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Udeniversidad

Guanajuato
Campus Guanajuato

Estudios Interdisciplinarios
de la
Organización
ISSN 2007-3887

ACERCÁNDOSE A LA ADULTEZ: LA MADURACIÓN DE LA TEORÍA INSTITUCIONAL 1


W. Richard Scott2
Stanford University
Traducción elaborada bajo permiso del autor por:
Carlos E. Quintero Castellanos y Gerardo Romo Morales
Universidad de Guadalajara

Introducción
Han pasado treinta años desde que una temeraria y nueva perspectiva
teórica invadió la sociología organizacional 2 . Los argumentos neo-
institucionales fueron formulados inicialmente por John Meyer y sus
colegas en el año de 1977 (Meyer & Rowan 1977; Meyer et al. 1978,
Meyer, Scott, & Deal 1981; Zucker 1977. Para una revisión que
destaca la contribución de Meyer, ver Jepperson 2002).

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El argumento general presentado era que la estructura organizacional
formal reflejaba no solo los imperativos tecnológicos (Lawrence &
Lorsch 1967; Thompson 1967/2003) y la dependencia de recursos
(Pfeffer 1972; Pfeffer & Salancik 1978) sino también fuerzas
“institucionales”, confusamente definidas entonces como “esquemas
de reglas”, “mitos racionales” y “conocimiento legitimado a través de
los sistemas educativos, por el prestigio social, las leyes (…) y las
cortes” (Meyer & Rowan 1977:341-43).
Este primer trabajo anunciaba una nueva explicación, audaz y
creativa, para la estructura formal y, al mismo tiempo afirmaba la
posición privilegiada de las organizaciones como legítimos y
poderosos actores de las sociedades modernas.
Ese original trabajo puso en marcha un programa de construcción
teórica e investigación que continua siendo vigoroso y atractivo a un
creciente número de académicos en una amplia variedad de arenas
intelectuales.

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También es verdad, sin embargo, que estos primeros trabajos incluían un desafortunado bagaje intelectual
que ha sido difícil desechar. Ha tomando bastantes años reformular algunos de los argumentos y revisar
otros de los supuestos insertos en los estudios fundacionales. ¡Nunca debemos subestimar el poder de los
estudios fundacionales al definir el curso de los desarrollos subsiguientes en la arena social. Las teorías,
como los sistemas sociales, están sujetas a lo que marcan las rutas y los procesos de dependencia. Como
muchos de nosotros celebramos el “giro cultural” que transpiró en todas las ciencias sociales al final del
siglo veinte, es importante reconocer y aceptar lo cerca que los sociólogos institucionales estuvieron de
tomar un giro equivocado en ésta coyuntura crítica.
En este ensayo, reviso el progreso del desarrollo de la teoría institucional relacionada a como las
organizaciones son vistas, en la terminología de mis colegas en Stanford, como “un programa de
investigación acumulativo” (Berger & Zelditch 2002). La discusión está organizada de forma tal que
identifique y subraye una serie de correcciones o modificaciones; algunos cambios mayores al programa,
y otros menores.
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Visto como un trabajo en progreso de treinta años ya, creo que el trayecto general ha sido bastante positivo .
EVIDENCIA DEL PROGRESO
DESDE UNA CONCEPTUALIZACIÓN DIFUSA A UNA MÁS PRECISA
Existen trabajos sobre cuestiones institucionales desde, por lo menos, el siglo diecinueve (Bill &
Hardgrave 1981; Hodgson 1994; Scott 1995, 2001: Cap. 1). Estas primeras formulaciones subrayan el
papel del hábito y de la historia al constreñir decisiones o, de manera alternativa, la fuerza de las presiones
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morales y el “pastel de la costumbre” 4 para cimentar el orden social. Las argumentaciones más recientes
enfatizan la importancia de los sistemas simbólicos y de los mapas mentales para proveer de lineamientos
a la conducta. Al tratar de imponer un orden a este revoltijo de conceptos, algunos analistas han propuesto
una distinción –algunas veces peyorativa- entre el “viejo” y el “nuevo” institucionalismo (DiMaggio &
Powell 1991; Hirsch & Lounsbury 1997; Stinchcombe, 1997).
Una línea más productiva de trabajo se ha esforzado en identificar la esencia de los argumentos
institucionales como fundamentalmente interesada con la estabilidad social; llamando la atención sobre
un “conjunto particular de procesos de reproducción social”, que connotan “diseños estables para
secuencias de actividades que se repiten crónicamente” (Jepperson, 1991: 144-45). La pregunta, empero,
se mantiene ¿qué son estos procesos?
DiMaggio y Powell (1983) proveyeron, lo que yo creo, es una provechosa orientación al seguir ésta
pregunta, en su distinción seminal entre procesos “coercitivos, normativos y miméticos” de reproducción
social. Yo continué y elaboré sobre su trabajo diferenciando entre tres tipos de ingredientes que subyacen
al orden institucional: los elementos regulativos, normativos y cultural-cognoscitivos (Scott 1995; 2001;
2005). Los elementos regulativos subrayan la definición de reglas, el monitoreo y sanción de actividades.
Los elementos normativos “introducen una dimensión prescriptiva, evaluativa y obligatoria a la vida
social” (2001: 54). Y los elementos cultural-cognoscitivos enfatizan las “concepciones compartidas que

