mover. Pero las im á­
genes son inmóviles. Los ojos han naufragado en los
miradores, ya no son la mariposa de los paisajes y los !
brazos no son la floresta de la lucha.
Epoca lacustre de ciudades. La ciudad es el final I
de una gran sinfonía, la tranquilización de la gesta.
Hongos de cemento y miradores. Ciudad raída en las
afueras, con harapos de casas bajas. Ciudad que me
rodea en círculos y yo parezco ser la piedra arrojada I
en el estanque.

Contemplo la epopeya: la muchacha delante de


[Ja montaña, ]
junto a los ríos que gacelaron su cuerpo.
Está en los panoramas del huevo de luz,
en los astros montañosos.
Contemplo la epopeya: la montaña
con sus orquídeas de frío —hija de la antigua noche—•
y la muchacha que esconde en abrazos de moda
sus colinas de leche.
El aprendizaje ha hilado los bosques:
pieles ciudadanas, ajuares escenales.
Y yo te mostraré una muchacha rodeada de lanas
como el llamado del cuerno
y un hombre que enjaula los ríos
para usar la fuerza de querer ser libre de las aguas
y que saca grúas y trenes del cuerpo del hombre.

LO QUE DICE EL VALLE

Desde el tejado de la colina


te cantaré lo que dice el valle
de árboles repicando pájaros
y de pequeños cerros familiares:
las casas, canteras de amparo.
Cumbres protectoras, los techos.

Represa de follajes y tejados


donde se relatan los viajeros,
cam pana de manifestación:
sus cam panada son el existir
que suelta corderitos en el valle
y que cuaja los pájaros.

Me desmonto por los desfiladeros


de las andinas parvas de piedra
que se van nublando de distancias
porque me despeño hacia mi casa.
Voy, andariego, por riachuelos de polvo
silbando un humo trinador.

Es pajarera de las ráfagas,


del enjambre lluvioso de las nubes
el aire frondoso de azules.
Se agachan enarboladas bandadas,
manos de pájaros por el cielo,
que se enguantan en el follaje.

— 23 —
Muchachos en las nalgas del río.
Muchachos de mundos, niños de abrazos
se bañan en el viaje de frescura.
M uchacha desnublada de vestidos
por abrazos de baño, el m anantial
trás el caserío de sauces.

Florestas de amor a la tierra


para mis cansancios bebedores
de enramadas brumosas de las hojas
en donde me desnudo de ardores.
Estoy sobre almohadones de estío
y yo ya no sé pensar en mi cabeza
de imágenes, panorám ica de mis ojos.

Hilandera de árboles la tierra,


la tierra que el estío hace tañer
se empluma bajo un aletear de albas,
abre su valle de canciones al sol
y canto con una muchacha en el alma:
Soy una cam panada del valle.

Sol estival, badajo de clima,


y repican a ir onda las llanuras.
Voy andariego, con las venas arboladas
de sangre, pájaro y no pájaro
del verano, hortelano del mundo;
de la m añana, tañido del sol.

Ah el aire en los panales del pecho.


Respiro las abejas del viento
en los llanos montañosos de majadas,
entre colinas de follaje, los árboles
que están sabios de la primavera.
Soy una palabra en el discurso del mundo,
pájaro y no pájaro expresado.

— 24 —
La colina va partiendo a mis espaldas.
Trinador, bandera de mi cuerpo
reboto de las montañas al valle,
hacia su amanecer de casas
con su palomar de campanadas,
hacia el mediodía de miel y de luna.

Allí mi madre, desembocadura de mí,


con enfermedades de intemperie
moldea el pan que hace arbolar mis venas.
Me nutro con la salud del día,
pájaros y trigales en mis venas
y canciones, bandera que evaporo,
me hacen frondoso y andariego.

Plantación de albergues, aldea


de árboles que construyen los hombres.
Entre sus cam panadas andariegas
empiezo a revestirme de aldeano.
Soy nombrado en sus calles verduleras
Allá, fui ser, natural, sin nombre.

Arropada de niebla celeste,


como un hombre lejano, la colina
que remonté gritado por la aldea
sólo muestra su piel de lejanía
ahora que estoy de panoramas,
ventana de mis ojos bebedores.

Miro trás ventanales espacios:


m anada de colinas, parvas de quietud;
el hombro andino tejado de nieve,
terciopelo de las cumbres,
y el arribo de las nubes tramontanas
desde entre lo que dice el valle.

— 25 —
LA FUENTE

Fuente de nube abatida,


jaula de la lluvia.
Agua inmortal muéstrame
mi rostro acuático mirando
desde tu fondo panorámico.

