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Breve consideración sobre la educación.

La educación es un fenómeno social, no sólo por su carácter grupal, es decir, porque


necesita de la concurrencia de individuos diferentes cuya interacción resulta en el
crecimiento cultural, cultural de modo enfático, sino que también social en el sentido de su
profundidad histórica, del hecho de que formaciones sociales específicas condicionan el
proceso educacional.

De toda la variedad inmensa de contenidos, funciones, estructuras y habilidades que


son aprehendidas del medio social, la institución educativa realiza un corte selectivo para
configurar aquello que debe ser sistematizado. Determinadas valoraciones orientan la
selección de habilidades, contenidos y funciones que se revelan indispensables para ciertos
propósitos, por ejemplo, para la formación de ciudadanos capacitados para vivir en una
democracia liberal y representativa.

De lo anterior se desprende una línea lógica que debe ser vista con más atención. En
la sociedad de acuerdo con la descripción anterior, ya se encuentran los elementos sobre los
que el sistema institucional trabaja y se dedica a desarrollar. Por lo tanto, la selección, más
conocida como currículum, se realiza sobre esta base. Cabe preguntarse, no obstante, ¿la
educación institucional tiene facultades creativas, o sea, puede crear lo que no se presenta
de forma inmediata en la sociedad, o sea lo que es de suyo inherente?

La pregunta no es ociosa, pues precisamente concierne a temas profundos del


concepto de educación. Por un lado, se puede responder negativamente, decir que la
educación institucionalizada no crea, pero que cada ser humano que entra a las instituciones
tiene por naturaleza las potencias suficientes para desarrollar cualquiera de los elementos
incluidos en el currículum. Éste, de hecho, a diferencia de la descripción social establecida
precedentemente, realiza el corte sobre un conjunto de esencias humanas generales, es
decir, sobre la naturaleza humana, donde la historia y la sociedad participan no más que
influyendo. Esta concepción humanista supone un ser humano esencial cuyas potencias son
naturales y fijas sobre las cuales actúa la sociedad histórica. Se trata del viejo esquema de la
convergencia entre lo genético primigenio e interior y lo social, secundario y exterior. La
efectiva formación social en que debe desarrollarse el individuo no tiene mayor relevancia
interna.

Por otro lado, se puede sostener que la educación institucionalizada sí crea, que
debe transformarse en un efectivo medio social que desarrolle lo que el individuo no ha
hecho en el medio social general e histórico en el cual cotidianamente se desenvuelve.
Hablamos de una escuela que se vuelve un mundo en el cual se forman seres humanos en
virtud de su convivencia con requerimientos culturales específicos, dictados por el
currículum, el cual aquí también trabaja sobre un ser humano esencial. La institución
educativa, entra en contradicción con la sociedad, o como mínimo con el entorno próximo
de cada educando, en la medida en que los aprendizajes que debe desarrollar, determinados
por el currículum, pueden ser innecesarios, dispensables o incluso antitéticos con los ya
dispuestos en su medio. En cualquier caso, aquí la institución educativa es una isla en el
mundo real, cuya realidad no es más extensible que a sus aulas. El objetivo sería el noble
sueño de que en el resguardado espacio de la institución se produzca el germen del cambio
de la sociedad, si esta no se atiene a la realidad ideal sostenida por el establecimiento. La
educación institucional en esta concepción es el nuevo Cervantes, preparando don quijotes
para que vayan a enfrentarse a un mundo de naturaleza heterogénea a la que se ha
propiciado en las aulas. De hecho, acá cada profesor es un quijote que anda luchando contra
un mundo que es ajeno a su naturaleza, habrá leído muchos libros, lo cuales confundió con
la realidad. El esfuerzo de la educación institucional es aquí titánico si los educandos
provienen cada vez más de medios en que la realidad interna del establecimiento se muestra
distante de modo esencial. Aquellos establecimientos que trabajan en un medio más
cercano al ideal, obtienen resultado con menos esfuerzo. Aquí sólo cabe preguntarse por la
manera de crear las condiciones que propicien el desarrollo de aprendizajes inherentes al
objetivo curricular al interior del establecimiento-isla.

Otra respuesta, menos positiva, pero parecida a la anterior es que la educación


institucional no crea, sino que cada sociedad histórica produce los conceptos y las
habilidades que se desprenden de sus actividades vitales, y la educación institucional es
poco más lo que puede hacer sobre las tendencias históricas. En sentido amplio la
educación se desarrolla de modo asistemático pero implacablemente por causes
heterogéneos a las aulas. ¿Significa esto que no hay alternativa, que los individuos están
programados inevitablemente por el entorno? No. Es lógicamente posible que la propia
actividad vital de un sector de la sociedad histórica plantee una divergencia con respecto a
la orientación hegemónica del conjunto social, y por lo tanto existen contradicciones al
interior del funcionamiento social. La pregunta es si la propia educación institucional puede
ser el elemento contradictorio fundamental. Nosotros pensamos que no. La educación,
siendo algo superestructural en la conformación del sistema, no lo puede afectar
directamente. Actividades sociales mucho más sustanciales en su relación con la vida que
se realiza en común al interior del sistema, pueden alterar el rumbo del aprendizaje del
individuo.

De lo anterior se puede concluir que la educación institucional no cambia la


sociedad, antes bien la sociedad cambia su educación institucional, cuando determinados
sectores que participan de fuerzas contrarias a las tendencias del sistema social conciben la
educación como algo propio y lo incorporan como un proyecto subjetivo. Es legítimo
preguntarse aquí si el Estado mismo puede cumplir esa función contradictoria. Y más
importante todavía, ¿qué concepto de educación institucional se desprende de nuestra
actividad en la institución educativa?
El tema acerca de la influencia de la educación en el cambio de la sociedad es tan
antiguo como la Ilustración, cuyos próceres filósofos sostuvieron que la educación
cambiaba al hombre. Sobre esta afirmación Marx ironizaba preguntándose por el lugar
histórico desde donde educaba el profesor, es decir, en base a qué revelación y capacidades
el educador puede escapar a la historia y enseñar desde afuera. Marx preguntaba ¿quién
educa a los educadores? En su tercera tesis sobre Feuerbach decía:

La teoría materialista de que los hombres son producto de las


circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres
modificados son producto de circunstancias distintas y de una
educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los
que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador
necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en
dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por
ej., en Robert Owen).

La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la


actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente
como práctica revolucionaria1.

Ahora bien, Si la educación es una intención subjetiva de la historia y la sociedad


¿en qué medida influye el profesor? En la medida de poder explorar y propiciar el
desarrollo de lo que es inherente a la sociedad en su historicidad. Es catalizador. Suponer
un profesor creador es el oxímoron de la vieja Ilustración, concepto que a los educadores
nos carga con una tarea de Sísifo. Las verdaderas causas de nuestra labor se nos esconden y
funcionan a nuestras espaldas.

1
Tesis sobre Feuerbach. En www.marxists.org

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