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constituyen la naturaleza de la realidad social y los marcos a través de los cuales se hace el sentido” (2001:
57). Los tres elementos cambian sustancialmente de acuerdo al tipo de orden institucional que soportan,
cada uno difiere en las bases del orden, motivos de obediencia, lógicas de acción, mecanismos e
indicadores usados. Cada uno ofrece una razón diferente para pretender legitimidad, ya sea por ser
sancionado legalmente, autorizado moralmente o apoyado culturalmente (2001:52). Entonces, sí hace una
diferencia si se obedece por conveniencia (al evitar un castigo), ya sea si uno se siente moralmente
obligado a obedecer, o porque uno no concibe otra forma de actuar. Pero al mismo tiempo, cada uno es
visto como que provee o contribuye a un orden social institucionalizado: todos apoyan y sostienen
conductas estables.
Los marcos cultural-cognoscitivos proveen a las formas institucionales de sus fundamentos más
profundos. Al formular los sistemas clasificatorios, supuestos y premisas que subyacen a las lógicas
institucionales, ellas proveen la infraestructura en que no sólo las creencias, sino las normas y reglas
descansan.
Los elementos regulativos han recibido más atención por parte de los académicos, en particular de los
economistas institucionales y los cientistas políticos adscritos a la escuela de la elección racional, que los
elementos más “suaves” cultural-cognoscitivos y normativos. Como sea, hay un creciente reconocimiento
a que, a pesar de que las características regulativas son más visibles, también pueden ser más superficiales,
“delgadas”, y menos significativas que los elementos normativos y culturales. Los sistemas regulativos

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son más dinámicos y fáciles de manipular que los otros elementos, pero a menudo dan pie a la
manipulación, al comportamiento estratégico y desacoplamiento, antes que a su obediencia (Evans, 2004;
Roland, 2004).
Instituciones particulares están hechas de diferentes combinaciones de estos elementos institucionales,
variando en la prioridad que se les da a cada elemento entre sí y a lo largo del tiempo. Una tarea importante
de los estudiosos de las instituciones es que se debe indagar sobre qué elementos están en juego en un
contexto dado y hasta qué grado estos se refuerzan o contrarrestan mutuamente. Los elementos
institucionales operan en varios niveles de análisis, desde los sistemas micro inter-personales hasta los
transnacionales o sistemas mundo. Las organizaciones están compuestas de muchos elementos
institucionales, con algunas reglas, normas o creencias que se forjan durante las interacciones en marcha y
tomándose prestadas otras del ambiente. La mayoría de los trabajos académicos organizacionales se han
enfocado en las influencias ambientales y las maneras en que las estructuras y procesos macro-
institucionales han conformado a las organizaciones, poblaciones organizacionales y campos
organizacionales (Scott, 2001; Campbell, 2004).
A pesar de que los elementos institucionales son simbólicos, ellos son de interés puesto que proveen de
esquemas cognoscitivos, guía normativa y reglas que constriñen y empoderan la conducta social. Las
reglas, normas y significados emergen en la interacción, y son preservados y modificados por el
comportamiento de los actores sociales (Giddens, 1979; Sewell, 1992). Tal como Geertz (1973:17) ha

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observado, “Se debe atender el comportamiento, y esto con alguna exactitud, ya que es a través del flujo
del comportamiento o, más precisamente, de la acción social, que las formas culturales encuentran
articulación”.
Mientras que ésta aproximación conceptual puede no probarse como definitiva, deja de lado debates
ásperos y sin sentido, provee un esquema de diferenciación mientras que abarca el trabajo de una variedad
de estudiosos institucionales y sugiere un amplia variedad de mecanismos causales e indicadores
empíricos que han sido seguidos, provechosamente, por los investigadores.
DE ARGUMENTOS DETERMINANTES A ARGUMENTOS INTERACTIVOS
La mayoría de las primeras discusiones sobre ambientes institucionales, veían a estos esquemas como
contextos que imponían requisitos y/o constricciones sobre organizaciones. El lenguaje empleado era el de
“efectos institucionales”, que implicaba una perspectiva determinista, de tipo “top-down”.
Las organizaciones que operaban en un contexto dado, si querían ser exitosas, estaban obligadas a
obedecer los dictados de sus ambientes institucionales (Véase DiMaggio, 1983; Powell, 1988) 5 .
Más aún, en estos primeros estudios, se contaba con el supuesto de la uniformidad dentro y entre los
ambientes institucionales. Se impuso un esquema de análisis monolítico, que cargaba de requisitos
homogéneos a organizaciones pasivas. La prueba de tornasol para la influencia institucional en las
organizaciones estuvo en observar los efectos isomórficos institucionales. En su trabajo fundacional,
Meyer y Rowan (1977), propusieron que los ambientes institucionales imponían uniformidad estructural a
todas las organizaciones de la sociedad moderna.
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Ésta muy general afirmación fue subsecuentemente modificada y refinada al reconocer que las presiones
homogeneizadoras se mostraban más fuertes en “campos organizacionales” delimitados (DiMaggio &
Powell, 1983) o en “sectores societales” (Scott & Meyer, 1983, 1991). DiMaggio y Powell se apropiaron y
adaptaron el concepto de “campo” de Bourdieu (1971; Bourdieu y Wacquant, 1992), enfatizando sus
características relacionanles o de redes. Meyer y yo tomamos prestado el concepto de “sector” de los
estudiosos de la política pública (P.ej., Wildavsky, 1979), quienes notaron la tendencia hacia una creciente
“sectorización” de los sistemas de asignación y regulación, tal como el que las políticas, los programas y
agencias delimitaban, de manera creciente, sus reinos de especialización.
No fue mucho después que los institucionalistas comenzaron a reconocer el que diversos campos
organizacionales estaban fragmentados o en conflicto, conteniendo requisitos y prescripciones en
competencia entre sí. Se argumentó que dichas condiciones incrementaban la complejidad administrativa,
aumentaban el desacoplamiento entre las estructuras y las actividades, debilitaba la estabilidad de las
oficinas y los programas, producía estructuras híbridas y socavaba la legitimidad organizacional (Meyer y
Scott, 1983). Para mediados de los ochentas, habían aparecido estudios empíricos que examinaban los
efectos de la complejidad, fragmentación y la ambigüedad en los requerimientos institucionales sobre las
formas y procesos organizacionales (P.ej., Rowan, 1982; Meyer, Scott, & Strang, 1987; Dobbin et al.,
1988; Powell, 1988; Brunsson, 1989; D'Aunno, Sutton & Price, 1991; Abzug & Mezias, 1993).