Un fresco desmenusamiento
de blancas techumbres andinas:
agua miradora de orillas,
líquida cabra de los declives,
enredadera de pendientes.

La nieve derramaba el viaje.


Cascadas de apresuramiento
decuelgan el agua desnudadora,
nómade porque una montaña
con pieles de río...

Se envaina su torrente.
Recodo emplumado de espuma
infló la fuente, tiró el agua
en corrales de silencio,
panoram a de mis delirios.

Fogata de frescura,
fontana de estar mirando.
Veo archipiélagos de imágenes:
su fondo, rincón de reflejos,
pajarera de orillas.

Nube de mi gesto, isla, pájaro;


mi rostro enjaulado en el agua.
Soy yo, cam panada de mí,
pez de mímica, en su hondonada
abajo arbolada de imágenes.

— 26 —
Fuente que mira sin soñar.
Encontré su claro entre piedras.
Llené mi sed, cántaro vacío,
y me vi en sus ojos; agua
de existencia, de más allá.

Ah frente sin comparaciones,


sin metáforas de reflejos.
Por un labio de rebosamiento
se desobillan manantiales,
expresa el viaje la cisterna.

Vino de rumores, el agua


—oh paralela de los viajes—
se irá flameando por pendientes,
iluminando litorales
y se desinflará la fuente.

Mostrará alamedas de imágenes


y cantarán riberas
de hierbas gozosas del viaje.
Agua miradora de orillas,
frescor que besará la sed.

SEPTIEMBRE

Yo volveré a amarte, oh tierra,


a la sombra de los manzanares,
con el regreso de las golondrinas
como una nueva nube
sobre los árboles nuevamente dichosos.

27 —
LA SED

Sueña enjaular una cascada,


rondar sus peces de frescura
y sus ráfagas aguadas.
Fogata del deseo, llegará el agua
jeroglífica, relámpago del aire.
Familia de tranguilidad,
cántaro, pájaro aljibe
en mis labios de delirio.

Pendiente, acequia de los cantos,


recodo de la voz; por mi boca,
panorám ica de silbos y canciones,
se empoza el agua en mis ansias.
El placer se despeña del vaso.
Iitai
El agua es el arribo, la mano
na" de frescura en mi bolsillo de sed.
Goi
van Algas de dicha, flora
de mis arenales de delirio,
ya canto, oh agua de imágenes.
Bui
car
Sol
Fal
EL AGUILA DE ORO
bre
Este otoño es la justa esperanza de otros pueblos,
la primavera que les llega, el viento
que les instala los pájaros en el cielo.
El sol nos ha dejado la tierra y el aire frondoso,
el otoño que llena los platos de cosecha.

Se remonta el águila de oro,


retira sus pájaros, sus alas de ardor.
Diciembre y empollaba las huertas.
Ahora,
desvístense los árboles hasta un desnudo de esquema
y me vuelan pájaro ya vistos, imágenes fragantes
por regresos del alma, pulsadora de anuncios.
TAI
— 28 —
Nos queda la tierra y el cielo sonoro,
un copo azul nevando hacia arriba.

Maduros los colores que cantan a los ojos,


se desenturbian los caminos
y ya somos de nosotros, despegados de la tierra
y parece que el mundo, residencia y tamaño,
cosa de paredes, pisos y techos de abismos;
el mundo que siempre queda después de todos los
[otoños,
recuerda sus tantos follajes.
Nos quedan alhajas, muchachas, racimos de luna
[endulzada
y bellos poem as. . . y antaños. . . y amigos.

La primavera se ha descolgado de los árboles.


El pájaro fue de lejanos viajes.
En las florestas amarillas del viaje
cuando las tierras están ausentes
como el valle en el sueño de los profetas
alguien es usado como caminante de los humosos
[paisajes
o sentado en las islas bebiendo marinos
o sabiendo que está de puerto la muchacha.

Ahora, la tórtola está en el pecho.


La sangre ya no transita en plenitud
y al corazón le duele la memoria
solitario en su galería de imágenes.
SILBOS

He cantado como el pájaro


al pájaro enjaulado
y lo he llenado de cielos.

Iré a comprarte pájaros


estampas sin realidad
y libros lejanos.

Continuamente bajo mis ojos


del sol hacia los niños
y las monedas.

Mi ventana abierta
son aquellas casas blancas
con ruido azul en los techos.

