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Damián Cabrera, Notas para Representarse
Damián Cabrera, Notas para Representarse
Decires en frontera
El Alto Paraná es un espacio que se encuentra atrapado por los límites que dibuja la
representación. Ciudad del Este, cifrada en los estereotipos que parecen clausurar toda otra
posibilidad de ser de la ciudad: ¿qué hay en los bordes del contrabando, el comercio y la
piratería? En primera instancia, Ciudad del Este es el otro nombre de una fecha traumática,
y es la excusa del programa del coloniaje que se completó bajo la dictadura de Alfredo
Stroessner. Entre las imágenes previas y las imágenes del porvenir se producen fisuras a
través de las cuales se filtran otros modos de hacer, otros modos de estar y de decir el lugar
propio. Pero lo que resplandece en la oscuridad de los cuerpos en oposición es la tensión.
En el origen era el “infierno verde”, el sublime desbordado y amenazante, “ese
laberinto que no se acaba nunca”, que para Barret –y luego para Rivarola-Matto y Roa
Bastos- era escenario de explotaciones en los obrajes, bajo el yugo de la Industrial
Paraguaya o la Matte-Laranjeira. Un virus ataca la corteza de una célula en un ángulo
particular, prolifera en ese recodo de su dermis hasta que la perfora, entra, hace estragos;
así, el monocultivo extensivo que ya no tenía hacia dónde en el Brasil se abrió camino por
Canindeyú, y a lo largo de toda la frontera, y más tierra adentro, cada vez.
El autodenominado “sector productivo” del Paraguay: El bosque es la rémora de su
“progreso”, una representación stronista que ha sido eternizada por el discurso del sector y
el discurso de los medios corporativos de comunicación. Ahora, el bosque es señalado
como escondrijo del EPP (el grupo guerrillero denominado Ejército del Pueblo Paraguayo);
más una negligencia al restarle peso al pasado poniendo en clave de insólito lo que ha
sangrado sobre la memoria.
El infierno: laberinto y desierto verde, despoblado, susceptible de políticas de
colonización desde ambos márgenes del Paraná. Más de cien años de disputas transitan el
territorio altoparanaense, entre indígenas, campesinos y terratenientes –de nacionalidad
heterogénea-.
El espacio fronterizo altoparanaense tiene sus claves de lectura en un complejo de
tres íconos constituidos por la represa hidroeléctrica de Itaipú, la Ruta Internacional Nº 7
“Dr. José Gaspar Rodriguez de Francia” (que une Coronel Oviedo con Ciudad del Este) y el
Puente de la Amistad. Estos tres elementos modernizadores de la región, además de ser
infraestructura constituyen artefactos simbólicos que inauguran un nuevo tiempo y
reestructuran la vida local. Estos artefactos inauguran, además, la marcha hacia el Este,
desde el interior del Paraguay, y la marcha hacia el Oeste, desde el Brasil, que termina
permeando su exterior.
Esto genera disputas territoriales, pero que no se reducen a la disputa por la tierra.
Bajo la apariencia de una dicotomía brasileños/paraguayos propagandística se disimula la
naturaleza de las oposiciones: la lucha por los sistemas de producción; y no sólo de
producción económica sino también simbólica, y sus mecanismos de puesta en circulación.
La ciudad nueva es de paso pero también de visita, y allí prolifera el contrabando
como negocio típicamente militar y de la clase política stronista hasta principios de los 90;
cuando, por decirlo de alguna manera, se democratiza. En su novedad hay lugar para
ocupaciones temporales, pero el trabajo informal e ilegal sobrevive al crecimiento
explosivo, y lo temporal se vuelve permanente.
La visible presencia de otras colectividades puede hacer pensar en más un mito que
se autoconsume: la integración multiculturalista y las coexistencias armónicas; pero lo
diferente existe hostilmente sobreviviendo su espacio según sus potencias.
En la lucha por los sistemas de producción económica, la producción simbólica
tiene poca visibilidad. En principio porque las políticas de institucionalización y las
prácticas ministeriales están ausentes, pero también porque cualquier emprendimiento
independiente debe abrir, cada vez, su propio espacio para acontecer; y éste se cierra, cada
vez, dejando una cicatriz imperceptible.
Frontera
Se le ha puesto nombre a tu lugar desde muchos distritos. Hay un Alto Paraná que
ha sido fundado con representaciones de procedencia diversa, construcciones
transmutantes, pero que han grabado algunos perfiles en el imaginario colectivo de los
esteños o en los imaginarios sobre el Este.