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Estos desarrollos teóricos fueron reforzados por el influyente ensayo de Freidland y Alford (1991) que
recordaba a los teóricos organizacionales que las organizaciones y los campos organizacionales se
subsumen dentro, y son influenciados por, los contextos societales más amplios. Ellos enfatizaron la
importancia de los órdenes institucionales más amplios, -por ejemplo la economía, el estado, los sistemas
de parentesco, la religión- y la varianza en las estructuras y lógicas que gobiernan dichos reinos- que
ofrecen interpretaciones y soluciones opuestas de y para los problemas encontrados en una situación dada,
proveyendo un ímpetu para el cambio y conflicto en el campo.
La eficacia de las reglas formales y las leyes impuestas externamente también fue algo cuestionado por los
sociólogos organizacionales y por los estudiosos de la ley y la sociedad (Edelman, 1992; Dobbin & Sutton,
1998; Edelman & Suchman, 1997). Las regulaciones gubernamentales habían sido tradicionalmente
descritas como formas de poder coercitivo, imponiendo conformidad en los actores afectados, sean
individuales o colectivos. En contraste con perspectivas convencionales que adoptaban el “formalismo
legal”, los neo-institucionalistas enfatizaban el grado en que dichos “requisitos” estaban sujetos a la
interpretación, manipulación, revisión y elaboración por aquellos sujetos a ellos.
En términos de los elementos institucionales que yo identifiqué (Scott, 2001), esto implicaba una
transmutación a lo largo del tiempo de los elementos regulativos hacia los normativos y cultural-
cognoscitivos. Subrayando la centralidad de estos procesos, Edelman (en prensa) insiste que la ley no
debiera ser tratada como una fuerza exógena a las organizaciones, sino antes ser “considerada, por lo

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menos en parte, como endógena, construida en y a través de los campos organizacionales que busca
regular”.
En suma, a pesar de que los trabajos inaugurales fueron importantes al llamar la atención sobre la realidad e
influencia de los ambientes institucionales en las organizaciones, sus formulaciones iniciales sobre-
estimaron la unidad, coherencia e independencia de dichos esquemas de análisis. Como sea, antes de una
década, vinieron las correcciones y refinamientos, que reconocieron la variedad, complejidad y, en
algunos casos, los conflictos y ambigüedades presentes en estos sistemas prescriptivos. Estos desarrollos
trabajaron para crear un espacio en el que los analistas reconocieran la posibilidad de usar las
oportunidades de elección y de agencia entre los actores, tanto individuales como organizacionales. A
pesar de todo, para explotar éstas ventanas se requiere de una reexaminación del “pathos metafísico”
(Gouldner, 1955) que acompañaba la teoría institucional temprana.
DiMaggio (1988:10) inició ésta re-evaluación en su importante ensayo observando el “Interés y agencia en
la teoría institucional”. Él notó que el centrar la atención en las “normas, supuestos tomados por dados y
limitaciones cognoscitivas y de coordinación” junto con la extendida retórica de “el uso de construcciones
pasivas”, la teoría institucional, lograba alejar a los teóricos institucionales de atender los intereses y la
agencia. Para corregirlo, él propuso que los analistas le dieran menos atención al análisis de las
instituciones existentes y más a examinar los procesos de institucionalización. Ya que examinar a estos
últimos se mostraría que la institucionalización es un producto de los esfuerzos políticos de los actores al

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lograr sus metas, y que el éxito de un proyecto de institucionalización y la forma resultante de las
instituciones dependía del poder relativo de los actores que apoyaban, se oponían o buscaban, de otra
manera, el influenciarlo (p.13).
DiMaggio (1991) ilustró sus argumentos al examinar el papel de la agencia y el conflicto entre los actores
involucrados en construir el campo de los museos de arte en los Estados Unidos. DiMaggio observó que
dichos procesos contenciosos eran más visibles durante los periodos cuando nuevos campos estaban en
construcción, pero la teoría de la estructuración de Giddens (1979), que ha sido ampliamente aceptaba por
los teóricos institucionales, enfatizaba que el proceso de construcción es continuo; que las estructuras
sociales se reproducen y son modificadas por las acciones continuas de los actores sociales, tanto
individuales como colectivos. Los procesos institucionales operan no sólo de arriba abajo, sino también de
abajo hacia arriba.
Ésta afirmación, de que es posible el ejercer agencia dentro de contextos institucionales, fue reforzada por
Oliver (1991), quien sugirió combinar los argumentos de la dependencia institucional con los de
dependencia de recursos (Pfeffer & Salancik, 1978) imaginando una variedad de respuestas “estratégicas”
por parte de los actores organizacionales con las presiones institucionales.
Oliver señaló que si la conformidad con las presiones institucionales bien puede ser la respuesta más
probable de los actores organizacionales, otras respuestas -como el compromiso, el escape, el desafío o la
manipulación- también son posibles. Detalló de alguna manera las condiciones bajo las cuales una u otra
de esas respuestas eran más probables que ocurrieran. A pesar de esto, analistas posteriores (Goodrick &
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Salancik, 1996) han observado correctamente que existen condiciones bajo las cuales las respuestas
estratégicas son improbables, que algunos elementos pueden más probablemente invocar respuestas
estratégicas que otras, y que las decisiones estratégicas están, ellas mismas, conformadas por las
instituciones (Scott, 2001) el ensayo de Oliver abrió espacios en la teoría institucional, haciendo que
cupieran la acción intencional y, a consecuencia, volvió más atractivo el esquema teórico a las audiencias
gerenciales.
(Las escuelas de negocios no son particularmente receptivas a ciertas formulaciones, tales como las de los
ecologistas e institucionalistas, que ven a los gerentes como básicamente pasivos de cara a las presiones
ambientales). De repente los gerentes tenían un reino completamente nuevo para gerenciar.
DEL CAMBIO SUPERFICIAL AL CAMBIO CON CONSECUENCIAS
La primera conceptualización que Meyer y Rowan propusieron (1977) subrayaba que las organizaciones
respondían a las presiones institucionales por una “conformidad ceremonial”. Las organizaciones se
sentían obligadas a adoptar cambios estructurales en respuesta a las demandas institucionales, pero por
otra parte, procedían a “desacoplar” éstas de las prácticas reales, que debían de tomar en cuenta las
circunstancias locales y realidades prácticas.
Estos argumentos han sido ampliamente adoptados y citados. Si en algunas publicaciones y por demasiado
tiempo, los efectos institucionales se igualaron con la conformidad superficial 6.