Mi cabeza es una región de bosques,


mis manos son gaviotas,
he vendado con ojos mi ceguera de lagos,
los anhelos se me hacen niños
y los pies, pájaros asentados.

PAIS Y MONOLOGO

Somos pueblos de los panoramas de América y


nos resistimos a encerrarnos en los libros. Somos
pueblos de los pájaros, de los vegetales y los mine­
rales que no hemos olvidado aún.
No se es nativo por nacimiento, sino por pasado.
Y nuestro pasado es un libro de mitos en el que
esperan salvarse los poetas de las Indias que quieren
un sentido nuevo para sus cantos. Tal vez nuestro
pasado más firme es nuestra región cuya única his­
toria es la de haber llegado del sol.

— 30 —
W AIT WHITMAN
,


El problema social y político acaparó la vida
i>npiritual en el origen de estas regiones libres e inde-
I 'i >ndientes.
Lejos de los bosques, de aquella vida sin pre­
guntas y de aventuras andamos bajo enramadas de
' i »mentó y con un alm a de libros europeos que nos
i’iiseñan demasiado como para no aprender.
Es hora de dejar los versos y comprendernos.
I iBclarescámonos para vivir realmente.
La historia no es un sueño ni una leyenda, es
la tragedia de las especies en los panoramas de la
i®alidad. Las ciudades americanas no escaparon a
nota tragedia. Por eso en los planos de sus naci­
mientos, se veían no sólo cabildos, plazas y escuelas,
nlno también empalizadas, murallones y pozos pro-
Ilindos por fuera de las fortificaciones.
Las empalizadas de los primeros prósperos de
América —cazadores de fronteras, propiedades com-
l >radas a tiro de fusil— se han esfumado para siempre
c le la realidad, pero no han desaparecido, ellas están
"ti las constituciones que fortifican los estados que
I' »i lavía se defienden de América.
América es un niño que corre para alcanzar al
lumbre maduro —Europa— que camina pensativo.
I.o alcanzará con ciudades ya muchacho en el siglo
volnte y sólo tendrá para decir: anhelos. Porque para
i.'iber hay que caminar. Para el hombre maduro, el
muchacho es un alivio; para el muchacho, el cami­
ní inte pensativo es un ensueño y una pesadilla,
üuropa una imagen de tierra y de tragedia. América
una imagen de sol y de anhelos. Aquí todo es origen;
mientras todo en Europa es parque.

— 33
II
Mi país es un panorama en la luz del sol. Cuando
me paro en la puerta de calle de mi casa, saliendo de
ella, tengo frente a mí los parapetos andinos, a mi
derecha una ciudad, a mi izquierda un camino que
podría llevarme donde quiero y, en fin, a mis espal­
das mi casa. Estos son los verdaderos puntos cardi­
nales del país que habito: una montaña, una ciudad,
un camino hacia los bosques sureños y una casa para
mis regresos del mundo.
Mi país es un panorama cuya Carta M agna es el
vuelo de las gaviotas y las nubes sobre las fronteras,
las propiedades y las constituciones. Sus puntos
cardinales son realidades, ramajes de mis ojos, y a
la vez símbolos de algo que quiero ser y de algo que
no quiero ser.
En el techo de mi casa huelo a panoramas. Todo
mi cuerpo es un ojo en la órbita de los paisajes. Cada
uno de ellos tiene un significado que es el comienzo
de lo que sé, algo que recuerda mi cuerpo, un apren­
dizaje de vida.
Miro como el viento relee los árboles y las nubes
hilanderas. Limpio de todo lo que han dicho los
hombres. Yo lo confundo con los pájaros, hijos de la
antigua noche.
Esfera boscosa de la tierra. Mis ojos son los
brazos de los panoramas de tórtola. Hay un río junto
a mi infancia y un viento de bandadas disueltas.
Angeles del sur, mis viejos amigos. Yo los recuerdo
en la gaviota de los hombros, en mi cabeza plumosa
y yo ya no sé...