En este espacio atravesado por territorialidades en conflicto, que pulsan por
consolidarse, y en ocasiones por imponerse sobre otras, hay señales de un campo abierto a
múltiples semanticidades; la cercanía y las relaciones de poder suscitan travesías posibles:
ingresos en universos simbólicos otros; pero también propician otro tipo de cruces: hay
interferencias lingüísticas, hay aculturación, y también hibridaciones.
Ahora: ¿en qué registro contarse? El problema de cómo representarse genera
ansiedad, y se suma la incomodidad que implica el hecho de que las representaciones
contribuyen en la construcción de identidad y de memoria. Aquí hay otros transgénicos:
pero estas interferencias lingüísticas ¿dicen algo? Pensás, además, en el hecho de que la
imagen de la frontera esteña está atrapada en medio de las estereotipaciones, construidas,
principalmente, desde los medios de comunicación.
Didi-Huberman cita a Karl Krauss, quien reflexiona sobre la verdad y sobre el
supuesto de objetividad de las informaciones ofrecidas por los medios periodísticos: “no
hay otra objetividad que una objetividad artística. Sólo ella puede representar un estado de
cosas de manera conforme a la verdad” (DIDI-HUBERMAN, 2008, p. 21). Pero en este
espacio, reciente en tanto cómo es reconocido, las representaciones que buscan nombrarlo
desde la poesía son apenas incipientes; creés reconocer, sin embargo, en cierta literatura,
especialmente en aquella que ejerce su experimentación en una escena fronteriza
imaginada, las señales de una forma que dice una verdad sobre él.
Al decirse, estas voces poéticas oponen no sólo una imagen alternativa del lugar,
sino transparentan en su forma los procesos que lo atraviesan. Esta imagen podrían leerse
como el reverso de las representaciones autoritarias que atestan el espacio vacío del nombre
propio, el cual, en un territorio falto de memoria colectiva plenamente consciente, no tiene
asignación imaginable. El ejercicio de la mezcla, que quizás valga más como acto que por
lo que se dicta en su decir, se asemeja a la posición del híbrido cultural en tanto actor
político que confunde los artefactos de reconocimiento y discriminación. Así como la
hibridez hace tambalear las posiciones de la autoridad colonial y de la contestación de la
diferencia, las palabras que estas voces poéticas profieren podrían activar mecanismos para
tornar fluctuantes algunas posiciones:
Interferencia
Tengo nombre
Hay cartografías superpuestas, territorio sobre territorio, modos de ver que ordenan
y asignan valor al lugar, y que en devolución son en función del lugar. Es posible encontrar
el hito con varios nombres, pero el curso de la historia y los espíritus que la signan también
dislocan nombres, asignan otros.
Cambiar de signo no borra el nombre anterior, que se constituye en una presencia
flotante sobre el espacio, sobre las cosas y las personas a las que les comunica su sentido.
El cambio convierte al territorio en casa rodante, que se mueve y se reacomoda
como transformer según el nombre dado, según el grado de presencia del nombre
suprimido.
Pero hay otros nombres que flotan sobre este territorio, como nubes ancladas a la
tierra por hilos demasiado tenues como para ser creíbles. La representación de un espacio
gobernado por el caos puede ser desbaratada por ordenamientos de fondo demasiado
fuertes, a pesar de su presencia disimulada detrás de nombres e idearios que no siempre
coinciden con la vivencia.
La imagen de un espacio de presencias difuminadas que pulsan por corporizarse –
como fantasmas que parpadean en su intento por hacerse carne- es arrojada como una de las
representaciones que se hace de la escena fronteriza del Este, que en el curso de su historia,
reciente tanto, ha sido atravesada por múltiples territorialidades y grupos sociales de
procedencia diversa que la han elegido como hogar o como lugar de paso en su tránsito
hacia dónde; y que en la última década ve una explosión en slow motion de subjetividades
que desean inscribirse en el espacio, hacerse cuerpo; produciendo sentido, significando,
para que el hogar elegido sea un hueco a la medida del que lo habita.
Pero un espacio abierto a múltiples subjetividades, grupos sociales, naciones –una
escena con mapas y territorialidades superpuestas- es susceptible de tensiones, porque, en
sus intentos por consolidarse en la escena, los anhelos ajenos pueden chocar con los de uno,
y cuando no es posible encontrar la coincidencia la tolerancia parece comprometida.