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Como se quiera, de una manera gradual, los teóricos e investigadores comenzaron a reconocer que el tipo y
extensión de conformidad varía entre organizaciones. En vez de asumir que el desacoplamiento de la
estructura y la acción era la norma, se reconoció que la profundidad de la respuesta variaba. Las formas y
extensión en que las organizaciones responden a las presiones institucionales, se convirtieron por sí
mismas, en objetos de estudio.
La ampliación de esta agenda está bien ejemplificada por el estudio de Westphal & Zajac (1994) sobre la
adopción y ejecución de un plan de incentivos por parte de corporaciones que buscaban vincular la
compensación con el desempeño de la empresa.
Este estudio reveló que muchas compañías adoptaban dichos planes, pero fallaban en implementarlos,
exhibiendo una conformidad ceremonial a las presiones institucionales. Como sea, estos investigadores,
fueron más allá de este hallazgo para investigar qué factores respondían por la adopción, en una parte, y por
la implementación, por la otra. La extensión en la cual desacoplamiento se aparecía fue, entre otras cosas,
visto como una función de qué tan tarde o temprano dichas reformas eran adoptabas. Quienes lo adoptaban
más tempranamente, eran más propensos a implementar las reformas (Véase también Westphal, Gulati &
Shortell, 1997). Entonces, en vez de observarse el desacoplamiento como el hito de un efecto institucional,
se le observó como una de las varias respuestas y, entonces, que requería explicación en sí mismo.
Otras investigaciones han mostrado que cuando las organizaciones adoptan cambios en sus reglas y
estructuras formales respondiendo a las presiones institucionales, los cambios que primeramente

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parecieran superficiales, se vuelven más significativos a lo largo del tiempo. En consecuencia, Edelman
(1992) argumenta que hay varios grados de desacoplamiento entre la estructura y la acción. En algunos
casos, los cambios estructurales substituyen a los cambios procedimentales o sustantivos; en otros, operan
de maneras sutiles para re-configurar el papel e identidad de los funcionarios que se convierten en
defensores de las reformas, tanto de las procedimentales como de las sustantivas. Así, entre las respuestas
más comunes de las organizaciones a las presiones externas, es la de “internalizar” a la amenaza,
incorporando nuevos tipos de actores expertos para resolver dichos asuntos (Scott, 2003: 270).
Para responder a las demandas de los intereses ambientales, por ejemplo, organizaciones químicas crean
nuevas oficinas y departamentos integrados por ingenieros ambientales, para ayudarles a enfrentarse a
esos asuntos (Hoffman; 1997). Respuestas a la cooptación como tales, así como Selznick (1949) consideró
hace ya muchos años, funcionan en ambos sentidos, algunas veces domando y amortiguando las
demandas, otras veces permitiéndoles ganar mayor legitimidad trabajando desde adentro.
Tal como las fuerzas institucionales compelen a las organizaciones a hacer cambios estructurales, y se
contrate personal de nuevo tipo, dichas unidades pueden, en cambio, volverse campeonas de las reformas,
los directivos enfatizando las contribuciones a la productividad para una fuerza laboral diversificada, y los
ingenieros ambientales abogando porque el desarrollo “sustentable” sirve a los intereses de la compañía
(Dobbin & Sutton, 1998; Hoffman, 1997). Se ofrecen justificaciones racionales (V.gr., basadas en la
eficiencia) para las nuevas formas de trabajo.