— 34 —
PAJARO MUNDIAL

Me reencuentro con los brazos abiertos de los


[panoramas.
Camino sobre una flecha, los ríos están junto a mí
los escucho a través de un pájaro que me sirve de
[ventana mundial.
Mi cabeza es un girasol
o como el bosque cuando lo cruza el viento.
I'.s hacia el mediodía que dirijo mis pasos,
me desnudo en su ala fluvial, declives de luz en las
[marismas.
Vivo en sus abrazos a la tierra, en su cuerpo de
[atmósfera.
Hay en ese panorama una casa detenida en un viaje
sobre cuyos parapetos nievan las palomas.
Veo claros de bosques en sus muros,
los ventanales que me informan del mundo.
Sólo miro donde mira el día,
bandadas en el vuelo de un pájaro mundial,
un árbol como la muchacha parada en el andén...
Pájaro que estás en el cielo, soy leal a tus viajes.
Pájaro panorámico con huesos de montaña y
[pulmones de clima

II

Aspiro a que te quede el perfume de esta


[pequeña historia:
Yo no puedo hablar sino de una casa crecida en un
[trigal,
morada de la necesidad y del destino,
•me dejaron mis antepasados cuando se fueron
[montaña adentro.
! Ion mis abuelos geológicos; los ancianos de los
[arqueólogos.

— 35 —
Están en la geología, historia de las vértebras,
[escalera de los anhelos que fueron llegando
Bajé sus escalones buscando el cántaro de labios
[de arenisca,
contemplé la emigración de los hombres muertos
[hacia las algas
pisaba la historia, cam inaba sus libros escritos.
Eran páginas blancas y me sorprendía leyendo en
[ellas.
Sentí el miedo de la belleza.
Sabía que tocaba el arco muerto de la flecha viva
[que soy.
Yo no puedo hablar sino de una ciudad florida
[de ventanales
donde no puedo quedarme sin emigrar, sin tomar
[el vino de imágenes,
sin escribir a las regiones extranjeras porque he
[leído sus libros
Yo no puedo hablar sino de un valle en los brazos
[del sol,
del pájaro plumoso que esconde su futuro en los
[matorrales,
nidada para los cielos de América
y de los anhelos que se hacen silbos.
Yo no puedo hablar sino de la necesidad y del
[destino
que yo llamo la tierra y el sol envueltos en escenarios,
el amor que expresa los pueblos.
Aspiro a que te quede el perfume de esta
[pequeña historia:
A mí siempre me preocuparán las madres y el pan.
Detrás de las madres veo la tierra y el sol detrás
[de los panes.
Allí donde los días chocan contra la tierra nacen
[los trigales y las mujeres dan a luz.
Entonces, cada niño nace en medio de un trigal.

— 36 —
PABLO GAUGUIN
III
Bajo el pelo de los ventanales,
escucho la flecha de los trenes montañosos.
Escribo junto a un libro de bosques, frente a un
[reloj mineral.
Mi frente es la región de unos hombres
que yo confundo con los pájaros que me parecen
[ramas de viento.
Los recuerdo montados en las ancas de madera de
[los ríos carretelas.
Allí junto a un bosque que se evapora en hojas,
junto a un río aprendí que todo es origen.
Angeles del sur, mis viejos amigos.
Yo sólo era leal a los alimentos, archipiélagos de
[las especies.
Y cuando el buen tiempo era lejano
me enseñé a recontar las islas.

LA TABERNA

Allí está la taberna que no es un barco


y sin embargo allí adentro hay una tripulación.
A veces, estoy junto a sus cuentos
de barcos boca abajo de los naufragios
y muchachas de vestidos campanas del susurro de
[las piernas.
—Mis brazos quieren bañarte
y remontarte piernas arriba.

Son ellos, los hombres vaivenes,


los tripulantes de las tabernas delirios
donde se sienten enormes
porque el vino...
juega a todos los hombres son iguales.

— 39
LA LLUVIA

Se desengarza de las nubes,


m ajada de los ríos, sonámbula desnuda;
sus aguas van muriendo con la tristeza de vivir.
Otoño de nublados, hojarasca cristalina por declives.
Vi llegar la nube, el pájaro de agua
y bandadas de ellos anidar en el continuo celeste,
entornarse el dia con un arriba lluvioso,
habitarse las casas con un soñar un viajero vestido
[de nosotros
y dolerle las calles a la ciudad.

Del mar, campanadas, las nubes.


Follaje la nube, pájaro de agua
y otoño la lluvia, esgueleto de mar.

Se ordena el agua,
nube desnublada, patinando por declives.
Estamos en el sauce cristalino de la lluvia.
Bolsillo, capote; la casa
concentra los hechos, abriga los pasos.
M añana naceremos a las calles,
encendido el caminar.

Entristece el mundo, su contener la vida sin las


[plazas.
Escuchando un licor de ciudades lejanas, de trenes
[que parten.
Se desnubla el mundo
y nuevamente se encaminan los destinos,
a nosotros nos toca el hombre.

