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Cómo cerrar bien una historia

Posted on 27 febrero, 2017

Como lector, a veces acabo un poco harto de autores que no saben cómo terminar sus novelas. Se
suele hablar largo y tendido de cómo deben trabajarse las primeras frases o páginas de un libro
(yo mismo lo hice aquí), pero una lectura agradable y una historia bien construida se pueden venir
abajo en el último momento si el final no está a la altura de las circunstancias.

El final y las expectativas del lector

Un buen final debe ser satisfactorio desde un punto de vista emocional, una conclusión lógica del
arco narrativo del protagonista.

No debe parecer forzado ni atropellado. Incluso si el objetivo es lograr impacto o sorpresa, debe
desarrollarse de forma natural.

Satisfactorio no quiere decir que los héroes ganen, que el bien triunfe sobre el mal, ni nada por el
estilo. Cada historia tiene su propio final, y este puede ser agridulce o incluso terrorífico.
«Satisfactorio» en este caso hace referencia a la culminación de las expectativas que el escritor ha
ido planteando a lo largo de la historia.

Por ejemplo, detesto el tipo de finales a lo Scooby Doo, cuando se revela que, en el fondo, el
monstruo no era otra cosa que un promotor inmobiliario con una máscara de goma. Si has
prometido un monstruo en tu novela -un vampiro, un hombre lobo, lo que sea- deberías ofrecer
uno. Y si el monstruo podía ser derrotado, entonces debe ser derrotado.

Al mismo tiempo, los finales han de ser honestos y no defraudar al lector. Piensa en la pistola de
Chejov: si has presentado un arma en el primer acto, debes dispararla en el tercero. Al acabar de
leer tu historia, el lector debe cerrar el libro con la idea de que la sucesión de hechos que se ha
producido no podía haber tenido lugar de ninguna otra manera.

Quizá una de las formas de lograr esta naturalidad es ofrecer indicios del desenlace a lo largo de la
historia. En otras palabras: volver a jugar la baza de la anticipación o foreshadowing. La utilización
de elementos vagos no destruye la sorpresa ni el impacto, tan solo los enmarca dentro de una
narración en la que parecen inevitables.
Claridad y coherencia

F. Nolan (en How to write horror fiction) considera que la claridad es vital: el final de una historia
no debe ser ambiguo. En muchos casos tiene razón, pero la ambigüedad también es un recurso
narrativo que puede ser explotado en historias complejas o introspectivas. El objetivo en estos
casos es ofrecer un final que puede interpretarse de dos formas distintas y corresponde al lector,
no al escritor, tomar partido por una u otra.

La clave aquí es que ningún elemento se deje al azar: cada una de estas alternativas debe conducir
a un final igualmente satisfactorio, lógico, coherente y cerrado. Este es uno de los grandes errores
de guionistas como Damon Lindelof (responsable de series como Lost y películas como
Prometheus): sus historias atrapan y plantean misterios fascinantes, pero terminan con una
ambigüedad, producto de la acumulación de elementos narrativos sin orden ni concierto, en la
que no hay resolución posible.

El escritor debe conocer su historia. Debe existir una salida para los personajes y, en definitiva, un
punto final para todos los elementos que ha ido desplegando a lo largo de la novela sin dejar
ningún cabo suelto. El objetivo lógico es producir la satisfacción con el cierre. El desasosiego y la
intriga son emociones más apropiadas para explotar en otros puntos de la trama. Si se hace (que
se puede hacer, faltaría más), debe existir una razón meditada para ello. Las preguntas que el
lector se plantea una vez cerrado el libro no pueden ser las mismas que el escritor hubiera querido
resolver… pero no ha sabido cómo.

El final de un cuento puede, por el contrario, ser muy distinto al de una novela. Los cuentos son
más cortos y por tanto la inversión de tiempo y la implicación del lector son menores. El arco de
personaje no tiene por qué cerrarse; en la mayor parte de los casos ni siquiera hay un arco que
cerrar.

El final de un cuento también puede ser más arriesgado que el de una novela y en él tienen cabida
con más frecuencia los finales irónicos, o aquellos que se quedan a las puertas de un gran
desastre. También hay lugar para los finales de tipo circular: La historia se reinicia. El final retorna,
en cierto modo, al punto de partida. Esto no tiene por qué implicar la ausencia de cambio. A veces
sí (de nuevo, en relatos cortos sobre todo), pero otras veces no: la vuelta al principio es un recurso
muy útil para enfatizar el modo en el que la historia ha transformado el mundo o al héroe.

El ejemplo perfecto -y ya un tópico- de lo que se considera un mal final es esa historia en la que se
descubre que todo «era un sueño» del protagonista y que nada de lo leído ha ocurrido de verdad.
Además de ser un cliché, es muy injusto para el lector porque le ha hecho perder el tiempo. Dicho
esto, un final del estilo del «todo era un sueño» es imperdonable en novela, pero algo más
aceptable en un relato, porque la inversión emocional y de tiempo del lector es bastante inferior.
La resolución del conflicto

Nolan también considera que la historia debe terminar cuando el conflicto se resuelve. Aunque
parezca una obviedad, en muchas ocasiones los finales se alargan durante demasiadas páginas,
como si el escritor tuviera miedo de desprenderse definitivamente de los personajes. Este
sentimiento tan humano no tiene sentido en una obra literaria. Ha pasado el clímax, se ha resuelto
el conflicto y es el momento de decir adiós del modo más expeditivo posible. De no hacerlo,
corremos el riesgo de caer en el anticlímax.

Para concluir el artículo de esta semana, resumo un puñado de cuestiones que Nolan creía que
debían tenerse en cuenta a la hora de escribir los últimos miles de palabras de una novela:

No introducir nuevos personajes en la historia: El momento de las presentaciones ya ha pasado.


Cualquier nuevo personaje que aparezca aquí por primera vez resultará forzado y, sobre todo si
juega un papel importante en la trama, parecerá un intento torpe de deus ex machina. El escritor
debe terminar la partida con las piezas que ya ha distribuida sobre el tablero. Párate a pensar si la
función de ese personaje no puede ser cubierta por algún otro personaje de la historia. Si no es
así, plantéate seriamente introducirlo en un momento anterior de la narración.

No introducir nuevas subtramas: Lo mismo. En las últimas páginas ya no tiene sentido desviarse de
la historia principal. El final es para cerrar las tramas que todavía estén abiertas, no para abrir
tramas nuevas.

Incrementar la velocidad de la narración: Según la historia va aproximándose al clímax puede ser


necesario ir acelerando gradualmente el ritmo de la narración. Y sí, eso incluye reducir las
descripciones y no dar demasiados rodeos. Sin embargo, no tiene mucho sentido destruir la
atmósfera creada a lo largo de toda la novela a través de la pobreza de estilo o evitar explicaciones
que, bien traídas, pueden iluminar aspectos todavía oscuros de la historia.

Cerrar arcos, tramas y permitir la redención de los personajes: En cierto sentido, la conclusión de
todo lo que hemos estado hablando es esta. Todas las ideas que se hayan ido planteando a lo
largo de la novela deben cerrarse de forma gradual, tratando de evitar la escritura atropellada. Los
personajes deben cumplir (o no) sus objetivos y, en función de su papel, han de obtener su
redención o su castigo.

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