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DE AFIRMACIONES A EVIDENCIAS
Los primeros institucionalistas a menudo simplemente afirmaban los efectos institucionales. Se
acompañaban los argumentos con datos ilustrativos seguidos por la conclusión de que las regularidades
observadas se debían a los efectos de los procesos institucionales. Por ejemplo, en un estudio temprano de
organizaciones dedicadas a la educación pública en los Estados Unidos, mis colegas y yo reunimos
información para un periodo de más de cuarenta años en orden de demostrar la creciente homogeneidad
estructural (Meyer et al., 1988).
Demostramos que la creciente estructuración no era una consecuencia del aumento en la centralización del
financiamiento y llegamos a concluir que, antes que eso, los cambios reflejaban “la expansión e
imposición de modelos estándar” (p.166). Este patrón era demasiado común.
En otro estudio (Meyer et al., 1978), examinamos datos provenientes de encuestas sobre el consenso entre
maestros y los principios concernientes a las políticas de las escuelas y los salones de clase.
El consenso no era mayor dentro de las escuelas o los distritos escolares, llevándonos a concluir que los
consensos existentes reflejaban efectos institucionales antes que organizacionales. Pero no presentamos
indicadores de estos apoyos institucionales. Otros estudiosos apuntaron a la ausencia de evidencia para los
argumentos convencionales ampliamente aceptados (V.gr., explicaciones de la teoría contingente o de
dependencia de recursos), y concluyeron, en automático, que los argumentos institucionales estaban
confirmados.
En consecuencia, Tolbert y Zucker (1983) demostraron que las características políticas y sociales de las
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ciudades habían perdido capacidad de explicar la adopción de reformas al servicio civil, pero que no medía
directamente la institucionalización creciente de la reforma. A menudo, variables explicativas
importantes, tales como la legitimidad, no se medía o se inferían únicamente de manera indirecta.
Como fuese, ésta situación comenzó a cambiar cuando numerosos investigadores desarrollaron
indicadores apropiados e imaginativos para captar cambios en reglas, normas y sistemas de creencias.
Entre los indicadores que han sido usados se cuentan: la cantidad y contenido de medios de comunicación,
tipos de programas de capacitación, tipos de lógicas sociales (Elementos cognoscitivo-culturales);
registro, certificación y acreditación (Elementos normativos); tipo y extensión de la legislación
regulatoria, aplicación de correctivos por agencias regulatorias, demandas hechas (Elementos
regulativos). (Deephouse, 1996; Hoffman, 1997; Ruef & Scott, 1999; Scott et al., 2000; Thornton, 2004).
Así, en gran parte gracias a los esfuerzos realizados por los académicos e investigadores que Ventresca y
Mohr (2002) proclamaron la llegada de un nuevo género de investigación que llamaron “El Nuevo
archivalismo” 7. Esta investigación está caracterizada por usar métodos analíticos formales, la atención a
los “elementos constituyentes” de las organizaciones, “interés en medir las formas compartidas de
significado que subyacen a los procesos organizacionales”, y la atención en entender las “lógicas
configuracionales” que relacionan estos elementos entre sí para llegar a actividades organizadas (p.810).
“Mientras que los primeros argumentos institucionales habían sido atendidos, más que nada por la

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novedad de sus premisas teóricas, hoy día estos están siendo alimentados por información y herramientas
analíticas sólidas e innovadoras”.
DE APROXIMACIONES CENTRADAS EN LA ORGANIZACIÓN A LAS DE NIVEL DE
CAMPOS
Casi desde el inicio, los sociólogos neo-institucionalistas cambiaron el foco de atención analítico de la
organización individual, o de procesos intra-organizacionales, hacia niveles más altos de análisis.
Mientras esto pareciera una mera consecuencia de enfatizar los efectos del ambiente, no es el caso.
Las argumentaciones ambientales anteriores que atendían la estructura organizacional- Incluyendo la
teoría de la contingencia (Lawrence & Lorsch, 1967; Thompson, 1967) y la de dependencia de recursos
(Pfeffer & Salanick, 1978)- se concentraban en examinar las variaciones entre características estructurales
de organizaciones individuales, reflejando las diferencias en sus ambientes técnicos o en las relaciones de
intercambio. Similarmente, los primeros trabajos sociológicos que empleaban argumentos institucionales
(Por ej., Selznick, 1949; Clark, 1956; Zald & Denton, 1963) examinaban, más a menudo que lo esperado,
estudios de caso de organizaciones únicas, estudiando los efectos de las constricciones normativas en las
características estructurales, tanto formales como informales. La teoría neoinstitucional, tal como la
desarrollaron los economistas, también elaboró argumentos aplicables al nivel de la organización.
En consecuencia, el marco de análisis de Williamson (1974; 1981) para los costos de transacción,
intentaba considerar las variaciones en los límites y/o las características estructurales de las

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organizaciones basándose en los tipos de transacciones en que se embarcaban. Los modelos de
contingencia y de costos de transacción, en el mejor de los casos, elevaron el nivel de análisis desde la
organización al nivel de “set” de la organización; el uso de modelos diádicos con todas las relaciones
incidiendo en una sola organización “focal” (Véase Davis y Powell, 1992).
La ecología organizacional, con una perspectiva que subraya los efectos de la competencia por recursos
escasos, se desarrolló al mismo tiempo que los hilos sociológicos de la teoría neo-institucional (Hannan y
Freeman, 1977).
Mientras que era aplicable a múltiples niveles –desde la organización hasta la población y la comunidad
organizacional (Carroll, 1984)- a la fecha, la perspectiva ha sido primariamente aplicada al nivel de
población- enfocándose en factores que afectan las tasas de natalidad y mortandad en los procesos de
fundación y falla entre organizaciones que comparten la misma forma- y, entonces, que compiten por los
mismos recursos.
Mientras que los argumentos sociológicos neo-institucionales a menudo han sido aplicados al nivel de la
organización individual (P. ej. Powell, 1988) y de la población (P. ej. Baum y Oliver, 1992), mucho del
trabajo ha tenido lugar en el nivel del campo organizacional, definido como un conjunto de poblaciones de
organizaciones interdependientes que participan en el mismo sub-sistema cultural y social (DiMaggio y
Powell, 1983, Scott y Meyer, 1983). Tanto el nivel de campo como el de población nos llevan de un nivel
centrado en la organización individual o diádica, a un nivel más sistémico de análisis.