Fue la lluvia
y estuvimos esperando las calles con la vida
como en el regazo de la madre que nos prepara
[para el mundo,
LA CASA DE LEJANOS VENTANALES

Me pongo la ciudad como quien un capote y se


[levanta el cuello
por las calles de ventanales nublados de visillos
donde el caminante solitario es como mi corazón,
donde todo se cumple en la noche de no saber por
[qué
y donde nadie puede pronunciar el corazón de las
[cosas.
Contemplando el silencio de mi sombra y de lejanas
[montañas
mientras el mundo canta su viejo canto de existir
[por existir.

A llá en la casa de lejanos ventanales,


en el pájaro eníermo de tempestades y m anadas
[de viento
y con una salud de horizontes azules y espigas
[viajeras,
donde el pecho del hombre es un grupo de
[leñadores en el bosque
yo respiraba el buen Dios, celeste de tanto existir
donde las estrellas se desvisten sin desnudarse
[nunca,
veía a mi madre cortar el pan tantas veces una
[sola vez,
veía la mesa hecha con los huesos del árbol, la
[ventana
y a llá muy lejos montañas que me sugerían
[animales muertos.

Venía en la sangre de mis antepasados, un


[barco dentro de otro barco,
remolcado hasta mi nombre por el deseo de la vida
[de seguir navegando.

— 41 —
Ah los besos, venían transbordando la sangre de
[hombre en hombre
sobre silenciosos países donde la tierra es siempre.
Y nueve meses estuve en el astillero de mi madre
allí donde la vida hace nuevos barcos para su
[sangre.
De mis antepasados me alejé hacia mí
y tuí el niño que arroja una moneda de alegría
[dentro del anciano
y soy un continuo emigrado de la infancia y de los
[bosques.

CANCION A LA CIUDAD

Los vuelos de la primavera llegaban año a año


[a Ja montaña
y asentaban en el valle los panes que traían del sol
y las tierras lejanas mostraban su rostro de otoño
porque la habían visto partir tras el pájaro de albas
que volvía a cantar su viejo canto de trigales.
Mi padre cultivaba las orillas del río y los nidales
y cuidaba las palomas que sostenían nuestra
[sangre.
Entre muchas otras cosas del amor del sol y la
[tierra
recuerdo la capa espumosa del bosque y yo ya no
[sé...
¿A CIUDAD
CANCION AL MUNDO

Tú eres el que existe, el que lleva el viento


[adentro.
Te contemplo desde un hombre.
Todo mi cuerpo es un ojo abierto hacia tí.
Te vuelan pájaros de tu ser, ríos de tí mismo,
te tocas con muchachos, te recorres con viajeros,
te miro cruzar los puentes vestido de peregrino
y desembocar niño de las madres de tí.
Familias de tu amor se hacen de tu cuerpo de
[montaña una casa.

Para mi querer levantar los techos


cuéntame tus vidas como se escucha un río,
muéstrame tus plazas como se contempla un lago
y ábreme ventanas como se suelta un pájaro.

PAJAROS ENJAULADOS EN OTOÑO

Estos pájaros que no emigran pulsarán su jaula,


cantarán los anuncios estivales que albergan a
[otras aves
con la tristeza de los que no pueden entrar en los
[viajes.
La orden era emigrar, seguir al gran pájaro.
Ellos se quedarán enfermos de sus alas enjauladas
porque la esperanza no flamea en el invierno.
Las muchachas del suburbio también son pájaros
[enjaulados.
EN EL COMIENZO DE UNA CIUDAD

Una ciudad demasiado chica para no ser una


urbe y demasiado grande para no ser una aldea y
donde los hombres son demasiados serios para no
saber vivir en el arte y demasiados ingenuos para
consigo mismo y para comprender la vida, tal es el
rumor y el escenario de esta ciudad andina con
nombre de conquistador. El comercio y el industria­
lismo han dejado atrás los mitos y las leyendas. Sólo
a veces, cuando el viento... esos fantasmas regresan,
pero ellos no están en las ráfagas, sino en la sangre
que los recuerda. Y entonces, algunos versos que
parecen que han captado el misterio de la vida.
Después el sentimiento de que la concepción abstrac­
ta va superando la concepción por las sensaciones y
las emociones. Y esta es la nostalgia de las urbes.
Nada de esto saben los funcionarios que copian cada
día el día anterior y el drama de vivir y cambiar la
vida cae sobre los hombros de los más jóvenes.
Oh ciudad, ciudad, ciudad. A mi alrededor está
el drama y el gozo. ¿Mostrar la verdad o el gozo?
Estoy solo porque no sé si la verdad o el gozo.
Solitario y multitud, camino por los rieles de
túneles sonámbulos y los caminos se llevan los auto­
móviles y se llenan de fiesta y de relámpagos los
edificios románticos de la avenida mayor que no
quiero comprender hasta la anulación del suburbio
que es una niebla que entristece la gloria, porque
puse mi cabeza entre las manos abiertas del libro
del profeta y del vidente.
Comienzo a ser la historia de una ciudad, una
ciudad que no está en mí como dentro de un catalejo
o contemplada desde una colina, porque desde una
colina es muy hermosa.