Las pujas por la producción y puesta en circulación de los sentidos se hallan
inscriptas en un entramado que se complejiza al contemplar la diversidad lingüística en la
que se llevan a cabo; el escenario es polifónico, y podría hacer pifiar la voz única de una
autoridad altisonante que opacara las demás voces; sin embargo, existen presencias
autoritarias más audibles cuyos sentidos subordinan la producción de grupos subalternos.
En ciertos campos semánticos, la conjunción poder económico, una determinada
lengua, y la capacidad de agencia constituyen una nueva fuerza que aparece no sólo
colonizando los otros sentidos sino como autoridad colonial de hecho.
La dicotomía castellano/guaraní, en su relación diglósica, cobra otros matices frente
a la presencia del portugués principalmente, y en menor medida frente a algunas lenguas
indígenas y diversas lenguas de las colectividades de inmigrantes en el Alto Paraná.
El portugués como lengua del coloniaje disloca los sentidos y consolida una
ideología que se halla implícita no necesariamente en la lengua sino en el modo de hacer y
estar de una Mayoría de sus hablantes –mayoría no en el sentido de cantidad sino en señal
de su fuerza autoritaria-; en el habla cotidiana las señales de esta dislocación ofrecen
oportunidades creativas –porque siempre ha habido mezclas, y la idea de “pureza”, de
identidad previa impoluta es un constructo muy fácil de desestabilizar-, pero también
construye relaciones subordinantes y hace que el hueco del hogar elegido sea habitable sólo
de una manera, excluyendo otros modos de estar en el lugar.
¿Calificarlos como mejores o peores? ¿Cómo puede la tierra no ser suficiente para
modos de hacer “poco productivos” en manos de poca gente y a su vez ser insuficiente para
prácticas “altamente productivas” en manos, también, de poca gente?
Distancias
Querés forzar una traducción. Si distanciar es, como dice Didi-Huberman “mostrar,
es decir adjuntar, visual y temporalmente, diferencias” (2008, p.78), ¿qué es lo que nos
muestran los textos fronterizos oscurecidos en la forma? ¿De qué diferencias da cuenta esta
poesía polifónica e intolerable?
Encontrás en otra poesía –milenaria ésta e igualmente contemporánea‒ una
ejecución de las distancias, muy diferente por cierto, pero que, quizás, pueda arrojar cierta
claridad con respecto al poder de conjuro de la palabra en-clave: En el guaraní páĩ existen
un lenguaje cotidiano y un lenguaje religioso, que coincidiría con el lenguaje estético. Dice
Arístides Escobar que “el lenguaje puede oscurecerse, hacerse muy complejo y hasta
dificultar la comunicación misma” (ESCOBAR, 2012, p. 67):
Pensás que quizás el cripticismo que alcanzan las obras de los autores fronterizos
que se dicen en los intersticios de las lenguas mezcladas podrían hacer destellar algo
abrumador pero muy difícil de capturar, y que sólo podés conocer mediante una traducción.
Querés imaginar la distancia de esa sonoridad, el silencio que inscribe, a la manera en que
Rancière piensa la distancia entre el ignorante y el saber del maestro. Conocer para:
Leés estos textos y en ellos se cifra una tensión real. Hay una referencia que aparece
distanciada y se nombra oblicuamente –como nombra la poesía, pero como nombra el
lenguaje en general‒. Pensás en Derrida quien sugiere que a veces el silencio puede devenir
voz, la interrupción de la alocución como la propia alocución, pero quizás otra cosa: este
montaje podría transgredir las posiciones consignadas a las mismas ‒cifradas en el estatus y
en la jerarquía‒, no sólo en un objeto como lo es el libro, canonizante del decir, sino en el
lugar donde se elabora toda habla: un territorio.
No siempre te resulta posible leer los significados. Los significantes, sin embargo,
son altisonantes, hablan más fuerte: antes que la imagen de un espacio, la forma de la
poesía puede representar el tenso movimiento de los signos, las posiciones, los poderes, los
espacios fronterizos. Son el otro nombre, el apodo de un lugar: igual que el polvo.
BIBLIOGRAFÍA
DELEUZE, Gilles y Félix Guattari. “¿Qué es una literatura menor?”(,) en Kafka. Por una
literatura menor. Jorge Aguilar Mora (trad.). México: Ediciones Era, 1978.
DERRIDA, Jacques. Schibboleth. Para Paul Celan. Jorge Pérez de Tudela (trad.). Madrid:
Arena Libros, 2002
MELIÀ, Bartomeu. Una nación, dos culturas Asunción: Centro de Estudios Paraguayos
“Antonio Guash”, 1997.