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Ellos centran su atención no en las organizaciones dentro de ambientes, sino en la organización del
ambiente, con atención a las organizaciones como jugadores importantes (Davis y Powell, 1992; Scott y
Davis, 2007; cap. 10).
Al moverse hacia el nivel de campo, las primeras formulaciones (P. ej. DiMaggio y Powell, 1983; Scott y
Meyer, 1983) le prestaron mucha atención a las características relaciones y estructurales de los campos,
dejando de lado los elementos simbólicos o culturales. Desarrollos más reciente (P.ej. Havemany Rao,
1997; Rao, Monin y Durand, 2003; Scott et al., 2000) enfatizan la co-producción de sistemas relacionales y
de significados como los elementos constituyentes de los campos.
La noción de campos sirven para una variedad de funciones en el análisis institucional- como el locus de
variables independientes que perfilan las formas organizacionales; como sistemas intermedios, que
median entre las organizaciones y fuerzas societales más amplias; y ellas mismas como variables
dependientes, sistemas cuyas características deben ser explicadas (Scott, 1994; 2001).
Los argumentos al nivel de campo sirven para recordarle a los analistas que
·Las organizaciones operan en sistemas compuestos tanto por formas similares como distintas.
·Las organizaciones operan en sistemas de organizaciones involucradas en relaciones tanto
cooperativas como competitivas.
·El “ambiente” en que dichas organizaciones operan está en sí mismo organizado- exhibe una
estructura cultural y social distintiva.
·La relación estructural de los campos proveen locaciones diversificadas para las organizaciones
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individuales.
·Las organizaciones son afectadas no sólo por actores e ideas locales, sino también por actores e ideas
distantes.
·Las organizaciones están involucradas tanto en conexiones horizontales (Cooperativas-competitivas)
como verticales (De poder y autoridad).
·Las organizaciones están afectadas no sólo por las relaciones de intercambio en que ellas participan
sino también por la existencia de sistemas similares (Que exhiben equivalencia estructural) a ellas mismas.
Algunos conceptos de campo sobreestiman el grado en que los participantes del campo sostienen creencias
similares en cuanto a metas, normas y lógicas sociales. Por ejemplo, muchos investigadores han definido
los campos en términos de arenas relativamente estables de productos o servicios o en términos de
concepciones gerenciales compartidas de “quién está en el mismo negocio en que estamos nosotros”
(Porac y Thomas, 1990).
Como sea, también es cierto que, relativamente temprano, los analistas reconocieron que los campos a
menudo eran sitio de conflicto entre facciones contenciosas (P. ej. DiMaggio, 1991) Y, más recientemente,
Hoffman (1997; 1999), entre otros, ha argumentado que algunos campos se forman alrededor de asuntos
antes que en términos de productos comunes o mercados.
Por ejemplo, las compañías químicas participan en un campo en disputa definido por diferencias entre sus

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impactos medio-ambientales y sus responsabilidades- tal como se formulan por las compañías, grupos de
activistas medio-ambientales, agencias gubernamentales regulatorias y los medios, tanto generales como
específicos a la industria. Las lógicas son formuladas y las relaciones se estructuran tanto por el
desacuerdo como por el acuerdo, y los teóricos institucionales recurren para ayudarse, cada vez más, con
los teóricos de los movimientos sociales y sociólogos políticos para entender estructuras y procesos a nivel
de campo (Clemens & Cook, 1999; Davis et al., 2004).
Fligstein (2001b: 107) ha urgido elocuentemente sobre los beneficios de ver los campos como “órdenes
sociales locales” que constituyen los bloques básicos de los sistemas sociales contemporáneos. El
concepto engloba sistemas delimitados que van desde los mercados y los dominios de políticas hacia
arenas menos estructuradas y contestadas en que los movimientos sociales operan.
El ver mercados de productos o de trabajo como campos, es inscribir en el proceso competitivo, que es el
principal foco de atención del análisis económico, dentro de un lienzo más amplio que incluye múltiples
tipos de jugadores, cada uno trabajando para “crear y mantener un mundo estable dentro [de cada
organización participante] y producir relaciones sociales a lo largo de empresas [y otras unidades] en orden
de permitirles sobrevivir a ellas” (Fligstein, 2001a: 70).
DE LAS INFLUENCIAS IRRACIONALES A MARCOS DE ANÁLISIS PARA LA ACCIÓN
RACIONAL
Las primeras formulaciones llevaban el supuesto implícito de que las instituciones socavaban las acciones

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y decisiones racionales. Términos tales como “mito”, “ceremonial” y “conformidad superficial” olían a
subterfugios y a “humo y espejos” (Perrow, 1985). Como consecuencia, académicos en gestión y
organización de corrientes tradicionales, rechazaron a los institucionalistas como si estuvieran tratando
aspectos superficiales y no serios de las organizaciones.
El centrar la atención en explicar las características no-racionales de las organizaciones amenazaba con
condenar a los teóricos institucionalistas a jugar un papel subordinado a los analísticas racionales (en sus
numerosas formas), quienes con seguridad podían dedicarse a los aspectos adultos de construir
explicaciones de organizaciones eficientes, dejando a los institucionalistas los despojos (el error, el
subterfugio, el ritualismo) que daban cuenta de los errores residuales de sus ecuaciones.
Yo pienso, que no era una buena división del trabajo, para los institucionalistas.
Al asunto no le ayudaba el hecho de que mucho de las primeras investigaciones de los académicos
institucionales se enfocaba en organizaciones “suaves”: Escuelas, agencias públicas y organizaciones no-
gubernamentales. La teoría institucional parecía estar condenada a examinar las facetas no-racionales en
organizaciones de mercado o a estudiar organizaciones grandemente protegidas de las fuerzas
competitivas.
Para contrarrestar ésta tendencia, algunos académicos comenzaron a repensar y revisar la agenda anterior.
Replanteándonos en una posición intermedia, Meyer y yo (Scott & Meyer, 1983, 1991) propusimos que
todas las organizaciones operan tanto en ambientes técnicos (mercado) como en institucionales, pero que