46 —
Todas las m añanas me visita un ángel y un
[fantasma.
Recorro el fantasma y respiro el ángel.
Yo mismo soy una mezcla de ángel y fantasma.
Estoy otra vez sin comprenderme
porgue no tengo hambre ni necesidad.
Cuando todas las m añanas hago nevar mi traje
con movimientos que llamo bandadas o ventanas
soy una mano que se abriga en las aldeas
y la aventura recorre mi cuerpo.
He comprendido que no me sirve para las
[explicaciones
sino para comer un poco de ángel
en las ciudades del fantasma.

Camino con aldeas en los zapatos


y soy el pan de cada día de las granjas
donde los brazos se me hacen aventura
y en la aventura los panes se me hacen Dios.
En las plazas, lago de los viajeros,
siento que se me caen aldeas y anhelos
y que las ropas se me hacen aldeanos.

Me paro y conmigo se levanta la ciudad.


Hay allí como una piedra arrojada en un lago.
Encuentro mi rostro, niño de mi cabeza,
isla plumosa en el arroyo que se deshace en lagos.
Andariego, el sol es mi sombrero de gaviotas
y los pies se me hacen enormes como la tierra,
los zapatos se me hacen mundos.

Soy una ciudad de bolsillos y desgarraduras.


Y los que me miren
sabrán que mis ropas,
que han estado en el estío
y en la caída de las hojas,
han rozado los rascacielos y las fábricas

— 47 —
y que he escuchado el paso de los trenes y los aviones
y la partida de los barcos.
Y así quiero que se me mire:
Con una ciudad de roturas en mis trajes
y en mis zapatos, hermanos de los puentes
de mirar abajo,
con la locura alegre de las tabernas
y el rostro suelto en las gaviotas.
La Campana
para Fernando Lorenzo
Ved el origen de la cam pana
cuando la piedra es arrojada a un lago.
A gua y piedra,
cam pana y badajo.
Tierra y acción.
La piedra que hunde las superficies.
El agua que se cubre de círculos
como una bestia encrespada,
molestada en su jaula.
A ellas van las ostras terrestres,
los cántaros como grandes nueces
a llenarse de agua cazada
anidando los peces.

Lagos de amor. Diques de paz.


La inundación salvaje
era una ballena inmensa
que tragaba muchos pueblos,
muchas alegrías.
Cazadores de inundaciones.
Diques balleneros.
Cam pana de los diques.
Allí se enrosca el agua.
Allí se amansan los ríos.
Cazad la ballena en las represas
para regar con la grasa
derretida de los glaciares.

Mirad donde nacen los caballos


del mar en las costas,
la tusa de espuma,
la cola de lluvias,

— 53 —
la montura navegante,
la pezuña de los puertos,
la herradura de los arados
delante de los pájaros de siembra.
Hijos del descubrimiento
arando con el ancla
de los navios acaudalados
los velámenes náufragos,
porgue sus cántaros
y sus braceros
no llegaron al estangue de oro,
al fogón de diamantes.

Bien y bella aventuranza.


A la llam a del árbol, ,,
color y bruma,
en el bracero del estangue
fue la lám para embriagadora,
planta de luz,
a guemar algo más que la necesidad,
a poner color en la pobreza,
a buscar pobreza en los colores.
Bruja de los acertijos.
Mago de los cántaros.
Al árbol de vigor
fue el agua de ojos,
fue la cam pana de voces,
fue la lám para de amor
con las palomas de luz
como hojas del cielo.

Los cántaros regresan como jaulas


llenas de pájaros del bosgue.
Tramperos de badajos.
Jaula, cántaro, campana.
Pájaro> agua, badajo.
Echad a vuelo las campanas.

— 54 —
Repicad a fiesta.
Volcad los cántaros en la siembra.
Soltad los pájaros en el bosque.
Campana, campana, campana.
Campanas de amor. Turbinas de paz.
Así crece la alegría del hombre
haciendo sonora la tierra.
Cuánta paz
es de pronto tanta guerra.

Campanas hermaíroditas.
El hombre se hace badajo
en la cam pana de las mujeres.
A la taberna campanario
traed las campanas para beber
los badajos de vino
como lobos sensuales
en páramos ascéticos.
Haced un reloj de arena
con copas y campanas.
Copas hacia el cielo.
Campanas hacia la tierra.
Copas de espaldas.
Campanas boca abajo.
Copas aéreas.
Campanas terrestres.
Copas que se consumen en campanas.

Bajo el rojo viajero


del país azul,
cruzado por blancos juveniles
y grises nostálgicos,
los marrones ardientes
arden verdes.

El agua sonriente
y el alba navegable
con los pájaros colgados,

— 55 —
los colores que nacen de las brumas
y se abalanzan sobre las cosas,
las envuelven a la usanza diaria
y las entregan a los ojos.
El agua es azul del cielo.
La tierra es verde del sol.
El arco iris cruza la tierra
haciendo las esquinas del mundo.
Es el día poniendo de relieve las cosas.
Es el día que trae los países
para los sueños de la noche
cuando las ciudades fueron entregadas a la tierra.

Por la cabellera de la noche


andan los amantes
como mi mano en tu pelo, mujer.
Crecen ciénagas en tu rostro.
Una callejuela de viento
recorre las avenidas lujosas,
las casas adorables
y las plazas de árboles antárticos
abandonados por las migraciones,
gue dejan todo el espacio del invierno
y el árbol descosido del otoño.

En la casa mansa
hay una paloma de agua.
Campanitas de lluvia.
Campanilleo de inundación.
Construidle casa al agua.
Dique, campanario, palomar.
La inundación es fácil de cazar.
Que todos vengan a verse en las represas
donde los tigres del río
se vuelven palomas.
Traed los baldes como jaulas
o campanas

— 56 —
a llenarlos de agua como de palomas
o badajos.
Venid a soltar palomas en los manantiales.
Venid a llenar de besos
los labios de la aceguia.

Nubes mundiales.
Aves de todos los países.
Nubes como migas.
Van hacia el padre de los panes,
hacia los panales de nieve
en los colmenares de piedra.
El agua salvaje,
domesticada a pedazos
se hace otra vez bestia inmensa,
ballena en los glaciares
reunida por las nubes
que vuelan de los lagos,
de los digues, de las aceguias,
de los vasos, de los besos
hacia las madrigueras de nieve.

Allí donde los ríos sacan su cola


de sauce en barranco
y hacen blanco los pájaros,
desde el balcón abierto
del puente encorvado
mirad la bestia montañosa
de navios escarchados
y tortugas de adobe
con caparazones de tejas,
de piel terrestre y oceánica
cuando pasan las golondrinas
como un agua que aletea.

Ved la mujer con las llanuras,


los hombres con los pájaros
y los niños con los panes

— 57 —
que maduran en los hornos,
un follaje de adobes,
un árbol de frutos familiares.
El fuego es el estío para los panes,
frutos de todas las estaciones,
de todos los países y los climas,
porque los hace la familia.

Hacia la casa blanca,


por el camino rojo,
junto al agua cristalina
de color imparcial,
con la cabellera nocturna
y el rostro diario,
la fam ilia m undial
con ella en vestidos pardos,
con él en trajes azules
y con los niños en ropas verdes.
La casa en la cam pana de árboles,
copas llenas de pájaros
que vuelca el otoño.
La fam ilia repica con los arados,
con el badajo de los azadones
y los martillos.

Allí están los buches de arena


con sus dentaduras de río,
los cántaros con sus lenguas de agua
como bocas silenciosas
esperando los besos.
Lagos, cántaros, panes de agua.

El agua que se fue


ha dejado su fondo de océano
que es decir su fondo de leyendas,
ha dejado su fondo de estanque
que es decir su fondo de estampas,
ha dejado colonias de navios

— 58 —
que es decir colonias de casas
encontrados en este fondo de mar.
El cielo también es el océano
que raspa y raspa el espacio
encendiendo el aire,
encendiendo las lluvias.

Dejad que el aqua haga su casa


y veremos el origen de todas las estampas,
escucharemos el origen de todas las leyendas.
Será como tener agua en la boca.
Será como encontrar el libro de bitácora.
Seremos históricos.
Dejad que el agua se vaya
y encontraremos sus casas,
los barcos náufragos en ella.
Veremos las estampas.
Escucharemos las leyendas.
Será como perder el libro de bitácora.
Seremos poetas.