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Carlos E. Quintero Castellanos y Gerardo Romo Morales

el grado de la presión impuesta por cada uno variaba entre los distintos tipos de organizaciones. En
consecuencia, organizaciones tales como bancos y hospitales operaban en ambientes que contienen altas
demandas tanto en el frente técnico como en el institucional; escuelas y hospitales psiquiátricos, en
ambientes con un alto grado de demanda en cuanto a institucionalización, pero bajo en lo técnico; empresas
manufactureras, en ambientes con un alto grado de requerimientos técnicos, pero de bajos requerimientos
institucionales; y organizaciones, tales como clubes de salud o guarderías, se enfrentaban con bajas
demandas (y recibían poco apoyo) en cualquiera de los dos tipos de ambientes. En consecuencia, las
organizaciones en estos ambientes tienden a ser relativamente débiles y de terminación rápida.
Esta tipología tiene utilidad, pero corteja el peligro de desestimar el grado en que los arreglos técnicos de
mercado son ellos mismos definidos y constituidos por procesos institucionales. ¿Qué criterios se utilizan
para afirmar la calidad y la eficiencia? ¿Qué reglas se usan para regular la competencia? ¿Qué estrategias
pueden ser usadas? ¿Qué tipo de actores (individuales y colectivos) son reconocidos como jugadores
legítimos? Estas y otras preguntas que definen a los mercados y a los mecanismos de mercado son ellas
mismas determinadas por procesos institucionales. Los procesos institucionales forman los arreglos
técnicos de mercado así como también a los componentes especializados dentro de estos sistemas.
Los comienzos de una más completa y robusta formulación institucional comenzaron a surgir en los
principios de la década de los noventa. Powell (1991: 183-84) llamó la atención sobre lo que él acuñó como
un “institucionalismo restringido” que llevaba a una “desafortunada partición del universo
organizacional”. Sugirió que los institucionalistas debieran de redirigir su atención a “mostrar cómo las
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fuerzas políticas e institucionales asentaban el esquema para el establecimiento de la acción económica”


(p. 187). En una vena similar, Orrù, Biggart y Hamilton (1991: 362) insistieron que “los arreglos
institucionales jugaban un papel importantísimo y que pueden ser observados en el corazón mismo de los
ambientes regulados por el mercado y técnicamente dominados”. Whitley (1992a, 1992b) procedió a
examinar las “distintivas 'recetas de negocios' en varios ambientes institucionales”… “que se establecieron
como las formas dominantes de la organización de negocios en diferentes sociedades” (1992b:125).
Estos y otros estudiosos institucionales comenzaron a reconocer que las reglas, normas y sistemas de
creencias sostenían las bases de todos los sistemas sociales estables, incluyendo los sistemas económicos.
Los procesos institucionales no están restringidos a los reinos que carecen de procesos competitivos entre
los contendientes. En vez de eso, dichos procesos proveen de las reglas y normas que gobiernan la
competencia y las plantillas culturales que proveen los repertorios de la acción estratégica (Clemens,
1997). En breve, el concepto de institución provee una manera de examinar la compleja interdependencia
de los elementos racionales y no-racionales que juntos comprenden cualquier situación social.
DE LA ESTABILIDAD INSTITUCIONAL AL CAMBIO INSTITUCIONAL
El concepto de institución claramente connota estabilidad y orden, pero eso no significa que las
instituciones no se sometan al cambio. Los sistemas institucionales se sujetan al cambio tanto por razones
externas como internas. El cambio exógeno puede ser ocasionado por disrupciones que ocurren en

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sistemas vecinos o más amplios -ya sea por razones políticas, económicas o sociales- que desestabilizan las
reglas y entendimientos existentes. Frecuentemente, quienes transportan “nuevas” lógicas institucionales
invaden desde reinos “extranjeros” y colonizan campos estables ya existentes -ejemplos recientes de esto
incluyen a la salud pública (Scott et al., 2000) y el campo editorial (Thornton, 204). Las fuentes endógenas
de cambio incluyen brechas o inadecuaciones entre los macro-sistemas y micro-actividades en respuesta a
circunstancias particulares, inconsistencias existentes entre los elementos institucionales o los marcos en
competencia y la persistencia de un bajo nivel de desempeño en relación a las expectativas (Sewell, 1992;
Scott, 2001, cap. 8; Dacin, Goodstein y Scott, 2002).
Los primeros estudios empíricos se concentraban en demostrar los efectos institucionales, los
investigadores conducían estudios transversales para examinar el efecto de contextos institucionales
particulares. Estos estudios empleaban un diseño más dinámico enfocado a la difusión de elementos
institucionales seleccionados a lo largo del tiempo, p.ej. reformas al servicio civil o la homogeneización
creciente en estructuras institucionales (Tolbert & Zucker, 1983; Meyer et al., 1988). El tema era el cambio
institucional, pero la atención en estos primeros estudios se restringía al cambio convergente.
La primera investigación de cambio institucional que involucraba interacciones conflictivas o
contenciosas fue el estudio de DiMaggio (1991) sobre la institucionalización del campo de museos de arte
como uno que transportaba la “alta cultura” en los EEUU durante el periodo de 1920-1940. Este estudio se
enfocaba en la competencia que se desarrolló entre dos modelos para organizar los museos, tal como

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facciones de profesionales competían por el control (incluyendo el apoyo de influyentes fundaciones tales
como la Carnegie Corporation). DiMaggio amonestaba a sus compañeros institucionalistas con que: La
negligencia por parte de los investigadores de los procesos de estructuración, provee una visión
unidimensional del cambio institucional que enfatiza la evolución como dada por sentado, no-dirigida, no-
conflictiva a expensas de los procesos intencionales (pero limitados racionalmente), gerenciados y
orientados por el conflicto que definen los campos y les asigna trayectorias que eventualmente aparecen
como desarrollos 'naturales' tanto para los participantes como para los observadores (p. 268).
Al invocar el concepto de “estructuración”, DiMaggio enlazó útilmente los argumentos institucionales a la
teoría de la estructuración de Giddens (1979) (Véase también, DiMaggio, 1983). Como se discutió
brevemente arriba, Giddens propuso resolver la división de la era-dorada con una salida que favorecía los
argumentos estructurales, al enfatizar las constricciones al comportamiento existentes; por parte de
quienes abogaban por la acción, quienes privilegiaban la posibilidad de la acción autónoma. Su solución
sugiere que los reclamos de ambos campos tienen parte de verdad, que ellos pueden ser reconciliados al
reconocer que las estructuras son tanto producto como contexto para la acción. Las estructuras proveen un
contexto en marcha dentro del cual la acción transpira, pero ellas mismas tanto se reproducen como
cambian por los entendimientos y las acciones hechas por actores cognoscentes, intencionados y
reflexivos. Más generalmente, en Giddens y formulaciones relacionadas, las estructuras están
conceptualizadas como procesos: las estructuras sólo existen si y en el grado en que son continuamente

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Carlos E. Quintero Castellanos y Gerardo Romo Morales

producidas y reproducidas. Y, por supuesto, un número en aumento de estudiosos ha tomado una visión
procesual del organizar/organización (Scott, 2004; Scott & Davis, 2007: cap. 14).
Se han llevado a cabo un buen número de estudios para examinar la construcción de arreglos
institucionales y sus campos organizacionales asociados (P.ej. Dezalay & Garth; Lounsbury, Ventresca &
Hirsch, 2003). Se han unido a dichos estudios un número en aumento de investigaciones de procesos de
conflicto y/o de desinstitucionalización- el colapso de instituciones existentes y su reconstrucción gradual
hacia nuevas configuraciones (P. ej. Campbell & Pedersen, 1996; Holm, 1994; Stark, 1996; Scott et al,
2000; Thornton, 2004; Schneibeg & Soule, 2005).
Desde mi punto de vista, la atención renovada al cambio y, más ampliamente, el reconocimiento del valor
de estudios longitudinales de organizaciones, poblaciones organizacionales y campos organizacionales, es
bienvenido como otro indicador de la maduración de los estudiosos institucionales puesto que atiende la
continuada importancia del contexto histórico, la dependencia de senderos y la co-evolución de las
organizaciones e instituciones (Véase Pierson, 2004).
COMENTARIOS FINALES
Mi intención era el describir algunos de los más importantes cambios que han ocurrido en nuestro
pensamiento sobre los procesos institucionales. Para mí, han ocurrido muchos progresos desde la
aparición de aquellos artículos inaugurales de hace tres décadas, apuntando a una nueva explicación para la
estructura organizacional. El progreso ha tomado muchas formas, incluyendo la elaboración y
clarificación teórica, ampliando el campo de aplicación de las ideas, mejorando los indicadores empíricos
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y fortaleciendo las herramientas metodológicas. La evidencia sugiere que han ocurrido mejoras en todas
estas áreas. También he subrayado el esfuerzo hecho para corregir malas conexiones o limitaciones que
aparecían en las formulaciones fundacionales.
Un importante indicador del éxito es el aumento en el número y variedad de académicos que está siguiendo
una agenda institucional en el estudio de organizaciones. Todos los indicadores apuntan a una empresa en
expansión, así como una comunidad de estudiosos que desarrollan y prueban los argumentos
institucionales en los niveles intra-organizacionales (Esbach, 2002), organizacional (Palmer & Biggart,
2002) e inter-organizacional (Strang & Sine, 2002).
En un anterior ensayo, en1987, yo describía a la teoría institucional como que estaba luchando a través de
su adolescencia (Scott, 1987).
Hoy, observo una impresionante evidencia de desarrollo: signo substancial de una creciente maduración.
Quizás no es prematuro el sugerir que en ésta coyuntura, nuestro proyecto de estudio ha llegado a un
saludable estado de joven adultez.

Notas
1 Scott, Richard W. (2008), Approaching Adulthood: The Maturing of Institutional Theory, in Theory and Society, Special

Issue, No. 37: 427-42. An earlier version of this paper was presented at the conference “The Cultural Turn IV: Instituting &

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Acercándose a la adultez: la maduración de la teoría....pp. 81-101

Institutions,” University of California, Santa Barbara, March 2003.


2 La teoría institucional tiene una larga y compleja historia que data de la mitad del siglo XIX. Importantes contribuciones se
han hecho a las ciencias sociales (Véase Scott, 2001). Este artículo se limita al periodo más reciente –los desarrollos desde 1977-
y se concentra en los esfuerzos hechos por sociólogos y estudiosos de la gestión para entender las conexiones entre marcos
institucionales y las fuerzas y organizaciones.
3 La revisión se limita primordialmente a la teoría e investigación institucional hecha por estudiosos norteamericanos. Los

institucionalistas europeos han seguido una trayectoria algo diferente (Véase Tempel y Walgenbach, 2006).
4 Expresión en inglés “Cake of custom” acuñada por Walter Bagehot, pensador británico del siglo XIX. La expresión denota el

conjunto de costumbres en las que una sociedad está sumergida.


5 Para críticas anteriores a estas tendencias determinantes, véase Perrow, 1985, 1986; Hall, 1992.
6 Este (sobre) énfasis continua hasta ahora y recuerda un elemento que continua caracterizando el trabajo más reciente de

Mayer sobre procesos isomórficos en el nivel global (Véase Meyer et al, 1997; Drori, Meyer & Hwang, 2006).
7 New Archivalism' en el original.
8
Para esta traducción se respetó el formato original de la citación y las referencias bibliográficas.

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