— 59 —
Poema
Vincent Van Gogh
Os traeré el recuerdo de Van Gogh.
Sabed que quiso ser como los campesinos agachados
como circunslerencias estremecidas por los trigales,
con su paleta de girasol,
león de las ñores,
como un sombrero caído del sol
con antorchas de piel
y fogatas de estampas espesas
entre pinceles despeinándose
las pequeñas melenas
en colores cuajados.

Van Gogh,
una gota de sol en los pinceles,
girasol del amarillo,
infancia del sol,
la palom a de las lámparas
gue amamos en las cosas,
despegándola con los ojos.

Yo sé como él
que a veces enloquecen los astros,
enloquece el sol
y conducen a los hombres creyentes
a espantosas soledades
donde sólo hay un girasol amaneciendo
como un baño de alazanes.

Nombre espeso,
de óleo.
Un nombre que gotea
como cuajada de trigales.

— 63 —
Anduvo por la ternura del mundo
una muchacha llam ada Provenza
y fue como la bondad del mundo.
Tal vez buscando a Dios
y lo encontró en el sol,
cuando se derrumbaron los misales de la infancia
con un ruido feudal,
porque Dios no podía ser otra cosa que lámpara,
después de una ciudad con apellido de monasterio,
Amsterdam:
espigas de imprenta
con granos de campanas
para misales escritos gota a gota
entre las flechas de la lám para
con pájaros de cuchillos
y lanzas idiomáticas
con golondrinas
como alambrados de tinta.

Y ahora sus cuadros iluminan.


Amaneceres.
Cuadros de sol.
En esas ventanas sin casas,
ventanas viajeras
que llegan con amaneceres pegados
a las galerías de ciudades ahum adas
donde hay que vivir,
vivir espesamente
como si el mundo fuera un gran caldo,
la sopa de la hum anidad
con la capital del amor,
la ciudad del hombre,
donde hay que empaparse de jugos
que tienen gusto a mujer de la vida,
a campesino de Provenza,
como una muchacha rubia
con cielos azules en los ojos.

— 64 —
I N D I C E

Pag.

Introduooión de Carlos Levy .... 7


El nacimiento de un ciudadano 9
La campana ................................. 49
Poema a V'imcemt Van Gogh 61

" M A R I A W O MC o io
s a n R a fa e l -

s s ta n te

tabla

NUMERO
UtìRo n o s T p u e d e VENDIS?
ESTE
LIBRO SE
TERMINO DE
IMPRIMIR EN LOS
TALLERES GRAFICOS DE
EDICIONES CULTURALES
DE MENDOZA EN
FEBRERO DE
199S
No sería suficiente reseñar este libro, sin antes decir que el
autor desde su marginalidad (elegida) se sentía llamado a
poetizar, no solamente los personajes de la vida diaria, sino
las sensibles imágenes de un m undo que enjuiciaba y lo en­
juiciaba en su polémica forma de vivir.
Su controvertida visión de la realidad y el exceso de sinceri
dad lo desvinculaban de los círculos literarios, donde lo igno­
raban como poeta. Pero esto no ocurrió con el relevante artis­
ta plástico Carlos Alonso, que no disimuló su talento y en
este libro quedó sellado el desborde y la transparencia del
poeta Cúneo, ju n to a las refinadas y sutiles líneas del maes­
tro Alonso.
La prosa y verso en u na honda comprensión de las virtudes
de la naturaleza y la debilidad hum ana, sit úan al poeta como
un libre pensador, con claros ideales políticos, frente a una
sociedad que careció de receptibilidad a sus espontáneos es­
critos ideológicos.
Ciudad, vino, ríos, sol, ángeles, fantasmas... son reflejos que
se repiten, cuando avanza Cúneo en su madurez poética,
cargada de lluvias y esperanzas.
Implacable en sus conceptos, deja caer su angustia por roces
étnicos, de razas o de la cultura cuando escribe: "Y si hablo
así es porque tengo el sino, la locura de querer hacer del mun
do una Granja Mayor y de proclamar un solo país: la tierra y
una sola nación ".
La poesía de Cúneo tenía u na gran afinidad con su pensa­
m iento. Todo quedó im preso en los Talleres G ráficos
D’Accurzio en febrero de 1952 donde se edit ó por primera vez
"El nacimiento del ciudadano".

Julio I. Castillo

GOBIERNO DE MENDOZA
MINISTERIO DE CULTURA, CIENCIA Y TECNOLOGIA
SUBSECRETARIA DE CULTURA Y COMUNICACION EDUCATIVA
DIRECCION DE COMUNICACION CULTURAL Y EDUCATIVA

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